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CAPACIDAD DE CARGA Y HUELLA ECOLÓGICA:

LA PREOCUPACIÓN GLOBAL FRENTE A LA PRODUCCIÓN DE


ALIMENTOS

Por Daniel Garza (*)


danielgarzageografia@gmail.com

Una serie de términos se están utilizando en la actualidad (los cuales pueden


ser percatados en los distintos medios de comunicación -especializados y no
especializados en la temática ambiental-) que refieren objetiva y
subjetivamente a la problemática ecológica más contemporánea y globalizante;
que no comprende precisamente al calentamiento global, al efecto invernadero
o a la deforestación mundial en sí misma; sino a la carrying capacity… ¿De qué
estamos hablando? Ya veremos a continuación.

Cuando la sociedad se convierte en una carga

El término de “capacidad de carga” (en inglés, carrying capacity) es


medianamente utilizado en la literatura ecológica; pero ¿a qué refiere el
mismo?, ¿por qué es necesario que tengamos, al menos, una somera idea de
su “carga conceptual”?

La capacidad de carga es el nivel de población que puede soportar un medio


ambiente dado sin sufrir un impacto negativo significativo. Demás está decir,
luego de interpretar el anunciado precedente, que la “necesidad” de tener al
menos una somera idea sobre esta categoría conceptual es para informarnos
(y en el mejor de los casos concientizarnos) sobre la capacidad que aún tiene
el medio ambiente de “soportarnos” como sociedad actual consumista y
todo lo que éste último calificativo le significa ambiente.

El Lic. Luís Alberto Cervera Novo (1) nos alcanza una nueva categoría
conceptual de análisis un tanto particular; la de la huella ecológica, que
consiste en la “superficie de tierra utilizada para producir los vegetales, granos,
carne, leche, lana y energía que consumimos. Actualmente el habitante de un
país desarrollado requiere de 2,2 hectáreas para satisfacer sus consumos.
Duplica la media histórica de 1.1 hectárea”. Repensemos lo planteado: se ha
duplicado el promedio (o media) de hectáreas que necesita cada habitante de
un país rico, para satisfacer sus necesidades.

Este indicador, “huella ecológica”, fue creado por el economista canadiense


William Rees (2); y nos permite percibir a escala global que, a través de
estudios realizados, en el año 1999 la superficie productiva disponible por
persona era de 1,9 hectáreas mientras que la huella ecológica para ese año
alcanzaba las 2,3 hectáreas por habitante. ¿Estamos en presencia de un
desfasaje? Datos alarmantes sí los hay.

Servicios o beneficios vitales, ¿en deuda con el medio?

Quizás deberíamos partir de un supuesto conceptual -que no siempre es algo


“supuesto” o sobreentendido- que es el de servicios o beneficios vitales que
brindan los ecosistemas. Entre las principales funciones de éstos se hala la
regulación de la composición atmosférica, climática, hídrica, la formación de los
suelos, el tratamiento o desintegración de los residuos, la polinización, el
hábitat de las especies, etc. Algo así como que el medio cumple esos
“servicios” o funciones para la sociedad.

En 1997, el economista especializado en esta temática Dr. Robert Costanza,


estimó y calculó junto a un equipo de investigación que la totalidad de los
beneficios que los ecosistemas mundiales brindaron a la humanidad eran de
unos 33 billones de dólares anuales (3). Ese cálculo demuestra que el valor del
capital natural es superior al Producto Bruto interno mundial anual, que ronda
los 18 billones de dólares por año. Ahora, ante semejante dato, ¿por qué
cuesta tanto asimilar que un “gasto considerable” en inversión pueda colaborar
en revertir la situación crítica del ecosistema mundial? Quizás la lógica y ética
dominante de las sociedades productivas contemporáneas lo expliquen mejor.

La clase productora, sobre todo fabril, consideró desde la revolución industrial,


hasta el día de hoy; que la naturaleza y el medio ambiente son “externos” a las
mismas. “Externos” porque una vez que la explotación y aprovechamiento del
marco físico –medio- está efectuado, el mismo ya no rinde económicamente
como antes, y evidentemente lo que “subsiste” en el ambiente no tiene precio,
no es aprovechable, lo que justamente lo hace “invalorable”; por tal motivo, la
economía neoliberal ha decidido llamar a este tipo de efectos colaterales
externalidades negativas a la producción. “Externalidades” porque el daño
ecológico (producto del proceso productivo, en cualquiera de sus ramas:
agricultura, metalurgia, siderurgia, etc.) efectuado no tiene precio en el
mercado (ya no se puede comercializar, ni incompararlo a la producción, ya es
externo) y por este mismo carácter es negativo. Además termina siéndolo por el
daño ecológico mismo.

