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ASPECTOS HISTÓRICOS DEL PUEBLO JUDÍO SEGÚN LA BIBLIA

según apuntes del Prof. Daniel Galatro dgalatrog@hotmail.com

1 PROTOHISTORIA

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”, comienza diciendo el Génesis,
libro primero de Moisés, quien relató el origen del pueblo judío, y, con él, el
origen (“génesis”) de la Humanidad.

¿Cuándo fue ese principio? Es imposible saberlo en base al escrito de Moisés,


porque allí refleja cada etapa como “un día”, expresión que probablemente no
tuviera relación con nuestros días de 24 horas.

Y en la mañana y la tarde del sexto de esos días, Dios dijo “Hagamos al hombre
a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…”, creó a Adán (“primer
hombre”) y a Eva (“primera mujer”), los bendijo, les ordenó fructificar y
multiplicarse, y sojuzgar la tierra. Así, según la Biblia, aparece el ser humano en
este planeta.

Adán, inducido por Eva, desobedeció a Jehová, perdieron el paraíso, y el


nacieron de los dos primeros hijos de la pareja, Caín, labrador de la tierra, y
Abel, pastor de ovejas. Aquí Moisés refleja el nacimiento de la agricultura y de la
ganadería, las fuentes de las que el hombre tuvo que obtener su sustento
cuando perdió aquel paraíso.

Caín mató a Abel por una cuestión de celos, pues Jehová miró con agrado la
ofrenda del pastor pero no la del labrador. Entonces Jehová lo maldijo
diciéndole que ya la tierra no le iba a dar sus frutos, y que debería irse
transformándose en un nómada, errante y extranjero, aunque lo protegió de que
alguien pudiera matarlo cuando lo encontrara.

Entonces Caín se marchó a la tierra de Nod, al este del paraíso, donde conoció a
una mujer con la que tuvo un hijo, Enoc. Edificó una ciudad a la que llamó con
el nombre de su hijo.

Pero Adán y Eva habían tenido un tercer hijo, Set (“reemplazo”), a quien
llamaron así porque había venido a sustituir al Abel asesinado. Set fue padre de
Enós, quien fue padre de Cainán, quien fue padre de Mahalaleel, quien fue padre
de Jared, quien fue padre de Enoc, quien fue padre de Matusalén, el que, según
Moisés, llegó a vivir 969 años, y fue el abuelo de Noé. Era la séptima generación
después de Adán, en la línea de Set. Enoc fue el primero que, según la Biblia,
“fue llevado por Dios”, es decir, que “desapareció”, no aclarando Moisés cómo
fue que ocurrió.

Luego Matusalén fue padre de Lamec, el padre de Noé. El nombre Noé significa
algo así como “consuelo” o “descanso”, nombre que Lamec le puso por
entender que iba a ser quien aliviara a la familia de tanto trabajar con esfuerzo la
tierra que Jehová había maldecido. Noé tuvo como hijos a Sem, a Cam y a Jafet.

La descendencia de Adán y Eva ya era muy numerosa en hombres y mujeres.


Estas mujeres, hijas de los hombres, eran hermosas, y entonces menciona
Moisés que algunos a los que llama “hijos de Dios”, es decir, que no eran hijos
de los hombres y por lo tanto no eran descendientes de Adán y Eva, las tomaron
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para sí. También expresa que los hijos de Dios tuvieron con las hijas de los
hombres unos descendientes muy especiales, muy valientes y que lograron ser
varones de renombre. Y también cuenta el Génesis que por los tiempos de Noé
había gigantes en la tierra.

Por estos tiempos, ya había visto Jehová que el hombre que había creado no era
fácil de llevar, por lo que decidió acortar la existencia humana a solamente 120
años. Pero vio también que la maldad de los hombres era mucha, pues en sus
corazones predominaba el mal sobre el bien. Diez generaciones de seres
humanos habían ocupado la tierra, tomando a Adán como primera generación, y
Jehová estaba arrepentido de haber creado animales y hombres, y decidió
destruir todo.

Sin embargo, vio que Noé era un hombre justo y creyó oportuno salvarlo, y
salvar a su familia. Le indicó que debía construir un arca, y le dio sus medidas y
características, avisándole que iba a inundar la tierra. Allí debería instalarse él,
sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos. Y debía ingresar en al arca
machos y hembras de cada especie animal, siete parejas de cada animal limpio,
una sola pareja de cada animal no limpio. Y, por supuesto, cargar los víveres
necesarios para el mantenimiento de todos.

Noé ya tenía cumplidos 600 años cuando cayó el diluvio que duró 40 días y 40
noches. El agua cubrió todo, hasta los montes más altos, y todos los seres
vivientes que habitaban la tierra murieron, salvo Noé, su familia, y los animales
que había subido al arca.

