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Témoris Grecko

COLUMNA “FRONTERAS ABIERTAS”


NATIONAL GEOGRAPHIC TRAVELER
Edición de diciembre de 2008

PATRIMONIO EN PELIGRO

Los viajeros también podemos incidir en la defensa de los


ambientes y monumentos de valor para la humanidad

El Palacio de La Alhambra, en Granada, España, es un


prodigio de ingeniería: los árabes que hicieron de Al
Andalus (hoy Andalucía) un gran centro de las ciencias, las
artes y la tolerancia religiosa, mientras la Europa cristiana
estaba sumida en el atraso y el fanatismo, estimaban el
papel de los estanques y las fuentes en sus refinados diseños
arquitectónicos. En La Alhambra abundan. El problema es
que está colocada en un emplazamiento estratégico en la
cima de un cerro, lejos de cualquier fuente importante de
agua. Sin electricidad, ellos se las arreglaron para hacerla
subir. Cuando fuimos a ver esta maravilla por vez primera,
tuvimos que esperar varios días: no sabíamos que era
necesario reservar un turno con anticipación. Algunas otras
personas que trataban de entrar manifestaron su molestia y
atribuyeron la demora a lo que llamaron “holgazanería de
los andaluces”.

En realidad, se trata de una forma equitativa de darle un


manejo sustentable al monumento. Cada mes, La Alhambra
recibe entre cien y doscientos mil visitantes, mientras que en
el siglo XIV no paseaban por sus jardines más que unas
pocas decenas de personas al año. La falta de agua no es
más que uno de los indicios que revelan la fragilidad del
entorno, además de que sus bellos edificios ya casi tienen
700 años de antigüedad. El turismo la puede matar.

Como está ocurriendo en muchos otros sitios de la lista del


Patrimonio Mundial. A los constructores de la extensa zona
de templos de Angkor, en Camboya, también les gustaba
hacer reflejar sus construcciones sagradas en espejos
acuáticos. Sus canales son masivos: por extensión y
anchura, dejan enanos los fosos que rodean los castillos
europeos. Al cruzar el puente para entrar en Angkor Wat,
conté casi 150 pasos. Pero también se me acabarían las
decenas para numerar los hospedajes de la vecina ciudad de
Siem Reap: los turistas, sobre todo los que consideran que
un hotel sin piscina no es hotel, se están acabando el agua
de la región, el manto freático está descendiendo, los
cimientos de los templos pierden base y podrían sufrir daños
irremediables.

Angkor Wat, mayo de 2006.

Para los países de América Latina, entre otros muchos,


inscribir sus sitios en el Patrimonio Mundial de la UNESCO
ha servido para múltiples propósitos: promoverlos como
atractivos turísticos, atraer fondos internacionales para su
conservación, ofrecer un motivo de orgullo para sus
habitantes. A veces se olvida, sin embargo, que también
deben ayudar a generar conciencia para su protección, que
no deben ser utilizados sólo como imanes de dólares, euros
y yenes, sino que es vital darles un manejo adecuado. Estas
naciones tienen numerosos lugares en la lista tentativa del
Patrimonio Mundial, es decir, en espera de ser evaluados
para entrar Al grupo principal. Sólo México tiene 35. Pero la
UNESCO mantiene una tercera lista, de color rojo: la de los
sitios del Patrimonio Mundial en Peligro. Unos están ahí
porque los amenazan desastres naturales. Otros por
irresponsabilidad humana: conflictos armados,
contaminación, caza ilegal, urbanización descontrolada o
desarrollo turístico abusivo. Estos sitios pueden perder su
condición de Patrimonio Mundial. Esto es solo una
vergüenza para el país que hace casi imposible que pueda
inscribir otros lugares, sino que representa la pérdida de un
valor para toda la humanidad.
Latinoamérica tiene cuatro sitios en la lista en peligro. El
más preocupante es el de las Islas Galápagos, de Ecuador,
por la enorme importancia de su diversidad biológica. No es
casual que Charles Darwin haya encontrado ahí los
elementos claves para fundamentar su teoría de la
evolución, sin la cual todavía seguiríamos creyendo que
todos los seres vivos fueron creados de un plumazo hace
menos de seis mil años. La introducción de especies ajenas,
la inmigración de personas y el crecimiento de las áreas
pobladas, y los flujos turísticos lo están afectando.

En Chile, los pueblos fantasma de las oficinas salitreras de


Humberstone y Santa Laura padecen de un fuerte deterioro.
En Perú, la ciudad precolombina de Chan Chan sufre los
embates del cambio climático que provoca más lluvias,
inundaciones y erosión. Lo mismo ocurre en el puerto
venezolano de Coro, cuyo centro histórico del siglo XVIII y
XIX tiene edificios de adobe afectados por una mayor
precipitación pluvial. Además, hay lugares que todavía no
están en la lista roja, pero pueden llegar pronto, como el
pueblo veracruzano de Tlacotalpan, dañado por la Fiesta de
la Candelaria y las alteraciones urbanas.

La protección del Patrimonio Mundial implica medidas de


naturaleza tan diversa como las amenazas, y los encargados
inmediatos de implementarlas son los organismos
internacionales, las autoridades y las poblaciones. Pero los
viajeros también tenemos responsabilidades, que van desde
precauciones elementales como no contaminar ni dañar los
sitios, hasta colaborar en las acciones de buen manejo. Lo
de La Alhambra, por ejemplo, no es holgazanería, sino
equidad y además facilidad, porque se puede reservar turno
en internet. Además, a la mayoría de nosotros nos conviene
porque todo el mundo tiene las mismas oportunidades de
poder entrar. No ocurre lo mismo en países como Botswana
o Bhután, cuyos gobiernos han decidido proteger sus
delicados ambientes natural (en el primer caso) y social (en
el segundo) y aprovechar al mismo tiempo la demanda para
ganar dinero: ahí no va el que se forma en la fila, sino el que
puede pagar los exagerados precios de sus servicios y las
cuotas diarias que cobran sólo por estar en el país.

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