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Donald F. Glut
Una sombra pasó por encima de él y cubrió más de un metro y medio del suelo. Luke se
volvió y súbitamente pareció que el terreno mismo cobraba vida. Una inmensa mole de
piel blanca y perfectamente camuflada entre los amplios montículos de nieve se
abalanzó salvajemente sobre de él.
—El muy ca...
La barrena de mano de Luke no llegó a salir de la cartuchera. La enorme garra del
wampa, la criatura del hielo golpeó con fuerza y de lleno el rostro de Luke, lo derribó de
su tauntaun y el muchacho cayó en la nieve congelada.
Luke perdió rápidamente el conocimiento, tan deprisa que no oyó los chillidos
lastimeros de la tauntaun ni el brusco silencio que siguió al sonido de un cuello al
romperse. Tampoco sintió cómo ese atacante gigantesco y peludo agarraba salvajemente
su tobillo ni que su cuerpo era arrastrado como un muñeco sin vida por el llano cubierto
de nieve.
Otro jinete, protegido con ropas de invierno y montando un tauntaun de manchas grises,
se desplazaba velozmente por las laderas de Hoth en dirección a la base rebelde de
operaciones.
Los ojos del hombre, que semejaban puntos de frío metal, miraban sin interés las
cúpulas de color gris opaco, las innumerables torretas de los cañones y los colosales
generadores de energía que constituían las únicas muestras de vida civilizada de ese
mundo. Han Solo frenó gradualmente su lagarto de nieve y tiró de las riendas para que
éste cruzara al trote la entrada de la enorme cueva de hielo.
Han se alegró del calor relativo del enorme complejo de cavernas calentadas por las
unidades de calefacción de los rebeldes, que obtenían energía de los enormes
generadores instalados en el exterior. Esa base subterránea era una cueva natural de
hielo y un laberinto de túneles anguloso que los lásers de los rebeldes habían abierto en
una compacta montaña de hielo. El coreliano había estado en lugares infernales de la
galaxia, más desolados, pero de momento no lograba recordar el emplazamiento exacto
de ninguno de ellos.
Desmontó de su tauntaun y vio la actividad que se desarrollaba en el interior de la
descomunal cueva. Mirara donde mirase, veía que trasladaban, ensamblaban o
reparaban cosas. Los rebeldes de uniforme gris se apresuraban a descargar las
provisiones y a ajustar los equipos. También había robots, en su mayoría unidades R2 y
androides de energía, que parecían encontrarse en todas partes, rodando o caminando
por los pasillos de hielo y cumpliendo con eficacia sus innumerables tareas.
Han empezó a preguntarse se estaría ablandándose con la edad. Al principio no había
mostrado el menor interés personal ni lealtad por ese asunto de los rebeldes. Su
compromiso posterior en el conflicto entre el Imperio y la Alianza Rebelde comenzó por
una simple transacción comercial en la que vendió sus servicios y la utilización de su
nave el Millennium Falcon, el trabajo parecía muy sencillo: se trataba de llevar a Ben
Kenobi, más el joven Luke y dos androides, hasta el sistema de Aldebarán. ¿Cómo
podía imaginar Han en aquel momento que también recurrirían a él para rescatar a una
princesa de la Estrella de la Muerte, la más temida estación de batalla del Imperio?.
La princesa Leia Organa...
Cuanto más pensaba Solo en ella, con mayor claridad comprendía cuántos problemas se
había creado al aceptar los honorarios de Ben Kenobi. En principio, lo único que Han
había querido era cobrar y largarse a toda prisa para pagar algunas molestas deudas que
pendían sobre su cabeza como un meteoro a punto de caer. Jamás había tenido la
intención de convertirse en héroe.
Pero algo le había llevado a unirse a Luke y a sus locos amigos rebeldes cuando
emprendieron el ya legendario ataque espacial contra la Estrella de la Muerte. Algo. De
momento, Han no lograba descubrir qué era ese algo.
Ahora, mucho después de la destrucción de la Estrella de la Muerte, Han seguía con la
Alianza Rebelde y prestaba su ayuda para establecer esa base en Hoth, probablemente el
más lúgubre de todos los planetas de la galaxia. Pero todo eso estaba a punto de
cambiar, se dijo. En lo que a él se refería, Han Solo y los rebeldes estaban próximos a
salir disparados en direcciones divergentes.
Anduvo con rapidez cruzando por el hangar subterráneo, donde se encontraban varios
cazas rebeldes atendidos por hombres de gris que eran ayudados por androides de
diversos modelos. La máxima preocupación de Han se centraba en el carguero en forma
de platillo que reposaba sobre sus podios de aterrizaje recién instalados. Esta nave, la
más grande del hangar, había acumulado algunas abolladuras más en su casco de metal
desde que Han se encontrara con Skywalker y Kenobi. Pero el Millennium Falcon no
era famoso por su aspecto exterior sino por su velocidad: ese carguero seguía siendo la
nave más veloz que hizo el recorrido de Kessel y que dejo atrás a un caza TIE imperial.
Gran parte del éxito del Falcon podía atribuirse a su mantenimiento, confiado ahora a
las peludas manos de una montaña de pelos pardos de dos metros de altura, cuyo rostro
en ese momento quedaba oculto por una máscara de soldador.
Chewbacca, el gigantesco copiloto wookie de Han Solo, estaba reparando el elevador
central de Millennium Falcon cuando advirtió que su compañero se acercaba. El wookie
dejó de trabajar, se levantó el protector de su cara y dejó ver su rostro velludo. De su
boca surgió un gruñido que pocos no wookies del universo podían traducir.
Han Solo pertenecía a esa minoría.
—Chewie, frío no es la palabra —respondió el coreliano—. ¡Cualquier día enviaré al
demonio este escondite y este frío que hiela! —percibió las volutas de humo que salían
del trozo de metal recién soldado—. ¿Cómo va con esos elevadores?
Chewbacca respondió con un gruñido típicamente wookie.
—De acuerdo —dijo Han y coincidió plenamente con el deseo de su amigo de regresar
al espacio, a otro planeta... a cualquier lugar que no fuese Hoth—. Iré a comunicar que
he regresado. Después te echaré una mano. En cuanto coloquemos esos elevadores, nos
largamos de aquí.
El wookie ladró, lanzó una risa alegre y reanudó su tarea mientras Han seguía
caminando por la cueva artificial de hielo.
El centro de mando estaba a rebosar de equipos electrónicos e instrumentos de control
que se extendían hasta el helado cielo raso. Al igual que en el hangar, el personal
rebelde atestaba el centro de mando. La sala se veía repleta de controladores, soldados,
encargados de mantenimiento y androides de diversos modelos y tamaños, todos los
cuales procuraban diligentemente convertir la cámara en una base de trabajo que
remplazara a la de Yavin.
El hombre al que Solo había ido a ver estaba ocupado tras una enorme mesa de control
y fijaba la atención en una pantalla de computadora que mostraba lecturas de brillantes
colores. Rieekan, que vestía el uniforme de general rebelde, se irguió en toda su estatura
para mirar a Solo a medida que se acercaba.
—General, no hay el menor indicio de vida en la zona —comunicó Han—. Como todos
los marcadores de perímetro están colocados, se enterará si alguien llama.
Como de costumbre, el general Rieekan no sonrió ante la impertinencia de Solo. Sin
embargo, admiraba el hecho de que el joven asumiera una especie de pertenencia
oficiosa a la rebelión. Las cualidades de Solo impresionaban tanto a Rieekan que a
menudo pensaba en concederle el cargo de oficial honorario.
—¿Se ha presentado ya el comandante Skywalker? —inquirió el general.
—Está comprobando un meteorito que cayó cerca de donde se encontraba —replicó
Han—. Volverá pronto.
Rieekan echó una rápida mirada a la pantalla de radar recién instalada y estudió las
imágenes parpadeantes.
—Debido a la actividad meteórica de este sistema, será difícil reconocer a las naves que
se acerquen.
—General, yo... —Han titubeó—. Creo que ha llegado la hora de que me vaya.
Han apartó la atención del general Rieekan para fijarla en una figura que se acercaba a
paso firme. El modo de caminar de la mujer era gracioso y decidido y, de algún modo,
su silueta de mujer joven parecía contrastar con su uniforme blanco de combate. Incluso
a esa distancia, Han se dio cuenta de que la princesa Leia estaba preocupada.
—Es usted bueno para el combate —comentó el general y agregó—: No me gustaría
perderle.
—Gracias, general. Ocurre que han puesto precio a mi cabeza. Si no le pago a Jabba el
Hucha, seré como un muerto que camina.
—No es fácil vivir con un estigma de muerte... —empezó a decir el general mientras
Han se volvía hacia la princesa Leia.
Aunque Solo no era un sentimental, se dio cuenta de que en ese momento estaba muy
emocionado.
—Supongo que es así, Alteza —hizo una pausa, sin saber qué respuesta recibiría de la
princesa.
—Exactamente —respondió Leia con frialdad. Su repentina reserva se convertía
rápidamente en verdadera ira.
Han meneó la cabeza. Hacía mucho tiempo se había dicho que los seres del sexo
femenino —fuesen mamíferos, reptiles o de cualquier clasificación biológica aún por
descubrir— estaban más allá de su escasa capacidad de comprensión. Mejor dejarlas
envueltas en el misterio, se había aconsejado a menudo.
Sin embargo, por lo menos durante un tiempo Han creyó que en el cosmos existía como
mínimo un ser del sexo femenino al que comenzaba a comprender. Pero se había
equivocado.
—Está bien —dijo Han—, no se ponga sentimental conmigo. Adiós, princesa.
Han le dio bruscamente la espalda y avanzó por el tranquilo pasillo que comunicaba con
el centro de mando. Se dirigía al hangar, donde le esperaban dos realidades que
comprendía: un gigantesco wookie y un carguero de contrabandista. No tenía la menor
intención de dejar de caminar.
—¡Han! —ligeramente jadeante, Leia corría tras él. El coreliano se detuvo y se volvió
hacia ella con expresión fría.
—¿Sí, Alteza?
—Pensé que habías decidido quedarte.
La voz de Leia parecía denotar una auténtica preocupación, pero Han no hubiera podido
asegurarlo.
—Ese cazador a sueldo con el que nos topamos en Ord Mantell me hizo cambiar de
idea.
—¿Lo sabe Luke?
—Se enterará cuando regrese —respondió Han bruscamente.
La princesa Leia entrecerró los ojos y le juzgó con una mirada que él conocía bien.
Durante unos instantes, Han se sintió como uno de los carámbanos de la superficie del
planeta.
—No me mire así —dijo con severidad—. Cada día me buscan más cazadores a sueldo.
Pagaré a Jabba antes de que envíe más remotos asesinos de Gank y vaya usted a saber
quién más. Tengo que pagar el precio que han puesto a mi cabeza mientras la conservo.
Evidentemente, esas palabras afectaron a Leia y Han percibió que estaba preocupada
por él y que, quizá, sentía algo más.
—Pero nosotros te necesitamos —afirmó.
—¿Nosotros? —preguntó.
—Sí.
—¿Qué puede decirme de usted?
Han tuvo el cuidado de hacer hincapié en la última palabra pero, en realidad, no sabía
con certeza por qué lo hacía. Quizá era algo que hacía tiempo quería decir pero había
carecido del valor... no, se corrigió, de la estupidez de mostrar sus sentimientos. Pensó
que en ese momento tenía poco que perder y estaba preparado para recibir la respuesta
de Leia, cualquiera que fuese.
—¿De mí? —preguntó bruscamente—. No sé lo que quieres decir.
Incrédulo, Han Solo meneó la cabeza.
—No, probablemente no lo sabe.
—¿Qué es exactamente lo que se supone que debo saber? —la ira volvía a dominar su
voz, probablemente a causa de que al fin empezaba a comprender, pensó Han Solo.
El coreliano sonrió.
—Quiere que me quede a causa de lo que siente por mí.
La princesa volvió a enternecerse.
—Sí, claro, has sido una gran ayuda... —hizo una pausa antes de agregar—: para
nosotros. Eres un jefe nato...
Han la impidió terminar, interrumpiéndola en medio de la frase.
—No, Señoría, no es eso.
De pronto Leia miró directamente el rostro de Han con una mirada que, al fin, era
totalmente comprensiva. Se echó a reír.
—Imaginas cosas.
—¿Que yo imagino cosas? Pensé que usted temía que me marchara sin siquiera un... —
Han fijó la mirada en los labios de la princesa—, un beso.
Leia rió con más fuerza.
—Antes preferiría besar a un wookie.
—Puedo prepararlo así —el coreliano se acercó a ella, que estaba radiante incluso bajo
la fría luz de la cámara de hielo—. Créame si le digo que un buen beso no le vendría
mal. Ha estado tan ocupada dando órdenes que se ha olvidado de ser mujer. Si se
hubiese relajado unos instantes, podría haberla ayudado. Lo siento, querida, pero ya es
demasiado tarde. Su gran oportunidad está volando por ahí afuera.
—Creo que podré sobrevivir —replicó, obviamente molesta.
—¡Buena suerte!
—Ni siquiera te importa que la...
Han sabía lo que iba a decir y no le permitió terminar.
—¡Por favor, evítemelo! —la interrumpió—. No vuelva a hablarme de la rebelión. Es lo
único en lo que piensa. Es usted tan fría como este planeta.
—¿Y crees que eres el único capaz de dar un poco de calor?
—Si estuviera interesado, por supuesto. Pero creo que no sería muy divertido —después
de decir esas palabras, Han retrocedió, la miró y la evaluó fríamente—. Volveremos a
encontrarnos —afirmó—. Es posible que para entonces se haya enternecido un poco.
La expresión de la princesa había vuelto a cambiar. Han había conocido a algunos
asesinos de mirada más amable.
—Tienes la educación de un bantha, pero no tanta clase —respondió furiosa—. ¡Que
disfrutes de tu viaje, experto! —la princesa Leia se apartó presurosa de Han y corrió
pasillo abajo.
La temperatura había descendido en Hoth. A pesar del aire gélido, el androide imperial
de exploración proseguía su perezoso desplazamiento por encima de los campos y las
colinas cubiertos de nieve y sus sensores aún se estiraban en todas direcciones en busca
de señales de vida.
Los sensores de calor del robot reaccionaron súbitamente. Había encontrado una fuente
de calor en las cercanías y ésta era una buena señal de vida. La cabeza giró sobre su eje
y las sensibles ampollas semejantes a ojos captaron la dirección en la que se originaba la
fuente de calor. El robot de exploración ajustó automáticamente su velocidad y avanzó
con el máximo de rapidez por encima de los campos congelados.
La máquina semejante a un insecto sólo frenó cuando se aproximó a un montículo de
nieve más grande que ella misma. Los dispositivos exploradores del robot tomaron nota
del tamaño del montículo: casi un metro ochenta de alto y seis interminables metros de
largo. De todos modos, el tamaño del montículo sólo era de importancia secundaria. Lo
realmente sorprendente, si es que una máquina de reconocimiento podía sorprenderse,
era la cantidad de calor que surgía de debajo del montículo. Sin duda, el ser situado bajo
esa colina nevada debía de estar perfectamente protegido del frío.
Un delgado rayo de luz blanquiazul surgió de uno de los apéndices del robot de
exploración, el intenso calor que emitió taladró el montículo blanco y dispersó brillantes
partículas de nieve en todas direcciones. El montículo empezó a temblar y después se
estremeció. Lo que estaba debajo se sintió profundamente molesto por el rayo láser
explorador del robot.
Grandes trozos de nieve cayeron del montículo y en un extremo aparecieron dos ojos en
medio de la masa blanca.
Unos enormes ojos amarillos observaron como puntos gemelos de fuego al ser
mecánico que siguió disparando sus dañinos rayos. Los ojos ardían con un odio
primitivo hacia la cosa que había interrumpido su sueño.
El montículo volvió a temblar y lanzó un rugido que estuvo a punto de destruir los
sensores auditivos del androide de exploración. Este retrocedió algunos metros y amplió
la distancia que lo separaba del otro ser. El androide nunca se había topado con un
wampa, la criatura del hielo, y sus computadoras le aconsejaron que acabara
prontamente con la bestia.
El androide hizo un ajuste interno para regular la potencia de su rayo láser. En menos de
un segundo, éste alcanzó su intensidad máxima. La máquina apuntó con el láser a la
criatura y la envolvió en una enorme nube de llamas humeantes. Poco después, los
vientos helados arrastraron las pocas partículas que quedaban del wampa.
El humo se dispersó y no quedaron pruebas materiales —con excepción de una
profunda depresión en la nieve— de que alguna vez hubiese habido allí una criatura del
hielo.
Pero su existencia ya estaba correctamente registrada en la memoria del androide de
exploración, que ya había reanudado la misión que tenía programada.
Los rugidos de otro wampa despertaron finalmente al joven y magullado comandante
rebelde.
A Luke le daba vueltas la cabeza, le dolía intensamente y, a juzgar por lo mal que se
sentía, creía que le iba a estallar. Con un gran esfuerzo logró centrar la mirada y se dio
cuenta de que estaba en una garganta de hielo, cuyas paredes serradas reflejaban la luz
del crepúsculo.
Súbitamente notó que colgaba cabeza abajo, con los brazos estirados y las puntas de los
dedos a unos treinta centímetros del suelo nevado. Tenía los tobillos entumecidos. Estiró
el cuello y vio que sus pies estaban cubiertos de hielo congelado y colgaban del techo y
que el hielo formaba estalactitas en sus piernas. Sentía la máscara congelada de su
propia sangre pegada a la cara en los puntos donde la criatura del hielo le había
golpeado cruelmente.
Luke volvió a, oír los gemidos bestiales, que sonaron más intensamente al retumbar en
el estrecho y profundo pasadizo de hielo. Los rugidos del wampa eran ensordecedores.
—Se preguntó qué lo mataría primero, si el frío o los colmillos y las garras de la bestia
que habitaba esa garganta.
Tengo que liberarme, pensó, tengo que librarme del hielo. Aún no había recuperado por
completo las fuerzas, pero hizo un decidido esfuerzo, se irguió y se estiró hacia las
ligaduras. Como todavía estaba muy débil, Luke no pudo romper el hielo, por lo que
volvió a quedar colgado y el suelo blanco, se le acercó vertiginosamente.
Relájate —se dijo—. Relájate. Las paredes de hielo se rompieron a causa de los
bramidos cada vez más estrepitosos del animal que se acercaba. Sus patas aplastaban el
terreno helado y se acercaban aterradoramente. En poco tiempo, el horror blanco y
peludo estaría de regreso y probablemente calentaría al joven guerrero aterido de frío en
las tinieblas de su panza.
La mirada de Luke recorrió la garganta y finalmente divisó las herramientas que había
llevado para cumplir esa misión y que ahora se encontraban inutilizadas y en desorden
en el suelo. El equipo estaba a casi un inalcanzable metro de distancia. Éste incluía un
aparato que llamó poderosamente la atención de Luke: una sólida pieza con mango,
provista de un par de pequeños interruptores y de un disco de metal colocado encima. El
objeto le había pertenecido a su padre, un ex caballero jedi que fue traicionado y
asesinado por el joven Darth Vader. Pero ahora era de Luke y Ben Kenobi se lo había
regalado para que lo esgrimiera con honor contra la tiranía imperial.
Desesperado, Luke hizo esfuerzos extraordinarios por girar lo suficiente su cuerpo
dolorido para llegar hasta el sable de luz. Pero el insoportable frío que recorría su
cuerpo le frenó y le debilitó. Estaba a punto de aceptar su destino cuando oyó que la
gruñona criatura del hielo se acercaba. Sus últimas esperanzas prácticamente habían
desaparecido cuando percibió esa presencia.
Pero no fue la presencia del gigante blanco la que dominó la garganta de hielo.
Se trataba de esa serenante presencia espiritual que solía visitar a Luke en momentos de
tensión o de peligro. La presencia que se le apareció por primera vez sólo después de
que el viejo Ben, una vez más en su papel jedi de Obi-Wan Kenobi, se desvaneciera en
unos pliegues de túnicas oscuras después de caer abatido por el sable de luz de Darth
Vader. La presencia que a veces semejaba una voz conocida, un susurro casi mudo que
se dirigía rectamente a la mente de Luke.
“Luke —el susurro volvía a estar acosadoramente presente—, piensa en el sable de luz
en tu mano.” La cabeza dolorida de Luke latió a causa de las palabras. Después
experimentó un repentino retorno de las fuerzas, un sentimiento de confianza que le
impulsó a seguir luchando a pesar de su situación aparentemente desesperada. Fijó la
mirada en el sable de luz. Estiró dolorosamente la mano y la congelación que sufrían
sus miembros cobró su precio.
Cerró los ojos con fuerza para concentrarse. Pero el arma seguía fuera de su alcance.
Supo que necesitaría hacer algo más que forcejear para llegar hasta el sable de luz.
Tengo que relajarme —se dijo Luke—, he de relajarme... —La cabeza de Luke giró al
oír las palabras de su protector incorpóreo: “Luke, deja fluir la Fuerza.” ¡La Fuerza!
Luke vio cómo se cernía la imagen invertida y semejante a un gorila de la criatura del
hielo y sus brazos en alto que acababan en unas brillantes y enormes garras. Vio por
primera vez el rostro simiesco y se estremeció al ver los cuernos parecidos a los de un
carnero y la temblorosa mandíbula inferior con los colmillos salientes.
En ese momento el guerrero apartó de sus pensamientos a la criatura. Dejó de forcejear
para coger el arma, relajó el cuerpo y dejó que su espíritu asumiera la sugerencia de su
maestro. Sintió que le recorría ese campo de energía generado por todos los seres vivos
y que unía a la totalidad del universo.
Como Kenobi le había enseñado, la Fuerza estaba en su interior para que Luke la
utilizara como considerara conveniente.
El wampa extendió sus garras negras y ganchudas y avanzó pesadamente hacia el joven
colgado.
Súbitamente, como por arte de magia, el sable de luz saltó hasta la mano de Luke. En
ese mismo instante apretó un botón de color del arma y descargó un haz parecido a una
hoja que cortó rápidamente sus heladas ataduras.
Mientras Luke caía con el arma en la mano, la monstruosa figura que se cernía sobre él
retrocedió un paso cautelosamente. Los ojos sulfurosos de la bestia parpadearon con
incredulidad ante el zumbante haz de luz, pues era un espectáculo desconcertante para
su cerebro primitivo.
A pesar de que tenía dificultades para moverse, Luke se puso en pie de un salto,
esgrimió su sable de luz ante la masa de músculos y pelo blanco como la nieve y la
obligó a retroceder un paso y después otro. Bajó el arma y cortó el pellejo del monstruo
con la hoja de luz. La criatura del hielo, el wampa, chilló y su terrible rugido de agonía
hizo temblar las paredes de la garganta. Se volvió, salió a toda prisa y su masa blanca se
fundió con el terreno lejano.
El cielo estaba mucho más oscuro y, junto con la penumbra que todo lo invadía,
llegaron los vientos más gélidos. La Fuerza acompañaba a Luke, pero ni siquiera ese
misterioso poder podía darle calor en ese momento. Cada paso que daba para salir de la
garganta le costaba más trabajo que el anterior. Por último, mientras su visión disminuía
con la misma rapidez que la luz del día, Luke trastabilló en un terraplén de nieve y
perdió el conocimiento antes de llegar al fondo.
Nevaba copiosamente mientras Han Solo cabalgaba presuroso por el yermo montado en
el tauntaun.
Estaba a punto de caer la noche y los vientos ululaban y atravesaban su ropa de abrigo.
Sabía que sería tan inútil como un carámbano a menos que pronto encontrara al joven
guerrero.
El tauntaun había empezado a padecer las consecuencias de la disminución de la
temperatura.
