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GÉNESIS DE LA REFORMA EN ALEMANIA

*
Por Alejandro Moreno Morrison

Lutero debe ser considerado como un


hereje convicto... nadie debe darle
albergue. Sus seguidores también serán
condenados. Sus libros serán arrancados
de la memoria humana.
Edicto de Worms1

...Que lleven con furor


Los bienes, vida, honor,
Los hijos, la mujer...
Todo ha de perecer...
De Dios el Reino queda.
Martín Lutero
(himno congregacional Ein’ feste burg
ist unser Gott)2

Entre los avisos clavados en la puerta de la Iglesia de “Todos los Santos” de Wittemberg (Sajonia, Alemania) el
31 de octubre de 1517, se encontraba una convocatoria para debatir el tema de las indulgencias, publicada por
ese medio, siguiendo la costumbre académica de aquel lugar y aquella época, por Martín Lutero (1483-1546):
Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum 3
Por amor a la verdad y con el deseo de sacarla a la luz, se discutirán en Wittemberg las
siguientes proposiciones, bajo la presidencia del Reverendo Padre Martín Lutero, Maestro en
Artes y Sagrada Teología, y profesor ordinario de las mismas en este lugar. Por consiguiente
ruega a todos aquellos que no puedan estar presentes y discutir oralmente con nosotros quieran
hacerlo por carta. 4

Este proemio venía seguido de 95 proposiciones o “tesis”, las cuales Lutero sometía a la consideración y
crítica de todos los interesados (principalmente clérigos y académicos, pues el documento estaba en latín) para
debatirlas públicamente conforme a la práctica medieval académica bien establecida y conocida como

*
© 1996.
1
Tomado de Roland H. Bainton, Martín Lutero, 3ª ed., México, DF: CUPSA, 1989; p. 208.
2
Segunda parte de la cuarta estrofa; versión en castellano (“Castillo fuerte es nuestro Dios”) por Juan B. Cabrera. Este himno fue
compuesto por Lutero (parafraseando el Salmo 46) durante un periodo de severa depresión que sufrió en 1527. Johann S. Bach usó
este himno en su cantata No. 80, y en un preludio para órgano (BWV 720), ambos bajo el mismo título que el himno de Lutero en
alemán. De hecho, un historiador alemán dijo que en el transcurso de trescientos años un solo alemán comprendió cabalmente a
Lutero; éste fue Bach, lo cual puede también notarse en la influencia que tuvo aquél en las composiciones litúrgicas de éste. También
Felix Mendelssohn usó la música del himno de Lutero como tema para el cuarto movimiento de su Sinfonía No. 5, “La Reforma”,
opus 107, para celebrar el tricentenario de la Dieta de Augsburgo (1530) que fijó los términos de la libertad de culto en Alemania y la
base doctrinal de la Iglesia Luterana.
3
Disputa sobre el poder y eficacia de las indulgencias.
4
Martín Lutero, Las noventa y cinco tesis, México, DF: CUPSA, s/f; pp. 2-3. Una versión en castellano está disponible en
http://www.geocities.com/Athens/4326/tesis.html. Y el original en latín en: http://www.fh-augsburg.de/~harsch/lut_thes.html .
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disputatio (la disputa). Dicha práctica era no solamente común y aceptada, sino que se consideraba esencial
para la educación de todo universitario.
Como lo indica su título, las tesis que Lutero proponía y sometía a debate se oponían a la vent a de
indulgencias que, aunque ya practicada desde el tiempo de las cruzadas, había crecido en uso y abuso. Esto se
debía principalmente a la necesidad que el papa León X (de la casa Medici) tenía de aumentar sus ingresos para
la construcción de la Catedral de San Pedro (en el Vaticano), y para sostener su opulento estilo de vida. Las
noventa y cinco tesis (como también se le conoce a la convocatoria de Lutero) pueden resumirse en tres puntos
principales: “una objeción al destino confesado del dinero, una ne gación de los poderes del papa sobre el
purgatorio, y una consideración de la salvación del pecador”. 5
Wittemberg, donde Lutero era sacerdote y profesor universitario, estaba bajo el principado de Federico “el
Sabio”, elector de Sajonia, quien contaba con su propia concesión de indulgencias mediante la adoración de su
colección de 5005 reliquias sagradas el Día de Todos los Santos, más la debida contribución pecuniaria, lo cual
aseguraba indulgencias hasta por más de medio millón de años. Ya en 1516, Lutero predicaba desde su púlpito
contra estas indulgencias. Aún antes de su enfrentamiento con el Vaticano, a Lutero no lo disuadía el afrentar a
los poderes civiles o religiosos cuando lo que estaba de por medio era la sana doctrina cristiana y,
consecuentemente, el bienestar espiritual de su feligresía.
Para 1517, el Príncipe Alberto de Brandemburgo comenzaba a explotar una concesión otorgada por el
Vaticano para dispensar indulgencias en su territorio. La explotación de dicha concesión era parte de la
estrategia político-eclesiástica mediante la cual Alberto había obtenido el arzobispado de Maguncia,
convirtiéndose así en el primado de Alemania. La mitad de las ganancias provenientes del pago de las
indulgencias iban a parar a las arcas del Vaticano, mientras que la otra mitad se destinaba al pago de un
préstamo por diez mil ducados que la casa de banca alemana Fugger pagó al Vaticano a nombre de Alberto
como anticipo por su designación. Y aunque esta concesión no podía explotarse en territorio de Federico,
Wittemberg no estaba lejos de la frontera, por lo que los feligreses podían viajar y comprar dichas indulgencias.
El vendedor a cargo era el dominico Tetzel, quien explotaba los sentimientos religiosos y de culpa del pueblo,
además de hacer exageradas promesas respecto a la eficacia de su mercancía. Pero la preocupación de Lutero
por su feligresía no conocía de fronteras o jurisdicciones, y su ataque contra la venta de indulgencia era tanto
contra las de Alberto como contra las de Federico.
No obstante,
Lutero no tomó ninguna medida para difundir sus tesis entre el pueblo. Meramente invitaba a los
eruditos a disputar y a los dignatarios a definir, pero hubo quienes tradujeron subrepticiamente
estas tesis al alemán y las dieron a la imprenta. Al poco tiempo se convirtieron en la comidilla de
Alemania... 6