¿Un 50% de productividad potencial perdida?

En un artículo publicado en Atlas del Medio ambiente del Le Monde


Diplomatique (2008) se sostiene que, a nivel global, “desde los procesos de
deterioro -de tierras- más leves a los más graves, este fenómeno alcanza a
unos 1,964 billones de hectáreas”; es decir más del 50% de los suelos
cultivables del mundo. Entre las causas se hallan la agricultura intensiva, la
deforestación, la contaminación industrial, y por su puesto el factor erosivo
natural que retroalimenta o dinamiza los efectos adversos de las anteriores
causalidades.

El panorama que muestran los informes actuales sobre la desertificación nos


hace pensar en un escenario tranquilamente ideado para una película de
ciencia ficción de carácter apocalíptica: “el avance de los desiertos” podría ser
uno de los tantos títulos del filme. Ahora realmente pensemos,
independientemente de la postura -conservacionista, explotacionista,
fundamentalista ecológico, etc.-, que adoptemos: si más de la mitad de las
tierras cultivables del globo están en “vías de extinción”, ¿cómo y con qué
produciremos los alimentos en un futuro? ¿Qué estrategias se ejecutarán para
mantener saludable, y en dignas condiciones, a una longeva población que día
a día logra aumentar su esperanza de vida? Evidentemente no sólo los
recursos denuncian no responder positivamente en un futuro; sino que parece
que estamos luchando científicamente para dilatar nuestra “estadía” en la
superficie terrestre.
La primera teoría inquieta por esta problemática

Thomas Malthus, considerado “padre” de la demografía, fue una especie de


pionero en la problemática existencial que relaciona prospectivamente las
variables “población-recurso”. ¿Qué planteaba entonces el economista inglés?
Su preocupación (“Ensayo sobre el principio de la Población”, 1798) estaba
centrada en el crecimiento desigual o desfasado de la población y los recursos,
y por ende, la capacidad de reproducción y regeneración de estos últimos.
Establecía, en su tesis central, que la población crecía “geométricamente” (algo
así como 2, 4, 8, 16, 32…) y los recursos “aritméticamente” (2, 4, 6, 8, 10…) y
en algún momento se alcanzaría “el desencuentro” entre el crecimiento
desmesurado de la población, y los ciclos naturales de los recursos mismos.
¿Qué solución planteaba Malthus? Ninguna, pero sostenía algo muy particular;
las epidemias, las guerras, los desastres “naturales”, serían los factores de
forzamiento que regularían la “sobreabundancia” de población y vendrían a
atenuar mínimamente este desfasaje.

Algo que se hace necesariamente rescatable, para ir cerrando, es que


independientemente de los estudios teóricos desarrollados tiempo atrás, como
los de Thomas Malthus; o los actuales, como los del economista anteriormente
citado Dr. Robert Costanza; las certezas sobre el tema son sumamente
escasas, pero sí hay una verdad indiscutible: “No es propicio especular, bajo
ningún punto de vista, con la capacidad que aún resiste en custodiar el medio
global”.

Notas:
(*) Ayudante de cátedra en Introducción a la Geografía para las carreras de
Prof. y Lic. en Geografía de la Facultad de Ciencias Humanas, de la
Universidad Nacional de Río Cuarto. Alumno colaborador de un PIMEG
(proyecto de investigación para la mejora de la enseñanza de grado) de la
misma facultad.
(1) CERVERA NOVO, Luís Alberto. (2008). “Huella Ecológica. Festín a
bordo del Titanic”. En GEOPERPECTIVAS.
http://geoperspectivas.blogspot.com
(2) En: “Invertir la perspectiva” (artículo), pág. 12 y 13, en: “EL ATLAS DEL
MEDIOAMBIENTE DE LE MONDE DIPLOMATIQUE. Amenazas y
soluciones”. 2008. Edición Cono Sur.
(3) Ídem.
(4) “Está degradada la mitad de los suelos cultivables” (artículo) Pág. 16 y
17. “EL ATLAS DEL MEDIOAMBIENTE DE LE MONDE DIPLOMATIQUE.
Amenazas y soluciones”. 2008. Edición Cono Sur.

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