Una vez caída la noche, ni las capas de grasa aislante ni el pelaje gris enmarañado
podían protegerlo de la intemperie. La bestia resollaba y su respiración se hacía cada
vez más dificultosa.
Han rezó para que el lagarto de la nieve no cejara, al menos hasta que lograra localizar a
Luke.
Hizo avanzar más velozmente a su montura y la obligó a atravesar los helados llanos.
Otra figura avanzaba en medio de las nieves y su cuerpo de metal sobrevolaba el terreno
congelado.
El androide imperial de exploración hizo una breve pausa en pleno vuelo y movió sus
sensores.
Satisfecho de lo que había encontrado, el robot descendió suavemente y se posó en el
suelo.
Como si fuesen patas de araña, varias sondas se separaron del casco de metal y quitaron
parte de la nieve que se había asentado encima de éste.
Algo empezó a adquirir forma alrededor del robot: un brillo pulsátil que cubrió
gradualmente la máquina como si se tratase de una cúpula transparente. Ese campo de
energía se estabilizó rápidamente y repelió la nieve agitada que rozaba el casco del
androide.
Unos segundos más tarde el brilló se apagó y la nieve agitada formó una perfecta cúpula
blanca que ocultó por completo al androide y su campo de energía protector.
Artoo-Detoo estaba junto a la entrada del hangar de hielo secreto de los rebeldes,
cubierto por una capa de nieve que se había posado sobre su cuerpo en forma de tapón.
Sus mecanismos de regulación interna sabían que llevaba mucho tiempo en ese lugar y
sus sensores ópticos le indicaban que el cielo estaba oscuro.
Pero la unidad R2 sólo se preocupaba por sus sensores de exploración incorporados, que
aún emitían señales a través de los campos de hielo. Su prolongada y sincera búsqueda
con los sensores de los desaparecidos Luke Skywalker y Han Solo no había dado el
menor resultado.
El androide rechoncho lanzó nerviosos bips cuando Threepio se acercó a él, andando
rígidamente entre la nieve.
—Artoo, no puedes hacer nada más —el robot dorado inclinó la mitad superior de su
cuerpo girando en las coyunturas de la cadera—. Será mejor que entres —Threepio
volvió a erguirse en toda su estatura y simuló un escalofrío humano cuando los vientos
nocturnos aullaron junto a su casco brillante—. Artoo, se me están congelando las
juntas. ¿Tendrías la amabilidad de... de darte prisa... de...? —antes de terminar la frase,
Threepio regresó a toda prisa hacia la entrada del hangar.
La noche había dominado por completo el cielo de Hoth y la princesa Leia Organa se
encontraba en el interior de la entrada de la base rebelde, sufriendo una prolongada e
inquieta vigilia. Se estremeció a causa del viento nocturno mientras intentaba penetrar
las tinieblas de Hoth. Aguardaba junto al comandante Derlin, que también estaba muy
preocupado, pero su mente se encontraba en los campos helados.
El gigantesco wookie esperaba cerca y alzó rápidamente la cabeza melenuda de las
manos cubiertas de pelos cuando los dos androides, Threepio y Artoo, volvieron a entrar
en el hangar.
Threepio estaba humanamente acongojado.
—Artoo no ha logrado captar ninguna señal —informó con pena—, aunque opina que
probablemente su alcance es demasiado limitado para que renunciemos a toda
esperanza.
—De todos modos, se percibía muy poca confianza en la voz artificial de Threepio.
Leia hizo un gesto de reconocimiento al androide más alto, pero no habló. Dedicaba sus
pensamientos a los dos héroes desaparecidos. Lo que más la perturbaba era que
descubrió que concentraba su mente en uno de los dos: un coreliano moreno cuyas
palabras no siempre podían interpretarse literalmente.
Mientras la princesa mantenía la vigilancia, el comandante Derlin se volvió para atender
a un teniente rebelde que iba a darle el parte.
—Señor, con excepción de Solo y Skywalker, todas las patrullas han regresado.
El comandante miró a la princesa Leia.
—Alteza —dijo con voz cargada de pesar—, esta noche no podemos hacer nada más.
La temperatura está bajando vertiginosamente. Lo lamento, pero debemos cerrar la capa
protectora. —Derlin guardó silencio unos instantes y después se dirigió al teniente—:
Cerrad las puertas.
El oficial rebelde se retiró a cumplir la orden de Derlin y de inmediato la temperatura de
la cámara de hielo pareció disminuir aún más mientras el pesaroso wookie aullaba
apenado por los dos desaparecidos.
—Los vehículos rápidos estarán listos por la mañana —comunicó el comandante a la
princesa Leia Nos facilitarán la búsqueda.
—¿Existe alguna posibilidad de que sobrevivan hasta que amanezca? —preguntó Leia,
sin esperanzas de obtener una respuesta afirmativa.
—Sí, la posibilidad existe, pero es ínfima —respondió el comandante Derlin con seria
honestidad.
En respuesta a las palabras del comandante, Artoo hizo funcionar los computadores
miniaturizados del interior de su cuerpo metálico semejante a un barril. Sólo tardó unos
segundos en hacer juegos malabares con diversos conjuntos de cómputos matemáticos y
culminó sus cálculos con una serie de bips triunfales.
—Señora —tradujo Threepio—, Artoo dice que cuentan con una posibilidad de
supervivencia entre setecientas veinticinco —el androide protocolario se inclinó hacia el
robot más bajo y protestó—: En realidad, me parece que no es necesario que lo
sepamos.
Nadie comentó la traducción de Threepio. Durante un rato reinó un silencio solemne
que sólo interrumpía el estrépito retumbante del metal chocando contra el metal: las
enormes puertas de la base rebelde se cerraron en la noche. Fue como si una deidad
despiadada hubiese apartado sumariamente al grupo de los dos hombres que estaban en
los llanos helados y anunciara sus muertes con un estrépito metálico.
Chewbacca exhaló otro aullido de sufrimiento.
Una muda plegaria, que a menudo se rezaba en un antiguo mundo llamado Alderaan,
dominó los pensamientos de Leia.
El sol que ascendía por el horizonte norteño de Hoth era relativamente débil, pero sus
rayos bastaban para transmitir un poco de calor a la helada superficie del planeta. La luz
se deslizó por las colinas onduladas de nieve, luchó por llegar a los rincones más
oscuros de las gargantas heladas y por último se posó en lo que seguramente era el
único montículo blanco perfecto de todo ese mundo.
Ese montículo cubierto de nieve era tan perfecto que sin duda debía su existencia a un
poder que no era el de la naturaleza. Más tarde, a medida que el cielo aclaraba cada vez
más, el montículo empezó a zumbar. Cualquiera que lo observara se habría sor prendido
al ver que la cúpula de nieve parecía estallar y arrojaba hacia el cielo su capa exterior en
un gran estallido de partículas blancas.
Una máquina ronroneante comenzó a guardar sus sensores retráctiles y su espantosa
mole se elevó lentamente del lecho blanco y congelado.
El robot de exploración se detuvo unos instantes en el aire ventoso y después prosiguió
su misión matinal a través de los llanos cubiertos de nieve.
Algo más había invadido el aire matinal del mundo de hielo: una nave relativamente
pequeña y de morro chato con ventanas de cristales oscuros en la carlinga y cañones
láser montados a ambos lados. El vehículo rápido para nieve de los rebeldes poseía un
fuerte blindaje y estaba destinado a librar batalla cerca de la superficie del planeta. Pero
esa mañana la pequeña nave había salido para cumplir una misión de reconocimiento;
avanzaba veloz por el amplio paisaje blanco y trazaba arcos sobre los contornos de los
montículos de nieve.
Aunque el vehículo rápido para la nieve podía albergar una tripulación de dos hombres,
en ese momento Zev era el único ocupante de la nave. Sus ojos hicieron un registro
panorámico de las desoladas extensiones que se abrían debajo y rezó con la esperanza
de encontrar los objetos que buscaba antes de que la nieve le cegase.
Después oyó un suave bip.
—Base Eco —gritó lleno de alegría por el intercomunicador de la carlinga—, ¡he
encontrado algo! No es nada extraordinario, pero podría tratarse de un indicio de vida.
Sector cuatro seis uno cuatro por ocho ocho dos. Me acercaré.
Zev manipuló exaltado los mandos de la nave, redujo ligeramente la velocidad e inclinó
lateralmente la nave al virar por encima de un montículo de nieve Acogió de buena gana
la repentina fuerza de gravedad que le apretaba contra el asiento y dirigió el vehículo
rápido para nieve hacia la zona de la débil señal.
Mientras el infinito blanco del suelo de Hoth se deslizaba por debajo, el piloto rebelde
conectó su intercomunicador a una nueva frecuencia.
—Eco Tres, soy Pícaro Dos. ¿Me recibís? Comandante Skywalker, Pícaro Dos al habla.
La única respuesta que obtuvo fue la estática que pasaba por el receptor de su
intercomunicador.
Pero después oyó una voz, una voz que sonaba muy lejana y luchaba por hacerse oír en
medio del ruido crujiente.
—Chicos, ha estado bien que pasaseis por aquí. Espero que no os hayamos obligado a
madrugar.
Zev acogió con entusiasmo el cinismo característico del tono de voz de Han Solo.
Volvió a conectar el transmisor con la base rebelde oculta:
—Base Eco, soy Pícaro Dos —informó y alzó la voz súbitamente—. Los he encontrado.
Repito...
Al hablar, el piloto realizó una perfecta localización a partir de las señales que
parpadeaban en las pantallas de los monitores de la carlinga. Redujo aún más la
velocidad de la nave y descendió lo bastante cerca de la superficie del planeta para
mirar con más claridad un pequeño objeto que se destacaba entre los llanos cubiertos de
copos de nieve.
El objeto, un refugio portátil fabricado por los rebeldes, estaba encima de un montículo
de nieve.
En el lado de barlovento del refugio se veía una capa blanca compacta; apoyada con
cuidado en la parte superior del montículo de nieve, aparecía una improvisada antena de
radio.
Pero lo más agradable fue ver la conocida figura humana que se encontraba delante del
refugio contra la nieve y que agitaba frenéticamente los brazos en dirección al vehículo
rápido.
Cuando hizo descender la nave para aterrizar, Zev se sintió profundamente dichoso de
que al menos uno de los guerreros que le habían enviado a buscar siguiera con vida.
Solo una ventana de cristal grueso separaba el cuerpo maltratado y casi congelado de
Luke Skywalker de sus cuatro vigilantes amigos.
Han Solo, que gustaba del calor relativo del centro médico rebelde, se encontraba junto
a Leia, su copiloto wookie, Artoo-Detoo y See-Threepio. Han suspiró aliviado. Sabía
que, a pesar del funesto ambiente de la cámara que le circundaba, al fin el joven
comandante estaba fuera de peligro y atendido por las mejores manos mecánicas.
Vestido únicamente con un pantalón corto de color blanco, Luke colgaba en posición
vertical dentro de un cilindro transparente provisto de una combinación de máscara
respiratoria y micrófono, la cual cubría la nariz y la boca. El androide cirujano Too-
Onebee, atendía al joven con la habilidad de los mejores médicos humanoides. Contaba
con la cooperación de su ayudante médico androide, FX-7, que parecía un conjunto de
cilindros, alambres y apéndices coronados de metal. Con gracia, el androide cirujano
accionó un ¡interruptor que hizo que un líquido rojo y gelatinoso se derramara sobre su
paciente humano.
Han sabía que ese bacta podía obrar maravillas, incluso en pacientes de tanta gravedad
como Luke.
A medida que el lodo burbujeante cubría su cuerpo, Luke empezó a agitarse y a delirar.
—Cuidado —gimió—... Criaturas de la nieve. Peligrosas... Yoda... Vé a ver a Yoda...
única esperanza.
Han no tenía la menor idea de lo que decía su amigo. Chewbacca, confundido también
por los desvaríos del joven, se expresó con un ladrido wookie de interrogación.
—Chewie, lo que dice tampoco tiene sentido para mí —respondió Han.
Lleno de esperanzas, Threepio comentó:
—Es ero que funcione bien, si es que me entendéis. Sería una verdadera pena que el
amo Luke sufriera un cortocircuito.
—Este chico se encontró con algo que no era únicamente el frío —observó Han
tácticamente.
—Sigue hablando sobre esos seres —dijo Leia observando a Solo, que tenía la mirada
torvamente fija—. Han, hemos duplicado las medidas de seguridad— agregó e intentó
darle, las gracias—. No sé cómo...
—Olvídelo —respondió bruscamente. De momento, a Han sólo le preocupaba su amigo
sumergido en el líquido rojo del bacta.
El cuerpo de Luke chapoteó en la sustancia de color claro y las propiedades curativas
del bacta comenzaron a surtir efecto. De momento parecía que Luke intentaba rechazar
el flujo terapéutico del lodo translúcido. Finalmente renunció a sus murmuraciones, se
relajó y se entregó a los poderes del bacta.
Too-Onebee se apartó del humano cuyo cuidado le hablan confiado. Su cabeza en forma
de cráneo describió un ángulo para mirar a Han y a los demás, que estaban al otro lado
de la ventana.
—El comandante Skywalker ha sufrido un dormi-choque pero reacciona bien al bacta
—anunció el robot; su voz dominante y autoritaria se oyó claramente a través del cristal
—. Ya está fuera de peligro.
Las palabras del robot cirujano aliviaron inmediatamente la tensión que se había
apoderado del grupo situado al otro lado de la ventana. Leia suspiró reconfortada y
Chewbacca gruñó para manifestar su aprobación por el tratamiento de Too-Onebee.
Luke no podía calcular cuánto tiempo había delirado, pero ahora había recuperado el
pleno dominio de su mente y sus sentidos. Se sentó en la cama del centro médico
rebelde. Pensó que era feliz de volver a respirar aire de verdad, por muy frío que fuese.
Un androide médico retiraba de su rostro ya curado la almohadilla protectora. Sus ojos
quedaron descubiertos y empezó a percibir el rostro de alguien que estaba junto a su
cama. Gradualmente logró centrar la imagen sonriente de la princesa Leia. Ella se
inclinó graciosamente hacia él y con delicadeza le apartó el pelo de los ojos.
—El bacta está actuando bien —comentó la princesa mientras observaba sus heridas
casi curadas—. Las cicatrices desaparecerán dentro de un día o dos. ¿Aún te duele?
Al otro lado de la habitación, una puerta se abrió estrepitosamente. Artoo lanzó un
alegre bip a modo de saludo mientras se deslizaba hacia Luke y Threepio se acercó
ruidosamente a la cama:
—Amo Luke, me alegro de ver que vuelve a funcionar.
—Gracias, Threepio.
Artoo lanzó una serie de bips y silbidos de alegría.
—Artoo también quiere expresar su alegría —tradujo Threepio servicialmente.
Luke deseaba agradecer la preocupación de los robots, pero antes de que pudiera
responderles se topó con otra interrupción.
—Hola, chico —Han Solo le saludó alegremente mientras entraba con Chewbacca en el
centro médico.
El wookie gruñó a manera de amistoso saludo.
—Pareces lo bastante fuerte para luchar con un gundark —comentó Han.
Luke se sentía fuerte y también agradecido a su amigo.
—Gracias a ti.
—Pequeño, ahora me debes dos —Han dirigió a la princesa una sonrisa amplia y
perversa—. Bien, Señoría —agregó burlonamente—, parece que se las ha arreglado
para mantenerme cerca un tiempo más.
—Yo no tuve nada que ver —respondió Leia acaloradamente, molesta por la vanidad de
Han—. El general Rieekan opina que es peligroso que cualquier nave abandone el
sistema antes de que los generadores estén en condiciones de operar.
—Es una buena explicación, pero creo que usted no soporta la idea de tenerme lejos.
—Cerebro de láser, no sé de dónde extraes tus ideas delirantes —respondió la princesa.
las dos yo Divertido por esa batalla verbal entre voluntades humanas más fuertes con las
que se había topado en su vida, Chewbacca lanzó una rugiente risa wookie.
—Ríe cuanto quieras, pelota de pelos —agregó Han afablemente—. No nos viste
cuando estábamos solos en el pasillo sur.
Hasta ese momento, Luke apenas había prestado atención al delirante diálogo. Han y la
princesa habían discutido mucho en el pasado. Sin embargo, esa referencia al pasillo sur
despertó su curiosidad y miró a Leia en busca de una explicación.
—Expresó lo que sentía verdaderamente por mi —agregó Han y se deleitó con el rubor
sonrosado que apareció en las mejillas de la princesa—. Vamos, Alteza, no puede
haberlo olvidado.
—Eres un pastor de nerfos vil, engreído, tonto, desaliñado... —barbotó furiosa.
—¿Quién me llama desaliñado? —sonrió—. Querida, le diré una cosa. Seguramente
golpeé muy cerca del blanco para hacerla saltar así. ¿No te parece, Luke?
—Sí —replicó y miró incrédulo a la princesa—. Me parece que sí.
Leia miró a Luke, y en su rostro ruborizado se traslucía una extraña mezcla de
emociones. Durante unos segundos se reflejó en sus ojos algo vulnerable, casi infantil.
Después volvió a cubrirse con la máscara de la dureza.
—Ah, ¿te parece que sí? —preguntó—. Supongo que no lo sabes todo sobre las
mujeres, ¿verdad? Luke reconoció en silencio que así era. Estuvo aún más de acuerdo
cuando Leia se inclinó y le besó con vehemencia en los labios. Después la princesa se
volvió, cruzó la habitación y dio un portazo al salir.
Todos los presentes —humanos, wookie y androides— se miraron sin pronunciar
palabra.
A lo lejos, en los pasillos subterráneos, sonó una alarma.
El general Rieekan y su controlador jefe conferenciaban en el centro de mando de los
rebeldes.
La princesa Leia y Threepio, fue habían escuchado al general y a su oficial, se volvieron
expectantes al ver que entraban Han Solo y Chewbacca.
Una señal de advertencia resplandecía en la inmensa consola situada detrás de Rieekan,
operada por los oficiales rebeldes de control.
—General —llamó el controlador de sensores.
Seriamente preocupado, el general Rieekan miró las pantallas de la consola.
Repentinamente vio una señal parpadeante que unos segundos antes no estaba allí.
—Princesa, creo que tenemos un visitante —comunicó.
Leia, Han, Chewbacca y Threepio se reunieron alrededor del general y miraron las
pantallas del monitor que emitían bips.
—Hemos captado algo fuera de la base en la zona doce. Se mueve hacia el este —
agregó Rieekan.
—Sea lo que fuere es de metal —comunicó el controlador de sensores.
Leia abrió los ojos sorprendida y preguntó:
—¿No puede ser una de esas criaturas que atacaron a Luke?
—¿Podría ser nuestro? —inquirió Han—. ¿Quizás un vehículo rápido? El controlador
de sensores meneó negativamente la cabeza.
—No, no hay señal —de otro monitor surgió un sonido—. Un momento, algo muy
débil...
Threepio caminó tan deprisa como se lo permitían sus rígidas juntas y se acercó a la
consola. Sus sensores auditivos sintonizaron las extrañas señales.
—Señor, debo decir que domino más de sesenta millones de formas de comunicación,
pero ésta es nueva. Seguramente está en código o...
En ese momento la voz de un soldado rebelde sonó por el altavoz del intercomunicador
de la consola:
—Estación Eco tres ocho. Dentro de nuestro alcance hay un objeto no identificado. Se
encuentra encima de la cordillera. Haremos contacto visual dentro de... —sin más, la
voz se cargó de temor—. ¿Qué demonios... ¡Oh, no! Por la radio se oyó un estallido de
estática y la transmisión se interrumpió por completo. Han frunció el ceño.
—Sea lo que fuere, no se trata de un amigo —dijo—. Echemos un vistazo. Vamos,
Chewie.
Antes de que Han y Chewbacca abandonaran la cámara, el general Rieekan ya había
enviado a los Pícaros Diez y Once a la Estación tres ocho.
El descomunal destructor galáctico imperial ocupaba una posición de prominencia letal
en la flota del emperador. La nave elegantemente alargada era más grande y aún más
funesta que los cinco destructores galácticos estelares en forma de cuña que la
protegían. Esos cinco cruceros constituían las naves de guerra más temidas y
devastadoras de la galaxia y podían reducir a desechos cósmicos todo lo que se acercara
demasiado a sus armas.
Varios cazas más pequeños flanqueaban a los destructores galácticos, y esparcidos entre
esa gran armada espacial se encontraban los infames cazas TIE.
Una confianza absoluta reinaba en el corazón de todos los tripulantes de ese escuadrón
imperial de la muerte, sobre todo en el del personal del monstruoso destructor galáctico
central. Pero en sus almas también ardía algo más: el miedo, miedo ante el simple
sonido de las conocidas pisadas pesadas cuando retumbaban por la inmensa nave. Los
tripulantes temían esos pasos y se estremecían cada vez que los oían pues traían a su tan
temido jefe, que también era muy respetado.
Más alto que ellos, con su túnica negra y su toca del mismo color que le ocultaba la
cabeza Darth Vader —el Oscuro Señor del Sith— entró en la cubierta principal de
control y los hombres que estaban presentes guardaron silencio. Durante lo que pareció
una eternidad, sólo se oyeron los sonidos de los tableros de mando de la nave y el
ruidoso resuello que procedía de la Pantalla respiratoria de metal de la figura de ébano.
Mientras Darth Vader observaba la disposición de las estrellas, el capitán Piett corrió
por el amplio puente de la nave con un mensaje para el rechoncho almirante Ozzel, de
aspecto perverso, que se encontraba apostado en el puente.
—Almirante, creo que hemos encontrado algo —anunció nervioso y paseó la mirada de
Ozzel al Oscuro Señor.
—¿Sí, capitán?
El almirante era un hombre sumamente confiado que estaba relajado ante su superior
cubierto con una túnica.
—Lo que tenemos solo es el fragmento del informe de un androide de exploración
enviado al sistema de Hoth. Pero se trata de la mejor pista con que contamos desde
que...
—Hemos enviado miles de. androides de exploración para que registren la galaxia —le
interrumpió Ozzel furioso—. No quiero pistas sino pruebas. No pienso continuar una
persecución de un lado al...
La figura vestida de negro se acercó bruscamente a los dos y les interrumpió:
—¿Habéis encontrado algo? —preguntó y la máscara respiratoria distorsionó un poco
su voz.
El capitán Piett miró respetuosamente a su jefe, que se cernía sobre él como un dios
omnipotente vestido de negro.
—Si, señor —replicó Piett lentamente y eligió con cuidado las palabras—. Disponemos
de controles visuales. Aparentemente, el sistema carece de formas humanas...
Vader ya no prestaba atención a las palabras del capitán. Volvió su rostro enmascarado
hacia una imagen que brillaba en una de las pantallas visoras: la imagen de un pequeño
escuadrón de vehículos rápidos para la nieve de los rebeldes que se deslizaban sobre los
campos blancos.
—Es eso —afirmó Darth Vader sin reflexionar.
—Señor —protestó el almirante Ozzel—, existen muchos asentamientos inexplorados.
Podrían ser contrabandistas...
—¡Es ése! —insistió el ex caballero jedi y cerró el puño cubierto por un guante negro
—. Skywalker está con ellos. Almirante, reúna las naves de patrulla y ponga rumbo al
sistema de Hoth. —Vader miró a un oficial vestido con uniforme verde y una gorra del
mismo color.
Se dirigió a él.
—General Veers, prepare a sus hombres.
En cuanto Darth Vader habló, sus hombres se pusieron en acción para poner en práctica
el terrible plan.
El Imperio había entrado en el sistema de Hoth. Los soldados rebeldes corrieron a sus
estaciones de alerta mientras las alarmas ululaban por los túneles de hielo. Las
tripulaciones de tierra y los androides de todo tipo de tamaños y modelos se apresuraron
a cumplir las tareas asignadas, respondiendo con eficacia a la inminente amenaza
imperial.
