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Formación Pastoral

Formación Pastoral es un estudio de los múltiples aspectos del liderazgo exitoso,


más reflexiones sobre casos reales del ministerio y cómo el pastor puede enfrentar
estas eventualidades con ecuanimidad y sabiduría. Enseña como pensar y actuar
como miembro del clero.

1. Imagen

Ser líder no es fácil... pero no imposible por Fernando Alexis


Jimenez

Nos vendieron una imagen equivocada de los líderes...

Nos engañaron... definitivamente nos engañaron... ¿La razón? La sociedad que nos rodea nos vendió a
través de todos los medios –impresos y audiovisuales-- una imagen estereotipada de los líderes...

Los presentan como los protagonistas de alguna película en la que jamás les ocurre nada y siempre, al final
de la historia, aparecen sonrientes en la pantalla mientras que a lo lejos se aprecia el sol muriendo entre las
montañas. Inmediatamente después aparecen los créditos de los realizadores del filme y quedamos con la
íntima sensación de que no estamos refiriéndonos a seres comunes sino a una especie de súper-hombres y
súper-mujeres que jamás cometen errores, a quienes todo les sale a pedir de boca, que superan con
facilidad cualquier obstáculo, que no se desesperan a pesar de las circunstancias adversas, y si llegan a
sufrir algún ataque que los derriba, se levantan airosos limpiándose el polvo que se adhirió a sus ropas.

No... definitivamente esa no es la realidad de los líderes triunfadores de carne y hueso...

Tampoco es la que ofrecen las tiras cómicas o tal vez los programas de dibujos animados en los que el
personaje central puede caer desde un edificio muy alto o quizá recibir todo el peso de un enorme piano, y
aunque en el instante quedan aplanados como si se tratara de sellos postales de correo, se restablecen con
facilidad y, armados de un sonrisa que nunca abandona sus rostros, reemprenden la jornada...

¿Qué puede pensar el pequeño empresario que lucha una y otra vez por colocar sus productos en el
mercado, mientras que la competencia despiadada agota sus esfuerzos para sacarlo del camino? ¿Acaso
aquellos que hoy lucen satisfechos en las fotografías de los diarios como productores sólidos y
emprendedores no enfrentaron alguna vez y, al igual que él, las mismas dificultades?¿O tal vez los
empresarios que tienen buenos ingresos hoy no aprendieron ayer de los fracasos y los desengaños cuando
las cosas no salían como esperaban?

¿Y qué razonará el promotor de libros y enciclopedias que concluye su jornada sin que haya vendido tan
siquiera un texto?¿Qué podrá decir si en las conferencias de motivación le aseguraron que sería tan fácil
como saludar al potencial comprador y despacharle --en cuestión de minutos-- todas las ventajas de los
manuales, para encontrarse sobre el terreno que apenas perciben que se trata de un comercializador le
cierran las puertas en la cara?

¿De qué manera asimila los fracasos la persona corriente que adquirió un libro de superación --de esos que
se leen en cuestión de horas y que ofrecen un cambio extraordinario de la vida con sólo disponerse a ser un
triunfador—cuando enfrenta la realidad de que los famosos principios hacia el éxito no son aplicables a su
realidad?

Y ¿Qué decir del hombre que renunció a su empleo recién abierta una pequeña iglesia de provincia para
dedicarse al pastorado a tiempo completo pero que, una vez inicia su trabajo, encuentra que pasan las
semanas y nadie llega al templo?

¿Y el joven que comenzó a dirigir el grupo de alabanza de la congregación para encontrarse, a vuelta de
poco tiempo, que las personas a su cargo no quieren atender sus instrucciones y cada quien quiere hacer
las cosas a su manera?
¿Usted ha enfrentado una situación similar o probablemente aproximada? Si es así, ¡Bienvenido! ...este
material fue diseñado para analizar junto a usted y con detenimiento –porque el afán no es concluir el curso
a la mayor brevedad sino asimilar el mayor volumen de conocimientos posible—las pautas de vida que
rodearon a líderes de carne y hueso, que enfrentaron frustraciones, que tropezaron con el fracaso, que en
ocasiones se rindieron a las dificultades y que finalmente vencieron, sobreponiéndose a toda adversidad
para navegar en las aguas –unas veces turbulentas y otras quietas—del liderazgo...

Caminaremos a lo largo de las siguientes páginas para apreciar de cerca --tal como si asistiéramos a una
buena cinta cinematográfica--, a los hombres de la Biblia que cambiaron el curso de la historia...

Ellos fueron líderes triunfadores... sin embargo también se equivocaron y fracasaron... En ocasiones
cayeron bajo el peso del desánimo y en otras, se alentaron y levantaron su mirada dispuestos a seguir aun
cuando todo a su alrededor decía que era imposible...

Capítulo 1

Un líder no le teme a lo desconocido...


El sol comenzó a brillar en lo alto y poco a poco, como si despertaran de un prolongado sueño, las nubes
fueron abriendo paso a un cielo azul y limpio que servía como telón de fondo a la inmensa estructura de
madera que se levantaba en mitad del amplio terreno.

--Otra jornada...—murmuró quedamente Noé mientras se apuraba una bebida caliente para comenzar el
día. A un costado, sobre la mesa, el martillo y, en el suelo, desperdigados unos y apilados otros, estaban
enormes tablones que iban dando forma al Arca.

Uno de los curiosos sonrió. Otro meneó la cabeza y un tercero dijo con ironía:--Está loco... definitivamente
loco--.

Noé no prestó atención a sus comentarios. Estaba acostumbrado a las voces contrarias, a las frases
burlonas y a las críticas que comenzaron el día en el que recibió instrucciones de Dios para construir la
estructura.

--No se parece en nada a Lamec, su padre. El sí que era sensato. Tenía puestos los pies sobre la tierra.
Noé en cambio es un soñador... —prosiguió comentando el hombre mientras se alejaba con una expresión
de burla en su rostro.

Tras él, la armazón: inmensa, desafiante, inverosímil. Semejaba una casa. Una primera ojeada permitía
establecer al espectador que se encontraba frente a una construcción de 130 metros de largo por 20
metros de ancho y 13 metros de alto. Las tablas y listones se entretejían hasta configurar lo que parecían
tres pisos. Arriba, en el techo, una enorme ventana que servía para iluminar la estancia.

Noé se dispuso a reemprender la labor, mientras que sus hijos Sem, Cam y Jafet le ayudaban untando de
brea las tablas. Sin duda aquella era una nave que rompía todos los esquemas de la época, y lucía muy
extraña en un territorio en el que ni siquiera caían lluvias. Sin embargo Noé se empecinaba a advertir que
pronto vendría un enorme diluvio que arrasaría con aquellos que no escucharan el mensaje de Dios.

Mientras clavaba unas tablillas, recordó como si devolviera las páginas amarillentas de un álbum viejo, las
imágenes que se sucedieron con una rapidez sorprendente y que quedaron grabadas para siempre en su
memoria.

El líder toma fuerza en medio de la competencia

Samuel Padilla es un pequeño empresario peruano residente en la ciudad de Trujillo. Por espacio de cuatro
años recibió formación básica sobre cómo planear, estructurar y poner en marcha una empresa. Los libros
que leyó durante su formación académica fueron apasionantes. Siempre pensó que sería fabuloso terminar
la colegiatura para iniciar su propio negocio.

Sin embargo después de los alegres momentos que experimentó en la graduación y el posterior ejercicio
profesional, le llevaron a comprender que existe una enorme brecha entre la teoría y la práctica. Una cosa
es el cúmulo de enseñanzas que recibimos en las aulas universitarias o colegiales, y otra bien distinta la
realidad que enfrentamos. El primer gran obstáculo fue determinar qué producto elaborar; el segundo
conseguir el crédito necesario, y el tercero, incursionar en el mercado. Lo intentó varias veces. Si lograba
superar una dificultad se topaba con otra y así sucesivamente hasta que se vio navegando en las aguas
turbulentas de la desesperación.

Samuel dirige hoy su propia factoría. Es pequeña pero rentable. El produce utensilios de cocina de plástico.
Son económicos y atrayentes al público. Tienen buena demanda entre las amas de casa. Comenzar no fue
fácil. Lo intentó con varios elementos: tablas para picar alimentos, electrodomésticos importados que
compraba en Lima y revendía en su ciudad y adornos elaborados con cerámicas. En sus primeros intentos
fracasó porque el mercado estaba saturado. Fue entonces cuando entendió que siguiendo el curso de los
demás, jamás llegaría a ningún lado.

Martha Lucía Ramírez vivió sometida por muchos años a las drogas. Hasta el nacimiento de su segundo
hijo y la ruptura de tres relaciones que inicialmente creyó, serían estables, le llevó a reorientar sus pasos.

Una primera gestión, tras estabilizar su familia, fue la de ayudar a los necesitados. Y lo hace en su modesta
vivienda, al oriente de Santiago de Cali, que ha convertido en albergue de tránsito de las familias que
salieron huyendo de sus fincas y parcelas como consecuencia de la violencia que azota a Colombia.

Recientemente las autoridades caleñas le otorgaron un premio que se suma a otros reconocimientos de
organizaciones que trabajan por la defensa de los derechos humanos. Todos reconocen su liderazgo y el
esfuerzo que le ha costado luchar para sacar adelante su sueños con todas las circunstancias en contra.

El líder nada contra la corriente

Líderes en circunstancias y países distintos. Sin embargo convergen en un principio que experimentó Noé:
los líderes nadan contra la corriente.

Observe lo que dice la Biblia acerca de nuestro personaje: ―Noé, hombre justo, era perfecto entre los
hombres de su tiempo; caminó Noé con Dios. Y engendró tres hijos: Sem, Cam y Jafet‖(Génesis 6:9,
10).

¿Se da cuenta? Era una persona como usted o como yo. Si lo encontráramos en alguno de nuestros
pueblos y ciudades, seguramente lo confundiríamos entre la multitud de hombres y mujeres que van de un
lado para otro, presurosos, afanados por llegar a tiempo a la oficina o quizá, ocupar los primeros lugares en
la larga fila de quienes esperan el autobús.

El pasaje Escritural no nos dice que era más alto, más bajo o quizá más robusto que cualquiera otro. En
absoluto. Es más, nos advierten que era padre de familia. Tenía sobre sus hombros la responsabilidad de
una esposa y tres hijos. ¡Nada fácil!.

Hasta allí todo marcha bien. Sin duda lo invitaríamos a tomar un buen café tinto si lo halláramos alguna vez.
Pero... --el inevitable pero-- Noé era además de un ciudadano como los que vemos en medio nuestro,
alguien que reunía tres principios que rompían todos los esquemas: Primero, ―...era justo‖, es decir,
alguien centrado con principios y valores; segundo, era ―perfecto entre los hombres de su tiempo‖. En
otras palabras, así media ciudad estuviese tras él en procura de encontrarle alguna falla, se llevarían
tremendo chasco porque era “perfecto”, sin una conducta inclinada a errar, engañar, poner trampas a los
demás o tomar ventaja de ellos en cualquier trato o negocio que concretara.

Hay un tercer aspecto que no podemos pasar por alto: ―...caminó Noé con Dios‖. ¿Se da cuenta?
Estamos hablando de un líder... de un auténtico líder... alguien que, aunque a primera vista luciera similar a
todos, marcaba la diferencia no solo por su manera de pensar sino por las actitudes que diferían del común
de las gentes. Noé fue un líder que impactó a su generación. Tenía algo diferente...

Pero ¿cuál era el medio en el que se desenvolvía? ―La tierra se corrompió delante de Dios, y estaba la
tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y vio que estaba corrompida, porque toda carne había
corrompido su camino sobre la tierra‖(Génesis 6.11, 12).

Es evidente que todo en derredor era un caos. Y él junto con su familia se encontraban en el ojo del
huracán.

Para Noé hablar de recobrar principios y valores en el quehacer cotidiano, significaba tanto como nadar
contra la corriente. Era avanzar contra una enorme ola o quizá, intentar escalar cuando el viento está en
contra y golpea nuestro rostro despiadadamente. ¡No era fácil!. ¡Que enorme diferencia entre las palabras
motivadoras que podía recibir cada día, y la horda de enemigos, libertinos y criticones que debía enfrentar!.
Si viviera en nuestros días, seguramente estaría abrumado –como nos ocurre a usted y a mi—cuando
encendemos la televisión para encontrarnos con una enorme carga de pornografía en programas que se
transmiten en franjas de audiencia supuestamente familiar; abriría el diario para hallar un sumario de
muertes y violencia; transitaría las calles para toparse con la víctima de un atraco o quizá de una violación
que no puede hacer mucho porque las autoridades son lentas y pareciera que amparan la delincuencia y la
impunidad; trabajaría en una empresa en la que robar y poner trampas está a la orden del día, o voltearía la
mirada a un lugar a otro para hallarse –a boca de jarro—con el hecho de que los matrimonios se
desmoronan ante el avance incontenible de la promiscuidad y el adulterio...

Es probable que me diga: “Un momento, yo no soy religioso, quiero hechos prácticos ¿Qué relación tiene
Noé con mi vida?”. De acuerdo. Usted y yo nos movemos en circunstancias similares a las de este hombre
de la antigüedad porque, como en su tiempo, había deslealtad, se engañaba a los patrones o a su vez los
patrones engañaban a los empleados; los políticos eran mañosos y aspiraban cargos de relevancia para
taparse en dinero y popularidad; las separaciones matrimoniales eran frecuentes y además, quien no se
comportara de acuerdo con el parámetro común, era mirado como un espécimen raro.

Ese es el panorama que tenemos enfrente y que sin duda no difería mucho del que enfrentaba Noé. A él
como a nosotros le tocó “Nadar contra la corriente”. Quizá lo aprendió a fuerza de fracasos y de intentarlo
nuevamente, pero su liderazgo se fortaleció enfrentando una concatenación de adversidades. Muchos en su
lugar, quizá habrían renunciado. Pero él, como líder, tenía claro que es teniendo el viento en contra que los
que vuelan en cometas llegan más alto...

El líder no se sujeta a los parámetros comunes

Lo normal y aceptable en la sociedad de su tiempo para Noé, y para nosotros hoy, sería ajustarse a los
principios vigentes. Así él y nosotros ahora, quedaríamos bien con todos. Sin embargo la Biblia insiste en un
hecho: ―Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová‖(Génesis 6:8).

Ese hecho marcó la diferencia. En apariencia algo intrascendente, pero en la práctica, algo de suma
importancia. Sin duda rompió todos los esquemas. Esa determinación le permitió avanzar. De lo contrario,
sujeto a lo que todos pensaban y hacían, sin duda nunca habría llegado a ninguna parte. Habría encontrado
personas negativas a su paso, a quienes consideran que nada se puede hacer diferente porque ellos no
pudieron hacerlo y quienes miran mal a los que tan solo se atreven a pensar diferente.

¿Usted imagina qué pasaría con nuestra sociedad si un buen grupo de personas, al igual que Noé, hallaran
gracia ante Dios? Sencillamente que comenzaríamos a cambiar el mundo. Los conductores respetarían las
normas de tránsito; los vendedores retornarían el vuelto correcto a sus clientes; quienes acuden a solicitar
un servicio respetarían la fila sin tratar de colarse por encima de quienes llevan rato esperando; el médico
ejercería a cabalidad su profesión mientras que el periodista se ceñiría a los hechos y no a la
especulación... definitivamente el mundo sería diferente...

La obediencia, un principio que identifica al líder

¿Ilógico? Definitivamente si. Todo en la misión que Dios encomendó a Noé parecía ilógico. No comprendía
bien cuál era el propósito, sin embargo actuó en obediencia. ―E hizo Noé conforme a todo lo que le
mandó Jehová‖(Génesis 7:5).

Esa disposición de sujetarse a las pautas trazadas por dios la apreciamos en la preparación y posterior
embarque de todo el género animal así como de su propia familia (versículos 9 y 16). No discutió, no
argumentó, no contradijo. Tenía claro que nuestro amado Creador no improvisa cuando nos manda a hacer
algo.

Un hombre o mujer que se hayan matriculado en la “Escuela de Dios” para potencializar sus capacidades
como líder en aras lograr crecimiento permanente y sostenido, asume la obediencia como un principio
ineludible.

Cuando seguimos las instrucciones al pie de la letra, Aquél que nos llamó a servirle en Su obra nos irá
mostrando la ruta a seguir. Algo diametralmente opuesto ocurre cuando obramos a nuestra manera.
Generalmente tropezamos una y otra vez porque estamos moviéndonos en nuestras fuerzas y no en las de
Aquél que nos envió a cumplir la misión.

La satisfacción del deber cumplido


¿Ha sentido alguna vez la satisfacción de concluir cabal y exitosamente con su trabajo? Esa misma
sensación fue la que embargó a Noé cuando terminó el diluvio, la tierra se secó y todo retornó a la aparente
normalidad ¡Había cumplido la misión!

El desenvolvimiento de este patriarca que aprendió lecciones de liderazgo en la práctica y no en el instituto


bíblico o quizá en una escuela de formación superior, contrasta con personas que hoy día comienzan una
tarea y no la concluyen. Se especializan en hacer las cosas ―a medias‖.

Nunca terminan aquello que empiezan. El entusiasmo con el que emprenden las labores se agota poco
tiempo después de iniciar la jornada y permiten que los embargue la pereza o el desánimo.

Tales personas difícilmente llegan a ninguna parte. Los hallamos en todas partes: en la iglesia pero también
en el trabajo, la universidad o en el sector que habitamos. Con su inconsistencia no hacen otra cosa que
pagar la colegiatura para ser fracasados.

¿Acaso Dios quiere esa actitud derrotista para nosotros. En absoluto. El nos creó para ser triunfadores.
Pero en cierta medida, lograrlo sólo es posible cuando caminamos conforme a la voluntad de El, trazada en
la Palabra, y aplicamos esos principios que --si bien es cierto-- en ocasiones no entendemos, nos llevarán a
puerto seguro.

En el relato leemos que ―Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo:‖Fructificad multiplicaos y llenad la
tierra‖(Génesis 9:1). A través de este visionario el Señor había cumplido su tarea de sanear el mundo.
Cuando cesó la voz del Creador, Noé dio vuelta y se encaminó a su tienda donde le esperaban su esposa y
sus ojos. Sonrió con satisfacción y razonó que había valido la pena todo el esfuerzo. Sentado en una silla
mientras caía la tarde, volvió a sonreír y pensó en todo lo que había aprendido en la ―Escuela de Dios‖. Sin
proponérselo, había marcado toda una generación con su liderazgo...

Jimenez, Fernando Alexis, Ser líder no es fácil... pero no imposible, Ministerio de Evangelismo y Misiones "Heraldos de Vida", Usado con
permiso.

Capítulo 2

El llamamiento y la renuncia en la vida del líder


El líder ante un momento crucial

La noche cayó con una sorprendente rapidez. Su esposa se encontraba unos metros más allá. Dormía. El
no podía conciliar el sueño.

Hacía calor. Sudaba. Hubiera querido beberse otro vaso con agua fría, pero asumió que lo mejor era salir
por un rato de la estancia y dejarse arrullar por la brisa que—cerca de la medianoche—golpeaba con fuerza
sobre el caserío.

--¿A dónde vas?—preguntó la mujer.

--Afuera, no tardo—respondió él mientras cruzaba el umbral de la puerta.

El cielo lucía hermoso, tachonado de estrellas que se perdían en el infinito. Alrededor, las gentes dormían.
Estaban ajenos a su realidad. El no hacía otra cosa que pensar. La vida le había sonreído. Tenía el
reconocimiento de sus coterráneos, gozaba de solidez económica, de un hogar apacible, de una familia que
le amaba y de vastas extensiones de tierra que se perdían en el horizonte.

--Definitivamente la vida me ha sonreído...—musitó al recordar con satisfacción los años pasados, con la
misma sensación de bienestar de quien vuelve atrás las páginas de un viejo álbum en el que guarda
fotografías de momentos agradables.

Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando escuchó la voz apacible de Dios, como la había
escuchado otras tantas veces: ―Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra
que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás
bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas
en ti todas las familias de la tierra‖(Génesis 12:1-3).
Las palabras quedaron resonando en su cabeza. No podía asimilarlas fácilmente. Dios le acababa de
plantear dos asuntos que no estaban dentro de su presupuesto mental: el primero, cumplir una misión que
iba más allá de toda previsión; el segundo, renunciar prácticamente a todo...

El líder toma decisiones trascendentales

Llegar a la cima no se logra de la noche a la mañana. No es tan sencillo como cerrar y abrir los ojos. ¡Ojalá
todo fuera tan fácil! Sin embargo se necesita mucho más que eso. Escalar la montaña implica que todo líder
debe aprender: Primero, a fijarse una meta. Significa determinar a dónde queremos llegar, así inicialmente
no tengamos claridad respecto de cuáles son las etapas necesarias para lograr ese objetivo.

Aquí ya estamos configurando la misión, es decir aquello que bien nos fue asignado o simplemente, lo que
queremos lograr.

Segundo, volver nuestros esfuerzos hacia la conquista de ese propósito. Esta fase implica determinación y
constancia. Y el tercero, ajustar todo cuando pensamos y hacemos para llegar a la meta propuesta.

Defina una meta en su vida

Todos los seres humanos tenemos un propósito en la existencia. No somos producto del azar ni tampoco un
accidente del cosmos.

Bajo este convencimiento es fundamental que nos fijemos una meta. Sólo quienes lo hacen llegan a algún
lado, de lo contrario, agotará sus fuerzas dando tumbos de un lugar a otro.

En el caso de Abram, Dios le puso de presente su misión: ―Vete... a la tierra que te mostraré. Y haré de ti
una nación grande...‖

Dios le instruyó respecto al propósito al que estaba llamado, aunque no le mostró inmediatamente todo el
itinerario a seguir. Le iría señalando paso a paso cuál era el camino.

Dios nos llama con un propósito

Dios no improvisa. Todo lo tiene cuidadosamente calculado. Sabe dónde estamos y a dónde podemos
llegar si permanecemos en el centro mismo de su voluntad. El tiene un plan para cada uno de nosotros. El
dijo: ―Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestro caminos mis caminos,
dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que
vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos‖(Isaías 55:8, 9).

Si llega a experimentar el llamado divino, sin duda hay un propósito en esa convocatoria. ¿Recuerda el
encuentro que tuvo el Señor Jesús con cuatro de sus primeros discípulos?

Llamamiento de Pedro y Andrés

―Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón llamado pedro, y Andrés su
hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo. Venid en pos de mi, y os
haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron‖(Mateo
4:18-20).

Llamamiento de Jacobo y Juan

―Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca
con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes, y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y
a su padre, le siguieron‖(Mateo 4:21, 22).

En el caso de Abram el llamamiento era para ser el gestor de una gran nación. Por el contrario, en el caso
de Pedro, Andrés, Juan y Jacobo, la convocatoria era para ser pescadores de hombres.

En uno y otro caso, había un propósito.

Dios no llama a nuestra puerta por importunar únicamente. Hay detrás una misión por cumplir.

En su vida...
Quizá su vida ha sido tocada por la voz apacible de Dios. Siente que lo llama. Es una misión compleja. Es
probable que piense que no es capaz de cumplir la encomienda. “Es demasiado para mi”, razona una y otra
vez. Sin embargo se equivoca. Dios conoce sus potencialidades. El ve en usted un líder mientras que
alrededor tal vez lo ven como alguien común y corriente.

Deje a un lado el temor. Dios sabe lo que hace. Recuerde que El no improvisa. No se preocupe de cómo se
irán dando las cosas o tal vez los costos que implican avanzan hacia la meta, con ayuda de Dios. Adelante,
sólo llegan al final quienes emprenden el camino.

¿Le hace falta algo? Si, a decir verdad apenas hemos dado el primer paso al concluir en la necesidad de
pedir a Dios que nos muestre cuál es nuestra misión en la vida. Ahora, el segundo principio que vamos a
asimilar es...

El líder asume la necesidad de renunciar

Es frecuente que hallemos en el camino a decenas de hombres y de mujeres que, aunque tuvieron el
llamamiento a grandes metas y, sin embargo, ¡Jamás llegaron ningún lado!¿Cuál fue la razón? Les faltó
aprender qué significa el término “Renuncia”.

¿Es fácil? Por supuesto que no. Recuerde que Abram tenía una familia, una identidad cultural y una solidez
económica grande a costo de esfuerzo. Mucho pero mucho esfuerzo. Pero Dios lo llamaba a una misión
específica y eso implica renunciar prácticamente a todo, pagar el precio y aprender a depender del Señor.

En las Escrituras leemos que ―...se fue Abram como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de
edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abraham a Sarai su mujer, y a Lot
hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en
Harán; y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron‖(Génesis 12: 4, 5).

Sin duda pudo transcurrir mucho tiempo entre el llamamiento de Dios y el instante en que tomó la
determinación de seguirle. Es probable que haya enfrentado la duda, la incertidumbre y el temor. Pero al
tomar la decisión, nada lo detuvo.

Algo similar ocurrió con los discípulos. En el caso de Simón y Andrés ―Ellos entonces, dejando al instante
las redes, le siguieron‖(Mateo 4:20). Y con Juan y Jacobo, los hijos de Zebedeo pasó algo similar: ―Y
ellos, dejando al instante la barca, y a su padre, le siguieron‖(Mateo 4:22).

El ser llamados y la decisión de renunciar juegan un papel transcendente en la vida del líder cristiano. Ore a
Dios y pida su dirección.

Ahora quizá me diga: “Eso está bien para quien es cristiano que aspira servir en la obra de Dios. ¿Y qué de
mi vida? Recién estoy asistiendo a la iglesia y tengo centrada mi mirada en la vida secular y no en la
religiosa?¿Hay algo para mi?”.

Por supuesto que si. En la vida de los hombres de Dios que marcaron generaciones enteras vemos que
tenían definidas metas claras en la vida, volcaron sus esfuerzos para alcanzarlas y, con ayuda de Dios, no
se dejaron amilanar por las adversidades.

En la Biblia leemos: ―Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará‖(Salmo 37:5).

Con ayuda de Dios no hay proyecto que conciba en su mente y en su corazón que no pueda llegar a
realizarse. ¡Hoy es el día para comenzar!

Capítulo 3

El camino de un líder se construye paso a paso

La transparencia debe identificar al líder


Imagine por un instante al más grande líder social y político de cualquier país latinoamericano. Es respetado
por todos, aparece en los diarios cada día y no existe noticiero de televisión que no registre al menos una
noticia acerca de su desplazamiento a barrios marginales para estrechar la mano de las gentes
desfavorecidas, proponer soluciones a sus problemas e identificarse con su realidad de pobreza y
desesperanza.

Alrededor, sus inmediatos colaboradores lo idolatran. Los seguidores consideran que no hay ni habrá en los
próximos años nadie que pueda igualar su carisma, esbozar una sonrisa confiada cuando todo alrededor
amenaza con derrumbarse, y tener ideas claras acerca de cuál debe ser el destino de la nación.

Alguien afirma con optimismo en la voz:--Será el próximo Presidente de la República. Tiene las capacidades
para serlo...—.

Así las cosas, todos coinciden en asegurar que el destino de su patria tendrá perspectivas mucho más
sólidas en manos de aquél que, progresivamente y en un hecho que nadie puede ignorar, ha ido escalando
peldaños hacia el éxito.

Un día cualquiera todos despiertan sorprendidos con los titulares de los diarios revelando que aquél a quien
todos consideraban ejemplar en sus actuaciones, incurrió en acciones dolosas destinando hacia sus arcas
personales los recursos que se habían destinado inicialmente a trabajo social.

--¿En quién creer?—comentó un periodista de televisión al referirse al incidente que ponía en tela de juicio a
un líder nacional.

Transparencia, una característica

La transparencia debe identificar las acciones de quienes ostentan posiciones de liderazgo en la vida
secular o eclesial. Desconocer este principio, además de acarrearnos múltiples problemas, desencadenará
la pérdida de credibilidad. Y eso sí es muy grave.

¿Se ha preguntado por qué muchas de las sillas permanecen vacías en nuestras iglesias?

Hay múltiples respuestas para este interrogante. El cambio de los tiempos, es una; la concepción errada de
que las personas llegarán al templo si tenemos una programación variada y atrayente y que no necesitamos
ir a las calles en su búsqueda, es otra; pero hay una tercera razón: muchos no encuentran en el cristiano un
verdadero ejemplo y alguien que asume liderazgo en el lugar en el que se desenvuelve.

Han descubierto que tales creyentes viven a Cristo “a-medias-tintas”. Dicen una cosa y hacen otra
totalmente diferente, que riñe con las enseñanzas que proclaman. Carecen de transparencia.

Una situación así es contraproducente en una sociedad en la que se han perdido valores y principios. No
olvide que en medio de tanta desesperanza las gentes buscan algo en lo cual confiar. Ese hecho lleva a
otro de suma importancia: creyentes que adolecen de transparencia, antes que estimular la proclamación
del evangelio generan un peligroso revés.

¿Tiene problemas con sus actitudes?¿Le falta transparencia en todo cuanto hace?¿Piensa que quizá, ahora
mismo, ha perdido terreno en las labores porque dejó de ser claro y coherente entre lo que piensa y lo que
hace?

Lo invito para que revisemos un pasaje en la vida de Abram. ―Hubo entonces hambre en la tierra; y
descendió Abram a Egipto para vivir allí, porque era mucha el hambre en la tierra. Y aconteció que
cuando estaba próximo a entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer:‖Se que eres mujer de hermoso
aspecto; en cuanto te vean los egipcios, dirán: ―Es su mujer‖. Entonces me matarán a mi, y a ti te
dejarán con vida. Di, pues, que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa tuya; así, gracias
a ti, salvaré mi vida‖(Génesis 12:10-13).

¿De qué manera incurrió Abram en falta de transparencia en sus actuaciones? Primero, mintió para lograr
sus propósitos. Jamás un líder debe ampararse en las estratagemas y engaños para escalar peldaños hacia
el éxito, o bien, para obtener beneficios personales.

Un segundo aspecto fue la utilización de otras personas—en este caso de su esposa Sarai--, para lograr su
objetivo. ¿Ha visto a su alrededor líderes utilitaristas? Sin duda que si; pero paralelamente se identificará
conmigo en el hecho de que, quienes obran de esta manera, despiertan una extraña sensación de engaño.

Es importante que se tome el tiempo suficiente para evaluar hasta qué punto sus ejecutorias han
defraudado a quienes le rodean.
Abram había recibido promesas grandiosas de parte de Dios, pero si bien es cierto abandonó su tierra y su
parentela tal como le ordenó el Señor (Génesis 12:1-3), caminó durante la primera etapa del trayecto
tomado de la mano del Creador pero cuando llegaron los problemas, como la escasez de alimentos en la
tierra, tomó el control de la situación en sus propias fuerzas.

Determinación y perseverancia

La vida de Abram como líder fluctuaba entre períodos de victoria y etapas de declive.

Pareciera que unas veces confiaba en el poder de Dios, y en otras, obraba conforme a sus propias
capacidades y raciocinio. Quien obra igual que él, no avanzará con la solidez y rapidez que se pudiera
esperar. La ambivalencia en sus actuaciones lleva a que el paso con que se desplaza sea lento y en
muchas ocasiones, poblado de incertidumbre.

En la carta del Señor Jesús a la iglesia que se reunía en Laodicea, advierte: ―Escribe al ángel de la iglesia
en Laodicea: ―El amén, el testigo fiel y verdadero, el Principio de la creación de Dios, dice esto: Yo
conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio
y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca‖(Apocalipsis 3:14-16).

¿Puede captar el mensaje? En la vida del cristiano se necesita tomar la determinación de vivir a Cristo a
plenitud, sujeto a los principios trazados por las Escrituras y, segundo, perseverancia para permanecer en el
camino, firmes por encima de la adversidad. No hay lugar para los reveses como aquellos que dan un paso
y retroceden dos por que no tienen sólidos fundamentos de fe.

En la voluntad de Dios, todo saldrá bien...

Cuando estamos caminando en la realización de una misión, bien sea para Dios o en el camino secular, es
probable que nos toque tomar decisiones. Algunas altamente satisfactorias, porque conocemos de
antemano qué consecuencias pueden desatar. En otras oportunidades, decisiones que adoptamos en fe,
solo confiados en que si vamos de la mano de Dios, El nos guiará por la senda indicada.

Cuando desarrollamos esa plena confianza en nuestro amado Señor, generalmente no albergamos temores
de que algo pueda salir mal.

Tras regresar de Egipto con su esposa Sarai y su sobrino Lot, trayendo consigo sus posesiones, decidieron
encaminarse al Neguev y luego hacia Bet-el que representaba, a los ojos de cualquier buen negociante o
ganadero, una tierra promisoria.

Todo iba bien hasta el momento... pero... y surge el inevitable pero que no desearíamos que apareciera
enfrente nuestro cuando todo va “viento en popa”. Sin embargo en nuestra condición de líderes debemos
estar preparados para enfrentar circunstancias inesperadas. En el día a día es previsible que emerjan
dificultades. Es algo que no debe ni sorprendernos ni llenarnos de angustia.

―Y la tierra no era suficiente para que habitases juntos, pues sus posesiones eran muchas, y no
podían morar en un mismo lugar. Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los
pastores del ganado de Lot...‖(Génesis 13: 6, 7).

El panorama no era nada halagador. Ameritaba de Abram una actitud calmada. Ninguna decisión debemos
tomarla acalorados, con la mente nublada por pensamientos derrotistas o tal vez de venganza. Obrar así no
traerá buenos resultados ni en nuestro desenvolvimiento personal, ni en la iglesia y menos en nuestras
labores en el plano secular.

La propuesta de Abram fue separarse para no agravar las cosas. Le dijo a su sobrino: ―¿No está toda la
tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mi. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la
derecha; y si tu a la derecha, yo iré a la izquierda. Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del
Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en dirección
de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y Gomorra‖(versículos 9, 10).

Al patriarca le correspondió un territorio que no era halagüeño mientras que su sobrino Lot, que no era
ajeno a las ventajas que se derivaban de poder escoger, tomó para sí las mejores vegas...

La pregunta que nos hacemos: ¿Por qué permitió que tomaran aparente ventaja sobre él? Porque la fe de
Abram, al menos en ese período de su vida, estaba cifrada en Dios. Este siervo tenía claro que con el
Señor, con su divina ayuda, nada podría salir mal como lo señala el salmista: ―Deléitate asimismo en
Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón‖(Salmo 37:4).
Esa confianza en el Creador, que es la misma que estamos llamados a desarrollar usted y yo, se vio
reflejada en un pleno respaldo de Aquél que todo lo puede: ―Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se
apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al
oriente, y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y
haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra,
también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho;
porque a ti la daré‖(Génesis 13:15-17).

Si de algo tenemos que asegurarnos es de que caminemos por la senda que nos trazó el Señor. Al
movernos en el centro mismo de Su voluntad, tenemos asegurada la victoria. Apartarnos de ese camino
para hacer las cosas a nuestra manera, traerá problemas.

Siempre he imaginado a Dios como un padre que advierte a su hijo pequeño –que somos usted y yo cuando
estamos creciendo espiritualmente y en la fe—sobre los peligros de jugar con fuego.

“Es peligroso”, advierte con calma. Pero su hijo, queriendo conocer el por qué, mete sus manos –por
ejemplo—en la llama de una veladora. ¿Las consecuencias? Se quema. Aunque el incidente no pase a
mayores, paga las consecuencias de hacer las cosas a su manera. Igual quienes dejan de lado las pautas
marcadas por Dios y quieren resolver problemas, dificultades y circunstancias inesperadas conforme a sus
propias capacidades.

Como habrá podido apreciar hasta el momento, Abram –a quien Dios le cambiaría el nombre por el de
Abraham—es presentado como uno de los grandes héroes de la fe: ―Por la fe Abraham, siendo llamado,
obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la
fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac
y jacob, coherederos de la misma promesa...‖(Hebreos 11: 8, 9).

De acuerdo con el pasaje que hallamos en el Nuevo Testamento, refiriéndose a su desenvolvimiento como
hombre de Dios, tenía claro cuál era el curso a seguir. Pero no nos menciona que tuvo errores. Visto desde
esta perspectiva, comprendemos que el camino del líder se construye paso a paso. Es probable que en
algunos casos hayan problemas, tal vez errores, pero si la mirada está puesta en el Supremo Hacedor,
lograremos llegar a la meta...

Capítulo 4

El líder aprende a esperar su tiempo

El reloj de Dios no es el nuestro


--Si nos espera unos minutos más le tramitamos la entrada al Perú—dijo el agente de inmigración en la
frontera del Ecuador y Perú. Hacía un sol insoportable y a lo lejos se adivinaba el inicio del desierto de
Tumbes, esa magnífica extensión de arena que muere en las márgenes del mar Pacífico.

Saúl miró el reloj, miró al funcionario, nos miró a nosotros, hizo un gesto de desagrado y siguió leyendo el
diario. En los titulares anunciaban un nuevo triunfo del corredor de autos colombiano Juan Pablo Montoya.
Sobre una margen del diario anunciaban nuevos esfuerzos de Venezuela por conquistar el mercado
petrolero internacional.

Una nueva mirada al reloj de pared. Habían transcurrido veinte minutos. Unos ojos inquisitivos que recorren
a los presentes, el gesto de desagrado que había hecho anteriormente y la disposición de seguir leyendo.

--¡Esto es el colmo¡--vociferó:--Llevo dos horas esperando una autorización y todavía no me resuelven


nada--. Estaba visiblemente desencajado por la rabia.

--Si espera unos minutos más...—le insistió. Pero el hombre salió tras recoger airadamente sus
documentos. Minutos después, realmente muy pocos, llegó quien debía firmarlos. Sonrió al conocer la
situación y dijo:

--Si hubiera esperado tan solo un poco...—

¿Es usted impaciente?


La impaciencia es uno de los problemas que enfrentan líderes, bien sea que estén al servicio de la iglesia o
que se desenvuelven secularmente en alguna empresa o institución.

Su anhelo es lograr todo inmediatamente, sin esfuerzo. Parecería que esperan encontrar la lámpara de
Aladino que, con solo frotarla, traiga del país de la fantasía un genio que cumpla todos sus deseos. Sin
embargo no es así. La realidad es bien diferente.

¿Se ha desalentado alguna vez porque una promesa que recibió de Dios no se cumple
inmediatamente?¿Ha sentido que Dios se olvidó de su promesa y que le dejó de lado para ocuparse de los
planes para otro creyente? Si ha experimentado una situación así, seguramente comprenderá el
desasosiego de Abram. Dios le había prometido: ―...alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde
estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque la tierra que ves, la daré a ti y a tu
descendencia para siempre‖(Génesis 13:14, 15).

Lo más probable es que, cada mañana al despertar, el patriarca se acercaba al calendario para corroborar
la fecha y mentalmente hacía cuentas del tiempo transcurrido desde que Dios le hablara.

Sarai, su mujer, no evidenciaba síntomas de embarazo. Y todo alrededor seguía tal cual. Nada parecía
ocurrir.

--De seguro esa promesa es imposible de cumplirse en mi vida—pensó una y otra vez. Todos en derredor
recibían noticias sobre la proximidad de la visita de la cigüeña y él, en cambio, sentía el desaliento que
produce esperar un anuncio del Señor que pasa el tiempo y no se materializa.

Esteban, el primer mártir de la era cristiana, explicó al respecto: ―Y no le dio herencia en ella, ni aún para
asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él,
cuando él aún no tenía hijo‖( Hechos 7:5).

Es fácil creer cuando todo apunta a que aquello en lo que hemos cifrado nuestras esperanzas, está a las
puertas de concretarse. En condiciones así es fácil creer. Lo complejo es asimilar en nuestra existencia la
definición que hiciera el autor sagrado en torno a la fe: ―Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera; la
convicción de lo que no se ve‖(Hebreos 11:1).

Un empresario de Santiago de Cali con el que hablé hace poco tiempo después de dictar una conferencia,
me refirió como, desde niño y cuando sus padres vivían inmersos en la inopia, se preparó para ser gerente
de una compañía.

Nunca se desanimó aunque el paso de los años y el intenso estudio para lograr la superación intelectual y
académica, hacían pensar que estaba muy lejos de sus sueños. Sin embargo depositó su confianza en la
convicción de que, si Dios iba delante suyo, nada impediría que hiciera realidad sus más caras
aspiraciones.

Lo logró cuando rayaba los cuarenta y cinco años. Hoy es propietario de una compañía transportadora. Está
convencido de que guardar la fe en el poder divino que le ayudaría a salir adelante, fue su más grande
secreto.

En todas las circunstancias y cuando hemos recibido una promesa de Dios, es necesario entender que
nuestro reloj es bien diferente del que tiene en uso nuestro amado Señor.

José Alberto, un abogado a quien conozco hace un buen tiempo y de quien fui compañero en la empresa
para la que laborábamos, recibió una promesa en cierto servicio religioso en el que ministraba un
evangelista invitado.

–El Señor te llamará a servirle en su obra—le dijo el pastor en momentos en que oraba por mi amigo.

Salió del lugar inundado de gozo. No podía creerlo. Días después me anunció que renunciaría a su cargo
en la entidad estatal a la que estábamos vinculados:

--Dios me llama a la obra y no puedo desatender su llamado—me dijo al tiempo que buscaba echar por
tierra las recomendaciones de que buscara a Dios en oración y Su santa confirmación antes de proceder.

De nada valieron los consejos de amigos y conocidos. José Alberto renuncio a su ocupación secular.
Un mes después estaba ministrando en una ciudad vecina. Las cosas no funcionaron. La pequeña iglesita
de la que fue encargado, pronto enfrentó un revés, de esos períodos que son apenas naturales cuando se
comienza una misión evangelística en un lugar. No tenía para sostenerse ni tampoco a su familia. El dinero
escaseó. Se sintió solo. Me dijo un día que el Señor lo había abandonado.

La pregunta –apenas natural--que surgió en aquella conversación:--¿Dios te falló, José Alberto, o no supiste
esperar en el tiempo que El tiene para materializar sus promesas?...

Abram atravesaba una situación similar. Se desesperaba por el paso inexorable del tiempo sin que nada
ocurriera. En lugar de prepararse en Dios para ser un buen padre, tal como el empresario de la historia
inicial se preparó para dirigir su propio negocio, Abram esperaba que todo ocurriera inmediatamente.

Años después y en un nuevo contacto con el Creador, le hizo el reclamo:‖Dijo también Abram: Mira que
no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa‖(Génesis 15:3).

El texto debe llevarlo a reflexionar en las siguientes preguntas. ¿Ha sentido desesperación al ver que
transcurren los días y nada ocurre?¿Piensa que Dios se olvidó de usted y de la promesa que le
hizo?¿Piensa que las circunstancias demuestran que la promesa jamás será realidad?

Contrario a lo que usted pueda razonar, nuestro amado Hacedor no solo tiene presente aquello que
prometió, sino que permanece firme en lo dicho, tal como advierten las Escrituras: ―Dios no es hombre,
para que mienta, no hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo
ejecutará?‖(Números 23:19).

Dios conoce las inquietudes de un líder

Con frecuencia y en medio de las crisis que generalmente se desencadenan entre quienes ejercen algún
tipo de liderazgo, es probable que se sienta solo. Considera que nadie lo entiende, que la situación que
enfrenta constituye un callejón sin salida, que nadie ha experimentado una situación similar. Pero no es así.
Dios conoce las circunstancias que atravesamos. Es consciente de nuestro sufrimiento, de las dudas que
nos asaltan o quizá de la incertidumbre que nos embarga cuando esperamos una promesa y nada ocurre.

Dios le reafirmó su anuncio inicial: ―Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste,
sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las
estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado
por justicia‖(Génesis 15:4-6).

El grado de incertidumbre era tal, que en el versículo ocho podemos leer que Abram le pidió una prueba a
Dios de que, cuanto le decía, tendría su cumplimiento. Aún en su existencia persistía la duda.

Es probable que igual ocurra con su vida. Por alguna razón desea que esa promesa divina que recibió de
labios de un ministro del Señor se cumpla inmediatamente. Eventualmente alberga sombras de duda.

En su existencia está primando la razón que le dice imposible, y se mezcla con las emociones que le llevan
a sentirse desesperanzado. Dejó de lado la fe, quizá junto a su Biblia allí en la mesita de noche. Si es así,
queremos animarlo a que siga adelante, a que no se desanime, a que crea en las promesas de Aquél que
todo lo puede.

Dios no necesita que le ayudemos

¿Ha visto un líder cristiano que después de recibir una promesa de Dios, y preso de la impaciencia, trata de
ayudar al Creador para ver cumplida Su palabra?

Si no lo ha visto, le presento a uno de ellos: Abram. ―Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía
una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha
hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram
el ruego de Sarai. Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que
había habitado Abram en la tierra de Canaan, y la dio por su mujer a Abram su marido‖(Génesis 16:1-
3).

¿Qué consecuencias desataron esta disposición tomada a la ligera y sin medir lo que podía ocurrir? La
sierva miró con desprecio a Sarai.
Igual que esta mujer y el propio Abram, que por aquél entonces tenía ochenta y seis años, con frecuencia
nos granjeamos problemas que de haber sido pacientes y sensatos nos hubiésemos evitado.

Adelantarse a los planes de Dios sin esperar en Su promesa, le trajo problemas familiares al patriarca
(versículo 9). Cuatro años después, Dios le habló de nuevo (Génesis 17:1), sin embargo debieron pasar
otros diez años antes que la promesa se hiciera realidad (Génesis 17:17).

Dios cumple sus promesas, como leemos en las Escrituras: ―Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e
hizo Jehová con Sara como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su veje, en el
tiempo que Dios le había dicho. Y llamó Abraham el nombre de su hijo que le nación, que le dio a luz
Sara, Isaac‖(Génesis 21:1-3).

Dios nunca llega tarde. El llega en el momento oportuno. En ocasiones con más rapidez de lo previsto, en
otras cuando pensamos que nada ocurrirá. En todas las circunstancias es necesario aprender a esperar en
Sus promesas. El cumplirá. Jamás olvide que el reloj y el calendario del Señor son diferentes de los
nuestros. No se desespere, confíe. Dios cumplirá...

Capítulo 5

El líder crece en medio de las pruebas

Las diversas formas de una prueba


Las tardes cálidas y llenas de placidez en familia constituían algo que nunca previó Abraham. Sara, su
esposa, junto a las siervas atendiendo los quehaceres domésticos. Los negocios atravesando su mejor
período y, en la mayoría de los casos, con una tendencia a crecer. Y en el inmenso solar, su hijo con otros
chicos de su edad. ¿Qué más le podía pedir a Dios?.

Estaba orgulloso de cuanto había acontecido en su existencia. Ocasionalmente cuando veía morir la tarde y
la brisa bañaba con frescura aquél territorio, solía recordar los años de espera. Al comienzo se desesperaba
pensando que jamás se materializarían en su existencia las promesas divinas. Vino luego un período que
podía llamar de resignación, y por último, –por cosas paradójicas de la vida—el reverdecer de la fe tras
cada nuevo encuentro con Dios quien le reafirmaba las promesas.

¿Pruebas?¿Momentos difíciles? Esos dos conceptos sonaban lejanos. Si en algún momento los
experimentó, ahora no podía describir con precisión lo que desencadenaban. Eran difusos. Se desdibujaban
en el tiempo y morían en sus recuerdos, como las sombras alargadas y deformes que proyecta el sol sobre
casas, árboles y objetos cuando está por ocultarse en el poniente.

Sin embargo lo imprevisto tocó a sus puertas. ―Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a
Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a
quien amas, y vete a tu tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que
yo te diré‖(Génesis 22: 1, 2).

Las dificultades que amenazan nuestra confianza asoman cuando menos las esperamos. En el caso de
Abraham llegaron en momentos en los cuales razonaba que el curso de su vida había tomado rumbo fijo. Es
más, dentro de sus perspectivas, tenía infinidad de planes con el muchacho que corría desprevenidamente
junto con sus amigos. El momento no era fácil, por el contrario, era uno de los más difíciles de su larga vida.

¿Acaso está atravesando por un período similar al de Abraham? Puede que no halla sido conminado a
sacrificar a uno de sus hijos, pero sí enfrente pérdidas que considera irreparables.

En situaciones así es natural que nos preguntemos: ¿Por qué me ocurre esta situación a mi?¿Acaso no hay
quienes haciendo el mal... viven muy bien?¿No mira Dios mi entrega y dedicación a servirle?

Pero supongamos que la situación se presenta desde el plano secular. De pronto se encuentra, a boca de
jarro, con sinnúmero de problemas. ¿A quién culpar? A las circunstancias, podría ser. También a que
hayamos sembrado semillas que germinaron en dificultades.
Cualquiera que sea la razón, quedan dos pasos a seguir, a la luz del razonamiento humano: La primera, no
pensar que somos los únicos en el mundo en enfrentar un tropiezo o quizá, que ha llegado el fin del mundo
por lo que pudiera ocurrirnos; la segunda, pensar con calma antes de tomar cualquier determinación.

Hay un tercer paso que le sugiero asumir. Es buscar a Dios. El nos ayuda a encontrar la salida al laberinto.
Con su ayuda, nada podrá robarnos la capacidad de pensar con tranquilidad y abrirnos paso, con una
adecuada orientación, hacia el final de la encrucijada.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican renuncia...

Cuando volvemos las páginas de las Escrituras leemos que nada ocurre por azar cuando estamos en el
centro mismo del Plan de Dios. El apóstol Pablo escribió: ―Y sabemos que a los que aman a Dios, todas
las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados‖(Romanos
8:28). A partir de este principio bíblico entendemos que nuestro amado Hacedor tiene un propósito con las
pruebas.

Con frecuencia suelo recordar un viaje que hice a Barichara, un pueblo del norte de Colombia, en el que
hábiles artesanos trabajan la piedra.

A partir de un trozo de roca, conciben figuras que se convierten en adornos. Camino de aquella población
me detuve en uno de los talleres donde literalmente labran la superficie rocosa. Primero utilizan pesados
martillos con cinceles que, bajo el impacto, arrancan trozos grandes. A medida que pasan las horas y va
tomando forma, utiliza otros buriles más pequeños. En la fase final del trabajo son diminutos.

Igual ocurre cuando el Señor trata la vida de alguien. Puede que los primeros impactos luzcan demasiado
duros. En la medida que crecemos espiritualmente --a partir de las pruebas-- todo es más llevadero.

Al analizar la vida de Abraham aprendemos un elemento de particular significación. A través de la


traumática experiencia que representaba decidir el sacrificio de su hijo, comprendió que una prueba implica
renuncia. ―... tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas... y ofrécelo allí en holocausto‖.

Dar muerte al chico era tanto con borrar de un solo trazo todo lo que había sembrado, la ilusión de tener
descendencia, el sueño de ver cómo se levantaba una nueva generación.