Cuando todo volvió a secarse, bajaron a tierra, y todo volvió a comenzar. Y


Jehová decidió que ya no iba a maldecir la tierra por causa del hombre, y que
mientras la tierra permaneciera habría siembras y cosechas, frío y calor, verano
e invierno, día y noche. Y firmó su pacto mostrando el primer arco iris. Aunque
les indicó que no debían comer carne con sangre, ni un hombre matar a otro
hombre.

Hubo más tarde un incidente entre Noé y sus tres hijos, y Cam se comportó mal
ante los ojos de su padre. Por ello, Noé maldijo a Canaán, hijo de Cam, y lo
convirtió en el primer siervo de la historia, que debería servir a sus tíos. En tanto
bendijo a Sem, y pidió a Jehová que engrandeciera a Jafet, debiendo este último
habitar en las tiendas de su hermano mayor.

El hijo segundo de Noé, Cam, tuvo cuatro hijos. El menor era Canaán, a quien se
lo había condenado a la servidumbre. El mayor de los hijos de Cam se llamaba
Cus, quien fue padre de Nimrod, el primer poderoso de la tierra y conocido como
vigoroso cazador.

Nimrod reinó en Babel, Erec, Acad y Caine. De allí salió para Asiria y edificó
Nínive y otras ciudades.

Los hijos de Cannán eran llamados “cananeos” y fue su territorio desde Sidón
hasta Gaza, y, en la dirección de Sodoma y Gomorra, su poder llegaba hasta
Lasa. Esas eran las tierras que Jehová prometería a Abraham, a Isaac y a Jacob,
donde llegarían los hebreos escapados de Egipto y conducidos por Moisés.

Un hijo notable de Sem fue Elam (iniciador de los elamitas). Y otro fue Aram (que
dio origen a los arameos). Los hijos de Noé y sus familias se esparcieron por la
tierra fundando las naciones después del diluvio.
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Cuando salieron de oriente, inventaron el ladrillo. Pegaban un ladrillo con otro


usando asfalto. En la tierra de Sinar edificaron una ciudad y comenzaron una
torre para intentar llegar al cielo. Jehová lo impidió haciendo que sus lenguas se
confundieran y ninguno comprendiera las palabras de su compañero. Por eso
esa torre se llama “de Babel” (“babel” significa “confusión”). Dejaron de
construir la torre y cada uno se marchó hacia un lugar diferente.

2 PERÍODO PATRIARCAL

Tiempo después apareció entre ellos un hombre llamado Abram, que vivía en
una ciudad llamada Ur, en la región de Caldea. Toda la familia se marchó luego a
otro lugar llamado Harán. Abram fue elegido por Jehová para fundar una gran
nación en un lugar que le mostraría. Entonces Abram, su esposa Sarai, su
sobrino Lot y otros familiares se marcharon rumbo al Negev.

Pero se produjo una gran hambruna en la tierra, y entonces Abram y su familia


se fueron a vivir a Egipto. Allí dijo que Sarai, que era muy hermosa, era su
hermana, y como los príncipes la admiraban por su belleza, y la habían llevado a
vivir con el Faraón, Jehová castigó a Egipto con una serie de plagas. Cuando el
Faraón se enteró de que Sarai era la esposa de Abram, se enojó mucho y echó a
Abram y su familia de Egipto.

Volvieron al Negev. Abram ya era un hombre muy rico en ganado, en plata y en


oro. Como también Lot tenía muchas posesiones, decidieron que se fuera a otra
parte, y así Lot marchó a la llanura del Jordán. Años después, cuando ya estaba
instalado en Sodoma, el lugar fue invadido y Lot tomado prisionero, hasta que
fue liberado por Abram y pudo recuperar su familia y sus bienes.

Sarai, la esposa de Abram, no podía tener hijos. Tenía una sierva egipcia llamada
Agar, y decidió hacerla esposa de su marido, para que pudiera ser padre. Jehová
dijo que ese hijo se llamaría “Ismael” (que significa “Dios oye”).

Luego de nacido el niño, Jehová cambió el nombre de Abram (“padre


enaltecido”) por Abraham (“padre de una multitud”). También cambió el de Sarai
por el de Sara (“princesa”). Y pese a que Abraham ya tenía casi cien años y Sara
noventa, permitió que Sara tuviera un hijo propio, al que llamó Isaac.

Por ese tiempo, Sodoma y Gomorra eran dos ciudades en las que el pecado
reinaba. Jehová permitió que Lot y su esposa escaparan, diciéndoles que no
miraran hacia atrás. Pero la mujer de Lot quiso ver qué pasaba con Sodoma
mientras Jehová la destruía con lluvia de azufre y fuego desde el cielo, y, como
castigo, fue convertida en una estatua de sal.