Como consecuencia, Lutero se vio pronto envuelto en una controversia en la que ya contaba con el apoyo de
muchos agustinos, de miembros de la Facultad de Teología de Wittemberg, y de muchos eruditos alemanes. Y
si bien su intención no era romper con el papa ni con la iglesia romana, tampoco lo era retractarse. Lutero había
enviado una copia de su convocatoria y tesis a Alberto, ahora arzobispo de Maguncia, con una carta muy
sumisa, humilde y respetuosa. 7 Fue por este medio que las tesis llegaron a manos del papa León X, quien les
restó importancia al principio. No obstante, la controversia se volvió cada vez más intensa y extensa, llegando
Lutero a declarar que, “tanto el papa como los concilios generales podían errar, que sólo las Escrituras era

5
Bainton, op. cit., p. 83.
6
Ibid., p. 87.
7
Cf. Ibid., p. 88.
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autoritativas, y que él reconocería que estaba en error sólo cuando se le convenciera de que lo que él creía era
contrario a la Biblia y a la sana razón”. 8 También rechazó la supremacía material que la iglesia romana había
adquirido por encima de las demás iglesias (situación derivada de circunstancias históricas después del papado
de Gregorio I).
Finalmente, Lutero fue citado por el papa para responder en Roma a los cargos de herejía y contumacia en el
verano de 1518. A pesar de que también se veía afectado por la controversia, Federico le brindó a Lutero su
protección y la seguridad de que no iría a Roma, obteniendo para él un salvoconducto imperial. El elector fue
fiel a su promesa a pesar de las expresas indicaciones del Vaticano para que se los entregase. Federico también
logró que la audiencia se trasladase a Alemania y se llevara a cabo en Worms mediante un representante del
papa que sería el cardenal Cayetano, “un alto papalista, íntegro y erudito”. 9 No obstante, Lutero no se retractó
sino que apeló al juicio de las universidades, lo cual también le fue negado. Habiéndole llegado rumores de que
sería arrestado y llevado a Roma para ser condenado, huyó a caballo con la ayuda de algunos ciudadanos
amistosos. Ya estando en Nuremberg, Lutero apeló a un concilio general de la Iglesia. Cayetano volvió a
requerir al elector Federico que enviara a Lutero preso a Roma o que lo exiliara de sus territorios. “¿Cuál es mi
deber como príncipe cristiano?”, se preguntaba Federico. 10
Entre tanto, hacía falta un pronunciamiento papal que afirmara la posición oficial del Vaticano respecto de
las indulgencias, a fin de que Lutero pudiese ser excomulgado. Dicho pronunciamiento se hizo mediante la bula
Cun postquam, de fecha nueve de noviembre de 1518, la cual definía la posición del Vaticano acerca de muchos
de los temas controvertidos por Lutero. 11 Pero eso ya no era suficiente, la controversia ya había excedido el
tema de las indulgencias. Lutero había respondido a los argumentos del Vaticano arremetiendo en contra la
autoridad del papa y de los concilios y argumentando favor de la exclusividad y supremacía de la autoridad de la
Biblia.
Por otro lado, la circunstancias políticas rebasaban los límites territoriales de Alemania, teniendo
implicaciones continentales, todas las cuales fueron elementos que ninguno otro de los anteriores intentos de
Reforma había tenido. El 12 de enero de 1519, murió el emperador Maximiliano avivándose en Europa el
problema de la sucesión del Santo Emperador Romano. Los principales candidatos eran Carlos I de España
(nieto de Maximiliano), Francisco I de Francia (a quien posteriormente le dedicara Juan Calvino su Institución
de la Religión Cristiana) y Federico de Sajonia, quien seguía protegiendo a su súbdito Lutero de la furia papal.
No obstante, incrementar el poder de Francisco I de Francia o de Carlos I de España, “destruiría el equilibrio del
que dependía la seguridad papal”, 12 por lo que el papa dio su apoyo a Federico. No obstante, considerando lo
inadecuado de su posición (particularmente en vista del asunto “Lutero” y de los deseos papales a ese respecto),
Federico se derrotó a sí mismo votando por Carlos, quien fue elegido como Carlos V del Santo Imperio Romano
el 28 de junio de 1519. Pero Carlos V estaba más orientado a los problemas de España, por lo que Federico
seguía siendo la figura central de Alemania. Siendo así la situación, el papa no deseaba enemistarse con
Federico y, por el contrario, trató de ablandarlo mediante el otorgamiento de nuevos privilegios para la iglesia
8
Kenneth Scott Latourette, Historia del Cristianismo, Tomo II, 8ª ed., El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1988; p. 54.
9
Bainton, op. cit., p. 96.
10
Ibid., p. 106.
11
Si alguien piensa que el tema de las indulgencias ha sido superado por la Iglesia de Roma, baste referirlo al testimonio del ex-
sacerdote católico-romano holandés Herman J. Hegger, quien escribe que hasta el día de hoy se sigue concediendo a España el