Renunciar a muchas cosas es complejo para nosotros. Quizá se nos pide volver la espalda a algo o alguien
en quien hemos depositado nuestras esperanzas. ¿Recuerda al joven rico? Su historia la leemos en el
evangelio de Lucas, capítulo 18, versículos del 18 al 30. ¿Cuándo se produjo su crisis? Cuando debió
renunciar a las riquezas que, en su razonamiento humano, representaban todo para su existencia.

¿Acaso se le ha dificultado renunciar a algo? Es probable que se trate del punto en el que debe ser tratado
por Dios. Con su ayuda, podrá vencer. Sin El, es probable que siga sujeto a sus debilidades.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican obediencia...

Una cosa es decir que amamos a Dios y estamos dispuestos a seguir sus caminos, y otra bien distinta es
llevar esas palabras a la práctica. Esa dura realidad la comprobó Abraham en su existencia. Pensar en
sacrificar a Isaac era bien distinto a llevar esa misión hasta sus últimas consecuencias. Hacerlo ameritaba
sumisión total al Creador. En esencia, obligaba asumir una posición de obediencia.

―Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a
Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo‖(versículo
3).

Sin duda fueron días de profunda agonía. Por su mente debieron pasar muchos pensamientos. Tal vez
desilusión, incredulidad o la incertidumbre al razonar que probablemente había equivocado el llamamiento y
era un susurro y no la voz de Dios que creía haber escuchado.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican confianza...

Cuando aprendemos a conocer a Dios, asumimos que sus instrucciones y caminos evidencian perfección.
Nada es al azar. No cabe la improvisación. Conocer al Señor es posible cuando pasamos tiempo en Su
presencia mediante la oración, el estudio sistemático de las Escrituras y una búsqueda sincera de conocer
Su volunta.
Hay sin embargo un tercer principio que asimilamos conforme le conocemos. Es la confianza. Es tanto como
caminar por la cuerda floja sabiendo que nada saldrá mal y no caeremos en el vacío.

En el caso de Abraham, caminar al lugar del sacrificio, demostraba confianza. ―Al tercer día alzó Abraham
sus ojos, y vio el lugar de lejos‖(versículo 4).

Los pensamientos es probable que le llevaran a razonar en la inconveniencia de obedecer. Sin embargo,
una vez tomó la decisión y dominado por una profunda confianza en el Creador, no hubo nada que lo
detuviera. ―Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí,
hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; más ¿dónde está el carnero para el holocausto? Y
respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban
juntos‖(versículo 8).

Confiar es viable cuando todo está a favor, pero bien difícil cuando nadamos contra la corriente.

Es natural que en circunstancias así nos agobien los temores o la incertidumbre. Pero si nuestra confianza
es plena, podemos afincarnos en la certeza de que la misericordia de Dios no tiene límites. También de que
no permitirá que nada malo nos ocurra: ―Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el
holocausto...‖.

¿Su vida ha desarrollado tal confianza en Dios?¿Está de tal manera convencido en el obrar perfecto del
Señor que no teme dar pasos en dirección al camino que El le señala? Vale la pena que, en nuestro
proceso de formación en el liderazgo, respondamos a estos dos interrogantes y que, si encontramos
falencias, procedamos a aplicar correctivos con ayuda de Aquél que todo lo puede.

En la Escuela de Dios, las pruebas implican convicción...

Hay un cuarto elemento que cabe revitalizar cuando estamos creciendo espiritualmente en la Escuela de
Dios. Se trata de la convicción en cuanto hacemos. Es la certidumbre inamovible de que el Creador llegaría
que motivó a Abraham a seguir hasta las últimas consecuencias, tal como leemos en las Escrituras:

―Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió:
Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque yo conozco
que temas a Dios, por cuanto no rehusaste tu hijo, tu único. Entonces alzó Abraham sus ojos y miró,
y he aquí a sus espaldas un cordero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el
carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo‖(versículo 13).

Algunas veces, cuando clamamos a Dios en procura de un milagro, quizá sintamos que no escucha las
oración, que nos olvidó o tal vez, que nunca responderá. Pero en la medida en que vamos creciendo en Su
conocimiento, aprendemos que El siempre llega en el momento oportuno.

La desesperación nos embarga cuando olvidamos que Su reloj es distinto al nuestro. Pero una vez
asimilamos este principio, la confianza trae paz a nuestro corazón.

Tras la prueba llega la bendición

Si estamos en el centro mismo de la voluntad de Dios, las pruebas nos ayudan a crecer y tras
experimentarlas y salir airosos, recibimos la bendición, tal como podemos apreciarlo en el texto:

―Y llamó el ángel de Jehová a Abraham segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mi mismo he jurado,
dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te
bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la
orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos: En tu simiente serán
benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz‖(versículos 15-17).

Es probable que ahora mismo atraviese por una situación que considera sin solución. Sin embargo es
tiempo de permanecer en Dios, asidos de su mano, en la certeza de que responderá con poder y no le
dejará solo en medio del desierto.

Una vez termina la tormenta viene la calma. Y cuando las pruebas concluyen, es evidente que llega la
bendición de Dios. En tal principio debemos esperar.

Jamás olvide que ahora que está creciendo en su formación de líder en la Escuela de Dios, no está solo. El
Señor siempre estará a su lado...
Jimenez, Fernando Alexis, Ser líder no es fácil... pero no imposible, Ministerio de Evangelismo y Misiones "Heraldos de Vida", Usado con
permiso.

Capítulo 6

El mundo quiere condicionar al líder

¿La familia del líder debe ser perfecta?


Por alguna extraña razón quienes asisten a las iglesias tienen la errada concepción de que los hijos del
pastor o del líder, son los “niños-perfectos-que-nunca-fallan”. El estereotipo del chico o chica que han
construido en sus mentes visten impecablemente, saludan a todos con un “Buenos días” al tiempo que
muestran su mejor sonrisa; responden siempre “Si, señor. No, señor”; conocen al dedillo todos los coros y,
por si fuera poco, cuando llegan a casa, suben a sus cuartos a tener interminables jornadas de oración.

¿Le ha ocurrido que alguien comente delante suyo: “Tan lindo el niño. De seguro será tan buen predicador
como el papá”? Pues si a usted nunca le ocurrió, o felicito. A mi me pasó muchas veces y quien más sufría
con aquellas palabras era yo. Lejos de ser los hijos perfectos que ellos creían, mis hijos eran adolescentes
como cualquiera otro y tenían sus mismos gustos...

¿Un ejemplo? Le pondré no uno sino varios. Para comenzar, a ellos les gustaba la música y no
propiamente los temas espirituales de Marcos Witt, Marco Barrientos, Gonzalo Alvarado, Jesús Adrián
Romero, Danilo Montero o Ingrid Rosario . ¡Por supuesto que no! Eran cantautores de melodías de salsa,
propias de una ciudad carnavalesca como Santiago de Cali, en donde resido con mi familia. Ah, y les
fascinaba oír los temas a todo volumen.

Nadie decía nada, pero por lo bajo comentaban: “Tan mundanos los hijos del pastor”.

¿Afiches? Sí, de todas las clases, desde muñecos de Disney hasta las últimas imágenes de Los Simpson.
Había de todos los tamaños y ocupaban todos los espacios de sus habitaciones. Cierto día que invite a
unos líderes a mi casa, murmuraron: “En esta casa hay que hacer unas cuantas liberaciones para que
salgan todos los espíritus que atraen esas imágenes”, descalificando así las aficiones de mis hijos, y de
paso, satanizando toda caricatura que les pareciera sospechosa.

¿Impecables? En cuanto a vestir si, pero no en su cabello que preferían dejarlo crecer. Encontraban uno y
mil pretextos para no recortárselo. ¿Y en el culto? Igual que los otros chicos de su edad: amaban la
alabanza con ritmo, no entendían qué decían los coros de adoración, y se dormían cuando el sermón del
pastor pasaba de los diez minutos, así quien estuviera en el púlpito fuera yo.

Fue un período de por lo menos cuatro años que resultó traumático para mi esposa y para mi. No imaginan
cuántas personas se acercaron a pedirnos explicación por el comportamiento de nuestros hijos. Concebían
que los adolescentes de los demás fueran terribles, menos los desatinos –por pequeños que fueran—
provenientes de los “hijos del pastor”.

En casos así lo peor que podemos hacer es tratar de condicionar a nuestros niños, adolescentes o jóvenes
a actuar de determinada manera. ¿Dejarlos hacer cuanto quieran? No, en lo absoluto, pero no caer en la
trampa en que caímos quienes quisimos ―alienar‖ a nuestra familia para que pensara, actuara, se riera e
incluso vistiera como nosotros.

Un comportamiento así sólo traerá rebeldía en los hijos y antes que encontrar respuestas en la iglesia de
Jesucristo, recibirán con aversión todo cuanto tenga un tinte eclesial.

No somos perfectos

Cuando volvemos las páginas de la Biblia nos encontramos con Isaac, el hijo de Abraham, quien si
estuviera en nuestro tiempo, podría decirnos: “Entiendo lo que sienten cuando todos alrededor pretenden
que su familia sea perfecta”.

Este hombre de Dios que marcó el sendero de toda una generación en Israel, enfrentó contrariedades por
las actuaciones de sus hijos, Jacob y Esaú.
En las Escrituras leemos:‖Y cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de Beeri
heteo, y a Basemat hija de Elón heteo; y fueron amargura de espíritu para Isaac y para
Rebeca‖(Génesis 26:34, 35).

Sin duda los chicos de Isaac no eran los santurrones del barrio. Jacob era tramposo, como veremos más
adelante, mientras que Esaú, como cualquier chico de la modernidad, buscaba llevarle la contraria a sus
padres en todo.

Curiosamente muchos de los pastores y líderes con los que he hablado sobre el particular, coinciden
conmigo en que las congregaciones llegan a ser demasiado duras en su juzgamiento y olvidan que nuestras
familias experimentan los mismos altibajos que otra. La diferencia estriba en que, en medio de la crisis,
buscamos la ayuda del Señor Jesús para que nos ayude a resolver las dificultades.

Pero si de problemas se trata...

Un líder se forja en medio de las dificultades. Cuando atraviesa períodos difíciles, aflora su capacidad para
sobreponerse. Buena parte puede fundamentarse en la experiencia y, otro buen porcentaje, en lo que
aprende cuando está inmerso en superar los obstáculos.

Isaac, por ejemplo, tuvo que luchar con una niñez traumática. Cuando apreciamos las imágenes
descoloridas de los tiempos idos, podemos apreciar que bien pudo convertirse en un rebelde o tal vez en un
hombre incrédulo a raíz de los momentos difíciles que tuvo; pero dejó atrás todo aquello que amenazaba
con afectar su presente y su mañana. Volvamos atrás en su historia.

En primera instancia su padre era un hombre entrado en años cuando él nació. Tenía cien calendarios
encima (Génesis 2315). No era el tipo de progenitor con el que juegas al fútbol los domingos en la tarde, o
con quien vas de pesca un día feriado. Es probable incluso que le atormentara la risa de los niños y que
saliera furibundo, a la puerta de la tienda, cuando los chicos amenazaban con armar una gresca.

Al llegar a la adolescencia, cuando las imágenes quedan grabadas con una impronta imborrable para
siempre, Dios le ordenó a su padre que lo sacrificara, tal como lo relata el capítulo 22 del libro del Génesis.

El muchacho percibió la situación. ―Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él
respondió: Heme aquí, hijo mío. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; más ¿dónde está el cordero para
el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E
iban justos‖(Génesis 22:7, 8).

Sin duda no era ningún traído de los cabellos; por el contrario, era bastante acucioso y entendió que él iba a
ser la víctima.

Circunstancias como esa pueden llevar a un jovencito a pensar que su padre es inmisericorde, por encima
de las costumbres culturales y religiosas que prevalecieran en la época, o bien a razonar que Dios era
injusto porque iba a recibir honra con su vida que apenas comenzaba.

Desde esa perspectiva, valoramos que Isaac no permitió que lo embargaran el resentimiento ni los malos
recuerdos. Por el contrario, en su juventud y como podemos leer en los capítulos desde el 23 hasta el 26 del
libro del Génesis, reconoció al Señor en todos sus caminos...

¿Un líder vive del pasado?

Aquí cabe una pregunta: Usted como líder, ¿vive del pasado? Aspiro que no. Si tiene una carga enorme de
recuerdos dolorosos de su infancia, adolescencia y etapa juvenil, es necesario que vuelva la mirada al
Señor Jesús y le pida que trate con esas heridas del alma.

Un líder que obra gobernado por la rabia, el odio y la tristeza, no desarrollará a plenitud su ministerio y de
paso corre el riesgo de contaminar a las personas que tiene a cargo. No, no le estoy hablando de contagio
físico como si se tratara de un virus, sino de sembrar semillas negativas en aquellos a quienes estamos
formando en la vida cristiana o secular.

En la Biblia leemos que Jesús es nuestro ―Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un
gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no
tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha
sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos
confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el
momento que más la necesitemos.‖ (Hebreos 4:14-16. Nueva Versión Internacional).
Nuestro amado Salvador comprende las crisis por las que atravesamos, muchas de ellas fruto de un pasado
traumático, y es El y nadie más que El quien puede ayudarnos a borrar esos recuerdos que nos roban la
tranquilidad.

Para un líder no todo es color de rosa

Tener una solidez económica como la que heredaba Isaac (Génesis 24:35) y un padre que se preocupaba
de asuntos tan personales como conseguirle esposa (Génesis capítulo 24), no aseguran un liderazgo sólido,
próspero y promisorio.

Ser líder no es una condición que se hereda. Por el contrario y a diferencia de lo que opinan muchos, un
líder no nace, se hace.

Este hecho reviste especial significación porque la otra cara de la moneda indica claramente que el hecho
de ser hijo de alguien que jamás abanderó ninguna campaña, no determina que sea imposible el que
desarrollemos un liderazgo. Es algo personal y no generacional.

En momentos difíciles, el líder deposita su confianza en Dios

En el trasegar hacia el crecimiento personal y como líder de una generación, Isaac se encontró con una
realidad a la que no solo no podía escapar, sino que además era humanamente imposible de resolver. Su
hermosa y joven esposa Rebeca era estéril. Algo traumático para un padre que anhelaba llevar sus hijos al
caer la tarde de un sábado cualquiera a los juegos mecánicos o quizá a ver una buena película.

En su caso podría ser la pérdida de empleo; las dificultades para plantar una congregación; los tropiezos en
las relaciones con las personas que están a cargo; dificultades financieros que impiden la concreción de sus
sueños... en fin, las posibilidades son infinitas.

¿Qué hizo Isaac? Tomó la decisión que debe acompañar a quienes tropiezan con un enorme obstáculo en
su camino: volvió su mirada a Dios y depositó en El la confianza plena de que obraría un milagro.

―Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su
mujer‖(Génesis 25:21).

Fruto del clamor, vino la bendición. Rebeca concibió gemelos: Esaú y Jacob.

Se trata de una característica que debemos dimensionar en su verdadera proporción: si estamos sirviendo a
Dios en la obra, por insignificante que parezca nuestro papel en el servicio, es al Señor a quien debemos
ocurrir tan pronto advertimos que surge un problema.

Lograrlo amerita que mantengamos una estrecha relación con el Padre mediante la oración. Se supone que
si somos sus siervos, de El debemos recibir instrucciones y a El es necesario que acudamos en los
momentos difíciles.

Ese diálogo permanente con el Dueño de la obra, llevó a que Dios le pusiera en alerta cuando Isaac
proyectaba ir a Gerar frente a la hambruna que golpeaba su país. ―Y se le apareció Jehová, y le dijo: No
desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te diré‖(Génesis 26:2).

Como consecuencia de esa relación con Aquél que todo lo puede, el Todopoderoso le reafirmó siete
promesas:

1.- Prometió apoyarlo y estar con él (Génesis 26:3).

2.- Prometió bendecirlo en sus caminos (Génesis 26:3).

3.- Prometió bendecir su descendencia (Génesis 26:3).

4.- Prometió confirmar todas las buenas noticias que había compartido a su padre Abraham (Génesis 26:3).

5.- Prometió multiplicar su descendencia (Génesis 26:4).

6.- Prometió otorgarle la tierra que anunció a Abraham (Génesis 26:4).


7.- Prometió que en él, Isaac, sería bendita toda la tierra que ocupara (Génesis 26:5).

El líder no se detiene ante los obstáculos

¿Le ha ocurrido que justo cuando piensa que todo marcha bien, afloran cualquier cantidad de obstáculos?
Situaciones así tienden a quitarnos la tranquilidad y hay quienes experimentan desánimo.

En Isaac se vio reflejada esa situación. Cuando iba tras el sendero que marcó su padre, en dirección a
Gerar (Génesis 26:17), encontró múltiples problemas en la tierra que aspiraba encontrar prosperidad a su
ocupación como ganadero.

Si bien es cierto reabrió los pozos que construyó Abraham (Génesis 26:18), halló oposición entre quienes
habitaban aquel territorio y reclamaban la propiedad de dichas cisternas (Génesis 26:19-21).

Pese a ello, Isaac no se dio por vencido. Asumió un principio que debe primar en todo líder: la
perseverancia. Las Escrituras nos muestran que finalmente abrió un pozo sobre el que nadie hizo reclamos
(Génesis 26:22). De no haber persistido, lo más seguro es que habría renunciado a sus metas y sin duda,
tendría que enfrentar por años la frustración.

Tome un tiempo para revisar su vida. Usted fue llamado a vencer. El Señor Jesús ganó para usted la
victoria en la cruz. No puede detenerse. Eso sería una verdadera locura. Es hora de que reemprenda el
camino... Sin duda vencerá...

Capítulo 7

El líder vivencia la relación entre el decir y el hacer

Nos venden imágenes irreales


Con frecuencia me sorprenden los anuncios de televisión y de la radio promocionando, a tiempo y a
destiempo, algún tipo de producto. Conciben unos comerciales de película que nos transportan a
situaciones propias del mundo ilimitado de la fantasía y casi, en cuestión de segundos, nos convierten en
los protagonistas de tramas inverosímiles, generalmente con finales felices...

Enciende la tele y aparece una promoción. El presentador, con una sonrisa amplia, anuncia que si compra
tal o cual aparato, con la más alta tecnología disponible en el mercado, adelgazará diez kilos por mes. ―Es
una oferta‖, advierte, para anotar a continuación que la decisión de seguir con sobrepeso o tener un cuerpo
perfecto, sea hombre o mujer, está en sus manos. Venden la idea de que ser gordito es una desgracia.

En otro canal, una mujer rejuvenecida anuncia que está disponible, por unos cuantos dólares, la fuente de la
eterna juventud. Es una crema que reduce progresivamente todas las arrugas hasta hacerlas desaparecer.
―Se verá joven nuevamente‖, anuncia.

Seguimos pasando de un canal al otro y de pronto las imágenes son diferentes. En un auto último modelo,
acompañado por dos chicas, un hombre que comparte su secreto con los televidentes. Era pobre hasta que
adquirió el manual en el que se encuentran todos los números ganadores de la lotería. De la noche a la
mañana su suerte cambió. Ahora es millonario, las mujeres le siguen y todo parece sonreír a su alrededor.
El espectador guarda la sensación de que ser pobre antes que una condición, es lo peor que puede ocurrirle
a un ser humano.

La lista sería interminable. La sociedad nos condiciona a pensar y a actuar de determinada forma. Y en el
caso del liderazgo, nos presenta la imagen errada de que todos aquellos que marcaron un hito en la historia
de la humanidad, fueron siempre hombres y mujeres con principios y valores que determinaron su éxito
futuro. Ninguno –en apariencia—cometió fallas.

En caso de tratarse de servidores de Dios, fueron perfectos desde el mismo momento de su concepción.
Nos presentan un concepto equivocado en el que todos aquellos que ejercen liderazgo, jamás se
equivocan, no tienen fallas, evidencian las mejores relaciones interpersonales y, además, todo cuanto
hacen sale bien.
Es tanto como vender un producto de la tele. Hay marketing de por medio. Una estrategia bien concebida
para presentar unas características inigualables que crean necesidad y además, ofrecen una perspectiva
muy novelesca de quien puede ocupar una posición relevante.

¿Un líder tramposo?

Ahora le formulo un interrogante ¿Qué pensar de un líder que buena parte de su vida se caracterizó por ser
un tramposo?¿Cómo depositarle nuestra confianza cuando de antemano sabríamos que deseaba sacar
ventaja?¿Qué lo llevó a convertirse en pieza clave para el cumplimiento de los planes de Dios?

Es probable que al meditar en estos tres interrogantes haya hecho un parangón con su vida y piense:‖Si
Jacob con esas “cualidades” llegó a cumplir una misión divina, ¿acaso no llegaré yo a ser un vaso útil en su
obra?‖. Sin duda que puede. Resta que se someta al Creador y permita que El lime todas las aristas, de
manera que pueda constituirse en el instrumento que necesita para cumplir Sus planes en medio nuestro.

Un líder es visionario, pero no ventajoso

Suelo recordar los tiempos acerca de los cuales nos compartía mi abuelo Angelino Barco sobre un Vijes
tranquilo, de casas grandes y solares interminables, con tejas de barro, chambranas de madera tallada a
mano y callecitas polvorientas en las que la palabra empeñada tenía el valor de una Escritura Pública.

El fue desde siempre el Notario Público de aquél pueblecito y ante él se suscribían los documentos para la
compra y venta de inmuebles así como el registro de quienes nacían. Pero salvo anotar en los libros
quiénes veían la luz de la vida, tenía poco trabajo. Por años los textos en los que debía asentar información
sobre negocios permanecieron en blanco. ¿La razón? Las personas hacían cualquier negociación confiando
solamente en la palabra de su interlocutor. Había seriedad y compromiso para cumplir lo prometido. La
palabra era suficiente.

Los tiempos cambiaron. Hoy nadie confía en nadie y menos, alguien depositará su confianza en quienes
históricamente han faltado a lo prometido. Esa es la razón por la cual deducimos que Jacob –hijo de Isaac,
de quien podemos leer en el capítulo 25 del libro, no era persona con la cual que se podía hacer ningún
trato.

¿Un ejemplo sencillo? Lo invito para que leamos las Escrituras, y como si estuviéramos presentes en la
escena, observemos qué ocurrió: ―Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo
a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue
llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo
Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob:
Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan
y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la
primogenitura. ―Génesis 25:29-34).

Es probable que piense: “La culpa fue de Esaú que no valoró ser el primogénito”, pero ¡Cuidado! No
podemos pasar por alto los atributos negativos de Jacob: oportunista, ventajoso, egoísta, carente de toda
sensibilidad humana y miserable. ¿Podría el Señor obrar a través de un hombre así? Sin duda, pero fue
necesario que se matriculara en la “Escuela de Dios”.

Algo que no podemos desconocer, sin embargo, es que Jacob pensó en el futuro. Fue visionario pero su
forma de ejercer esa condición, y los medios que utilizó, no fueron los más recomendables.

¿Por qué utilizó Dios a Jacob? Para cumplir un plan previsto con antelación, en plena coincidencia con la
promesa hecha a Isaac: ―Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque
a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu
padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas
(
estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó
Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.‖(Génesis
26:3-5). En tales circunstancias resultaba apropiado que Aquél que todo lo puede, puliera a Jacob hasta
tenerlo en el punto necesario para ser Su instrumento.

El líder se gana los beneficios, no los sustrae

Imagine un grupo de encuestadores que llega a un Instituto Bíblico en cualquier ciudad de cualquier país.
Distribuyen los formatos y, en el momento de procesarlos, encuentra que los futuros pastores aspiran tener
“Una congregación enorme con solidez económica”.
Terminada la formación teológica, se encuentran con la necesidad de emprender la anhelada plantación de
una iglesia a partir de cero, es decir, sin miembros, sin recursos económicos y sin templo.

¡Qué gran desilusión! Seguramente eso jamás lo imaginó el recién graduado. Esperaba que, concluido su
ciclo académico, pondrían bajo sus hombros la guía de una comunidad de creyentes establecida. Olvidó
que es necesario ganarse los beneficios y no esperar que todo caiga del cielo, como el maná.

Si Jacob hubiese ido al Instituto Bíblico, habría sido uno de tales estudiantes. Era el tipo de personas que
esperan llegar a la cima, pero no subiendo el sendero, sino utilizando un teleférico.

¿Una razón? Lo que hizo para agenciarse la bendición de su anciano padre Isaac. Era ya viejo, no podía
ver, y fácilmente podía confundir la voz de las personas.

En tales circunstancias ―...llamó a Esaú su hijo mayor, y le dijo: Hijo mío. Y él respondió: Heme aquí. Y
él dijo: He aquí ya soy viejo, no sé el día de mi muerte. Toma, pues, ahora tus armas, tu aljaba y tu
arco, y sal al campo y tráeme caza; y hazme un guisado como a mí me gusta, y tráemelo, y comeré,
para que yo te bendiga antes que muera Rebeca estaba oyendo, cuando hablaba Isaac a Esaú su
hijo...‖(Génesis 27:1-5).

Lo que describe el pasaje a continuación es muy similar al argumento de una novela de buenos y malos, en
el que la madre malvada recomienda a su hijito Jacob que engañe a su padre utilizando piel de carnero en
sus brazos y ropas de su hermano, para que al acercarse su progenitor le confunda con Esaú y obtener así
la preciada bendición.

―Y se acercó Jacob a su padre Isaac, quien le palpó, y dijo: La voz es la voz de Jacob, pero las
manos, las manos de Esaú. Y no le conoció, porque sus manos eran vellosas como las manos de
Esaú; y le bendijo.‖(Génesis 27:18-23).

¿Se imagina la crisis que desencadenó este engaño? Jacob fue repudiado por su hermano Esaú cuando se
enteró de las estratagemas que utilizó para robarle la bendición patriarcal. El desenlace lo podemos leer en
el capítulo 27 del Génesis, versículos del 30 al 41.

Un líder cuida de sus acciones

Hace pocos días en la televisión observaba a un ministro evangélico mejicano. Resaltó en su conferencia la
importancia de cuidar las acciones del presente, previniendo que en el futuro no experimentemos las
consecuencias de los errores.

Sin embargo con frecuencia los líderes caen en el emocionalismo que les lleva a reaccionar más con el
corazón que con la razón, o quizá bajo el amparo del cargo que ocupan y llegan a obrar con tiranía.

Todo lo que se deriva de sus actos se puede apreciar con el paso del tiempo. Eso fue justo lo que ocurrió
con Jacob: ―Y aborreció Esaú a Jacob por la bendición con que su padre le había bendecido, y dijo
en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob. Y fueron
dichas a Rebeca las palabras de Esaú su hijo mayor; y ella envió y llamó a Jacob su hijo menor, y le
dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío,
obedece a mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán...‖(Génesis 28:41-44).

¿Ha tomado tiempo para revisar sus actuaciones? Es importante que lo haga, cualquiera sea la posición de
liderazgo que ocupe. Recuerde que en el futuro cosechará lo que sembró hoy.

El auto examen es fundamental en la vida del cristiano. Nos permite identificar errores y a la vez, crecer.
Forma parte del proceso que cumplimos cuando, camino a ser líderes de excelencia, nos matriculamos en
la “Escuela de Dios”.

Capítulo 8

El secreto: aprender de los errores


Dios trae seguridad a la vida del líder
¿Estoy en el camino correcto?¿Los pasos que he dado hasta el momento llevarán al cumplimiento de los
propósitos de Dios en mi vida?¿Por qué transcurre tanto tiempo sin que nada extraordinario ocurra?¿Acaso
Dios no escucha mis oraciones?¿Por qué en la vida de otros líderes pareciera que todo se desenvuelve a
las mil maravillas mientras que en el ministerio a mi cargo pareciera experimentar estancamiento?

Usted se encuentra dando vueltas en cama. Es pasada la medianoche y no halla respuestas para sus
interrogantes, que aumentan con el correr de los días.

Hace pocas horas tuvo una reunión. Tres de los maestros de Escuela Dominical presentaron renuncia al
cargo y advierte que hay cambios en el comportamiento del co-pastor; lo más seguro es que aceptó la
oferta que le hicieron en una iglesia creciente del centro de la ciudad y pronto pasará la carta de dimisión.

--¿He fallado en algo?—vuelve y se interroga. El reloj despertador ha corrido inmisericorde y todavía no


logra conciliar el sueño.—Señor, si tuviera una respuesta tuya...--.

Sin duda una y otra vez ha experimentado la misma situación. No es fácil. Solo usted y quienes conocen el
desierto de dolor, preocupación e incertidumbre, saben de qué hablo.

La idea que muchos tienen en torno a que el camino de los líderes es color de rosa no solo es ajena a la
realidad sino que además, no consulta el proceso de formación de quienes, en medio del trabajo, aprenden
y a partir del nuevo conocimiento previenen fallas a futuro.

Jacob era tramposo. Nadie lo pone en duda. Aprovechaba las circunstancias difíciles de los demás y
sacaba ventaja, estamos de acuerdo. Y a todas estas características sumaba una tercera que es
contraproducente para quienes ejercen el liderazgo: tenía una excesiva dependencia de su madre.

En su caso particular, puede ser una dependencia enfermiza de un superior jerárquico o tal vez de la solidez
económica con la que está seguro, podrá financiar los proyectos.

Es probable que depender sea una palabra que se aplica a su existencia cuando se refiere a la opinión de
los demás. No hace absolutamente nada sin consultarles y, justo por estar haciendo consenso, termina
obrando en contravía de lo que hubiese querido.

El líder debe romper toda observancia humana y someterse a Dios, quien no solo guía acertadamente
nuestros pasos, sino que es quien nos llevó a trabajar en la obra del Reino. ¿Y si mi desempeño es
secular? Igual, es necesario que rompa cadenas o como solemos repetir en Latinoamérica, que no estemos
sujetos al “cordón umbilical”.

Le invito para que volvamos las Páginas de nuestra Biblia y vamos, como espectadores que no quieren
perder detalle, al tránsito de Jacob a Padan-aram, huyendo de su hermano Esaú:

―Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán. Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el
sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en
aquel lugar. Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el
cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo
alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en
que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la
tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán
benditas en ti y en tu simiente. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres,
y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho. Y
despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo
miedo, y dijo: !!Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del
cielo.‖(Génesis 28:10-18).

Dios nos acompaña

El encuentro que experimentó Jacob con Dios fue altamente favorable por varias razones. La primera,
porque entendió que en medio de su trasegar no estaba solo. Por el contrario, Dios iba con El. ―He aquí, yo
estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra‖.

¿Cuántas veces nos sentimos abandonados a nuestra suerte mientras desarrollamos algún ministerio? Los
esfuerzos parecen infructuosos y es probable que hayamos razonado que estamos predicando en un
desierto. Es factible incluso que nos embargue la sensación de que estamos dando todo de nosotros pero
no recibimos nada a cambio.

Pero nos equivocamos. Dios conoce la situación que atravesamos y está esperando que volvamos a El
nuestra mirada, en procura de Su intervención. No hará nada que vaya en contravía de lo que pensamos o
hacemos. Pero tiene libertad plena cuando le pedimos no solo que trate con nuestra existencia sino que
tome control del desenvolvimiento eclesial y secular.

Un segundo elemento que aprendió Jacob fue que:

Debemos permanecer en las promesas de Dios

Aunque todas las circunstancias estén en contra, es esencial permanecer en las promesas de Dios. Este
hecho implica una total dependencia de Su voluntad y obrar en nosotros.

Cuando el Señor promete algo, debemos estar seguros de que cumplirá. La ilustración más aproximada a
este concepto es el hombre que, tras el naufragio de la embarcación en la que se desplazaba, se prende de
un pedazo de madera como su única posibilidad de salvar la vida.

Observe el texto nuevamente. El Señor fue claro al recordarle: ―Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu
padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu
descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y
todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente‖.

La paz que embargó a Jacob renovó sus fuerzas. ¡Podía seguir luchando!... Valía la pena.

Aplique esa Palabra a su existencia. No desista del trabajo que está realizando. Si le asiste el
convencimiento que es el propósito de Dios para usted, siga firme. No renuncie. No importa cuántos
obstáculos puedan levantarse. Recuerde que ganador no es quien comienza la carrera con mucho
entusiasmo y renuncia en la mitad del camino, sino quien llega hasta el final, así sea el último.

Un tercer principio que aprendió Jacob fue:

Hay que permanecer en la voluntad divina

Hay varias formas de desplazarse de Buenaventura, en Colombia, hasta Lima, en el Perú. Los dos son
puertos. Imagine por un instante que debe transportar una carga enorme.

Usted puede acudir al desplazamiento por tierra. Tardará en lograr el objetivo, los costos serán altos,
correrá peligro de ser asaltado en carretera, deberá hacer muchas pausas en ciudades y pueblos a los que
llegue y posiblemente la mercancía llegará maltratada.

Una opción rápida aunque demasiado costosa es por avión. Nada impide que llegue a Quito, a menos que
la aeronave se precipite a tierra. Es cierto, la mercancía llegará en buen estado pero lo más previsible es
que el valor del flete será tan alto que disminuirán los márgenes de ganancia.

Una tercera alternativa es por vía marítima. El traslado se haría de puerto a puerto. Los costos son bajos,
hay altos márgenes de seguridad, la movilización es relativamente rápida y los productos llegarán en buen
estado.

Le pregunto. ¿Cuál de las tres posibilidades es la más aconsejable?. “El transporte por mar”, me
responderá. Y coincidimos, pero usted habría tenido la oportunidad de escoger.

Igual cuando el Señor depositó en nosotros una misión. Podemos hacerlo a la manera de Dios, a nuestra
manera y a la manera del mundo. Sólo cuando marchamos en el centro mismo de la voluntad del Supremo
Hacedor, tenemos asegurada la victoria.

Este principio debe llevarle a un examen juicioso de cómo está su desenvolvimiento. ¿Está en la voluntad
divina?¿Obra conforme le orienta su corazón?¿Consulta qué decisiones tomar con todos los que pasan a
su lado? El resultado de la evaluación permitirá que reoriente su sendero y le corroborará que es necesario
hacer constantemente un alto en el camino para mirar si estamos transitando acertadamente hacia la meta.

La transparencia identifica al líder


Ya lo sabemos: Jacob era tramposo. Era una de sus muchas facetas. Quería llegar a la meta pero tomando
atajos. Quien se desenvuelve así, no solo tendrá problemas a corto y mediano plazo sino que más
temprano que tarde hallará un timador igual.

Y a nuestro líder experimentó esa situación. Primero, su suegro Labán lo hizo trabajar siete años por la
mujer de sus sueños: Raquel, sin embargo le entregó primero a Lea aduciendo que así estilaban en la
región, y después –por el trabajo de otros siete años—a Raquel. (Génesis 29: 16-30).

Con la inquietud en su corazón por semejantes tretas, a Jacob le tocó definir con Labán su salario. Tras
pensarlo bastante, le pidió las ovejas manchadas de color y las oscuras (Génesis 30:31-36). Hasta allí todo
estaba bien, sin embargo ―Tomó luego Jacob varas verdes de álamo, de avellano y de castaño, y
descortezó en ellas mondaduras blancas, descubriendo así lo blanco de las varas. Y puso las varas
que había mondado delante del ganado, en los canales de los abrevaderos del agua donde venían a
beber las ovejas, las cuales procreaban cuando venían a beber. Así concebían las ovejas delante de
las varas; y parían borregos listados, pintados y salpicados de diversos colores. Y apartaba Jacob
los corderos, y ponía con su propio rebaño los listados y todo lo que era oscuro del hato de Labán.
Y ponía su hato aparte, y no lo ponía con las ovejas de Labán. ‖(Génesis 30:37- 40).

¿Le suena familiar esta actitud? Seguro que sí. Es el mismo Jacob de siempre. Probablemente con un poco
más de barba y menos cabello, pero el mismo. No ha cambiado nada.

Es probable que le asistan no el engaño sino otros comportamientos que empañan su desenvolvimiento
ministerial o secular. ¿Qué puede ocurrir? Que se estancará y siempre arrastrará la imagen de alguien en
quien no se puede confiar. ¿Qué resta? Permitir que Dios trate con su existencia. El no utilizará a quienes
todavía estén bajo el engaño y la mentira. No son prácticas que se estilan en el pueblo santo y, si le abre las
puertas, operará los cambios que son necesarios en su existencia.

Jamás olvide que una de las pautas que aprende un buen líder es a rodear su desempeño con
transparencia en todo cuanto piensa y hace.

El perdón debe primar en el líder

Llegar a una posición de liderazgo no nos otorga prerrogativas como el poder odiar y guardar resentimiento
hacia aquellos que de una u otra manera nos provocaron mal. En absoluto. El perdón debe ser una
característica que identifique nuestro desenvolvimiento tanto eclesial como secular.

El principio de perdonar lo debió aprender Jacob como ya lo había aplicado Esaú. Jamás imaginó que
tendría que recurrir a su hermano, pero como solemos repetir en Latinoamérica “La vida da muchas vueltas
y es probable quedar en el mismo sitio”. Ante lo inevitable de un encuentro, envió varias delegaciones que
le prepararan el camino con el recado: ―Así dice tu siervo Jacob: Con Labán he morado, y me he
detenido hasta ahora; y tengo vacas, asnos, ovejas, y siervos y siervas; y envío a decirlo a mi señor,
para hallar gracia en tus ojos.‖. (Génesis 32:4, 5).

Contrario a lo que pensaba, Esaú tenía un corazón que en apariencia era duro pero estaba inclinado a dejar
de lado las molestias que pudieran despertarle aquellos que le ofendían.‖ Alzando Jacob sus ojos, miró,
y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y
Raquel y las dos siervas. Y él pasó delante de ellos y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a
su hermano. Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y
lloraron.‖(Génesis 33:1-4).

No puedo comprender cómo alguien puede ministrar con un corazón lleno de rencor y resentimiento hacia
su prójimo. Si es su caso, llegó la hora de volver la mirada a Jesucristo y pedirle que trate con su vida de tal
manera que sane las heridas emocionales y coloque perdón donde antes primaba el odio.

Recuerde que un líder que aspire llegar a la cumbre, debe estar dispuesto para que Dios aplique los ajustes
necesarios en su existencia...

Capítulo 9

Los tropiezos en la vida del líder


Es necesario aprender a manejar la adversidad
La alegría del pastor Alfonso Cabrera jamás se vio diezmada pese a que, cuando saludaba a ciertos
hermanos de la congregación con una sonrisa de oreja a oreja, se encontraba con respuestas frías y la
expresión hosca que no hacía otra cosa que decir, sin palabras: “¿Para qué nos saluda si no queremos
contestarle”.

No dudo que debió pasar malos momentos y es probable que en más de una ocasión haya sentido el deseo
de no hacerlo de nuevo. Pero era el pastor. Y aquellos esperaban que los saludara; de lo contrario
hubiesen socializado entre los creyentes que “El pastor no se dignaba mirarlos”.

Una situación que bien acompasa con un refrán popular en Latinoamérica: “Palo por que bogas, palo por
que no bogas”, al aludir a los duros tratos de los capataces a los esclavos en los períodos de colonización,
quienes buscaban el menor pretexto para descargar su ira, rencor y frustraciones en las espaldas de
quienes tenían a cargo.

Igual en la vida cristiana. Siempre encontraremos personas a las que, sin haberles causado daño alguno,
buscan traer problemas y ponen tropiezo a quienes son sus líderes o también a aquellos que buscan vivir
conforme a las pautas trazadas por nuestro amado Señor.

Si viajamos atrás en el tiempo nos hallaremos a José, quien aprendió a fuerza de depositar su confianza en
Dios, de qué manera debía enfrentar airoso el cúmulo de dificultades que surgían a su paso.

Obrar en consonancia con sólidos principios

Al recorrer las páginas de la Biblia en procura de conocer la Hoja de Vida de José, hallamos que
―...apacentaba José ovejas con sus hermanos...‖(Génesis 37:2 a). Hasta allí todo normal. Se
desenvolvía socialmente y al igual que usted y yo, tenía una ocupación con múltiples responsabilidades
que atender. Sin embargo no compartía el desempeño amoral de quienes le rodeaban ―...e informaba
José a su padre la mala fama de ellos...‖.(Génesis 37:2 b).

Trabajar, estudiar o tener trato a diario con personas sin principios ni valores, no implica que debemos
identificarnos con su comportamiento errado y menos que estemos obligados a asimilar lo que dicen o
hacen. Es uno de los aspectos que debe asumir el líder en el trabajo seglar y en el plano eclesial.

Ahora, sin proponérselo—como puede ocurrir con su vida—algunas circunstancias que rodeaban a José
despertaron los celos y animadversión de sus hermanos. ―Y amaba Israel a José más que a todos sus
hijos, porque lo había tenido en su vejez...‖(Génesis 37:3).

¿Se da cuenta qué ocurre cuando alguien advierte preferencias alrededor? Emergen la envidia y un deseo
sutil pero contundente y peligroso de causar daño a quien en la mayoría de los casos es inocente y recibe
todas las atenciones.

Es un fenómeno universal. Ocurre en las empresas, en entidades académicas y también en la iglesia.

El recibir reconocimiento de su progenitor, llevó a que en la vida de José aparecieran los malos momentos
porque sus hermanos ―le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente‖(versículo 4 b).

La prudencia, esencial en el líder

Cuando hay alrededor quienes expresan animadversión hacia usted, lo menos aconsejable es compartirles
experiencias exitosas. Este hecho avivará la molestia que les embarga. ¿Qué hacer? La prudencia nos
recomienda guardar silencio en estos casos. Al fin y al cabo, ¿qué gana usted proclamando sus logros? Aún
si guarda silencio, tales logros hablarán por si solos poniendo de relieve sus ejecutorias.

Con la mejor de las intenciones y fruto de la nobleza de José, compartía a todos lo que acontecía en su
vida. ―Y soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerlo más
todavía‖(Génesis 37:5).

Lo que soñaba, lo que pensaba, lo que hacía, todo se conjugaba en una sumatoria de motivos para que sus
hermanos pusieran tropiezo a su desenvolvimiento(lea por favor los versículos 8 y 11).
Un hecho que cabe resaltar en este punto del análisis es que José no permitió que el resentimiento tomara
forma en su corazón. Una pauta de Vida Cristiana Práctica que le invitamos a asumir: pida a Dios la
prudencia y sabiduría necesarias para enfrentar exitosamente cualquier ataque producto de la envidia, que
se produzca a su alrededor.

Hacer caso omiso de este principio dimensionará sin razón las diferencias que hayan con quienes le
envidian hasta convertirse en un problema de impredecibles consecuencias.

Volvamos a José. Sus problemas no pararon solo en la molestia que despertaba en sus familiares. En cierta
ocasión que iba camino de Dotán, en donde apacentaban ovejas, se encontró a boca de jarro con un
incidente que cambió dramáticamente el curso de su historia. ―Cuando ellos lo vieron de lejos, antes que
llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para matarle‖(Génesis 37:18).

¿Quién sufre más? Sin duda quien guarda rencor. No solo recogerá aquello que siembra sino que además,
tal actitud se reflejará en su propia salud y estado de ánimo. El veneno que acompañaba a los hermanos de
José, les llevó a venderle como esclavo a un grupo de comerciantes ismaelitas que iban camino de Egipto
(versículo 18). Estos a su vez lo vendieron a Potifar, oficial de Faraón, máximo gobernante egipcio.

Bendecidos para bendecir

Un hombre o mujer de Dios se convierte en instrumento de bendición donde quiera que vaya. La presencia
del Altísimo nos acompaña y se reflejará en todo cuanto hagamos.

Aún en medio de la adversidad, nos permitirá bendecir a quienes nos rodean: en el hogar, en la universidad,
en el trabajo y en la iglesia.

¿Dejó solo Dios a José? En ningún momento. Por el contrario, bendijo todo lo que tocaba. ―Más Jehová
estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio‖(Génesis 39:2).

¿Un jefe o superior jerárquico difícil? No faltarán donde quiera que estemos. Sin embargo si Dios marcha
con nosotros, ocurrirá lo que con José y que se reflejó en su lugar de trabajo: ―Así halló José gracia en
sus ojos...‖(versículo 4).

Hay un texto que me parece muy significativo y lo comparto con ustedes, tomado de una versión popular:
―Sabemos que Dios obra en toda situación para el bien de los que lo aman, los que han sido
llamados por Dios de acuerdo a su propósito‖(Romanos 8:28. Nuevo Testamento: la Palabra de Dios
para todos‖.

Es probable que sienta soledad. Quizá ha razonado que en medio de las circunstancias adversas, ni
siquiera puede escuchar la voz de Dios. Pero está equivocado. A pesar de los densos nubarrones, nuestro
Padre nos acompaña. No nos deja solos y, sin duda, no lo hará. ¿Una razón? Guardó a José en todo
instante:

―...Jehová bendijo la casa del egipcio por causa de José, y la bendición de Jehová estaba sobre todo
lo que tenía, así en casa como en el campo‖(Génesis 39:5).

La transparencia moral en la vida del líder

Que alguien alrededor tenga un desliz moral nunca será tan cuestionado como cuando el protagonista no es
alguien del común sino quien ocupa una posición de liderazgo, en la iglesia o en el plano secular.

De un evangelista internacional escuché decir que jamás se dejaba acompañar de una dama porque,
señalaba: ―Alguien podría tomar una fotografía y publicarla en los diarios aduciendo adulterio en mi
vida‖.

¿Se va a los extremos? Creo que no. Por el contrario, es una forma sensata de cuidar su desenvolvimiento.
No olvide que las personas que nos rodean esperan el más mínimo error para cuestionarnos.

Una oración que no debe faltar jamás en nuestro devocional, es pidiendo a Dios la fortaleza para vencer la
tentación.
José experimentó una situación crítica cuando Satanás se atravesó en su paso, poniendo un motivo de
hacerle caer. ―Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo:
Duerme conmigo, y él no quiso...‖(Génesis 40:7, 8).

Las estratagemas de Satanás son tremendas; no en vano advirtió el apóstol Pedro:‖ Sed sobrios, y velad;
porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar;‖(1 Pedro 5:8).

Una vez el enemigo se da a la tarea de poner tropiezos, no descansará hasta encontrar el momento
oportuno para producir nuestra caída. Por esa razón es necesario permanecer tomados de la mano del
Señor Jesucristo.

Observe lo que desencadenó el mal deseo de la mujer de Potifar: aprovechó un momento que consideró
oportuno y ―... lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en manos de
ella, y huyó y salió‖(Génesis 39:12).

Como consecuencia de la calumnia, el joven israelita experimentó un nuevo vuelco en su existencia: ―Y


tomó su amo a José, y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey, y estuvo allí en la
cárcel. Pero Jehová estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe
de la cárcel‖(versículos 20, 21). Allí también se apreció lo que en casa de Potifar: por amor a José, Dios
prosperó al carcelero.

El manejo de la desilusión

Algo a lo que no podemos sustraernos y menos quien está matriculado “En la escuela de Dios” camino al
liderazgo, es que siempre encontraremos en el camino a los ingratos. Personas que no valoran lo que
hagamos por ellos.

Su insensibilidad les lleva a sentir que, cuanto hicimos a su favor, es mínimo o no vale la pena considerarlo.
Es el tipo de situaciones que debemos aprender a manejar en nuestro desenvolvimiento cotidiano.

¿Ejemplos claros? José y dos personas a las que cuidó en la cárcel. Uno era el copero de Faraón y el otro,
su jefe de panaderos. Al primero le interpretó un sueño, por obra de Dios, que resultó para bien del hombre;
al segundo, se le cumplió el anuncio pero en detrimento de su vida porque fue ajusticiado por orden del
monarca.

A quien servía las copas en palacio, José le recomendó: ‖Acuérdate, pues, de mi cuando esté bien, y te
ruego que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mi a Faraón, y me saques de esta
casa. Y el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le olvidó‖(Génesis 40:14, 23).

La gloria toda sea a Dios

¿Ha visto líderes que se roban toda la gloria y estando en la cumbre del éxito se olvidan de Dios y de que
fue El quien les ayudó a ascender? Probablemente si. Hay pastores, obreros y hombres que parecen
atribuir a sus méritos y no al poder divino, los logros que cosechan en su desenvolvimiento eclesial o
secular.

Con el paso del tiempo, Faraón tuvo un sueño ¿Recuerda el incidente bíblico? Sí, está en lo correcto. Soñó
con siete vacas flacas que devoraban igual número de vacas gordas y, a continuación, con siete espigas
menudas que se tragaban a siete de buen tamaño y producción. La situación despertó preocupación en el
gobernante.

En tales circunstancias, el jefe de los coperos le dijo al recordar su período en la cárcel: ―Estaba allí con
nosotros un joven hebreo, siervo del capitán de la guardia; y se lo contamos, y él interpretó nuestros
sueños, y declaró a cada uno conforme a su sueño‖(Génesis 41:12).

Aquí viene lo interesante. Cuando el joven hebreo fue llevado a presencia del monarca para resolver el
asunto, ―Respondió José a Faraón, diciendo: No está en mi; Dios será el que de respuesta propicia a
Faraón‖(versículo 16).

Pregúntese ahora cuántas veces ha robado a Dios el lugar de primacía que le corresponde. Es probable
que como líder o siervo disfrute de los momentos de reconocimiento, pero es a El a quien debemos exaltar.
Nunca olvide que usted y yo somos solo eso, siervos que cumplen una misión. La honra y gloria
corresponden al Supremo Hacedor.
Capítulo 10

El líder se prepara para ejercer el liderazgo


Roboam fue un rey joven de la antigüedad. Joven, brillante y ambicioso. Su árbol genealógico era
estupendo: bisnieto del rey David e hijo del rey Salomón. Asumió el poder cuando tenía algo más de
cuarenta años, en el año 997 a.C.

¿Qué podemos decir de este joven monarca? Que estaba signado para ser un triunfador. El reino al cual
iba a gobernar era sólido en el plano económico y militar. Gozaba de reconocimiento internacional y tenía
enfrente una brecha para consolidarse como uno de los más fuertes en toda la historia de la humanidad; sin
embargo terminó en división y fracaso.

¿La razón? El relato lo podemos leer en el primer libro de Reyes, capítulo 12, versículos del 1 al 33. Allí
encontramos la respuesta: Roboam no estaba preparado para tres cosas. La primera, para asumir el poder
y ejercerlo con equilibro; la segunda, para tomar decisiones oportunas, acertadas y eficaces asido de la
mano de Dios, y tercera, para proyectar su reino hacia el futuro.

No se trata de un capítulo aparte en el devenir histórico, por el contrario, se repite con mucha frecuencia.

A posiciones de liderazgo llegan hombres y mujeres que no tienen la preparación suficiente, y a la


incapacidad que les asiste añaden otro ingrediente: la auto suficiencia. No quieren depender ni de Dios ni
del hombre y desechan todo consejo. Quien está revestido de estas dos características está condenado al
fracaso.