Pero el hijo mayor de Abraham, el que había tenido con la sierva egipcia Agar, se
burlaba de Isaac, su hermanastro. Por eso, Ismael y Agar fueron echados de la
casa de Abraham y se fueron a un desierto llamado Parán, fundando la nación de
los ismaelitas.

Jehová ordenó a Abraham que sacrificara a Isaac, pero cuando vio que iba a
hacerlo como señal de obediencia detuvo su mano, y lo confirmó como padre de
una gran futura nación. Muere luego Sara, y Abraham busca esposa para Isaac,
casándolo con una mujer llamada Rebeca. A los ciento setenta y cinco años,
murió Abraham.
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Isaac se casó con Rebeca y tuvieron gemelos: Esaú y Jacob. Esaú era activo y
cazador, mientras que Jacob era quieto y salía poco de su tienda. Esaú era el
preferido de Isaac, pero Jacob era el protegido de Rebeca. Jacob cambió a Esaú
la progenitura por un plato de potaje de lentejas.

Cuando Isaac estaba muriendo, quiso bendecir a su primogénito, creyendo que


era Esaú. Mediante un engaño ideado por Rebeca, y aprovechando que Isaac
estaba ciego, bendijo a Jacob como primogénito. Pero luego Esaú quería matar
a Jacob, por lo que éste tuvo que escapar. Anduvo por diversos lugares hasta
que llegó a la casa de su tío Labán, hermano de Rebeca.

Con Raquel, hija de Labán, Jacob tuvo un hijo al que llamó José, aunque tuvo
otra esposa Lea, hermana de Raquel, y otros hijos. Por un conflicto con Labán,
Jacob y su familia tuvieron que huir de regreso a la casa de Isaac, su padre. Allí
se reconcilió con su hermano Esaú. Y Jehová cambió el nombre de Jacob por
“Israel”.

En total Israel (antes Jacob) tuvo doce hijos con sus dos esposas y con las
siervas de estas. Con Lea tuvo a Rubén (el mayor de todos), Simeón, Leví, Judá,
Isacar, y Zabulón. Con Raquel tuvo a José y a Benjamín. Con Bilha, sierva de
Raquel, tuvo a Dan y Neptalí. Y con Zilpa, sierva de Lea, tuvo a Gad y Aser.

A los ciento ochenta años, murió Isaac, siendo sepultado por sus hijos Esaú y
Jacob.

Como un día José, hijo de Israel (Jacob) dijo a sus hermanos que había soñado
que iba a reinar sobre ellos, decidieron estos matarlo. Pero cuando iban a
hacerlo prefirieron vendérselo a una caravana de ismaelitas, sin decírselo a
Rubén, el mayor. Los ismaelitas se llevaron a José a Egipto. Allí fue comprado
por Potifar, capitán de la guardia del Faraón. Pero la esposa de Potifar gustó de
José y quiso tener relaciones con él. Como José se negó y una vez ella trató de
obligarlo, tuvo que huir. Ella lo acusó de que había sido él quien quiso abusarse
de ella y Putifar lo hizo encarcelar. Pero por su buen comportamiento allí, José
era muy respetado. Además interpretaba sueños.

Dos años después, el propio Faraón tuvo sueños con siete elementos (vacas
una vez, espigas otra) que eran maravillosas pero eran seguidos por otros siete
que eran lamentables. Llamaron a José, que seguía preso, para que los
interpretara. Le dijo que eran siete años de prosperidad que serían seguidos por
siete años de miseria. Entonces le recomendó que durante los buenos años
recogieran todo lo que pudieran y lo almacenaran, para con eso sobrevivir los
siete años malos. Admirado, el Faraón lo nombró gobernador de Egipto.

Un día, diez de los hermanos de José llegan a Egipto y lo encuentran como un


hombre poderoso, aunque no lo reconocían. José les pidió que volviesen con su
hermano menor, Benjamín. Eran los tiempos de miseria. Regresaron con el más
joven y se quedaron a vivir allí, junto con Israel (Jacob), su padre, tierra donde
este murió años después. Todos permanecieron en Egipto durante varias
generaciones. Antes de morir, José dijo a sus hermanos que saldrían de Egipto
para ir a la tierra prometida por Jehová a Abraham, a Isaac y a Jacob.