privilegio de que allí se vendan bulas a las que va ligada una indulgencia plenaria. Asimismo escribe que, “En la sobria Holanda
existe incluso una sociedad de seguros aprobada por el episcopado, a saber, la Sociedad de San José,, en la ciudad de Alkmar, que abre
pólizas de seguro contra los castigos del Purgatorio, mediante misas de difuntos. Una documentación al respecto ya apareció en la
revista “In De Rechte Straat”; allí se evidencia que cerca de 400,000 católico-romanos neerlandeses han firmado una póliza
semejante” (Madre, yo te acuso, 2ª ed., Velp, Países Bajos: Fundación en la Calle Recta, 1988; pp. 147-148).
12
Bainton, op. cit., p. 110.
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de Wittemberg (conocida también como “la Iglesia del Castillo”), además de conferirle la distinción de una rosa
de oro. El enviado papal que portaba la rosa, Miltitz, contaba con un escrito que condicionaba su entrega a la
extradición de Lutero, pero se dio cuenta que era una necedad pretender “comprar el monje al príncipe”, 13 por lo
que entregó la rosa de oro sin imponer condiciones.
Mientras tanto, Juan Eck (antiguo amigo de Lutero) promovió (con la ayuda del duque Jorge) un debate
entre las universidades de Leipzig y Wittemberg para exhibir y rebatir públicamente a Lutero, siendo los
principales paladines de cada universidad el propio Juan Eck y Martín Lutero, respectivamente, con sus equipos
de asesores. El duque Jorge (quien se convertiría más tarde en el enemigo más implacable de Lutero) le
consiguió un salvoconducto para viajar a Leipzig en el verano de 1519. La participación de Lutero en el debate
versó sobre el papado y su invención tardía (y por lo tanto humana y no divina). En el desarrollo de la
discusión, Lutero afirmó que el papa es el Anticristo (no sólo determinado para en especial, sino el papado como
institución); impugnó la autenticidad de las Decretales Isidorianas (que hoy en día son reconocidas como
apócrifas aún por los católico-romanos) sobre las que se fundamentaba el papado; y rechazó toda autoridad que
no tuviese fundamento en la Biblia. Eck llevó astutamente a Lutero a identificarse con las enseñanzas de Juan
Huss (las cuales habían sido declaradas heréticas hacía poco más de un siglo), y aunque Lutero rechazó tal
cargo, después de revisar las actas del Concilio de Constanza (que examinó y condenó a Huss) en la biblioteca
de la Universidad de Leipzig, declaró: “Entre los artículos de Juan Huss encuentro muchos que son claramente
cristianos y evangélicos, y que la iglesia universal no puede condenar”. 14
A lo largo de toda esta controversia, las enseñanzas evangélicas habían sido ampliamente difundidas y cada
vez involucraban a más gente. Para 1520 Lutero declaró su posición mediante cinco tratados considerados
como la exposición primordial de sus convicciones distintivas: Sermón sobre las buenas obras, El papado en
Roma, Discurso a la nobleza germana, El cautiverio babilónico de la Iglesia y La libertad del cristiano, todos
los cuales fueron impresos en Alemán y gozaban de una extensa circulación. En el primero de los tratados
declaró que “la más noble de las buenas obras es creer en Cristo”; que, “el cristiano que vive con su confianza
puesta en Dios, sabe qué cosas debe hacer, y todo lo hace gozosa y libremente, no con el fin de acumularse
merecimientos y buenas obras, sino porque es su gran gozo agradar a Dios y servirle sin pensar en la
recompensa”. En el tratado A la cristiana nobleza de la Nación Germánica respecto de la reforma del Estado
Cristiano, Lutero afirmó que la Iglesia romana había levantado tres murallas en su defensa, por cause de las
cuales el cristianismo había sufrido: la superioridad de papas, obispos, sacerdotes y monjes sobre los laicos; la
arrogación papal de convocar un concilio y confirmar sus actos; y la prohibición de la lectura de la Biblia. En
lugar de ello, sugería que cada ciudad eligiera a un “ciudadano piadoso preparado de entre la congregación y le
encargara del oficio de ministro”, que fuera sostenido por la congregación; y que la Biblia fuese enseñada a
todos en las escuelas. En El cautiverio babilónico de la Iglesia aumentó sus críticas respecto del empleo de las
indulgencias y equiparó al papado con el reino de Babilonia que había llevado cautiva a la Iglesia. En La
libertad del cristiano, dirigido al papa, Lutero afirma: “Un cristiano es el más libre señor de todos, y no está
sujeto a nadie; un cristiano es el más obediente siervo de todos, y está sujeto a todos”. Con esto Lutero quería
decir que, por cuanto la justificación es por la sola fe y no por algún mérito que tuviesen las buenas obras, el que
tiene esta fe es liberado de la servidumbre de la ley y de la necesidad de procurar la salvación por obras: “Una
cosa y una sola cosa es necesaria para la vida, la justificación y la libertad cristianas; y ella es la santísima
Palabra de Dios, el evangelio de Cristo”. 15