Los vehículos rápidos y blindados para nieve fueron repostados mientras esperaban en
formación de ataque con el fin de volar la entrada principal de la cueva.
Simultáneamente, en el hangar, la princesa Leia se dirigía a un grupúsculo de pilotos de
cazas rebeldes:
—Las grandes naves de transporte partirán en cuanto estén cargadas. Sólo dos cazas de
escolta por nave. La capa protectora de energía sólo puede abrirse durante unas décimas
de segundo, por lo que tendréis que permanecer muy cerca de los transportes.
Obvie, un rebelde veterano en muchas batallas, miró preocupado a la princesa y
preguntó:
—¿Dos cazas contra un destructor galáctico?
—El cañón de iones disparará varias ráfagas que deben destruir a cualquier nave que se
encuentre en vuestro corredor de vuelo —explicó Leia—. Cuando hayáis salido de la
capa protectora de energía, continuaréis hasta el punto de reunión. ¡Buena suerte! Algo
más tranquilos, Hobbie y los demás pilotos echaron a correr hacia las carlingas de sus
cazas.
Entretanto, Han trabajaba frenéticamente para terminar la soldadura de un elevador del
Millenium Falcon. Acabó en seguida, saltó al suelo del hangar y conectó su
intercomunicador.
—Todo listo, Chewie —dijo a la figura peluda sentada ante los mandos del Falcon—,
inténtalo.
En ese preciso instante Leia pasó a su lado y le dirigió una furiosa mirada. Han la miró
con suficiencia mientras los elevadores del carguero se alzaban del suelo, después de lo
cual el derecho empezó a sacudirse irregularmente, se separó en parte y cayó con un
violento estrépito.
Se apartó de Leia y sólo percibió un atisbo de su rostro cuando la princesa alzó
burlonamente una ceja.
—Sujétalo, Chewie —gruñó Han por el pequeño transmisor.
Luke Skywalker, a punto de partir, preparó el equipo contra el mal tiempo y observó a
los pilotos, artilleros y las unidades R2 que se apresuraban a cumplir sus tareas. Echó a
andar hacia la fila de vehículos rápidos de la nieve que le aguardaban. A mitad de
camino, el joven comandante se detuvo junto a la sección de cola del Millennium
Falcon, en la que Han Solo y Chewbacca reparaban frenéticamente el elevador derecho.
—Chewie, cuida de ti mismo y vigila a este muchacho ¿quieres? —pidió Luke.
El wookie lanzó un ladrido de despedida, dio a Luke un gran abrazo y volvió a ocuparse
de los elevadores.
Los dos amigos, Luke y Han, se miraron atentamente, quizá por última vez.
—Espero que hagas las paces con Jabba —dijo Luke por último.
—Chico, enloquécelos —respondió alegremente el coreliano.
El joven comandante se alejó mientras su mente se inundaba con los recuerdos de las
hazañas compartidas con Han. Se detuvo, se volvió para mirar el Falcon y notó que su
amigo seguía con la vista fija en él. Mientras se observaban fugazmente, Chewbacca les
miró y supo que cada uno deseaba lo mejor para el otro, dondequiera les llevasen sus
respectivos destinos personales.
El sistema de altavoces interrumpió sus pensamientos.
—El primer transporte ha pasado —un locutor rebelde dio la buena noticia.
Al oírla, las personas reunidas en el hangar aplaudieron. Luke se volvió y corrió a su
vehículo rápido para la nieve. Cuando llegó vio que Dack, su joven artillero de aspecto
rozagante, le esperaba junto a la nave.
—Señor, ¿cómo se siente? —preguntó Dack entusiasmado.
—Como nuevo, Dack. Y tú, ¿cómo estás?
Dack sonrió de oreja a oreja.
—En este momento me siento capaz de vérmelas yo solo con todo el Imperio.
—Claro —respondió Luke suavemente—, comprendo lo que dices.
Aunque sólo se llevaban unos pocos años, en ese momento Luke se sintió varios siglos
más viejo.
La voz de la princesa Leia surgió por el sistema de altavoces:
—Atención, pilotos de los vehículos rápidos... al oír la señal de retirada reuníos en la
ladera sur.
Vuestros cazas están preparados para el despegue. Se transmitirá en código uno cinco
una vez efectuada la evacuación.
Threepio y Artoo se encontraban entre el personal que se movía a toda velocidad
mientras los pilotos se preparaban para partir. El androide dorado se inclinó ligeramente
para dirigir sus sensores hacia el pequeño robot R2. Los sombras que jugaban sobre la
cara de Threepio dieron la sensación de que su placa facial se alargaba hasta formar un
ceño fruncido.
—¿Por qué será que cuando las cosa parecen resueltas todo se viene abajo? —preguntó.
Se inclinó hacia delante y palmeó cariñosamente el casco del otro androide—. Cuida del
amo Luke y también de ti mismo.
Artoo lanzó unos silbidos y unos sonidos breves a modo de despedida y después giró
para deslizarse por el pasillo de hielo. Threepio saludó tiesamente y vio cómo se alejaba
su fiel y rechoncho amigo.
A un observador hubiera podido parecerle que a Threepio se le humedecían los ojos,
pero no era la primera vez que una gota de aceite se atascaba en sus sensores ópticos.
El robot con forma humana finalmente giró y se alejó en dirección contraria.
Nadie en Hoth oyó el sonido. Al principio, sonaba demasiado lejos para que los vientos
ululantes lo transmitiesen. Además, los soldados rebeldes que combatían el frío mientras
se preparaban para el combate estaban demasiado ocupados para prestar atención.
En las trincheras excavadas en la nieve, los oficiales rebeldes daban órdenes a gritos
para hacerse oír entre los vientos huracanados. Los soldados se apresuraron a cumplir
las órdenes, corrieron sobre la nieve cargando al hombre armas pesados parecidas a
bazookas y clavaron esos lanzarrayos letales en los bordes helados de las trincheras.
Los generadores de energía de los rebeldes, situados cerca de las torres de los cañones,
comenzaron a saltar, zumbar y chisporrotear con ensordecedores estallidos de energía
eléctrica suficiente para alimentar el enorme complejo subterráneo. Por encima de esa
actividad y de los ruidos podía percibirse un sonido extraño, un golpeteo agorero que se
acercaba y hacía temblar el terreno congelado. Cuando estuvo lo bastante cerca para
llamar la atención de un oficial, éste se esforzó por ver en medio de la tormenta y buscó
el origen de los golpes pesados y rítmicos. Otros hombres desviaron la vista de sus
tareas y vieron algo que parecía una serie de partículas en movimiento. Los pequeños
puntos parecían avanzar en medio de la ventisca a paso lento pero constante, levantando
nubes de nieve a medida que se aproximaban a la base rebelde.
El oficial cogió los electro-prismáticos y enfocó los objetos que se acercaban. Había
unos doce que avanzaban decididamente entre la nieve y que parecían seres de un
pasado inexplorado. Pero se trataba de máquinas y cada una de ellas acechaba como un
inmenso ungulado sobre sus cuatro patas articuladas. ¡Caminantes! El oficial identificó
los transportes blindados y todo terreno del Imperio y se estremeció. Cada máquina iba
fabulosamente armada con cañones situados en la parte anterior, a la manera de los
cuernos de una bestia prehistórica. Los caminantes avanzaban como paquidermos
mecánicos y sus armas y cañones giratorios lanzaban un fuego mortal.
El oficial aferró su intercomunicador.
—Pícaro Jefe... ¡estoy a punto de llegar! Punto cero tres.
—Estación Eco cinco-siete, estamos en camino.
Mientras Luke Skywalker respondía, una explosión rodeó de hielo y nieve al oficial y a
sus aterrados hombres. Éstos ya estaban al alcance de los caminantes. Los soldados
rebeldes sabían que su tarea consistía en desviar la atención mientras las naves de
transporte partían, pero ninguno estaba dispuesto a morir bajo las patas de esas horribles
máquinas ni a ser víctima de sus armas.
De los cañones de un caminante surgieron olas brillantes de llamas naranjas y amarillas.
Nerviosos, los soldados rebeldes apuntaron contra los caminantes y cada uno de ellos
sintió que unos dedos gélidos e invisibles atravesaban sus cuerpos.
De los doce vehículos rápidos para la nieve, cuatro tomaron la delantera y se elevaron a
toda prisa para marchar sobre el enemigo. Uno de los transportes blindados todo terreno
disparó y erró por muy poco al aparato ladeado. Una ráfaga de fuego convirtió a otro
vehículo rápido para la nieve en una bola llameante que iluminó el cielo y desapareció.
Al mirar por la ventana de la carlinga, Luke vio el estallido de la primera baja de su
escuadrilla.
Enfurecido, disparó los cañones de su nave contra un caminante, pero sólo recibió una
lluvia de disparos imperiales que estremecieron su vehículo rápido con la barrera de
fuego antiaéreo.
Cuando Luke recuperó el control de la nave, otro vehículo rápido para la nieve se unió a
él:
Pícaro Tres. Se arremolinaron como insectos alrededor de los caminantes que
avanzaban implacablemente y pisando muy fuerte, al tiempo que otros vehículos
rápidos seguían intercambiando disparos con las máquinas imperiales de asalto. Pícaro
Jefe y Pícaro Tres revolotearon junto al caminante que abría la marcha, se separaron y
después ambos se ladearon hacia la derecha.
Luke vio cómo se inclinaba el horizonte mientras maniobraba su vehículo rápido entre
las partes articuladas del caminante y salía de debajo de la monstruosa máquina. El
joven comandante volvió a volar horizontalmente y contactó con la nave compañera:
—Pícaro Jefe a Pícaro Tres.
—Te recibo, Pícaro Jefe —informó Cuña el piloto de Pícaro Tres.
—Cuña, divide tu escuadrilla en pares —dijo Luke por el intercomunicador.
A continuación el vehículo rápido para la nieve de Luke se ladeó y giró mientras la nave
de Cuña se alejaba en dirección contraria, acompañada de otro aparato rebelde.
Los caminantes prosiguieron la marcha a través de la nieve sin dejar de disparar con
todos sus cañones. Desde el interior de una de las máquinas de asalto, dos pilotos
imperiales divisaron las armas rebeldes, que se destacaban en el campo blanco. Los
pilotos hicieron maniobrar al caminante hacia los cañones cuando advirtieron que un
solitario vehículo rápido para la nieve arremetía en forma temeraria hacia la portilla
visora principal, disparando con todas sus arnas. Un impresionante estallido
relampagueó en el lado exterior de la ventana impenetrable y se disipó al tiempo que el
vehículo rápido para la nieve rugía en medio del humo y se perdía en lo alto.
Mientras se encumbraba y se alejaba del caminante, Luke miró hacia atrás. Ese blindaje
resiste demasiado bien las barrenas, pensó. Tiene que haber alguna otra forma de atacar
a esos monstruos, algo que no sea potencia de fuego. Durante unos instantes, Luke
pensó en algunas de las tácticas sencillas que un granjero utilizaría contra una bestia
salvaje. Después hizo girar su vehículo a fin de arremeter una vez más contra los
caminantes y tomó una decisión.
—Grupo pícaro —se dirigió a todos por intercomunicador—, preparad los arpones y los
cables de remolcar. Id contra las patas. Es la única posibilidad que tenemos de
detenerlos. Hobbie, ¿estás conmigo?
—Sí señor —respondió de inmediato una voz tranquilizadora.
—Bien, pues no te alejes.
—Al enderezar la nave, Luke tenía la firme decisión de deslizarse con Hobbie en
formación cerrada. Viraron juntos y descendieron hacia la superficie de Hoth.
Dack, el artillero de la nave de Luke, se sacudió en la carlinga a causa del brusco
movimiento del aparato. Procuró no soltar el arma de arpón que sostenía en la mano y
gritó:
—¡Caramba! —Luke no logro encontrar mis abrazaderas.
Las, explosiones estremecieron la nave de Luke y la sacudieron violentamente en
medio: del fuego anti aéreo que la rodeaba. Por la ventana divisó a otro caminante que,
al parecer, no fue afectado por la plena potencia de fuego de los vehículos de ataque de
los rebeldes. Esa maquina pesada se convirtió en el blanco de Luke mientras perdía
altura y trazaba un arco descendente.
El caminante disparaba directamente contra él, lo que creaba un muro de rayos láser y
de fuego antiaéreo.
—¡Aguanta, Dack, y prepárate para lanzar el cable de remolcar! —gritó en medio, de
las explosiones.
Otro estallido estremeció el vehículo rápido de Luke. Mientras luchaba por recuperar el
control de la nave, ésta se tambaleó. A pesar del frío, Luke empezó a sudar
copiosamente mientras hacía desesperados intentos por enderezar la nave que caía. De
todos modos, el horizonte seguía girando ante sus ojos.
—¡Aguanta Dack! ¡Prepárate, que casi hemos llegado! ¿Te encuentras bien?
Dack no respondió. Luke logró virar vio; que el vehículo rápido de Hobbie mantenía el
rumbo junto al suyo al tiempo que esquivaban las descargas a las que; estaban
sometidos. Estiró el cuello y vio que Dack estaba caído sobre los mandos y que de, su
frente manaba sangre.
¡Dack! En tierra, las torres de los cañones próximas a los generadores de energía
disparaban contra los caminantes imperiales, pero los disparos no parecían afectarlos,
Las armas imperiales bombardearon la zona próxima a las torres, levantaron nubes de
nieve, y es tuvieron a punto de cegar a sus blancos humanos con su asedio violento y
constante. El oficial que había divisado las increíbles máquinas y las había combatido
junto a sus hombres, fue, una de las primeras víctimas de los rayos aniquiladores de un
caminante. Los soldados corrieron en su auxilio pero no lograron salvarle, pues ya había
perdido tanta sangre que formó una mancha de color escarlata en la nieve.
De una de las armas como platillos colocados cerca de los generadores de energía
surgieron más disparos rebeldes, A pesar de las terribles explosiones, los caminantes
seguían avanzando. Otro vehículo rápido se lanzó heroicamente entre un par de
caminantes, pero fue abatido por los disparos de una de las máquinas disparos que lo
convirtieron en una inmensa bola de llamas ondulantes.
Las explosiones de la superficie hicieron temblar las paredes del hangar de hielo y
lograron, que las profundas grietas se agrandaran.
Han Solo y Chewbacca, trabajaban frenéticamente para concluir la soldadura. Mientras
lo hacían se dieron cuenta de que las grietas, cada vez más amplias harían que en poco
tiempo todo el techo de hielo cayera sobre ellos.
—En cuanto tengamos tiempo, someteremos este cacharro a una revisión completa —
afirmó Han aunque sabía que primero tendría que sacar al Millennium Falcon de ese
infierno blanco.
Mientras el wookie y él reparaban la nave, enormes trozos de hielo que las explosiones
habían liberado cayeron estrepitosamente en el suelo de la base subterránea. La princesa
Leia avanzó presurosa e intentó eludir los fragmentos congelados que caían mientras
buscaba refugio en el centro de mando de los rebeldes.
—No estoy seguro de que podamos proteger dos transportes al mismo tiempo —le
comunicó, el general Rieeken a la princesa mientras entraba en la cámara.
—Sé que es arriesgado, pero nuestra acción de resistencia está fallando —replicó.
Leia había comprendido que el lanzamiento de los transportes llevaba demasiado
tiempo y que era imprescindible acelerarlo.
Rieeken dio una orden a través del intercomunicador:
—Patrullas de lanzamiento, continuad con las salidas aceleradas...
Mientras el general hablaba por el intercomunicador, Leia se dirigió a un ayudante y le
dijo:
—Iniciad la retirada del personal de tierra que aún esté aquí.
De todos modos, la princesa sabía que la salida dependía totalmente del éxito de los
rebeldes en la batalla que tenía lugar en la superficie.
El vehículo rápido para la nieve que respondía al nombre de Pícaro Tres acababa de
atacar al caminante que iba en vanguardia. Cuña, el piloto lanzó un grito de victoria al
ver los daños provocadas por sus armas.
Otros vehículos rápidos pasaron junto al de Cuña y siguieron avanzando en dirección
contraria.
Cuña hizo virar la nave hasta poner rumbo directo hacía otro caminante letal. Al
acercarse al monstruo, Cuña gritó a su artillero:
—¡Activa el arpón!
El artillero apretó el botón de disparo mientras el piloto hacia maniobrar osadamente la
nave entre las patas del caminante. De inmediato, el arpón salió silbando de la parte
trasera del vehículo rápido y detrás se desenrolló un largo cable.
—¡Cable fuera! —gritó el artillero—. ¡Sigamos!
Cuña vio que el arpón se hundía en una de las patas metálicas y que el cable seguía
conectado a su vehículo. Echó un vistazo a los mandos y después dio media vuelta a su
vehículo hasta colocarlo delante de la máquina imperial. Cuña hizo un viraje brusco,
hizo girar la nave alrededor de una de las patas traseras del monstruo y el cable se
enredó en ésta como si fuera un lazo metálico.
De momento, el plan de Luke da resultado, pensó Cuña. Lo único que le quedaba por
hace era trasladar su vehículo rápido hasta la parte trasera del caminante. Cuña vio por
el rabillo del ojo a pícaro Jefe mientras ejecutaba la operación.
—¡Cable fuera! —volvió a gritar, el artillero mientras Cuña conducía la nave junto al
caminante enredado en los cables, sin alejarse demasiado del casco de metal. El artillero
de Cuña oprimió otro botón y liberó el cable de la parte trasera.
El vehículo ascendió, verticalmente y Cuña rió al ver los resultados de sus esfuerzos. El
caminante hacía torpes esfuerzos por seguir avanzando, pero tenía las piernas totalmente
enredados en los cables rebeldes. Finalmente se inclinó hacia un lado y se estrelló
contra el suelo. El impacto levantó una nube de hielo y nieve.
—Pícaro Jefe... Luke hemos abatido uno —anunció Cuña al piloto del vehículo rápido
que lo acompañaba.
—Ya lo hemos visto, Cuña —replico el Comandante Skywalker—. ¡Buen trabajo! Los
soldados rebeldes aplaudieron triunfalmente en las trincheras al ver la caída de la
máquina de asalto. Un oficial salió de, un salto de la trinchera cavada en la nieve e hizo
señas a sus hombres.
Los condujo en tumultuoso ataque contra el caminante caído y llegaron junto al, enorme
casco metálico antes de que un solo soldado imperial lograra salir ileso.
Los rebeldes estaban apunto de entrar en el caminante cuando estalló súbitamente desde
el interior, expandiendo grandes fragmentos de metal retorcido. El impacto del estallido
hizo que los aturdidos soldados rebeldes cayeran sobre la nieve.
Luke y Zev vieron la destrucción del caminante mientras volaban y se ladeaban a
derecha e izquierda para eludir el fuego antiaéreo dirigido contra ellos. Cuando
finalmente se pusieron en trayectoria horizontal, las explosiones de los cañones de los
caminantes sacudieron sus aparatos.
—¡Tranquilo, Pícaro Dos! —recomendó Luke y miró hacia el vehículo que volaba
paralelamente a su nave—. Prepara el arpón. Te cubriré.
Hubo otra explosión que deterioró la parte frontal de la nave de Zev. El piloto apenas
veía a causa de la nube de humo que cubría su cristal. Lucho por mantener la nave en
trayectoria horizontal, pero otras ráfagas del enemigo la sacudieron violentamente.
Su visión era tan confusa que sólo cuando se encontró directamente en la línea de fuego
vio Zev la imagen imponente de otro caminante imperial. El piloto de Pícaro Dos sintió
unos instantes de dolor y después su aparato de morro chato, que lanzaba humo y
avanzaba en una trayectoria de colisión con el caminante, ardió súbitamente en llamas
en medio de una ráfaga de cañonazos. Muy pocos restos de Zev y de su nave llegaron al
suelo.
Luke vio la desintegración y se sintió mal por la pérdida de otro camarada. Pero ahora
no podía expresar sus dolor dado que tantas otras vidas dependían de la firmeza y
corrección de sus órdenes.
Miró desesperado a su alrededor y habló por el intercomunicador:
—Cuña... Cuña... Pícaro Tres. Prepara el arpón y sígueme en la próxima pasada.
Mientras una hablaba, una terrible explosión estremeció el vehículo rápido de Luke.
Manipuló los mandos en un intento inútil de dominar la pequeña nave, Un escalofrío de
miedo le recorrió al reparar en el denso y retorcido embudo de humo negro que salía de
la sección de popa de su aparato.
Comprendió que era imposible seguir volando en el vehículo averiado por si esto fuera
poco, un caminante apareció directamente en su camino.
Luke manipuló los mandos a medida que la nave caía hacia tierra, dejando una estela de
humo y llamas. En ese momento el calor que hacía en la carlinga era insoportable. Las
llamas empezaban a acariciar el interior del vehículo rápido y se aproximaban a Luke.
Finalmente dejó que su nave patinara y se estrellara en la nieve, a pocos metros de uno
de los caminantes imperiales.
Después del impacto, Luke luchó por salir de la carlinga y vio horrorizado la gigantesca
figura del caminante que se acercaba.
Luke recurrió a todas sus fuerzas, salió a toda prisa de debajo del metal retorcido del
tablero de mandos y subió hasta la parte superior de la carlinga. Logró entreabrir la
escotilla y abandonó la nave. El vehículo temblaba violentamente a cada paso que daba
el colosal caminante. Luke no se había dado cuenta de lo enormes que eran esos
monstruos cuadrúpedos hasta que vio uno de cerca y sin la protección de su nave.
En ese momento se acordó de Dack y volvió a entrar en la nave estrellada para tratar de
recuperar el cuerpo sin vida de su amigo. pero tuvo que renunciar al intento. El cuerpo
estaba demasiado encajado en la carlinga y el caminante ya se encontraba casi a su lado,
Luke evitó las llamas, se estiró dentro del vehículo rápido y aferró el arpón.
Al ver el avance de la colosal bestia mecánica tuvo una idea, Se estiró, dentro de la
carlinga y buscó a tientas una mina terrestre sujeta al interior de la nave. Hizo un gran
esfuerzo con los dedos y sujetó la mina con, firmeza.
Luke se apartó del vehículo de un salto en el mismo momento en que la máquina
gigantesca levantaba una imponente pata y la posaba violentamente sobre el vehículo
rápido para la nieve, aplastándolo.
Luke se agazapó debajo del caminante y se movió con él para eludir sus lentas pisadas.
Alzó la cabeza y, mientras estudiaba la amplia parte inferior de la máquina, sintió que el
viento frío le golpeaba la cara.
Mientras se deslizaba a toda velocidad por debajo de la máquina, Luke apuntó con el
arma de arpón y disparo. Un potente imán sujeto a un cable largo y delgado salió
expulsado del arma y se adhirió firmemente a la parte inferior de la máquina.
A la carrera, Luke tiró del cable y lo probó para cerciorarse de que podía soportar su
peso. Ató la bobina del cable a la hebilla a de su cinturón utilitario y dejó que el
mecanismo de éste le levantara del suelo.
Colgado de la parte inferior del monstruo, Luke vio los caminantes que quedaban y dos
vehículos rápidos pilotados Por los rebeldes, que seguían luchando mientras se elevaban
entre llameantes explosiones.
Como había visto que en el casco de la máquina había una pequeña escotilla, trepó hasta
ella.
Con su espada láser la abrió prestamente, arrojó al interior la mina terrestre y descendió
a toda velocidad por el cable. Al llegar al suelo, chocó con fuerza contra la nieve y se
desmayó. Una de las patas traseras del caminante estuvo a punto de rozar su cuerpo
inerte.
Después de pasar por encima de Luke y alejarse, una explosión sorda destrozó las
entrañas del caminante. Inesperadamente, la tremenda mole de la bestia mecánica cedió
por las juntas y por todas partes volaron mecanismos y fragmentos del casco. La
máquina imperial de asalto se derrumbó hasta formar un montón humeante e inmóvil,
que se posó sobre lo que quedaba de sus cuatro patas semejantes a zancos.