Un varón de la familia de Leví tomó por mujer a una hija de Leví, es decir, a una
de su misma sangre, lo que estaba prohibido. Tuvieron un hijo que era muy
hermoso, pero que tenían que tener escondido. Cuando el bebé tenía tres
meses, por miedo de seguir ocultándolo lo colocaron en una canastita hecha
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con juntos, calafateada con asfalto y brea, y lo dejaron junto al río. Y pusieron a
una hermana a vigilar.

Justamente llegó a lavarse al río la hija del Faraón y encontró la canastita con el
niño. Lo hizo criar como si fuese hijo suyo y le puso como nombre “Moisés”
(“salvado de las aguas”).

Cuando ya era un jovencito, Moisés vio que un egipcio golpeaban a un hebreo.


Aunque no sabía que él también era hebreo, salió a defenderlo, matando al
egipcio y lo escondió en la arena. Pero al día siguiente encontró a ese mismo
hebreo peleando con otro de su raza. Como también quiso separarlos, ellos se
enojaron con él y lo acusaron de querer matarlos como había hecho con el
egipcio. Cuando el Faraón se enteró quiso matar a Moisés, pero éste se escapó
al desierto. Allí se casó con la hija de un pastor llamado Jetro.

Ya muerto el Faraón, y andando Moisés por el desierto, Jehová se le apareció y


le reveló que era hebreo y que su misión sería sacar a los hebreos de Egipto y
llevarlos a la tierra prometida. Moisés, con su mujer y sus hijos, regresó a Egipto
junto con otro hombre llamado Aarón, de la tribu de Leví. Se presentaron delante
del Faraón para pedirle que dejara ir a los hebreos. Muchas cosas ocurrieron
antes de que pudieran escapar. Hubo plagas de sangre, de ranas, de piojos, de
moscas, de enfermedades del ganado, de úlceras en personas y animales, de
granizo, de langostas y de tinieblas. Pero el Faraón no les permitía marcharse.

Entonces Jehová les dijo a Moisés y a Aarón que ese mes iba a ser el primero de
los meses del año. Y les enseñó una ceremonia que deberían hacer siempre para
esa fecha, a la que llamó Pascua de Jehová. También Jehová hizo morir a todos
los primogénitos de las familias egipcias, de los no hebreos y hasta de los
animales. Entonces sí el Faraón los dejó ir.

3 PERÍODO DEL ÉXODO

Jehová no los hizo ir por el camino de la tierra de los filisteos para que no vieran
que había guerra y quisieran volverse a Egipto. Los hizo rodear por el camino
del desierto del Mar Rojo. Jehová los guiaba de día con una columna de nubes y
de noche con una columna de fuego, para que hicieran el camino rápidamente,
sin detenerse.

Acamparon junto al Mar Rojo. El Faraón había cambiado de idea y decidió


perseguirlos con su ejército. Los hebreos estaban encerrados entre el mar y el
desierto. Pero cuando ya los egipcios estaban por llegar, Moisés, por indicación
de Jehová, alzó su bastón, puso su mano sobre el agua y comenzó a soplar un
viento del este que empujó las aguas hasta que el río quedó seco. Por allí
cruzaron, entre dos muros líquidos. Los egipcios quisieron seguirlos pero, ya
habiendo cruzado todos los hebreos, Moisés volvió a extender su mano y las
aguas se juntaron y todo el ejército del Faraón quedó sumergido, sin que
quedara ninguno vivo.

Se alejaron del Mar Rojo yendo por el desierto de Shur, donde no había agua, y
luego por el de Sin, donde no había comida. Jehová los socorría haciéndoles
encontrar pozos o brotar agua de las piedras, y dejando caer del cielo un
alimento que llamaron “maná”. Tuvieron que guerrear contra Amalec,
organizarse como nación, nombrar jueces. A los tres meses llegaron al desierto
de Sinaí, donde acamparon. Allí había un monte con el mismo nombre. Subió
Moisés al monte y allí Jehová le dio las tablas de piedra con sus diez
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mandamientos junto con otras indicaciones de lo que deberían hacer. En ese


monte estuvo Moisés durante cuarenta días y cuarenta noches, y Jehová le dictó
acerca de cómo debían organizarse cuando llegaran a la tierra prometida.

Mientras Moisés estaba en el monte Sinaí, su pueblo dirigido por Aarón


construyó un becerro con todo el oro que tenían. Y se pusieron a adorar ese
becerro como si representara a Jehová, bailando a su alrededor. Jehová mismo
se enojó mucho, dijo que los dejaría seguir andando pero que en el día del
castigo, iban a ser castigados.

Muchos años estuvieron allí, al pie del monte Sinaí, organizándose como nación,
alrededor de un Tabernáculo ordenado por Jehová, aprendiendo reglas y leyes.
Pero también hubo alzamientos que fueron castigados.