13
Ibid., p. 112.
14
Ibid., p. 124.
15
Latourette, op. cit., pp. 55-60
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Aunque hubo un breve paréntesis en las tensiones político-religiosas, durante ese mismo año de 1520 el
papado reanudó su persecución contra Lutero cuando se acercaba el momento de que Carlos V visitara
Alemania. El 25 de junio de 1520, el papa publicó la bula Exsurge Domine, que iniciaba con las palabras
“Levántate, Señor, y juzga tu causa. Un jabalí ha invadido tu viña”. La bula condenaba 41 errores declarados
de Lutero, ordenaba que se quemasen sus libros y le daba a Lutero un plazo de 60 días (a partir de la publicación
de la bula en su parroquia) para que se sometiese. Cabe preguntarse por qué le dieron tantas oportunidades a
Lutero para retractarse cuando el Vaticano acostumbraba excomulgar sin tanta dilación, como el mismo papa lo
afirmaba en el proemio de dicha bula. Uno de los supuestos errores de Lutero condenado por la bula era
precisamente su oposición a que los herejes fuesen martirizados y quemados, declarando el papa que tales
acciones no eran pecado ni contrarios a la voluntad del Espíritu Santo. Los enviados de Roma enfrentaron
oposición por parte de algunos elementos del clero alemán para lograr la publicación formal de la bula. Por su
parte, el 10 de diciembre de 1520, Lutero quemó públicamente la bula, junto con obras de sus opositores y otras
obras que tradicionalmente habían defendido las pretensiones papales. Y como Lutero, lejos de retractarse,
había desafiado al papa, éste publicó la anunciada bula de excomunión el tres de enero de 1521. 16
Se acercaba ya el tan esperado y postergado juicio contra Lutero, el cual tenía también serias implicaciones
políticas, ya que la herejía se consideraba un peligro para la unidad y estabilidad del Santo Imperio Romano.
Por su lado, el papa presionaba al emperador para que librara al imperio de este enemigo del Vaticano. Pero,
Carlos V, por su lado, tenía que actuar con prudencia política pues Federico era fuerte y, aunque no se había
pronunciado aún abiertamente a favor de Lutero, tampoco había tomado acción alguna en su contra, sino que,
por el contrario, había buscado que recibiese un juicio justo (garantía ésa que muy pocos protestantes habían
tenido y tendrían).
Finalmente el emperador accedió a las condiciones de Federico, y en abril de 1521, Lutero compareció ante
el emperador en ocasión la Dieta Imperial en Worms (Alemania). Lutero sabía que su vida peligraba, a pesar
del salvoconducto conseguido por Federico; después de todo, así habían traicionado, aprehendido y quemado a
Juan Huss en Constanza 106 años antes. Ahora era él, un monje hijo de un minero, quien se enfrentaba a los
poderosos de la tierra. La ocasión evoca en todo su significado las palabras del Salmo 119:41-47:
Venga a mí tu misericordia, Jehová; tu salvación, conforme a tu dicho.
Y daré por respuesta a quien me avergüenza que en tu palabra he confiado.
No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, porque en tus juicios
espero.
Guardaré tu Ley siempre, para siempre y eternamente.
Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos.
Hablaré de tus testimonios delante de los reyes y no me avergonzaré.
Me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado.