El centro de mando de los rebeldes intentaba operar en medio de la destrucción mientras
las paredes del techo temblaban y se resquebrajaban a causa de la devastadora violencia
de la batalla que se libraba en la superficie. Las tuberías destrozadas por las ráfagas
arrojaban chorros de vapor hirviente. Los suelos blancos estaban cubiertos de piezas de
máquinas rotas y por todas partes se veían fragmentos de hielo. Con excepción de los
rugidos lejanos de los disparos de láser, el centro de mando se encontraba agoreramente
tranquilo.
Aún había rebeldes de guardia, incluida la princesa Leia, que observaba las imágenes
que aparecían en las pantallas de las pocas consolas que todavía funcionaban.
La princesas quería asegurarse de que todas las naves de transporte habían eludido a la
armada imperial y se acercaban a su punto de reunión en el espacio.
Han Solo entró a la carrera en el centro de mando y esquivó grandes fragmentos del
techo de hielo que se derrumbaron a su lado. A un fragmento impresionante le siguió
una avalancha de hielo que se diseminó por el suelo, junto a la entrada de la cámara. Sin
darse por enterado, Han corrió hasta el tablero de mando, donde Leia se encontraba
junto a See-Threepio.
—Oí que el centro de mando había sido alcanzado —Han parecía preocupado—. ¿Se
encuentra bien? La princesa asintió con la cabeza. Le sorprendió ver al piloto donde el
peligro era mayor.
—Vamos —la apremió antes de que ella pudiera responder—. Tiene que embarcar en su
nave.
Leia parecía agotada. Había permanecido durante horas de pie ante las pantallas visoras
y participado en el envío del personal rebelde a sus puestos. Han la cogió de la mano y
la alejó de la cámara mientras el androide protocolario le seguía ruidosamente.
Al observar el blanco campo de batalla, el oficial rebelde vio los vehículos rápidos que
quedaban en el aire y las últimas naves imperiales que pasaban junto a los restos del
caminante que había estallado. Conectó su intercomunicador y oyó la orden: “Retiraos,
retiraos”. Iniciad la operación de retirada. Hizo señas a sus hombres para que ocuparan
el interior de la caverna de hielo y se dio cuenta de que el caminante que llevaban la
delantera aún avanzaba pesadamente hacia los generadores de energía.
En el interior de la carlinga de esa máquina de asalto, el general Veers se acercó a la
portilla.
Desde donde se encontraba, veía claramente el blanco situado debajo. observó los
chisporroteantes generadores de energía y a las tropas rebeldes que los defendían.
—Punto tres punto tres punto cinco... Dentro de nuestro alcance, señor —comunicó el
piloto.
El general se dirigió al oficial de ataque:
—Las tropas desembarcarán para un ataque en tierra —dijo el general Veers—.
Prepárese para atacar el generador principal.
Flanqueado por dos de esas voluminosas máquinas, el caminante que iba en vanguardia
se echó hacia delante y utilizó sus armas para dispersar a los soldados rebeldes que se
retiraban.
A medida que de los caminantes que se acercaban brotaban más disparos de láser,
volaron por los aires cuerpos rebeldes y partes de cuerpos de rebeldes. Muchos de los
soldados que habían logrado evitar los devastadores rayos láser quedaron convertidos en
una pulpa irreconocible bajo los pisotones de los caminantes. El aire estaba cargado de
olor a sangre y a carne quemada y en él resonaba el fragor del combate.
Mientras huían, los pocos soldados rebeldes que sobrevivieron divisaron un solitario
vehículo rápido para la nieve que retrocedía a lo lejos y de cuyo casco incendiado surgía
una estela de humo negro.
Aunque el humo que surgía de su vehículo le restaba visibilidad, Hobbie aún logró ver
parte de la carnicería que causaba estragos en tierra. Las heridas que le había infligido el
láser de uno de los caminantes hacían que moverse fuese una tortura, para no hablar de
operar los mandos de su aparato. Si lograba accionarlos lo suficiente para regresar a la
base, tal vez encontrara un robot médico que...
No sabía que no sobreviviría. Ahora tenía la convicción de que estaba agonizando y, a
menos que se hiciera algo para salvarles, los hombres de la trinchera morirían también.
Tal vez el sonido de ese estallido cercano fue lo que le permitió a Luke Skywalker
recuperar el conocimiento. Atontado, levantó lentamente la cabeza dela nieve. Se sentía
muy débil y estaba dolorosamente rígido a causa del frío. Pensó que era posible que la
congelación ya hubiese dañado sus tejidos. Deseó que no fuera así pues no tenla ganas
de pasar más tiempo sumergido en el pegajoso bacta.
Intentó levantarse pero volvió a caer sobre la nieve y rogó que ninguno de los pilotos de
los caminantes le viese. El intercomunicador chirrió y logró reunir fuerzas para conectar
su receptor.
—Cumplida la retirada de las unidades de avanzada —informó una voz.
¿Retirada? Luke meditó. ¡En ese caso Leia y los demás hablan escapado! Súbitamente
sintió que toda la contienda y las muertes del personal rebelde leal no habían sido en
vano. Una ola de calor recorrió su cuerpo y logró reunir fuerzas para ponerse en pie e
iniciar la larga marcha hacia una lejana formación de hielo.
Una nueva explosión sacudió la cubierta del hangar rebelde, sacudió el techo y estuvo a
punto de enterrar al Millennium Falcon bajo un montículo de hielo. El cielo raso podía
derrumbarse en cualquier momento. Al parecer, el único lugar seguro del hangar se
encontraba debajo de la nave, donde Chewbacca aguardaba impaciente el regreso de su
capitán. El wookie empezaba a preocuparse. Si Han no regresaba pronto, seguramente
el Falcon quedaría enterrado en un sepulcro de hielo. Pero la lealtad hacia su compañero
hizo que Chewie no partiera solo en el carguero.
Cuando el hangar tembló más violentamente, Chewbacca percibió movimientos en la
cámara contigua. El gigante peludo echó atrás la cabeza y llenó el hangar con su rugido
más estentóreo al ver que Han Solo trepaba por las colinas de hielo y nieve y entraba en
la cámara, seguido de la princesa Leia y de un See-Threepio evidentemente nervioso.
Cerca del hangar, las tropas imperiales de asalto, que protegían sus cabezas con cascos
blancos y pantallas blancas contra la nieve, habían comenzado a descender por los
pasillos abandonados.
Con ellos avanzaba su jefe, la figura de túnica negra, que inspeccionó las ruinas de lo
que había sido la base rebelde de Hoth. La imagen negra de Darth Vader se destacaba
claramente contra las paredes, el techo y el suelo blancos. Al avanzar entre las blancas
catacumbas, se apartó como un monarca para esquivar un trozo del cielo raso de hielo
que caía. Después siguió avanzando con paso tan rápido que los soldados tuvieron que
correr para mantener su ritmo.
Del carguero en forma de platillo surgió un sonido suave que fue aumentando de tono.
Han Solo se encontraba ante los mandos en la carlinga del Millennium Falcon y por fin
se sentía a sus anchas.
Accionó rápidamente los interruptores, con la esperanza de ver en el tablero el conocido
mosaico de luces, pero sólo funcionaron algunas.
Chewbacca también había advertido que fallaba algo y vociferó preocupado mientras
Leia estudiaba un indicador que parecía funcionar mal.
—Chewie, ¿qué ha sido? —preguntó Han angustiado. La respuesta del wookie fue
claramente negativa.
—¿Serviría de algo que bajara a empujar? —propuso la princesa Leia, que empezaba a
preguntarse si la nave se mantenía unida gracias a la saliva del coreliano.
—No se preocupe, su Señoría. Lo pondré en marcha.
See-Threepio hizo un ruido metálico en la bodega e intentó llamar la atención de Han
gesticulando.
—Señor —dijo el robot—, me preguntaba si podría... —sus dispositivos exploradores
interpretaron el ceño fruncido del rostro que lo miraba fijamente, por lo que concluyó
—: Puede esperar.
Acompañadas por un Darth Vader que avanzaba rápidamente, las tropas imperiales de
asalto recorrieron los pasillos de hielo de la base rebelde. Aceleraron el paso, corriendo
hacia el zumbido que provenía de los motores de iónicos. El cuerpo de Darth Vader se
tensó cuando al entrar en el hangar reparó en la conocida forma de platillo del
Millennium Falcon.
En el interior del destartalado carguero, Han Solo y Chewbacca hacían desesperados
esfuerzos para ponerlo en marcha.
—Este cubo de tornillos no nos permitirá pasar entre el bloqueo —se quejó la princesa
Leia.
Han fingió no oírla. Controló los mandos del Falcon y luchó por conservar la serenidad
a pesar de que su compañera evidentemente la había perdido. Accionó los interruptores
de la consola de mando e ignoró la mirada desdeñosa de la princesa, Evidentemente,
ella dudaba de que ese conjunto de recambios y chatarra soldada se mantuviera unido
aunque lograran superar el bloqueo.
Han apretó un botón del intercomunicador:
—¡Chewie... ven! —después le guiñó un ojo a Leia y agregó—: Este cacharro todavía
guarda algunas sorpresas.
—Me sorprendería ver que nos movemos.
Antes de que Han pudiera darle una respuesta igualmente ofensiva, una ráfaga de
disparos láser de los imperiales que parpadeó en el interior de la ventana de la carlinga
sacudió al Falcon. Todos vieron el pelotón de tropas imperiales de asalto que corrían
con las armas desenfundadas por el extremo del hangar de hielo. Han comprendió que el
casco abollado del Falcon podía repeler el ataque de esas armas de mano, pero sería
destruido por el arma más poderosa y en forma de bazooka que dos soldados imperiales
montaban a toda prisa.
—¡Chewie! —gritó Han mientras se ataba velozmente al asiento del piloto.
Al mismo tiempo la joven algo aliviada, se acomodó en el asiento del navegante.
En el exterior del Millennium Falcon, las tropas de asalto trabajaban con eficacia
castrense montando la enorme arma. Tras ellos empezaron a abrirse las puertas del
hangar. Del casco del Falcon surgió una de las poderosas armas láser, que giró hasta
apuntar directamente a las tropas de asalto.
Han actuó de prisa para obstaculizar los esfuerzos de los soldados imperiales. Sin
reflexionar, disparó una ráfaga mortal con la poderosa arma láser con la que había
apuntado a las tropas de asalto. La explosión dispersó sus cuerpos acorazados por todo
el hangar.
Chewbacca entró estrepitosamente en la carlinga.
—Tendremos que orientamos y esperar que ocurra lo mejor —declaró Han.
El wookie lanzó su cuerpo peludo sobre el asiento del copiloto mientras el estallido de
otro láser explotaba junto a él, al otro lado de la ventana. Gritó indignado y dio un tirón
a los mandos para provocar el agradable rugir de los motores desde lo más profundo del
Falcon.
El coreliano sonrió a la princesa con un brillo de “ya te lo decía yo” en los ojos.
—Algún día te equivocarás y espero estar presente para verlo —afirmó ligeramente
disgustada.
Han se limitó a sonreír y se volvió hacia el copiloto.
—¡Dale ya! —gritó.
Los motores del enorme carguero rugieron. Todo lo que estaba detrás de la nave se
derritió instantáneamente a causa del fuego abrasador del escape que surgió de la cola.
Chewbacca manipuló enérgicamente los mandos y miró por el rabillo del ojo el paso de
las paredes de hielo mientras el carguero salía disparado.
En el último momento, antes de despegar, Han vio otros grupos de tropas de asalto que
entraban a la carrera en el hangar. Detrás iba un gigante agorero —vestido totalmente de
negro. Después sólo vio un borrón y la llamada de miles de millones de estrellas.
Darth Vader, el espectro negro semejante a un cuervo, recorrió rápidamente las ruinas de
la fortaleza de hielo de los rebeldes, obligando a trotar a los hombres que le
acompañaban pues de lo contrario no podían seguir su ritmo. Mientras avanzaban por
los pasillos, el almirante Piett corrió para alcanzar a su jefe.
—Diecisiete naves abatidas —comunico al Oscuro Señor—. Ignoramos cuántas
lograron escapar.
Sin volver la cabeza, Vader inquirió a través de la máscara:
—¿Y el Millennium Falcon?
Plett hizo una pausa antes de responder, pues hubiese preferido evitar esa cuestión.
—Nuestros dispositivos de rastreo lo siguen —respondió con temor.
Vader se volvió para mirar de frente al almirante, su alta figura sobrepasando
amenazadora la del asustado oficial. Piett sintió que un escalofrío recorría su cuerpo y
cuando el Oscuro Señor volvió a hablar, su voz transmitió una imagen del terrible
destino que le esperaba si no cumplía sus órdenes.
—Quiero esa nave —siseó.
Los dobles conjuntos de alas en X del caza de Luke Skywalker estaban unidos para
formar una sola mientras la pequeña y esbelta nave sé alejaba del planeta de nieve y
hielo.
Durante el vuelo el joven comandante pudo reflexionar sobre los acontecimientos de los
últimos días. Ahora tenía tiempo para analizar las enigmáticas Palabras del espectral
Ben Kenobi meditar sobre su amistad con Han Solo y también considerar su relación
poco sólida con Leia Organa.
Mientras pensaba en las personas que más le importaban, tomó una decisión repentina.
Dirigió una última mirada al pequeño planeta helado y se dijo que ya no había camino
de retorno.
Luke accionó varios controles del tablero de mandos y describió un giro cerrado con la
nave. Vio cómo se movían los cielos al salir despedido al máximo de velocidad en una
nueva dirección. Daba un rumbo regular a su nave cuando Artoo, aún encajado en el
hueco especialmente disecado para él, empezó a lanzar silbidos y bips.
La computadora en miniatura instalada en la nave de Luke para traducir el lenguaje del
androide transmitió su mensaje a una pantalla visora del panel de mandos.
—No hay ningún problema, Artoo —aseguró Luke después de leer la traducción—.
Sólo he emprendido un nuevo rumbo.
El pequeño androide lanzó unos agitados bips y Luke sé volvió para leer el último
comentario en la pantalla visora.
—No —replicó Luke—, no nos reuniremos con los demás.
La noticia Sorprendió a Artoo, que de inmediato lanzó una serie de sonidos nerviosos.
—Iremos al sistema de Dagobah —explicó Luke.
El robot volvió a lanzar un bip y calculó la cantidad de combustible que llevaba el caza
con alas en X.
—Nos alcanzará.
Artoo emitió una serie más larga y cadencioso de pitos y silbidos.
—No nos necesitan —replicó Luke a la pregunta del androide sobre el punto de reunión
planificado por los rebeldes.
A continuación Artoo lanzó un delicado bip para recordarle la orden de la princesa Leia.
Exasperado, el joven piloto exclamó:
—¡Revocaré esa orden! Ahora haz el favor de callarte.
El pequeño androide guardó silencio. Al fin y al cabo, Luke era uno de los comandantes
de la alianza rebelde y, como tal, podía revocar órdenes. Hacía unos ajustes secundarios
en los mandos cuando Artoo volvió a chillar.
—Sí, Artoo —suspiró Luke.
Esta vez el androide emitió una serie de sonidos suaves y eligió con sumo cuidado cada
bip y silbido.
No deseaba molestar a Luke, pero los descubrimientos de su computadora eran lo
bastante importantes como para comunicarlos.
—Sí, Artoo, sé que el sistema de Dagobah no aparece en ninguna de nuestras cartas
espaciales, pero no te preocupes, existe.
La unidad R2 emitió otro preocupado bip.
—Estoy completamente seguro —dijo el joven, e intentó serenar a su compañero
mecánico—. Confía en mí.
Confiara o no en el ser humano que manipulaba los mandos del caza en X, Artoo sólo
emitió un humilde suspiro. Guardó un silencio absoluto durante unos segundos como si
pensara, y después lanzó otro bip.
—Si, Artoo.
Este mensaje del robot fue planteado aún más cuidadosamente que el anterior, se podría
hablar de la táctica de las oraciones silbadas. Parecía que Artoo no tenía el menor deseo
de ofender al humano en quien había confiado. Pero, calculo el robot, ¿no existía la
posibilidad de que el cerebro humano funcionara ligeramente mal? Al fin y al cabo,
había permanecido mucho tiempo en los montículos de nieve de Hoth. Artoo también
computó otra posibilidad: quizás el wampa, la criatura del hielo, le había golpeado con
más fuerza de lo que diagnosticó Too-Onebee.
—No —respondió Luke—, no me duele la cabeza.
Me siento bien. ¿Por qué? El gorjeo de Artoo fue tímido e inocente.
Ni mareos ni somnolencia. Hasta las cicatrices han desaparecido. El tono del silbido
siguiente se agudizo inquisitivamente.
—No, Artoo, todo está bien. Prefiero pilotar manualmente la nave durante un rato.
El rechoncho robot lanzó un último quejido que a Luke le pareció un sonido de derrota.
Le divirtió percibir la preocupación del androide por su salud.
—Artoo, confía en mi —dijo Luke y sonrió cariñosamente—. Sé a dónde voy y
llegaremos allí sanos y salvos. No está lejos.
Han Solo estaba desesperado. El Falcón no había logrado eludir a los cuatro cazas TIE y
al inmenso destructor galáctico que lo perseguían.
Solo corrió hasta la bodega del carguero y se puso a trabajar frenéticamente para reparar
la unidad de hiper transmisión que fallaba. Era prácticamente imposible realizar esa
delicada reparación mientras el Falcon se sacudía a cada ráfaga de fuego antiaéreo de
los cazas.
Han lanzó órdenes a su copiloto, que controló los mecanismos.
—Aumentador de presión horizontal.
El wookie vociferó. Le parecía que funcionaba bien.
—Humedecedor aluvial.
Otro grito. Esa pieza estaba en su sitio.
—Chewie, tráeme las llaves hidráulicas.
Chewbacca corrió hasta el pozo con las herramientas. Han cogió las llaves, se detuvo y
miró a su fiel amigo wookie.
—No sé cómo saldremos de ésta —le confió. En ese momento un resonante golpe
percutió en el costado del Falcon, por lo que la nave cayó y giró vertiginosamente.
Chewbacca ladró preocupado Han se sujetó para asimilar el impacto y las llaves
hidráulicas volaron de su mano. Cuando recuperó el equilibrio, gritó a Chewbacca a
pesar del ruido.
—¡Eso no fue una ráfaga de láser! ¡Algo nos ha alcanzado!
—Han... Han... —frenética, la princesa Leia le llamaba desde la carlinga—. ¡Ven aquí!
Salió de la bodega disparando y regresó a la carrera a la carlinga, en compañía de
Chewbacca.
Lo que vieron por las ventanas les dejó asombrados.
—¡Asteroides!
Hasta donde llegaban sus miradas, veían enormes fragmentos de rocas voladoras que se
movían vertiginosamente por el espacio. ¡Como si las malditas naves de persecución de
los imperiales no supusieran problema suficiente! Han ocupó de inmediato su asiento de
piloto y volvió a hacerse cargo de los mandos del Falcon.
El copiloto se acomodó en su asiento en el mismo momento que un asteroide
especialmente grande pasaba a toda velocidad junto a la proa, de la nave.
Han llegó a la conclusión de, que tenía que permanecer tan sereno como le fuese
posible, pues en caso contrario, quizá no pudieran sobrevivir más de unos instantes.
—Chewie, curso dos siete uno —ordenó.
Leia quedo boquiabierta de asombro. Conocía el significado de la orden de Han y se
sorprendió ante plan tan temerario.
—¿No pensarás sumergirte en el campo de asteroides? —preguntó con la esperanza de
haber oído mal la orden.
—¡No se preocupe, no nos seguirán en medio de esta lluvia! —gritó entusiasmado.
—Señor, si me permite recordárselo —intervino Threepio, que procuraba ejercer una
influencia racional—, la probabilidad de navegar con éxito en un campo de asteroides es
una en aproximadamente dos mil cuatrocientas setenta y siete.
Nadie pareció oír.
La princesa Leia frunció el ceño.
—No es necesario que lo hagas para impresionarme —dijo mientras otro asteroide
golpeaba contra el Falcon.
Han estaba pasándolo la mar de bien y decidió ignorar las insinuaciones de la princesa.
—Resista, querida —se echó a reír y sujetó con más firmeza los mandos—. Ya lo creo
que vamos a volar.
Leia dio un respingo y, resignada, se sujetó firmemente al asiento, See-Threepio, que
seguía recitando cifras, desconectó su voz humana sintetizada cuándo el wookie se
volvió y le miró con expresión adusta.
Han Solo se concentró en cumplir su plan. Sabía que funcionaría; tenía que funcionar
pues no había ninguna otra alternativa, Voló más por instinto que basándose en los
instrumentos y dirigió su nave entre la implacable lluvia de piedras. Echó un rápido
vistazo a las pantallas de sus dispositivos exploradores y descubrió que los cazas TIE y
el Avenger aún no habían renunciado a la persecución. Será un funeral imperial, pensó
mientras maniobraba el Falcon entre la granizada de asteroides.
Miró otra pantalla visora y sonrió al ver el choque entre un asteroide y un caza TIE. La
explosión apareció en la pantalla como un estallido de luz. En ése no hay
supervivientes, pensó Han.
Los pilotos de los cazas TIE que perseguían al Falcon se contaban entre los mejores del
Imperio, pero no podían competir con Han Solo, o no eran lo bastante buenos o no eran
lo bastante locos.
Sólo un lunático habría enviado su nave a un recorrido suicida entre los asteroides.
Locos o no, esos pilotos no tuvieron más alternativa que pisarle los talones.
Indudablemente preferían, morir en el bombardeo de rocas que comunicar un fracaso a
su lúgubre jefe.
Cuando acabó de limpiar a Artoo, Luke advirtió que había oscurecido profundamente.
Las sombras se cernían amenazantes a su alrededor y los gritos ya no parecían tan
lejanos. Artoo y él observaron la tétrica selva pantanoso que les rodeaba y se acercaron
el uno al otro. De repente, Luke vio que un par de ojos diminutos pero malintencionados
les hacían guiños a través de la maleza en sombras y que después desaparecían con una
carrera de pequeños pies.
No deseaba poner en duda los consejos de Ben Kenobi, pero se preguntó si el espectro
cubierto por una túnica había cometido un error al llevarle a ese planeta, con su
misterioso maestro jedi.
Miró su caza con ala en X y gimió al ver que toda la parte inferior estaba sumergida en
las aguas oscuras.
—¿Cómo lograremos que vuelva a volar? —la situación parecía insoluble y un poco
ridícula. Se quejó—: ¿Qué hacemos aquí? Dar una respuesta a cualquiera de esas
preguntas iba más allá de las posibilidades de computadora de Artoo que de todos
modos, emitió un suave bip de consuelo.
—Es como el fragmento de un sueño —agregó Luke, meneó la cabeza y se sintió
asustado y con frío—. Tal vez esté volviéndome loco. Por lo menos sabía con certeza
que era imposible que estuviese metido en una situación más descabellada.
Darth Vader parecía un enorme dios mudo mientras permanecía de pie en la cubierta
principal de mandos del colosal destructor galáctico.
A través de las amplias ventanas rectangulares situadas encima de la cubierta observaba
el violento campo de asteroides que acribillaba su nave mientras se deslizaba por el
espacio. Cientos de piedras pasaban raudas al otro lado de las ventanas. Algunas
chocaban entre sí y estallaban, con brillantes destellos de luz vívida.
Mientras Vader miraba, una de las naves más pequeñas se desintegró después de chocar
con un enorme asteroide. Aparentemente impertérrito, se volvió para observar una serie
de veinte imágenes holográficas. Éstas recreaban tridimensionalmente los rasgos de los
comandantes de veinte naves imperiales de guerra. La imagen del comandante cuya
nave acababa de estallar desaparecía raudamente, casi tan deprisa como volaban hacia el
olvido las brillantes partículas de su aparato.