Siguieron más tarde su camino por el desierto. En algunos lugares no les


permitían pasar, y debían ir por otros caminos. Cuando llegaron al monte de Hor,
Aarón, que había sido castigado por Jehová por construir el becerro de oro,
murió, sin alcanzar a ver la tierra prometida. Tuvieron luego batallas: contra
Sehón y contra Og de Basán. Ya por entonces eran más de seiscientos mil los
mayores de 20 años.

Cuando ya iban llegando a la tierra que Jehová había elegido para ellos, Moisés
designa a Josué como su sucesor. Ya habían pasado cuarenta años desde que
salieron de Egipto. Moisés puede subir al monte Nebo, situado en la tierra de
Moab, frente a Jericó, y desde allí mirar la tierra de Canaán, que Jehová daba a
los hijos de Israel, es decir, la tierra prometida. Moisés bendice a las doce tribus
y muere allí mismo. Y es sepultado en un lugar que nadie conoce hasta hoy.

4 PERÍODO DE LA CONQUISTA

Comandados por Josué, los hebreos se preparan para conquistar las tierras de
Canaán. Cruzan el río Jordán y toman la ciudad de Jericó. Luego combaten
contra diferentes tribus hasta que Josué toma toda aquella tierra, todo el Negev,
la tierra de Gosén, los llanos, el Arabá, las montañas de Israel y sus valles. Era
toda la tierra que Jehová había prometido a Abraham, a Isaac y a Jacob. Josué
murió años después, y fue enterrado en esa tierra. También fueron sepultados
allí los huesos de José, que los hijos de Israel habían traído de Egipto. Y también
murió Eleazar, hijo de Aarón.

Ya no estando Josué para guiarlos, consultan a Jehová acerca de quién subiría


primero a pelear contra los cananeos. Y Jehová les dice que Judá lo haría, pues
a él había entregado las tierras. Entonces Judá y su hermano Simeón fueron los
encargados de derrotar a los cananeos. También Jerusalén y, luego de ejecutar a
todos sus habitantes, incendiar la ciudad. El resto de los hijos de José también
conquistó cada uno su parte de tierras y allí se fueron instalando, a veces
compartiendo esos lugares con los que estaban allí desde antes.

Pero entonces los hijos de Israel se comportaron mal, dejando a Jehová, el Dios
de sus padres, y adorando ídolos. Por eso Jehová los castigó haciéndolos
víctimas de sus vecinos. Aunque les fue poniendo jueces para que los
protegieran, pero a esos jueces tampoco escuchaban. Dos de esos jueces
fueron Tola y Jair, pero también estuvieron Ibzán, Elón, Abdón y otros.

Muchos años estuvieron dominados por los filisteos. Pero el ángel de Jehová se
apareció a una mujer a quien le dijo que tendría un hijo, pese a que era estéril, y
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que ese hijo estaría dedicado a Dios toda su vida. Cuando el niño nació, le puso
por nombre Sansón. Era un buen hombre, con una enorme fuerza física, que se
convirtió en juez de Israel y causó mucho daño a los filisteos.

Sansón se enamoró de una mujer llamada Dalila. Los filisteos le dijeron a ella
que averiguara de dónde provenía la fuerza de Sansón. Luego de varios intentos,
logró que Sansón le confesara que nunca se había cortado el cabello, y que si se
lo cortaban perdería su fuerza. Mientras él dormía, Dalila hizo entrar a un hombre
que cortó el cabello de Sansón, quien realmente se debilitó, y entonces los
filisteos lo tomaron prisionero, le sacaron los ojos, y atado con cadenas lo
echaron en la cárcel. Pero iba pasando el tiempo y a Sansón, poco a poco, volvía
a crecerle el cabello.

Un día lo llevaron a una gran fiesta de la que participaban miles de filisteos.


Querían burlarse de él para divertirse. Pero Sansón logró colocarse cerca de
unas columnas a las que derribó con su fuerza y la ayuda de Jehová, de modo
que todos los filisteos que allí estaban murieron en el derrumbe, y también
murió allí Sansón.

En los tiempos en que los jueces gobernaban hubo hambre en esas tierras. Por
eso algunos cambiaban su lugar para vivir en otros menos desérticos. Uno de
ellos fue Elimelec, quien se mudó de Belén de Judá a los campos de Moab. Uno
de sus hijos se casó con una moabita llamada Rut, quien pronto quedó viuda.
Entonces se casó con un hombre rico llamado Booz, con quien tuvo un hijo al
que llamaron Obed, quien fue padre de Isaí, y éste fue padre de David.