Un líder no es pretencioso

Cuando José interpretó los sueños del Faraón, en los que además de siete años de prosperidad se
avecinaban otros siete de hambruna y de miseria en el territorio, tal como lo leemos en el capítulo 41 del
libro del Génesis, tenía la enorme responsabilidad de proponer una alternativa que librara a Egipto de una
crisis financiera de impredecibles consecuencias, la que iría acompañada por la muerte de sinnúmero de
personas.

Aunque tenía todas las posibilidades del mundo de sacar ventaja de la situación, sin mayores pretensiones
recomendó al gobernante egipcio: ―Por tanto, provéase ahora Faraón de un varón prudente y sabio, y
póngalo sobre la tierra de Egipto. Haga esto Faraón, y ponga gobernadores sobre el país, y quinte la
tierra de Egipto en los siete años de abundancia...‖(versículos 33, 34).

Además de demostrar que pensaba en el ahora y también en el mañana, José planteó un plan a seguir. No
pretendió obtener beneficios personales. Sin duda, una marcada vocación de servicio.

Aquí vale la pena hacer un paréntesis. En su vida personal y en la posición de liderazgo que ejerce, ¿ha
visualizado qué puede ocurrir a vuelta de seis meses, en un año o quizá en una década? Es a esta
característica que llamamos visión.

¿Tiene usted visión? Es esencial que se formule este interrogante y a la vez, busque una respuesta. De ella
depende en gran medida el futuro de su liderazgo.

De plebeyo a Gobernador

José encarna la historia apasionante de un hombre que pasó de extremas condiciones de precariedad
siendo plebeyo y peregrino a gobernante egipcio. Es como en el argumento de una novela de nuestros
tiempos.

―El asunto pareció bien a Faraón y a sus siervos, y dijo Faraón a sus siervos:¿Acaso hallaremos a otro
hombre como este en quien esté el Espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho
saber todo esto, no hay otro entendido ni sabio como tu. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se
gobernara todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tu‖(Génesis 41:37-40).

De esta manera llegó a tener poder sobre todo el territorio egipcio (versículo 41), fue vestido con atuendo
real (versículo 42), y le permitió emparentar con la corte faraónica (versículo 45).
El líder obra con equilibrio

Un refrán popular en Latinoamérica identifica el comportamiento de algunos líderes: “El que nunca ha tenido
y llega a tener, loco se quiere volver”. Con esta frase tipifican a quienes no saben disfrutar y utilizar aquello
que logran. También, arruinan lo que consiguen.

El líder cristiano o secular debe aprender a ejercer el poder. La autoridad no es imposición; se asocia más
con motivación. Es comprometer a quienes nos rodean con la visión, misión y propósitos que nos asisten.

En José se manifiesta este grado de motivación a los demás y cordura en sus actuaciones.

―Recogió José trigo como arena del mar, mucho en extremo, hasta no poderse contar, porque no tenía
número‖(Génesis 41:49).

¿Cuál era el propósito de recoger tanto alimento? Proveer para el largo período de escasez que se
avecinaba: ―Y de toda la tierra venían a Egipto para comprar de José, porque por toda la tierra había
crecido el hambre‖(Génesis 41:57).

El líder frente al pasado

Hace algún tiempo vi una extraordinaria película. Se llama “El Chico” y la protagoniza Bruce Willis. ¿Por
qué razón califico este filme de extraordinario? Por el mensaje que encierra.

Es la historia de un hombre que, una vez realizado como profesional, de pronto se ve confrontado con su
pasado; específicamente con la infancia.

El reencuentro con el niño que lleva dentro le permitió identificar escenas traumáticas que se reflejaron en
su presente. Solo de esta manera pudo encontrar el equilibrio necesario para alcanzar la realización
personal.

Algo similar ocurrió con José. Las circunstancias llevaron a sus hermanos a viajar a Egipto. Las vueltas de
la vida le llevaron a confrontarse cara a cara con quienes le vendieron como esclavo, años atrás: ―Y José
cuando vio a sus hermanos, los conoció; mas hizo como que no los conocía, y les habló
ásperamente, y les dijo:¿De dónde habéis venido? Ellos respondieron: De la tierra de Canaán, para
comprar alimentos. José, pues, conoció a sus hermanos; pero ellos no le conocieron‖(Génesis 42:7,
8).

Algo que evidenció en su vida fue el perdón. ¿Cuál fue la razón para que tratara duramente a sus
hermanos? El deseo de conocer más de los acontecimientos de sus vidas desde el momento en que se
separó de ellos. Pese a su reacción, en apariencia distante, les ayudó como podemos leer desde los 42 al
48.

No les guardó rencor, por el contrario, les perdonó y les ofreció una nueva oportunidad. ―Y dijo José a sus
hermanos: yo soy José;¿vive aún mi padre? Y sus hermanos no pudieron responderle, porque
estaban turbados delante de él. Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mi. Y ellos se
acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora pues, no os
entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios
delante de vosotros‖(Génesis 45:4-8).

Dios premio su perseverancia. Todos los acontecimientos obraron a su favor aunque al principio no parecía
que nada bueno pudiera ocurrir. Se tornó realidad en José el postulado bíblico: ―Y sabemos que a los que
aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados‖(Romanos 8:28).

Capítulo 11

Una misión específica para alguien específico


En la pantalla del televisor pasan las imágenes, primero del entorno selvático, y de fondo, la playa que lleva
a un mar azul, tranquilo e infinito. Después, un acercamiento rápido de la cámara permite ver el rostro del
hombre que sonríe mientras deja escapar unas lágrimas que se pierden en espesa barba espesa. Es un
sobreviviente de un conjunto de doce personas que concursaron por ganar un premio de quinientos dólares.

A primera vista nadie explica el por qué de las lágrimas. Pero si usted conoce el contexto de la historia, se
dará cuenta que participó junto con tres mil personas más en diferentes ciudades del país, para lograr la
selección entre los aspirantes a sobrevivir a circunstancias difíciles en una isla distante. Una versión
moderna de Robinson Crusoe, sólo que ahora hay cámaras de televisión por todos lados que llevan a la
audiencia hasta el más mínimo detalle de cuanto ocurre en el lugar.

Los días se sucedieron con rapidez para la inmensa ola de teleespectadores que estaba frente al televisor
cada noche después de las ocho. Para aquellos hombres y mujeres los días fueron excesivamente largos.
No veían la hora en que terminara su odisea. Unos, para regresar tristes a casa, otros, para recibir un
estímulo económico, y uno solo, para obtener la suma de dinero que lo motivó a enfrentar y sobreponerse a
mil penurias.

Los realitys están tomando fuerza en el mundo entero. Millares de personas se inscriben para ser parte de
las eliminatorias y selección. Hacen lo que esté en sus manos para ganar. Su más caro anhelo es participar
y llegar hasta el final.

¿Imagina qué ocurriría si el llamamiento de hombres y mujeres a cumplir misiones específicas en


circunstancias adversas tuviera tanta acogida? La respuesta es sencilla: el mundo no tendría problemas.
Todo marcharía a las mil maravillas.

Sin embargo la realidad es otra. Si hay algo que encuentra resistencia es hacer algo, por si mismo y por los
demás. ¿Ha visitado a alguien que habita zonas marginales de cualquier ciudad latinoamericana? Muchos
se levantan cada día con un deseo indeclinable de sobreponerse a los problemas; una buena cantidad
prefiere seguir así. No quieren esforzarse en lo más mínimo para salvar los obstáculos y atravesar el muro
de las situaciones contrarias que les impiden salir adelante.

Alguien llamado a ser diferente de los demás...

Un líder es alguien distinto de los demás, así no se lo proponga. Su visión de la vida es diferente. Incluso su
forma de pensar y de actuar, difiere de las concepciones que asisten a quienes le rodean. A algunos los
caracteriza una perspectiva que razona y se mueve, no para el presente sino sentando bases para el futuro.
Hay quienes son osados, obran midiendo consecuencias o tal vez con demasiada rapidez sin detenerse a
calcular lo que podrían desencadenar sus acciones. Con virtudes y defectos, logran el cometido para el que
fueron llamados, bien por sus superiores en el plano secular, o por Dios mismo, cuando se trata de alguien
que sirve en la extensión del reino del Señor aquí en la tierra.

Moisés brilla con luz propia en la galería de hombres que sirvieron en un espacio específico de la historia de
la humanidad. Su desempeño ejerció una poderosa influencia en los acontecimientos que rodearon al
pueblo de Israel en su tránsito temporal por Egipto y su posterior establecimiento en la ―tierra prometida‖.

¿Qué tarea le correspondió? Aliviar la carga impuesta por los egipcios quienes ―... pusieron sobre ellos
comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas; y edificaron para Faraón las ciudades de
almacenaje, Pitón y Ramesés. Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían,
de manera que los egipcios temían a los hijos de Israel. Y los egipcios hicieron servir a los hijos de
Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda
labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor.‖(Éxodo 1:11-14).

No era una encomienda fácil; por el contrario, era de las más difíciles que un ser humano pueda asumir.
Enfrentó problemas consigo mismo cuando quiso “hacer las cosas para Dios” pero a su manera; la
incomprensión de sus congéneres a quienes buscaba liberar; la persecución de aquellos con quienes creció
y en cuyo círculo real se desenvolvió por mucho tiempo, hasta llegar a una etapa crucial: el destierro.

Cuando alguien me comparte respecto a su desánimo por la situación que experimenta, no puedo menos
que animarlo y caminar con él, a través de las páginas de la Biblia, hasta escenas como la de Moisés al
nacer. Estaba condenado a ser un fracaso, sin embargo venció. ¡Dios estaba con él!, y eso es más que
suficiente para asegurar que ningún obstáculo nos detendrá.

Por encima de la persecución

Cuando Dios escoge a alguien para que le sirva, ajusta cuidadosamente todas las condiciones que rodean
su existencia para que cumpla el propósito para el que lo llamó. La orden real era que las parteras debían
dar muerte a todo varón hebreo que naciera en el territorio. (Éxodo 1:15, 16). ―Pero las parteras temieron
a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los
niños.‖(versículo 17). La fidelidad de estas mujeres al Señor llevó a que recibieran bendición(versículos
20, 21).

Es probable que usted haya sentido una y mil veces que va a desfallecer ante la concatenación de
problemas que ponen obstáculos al desenvolvimiento ministerial que Dios le encomendó. Probablemente en
el trabajo secular advierte que todo se encuentra ensombrecido. Muchos le persiguen, difaman, buscan
oportunidad para hacerle tropezar y de inmediato levantar un dedo acusador en su contra. Pero aún cuando
todo luzca poblado de densos nubarrones a su alrededor, no es hora de renunciar.

En momentos así, recuerde que usted sirve a un Dios de poder que está en control de todas las cosas y que
si marcha en el centro mismo de Su voluntad, dependiendo de El y no de sus propias fuerzas, saldrá airoso
en cualquier tormenta que enfrente. ¡Usted es un vencedor!

La historia de Moisés es muy conocida. Primero, porque está en la Biblia, y segundo, porque alrededor de
su nacimiento se han escrito muchos artículos, se han filmado películas e incluso se han realizado
sinnúmero de tiras cómicas. El argumento de esta novela es sencillo: nace de una familia descendiente de
Leví, su madre le escondió tres meses y luego lo arroja al río Nilo en una barquilla recubierta con brea. La
intervención divina hace que la hija del Faraón descubra al pequeño y contrata, a la propia madre de
Moisés, para que le prodigue cuidados. Ella lo cuidó hasta que fue joven y lo entregó a la corte faraónica
(Éxodo 2:1-10).

Trabajando a ―nuestra manera‖

Hasta aquí todo ha transcurrido bajo un marco de normalidad. El problema surgió realmente cuando, al
crecer y por razones que no especifica el texto bíblico, Moisés se entera de su procedencia hebrea.
Confrontado por la realidad social y económica de su pueblo, sometido por aquel entonces a la dureza del
trato egipcio, decidió actuar... pero lo hizo a su manera...

―En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras
tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos. Entonces miró a
todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena.‖(Éxodo 2:11,
12).

Dios no le hizo ese encargo, por el contrario, fue el razonamiento de humano más que la dependencia
divina, lo que llevó a Moisés a pensar que así debían ser las cosas. Y cometió un grave error. Días
después, cuando vio a dos hebreos peleándose e intervino para evitar que se hicieran daño, recibió como
respuesta las siguientes palabras: ―... ¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?
¿Piensas matarme como mataste al egipcio? Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto
ha sido descubierto.‖(Éxodo 2:14).

Me asalta aquí una pregunta y estoy seguro que a usted también: ¿Cuántas veces obramos a nuestra
manera y no conforme Dios lo dispone?¿Hemos buscado la ayuda del Señor para salir airosos en toda
empresa?¿Cuáles han sido las consecuencias?

Si le ha ocurrido tal como a mi, que por avanzar conforme a mi visión y fuerzas, he chocado sinnúmero de
veces para encontrarme de nuevo en el suelo, aturdido por el impacto y sin deseos de seguir adelante,
entonces estoy seguro que me comprenderá.

Este sencillo hecho debe llevarnos a reevaluar de qué manera pensamos, nos movenos y actuamos.
Seguramente encontraremos que es necesario aplicar muchos correctivos al desenvolvimiento; al principio
será duro, pero conforme pasa el tiempo y aprendemos de los errores, descubriremos que lo más sensato
fue hacer un alto en el camino, identificar en qué estábamos fallando y cambiar la ruta...

El desánimo, poderoso aliado de Satanás

Cuando enfrentamos la incomprensión, inmediatamente nos asalta el desánimo y en la mayoría de los


casos, una fuerte ola de desesperanza.

Esa situación que tal vez ha vivido muchas veces, fue la que enfrentó Moisés. ¡Su propio puedo, aquél por
el cual luchaba, levantaba un dedo acusador para sacarle en cara la muerte de un egipcio!

Se sorprendería al saber cuántas personas vuelven atrás en sus sueños, metas y propósitos como
consecuencia del desánimo. También quedaría sin palabras al saber de cuántos pastores, obreros,
misioneros y líderes no siguieron adelante porque enfrentaron la intolerancia de la congregación o por que
nadie valoró sus esfuerzos.

¿Qué hacer? Seguir adelante. Nada nos puede detener. Si tenemos conciencia de haber sido llamados por
Dios, es necesario que nos tomemos de Su mano y demos un nuevo paso. No fuimos llamados a la derrota
sino a vencer. Esa es la característica con la que nos creó el Señor y que por el sacrificio de Jesús en la
cruz, quedó reafirmada en nuestra vida.

Ahora, si volvemos a la escena, nos encontramos a un hombre lleno de incertidumbres, sobre quien pesa
una amenaza de muerte de Faraón (Exodo 2:15 a). La reacción no se dejó esperar ―...pero Moisés huyó
de delante de Faraón, y habitó en la tierra de Madián.‖(versículo 15 b).

Sin proponérselo, forzado por las circunstancias, este líder en potencia entró en la Escuela de Dios, donde
recibió la formación necesaria para cumplir los planes y propósitos del Señor en su existencia.

Capítulo 12

―Dios, ¿tengo las capacidades para asumir esta misión?‖

Un líder frente a sus limitaciones


―¿Seré capaz de asumir ese reto?‖. Sin duda es la pregunta que se ha formulado muchas veces. Yo
también. En general, todos. En uno u otro momento de la existencia, lo hacemos. Nos despierta temor
vernos confrontados por un cambio que se avecina o tal vez, una tarea para la que consideramos que no
tenemos las capacidades.
En sí el interrogante arroja resultados positivos. Nos permite evaluar hasta qué punto nos hemos preparado
para asumir compromisos grandes. También pone de manifiesto nuestras falencias. Todo se traduce en
puntos positivos y puntos en los que es necesario aplicar ajustes.
¿Sabía usted que muchas personas, una vez se encuentran dando vueltas a esta pregunta, se dan por
vencidos sin haber siquiera comenzado a trabajar en aquello que les desafía y prefieren volver atrás,
dejando incluso parte del trabajo que habían adelantado?
Cuando leemos acerca de la vida de Moisés es fundamental que aprendamos de todas las etapas por las
que atravesó. En particular, su llamamiento nos pone frente a un espejo en el que probablemente nos
miramos muchas veces asumiendo que tenemos limitaciones antes que valorar las enormes ventajas y
posibilidades que nos asisten.
El patriarca israelita es muy cercano a nuestras vivencias. Si bien es cierto se constituyó en un gran líder,
no nació así. Pagó el precio. Ese precio estuvo representado en el aprendizaje a partir de las dificultades,
pero también, en aplicar ajustes una vez identificaba que un camino no era el más apropiado para alcanzar
las metas propuestas.
Moisés: un líder que aprendió a esperar
El primer paso en su larga asignatura en la ―Escuela de Dios‖, fue aprender el valor de la espera. El exilio
fue el camino para que comprendiera que no todo se puede lograr inmediatamente y que hay una enorme
brecha entre aquello que anhelamos y lo que finalmente se logra.
Generalmente imaginamos situaciones, con pelos y detalles, pero en la práctica las circunstancias son
totalmente diferentes. Moisés no pudo liberar al pueblo israelita a su manera, por el contrario, debió huir y lo
hallamos en el desierto...
¿Ha atravesado períodos de la vida en los que considera que sus metas quedaron atrás?¿Llegó acaso a
sentir desánimo?¿Pensó que tal vez Dios se había olvidado de usted? Se preguntó, ¿de qué sirvió tanto
esfuerzo? Si alguna de estas inquietudes le asaltó en alguna ocasión, seguramente comprenderá a Moisés.
Cuando creía que sus días terminarían escuchando el balido de las ovejas mientras que largas extensiones
de desierto o quizá rocosas montañas serían lo último que vería, tuvo un encuentro personal con Dios. La
espera había concluido. Igual con usted: es probable que esté a punto de rendirse y echar por la borda
todos los sueños, metas y esperanzas que ha albergado por años. Cree que nada ocurrirá. Puede estar
equivocado. Recuerde que, cuando estamos en el plan de Dios, cualquier cosa puede ocurrir. El llega en el
momento oportuno, no cuando nosotros queremos...
En cierta ocasión, mientras cuidaba el rebaño de su suegro Jetro, llegó al monte de Roed. ―Estando allí, el
ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza
estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: ―¡Qué increíble!‖ Voy a ver por
qué no se consume la zarza‖(Éxodo 3:3. Nueva Versión Internacional).
Puede que en su caso específico no haya sido una zarza ardiendo sino otra señal la que utilizó el Señor
para llamarle.
Escuché al Hermano Pablo, el evangelista latinoamericano que ha llegado por años a nuestros hogares con
―Un mensaje a su conciencia‖, mientras relataba su llamamiento a la obra misionera.
Insiste que no quería. Consideraba que aquello no era para él. Y en visión pudo apreciar un campo de
algodones florecidos. Las bellotas, conforme iban pasando los minutos, tomaron formas de rostros y
entendió que era los hombres y mujeres de todos los países americanos en los que no se había predicado
la Palabra. De pronto uno de ellos le dijo: ―Ven, compártenos la Palabra‖.
Aquella imagen fue definitiva. Comprendió que aquel llamamiento al que se negaba era justamente lo que
Dios quería para El.
En ocasiones el Señor nos llama de una manera inverosímil. Al fin y al cabo somos importantes delante de
Su presencia, y el tratamiento es individual, único e irrepetible.
Tú eres el escogido
La idea que tenemos de un líder capaz es la misma que nos vendieron las películas o tal vez las
telenovelas.
No sabemos de dónde sacó Moisés la imagen que tenía sobre las cualidades que debía reunir quien
ejerciera liderazgo, pero evidentemente él no figuraba entre los elegibles.
Apenas Dios le habla desde la zarza, algo que él jamás imaginó ni siquiera pudo concebir, le compartió sus
planes de liberar a los israelitas de la opresión egipcia. Inmediatamente le anuncia que los llevaría a buena
tierra, fértil y próspera. Y concluye: ―Así que disponte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques
de Egipto a los israelitas, que son mi pueblo‖(Éxodo 3:6-10. Nueva Versión Internacional).
Imagínese. Moisés no alcanzaba a salir de su asombro frente a las noticias, y encima, Dios le indica que él,
Mosiés, sería el encargado de cumplir la tarea. No solo se sorprendió sino que estuvo a punto de sufrir un
colapso.
Tal vez ha ocurrido con usted. En el plano secular recibió noticia sobre su promoción a un cargo que jamás
siquiera pensó, o en la iglesia el pastor le confirma su designación en un ministerio para el cual considera
que los demás están mejor preparados.
¿Qué hacer? Generalmente alguien que experimenta una sorpresa así, se niega. Lo más fácil es decir: ―No
puedo‖. Lo más complejo y verdaderamente valioso es decir:‖Voy a hacerlo‖. Lo apenas aceptable es que
diga: ―Voy a intentarlo‖. Moisés se limitó a expresar su escepticismo: ―¿Y quién soy yo para presentarme
ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?‖(versículo 11).
Dios trata con nuestra vida
Es un hecho que humanamente miramos y en cierta medida nos dejamos llevar por las apariencias. Dios
mira el corazón. No presta atención a lo que se aprecia a primera vista. Le interesa lo que hay dentro de
cada uno. Esa es la razón por la cual, cuando llama a alguien, no mira lo que es ahora sino lo que podría a
llegar a ser en sus manos.
¿Recuerda al Señor Jesús cuando llamó a los discípulos? El no reparaba en lo rustico de Pedro, lo
ambicioso de Mateo o lo delicado de Juan. Veía en ellos a potenciales líderes que serían fundamentales en
la tarea de extender el Reino de Dios.
En el proceso de prepararnos para una tarea, el Supremo Hacedor trata con nuestra vida. Eso fue
exactamente lo que le anunció a Moisés: ―Yo estaré contigo—le respondió Dios--. Y te voy a dar una
señal de que soy yo quien te envía;: Cuando hayas sacado de Egipto a mi pueblo, todos ustedes me
rendirán culto en esta misma montaña‖(Éxodo 3:11).
Dios es quien concede la autoridad
Si algo me parece apasionante en el diálogo que sostiene el patriarca con el Padre, es la serie de
inconvenientes que pone de presente. Primero, esgrimió la posibilidad de que no creyeran a su misión de
sacar al pueblo israelita de Egipto porque, creía, desconocerían quién lo había mandado.
―—Yo soy el que soy—respondió Dios a Moisés--. Y esto es lo que tienes que decirle a los israelitas:
Yo soy me ha enviado a ustedes‖(versículo 14).
Eso bastaba, pero a este pastor asombrado por su reto, no le pareció así. Desconocía o al menos no
quería entender que Dios concede autoridad a aquél a quien envía.
Dios es quien provee los medios
En su rápido razonamiento sobre la forma de salirse del compromiso, Moisés salió al paso con un nuevo
impedimento: ¿Qué ocurriría si no le creían?.
Dios inmediatamente le preguntó que tenía en su mano. Era una vara. ―—Déjala caer al suelo—ordenó el
Señor. Moisés la dejó caer al suelo, y la vara se convirtió en una serpiente. Moisés trató de huir de
ella, pero el Señor le mandó que la agarrara por la cola. En cuanto Moisés agarró la serpiente, ésta
se convirtió en una vara en sus propias manos.—Esto es para que crean que yo el Señor, el Dios de
tus padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me he aparecido a ti...—―(Éxodo 4:3-6. Nueva
Versión Internacional).
Dios mismo nos proveerá de los medios necesarios para que cumplamos la tarea cabal y exitosamente. No
se preocupe por eso; preocúpese por disponerse para El.
Dios es quien concede la capacidad
Un tercer pretexto de Moisés fue su incapacidad física, específicamente en cuanto al habla. ―—Señor, yo
nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra—objetó Moisés--. Y esto no es algo que haya
comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta
mucho trabajo hablar‖(Éxodo 4:10).

Con frecuencia Satanás nos vende la idea de que no tenemos las capacidades para desarrollar alguna
tarea, bien en el plano secular o eclesial. Pero no es otra cosa que su estratagema para sacarnos del
camino. Dios no busca hombres perfectos, porque quizá el orgullo los ha doblegado y no podrán cumplir su
misión. Busca hombres que permitan el trato divino. Es a ellos a quienes puede moldear y a quienes usa en
sus planes.

Por eso le respondió que El podría suplir esa situación. Y fue tajante: ―Anda, ponte en marcha, que yo te
ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir‖(versículo 12).

―¿Por qué a mi, por qué ahora?‖

Esta frase popularizada entre quienes rehuir grandes responsabilidades, fue la que expresó Moisés como
última alternativa. ―Señor—insistió Moisés--, te ruego que envíes a otra persona‖(versículo 13).

Hay quienes desprecian enormes oportunidades porque dimensionaron lo que creían eran sus limitaciones
físicas, académicas o de liderazgo. Con el paso del tiempo se arrepienten.

El Señor tiene grandes planes para usted. Basta que se decida a serle útil. Es comprensible que sienta
miedo, pero recuerde que Dios está en control de todo. No lo dejará solo. El velará por usted, y además, le
ayudará a cumplir su misión...

Piénselo. Tal vez debe tomar esa decisión ahora. No tarde. Dios y el mundo le esperan para grandes
misiones...

Capítulo 13

Un líder en la encrucijada
Tomar decisiones que cambien el curso de nuestra historia no ha sido fácil y seguramente nunca lo será.
Decidir implica modificar cosas, hacer ajustes y reorientar planes.

Ahora sume otro ingrediente. A la complejidad de tomar una determinación acompañe un anuncio: el
camino que le resta es difícil y jamás faltarán los obstáculos. ¿Le parece estimulante una situación así? Sin
duda que no.

Moisés recibió instrucciones específicas del Señor para que abandonara Madián, en donde tras el exilio se
encontraba cómodo con su familia, ¡para regresar a Egipto!.

―Y dijo Jehová a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las
maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón de modo que no dejarán ir a mi
pueblo‖(Éxodo 4:21). El reto no solamente era muy grande sino que a la luz de la razón parecía no tener
lógica.

Imagine por un instante la situación de un estudiante de seminario bíblico que recibe, justo cuando está
cursando el último semestre, notificación de que una vez graduado debe ir a un sector rural distante de la
ciudad. ―No será fácil—advierte la comunicación—pero confiamos que Dios le acompañará en este
propósito de plantar una nueva congregación en ese lugar. De momento se encontrará con una familia de
creyentes. Son los únicos‖.
Sobra decir que llegar al sitio fue traumático. Era necesario viajar cinco horas en carro por una carretera sin
pavimentar que más parecía una trocha. Los cinco cristianos, pertenecientes a una sola familia, le asignaron
en medio de su pobreza una habitación donde abundaban toda suerte de bichos.

Fue de parcela en parcela predicando y después de dos años y tres meses, se reunían en los cultos
dominicales, treinta y dos personas.

¡Ahora sí encontraba sentido a la misión que le habían encomendado!.

Justo en esas condiciones le envían una nueva carta. Debe desplazarse a la capital para iniciar trabajo en
un barrio marginal. Allí no hay ningún creyente conocido, pero la denominación desea plantar una iglesia en
el sector.

¿Qué hacer? ¿Renunciar? ¿Seguir adelante? Ese es el punto crucial. Es tanto como caminar en medio de
una encrucijada.

Las asignaturas complicadas en la Escuela de Dios

Cuando tenemos la firme determinación de estar en el centro mismo de la voluntad del Señor, es necesario
cursar las asignaturas más complicadas. Usted lo sabe, lo ha sabido siempre y si no es así, es probable que
actualmente esté aprendiendo el precio que debe pagar quien se matricula en la Escuela de Dios.

Nadie que no haya sido tratado de manera personal por el Creador, podrá aspirar a grandes misiones.

El hecho de que haya recibido una orden directamente del Supremo Hacedor, no significa que todos
atenderán sus instrucciones. Así es que no manifieste extrañeza cuando aquellos a quienes enseña en la
congregación o quizá en un grupo de estudio bíblico, expresan rebeldía. Es previsible. Ocurre cuando algo
choca contra sus concepciones de siempre. No quieren recibir algo nuevo.

¿Comprende ahora lo que podía sentir Moisés? Su condición emocional no era la mejor. ―Entonces el rey
de Egipto les dijo: Moisés y arón, ¿por qué hacéis cesar al pueblo de su trabajo? Volved a vuestras
tareas‖(Éxodo 5:4).

La corte faraónica no esperaba que alguien diferente a sus magos les hablara de deidades. Y más
tratándose de Moisés que había sido de la realeza y fruto de dar muerte a un egipcio, se había dado a la
fuga.

Luis Sánchez, quien lidera una creciente congregación del sur de Santiago de Cali insiste en lo complicado
que resulta a un ex pandillero, quizá a un ex delincuente o otrora borracho o adúltero predicar una vez se
convierte a Jesucristo. ¿La razón? Quienes están alrededor desestiman sus mensajes o piensan que el
cambio será transitorio. Están a la expectativa de que caigan en pecado. Sencillamente no lo pueden
concebir.

En respuesta a la exhortación de Moisés, el Faraón impuso nuevos trabajos y más pesados que los
anteriores a los israelitas, por aquél tiempo esclavos (Éxodo 5:5-11).

Rechazado por su pueblo

Con frecuencia recuerdo la historia de un pastor a quien le correspondió una dura tarea: plantar una iglesia
en un sector popular de una ciudad. No fue fácil. Llegar con el evangelio de Jesucristo a gente sumida por
mucho tiempo en las tradiciones, no hizo otra cosa que generar rechazo.

Finalmente, cuando ya tenía un buen número de congregantes, alguien se levantó en división. Lo dejaron
literalmente solo y para destruir su ministerio, tres personas del liderazgo levantaron calumnias. Le tocó
comenzar de nuevo.

--El día que literalmente me sacaron del templo, descubrí el enorme dolor que despierta ser rechazado por
aquellos por quienes sufriste desvelos y situaciones complicadas—me dijo.

A Moisés la escena no le fue ajena. ―Y encontrando a Moisés y a Aarón, que estaban a la vista de ellos
cuando salían del Faraón, les dijeron: Mire Jehová sobre vosotros, y juzgue; pues nos habéis hecho
abominables delante de Faraón y de sus siervos, poniéndoles la espada en la mano para que nos
maten‖(Éxodo 5:20, 21).
El impacto debió ser demoledor para el patriarca. Es probable que se preguntara si valía la pena tanto
esfuerzo. “¿Qué gano yo a cambio de esta tarea?”, se preguntaba mientras miraba el desierto a lo lejos.

¿Se ha preguntado acaso de qué sirven sus desvelos? Es probable. Pero recuerde como líder que, justo
cuando llegan las circunstancias adversas es cuando debe volver su mirada al Señor en procura de ayuda.

En las fuerzas de Dios, no en las nuestras

El líder que permite que las cargas producto de su labor ministerial o secular se acumulen y busca
resolverlas a su manera, probablemente desistirá de las tareas a su cargo o se dará por vencido con la
firme decisión de no intentarlo nuevamente jamás.

¿Qué hacer en casos así? ir a nuestro Padre en procura de su ayuda, como hizo Moisés.

―Entonces Moisés se volvió a Jehová, y dijo: Señor, ¿por qué afliges a este pueblo?¿Para qué me
enviaste? Porque desde que yo vine a Faraón para hablar en tu hombre, ha afligido a este pueblo; y
tu no has librado a tu pueblo‖(Éxodo 5:22, 23).

Dios no espera que luchemos en nuestras fuerzas sino en las de El. Este principio bíblico tiene aplicación
tanto en nuestro desempeño eclesial como secular. Es una pauta que debemos tornar práctica. Los
resultados no se harán esperar, como ocurrió con Moisés:

―Jehová respondió a Moisés: Ahora verás lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte los
dejará ir, y con mano fuerte los echará de su tierra‖(Éxodo 6:1).

Es necesario que aprendamos a desarrollar una confianza plena en Aquél que tiene control de
absolutamente todas las cosas y nos puede ayudar a superar las crisis, cualesquiera que sean.

La decisión como alguien que sirve a Jesucristo y tal vez está en una encrucijada, es dejar en manos del
Señor sus cargas y no dar lugar para que el desgano o la desilusión ganen terreno. ¡Usted puede lograrlo!

Cambie su concepción de ―todo-lo-puedo‖ de quienes luchan a su manera con los obstáculos y no en las
pautas y principios trazados por el Señor.

Capítulo 14

La dura tarea de subir la montaña


¿Alguna vez escaló una montaña? Sin duda descubrió que conforme salvamos la distancia que nos separa
de la cima, las dificultades para avanzar y respirar son mayores. La presión, el viento y otros factores ajenos
a nuestro manejo, tornan imposible desplazarnos con la rapidez que anhelamos.

La imagen de un hombre o mujer subiendo a una cumbre es la mejor ilustración sobre las múltiples
tentaciones que asaltan a un líder cuando cumple una misión. Hay quienes desisten rápidamente y, así
hayan andado la mitad del trecho, vuelven atrás. Otros se desaniman porque consideran que “todavía falta
mucho” para llegar al punto más alto y no persisten. Un buen número prosigue la marcha pero influidos por
sus compañeros, llegan a considerar que las jornadas son muy difíciles. El grupo que llega a la cresta de la
montaña es reducido, sino es que solamente uno solo lo logra.

¿Ha experimentado una situación similar? Entonces comprenderá los complejos momentos que atravesaron
Moisés y Aarón en el proceso de librar a los israelitas del cautiverio egipcio.

No se desespere ¡Dios lo respalda!

Graciela Fleytas es una misionera argentina de las Asambleas de Dios asignada a Mozambique, en el
África. Llegó al lugar con una y mil iniciativas que pronto encontraron resistencia. Entre ellas la creación de
un orfanato y de un hospitalito.

Emprender la tarea no ha sido fácil. Por el contrario, en un mundo animista como el que habita en ese
continente, problemas y obstáculos son lo que encontró a su paso. Pero no se dejó vencer. Avanzar asida
de la mano del Señor Jesús constituyó la base para sobreponerse a la adversidad.
¿Qué descubrió en su ministerio? Que si Dios da la visión, el concede la provisión y asegura la bendición.
Tres elementos determinantes para toda persona que asume una enorme misión. ¿Quién permitirá
materializar la misión? El Señor mismo.

¿Recuerda dónde quedamos en las lecturas sobre la difícil tarea asignada a Moisés? Pues bien, sus
tropiezos iniciales no fueron nada comparado con lo que vendría. Tales hechos y la forma como los
enfrentó representan un ejemplo para nosotros hoy.

Los primeros versículos del capítulo 7 del Éxodo nos revelan aspectos sumamente interesantes que le invito
a considerar y a aplicar en su vida.

―Toma en cuenta le dijo el Señor a Moisés que te pongo por Dios ante el faraón. Tu hermano Aarón
será tu profeta. Tu obligación es decir todo lo que yo te ordene que digas; tu hermano Aarón, por su
parte, le pedirá al faraón que deje salir de su país a los israelitas. Yo voy a endurecer el corazón del
faraón, y aunque haré muchas señales milagrosas y prodigios en Egipto, él no les hará caso.
Entonces descargaré mi poder sobre Egipto; ¡con grandes actos de justicia sacaré de allí a los
escuadrones de mi pueblo, los israelitas! Y cuando yo despliegue mi poder contra Egipto y saque de
allí a los israelitas, sabrán los egipcios que yo soy el Señor.‖(Exodo 7:1-5. Nueva Versión
Internacional).

Representamos a Dios mismo

Colóquese por un instante en los zapatos de Moisés. Aquél que todo lo puede le encomendó una misión. En
ningún momento le prometió que sería fácil; por el contrario, es a través de la dura experiencia de estar
matriculado y cursando asignaturas en la “Escuela de Dios”, que aprendió sobre los alcances de su nueva
condición.

Al decir sí al llamamiento divino, se convirtió en Su representante ante Faraón.

Moisés fue puesto ―por Dios ante el faraón‖. Son las credenciales del Todopoderoso las que confieren
autoridad y las posibilidades para desarrollar el trabajo propuesto. No es en nuestras fuerzas, sino en las de
Dios.

Quizá usted oró por un trabajo. El se lo proveyó. Hoy siente que no puede. ¿Quién respondió a sus
oraciones? El Señor mismo. Es sabio y por tanto, abrirá una salida a vista suya. No está solo ni en un
laberinto del que no puede salir.

¿Ejerce el liderazgo en una iglesia y siente que no puede seguir adelante?¿Todos están en contra
suya?¿Enfrenta la intolerancia y la incomprensión? Es posible vencer. Usted es el representante de Dios.
¿Acaso no depende de Él? Entonces, ¿qué impide que alcance los objetivos de la misión que recibió?.

Nuestra obligación: Cumplir aquello que dispuso Dios

El Señor no necesita que le demos “una ayudadita”. El es poderoso para hacer cuanto se ha propuesto.
Empujar junto a Dios no es otra cosa que poner un obstáculo atravesarnos en Su camino. Es necesario
dejarlo que obre.

Dios fue claro con Moisés: ―Tu obligación es decir todo lo que yo te ordene que digas; tu hermano
Aarón, por su parte, le pedirá al faraón que deje salir de su país a los israelitas‖.

¿Ha intentado hacer las cosas a su manera creyendo que Dios le respaldará? La advertencia del Supremo
Hacedor fue clara: el patriarca debía limitarse a hacer aquello que se le había ordenado. Igual nosotros.
Obediencia es una de las palabras clave para un ministerio exitoso.

Dios es quien pelea la batalla

Hace poco tiempo recibí la carta de una pareja pastoral. Fueron asignados a un territorio dominado por el
tradicionalismo religioso. Llevaban varios meses predicando sin que se produzca ninguna conversión a
Cristo.

“No sabemos qué hacer—decía la comunicación--. Hemos invertido buena parte de nuestro tiempo
evangelizando, distribuyendo tratados, haciendo cultos callejeros. Estamos desesperados. ¿Considera que
lo más apropiado es regresar a nuestra ciudad? Podríamos trabajar vendiendo algo y así restablecer
nuestra vida secular”.
¿Cuál sería su respuesta? Pues le compartiré cuál fue la mía: “Quédense en el mismo lugar. Dios los llamó,
Dios responderá. El hará prosperar Su obra. No luchen en sus fuerzas, luchen en las fuerzas del Señor”.

Dios es quien pelea con nosotros, tal como lo prometió a Moisés: ―...y aunque haré muchas señales
milagrosas y prodigios en Egipto, él no les hará caso. Entonces descargaré mi poder sobre Egipto‖.

Es probable que como líder considere que ya hizo mucho y no puede más. Ha pensado en renunciar. ¿Es
aconsejable? En absoluto. Cumpla lo que Dios le llamó a hacer, y si las luchas son enormes, deje que Él
pelee por usted. Dios finalmente cumplirá aquello que se propuso: ―Y cuando yo despliegue mi poder
contra Egipto y saque de allí a los israelitas, sabrán los egipcios que yo soy el Señor‖.

¡El enemigo se opone!

Por supuesto que Satanás y sus huestes salen al paso tratando de impedir que cumplamos la misión. Es
algo apenas previsible. No es nada nuevo, por el contrario, ha sido así desde la misma creación del
Universo.

Cuando Dios confió a Moisés el poder para demostrar a Quién representaba, el diablo quiso imitar todo. Y lo
hizo a través de los hechiceros al servicio de Faraón: ―Moisés y Aarón fueron a ver al faraón y
cumplieron las órdenes del Señor. Aarón arrojó su vara al suelo ante el faraón y sus funcionarios, y
la vara se convirtió en serpiente. Pero el faraón llamó a los sabios y hechiceros y, mediante sus artes
secretas, también los magos egipcios hicieron lo mismo: Cada uno de ellos arrojó su vara al suelo, y
cada vara se convirtió en una serpiente. Sin embargo, la vara de Aarón se tragó las varas de todos
ellos.‖(Éxodo 7:10-12. Nueva Versión Internacional).

¿Acaso le ha ocurrido que al interior mismo de la congregación hay quienes se levantaron en su contra y
pusieron en tela de juicio el liderazgo que desarrolla? ¿Enfrentó en algún momento los aires de la división
en la iglesia?¿Fue blanco de ataques injustificados? Sin duda que responderá afirmativamente a uno de los
tres interrogantes sino es que dice si a todos.

Satanás es astuto. Es el artífice de muchas doctrinas de error que arrastran a hombres y mujeres,
alejándolos de la Salvación de Cristo. Pero lo grave es que engaña incluso a quienes están en el Camino
correcto.

Al diablo hay que confrontarlo en las fuerzas de Dios. Y una estrategia eficaz es orar al Padre pidiendo su
intervención, y declarando rotas las estratagemas satánicas que se levantan en contra. No olvide que usted
tiene la autoridad que le confirió el Señor Jesucristo, y es necesario ejercerla...

Nunca lo olvide: el poder es de Dios, no suyo

Despierta preocupación que decena de líderes cristianos son humildes en tanto comienzan su labor. Pero
una vez Dios los utiliza como instrumentos con poder y autoridad, olvidan que el poder proviene del Altísimo
y no es fruto de méritos propios.

¿Recuerda las plagas con las que el Señor asoló a los egipcios? Personalmente siempre me han parecido
algo extraordinario que rompió toda lógica y demuestra en Quién hemos creído.

Recordémoslas de nuevo. Son nueve plagas: de la sangre (Éxodo 7:14-25), de las ranas (Éxodo 8:1-15), de
los piojos (Éxodo 8:16-19), de las moscas (Éxodo 8:20-32), de la muerte del ganado (Éxodo 9:1-7), de las
úlceras a personas y bestias (Éxodo 9:8-12), del granizo (Éxodo 9:13-35), de las langostas (Éxodo 10:1-20)
y de las tinieblas (Éxodo 10:21-29).

El colofón de todo fue el anuncio sobre la muerte de los primogénitos (Éxodo 11:1-10) que tuvo
cumplimiento unos cuantos versículos más adelante (Éxodo 12:29-35).

El poder fue enorme. Pero era de Dios. Moisés lo entendió así y no se llenó de vanagloria. No vaya a ocurrir
en su vida que confunda cuál es la fuente de poder.

Quienes incurren en este desliz, rápidamente caen. Terminan frustrados. Sus vidas se vuelven un caos y en
el colmo de su descaro, echan la culpa a Dios. ¡Tremendo error! Son los orgullosos quienes desconocen el
obrar divino.
Capítulo 15

Un viaje a lo desconocido
Ocurrió con Abraham. Dios le dijo: --Vete de tu tierra y de tu parentela a la tierra que te mostraré.

Igual con Moisés: --Sacarás a mi pueblo de Egipto y los llevarás a la tierra que te mostraré.

Dos escenas diferentes en espacios de tiempo absolutamente distintos, pero con un elemento común: el
Señor les asignó una misión aunque no les entregó el itinerario completo del viaje. Algo así como un Rally,
¿los ha visto? Los competidores encuentran, en cada objetivo cumplido, una nueva pista que los conducirá
a la meta.

Ese hecho determinada que debieron aprender a desarrollar confianza en el Creador. Esa confianza iba
acompañada de varios elementos: el primero, reconocer su imposibilidad humana de poder cumplir la tarea
a menos que acudieran a las fuerzas de Dios. Este es sin duda uno de los aspectos de mayor trascendencia
en la vida de todos aquellos que sirven al Rey de reyes y Señor de señores.

El segundo aspecto radica en vivir el presente sin afanarse por los compromisos que vendrían mañana. En
muchas ocasiones deseamos desarrollar la tarea pastoral en un solo día, nos agotamos sin razón y
terminamos rendidos a la desesperanza. Cumpla su labor hoy. Si tiene forma, adelante algo de mañana,
pero si solamente cumplió lo dispuesto para este día, ¡Gloria a Dios!.

Un tercer elemento interesante lo representa asumir que, si estamos en el centro de la voluntad de Dios, las
cosas saldrán bien.

Por último, asumir el hecho de que Dios dará una salida cuando, en cumplimiento de la misión,
encontramos grandes obstáculos a nuestro paso.

En conjunto estos principios deben conducirnos a uno que sintetiza estas enseñanzas que se desprenden
de liderazgo en la “Escuela de Dios”: quien ocupa una posición relevante en el servicio de la obra, debe
estar preparado para hacer ajustes a los planes.

Generalmente tenemos una visión de las cosas y sobre cómo podrían terminar. Eso forma parte del empeño
equivocado de tener todo bajo nuestro control. Cuando algo se sale de las manos, entramos en crisis. De
ahí que, cuando encontremos inconsistencias con aquello que esperábamos que ocurriera, antes que salir
corriendo presa de la angustia, es necesario prepararnos para introducir modificaciones a los planes
iniciales. Esta pauta de vida tiene aplicación en la vida secular pero también en el desenvolvimiento eclesial.

Ahora ¡Lo difícil!

Si las plagas que trajo Dios sobre Egipto desataron animadversión sobre Aarón y Moisés, mucho más el
anuncio que haría días después. El Señor le mandó a alertar al monarca sobre la muerte de los
primogénitos, no solo de los egipcios sino también de sus animales (Éxodo 12:29). Le debería advertir que
producto de la manifestación divina, ellos le pedirían a los israelitas que se fueran cuanto antes de su
territorio (vv.31-33).

¿Cumpliría usted con agrado una tarea así? Sin duda que lo pensaría dos veces; sin embargo a los
hombres que Dios utiliza no les corresponde cuestionar sino obedecer.

Además, el Señor dispuso poner gracia sobre los moradores de aquél país para que dieran a los hebreos
joyas y objetos de valor, lo que sin duda ni siquiera pasó por la imaginación de Moisés apenas recibió la
encomienda (vv.35, 36).

Cierto día hablaba con un evangelista internacional. Su mayor sorpresa—según me explicó—era la forma
como Dios lo llevaba a nuevas alturas en la tarea evangelizadora. ¿Cuál fue el secreto? Lo resumió en tres
principios: obedecer a Dios, desarrollar confianza en Él y esperar instrucciones sobre el nuevo paso que
debía de dar.

Cuando caminamos tomados de la mano del Creador, Él nos llevará por camino seguro. No es fácil que
comprendamos lo que está ocurriendo, pero si confiamos, la paz embargará nuestro corazón.
Es similar a cuando usted viaja en avión. No cuestiona los pasos que dio el piloto al momento de emprender
el carreteo de la aeronave en la pista, la carrera de impulsión y mucho menos el decolaje. Usted espera que
todo transcurra dentro de los límites previsibles. Igual con Dios, él obrará para bien nuestro y el de quienes
nos rodean.

¿Y ahora qué?

Dejar Egipto implicaba volver la página de un amargo capítulo en el que los israelitas estuvieron 430 años
en cautividad. La salida de Rameses aquella noche, la emprendieron seiscientas mil personas que
emprendían camino a la libertad (Éxodo 12:37, 38).

Ahora, ¿por qué no hicieron un tránsito rápido entre territorio egipcio y la Tierra Prometida? Porque el
pueblo hebreo no estaba preparado para enfrentar los filisteos y las muchas dificultades que se iban a
desprender de atravesar sus propiedades. Lo más probable es que se hubiesen desalentado (Éxodo 13:17,
18).

La pregunta natural es, ¿Adónde vamos? Usted seguramente la haría. Yo mismo me he formulado este
interrogante una y mil veces cuando, andando en los caminos de Dios, he encontrado a mi paso situaciones
que están por fuera de mi comprensión. Es algo que nos ha ocurrido a todos.

En la vida secular y eclesial se conjugan este tipo de períodos de incertidumbre; cuando nos asalten, es
necesario ir a Dios en oración para que nos enseñe el sendero a seguir. De algo que no podemos dudar en
absoluto, es que nos enseñará el sendero más apropiado.

En el caso de los israelitas, el Señor que tiene todo cuidadosamente calculado y quien responde a nuestro
clamor en procura de ayuda, les guió durante el día con una nube y en la noche, a través de una columna
de fuego. De esta manera, además de emprender jornadas permanentes, tenían asegurado el hecho de que
irían en el camino indicado, aquél que estaba en los planes del Altísimo.

¿Sigo adelante, me detengo o me regreso?

Imagina por un instante que va en su auto conduciendo a través de una autopista desconocida. A
oscurecido y le urge llegar al poblado mas próximo. E pronto falla el sistema de luces. Y usted, en medio del
camino, deja que llegue a su mente y a su corazón una pregunta que paraliza: ―¿Y ahora qué hago, ¿Sigo
adelante, me detengo o me regreso?”

La inquietud llegó a los israelitas cuando iniciaron el trasegar por el desierto. Dios de antemano sabía que el
sendero que seguían llevaría a que el Faraón y sus ejércitos consideraran que estaban atrapados (Éxodo
14:1-4). Sin embargo no era así; todo formaba parte de los planes infinitos de nuestro amado Dios.

Es probable que en su existencia ocurran hechos que no se explica. Si tiene la certeza de estar caminando
de la mano del Señor, es evidente que por medio de esas circunstancias, aprenderá algo nuevo que le
servirá en su vida personal y ministerio (Romanos 8:28).

Dios mismo lo tenía definido así. ―Lo hago así para glorificarme en lo que haga el faraón y a todos sus
ejércitos, y para que los egipcios sepan que yo soy Jehová. Ellos acamparon donde Jehová les
había dicho‖(Exodo 14:4. Versión La Biblia al Día, paráfrasis).

La reacción de Faraón fue para su perdición y la de sus súbditos. Igual para quienes pelean contra un hijo
de Dios, se estrellan contra un enorme muro. En todo instante el Señor es nuestro ayudador.

―Toda la caballería del faraón, caballos, carros y conductores, fue usada en la persecución. El
ejército egipcio divisó al pueblo de Israel acampado en la costa, cerca de Pihahirot, frente a
Baalcefón‖(Exodo 14:9. Versión La Biblia al Día, paráfrasis).

Obviamente el que surgieran inconvenientes, desencadenó incertidumbre y temor entre los israelitas. Es
probable que ante la inminencia de peligros o problemas a usted también lo asalte la ansiedad. Contrario a
lo que muchos piensan, antes que un pecado es una reacción normal, previsible. Negarse a esas
emociones genera un estado de desaliento cada vez mayor.

Cuando vengan situaciones así a su existencia, reconozca que está atravesando por un momento complejo,
pero inmediatamente vuelva su mirada al Creador en procura de ayuda, la cual sin duda vendrá.

―...y se atemorizaron en gran manera, y clamaron a Jehová pidiendo ayuda‖(v. 10 b).


No olvide que ante emociones que nos afectan y nos llevan a la desestabilización, es importante retomar el
control depositando toda nuestra confianza en Dios. Observe que hemos utilizado varias veces la palabra
confianza. Es esencial que la manifestemos en nuestra vida cuando se trata de la intervención divina. Un
principio que usted debe asumir es depositar su confianza en el Todopoderoso cuando surgen obstáculos
en el camino.

Asumir las responsabilidades

Algo curioso que enfrentan los líderes en el plano secular o eclesial, es que cuando algo se sale de su
presupuesto mental, buscan inmediatamente a quién echarle la culpa. Y los que llevan la peor parte, en
buena parte de los casos, son aquellos que están ejerciendo el liderazgo.

