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El golem genético.

Tú conocías hasta el fondo de mi alma,


y nada de mi ser se te ocultaba, cuando
yo era formado en lo secreto…
Salmo 139, 15.

Desde que el joven Ben Josef Schindler ingresó en la facultad de ciencias naturales, una
sola obsesión marcó su vida. A lo largo de su historia, la biología había sido la única materia
que pobló sus sueños. Las proteínas, los procesos metabólicos o la composición de los genes,
lo abstraían a un mundo del que sólo lo liberaba la religión. De niño había quedado fascinado
con los relatos del génesis y en especial con la creación de Adán. El misterio de la vida ejercía
sobre él un poder hipnótico. Las largas horas que había pasado en la sinagoga de la calle
Libertad, escuchando las historias de su pueblo, ejercieron sobre él una especie de embrujo.
Allí sintió hablar por primera vez, acerca de las historias del Golem de Praga. Este misterioso
engendro de barro, adquiría vida cuando el rabino Judá Löew, colocaba entre sus labios una
tablilla con una palabra secreta. Ese enigmático talismán, tenía el poder de recibir las vitales
energías del universo. Y mientras el joven científico crecía en su saber, en la sinagoga
adquiría una sólida doctrina religiosa.
Obstinado por hacer lo que Dios hace, buscó crear un ser capaz de detentar vida humana.
Schindler no quería formar un golem de arcilla, como aquellos que habían poblado las
leyendas que escuchaba en la sinagoga. No quería agregarle un ser amorfo e informe al
mundo, sino un hombre superior. Más que un ser tosco, pretendía formar un ser de carne, más
parecido a un hombre que a una bestia de fango. El omnipotente Jehová, del que había oído
hablar en aquellas fantásticas historias, había creado en Adán a un ser limitado y débil. Ese
mismo polvo inerte del que provenimos y que nos limita; debía ser superado por una nueva
forma de vida. Por ello, Ben Josef pretendía realizar una segunda creación, utilizando material
genético en vez de lodo. Así podría brindarle a la humanidad un hombre nuevo; muy superior
a esta miserable condición humana que nos delimita.
Para desarrollar semejante empresa, puso toda su esperanza en la clonación. Entonces,
tomó material genético de diversos tipos, con los que dio origen a sus primeros estudios.
Comenzó haciendo una serie de ensayos con animales. Así logró elaborar clones o copias
perfectas de ovejas, ratones, cabras y cerdos. Aunque sin duda, el porcentaje de animales
deficientes que obtenía, era elevado. Pero durante mucho tiempo, tuvo la decencia y el respeto
de evitar la experimentación con seres humanos. Y sólo cuando comprendió que sus
procedimientos de clonación tenían cierta perfección, se decidió a realizar clones de sí mismo.
Entonces, inició una serie de pruebas con células madre de sus propios huesos, de su piel,
de la retina, la médula y el páncreas. La depurada técnica que usaba consistía en la
transferencia nuclear de células. En ella participaban dos células, una que hacía de donante y
la otra que acepta el contenido genético. Esta última consistía en un ovocito al que se le
habían extraído sus cromosomas. Luego, a través de una serie de choques eléctricos fusionaba
el ovocito con la célula que contenía el material genético, que había tomado de las diversas
zonas de su cuerpo. Estos choques eran los que luego permitían que la nueva célula formada,
sea estimulada para lograr su desarrollo. Una vez que lograba la estimulación de esta célula,
las injertaba en el útero de una hembra de cualquier especie, para darle un ambiente adecuado
para su desarrollo. Aunque con el tiempo, logró depurar de tal manera esta técnica, que pudo
prescindir de los úteros femeninos y alcanzar el desarrollo de sus seres, en unos tubos que
imitaban las condiciones normales de presión y temperatura humana.
Sus primeros ensayos dieron como resultado una serie de embriones deformes y ciertos
abortos. Los resultados iniciales, produjeron una serie de clones con apariencia humana, pero
con terribles malformaciones. Estas deformidades eran de tal gravedad, que no les permitían
subsistir por más de tres días. Pero luego de más de 300 ensayos que no dieron resultado,