5 PERÍODO DE LA MONARQUÍA UNIDA

Tiempo después nació un varón al que llamaron Samuel., quien, desde joven, fue
muy apreciado por Jehová y por los hombres del lugar. Poco a poco, Samuel
logró ser conocido por todo el pueblo de Israel, y se convirtió en su guía. Era su
juez, pero Israel necesitaba un rey.

En la tribu de Benjamín había un hombre valiente llamado Cis, que tenía un hijo
joven y hermoso cuyo nombre era Saúl. Con el paso de los años, todas las tribus
de Israel estuvieron de acuerdo en que fuera su rey. Bajo su mando lucharon
contra los amonitas, contra los filisteos, y contra otros. Pero cuando derrotaron
a los de Amalec, Jehová le había ordenado que matara a todos los de allí:
hombre, mujeres, niños, vacas, ovejas, camellos y asnos. Sin embargo, Saúl
dejó vivo al rey de Amalec, y a las mejores ovejas y carneros. Por eso Jehová se
enojó mucho, hasta que Saúl le pidió perdón y Samuel cortó al rey de Amalec en
pedacitos.

Buscando un futuro sucesor de Saúl, Samuel llegó hasta Belén, y allí conoció a
David, el menor de los hijos de Isaí, que era rubio, hermoso de ojos y de rostro.
En una batalla contra los filisteos, uno de estos era un gigante llamado Goliat,
que además estaba muy bien protegido y armado. Todos los judíos le temían
pero David se atrevió a enfrentarlo arrojándole con honda una piedra que se le
clavó en la frente. El rey Saúl también estaba allí y se sintió celoso porque David
era más popular que él entre la gente, e incluso trató de matarlo, por lo que
David tuvo que huir, y andar recorriendo diversos lugares de la región durante
un largo tiempo. Finalmente volvió con los suyos.

En una batalla contra los filisteos, los de Israel murieron al tratar de escapar. Los
filisteos persiguieron a Saúl a y mataron a sus hijos. Entonces Saúl pidió a su
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escudero que sacara su espada y lo traspasara con ella. Como el escudero se


negaba, Saúl sacó su propia espada y se echó sobre ella. Al ver a Saúl muerto, el
escudero hizo lo mismo para morir con él. Los filisteos cortaron la cabeza de
Saúl y colgaron su cuerpo y los de sus hijos en un muro. Hombres valientes de
Israel recuperaron los cuerpos, los quemaron, y sepultaron sus huesos bajo un
árbol.

David se enteró de la muerte de Saúl, y por la pena rasgó sus vestiduras,


llorando y lamentando mucho que hubiese muerto él y su hijo, y también lloró
por el pueblo de Jehová y por la casa de Israel, que habían caído al filo de la
espada. Después de esto y por orden de Jehová, David fue a Hebrón con toda su
familia. Así, y pese a que estaba en guerra con la casa de Saúl porque otro de
sus hijos quería reinar, David se convirtió en Rey de los judíos y lo fue por
cuarenta años.

David tuvo muchas mujeres y muchos hijos, los que nacieron en diferentes
lugares. Entre sus logros, pudo vencer a los filisteos y a otros enemigos,
extendiendo los dominios de su reino. Jehová prometió a David que sus
descendientes serían poderosos y reinarían eternamente.

Durante su gobierno, David vivió muchas aventuras de todo tipo. Por ejemplo, se
enamoró de una mujer que vio pasar, a la que hizo traer para dormir con ella. Se
llamaba Betsabé y esa noche quedó embarazada de David. Y tuvieron un hijo al
que llamaron Salomón, quien fue amado por Jehová.

Cuando el rey David era viejo y ya estaba enfermo, uno guerrero llamado
Adonías quiso usurpar el trono, lográndolo por poco tiempo. Pero David decide
nombrar a su hijo Salomón como su sucesor. Cuando llegó el momento de su
muerte, David llamó a Salomón y le dio las instrucciones para gobernar Israel.

Salomón fue un rey muy firme y muy sabio. Esa sabiduría se la había pedido a
Jehová y Él se la concedió. Así gobernó y el pueblo de Israel prosperó mucho y
se expandió. Salomón tuvo autoridad sobre todos los reinos desde el Eúfrates
hasta la tierra de los filisteos y el límite con Egipto. Organizó su pueblo y formó
un poderoso ejército, y 480 años después de que los hijos de Israel salieran de
Egipto, en el segundo año de su reinado, construyó un enorme templo en
Jerusalem, capital del reino, una de cuyas paredes todavía existe y se la conoce
como “el muro de los lamentos”, pues allí van judíos y no judíos a orar y a dejar
sus pedidos a Jehová. En ese templo hizo colocar Salomón el Arca de la Alianza,
que era el símbolo de la unión de Jehová con el pueblo de Israel.

