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Este “otro” salón tiene varios techos que se balancean según lo marca el
viento. No tiene una duela de madera y a cambio ofrece el gris asfalto de la
ciudad ataviado de reflejos hechos de agua. La mayoría se reúnen debajo del
plástico amarillo más grande que hay. Ahí se baila casi de todo: desde
guaracha, rumba, cha cha chá y mambo, hasta ritmos más actuales y callejeros
como la cumbia, la salsa, el merengue o el ballenato.
Los bailes de salón, como el danzón, se disfrutan bajo otras lonas, pero
con igual o mayor intensidad. Un caballero ha entregado en las manos de su
fiel compañera un par de ramilletes de flores que ella cuida celosamente. Se
sientan un rato y vuelven al danzón, ya se abrazan afectuosamente como si
fuera una de esas despedidas que no se olvidan. Él le ofrece apoyo en su
brazo y caminan juntos por el parque hasta que sus figura desaparecen en la
lejanía del lugar.
El baile como una de las expresiones culturales más valiosas del ser
humano se conserva en el sentir de mucha gente, se conserva en los pasos de
guaracha y danzón, ritmos unidos, sincronizados con el pasar del viento,
palabras, risas, dedicación, esfuerzo y baile. Convivencia sin distinción de edad
o género.