El almirante Piett y un ayudante se acomodaron sin hacer ruido detrás del jefe vestido
de negro mientras éste observaba una imagen del centro de los veinte, hologramas,
imagen que la estática interrumpía constantemente y que aparecía y desaparecía a
medida que el capitán Needa, del destructor galáctico Avenger, presentaba su informe.
La estática ya había ahogado sus primeras palabras.
—...que fue la última vez que aparecieron en una de nuestras pantallas —agregó el
capitán Needa Si tenemos en cuenta la cantidad de bajas que hemos sufrido, es seguro
que ellos también han sido destruidos.
Vader no estaba de acuerdo. Conocía la potencia del Millennium Falcon y la capacidad
de su vanidoso piloto.
—No, capitán, están vivos —respondió furioso.
—Quiero que todas las naves disponibles recorran el campo de asteroides hasta que los
encuentren.
En cuanto Vader dio la orden, la imagen del capitán Needa y las de los otros diecinueve
desaparecieron por completo. El Oscuro Señor, que había percibido la presencia de dos
hombres a sus espaldas, se volvió apenas desapareció el último holograma.
—Almirante, ¿qué asunto tan importante le trae que no puede esperar? —preguntó
autoritariamente—. ¡Hable de inmediato!
El rostro del almirante palideció de miedo y su voz tembló casi tanto como, su cuerpo.
—Se trata... del emperador.
—¿Del emperador? —repitió la voz detrás de la negra máscara respiratoria.
—Sí —afirmó el almirante—. Le ordena que establezca contacto con él.
—Retire esta nave del campo de asteroides —dijo Darth Vader imperativamente— y
sitúela en una posición desde la que podamos tener una comunicación clara.
—Si señor.
—Envíe la señal en código a mi cámara.
La bruma que una lluvia torrencial había dispersado se deslizaba por el pantano
describiendo tenues remolinos. Un solitario androide R2 corría rápidamente bajo la
copiosa lluvia en busca de su amo.
Los sensores de Artoo-Detoo emitían constantes impulsos a sus terminales nerviosas
electrónicas. Sus sistemas auditivos reaccionaban —quizás en exceso— ante el más leve
de los sonidos y enviaban información al nervioso cerebro de computadora del robot.
Esa selva sombría era demasiado húmeda para Artoo. Apuntó sus sensores ópticos hacia
una pequeña y extraña casa de barro situada a orillas de un oscuro lago. Dominado por
una percepción casi humana de la soledad. el robot se acercó a la ventana de la
minúscula morada. Artoo anduvo con sus pies utilitarios hacia la ventana y atisbó en el
interior. Abrigaba la esperanza de que nadie percibiera el ligero temblor de su cuerpo en
forma de barril ni oyera su nervioso crujido electrónico.
Luke Skywalker se las había ingeniado para entrar en la casa en miniatura, donde todos
los elementos guardaban perfecta proporción con su diminuto habitante. Luke estaba
sentado con las piernas cruzadas en el suelo de tierra seca de la sala e intentaba no dar
con la cabeza al techo bajo.
Delante de él había una mesa y vio algunos contenedores que albergaban algo parecido
a pergaminos escritos a mano.
El ser de rostro arrugado estaba en la cocina, contigua a la sala, y preparaba una comida
increíble. Desde donde estaba, Luke veía que el pequeño cocinero revolvía el contenido
de ollas humeantes, picaba algo, cortaba otra cosa en tiras, lo condimentaba todo con
hierbas y corría de un lado a otro para colocar bandejas en la mesa, delante del joven.
A pesar de que esa actividad bulliciosa le fascinaba, Luke se impacientaba cada vez
más. En una de las frenéticas carreras de su anfitrión a la sala, Luke le recordó.
—Ya te he dicho que no tengo hambre.
—Ten paciencia —recomendó el ser mientras regresaba corriendo a la cocina humeante
—. Es hora de comer.
Luke intentó ser amable.
—Escucha, huele bien y estoy seguro de que es delicioso, pero no comprendo por qué
no podemos visitar ahora a Yoda.
—El jedi también come a esta hora —respondió el pequeñajo, Luke estaba impaciente
por ponerse en camino.
—¿Tardaremos mucho en llegar? ¿Está muy lejos de aquí?
—No muy lejos, no muy lejos. Ten paciencia Pronto lo verás, ¿Por qué quieres
convertirte en un jedi?
—Supongo que por mi padre —replicó Luke mientras pensaba que en realidad nunca
había conocido demasiado bien a su padre. A decir verdad, lo más profundo de la
relación con su padre correspondía al sable de luz que Ben le había confiado.
Luke advirtió que los ojos del ser se mostraban curiosos en el momento en que
mencionó a su padre.
—Ah, tu padre —comentó el pequeñajo y se dispuso a comer la opípara comida—. Un
poderoso jedi.
—Fue un poderoso jedi.
El joven se preguntó si el pequeño se burlaba él.
—¿Cómo es posible que conozcas a mi padre? —preguntó, un poco molesto—. Ni
siquiera sabes quién soy yo —miró la estrafalaria habitación y meneó la cabeza—. No
sé qué hago aquí...
En ese momento notó que el pequeñajo se había apartado de él y hablaba con una
esquina de la sala. Realmente ésta es la gota que colma el vaso, pensó Luke. ¡Ahora esta
criatura incalificable había con el aire!
—Esto no es bueno —decía el pequeñajo irritado—. No servirá. No puedo enseñarle
nada. ¡El chico no tiene paciencia!
Luke volvió la cabeza hacia donde miraba el ser.
No puedo enseñarte No tiene paciencia. Azorado, vio que allí no había nadie.
Gradualmente la realidad de la situación le resultó tan clara como las profundas arrugas
del rostro del pequeñajo.
Le estaban poniendo a prueba... ¡y lo hacía el mismo Yoda ni más ni menos! Desde la
esquina vacía de la sala, Luke oyó la voz sabia y delicada de Ben Kenobi que le decía a
Yoda:
—Aprenderá a tener paciencia.
—Hay mucha ira en él —insistió el diminuto maestro jedi— al igual que en sus padre.
—Ya hemos discutido sobre eso —le recordó Kenobi.
Luke no podía esperar un segundo más.
—Puedo se un jedi —interrumpió. Pasar a formar parte del noble grupo que había
defendido las causas de la justicia y la paz era para él más importante que cualquier otra
cosa—. Estoy preparado, Ben... Ben... —el joven pronunció el nombre de su mentor
invisible y miró a su alrededor con la esperanza de encontrarlo, pero sólo vio a Yoda
sentado ante la mesa, frente a él.
—¿Estás listo? —inquirió el escéptico Yoda—. ¿Qué sabes tú de estar listo? He educado
a los jedis durante ochocientos años. Guardaré el secreto acerca de quién puede ser
iniciado.
—¿Por qué no puedo serlo yo? —pregunto Luke, que se sintió agraviado por la
insinuación de Yoda.
—El hecho de convertirse en jedi exige el más profundo de los compromisos, la mente
más seria —respondió Yoda seriamente.
—Puede hacerlo —dijo la voz de Ben en defensa del joven.
Yoda señaló a Luke al tiempo que miraba al invisible Kenobi.
—Hace mucho tiempo que le observo y durante toda su vida ha apartado la mirada...
para mirar el horizonte, el cielo, el futuro. Nunca concentró su mente en donde estaba ni
en lo que hacía.
—Aventuras, entusiasmo... —Yoda miró furioso a Luke— ¡Un jedi no anhela esas
cosas!
Luke intentó defender su pasado:
—Hice caso de mis sentimientos.
—¡Eres temerario! —exclamó el maestro jedi.
—Aprenderá —afirmó la voz conciliadora de Kenobi.
—Es demasiado viejo —opinó Yoda—. Sí, es demasiado viejo y sus costumbres están
demasiado arraigadas para iniciar el aprendizaje.
Luke creyó percibir un matiz más suave en la voz de Yoda. Quizá todavía existía la
posibilidad de convencerle.
—He aprendido muchas cosas —dijo Luke.
Ahora no podía darse por vencido. Había ido demasiado lejos, soportado demasiado y
perdido demasiado para lograrlo.
Yoda pareció mirar a través de Luke en el momento en que el joven pronunció esas
palabras, como si intentará evaluar cuánto había aprendido. Se dirigió una vez más
hacia el invisible Kenobi y preguntó:
—¿Acabará lo que empiece?
—Hemos llegado hasta aquí —fue la respuesta—. Él es nuestra única esperanza.
—No os defraudaré —dijo Luke—. No tengo miedo.
A decir verdad, en ese momento el joven Skywalker se sentía capaz de afrontar
cualquier cosa sin miedo.
Pero Yoda no era tan optimista.
—Lo tendrás, jovencito —le advirtió. El maestro jedi se volvió lentamente para mirar a
Luke y en ese momento en su rostro azul se dibujó una extraña sonrisa—. Sí, lo tendrás.
En todo el universo sólo un ser era capaz de aterrorizar el sombrío espíritu de Darth
Vader. El Oscuro Señor del Sith esperaba la visita de su temido amo a solas y en
silencio en el interior de su cámara débilmente iluminada.
Mientras esperaba, su destructor galáctico imperial se deslizaba por un inmenso océano
de estrellas. Ningún tripulante de la nave se habría atrevido a molestar a Darth Vader
cuando se encontraba en su cubículo privado. Si alguien lo hubiese hecho, quizás habría
percibido un ligero temblor en la estructura cubierta por una capa negra. Si alguien
hubiese podido ver a través de la negra máscara respiratoria que lo cubría, tal vez habría
percibido un indicio de terror en su semblante.
Pero nadie se acercó y Vader permaneció inmóvil mientras cumplía con una vigilia
paciente y solitaria. Poco después, un extraño quejido electrónico rompió el silencio
mortal de la estancia y una luz parpadeante relumbró en el manto del Oscuro Señor. De
inmediato Vader hizo una profunda reverencia para rendir culto a su regio amo.
El visitante llegó en forma de holograma y se materializo ante Vader, y se destacó por
encima de él. La figura tridimensional iba vestida con una sencilla túnica y su rostro
quedaba cubierto por una enorme capucha.
Cuando el holograma del emperador habló por fin, lo hizo con voz más grave que la de
Vader.
Por si la presencia del emperador no fuera terrible, el sonido de su, voz hizo que un
estremecimiento de terror recorriera el poderoso cuerpo de Vader.
—Siervo puedes, levantarte —ordenó el emperador.
Vader se irguió en el acto, pero no se atrevió a mirar el rostro de su amo, por lo que
clavo la mirada en sus botas negras.
—Amo, ¿qué ordenas? —preguntó Vader con la solemnidad de un sacerdote que atiende
a su dios.
—La Fuerza ha sufrido una grave perturbación —dijo el emperador.
—La he percibido —replicó solemnemente el Oscuro Señor.
El emperador puso de relieve el peligro:
—Nuestra situación es sumamente precaria. Tenemos un nuevo enemigo que podría
provocar nuestra destrucción.
—¿Nuestra destrucción? ¿Quién?
—El hijo de Skywalker. Si no acabas con él, se convertirá en nuestra ruina.
¡Skywalker! Era una idea delirante. ¿Cómo era posible que el emperador se preocupara
por ese joven insignificante?
—No es jedi —afirmó Vader—. Sólo es un chico. Obi-Wan Kenobi no pudo enseñarle
lo suficiente para que...
El emperador le interrumpió e insistió.
—La Fuerza es poderosa en él. Hay que destruirlo.
El Oscuro Señor meditó Tal vez existiera otro modo de ocuparse del muchacho un modo
que beneficiara a la causa imperial.
—Si se le convirtiera, sería un poderoso aliado —sugirió Vader.
El emperador analizó esta propuesta en silencio.
Poco después, agrego:
—Sí... sí. Sería una gran ventaja. ¿Se puede hacer?
Por primera vez, Vader levantó la cabeza para mirar de frente a su jefe.
—Amo, se unirá a nosotros o morirá —respondió con toda firmeza.
Pronunciadas esas palabras, el encuentro llegó a su fin. Vader se arrodilló ante el
emperador galáctico, que pasó la mano por encima su siervo obediente. Unos segundos
después la imagen holográfica desapareció por completo y Darth Vader quedó solo para
esbozar lo que quizá sería el plan de ataque más sutil que había trazado; en su vida.
Las luces de los indicadores del panel de mandos iluminaban con un brillo extraño la
tranquila carlinga del Millennium Falcon. Iluminaban suavemente el rostro de la
princesa Leia, que se encontraba en el asiento del piloto y pensaba en Han.
Ensimismada pasó la mano por el panel de mandos que tenía delante. Sabía que algo se
agitaba en su interior, pero no estaba segura de que deseara reconocerlo. Pero, de todos
modos, ¿podía negarlo? Súbitamente una serie de movimientos al otro lado de la
ventanilla de la carlinga llamó su atención. Una sombra oscura, que al principio era
demasiado veloz y oscura para identificarla, se deslizó hacia el Millennium Falcon.
Unos segundos después se pegó a la ventana delantera de: la nave con la ayuda de algo
que parecía una ventosa. Leia se adelantó cautelosamente para observar desde más cerca
la cosa negra en forma de mancha. Mientras miraba por la ventanilla, súbitamente se
abrieron unos grandes ojos amarillos que la observaron con suma atención.
Leia se sobresaltó y retrocedió hasta el asiento del piloto. Mientras intentaba
recuperarse, oyó unas patas que corrían y un chillido inhumano. Repentinamente la
forma negra de ojos amarillos se perdió en la negrura de la caverna del asteroide.
La princesa contuvo la respiración, se levantó de un salto y corrió hasta la bodega de la
nave.
La tripulación del Falcon concluía las reparaciones del sistema eléctrico de la nave.
Mientras trabajaban, las luces parpadearon débilmente, pero después se encendieron y
permanecieron conectas a plena potencia. Han terminó de conectar los cables y empezó
a colocar en su sitio el panel del suelo mientras el wookie veía cómo See-Threepio
cumplía su tarea en el panel de control.
—Aquí todo está bien —informó Threepio— si se me permiten creo que todo está bien.
En ese momento la princesa entró sin aliento en, la bodega.
—¡Afuera hay algo! —gritó.
Han apartó la mirada de lo que estaba haciendo.
—¿Dónde?
—Fuera, en la caverna —replicó Leia.
Mientras la princesa hablabas oyeron, un golpe seco contra el casco de la nave.
Chewbacca levantó la mirada y emitió un estentóreo ladrido de preocupación.
—Sea lo que fuere parece que intenta entrar —comentó Threepio inquieto.
El capitán se dispuso a abandonar la bodega.
—Iré a ver de qué se trata —declaró.
—¿Estás loco? —Leia le miró asombrada.
Los golpes sonaban cada vez con más fuerza.
—Escuchad, tenemos que volver a poner en marcha este cacharro —explicó Han—. No
permitiré que un bicho destroce mi nave.
Antes de que Leia pudiera protestar, Han cogió una máscara respiratoria de la estantería
de provisiones y se la pasó por la cabeza, Mientras salía, el wookie corrió tras él y cogió
la máscara que le correspondía, Como miembro de la tripulación Leia comprendió que
su deber era unirse a ellos.
—Si hay más de uno necesitarás ayuda —le dijo al capitán.
Han la miró con cariño mientras la princesa cogía una tercera máscara respiratoria y
cubría su rostro bello y de expresión decidida.
Los tres salieron de prisa y el androide Protocolario se quejó penosamente en la bodega
vacía:
—¡Así que yo me quedo aquí completamente solo!
La oscuridad que rodeaba la parte exterior del Millennium Falcon era densa y húmeda.
cubrió a las tres figuras mientras recorrían cautelosamente los alrededores de la nave. A
cada paso que daban oían ruidos inquietantes y chirriantes que retumbaban en la
caverna.
No había luz suficiente para saber dónde podía ocultarse el ser desconocido. Avanzaron
con cautela y escudriñaron con esfuerzo las profundas penumbras Chewbacca, que en la
oscuridad veía mejor que el capitán y la princesa, lanzó un repentino ladrido sordo y
señaló una cosa que se movía a lo largo del casco de la nave.
Evidentemente asustada por el, aullido del wookie, una masa informe y correosa se
deslizó por la parte superior de la nave. Han le apuntó con su barrena y la liquidó con un
rayo láser. La forma negra chirrió, tropezó, cayó de la nave espacial y aterrizó con un
golpe seco a los pies de la princesa.
Leia se inclinó para observar mejor la cosa negra.
—Parece una especie de mynock —comunicó a Han y a Chewbacca.
Han observó rápidamente el túnel oscuro.
—Tiene que haber más —dijo—. Siempre se mueven en grupo. Lo que más les gusta es
adherirse a las naves. ¡Es lo que nos faltaba! Leia estaba más interesada en la
consistencia del suelo del túnel que en las palabras de Han.
El túnel le había parecido extraño y el olor era distinto del de todas las cavernas que
había conocido. El suelo era especialmente frío y parecía adherirse a sus pies.
Al dar una patada contra el suelo, sintió que el terreno cedía ligeramente bajo su tacón.
—La consistencia de este asteroide es muy extraña —comentó—. Mirad el suelo. No
parece de piedra.
Han se arrodilló para inspeccionar el suelo de cerca y notó que era muy flexible.
Mientras lo estudiaba intentó averiguar hasta dónde llegaba y divisar el contorno de la
caverna.
—La cantidad de humedad que hay aquí es impresionante —dijo.
Se puso de pie, apuntó con su barrena de mano al otro lado de la caverna y disparó hacia
el chirrido que un mynock producía en la distancia. En cuanto disparó la caverna entera
empezó temblar y el suelo se combó.
—Lo sospechaba. ¡Larguémonos de aquí!
Chewbacca ladró para expresar su acuerdo y salió corriendo hacia el Millennium
Falcon. Leia y Han fueron tras él pisándole los talones se cubrieron el rostro cuando un
enjambre de mynocks pasó junto a ellos. Llegaron a la nave y subieron a la carrera a la
plataforma que comunicaba con el interior. En cuanto todos estuvieron a tordo,
Chewbacca cerró la escotilla y se ocupo de que ningún mynock pudiera deslizarse hasta
el interior de la nave.
—¡Chewie, pon en marcha los motores! —gritó Han mientras que la princesa y él
corrían por la bodega del carguero—. ¡Nos largamos! Chewbacca fue a toda velocidad
hasta su asiento en la carlinga, mientras Han se apresuraba a estudiar las pantallas del
panel de controles de la bodega.
Leia, que corría para no quedar rezagada, advirtió:
—Advertirán nuestra presencia antes de, que logremos alcanzarla velocidad necesaria.
Aparentemente, Han no la oyó. Puso a prueba los mandos y regreso de prisa a la
carlinga. Pero al pasar junto a ella hizo un comentario que puso de relieve que había
oído sus palabras:
—No hay tiempo para discutir este asunto.
Volvió rápidamente a su asiento de piloto y empezó a manipular los reguladores de los
motores.
Poco después el gemido de los motores principales recorrió la nave.
Leia corrió tras él.
—Yo no soy un Comité —gritó indignada.
Tampoco pareció oírla. El súbito movimiento de la caverna comenzaba a disminuir,
pero Han estaba decidido a retirar de allí la nave... y hacerlo a toda velocidad.
Leia se acomodo las correas que la sujetaban al asiento.
—No podrás dar el salto a la velocidad de la luz en este campo de asteroides —gritó en
medio del rugir de los motores. .
Han le sonrió por encima del hombro.
—¡Querida. sujétese con las correas! ¡Estamos a punto de despegar! ¡Los temblores han
cesado!
Han no estaba dispuesto a parar la nave en ese momento. El aparato ya había avanzado
y atravesó a toda velocidad las paredes rocosas del túnel. Chewbacca ladró horrorizado
al mirar por la pantalla visora delantera.
Directamente delante de ellos se alzaba una hilera serrada y blanca de estalactitas y
estalagmitas que rodeaba por completo la entrada a la caverna.
—La he visto, Chewie —gritó Han. Accionó enérgicamente el regulador y el
Millennium Falcon siguió avanzando—. ¡Sujetaos!
—La caverna se ha derrumbado —dijo Leia al ver que la entrada se hacia más pequeña.
—Esto no es una caverna.
—¿Cómo?
Aterrorizado, Threepio empezó a farfullar:
—¡Oh, cielos, no! Estamos condenados. Adiós, ama Leia. Adiós, capitán.
Leia abrió la boca mientras miraba la abertura del túnel que se acercaba a toda
velocidad.
Han tenía razón: no se encontraban en el interior de una caverna. Al aproximarse a la
abertura, fue evidente que las formaciones de mineral blanco eran dientes gigantescos.
¡Y también quedó claro que, al elevarse para abandonar esa boca gigantesca, los dientes
empezaban a cerrarse! Chewbacca lanzó un rugido.
—¡Chewie, ladéate!
Era una maniobra imposible, pero Chewbacca respondió en el acto y lo logró. Ladeó
bruscamente el Millennium Falcon e inclinó la nave mientras aceleraba para pasar entre
dos brillantes colmillos blancos. Lo hizo justo a tiempo, ya que las mandíbulas, se
cerraron herméticamente en cuanto el Falcon abandono el túnel viviente.
El carguero atravesó la hendidura rocosa del asteroide perseguido por una babosa
espacial titánica.
La inmensa mole rosada no se proponía perder ese sabroso alimento y salió del cráter
para devorar a la nave que huía. Pero el monstruo se movió con demasiada lentitud. Sin
perder un; segundo, el Falcon se elevó, se alejó de su pegajosa perseguidora y entró en
el espacio. Al hacerlo, se topó con otro peligro: el Millennium Falcon había vuelto a
entrar en el letal campo de asteroides.
Luke jadeaba y prácticamente se había quedado sin respiración al llevar a cabo la última
de las pruebas de resistencia. Su supervisor jedi le había ordenado que emprendiera un
maratón en medio de la densa vegetación de la selva del planeta. Yoda no sólo había
enviado a Luke a una carrera agotadora sino que había decidido asistir a ella. Mientras
el aprendiz jadeaba y sudaba en esa accidentada carrera, el pequeño maestro jedi
observaba sus progresos desde una bolsa atada con correas a la espalda de Luke.
Yoda meneó la cabeza y se refirió despectivamente a la falta de resistencia del joven.
Cuando regresaron al claro en el que Artoo-Detoo esperaba pacientemente, el
agotamiento prácticamente dominaba a Luke. Se dejó caer en el suelo del claro, pero
Yoda le había preparado ya otra prueba.
Antes de que Luke recuperara el aliento, el menudo jedi que llevaba a la espalda colocó
una barra metálica delante de sus ojos. En un segundo, Luke conectó su espada láser y
atacó frenéticamente la barra. Pero no fue lo bastante rápido y ésta cayó intacta al suelo,
produciendo un golpe seco.
Extenuado, Luke se dejó caer sobre la tierra húmeda.
—No puedo —gimió—, estoy demasiado cansado.
Yoda no mostró, la menor compasión por él y agregó :
—Si fueras un jedi, la habrías cortado en siete trozos.
Pero Luke sabía que no era un jedi... por lo menos todavía. El riguroso programa de
aprendizaje establecido por Yoda le había dejado casi sin aliento.
—Suponía que estaba en buena forma —jadeó.
—Claro, pero me gustaría saber por qué norma te guías para hacer tales suposiciones —
preguntó el menudo instructor—. Olvida las viejas medidas. ¡Desaprende, desaprende!
Luke se sentía realmente preparado para desaprender las viejas costumbres y estaba
dispuesto a librarse de ellas con el fin de aprender todo lo que el maestro jedi podía
enseñarle. Era un programa agotador, pero con el tiempo la fuerza y la capacidad de
Luke se incrementaron, hasta el escéptico maestro vislumbró algunas esperanzas. Pero
no fue fácil.
