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LIBERALISMO Y COMUNITARISMO

El discurso de la filosofía política parece haberse anclado en cuestiones tales como los
derechos individuales, por un lado, y la pertenencia comunitaria, por el otro.

La defensa intransigente de posiciones radicalizadas, consideradas “políticamente


correctas”, a menudo desemboca en posturas absurdas y sin sentido. Por otra parte,
resulta muy difícil combatirlas porque se presentan de una manera atractiva y ganan
gran popularidad, aun en los ambientes académicos. Así el debate entre liberalismo y
comunitarismo no avanza porque se basa en una confrontación entre posiciones
extremas en las cuales se enfatiza lo antagónico de ambas doctrinas.

Lo curioso es que ambas doctrinas han sido utilizadas por personas ubicadas en distintas
posiciones del espectro político, las que van desde el tradicionalismo hasta el
progresismo, pasando por el conservadurismo y el reformismo, adaptadas a los intereses
de los expositores y a las situaciones concretas que rodean a los mismos.

Con la Modernidad, el “honor” basado en la jerarquía fue cediendo lugar a la


“dignidad” como algo propio de todo ser humano. La política de la dignidad universal
luchaba contra la discriminación, pero era “ciega” a las diferencias reales
empíricamente observables.

La igualdad sólo afectó a los derechos civiles y al derecho al voto, y luego se fue
extendiendo hacia la esfera socioeconómica. De manera que aquellas personas a las que
se les ha impedido aprovechar sus derechos han sido relegadas a la categoría de
ciudadanos de segunda clase.

La política de la diferencia.

En un principio, los estudiosos se preocupaban de la integración de la clase trabajadora,


cuya falta de educación y recursos económicos la excluía de la cultura compartida por el
resto de los ciudadanos y del sistema político. Con el tiempo se advierte que muchos
grupos y cuasi-grupos (negros, mujeres, pueblos originarios, minorías étnicas y
religiosas, etc.) se sienten excluidos no sólo por su situación socioeconómica, sino
también por su identidad sociocultural.

Surge entonces la política de la diferencia frente a la política de la igualdad “ciega”.


Los partidarios de la ciudadanía diferenciada sostienen que los derechos originalmente
definidos por los hombres blancos no pueden responder a las necesidades de los grupos
minoritarios1.

La affirmative action, adoptada en un principio para los afroamericanos, pronto se


extendió a las mujeres, los hispanos, los indígenas y luego a otras poblaciones. Esta
política llamada también “discriminación a la inversa” o “discriminación positiva” es
una medida temporal que busca nivelar las condiciones para que posteriormente se
restaure el principio de la dignidad “ciega”, pero ya en un plano de mayor justicia. Con
estas medidas no se busca el reconocimiento cultural sino luchar contra la desigualdad
social, sobre todo cuando ésta se intensifica con la discriminación racial.
1
Los partidarios de la igualdad ciega consideran que la política de la diferencia discrimina a los
ciudadanos en primera y segunda clase, siendo los de primera clase los tradicionalmente discriminados.
La acción afirmativa busca modificar o controlar aquellas condiciones que han
originado situaciones extremas de falta de equidad. En la India, Malasia y Australia,
entre otros países, se han impuesto políticas nacionales que tienen un trato preferencial
para resolver la situación de falta de equidad en los grupos étnicos. En la India, hay
puestos de representación parlamentaria que deben ser ocupados con miembros de la
antigua casta de los intocables, hoy denominada clase programada. En Malasia, la
población nativa tiene cupos permanentes en el parlamento y en la administración
pública, los que no pueden ser ocupados por la población de origen chino, que es más
poderosa en lo económico. En Australia existe un régimen de becas permanentes para
profesionalizar a los miembros de los grupos étnicos otrora discriminados, así como
planes de vivienda y programas que garantizan sus fuentes de trabajo. En Sudáfrica hay
diferentes mecanismos para acabar con el apartheid

Las elites dominantes tratan de afirmar su hegemonía inculcando una imagen de


inferioridad de los subalternos. Por eso es un punto estratégico someter a revisión estas
imágenes.

