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Muchas veces nos hemos preguntado por qué muchas de las obras que vemos
en museos tratan de temas religiosos, escenas bíblicas y santos. Si bien estos
temas se han tratado de desde hace siglos, durante el siglo XVI y XVII hubo gran
proliferación de este tipo de obras como respuesta a varios factores religiosos,
sociales y políticos que serán objeto de nuestro estudio más adelante.
Todos estos hechos que llevaron (afortunadamente para nosotros los interesados
en el arte) a esta proliferación del arte religioso empiezan gracias a Martin Lutero,
teólogo y fraile alemán del siglo XVI. Lutero, después de su visita a Roma y
asqueado por lo presenciado en lo más alto de la iglesia católica, plantea 95 tesis
que denuncian el corrupto tráfico de indulgencias, cuestiona la autoridad del Papa
y el uso de imágenes sagradas y además propone el seguimiento de la biblia
como forma de salvación, entre muchas otras cosas.
Que esta exaltada religiosidad se viera refleja en obras de arte no es para nada
una afortunada coincidencia. Si bien el concilio había “legitimidado” la veneración
de los santos y sus representaciones (pinturas, esculturas, etc.), la iglesia vio en
estos elementos un potencial incalculable desde diferentes puntos de vista:
Primero, las imágenes de la vida de los santos acercaban a las personas comunes
con las realidades de estos personajes que habían tenido una aproximación
cercana con Dios, ejemplos que derivarían en el misticismo (principalmente en el
misticismo español), pero no sólo eso, sino que desencadenaría una serie de
experiencias suprasensoriales altamente cuestionadas por unos y alabadas por
otros. Así, las imágenes jugaban un papel pedagógico y adoctrinador, aunque
para esto se tuviera que seguir una rigurosidad compositiva (representaciones y
atributos) y que iba en total concordancia con los diferentes textos bíblicos y
catecismos de la época.
Aunque el arte barroco tridentino cumple estas dos metas, la exaltación del
misticismo (y este es un proceso especialmente fuerte en España gracias a Santa
Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, entre otros) causó una serie de
manifestaciones “sobrenaturales” de acercamiento con Dios, especialmente entre
mujeres aparentemente piadosas y devotas. Muchas de estas experiencias fueran
después vistas como demoníacas, algunas veces debido a los notables defectos
de estas personas.
Es claro entonces que la época barroca tridentina es compleja debido a los hechos
históricos y dogmáticos detrás de todo el arte de este periodo. Si ha habido alguna
vez espacios en la historia de la humanidad donde haya existido una estrecha
relación entre el arte y las necesidades de los pueblos (o lo que los más
poderosos consideraban así), el barroco tridentino es sin duda uno de estos. Si
bien no comparto muchos de las acciones de la iglesia (a través de la
contrarreforma, el concilio, etc.) como he dicho a lo largo de este ensayo,
afortunadamente esto se canalizó para la creación de material intelectual de gran
importancia especialmente para Italia, España y la Nueva Granada, haciendo de
alguna forma más interesante y enriquecedora la labor que realizamos (o
realizaremos, en mi caso particular) las personas que nos dedicamos al estudio de
estos temas.