Moisés no fue la excepción. El pueblo se volvió en su contra. Le dijeron: ―¿Nos has traído para morir en el
desierto por que no había suficientes tumbas en Egipto?¿Por qué nos hiciste subir de
Egipto?‖(Éxodo 14:11. Versión La Biblia al Día, paráfrasis).

Un líder consciente de su compromiso, no renuncia ni vuelve atrás. ―Pero Moisés le dijo al pueblo: No
teman, quédense donde están y observen la forma maravillosa en que Jehová los salvará en este
día. Los egipcios que ven, no los volverán a ver nunca mas. Jehová peleará por ustedes y no tendrán
que levantar un solo dedo‖(Exodo 14:13, 14. Versión La Biblia al Día, paráfrasis). Sobre esta base, la
tarea de los israelitas era confiar en Dios y avanzar.

Dios dará la salida

Cuando vengan problemas, tenga la certeza de que Dios responderá ofreciendo una salida. Incluso, aquella
que usted menos imagina. Si está caminando en el centro mismo de la voluntad del Señor, Él le mostrará
qué camino seguir para salir del laberinto.

―Jehová le dijo a Moisés:--Deja de orar y dile al pueblo que marchen. Extiende tu vara sobre las
aguas, y el mar abrirá un sendero delante de ti, y todo el pueblo de Israel podrá cruzarlo como en
tierra seca. Yo he engrandecido el corazón de los egipcios, y ellos los seguirán, y verán como honro
mi nombre derrotando al faraón, con todos sus ejércitos, sus carros y sus caballos. Todo Egipto
sabrá que yo soy Jehová‖(Exodo 14:15, 18. Versión La Biblia al Día, paráfrasis).

Todo cuanto hace nuestro amado Creador es perfecto. Absolutamente nada escapa a su control. Y tal como
lo prometió, lo cumplió. Su ángel acompañó a los israelitas (v. 19) y empañó con densa oscuridad la
distancia que separaba a los egipcios del pueblo de Dios.

Y en el momento oportuno, ni antes ni después, Él abrió el mar Rojo (v. 21) de tal manera que ―¡El pueblo
de Israel caminó a través del mar por tierra seca!‖(v. 22). Cuando terminaron su tránsito, Dios ordenó
a Moisés extender su vara sobre la inmensa masa de agua detenida a lado y lado. ―Moisés lo hizo así
y el mar regresó a su posición normal bajo la luz de la mañana. Los egipcios trataron de huir, pero
Jehová los hizo ahogarse en el mar. El agua cubrió el sendero, los caballos y sus jinetes. Y todo el
ejército del faraón que perseguía a Israel a través del mar pereció‖(versículos 27, 28).

Dios cumplió en los hebreos su plan. Ellos se dispusieron, y aquello que prometió, ocurrió.

Usted inició como líder una tarea a la que no debe renuncia hasta tanto se lleve a cabo. Jamás olvide que si
Aquél que todo lo puede, le llamó, Él le conducirá al pleno cumplimiento del cometido. Hay tres palabras
que deberá recordar nuevamente como principios de un liderazgo eficaz: confianza en Dios, espera en Dios
y perseverancia con ayuda de Dios... ¿Está dispuesto a proseguir?

Capítulo 16

Un líder frente a las murmuraciones

¿Renunciar?¡Jamás!
Una de las grandes invenciones de la humanidad fue el microscopio. Quizá usted tenga una opinión
diferente y considere que la televisión, la radio o tal vez la aeronavegación representaron avances históricos
de trascendencia para toda la humanidad. Sin embargo me reafirmo: considero un paso agigantado la
articulación del microscopio. Ha permitido a los científicos apreciar en una dimensión mayor partículas
diminutas que escapan a la visibilidad.

Ahora, vamos a la vida práctica. Hay personas que asumieron en su vida un microscopio espiritual. ¿Por
qué razón? Porque los problemas, por diminutos y triviales que sean, los agigantan a proporciones
descomunales. A partir de insignificancias desatan verdaderas tormentas que nada le envidiarían al diluvio
universal.

Los israelitas en su salida de Egipto y, posteriormente, durante el tránsito por el desierto, tenían su propio
visor. Con él agrandaban las dificultades y, automáticamente, generaban rechazo al obrar de Dios. No
habían aprendido a confiar en el Señor y ante el más mínimo inconveniente, desencadenaban un huracán
que sacaba a flote su condición de hombres y mujeres acostumbrados a la esclavitud, que no querían
superar esa situación.

Un pueblo así fue al que debió guiar Moisés. ¿Qué hubiera hecho usted en su caso? Probablemente habría
renunciado.

¿Y si algo sale mal?

¿Cómo identificamos que tenemos un microscopio espiritual en nuestras vidas? Sencillo: cuando no
aceptamos que algún hecho, por mínimo que sea, marque una diferencia entre aquello que esperábamos y
lo que ocurre realmente. No olvide que los seres humanos concebimos las cosas conforme creemos que
deben ser, y si no acontecen como aspirábamos, nos asalta el desánimo, la desesperación y el íntimo
deseo de no seguir luchando.

Moisés, un líder que se forjó con el paso del tiempo y quien compartió las expectativas que nos asaltan a
usted y a mi en diferentes períodos de la existencia, sacó al pueblo del territorio próximo al mar Rojo y
cuando, después de tres días de camino, atravesaban el desierto de Shur, se encontró con enormes
dificultades cuando no se halló agua dulce para beber.

―Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a
Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en ellas aguas, y las aguas se endulzaron, y allí los
probó...‖(Éxodo 15:24, 25).

La solución: no doblegarse ante la desesperación. En su desempeño ministerial o de liderazgo, tampoco la


salida a la encrucijada es volver atrás ni salir corriendo. Un verdadero líder enfrenta los malos momentos,
no con temor sino con la firme convicción de que podrán superarse. Esa certeza motivó a Moisés a implorar
la respuesta divina para encontrar una alternativa.

Ahora, algo más que aprendemos es que los problemas no son para siempre. ―Y llegaron a Elim, donde
había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí junto a las aguas‖(Éxodo 15:27).

Guiar al pueblo a cosas mejores

Los líderes tienen la característica de ser motivados por una visión. No conozco la primera persona que
vuelque sus esfuerzos a trabajar y trabajar sin que medie un propósito o un objetivo claro. Quien lidera,
generalmente sabe a dónde quiere llegar.

Consideremos un ejemplo sencillo. Alguien establece una empresa para la comercialización de productos
domésticos. Ha estudiado el terreno y conoce que la mercancía tendrá salida; sin embargo quienes trabajan
a su lado, están solamente interesados en el sustento, en lo que ven. Aunque les advierte que vendrán
tiempos mejores, sus inmediatos colaboradores no se inquietan más que por aquello que ven y que palpan.

Etapas así la han enfrentado todos aquellos que lideran. No es algo nuevo, por el contrario, se trata de una
actitud muy frecuente.

Dos meses después de salir de la cautividad, cuando se encontraban entre Elim y Sinaí y a pocos días de
haber superado el impase de las aguas amargas, surgió otro inconveniente:

―Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está
entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto. Y
toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y decían
los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos
sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a
este desierto para matar de hambre a toda esta multitud‖(Éxodo 16:1-3).

La gente buscaba algo por qué protestar. ¿Ha visto creyentes así o tal vez compañeros de trabajo quienes a
todo le encuentran problema? Se convierten en hombres y mujeres expertos en ver lo malo antes que lo
bueno. ―Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo, y el pueblo saldrá, y recogerá
diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no‖(versículo 4).

El Señor salió al paso con una solución. Si Él le llamó a servirle, no le dejará solo. Usted tiene Su divino
respaldo. Este es un principio que debió aprender Moisés en la práctica. Justo cuando estaba más inquieto,
el Señor respondía. Era tanto como si le dijese: “Esfuérzate y sé valiente, estoy contigo‖.

―Dijo también Moisés: Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta
saciaros; porque Jehová a oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él;
porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra
Jehová‖(versículo 8).

Dios cumplió su promesa. Por segunda vez respondía a las murmuraciones del pueblo.

¿Cuándo aprenderán?

Hay un término muy en boga en Latinoamérica que nuevamente les recuerdo. Dice: “Recibe palo porque
bogas y palo porque no bogas”. Se refiere a los que polemizan y generan problemas porque sí y porque no.
No tardan mucho en encontrar falencias, aunque todo luzca perfecto en apariencia.

―Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al
mandamiento de Jheová, y acamparon en Refidin; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y
altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué
altercáis conmigo?¿Por qué tentáis a Jehová?‖(Éxodo 17:1, 2).

Les asaltó la sed y, ¿hacia quién volcaron su frustración? Hacia Moisés. Un líder, en buena parte de las
ocasiones, lleva consigo el peso del pueblo al que está guiando. Lo más complejo es que siempre recibe
críticas y pocas veces una voz de estímulo por la labor que realiza. ¿Vale la pena que renunciemos? En
absoluto. Usted y yo fuimos llamados a vencer, no a dejarnos vencer.

El patriarca actuó como ya se estaba acostumbrado a obrar: ―Entonces clamó Moisés a Jehová,
diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán‖(versículo 4).

Aprendiendo a delegar

Hasta aquí hemos apreciado a un líder inmerso en problemas, no porque los haya buscado sino porque el
pueblo al que guiaba, era rebelde. Pero las dificultades le llevaron a un aprendizaje progresivo, lo que
capacitó para que actuara con excelencia.

En particular un incidente, fruto de la visita de su suegro Jetro, le enseñó una valiosa lección. Al apreciar
que todo el trabajo recaía en Moisés, el anciano le recomendó delegar. Un principio que deben asumir
quienes ejercen liderazgo, bien en el plano eclesial o secular.

―Viendo el suelo de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el
pueblo?¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la
tarde? Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces‖(Éxodo 18:13-17).

Fue en ese momento en que experimentó la delegación. Y dio resultado porque, hombres previamente
seleccionados, comenzaron a ayudarle en sus tareas. Ese es un principio fundamental de trabajo en equipo.
Ya pasó la época en que el líder hacía todo, desde abrir el templo, recoger las ofrendas, predicar, y terminar
la jornada con labores de aseo.

La ingratitud contraataca

Pasados ya tres problemas complejos, surgió uno más: los israelitas se cansaron de comer el maná.
―Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió
en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento. Y la gente extranjera
que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron:
¡Quién nos diera a comer carne...‖(Números 11:1, 4).
La situación generó en Moisés una crisis, hasta tal punto que fue a Dios con amargura. Le dijo: ―No puedo
yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces tú conmigo, yo
te ruego que me des la muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal‖(versículos
14, 15).

¿Le han asaltado etapas de desesperación? Es probable que sí. Todos las hemos enfrentado. Pese a ello,
es menester seguir adelante. Para lograrlo, buscamos en Dios la fortaleza y damos un nuevo paso, y luego
otro más, y otro... pronto habremos recorrido un largo trecho.

Ahora, Dios respondió enviando codornices a los israelitas, pero pagaron su codicia con la muerte, como
leemos entre los versículos 31 y 34.

¿Enemigos? Hasta en la propia familia

Me gusta utilizar refranes que identifican nuestra cultura latinoamericana. De paso vale la pena resaltar que
son frases cortas que encierran una enorme sabiduría. Uno de ellos reza: “No hay cuña que más apriete
que la del mismo palo”. Indica de manera directa, que los más cercanos son en ocasiones quienes mayores
problemas nos causan.

¿Ha enfrentado una situación así como líder? Sin duda. Moisés también vivió una situación así.

―María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado; porque él había
tomado mujer cusita. Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová?¿No ha hablado
también por nosotros? Y lo oyó Jehová‖(Números 12:1, 2).

¿Cómo debió sentirse nuestro protagonista? Sin duda abrumado. Pero no estaba solo, como usted y yo
tampoco lo estamos. Si Dios nos escogió para alguna tarea de liderazgo, es porque conoce quiénes somos,
nuestras capacidades y lo lejos que podemos llegar si caminamos tomados de Su mano.

Producto de su rebeldía, María acarreó las consecuencias. Se vio cara a cara con la desgracia: vino sobre
su cuerpo la lepra. Pese a ello, la nobleza y disposición de perdón que asistía a Moisés, intercedió a su
favor: ―Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora‖(versículo
13).

Momentos difíciles hemos atravesado todos. Usted y yo no somos ni los únicos ni los últimos, como repetiré
hasta la saciedad. ¿Cuál es el secreto para sobreponernos con éxito? Confiar en Dios cuando arrecia la
tormenta. ¡Venceremos! No olvide que fuimos llamados a vencer y no a la derrota...

Capítulo 17

Sembrando para el hoy y la eternidad


Charles soñó un gran sueño y lo emprendió: trabajó por muchos años con el propósito de ser un próspero
empresario y salir de las penurias bajo las cuales creció. El anhelo que acariciaba desde niño era superar la
crisis permanente que llevó a sus padres, y por ende, a toda la familia, a malvivir con unos cuantos pesos.

A los cincuenta y dos años cuando había terminado de pagar un préstamo grande que contrató con la
banca para adquirir maquinaria, y para tranquilidad de todos había saldado la hipoteca que tenía sobre la
casa, sufrió un infarto.

El mal momento llegó cuando menos lo esperaba. Si alguien, en el momento en que agonizaba, le hubiese
preguntado qué era lo que tenía en mente en aquella etapa de su existencia, habría recibido como
respuesta la esperanza que le embargaba de disfrutar una buena vejez. Sin embargo partió a la eternidad.

--Trabajó por años para morir cuando estaba a las puertas de disfrutar de todo su esfuerzo—murmuró la
esposa al compartir la desolación que le embargaba el sorpresivo deceso.

¿Injusto? Tal vez. Es el primer pensamiento que viene a nosotros cuando revisamos el devenir de alguien
que lucha por un ideal, una meta o un propósito para irse a la eternidad antes de llegar a disfrutar del
trabajo realizado.
También podríamos pensar que fue injusto lo que ocurrió con Moisés. Después que partieron de los pozos
de Ben Jacam a Moserá, falleció Aarón, el hermano que luchó a brazo partido para ayudarle a coronar el
objetivo de entrar en la tierra prometida (Deuteronomio 10:6). El vacío debió ser enorme.

Tras mucho trasegar, y cuando habían agotado la mayoría de las jornadas que les separaba del anhelado
territorio, se reunió con los israelitas. Les recordó de qué manera había obrado el Señor en sus vidas, las
leyes y observancias a tener en cuenta, y las instrucciones impartidas con el mismo amor de un padre hacia
los hijos que partirán a un viaje muy largo, a los cuales tal vez no volverá a ver.

La hora final

―Aquel mismo día el Señor dijo a Moisés: ―Sube al momento Abarim, al monte Nebo, situado en Moab,
frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que doy en herencia a los israelitas. En este monte al cual
subes, serás reunido a los tuyos, como murió Aarón tu hermano en el monte Hor, y fue reunido a los
suyos. Porque pecaste contra mí en medio de Israel, ante las aguas de la rencilla de Cades, en el
desierto de Zin; porque no manifestasteis mi santidad ante los israelitas. Por eso solo verás la tierra
desde lejos, pero no entrarás en ella, en esa tierra que doy a los israelitas‖(Deuteronomio 32:48 -52).

Este pasaje es uno de los más emotivos que encontramos en las Escrituras. Puedo asegurarle que si
hubiese tenido el privilegio de estar en ese lugar, habría dejado escapar muchas lágrimas. No es para
menos; lo que ocurría era conmovedor.

Moisés sufrió con el pueblo hebreo la sed, el calor, la angustia, la desolación, y ahora, cuando creían que
todo había terminado, encuentra que la tierra por la que tanto se esforzó, sólo podría verla de lejos.

Recuerdo ahora los esfuerzos de un pastor que trabajó arduamente por dar solidez a una denominación
cristiana en Santiago de Cali. Luchó contra una y mil adversidades. Entregó todo de sí. Sacrifico tiempo y lo
que más amaba: su familia.

Cuando la congregación estaba en el punto más alto, el volumen de asistentes crecía y tenía muchos
planes en mente, recibió instrucciones de los superiores para abandonar la ciudad e irse a otro país a
plantar una iglesia. ¡Debía comenzar desde cero!.

¿Cuáles son sus expectativas?

Cuando servimos en la obra del Señor Jesucristo, debemos hacerlo con entrega total. Por supuesto, todos
los obreros y líderes guardamos una carga de expectativas. Pero fijarnos en aquello que esperamos y que,
posiblemente, no llegue a ocurrir, nos anticipará una frustración que no vale la pena.

Imagine los hombres que construyeron la Torre Eyfel. Ahora, por un instante trasládese a la escena. ¿Qué
ve?¿Hombres preocupados porque un terremoto podría echar por tierra su obra? En absoluto. Tenían todo
el deseo del mundo por ver concluida la estructura de hierro. Era su principal motivación.

Ahora traslade esta figura a su propia existencia. ¿Cuáles son sus principales motivaciones para todo
cuanto hace? Sume un segundo interrogante, ¿qué ocurre si no se materializa aquello que esperaba?

Nuestra mirada debe estar puesta al frente, nunca atrás ni con nostalgia en un presente que se va.

La satisfacción del deber cumplido

Nuestro principal objetivo debe ser cumplir con aquello que nos hemos propuesto, poniendo todo el
esfuerzo, así no alcancemos a ver los resultados.

Cuando leemos el capítulo 11 de la carta universal a los Hebreos, anota algo sumamente interesante al
referirse a los hombres de fe: ―Y todos éstos, aunque aprobados por el buen testimonio de su fe, no
recibieron el cumplimiento de la promesa...‖(Hebreos 11:39).

¿Puede apreciarlo? Creían y avanzaban, sin que su entusiasmo menguara, aún cuando era probable que
no viesen materializado aquello por lo que estaban dispuestos a ofrendar su existencia.

Moisés llegó al final de sus días y de su misión con la frente en alto. ―Entonces Moisés subió de los
campos de Moab al monte Nebo, a la cumbra de Pisga, que está frente a Jericó. Y el Señor le mostró
toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés... Y allí Moisés
siervo del Señor, murió en la tierra de Moab, conforme lo había dispuesto el Señor‖(Deuteronomio
34:1-5).

Usted debe sentar las bases, ser pionero, atender el llamamiento de Dios y la misión, tal como la recibió.
Probablemente no recibirá la gloria ni los honores, tal vez le corresponderán a su sucesor, como ocurrió con
Moisés. Pese a ello, no debe desanimarse.

Recuerde que usted y yo estamos dejando las huellas que otros seguirán, hasta alcanzar aquello que ha
ocupado nuestros esfuerzos, sueños y esperanzas... ¡Adelante, termine bien la carrera que emprendió en la
obra de proclamación del Evangelio!

El apóstol Pablo, en una de sus últimas cartas a los creyentes, escribió: ―No que lo haya alcanzado ya, ni
que ya sea perfecto, sino que prosigo, por ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado
por Cristo Jesús... prosigo a la meta, al premio al que Dios me ha llamado desde el cielo en Cristo
Jesús...‖(Filipenses 3:12, 14).

Quiera Dios que tras haber cumplido nuestras asignaturas en la “Escuela de Dios” y entendido que ser líder
es fácil pero tampoco imposible, cumplamos fielmente nuestra tarea...

Capítulo 18

El líder se sobrepone a la adversidad

¿Qué impide salir adelante?


Apolinar Salcedo vio muchos atardeceres en su pequeño pueblo hasta que un accidente, a los siete años de
edad, le dejó ciego. Un amigo con quien compartía juegos disparó un arma, y el proyectil impactó el rostro
del muchacho.

¿Sus orígenes? Una familia sumidad en una precariedad económica considerable. Sin la capacidad de ver,
enfrentando carencias económicas y confinado en un pueblo en el que difícilmente podría acceder a los
avances tecnológicos ¿Cuál podría ser su futuro? Para muchos el fracaso. Sin embargo lo que para la gran
mayoría de personas significaba una situación desesperada, se constituyó para Apolinar en el principal reto
para vencer.

No solo concluyó sus estudios básicos y secundarios sujeto a la penumbra, sino que además se empeñó en
ir a la universidad. Cursó la carrera de derecho, sobresalió como abogado, y por si fuera poca la trayectoria,
llegó a ser elegido Concejal en Santiago de Cali, reelegido varias veces y por último, aspiró y ganó por
amplia votación, la posición de alcalde de la ciudad.

Apolinar Salcedo llegó a ser uno de los pocos alcaldes en Latinoamérica, sino el único, pese a su condición
de invidente...

¿Pudo vencerlo la adversidad? En absoluto. ¿Por qué razón? Porque tenía claro que la única salida era
sobreponerse a todo cuando amenazaba con impedirle desarrollar las potencialidades de liderazgo que
Dios había sembrado en su vida...

El líder cumple una misión específica

¿Qué identifica a un líder? En esencia dos elementos: el primero, saber de dónde viene, y el segundo,
saber a dónde va. Quien no sabe ni de dónde viene ni para dónde va, jamás llegará a ninguna parte.

¿Se ha preguntado por qué su vida pareciera que atraviesa por un período de estancamiento que amenaza
convertirse en un mal crónico? Porque en pocas ocasiones o tal vez ninguna, se ha tomado el trabajo de
evaluar su vida y, tras descubrir dónde se encuentra, decidirse a trazar metas fijas que le permitan avanzar
hacia objetivos concretos.

Este principio es válido en todo cuanto hagamos a nivel secular y eclesial. Pero si nos orientamos un poco
más hacia el reino de los cielos, el interrogante podría derivar hacia un aspecto clave: ¿Para qué utiliza Dios
los líderes? Para que cumplan tareas específicas, aun cuando en ocasiones el Señor no revele todo el plan
de una vez sino progresivamente.
Nada impide que desarrolle su liderazgo

¿Quién puede asumir un papel protagónico en el liderazgo? Toda persona, sin importar su condición
económica, social, condiciones físicas o nivel académico, que toma conciencia de las enormes
potencialidades que Dios colocó en su vida y las pone al servicio de Dios y de la humanidad.

Hay un incidente que ilustra este aspecto que deseo enfatizar. Salí con un camarógrafo de televisión a
realizar algunas entrevistas con la gente. Llevaba dos años con su cámara. Leyó superficialmente el Manual
de Instrucciones pero, como era poco amigo de la lectura, a mitad de camino decidió aprender los aspectos
más relevantes de la operación de aquél aparato, mediante la práctica.

Pues bien, en aquella ocasión mientras él dialogaba con otro camarógrafo, éste le explicó las posibilidades
que tenía con la tecnología.

--Por ejemplo estos dos fichas ¿las ves? Si las oprimes, aunque esté algo oscuro el recinto donde realices
la grabación, dimensionará la luz y la imagen tendrá mejor resolución...—

Mi amigo se quedó mirándolo, luego a la cámara:

--¡Jamás imaginé que se pudiera hacer!—le dijo.

¿La razón? Nunca antes había utilizado esas características del equipo. No significara que no pudiera
hacerlo sino que no las había utilizado. ¿Me comprende? Dios le dotó de enormes potencialidades para ser
un líder, entonces ¿quién pone los límites? Usted y yo. Nosotros y nadie más que nosotros edificamos esas
enormes barreras. Y nos corresponde –a usted y a mi--, derribarlas...

Dios necesita de su liderazgo

La Biblia nos refiere una situación de crisis por la que atravesaba el pueblo de Israel. Tras la muerte de un
caudillo, caían de nuevo en la idolatría. A partir de entonces iniciaban un proceso de clamor que concluía
con el envío—por parte de Dios—de un líder. Cuando éste partía a la presencia del Señor, se reiniciaba el
ciclo: pecado – arrepentimiento – ayuda divina – pecado – arrepentimiento – ayuda divina etc.

En circunstancias así, tal como puede ocurrir hoy, el Señor llamaba a alguien específico a cumplir una
misión específica, como podemos estudiarlo en el libro de Jueces. ― Pero los hijos de Israel volvieron a
hacer lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales y a Astarot, a los dioses de Siria, a los
dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de Amón y a los dioses de los
filisteos; y dejaron a Jehová, y no le sirvieron. Y se encendió la ira de Jehová contra Israel, y los
entregó en mano de los filisteos, y en mano de los hijos de Amón; los cuales oprimieron y
quebrantaron a los hijos de Israel en aquel tiempo dieciocho años, a todos los hijos de Israel que
estaban al otro lado del Jordán en la tierra del amorreo, que está en Galaad.‖(Jueces 10:6-8)

La persona convocada a liberar al pueblo de Dios fue alguien que, como en el relato que sirve de abrebocas
a este capítulo, nació con todas las probabilidades en contra y de quien fácilmente podríamos pensar,
llegaría a ser un derrotado y jamás un triunfador...

Un líder se caracteriza por ser ―esforzado y valeroso‖

El hombre escogido por Dios para desarrollar sus potencialidades de liderazgo, fue Jefté. Sin embargo una
rápida mirada a su hoja de vida, nos revelaría que no gozaba de las mejores condiciones para llegar a
ostentar la posición de un vencedor: ―Jefté galaadita era esforzado y valeroso; era hijo de una mujer
ramera, y el padre de Jefté era Galaad. Pero la mujer de Galaad le dio hijos, los cuales, cuando
crecieron, echaron fuera a Jefté, diciéndole: No heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres
hijo de otra mujer.‖(Jueces 11:1, 2).

Repasemos de nuevo todo lo que rodeaba a este hombre: primero, era hijo de una mujer de mala
reputación y nació al interior, no de un hogar establecido, sino como consecuencia de una aventura en la
que no primó el amor sino la pasión y el deseo. Segundo, su padre no le brindó el apoyo; en otras palabras,
jamás gozó de la seguridad que se deriva de una relación afectiva padre-hijo. Tercero, enfrentaba el odio de
sus hermanos. Nadie le quería.

¿Considera que alguien así podría llegar a una posición de liderazgo? Vamos, responda con el corazón y
con algo de lógica. ¿Verdad que no? ¿Por qué? Porque en nuestro razonamiento podríamos aducir una
situación traumática que le conducía a experimentar la derrota y la predisposición al fracaso.
Sin embargo cuando alguien está rodeado de dos características como las que apreciamos en Jefté, es
decir, que era “esforzado y valeroso”. ¿Sabe qué significa eso? Que alguien con esos atributos, sigue
adelante aunque todo vaya en contra, y además, no le teme a los retos. Esa es la descripción más gráfica
de alguien “esforzado y valeroso”.

¿Cómo se llega a ser “esforzado y valeroso”? En primera instancia y desde mi perspectiva como cristiano,
dependiendo de Dios y buscando que nos ayude y fortalezca en el proceso de crecimiento espiritual y
personal, y segundo, al comprender que nacimos para vencer, porque esas potencialidades las sembró el
Señor en nosotros y nada nos debe detener en el proceso de alcanzar grandes metas.

¿Qué ocurrió con Jefté? La Biblia describe que:‖ Huyó, pues, Jefté de sus hermanos, y habitó en tierra
de Tob; y se juntaron con él hombres ociosos, los cuales salían con él.‖(Jueces 11:3).

¿Se da cuenta? Incluso, en el proceso de caída, llegó a ser un pandillero. Sin embargo, aún en su
condición, no perdía los dos elementos claves en s existencia: “esforzado y valeroso”.

El tiempo de sobresalir, llegará

Un líder, bien en el plano secular o en el eclesial, no busca auto promocionarse para que todos reconozcan
en su vida el liderazgo. Ser líder es algo que se evidencia, no un rótulo para publicitar una condición
personal.

¿Qué hacer si nadie reconoce nuestro liderazgo en el trabajo, la universidad o quizá la iglesia? En esencia
dos cosas. La primera, no desesperarse. La segunda, seguir desarrollando las condiciones de liderazgo sin
mayor espaviento, a la espera del momento oportuno.

Ese “día indicado, a la hora más recomendable y en el lugar más apropiado” llegó a la vida de Jefté con el
paso de los años: ―Aconteció andando el tiempo, que los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel.
Y cuando los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron a traer a
Jefté de la tierra de Tob; y dijeron a Jefté: Ven, y serás nuestro jefe, para que peleemos contra los
hijos de Amón. Jefté respondió a los ancianos de Galaad: ¿No me aborrecisteis vosotros, y me
echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué, pues, venís ahora a mí cuando estáis en
aflicción?‖(Jueces 11:6-8).

Cuando se produjo la circunstancia propicia, este caudillo israelita fue quien puso las condiciones. Los
papeles se invirtieron. ―Jefté entonces dijo a los ancianos de Galaad: Si me hacéis volver para que
pelee contra los hijos de Amón, y Jehová los entregare delante de mí, ¿seré yo vuestro caudillo? Y
los ancianos de Galaad respondieron a Jefté: Jehová sea testigo entre nosotros, si no hiciéremos
como tú dices.‖(versículos 9, 10).

Y, ¿cómo saber que tendremos éxito?

Ah, la pregunta que generalmente se formula quien asume una enorme responsabilidad. Si hablamos del
empleado que debe comprometerse en una tarea grande, piense en que por fin todos sabrán no solo que
usted sabe, sino que además puede. Este constituye el primer paso para nuevas posiciones.

Cuando se trata de un compromiso eclesiástico, debe involucrar a Dios. Igual debiera ser en el primer caso,
pero hay quienes progresivamente aprenden a desarrollar su liderazgo y luego se afianzan en el Señor.
Pero sin duda, El debe ocupar el primer lugar en cuanto hagamos. El constituye la garantía de que
tendremos éxito.

En la vida de Jefté se evidenció este principio infalible: ―...y Jefté habló todas sus palabras delante de
Jehová en Mizpa.‖ (versículo 11 b).

Al poner sus planes y proyectos en manos del Creador, leemos que: ―Y el Espíritu de Jehová vino sobre
Jefté; y pasó por Galaad y Manasés, y de allí pasó a Mizpa de Galaad, y de Mizpa de Galaad pasó a
los hijos de Amón. Y Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: Si entregares a los amonitas en mis manos,
cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los
amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto. Y fue Jefté hacia los hijos de Amón para
pelear contra ellos; y Jehová los entregó en su mano. Y desde Aroer hasta llegar a Minit, veinte
ciudades, y hasta la vega de las viñas, los derrotó con muy grande estrago. Así fueron sometidos los
amonitas por los hijos de Israel. ―(versículos 29-33).

En nuestro amado Dios tenemos la plena garantía de vencer. El desarrolla las potencialidades en nuestra
existencia y nos hace líderes que ponen un punto muy alto en la historia de la humanidad.
¿Está dispuesto a asumir este compromiso? No olvide que asidos de la mano del Creador, podemos llegar
a ser los líderes que la sociedad necesita...

Capítulo 19

Llega el final...
Cuando cursaba la formación teológica en el Seminario Bíblico de la Alianza Cristiana y Misionera, en
Santiago de Cali, fui seleccionado por mi profesora de misiones, la puertoriqueña Maritza Cumba para que
acompañara un grupo de estudiantes asignados a un remoto lugar del Pacífico colombiano, hasta el cual no
entraban ni la señal de la radio ni de la televisión, y en donde las noticias de lo que estaba ocurriendo en el
país, se recibían tres o cuatro semanas después del acontecimiento.

La experiencia sonaba extraordinaria. Por fin teníamos la oportunidad de poner en práctica todo cuanto
habíamos aprendido en las largas aulas y pupitres de la institución. Sin duda estábamos rebosantes de
gozo.

A nuestra memoria venían las historias que referían el desenvolvimiento de los Moravos, Guillermo Carey y
Juan Wesley cuando emprendieron la proclamación del evangelio sin medir distancias ni dificultades.

Pero llegó el momento de la prueba. Cuando nos dejaron a un consiervo y a mi en el caserío miserable
cuyos límites estaban representados por un mar tranquilo que se perdía en el infinito, sentimos temor.

Ver alejarse la lancha que nos había traído y con cuyo conductor pactamos vernos días después, nos causó
angustia. Por un instante nos asaltó la duda de que no regresara jamás.

Cabe decir que comprobamos que existía una enorme brecha entre la teoría y la práctica. El primer día, por
ejemplo, descubrí que no sabía predicar aún cuando apenas estoy aprendiendo, para ser sincero. Los
principios de exégesis, homilética y hermenéutica se confundieron con el mismo enredo que producen un
buen número de anzuelos guardados en una bolsa plástica. No sabía por dónde comenzar.

Cuando llegó la hora de enseñanzar a los niños, durante la escuela vacacional que realizábamos en la
mañana o en la tarde, comprobé que no sabía ni un solo coro infantil. ¡Había olvidado aprenderlos en el
seminario!.

Cierta noche, después de celebrar el tercer servicio religioso de la semana, llegó una familia con una mujer
gravemente enferma. Temían que no pasara de aquél día. ―Venimos a pedirle que ore por ella‖, me dijeron.
Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. El pastor que me acompañaba no hacía sino mirar al suelo. ―Ora tú
por ella‖, le dije. ―No, Fernando, hazlo tu. Tienes más experiencia que yo‖, respondió eludiendo el enorme
compromisos. Varios pares de ojos estaban puestos sobre nosotros. Esperaban que oráramos y llevaramos
al plano práctico las múltiples enseñanzas sobre un Dios de milagros, el Dios al que creíamos.

Le impusimos las manos y oramos por aquella mujer. Aunque exteriormente mostrábamos tranquilidad,
dentro nos embargaba la angustia. ―Obra un milagro, Dios mío‖, le decía mentalmente al Señor. Me
preocupaba que no ocurriera nada y quedara por tierra nuestro testimonio. ―Ayúdanos, Señor‖, insistía.
¡Dios respondió con el milagro de la sanidad!

Ver su respaldo implicó que reconociéramos nuestra imposibilidad y debilidad frente a la enorme tarea que
teníamos delante.

La ocasión nos permitió entender –al pastor que me acompañaba y a mí--que los problemas que
enfrentamos durante la formación, constituyen elementos esenciales del aprendizaje. Es así como se
forman los líderes auténticos, aunque nosotros apenas estamos experimentando el proceso de crecimiento
y ¡nos falta mucho todavía!

Leonardo Ríos, un evangelista amigo, suele repetir que las cinco “piedras lisas de arroyo‖ que utilizó David
cuando iba a pelear con el gigante Goliat (1 Samuel 17:40), eran lisas no por accidente sino después de
muchos años de haberse golpeado con otras por la fuerza de la corriente, hasta que perdieron las
asperezas y llegaron a ser del tamaño necesario para colocar en una honda, y además, sin mayores
protuberancias.
Así somos usted y yo cuando anhelamos servir en el liderazgo secular y para la obra del Señor Jesucristo.
No será de la noche a la mañana ni en un abrir y cerrar de ojos que estaremos preparados. Deberá mediar
primero el ―trato especial‖ que nos libra de las esperezas con las cuales no podemos servirle
adecuadamente.

¿Estás dispuesto para experimentar el trato especial de Dios?

Nuestro amado Dios tuvo un trato personal con Noé, Abraham, Jacob, José y todos aquellos que a lo largo
de la historia de la humanidad, han servido como instrumentos para que se cumpla la voluntad del Creador
y que, en nuestro tiempo, contribuyen a la extensión del reino de Dios.

Convertirse en un vaso útil amerita que nos dispongamos de corazón a experimentar el obrar de nuestro
Supremo Hacedor. Siempre estaremos librando una enconada lucha entre lo que deseamos hacer, y lo que
verdaderamente ocurre, es decir aquello que está en la voluntad divina.

Al respecto el apóstol Pablo escribió: ―Por esto, amados hermanos, les ruego que se entreguen de
cuerpo entero a Dios, como sacrificio vivo y santo; éste es el único sacrificio que Él puede aceptar.
Teniendo en cuenta lo que Él ha hecho por nosotros, ¿será demasiado pedir? No imiten la conducta
ni las costumbres de este mundo; sean personas nuevas, diferentes, de novedosa frescura en
cuanto a conducta y pensamiento. Así aprenderan por experiencia la satisfacción que se disfruta al
seguir al Señor‖(Romanos 12:1, 2 La Biblia al Día, paráfrasis – SBI).

¿Comprende el alcance del texto? Allí, en pocas palabras, está marcado el proceso de un cristiano que se
somete a Dios, atraviesa el sendero del ―trato de Dios‖ hasta que, caminando conforme a la voluntad del
Padre, se convierte en un instrumento útil en sus manos. Es tanto como ser las ―piedras lisas de arroyo‖ que
sirvieron a David para derrotar a Goliat.

Cumplir la tarea, nuestra satisfacción

Cuando escribió su misiva a los cristianos de Filipos, conocida como una de las ―cartas del cautiverio‖, el
apóstol Pablo dejó sentada la satisfacción de haber puesto todo de si mismo para cumplir el propósito
divino: ―Con todo esto no quiero decir que sea perfecto. Todavía no lo he aprendido todo, pero
continúo esforzándome para ver si llego a ser un día lo que Cristo, al salvarme, quieso fue fuera. No,
hermanos, todavía no soy el que debe ser, pero eso sí, olvifando el pasado y con la mirada fija en lo
que está por delante, me esfuerzo hasta lo último para llegar a la meta y recibir el premio que Fios
nos llama a recibir en el cielo en virtud de lo que Jesucristo hizo por nosotros.‖(Filipenses 3:12-14.
La Biblia al Día, paráfrasis – SBI).

Nuestro mayor propósito debe ser, primero, someternos al trato de Dios, y segundo, avanzar conforme a su
tiempo y circunstancias, en el proceso de crecimiento personal y espiritual. De esta manera alcanzaremos el
nivel de liderazgo secular y eclesial que ha estado en la mente del Señor para nosotros desde antes de la
creación del mundo.

Burlas y críticas, jamás faltarán...

Quien ejerce el liderazgo tanto secular como eclesial, debe estar preparado para las burlas y críticas.
Quienes están alrededor no comparten la visión—como es apenas previsible—y ese hecho no debe
llevarnos a que les desechemos. Por el contrario, con diferencias de opinión y aún con persecuciones en
contra nuestra, siguen siendo el prójimo.

Este fenómeno lo encontramos gráficamente ilustrado cuando el Señor escogió a Saúl como rey de Israel.
Una vez lo ungió Samuel para ocupar tan privilegiado cargo de gobierno ―...Saúl regresó a su casa en
Gabaa se unió a él un grupo de hombres de guerra cuyos corazones Dios había tocado para que
fueran compañeros suyos. Sin embargo, hubo algunos malvados que dijeron:--¿Cómo puede este
hombre salvarnos?--. Y lo despreciaron y se negaron a ofrecerle presentes‖(1 Samuel 10:26, 27. La
Biblia al Día, paráfrasis. SBI).

¿Acaso esta actitud de algunos de sus congéneres desanimó a Saúl? En absoluto. Él tenía claro que su
misión provenía del Señor, de Aquél que hizo el universo, y no de los hombres.

El apóstol Pablo, quien desarrolló un extraordinario ministerio entre los gentiles, también fue objeto de
burlas, críticas y persecución. Había quienes se empecinaban en desconocer que tenía una misión que Dios
le había encomendado. Al respecto, él no ponía su mirada en las voces contrarias sino que avanzaba. Así
acostumbró saludar a los cristianos de varias ciudades, como el que observamos en su carta a los
creyentes de Galancia: ―Remitentes: Pablo el apóstol (no de los hombres ni por los hombres, pues
quien me llamó al apostolado fue Jesucristo mismo y Dios el Padre que lo resucitó de los muertos) y
los demás crisdtianos que están conmigo. Destinatario: las iglesias de Galacia‖(Gálatas 1:1. La
Biblia al Día, paráfrasis. SBI).

¿No tiene credenciales para predicar?¿Acaso puede detenerle esa circunstancia? En absoluto. No estoy
desestimando la formación teológica, pero creo que por esperar hasta graduarnos, muchos dejamos de
aprovechar valioso tiempo para testimoniarle al mundo nuestra fe en Jesucristo y además, de compartir las
Buenas Nuevas.

Vamos adelante, el Señor Jesucristo nos acompaña

Si tenemos conciencia de que quien nos llamó a servirle fue el propio Señor Jesucristo y que no estamos en
la obra del reino de Dios por voluntad del hombre, debemos avanzar firmes, sin prestar oído a quienes
buscan desanimarnos.

Al despedirse de sus seguidores, el Maestro les instó: ―He recibido toda autoridad en el cielo y en la
tierra. Por lo tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones. Bautícenlos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer los mandamientos que les he dado. De
una cosa podrán estar seguros: Estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo‖(Mateo 28:18 -20.
La Biblia al Día, paráfrasis. SBI).

Usted que nos acompañó a lo largo de estas páginas, tiene enfrente un enorme reto: desarrollar sus
potencialidades para el liderazgo secular y eclesial. Esas potencialidades fueron depositadas en su ser
cuando Dios lo creó. Pero debe ponerlas en práctica. No puedo asegurarle que será fácil, porque conforme
dé nuevos pasos, irá aprendiendo cosas que jamás imaginó que existieran o que fueran posibles pero que
son parte esencial del proceso de trato del Creador con usted.

En la medida que avance, muchas cosas irán quedando claras en su mente y en su corazón.

Al terminar de escribir este material, me asiste una enorme emoción: la de descubrir que cada día nuestro
amado Dios levanta líderes en toda América, el Caribe, Africa, Europa, Asia y lejano oriente.
Cada hombre y mujer que se levantan para compartir las Buenas Nuevas de Salvación, están librando
millares de almas de pasar a la eternidad alejados del Creador.
Mi mayor oración es que pueda llegar con estas páginas a todos aquellos que están por tomar conciencia
de sus potencialidades para ponerlas al servicio de Aquél que hizo los cielos y la tierra y que amó tanto al
mundo, que dio a su Hijo para hacernos nuevas criaturas para gozarnos en Su presencia por siempre...

¡Adelante, ni un paso atrás! Siga caminando, asido de la mano del Señor Jesucristo y recuerde siempre que
―Ser líder no es fácil, pero tampoco imposible‖.

La disposición del siervo por Serafín Contreras Galeano

Necesitamos examinar nuestro corazón como siervos y evaluar la disposición.

Disposición es la acción o efecto de disponer. Disponer es colocar, poner las cosas en orden y en situación
conveniente. Hay cosas que tienen que ser puestas en orden en estos últimos tiempos. "Pero...todo está en
orden hermano. ¿No ve el despertar espiritual que estamos teniendo en América Latina? ¿No ve cómo
están creciendo nuestras iglesias? ¿Usted no ve el nuevo movimiento espiritual que estamos observando,
todo lo que estamos experimentado? ¿La nueva prosperidad que proclamamos? ¿No está observando los
últimos avances en materia de guerra espiritual y nuestras nuevas fórmulas de fe?" Sí, lo veo y doy gracias
a Dios por ello. Me gozo junto con usted, pero no cierro mis ojos a la realidad.

¿Cómo se mide el corazón y la disposición de un siervo? ¿Por su actitud ante los logros, los éxitos y los
avances? ¿Por la manera cómo es admirado por la gente y sus seguidores? ¿Por cuántos votos logra en
las asambleas y en la convención? ¿O, quizá, por cuántos programas de televisión tiene o cuán grande es
la megaiglesia que pastorea? ¿Será acaso por la entrega al asumir grandes responsabilidades y la forma de
iniciar nuevos retos?

No, el corazón de un siervo se mide por la disposición a ser examinado durante la obra y al terminar la
misma. El corazón se mide por la actitud que tiene cuando necesita entregar el cargo a otro. Samuel
demostró su verdadero corazón cuando le entregó el pueblo a Saúl, primer rey de Israel.
Samuel fue el último de los jueces de Israel. Los jueces fueron individuos que ejercieron gran influencia
sobre las tribus de Israel por su fuerte personalidad, estatura moral y el hecho de tener acceso directo a
Dios. El corazón de Samuel se pudo ver el día que él dio su discurso final ante el pueblo para entregarle la
dirección de Israel a Saúl. En el corazón de Samuel había una total disposición para Dios y para el pueblo, y
de ello nosotros necesitamos aprender como siervos.

Para estudiar esta actitud vamos a 1 Samuel 12:1-5. En este pasaje Samuel no sólo clarificó su propio
carácter sino que se colocó como ejemplo ante Saúl. En sus últimas palabras antes de marcharse Samuel
demostró:

la disposición del siervo a escuchar

"He aquí, yo he oído vuestra voz en todo cuanto me habéis dicho, y os he puesto rey" (12:1).

Como siervos necesitamos aprender a escuchar al pueblo. Sin embargo, antes de aprender a escuchar al
pueblo necesitamos aprender a escuchar a Dios. "Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo
que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos"
(1 S. 8:7). Cuando aprendemos a oír a Dios, Él nos guiará para que oigamos a los que Él quiere que
oigamos. Es difícil escuchar todo, pero a menudo es necesario. Es fácil escuchar lo dulce, pero difícil
aquello que sabemos que no tiene sentido. Un buen siervo sabe escuchar. Estemos dispuestos a escuchar
al pueblo sin temor ni angustia. Muchas veces como líderes tenemos miedo de escuchar lo que el pueblo
quiere decir.

la disposición del siervo a reproducirse

"Yo soy ya viejo y lleno de canas; pero mis hijos están con vosotros…" (12:2).

Hemos sido llamados para reproducirnos, jamás para perpetuarnos. En efecto Samuel les dijo: "Ya he
terminado, estoy viejo, pero quedan entre ustedes mis hijos, la generación que sigue". Estamos en la obra
de Dios para hacer discípulos, y que el día que entreguemos lo que estamos haciendo podamos decir
también: "Ya estoy viejo... pero aquí quedan los que he estado formando para que ellos continúen". El
Señor Jesús nos dejó el ejemplo, y el mismo modelo lo encontramos en Pablo cuando dijo: "Lo que has oído
de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros"
(2 Ti. 2:2). Debemos dar los pasos para reproducirnos en otros.

la disposición del siervo a ser modelo

"Yo he andado delante de vosotros" (12:2).

Andar delante implica estar expuesto a ser observado y analizado. Muchos siervos quieren andar detrás,
impulsando a la gente. Sin embargo, lo más importante es estar adelante, porque el mundo se ha cansado
de las palabras. Lo que la gente quiere son modelos. Si no hay un modelo de vida, surge la angustia. Pero
no modelos de televisión. Muchos de los que sirven al Señor parecen más modelos de televisión que de
vida. Debemos permitir que el evangelio sea encarnado en nuestra vida y que podamos decirle al pueblo:
"Yo he andado delante de vosotros".

la disposición del siervo a ser perseverante

"…desde mi juventud hasta este día." (12:2).

Cuando Samuel expresó tal declaración estaba diciéndole al pueblo: "Ustedes saben que desde mi juventud
hasta este día, cuando ya mi cabeza está llena de canas y mi cuerpo sin fuerzas, he sido perseverante". La
perseverancia estimula y anima a los seguidores. Samuel pudo hablar con firmeza: "He estado con ustedes
desde mi juventud hasta ahora". No es asunto de comenzar... es asunto de mantenerse y terminar
fielmente. Vivimos en un mundo lleno de inconstancia y flexibilidades, pero a los siervos se nos exige ser
constantes y la perseverantes. Que bueno es encontrar aún siervos que con su vida han demostrado
fidelidad y perseverancia. El mejor mensaje que podemos transmitir a los discípulos es esa clase de vida.
Cuántas son las personas en las iglesias y en los centros de comunidad que tienen sus corazones
frustrados porque no ven disposición a ser perseverantes en la vida de sus líderes.

la disposición del siervo a ser evaluado

"Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido…" (12:3).


¿Liderazgo es exponerme a ser evaluado? ¿Ponerme delante para ser medido? "Jamás. Nunca lo
toleraría". Ésa es la expresión de centenares de líderes, quienes tienen miedo a ser evaluados. Hoy, en los
últimos años de esta última milla que nos corresponde correr, los líderes somos llamados a la disposición a
ser evaluados. El Señor Jesús nos dio la medida. Un día él llamó a sus discípulos y les dijo: "¿Quién dicen
los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías,
o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo:
Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente. Entonces les respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo
de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt. 16:13-17).

El Hijo de Dios se expuso a ser evaluado. Como siervos no podemos aislarnos y vivir sin ser evaluados y sin
rendir cuentas a nadie. La evaluación de nuestras vidas necesita extenderse a áreas vitales de nuestro
ministerio. Samuel estuvo dispuesto a ser evaluado en diferentes áreas y nuestro corazón necesita estar a
la disposición de ser evaluado en las siguientes áreas, al igual que Samuel.

la disposición del siervo a ser evaluados en la administración

"…si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno…" (12:3).

Como siervos de Dios se nos ha encomendado bastante para que lo administremos, y necesitamos
responder a Dios y al pueblo con toda transparencia. Cuántos líderes han descuidado esta tarea y viven sin
ser evaluados en el área administrativa. Tenemos una responsabilidad que jamás podemos evadir.
Administramos recursos ajenos. Son, primeramente, los recursos de Dios y luego son los recursos de la
gente con la que estamos trabajando. No tengo derecho de tomar algo que le pertenece al Señor y al
pueblo. Jamás caigamos en el gravísimo error de llamarnos los "siervos e hijos del Rey" sólo para tener el
derecho de administrar los recursos financieros y físicos sin rendir cuentas.

Cuando yo comenzaba a pastorear recibí el consejo de una anciana misionera americana en mi país, de
quién aprendí muchísimo. Un día ella me dijo: "Serafín, cuando estés en el pastorado administrando los
diezmos y ofrendas de la iglesia, antes de hacer cualquier gasto pregúntate: ¿se justifica este gasto? ¿se
ajusta al propósito de Dios y a la prioridad de la iglesia? Recuerda que ese dinero que administras, a ti no te
ha costado mucho...pero sí le ha costado bastante al campesino que se levanta a las cinco de la mañana
para vender sus verduras en el mercado; le ha costado a la mujer que lava ropa ajena para mantener a sus
hijos, y al taxista que día a día está detrás de un volante y de allí ha sacado su diezmo para la iglesia. A
ellos les ha costado y no es justo que gastes ese dinero en lo que no es justo". Tales palabras calaron
profundo en mi corazón de joven. Hoy, casi treinta años después, no las he olvidado y me frenan cuando
quiero escoger mi propio camino en materia de administración. Mantengamos la disposición a ser evaluados
en el área de la administración.

la disposición del siervo a ser evaluado en la conversación

"…si he calumniado a alguien…" (12:3).

