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CÁLIDA LLUVIA, BENDITO SUELO

Silvio Puertas

Según me dijeron los gitanos cuando estuve en Cádiz dos años atrás, es
costumbre contar la siguiente historia piadosa a los niños alrededor de la hoguera
en las noches de lluvia. Desde ese entonces me persiguió la idea de escribirla a
modo de vaticinio para el fin de los tiempos.

Hace mucho tiempo, en un lugar que puedo estimar cercano a la India, la diosa
Godara, envuelta en sus tenues nubes, le habló al monte Gozen, que lloraba
amargamente.

- ¿Qué te pasa, oh, Gran Monte Gozen, el estimado entre los dioses, por qué
lloras?
- Es que los hombres ya no entienden las dádivas de los dioses... Te voy a
contar la historia de los siglos que ha pasado sobre mi superficie y luego
sabrás su significado.

“Al principio de los tiempos la diosa Hari le concedió al hombre la oportunidad de


cumplir sus deseos y dio a los monjes un fino hilo de lino con un nudo. Aquel
hombre que pudiera desatar el nudo recibiría de la diosa, en su forma humana, la
tranquilidad absoluta.

Así fue que los monjes construyeron en mi cima un imponente santuario adornado
con elegantes velos de púrpura y la mejor madera de mis árboles milenarios. Allí
peregrinaban los hombres de todos los lugares del mundo con el único fin de
cumplir su deseo, pasaban por mis puentes, mis collados, pisaban mis verdes
hierbas y bebían agua de mis frescos manantiales en su paso desenfrenado hacia
el templo.

Pasaron muchos años y nadie nunca había podido zafar la intrincada maraña de
lino que constituía el nudo que cada vez se hacía más impenetrable con la acción
de cada dedo, pero los hombres esperanzados subían a intentarlo y, al no poder,
de todos modos dejaban sus plegarias a la diosa Hari en forma de velas
encendidas, que nunca se apagaban, y de inciensos aromáticos que siempre
despedían su fragancia de día o de noche.

Un cierto día, la muchedumbre alborotada se agolpó a la entrada del Salón del


Hilo y, entre tanta algarabía, unas velas encendidas cayeron al piso, logrando
incendiar rápidamente todas las cortinas y los maderos del santuario. Se
escucharon los gritos de desesperación, de angustia, de muerte, pero no hubo
salvación. Se quemó el templo, desde sus cimientos hasta su techo, incluyendo el
hilo de lino, que también se desvaneció en la conflagración.
Ahora no hay templo, tampoco hay hilo, y ya no vienen los peregrinos a buscar la
solución a sus dilemas. Me encuentro completamente solo, porque ya ningún
hombre pasa por aquí. Ya nadie disfruta de las dulces aguas que brindo sin
esperar nada, nadie se recuesta ya en los vetustos árboles, ni da descanso a sus
pies adoloridos sobre el rocío de la hierba matutina. Nadie goza del mágico poder
de las losas que cubren el sendero hacia mi cima y que pueden acabar de
inmediato con la fatiga del caminante. Ya el hombre se ha olvidado de que existe
un dadivoso Monte Gozen.”

- ¡Es en verdad decepcionante! Encuentro justificado tu llanto, pero ni aún yo


puedo consolarte. ¡Que el tiempo te dé sosiego!

Entonces la diosa lloró tan amargamente como el Monte y vertió sus abundantes
lágrimas sobre él, y luego comenzó a deambular por el mundo buscando
consuelo. Cada vez que la diosa recuerda la ingratitud del hombre, llueve. Cada
vez que el Monte recuerda al hombre, sigue entregando sus regalos...

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