Yoda dedicó muchas horas a explicar a su discípulo las costumbres de un jedi. Sentados
bajo los árboles cerca de la pequeña casa de Yoda, Luke escuchó atentamente las
lecciones y los relatos de su maestro. Luke prestaba atención y Yoda mascaba su vara
gimer, una estaca corta con tres ramas pequeñas en un extremo.
Hubo pruebas físicas de todo tipo. Luke se esforzó por perfeccionar su salto. En una
ocasión, se sintió preparado para mostrar a Yoda sus progresos.
Cuando estaba sentado sobre un tronco junto a un amplio estanque, el maestro oyó el
enérgico crujido producido por alguien que se acercaba a través de la vegetación.
Luke apareció repentinamente al otro lado del estanque y se acercó a la carrera hasta el
agua Al aproximarse a la orilla, dio un salto a la carrera en dirección a Yoda y se elevó
por encima de las aguas al saltar en el aire.;Pero no llegó hasta la otra orilla y cayó al
agua en una estrepitosa zambullida que empapó completamente a Yoda.
Los labios azules de Yoda se curvaron hacia abajo en una expresión de decepción. Sin
embargo, Luke no estaba dispuesto a darse por vencido. Había tomado la decisión de
convertirse en un caballero jedi y, por muy tonto que se sintiera durante el intento,
pasaría todas las pruebas que Yoda le plantease. Por ese motivo no se quejó cuando el
maestro jedi le pidió que se pusiera cabeza abajo apoyado en las manos y mantuviera el
equilibrio. Con algo de torpeza al principio, Luke invirtió la posición de su cuerpo y
después de algunos instantes de vacilación logró mantener firmemente el equilibrio. Le
pareció que llevaba horas en esa posición y le costó menos trabajo que el que le habría
exigido antes de iniciar el aprendizaje. Había mejorado hasta tal punto la concentración
que logró mantener un equilibrio perfecto... incluso mientras Yoda permanecía sentado
en las plantas de sus pies, Pero ésa sólo era una parte de la prueba. Yoda le señaló algo a
Luke golpeándole la pierna con su vara gimer. Lenta y cuidadosamente, plenamente
concentrado, Luke apartó una mano del suelo.
Su cuerpo se tambaleó ligeramente a causa del cambio de peso... pero Luke logró
mantener el equilibrio y, concentrado, empezó a levantar una pequeña piedra que tenía
delante. De forma imprevista, una unidad R2 que silbaba y lanzaba bips se acercó
corriendo a su joven amo, Luke cayó y Yoda se apartó de un salto. Molesto, el joven
aprendiz de jedi preguntó:
—Ay, Artoo, ¿de qué se trata?
Artoo-Detoo trazó frenéticos círculos mientras intentaba transmitir su mensaje mediante
una serie de gorjeos electrónicos. Luke vio que el androide corría rápidamente hasta la
orilla del pantano.
Lo siguió de prisa y entonces comprendió lo que intentaba transmitirle el pequeño
robot.
Junto al borde del pantano, Luke vio que, con excepción de la punta del morro, la
totalidad del caza con ala en X estaba sumergida.
—Ah, no —protestó Luke—. Nunca conseguiremos sacarlo de ahí.
Yoda se había acercado a ellos y pataleó irritado al oír el comentario de Luke.
—¿Tan seguro estás? —le regañó—. ¿Lo has intentado? Siempre dices que no se puede
hacer. ¿No oyes nada de lo que digo? —su pequeño rostro arrugado frunció
furiosamente el ceño.
Luke miró a su maestro y después observó dudoso la nave hundida.
—Maestro, levantar piedras es una cosa, pero esto es algo distinto —dijo con
escepticismo.
Yoda estaba realmente irritado.
—¡No! ¡No es distinto! —gritó—. Las diferencias corresponden a tu mente.
¡Expúlsalas! Ya no te sirven de nada.
Luke confió en su maestro. Si Yoda decía que se podía, hacer, quizá debía intentarlo
Miró el caza sumergido y se dispuso a alcanzar el máximo de concentración.
—Está bien —dijo por último—, lo intentaré.
Había vuelto a pronunciar unas palabras incorrectas.
—No —dijo Yoda impaciente—. No lo intentes. Hazlo, hazlo. O no lo hagas No se trata
de intentarlo.
Luke cerró los ojos. Intentó representarse mentalmente los contornos y la forma de la
nave, sentir el peso de su caza con ala en X. Se concentró en el movimiento que haría al
surgir de las aguas oscuras.
Al concentrarse, el joven comandante oyó que las aguas se agitaban, al salir el morro
del caza abandonó lentamente el pantanos permaneció suspendida unos segundos Y
volvió a hundirse con un estentóreo chapuzón.
Luke estaba agotado y jadeaba al respirar.
—No puedo —afirmó, desalentado—. Es demasiado grande.
—El tamaño no tiene importancia —insistió Yoda—. Carece de significado. Mírame.
Júzgame por mi tamaño, ¿Quieres? Escarmentado, Luke se limitó a menear la cabeza.
—Será mejor que no lo hagas —le aconsejó el maestro jedi—. Tengo a la Fuerza como
aliada. Y es una aliada poderosa. Crea la vida y le permite desarrollarse. Su energía nos
rodea y nos une.
—Nosotros somos seres luminosos, no esta materia tosca —agrego y pellizcó la piel de
Luke. Yoda hizo un amplio gesto para abarcar la inmensidad del universo—. Debes
sentirla. Percibe cómo fluye.
—Siente a la Fuerza a tu alrededor. Aquí —agregó y señaló—, entre tú y yo, entre ese
árbol y esa piedra.
Mientras Yoda daba esta explicación sobre la Fuerza, Artoo volvió su cabeza en forma
de cúpula y, sin éxito, intentó registrar la mencionada “Fuerza” con sus dispositivos de
exploración.
Desconcertado, lanzó bips y silbidos.
—Sí. en todas partes —continuó Yoda e hizo caso omiso del pequeño androide—, en
espera de que se la sienta y utilice. ¡Sí, incluso entre este terreno y esa nave! Después
Yoda se volvió y miró hacia el pantano. Al hacerlo, las aguas empezaron a
arremolinarse. El morro del caza volvió a aparecer con lentitud entre las aguas que
burbujeaban suavemente.
Luke observó asombrado cómo el caza con ala en X se elevaba con gracia. desde el
fondo de su tumba acuática y avanzaba majestuosamente hacia la orilla.
Luke juró para sus adentros que nunca volvería a utilizar la palabra “imposible”. Allí, de
pie en su pedestal de la raíz de un árbol, estaba el diminuto Yoda, que sin esfuerzo
deslizaba la nave desde las aguas hasta la orilla. Luke apenas podía creer en lo que
veían sus ojos, pero comprendió que se trataba de un claro ejemplo del dominio del jedi
sobre la Fuerza.
Artoo, igualmente asombrado, aunque no de manera tan filosófica, lanzó una serie de
ruidosos silbidos y después se ocultó tras algunas raíces gigantescas.
El caza pareció flotar sobre la orilla y por último se detuvo delicadamente.
Luke se inclinó ante la hazaña que acababa de presenciar y, rebosante de respeto, se
acercó a Yoda.
—Yo... —empezó a decir deslumbrado— no puedo creerlo.
—Ése es el motivo de que fracases —aseguró Yoda con firmeza.
Anonadado, Luke meneó la cabeza y se preguntó si alguna vez alcanzaría la condición
de jedi.
El Avenger divisó al Millennium Falcon en cuanto éste salió disparado del enorme
asteroide.
A partir de entonces la nave imperial reanudó la persecución del carguero con una
cegadora cortina de fuego. Sin inmutarse ante la lluvia constante de asteroides que
recibía su imponente casco, el destructor galáctico siguió implacablemente a la nave
menos voluminosa.
El Millennium Falcon, que era mucho más maniobrero que la otra nave, esquivaba los
asteroides más grandes que se le acercaban a la velocidad de un cohete. El Falcon
lograba mantener la delantera con respecto al Avenger, pero fue evidente que la nave
que lo perseguía sin tregua no estaba dispuesta a cejar en su intento.
Súbitamente, un asteroide gigantesco se interpuso en el camino del Millennium Falcon
y se acercó al carguero a enorme velocidad. La nave se ladeó rápidamente y el asteroide
siguió de largo para chocar contra el casco de Avenger sin hacerle el menor daño.
Han Solo observó el fragor de la explosión por la ventana delantera de la carlinga de su
nave.
Aunque él no tenía tiempo para analizar la diferencia entre ambas naves, el aparato que
les seguía parecía absolutamente invulnerable. Han necesitaba todas sus energías para
mantener el control del Falcon mientras era hostigado por los cañonazos de los
imperiales.
Cargada de tensión, la princesa Leia observaba los asteroides y los cañonazos que
brillaban en medio de la negrura espacial, al otro lado de las ventanillas de la carlinga.
Apretaba con los dedos los brazos del asiento. Muda abrigaba contra toda probabilidad
la esperanza de que salieran ilesos de esa persecución.
See-Threepio, que observaba atentamente las imágenes parpadeantes en una pantalla de
rastreo se dirigió a Han y le informó:
—Señor, veo el borde del campo de asteroides.
—Bien —respondió Han—. En cuanto hayamos salido, conectaremos la
hipertransmisión de este trasto.
Confiaba en que pocos segundos después el destructor galáctico que les perseguía
quedaría rezagado unos cuantos años luz, Habían completado las reparaciones de los
sistemas de velocidad de la luz del carguero y lo único que les quedaba por hacer era
salir del campo de asteroides e internarse en el espacio, donde podrían perderse hacia la
seguridad.
Chewbacca lanzó un entusiasmado ladrido wookie cuando miró por una ventana de la
carlinga y advirtió que la densidad de los asteroides ya había disminuido. Pero todavía
no habían conseguido huir, el Avenger acortaba distancias y los rayos de sus cañones
láser hostigaban al Falcon, motivo por el cual éste se sacudía Y hacia cabriolas.
Han accionó rápidamente los mandos y puso la nave en equilibrio. Un segundo después
el Falcon abandonó a toda velocidad el campo de asteroides e ingresó en el pacífico
silencio poblado de estrellas del espacio profundo. Chewbacca gimoteó, contento de que
por fin abandonaran el peligroso campo de asteroides... y deseoso de perder de vista el
destructor galáctico.
—Chewie, estoy de acuerdo contigo —replicó Han—. Abandonemos la zona. Prepárate
para la velocidad de la luz. Esta vez serán ellos los sorprendidos. Sujetaos.
Todos se sujetaron mientras Han accionaba el regulador de la velocidad de la luz, Pero
fue la tripulación del Millennium Falcon y en especial su capitán quienes se
sorprendieron pues, una vez más... no ocurrió nada.
¡Nada! Frenético, Han volvió a accionar el regulador.
La nave mantuvo la velocidad subluz.
—¡No es justo! —exclamó Han y empezó a asustarse.
Chewbacca estaba furioso. En muy pocas ocasiones había perdido los estribos con su
amigo y capitán, pero ahora estaba enfadado y expresó su indignación con típicos
gruñidos y ladridos wookie.
—No es posible —respondió Han a la defensiva, mientras miraba las pantallas de la
computadora y apuntaba de prisa las lecturas—. He comprobado los circuitos de
traspaso.
Chewbacca volvió a gruñir.
—Te digo que esta vez no tengo la culpa. Estoy seguro de que lo comprobé.
Leia lanzó un profundo suspiro.
—¿No hay velocidad de la luz? —preguntó con un tono que demostraba que ella
también esperaba una catástrofe.
—Señor —intervino See-Threepio—, ha desaparecido el escudo desviador trasero. Si
recibimos otro golpe directo en ese área estamos perdidos.
—Bueno, ahora ¿qué haremos? —preguntó Leia mientras miraba furiosa al capitán del
Millennium Falcon.
Han comprendió que sólo le quedaba una alternativa. No había tiempo de hacer planes
ni de comprobar las lecturas de la computadora, menos aún ahora que el Avenger había
abandonado el campo de asteroides y se acercaba a toda velocidad. Tuvo que tomar una
decisión basada en el instinto y la esperanza. En realidad, no les quedaba otra
alternativa.
—Chewie, ladéalo bruscamente —ordenó y accionó una palanca mientras miraba al
copiloto—. Invirtamos la dirección de este cacharro.
Ni siquiera Chewbacca podía imaginar lo que Han se traía entre manos. Ladró
desconcertado... quizá no había oído bien la orden.
—¡Ya me has oído! —gritó Han—. ¡Da la vuelta! ¡Escudo delantero a plena potencia!
Esta vez no había error posible y Chewbacca obedeció, aunque era incapaz de
comprender esa maniobra suicida.
La princesa quedó pasmada.
—¡Vas a atacarlos! —tartamudeó incrédula.
Ya no quedaba la, menor posibilidad de supervivencia, pensó Leia. ¿Era posible que
Han hubiese enloquecido realmente? Después de hacer algunos cálculos con su cerebro
de computadora, Threepio se dirigió a Han Solo:
—Señor, si me permite decirlo, las posibilidades de sobrevivir a un ataque directo
contra un destructor galáctico imperial son...
Chewbacca miró frenético al androide dorado, que se calló inmediatamente. Ninguno de
los tripulantes quería conocer las estadísticas, sobre todo porque el Falcón trazaba un
giro brusco para iniciar su camino hacia la tormenta de cañonazos imperiales.
Han Solo se dedicó atentamente a pilotar la nave. Era todo lo que podía hacer para
eludir las ráfagas de fuego antiaéreo que la nave imperial lanzaba hacia el Falcon. El
carguero zigzagueaba y se balanceaba mientras Han, que aún se dirigía rectamente hacia
el destructor galáctico, viraba con el fin de esquivar los rayos.
Ninguno de los que ocupaban la nave tenla siquiera una idea remota de cuál podía ser el
plan de Han Solo.
—¡Vuela demasiado bajo! —gritó el oficial imperial de cubierta, a pesar de que apenas
podía creer en lo que veían sus ojos.
El capitán Needa y la tripulación del destructor galáctico Avenger se acercaron
corriendo al puente para presenciar la maniobra —suicida del Millennium Falcon
mientras las alarmas sonaban a lo largo y a lo ancho de la enorme nave imperial. Un
pequeño carguero no infligiría muchos daños a un destructor galáctico si chocaba contra
el casco, pero si atravesaba las ventanas del puente, la cubierta de mandos quedaría
atestada de cadáveres.
El aterrado oficial de rastreo comunicó lo que veía:
—¡Vamos a chocar!
—¿Los escudos están preparados? —inquirió el capitán Needa.
—¡Están locos!
—¡Cuidado! —chilló el oficial de cubierta.
El Falcón se dirigía en línea recta hacia las ventanas del puente y la tripulación y los
oficiales del Avenger se arrojaron aterrorizados al suelo. Pero en el último momento, el
carguero viró y se elevó bruscamente. Después...
El capitán Needa y sus hombres alzaron lentamente las cabezas. Lo único que vieron al
otro lado de las ventanas fue un pacífico océano estelar.
—Rastréenlos —ordenó el capitán Needa—. Es posible que intenten hacer otra pasada.
El oficial de rastreo se esforzó por encontrar al carguero en sus pantallas, pero no vio
nada.
—¡Qué extraño! —murmuró.
—¿Qué ocurre? —inquirió Needa y se acercó a lo monitores de rastreo para
comprobarlo don sus propios ojos.
—La nave no aparece en ninguna de las pantallas.
El capitán se mostró confundido.
—No es posible que haya desaparecido. ¿Una nave tan pequeña puede contar con un
dispositivo de ocultamiento?
—No, señor —replicó el oficial de cubierta—. Quizás en el último momento entraran en
la velocidad de la luz.
El capitán Needa sintió que su furia crecía al mismo ritmo que su desconcierto.
—En ese caso, ¿por qué atacaron? Pudieron entrar en el hiperespacio cuando salieron
del campo de asteroides.
—Bueno, señor, al margen del modo en que lo hicieron, no hay rastro de ellos —
respondió el oficial de rastreo, que aún no había logrado localizar en sus pantallas el
Millenium Falcon—. La única explicación lógica es que debieron partir a la velocidad
de la luz.
El capitán vaciló. ¿Cómo era posible que ese cacharro hubiese logrado esquivarlos? Se
acercó un ayudante que dijo:
—Señor, Lord Vader exige el último informe sobre la persecución. ¿Qué se le debe
decir?
Needa cobró ánimos. Permitir que el Millennium Falcón escapara cuando estuvo tan
cerca era un error imperdonable. Supo que tendría que hacer frente a Lord Vader y
comunicar su fracaso.
Se resignó al castigo que le esperaba, cualquiera que fuese.
—Soy responsable de esto —dijo—. Prepare el vehículo para trayectos cortos. Cuando
nos reunamos con Lord Vader, le pediré disculpas personalmente. Maniobre y registre
una vez más la zona.
El enorme Avenger empezó a girar lentamente como una colosal bestia viviente, pero no
hallaron el menor vestigio del Millennium Falcon.
Los dos globos brillantes se cernían como extrañas luciérnagas por encima del cuerpo
de Luke, que yacía inmóvil en el barro. Situado protectoramente junto a su amo caído,
un pequeño androide con forma de barril extendía a veces un apéndice mecánico para
apartar los objetos bailarines como si se tratara de mosquitos. Sin embargo, los globos
de luz se situaban fuera del alcance del robot.
Artoo-Detoo se agachó sobre el cuerpo inerte de Luke y silbó en un intento inútil por
revivirle.
Pero el joven, que había perdido el conocimiento a causa de las descargas de esos
globos de energía, no respondió. El robot se volvió hacia Yoda, que permanecía
serenamente sentado en el tocón de un árbol, y lanzó bips furiosos hacia el menudo
maestro jedi.
Al no obtener respuesta, Artoo volvió a ocuparse de Luke. Sus circuitos electrónicos le
indicaron que no tenía sentido tratar de que Luke recuperara el conocimiento mediante
sonidos suaves.
Dentro de su metálico se activó un sistema de rescate de emergencia y Artoo extendió
un pequeño electrodo metálico que posó sobre el pecho de Luke. Emitió un suave bip de
preocupación y generó una ligera carga eléctrica lo bastante potente para que Luke
recuperara el conocimiento. El pecho del muchacho se alzó y Luke se recuperó,
sorprendido.
Embotado, el joven aprendiz de jedi sacudió la cabeza hasta despejarse. Miró a su
alrededor y se frotó los hombros para aliviar el dolor provocado por la agresión de los
globos buscadores de Yoda. Al ver que todavía estaban suspendidos por encima de él,
Luke frunció el ceño. Después oyó que Yoda reía divertido a poca distancia y dirigió su
mirada hacia él.
—Concentración, ¿no? —Yoda rió y su rostro arrugado se frunció alegremente—. ¡Vaya
concentración! Luke no estaba de humor para corresponder a su sonrisa.
—¡Pensé que esas buscadoras estaban destinadas a atontar! —exclamó irritado.
—Así es —respondió el divertido Yoda.
—Son mucho más poderosas que todo lo que conozco.
A Luke le dolían mucho los hombros.
—Eso no tendría importancia si la Fuerza fluyera a través de ti —explicó Yoda—.
¡Saltarías más alto! ¡Te moverlas más de prisa! —exclamó—. Debes abrirte a la Fuerza.
A pesar de que sólo llevaba poco tiempo con ello, el joven empezaba a exasperarse con
ese aprendizaje agotador. Se había sentido muy próximo a conocer la Fuerza... pero
había fallado muchas veces y comprendido que aún estaba muy lejos de él. Sin
embargo, en ese momento las palabras burlonas de Yoda le hicieron ponerse en pie de
un salto. Estaba harto de esperar esa Fuerza durante tanto tiempo, hastiado de su fracaso
y cada vez más furioso por las enigmáticas enseñanzas de Yoda. Luke cogió su espada
láser del barro y la activó de prisa.
Aterrorizado, Artoo-Detoo se deslizó hasta un lugar seguro.
—¡Ahora estoy abierto a ella! —gritó Luke—. La siento. ¡Acercaos, pequeños
demonios voladores! Con los ojos encendidos, Luke preparó el arma y se acercó a las
buscadoras listas se apartaron de inmediato y retrocedieron para sobrevolar a Yoda.
—No, no —le amonestó el maestro jedi, y meneó su cabeza cana—. Eso no sirve. Lo
que sientes es ira.
—¡Pero siento la Fuerza! —protestó Luke con vehemencia.
—¡Ira, ira, miedo, agresividad! —advirtió Yoda—. Forman el lado oscuro de la Fuerza.
Fluyen fácilmente... y se unen rápidamente a cualquier pelea. ¡Cuidado con ellas! Se
paga un precio muy alto por el poder que proporcionan.
Luke bajó la espada y miró confuso a Yoda.
—¿Precio? —preguntó—. ¿Qué quieres decir?
—El lado oscuro atrae —respondió Yoda dramáticamente—. Si alguna vez emprendes
el camino oscuro, éste dominará para siempre tu destino. Te consumirá... como
consumió al aprendiz de Obi-Wan.
Luke asintió con la cabeza para expresar que sabía a quién se refería Yoda.
—Lord Vader —dijo. Después de meditar unos segundos, preguntó—: ¿El lado oscuro
es más fuerte?
—No, no. Es más fácil, más rápido, más seductor.
—¿Cómo puedo distinguir el lado bueno del malo? —preguntó Luke desconcertado.
—Lo sabrás —replicó Yoda—. Cuando estés en paz... sereno, pasivo. Un jedi utiliza la
Fuerza por la sabiduría, jamás para atacar.
—Pero explícame por qué... —empezó a decir Luke.
—¡No! No hay explicaciones. No te diré nada más. Aparta las preguntas de tu mente.
Ahora quédate tranquilo, en paz... —la voz de Yoda se perdió, pero sus palabras
ejercieron un efecto hipnótico en Luke. El joven discípulo dejó de protestar, se sintió en
paz y se relajó física y mentalmente—. Sí... —murmuró el maestro—, tranquilo.
Luke cerró lentamente los ojos a medida que apartaba de su mente cualquier idea que le
distrajera.
—Pasivo...
Luke oyó la voz tranquilizadora de Yoda a medida que penetraba en la oscuridad
receptiva de su mente. Decidió deslizarse junto a las palabras del maestro hasta
cualquiera fuese el lugar al que lo condujesen.
—Déjate llevar...
Cuando percibió que Luke estaba tan relajado como era posible que lo estuviese en esa
etapa, Yoda hizo el más leve de los gestos. En ese momento los dos globos buscadores
que tenían por encima de la cabeza se dirigieron hacia Luke y dispararon rayos
atontadores a medida que avanzaban.
En ese mismo instante Luke se puso en movimiento y activó su espada láser. De un
salto se puso de pie y mediante pura concentración desvió los rayos que los globos
buscadores le dirigían.
Afrontó el ataque sin miedo y esquivó los golpes con suma gracia.
Los saltos que dio en el aire para hacer frente a los rayos eran más altos que los
logrados antes.
Luke no desperdició un solo movimiento, pues sólo se concentró en cada disparo
dirigido hacia él.
Con la misma rapidez con que se había iniciado, el ataque de los buscadores concluyó.
Los globos brillantes volvieron a su lugar a ambos lados del maestro jedi.
Artoo-Detoo, el observador siempre paciente, lanzó un suspiro electrónico y ladeó su
cabeza-cúpula metálica.
Luke sonrió orgulloso y miró a Yoda.
—Jovencito, has progresado mucho —confirmó el maestro jedi—. Estás haciéndote
más fuerte.
El menudo instructor no hizo una sola alabanza más.