El tema de nuestra conversación es determinante. La Biblia claramente declara que de la abundancia del
corazón habla la boca (Mt. 12:34). Necesitamos cuidar nuestros labios para no calumniar a nadie. Es
imperioso ser evaluados por otros en el área de la conversación. Que bueno es poder decirle al pueblo y a
otros compañeros: "Si ustedes oyen que mis palabras están desenfrenadas y destruyendo a alguien, por
favor....evalúenme". Qué triste es encontrar en el largo camino de la vida más de un centenar de líderes que
han quitado de sus labios el freno y se han atrevido a calumniar a otros sin ningún temor. Me refiero a
calumnias que se levantan sólo por el impulso del espíritu de competencia, envidia, deseos malsanos de
derribar al compañero a quien Dios está usando. Mentiras, calumnias, maquinaciones y artimañas han sido
usadas en las últimas décadas por líderes inseguros que no han tenido el más pequeño temor ante palabras
que brotan con facilidad de la fuente malsana de su lengua impura. Mantengamos la disposición a ser
evaluados en nuestra conversación.

la disposición del siervo a ser evaluado en la relación

"…si he agraviado a alguien…" (12:3).

Agraviar es engañar o defraudar. Podemos como siervos usar el ministerio para engañar o defraudar a la
gente, mas un día seremos expuestos a la luz. Necesitamos estar expuestos a ser evaluados en cuanto a
nuestras relaciones: con otros pastores, con los líderes con los cuales trabajamos y con la gente o la
congregación en la cual nos desenvolvemos por la gracia de Dios. Por muchos años consideré el tema de
las relaciones como algo periférico de mi vida y de mi ministerio hasta que un día fui confrontado
directamente por la Palabra de Dios acerca de la centralidad de ese tema. Nuestro Dios es un Dios de
relaciones y Él desea que sus siervos las manejen y administren bien.
Es imprescindible estar dispuestos a ser evaluados en nuestras relaciones con el sexo opuesto y jamás
defraudar a nadie en este sentido. En los últimos diez años la iglesia ha sufrido las dolorosas caídas de
ministros y líderes, que jamás estuvieron dispuestos a ser evaluados en ese aspecto. Jugar sutilmente con
el sexo opuesto sin mantener los límites adecuados está llevando a muchos siervos al camino del engaño.
Sabemos por el Espíritu de Dios, quien nos advierte, y por la lógica que Dios nos ha dado como regalo
cuando comenzamos a pasar los límites claros. Sonrisas, miradas, toques especiales, regalos cariñosos,
llamadas telefónicas disfrazadas de atención espiritual son juegos peligrosos que al igual que a Sansón
pueden llevarnos a un desastre total. Qué bueno sería pedirle a ministros amigos y aún a los hermanos que
nos rodean que tengan la libertad de llamarnos la atención y darnos una palabra de advertencia antes de
que la ceguera espiritual nos alcance y sea demasiado tarde.

Con el sexo opuesto no se puede jugar. En la oficina pastoral y el escritorio de consejería nacen con
frecuencia las primeras semillitas de adulterio o fornicación. Detrás de muchas oraciones de «restauración»
comienzan a germinar las primeras miradas tiernas y debilitantes. Amado consiervo... detén tu camino,
párate ahora mismo, da media vuelta y comienza a caminar por el sendero estrecho de la disposición a ser
evaluado en tus relaciones.

la disposicion del siervo a ser evaluado en la omisión

"…o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos…" (12:3).

Jamás se encuentre en la evaluación de nuestra vida el hacer la vista ciega a pecados de personas por el
simple hecho de recibir ayuda monetaria de ellos. Resistir la tentación a ignorar ciertas cosas para lograr
nuestros propósitos y metas debe ser un anhelo constante en la vida de un siervo. Podemos fácilmente
tomar el camino de la omisión si nos toca tomar decisiones frente al pecado y el desvío de aquella persona,
la cual precisamente aporta los más grandes diezmos y ofrendas, que está sosteniendo el 80 por ciento del
proyecto, el ministerio, la iglesia o la organización. Sin embargo, ninguna cosa caminará sin la debida
consecuencia. Tarde o temprano seremos alcanzados por la onda expansiva de la omisión. Hace unos
meses leía en un periódico de Centroamérica un gran titular que decía: «pastor evangélico acusado de
violación de una adolescente en su iglesia». Con asombro comencé a leer las descripciones tristes de la
acusadora y las consabidas defensas del acusado. Me encontré estremecido por las palabras dichas por el
presidente de la organización donde este pastor trabajaba y, ante la pregunta del periodista acerca de cuál
era su opinión, el líder nacional de esa iglesia dijo a la prensa las siguientes palabras: "Estamos
investigando para encontrar la verdad y, si el caso resultara ser cierto, procederemos a cambiar a este
pastor de iglesia y enviarlo a otro lugar para pastorear". Cerré el periódico y me quedé mirando a la
distancia mientras mi mente daba tumbos de un lado a otro y en mi corazón dije: "Esta expresión la he
escuchado muchas veces o de palabra o de hecho". Omisión. Omisión. Algunos líderes parecen intocables:
su trayectoria, su renombre, su aparentemente limpia reputación y el largo historial de «éxitos» los hace
intocables, por lo tanto es mejor omitir. "No hagamos de esto algo demasiado grande". "Es mejor no dañar
al pueblo". "Esto quedará entre nosotros". ¿Creemos que podemos engañar al pueblo? Jamás, el pueblo
tarde o temprano lo sabrá. La gente no pide de sus líderes perfección… pero, sí busca y demanda
honestidad. Corazones heridos hay muchos, y sobran almas secas y sedientas por el valle de la omisión.

la disposicion del siervo a ser evaluado en cuanto a disposición a restituir

"…y os lo restituiré." (12:3).

La restitución es esencial para cultivar la confianza de aquellos a quienes hemos herido. Samuel estuvo
dispuesto a restituir. Pedir evaluación sin restitución es hipocresía. Muchos quieren pedir perdón, pero no
demuestran la disposición a la restitución. ¿De qué sirve pedir perdón si no devuelvo el dinero que tomé?
¿De qué sirve pedir perdón si no me esfuerzo para reponer lo que dañé y ultrajé? La respuesta del pueblo
fue: "Nunca nos has oprimido ni maltratado, ni te has dejado sobornar —dijeron ellos" (1 S. 12:4 VP). Que
emocionante es, para quienes hemos trabajado, recibir la respuesta del pueblo diciendo: nunca nos has
defraudado o, si una vez lo hiciste, has pedido perdón y los has restituido. Samuel, con firmeza pero con
gozo interno, dijo: "El Señor y el rey que él ha escogido son testigos de que ustedes no me han encontrado
culpable de nada" (1 S. 12:5 VP).

reflexión

Necesitamos examinar nuestro corazón como siervos y evaluar la disposición. El pueblo se alimentará de lo
que llena nuestro corazón. ¿Cómo responderemos en el momento en que tengamos que salir de donde
estamos y entregar a otro lo que Dios en su misericordia nos ha permitido operar? Cuando murió Samuel,
todo el pueblo lo lloró. Cuando murió Saúl, dejó consternación. Samuel traspasó su cargo con honor. Saúl
se aferró a su cargo y persiguió a David, porque no toleraba dejar el poder. ¿Estás dispuesto a traspasar tu
cargo con honor o acaso te estás aferrando al mismo y persiguiendo a quien pudiera sustituirte? Hoy es el
día del gran comienzo.
Serafín Contreras es misionero de la Misión Internacional Cuadrangular para Centroamérica y miembro del
Comité Consejero de la Conferencia Mundial Pentecostal.

La madurez de un minuto por John C. Ortberg Jr.

¿Cómo lograr la autenticidad espiritual, la oración vital y la congregación que diezma? Un


pastor que se sentía descontento y culpable en cuanto a su falta de desarrollo espiritual nos
comparte su experiencia de cómo incorporó las disciplinas espirituales en su vida de pastor. El
descubrió que si nuestra demanda central es ser igual a Cristo, esta se logra siguiendo el estilo
de vida que el Señor escogió para sí mismo. La única manera de llegar a asemejarse a él es
arreglar nuestra vida como él arregló la suya.

Compré El gerente de un minuto. Luego compré Colocando al gerente de un minuto a trabajar. Me gusta la
idea de convertirme en un gran líder en sesenta segundos. Dada la propensión eclesiástica para bautizar y
poner en el mercado tendencias seculares unos años más tarde de su apogeo, he estado esperando que
alguien saque El pastor de un minuto —una guía de sesenta segundos para la autenticidad espiritual, la
oración vital y la congregación que diezma.

Desearía que fuera posible. Algunas veces siento que sesenta segundos son todo lo que tengo. Entré en el
ministerio pastoral porque creo que la búsqueda de Dios trasciende a toda otra búsqueda. Sin embargo,
encuentro que la mera actividad de este trabajo entorpece mi búsqueda de Dios, más que cualquier otro
obstáculo. A menudo el ministerio refuerza mi falta de atención para con Dios. Pero tengo días cuando
siento que si Dios realmente quiere que este trabajo sea hecho, mejor que se ocupe de su trabajo personal
conmigo en un minuto.

Un llamado de un feligrés dio justo en la tecla. «Quiero conocer más a Dios, pero la oración y la lectura
siempre me resultan todo un esfuerzo. ¿Será que alguna vez cambiará?» Le cité algo de C. S. Lewis, «Lo
que parecen nuestras peores oraciones, menos apoyadas por un sentir devocional, tal vez sean, a los ojos
de Dios, nuestras mejores oraciones». Pero no pude decir más que eso porque la pregunta que me había
hecho era la misma que yo me hacía.

Comencé a preguntarme: ¿Es que estoy haciendo algún progreso en mi espiritualidad? ¿Es que me
asemejo más a Cristo hoy en día que hace cinco años atrás? ¿Cómo puedo lograrlo? Me sentía
descontento y culpable en cuanto a mi falta de desarrollo espiritual.

Luego una frase en El Espíritu de las Disciplinas de Dallas Willard me golpeó: "Mi demanda central es que
podemos ser como Cristo haciendo una cosa —siguiéndole en el estilo de vida que él escogió para sí
mismo". Si Jesús practicó el silencio, la oración, el estar a solas, la vida sencilla, la sumisión y la adoración
regularmente, la única forma para que yo llegue a asemejarme a él es arreglar mi vida como él ordenó la
suya. Fue así que comencé a incorporar las disciplinas espirituales en la vida de un pastor de un minuto.
Comencé con el retiro y el silencio.

Acompañado en la soledad

Thomas Merton llama a la soledad la más básica de las disciplinas, diciendo, "La verdadera soledad limpia
el alma". Esto era imposible de hacer en casa. Con tres niños menores de cinco años, nuestra casa no tiene
paz ni quietud. Por lo que todos los días comencé a ir a la oficina una o dos horas antes del horario en el
que los demás llegaban para aprovechar la quietud.

Luego decidí asignar un día entero lejos de la iglesia para estar a solas. Esperaba hasta encontrar una
semana en la que pudiera tomarme un día de trabajo libre. Nunca llegó. Por lo que finalmente designé un
día de retiro en el calendario y decidí trabajar en torno al mismo.

Nunca había separado tiempo para un retiro así antes, y no estaba seguro de lo que debía hacer. En mi
tradición, un retiro es algo que uno hace con muchas otras personas, donde uno tiene la oportunidad de
escuchar a distintos oradores, mucha música, y donde siempre hay ruido y actividad para evitar que haya
silencio y soledad. Un buen retiro según nuestro razonamiento, es aquel que llega a requerir de una semana
de descanso, después de finalizado.

Sin embargo mi retiro comenzó en una capilla con vista al mar. La capilla está mayormente recubierta por
cristales, dando la impresión para el que está parado a sólo unos metros de distancia, de que realmente no
está allí. Me senté adentro, solo, y comencé a orar siguiendo una lista que había preparado para aquel día
—en caso de que no tuviera nada para hacer.

Precisamente eso fue lo que ocurrió. Mis temores se materializaron. Para las 10:30 a.m., ya no tenía nada
más para orar. Había dicho todo lo que tenía que decir, y Dios no había dicho nada. Hubiera deseado que
uno de los dos fuese más conversador.

Por lo que bajé hasta la playa, y observé al oleaje rompiendo en la costa; inhalé la salada brisa del mar y no
pensé en nada. Me sorprendió descubrir lo bueno que era en esto.

Mirando a las gaviotas planeando y a los pelícanos bajando en picada, arremetiendo, virando bruscamente
y luego descendiendo rápidamente en busca de su almuerzo, comprendí el propósito para el cual estaba
allí, algo que debía aprender: mi propia vida estaba atada a la tierra, y no tenía alas. Yo me encontraba
yendo fatigado de una tarea a otra, con anteojeras, abstraído del drama y la pasión de la vida real. Me había
bloqueado (trabado) a mí mismo a causa del temor de no complacer a otros. Había esculpido mensajes
para tener la aceptación de aquellos que tenían poder sobre lo que yo rotulaba como éxito —a pesar de que
su comprensión de la vida espiritual no fuera igual que la mía.

Estando a solas observé que el propósito del vuelo no es solamente el de encontrar peces o un lugar para
aterrizar. El propósito del vuelo, es el de volar, por el simple placer de hacerlo.

El propósito de la vida no es simplemente encontrar técnicas para ser exitoso. El propósito de la vida es reír,
llorar, orar, llevar alegría a mi esposa e hijos, conocer a Dios. El ser salvo es mucho más que la mera
afirmación de un credo y el evitar unos pocos comportamientos altamente visibles. Significa vivir. Sin
embargo, el estilo de vida del pastor de un minuto, no me daba tiempo para vivir, ni tiempo para ser salvo.

Ahora a menudo paso mis días de retiro en la costa. Aun tengo luchas con la intranquilidad, un sentir como
que debo estar haciendo algo. Pero el saber que estas olas han estado rompiendo en la costa miles de
años antes de mi existencia y seguirán rompiéndose por miles de años después de mí, me ha ayudado a
poner mi vida en la perspectiva correcta, ayudándome también a ser un poco menos mesiánico.

Según la Historia Anglorium, Canuto, uno de los reyes de Inglaterra del siglo XI, decidió contrarrestar la
adulación de sus consejeros yendo hasta la playa, donde sentado en una silla, prohibió que la marea
entrara. Cuando la marea continuó entrando, se quitó la corona y la colgó en una estatua del Cristo
crucificado, y jamás volvió a usarla.

El silencio es…

Una vez a la semana me fijo "un día tranquilo", un ayuno del ruido. Trato de hablar lo menos posible. Trato
de aprovechar todas las oportunidades de tranquilidad que se me presenten. Por ejemplo, no escucho
casetes ni la radio cuando estoy conduciendo. Durante estos días me doy cuenta de cuán adicto al ruido me
he vuelto.

Practicando el silencio, me he dado cuenta que mucho de lo que digo es parte del juego de "causar una
buena impresión en otros", con el objetivo de resaltar mi imagen. Me encontraba en una conferencia de
pastores hablando con dos pastores, cuando uno de ellos le preguntó al otro cómo andaba su iglesia, lo que
en realidad en el ámbito viene a significar "¿Cómo es de grande tu iglesia?" y "¿Cuán importante eres?".
Luego me hicieron la misma pregunta, y sin pensarlo me encontré agrandando la asistencia de mi iglesia en
cincuenta personas.

En un momento de silencio antes de hablar, se me ocurrió. "¿Qué es lo que estoy tratando de hacer? ¿Es
que realmente voy a impresionar a estas personas convenciéndolas con que la iglesia tiene cincuenta
personas más de las que tiene? ¿Es que realmente estoy dispuesto a sacrificar mi integridad a fin de lograr
cierto status usando el recurso de unas cincuenta personas más?" (Si es que voy a comprometer mi
integridad; por qué no agrandar la cifra en quinientas personas, para que realmente valga la pena).

Leyendo las escrituras inútilmente

El área de la lectura bíblica es otra donde tengo que librar la batalla de un minuto. Acostumbraba a ahorrar
tiempo usando los mismos textos que estaría usando en mis sermones para la reflexión personal. He sabido
de pastores que centran su lectura devocional en torno al material que estarán usando en la predicación
dentro de tres años.
Pero cuando trato de hacer algo así, termino concentrándome en la forma como habré de usar el texto en
un mensaje aplicándolo a cada alma, menos a la mía. Por lo que deliberadamente leo los textos bíblicos
que no estaré usando en las predicaciones.

También he comenzado a leer libros que dan ejercicios específicos para visualizar o meditar en las
Escrituras. El libro Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, me ha ayudado mucho por ejemplo
llevándome a examinar mi conciencia para descubrir el pecado que pudiera destruirme más o contemplar
las consecuencias del pecado.

La libertad de la confesión

La disciplina de la confesión me asustaba más que cualquier otra disciplina. A pesar del hecho de que
nuestra cultura valoriza la autenticidad (o genuinidad), el ser pastor coloca ciertos límites a la
autoexposición. No podemos llegar al púlpito y simplemente decir, "He tenido luchas con la codicia esta
semana y no creo haber logrado la victoria aún".

Sin embargo justamente quería hacer eso con alguien a quien yo respetaba por su espiritualidad, alguien en
quien podía confidenciar, que me aceptaría incondicionalmente, y que sería absolutamente veraz conmigo.
Al final me dirigí a un amigo que conocía desde hace diez años, también muy activo en el ministerio.

Nos reunimos semanalmente para un tiempo de confesiones. Trato de exponer mis actitudes y
comportamientos con los cuales he tenido luchas durante la semana. A estas alturas él conoce mis
principales tentaciones, por lo que a menudo se dirige a mí con preguntas muy directas también.

El encontrar el lugar apropiado para reunirse podrá ser un desafío mayor que el encontrar a la persona
adecuada. Habíamos decidido reunirnos en el restaurante de un club. Un miércoles, mientras
conversábamos, uno de nosotros (el que permanecerá en el anonimato) habló de tentaciones sexuales.
Cuando nos levantábamos para irnos, nos dimos cuenta de que habían dos niños de diez años en la mesa
contigua, los que habían estado pendientes de cada palabra que dijimos.

Por lo que ahora tomamos cuidado de sentarnos en una mesa apartada o bien nos reunimos en una cancha
de tenis vacía, para evitar que otros nos escuchen.

Así como me costó al principio habituarme a la confesión, ahora me cuesta imaginar no hacerlo. El saber
que voy a tener que reportarme a alguien me ayuda a no caer en trampas que de otro modo no podría
evitar. Y de la confesión a otra persona experimento un tremendo alivio.

Dietrich Bonhoeffer escribió, "La confesión es el remedio dado por Dios para no caer en el autoengaño y la
autocomplacencia. Cuando confesamos nuestros pecados a un hermano cristiano, mortificamos el orgullo
de la carne, entregándolo a la vergüenza y a la muerte a través de Cristo. Luego con la palabra de
absolución nos elevamos como hombres nuevos… La confesión es así una parte genuina de la vida de los
santos, y uno de los dones de la gracia".

El servicio comienza en casa

La disciplina del servicio tal vez venga a ser lo menos natural en mí. Uno de los lugares claves en los que
he tratado de practicar esta disciplina es en casa. Muy a menudo me siento tentado a jugar el «he tenido un
día más difícil que el tuyo, por lo que merezco ser atendido por ti» con mi esposa. (El ser pastor agrega
puntos en mi favor en el juego, ya que no sólo estoy trabajando, sino que estoy haciendo la obra de Dios).

Recientemente cuando nos encontrábamos de vacaciones, mi esposa, nuestro hijito y yo, habíamos
caminado cerca de un kilómetro cuando nos dimos cuenta de que habíamos dejado el biberón en el
automóvil; alguien tenía que buscarlo. Como había una asunción tácita (la mía) de que el asegurarse que
teníamos el biberón con nosotros era tarea de mi esposa, le di a entender a mi esposa que me frustraba
tener que buscarlo.

No le dije nada directamente (como la mayoría de los pastores, sólo fruncí los labios) pero le di suficientes
pistas como para sugerirle que lo sentía como una imposición.

No fue hasta la mañana siguiente que me di cuenta que había convertido lo que podría haber sido un acto
de servicio —aunque pequeño— hecho con alegría y por amor, en un acto de separación y de
autopreocupación.

Por lo que he comenzado a incluir en mi agenda tiempos donde me ocupe de los niños o haga tareas en
casa, y me comprometo interiormente a no llevar la cuenta de lo que hago. Por supuesto que no he hecho
cosas maravillosas, dignas de admiración y alabanza. Pero por lo menos algunas veces he hecho huevos
revueltos. Y he limpiado la cocina después.

El curso del ayuno

No estaba seguro de cómo debía usar el ayuno cuando probé hacerlo inicialmente. La actividad me era
totalmente desconocida. Evocaba en mi imaginación distintos tipos de imágenes demacradas en
taparrabos.

El primer descubrimiento que hice el primer día que ayuné fue el de la gran cantidad de restaurantes con
comidas rápidas que existían en mi comunidad.

También he descubierto cuán ligada está la vida de la iglesia a la actividad comestible. Dondequiera estén
dos o tres hermanos de la iglesia reunidos, estará el café y las galletas en medio de ellos. Ha sido
humillante descubrir lo mucho que pienso en la comida.

Sin embargo, el ayuno, progresivamente, está resultando más fácil. De alguna manera —y no sé qué
conexión hay —cuando ayuno percibo con mayor claridad lo acelerado que vivo. También he descubierto un
vínculo real entre el ayuno y la capacidad de resistencia ante antojos de otras cosas aparte de la comida.

El ayuno es a veces difícil de reconciliar con la vida del hogar. Una noche cuando olvidé mencionarle a mi
esposa que estaba ayunando, llegué a casa para encontrarme con un plato de "spaghetti" casero que mi
esposa había preparado especialmente para mí. Decidí rápidamente que la disciplina del sometimiento y de
agradar a mi esposa era más importante esa noche que mantener el ayuno.

¿UN PASTOR INDISCIPLINADO?

¿Es que practicar estas disciplinas me han hecho un mejor pastor? No lo sé. Titubeo en preguntármelo; uno
de mis problemas como pastor de un minuto es la tendencia de medir todo en función del mejoramiento de
mi carrera.

Sé una cosa: No soy bueno en ninguna de estas disciplinas aún. Thomas Merton escribió, "No queremos
ser principiantes. ¡Pero convenzámonos de que no seremos otra cosa que principiantes durante toda
nuestra vida!"

Supongo que lo que he logrado de las disciplinas hasta ahora es la esperanza —de que el esfuerzo de
asemejarme más a Cristo tiene una forma definida. Ya no es más un deseo ambiguo. Hay cosas que yo
puedo hacer. Y en el período de toda una vida, el cambio es posible.

Eso es una buena noticia, porque no hay ángeles de un minuto.

Tomado de Leadership ’91. Spring Quarter. Los Temas de La Vida Cristiana, volumen III, número 3.
Todos los derechos reservados.

Tengo que seguir por Samuel O. Libert

Cuando la soledad, la crisis y el desaliento sobrevienen en la vida pastoral, también lo hace el deseo de desprenderse
de las responsabilidades y "tomar el primer avión".

De todos los hombres que han hecho bien a mi vida, al que más admiro es a Jesús de Nazaret. Y estoy
convencido de que Él tenía un lema que, si bien no lo menciona tal cual en la Biblia, para mí resume toda su
vida y ministerio: "Tengo que seguir".

Jesús fue un hombre de problemas. ¡Él los tuvo en abundancia! Cuando era adolescente, teniendo escasos
doce años, lo llevaron a Jerusalén caminando desde Nazaret. Según dicen algunos eruditos, el viaje duraba
unos cinco días (cuatro para los más jóvenes). Me imagino ese camino de la forma en que mi amigo Samuel
Coleman lo describe: "Cuando Jesús caminaba, sus ojos puros y límpidos de adolescente iban apreciando a
su alrededor el espectáculo multicolor de la gente en la caravana (Lc. 2:41 ss.). Allí se veían los que tenían
algún burrito, los que podían contar con un carro o hasta los más prósperos con sus ‗camellos importados‘.
Dicen los historiadores que acostumbraban a cantar salmos. Cantaban, sí, pero recordemos que eran un
pueblo incrédulo. Estaban acostumbrados a cantar, de la misma forma que no pocas de nuestras iglesias
cantan por costumbre. Jesús veía que muchos de ellos cantaban pensando en otra cosa. Y sus ojos le
dejaban ver todo eso. Las mamás comentaban sobre temas domésticos, interrumpiendo para llamar a sus
niños; los papás hablaban entre hombres de sus cosas, mientras cantaban y caminaban".
"La llegada a Jerusalén estaba signada —sugiere Coleman— por las filas que los hombres debían hacer
para presentar sus ofrendas en el templo, mientras los sacerdotes iban oficiando los sacrificios a los miles
que se acercaban a aquella ciudad. Parece ser que eso duraba entre dos y tres días, en los cuales los
levitas dirigían canciones, los rabinos instruían en la doctrina, los hoteles no alcanzaban y la gente se
dispersaba haciendo campamentos y picnics por doquier. Todo era una oportunidad, una ocasión social.
Todos disfrutaban de las situaciones sociales, con poco recuerdo del verdadero significado de la Pascua".
(Curiosamente suele suceder lo mismo en días como Navidad y en algunos congresos evangélicos).

El pequeño Jesús caminaba y miraba todo esto. Dirigía su mirada hacia este grupo, hacia aquel otro montón
de personas y, seguramente, se hacía preguntas sobre todo esto. Él era transparente, puro, pero estaba en
medio de un pueblo incrédulo.

Él no se detenía en el aspecto social. Tanto es así, que se quedó, mientras José, María y sus parientes se
volvían a Nazaret. La gente estaba en otra cosa, pero Jesús no. ¿Qué hacía Jesús?, ¿qué pasaba por su
cabeza? Él se paseaba en medio de los sacrificios, del olor del humo y de la sangre derramada, del balido
de las ovejas y de las distintos agrupaciones de gente. Mientras caminaba, observaba a los grupos
cantando y la gente que rodeaba a alguno que otro rabino. Los sacerdotes hacían su liturgia y los
mercaderes aprovechaban la ocasión. Los niños correteaban y las mamás, por detrás, buscándolos. Todo
esto veían sus ojos de adolescente: esta realidad de la costumbre. Tal vez fue ése el tema de discusión con
aquellos líderes en el templo. Quería preguntar, escuchar, observar, debatir. ¡Así comienza su relación con
ese pueblo! ¡Allí tenía que ministrar y algo le mordía en su corazón al pensar en los negocios de su Padre!
Él quería preguntar y que le contestaran, no quería hacer gala de gran magisterio, sino ir al meollo de la
cuestión. Tal vez su pregunta era: "¿Por qué esta gente está tan vacía, tan hueca? ¿Por qué no pasa nada
aquí?" Se estaba viviendo en medio de costumbres, y ése fue uno de los primeros problemas que enfrentó
Jesús.

Con el correr del calendario, cuando Jesús comienza verdaderamente su ministerio, debe enfrentarse a un
problema mayor, uno que, para nosotros, sería de terrible desaliento. Él llega a la sinagoga en Nazaret y
comienza a hablar: "El Espíritu del Señor es sobre mí, ... etcétera, etcétera". Comienza a decir las cosas y
es rechazado por la congregación. Mi hermano, esto es fácil de leer en el texto bíblico, pero qué difícil es
enfrentarnos con una congregación que corta nuestro mensaje ¡y nos echa del templo! Cuando uno es
joven y tiene treinta años, es conciente del tremendo ministerio que debe cumplir, se ha preparado
largamente para ese ministerio y su primera experiencia es ésta, ¿qué siente en ese momento? Lo
expulsaron, lo sacaron del lugar, exclamando: "No es posible que se pare alguien a decirnos lo que no nos
gusta oir!" "¡A éste hay que echarlo de aquí!»"

Y Jesús sale. Yo no sé con qué expresión abandonó ese lugar. Lo que sí sé es que Él, a pesar de ser Dios,
era también verdaderamente hombre. ¡Y yo sí sé cómo me hubiera sentido si eso me hubiera pasado a mí!
¡Hubiera salido "con el rabo entre las piernas"! Me habría desmoralizado, desalentado; habría tenido un
inmenso sentimiento de soledad.

Hace algunos años me tocó vivir una experiencia parecida; sin embargo, no puedo ni imaginar en toda su
dimensión lo que Jesús vivió. Es de esos momentos en que dan ganas de decir: "¡Dejo todo! ¡Que se
arreglen solos!" Pero Jesús recién comenzaba. Hasta ese momento, esa "media predicación" había sido
todo su ministerio público, y ya estaba derrumbado. Fue, entonces, en su soledad y crisis que pensó:
"Tengo que seguir".

Cuando uno ve problemas en el pueblo, trata de dirigirse a los líderes; si siente que "tiene un mensaje" para
dar, entonces lo enfoca hacia los que dirigen. Y muchas veces uno encuentra lo mismo que encontró Jesús:
indiferencia, burla, ridiculización, ataque, saña y todo aquello que Él recibió de parte de los escribas,
sacerdotes y fariseos: las "autoridades" contemporáneas. Hubo momentos en que Él se enojó con ellos.
Llegó a llamarlos "sepulcros blanqueados", pero no lo escucharon.

Me imagino cómo me hubiera sentido yo si los principales intelectuales y pensadores de mi tiempo se


hubieran acercado a mí para decirme: "Tú estás loco", o para tratar de hacerme caer en una trampa. Habría
dicho: "Si los que estaban presentes en la sinagoga me echaron, es una cosa, al final de cuentas era el
pueblo llano, pero ¡esta gente! ¡Ellos son los que conocen la Palabra de Dios! ¡Son los que se han nutrido
de ella! Si ellos vienen a decirme: ‗¡No!‘, es como para decir: ‗Si ni el pueblo ni sus líderes quieren oírme,
allá ellos. Yo ya les prediqué. ¡Que se arreglen!‘". Sin embargo, Jesús otra vez decidió: "Tengo que seguir".

Quien no conoce o recuerda bien la historia bíblica podría decir: "Bueno, por lo menos Jesús contaba con el
apoyo de su familia". ¿La familia? Ellos creían que estaba loco. Dice la Biblia que vinieron a buscarlo
"porque creían que estaba fuera de sí". Uno piensa: "Llego a casa después de soportar horas de una
sociedad corrupta, molesta, y alterada; entonces, descanso, me relajo y comparto con los míos las
frustaciones que he sufrido". Jesús se encontró con que ni siquiera María lo entendía. Sus mismos
hermanos eran los que se encargaban de decir: "Está fuera de sí", "ha perdido la razón".
Piense, hermano, que esto sucedió mucho antes de la cruz; forma parte de los padecimientos de Cristo, de
los cuales nosotros mismos somo partícipes. Si uno aspira a ser pastor de una iglesia, tiene que estar
dispuesto a poner esto por delante y saber que pueden venir momentos en que, aun los que amamos, no
nos entenderán. Tal vez ni siquiera dentro de nuestra propia casa encontremos el apoyo que necesitamos.

En esos momentos Jesús se encontraba completamente solo. Sin embargo, los discípulos estaban con Él.
¿Los discípulos? ¿Esa multitud frenética que a veces lo seguía, que se gozaba cuando Él multiplicaba los
panes y los peces, que lo alababa cuando hacía milagros, pero que decía: "¡Uy! ¡Dura es esta palabra!",
daba media vuelta y se iba? Y éstos no eran los de la sinagoga, eran los que "simpatizaban" con Él. Pero
cuando Jesús les habló de identificarse con su sangre y con su muerte, la respuesta fue la espalda. Y Él,
una vez más: "Tengo que seguir".

Es allí cuando mira a los doce y les pregunta: "¿Quieren irse ustedes también?" Y ellos dicen no. "¿A quién
iremos?", le contestan.

¡Qué apoyo!. ¿Y quiénes eran "los doce"? Allí estaban: Pedro, con un montón de problemas que culminaron
en una negación o, mejor dicho, una traición; Tomás, quien fue un incrédulo hasta después de la
resurrección; Felipe, que no entendía lo fundamental (tanto que Jesús tuvo que decirle: "¿Hace tanto tiempo
que estoy con ustedes y todavía no me has entendido?"); Jacobo y Juan, que todo lo que querían era tener
los puestos de la derecha y de la izquierda, y que descendiera fuego del cielo para destruir a los
samaritanos. Contra ellos y los demás Jesús llegó a enojarse y decir: "¡Hasta cuándo tendré que lidiar con
ustedes!" Esos eran "los doce".

Mi estimado colega, si los teólogos se burlan y me quieren tender trampas, si se me viene en contra la
congregación y me echan del lugar, si la familia me trata como a un loco, si los que me siguen ya no lo
hacen más y los pocos discípulos que me quedan no me entienden, entonces renuncio. Pero Jesús dice:
"Tengo que seguir".

Hermano, si a ti te desalientan las cosas que te ocurren, ten presente que a Jesús le sucedieron muchas
peores. ¡Y antes de la cruz! La soledad que tú vives, Él la vivió; el dolor que sientes, Él también lo sintió. ¡Si
tienes un mensaje para el mundo, dilo ahora, aunque el mundo entero te rechace! Aun cuando suceda lo
peor, ¡tú tienes que seguir!

Llega el momento en que mi Señor arriba a Jerusalén. Habían pasado tres años desde aquella expulsión en
Galilea; tres años que significarían treinta, cuarenta o cincuenta en nuestros ministerios. Años de múltiples
esfuerzos, de sacrificios y de amor derramado. Y al llegar, encuentra la turba de discípulos inconstantes e
inconsecuentes que lo rodea para hacer la revolución, que lo interpreta como un líder político, pero que
después lo abandonará. ¿Por qué lloró Jesús al entrar en Jerusalén? ¿Por qué no se sintió apoyado y
reconfortado? ¿Por qué no experimentó el gozo que hay en el corazón de Dios cuando es alabado y
adorado, cuando es reconocido como rey? En ese momento, esa ciudad vivía dos sentimientos: el de la
fiesta de la Pascua, con el festejo de los panes sin levadura, y el de los que creían que venía un nuevo rey
terrenal. Jesús sabía que se encontraba en medio de un pueblo ciego y sordo a su verdadero mensaje, y
esto, hermano, duele mucho. Es triste sentirse alabado, palmeado, vitoreado y engrandecido, pero descubrir
que allí no hay nada más que vacío. Por eso Jesús lloró. Lloró por la gente de esa ciudad, que pensaba
mucho en los corderos de la Pascua, pero que a Él, el verdadero cordero, no lo reconocía como tal.

"¡Hosana al que viene en el nombre del Señor!" Tal vez, en su corazón, surgió aquella frase que los profetas
habían transcripto: "Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí". Mi hermano, cuando
uno es como "cantor de amores", al que la gente palmea por lo bien que canta, pero a quien nadie escucha,
el corazón se duele. Y Él no puede ni siquiera volver a confiar en los doce. Pronto les dirá que todos lo
abandonarán, que se quedará solo.

Si tu eres siervo de Jesús y alguna vez te sientes solo, estás identificado con Él. Si llegas a experimentar
tristeza, aflicción y piensas que el camino de la cruz se está volviendo una agonía, recuerda que Aquel
también lo padeció. Si sientes que el mundo entero, aun tus amigos más cercanos, se vuelven contra ti, y
que la senda de la cruz es ya demasiado dura, piensa que Jesús la transitó en una forma más dolorosa
todavía, ¡y sin culpa ni responsabilidad!

En estos momentos Jesús ya está frente a un cuadro en sobremanera frustante. Su muerte es debida a la
indiferencia, la incredulidad y el pecado de los otros. Él ya está agonizando cuando llega a Getsemaní, es
muy dura la copa que está bebiendo. Desea otra situación, y dice al Padre: "Si es posible, que yo no beba
esta copa"; es decir, que no siga en esta misión heroica con una grey que me abandona, un rebaño que me
deja solo, tener que estar en la cruz desamparado por los hombres y por Dios. Si es posible, yo no quiero
beber esta copa.
En ese lugar Jesús está diciendo: "Quisiera dejar, pero ¡tengo que seguir!" Y se levanta, y los discípulos
están dormidos. Es tremendo. Uno está orando angustiosamente, lleva a sus dos mejores amigos para que
lo acompañen y, al rato, se queden dormidos. Este hombre oró y lloró en gran conmoción, pero se levantó y
dijo: "Voy".

Entonces, Pedro lo niega; el otro, lo vende; Juan lo sigue de lejos, y de los demás no se sabe nada. Él va a
enfrentarse con todo y con todos. En esos momentos de la pasión, sobre los cuales tanto podríamos decir,
Él va pensando: "Tengo que seguir".

Mientras es llevado por aquellas calles, de lo de Pilato a lo de Herodes y viceversa, así como en el camino
hacia el Gólgota, va encontrando rostros conocidos: «éste es el paralítico al que sané la vez pasada; éste
es el leproso a quien curé; aquel otro es el ciego a quien devolví la vista; éste que se hace el indifirente es
aquel a quien libré de tal enfermedad». Rostros y más rostros; todos amontonados y apiñados viéndolo
pasar. Solo. Nadie se acercó a agradecerle. En los evangelios no leemos que alguien haya venido, sino que
Isaías da testimonio diciendo: "Desechado y despreciado entre los hombres". Algunas mujeres lloraban,
pero nada más. ¡Y va a la cruz! Sigue.

Ya en la cruz, a lo lejos puede ver el humo de los que seguían con la ceremonia de la Pascua. Muchos
continuaban con su celebración a Dios, aunque Él estaba fuera del campamento llevando nuestro vituperio.
Jesús mira y se siente desamparado. "Estos son los que Dios llamó. Éste es el pueblo de Dios". Todavía
vienen y le dicen: "Si eres el Hijo de Dios, bájate de la cruz". ¡Claro que tuvo ganas de bajarse! ¡Por
supuesto que sintió ganas de abandonar! No lo hizo, pero en cualquiera de nosotros hubiera existido la gran
tentación desde el principio. Es que para ser siervo de Dios hay que estar dispuesto a ir a la cruz. Si se
desea ser siervo del Altísimo, hay que estar listo para derramar hasta la última gota de sangre. ¡Por amor a
los verdugos, a los negadores, a los cobardes, a los traidores (uno de los cuales estaba ya colgnado de un
árbol)! ¡Por amor a ese rebaño que no lo había comprendido!

Jesús sabía que tenía que morir solo, y cuando debo hablar de ese "Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?", se me hiela la sangre en las venas.

¿Sabe una cosa, hermano? Si Jesús hubiera terminado su obra allí, nada sería muy diferente hoy. Aun
resucitado, los discípulos de Emaús no lo reconocieron y los doce andaban escondiéndose. Fue necesario
que Él derramara su Espíritu Santo, el Consolador, para que nosotros no estuviéramos solos. "Yo estoy con
vosotros hasta el fin del mundo"; "no están solos".

Querido colega, cuando camines tu ministerio de soledad, piensa en lo que hizo Jesús: "¡Tengo que seguir!"
y, lo que es hermoso, Él está contigo.

Desarrollando un carácter duro y cristiano por Esteban Brown

Observé que no es un problema de los pastores solamente. Muchos cristianos nos compartieron que ellos lo padecen
también. Deglutimos falsa doctrina, rehusamos preguntar, esquivamos confrontar, sofocamos las protestas, nos
mantenemos callados cuando debiéramos hablar, permitimos que nos manipulen, todo porque tememos que las
personas no nos acepten si no las complacemos.

Hace algunos años atrás, un comité de una gran iglesia del Sur me invitó a almorzar y me pidió que yo
considerara la posibilidad de ser su pastor.

"Háblenme de la iglesia" —dije—, y después de referirse a una serie de aspectos, me aclaró uno de ellos:
"Esteban, nuestra iglesia tiene un grave problema, está controlada por un hombre. Él da mucho dinero y
posiblemente es el que más tiempo ha estado en ella. Por ser quien es, logra todo según su deseo. Los
últimos tres pastores se fueron por su causa. Pero creemos que tenemos la mayoría y lo podremos
doblegar".

"No están buscando un pastor", —comenté. "Están buscando un sargento que imponga disciplina".

"Bueno" —replicó—, «yo no lo diría de esa forma, pero sí, probablemente es eso, y tú eres el único que
conocemos tan cruel como para limpiar la basura».

Le comenté rápidamente que no me sentía guiado a ser su pastor, pero que tenía una impresionante lista
de amigos clérigos que gustosamente les facilitaría para su consideración.
Más tarde, cuando pensé en el incidente, me horroricé por la reputación que de alguna manera había
desarrollado. ¿Cómo es posible que fuera conocido como un sargento cuando todo lo que yo quería era ser
un hombre fiel y piadoso? Ese incidente fue hace ya bastante tiempo. Ahora soy más viejo y un poco más
prudente, y he valorado mi reputación de sargento. De hecho, comencé a verla como una manifestación de
fidelidad y piedad.

No más Señor

Paso parte de mi tiempo enseñando a estudiantes seminaristas, y una de las características del pastor que
les insto a desarrollar es lo que llamo un "rasgo duro". A menudo, los pastores se convierten en oyentes de
los miembros neuróticos de la iglesia (y estos son una minoría). Si no les gusta cómo se peina el pastor, o el
vestido de su esposa, etcétera, etcétera, se sienten en libertad para decírselo. ¡No creerían los comentarios
que escucho en mi oficina durante un año! Algunos piensan que pueden criticar y corregir al pastor por
cosas que nunca lo harían con otra persona.

No hace mucho estuve conversando con un pastor que tenía un serio problema con su congregación. Había
sido ridiculizado de una manera vergonzosa. Mientras conversábamos me di cuenta que este joven hombre
necesitaba desarrollar un rasgo duro para sobrevivir. Me contó que sentía un llamando a amar a su gente,
comprenderlos aun cuando fueran crueles y abusivos.

"Junto a tus manifestaciones de misericordia y bondad", —le dije—, "también es importante que seas
honesto y fuerte. ¿Por qué no traes ante el consejo a las personas que hacen tales comentarios, y que
justifiquen su actitud, que ha estado afectando la paz y la unidad de la iglesia?, o vete de ahí".

La respuesta fue interesante: "Esteban, yo sé que debo hacer eso, pero no estoy hecho para ello. Siento
que mi ministerio es derramar aceite sobre turbulentas aguas, y no prender un fósforo". Innecesario decirlo,
dejó el ministerio. No tuvo suficiente aceite para tantas turbulentas aguas, ahora está vendiendo seguros.

Un jugador profesional de fútbol americano me contó de un macizo jugador de línea. En su primera jugada,
su oponente le bajó el casco sobre sus ojos. El joven fue al instructor y le preguntó: "¿Qué hago?".

El entrenador sonrió y le contestó: "Hijo, no dejes que lo haga".

No buscar complacer

Una de las duras lecciones que tuve que aprender fue que no podía complacer a todo el mundo. Yo lo
quería, deseaba ser lo que cada uno quería que fuera. Quería que todos me amaran. El problemas es que,
sencillamente, no podía hacerlo. Y hasta que comprendí esto, no pude ser efectivo.

Observé que no es un problema de los pastores solamente. Muchos cristianos nos compartieron que ellos lo
padecen también. Deglutimos falsa doctrina, rehusamos preguntar, esquivamos confrontar, sofocamos las
protestas, nos mantenemos callados cuando debiéramos hablar, permitimos que nos manipulen, todo
porque tememos que las personas no nos acepten si no las complacemos.

C.S. Lewis escribió, en un ensayo profundo titulado "The inner ring" (El círculo interior): "Creo que en la vida
de todos los hombres, en ciertos períodos, y en algunas personas, durante todo el período entre la infancia
y la ancianidad, uno de los elementos predominantes es el deseo de pertenecer al círculo local y el terror de
estar fuera… De todas las pasiones, la pasión de pertenecer al círculo interior es la mejor para hacer que un
hombre, que todavía no es muy malo, realice malas acciones".

Comprendo la necesidad de pertenecer al círculo interior, de ser aceptado, porque es uno de mis
problemas. ¿Has notado que la liturgia cristiana no sucede durante el culto, sino después? El pastor se
dirige hacia la puerta y todos se ponen en fila. Mientras pasan, la liturgia les requiere decir: "Pastor, fue un
hermoso sermón". Luego de acuerdo con la liturgia, el pastor responde: "Gracias. Me alegro de que Dios lo
use".

Esto siempre es así, excepto cuando predico una bomba. Yo lo sé, y la congregación también lo sabe.
Durante el sermón, la gente mira sus relojes y luego se mueven para asegurarse de que no han sido
tocados. Todos están aburridos y el sermón se diluye antes de llegar al primer banco.

No importa. La liturgia cristiana está esculpida en la roca. Sin embargo, debo ir a la puerta con esa
atmósfera, y aun así, la gente pasa ante mí mascullando el mismo comentario y recibiendo la misma
respuesta. Estoy seguro de que usted también ha tenido alguno de esos días.
Pero, el problema se avecina cuando uno decide esquivar esos días más que ninguna otra cosa en el
mundo. Entonces escribimos mensajes para agradar a la congregación. Sabemos que debemos decir una
verdad, pero no lo hacemos porque posiblemente ofenderemos a alguien. Sabemos que debemos ser
fuertes, pero si lo somos, enojaremos a la gente, entonces, salimos del paso con un piadoso sermón que no
ofende a nadie.

A causa de que nuestra identidad está atrapada en lo que somos en el púlpito, la distancia entre lo que
somos en ese lugar y lo que somos en las otras áreas de nuestra vida se reduce a ser amable, dulce e
insípido.

El coraje de ofender

Solía tener en mi biblioteca un libro (prestado y nunca devuelto), del cual no recuerdo el autor, pero tenía
por título La Biblia en el bolsillo; un revólver en la mano. Comentaba sobre los predicadores itinerantes en el
tiempo cuando las fronteras de Estados Unidos de América se extendían durante el siglo diecinueve, y la
determinación de estos a predicar el evangelio, lo quisieran escuchar o no. Seguramente estuvieron
incómodos en muchas iglesias. De hecho, muchas iglesias se sintieron incómodas con ellos. Simplemente
estos predicadores no se dispusieron a participar del juego de querer complacer.

Al examinar el registro bíblico, sin ideas preconcebidas, se hace notorio que la mayor parte de los hombres
y mujeres de la Biblia y de la historia de la iglesia fueron también desagradables a quienes los escuchaban.
El enojo de Moisés fue tal que lo movió a romper las tablas. Juan el Bautista perdió la cabeza porque su
mensaje ofendió.

De alguna manera muchos han interpretado el liderazgo en términos de servidumbre y amor, pero las
connotaciones que se han dado a estos términos no están de acuerdo al sentido bíblico que estos tienen.
Como resultado, se ha generado un estilo de liderazgo suave, lo cual ha convertido a los que encajan en él
en blancos para cualquier miembro de iglesia enojado con una pistola teológica o cultural. Tales pastores se
beneficiarían con un rasgo duro.

Tenemos en nuestras iglesias personas que piensan que el pastor debe ser amable con ellos y que el
llamado de este es el de contarle a otros cómo ser amables. ¡Y luego dicen que hay "una crisis de liderazgo
en el pastorado"! Creo que la crisis tiene que ver más con la incapacidad de desarrollar dureza que con el
consumirse en el ministerio, o con la falta de dinero o instrucción.

Si se representa la imagen del pastor con una sonrisa inofensiva, y además, se interpretan las Escrituras
desde una perspectiva cultural, pronto los pastores comenzaremos a ser lo que todos piensan que somos.
Mucho del enojo dirigido a líderes cristianos francos y templados, no es por lo que ellos dicen, sino porque
se supone que no deben decir nada. La francos y templados rompen el patrón de delicadeza que por
tradición se ha establecido, y, simplemente, ¡eso no se hace!

Consigue principios duros

No soy un experto, pero sí un sobreviviente. Después de más de veinte años de sobrevivir, he aislado
cuatro principios que he violado sólo en mi contra. Los comparto con ustedes.

Primero, el principio de las olas: Cada vez que usted rehuse a provocar olas cuando debiera, más adelante
tendrá que encarar otras… y mayores.

Casi siempre que esquivé un problema, mirándolo de otra manera, o cubriéndolo con suavidad y ligereza —
cuando debiera haberlo confron-tado con honestidad, templanza y amor desde el principio—, se transformó
en un monstruo, que requirió un enorme esfuerzo al final. Por suavizar la situación, innecesa-riamente herí a
otros, a la iglesia y a mí mismo.

La pregunta de Elías a la gente, "¿hasta cuándo van a seguir indecisos?" (1 Re. 18.21 NVI), es una
apropiada advertencia para aquellos de nosotros que posponemos la difícil tarea de encarar los problemas.
Ministré una congregación donde un empleado renunciaba constantemente cuando las cosas no se hacían
a su manera. Traté de ser amable, para comprenderlo y calmarlo, pero mi proceder no daba los resultados
buscados. Finalmente, acepté su renuncia, puse a otro en su lugar, y lo llamé a mi oficina para explicarle lo
que había hecho y por qué.

Pensé que él dejaría la iglesia, pero no lo hizo. El terminó entregándose a Cristo, hizo una confesión pública
ante toda la congregación. Un anciano de la iglesia donde estoy ahora dice: "Esteban, siempre has lo
correcto y tendrás lo correcto. Pero, si no obtienes lo bueno, te sentirás bien habiendo hecho lo correcto."
Segundo principio, la imagen: La gente ve a los pastores como representantes de Dios. Y lamentablemente,
por como han conceptuado al pastor, la imagen de Dios ha sido feminizada.

Pablo dice que somos embajadores en nombre de Cristo (2 Co. 5.20), y un embajador debe representar
íntegramente a su gobierno. Si soy suave cuando debo enojarme, débil cuando debo ser fuerte, y amable
cuando debo ser duro, no represento adecuadamente a mi gobierno. Y la gente puede comenzar a
caracterizar a nuestro "temible" Señor de la manera en que les permitimos que nos caricaturicen a nosotros.

Pedro Cartwright, predicador metodista itinerante, no se permitía esa pérdida de orientación de su carácter.
Cuando llegaba a una ciudad o pueblo, a menudo se paraba en las afueras, miraba a sus amigos, y decía:
"Percibo olor a infierno." El hedor del pecado lo fastidiaba. Cuán fácil es tratar de cubrir el olor del infierno
con el perfume de la trivialidad, pero si queremos ser fieles a la imagen que representamos, no podemos
hacer esto.

Cierto día me visitó una pareja pidiéndome que yo los casara. Mientras discutía la situación con ellos me di
cuenta de que él no era cristiano y ella sí. En ese punto yo tendría un problema si apoyaba ese matrimonio.
Les dije: "Queridos, me agradan ustedes mucho, pero no puedo celebrar su boda", y les expliqué las
razones bíblicas por las que no podía casarlos.

La joven comenzó a llorar, y el joven se enojó. Me dijo: "¡Pensé que los pastores estaban aquí para ayudar
a la gente, y usted la ha hecho llorar!"

Entonces le contesté: "Hijo, yo te estoy ayudando; te estoy diciendo la verdad. Si no te gusta la verdad,
puedes ir a algún lugar donde te mientan". Él y su novia dejaron mi oficina enojados, pero puedo vivir con
eso. Tal vez cuando, en el futuro, ellos piensen en los pastores, la imagen no será la misma. No les
gustarán los pastores, pero sabrán que los pastores no tienen miedo de decir la verdad.

Tercer principio, el mandato: Habiendo sido dado por Dios el mandato de liderar, usted debe liderar, o su
pecado será la infidelidad.