En la primera audiencia, el 17 de abril, Lutero fue examinado por el arzobispo de Trier sobre sus escritos.
Parecía que el jabalí no era tan fuerte después de todo. Con voz apenas audible reconoció que los libros que le
señalaban eran suyos. Cuando se le preguntó si los defendía todos o quería rechazarlos en parte, Lutero
respondió que eso tocaba a Dios y a Su Palabra, que eso afectaba la salvación de las almas, y pidió tiempo para
pensar –estaba “demasiado aterrorizado ante Dios para dar una respuesta al emperador”. 17 El emperador le
concedió hasta la tarde siguiente. Esa noche, en la soledad de su cuarto, Lutero oró:

16
Cf. ibid., p. 61.
17
Bainton, op. cit., p. 201.
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¡O Dios, Todopoderoso Dios eterno! ¡Cuán espantoso es el mundo! ¡Mira cómo su boca
se abre para devorarme y cuán peque ña es mi fe en Ti! . . . Si voy a depender en
cualquier fuerza en este mundo, todo está acabado... ¡O Tu, mi Dios! Ayúdame contra
toda la sabiduría de este mundo. Hazlo, te lo ruego... Tú debes hacerlo... por tu propia
poderosa fuerza... La obra no es mía sino Tuya. Yo no tengo parte aquí... ¡Yo no tengo
nada por qué contender con estos grandes hombre del mundo! Yo con gusto pasaría mis
días en felicidad y paz. Pero la causa es Tuya... Y es justa y eterna. ¡O Señor!
¡Ayúdame! ¡O fiel e inmutable Dios!... Tú me has escogido para esta obra. ¡Lo sé!...
Por tanto, ¡O Dios, cumple Tu voluntad! No me abandones, por amor de Tu bien amado
Hijo, Jesucristo, mi defensa... y mi fortaleza... Y aunque el mundo estuviese lleno de
demonios –y este cuerpo, que es la obra de Tus manos, fuese desechado, pisoteado,
despedazado... consumido hasta las cenizas, mi alma es tuya. Sí, tengo Tu propia
Palabra para asegurármelo. ¡Mi alma te pertenece, y permanecerá contigo para siempre!
¡Amén! ¡O Dios, ampárame! ... ¡Amén! 18