En los nacionalismos sin Estado2, los grupos nacionalistas interpretan determinados


episodios históricos en antecedentes de su propia lucha política, haciendo una selección
deliberada de los acontecimientos, recurriendo a la invención y otras prácticas
incompatibles con el mínimo rigor científico. Se trata de una historia sacralizada;
lastrada por el error epistemológico que consiste en aplicar esquemas conceptuales
modernos a modelos mentales anteriores a la era moderna

“La concesión del pluralismo territorial, concesión propia de un Estado


democrático, puede considerarse como la respuesta constitucional a las
diferentes culturas. Pero llama la atención la resistencia del nacionalismo a
admitir el pluralismo. El nacionalismo se presenta como un ideología
totalizadora, como la representación mejor –sino única de toda la comunidad -,
cuyas bases teóricas no admiten cuestionamiento o rechazo” (González, 2001:
45).

De acuerdo con Taylor (1993: 43), nuestra identidad se moldea en parte por el
reconocimiento, por la falta de éste o por el faso reconocimiento de otros. El que un
hombre haya descubierto su identidad no significa que la haya elaborado en aislamiento,
sino que la ha negociado “por medio del diálogo, en parte abierto, en parte interno, con
los demás” (Taylor, 1993: 55).

Cuando estamos ante una cultura diferente a la nuestra, sólo podemos tener una idea
muy vaga de sus valores y de su contribución a la cultura compartida.

Taylor (1993:106) toma en calidad de hipótesis la afirmación de que todas las culturas
que han animado a sociedades enteras durante un período considerable tienen algo que
merece nuestra admiración y respeto: “Es razonable suponer que las culturas que han
aportado un horizonte de significado para gran cantidad de seres humanos, de diversos
2
Este tipo de nacionalismo “ se resiste a verse a sí mismo como una ideología parcial, reducible a
determinados intereses y explicable desde determinadas referencias… “ Cuando utilizan el concepto de
nación “aluden” a una sociedad social y política homogénea. Sin embargo, detrás de los principios
abstractos, se ocultan clases y otros agrupamientos con intereses y derechos antagónicos (González,
2001:36-45)
caracteres y temperamento, […] que han articulado su sentido del bien, de lo sagrado,
de lo admirable deben tener algo que merezca nuestra admiración y respeto, aún si esto
se acompaña de lo mucho que debemos aborrecer y rechazar”.

Los juicios de valor auténticos que se pueden expresar en situaciones como éstas
“presuponen que hemos sido transformados por el estudio del otro, de modo que no sólo
juzgaremos de acuerdo con nuestras normas familiares” (Taylor, 1993: 104). El valor de
los diálogos interculturales es que nos conducen a una fusión de horizontes normativos.

Si se desconoce el valor de la cultura particular a la que pertenecen los grupos


subalternos, o si se espera que desaparezcan por asimilación, si ellos son blanco de la
xenofobia y del racismo, entonces los miembros de estos grupos se verán como
estigmatizados, se sentirán desvalorizados y con escasa autoestima, pues recibirán una
imagen humillante de sí mismos y de sus familiares3..

La lucha por la modificación de estas imágenes se dan en, por lo menos, dos frentes:
contra los dominadores y en el seno de los grupos subalternos.

Los grupos que se sienten excluidos de la sociedad deben ser incluidos, y el primer paso
es el reconocimiento de su diferencia. Algunas naciones insisten en la identidad común
compartida y sus constituciones no hacen referencia a grupos particulares. Este es el
caso de los E.U.A., donde el problema consistía en asimilar poblaciones de inmigrantes
voluntarios. Distinto es el caso de aquellas comunidades históricamente autogobernadas
(indígenas, inuit, puertorriqueños y hawaianos). Cuando se intentó aplicar la ciudadanía
común a estas minorías nacionales, el resultado fue un tremendo fracaso. De manera
que, en la actualidad, a muchos de estos grupos se les ha concedido derechos de
autogobierno.

Es difícil construir una identidad común en países donde la gente pertenece a distintas
comunidades política, pero además algunos se incorporan a la sociedad como
individuos y otros lo hacen a través de la pertenencia a sus respectivas comunidades.

Como es lógico suponer, los grupos culturalmente excluidos se encuentran en


desventaja en el proceso político. Para superar esta desigualdad, se ha pensado en
recurrir a dispositivos procedimentales que garanticen tanto su representación política
como su derecho a veto sobre políticas públicas que afecten directamente al grupo.

Podemos ilustrar las necesidades particulares de los grupos subalternos, citando los
derechos lingüísticos de los hispanos, los derechos territoriales de los indígenas y los
derechos relativos a la reproducción de las mujeres.

Ahora bien ¿la democracia representativa no tendrá como supuesto implícito que sólo
es aplicable en sociedades donde existe cierta homogeneidad, que facilita el acuerdo
final de los ciudadanos? Y, al mismo tiempo, cabe preguntar cómo han de manejarse las
discrepancias irresolubles que tienen como base valores diferentes.