También Salomón edificó su propia casa, lo que demoró trece años, y la llamada
casa del bosque del Líbano, entre otras grandes construcciones que realizó.
Llegó a ser muy rico y muy famoso, con setecientas mujeres esposas y
trescientas concubinas, siendo Rey durante 40 años. Su comportamiento era
muchas veces criticable, especialmente en lo moral, como había ocurrido
también con David, su padre. Por eso Jehová envió a ambos a unos hombres
santos llamados profetas que los hacían ver sus pecados.

Cuando murió Salomón fue sepultado en la ciudad de su padre David, y reinó en


su lugar su hijo Roboam. Pero en el año 930 a.C. el gran reino se dividió y se
perdió la unidad que habían logrado Saúl, David y Salomón durante sus
reinados. Hubo muchos reyes después de ellos, algunos en el norte y otros en el
sur de esas tierras. También debieron luchar los israelíes contra sus vecinos
muchas veces. Y los judíos comenzaron a alejarse de las escrituras, es decir, de
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los mandatos que Jehová había ido dando a su pueblo. Y Jehová dejó de
proteger a su pueblo desagradecido.

Durante el reinado de Joaquín, el Rey de Babilonia, Nabucodonosor, 587 a.C.,


sitió Jerusalem, robó todos sus tesoros, y se llevó a todos sus habitantes
nobles, incluso al Rey Joaquín, prisioneros a sus tierras. También puso como
Rey en ese lugar a su tío Matanías, al que cambió su nombre por Sedequías.
Pero Sedequías se rebeló contra Babilonia, por lo que nueve años después
volvió Nabucodonosor, sitió dos años la ciudad, la tomó y sacó los ojos a
Sedequías, matando antes delante de él a sus hijos.

Ante la caída del reino de Israel, los caldeos buscaron invadir la región. Por eso,
los sobrevivientes judíos huyeron a Egipto. Mientras tanto, Joaquín estuvo
preso durante 37 años en Babilonia. Un sucesor de Nabucodonosor lo liberó y lo
colmó de honores.
Fue Ciro, rey de Persia (hoy llamada Irán), que era por ello Rey de Babilonia.,
quien hizo volver a los judíos a sus tierras. También reedificaron el templo. Ya
muchos judíos estaban casados con extranjeras que conocieron durante su
destierro y cautiverio en las tierras babilónicas. Puede considerarse que en
estos tiempos, 538 a.C., nace el judaísmo, pues haber sufrido desgracias tan
fuertes comienza a unirlos. Y los profetas aseguraban al pueblo judío que
volvería siempre a Jerusalem porque era una forma de que Jehová reinara en
esa tierra llamada Sion.

Pero las dificultades hicieron que muchos judíos no regresaran y otros se


alejaran de esas tierras, repartiéndose por lejanos lugares del mundo, en lo que
se conoce como “diáspora”.

Las legiones romanas, en su época de expansión, llegaron a la región, tomando


Jerusalem y sometiendo a los judíos. Estuvieron desde el año 63 a.C. hasta el 70
d.C.

Por esos tiempos de dominación romana, en Belén de Judá nació un niño al que
llamaron Jesús, hijo de María, una descendiente de la casa de David. Ese niño
fue considerado “Cristo”, es decir, que estaba “ungido” o elegido por Jehová
para asegurar que los judíos volvieran a cumplir las escrituras. Y que era el
mismo que muchos años antes había profetizado Isaías diciendo que en la
Galilea de los gentiles (no creyentes en Jehová), del otro lado del Jordán, iba a
nacer un niño que haría que los judíos recuperaran su antiguo poder. Cuando
creció comenzó a ser muy conocido en toda la región, hacía milagros y
explicaba las escrituras. Pero los judíos de Jerusalem no reconocieron que
Jesús era ese niño esperado, y lograron que los romanos lo condenaran a morir
en una cruz. Sin embargo, los seguidores más cercanos de Jesús a los que se
conocía como “apóstoles”, comenzaron a difundir las palabras de Cristo por
muchas partes del mundo.

Los libros en los que se cuenta la historia de los judíos hasta la destrucción de
Jerusalem se conocen como Antiguo Testamento. Los libros en los que se relata
la historia de Jesús y de sus apóstoles se llaman Nuevo Testamento.
El Código "Da Vinci"
nota de RUBÉN CEDEÑO

Córdoba, Argentina, 4/9/2004


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“El Código de Da Vinci”, de Dan Brown, es un libro que casi todo el mundo está
leyendo; lleva más de 30 millones de copias vendidas en casi un año y está
traducido a 60 idiomas –compuesto en castellano de 557 páginas y 105
capítulos- que recomendamos se lo lean. Está muy bien escrito, con una trama
por demás interesante, y no precisamente porque estemos de acuerdo en todo
lo que dice en su contenido, que desde el punto de vista de la realidad y los
aconteceres históricos, habría que aclarar algunos puntos.