Luke se sentía muy orgulloso de la maravilla que acababa de lograr. Miró a Yoda con la
esperanza de recibir más cumplidos, pero el maestro no se movió ni habló. Esperó
tranquilamente... y después otros dos globos buscadores aparecieron a sus espaldas y se
movieron en formación junto a los dos primeros.
La sonrisa de Luke Skywalker se esfumó.
Un par de soldados cubiertos por una armadura blanca levantaron el cuerpo sin vida del
capitán Needa del suelo del destructor galáctico imperial en el que viajaba Darth Vader.
Needa sabía que probablemente la muerte sería la consecuencia de su fracaso en la
captura del Millennium Falcon. También sabía que debía comunicar la situación a Vader
y disculparse formalmente. Pero entre los militares imperiales no había piedad ante el
fracaso. Asqueado, Vader selló la muerte del capitán.
El Oscuro Señor se volvió y el almirante Piett y dos capitanes se acercaron para
comunicar lo que habían visto.
—Lord Vader —informó Piett—, nuestras naves han concluido el registro de la zona y
no han encontrado nada. Sin duda, el Millennium Falcon partió a la velocidad de la luz.
Probablemente en este momento está en algún punto al otro lado de la galaxia.
Vader siseó a través de la máscara respiratoria.
—Alerte a todos los comandos —ordenó—. Calcule todos los destinos posibles a lo
largo de la última trayectoria conocida y despliegue la flota para que los busquen.
Almirante, no cometa ningún error.
¡Ya es suficiente! El almirante Piett pensó en el capitán del Avenger, al que poco antes
había visto que retiraban de la estancia como si fuese un saco de cereales. También
recordó la muerte atroz del almirante Ozzel.
—Sí, mi señor —respondió, e intentó ocultar el miedo que sentía—. Los encontraremos.
—Se dirigió a un ayudante y dio unas instrucciones—: Ocúpese, del despliegue de la
flota.
Mientras el ayudante se alejaba para cumplir las órdenes, una sombra de preocupación
atravesó el rostro del almirante. No tenía la certeza de correr mejor suerte que Ozzel o
Needa.
Luke sentía que, sin duda alguna, progresaba. Corrió en medio de la selva con Yoda
acomodado en uno de sus hombros y saltó con gracia de gacela entre el denso follaje y
las raíces de los árboles que crecían en la ciénaga.
Al fin, Luke había empezado a dejar de lado el orgullo. Se sentía libre de ataduras y
estaba preparado para experimentar plenamente el fluir de la Fuerza.
Cuando el diminuto instructor arrojó una barra de plata sobre la cabeza de Luke, éste
reaccionó en el acto. En un segundo, el joven aprendiz de jedi se volvió y cortó la barra
en cuatro segmentos brillantes antes de que cayera al suelo.
Yoda estaba satisfecho y sonrió ante el éxito de Luke.
—¡Esta vez han sido cuatro! Sientes la Fuerza.
Súbitamente Luke se distrajo. Percibió algo peligroso, algo perverso.
—Algo no anda bien —le dijo a Yoda—. Percibo algún peligro... muerte...
Miró a su alrededor e intentó descubrir qué era lo que emitía un halo tan potente. Se
volvió y vio un árbol enorme y enmarañado, con la corteza ennegrecida, seca y
desmoronada. La base del árbol estaba rodeada por una pequeña charca de agua, en la
que las gigantescas raíces se habían desarrollado hasta formar la entrada de una cueva
oscuramente siniestra.
Luke bajó delicadamente a Yoda de su hombro y lo posó en el suelo. Paralizado, el
aprendiz de jedi observó la siniestra monstruosidad. Respiraba con dificultad y
descubrió que no podía hablar.
—Me has traído aquí a propósito —logró decir Luke por fin.
Yoda se sentó en una raíz enmarañada y se llevó la vara gimer a la boca. Miró
serenamente a Luke y no dijo nada.
Luke se estremeció.
—Siento frío —comentó con la mirada fija en el árbol.
—Ese árbol está dominado por el lado oscuro de la Fuerza. Es un esclavo del mal.
Debes entrar en él.
Luke experimentó un estremecimiento de temor.
—¿Qué hay adentro?
—Únicamente lo que lleves contigo —respondió Yoda de forma enigmática.
Luke miró con cautela a su maestro y después el árbol. En silencio, decidió reunir valor
y ánimo para aprender e introducirse en esa oscuridad y hacer frente a lo que le
esperaba. Sólo se llevaría...
No, también llevaría el sable de luz.
Luke conectó su arma, atravesó las aguas poco profundas de la charca y se dirigió a la
entrada oscura que se abría entre las raíces enormes y agoreras.
La voz del maestro jedi lo detuvo.
—Tu arma —le reprendió Yoda—. No la necesitarás.
Luke se detuvo y volvió a mirar el árbol. ¿Entraría totalmente desarmado en esa caverna
del mal? A pesar de que cada día era más hábil, Luke no se sintió en condiciones de
enfrentar esa prueba.
Empuño con más fuerza el sable y negó con la cabeza.
Yoda se encogió de hombros y mordisqueó plácidamente su vara gimer.
Luke respiró profundamente Y entró con cautela en la grotesca caverna formada por el
árbol.
La oscuridad interior era tan profunda que Luke podía sentirla Contra su piel, tan negra
que la luz de su espada láser era rápidamente absorbida y apenas iluminaba más de un
metro. Mientras avanzaba lentamente unas cosas viscosas y chorreantes rozaron su cara
y la humedad del empapado suelo de la caverna se filtró en sus botas.
A medida que avanzaba por la negrura, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Luke
vio un pasillo más adelante pero, al caminar hacia él, le sorprendió una membrana
gruesa y pegajosa que le rodeó totalmente. Al igual que la tela de una araña gigantesca,
la masa se adhirió con fuerza a su cuerpo. El aprendiz de jedi la golpeó con su sable de
luz y finalmente logró desenredarse y distinguir un camino.
Levantó la brillante espada y vio que en el suelo de la caverna había un objeto. Luke
apuntó hacia abajo el sable de luz e iluminó a un escarabajo negro y brillante del
tamaño de su mano. Un instante después, la cosa subió deslizándose por la viscosa
pared y se reunió con un grupo de seres semejantes.
Luke contuvo la respiración y retrocedió. En ese momento pensó en buscar la salida...
pero cobró ánimos y se atrevió a internarse aún más en la cámara oscura.
Al avanzar utilizando el sable de luz como débil linterna, sintió que el espacio se
ensanchaba a su alrededor. Se esforzó por ver en medio de la penumbra e hizo todo lo
posible por oír. Pero no llegó hasta él ningún sonido, nada.
Después escuchó un siseo muy claro.
El sonido le resultó conocido. Permaneció inmóvil en su lugar. Había oído ese siseo
incluso en pesadillas: era la respiración dificultosa de una cosa que antaño había sido un
hombre.
Una luz apareció en la oscuridad: la llama de una espada láser recién encendida. Gracias
a ella, Luke vio que la alta figura de Darth Vader elevaba el arma encendida —para
atacar y arremetía contra él.
Gracias a la disciplina del aprendizaje, Luke estaba preparado. Alzó su sable de luz y
esquivó hábilmente el ataque de Vader. En un único movimiento, Luke se volvió hacia
Vader y, con la mente y el cuerpo totalmente concentrados, convocó a la Fuerza. Al
sentir que su poder le acompañaba, Luke alzó su arma láser y la dejó caer
estrepitosamente sobre la cabeza de Vader.
Con ese poderoso golpe, la cabeza del Oscuro Señor quedó separado del cuerpo. La
cabeza y el casco cayeron y rodaron por el suelo de la caverna con un ruidoso estrépito
metálico.
Asombrado, Luke vio cómo la oscuridad se tragaba todo el cuerpo de Vader. Después
observó el casco, que se detuvo directamente delante de él. Durante unos segundos, el
casco permaneció totalmente inmóvil, pero después se partió por la mitad y se abrió.
Sobresaltado y sin poder creerlo, Luke vio que el casco roto se abría y no mostraba el
rostro desconocido e imaginado de Darth Vader sino su propia cara que le miraba.
Horrorizado, quedó boquiabierto. A continuación, con la misma rapidez con que había
aparecido, la cabeza decapitada desapareció como si se tratara de una visión espectral.
Luke fijó la mirada en el espacio vacío donde habían estado la cabeza y los fragmentos
del casco.
La cabeza le dio vueltas y las emociones que bullían en su interior eran casi
insoportables.
¡El árbol!, se dijo. Se trataba de un truco de esa horrible caverna, de una charada de
Yoda, organizada de ese modo porque había entrado en el árbol provisto de un arma.
Se preguntó si realmente luchaba contra sí mismo o si había cedido a las tentaciones del
lado oscuro de la Fuerza. Quizá podría, convertirse en una figura tan perversa como
Darth Vader.
Incluso se preguntó si, detrás de esa inquietante visión, podía contenerse un significado
aún más siniestro.
Pasó mucho tiempo hasta que Luke Skywalker logró salir de esa caverna profunda y
oscura.
Mientras, sentado en la misma raíz, el diminuto maestro jedi mordisqueaba su vara
gimer.
Luke estaba absolutamente sereno. Ni siquiera la posición hacía que se sintiese tenso,
abrumado, inseguro ni presa de minino de los sentimientos negativos que solía
experimentar cuando intento por primera vez esa hazaña. Estaba cabeza abajo y
mantenía un equilibrio perfecto sobre una mano, Sabía que la Fuerza le acompañaba.
Yoda, su paciente maestro, permanecía serenamente sentado en las plantas de los pies.
Luke se concentró en la tarea y, con un solo movimiento, levantó cuatro dedos del suelo.
Sin perder el equilibrio mantuvo la posición invertida... apoyado en un pulgar.
La decisión de superar los obstáculos le convirtió en un discípulo bien dispuesto.
Deseaba aprender y no se inmutaba ante las pruebas que Yoda le había preparado. Ahora
confiaba en que, finalmente, cuando abandonara el planeta, lo haría como un caballero
jedi hecho y derecho, dispuesto a luchar únicamente por las causas más nobles.
Luke dominaba rápidamente la Fuerza y, a decir verdad, lograba milagros. Yoda se
mostró más contento ante los progresos de su discípulo. En una ocasión, mientras Yoda
le observaba a cierta distancia, Luke empleó la Fuerza para levantar dos grandes cajas
del equipo y mantenerlas en el aire. Yoda se sintió satisfecha y notó que Artoo-Detoo,
que observaba esa supuesta imposibilidad, emitía incrédulos bips electrónicos. El
maestro jedi alzó una mano y, con ayuda de la Fuerza, separó al pequeño androide del
suelo.
Artoo se elevó y sus desconcertados circuitos y sensores externos intentaron detectar el
poder que no veía pero lo mantenía suspendido en el aire. De pronto la mano invisible le
hizo otra jugarreta: mientras permanecía suspendido, súbitamente el pequeño robot
quedó patas arriba. Agitó desesperado sus patas blancas y su cabeza en forma de cúpula
giró desesperadamente. Cuando Yoda decidió bajar la mano, el androide y las dos cajas
de provisiones comenzaron a caer. Pero sólo las primeras se estrellaron contra el suelo,
ya que Artoo siguió suspendido en el espacio.
Artoo volvió la cabeza y vio que su joven amo estaba con la mano extendida para
evitarle una caída fatal.
Yoda meneó la cabeza, impresionado por la velocidad de pensamiento y el dominio de
su discípulo.
El pequeñajo saltó hasta el brazo de Luke y ambos emprendieron el camino hacia la
casa. Pero habían olvidado algo: Artoo-Detoo aún permanecía suspendido en el aire,
silbaba y lanzaba frenéticos bips e intentaba llamarles la atención. Yoda sólo estaba
gastándole una broma más al preocupado androide y, a medida que se alejaban, Artoo
oyó que las carcajadas del maestro jedi resonaban alegremente mientras la unidad R2
descendía lentamente.
Un rato más tarde, a medida que el crepúsculo se colaba por el denso follaje del
pantano, Artoo limpiaba el casco del caza. Con una manguera que iba desde el estanque
hasta un orificio situado a un lado de su cuerpo, el robot roció la nave con un potente
chorro de agua. Mientras Artoo trabajaba, Luke y Yoda permanecían en el claro. El
joven cerró los ojos para concentrarse.
—Serénate —le dijo Yoda—. Verás cosas a través de la Fuerza: otros lugares, otros
pensamientos, el futuro, el pasado, viejos amigos que han partido hace mucho tiempo.
Luke se despojaba de su yo al concentrarse en las palabras de Yoda. Había dejado de
reparar en su cuerpo y permitió que la conciencia se deslizara junto a las palabras del
maestro.
—Muchas imágenes pueblan mi mente.
—El control, debes aprender a controlar lo que ves —le enseñó el maestro jedi—. No es
fácil ni rápido.
Luke cerró los ojos, se relajó y comenzó a vaciar la mente, a controlar las imágenes. Por
fin vio algo que al principio no estaba claro, algo que era blanco y amorfo. La imagen se
dibujó gradualmente. Parecía corresponder a una ciudad que quizá flotaba en un mar
blanco y ondulante.
—Veo una ciudad en las nubes —dijo al final.
—Bespin —la identificó Yoda—. Yo también la veo. Tienes amigos allí, ¿verdad?
Concéntrate y los verás.
Luke intensificó su. concentración y la Ciudad de las nubes se tornó más clara. Al
concentrarse, pudo ver formas, formas de personas que conocía.
—¡Los veo! —exclamó Luke con los ojos todavía cerrados. Una súbita oleada de
agonía física y espiritual se apoderó de él—. Sufren. Padecen.
—Es el futuro lo que ves —explico la voz de Yoda.
El futuro, pensó Luke. En ese caso, el sufrimiento que había sentido aún no había sido
infligido.
Tal vez el futuro no fuera inmodificable.
—¿Morirán? —preguntó al maestro.
Yoda meneó la cabeza y se encogió ligeramente de hombros.
—Es difícil verlo. El futuro siempre está en movimiento.
Luke abrió los ojos. Se puso en pie y a toda prisa empezó a recoger su equipo.
—Son mis amigos —dijo, pues sospechaba que el maestro jedi quizás intentara
convencerlo de que no hiciese lo que sabía que quería hacer.
—En consecuencia, debes decidir el mejor modo de ayudarlos —agregó Yoda—. Si te
vas ahora, podrías ayudarlos, pero destruirías todo aquello por lo que has luchado y
sufrido.
Esas palabras paralizaron a Luke. El joven se dejó caer al suelo y sintió un manto de
melancolía le envolvía. ¿Podría destruir realmente todo aquello por lo que se había
esforzado y quizá también a sus amigos? ¿Podía no intentar salvarlos? Artoo percibió la
desesperación de su amo y se deslizó hasta su lado proporcionarle tanto consuelo como
podía.
¡Chewbacca pensó que enloquecería! La celda de la cárcel estaba inundada por una luz
caliente y cegadora que quemaba sus sensibles ojos de wookie. Ni siquiera las enormes
manos y los brazos peludos, con los que se cubría la cara, le protegían totalmente del
resplandor. Por eso fuera poco, en el cubículo resonaba un silbido agudo que torturaba
su agudo sentido del oído. Rugió de dolor, pero sus guturales quedaron ahogados por el
ruido penetrante y chirriante.
El wookie caminaba de una, lado a otro dentro de los límites de la celda. Gimió
penosamente y desesperado, golpeó las gruesas paredes con la esperanza de que alguien,
quienquiera que fuese fuera a liberarlo. Mientras aporreaba las paredes, el silbido que
había estado a punto de reventarle los tímpanos cesó bruscamente y el diluvio de luz
parpadeó y se apagó.
Chewbacca retrocedió un paso a causa de la brusca interrupción de la tortura y después
se acercó a una de las paredes para tratar de averiguar si alguien se acercaba con el
propósito de dejarlo en libertad. Pero las gruesas paredes no le permitieron averiguar
nada y, desesperado, Chewbacca dio un puñetazo impresionante contra la pared.
Pero la pared siguió intacta y tan impenetrable como antes, por lo que Chewbacca
comprendió que se necesitaría algo más que la fuerza descomunal de un wookie para
derribarla. Perdió las esperanzas de liberarse y fue pesadamente hacia la cama, donde
habían colocado la caja con las piezas de Threepio.
Ociosamente al principio y después con interés, el wookie registro el interior de la caja.
Pensó que tal vez podría reparar el androide desarticulado. Así, no sólo pasaría el
tiempo sino que quizá consiguiera tener de nuevo a Threepio en condiciones operativas.
Cogió la cabeza dorada y miró sus ojos inertes. La sostuvo y ladró como si prepara al
robot para la alegría de entrar en actividad... o para la decepción, de su posible
incapacidad de reconstruirlo correctamente.
A continuación, con suma delicadeza para un ser de su tamaño y fuerza, el gigantesco
wookie acomodó la cabeza que miraba fijamente encima del torso broncíneo.
Experimentó con la maraña de cables y circuitos de Threepio. Como su habilidad
mecánica sólo había sido probada en las reparaciones del Millennium Falcon, no estaba
seguro de poder llevar a cabo tan delicada tarea.
Chewbacca se movió de un lado a otro y manoseó los cables, desconcertado ante el
complejo mecanismo, cuando súbitamente los ojos de Threepio se iluminaron, Del
interior del robot surgió un quejido. Se parecía ligeramente a la voz normal de Threepio,
pero era tan débil: y lento que las palabras resultaron ininteligibles.
—Trrrrrrrrrroooooopppaaasss: immmmmperrrrrriaalessss deeee asssall...
Asombrado, Chewbacca se rascó la peluda cabeza y estudió con atención al robot
desarmado Se le ocurrió la idea de conectar un cable en otra entrada e hizo la prueba.
Instantáneamente Threepio habló con su voz normal, Lo que dijo parecían palabras
extraídas de una pesadilla:
—¡Chewbacca! —gritó la cabeza de See-Threepio—. Cuidado, hay tropas imperiales de
asalto ocultas en... —hizo una pausa como si reviviera la traumática experiencia, y gritó
—: ¡Oh, no! ¡Me han alcanzado!
Las luces de los sables se entrecruzaban en el combate que libraban Luke Skywalker y
Darth Vader sobre la plataforma, encima de la cámara. congeladora de carbono Luke
sentía que la plataforma se estremecía a cada golpe y a cada estocada de sus armas, pero
seguía impertérrito, pues con cada movimiento de la espada alejaba al maligno Darth
Vader.
—El temor no te afecta. Has aprendido más de lo que yo preveía.
—Descubrirá que estoy lleno de sorpresas —replicó el confiado joven, amenazando a
Vader con otra estocada.
—Yo también fue la, siniestra y serena respuesta de Vader.
Con dos. graciosos movimientos, el Oscuro Señor enganchó el arma de Luke, se la quitó
de las manos y la arrojó a lo lejos. Un rayo de energía de Vader a los pies de Luke hizo
saltar a éste hacia atrás en un esfuerzo por protegerse pero trastabillo y cayo escaleras
abajo.
Tendido sobre la Plataforma, Luke levantó la vista y vio que la funesta y oscura figura
se cernía sobre él desde lo alto de la escalera. Luego la figura voló directamente hacia
él, con su capa negra ondeando en el aire como las alas de un murciélago monstruoso.
Luke rodó rápidamente: de costado sin apartar los ojos de Vader mientras la enorme
figura negra aterrizaba silenciosamente a su lado.
—Tu futuro está en mis manos, Skywalker —siseó Vader, inclinándose sobre el joven
—. Ahora caerás en el lado oscuro. Obi-Wan sabía que ésta es la verdad.
—¡No! —chilló Luke, tratando de rechazar la maligna presencia del Oscuro Señor.
—Es mucho lo que Obi-Wan no te ha dicho —continuó Vader—. Ven conmigo:
completaré tu educación.
La influencia de Vader era increíblemente fuerte y a Luke le pareció algo viviente.
No le prestes atención, dijo Luke para sus adentros. Está tratando de engañarme, de
llevarme por mal camino, de conducirme al lado oscuro de la Fuerza, tal como Ben me
advirtió.
Luke empezó a retroceder para alejarse del Señor de Sith que avanzaba hacia él. A
espaldas del joven se abrió sin ruido el ascensor hidráulico, listo para recibirlo.
—¡Prefiero la muerte! —anunció Luke.
—No será necesario.
Inesperadamente, el Oscuro Señor asesto a Luke un golpe tan fuerte con su sable de luz
que el joven perdió el equilibrio y cayo en la abertura.
Vader se volvió de espaldas al foso de congelamiento y desactivó con indiferencia su
sable de luz.
—Demasiado fácil —se encogió de hombros—. Quizá no seas tan fuerte como creía el
emperador.
Mientras Vader hablaba empezó a manar metal fundido en la abertura a la que daba la
espalda y de que comenzó a elevarse un contorno borroso.
—El tiempo lo dirá —fue la respuesta de Luke a la observación de Vader.
El Oscuro Señor se volvió. ¡Era indudable que en ese punto del proceso de
congelamiento el sujeto tenía que poder hablar! Vader paseó la mirada por la habitación
y luego volvió la cabeza cubierta con el casco hacia el techo, Luke estaba suspendido de
unos tubos flexibles que colgaban de lo alto, después de saltar unos cinco metros, en el
aire para escapar de la carbonita.
—Impresionante —reconoció Vader—. Tu agilidad es impresionante.
Luke volvió a caer sobre la plataforma, al otro lado del humeante foso. Extendió la
mano y su espada, caída en otra parte de la plataforma, voló hacia él para que la
empuñara. Instantáneamente se encendió el sable de luz.
La espada de Vader cobró vida al momento.
—Ben te ha enseñado bien. Has controlado tu temor. Ahora libera tu ira. He destruido a
tu familia. Puedes vengarte.
Pero esta vez Luke fue cauteloso e intentó dominarse. Si lograba dominar la ira como
había hecho con el miedo, no sería, desviado.
Recuerda el entrenamiento, se aconsejó, Luke a sí mismo. ¡Recuerda lo que te enseño
Yoda! Aparta de ti toda ira y todo rencor y recibe la Fuerza.
A medida que adquiría dominio sobre sus sentimientos negativos, Luke comenzó a
avanzar, pasando por alto las insinuaciones de Vader. Se abalanzó sobre de éste y
después de un rápido forcejeo empezó a hacerle retroceder.
—Tu odio puede darte el poder de destruirme —le tentó Vader—. Úsalo.
Luke empezaba a comprender lo tremendamente poderoso que era su oscuro enemigo y
se dijo entre dientes: “No me convertiré en un esclavo del lado oscuro de la Fuerza”.
Avanzó prudentemente en dirección de Vader.
Mientras Luke se aproximaba, Vader retrocedía lentamente. Luke se echo sobre él con
la intención de golpearlo vigorosamente, pero cuando Vader bloqueó sus movimientos
perdió el equilibro y cayo por el borde exterior de las humeantes tuberías. Aunque casi
se le doblaban las rodillas, Luke apeló a todas sus fuerzas, avanzó prudentemente hasta
el borde y miró hacia abajo. No vio huellas de Darth Vader. Apagó su sable de luz, lo
prendió del cinturón y bajo al foso.
Se dejo caer al suelo y se encontró en una espaciosa sala de control y mantenimiento,
abierta al reactor que daba energía a toda la ciudad. Echo un vistazo a la cámara y su
mirada tropezó con una gran ventana. Frente a ella se destacaba, erguida e inmóvil, la
figura de Darth Vader.
Luke se acercó lentamente a la ventana y volvió a encender sable de luz.
Pero Vader no encendió su Propia espada ni hizo ningún esfuerzo por defenderse
mientras Luke se aproximaba. De hecho la única arma del Oscuro Señor era su voz
tentadora.
—Ataca —instó al joven jedi—: Destrúyeme.
Confundido por el truco de Vader, Luke vaciló.
—Sólo vengándote lograrás salvarte...