Me encanta la orden de Dios a Josué, y he asumido que también se dirige a mí y a cada pastor llamado por
Dios: "Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios
estará contigo dondequiera que vayas." (Jos 1.9)

Alguien dijo en cierta ocasión refiriéndose al liderazgo: "¡Uno u otro, lideras y sigues, o te sales del camino!"
Recientemente completé un programa de construcción, y en medio de esa responsabilidad casi todo lo hice
mal. Me mantenía asustado porque cualquier decisión que tomara, podía dividir la iglesia. Mi indecisión
causaba problemas significativos. Pero un día, mi buen amigo Jaime Baird me demostró que me amaba lo
suficiente, me dio a conocer la verdad.

"Esteban", —me dijo—, «si no deseas pagar el precio del liderazgo, entonces no esperes que suceda
nada». Eso me sacudió lo suficiente como para ponerme de pie, liderar y completar el proyecto.

Finalmente está el principio de pasar: Guíe su iglesia livianamente y espere salir pronto.

Lo admito, me gustaba mucho jugar a las cartas y aprendí un montón de la vida con este juego. Aprendí que
hay momentos en que uno necesita pasar y esperar una mejor mano. Otras veces, simplemente se tiene
que dejar la mesa. No creo que un pastor deba renunciar ante la señal de una banderita que baja, o ante
problemas triviales, pero sí creo que hay asuntos importantes por los que el pastor debe dejar la
congregación... y lo haga rápido.

Jesús sabía de nosotros, creo que él dio la instrucción de sacudir el polvo de los pies también para
nosotros: "Si alguno no los recibe bien ni escucha sus palabras, al salir de esa casa o de ese pueblo,
sacúdanse el polvo de los pies." (Mt. 10.14 NVI) No lo hagas a menudo, pero cuando la situación se da, es
efectivo.

Tengo archivadas una serie de renuncias sin fecha, y el hecho de saber que están ahí y que deseo usarlas
me cuida de vender mi alma. No deseo capitular sobre algo importante solamente por permanecer en la
iglesia. El conocimiento de que puedo usarlas ha cubierto multitud de pecados.

La fase dura del ministerio

Desarrollar un rasgo cristiano y duro es, por supuesto, otro nombre para la audacia. "Huye el impío sin que
nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león." (Pr 28.1) Sin valentía no podemos servir
adecuadamente a Dios.
Me enojo con las estructuras que dicen que no puedo enojarme. Me enojo conmigo mismo cuando me
comprometo en lugares erróneos. Me enojo cuando la sociedad y la iglesia me dicen que no debo ser lo que
Dios me ha dicho que sea, un embajador obediente de Jesucristo.

En "Perelandra", el segundo libro de C.S. Lewis sobre una trilogía de ciencia ficción, el protagonista
Ransom, es enviado al planeta de "Perelandra" a prevenir una caída similar a la de Adán en la Tierra. El
adversario, en forma de hombre, llamado Weston, también está en "Perelandra" trabajando contra los
esfuerzos de Ransom.

Ransom reconoce con horror al diablo representado por Weston, y gradualmente comprende que debe
enfrentar y destruir a Weston en una batalla. Es un proyecto espeluznante. Durante la oscura noche de
"Perelandra", Ransom considera el hecho de que puede enfrentarlo y pelear, o huir. Más allá de la
oscuridad se escucha una voz que dice: «Mi nombre también es Ransom».

Con Ransom encaramos la misma decisión. Podemos enfrentar y pelear, o huir temerosos. Nos desafía a
actuar de una manera que da honor al nombre que sostenemos, cristianos. Si sólo deseamos ser amables,
gente de maneras suaves, deberemos cambiar nuestro nombre o cambiar nuestro llamado.

Ahora, ¿no sientes que un rasgo duro está creciendo en ti?

Usado con permiso de Leadership 87/ Spring Quarter. Título en inglés: Developing a Christian Mean Streak

Aprenda a motivar por Howard Hendricks

¿Cómo es posible vencer la inercia y poner en acción a un hombre? No importan todas las habilidades que una
persona tenga, si esta carece de motivación, nadie la hará avanzar en su desarrollo. Por eso es tan importante que el
pastor aprenda a motivar. Aquí encontrará diez principios básicos para que se convierta en un motivador.

El problema más grande al cual se enfrenta el proceso educativo (y con el cual debe luchar todo líder) es el
de la motivación. Es decir, cómo se puede vencer la inercia y poner en acción a un hombre. Siempre resulta
más fácil dirigir un objeto que ya está en movimiento, que darle movimiento a uno detenido. Por esto, el líder
debe estar siempre más interesado en la aplicación y el desarrollo que se le pueda dar a un hombre, que en
sus habilidades. Todas las habilidades del mundo no ayudarán a una persona que carece de motivación.

Antes de considerar algunos conceptos que influyen en la motivación de un individuo, debemos definir
claramente lo que es un motivo. Motivo es aquel factor en una persona que lo impulsa a realizar una acción
determinada. Dentro de este concepto podemos encontrar dos clases de motivaciones: la motivación
extrínseca, que no proviene del individuo sino de las cosas que lo rodean, y la motivación intrínseca, que sí
proviene del individuo mismo.

Las motivaciones intrínsecas son siempre las más importantes, porque provienen netamente del individuo.
A menudo, con los factores extrínsecos, el individuo tiende a hacer algo por la presión que se está
ejerciendo sobre él, y no porque realmente lo desee. Este sería el caso de una persona en la iglesia que
enseña en la Escuela Dominical porque "no hay nadie que lo haga". Si esa misma persona tuviera una
motivación intrínseca, estaría enseñando porque realmente siente que eso es lo que desea estar haciendo.
Por esta razón, el líder realmente efectivo va a desarrollar las motivaciones intrínsecas en sus
congregaciones.

No debemos, sin embargo, desechar el uso de toda motivación externa. Las motivaciones extrínsecas
tienen mucho valor, pero solamente cuando éstas sirven para despertar en el individuo sus motivaciones
intrínsecas. Lamentablemente, en muchos casos se han usado las motivaciones externas sin que éstas
apelen a las internas de la persona. El resultado es casi siempre el mismo: el individuo hace las cosas por
obligación y de mala gana.

Una de las motivaciones extrínsecas más usadas es la de dar premios por ciertas acciones. Le prometemos
a la persona que si ella hace esta tarea va a recibir tal o cual recompensa. El problema con este enfoque es
que, en cuanto desaparezca el premio, la persona ya no sigue haciendo su tarea. La prueba contundente
que siempre demuestra si una motivación extrínseca es buena o mala, es la de ver si ha ayudado al
individuo a volverse una persona de iniciativa, que busca emprender nuevas actividades por sí solo.
Y bien... ¿Cómo podremos hacer mejor uso de las motivaciones a fin de ayudar a nuestras congregaciones
a ministrar más efectivamente? Quisiera compartir con ustedes ocho formas que he encontrado muy
eficaces.

EXPONGA LA PERSONA A LA REALIDAD

La primera forma de motivar a las personas es creando una necesidad al exponerlas a la realidad. De este
modo, una persona puede responder a una necesidad que antes ignoraba. Sería el caso de una persona
que no siente deseos de aliviar la carga de los pobres, porque no cree realmente que sea necesario, ni que
el pobre sea tan pobre. Pero si damos a esa misma persona la oportunidad de estar expuesto a la realidad,
ya sea visitando un sector marginado de la ciudad, o viviendo con una familia pobre por algunos días, va a
ver que las necesidades son inmensas y que es mucho lo que se puede hacer. ¡No solamente esto, es muy
probable que desee comenzar a hacer algo él mismo!

De la misma manera, no podemos motivar a una persona a cambiar de actitud o comportamiento si ella no
percibe la necesidad de cambiar. Existen multitudes de personas que tienen abundancia de problemas, pero
nunca hacen nada al respecto, porque no son conscientes de esos problemas en sus propias vidas. Y, en
este sentido, he notado que nosotros, en los círculos cristianos, usamos una mala filosofía. No trabajamos
en solucionar los problemas, sino que muchas veces nos dedicamos a enseñarles cosas que no necesitan
en ese momento. Es como darle a un individuo una guía telefónica y pedirle que la memorice, "para el día
en que instalen un teléfono en su casa".

Si no dedicamos tiempo para mostrar a las personas cuáles son sus necesidades y ofrecerles soluciones
pertinentes, vamos a lograr pocos resultados como líderes.

Si observamos el ministerio de nuestro Señor Jesús, vamos a ver inmediatamente que ésta era una de sus
reglas de trabajo. Él daba a sus discípulos suficiente enseñanza como para que pudieran ser eficaces en
una situación. Luego los mandaba a practicar. Durante la práctica (al estar expuestos a la realidad) se
daban cuenta de que les faltaba mucha más preparación. Entonces volvían al Señor llenos de preguntas y
deseos de aprender. Luego el Señor procedía a darles un poco más de preparación mandándolos otra vez a
practicar (y estar de nuevo expuestos a la realidad). De esta manera vemos que había un balance perfecto
entre lo que recibían y lo que deseaban, como resultado de una constante exposición a la realidad.

Como pueden ver ustedes, lo que realmente ayuda a motivar a una persona es exponerla a la realidad, a
los hechos y a las circunstancias reales de la vida. Esto no es solamente bueno para el individuo porque le
ayuda a cambiar, sino también porque le da oportunidades de desarrollar su sentido de la responsabilidad y
lo estimula al crecimiento.

Allí está su más importante responsabilidad como líder. Hacer que las personas desarrollen sus
capacidades al máximo. Puede estar seguro de que cuanto más invierta en motivar a las personas, más
desarrolladas van a estar. Y recuerde esto: cada vez que usted le da a una persona una responsabilidad
que no requiere casi ningún esfuerzo, le está escamoteando una oportunidad para crecer. El Señor no se
conformó con pedirle a los discípulos que ordenaran a las personas en grupos. Les dio una responsabilidad
mucho más grande: «Denles de comer ustedes» (Mt. 14:13-21). Su impotencia frente a esto los motivó a
aprender más de cómo ministrar adecuadamente. Cuando vea usted personas que pueden dar más, deles
una mayor responsabilidad.

PROVEA ESTÍMULO Y RECONOCIMIENTO

Un segundo método por el cual se puede motivar efectivamente a una persona es proporcionándole
estímulos y reconocimiento. A menudo ocurre que las personas se desaniman porque se les está señalando
en forma constante lo que hacen mal, en vez de reconocer lo que hacen bien. Las constantes críticas
tienden a desinflar hasta a los más entusiasmados.

El problema que he visto con gran frecuencia en muchos líderes es que tienden a entusiasmarse en gran
manera con lo que ellos mismos están haciendo, pero tienen muy poco entusiasmo por lo que otros a su
alrededor hacen. Recuerdo con gran claridad el caso de un joven médico que había descubierto una gran
verdad en la Biblia. Como yo era su profesor, él se acercó a mí con gran entusiasmo para mostrarme lo que
había encontrado. ¡Su entusiasmo era tal, que uno podía llegar a pensar que ni Calvino, ni Lutero, ni ningún
otro gran teólogo en la historia de la iglesia habían descubierto eso! El asunto era que yo también había
descubierto esa verdad hacía ya veinticinco años, cuando recién comenzaba a estudiar en el seminario. Si
hubiera dicho esto, aquel estudiante se hubiera desilusionado grandemente. Así que dejé que él me
contagiara con su entusiasmo y lo alenté a que me contara sobre lo que había descubierto. El hecho de que
yo me mostrara interesado lo animó a seguir estudiando la Palabra en busca de otras verdades. El
entusiasmo y el reconocimiento habían aumentado significativamente su motivación.
La verdadera prueba de la eficiencia de un maestro no se encuentra en lo que él sabe, sino en lo que saben
sus alumnos. Sin la adecuada cantidad de reconocimiento y estímulo, ellos jamás van a tener la motivación
para aprender lo que su maestro sabe. La desconfianza en nuestras propias habilidades es un resultado
directo de la falta de estímulo y reconocimiento en nuestras vidas. No olvide el proveer siempre esto para
los que usted está formando.

PROVEA MODELOS

Una tercera forma de motivar es por medio de una demostración de cómo deben hacerse las cosas. El
problema con muchas de las iglesias es que tienen demasiadas personas que están dedicando su tiempo a
exhortar a la congregación a "hacer" cosas, pero nadie explica y demuestra exactamente cómo deben ser
hechas. Un exceso de exhortaciones no lleva a la acción, sino a un montón de personas con complejos de
inferioridad y sentido de culpa. La realidad es que casi todos los creyentes saben lo que deben hacer, pero
pocos lo hacen debido a que no se les ha mostrado de qué manera hacerlo.

Por ello, es importante que usted no se concentre solamente en exhortar, sino también en explicar y
demostrar. La razón por la cual Cristo fue tan eficaz en motivar a los discípulos es que jamás les enseñó
algo sin demostrarlo en su propia vida. Les exhortó a amar, porque Él amó; les exhortó a servir y Él sirvió;
les exhortó a predicar y mostró cómo lo hacía Él, etcétera.

IRRADIE ENTUSIASMO

Usted puede motivar a las personas irradiando entusiasmo personal. Uno de los problemas más comunes
con que se enfrenta el líder cristiano es el de seguir manteniendo el entusiasmo a través de los años.
Muchas veces parece que el ministerio se vuelve una rutina aburrida que no tiene dinamismo alguno. Si
usted se siente así, es muy lógico que no motive a nadie en la iglesia, pues esa actitud nos está diciendo
que la vida cristiana es aburrida.

En cierta oportunidad tuve que hablar en una iglesia y sólo asistieron tres personas. El pastor se me acercó
y me dijo: "Éste es uno de los problemas con estas personas, ellos no se entusiasman para nada y son
incumplidores". Su actitud demostraba claramente que pensaba que era una pérdida de tiempo seguir con
tan pocos. Luego de la reunión, me preguntó cuál me parecía que era el problema. «Si quiere que sea
franco» —le dije— "le diría que usted es el problema. La prueba del verdadero líder se encuentra en la
forma en que dirige una reunión. ¡Su entusiasmo debe ser tan grande cuando hay dos personas como
cuando hay dos mil!"

El entusiasmo es contagioso. Si usted quiere motivar a su congregación, va a tener que demostrar


abundantes cantidades de entusiasmo en todo lo que haga y diga.

Este método requiere mucho más trabajo que otros, pues uno debe estar dispuesto a demostrar todo lo que
enseña. Sin embargo, lo desafío a invertir en esta forma de motivación: verá que los resultados serán
realmente extraordinarios.

REMUEVA LAS BARRERAS EMOCIONALES

Creo firmemente que va a ser muy difícil motivar a una persona que está enojada, llena de rencor o dolorida
por cierta razón. Lo que usted significa para una persona es mucho más importante que lo que usted pueda
decirle o hacer por ella. Es más, esto va a determinar la manera en que escuchará lo que tenga que decirle.
Entre un líder y sus seguidores, debe haber un clima de total aceptación.

Sea sincero con aquellos que le rodean: permítales verlo tal como es. A menudo he visto caer a algún líder
por querer aparentar saber todas las cosas. Eso no produce aceptación; la gente se siente inhibida y, lo que
es peor, también se da cuenta de que el líder no es honesto con ellos.

INTENSIFIQUE LAS RELACIONES PERSONALES

Recuerde siempre este principio: cuanto más cerca esté usted de una persona, cuanto más estrechos sean
los lazos que los unen, más grandes serán las posibilidades de motivarlo. Nuestro problema es que muchas
veces deseamos motivar a las personas sin conocerlas ni mostrar interés por sus vidas personales. Por
esto, yo me he creado el hábito de aprovechar siempre los momentos informales en reuniones, porque se
puede conocer a la gente y estrechar los vínculos.

Donde quiera que vaya, cultive las relaciones personales con quienes le rodean. Tómese tiempo para
interiorizarse en lo que están viviendo otros. Elija también, de entre su congregación, algunas personas con
las cuales pueda pasar gran cantidad de tiempo, conviviendo con ellos. Verá cuán motivados estarán
cuando quiera alentarlos a una actividad determinada.

DEMUESTRE AMOR INCONDICIONAL

He dedicado veintisiete años a estudiar la vida de Jesús. Creo que ningún factor influyó tanto en el nivel de
su motivación hacia los discípulos como el amor incondicional que Él demostró hacia ellos. Por más graves
que fueran sus errores, siempre los siguió amando profundamente, a pesar de lo que eran. Es digno de
notarse que el Señor nunca reprendió a los discípulos por sus errores: solamente los reprendió por su falta
de fe. El amor produce lealtad, entrega y dedicación.

CREA EN LO QUE DIOS PUEDE HACER

Una de las lecciones más importantes que he aprendido a través de los años es que Dios no llama a una
persona por lo que es, sino por lo que puede llegar a ser. Todas las personas tienen valor para la causa de
Cristo y, como líderes, es nuestra responsabilidad comunicar esa verdad constantemente.

A menudo, tendemos a escapar de las personas que nos parecen medio "raras", y nos apegamos a
aquellos que realmente parecen ser mucho "mejores". Pero, les diré, ha sido mi experiencia el ver que, caso
tras caso, los que generalmente vemos como "raros" son los que llegan a ser los más fieles al Señor. ¿Por
qué? Porque llegan a comprender sus posibilidades en el Señor y trabajan para lograr eso.

Cuando estuve en quinto grado tuve una maestra con la cual me llevaba muy mal. Ella siempre parecía
estar disciplinándome por alguna cosa y, cuanto más lo hacía, más rebelde me tornaba. Después de un
tiempo, había llegado a ser conocido entre los maestros como el "niño desobediente". Cuando pasé a sexto
grado, la nueva maestra me llamó y me preguntó: "Tú eres Hendricks, ¿verdad?". Yo estaba aterrado, sabía
que mi maestra de quinto grado le había contado de los muchos problemas que habíamos tenido. "Quiero
decirte que aunque he oído mucho de ti, no creo nada de lo que me han dicho". Esta persona creía en mí, y
mi confianza volvió a florecer. Mi sexto grado fue una hermosa experiencia.

Es mi deseo que esta oración pueda ser también la suya: «Padre, como motivador por excelencia que eres,
acércanos a ti mediante tu amor. Te pido que me hagas un individuo contagiado por tu amor y que me
recuerdes que tu especialidad es obrar lo imposible en la vida de los hombres. Que tomas individuos sin
esperanza, desahuciados, y que los conviertes en hombres y mujeres de valor para el servicio de tu amado
Hijo Jesús. Ayúdame a vivir de tal manera que pueda motivar a otros a servirte y amarte con vidas
entregadas y comprometidas. Amén».

El presente trabajo fue adaptado de una presentación del autor en conferencias especiales de Cruzada
Estudiantil y Profesional para Cristo. Usado con permiso.

Trabajemos juntos por Chua Wee Hian

"Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan
la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al
pueblo por ti; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de
sobre ti, y la llevarán ellos contigo" (Ex. 18: 21, 22).

El liderazgo tiene que ver con personas. Dios ha dotado generosamente a su pueblo con talentos y
capacidades para servirle en la iglesia y en el mundo. Los líderes deberían redescubrir y potenciar lo mejor
de los miembros. Tendrían que facilitar el uso de los dones.

Este artículo explora la dinámica del liderazgo corporativo. ¿Cuáles son algunas de las directrices bíblicas
para trabajar juntos? También adaptaremos algunas ideas útiles del mundo empresarial a nuestro proceso
de toma de decisiones.

Servir juntos a Dios es algo estimulante. Para empezar, «somos colaboradores de Dios» (1 Co. 3:9). Nos
llama a trabajar juntos con Él (2 Co. 6:1). Nuestra común lealtad hacia Él forma la base de nuestras
relaciones de trabajo. ¡Esto es sensacional!

Como somos humanos, aportamos al liderazgo nuestros diferentes puntos de vista, prejuicios y debilidades.
Por supuesto, también contribuimos compartiendo nuestras experiencias y nuestra visión. Vamos a
examinar a un grupo de líderes mientras trabaja.
Digamos que hay dos o tres que provienen del mundo de los negocios. Serán partidarios de buenos
procedimientos empresariales y estarán dispuestos a introducir un toque profesional en la organización
cristiana. A su lado hay un par de visionarios. Son personas con ideas creativas. Tienen grandes sueños
para la iglesia, pero en ocasiones no tienen los pies en la tierra. Después se encuentra el tipo
pensador/filósofo, que pide una "razón de ser" para cada decisión. Finalmente, están los líderes afectuosos
y solícitos, siempre pensando en las personas en vez de en lo que se hace.

Si hay un respeto mutuo y una aceptación de los dones y condiciones de los demás, este equipo de líderes
puede enriquecer el ministerio de su iglesia. Pero si se tratan unos a otros como rivales e insisten en su
propia forma de planificar, se producirá el caos y la división. La obra de Dios se paralizará.

FUNDAMENTOS BÍBLICOS

Es extremadamente útil buscar las palabras «unos y otros» en una concordancia, anotando el verbo o
acción que las precede.

Empezamos con el mandato de Cristo de amarnos unos a otros (Jn. 13:34, 35). No es una opción; es el
encargo que Él nos da. Esta declaración se repite en 1 Juan 4:10, 11. Debemos amarnos unos a otros como
Dios nos amó en Cristo. Ésta es la base para trabajar juntos.

Amar a nuestros compañeros líderes es desear lo mejor para ellos. Y esto tiene asombrosas implicaciones.
Si los miembros del equipo están dispuestos a buscar lo mejor para los otros, ejercerán sus
responsabilidades de liderazgo en una atmósfera de comprensión mutua y aceptación. En nuestra lista de
textos con las palabras «unos a otros» también se nos advierte que no hagamos ciertas cosas. He aquí
algunas: Si nos amamos unos a otros, NO debemos:

Juzgarnos más los unos a los otros (Ro. 14:13).


Mordernos (es decir, herirnos) unos a otros (Gá. 5:15).
Mentir los unos a los otros (Col. 3:9)
Murmurar los unos de los otros (Stg. 4:11).
Quejarnos unos contra otros (Stg. 5:9).

Positivamente, el amor intenta edificar a las personas. Esta meta se consigue por medio de:

Recibirse los unos a los otros (Ro. 15:17).


Servirse por amor los unos a los otros (Gá. 5:13).
Someterse unos a otros (Ef. 5:21; ver 1 Pe.5:5).
Soportarse y perdonarse unos a otros (Col. 3:13).
Enseñarse o exhortarse unos a otros (Col. 3:16).
Alentarse los unos a los otros (1 Ts. 4:18).
Hospedarse los unos a los otros (1 Pe. 4:9).
Orar unos por otros (Stg. 5:16).

Al estudiar estos textos y aplicar cada exhortación a nuestras relaciones con los compañeros,
descubriremos mayor armonía en el equipo de líderes, lo que también repercutirá en nuestra comunidad
cristiana. Al servir juntos a Dios también debemos tener en mente otro conmovedor llamamiento: "Y
considerémonos unos a otros para estimulamos al amor y a las buenas obras... exhortándonos" (He. 10:24,
25).

Después de considerar estos principios bíblicos para trabajar juntos, vamos a fijarnos en algunos aspectos
prácticos del liderazgo corporativo.

CUESTIONES ORGANIZATIVAS

En una pequeña congregación o comunicad cristiana, la organización es relativamente sencilla. Como el


grupo es pequeño, es bastante fácil impartir visión y compartir las responsabilidades entre los miembros. Si
hay cuestiones o problemas, éstos pueden ser rápidamente resueltos.

En una comunidad de más de sesenta personas, necesitamos establecer estructuras mayores y mejorar los
canales de comunicación. Las diversas actividades realizadas por los diferentes grupos de líderes o comités
deben ser coordinadas e integradas en la planificación y en los objetivos globales de la iglesia. El equipo de
líderes deberá presentar objetivos claros e indicar la dirección en la que debería marchar la iglesia.
Entonces se creará una red de comunicaciones, pero no sin esfuerzo.

A menos que estemos dispuestos a permitir que un hombre —el pastor— lo organice y dirija todo, los
líderes deberán orar y planificar juntos. Los miembros deben ser movilizados para que el servicio sea
efectivo. El equipo o comité está, por lo general, dotado de la autoridad para llevar la responsabilidad en
nombre de toda la congregación. El equipo de líderes hace un seguimiento de los procesos y se enfrenta a
los diferentes problemas que aparecen. Pero continuamente trata de desafiar a toda la congregación a
mantener las prioridades de Dios.

Los líderes deben ser hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo, de fe y sabiduría. Estas cualidades
esenciales son vitales para el liderazgo espiritual pero, al mismo tiempo, para realizar su misión deben
aprender a tomar decisiones juntos. Y esto requiere planificación y una cierta dosis de habilidad
administrativa. Los líderes deben saber qué hay que hacer y considerar quién debe hacerlo y cuándo.

El equipo de líderes debería dedicar tiempo a estudiar los planes y a pensar en el futuro. No harán ellos
todos los trabajos. Los trabajadores sabios siempre delegan para que más personas puedan participar en la
obra de Dios.

Leyendo libros sobre dirección de empresas, inevitablemente encontramos una buena sección sobre el
tema de la delegación. Ésta es un área del liderazgo con frecuencia poco considerada por algunos líderes
cristianos bien intencionados. Trabajan hasta matarse y al final se desploman por puro agotamiento físico y
nervioso. No se dan cuenta de que alcanzan este terrible estado porque no han delegado trabajo en otros.

DELEGAR

Moisés tuvo este problema. Tomó sobre sí la terrible tarea de juzgar las disputas entre los israelitas. Era un
juez competente y su pueblo se dirigía a él buscando justicia. Durante todo el día el pueblo lo rodeaba,
esperando que juzgara sus disputas (Éx. 18:13) ¡Y Moisés casi se desplomó por agotamiento nervioso!

Su suegro, Jetro, lo rescató. Este hombre sabio le hizo ver el pobre uso que estaba haciendo de su tiempo y
energía. Si Moisés insistía en hacer todo el trabajo él mismo, los problemas de su pueblo lo aplastarían (vv.
17, 18). Jetro dijo a Moisés: "Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de
Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de
centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo por ti; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos
juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo" (vv. 21, 22).

Delegar daría buenos resultados y la carga de Moisés sería más ligera (v. 22). Compartir sus
responsabilidades administrativas no iba a representar merma en su cargo como representante de Dios y
líder. Moisés continuaría representando a su pueblo ante Dios y enseñándole las leyes y decretos de Dios
(vv. 19, 20).

Ted Engstrom, en su libro The Making of a Christian Leader (Creando un líder cristiano) menciona los
beneficios de delegar.

Varios son los derivados de una mejor comprensión y relación entre los líderes y sus seguidores. Las
personas a las que se les da la oportunidad de desarrollar sus talentos y habilidades latentes trabajan más
satisfechas, lo que a su vez mejora su estado de ánimo. Al mismo tiempo, delegar alivia las presiones sobre
el líder, liberándolo para pensar y planificar la estrategia (Engstrom 1976:136-40). Engstrom continúa
señalando seis principios básicos del arte de delegar.

1. Seleccionar los trabajos a delegar y organizarlos para poder hacerlo.

2. Elegir la persona adecuada para el trabajo.

3. Preparar y motivar a la persona delegada para realizar la tarea.

4. Dar la tarea asegurándose la plena comprensión de ésta.

5. Animar a actuar con independencia.

6. Mantener una supervisión: nunca soltar las riendas.


Concluye con estas palabras. "No olvides nunca que una delegación efectiva ayuda a progresar, da buenos
ánimos e inspira la iniciativa. La prueba final de un líder es que deja tras de sí a otros hombres convencidos
que continuarán la obra".

¿POR QUÉ NO DELEGAMOS?

¿Por qué algunos de nosotros tenemos tanto temor a delegar trabajo en otros?

En primer lugar, tememos que otros no puedan hacer el trabajo tan bien como nosotros mismos. Nos asusta
pensar en la posibilidad de que nos fallen. Pero si concretamos lo que hay que hacer y asignamos
responsabilidades específicas a otras personas, ellas harán el trabajo. Cierto es que debemos explicarles la
tarea a realizar con claridad y, en algunos casos, entrenarlas para ella. Pero esto produce un alto
rendimiento. Más personas participarán en la obra. John R. Mott, el conocido misionero y hombre de estado
solía decir: "Prefiero dejar que diez hombres hagan el trabajo que hacer el trabajo de diez hombres".

En segundo lugar, no delegamos porque tenemos miedo de perder el control. Algunos de nosotros nos
volvemos bastante ansiosos e inseguros cuando otros deben tomar decisiones y dirigir. Creemos que nos
han quitado la capacidad de tomar decisiones. En la obra cristiana necesitamos aprender a confiar en otros.
Además, no perdemos el control puesto que, si somos sabios al delegar, todavía mantendremos nuestra
supervisión. Los que han recibido una tarea específica deben responder ante nosotros.

¿PODEMOS APRENDER DEL MUNDO EMPRESARIAL?

¿Deben los líderes cristianos tomar modelos de liderazgo extraídos del mundo empresarial? Sí, siempre
que éstos hayan sido cuidadosamente sopesados y santificados. Los autores de libros y manuales
empresariales proponen sus principios y comparten su visión en base a su investigación y a las
experiencias de los que dirigen grandes empresas. Si bien admiramos sus objetivos de excelencia y
eficiencia, nunca debemos dejar que éstos se conviertan en fines.

Queremos hacer un buen trabajo porque así damos gloria a Dios. Por supuesto, podemos aprender mucho
de planificación por objetivos, control presupuestario, eficiencia organizativa, cómo medir lo conseguido y
motivar a los empleados. Sin embargo, hay diferencias fundamentales. Las grandes empresas cuentan con
un ejército de empleados bien entrenados. Las iglesias, en general, con voluntarios a tiempo parcial. En el
mundo empresarial hay, por lo general, una cadena de mando; los ejecutivos dan órdenes que deben ser
obedecidas. Pero en el servicio cristiano debemos inspirar, influir y motivar a nuestros compañeros
cristianos. No podemos ordenarles como si fueran subordinados. La mayoría de las iglesias y
organizaciones cristianas tienen fondos y recursos limitados y no pueden permitirse el apoyo de
procesadores de texto, computadoras y hábiles secretarias. Así que necesitamos adaptar los principios y
procedimientos empresariales a nuestra situación particular. Como mayordomos de Dios debemos intentar
hacer el mejor uso posible de los recursos humanos y materiales disponibles.

TRABAJANDO JUNTOS:

UN PROCESO DE DECISIÓN EN COMÚN (COOPERATIVA).

Personalmente he usado mucho un proceso que facilita tomar decisiones en común. Este proceso está
compuesto por seis componentes básicos o pasos, que son los siguientes:

OBJETIVO: resumir en una frase, y claramente, la meta u objetivo principal.

RECURSOS: hacer una lista de los recursos humanos, financieros y materiales para realizar el objetivo.

PLANIFICACIÓN: planificar es decidir, por adelantado, qué se debe hacer, por qué, dónde, cuándo, quién
debe hacerlo y cómo.

COMUNICACIÓN: comunicar la información a los otros líderes y a los miembros para que sean conscientes
del objetivo. Compartir los planes propuestos. Informar a cada persona de sus responsabilidades
específicas. Hacer descripciones (preferentemente por escrito) de las tareas a realizar, para que todos los
implicados conozcan claramente sus deberes.

ACCIÓN: poner el plan en movimiento trabajando en las tareas asignadas. Esto sólo debe hacerse cuando
ya todo el equipo ha seguido los pasos anteriores. Puede ser necesario que el presidente supervise los
progresos y atienda los problemas de organización.
EVALUACIÓN: el equipo de líderes pasa revista a todo el programa de actividades. ¿Qué cosas fueron
bien? ¿Cuáles no y por qué? Si fuera a repetirse un programa similar, ¿qué se repetiría y qué se omitiría?
¿Se han descubierto nuevas capacidades de liderazgo entre los que han participado en la actividad?

Este proceso es de gran valor en la toma de decisiones por parte de un grupo de líderes. Su efectividad
descansa en la disposición de todos los miembros a someterse a su disciplina. En demasiadas ocasiones
un grupo de líderes tiene sólo una vaga idea de lo que debe hacerse. Hacen planes apresurados, pasan a la
acción y, antes de que sepan lo que ha pasado, ya se ha roto la comunicación. Participan en las actividades
y no tienen claras sus responsabilidades ni saben ante quién tienen que rendir cuentas. Tampoco cómo
encaja su tarea en todo el proyecto. Hay duplicaciones y traslapos en algunas áreas, mientras que otras
tareas apenas reciben atención. Los ánimos comienzan a caldearse y existe frustración. Los líderes
empiezan a echarse las culpas unos a otros y una negra nube cubre todo el proyecto.

Ahora bien, para que funcione este proceso, los líderes deben practicarlo constantemente. Deben seguir,
meticulosamente, los seis pasos. En ocasiones, cuando dirijo seminarios sobre organización del liderazgo,
divido a los participantes en pequeños equipos de seis o siete miembros. Deben familiarizarse por sí
mismos con los seis pasos del proceso de decisión. Después les muestro ocho o nueve objetos y les pido
que reúnan diez unidades de cada uno en el menor tiempo posible. Cada unidad debe ser etiquetada
cuidadosamente. Si estas prácticas se hacen al aire libre, utilizo diferentes tipos de hojas y piedras. El
equipo que sigue fielmente los seis pasos es, normalmente, el ganador. Después dejo que durante veinte
minutos los diferentes equipos analicen su actuación y valoren su éxito o fracaso.

En el siguiente ejercicio, pido a los mismos equipos que reúnan el doble de unidades de los mismos objetos
en la mitad de tiempo. Lo asombroso es que ahora la mayoría de los equipos logran alcanzar este nuevo
objetivo. Han aprendido con la experiencia la importancia de la organización. También han aprendido la
importancia de establecer objetivos claros, planificar cuidadosamente, hacer el mejor uso posible de sus
recursos humanos y materiales, realizar buenas descripciones de las tareas a realizar y revisar sus
esfuerzos.

Vamos a utilizar este proceso para planificar una campaña evangelística que va a realizar su iglesia local. El
comité está formado por nueve personas y usted es una de ellas. Los únicos «obreros a tiempo completo»
son el pastor y el secretario de la iglesia. La región considerada tiene seis mil habitantes y los miembros de
la congregación son ciento cincuenta. ¿Cómo planificaría una acción evangelística que tuviera como
resultado que algunos de sus vecinos se convirtieran y se integraran en su iglesia?

Puede cerrar ahora la revista y apuntar lo que usted haría, pero asegúrese de seguir los seis pasos:
objetivos, recursos, planificación, comunicación, acción, evaluación.

He aquí un ejemplo de cómo una iglesia local planeó esta campaña de evangelización:

OBJETIVO: compartir las buenas nuevas de Jesucristo en la región considerada, de manera que la mayoría
de las personas escuchen las pretensiones de Cristo y que al menos veinte de ellas le entreguen sus vidas.
La campaña evangelística se concentrará en nueve días, incluyendo los fines de semana.

RECURSOS: lista de recursos humanos. ¿Cuántos cristianos pueden compartir su fe con otros? ¿De
cuántos hogares cristianos disponemos para reuniones informales, por ejemplo, alrededor de una taza de
café? ¿Qué lugares céntricos —por ejemplo, la iglesia— podrían ser usados para las reuniones
evangelísticas masivas?

PRESUPUESTO: estimación de la cantidad necesaria para cubrir los gastos de publicidad, etcétera. ¿Hay
cristianos en la iglesia que podrían capacitar a otros para la evangelización o hay que pensar en recursos
externos?

PLANIFICACIÓN: preparar un bosquejo de programa para la campaña. Por ejemplo: dos cultos dominicales
especiales; reuniones de evangelización los sábados por la tarde; reuniones especiales para hombres,
mujeres y niños; reuniones informales; evangelización personal. Establecer las fechas adecuadas. Proponer
posibles conferenciantes. Sugerir responsables de entrenar a otras personas para evangelizar y personas
encargadas de la publicidad.

COMUNICACIÓN:

Primera etapa: asegurarse de que todos los líderes estén familiarizados y plenamente comprometidos con
esta acción evangelística. Dar descripciones de las tareas a realizar a las personas correspondientes. Cada
descripción debe ayudar a la persona a responder a dos preguntas básicas: ¿De qué soy responsable? y
¿Ante quién soy responsable?
Segunda etapa: los líderes deben compartir el objetivo y la visión de esta campaña evangelística con los
miembros de la congregación. Solicitar oración, recursos financieros y apoyo de las personas. Dar una clara
información del programa de entrenamiento y de cómo cada miembro podría participar.

ACCIÓN: antes de que lleguen los nueve días de evangelización intensiva, los miembros tendrían que
invitar a sus vecinos, compartiendo su fe con ellos.

Deben organizarse reuniones especiales de oración y hacer visitas casa por casa, entregando en cada
hogar una porción de los evangelios o folletos evangelísticos.

Los responsables de la publicidad deben conseguir que los periódicos y emisoras locales den cuenta de las
reuniones especiales.

El conferenciante invitado debe ser presentado.

El pastor, junto con los consejeros laicos, deben estar a la disposición de los que muestran interés. Los
folletos y el material para hacer el seguimiento deben estar disponibles. Los responsables de los detalles
prácticos (por ejemplo, preparativos de las reuniones, sistema de sonido) deben repasarlos para evitar
problemas de última hora.

EVALUACIÓN:

Después del acontecimiento, el comité debe revisar todo el programa en una reunión especial.

¿Cuántos hogares se visitaron? ¿Cuál fue la respuesta espiritual de la congregación? ¿Cómo podría
hacerse el seguimiento? ¿Podrían movilizarse dos o tres equipos para visitar a los "invitados"? ¿Y las
conversiones? ¿Cuántos dieron testimonio de su fe? ¿Cómo van a ser pastoreados? ¿Cómo podría toda la
iglesia aprovechar la situación creada tras los nueve días de reuniones especiales? ¿Qué dones y
capacidades se han detectado y en qué miembros? ¿Cómo podrían desarrollarse más?

Por supuesto, sería de mucha utilidad que los resultados se recopilaran y pusieran a disposición del
siguiente equipo que tuviera que planear una campaña de evangelización. Así, el nuevo comité podría usar
lo que sus predecesores hayan descubierto. En su libro Managing Our Work (Administrando Nuestro
Trabajo), el Dr. John Alexander hace este acertado comentario: "Si queremos que nuestros compañeros se
sientan miembros de un mismo equipo, uno de los indicadores de que nuestras comunidades gozan de
buena salud será nuestra tendencia a usar los pronombres nosotros y nuestros —en lugar de vosotros,
vuestros, ellos y suyo— al referirnos a la organización. Una señal de peligro se enciende cuando un
compañero utiliza el plural vosotros y ellos en lugar de nosotros y nuestro" (Alexander 1975:65, 66).

Trabajar juntos debe ser una demostración de que nos pertenecemos unos a otros y de nuestro mutuo
compromiso de servir al mismo Señor. Esto producirá solidaridad y compañerismo.

Chua Wee Hian, Learning to Lead, Inter-Varsity Press. Tomado de la revista Andamio. Usado con permiso.

Reflexiones sobre la identidad del líder por Ángelit Guzmán

«Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea.» (1 Ti. 3:1)

El término obispo se aplica especialmente a aquellos líderes que ejercen una responsabilidad
administrativa, además del ministerio docente y pastoral. Este modelo puede ayudarnos a construir la
identidad del líder, así como la identidad del pastor que tiene que atender el gobierno más allá de una
congregación local.

Es necesario que tengamos un modelo que pueda servimos en estos tiempos en que, hechizados por las
propuestas de liderazgo, hemos sucumbido ante un lenguaje humanista que esconde una despreocupación
real por los seres humanos, centrado principalmente en los resultados. Detrás del lenguaje de "excelencia",
"calidad total‘, "reingeniería" o "eficacia", se esconde una nueva forma de utilización de las personas en
función de los objetivos institucionales. En consecuencia, necesitamos tomar distancia de ese modelo de
líder que maneja formas parecidas a las del líder cristiano, pero cuyo contenido y fondo es radicalmente
diferente.
En 1 Timoteo 3 encontramos desarrollado el modelo del obispo. De allí obtenemos los siguientes elementos
para la construcción de la identidad del líder:

El líder es un "super-visor"

Literalmente obispo (episkopein, en griego) significa ‗supervisor‘, ‗veedor del rebaño‘. Hay coincidencia en
afirmar que presbítero, anciano y obispo tenían las mismas responsabilidades ministeriales: enseñar, juzgar
y gobernar. Esto supone que se espera que la supervisión se haga alrededor de estas tres tareas básicas.
Por lo tanto, no es la supervisión desde ‗un escritorio de observación‘ o reducida sólo a una computarización
ministerial.

El sentido literal aplicado a las tareas de enseñar, juzgar y gobernar nos da un modelo nuevo de
supervisión. Bajo esta perspectiva, el líder tiene que ser a la vez un maestro, un pastor, un juez y un
gobernador. Ésta es su forma de super-mirar a la organización. Tiene, por tanto, que resolver la tensión
entre estas cuatro funciones: enseñar, acompañar, juzgar y administrar. Esta tensión existe porque a veces
parece que cuando se enseña y acompaña pastoralmente es muy difícil juzgar y administrar. Sin embargo,
bíblicamente se espera que el obispo encuentre un equilibrio sano entre estas tareas, porque será la única
manera de supervisar adecuadamente.

El líder no sólo tiene que ver sino super-ver a la organización. Esto nos lleva a las preguntas: ¿cómo
estamos viendo? ¿qué estamos viendo? ¿para qué? ¿qué hacemos con lo que vemos? Incluso tenemos
que preguntarnos: ¿realmente vemos? o estamos ciegos, porque hemos perdido contacto con la realidad, o
sólo vemos lo que queremos ver (y no sólo por el «punto ciego» que todos tenemos, sino porque no nos
conviene ver). Tal vez estemos viendo equivocadamente a través de reportes interesados y sesgados, y por
eso llevamos adelante políticas o estrategias también equivocadas.

Podemos enriquecer nuestra capacidad de supervisar recordando que incluye "divisar", y eso nos da una
mirada al horizonte más allá de la situación actual, o usar el "retrovisor", y eso incluye una mirada al pasado
para entender mejor el presente y alumbrar el futuro. Hoy la tentación de muchos líderes es quedarse sólo
con el ‗televisor‘, queriendo hacer una pastoral a "control remoto". Requerimos agudizar nuestra capacidad
de visibilidad, aunque sabemos que siempre "veremos por un espejo, oscuramente", pero podemos
descansar en que Dios irá aclarando cada vez más nuestra visión.

Tenemos en Jesús y en Pablo dos ejemplos de cómo ver. Nos cuenta el relato bíblico (Mt. 9:35-38) que
Jesús "al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como
ovejas que no tienen pastor". Pablo, al ver la idolatría de la ciudad de Atenas, sintió que su corazón se
enardecía (Hch. 17). Entonces encontramos que el verdadero "ver" tiene dos características básicas: no es
delegable (nadie puede "ver" por nosotros) y nos conmociona (provoca compasión o enardecimiento, nunca
frialdad ni indiferencia). El líder tiene que preguntarse cuánta compasión y enardecimiento hay en su
corazón cuando ve a los grupos y a la organización en general. Tiene que buscar en el fondo de su ser
cuánto de sus sentimientos de ira o de dolor responden al sufrimiento de los demás y cuánto se debe a sus
propias frustraciones egoístas y mezquinas; qué porcentaje de sus estrategias o planes brotan de ese
corazón conmovido y afectado por la realidad del rebaño que está bajo su cuidado; cuánto de lo que ve, no
lo ha visto él, sino lo ha encargado a otros o, simplemente, lo ha dejado de lado y ha ido progresivamente
alejándose de la realidad de los grupos y de sus integrantes.

Este "ver" que causa conmoción no se produce como efecto de un entrenamiento. Hay técnicas psicológicas
que pueden conmover hasta las lágrimas, pero eso dista mucho de ser lo que se necesita para la obra: la
sensibilidad que produce el Espíritu de Dios en la vida del obrero, cuando el Señor le hace gemir de corazón
por la situación de la obra y del rebaño, y porque en honestidad y humildad puede ‗super-verse‘ a sí mismo.

La capacidad de indignarse se va perdiendo si no estamos alerta. Una carta escrita por Alberto Flores
Galindo, un intelectual de izquierda del Perú, fue titulada "Redescubramos la dimensión utópica:
recuperemos la capacidad de indignación". En ella, Flores dejó su testamento para sus compañeros de
lucha, a quienes dirigió esta última carta que escribió cuando sabía que sufría un cáncer terminal que lo
acabaría en breve. Allí confronta a sus compañeros a luchar por recuperar lo que él creía era lo más
importante y que se había perdido: el dolor frente a la injusticia. Les increpaba por haberse acomodado,
como intelectuales que hablaban de la injusticia y de los pobres, pero que no se comprometían
apasionadamente en ello. A nosotros nos vendría bien aprender de la autocrítica de Flores Galindo para
revisar si nuestro liderazgo se ha reducido a discursos hermosos pero vacíos de compasión e indignación,
que son la base del verdadero compromiso.

Este primer pensamiento es punto de partida para no reducir los siguientes rasgos a un listado de requisitos
o al perfil ideal del líder. Le da a todo el pasaje la perspectiva adecuada.

El líder tiene que anhelar serlo


Es "palabra fiel", es decir, fuera de toda duda, que el que anhela ser obispo "buena obra desea" (1 Ti. 3:1).
Aquí nos habla de los anhelos y de las aspiraciones. El problema no está en anhelarlo sino en descubrir qué
estamos deseando exactamente.

Para decirlo de otro modo, lo que nos dice la carta es que «quien anhela ser líder desea en realidad ser un
trabajador incansable que buscará producir buenos frutos y que escogerá medios tan altos como sus fines».
Visto así, es probable que disminuyan los candidatos.

En los tiempos que refleja la epístola, ya existían luchas por obtener posiciones de poder religioso dentro de
la iglesia cristiana. Ya había que poner límites a esta ambición y distorsión de los ministros, especialmente
de aquellos que querían acceder a funciones de jerarquía como el obispado, donde la tentación es mayor.
Aunque no sabemos de sueldos jugosos en esos tiempos había posibilidades de ganar económicamente
aprovechando el puesto de obispo. Hoy tal vez no tengamos muchas posibilidades de tener esa tentación.
Sin embargo, hay otro tipo de ‗ganancias‘ que se pueden obtener, que luego trataremos con más detalle. La
intención de la Palabra de Dios es purificarnos en nuestras motivaciones al buscar estos puestos
importantes en la obra.

El líder tiene rasgos especiales

No cualquiera puede serlo. Se necesitan ciertos rasgos. Y no sólo al momento de ser nombrado, sino que
se cultiven a lo largo de la vida. Hablamos de rasgos, porque más que ser ‗requisitos‘ en el sentido actual
del término se trata de rasgos del carácter. Nos hablan de la esencia de una persona y no de ‗condiciones
entrenadas‘ para tener un liderazgo eficaz. Hay que hacer la diferencia, porque ahora se busca producir
resultados, no importa lo que haya en el corazón del que ejerce el liderazgo. Vivimos en el mundo de los
indicadores externos y cuantitativos. No interesa que la realidad sea otra, las cifras hablan.

Aquí encontramos, entonces, no un perfil "ideal" que nadie pueda alcanzar, sino el carácter básico que todo
líder debe tener como esencia de su ser. Va más allá, decíamos, del perfil del líder exitoso de nuestro
tiempo que tiene ‗que ser buena gente‘ con sus subordinados, porque así conseguirá motivarlos para que
logren los resultados esperados. O aun buscar "el buen testimonio", porque así tendrá autoridad, o buscar
"corregir errores", porque así reforzará su imagen y la imagen institucional. Hay que luchar contra este tipo
de distorsión en el liderazgo cristiano. Esto es corrupto, porque es manipulador, hipócrita y falso. Es haber
caído presos en el mundo de la imagen. También podemos tener una política institucional que sea la que
nos importe mantener, aunque la realidad de la organización sea ‗de huesos secos‘, empezando por el
propio líder.

Nos viene bien escuchar a Erich Fromm en su desafiante obra Tener o Ser: "En el modo de existencia de
tener, mi relación con el mundo es de posesión y propiedad, deseo convertir en mi propiedad todo el mundo
y todas las cosas, incluso a mí mismo. En el modo de existencia de ser, debemos identificar dos formas de
ser: una significa una relación viva y auténtica con el mundo, la otra se opone a la apariencia y se refiere a
la verdadera naturaleza, a la verdadera realidad de una persona o cosa".

Se puede querer tener posición, popularidad, habilidades, razones, conocimientos, incluso requisitos para
poder controlar. Conocemos historias tristes de destrucción cuando los líderes han querido ‗poseer‘ a la
agrupación y no han anhelado ‗ser‘ sus servidores.

Esta descripción no es, pues, una camisa de fuerza, sino una muestra de lo que es la vida de piedad, una
exigencia mínima para el obispo de la organización. El líder, siendo consciente de su llamado, busca en
humildad que el Señor lo santifique, porque sabe que sin ello no podrá ser fiel con el cargo trascendental
que se le ha encomendado. Estos rasgos están condensados en cuatro características básicas y en tres
más específicas.

La integridad

La integridad es la nota distintiva de todo cristiano y, fundamentalmente, de un líder. La base de la


integridad es el agradar al Señor. Y a partir de allí se es íntegro en todo, porque no se puede serlo sólo en
algunas cosas y en otras no. Es un rasgo que define la existencia total. Por fidelidad al Señor, el líder busca
ser fiel a sus compromisos, tanto con la pareja como con los demás.

La integridad permite que seamos irreprochables. Irreprochable no es sólo quien no se equivoca, sino quien
vive con limpia conciencia. Hay dos dimensiones en este asunto de la integridad: por un lado, la búsqueda
de santidad y de fidelidad al Señor y a todos nuestros compromisos y, por otro, ser conscientes de nosotros
mismos y responder a los reproches de nuestra conciencia. Estamos hablando aquí de una ética en la
intimidad y no sólo de la de vitrina, que se expresa cuando hay público. Aunque podamos ser absueltos por
un jurado descuidado o simple que se deje llevar por nuestras apariencias, no lo seremos ante el tribunal de
una conciencia sucia e inquieta por la maldad de nuestros sentimientos y de nuestro proceder.

No se trata de una conciencia culposa, enfermiza, como la que producen la depresión y la neurosis, sino de
la conciencia aguda, sana, que está incómoda cuando no está limpia y que nos avisa cuando estamos
siendo infieles. Una conciencia sucia que no ha sido escuchada sistemáticamente termina por cauterizarse
y se insensibiliza. Así es cómo nos volvemos inconscientes. Poco a poco se extingue nuestra sensibilidad y
ya no nos sentimos inquietos cuando procedemos infielmente. Incluso podemos hablar aquí de una
‗enfermedad de la conciencia‘, por la que, aunque las personas y la realidad nos lo digan, no la
reconocemos y, lo que es peor, no nos damos cuenta. Cuanto más vivimos así, más difícil se hará que
nuestra conciencia resucite.