Los ciudadanos no pueden ser miembros plenos y participativos de una sociedad si sus
necesidades básicas no están satisfechas:
3
En Bolivia, en 1998, llegaron a las cortes judiciales trescientas solicitudes diarias de personas que
deseaban cambiar su apellido aymara y adoptar apellidos hispánicos (Ari Chachaki, 2001).
“La negociación es posible cuando se trata de objetivos y valores, pero no
cuando se trata de necesidades básicas. Las necesidades básicas tienen que ser
respetadas: no son negociables” (Horowitz y otros, 2005).

En la mayoría de los países latinoamericanos, la desigualdad hace imposible la


democracia social (Touraine, 2006:54). La pobreza es una condición pre-ciudadana
(Calderón, s/f: 24).En este contexto, los gobiernos reformistas deben confrontar y
concertar para superar el empate social donde las partes poseen un poder de veto
recíproco.

Críticas a la política de la diferencia

El principio de la “igualdad universal” llegó a ser universalmente aceptado. “Toda


postura por reaccionaria que sea se defiende hoy enarbolando este principio” (Taylor,
1993: 60). Sin embargo, la igualdad abstracta (formal) basada sólo en las normas y
procedimientos, invisibiliza la desigualdad real. Es evidente que la desigualdad real
difícilmente se resolverá en el marco del contractualismo mediante la elaboración de
reglas de igualdad. Los indígenas y afrodescendientes, por ejemplo, quedarán atrás
relegados y sometidos por la presión del sistema. Lo que hace falta es cambiar el
sistema alterando las relaciones de poder. Por esa razón, los conflictos polarizados son
juegos de suma cero.

Este tipo de contradicciones no garantiza una superación automática de las mismas. El


sistema puede metabolizarlas y desembocar en el liberalismo autoritario: “Locke para la
elites y Hobbes para las masas” (Saint Upery, 2006).

Existen críticas mas profundas, expuestas con rigor lógico, como las formuladas por G.
Sartori (2001) que podemos resumir corriendo los riesgos propios de cualquier
esquematización:

- Las políticas de acción afirmativa pueden reforzar las tendencias a fabricar la


diversidad. La política del reconocimiento no se limita exclusivamente a
“reconocer”. Las diferencias que cuentan son aquellas que se han ganado sobre
la base del cabildeo, la movilización y el ruido.
- La inmigración incontrolada puede facilitar el ingreso de extranjeros o indígenas
de difícil integración, que pueden sustentar una cultura premoderna (con
injusticia, intolerancia y arbitrariedad) dentro de los límites de su comunidad y,
al mismo tiempo, aprovechar las ventajas de la democracia en el marco más
amplio de la sociedad anfitriona4.
- Una sociedad fragmentada en grupos integrados por la tradición o por
identidades adscriptas, incomunicados o enfrentados, es algo sustancialmente
diferente a una sociedad pluralista caracterizada por asociaciones voluntarias,
afiliaciones múltiples donde los ciudadanos se toleran y reconocen sus derechos.

El respeto a las otras culturas no puede quebrantar el pacto republicano básico de la


igualdad de derechos y obligaciones ante la ley. Supuestos derechos identitarios no
pueden atentar contra los derechos humanos básicos, como ocurre con ciertas prácticas
4
Las formas de gobierno practicadas en las comunidades indígenas no son siempre democráticas “al
estilo de de la concepción de los clásicos griegos” (PIEB, 2009).
institucionalizadas: esclavitud de las niñas, ablación del clítoris, negación de la igualdad
de mujeres y hombres. Importante investigaciones llegan a la conclusión de que las
culturas no son comparables, pero aquellos patrones que tienen que ver con el poder, la
dominación y la violencia pueden ser juzgados sobre la base de patrones universales
inspirados en la democracia: No importa si una musulmana usa o no el velo, lo
importante es que tenga libertad para decidir (Heller & Feher, 1985).

Valorización y desvalorización del mestizaje

John Francis Burke estudió el mestizaje que se desarrolla en la frontera mexicano-


estadounidense: “Se es norteamericano y mexicano, total pero nunca exclusivamente, se
es tanto lo uno como lo otro, y a la vez, algo más”. Aquí se combinan la cultura
norteamericana y protestante con la cultura católica y mediterránea de America Latina
(Wieviorka, 2003: 78).