Luke permaneció inmovilizado en su lugar. ¿Debía seguir el consejo de Vader y emplear
la Fuerza como arma de venganza? ¿Debía renunciar a esa batalla con la esperanza de
tener otra oportunidad de derrotar a Vader cuando tuviese un mayor dominio de sí
mismo? No. ¿Cómo podía dejar a un lado la oportunidad de destruir a ese ser maligno?
Su oportunidad era ésa y no debía desaprovecharla...
¡Posiblemente no se repetiría esa oportunidad!
Luke aferró con ambas manos su sable de luz letal, apretando la suave empuñadura
como si fuera una antigua espada. Levantó el arma para dar el golpe que destruiría a
aquel horror enmascarado.
Sin darle tiempo a moverse, un enorme mecanismo se separo de la pared y se precipitó
en su dirección. Luke se volvió instantáneamente, lanzó un destello y cortó el objeto por
la mitad: los dos enormes fragmentos cayeron al suelo con violencia.
Otro dispositivo avanzó hacia el joven, que volvió a utilizar la Fuerza para desviarlo. El
pesado objeto se tambaleó como si hubiese rebotado contra un escudo invisible. Luego
un enorme caño se acercó a Luke por el aire. Aunque éste lo repelió, volaron sobre él
piezas y fragmentos del mecanismo desde todas direcciones. En seguida, unos cables
que se extendieron desde las paredes se acercaron retorciéndose y echando chispas, para
golpearle.
Bombardeado por todas partes Luke todo lo posible por eludir el ataque, pero empezó a
sangrar y a llenarse de contusiones en el intento.
Una gran pieza chocó contra el cuerpo de Luke, se desvió y rompió la amplia ventana,
dando paso al ululante viento. De pronto todo empezó a volar en la habitación y el feroz
viento azotó el cuerpo de Luke y llenó la estancia con un amenazador aullido.
En el centro mismo de la habitación apareció Darth Vader erguido y triunfante.
—Estas derrotado —se jacto el Oscuro Señor del Sith—. Es inútil que te resistas. ¡Te
unirás a mí o te reunirás con Obi-Wan en: la muerte! Mientras Vader hablaba, un ultimo
fragmento pesado voló por el aire, golpeó al joven jedi y lo arrojó a través de la ventana
rota. Todo se convirtió en una inmensa niebla mientras el viento le arrastraba, hasta que
logró sujetarse a un saliente con una mano.
Cuando el viento amaino y su visión se aclaró, Luke se dio cuenta de que colgaba del
caballete del eje del reactor exterior a la sala de controles. Miró hacia abajo y vio lo que
parecía ser un abismo infinito. Le acometió un mareo y se frotó los ojos cerrados en un
esfuerzo por evitar ser victimas del pánico.
En comparación con el reactor en forma de vaina del que colgaba, Luke era una mancha
en comparación con el resto de la enorme cámara.
Firmemente sujeto al saliente con una sola mano, Luke logró sujetar el sable en el
cinturón para luego aferrarse con ambas manos. Se alzó, trepó al caballete y se irguió
justo a tiempo para ver a Darth Vader que se acercaba andando sobre el eje.
Mientras Vader se aproximaba a Luke, a través de las cavernosas habitaciones se oyó el
eco de una transmisión: del sistema de altavoces:
—Los fugitivos se dirigen hacia la plataforma 327. Bloquead los transportes. Todas las
fuerzas de seguridad deben estar alerta.
Avanzando amenazador hacia Luke dijo:
—Tus amigos jamás lograrán escapar y tú tampoco.
Vader dio otro paso; Luke levantó instantáneamente su sable, dispuesto a reanudar la
batalla.
—Estás derrotado —afirmó Vader con horrible seguridad y tono irrevocable—. Es inútil
que resistas.
Pero Luke resistió, Se abalanzó sobre el Oscuro y asestó un violento golpe con su
fulminante rayo láser, que le atravesó la coraza y le abrazo la carne. Vader se tambaleó y
Luke tuvo la sensación de que estaba terriblemente dolorido. Pero fue una impresión
pasajera. Una vez más, Vader avanzó en su dirección.
Mientras daba otro paso, Vader le advirtió:
—No te dejes destruir como Obi-Wan.
Luke respiraba con dificultad y su frente estaba perlada de sudor frío. Pero la mención
del nombre de Ben le infundió una repentina resolución.
—Calma... —se recordó a sí mismo—. Mantén la calma.
Pero el sonriente espectro avanzó a zancadas por el estrecho caballete, con la aparente
intención de quitarle la vida al joven jedi.
O peor aún, su frágil alma.
Lando, Leia, Chewbacca y los androides cruzaron de prisa por un pasillo. Dieron la
vuelta en una esquina y vieron que la puerta de la plataforma de aterrizaje estaba
abierta. Al otro lado vieron el Millennium Falcon, que les esperaba para la fuga. Pero
súbitamente la puerta se cerro. Se ocultaron, agachados en un hueco, desde el que
vieron la llegada de un pelotón de soldados de asalto con sus armas láser en pleno
funcionamiento. Estallaron fragmentos de suelo y de pared que volaron por los aires con
el impacto del rebote de los rayos de energía.
Chewbacca rugió en tanto devolvía el fuego: con salvaje ira wookie. Cubrió a Leia, que
aporreaba, desesperadamente el panel de control de la puerta, pero ésta no se movió.
—¡Artoo! —gritó Threepio—. El panel de control. Tú sabes anular el sistema de
alarma.
Threepio hizo un gesto al pequeño robot a darse prisa; al mismo tiempo señaló un
enchufe de computadora en el tablero de controles.
Artoo-Detoo corrió hacia el panel de controles emitiendo bips y silbando en su prisa por
ayudar.
Lando, contorsionándose el cuerpo para evitar los ardientes rayos láser, operó
febrilmente para conectar su intercomunicador con el intercomunicador del panel.
—Soy Calrissian —anunció por el sistema de comunicación—. El Imperio está
tomando el control de la ciudad. Os aconsejo que la evacuéis antes de la llegada de las
tropas imperiales.
Apagó el comunicador. Sabía que había hecho lo posible por advertir a su pueblo; ahora
su tarea consistía en sacar a sus amigos sanos y salvos del planeta. Entretanto, Artoo
quitó la cubierta de un conector e insertó un brazo de computadora en el enchufe. El
androide emitió un breve bip, que de repente se convirtió en un atroz aullido robótico.
Empezó a temblar mientras sus circuitos se encendían en un delirante despliegue de
brillos destelleantes y todos los orificios de su casco escupían humo. Lando lo aparto
violentamente del enchufe de energía. Cuando el androide empezó a apaciguarse lanzó
unos débiles bips en dirección a Threepio.
—La próxima vez debes prestar más atención —respondió Threepio a la defensiva—.
Se supone que yo no tengo que conocer por que conocer la diferencia entre un enchufe
de energía y un alimentador de computadoras. Sólo soy un interprete...
—¿A nadie se le ocurre una solución? —gritó Leia sin dejar de disparar a los soldados
atacantes.
—Probaremos otro camino —contestó Lando por encima del fragor de la batalla.
El viento que ululaba a través del eje del reactor absorbía por completo los sonidos del
choque de los sables de luz.
Luke atravesó ágilmente el caballete y se refugió debajo de un enorme instrumento para
escapar de su enemigo. Pero Vader le alcanzó en un instante y utilizando su sable, a la
manera de una guillotina, desprendió el instrumento. El complejo instrumento empezó a
caer pero bruscamente quedó atrapado por el viento e inició un movimiento ascendente.
Un instante de distracción era todo lo que Vader necesitaba. Cuando el instrumento
empezaba a flotar, Luke le dirigió una involuntaria mirada. En ese segundo el rayo láser
del Oscuro Señor cortó la mano del joven Luke, cuyo sable de luz también voló por los
aires.
El dolor era atroz. Luke percibió el repugnante olor de su propia carne chamuscada y se
apretó el antebrazo debajo de la axila para aplacar el dolor. Retrocedió por el caballete
hasta llegar al otro extremo, acechado en todo momento por la aciaga visión del manto
negro El viento amainó brusca y amenazadoramente. Luke comprendió que ya no tenía
dónde huir.
—No hay salida —le advirtió el Oscuro Señor del Sith desde la enormidad de su figura
del ángel negro de la muerte—. No me obligues a destruirte. Eres vigoroso con la
Fuerza. Ahora debes aprender a utilizar el lado oscuro. Únete a mí y juntos seremos más
poderosos que el emperador.
Completaré tu entrenamiento y regiremos juntos la galaxia Luke se negó a ceder a las
insinuaciones de Vader.
—¡Jamás me uniré a usted!
—¡Si conocieras el poder del lado oscuro! —prosiguió Vader sin hacer caso de sus
palabras—. Obi nunca te habló de lo que le ocurrió a tu padre, ¿verdad?
La mención de su padre estimuló la furia de Luke.
—¡Me dijo lo suficiente! —chilló—. Me contó que usted lo mató.
—No —replicó Vader serenamente—. Yo soy tu padre.
Atónito, Luke contemplo incrédulo, al guerrero vestido de negro y retrocedió ante
semejante revelación.
Los dos guerreros, padre e hijo se miraron a los ojos.
—¡No, no! Eso no es verdad... —dijo Luke, negándose a creer lo que acababa de oír—.
Es imposible.
—Analiza tus sentimientos —Vader parecía la versión maligna e Yoda— y sabrás que
es verdad.
Vader apagó su sable de luz y extendió una mano firme y tentadora a Luke
Desconcertado y horrorizado por las palabras de Vader Luke gritó:
—¡No! ¡No!
Vader continuó con tono persuasivo:
—Tú puedes destruir al emperador, Luke. Él lo ha previsto. Es tu destino. Únete a mí y
juntos podremos gobernar la galaxia como padre e hijo. Ven conmigo. Es tu única
salida.
La mente de Luke era un remolino. Finalmente todo empezaba a encajar en su cerebro.
¿O no? Se preguntó si Vader estaría diciendo la verdad... si el entrenamiento de Yoda,
las enseñanzas del santo anciano Ben, su propia lucha por el bien y su odio al mal, si
todo, aquello por lo que se había esforzado sólo era una mentira.
No quería creer a Vader o intentaba convencerse a sí mismo de que era éste quien le
mentía, pero de algún modo sentía la verdad en las palabras del Oscuro Señor. ¿Pero si
éste decía la verdad, se preguntó por qué le había mentido Ben Kenobi? ¿Por qué? Su
mente se agitaba con mayor fuerza que cualquier viento que el Oscuro Señor pudiese
arrojar sobre él.
Las respuestas ya no parecían tener importancia Su Padre.
Con la serenidad que el propio Ben y Yoda el maestro jedi, le habían enseñado, Luke
Skywalker tomó una decisión que podía ser la última de su vida.
—Jamás —exclamó mientras daba un paso hacia el vacío abismo que se abría a sus
pies, tan inconmensurable era la profundidad que podía haber estado cayendo en otra
galaxia.
Darth Vader avanzó hasta el extremo del caballete para observar cómo se hundía Luke.
Empezó a soplar un fuerte viento que hizo ondular el manto negro a sus espaldas
mientras permanecía asomado al borde del precipicio. El cuerpo de Skywalker
descendió rápidamente.
En su calda de cabeza, el herido jedi buscó desesperadamente algo a lo que cogerse para
interrumpir la caída.
El Oscuro Señor observó hasta ver el cuerpo del joven Luke tragado por un enorme tubo
de escape de un costado del eje del reactor. Luke desapareció; Vader se volvió
rápidamente y avanzó a zancadas por la plataforma.
Luke atravesó a toda aprisa por el eje de escape, tratando de sujetarse a los costados
para amortiguar la caída. Pero las suaves y lustrosas paredes del tubo no tenían asideros
ni bordes.
Finalmente llegó al extremo del túnel, cayendo pesadamente de pie contra una parrilla
circular que daba a un hueco aparentemente sin fondo y se movió de su lugar por el
impacto del impulso de Luke, cuyo cuerpo empezó a deslizarse a través de la abertura.
Frenéticamente aferrado al liso borde interior del tubo, Luke pidió socorro.
—Ben... Ben, ayúdame —imploró desesperadamente, mientras gritaba, sintió que sus
dedos se deslizaban por el interior del tubo mientras su cuerpo se acercaba más aún a la
enorme abertura.
Luke logró montar una de sus piernas encima de la veleta electrónica, que siguió.
soportando su peso. Pero el aire del tubo de escape le azotaba, por lo que le resultaba
difícil no resbalar y caer del instrumento.
—Ben... —gimió en una agonía de dolor—. Ben...
Darth Vader llegó a la vacía plataforma de aterrizaje y vio cómo la mancha que era, el
Millennium Falcon desaparecía en la lejanía.
Se volvió hacia sus dos asistentes.
—¡Traed mi nave! —ordenó.
Se retiró con el propósito de prepararse para el viaje, con el manto negro flotando a sus
espaldas.
En algún punto cercano al pie del soporte de Ciudad de las Nubes, Luke volvió a hablar.
Concentró su mente en alguien que según creía, se preocupaba por, él y de alguna
manera acudiría en su ayuda.
—Leia, escúcheme —volvió a clamar lastimeramente—. Leia...
En ese preciso instante se rompió un enorme fragmento de la veleta, que cayó a toda
velocidad hacia las nubes. Luke se sujetó a lo que quedaba de la veleta y luchó por
sostenerse a pesar di la ráfaga de aire que lo golpeaba desde el tubo de escape.
—Parecen tres cazas —dijo Lando a Chewbacca con la vista fija en las imágenes de la
pantalla computadora—. Podemos dejarlos atrás con facilidad —agregó, pues conocía
tan bien como Han Solo las posibilidades del carguero.
Miró a Leia y se lamentó por la pérdida de la ciudad que administraba.
—Sabía que ese tinglado era demasiado bueno para durar —se quejó—. Lo echaré de
menos.
Pero Leia parecía estar en las nubes. No se dio por enterada de los comentarios de
Lando: tenía la vista fija en el vacío, como transfigurada. Al salir de su trance dijo,
como si respondiera a algo que había oído:
—¿Luke?
—¿Qué? —inquirió Lando.
—Tenemos que volver —dijo la princesa con tono apremiante—. Chewie, dirígete al
fondo de la ciudad.
Lando la miró, atónito:
—Un momento. ¡No volveremos allí!
El wookie ladró, mostrando por una vez su acuerdo con Lando.
—No discutas —ordenó Leia con firmeza, adoptando la actitud de quien está
acostumbrado a que se cumplan sus órdenes—. Hazlo. ¡Es una orden!
—¿Qué ocurrirá con esos cazas? —argumentó Lando, señalando los tres cazas TIE que
caían sobre ellos. Buscó con la mirada el apoyo de Chewbacca.
Pero Chewbacca gruñó amenazador, para demostrarle que sabía quién mandaba ahora.
—Está bien, está bien —accedió Lando comprensivamente.
Con toda la gracia y la velocidad que lo había hecho famoso, el Millennium Falcon se
ladeó entre las nubes y reemprendió el camino de la ciudad. Mientras el carguero
proseguía su carrera probablemente suicida, los tres cazas TIE que les perseguían
imitaron la maniobra.
El almirante Piett se acercó a Vader que estaba en el puente de mando del más grande
destructor galáctico imperial y miraba a través de las ventanillas.
—En unos instantes estarán al alcance del rayo tractor —informó confiadamente el
almirante.
—¿Ha sido desactivada su hipertransmisión? —quiso saber Vader.
—Inmediatamente después de ser capturados.
—Bien —dijo la gigantesca figura vestida de negro—. Preparaos para el abordaje y
disponed vuestras armas para el ataque.
Hasta ese momento el Millennium Falcon había logrado eludir los cazas perseguidores,
¿Pero lograría escapar al ataque del aciago destructor estelar, cada vez más cercano?
—No podemos cometer errores —afirmó Leia con tono tenso y la vista fija en la
enorme señal de los monitores.
—Si mis hombres dicen que repararon este bebé es porque lo repararon —le aseguró
Lando—. No tenemos por qué preocuparnos.
—Creo haber oído eso antes —murmuró Leia entre dientes, La nave volvió a oscilar
debido a la conmoción producida por otra explosión láser, pero en ese momento empezó
a destellar una luz verde en el panel de control.
—Las coordenadas están establecidas, Chewie —dijo Leia—. Ahora o nunca.
El wookie ladró para mostrar su acuerdo. Estaba listo para la fuga hipertransmisora.
—¡Adelante! —gritó Lando.
Chewbacca se encogió de hombros, como diciendo que valía la pena intentarlo. Tiró del
regulador de velocidad de la luz, lo que alteró repentinamente el sonido de los motores
iónicos.
Todos los que iban a bordo rogaron, a la manera humana o androide, que el sistema
funcionara: era su única esperanza. Pero bruscamente el sonido se estranguló y se
extinguió; Chewbacca aulló con desesperada frustración.
Una vez más, el sistema hipertransmisor les había fallado.
Y el Millennium Falcon seguía balanceándose bajo el fuego de los cazas TIE.
Desde el destructor estelar del Imperio, Darth Vader observaba fascinado cómo los
cazas TIE disparaban incesantemente contra el Millennium Falcon. La nave de Vader
caía sobre el fugitivo Falcon: faltaba poco para que el Oscuro Señor tuviese al Luke
Skywalker en su poder.
También Luke lo presentía. Miró hacia afuera en silencio, con la certeza de que Vader
estaba cerca, de que su victoria sobre él pronto sería plena. El jedi estaba malherido y
exhausto: su espíritu se preparó para sucumbir a su destino. Ya no había ninguna razón
para seguir luchando... ya no había nada en lo que creer.
—Ben —susurró desesperado— ¿por qué no me lo dijiste? Lando trató de ajustar
algunos controles y Chewbacca saltó de su asiento para correr a la bodega.
Leia ocupó el lugar de Chewbacca y ayudó a Lando a pilotar el Falcon a través de la
barrera de fuego.
En la bodega, el wookie corrió y adelantó a Artoo, que seguía trabajando en la
compostura de Threepio. La unidad R2 empezó a emitir bips de asombro mientras
observaba al wookie que intentaba frenéticamente reparar el sistema de
hipertransmisión.
—¡Dije que estábamos condenados! —recordó a Artoo el aterrorizado Threepio—. Los
motores de hipertransmisión vuelven a funcionar mal.
Artoo lanzó varios bips mientras articulaba una pierna.
—¿Cómo puedes saber tú qué es lo que funciona mal? —se burló el androide dorado—.
¡Ay! ¡Mi pie! ¡Y deja de parlotear! A través del intercomunicador sonó la voz de Lando
en la bodega.
—Chewie, verifica los controles de desviación secundaria.
Chewbacca se dejó caer en el hoyo de la bodega. Trató de soltar una sección del panel
con una enorme nave inglesa. Pero no logró moverla ni un milímetro. Rugiente de
frustración empuñó la herramienta a modo de palo y golpeó el panel con todas sus
fuerzas.
Darth Vader no abrió la boca. Contempló el vacío en el lugar donde un instante antes se
encontraba el Millennium Falcon. Su profundo y negro silencio produjo pavor a los dos
hombres que le acompañaban.
El almirante Piett y su capitán aguardaban, recorridos por escalofríos de miedo,
preguntándose cuánto tardaran en sentir las invisibles garras como tomos en sus
gaznates, Pero el Oscuro Señor no se movió. Con las manos cruzadas en la espalda,
guardó un silencio contemplativo. Después se volvió y abandonó lentamente el puente
de mando con el manto de ébano flotando a sus espaldas.
Por fin el Millennium Falcon estaba a salvo, atracado sobre un enorme crucero rebelde.
En la lejanía brillaba un glorioso destello rojo irradiado por una gran estrella del mismo
color: un destello que esparcía su luz carmesí sobre el estropeado casco de la pequeña
nave de carga.
Luke Skywalker descansaba en el centro médico del crucero estelar rebelde, donde le
atendía Too-Onebee, un androide cirujano. El joven jedi permanecía pensativo mientras
Too-Onebee observaba su mano herida.
Luke levantó la vista y vio a Leia que, seguida por See-Threepio y Artoo-Detoo, entraba
en el centro médico para enterarse de sus progresos y quizá, para llevarle un poco de
alegría. Pero Luke sabía que la mejor terapia que había recibido a bordo del crucero era
precisamente la radiante imagen que tenía ante sus ojos.
La princesa Leia sonrió. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro iluminado por un
maravilloso resplandor. La vio idéntica a aquella primera vez un siglo atrás, le parecía a
Luke en que Artoo-Detoo proyectó ante sus ojos la imagen holográfica de la princesa.
Con su blanquísima túnica larga de cuello alto era una aparición angelical.
Luke levantó la mano y la ofreció al experto servicio, de Too Onebee. El androide
cirujano examinó la mano biónica ahora expertamente fundida en el brazo de Luke. A
continuación, el robot rodeó la mano con una suave faja metalizada a la que añadió una
pequeña unidad electrónica, ciñéndola suavemente. Luke cerró el Puño de su nueva
mano y sintió las pulsaciones cicatrizantes impartidas por el aparato de Too Onebee.
Entonces relajó el brazo y la mano.
Leia y los dos androides se acercaron a Luke mientras se oía una voz por los altavoces
del comunicador.
Quien hablaba era Lando.
—Luke... —tronó la voz—, estamos listos para el despegue.
Lando Calrisslan ocupaba el asiento del piloto del Millennium Falcon. Había echado de
menos a su viejo carguero, pero ahora que volvía a ser su capitán se sentía bastante
incómodo. En su asiento de copiloto, el gigantesco wookie Chewbacca percibió la
incomodidad de su nuevo capitán mientras empezaba a mover las llaves que preparaban
la nave para el despegue.
Por el altavoz del intercomunicador de Lando se oyó la voz de Luke.
—Nos encontraremos en Tatooine.
Lando volvió a hablar por el micrófono, pero esta vez se dirigió a Leia, con voz cargada
de emoción:
—No se inquiete, Leia encontraremos a Han, Chewbacca se inclinó y rugió su, adiós
por el micrófono, en un ladrido capaz de trascender los límites del tiempo y el espacio
para ser oído por Han Solo, dondequiera le hubiese llevado el cazador a sueldo.
Fue Luke quien pronunció la despedida final, aunque se negó a decir adiós.
—Cuidaos, amigos míos —dijo con nueva madurez en la voz—. Que la Fuerza sea con
vosotros, Leia estaba sola ante la gran ventanilla circular del crucero estelar rebelde, con
su esbelta figura vestida de blanco empequeñecida por la vasta bóveda estrellada y las
naves de la flota desplegadas.
Contempló la majestuosa estrella escarlata que brillaba en la infinita y negra
profundidad.
Luke, con Threepio y Artoo pisándole los talones, avanzó hasta quedar a su lado.
Comprendía lo que sentía Leia porque sabía lo terrible que podía ser una pérdida
semejante.
Los miembros del grupo, frente a los invitadores cielos, vieron cómo el Millennium
Falcon pasaba ante sus ojos y luego viraba en otra dirección, rugiendo con gran
dignidad a través de la flota rebelde. Poco después la flota desapareció en la estela del
Millennium Falcon.
En ese momento sobraban las palabras. Luke sabía que la mente y el corazón de Leia
estaban con Han, al margen de donde éste estuviera o cuál fuera su sino. En cuanto a su
propio destino, ahora se sentía menos seguro de sí mismo que antes... incluso antes de
que un sencillo granjero de un mundo distante se enterase de la existencia de algo
intangible llamado Fuerza. Sólo sabía que tenía que volver junto a Yoda y concluir su
entrenamiento antes de emprender el rescate de Han.
Lentamente, rodeó a Leia con un brazo y, con Threepio y Artoo, contemplaron con
valentía los cielos, los cuatro con la vista fija en la misma estrella carmesí.
FIN