“Su oración revela el alma de un hombre humilde postrado ante su Dios, desesperadamente buscando valor
para estar firme ante los hombres hostiles. Para Lutero fue un Gethsemaní privado...”19
A las seis de la tarde del 18 de abril, con voz vibrante, Lutero dirigió un discurso al emperador, príncipes y
demás señores, distinguiendo, explicando y defendiendo sus obras. Finalmente se le requirió que respondiera
directamente y sin rodeos: “¿Repudiáis o no vuestros libros y los errores que ellos contienen?” Lutero
respondió en alemán:
Puesto que Vuestra Majestad y vuestros señores desean una respuesta simple, responderé
sin cuernos y sin dientes. A menos que se me convenza con las Escrituras y la simple
razón –pues no acepto la autoridad de papas y concilios pues se han contradicho entre
sí—, mi conciencia es cautiva a la Palabra de Dios. No puedo retractarme y no me
retractaré de nada, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro. Aquí estoy firme,
no puedo hacer otra cosa. Que dios me ayude. Amen. 20

Se le pidió a Lutero que repitiera su respuesta en Latín. Un amigo suyo exclamó: “Si no puedes hacerlo,
doctor, ya has hecho bastante”. Y ciertamente había hecho mucho más de lo que jamás se hubiera propuesto o
imaginado. “Allí se enfrentaban el pasado y el futuro. Alguien habría de ver en este punto el comienzo de los
tiempos modernos”. 21 Un hombre solo había desafiado, por motivos espirituales y de conciencia, a las dos
poderosas estructuras universales sobre las que descansaba el mundo de su tiempo, y habría de salir triunfante.
El estado ya no sería igual, mucho menos la Iglesia. Lutero quedó proscrito de ambos, humanamente estaba
solo. 22

18
R. C. Sproul, The Holiness of God, Wheaton, ILL: Tyndale House Publishers, 1985; p. 111. UNILIT (Miami, FL) ha publicado una
traducción de este libro bajo el título La santidad de Dios.
19
Ibid., p. 110-11.
20
Bainton, op. cit., p. 204.
21
Ibid., p. 200.
22
Parece irónico (y por lo mismo muchos católico-romanos no lo creen) que con motivo de las celebraciones del 500 aniversario del
natalicio de Martín Lutero, en un pomposo acto oficial, Juan Pablo II levantó la excomunión contra Lutero y se refirió a él con
palabras elogiosas Asimismo, en mayo de 1983, una Comisión Mixta católico-luterana internacional declaró esto en un documento
aprobado por el mismo papa: “Consideramos conjuntamente a Lutero como testigo del Evangelio, maestro de la fe y voz que llama a
la renovación espiritual” (Martín Lutero, Testigo de Jesucristo, Revista Eclesiástica Brasileña, 1983; p. 830. Citado en Samuel Vila,
¿Se renueva la Iglesia católico-romana?, Barcelona: Editorial CLIE, 1987; p. 175). Ver también:
6
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El emperador declaró su posición y ordenó a sus súbditos, mediante un edicto imperial, que negasen a
Lutero y a sus amigos cualquier auxilio o contacto. Pero el edicto no pudo publicarse debido a que muchos de
los electores ya habían salido de Worms. En vista del gran peligro en el que se encontraba, Federico mandó a
su gente que “secuestrasen” a Lutero en su camino de regreso, y que fuese llevado al (castillo) Wartburg. Por la
gracia y la providencia de Dios, la Iglesia había caído “en manos de Lutero”, pero éste nunca caería “en manos
de la iglesia”. En el Wartburg siguió escribiendo y realizó su mayor hazaña literaria, la traducción de la Biblia
a la lengua alemana del pueblo. Nuevamente el arma del cristianismo sería “la espada del Espíritu, que es la
Palabra de Dios” (Efesios 6:17).
Lutero no fue el primero en retomar el cristianismo puro y denunciar las deformaciones en que había caído
la Iglesia medieval, pero sí fue quien hasta entonces había tenido mejores oportunidades y, por lo tanto, logros
más significativos. Lutero no fue el primero en oponerse a la tiranía del papado, pero sí fue el primero que
vivió muchos años más para contarlo y seguir confrontando los abusos en doctrina y práctica que aquejaban a la
Iglesia medieval. Lutero no fue el primer cristiano en comparecer ante un emperador romano, pero sí fue el
primero que no sólo salió triunfante sino que dividió tanto al imperio como a la iglesia visible nominal, 23 ambas
instituciones humanas que tenían pretensiones de ser universales. En su providencia y soberanía, Dios guardó a
Lutero para la misión para la que efectivamente lo había llamado.
Hasta aquí los factores externos de los inicios de la Reforma luterana en Alemania. Ahora es menester
reflexionar sobre los factores internos. ¿Qué fuerza movía a ese “jabalí”? ¿Qué clase de “locura” llevaría a un
hombre a desafiar a las poderosas estructuras establecidas de su momento histórico? Las respuestas se
encuentran algunos años antes, en la profunda experiencia personal y transformadora que tuvo el monje
agustino Martín con el soberano Creador y Juez del universo, a quien finalmente llegó a conocer también como
Salvador y Redentor. Lutero, al igual que los demás Reformadores antes y después de él, se asomó a la
grandeza de la majestad de Dios, de Su perfecta santidad como soberano del universo. Pero también entendió
la gravedad y los alcances del pecado en la humanidad, la consecuente incapacidad absoluta del ser humano
para relacionarse con Dios. 24 Particularmente se dio cuenta de su propia maldad (a pesar de ser reconocido
como un monje ejemplar en su conducta); entendió que, como afirma La Biblia, “todos nosotros somos como
suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caíamos todos nosotros como la hoja, y
nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6), y que conforme a la justicia de Dios, “el alma que
pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4). ¿Cómo podría reconciliarse con un Dios perfectamente santo? ¿Cómo
podría estar en paz con Dios?
Este conflicto espiritual llevó a Lutero a estudiar el asunto en san Agustín25 y, finalmente, en la Biblia. Allí
encontró el evangelio, las buenas nuevas de salvación. 26 En sus propias palabras Lutero relataba:
Con ardiente anhelo ansiaba comprender la Epístola de Pablo a los Romanos y sólo me lo
impedía una expresión: ‘la justicia de Dios’, pues la interpretaba como aquella justicia por la