Tomemos en cuenta que “El Código de Da Vinci” es una novela y no un libro de


texto que presuma de rigor histórico; pero los temas que trata, sean ciertos o no,
pueden ser de mucho interés para cualquier estudiante espiritual. Algunos de
los tópicos que allí se tocan están tratados, de forma diferente y de variado
estilo, en el libro “El Evangelio Crístico”, que es completamente metafísico y en
el que estamos basando varias de nuestras últimas conferencias, como: “Maria
Magdalena”, aunque no afirmamos que ella halla sido esposa de Jesús; “El
Santo Grial”, según nos lo enseñan los Maestros Ascendidos; los Evangelios,
basándonos en referencias literarias disponibles en la actualidad; los Papiros de
Naj Hammadi; los Rollos del Mar Muerto, de acuerdo a las investigaciones de
los especialistas; Constantino, según la historia; orígenes del Cristianismo; vida
e interpretación metafísica de las enseñanzas de Jesús.

Nunca hemos estado de acuerdo con que se critique ni condene a ningún grupo
espiritual, y por supuesto, no apoyamos que se estigmatice una organización
espiritual, como se puede interpretar lo que allí se dice de una conocida
organización cristiana. Para la segunda edición del “Evangelio Crístico”
estamos preparando agregarle un capítulo no critico sobre “San Josemaría
Escriba y Balaguer”, en referencia a la organización que fundó; también
aclaratorias sobre “Los Templarios”, “El Priorato de Sión” y otros temas que
trata “El Código De Da Vinci”, pero escritos según nuestras propias
investigaciones.

Si algo es mentira, no hay que prohibírselo a la gente, como han hecho algunas
personas religiosas con el “Código de Da Vinci”; hay que dejar que los seres
humanos investiguen, vean, escudriñen, y si lo que allí dice es falso, lo verán
por sí mismas; si es verdad, que lo corroboren; y si es cierto pero contradice lo
ya establecido, es mejor aclarar las cosas a tiempo; cuando la fe es firme, no se
tambalea.

No hay que temer que la imagen que nos ha dado la Religión Católica sobre
Jesús no sea igual a la que pretende darnos “El Código de Da Vinci”. Lo más
grande de Jesús son sus enseñanzas y ponerlas en práctica –como la del
“Perdón”- y en ningún momento el libro ataca esto. Si ese libro dice cosas de
Jesús que no sean verdad, recordemos sus enseñanzas y seamos verdaderos
cristianos, perdonando, y no defendiendo con odio, como lo han hecho algunos
que se dicen cristianos.

Recordemos y pongamos en práctica lo que Jesús dice. Para esto, les cito, a
modo de conclusión, un fragmento del “Evangelio Crístico”:
11

“El advenimiento del Cristo está en ser afectuosos, y no en la guerra o el


ir en contra de alguien. Así que si quieres hacer algo por ti, por los demás, por el
mundo, por el espíritu religioso, comienza a dar afecto, incluso al que crees que
no lo merece. “Dios es Amor”, y para llegar a Él, debemos convertirnos en ese
Amor. Es importante cumplir con el mandato Crístico: “Ponte de acuerdo con tu
adversario”, vuélvele la otra mejilla, y en vez de devolver el mal que otros te dan,
da “El Amor”. Literalmente, hay que cumplir con las palabras: “Amad a vuestros
enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y
orad por los que os ultrajan y os persiguen”. No pienses que esto es difícil,
porque es una forma muy cómoda de querer seguir viviendo en guerra. La vida
Crística demanda de todo ser humano que sea “perfecto como el Padre que está
en los Cielos lo Es”. Todo lo que le haces al más grande y al más pequeño de
los seres humanos se lo haces al Cristo, porque El Cristo está en todo.
“Para poner la otra mejilla, no se puede tener “yo personal”, ya que esto
significa no contestarle al que nos calumnia, al que tiene deseos de que nos
encolericemos, al que nos insulta para vernos rabiar. Como le hicieron Pilatos y
Caifás a Jesús, y sin embargo, Él no les contestaba. Quedémonos en silencio y
digámosle mentalmente al que nos hace enojar, nos molesta o nos impide dar la
clase: “Te perdono y te envuelvo en mi círculo de amor”. Poner la otra mejilla es
cambiar de la polaridad negativa del atacante a la postura de perdón y amor
compasivo, para eliminar, de raíz, toda contienda.
“Al que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”.

Enviado por Alberto Bonnet

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