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comenzó a obtener clones que podían subsistir por siete días. Y luego una serie de eternas
combinaciones, llegó el día en que pudo obtener una especie de clon híbrido, con su propio
contenido genético.
Cuando vio a una copia de si mismo frente a sus ojos, sintió una exaltación y un orgullo
sin límites. Pero esta sombría silueta gris que engendró, carecía de armonía. Enloquecido por
el vértigo y un arrebato sin límites, vio como ese raro ente iba creciendo y tomando forma. La
voluminosa figura, se le apareció como un ser contrahecho y con algunas deformidades. Sus
pies no se habían formado bien. Apenas si podía apoyarse sobre unos pálidos muñones, que le
hacían difícil caminar. Su respiración era algo agitada, pues manifestaba una cierta dificultad
en la composición de su sistema respiratorio. Su brazo derecho estaba incompleto, pues
carecía de mano. Era una especie de criatura tenebrosa y sin las notas peculiares del espíritu
humano. Parecía más bien un vegetal que un hombre. Tenía un aspecto de zombi, que vagaba
sin sentido por la casa. Se trataba de un ser tonto y estúpido, cuya mayor invalidez se
observaba en su incapacidad de hablar. En las fábulas que Ben Josef había escuchado de niño,
tener un golem era visto como símbolo de sabiduría y santidad. Pero en su caso, este ser
deforme, se transformó en una desagracia.
El extraño simulacro era flaco y de unos 60 centímetros de alto. A diferencia de lo que
sucedía con los amorfos gigantes de barro, que crecían de manera desmesurada, nuestro
pequeño golem se achicaba un centímetro por semana. Al mismo tiempo, se observan en sus
órganos un cierto envejecimiento prematuro, cuya causa era incierta. Además poseía una
natural brutalidad, que lo hacía rebelde e incapaz. En muchas ocasiones se enfrentó contra su
creador e intentó huir. Por ello, el ilustre científico se veía obligado a atarlo por las noches.
Envalentonado por su pálido éxito, creó otro golem masculino y uno femenino, para
utilizarlos en distintas tareas. A la mujer la educó como cocinera y le enseño a barrer los
pisos. Pero era tan inútil en su tarea, que a menudo los pisos permanecían sucios y la comida
era imposible de digerir. Sin embargo, al varón, que era bastante más estúpido, no pudo darle
tarea alguna.
Ben Josef se había dejado influenciar por la tradición judía, que es muy rica en la idea de
creación de golems. La historia no comienza con el rabino de Praga, sino que es más antigua.
Se dice que tanto Salomón como Abraham, había recopilado una serie de palabras mágicas
que tenían el poder de crear distintos tipos de seres. Algunos afirman que el profeta Jeremías
fue capaz de crear un golem. Una creencia popular sostiene que fue Eleazar de Worms, quien
en el siglo XI divulga la receta para la fabricación de ellos. Abraham Abulafia, el gran
cabalista español grabó una fórmula para crearlos. Luego de su viaje a Roma, para convertir
al papa Nicolás III al judaísmo, encontró las letras que necesitaba. En una oscura biblioteca de
la vía Catalana, en donde hoy se encuentra la sinagoga de Roma, descubrió un papiro con las
letras secretas. En base a ellas elaboró la “clave de la Kabbalah”. Y habiendo descubierto las
palabras secretas, volvió a Barcelona, en donde tuvo una serie de éxtasis proféticos, que
finalmente lo condujeron a la muerte.
Lo cierto es que así como Dios creó el mundo utilizando la palabra, Ben Josef sabía que
cada letra poseía un poder oculto. Hay una naturaleza Divina que se oculta detrás de las letras
y el alfabeto. Las palabras dan forma a lo intangible y ocultan tras su ropaje la esencia de las
cosas. Son un artilugio fantástico, cuyo mágico poder no tiene límites. Fue así, que con el
tiempo, descubrió una serie de libros esotéricos, en donde intuyó la posibilidad de darle
inteligencia a su creación, haciendo uso de las palabras. Apoyado en estos textos y en la
Kabbalah, hizo un círculo alrededor de la criatura y lo recorrió recitando las 33 palabras
secretas de las 333 combinaciones seleccionadas de distintos alfabetos. En esa fórmula no
sólo se encerraba el sentido de la vida, sino también cálculos muy precisos como el peso del
polvo que cabe dentro de una cucharita, la cantidad de fotones que constituyen un ángel, el
peso exacto del alma humana y el número de elementos químicos de todo el universo. Luego
recitó cada una de las letras del nombre Divino. Y una vez pronunciado el ritual, tomó al
hombrecillo y escribió sobre su frente la palabra emét, que significa “verdad”.