La honestidad

Si somos honestos, no buscaremos ganancias indebidas en el ejercicio de nuestra función. Quien las
empieza a buscar está procediendo deshonestamente. También es un rasgo que se expresa en todos los
planos de la vida: con nosotros mismos, nuestra familia, y la obra. Es muy raro alguien que está muy bien
en un lado y muy mal en otro. La honestidad le lleva al líder a gobernar bien su casa y la organización, algo
nada fácil pero necesario. Quien se queda sólo con uno, no se queda en verdad con ninguno de los dos.

También se dice en el texto que no sea "codicioso de ganancias deshonestas". Posteriormente, en el


capítulo 6, Pablo nos va a explicar cómo las personas que codician ganancias deshonestas en el ministerio
empiezan a corromperse, porque con el tiempo ya no les basta la piedad como ganancia.

¿Cuál es la salida? Por supuesto, no lo es el cinismo, que nos hace buscar una justificacion para nuestra
situación o un desplazamiento de la responsabilidad hacia otros: la organización, el Consejo Administrativo,
la familia, etcétera. Tenemos que ubicarnos en el terreno de los valores. ¿Qué es lo que en verdad
valoramos? ¿Por qué hemos desvalorizado la piedad? ¿Por qué hemos dejado de apetecer las ganancias
honestas que genera el ejercicio de ésta?

También podemos ser deshonestos en el hogar y esperar cosechar allí reconocimiento, lealtad
incondicional, miedo sumiso, respeto y amor sin esfuerzo, y convertir así a nuestra casa en un espacio de
poder, a veces absoluto.

Además de las ganancias deshonestas en el plano económico, podemos encontrar otras ‗ganancias
deshonestas‘: poder, comodidad, seguridad y satisfacción emocional indebida.

Nuestras agrupaciones pueden conferir a sus líderes mucho poder. A veces, cuando hay un Consejo
Administrativo débil, el poder del líder es grande. Alguien ha dicho que el poder corrompe, de manera que el
poder absoluto corrompe absolutamente. Tenemos arraigada en nuestra idiosincrasia latinoamericana
nuestra vocación de caudillos, de emperadores. Por eso, entre otras buenas razones, debemos fortalecer
nuestros Consejos Administrativos, porque son instancias de preservación de corrupción para los líderes. La
sed de poder, con las ansias de protagonismo y popularidad que la acompañan, es sutil, engañosa y no
siempre aparece tal como es. Se puede presentar como celo, cuidado de la obra, disciplina y hasta como
humildad. Podemos decir: "Sí, hermano, estoy abierto a la evaluación", pero ni siquiera escuchar lo que nos
dicen o escuchar ‗para cumplir‘, pero sin tomarlo en cuenta.

Otra ‗ganancia deshonesta‘ en la obra es, paradójicamente a lo que se podría pensar, la comodidad.
Nuestras organizaciones tienden a ser informales y muy flexibles. Esto en manos de alguien muy trabajador
y responsable es muy bueno, pero es terriblemente malo en manos de una persona perezosa e
irresponsable. Si no tenemos quién controle nuestra labor, entonces ser líder viene a ser un trabajo muy
cómodo. Difícilmente voy a querer otro trabajo, porque aunque no gano mucho dinero, tengo la libertad de
hacer lo que yo quiero. En otro trabajo se medirían mis resultados y se exigiría que cumpliera un horario.

También hay otra expresión de la comodidad. Este cargo puede esconder una posición básica de inercia.
Nuestra vida se deja llevar y nos cuestan los cambios. No continuamos en la obra porque respondamos a
una visión y un compromiso renovado que hemos hecho con Dios, sino porque sencillamente no queremos
cambios drásticos.

La seguridad, no en sentido económico sino laboral y, en cierto modo, afectiva puede ser considerada otra
‗ganancia deshonesta‘. Podríamos convencer a otros —y aun a nosotros mismos— que estamos en el
cargo por amor al Señor, pero en realidad lo que hacemos es esconder el miedo a enfrentar lo que significa
la lucha laboral que implica demostrar que somos competentes. Podemos ser estrictos en exigirles a los
miembros que luchen por ser «sal y luz» entre sus compañeros, pero temblamos al pensar en tener que ir al
mundo del trabajo. La obra se convierte, entonces, en una isla más o menos segura, especialmente porque
nuestras instancias de despido son casi nulas. Una vez que estamos instalados, es muy difícil que nos
saquen. Como tenemos el poder, lo usaremos para preservarnos en el cargo.

La satisfacción emocional indebida es cuando el líder busca encontrar en la organización lo que no puede
encontrar en otras esferas de su vida. Ésta se convierte en la única fuente de logros, de afectos, de
satisfacciones que debería encontrar en el hogar, y en otras relaciones, especialmente en Dios. Por eso se
"aferra", porque no sabría qué hacer con su vida sin la obra. Su entrega es asfixiante y sobreprotectora,
como la madre que con sus hijos quiere mitigar sus propias insatisfacciones y termina por destruirlos.

Todas estas pueden ser "ganancias deshonestas" y nos pueden llevar a someter a la obra a nuestras
necesidades personales no resueltas. Lo más triste de todo es que no podemos o no queremos darnos
cuenta de ello. Cuando esto sucede, las consecuencias para la vida del líder y para el grupo son nefastas:
divisiones, estancamiento, abortos del liderazgo emergente, y fosilización de la visión, entre otras.

Cuando nos damos cuenta de que algo así nos está pasando, la salida no es el remordimiento, sino el
arrepentimiento. Que de aquí surjan las apetencias renovadas por las que podemos gozarnos con la piedad,
alegrarnos con sus frutos y valorar la fidelidad al Señor, tanto de la organización como de la propia intimidad
del ser.

La sabiduría

Ella es la que sustenta la "aptitud para enseñar". No se reduce a la destreza en el manejo de técnicas
pedagógicas, aunque incluye pericia en la docencia. Por lo tanto, no basta con entrenarnos en recursos
pedagógicos. Por otro lado, la aptitud para enseñar no debe confundirse con oratoria brillante pero
palabrera, dominio del auditorio o la capacidad para "entretener" a los discípulos. Precisamente, en la
segunda carta a Timoteo encontramos una descripción del anti-modelo de maestro: aquel que responde a la
curiosidad irresponsable de los oyentes que se amontonan para ser adormecidos y entretenidos, porque lo
que tienen es «comezón de oír» y no interés en la verdad (2 Ti. 4:1-4). Cuando el maestro responde a esta
necesidad, entonces su función se reduce a ‗rascar detrás de las orejas‘ al discípulo.

La aptitud para enseñar se refiere a la cualidad de "saber" por la que el líder tiene que "ser sabio". Eso
significa adquirir tanto sophia (explicaciones de las cosas), como sunesis (juicio crítico), prónesis (habilidad
práctica para hacer cosas), y prudencia (capacidad ética para actuar conforme a la verdad que se conoce).
La sabiduría produce mucho fruto y no permite que el líder se quede sólo con las buenas intenciones, ya
que le da aptitud para provocar transformaciones en la vida de las personas.

Por eso, no puede ser líder un "neófito" (literalmente: recién plantado, que no tiene raíz). El neófito no es
simplemente el nuevo sino aquel que, aunque tenga mucho tiempo, no ha echado raíces en la fe y en la
obra. Aun cuando por lo general nos afirmamos con los años, también es cierto que puede haber mucha
necedad en los antiguos y sabiduría en los nuevos. El neófito en la fe y en el ministerio tiene el peligro de
envanecerse y caer en la condenación del diablo.

La mesura

Con este término queremos señalar el sentido de equilibrio en el uso de las palabras, en la reacción frente a
los disgustos o conflictos y en el disfrute. El carácter de la mesura no nos libra de enfrentar las situaciones
difíciles, provocando en nosotros una conducta evasiva, sino que nos da el equilibrio para reaccionar.
Entonces, no corremos frente a la confrontación, sino que rechazamos el pleito. No nos abstenemos del
disfrute, sino que nos limitamos para participar en la justa medida, con dominio propio. Jesús comía y
tomaba vino con gusto, pero sin exceso. Aunque algunos prefieran pensar que era "jugo de uva", lo que sí
podemos afirmar es que cualquiera haya sido la bebida, Jesús la disfrutaba. Se requiere mesura no sólo
con respecto al vino, sino con cualquier fuente de disfrute; todo lo delicioso, si se toma en exceso, causa
daño. Es el mismo principio que en la epístola se menciona en relación al casamiento y a la comida: no hay
que abstenernos de ninguno, porque todo lo que Dios creó es bueno y nada es de desecharse. Entonces,
abstenerse es perverso y excederse es desmesurado.

La sobriedad

La sobriedad es el revestimienlo de la coraza del Señor que nos permite tener una postura frente a las
tormentas de la vida.

La prudencia

La prudencia es la capacidad de pensar antes de reaccionar, de actuar sin precipitarnos y de no escudarnos


en nuestro defecto cultural, que nos hace impetuosos e impulsivos.
El decoro

Éste es un rasgo sorprendente. Proviene de la palabra griega cosmios, por lo que se refiere a la persona
educada, pulida, que sabe moverse en el mundo y que no reduce su visión a su región. Por esta
característica Wesley pudo decir: "Mi capilla es el mundo". Este rasgo está en la base de la visión misionera
transcultural, que ve al mundo como campo misionero y que implica poder disponerse a ir a los que son
diferentes a nosotros y a romper nuestros guetos evangélicos sobreprotectores y limitadores de visión.

Como vemos, estos cuatro rasgos básicos y los últimos tres más específicos son disposiciones del carácter
y, por lo mismo, permean toda la vida del siervo de Dios, desde su fuero más íntimo hasta sus relaciones
sociales y públicas que incluyen su familia, su iglesia y el mundo. Es muy necesario cuidar el testimonio
hacia el mundo. El mal testimonio es causante de descrédito, otro de los lazos con que el diablo nos
esclaviza. El testimonio hacia afuera nos recuerda nuestra razón de ser como agrupación. Cabe pensar
hasta qué punto nuestra organización y nosotros, como sus representantes ante el mundo, estamos en
descrédito. Sabemos que la falta de credibilidad es algo que mina un liderazgo. Cuando ya no se puede
generar confianza, no es posible invitar a unirse a nuestra causa. El descrédito socava nuestras
posibilidades de testimonio del Evangelio, que es nuestra razón fundamental de existencia.

El líder tiene un acusador muy astuto

La palabra griega que se usa en esta epístola para nombrar al diablo es diabolos, cuyo sentido fundamental
es "acusador". De manera que aquí conocemos una de sus funciones más importantes: acusarnos y
condenarnos. Cuando él acusa y condena no hay ni arrepentimiento, ni liberación, sólo remordimiento y
opresión. Cuando el Espíritu Santo nos redarguye, nos conmueve, nos produce dolor por los pecados, los
vacíos y las debilidades. Entonces hay una tristeza para vida y transformación. Si el Señor justifica, no hay
nadie, menos el diablo, que tenga poder para condenarnos. Cuánto necesitamos recordar esto en nuestras
luchas ministeriales. El diablo puede usar instancias y personas para acusarnos y condenarnos, y no hay
que prestarles atención. Pero también el Señor usa a personas para provocarnos el arrepentimiento. Es
preciso tener discernimiento para saber cuándo habla el Señor y cuándo habla el acusador. No nos vaya a
ocurrir lo que le ocurrió a un hombre que cuando naufragó, se quedó sobre un pequeño tronco, y comenzó a
clamar por la protección y la ayuda divina. Al rato pasó un barco y los tripulantes le gritaron: "Hombre, suba
que se avecina otra tormenta". El desdichado les dijo: "No, estoy esperando que Dios me salve, porque le
he pedido que me socorra". No pudieron insistirle más y se fueron, dejándolo solo. Obviamente arreció la
tempestad y el hombre se ahogó. Cuando llegó a la presencia de Dios muy angustiado le preguntó: "Señor,
¿por qué no contestaste mi oración, si había clamado que me salvaras de la tormenta?" El Señor le
contestó: "Claro que te contesté: yo te envié el barco al cual no quisiste subir". ¡Qué no nos neguemos a
subir al barco! ¡Qué podamos reconocer cuándo una advertencia viene de Dios y la oigamos a tiempo!

Adaptado de la ponencia "El ‗Obispado‘ en la obra estudiantil. Reflexiones sobre la identidad del Secretario
General", presentada en el evento "Dignos de nuestra vocación" organizado por la Comunidad Internacional
de Estudiantes Evangélicos (CIEE) en América Latina, y publicada en el manual homónimo, editado por
Ulrich Schlappa. Usado con permiso.

Angelit Guzmán es peruana, psicóloga, con estudios de posgrado en Psicología Educativa y Humanística, y
está a cargo del área de Hermenéutica Bíblica de la CIEE.

¿Qué dirección ha tomado? por Serafín Contreras

Los líderes existimos para guiar y dejarnos guiar. Especialmente para ser guiados por el Espíritu Santo. Aunque
predicamos y enseñamos acerca de ser guiados por el Espíritu Santo, cuando llega el momento de ser guiados por él
nos parece cuesta arriba y hasta no discernimos que el Espíritu Santo nos está guiando. Por lo regular la dirección
del Espíritu de Dios nos introduce en cambios, giros inesperados y creación de nuevos escenarios. Existen dos tipos
de líderes que se diferencian por su reacción a la dirección del Espíritu Santo.

Líderes Moabitas (Jer 48.11 y 12)

Moab significa en hebreo: la semilla del padre. Esta expresión en terminología latinoamericana sería algo
así como: "¡De tal palo, tal astilla!" Moab fue el hijo de Lot por su relación incestuosa con su hija después de
la destrucción de Sodoma y Gomorra. Lot fue ancestro de los moabitas.

Los moabitas se caracterizaron por la arrogancia, principal defecto de ellos. Se resistían a los cambios.

Esta profecía está dirigida a los moabitas, los cuales serán sacudidos por su renuencia a cambiar.
Lot, al igual que su hijo Moab, se resistió a los cambios, y tuvo que ser forzado por Abraham para que
cediera.

Los líderes del tipo moabita son aquellos que se resisten a los cambios. Se niegan a ser dirigidos por el
Espíritu Santo porque no disciernen que es él el que está hablando, y se aferran a lo conocido por no entrar
a lo desconocido. Esta actitud detiene su desarrollo.

Líderes abrahámicos (Gn 13.1-4 y 14-18):

Los líderes abrahámicos no se aferran a lo conocido. Entran en lo desconocido con una clara revelación del
destino, por lo que tienen crecimiento, y continuo.

Permítanme establecer una comparación entre estos dos tipos de liderazgo.

¿Cómo son los líderes moabitas?

A. Los líderes moabitas están en guerra con el cambio en vez de vivir pacíficamente en el cambio.

Por su resistencia pierden toda efectividad en las transiciones. Se anclan en el pasado y por ello se
encuentran incapacitados para tratar con el cambio hoy. Todo cambio los asusta, los hace retroceder. El
pasado les da seguridad.

B. Los líderes moabitas necesitan mantener el control.

Los moabitas necesitan saber que ellos están al control de sus vidas, de todo y de todos. Y luchan por ello,
complicando de esa forma su vida. Tratan estrictamente con los asuntos externos de la situación sin mirar lo
interno. La obsesión por el control puede llegar a ser más y más imposible de satisfacer.

C. Los moabitas manipulan lo externo como una respuesta de no poder manejar lo interno.

"Si no puedo manejar mis sentimientos internos yo encontraré algo en el mundo externo que yo pueda
controlar y seguramente con eso echaré fuera mis sentimientos internos". Lo externo es más fácil de
manejar que lo interno por ello su énfasis es lo externo. Imponen reglas, exigen y manipulan aun con lo
espiritual.

D. Los moabitas desconfían y sospechan de los demás.

Ellos desconfían de todo y de todos. Creen que la vida y la otra gente están en contra de ellos y por lo tanto
están siempre a la defensiva para evitar que les tomen ventaja. No saben confiar libremente en los que los
rodean.

E. Los moabitas mantienen desconección espiritual.

No es que no realizan cosas espirituales. Ellos pueden pastorear, predicar, ser líderes denominacionales,
etcétera. Lo que les ocurre es que no perciben el significado espiritual de lo que están experimentando. No
comprenden por qué Dios los está llevando por ese camino. Por lo tanto lo analizan todo desde una
perspectiva humana, sin entender lo divino. Lo pelean en el plano humano y dejan de conectarse con lo
espiritual. Si no son elegidos nuevamente en una convención, no se detienen a pensar en que Dios les está
dando el mensaje de que su tiempo en ese servicio ha terminado. Todo lo contrario, hacen un conteo de los
votos y culpan a otros de haber perdido la reelección.

F. Los moabitas no tienen sentido de propósito y no entienden la revelación de destino.

Ellos evitan mantener una declaración de misión. No se preguntan: ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia dónde
quiere Dios que yo vaya? ¿Terminó mi tiempo? Nuestro sentido de propósito emerge de nuestra
espiritualidad... si perdemos la conexión espiritual, el sentido de propósito en la vida pierde significado.

G. Los moabitas culpan a las otras personas y a las circunstancias de las situaciones en su vida.

Cuando algo ocurre es la "culpa de otros". "Ellos me hicieron eso". Juegan el papel de víctimas y culpan a
factores externos. Ellos son "reactivos" no son "proactivos". Los reactivos sólo responden o reaccionan a las
circunstancias, los proactivos hacen que las cosas pasen.
H. Los moabitas se desconectan de sus sentimientos, especialmente de los negativos.

Ellos no desarrollan un hablar del corazón. Se levantan de familias donde las emociones fuertes no son
aceptables. Siempre dicen: "Yo estoy bien". Les cuesta llorar en público y demostrar que tienen miedo o que
están enojados.

I. Los moabitas son de pensamientos rígidos.

Para ellos todo es blanco o negro, no hay terrenos intermedios. No aceptan la vitalidad ni la frescura de
ideas. Se oponen a la renovación. Jamás se atreven a tener una mente abierta. Sus creencias son las
únicas y juzgan muy rápido lo que no encaja en sus paradigmas.

J. Los moabitas manifiestan con frecuencia actitudes negativas.

Piensan lo peor de cada nueva situación. Son frecuentemente pesi-mistas hacia ellas. Cualquier nueva
experiencia la ven como algo para examinar con extrema cautela.

K. Los moabitas no aceptan los sistemas de apoyo.

A menudo ellos son solitarios. Si tienen amigos, son amigos que comparten lo que ellos creen y piensan. La
ausencia de sistemas de apoyo puede ser devastador especialmente en tiempo de crisis. Un sistema de
apoyo es un grupo de personas que nos rodean y a quienes nos hacemos vulnerables. Listos para oírlos y
que nos pueden amar y por lo tanto nos pueden corregir y orientar.

L. Los moabitas pierden el balance y sentido de orientación.

Ponen énfasis en lo externo y poca atención en las relaciones, la esperanza o crecimiento interno. Van de
un extremo al otro y no saben mantener la orientación de sus vidas, por ello comienzan muchas cosas y no
terminan ninguna y aquellos que los rodean pueden sentir gran confusión.

¿Cómo son los líderes abrahámicos?

Un líder abrahámico es aquel que crece vigorosamente y florece en medio de todas las circunstancias.

A. Los líderes abrahámicos están aten-tos a lo que ocurre tanto interna como externamente.

Cada circunstancia es para ellos una oportunidad de crecimiento. Cada transición es una escuela. El crecer
lo toman como un compromiso. Siempre están leyendo, asistiendo a seminarios, hablando con gente que
los edifican. Su anhelo más grande es aprender y crecer. Saben que su crecimiento interno es la base de
todo.

B. Los líderes abrahámicos se motivan internamente.

No importa lo que atraviesen, eso los motiva. Y cada problema lo toman como un desafío personal. Tienen
un saludable sentido de con-trol en sus vidas. Sus vidas son vibrantes, emocionantes y llenas de calor
humano.

C. Los líderes abrahámicos son receptivos a las nuevas ideas.

Están abiertos a la renovación y saben que el mundo está cambiando y que ellos necesitan también
cambiar. Están convencidos de que la vida es crecimiento y cambio. Lo que crece cambia. No se aferran al
pasado, sino que lo usan para saltar al presente con una clara determi-nación del futuro.

D. Los líderes abrahámicos tienen una vitalidad espiritual.

Sus prácticas espirituales no son religiosas sino vitales y estimulantes. Su caminar con el Señor es nuevo
cada día, es fresco. NO se secan, están como los olivos verdes en el altar de su Señor.

E. Los líderes abrahámicos aman los sistemas de apoyo.

Saben que solos no pueden seguir y aman la constelación del líder. Rodeados de pablos, bernabés y
timoteos. Pablos que los enseñan y guían, bernabés que los confortan y timoteos a quienes ellos forman y
edifican.
F. Los líderes abrahámicos tienen una capacidad de recuperación inmediata.

Se recuperan de las crisis y adversidad con asombro. Saben sacar provecho de las noches. Como Pablo en
la cárcel de Filipos. A veces son sacudidos pero dicen como Pablo, sacudidos pero no vencidos. Se
recuperan porque saben en su espíritu que la batalla final ya ha sido ganada.

G. Los líderes abrahámicos sacan beneficio de sus sentimientos.

Ellos usan los sentimientos fuertes como mensajeros en su movimiento de avance. Saben comunicar sus
sentimientos. Pueden ser tiernos, dulces y amorosos. Saben llorar y saben admitir cuando sienten miedo y
temor. Son humanos.

H. Los líderes abrahámicos tienen la habilidad de auto-nutrirse.

Ellos saben escoger lo que los nutre y gastan tiempo en esas actividades, como orar, leer la Palabra, retiros
personales, ayunos y edificación mutua. NO se sienten bien si no están nutriéndose espiritualmente.

I. Los líderes abrahámicos son proactivos.

Ellos no reaccionan porque las cosas sucedieron, sino actúan para que las cosas sucedan. Su pregunta de
¿por qué estoy aquí? los motiva a mirar adelante. Tienen sentido de propósito. Su creatividad es
impresionante, no aman la rutina ni se dejan llevar por la corriente. Saben pararse y marcar el camino en un
mundo lleno de confusión.

J. Los líderes abrahámicos son soñadores pero con los pies en la tierra.

Sueñan más allá de lo que parece práctico. Rehusan la expresión, "esto se intentó antes". Arriesgan
grandes sueños y sus sueños llegan a convertirse en realidad. Ven la vida como un juego o una olimpiada y
no como un problema para ser resuelto. Se atreven a ver más allá del promedio.

K. Los líderes abrahámicos ven su vida desde la perspectiva divina.

Ellos no se ven como víctimas de las circunstancias, sino cocreadores de sus vidas con el Creador de los
cielos. Están convencidos que el Señor está todavía tejiendo sus vidas como hermosos tapices y Él no ha
terminado aún.

Renovar su ministerio implica llegar a ser un líder abrahámico, porque en este tiempo final los que son
cubiertos con la sabiduría de Abraham llegarán muy lejos. Allá a la distancia, como pequeñas sombras se
verán los moabitas, con el mismo sabor, el mismo olor y nada nuevo sucederá en ellos. ¡Oh, Dios,
ayúdanos a ser los líderes abrahámicos de este tiempo! ¡Danos el valor de renovar nuestro ministerio!

Reflexión

1. ¿Culpa usted a otros por cómo se siente?

2. ¿Se enoja cuando los planes del día se cambian por circunstancias externas?

3. ¿Usted espera que su líder lo desafíe en su trabajo?

4. Cuando usted está con sus ami-gos, ¿influyen en sus sentimientos las opiniones de ellos?

5. ¿Usualmente su cónyuge es quien decide qué actividades realizar, dónde ir y cómo gastar el tiempo
juntos?

6. ¿En qué se centra sustancialmente su conversación?, ¿en cosas, relaciones o sentimientos?

7. ¿Cómo se siente cuando las demás personas ya no lo miran como un líder?

El autor es pastor, misionero de la Misión Cuadrangular Internacional y miembro del Comité Consejero de la
Conferencia Mundial Pentecostal.
Integridad: ganando el respeto a la manera antigua por Craig Brian Larson, adaptado por Jaime
Mirón

Juntamente con la integridad, el pastor gana respeto siendo competente en lo que hace. Una de las mejores maneras
de exhibir este atributo y así ganar el respeto de la congregación es siempre llegar al púlpito preparado.

Cómo ganar la estima de la congregación y qué hacer cuando no la tiene.

Un día me llamó uno de los miembros de nuestra congregación para anunciar: "Pastor, hemos decidido no
venir más a la iglesia". Aunque trató de suavizar su adiós con cumplidos asegurándome que no había nada
personal en mi contra, la noticia me golpeó. Le respondí firmemente:"Lamento que se vayan, pero deseo lo
mejor tanto para ti como para tu esposa".

Ciertamente, la partida de esta querida familia no fue una sorpresa total. Durante meses la pareja se había
ido apartando inexplicablemente a pesar de atenciones extras, incluyendo varias visitas a su hogar. Por
algún motivo, sentía que cuanto más intentaba acercarme, más distancia crecía entre nosotros.

Después de su salida, llamé al pastor de la iglesia a donde fueron transferidos (era un amigo) para ver si me
podía dar una explicación del cambio. La respuesta me dejó helado. Parecía que mis amigos deseaban a
alguien a quien pudiesen tener en alta estima, un pastor hacia quien pudieran sentir un profundo respeto.
Por algún motivo yo no era tal persona; nunca había ganado su respeto.

¿POR QUÉ PREOCUPARSE POR EL RESPETO?

Después de años de ministerio, he llegado a la conclusión de que es imprescindible que el pastor sea
respetado. Si no lo es, generalmente no es tomado en serio. Yo daba por sentado que me respetarían
simplemente por mi posición como pastor y por mi compromiso con Cristo. Mi vida de oración era sólida; mi
estudio de las Escrituras era apropiado; mis motivos eran buenos. Pero esto no es suficiente.

Aprendí que se precisa algo más para compeler a los creyentes a prestar atención a las predicaciones,
seguir mi liderazgo, y emular mi ejemplo. Para poder cumplir con mi llamado a dirigir la iglesia y discipular a
los creyentes, me es imperioso gozar de cierta medida de estima de parte de la congregación. Pero
temblaba ante la idea de buscar abiertamente tal respeto. ¿No sería nada más que un actor auto-
promocionándose? Sin embargo, un cuidadoso estudio de las Escrituras me enseñó que Dios espera que
tal estima exista entre pastores y ovejas.

Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os
amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra (1 Ts 5.12-13). Al comparar su
propio trabajo la gente a veces considera trivial el del pastor, y hace comentarios tales como: "¿Qué hace
todo el día?", "¿Para qué necesita tener un día libre?", o "¡Debe ser muy bueno poder estar todo el día
leyendo la Biblia y orando!" Nuestro trabajo debe, justamente, ser tenido en mucha más alta estima.

Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han
de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no es de provecho (He 13.17).
Esto implica tener una actitud de deferencia hacia el liderazgo, algo que presencié durante una reunión de
nueve pastores con nuestro superintendente de distrito. "No estoy aquí para imponer mis ideas," dijo el
superintendente. "Quiero saber qué opinan ustedes." No obstante, en la medida en que la reunión
proseguía, podíamos sentir su preferencia, que no era la inclinación de la mayoría. Muchos de los pastores
expresaron sus dudas pero también mostraron deferencia: "Esta es lo que creo y siento, pero si usted
piensa que el plan propuesto será mejor para cada uno de quienes están involucrados, entonces lo apoyo
pues usted es líder de nuestro distrito."

No estaban siendo obcecados. Estos hombres de fuertes convicciones estaban expresando en voz alta sus
opiniones, pero luego acataban el liderazgo del superintendente debido a que respetaban tanto su persona
como su posición.

A continuación, menciono cuatro maneras a través de las cuales un pastor puede ganar respeto genuino.

MOSTRARNOS DIGNOS

Un veterano pastor dijo una vez: "No puedo pararme en el púlpito y ordenarle a la congregación que me
respete. La estima se gana a través de la conducta, el amor y el carácter". El carácter y la integridad son los
fundamentos del respeto.
Se obtiene el respeto con las cosas "pequeñas". Un pastor que no es adúltero ni estafador de igual manera
puede llegar a empañar su nombre por olvidarse de sus compromisos, ser rudo, no cumplir con promesas,
no pagar facturas, faltar a las horas de oficina, contar mentirillas, ser desordenado, no devolver cosas
prestadas, etc.

SER COMPETENTES

Juntamente con la integridad, el pastor gana respeto siendo competente en lo que hace. Una de las mejores
maneras de exhibir este atributo y así ganar el respeto de la congregación es siempre llegar al púlpito
preparado. La desgracia de muchas iglesias es que, a la hora de la predicación, no hay un mensaje de Dios
que cause impacto en los oyentes a través de su vocero "el ministro" sino algo superficial, mal laborado,
hecho en apuros, y como consecuencia la gente no presta atención.

El ministerio de aconsejar es otra manera en que el pastor puede mostrar que es competente y así ganarse
el respeto de la congregación. Es necesario que el pastor escuche atentamente a la persona, que aparte
suficiente tiempo para tratar el caso, que busque una verdadera respuesta bíblica y que continúe
aconsejando hasta que se solucione.

El respeto llega como consecuencia de mostrarnos dignos de confianza y competentes hasta en los
menores detalles. Un lunes me llamó un joven de la congregación pidiendo informes sobre cursos bíblicos
nocturnos. Le sugerí un instituto en el área y me pidió que le averiguara la dirección y el número de teléfono.
"Te lo tendré listo el miércoles por la noche", le dije. Luego de colgar anoté en mi agenda: Encontrar la
información para Paco, y en la página del miércoles: Dar la información a Paco. Cuando encontré la
información la anoté en la página del miércoles.

Dos días más tarde, después de nuestro culto de la iglesia, Paco me golpeó en la espalda para interrumpir
una conversación. "Pastor, estoy muy apurado, ¿Tiene la información que iba a darme?" "Claro", le
respondí. Abrí mi agenda y le señalé el número y la dirección, alcanzándole el cuaderno mientras terminaba
con mi conversación. Más tarde encontré una nota resaltada en la página de mi agenda:

"Gracias Pastor usted es lo más grande que hay".

RESPETO A LOS NUESTROS, LA CONGREGACION

Para ser respetado por la congregación un pastor tiene que respetar a esa congregación. Hay varias
maneras prácticas para hacerlo. En primer lugar, es importante recordar el principio expuesto por el apóstol
Pablo: ...a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos (1 Co 9.22). Cuando llego
a un nuevo trabajo de pastorado, uno de mis primeros objetivos es conocer a la congregación haciendo un
profundo análisis de sus características. Lo hago estudiando la historia de la zona; observando su
vestimenta, su vocabulario, su estilo de liderazgo, sus héroes, sus pasatiempos, su manera de tomar
decisiones; y adaptándome a ellos (siempre y cuando eso no viole un principio bíblico).

Otra manera de respetar a los feligreses es mantener clara y abierta comunicación con ellos. He sido el
causante de innecesarios problemas en una de las iglesias que solía pastorear por no comunicar lo
suficiente por un lado y no escoger bien las palabras por otro. Pablo establece la norma: Hablando la verdad
en amor...(Ef 4.15 BLA); No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para
edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan (Ef 4.29 BLA);
Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada
uno (Col 4.6).

CONFRONTAR ACCIONES IRRESPETUOSAS

Sin embargo, siempre llegará la hora de corregir a pesar de las advertencias. Como Pablo le dijo a Tito:
Nadie te menosprecie (Tit 2.15); y a Timoteo: ... que con mansedumbre corrija a los que se oponen... (2 Ti
2.25). Si se pasa por alto, el problema tiende a ser repetido, sólo que la próxima vez más descaradamente.
La autoridad e influencia del pastor se debilitan aun para el respetuoso cuando pasamos por alto esta clase
de actitud pecaminosa. Pero, ¿qué es conducta irrespetuosa? ¿Cuándo corresponde una admonición, y
cuándo debe el pastor devolver el guante? Uniendo la experiencia de otros pastores con la mía, he llegado
a la conclusión de que un creyente cruza la línea limítrofe cuando comete alguna de estas ofensas: Un
desafío directo a la autoridad del pastor. Un pastor me contó de un hermano que era un verdadero Diótrefes
(3 Jn 9) y buscaba tener siempre la preeminencia. En una ocasión exclamó al pastor: "¿Por qué no deja que
predique su esposa? Tiene más sentido común que usted". En vez de pasarlo por alto o guardar rencor, el
pastor decidió confrontar la situación con mansedumbre (Gá 6.1) y amor. No solamente solucionó el
problema, sino que hoy existe una buena relación de respeto a pesar de que no le dejó tener dominio sobre
la iglesia.
Esfuerzos por desvalorizar al pastor. Otro pastor relata: "Era sólo mi segundo domingo en la iglesia. Luego
del culto un hombre anciano me solicitó que visitara a un hombre al que había hablado en la prisión. Le dije
que haría todo, intentaría lo posible por ir allí. El domingo siguiente este feligrés me preguntó si había visto
al prisionero. Le contesté que no. Delante de todos empezó a gritarme: "Usted es igual a todos los demás.
Dice que ama a las almas, pero teniendo la oportunidad de demostrarlo, usted no va." Lo tomé de la mano y
junto con un miembro de la junta de la iglesia que vio esta situación, le recordé lo que Pablo advierte a
Timoteo sobre no reprender con dureza al anciano, sino más bien exhortarlo como a padre (1 Ti 5.1):
"Hermano, puede ser que le haya decepcionado por no haber hecho esa visita aún, pero soy el pastor y
usted no se dirigirá nuevamente a mí con ese tono de voz."

Murmuró: "Lo lamento", y salió. Sin embargo, el hombre regresó a la iglesia y ha sido una joya desde
entonces. " Críticas y quejas excesivas e injustificadas. Otro pastor me comentó sobre una situación muy
común en nuestras iglesias. Una dama llegó al pastor asustada por una crítica que había escuchado. Peor
todavía, la persona había apoyado sus argumentos citando a un grupo que se encuentra en la mayoría de
las congregaciones: "todo el mundo". "Todo el mundo está de acuerdo con que usted debe renunciar."
Cuando ella citó el grupo fantasma él sabía que alguien había estado esparciendo rumores. En forma
inmediata empezó a remontarse al origen de las críticas, sabiendo que Satanás siempre busca maneras de
causar división. Fue de persona a persona hasta que averiguó que "todo el mundo" eran sólo dos mujeres
disgustadas por una decisión.

Usado con permiso de leadership.

La autoridad y los juegos del hombre por Enrique Zapata

Me causa gracia cada vez que observo a los niños jugando con roles de autoridad. ¿Ha prestado atención cuando
juegan a ser el presidente o capitán del ejército? Sacan su pecho para afuera, ponen cara seria, y con postura adusta
hablan en tono grave, con una supuesta voz de mando. Lo triste y no tan gracioso y ver que los adultos en muchas
ocasiones hacemos los mismo.

―Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura,
al que es estimado como sabio y honorable‖ (Ec. 10.1)

¿No le causa gracia (o más bien tristeza) el ver a los adultos haciendo lo mismo, solo que intentando hacerlo en serio?
Observe a los imitadores de Luis Palau, de Yiye Avila o Billy Graham; los imitan en las expresiones, en su modo de
sostener la Biblia, en el léxico o la música que usan y hasta en algunos casos falsifican los resultados.

Desconcierta el ver a los que se autovanagIorían en nuestro medio; son los que manipulan y menosprecian a otros para
estar en las plataformas, en los grandes eventos; exigen eso. Les gusta ser llamados o anunciados como “oradores
internacionales” porque han hablado en alguna iglesia de otra nación; los reverendos. licenciados, doctores y
conferencistas que vienen con grandes demandas y se presentan a si mismos con muchos títulos. Esa rara mezcla de risa
y tristeza también la experimento cuando recuerdo las veces cuando yo también trate de aparentar.

La autoridad y el poder son dos elementos similares pero diferentes, codiciados por miles (incluyendo a muchos
cristianos); sin embargo, pocos codician la responsabilidad que lleva el que los posee. Carl F.H. Henry, dijo que "El
problema dominante del Siglo XX es la crisis de autoridad",

Para quienes han sido llamados a servir al Señor, la autoridad y el poder son necesarios para lograr los propósitos de
Dios. La pregunta clave es cómo tener y mantener la autoridad autentica y poder espiritual procedente de Dios, en lugar
de mero carisma humano, fuerza o manipulación.

Sin duda hay tres elementos vitales en relación a la autoridad: la fuente, ¿de quién he recibido autoridad, de Dios o de
los hombres? ¿Me la apropié o me la dio el diablo?; el poder (dunamis ). ¿qué poder (fuerza, capacidad) tengo para
hacer que otros cumplan lo que ordeno? y el respeto (timee), ¿qué respeto hay sobre mi persona, para motivar a los que
me rodean?

Todos sabemos, en la clave de la autoridad y el poder espiritual reside en nuestro caminar íntimo con el Señor, en
nuestra obediencia a El y en la pureza de nuestra vida; sin embargo a menudo olvidamos las verdades relacionadas.

Es el Señor quien levanta a unos y no a otros, aunque todos lleguen a tener vidas, similares. David no fue el único santo
varón de su tiempo, ni Elías (inclusive, ni podernos afirmar que hayan sido los más santos). Muchos de los grandes
santos han sido llamados a servir en áreas desconocidas aunque fundamentales para la gloria del Señor. Pienso en el
desconocido hermano Lawrence (Siglo XVII) cuyas cartas fueron compaginadas muchos años después para formar el
librito. La práctica de la presencia de Dios (Clie). El experimentó una conversión evangélica a los 18 años y después fue
cocinero en un convento. Allí su oración y caminar en la fe tocaron docenas de vidas, y lo sigue haciendo hasta el día de
hoy a través de esas "insignificantes" cartas que él había escrito desde su sencillo lugar.

Tal Vez lo que necesitamos comprender es que nuestra ansiedad por una posición o autoridad puede llegar a ser (y. de
hecho, lo es en muchos) nada más que el reflejo de nuestros deseos egoístas y carnales, actitudes pecaminosas. Si
nuestra ambición es verdaderamente pura, no tendremos ningún problema al contrario, encontraremos alegría en que
otro reciba posición y autoridad para lograr un propósito necesario.

La gloría verdadera es ser hallado fiel al finalizar carrera. Mientras más le ha sido dado a uno, más responsabilidad tiene
en ser hallado fiel. ¡Cuántos grandes hombres han caído sólo por no guardar santidad íntima en la posición o rol que le
habían conferido, dando lugar a su propia concupiscencia!

En las funciones públicas, incluyendo también a la tarea pastoral, no hay decisiones privadas ni actos privados
divorciados de su desempeño frente a la sociedad; si bien debe saber guardar su intimidad (y no para esconderla sino
por salud personal y familiar), la filosofía íntima debe ser plataforma de la pública. El versículo de Eclesiastés del
epígrafe es tremendamente acertado; una pequeña locura puede arruinar al sabio y honrado. La gente nos mira,
gústenos o no. Las “moscas” más comunes son la falta de disciplina personal (por ejemplo, comer excesivamente o
llegar tarde), la mala preparación para nuestros mensajes y funciones, el gritar a nuestras esposas e hijos en público
(que es muestra de lo que hacemos en privado), las disputas sobre cosas triviales, la forma de manejar el automóvil, las
excusas presentadas por los pecados personales, etc. Estas cosas tienen más impacto de lo que pensamos.

La autoridad implica responsabilidad; responsabilidad de actuar, y de hacerlo correctamente. No es tanto la posición


como sí la obra que debe ser cumplida (I Ti. 3.1). El honor no viene por la posición, sino por el servicio.

El poder de la autoridad está relacionado más con la habilidad y capacidad, que con la fuerza que aplicamos en
ejercerla. "Es el deber de un buen pastor el atraer a sus ovejas con bondad y serenidad", dice Calvino, "para que muchos
se sometan a su gobierno, antes que ser forzados con la violencia", y continúa diciendo que "reconozco, en efecto, que
la severidad es algunas veces necesaria, pero debemos siempre proceder con suavidad y perseverar en ello, mientras el
oyente se muestre dócil. La severidades el recurso extremo, ya que los hombres deben ser atraídos... antes que
arrastrados. Recién cuando la mansedumbre resulta ineficaz con aquellos que están endurecidos y se muestran reacios,
entonces resulta necesario recurrir al rigor; de otro modo no será moderación, o imparcialidad, sino cobardía culposa".

Es interesante que la palabra griega (exousia) usada varias veces en el Nuevo Testamento para mencionar

autoridad, justamente implica que es habilidad, capacidad, maestría o poder de influencia. A la luz de esto,

esto es fundamental que busquemos del Señor para preparar nuestras manos para la batalla que usemos

los medios que El nos provee, tales como la literatura, los cursos, retiros, pláticas con otros líderes

experimentados, para capacitarnos y buscar la forma más eficaz, más santa y más amorosa para desarrollar

nuestra autoridad. El caminar con Dios y el hacerlo sabiamente entre los hombres permitirá que seamos

siervos más útiles en la eternidad. ¡Adelante!

Apuntes Pastorales, Volumen VII – número 1

La pureza en el liderazgo por R. Kent Hughes

Uno no necesita sino encender el televisor durante algunos minutos para sentir la presión de la agobiante
sexualidad de nuestros días. Y la mayor parte de la represión es brutal. Un aburrido recorrido por los
canales de televisión al mediodía muestra invariablemente a una pareja envuelta bajo las sábanas de la
cama y mucha monotonía sensualista. Pero la presión se ha vuelto cada vez más ingeniosa, especialmente
si su propósito es vender.

La Iglesia no ha escapado tampoco, pues muchos en la iglesia de hoy se han marchitado bajo el calor de la
sensualidad. La Revista Liderazgo realizó una encuesta entre un millar de pastores. Los pastores respon-
dieron que 12% de ellos habían cometido adulterio estando en el ministerio—¡uno de cada ocho pastores!—
y 23% había hecho algo que ellos consideraban sexualmente impropio. Por otra parte, la revista
Cristianismo hoy hizo una encuesta entre un millar de sus suscriptores que no eran pastores y descubrió
que la cifra entre éstos era casi el doble: el 23% dijo que había tenido relaciones sexuales extramaritales y
el 45% indicó que habían hecho algo que ellos consideraban sexualmente impropio. ¡Uno de cada cuatro
hombres cristianos son infieles y casi la mitad de ellos se han comportado indecorosamente!

Esto nos lleva a una conclusión ineludible: la iglesia evangélica contemporánea es, en términos generales,
"corintia" en esencia. Es una iglesia cocida a fuego lento en los jugos derretidos de su propia sensualidad, y
por eso:

• No es extraño que la Iglesia haya perdido su interés por la santidad.

• No es extraño que sea tan floja para disciplinar a sus hijos.

• No es extraño que el mundo le reste importancia como algo que está fuera de lugar.

• No es extraño que muchos de sus hijos la rechacen.

• No es extraño que haya perdido su poder en muchos hogares, y que el Islam y otras falsas religiones
estén logrando tantos convertidos.

La sensualidad es sobradamente el mayor obstáculo a la santidad entre los hombres hoy, y está haciendo
estragos en la Iglesia. La santidad y la sensualidad se exclu-yen mutuamente y los que han caído en las
garras de la sensualidad no podrán más elevarse a la santidad mientras se encuentren bajo su agotador
dominio. Si vamos a "ejercitarnos para la piedad (cf. 1 Ti 4.7) debemos comenzar con la disciplina de la
pureza. ¡Tiene que haber algún celo santo, algún esfuerzo santo!

Las lecciones sacadas de un rey caído

¿A dónde debemos mirar en busca de ayuda? El ejemplo más aleccionador que encontramos en toda la
Palabra de Dios es la experiencia del rey David, tal como aparece narrado en 2 Samuel 11.

Una vida en la cúspide

David se encuentra en la cúspide de su brillante carrera. Desde su niñez, había sido un amante apasionado
de Dios y poseía una enorme integridad de alma, como lo atestiguaron las palabras del profeta Samuel
cuando lo ungió como rey: "El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón" (1
S 16.7). A Dios le agradó lo que vio. ¡A Dios le agradó el corazón de David!

Su corazón era valeroso, como quedó evidenciado al enfrentarse a Goliat y responder a la temible retórica
del gigante con unas cuantas palabras atrevidas, de su propia cosecha, y luego arremeter a fondo contra
Goliat, dándole en medio de la cabeza.

Era un persona desbordante de alegría, entusiasmo y confianza, y rebosaba de un carisma irresistible. Era
el poeta, el dulce salmista de Israel, tan en comunicación con Dios y consigo mismo que sus salmos siguen
tocando hoy las fibras del corazón del hombre. Bajo su liderazgo todo Israel estaba unido. David difícilmente
parecía ser un candidato para el fracaso moral. Pero el rey era vulnerable, ya que había debilidades
definitivas en su conducta que lo dejaron a merced del fracaso.

Su insensibilización

Los problemas empiezan cuando toma más concubinas y mujeres de Jerusalén (2 S 5.13). ¡Debemos notar,
y notar bien, que el que David tomara más mujeres era pecado! La Ley estableció las normas para los reyes
hebreos (Dt 17), les ordenaba abstenerse de tres cosas: 1) tener muchos caballos, 2) tomar muchas
mujeres, y 3) acumular mucha plata y oro (cf. vv. 14-17). David cumplió bien con lo primero y lo último, pero
fracasó totalmente en cuanto a lo segundo por hacerse deliberadamente de un numeroso harén.

En la vida de David se había enraizado una progresiva insensibilización al pecado, con el consiguiente
descenso de santidad. La colección de esposas de David aunque era «legal» y no se consideraba adulterio
en la cultura de su época, sin embargo, era pecado. Tales excesos lo insen-sibilizaron al llamamiento de
Dios, como también al peligro y a las consecuencias de la caída. Esa insensibización lo convirtió en presa
fácil del pecado funesto de su vida.

Es la sensualidad "legal" y la condescendencia con lo culturalmente aceptable lo que nos llevará a la ruina.
Las prolongadas horas de mirar indiscriminadamente la tele-visión, es uno de los grandes culpables de esta
insensibilización.
Su relajación en cuanto a disciplina

El segundo error en la conducta de David, fue la relajación de los rigores y de la disciplina que siempre
había sido parte de su vida activa. David se encontraba en la mitad de su vida, con aproximadamente
cincuenta años de edad, y sus campañas militares habían tenido tanto éxito que no era necesario que él
personalmente saliera a combatir. Por tanto, con toda razón le dio el trabajo de acabar con el enemigo a su
competente general, Joab, y luego se fue a descansar. El problema era que la relajación se extendió a su
vida moral. Es difícil mantener la disciplina interior cuando uno se relaja así. David se volvió inmediatamente
vulnerable.

David no sospechaba que algo insólito iba a ocurrir ese desgraciado día primaveral. Aprendamos la lección
que hay aquí. Precisamente cuando pensamos estar totalmente a salvo, cuando sentimos que no hay
ninguna necesidad de mantenernos alertas para continuar ocupándonos de nuestra integridad interior y
para disciplinarnos en la santidad, ¡es cuando se presenta la tentación!

Su obsesión (2 S 11.1-3)

El rey se paseaba para mirar a su ciudad al final de la tarde. Mientras miraba, sus ojos vieron la figura de
una mujer extraordinariamente her-mosa que se bañaba sin ningún pudor. En cuanto a lo hermoso que era,
el hebreo es explícito: la mujer era "muy hermosa" (v. 2). Era joven, estaba en la flor de la vida, y las
sombras del crepúsculo la hacían aun más seductora. El rey la miró ... y continuó mirándola. Después de la
primera mirada David debió haber dirigido la vista en la otra dirección y debió haberse retirado a sus
habitaciones, pero no lo hizo. Su mirada se convirtió en una mirada fija pecaminosa y después en una
mirada ardiente y libidinosa. En ese momento, David se convirtió en un viejo verde y lujurioso,
apoderándose de él una obsesión lasciva que tenía que satisfacer.

Dietrich Bonhoeffer hizo la observación de que, cuando la lujuria toma control de la persona, "en ese
momento Dios ... deja de ser real ... Satanás no nos llena de odio contra Dios, sino que nos hace olvidar a
Dios". ¡Qué gran sabiduría hay en esta afirmación! Cuando estamos dominados por la lujuria, la realidad de
Dios se desvanece.

Su racionalización

De su obsesión fatal, el rey David descendió al escalón siguien-te: la racionalización.

Cuando sus intenciones se hicieron evidentes a sus subalternos, uno de ellos trató de disuadirlo, diciéndole:
Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Pero David no iba a permitir quedar desairado, de modo
que una fuerte racionalización se produjo en su mente.

Su degradación (adulterio, engaño, asesinato)

La progresiva insensibilización, relajación, obsesión y racio-nalización de David lo llevaron a uno de los


fracasos más grandes de la historia, y a su degradación. (véase 2 S 11.4-5). David no se percató que había
dado un paso en falso en el precipicio y que se estaba viniendo abajo; que la realidad vendría pronto, que
llegaría rápidamente al fondo.

Todos estamos familiarizados con la ruin conducta de David, que lo convirtió en un asesino y en un taimado
calculador, decidiendo la muerte de Urías para ocultar su pecado con Betsabé. Baste con decir que en esos
momentos de la vida del rey, Urías, con todo y estar borracho, era mejor persona que David estando éste
sobrio! (v. 13)

Un año después, David se arrepentiría tras la incisiva acusación del profeta Natán. Pero las tristes
consecuencias no podría deshacerse. Como se ha señalado con frecuencia:

Fue la violación del décimo mandamiento (codiciar la mujer de su prójimo) lo que llevó a David a cometer
adulterio, violando así el séptimo mandamiento.

Luego, a fin de robarle la mujer a su prójimo (violando, por tanto, el octavo mandamiento) cometió un
asesinato y violó el sexto mandamiento.

Violó el noveno mandamiento hablando falso testimonio contra su hermano.

Todo esto trajo deshonra a sus padres, violando así el quinto mandamiento.
De esta manera, David violó todos los mandamientos que se refieren a amar al prójimo como a uno mismo
(los mandamientos cinco al diez). Y al hacerlo, deshonró también a Dios violando, en realidad, los primeros
cuatro mandamientos.

El reinado de David se fue en picada a partir de ese momento, a pesar de su encomiable arrepentimiento.

Se le murió el bebé.

Su bella hija, Tamar, fue violada por su medio hermano Amnón.

Amnón fue asesinado por Absalón, hermano de padre y madre de Tamar. Absalón llegó a odiar tanto a su
padre David por su bajeza moral que encabezó una rebelión contra él con el apoyo de Ahitofel, el ofendido
abuelo de Betsabé.