Antes que recurrir a la política de reconocimiento que puede petrificar las diferencias
con esquemas separatistas o de eliminarlas a través del melting pots, el mestizaje a
través del intercambio de culturas es la ejemplificación de la unidad en la diferencia
Este enfoque nos invita a poner la mirada, antes que en el núcleo duro de la identidad, a
los elementos culturales que se mezclan y cambian (Wieviorka, 2003: 79- 80).

Recordemos que ya en 1925, José Vasconcelos consideraba que el mestizaje era la


síntesis de todas las posibilidades genéticas y culturales de la especie. Al tiempo que
proclama la abolición de las razas por obra de un mestizaje universal que condujera a la
unidad humana.

Los indigenistas más radicales de la región andina combaten el mestizaje, tanto al


proceso como a los mismos mestizos. Consideran que los mestizos se avergüenzan de
sus antepasados indígenas y adoptan pautas culturales originadas en la colonización.
También se oponen a las universidades por considerarla “fábricas de mestizos” y abogan
por la fundación de universidades indígenas (Sanjinés, 2005).

Lo cierto es que en los enfrentamientos callejeros se ha podido observar que quienes


atacan con mayor odio a los campesinos indígenas son personas que poseen sus mismos
rasgos físicos y casi las mismas pautas culturales. Son los llamados “mestizos cholos”,
para diferenciarlos de la población blancoide (mestizos criollos). Estos
comportamientos ponen de manifiesto la búsqueda de diferenciación por parte de los
mestizos y el deseo de mantener un estamento subordinado que constituya una suerte de
“escalón de abajo” en la pirámide social.

Conclusiones

Los operadores políticos han invadido el campo de las ciencias sociales con actitudes
polémicas y propagandísticas¸ expresándose principalmente a través del discurso oral
que deja pocos registros y, por lo tanto, puede ser cambiado de acuerdo a las
conveniencias del momento, así como el uso de textos que presentan una estructura
panfletaria.
Estos mensajes son presentados bajo una forma atractiva y, en sus versiones más
radicalizadas, conducen al absurdo por las consecuencias prácticas que su asimilación
puede producir.

La estrategia de utilizar aquella parte de la biblioteca que contiene argumentos


favorables al emisor del discurso, presenta un dogmatismo que se aleja de pragmatismo
político y al mismo tiempo olvida la doble faz de la dialéctica.

Los propagandistas políticos – a diferencia de los cientistas- nunca expresan el error


probable en sus opiniones. Actúan como si poseyeran la verdad absoluta.

El principio de la dignidad universal desplazó el “sentido del honor” característico de la


nobleza y al mismo tiempo termina con el reconocimiento – al menos a nivel
ideológico- de los privilegios de esta clase. Pero, al mismo tiempo, esto suele traducirse
en una igualdad abstracta, “a ciegas” que pretende ignorar las desigualdades reales y la
discriminación.

La política de la diferencia (acción afirmativa y derecho comunitario) representa un


importante avance en los países donde se la ha aplicado respetando los derechos de
todos los ciudadanos. Sin embargo, en algunos lugares, es posible que profundice las
diferencias, que contribuya a la fragmentación de la sociedad y que permita que en el
seno de ciertos colectivos existan prácticas no democráticas que afectan a sus miembros
más débiles, mientras la comunidad en su conjunto (y hacia fuera) trata de aprovechar
los derechos y garantías que le ofrece el Estado democrático.

Contrariamente a lo que proclaman los propagandistas, es necesario hacer el camino que


va desde las experiencias vividas hacia el modelo teórico y normativo que ordenará los
principios y servirá como marco de justificación, y viceversa5

Existe la necesidad de lograr nuevos pactos que no excluyan a nadie, sino que
establezcan relaciones de complementariedad entre sistemas que se presentan como
antagónicos, vale decir una combinación de democracia representativa y democracia
comunitaria. Para ello, es necesario conjugar una teoría de la igualdad con una teoría de
las diferencias. Este parece ser el mayor desafío que debe enfrentar la teoría política en
nuestros días.

5
También en los discursos de las ciencias sociales hay un componente retórico-persuasivo que sólo
puede ser separado del conjunto del texto por medio del análisis. Sin embargo, este tipo de discursos
conllevan un esfuerzo para comprender la realidad. El discurso de los propagandistas – en cambio – suele
omitir los argumentos contrarios a la causa que defienden o descalifican a los adversarios practicando
interpretaciones amañadas de sus ponencias.

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