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Pero sus rituales religiosos no dieron resultado alguno. Angustiado a causa de los escasos
progresos, buscó otra vía de solución. Fue así, que atrapado por la soberbia, decidió comerciar
con los poderes de las tinieblas. Entonces, convocó a un brujo, que le enseño el poder de la
magia negra y la evocación de espíritus. Dormía poco y apenas si probaba bocado. Ocultó sus
tranquilizantes y las botellas de alcohol en un oscuro lugar del laboratorio. Se volvió un
asceta, que renunció al más mínimo placer hasta obtener el resultado buscado. Lleno de
coraje, ofreció a los demonios múltiples y deplorables sacrificios. Meditaba, experimentaba y
elaboraba extraños conjuros. Sólo deseaba una vida racional, para su extraño engendro. Hasta
que en una de sus tantas ceremonias, vio frente a sus ojos al demonio Asmodeo. Detrás de una
densa nube de azufre, el oscuro espíritu le reveló una importante evidencia. Le explicó que los
poderes de las tinieblas y la oscuridad de nada sirven para dar vida. Ellos sólo están asociados
a la muerte y al mal. Los hombres sabios y piadosos, que confían en el Creador, son los
únicos capaces de alcanzar los milagros asociados a la vida. Es imposible que un principio
vital, provenga de un ser tenebroso y asociado a la muerte de la que ya no se puede volver.
Luego de largas horas de rigurosa educación, el científico comprendió que era imposible
hacer de un animal, un ser racional. Su muñeco era tan estúpido que los progresos en su
adiestramiento eran ínfimos. Entonces, se pasó los días y las noches experimentando distintas
formas de lograr que su títere de carne pueda adquirir racionalidad. Pero no había forma de
conseguir que el soplo Divino sea infundido en su cuerpo informe. Había nacido para ser un
ente sin espíritu. La muda e ignorante bestia, no tenía forma alguna de progresar. Sólo era
capaz de emitir una serie de chillidos extraños, cuando Josef lo dejaba atado durante los días
sábados, para cumplir con el precepto del descanso.
Cuando el terrible ente comenzó a adquirir una especie de pensamiento animal; también
sintió cierta aversión hacia su creador. No podía comprender como era tan semejante a su
autor, pero no poseía ese espíritu que nos hace pensar, hablar, reír y elegir. A pesar de todos
los esfuerzos que hacía para progresar en su educación, seguía siendo una especie de simio
parlante. Aún no podía hablar, pero podía emitir alrededor de cuarenta sonidos guturales que
lo acercaban un poco al lenguaje de algunos seres humanos. Pero lo que más lo distanciaba
del biólogo, era su desprecio. A causa de su deformidad y su carencia de espíritu, sufría un
cruel rechazo de su parte.
Cuando el odio que sentía por Ben Josef, comenzó a crecer, se decidió a quitarle ese
espíritu que el aún no poseía. Entonces, en una noche cerrada de marzo, mientras dormía
profundamente, le administró una fuerte dosis de tranquilizantes. Cuando se hallaba
durmiendo, introdujo en su boca una enorme cantidad de pastillas y le agregó varios litros de
alcohol, que el pobre biólogo tomó sin darse cuenta. Luego lo ató a una silla y lo dejó en
silencio. La enorme cantidad de elementos que ingirió; lo condujeron a un estado de coma
vegetativo persistente. Mientras iba perdiendo sus movimientos, su lenguaje y su poder, la
criatura lo mantenía atado en la silla. El tenebroso muñeco, veía como el espíritu de su
creador se iba agotando Y ante semejante suceso, una especie de exaltación se apoderaba de la
bestia.
Al parecer el estado crónico vegetativo duró más de una semana. Se observaron en él
algunos problemas respiratorios a causa de la falta de alimentación. Podía abrir y cerrar los
ojos, pero su alma se había limitado a cumplir las funciones orgánicas. Sin duda que veía y
oía a su golem, pero ya nada le podía decir. También mantenía los ritmos del sueño y la
vigilia, aunque parecía un ente inanimado. Pero lo que más deleitaba al fantoche es que por
fin Ben Josef, ya no podía comunicarse ni hablar. Y esto entusiasmaba al muñeco, que por fin
se sentía igual al ser humano que le había dado vida.
Luego de doce días de esa tortura; en la facultad donde el biólogo dictaba sus cursos,
pidieron intervención a la policía. Ante este pedido, el comisario, envió al oficial Pablo
Matute, a hacer una requisa de su laboratorio. Cuando el oficial logró abrir la puerta de
entrada al laboratorio, se encontró con una escena macabra. El cuerpo flaco, pálido e inerte
del biólogo, permanecía atado a una silla. Casi moribundo, descansaba sin emitir palabra y

