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Aquella tarde Olentzero iba a dar los últimos toques a una muñeca
en cuya elaboración había puesto especial cariño. Del envoltorio natural de las
mazorcas de maíz había ido deshilachando los pelitos que ahora iba a colocar en
su muñeca en forma de tupida melena. Realizó su trabajo con paciencia y
habilidad increíbles. Una vez acabada, quedó mirándola satisfecho de su
trabajo. Se preguntaba por qué manos habría de pasar y cuál sería su destino.
¿Encontraría quien le quisiera o, por el contrario, sería arrinconada e iría poco
a poco rompiéndose de tristeza?
-Siempre que cuentes con un amor tendrás vida. Cuando no, serás
como un simple juguete.
Paró junto a un roble y abrazó su tronco para dejar en él, con sus
lágrimas, su rabia y su tristeza. Cuando se calmó un tanto, encendió su pipa. A
la primera bocanada, aun con la cerilla entre los dedos, recordó a la muñeca.
Sus ojos se empañaron. Entre las volutas de humo y las lágrimas tomó cuerpo
Alatz.
Olentzero le refirió lo sucedido y le comunicó su tristeza. No
entendía cómo el alcalde le prohibía regalar sus juguetes para que a cambio los
del pueblo tuviesen que comprar aquellas baratijas y a tan elevado precio.
Pero su suerte cambió con rapidez. Esa misma tarde apareció por
la bajera un escaparatista en busca de trastos viejos. El encargado le dijo
permiso para tomar lo que le viniese en gana. Tras un vistazo por las
estanterías sus ojos se clavaron en la muñeca.
Maitane desde hacía años soñaba con una muñeca, pero nunca
había podido tener una. Se puso contenta al tenerla junto a sí. Pero, cuando
descubrió que unos ojos chispeantes le observaban y lanzaban guiños, se volvió
loca de alegría.
Con el paso del tiempo, Maitane fue haciéndose mayor, se hizo una
mujer. También empezó a salir con un chico. Cada vez se comunicaba más con él
y menos con su muñeca. Un día ésta se lo planteó decididamente. Ella era una
muñeca y necesitaba un niño o una niña. Maitane calló.
Maitane pasó unos días malos pero finalmente comprendió que su
amor por la muñeca le obligaba a separarse de ella. Justamente en aquellos días
se recogían juguetes para enviarlos a un lejano país. Un gran abrazó separó a
ambas.
Tapó los juguetes con una manta para protegerlos de los copos
que descendían plácidamente. Prendió el farol, lo sujetó a la vara e inició el
descenso.