http://www.ielu.org/ecumenismo/dialogocatolicoluterano/lutero.htm. Cabe preguntar, no obstante, ¿qué con los que sufrieron y siguen
sufriendo persecución por causa de “la herejía de Lutero”?
23
Para la distinción entre la Iglesia visible y la invisible ver Confesión de Fe de Westminster, Cap. XXV, 2.
24
Cf. La Biblia: Salmo 14:1-3; 53:1-6; Isaías 53:6; 64:6; Jeremías 17:9-10; Juan 8:44; Romanos 1:18-32; 2:1-16; 3:9-23; 5:10-12;
6:16-17; 7:5; 8:7-8; Efesios 2:1; Colosenses 1:21.
25
V. gr.: “Ponderadas, pues, y expuestas todas estas cosas según las fuerzas que el Señor se ha dignado concederme, concluyo que no
es justificado el hombre por los preceptos de la vida honesta, sino por la fe de Jesucristo; es decir, por la ley de la fe; no por la letra,
sino por el espíritu; no por los méritos de las obras, sino por la gracia gratuita.” (Agustín de Hipona, “Tratado de la Gracia”, en Obras
de san Agustín, VI, p. 177, Ed. Escelicer, Madrid. Citado en Samuel Vila, A las fuentes del cristianismo, 5ª ed., Barcelona: Editorial
CLIE, 1976; pp. 214-215.)
26
Cf. La Biblia: Juan 1:12; 3:16; 17:3; Hechos 10:43; 16:30-34; 15:11; Romanos 1:16-17; 3:21-28; 5:1-2; 6:23; 10:9-13; 11:6; 2ª
Corintios 5:17-21; Gálatas 3:11; Efesios 2:1-10; Hebreos 7:22-28; 1ª Juan 1:9; 5:20.
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cual Dios es justo y obra justamente al castigar al injusto. Mi situación era que, a pesar de ser un
monje sin tacha, estaba ante Dios como un pecador con la conciencia inquieta y no podía creer
que pudiera aplacarlo con mis méritos. Por eso no amaba yo al Dios justo que castiga a los
pecadores, sino que más bien lo odiaba y murmuraba contra él. Sin embargo, me así a Pablo y
anhelaba con ardiente sed saber qué quería decir.