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con una pestilente suciedad, que impregnaba el ambiente de un hedor irrespirable. Aunque no
estaba conectado a un respirador artificial ni recibía alimento por vía nasal o intravenosa,
conservaba su aliento vital. A su lado estaba el pequeño engendro, mirándolo con cierto odio.
En la declaración taquigráfica, que posee algunas descripciones poco creíbles, el policía
relata una situación tétrica. Sostiene allí, que vio un par de lágrimas sobre la cara del muñeco.
Luego agrega, que emitía unos extraños sonidos, en los que el uniformado creyó escuchar:
“Maldito sea mi creador”. Oculto en un cajón del suntuoso escritorio del laboratorio,
descubrió una carta impactante. Allí con lujo de detalles, el biólogo parecía preanunciar su
estado, de la siguiente manera:
“Desde niño sentí un particular asombro por la composición del cuerpo y por todo aquello
que tuviera vida. Había perseguido aquella quimera que desde hace siglos buscan tanto
alquimistas como sabios y científicos. Me había topado con el misterio de la vida y fui capaz
de recrearla en un laboratorio. Pero cuando pude formar a este monstruo que hoy habita bajo
mi techo, descubrí que detrás de esa serie de nervios y huesos no hay un alma humana. Tal
vez tuve un error en las palabras o en la forma de pronunciar el nombre sagrado. Pero creo
que no hay posibilidad alguna de brindarle un espíritu a ese engendro que traje al mundo. Mi
soberbia me ha conducido a este infierno que estoy viviendo. Supuse que con mi ciencia
podría volver a la vida a quienes habían muerto y evitar la corrupción del cuerpo con sólo
tomar una par de células sanas. Podría dar vida tanto a mamuts como dinosaurios, con sólo
obtener algún elemento de su constitución genética. Mis investigaciones permitirían lograr
una selección de individuos sanos e inmunes a diversas enfermedades genéticas. Esto
permitiría lograr una selección natural que mejorara la raza. Además podría definir la elección
del sexo y otra serie de hipótesis que harían de nuestro planeta un mundo muy superior al que
conocemos. Así pretendía controlar la vida y la muerte, el destino y el futuro. Mi poder podría
tentar al mismísimo Creador. Pero mi orgullo, terminó convirtiéndome en un esclavo de aquel
engendro. Al poco tiempo, la bestia comenzó a demostrarme su odio. A veces, lo veía durante
las noches, sentado al lado de mi cama mientras intentaba dormir. La presencia de ese
monstruo me atormentaba, pues un par de veces me golpeó con unos palos que quitó de una
mesa. Comencé a dudar entre matar a la bestia o continuar con mis investigaciones. Hasta que
ayer tuve una experiencia mística. En ella escuché al Creador que me decía:
“Acaso te crees igual a mí. Yo soy el único. Soy el inefable, al que tus palabras ni siquiera
pueden nombrar. Debo decirte que mañana tu vano orgullo te conducirá a la muerte. No te
diré cómo sucederá, pero sólo te diré que debes tener cuidado con tu miserable creación.
Muchos han muerto y han enloquecido, buscando encontrar ese oculto nombre que pueda
comprender mi esencia. Pero si quieres agotar la esencia de todo lo que soy, nunca lo podrás
alcanzar. Adán pudo vislumbrar algún aspecto de esa palabra en el paraíso. Pero la miseria del
pecado, se lo ha ocultado a la humanidad. Sólo espero que sepas, que hay un nombre que ni el
más elevado de los seres me podrá quitar. Ese nombre secreto que todos se afanan por
encontrar es una simple palabra, que en todos lados puedes ver. Puesto que mi nombre no sólo
es Ser sino también Vida”.
Hace más de dos días que no puedo dormir. Tengo miedo de ese horrible golem, que no me
animo a destruir. Aunque supongo que una vez que pueda recuperarme luego de un sueño
reparador, culminaré con este ser que está destruyendo mi vida”.

Horacio Hernández.

http://www.horaciohernandez.blogspot.com/

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