Reflexioné noche y día hasta que vi la conexión entre la justicia de Dios y la afirmación de que
“el justo vivirá por la fe”. Entonces comprendí que la justicia de Dios es aquélla por la cual Dios
nos justifica en su gracia y pura misericordia. Desde entonces me sentí como renacido y como si
hubiera entrado al paraíso por puertas abiertas de par en par. Toda la Sagrada Escritura adquirió
un nuevo aspecto, y mientras antes la “justicia de Dios” me había llenado de odio, ahora se me
tornó inefablemente dulce y digna de amor. Este pasaje de Pablo se convirtió para mí en una
entrada al cielo. 27

Años más tarde, el gran sistematizador de la teología reformada, Juan Calvino, lo expresaría así:

Nuestros adversarios insisten en que Dios se aplaca con sus frívolas satisfacciones; es decir, con
su basura y estiércol. Nosotros afirmamos que la culpa del pecado es tan enorme, que no puede
ser expiada con tan vanas niñerías; decimos que la ofensa con que Dios ha sido ofendido por el
pecado es tan grave, que de ningún modo puede ser perdonada con estas satisfacciones de
ningún valor; y, por lo tanto, que esta honra y prerrogativa pertenece exclusivamente a la sangre
de Cristo.

Ellos dicen que la justicia, si no es tan perfecta como debiera, es restaurada y renovada con obras
satisfactorias; nosotros afirmamos que la justic ia es de tal valor, que con ninguna obra puede ser
adquirida. Por eso, para que nos sea restituida y podamos recobrarla, es menester recurrir y
acogernos a la sola misericordia de Dios. 28

Siglos antes, san Pablo escribía:

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y
ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a
Cristo y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que se basa en la Ley, sino la que se
adquiere por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios y se basa en la fe. Quiero conocerlo
a él y el poder de su resurrección… (Filipenses 3:7-10)

Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo
(Romanos 5:1).

Habiendo conocido a Dios, y habiendo creído en Él como su único y suficiente Señor y Salvador, Lutero
comprendió que no dependía de sus imperfectas obras humanas para recibir el perdón de sus pecados; que por
la sola gratia de Dios era como un tizón arrancado del fuego del infierno, y que ahora podía estar en la santa

27
Bainton, op. cit., p. 67.
28
Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, (Cipriano de Valera, tr.), 4ª ed. (revisión de la de 1967), Rijswijk, Países Bajos:
Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1994; p. 622.
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presencia de Dios amparado en la promesa de que, “la paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús” (Romanos 6:23). Lutero entendió que solo Christo es digno de que pongamos en Él
nuestra fe, y que Él solo es el autor y consumador de la salvación que nos regala por Su sola gratia, recibida
por el redimido mediante la sola fide. Fue esta enseñanza, encontrada y fundada en la sola Scriptura, la que lo
llevó a denunciar el abuso de las indulgencias y, paso a paso, a descubrir y a rechazar las demás adulteraciones
que había sufrido la doctrina y la práctica de la Iglesia. Como el profeta Jeremías, Lutero tenía en su corazón
“como un fuego ardiente” metido en sus huesos, y diría como san Pablo, “¡Ay de mí si no anunciare el
evangelio!”29 Por eso no se detuvo ante nada; sabía que era la verdad del evangelio y el destino eterno de las
almas lo que estaba de por medio. El Vaticano hace creer a sus seguidores que sus obras pueden merecer el
perdón de sus pecados30 cuando, por el contrario, tal pretensión es una afrenta al regalo de la gracia de Dios.
Tan importante fue para Lutero la doctrina de la justificación por la fe que la llamó articulus standis vel
cadentis ecclesiae (el artículo sobre el cual se levanta o se derrumba la Iglesia); y realmente era el artículo sobre
el cual se levantaba o se derrumbaba su propia vida. Pero más importante aún es que ciertamente este es el
artículo sobre el cual se levanta o se derrumba el destino eterno de cada uno de nosotros.

Soli Deo Gloria

29
La Biblia: Jeremías 20:9 y 1ª Corintios 9:16.
30
La enseñanza oficial del Vaticano a partir del Concilio de Trento (1545-1563) es que: “Si alguno dijere que los hombres se
justifican por la sola imputación de la justicia de Cristo... o también que la gracia, por la que somos justificados es sólo el favor de
Dios, sea anatema... Si alguno dijere que la fe justificante no es otra cosa que la confianza de la misericordia que perdona los pecados
por causa de Cristo... sea anatema” (Concilio de Trento, Sesión VI, cánones 11 y 12). Ver también Sesión VI, cánones 30 y 32, y
Sesión XIV, canon 13. Juan Pablo II ha afirmado claramente: “El hombre es justificado por obras y no por fe solamente” (Los
Ángeles Times, marzo 8, 1983; parte I, 10.)
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