El reinado de David perdió la aprobación de Dios. Su trono jamás recobró su estabilidad pasada.

Debemos aceptar que David jamás habría dado más que una mirada fugaz a Betsabé si hubiera podido
vislum-brar los desastrosos resul-tados de su pecado. Creo de todo corazón que serían muy pocos los
hombres—si es que hubiera alguno— que se apartarían de la Palabra de Dios si pudieran ver lo que eso les
acarrearía.

La historia de la catastrófica caída del rey David ha sido dada por Dios y debe tomarse seriamente por la
Iglesia en esta "época corintia" como una advertencia a la patología de los factores humanos que conducen
al derrumbamiento moral:

• La insensibilización que se produce por la mundanalidad tradicional de la cultura.

• El síndrome fatal que se produce por la relajación moral de la disciplina.

• Los efectos ofuscantes de la obsesión sensualista.

• Y la racionalización con la que tratan de justificarse los que están dominados por la lujuria.

En el caso de David, el ciclo incluyó además adulterio, engaño, degradación familiar y decadencia nacional.
La patología es evidente, como también lo son los terribles efectos de la sensualidad; y ambos tienen el
propósito no sólo de enseñarnos, sino además de amedrentarnos ¡para que ahuyentemos de una buena
vez la sensualidad de nosotros!

La voluntad de Dios:

Pureza sexual

A veces hay personas, que se consideran cristianas, que sencillamente no creen lo que estoy diciendo en
cuanto a la pureza sexual. Pablo nos hace un llamado a la pureza sexual (1 Ts. 4.3-8).

Si la lectura de este pasaje no es lo bastante convincente en cuanto a la ética bíblica, debemos comprender
que se basa en Levítico 19.2. Un mandamiento dado dentro de un contexto de advertencias en contra de los
extravíos sexuales. También deseo señalar que en 1 Tesalonicenses se nos llama a evitar la inmoralidad
sexual y tres veces se nos pide ser "santos". Desechar esto es pecar contra el Espíritu Santo—la presencia
viva de Dios—como claramente lo dice el pasaje citado.

Como dice el erudito en Nuevo Testamento, León Morris:

El hombre que lleva a cabo un acto de impureza sexual no está únicamente violando un código moral
humano, ni siquiera pecando sólo contra el Dios que en algún momento del pasado le dio el don del Espíritu
Santo. Está pecando contra el Dios que está presente en ese momento; contra Aquel que continuamente da
el Espíritu. Todo acto de impureza es un acto de aborrecimiento contra el don del Espíritu Santo dado por
Dios desde el mismo momento que ese don es brindado.... Este pecado sólo es visto como lo que
realmente es, cuando se ve como una preferencia por la impureza antes que por el Espíritu que es santo.

Por consiguiente, para un cristiano rechazar esta enseñanza en cuanto a la pureza sexual es rechazar a
Dios, ¡y esto puede indicar una fe falsa!
La disciplina de la pureza

Si en realidad somos cristianos, es un imperativo que vivamos con pureza y santidad en medio de nuestra
cultura corintia. Debemos vivir más allá de las horripilantes estadísticas o la Iglesia está cada vez más fuera
de lugar e impotente, y nuestros hijos la abandonarán. La Iglesia no puede tener ningún tipo de poder si no
es una iglesia pura.

Eso exige que vivamos la afirmación de Pablo: "Ejercítate para la piedad." Es decir, ¡debemos esforzarnos
por la santidad!

Responsabilidad moral ante los demás

Nuestro entrenamiento comienza con algo tan importante como la disciplina de ser responsable moralmente
ante los demás. Esto se hará con cualquiera que regularmente le pedirá a usted cuenta de su vida moral,
haciéndole preguntas directas y francas.

La oración

Junto con esto, está la disciplina de la oración. Ore diaria y concretamente por su pureza sexual personal.
Ore por la pureza sexual de sus amigos también.

La memorización

Luego, llénese de la Palabra de Dios mediante la disciplina de la memorización. Nuestro Señor dio el
ejemplo por excelencia al rechazar las tentaciones de Satanás, utilizando cuatro citas precisas de pasajes
del Antiguo Testamento (cf. Mt 4.1-11).

La mente

La disciplina de la mente es, por supuesto, uno de los retos más formidables. Las Escrituras presen-tan, por
lo general, a la disciplina de la mente como la disciplina de los ojos. Es imposible que usted mantenga una
mente pura si todo el tiempo no discrimina lo que ve en televisión. En una semana usted verá más
asesinatos, adulterios y perversiones que todo lo leído por nuestros abuelos a largo de toda su existencia.

Aquí es donde se hace necesaria la acción más radical (véase Mc 9.47). ¡Ningún hombre que permita que
la podredumbre de ciertos canales de televisión, de videos para adultos y de las diversas revistas de
pornografía inunden su hogar y su mente, escapará de la concupiscencia!

Job nos ha dejado orientación para los días que vivimos: "Este compromiso establecí con mis ojos: No mirar
lujuriosamente a ninguna mujer" (Job 31.1, La Biblia al Día). ¿Cómo cree usted que viviría Job en nuestra
cultura actual? Él entendió la sabiduría de Proverbios 6.27: "¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que
sus vestidos ardan?" El compromiso de Job prohibía una segunda mirada. Eso significa tratar a las mujeres
con dignidad, mirándolas con respeto. Si la forma de vestir o el comportamiento de una mujer es
perturbador, mírela a los ojos, no en ningún otro lugar; ¡y aléjese lo más rápidamente que pueda!

La mente abarca también la lengua porque, con la "abundancia del corazón habla la boca" (Mt 12.34). Pablo
es más específico (Ef 5.3-4). Significa que no debe haber humor sexual, ni chistes de mal gusto, ni
vulgaridades, a los cuales están tan propensos muchos cristianos para probar que no están "fuera de onda".

Los límites

Ponga límite alrededor de su vida, sobre todo si trabaja con mujeres. Evite la intimidad verbal con las
mujeres, a no ser con SU esposa. No le revele intimidades a otra mujer, ni la inunde con sus problemas
personales. La inti-midad es una gran necesidad en la vida de la mayoría de las personas, y hablar de
asuntos personales, especialmente de los problemas propios, puede llenar la necesidad de intimidad que
tiene la otra persona, despertando su deseo de más intimidad. Muchas relaciones extramaritales
comenzaron de esa manera.

Hablando ahora a nivel práctico, no toque a las mujeres. No las trate con el afecto informal con que trata a
las mujeres de su familia. Son muchos los desastres que comenzaron con un toque fraternal o paternal, que
se convirtió después en un hombro com-prensivo. Usted puede aun tener que correr el riesgo de ser
erróneamente considerado como "distante" o "frío" por algunas mujeres.
Siempre que usted coma o viaje con alguna mujer, hágase acom-pañar por una tercera persona. Esto
puede ser incómodo, pero brindará la oportunidad de explicar sus razones, lo cual, en la mayoría de los
casos le ganará respeto en vez de censura. Muchas de sus colegas de trabajo se sentirán así más cómodas
en su trato profesional con usted.

Nunca coquetee, ni siquiera en broma. El flirteo es intrínsecamente halagador. Usted puede pensar que
resulta simpático, pero eso a menudo despierta en la mujer deseos no correspondidos.

La realidad

Sea realista en cuanto a su sexualidad. ¡No sucumba a la vana prédica gnóstica de que usted es un
cristiano lleno del Espíritu Santo que "nunca haría cosa semejante". Recuerdo muy bien a un hombre que
con suma indignación tronaba que él estaba a salvo del pecado sexual. ¡Pero cayó pocos meses después!
Enfrente la verdad. ¡Así como cayó el rey David usted también puede caer!

El temor a Dios

Por último, está la disciplina del temor a Dios. Esto fue lo que ayudó a José a rechazar las tentaciones de la
esposa de Potifar. ¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?" (Gn 39.9).

La presión de nuestra cultura nos oprime con sus obsesiones y sus racionalizaciones sexuales, y muchos
en la iglesia de Cristo han cedido bajo su peso, tal y como lo demuestran las estadísticas. Para no ser parte
de esas estadísticas hay que esforzarse disciplinadamente. ¿Somos hombres de verdad? ¿Somos hombres
de Dios? ¡Quiera Dios que así sea!

R. Kent Hughes es pastor en Wheaton, Ill., Estados Unidos, además es conferencista y autor de varios
libros.
Este artículo ha sido extraído del libro Disciplinas de un hombre piadoso. Editorial Vida. Usado con permiso.

Santidad en tiempos de injusticias por Gary Preston

Cuando se instala en su corazón el deseo de venganza, también se abre el camino del perdón. El testimonio de un
pastor de cómo gozando la gracia divina pudo descubrir el gozo de perdonar a los que fueron injustos con él.

"Cuando se instala en su corazón el deseo de venganza, también se abre el camino del perdón"

Tenía en mis manos una durísima carta de un matrimonio que criticaba la situación del grupo de jóvenes. El
contenido era carnal y no demostraba verdadera comprensión de todos los contenidos de la situación, pero
aún no había hallado, como pastor, el tiempo para encontrarme con ellos y escucharlos.

Cuando me puse de pie para predicar, el siguiente domingo, sentía una notable ausencia de gracia en mi
corazón. Pequeños destellos de resentimiento punzaban mi espíritu. Hice algunos comentarios leves en la
introducción que provocaron sonrisas en todos los presentes todos, excepto el matrimonio que había
enviado la carta. Mientras la congregación se reía, ellos estaban sentados en una de las primeras filas, de
brazos cruzados y rostro duro, con los ojos llenos de reprobación. Cuando hube terminado el sermón, me
sentía físicamente deteriorado y espiritualmente desgastado. Mi falta de perdón rápidamente se estaba
convirtiendo en amargura y rencor.

Mi tendencia a no perdonar cuando otros me han hecho algún mal me ha obligado a pensar
cuidadosamente en los pasos que debo tomar para restaurar mi relación con Dios y con mis ofensores.

Debo reconocer mis puntos débiles

La mayoría de las personas tiende a adquirir cierta sensibilidad cuando ha sido golpeada varias veces. En
este caso, la carta que recibí de esta familia era solamente una de las muchas maneras en que me habían
criticado. Su actitud en esta oportunidad, tan falta de gracia, fue la gota que colmó el vaso. Sentía que ellos
no tenían ningún interés en demostrar siquiera una mínima cuota de comprensión hacia los demás.

Como algunos de los peores conflictos en el ministerio justamente los he experimentado con personas que
yo consideraba carentes de gracia y comprensión, mi tendencia ante este tipo de situaciones es reaccionar
con ira. Rápidamente me siento provocado por personas cuya mejor habilidad es la de señalar los errores
en los demás.
Sin embargo, en la medida en que he aprendido a reconocer mis propias debilidades también he
encontrado que puedo controlar mejor el tipo de respuesta que tengo en estas situaciones. Entonces, el
desafío, para mí, es recibir del Espíritu Santo gracia y perdón para estos santos, en lugar de contraatacar
con ira, resentimiento y amargura.

Debo resistirme a mi primer impulso

Cuando leo sobre las vidas de personas que esconden en el saco una pistola para vengarse de un jefe que
fue injusto con ellos, o de alguien que coloca una bomba en un edificio lleno de personas inocentes, a
menudo me pregunto: "¿Cómo podría alguien hacer semejante acción? Las personas normales no se
comportan de esa manera." No obstante, yo también he tenido toda clase de pensamientos malignos hacia
las personas que me han hecho mal. Creo que esto revela cuál es el próximo paso en el proceso de perdón:
reconocer que, si las circunstancias se dieran, yo podría ser el autor de un acto de violenta retribución
contra los que me han hecho mal. De hecho, si no perdono a una persona comienzo a tener fantasías en mi
mente con las maneras en que puedo castigarla.

Luego de una devastadora confrontación con una familia de la iglesia, donde me habían resistido en
prácticamente todos los temas relacionados al ministerio, comencé a pensar: "Si Dios no visita sobre ellos
una pronta retribución, yo voy a acelerar los tiempos." Pensé en la posibilidad de denunciarlos frente al
organismo de recaudación impositiva por prácticas deshonestas que conocía en ellos. Imaginaba que los
atormentaba pasando por las madrugadas por delante de su casa en mi carro, con la radio a todo volumen,
la mano sobre la bocina y los faros dirigidos hacia sus dormitorios.

Cuando compartí estos viles secretos con un amigo, me miró atónito y preguntó: "¿Realmente te animarías
a hacer esa clase de cosas?" "Seguro —le repliqué—, como probablemente lo haría cualquier persona que
cede frente a la tentación de vengarse, en lugar de asumir el desafío de perdonar."

Me acuerdo de la observación que hizo Jaime Broderick del Papa Paulo VI: "Jamás olvidaba una ofensa y
esa era una de sus debilidades más agudas. Quizás lograba enterrar, por un tiempo, la experiencia vivida.
Uno siempre tenía la impresión, sin embargo, de que había marcado cuidadosamente el lugar donde había
realizado el entierro."

La única manera con que evito este tipo de actitudes es frenando cualquier fantasía de venganza que pueda
cruzarse por mi mente.

Debo reconocer que soy propenso al pecado

En Deuteronomio 32.35 Dios instruye al pueblo, por medio de Moisés: "Mía es la venganza y la retribución;
a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les
está preparado." Mi obsesión con la venganza revela un intento de mi parte de tener voz y voto en el juicio
de Dios. Esto solamente agrava el conflicto, irrita el recuerdo de lo acontecido y produce mayor dolor. Es
como si se le permitiera a uno de los involucrados en una disputa legal que participe en el juicio y la
sentencia de la otra persona. No se puede hacer justicia cuando uno de los culpables intenta juzgar al otro.
Es necesario que yo reconozca mi culpabilidad, pues mi comportamiento no siempre se ha revestido de
santidad. Esto puede ser duro para mí, pero es la verdad.

Una vez utilicé una carta para ilustrar lo incorrecto que es criticar cuando uno no conoce todos los detalles
de un asunto. Durante el sermón leí porciones del texto, el cual elevaba acusaciones y realizaba
afirmaciones basadas en un informe incorrecto. Luego aclaré a la congregación los verdaderos detalles de
la situación y por supuesto, los hechos demostraban claramente cómo los que me habían criticado estaban
errados en sus conclusiones.

En ese momento sentí que la congregación se ponía de mi lado, pues veían que el crítico era solo una
persona insensible y negativa. De un solo tiro había podido ilustrar un principio bíblico y corregir a quien se
me oponía.

A la semana siguiente recibí una segunda carta de este hombre, en la cual me informaba de que él y su
familia se retiraban de la congregación. Me pedía que no los llamara, ni que tuviera contacto alguno con
ellos. Aun cuando me había tomado todos los recaudos para no revelar, durante el sermón, la identidad de
la persona que me había escrito la carta, ellos sabían a quien me refería. Yo, por mi parte, no les había
dejado ninguna otra opción que la salida de la congregación.

Ante todo esto, tengo ahora muy claro que no importa cuán profundamente me sienta atacado, ni cuán
tentado me sienta de enfrentar a mis oponentes, el púlpito no es el lugar para hacerlo, pues me ofrece una
desequilibrada ventaja, la cual con frecuencia acaba en una presentación subjetiva de mi perspectiva de la
realidad, sin darle la oportunidad a los otros de expresar su respuesta a mis comentarios. Por tanto, he
encontrado que la mejor manera de resistirme a esta tentación es ofreciendo perdón en privado.

Debo perdonar uno a la vez

Me encantaría poder decir que he encontrado la fórmula para perdonar efectivamente cada vez que me
ofenden, pero no es así. El perdón no es algo que pueda hacerse de una sola vez. La duración del proceso
de perdón normalmente es proporcional a la profundidad del dolor que he experimentado.

El perdón es más como escribir un libro que una carta. Cuando escribo una carta, vuelco mis pensamientos
sobre una hoja, la coloco en un sobre, lo sello y lo envío. Escribir un libro, en cambio, es más parecido a un
interminable ciclo de escribir y volver a escribir.

Cuando los conflictos son menores, normalmente los puedo manejar según el espíritu de 1 Pedro 4.8:
"Sobre todo, sed fervientes en vuestro amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de
pecados." Cuando la ofensa es severa, sin embargo, el proceso de perdón también puede ser igual de
severo.

La experiencia más difícil que he tenido en el ministerio —me despidieron de una congregación— ¡me
enseñó más acerca del perdón de lo que yo estaba interesado en saber! Ese proceso completo tardó más
de dos años.

En esa oportunidad, me pareció que el proceso en cuestión estaba completo apenas unos meses después
del incidente. Entonces llevé el asunto al Señor en oración y le dije que quería perdonar a aquellos que
sentía eran responsables por mi despido. Hasta elaboré una lista con sus nombres. El perdón parecía
traerle a mi vida la libertad que buscaba.

Una semanas más tarde, sin embargo, me topé con uno de mis opositores en un restaurante de la ciudad.
Luego de terminar el desayuno que compartía con un amigo, nos acercamos a la mesa de esta persona
para intercambiar un breve pero cálido saludo. Cuando salimos del lugar, mi amigo me dijo: "Realmente te vi
relajado al hablar con Esteban. Supongo que has podido superar todo lo que viviste en la iglesia con él."

"¡Sí! —respondí confiado—. Todo aquello está superado. Es hora de avanzar hacia cosas nuevas." Durante
el resto del día, no obstante, a cada instante volvía a mi mente el nombre, el rostro y las acciones de
Esteban. No encontraba la forma de deshacerme de estos pensamientos. El viejo resentimiento era tan
fuerte y real como siempre, y esto golpeó duramente mi sentido de equilibrio espiritual.

Yo pensé que ya había realizado el proceso de perdonar a aquellos que eran responsables de mi desastre.
¿Por qué estaba volviendo a reaccionar de esta manera? "Señor, ¿no es suficiente con tomar el asunto y
envolverlo fuerte en un paquete, escribiendo por fuera PERDONADO?". Evidentemente esto no era
suficiente, aún debía perdonar a los ocho individuos que habían sido parte de aquel conflicto. Yo había
pensado que sería posible perdonarlos en conjunto, mas descubrí que debía perdonarlos uno por uno.

El proceso duró muchos meses. Cada vez que fantaseaba con alguna de las personas, identificaba
claramente mis sentimientos en mi mente hacia ella. Algunas veces requería de varios días para identificar
claramente los sentimientos en juego. Finalmente, sin embargo, podía describir no solamente las
impresiones sino también las razones por las cuales las experimentaba. Descubrí que en el sencillo acto de
orar por alguien, aun cuando lo sentía vacío y artificial, se abría mi corazón hacia la otra persona.

En otra oportunidad, Dios fue creativo en la manera que utilizó para mostrarme la próxima persona que
debía perdonar. Estaba yo en un mercado, buscando pasta dentífrica y crema de afeitar, cuando vi, de
reojo, otra de las parejas que habían participado en mi despido. Mi primera reacción fue a esconderme
detrás de algunos estantes. ¡No fui lo suficientemente veloz, sin embargo! Ya me habían visto y me estaban
saludando. Luego de un breve intercambio de palabras seguimos cada uno por su camino.

De inmediato supe quiénes eran las próximas personas que necesitaba perdonar.

Debo hablarle a otros de la persona

En ese proceso de perdonar, mucho me ayudó hablar con otros acerca de quienes me agraviaron.
Recuerdo cómo conversaba con un amigo sobre una persona que me había resistido y de esta manera me
veía obligado a hablar bien del otro.

Lo que descubrí es que realmente no importaba si la otra persona conocía o no a la persona que debía
perdonar. Al hablar positivamente del otro me sentía impulsado hacia la reconciliación; las buenas palabras
que pronunciaban mis labios comenzaban a afectar las actitudes de mi corazón. La facilidad con la que me
expresaba también se convirtieron en un medidor de mi perdón. Cuánto más fácil me era hablar bien del
otro, más avanzado veía que estaba en el proceso de perdonar.

Debo acudir al Señor en oración

El paso final que me ayudó a perdonar, fue reunir mis sentimientos y pensamientos para presentarlos al
Señor en oración. En ocasiones los escribía en un papel y luego se los leía al Señor y en otras, le hablada
directamente a Dios de lo que había identificado en mi mente. En todo caso, confesar mis pensamientos y
sentimientos negativos me permitía pedirle al Señor que me perdonara por mi propio pecado. Luego, con su
ayuda, pude avanzar y extender ese perdón a otros.

Debo destacar que esta prolongada experiencia con el perdón me permitió entender cuán profundamente
afecta mi habilidad de perdonar a otros el que yo haya experimentado el perdón de Dios.

Una historia cuenta de un viajante que, con la ayuda de un guía, atravesaba las junglas de Malasia.
Llegaron a un río ancho, pero no muy profundo. Se sumergieron en el agua y lo atravesaron a pie. Cuando
salieron del otro lado, el viajante descubrió que unas cuantas sanguijuelas se había adherido a su cuerpo.
Su primera reacción fue el de arrancárselas pero el guía lo detuvo, advirtiéndole que solamente conseguiría
dejar parte de las sanguijuelas en su cuerpo y que casi con seguridad obtendría una infección. La mejor
manera de quitarlas, explicaba el guía, sería un baño de inmersión en un bálsamo tibio. El líquido haría que
las sanguijuelas soltaran solas el cuerpo del hombre.

Cuando yo me siento profundamente herido por otra persona, no puedo simplemente arrancar la herida de
mi alma, esperando que la amargura, la malicia y el rencor desaparezcan, pues el resentimiento quedará
incrustado en mi corazón. La única manera en que verdaderamente puedo librarme de la ofensa y perdonar
a los demás es tomando un baño de inmersión en el bálsamo del perdón de Dios hacia mi persona. Cuando
finalmente llego a entender cuán profundo es el amor de Dios en Cristo Jesús, el perdonar a otros fluye
libremente.

Tomado de Leadership, abril 1998. Usado y traducido con permiso.

Ideas básicas de este artículo

1. Reconocer las debilidades propias permite controlar mejor el tipo de respuesta frente a situaciones
de injusticia.
2. La mejor manera de evitar la venganza es frenar cualquier tipo de fantasía que al respecto pueda
cruzarse por la mente.
3. Se debe perdonar una persona a la vez, identificando claramente los sentimientos en juego y las
razones por las cuales se experimentan. Esto lleva su tiempo, mas la duración del proceso de
perdón es proporcional a la profundidad del dolor que se ha experimentado.
4. La mejor manera de resistir la tentación de usar el púlpito para hacerle frente a los que nos critican
es ofreciendo perdón en privado.
5. El proceso de perdón avanza cuando se habla bien a otros de la persona ofensora. Hablar
positivamente de ella afecta las actitudes de nuestro corazón.
6. Confesar y pedir perdón a Dios por los pensamientos y sentimientos negativos que han surgido en
uno, permite que experimentemos Su gracia, y ella nos habilita significativamente para perdonar a
otros.

Preguntas para pensar y dialogar

1. ¿Cómo reconoce que en su corazón se ha instalado el deseo de venganza?


2. ¿Cuál es su mayor desafío cuando tiene que enfrentar situaciones de injusticia?
3. ¿Cuáles son sus primeros impulsos ante esa clase injusticias?, ¿qué debe hacer para no dejarse
dominar por ellos?
4. En este tipo de situaciones, ¿cómo se defiende de su propia carnalidad para no buscar venganza
pública?
5. Revise en su interior si hay alguna persona hacia la cual guarda sentimientos y pensamientos
negativos: ¿qué de bueno puede hablar de ella?
6. ¿Cómo puede verdaderamente perdonar a quien ha sido injusto con usted?

© Apuntes Pastorales, Volumen XXI – Número 2

Ministros enteramente preparados por José M. Martinéz


La vocación y el carácter son importantes, pero no son suficientes para asegurar la eficacia en el ministerio.

La vocación y el carácter son importantes, pero no son suficientes para asegurar la eficacia en el ministerio.
Se necesita también un mínimo de capacitación. Menospreciar este requisito constituye de por sí un signo
de incompetencia para el servicio cristiano. Sería absurdo suponer que, mientras se incrementan cada vez
más las exigencias de formación profesional en las empresas humanas, se puede cumplir con
responsabilidades en la iglesia prescindiendo de la preparación adecuada.

La historia de la obra evangélica registra casos de hombres que fueron "lanzados" a predicar el Evangelio, a
abrir nuevas vías de testimonio o, incluso, a pastorear iglesias con escasa o ninguna preparación. Las
circunstancias anormales en que tuvieron que dedicarse al ministerio, la imposibilidad de obtener la
formación deseada y las necesidades del campo que apremiaban su entrega, pueden, en cierto modo,
justificar estos «lanzamientos». En algunos casos, Dios bendijo admirablemente los esfuerzos de estos
hombres. Muchos de estos "obreros improvisados", ya en el ministerio, aprovecharon cuantos medios
estuvieron a su alcance para capacitarse. Esto vino a suplir, dentro de lo posible —en ciertos casos de
modo asombroso—, la carencia inicial.

Pero las experiencias en situaciones de excepción no son la regla. El hecho de que Dios haya usado en
algunos casos a hombres sin capacitación no sienta ningún precedente normativo. Las Escrituras abundan
en ejemplos que muestran de manera sobresaliente la necesidad de que el siervo de Dios sea debidamente
habilitado para el cumplimiento de su misión. Las antiguas escuelas de los profestas, a partir de Samuel,
ofrecen una muestra. Jesús dedicó la mayor parte de su ministerio para formar a los apóstoles. Pablo,
educado a los pies de Gamaliel y buen conocedor de la cultura griega, pasó dos años en Arabia formándose
en su nueva fe antes de entregarse completamente a su gigantesca obra misionera. Parte de su estrategia
para la expansión del Evangelio era el entrenamiento "en cadena" de hombres fieles e idóneos para la
enseñanza. (2 Ti 2.2)

Actualmente las opciones para adquirir una educación bíblico-teológica de calidad son diversas. Además de
los seminarios residenciales, institutos bíblicos y otros centro análogos, se están multiplicando, con notables
resultados, los seminarios por extensión, los cuales posibilitan la formación de los ministros sin que estos
tengan que hacer cambios significativos de residencia y estilo de vida. Los cursos por correspondencia son
otra opción de estudio sistemático. Y junto a todas las modalidades de educación formal, siempre está la
alternativa de la formación autodidacta. Algunos hombres de Dios —Spurgeon entre ellos— alcanzaron por
este medio niveles iguales o más altos a los logrados por los más aventajados graduados en facultades de
teología. Por supuesto, no todos son capaces de tanto. El autodidacta precisa de dones intelectuales y
fuerza de voluntad fuera de lo común. Pero también, aquellos que se benefician de los medios de educación
formal siempre deberán complementarlos con estudio y esfuerzo independientes.

Cuando nos referimos a una formación adecuada no queremos dar a entender que se deba adquirir todo el
caudal de conocimientos y experiencias que una persona sea capaz de tener. Semejante nivel jamás llega a
conseguirse. Por eso el ministro tendrá que ser estudiante durante toda su vida. Su dominio de
conocimientos, al igual que su calidad espiritual, deben crecer de día en día. Con ello queremos decir que,
en circunstancias promedio, cuando una persona se dedica a un ministerio, debe tener una preparación
aceptable que le permita funcionar con un mínimo de soltura y eficacia.

No nos atrevemos a concretar cuál debe ser el mínimo de preparación, pero sí señalaremos los factores
que son indispensables. Al considerar cada uno, trataremos de presentar su perspectiva ilimitada a partir del
nivel necesario que debe tener cada ministro cuando se inicia en el ministerio.

Formación bíblica

Cualquier ministerio cristiano tiene como base la Palabra de Dios. Tanto la predicación como la obra
pastoral deben nutrirse abundantemente de ella. La Palabra debe ser no sólo la fuente de inspiración del
ministerio, sino también la esencia misma del mensaje.

Este factor debe subrayarse por su capital importancia. Es lamentable la paradoja que se da en algunos
contextos evangélicos: se venera la Biblia, casi hasta las fronteras de la «bibliolatría», pero el conocimiento
que se tiene de las Sagradas Escrituras es extremadamente pobre y superficial. Esto genera el
debilitamiento inevitable de los creyentes y de las iglesias. Esta condición hace a la iglesia altamente
vulnerable ante cualquier "viento de doctrina".

La eficacia en el ministerio depende de la fidelidad a la Palabra de Dios, que es el instrumento del Espíritu
Santo. Esta fidelidad no es el celo por ciertos textos o por unas doctrinas predilectas, que a menudo se
sostienen por herencia y no por la convicción formada en el estudio personal. Tampoco es el uso reiterado
de tópicos, generalmente expresados en frases hermosas, pero estereotipadas y desgastadas por el abuso.
La lealtad a las Escrituras nos impone escudriñar profundamente cada vez más en la inmensidad de todo el
consejo de Dios.

El mínimo de capacitación bíblica obliga a conocer y discernir los hechos históricos del Antiguo y Nuevo
Testamentos, a observar el progreso de la revelación divina a través de los siglos hasta culminar en
Jesucristo. Se debe tener el conocimiento básico de cada uno de los libros más importantes del canon
bíblico (autor, fondo histórico, propósito, idea central, etc.). El ministro debe estar familiarizado con lo más
básico de la poesía, la profecía y la ética bíblicas y tener una clara comprensión de las doctrinas
fundamentales (Dios, el hombre, el pecado, Jesucristo, la salvación, la iglesia, etc.).

Partiendo de estos rudimentos, el ministro debe proseguir su estudio día tras día, año tras año,
incansablemente. Debe escudriñar sistemáticamente cada uno de los libros de la Biblia, y si es posible, que
la investigación sea exhaustiva. "Con el hábito de esfuerzo mental propio de los días de estudiante", como
decía J.H. Jowett.

En este quehacer conviene que se usen todos los recursos bibliográficos útiles y disponibles, como buenos
comentarios exegéticos, obras de introducción bíblica, tratados de teología, etcétera. Los descubrimientos
de otros, en muchos casos guiados por el Espíritu Santo, pueden facilitar notablemente nuestro estudio. No
tenemos por qué empeñarnos en redescubrir américas espirituales. Los escritos de los Padres de la Iglesia,
de los reformadores, de teólogos sanos, de comentaristas y predicadores son una herencia de gran valor a
nuestro alcance. Sería el colmo del absurdo renunciar a ella movidos por un afán mal entendido de
independencia intelectual. Sin embargo, todo libro que no sea la Biblia debe leerse con actitud crítica. No
todo lo que leemos en una buena obra tiene que merecer nuestra adhesión. Y no todo lo que han escrito
autores poco evangélicos debe ser reprobado automáticamente por nosotros. Algunas de las ideas de estos
autores son verdaderamente formidables. El ministro debe proceder de la misma forma que lo hicieron los
creyentes de Berea, contemporáneos de Pablo (Hch 17.11), y estar en condiciones de "examinarlo todo y
retener lo bueno" (1 Ts 5.21).

Todo lo que hemos expuesto sobre la formación bíblica tiene por objeto resaltar la importancia del estudio
de las Escrituras. Pero esta formación es más que mera adquisición de conocimientos intelectuales. Incluye
indefectiblemente la asimilación espiritual de ese conocimiento y su aplicación en la vida personal. La
formación sólo es real cuando a un mayor conocimiento de Dios corresponde una adoración más ferviente,
un mayor amor, un mejor servicio; cuando a una más clara comprensión de la persona y la obra de Cristo
acompaña una más decidida entrega a hacer la voluntad del Padre; cuando a la certidumbre de la
resurrección de Jesucristo se añade el gozo de la esperanza; cuando a la proclamación de su señorío se
une nuestra sumisión sin reservas; cuando el concepto correcto de la obra del Espíritu de Dios determina un
modo santo de vivir. Si falta esta correspondencia, el ministro se convierte en una figura grotesca, en una
especie de monstruo con cabeza descomunal y cuerpo insignificante.

La aplicación personal de la Palabra se proyectará, asimismo, al entorno del ministro. Su juicio acerca de
las personas, de las ideas, de las circunstancias y de los hechos a su alrededor se regirá por la verdad
divina, y su modo propio de reaccionar y obrar ante ello dará evidencia de la autenticidad de su preparación.
La Palabra no sólo debe iluminar la mente; debe trazar todos los perfiles de nuestra actuación. De no ser
así, el ministerio puede acarrear más descrédito que gloria a la causa del Evangelio. La iglesia ha sufrido
más a causa de eruditos sin santidad que de hombres incultos pero sinceros y de vida irreprochable. Por
eso, el verdadero talento bíblico se demuestra sólo cuando la brillantez de pensamiento y de expresión va
acompañada de un estilo de vida genuinamente cristiano.

Formación cultural

Una vez establecida la prioridad de la preparación espiritual de sólida base bíblica, también conviene poner
en relieve la gran utilidad de un buen bagaje cultural. Los textos de las Escrituras usados por algunos para
objetar la erudición humana (1 Co 1.19–1; 2.6, 8; Col 2.8; 1 Ti 6.20) no rechazan el valor de la misma, sino
su degradación en una actitud de antagonismo hacia Dios y su verdad. No se debe olvidar que los más
grandes líderes del pueblo de Dios poseyeron una cultura amplia. Moisés fue "enseñado en toda la
sabiduría de los egipcios" (Hch 7.22). Isaías da evidencias de una intelectualidad refinada. Pablo,
paralelamente a su instrucción teológica, manifiesta una gran formación humanística, con conocimiento de
la filosofía y la literatura de su tiempo (Hch 17.28). Algo semejante podría decirse de muchos de los Padres
de la Iglesia. Los reformadores, incluyendo los promotores del movimiento reformista en España, fueron
hombres de gran talla intelectual y amplio saber. Podríamos añadir los nombres de Jorge Whitefield, Juan
Wesley, Jonatán Edwards y muchos más, en quienes la piedad y la erudición se combinaron
admirablemente para hacer de ellos excelentes instrumentos que Dios usó grandemente para su gloria.

En nuestro tiempo, cuando a la educación se le da tanta importancia, es inconcebible que un ministro del
Evangelio carezca del mínimo de formación cultural. De nuevo nos resulta difícil precisar cuál debe ser ese
mínimo. En gran parte depende del nivel promedio de educación del país, región o población donde se
ministra. Por supuesto, las exigencias para el pastor de una iglesia en una gran capital serán superiores a
las de uno que resida en una zona rural cuyos habitantes apenas saben leer y escribir. Sin embargo, aún en
los ambientes culturalmente más pobres, el ministro debería estar en un plano comparable al de un maestro
de primera enseñanza.

Sobre esta base debe ampliar sus conocimientos, dentro de sus posibilidades, en todas las ramas del
saber, especialmente humanidades, historia, literatura, filosofía, arte, sociología, etcétera. La misma
particular atención debe prestar a los acontecimientos y corrientes de pensamiento —secular o religioso—
contemporáneos. No es un desacierto el consejo de Karl Barth de leer cada día la Biblia y el periódico. La
primera nos permite conocer a Dios; el segundo nos ayuda a conocer al mundo. Claro que el consejo
presupone un buen sentido de proporcionalidad y equilibrio. Dedicar cinco minutos a la lectura de las
Escrituras y una o dos horas a periódicos y revistas no es precisamente lo que se espera de un siervo de
Dios.

Por las diversas fuentes de lectura que el ministro utilice será enriquecido en todas las disciplinas. Al
incrementar sus conocimientos, sus horizontes se extenderán, recibirá inspiración, aumentará su
vocabulario, así como su capacidad argumentativa y de expresión, perfeccionará su capacidad de ordenar
ideas. Y —bendición de bendiciones— crecerá en humildad al descubrir que tras cada cosa aprendida
quedan aún mil por aprender.

No obstante, es aconsejable ordenar sabiamente las lecturas. Hay "bibliógrafos", devoradores de libros, que
indiscriminadamente leen con avidez cualquier obra que cae en sus manos. A menudo, el resultado es que
no retienen nada. La limitación del tiempo impone que la lectura sea selectiva. Las obras escogidas
deberían ser las mejores de cada materia, pues lo importante es la calidad, no la cantidad. Thomas Hobbes,
filósofo inglés, decía: "Si hubiese leído tantos libros como otras personas, sabría tan poco como ellas."

Una obra valiosa merece, después de una primera lectura rápida, una segunda lectura más reposada,
acompañada de la reflexión personal que permita digerir saludablemente lo leído. Subrayar y hacer
acotaciones en el transcurso de la lectura, ya sea en el libro mismo o en una libreta destinada para tal
efecto, es una práctica muy útil. Asimismo, conviene hacer un análisis, una crítica y un resumen de cada
obra leída, reteniendo en la memoria lo más importante. El material que se considere provechoso se
preservará mediante algún sistema de archivo.

Nunca valoraremos suficientemente la importancia de la lectura y el estudio. Por otro lado, es muy
beneficioso que nos mantengamos alerta para no caer en el intelectualismo divorciado de la comunión con
Dios. "Después de todo, el hombre de sólida formación, el estudioso es únicamente la materia prima de la
que se está formando el ministro cristiano. La influencia vivificadora del Espíritu Todopoderoso es aún más
necesaria para dar luz, vida y movimiento a la sustancia inerte, para moldearla según la imagen divina y
hacer de ella "un vaso para honra, útil para los usos del Señor". Tampoco debemos negar que los hábitos
del estudio van acompañados de tentaciones insidiosas. El árbol del conocimiento puede florecer mientras
que el árbol de la vida languidece. Todo aumento del conocimiento intelectual tiene una natural tendencia al
ensalzamiento propio ... Un juicio sano y una mente espiritual deben encaminar los estudios hacia el fin
principal del ministerio." (Watts, Humble endeavour for a revival, págs. 17–18)

Podríamos concluir con Quesnel: "No leer ni estudiar en absoluto es tentar a Dios; no hacer otra cosa que
estudiar es olvidar el ministerio; estudiar sólo para gloriarse en el conocimiento que uno posee es vanidad
vergonzosa; estudiar en busca de medios para adular a los pecadores es una prevaricación deplorable;
pero llenar la mente del conocimiento propio de santos mediante el estudio y la oración y difundir ese
conocimiento con sólidas instrucciones y exhortaciones prácticas es ser un ministro prudente, celoso y
activo." (C. Bridges, The christian ministry, pág. 50)

Formación humana

Con formación humana nos referimos a los conocimientos que se adquieren por el contacto directo con el
mundo que nos rodea, especialmente con nuestros semejantes. Este sistema de formación es insustituible.
Por medio de él aprendemos cosas que no llegamos a encontrar en los libros. Y aún aquellas que leemos,
si forman parte de nuestra experiencia personal, se graban en nosotros con mayor profundidad.

Hay mucho en la vida humana, tanto negativo como positivo, de lo que debemos ser testigos presenciales
para poder comprenderlo a fondo. Una cosa es leer acerca de la conciencia de pecado, pero otra muy
distinta es enfrentarse ante la experiencia de la lucha agónica, de debilidad, de caída. No es lo mismo leer
acerca de la tentación que oír a una persona referirse a una experiencia, propia o ajena, con el sentimiento
torturador de la culpa. Tampoco es lo mismo leer el capítulo siete de la carta a los Romanos que ver a un
creyente desgarrado por las fuerzas opuestas que combaten en su interior.
Asimismo, hay diferencia entre la preciosa doctrina de la regeneración y la contemplación de un hombre
arrancado de las garras del vicio y transformado en un santo que testifica del poder de la gracia de Dios. Y
¿qué decir de lo que aprendemos junto al pobre que se goza en sus riquezas espirituales, junto al atribulado
que deja entrever el poder sobrenatural que lo sostiene, o al lado del moribundo que, recitando el Salmo 23,
entra sereno, sin sobresaltos, a la eternidad? Ciertamente, nada hay más impresionante ni más
enriquecedor que contemplar cara a cara la vida humana con su riqueza de experiencias, con sus misterios
y sus contradicciones, con sus glorias y sus miserias.

Pero este gran "libro" que la existencia misma nos ofrece no es fácil de leer. Exige atención. Hay quienes
viven como si anduvieran con los ojos vendados, sin apenas percatarse de los tesoros de experiencia
humana que hay en su entorno. Tal clase de personas no llegan muy lejos en el camino de la formación
vivencial.

Es necesario aprender a detenerse, observar y escuchar. Y después de haber visto y oído


escrutadoramente, es imprescindible reflexionar. Desgraciadamente, la facultad de reflexión se halla
adormecida en muchas personas, incluidas algunas de las que se consideran intelectuales. Quizás la causa
radica en un desmesurado activismo, aún de tipo intelectual, que priva del tiempo necesario para meditar.
Tal vez debiéramos pedirle a algún amigo cuáquero que nos iniciara en la excelencia del silencio. J.O.
Sanders (Liderazgo espiritual, pág. 101) refiere la anécdota del poeta Southey cuando le explicaba a una
anciana que pertenecía a la Sociedad de los Amigos su modo extraordinario de aprovechar el tiempo. Él le
compartió que aprendía portugués mientras se lavaba, y otras materias mientras se vestía, desayunaba o
se ocupaba en otros quehaceres diversos. No desperdiciaba ni un instante. Ingenuamente, la mujer le
preguntó: "Y ¿cuándo piensas?"

El general De Gaulle dejó otra buena ilustración. A partir de las nueve de la noche no recibía a nadie.

Desde esa hora hasta que se acostaba, se quedaba a solas consigo mismo y con las cuestiones de
gobierno que demandaban su atención. Si un estadista sentía la necesidad de reflexionar hasta tal punto,
¿cuánto más no debería sentirla un ministro de Jescucristo?

Sólo si dedicara tiempo a la meditación reflexiva se beneficiaría plenamente de su triple formación, bíblica,
cultural y humana.

Tomado de la revista Pensamiento Cristiano. Usado con permiso.


José M. Martínez es español, pastor y escritor.
Es autor del éxito de librería Hermenéutica bíblica.

La estrecha "comunión" del pastor y la literatura por Arnoldo Canclini

En generaciones anteriores se dio un "puritanismo literario" que hoy ha pasado de moda pero no sus efectos. Son
pocos los ministros religiosos que se han detenido a pensar sobre cuál es el lugar que deben dar, en su trabajo, a la
palabra escrita, y eso entraña un grave peligro. "Los cristianos enseñamos a leer a la gente, y los comunistas les dan
qué leer." Las que siguen son algunas recomendaciones para que los pastores vean como un ministerio la palabra
escrita y estimulen a otros a crecer en ello.

Escribo suponiendo que en el pasado ha quedado aquella posición que se oponía a la lectura de todo
material que no fuera la Biblia. En tiempos —ya lejanos— de nuestra infancia era posible encontrar algunos
escritos devocionales que insistían en que un verdadero cristiano sólo debía leer la Palabra de Dios, y que
todo lo demás "apartaba" al lector del mensaje divino. Por supuesto, tal criterio tenía que ver con cierto
antiintelectualismo entonces en boga, pero que, solapadamente, todavía subsiste en muchos círculos
evangélicos. ¿No ocurre, con frecuencia, que muchos tienen sospechas sobre las personas que se han
ganado un título académico, o sobre aquellos que hacen notar que sus afirmaciones públicas —por ejemplo,
en la predicación— son fruto del estudio y del conocimiento de diversos autores? ¿No abundan, acaso, los
que machaconamente dicen que tal o cual cosa es lo que afirma la Biblia, desconociendo lo que opinan los
eruditos sobre el texto?

De todos modos, ese "puritanismo literario" ha pasado de moda, aunque no sus efectos. Son pocos los
ministros religiosos que se han detenido a pensar sobre cuál es el lugar que deben dar, en su trabajo, a la
palabra escrita, y eso entraña un grave peligro.

DESAFÍO DE NUESTRA HORA


En algunos países, el creciente aumento de personas alfabetizadas presenta un llamado de atención.
Cuando hace muchos años en la Argentina se hizo una fuerte campaña oficial para enseñar a leer a los
adultos, apareció un serio problema: no había qué dar a los que aprendían. Por eso, las autoridades
aceptaron con entusiasmo lo que producía en ese campo la Sociedad Bíblica, sin preocuparse por aspectos
doctrinales. Poco tiempo después, aparecieron editados oficialmente los discursos del presidente de
entonces, que compitieron con el material bíblico. Esto no es tan grave, si lo comparamos con la realidad de
algunos otros países, donde no hay otra cosa que lectura de extrema izquierda. Frank Laubach, aquel gran
cristiano creador de un sistema de enseñanza con el que han aprendido a leer cientos de millones, dio
cierta vez: "Los cristianos enseñamos a leer a la gente, y los comunistas les dan qué leer".

Pero eso es sólo una parte de la situación. Se calcula que en la actualidad se publican siete mil millones de
volúmenes (libros) por año, a los que habría que sumar los diarios, revistas, panfletos, periódicos, etc. Un
verdadero alud literario cae sobre las cabezas del mundo entero. Hay razones lógicas para que la mayoría
de lo producido no se trate de material con trasfondo cristiano: no lo son sus productores. Tiene más acceso
al mercado lo que no lo es. Es más fácil escribir superficialmente… o los cristianos no comprenden su
responsabilidad.

Lo notable es que, por el contrario, otras doctrinas sí lo están haciendo. Sectas como los Testigos de
Jehová, los mormones, los "hijos de Dios" y tantas otras comienzan dando algo para leer. Las dictaduras
llenan las librerías. Aún hoy circula el que fue el libro más vendido en su tiempo: Mi lucha, de Adolfo Hitler.
Moscú es, quizá, el centro productor más grande del mundo (al menos, en más idiomas).

Las técnicas han avanzado también en este campo que seguimos considerando sólo una rama del arte. Es
evidente que una enorme proporción de lo que se publica no es arte sino comercio. Sólo importa que se
venda. Por eso, la calidad literaria es bajísima, así como lo es también el nivel moral. Una de las pruebas
del pecado original está en lo proclive que es todo ser humano a leer historias horrendas, hojarasca
seudoromántica o noveluchas de tramas mil veces repetidas. No sólo se lee sin esfuerzo, sino que también
se puede comprar sin él. No es necesario ir hasta una librería, sino que está en todos los quioscos y a muy
bajo precio.

Finalmente, en este aspecto, enfrentamos el gran desafío de los otros métodos de comunicación. Se ha
exagerado mucho en cuanto a que el cine, la radio y la televisión desplazarían a la lectura. Ha ocurrido todo
lo contrario, pero, sin embargo, cierto es que han coadyuvado al auge de la literatura barata, que no es más
que una continuación de aquellos medios. Si bien comparten la fuerza de un mensaje de penetración más
directo, la presencia cristiana en ellos —por digna de alabanza que sea— no es sustituto del valor de
permanencia que tienen la palabra impresa, comparado con la fugacidad (y por lo tanto, cierta
superficialidad) de la palabra hablada.

Y NOSOTROS ¿QUÉ LEEMOS?

Sería absurdo detenernos a decir a pastores y obreros cristianos que tienen que leer la Biblia. Inclusive
hasta sería ofensivo.

Supongamos que también sea innecesario decir que hay que leer sobre la Biblia. Lógicamente, hablamos
de los comentarios y demás libros de estudio, dejando de lado, por el momento, la pregunta de por qué hoy
se producen proporcionalmente menos o de menor nivel que hace medio siglo. Agreguemos también los
libros de doctrina, continuando con los de ética, inspiración y reflexión.

En aquellos recordados años de nuestra infancia, leímos todo lo que había. Eso era posible, ya que había
realmente poco. Ahora, aunque parezca una contradicción con lo que hemos dicho antes, también hay un
aluvión de libros cristianos, en el sentido de que hay mucho más de lo que podemos absorber. Quizá eso no
sea tan grave, ya que mucho de lo que se publica no merece demasiado nuestra atención. Hay que
reaprender a leer. Quiero decir: a leer de prisa (o, sencillamente, interrumpiendo en las primeras páginas) lo
que es superfluo, y leer masticando y reflexionando lo que merece que así sea. Los clásicos han perdurado,
precisamente, porque se leen así; sea como fuere que estén escritos, queremos volver a ellos una y otra
vez.

Quizá debemos aprender a leer aquello que no sea de nuestra propia tradición. Las distintas
denominaciones presentan distintos énfasis doctrinales y eso puede ayudarnos a corregir y ubicar nuestros
puntos de vista. Como es casi inaccesible, tiene poco valor decir que debemos conocer lo que aportan otras
culturas, ya que casi todo lo que consumimos es anglosajón (y predominantemente norteamericano). Eso
no quiere decir, por supuesto, que sea malo, pero nos agradaría ver en nuestro idioma más libros alemanes,
franceses, rusos, escandinavos, orientales, etc. Es posible que aparezcan cosas que nos sorprendan y
hasta nos escandalicen, lo que será una buena oportunidad para preguntarnos por qué.
Pero eso no basta. No se puede ministrar en el vacío. Aún leyendo los buenos libros de actualidad, no
estaremos al tanto de lo que ocurre "aquí y ahora", o sea en estos días en nuestra sociedad; dicho de otra
manera qué sucede en medio de la gente que nos escucha. Si nos preguntan algo sobre el divorcio, en vez
de reaccionar simplemente con un pasaje bíblico, debemos comenzar por saber qué quiere decir esa
persona cuando habla de divorcio y qué se entiende por divorcio en nuestro país, lo cual por cierto es sólo
un ejemplo. Ningún pastor debe desconocer lo que publican los diarios.

Ocurre, además, que nuestra gente también lee. De repente, algún libro o periodista se pone de moda y, por
lo tanto, comienza a influir en la mentalidad de quienes nos rodean. ¿Se puede pensar que un pastor
alemán de la época nazi no supiera qué decía: "Mi lucha"? El ejemplo es extremo, pero sirve para
recordarnos que hoy las fuerzas del mal utilizan caminos mucho más sutiles y, por lo tanto, más peligrosos.
Puede parecer una grave pérdida de tiempo el usarlo para leer algo de la basura que consume nuestra
gente, pero ¿hay otra forma de saber por qué ellos piensan de una u otra manera?

ANTE LOS DEMÁS

Naturalmente, si creemos que la lectura es algo bueno para nosotros, debemos presuponer que también lo
es para los demás. Y si es algo bueno, debemos promoverlo, como promovemos no sólo la lectura de la
Biblia, sino también la asistencia a un congreso, la participación en una entidad de bien público, la limpieza
del templo y mil otras cosas.

Suele ser muy frecuente (o al menos, no muy raro) que alguien pregunte a su pastor qué leer, o qué leer
sobre tal cosa, o qué piensa de tal o cual libro. Por supuesto, eso lleva a la necesidad de estar enterado
para dar una respuesta sabia. Llega un límite en el que bastará saber, por ejemplo, quién es el autor o la
editorial, para estar orientado, aunque nada suple el conocimiento directo. Pero no basta pensar que,
porque yo soy de la denominación Z, los libros escritos o publicados por lo que diga Z, han de ser buenos.
Por ejemplo, pueden ser pobres o demasiado eruditos. Sobre algunos temas, los hermanos de K o L, han
producido algo mejor (aunque los de nuestra editorial nos presionen). Tal vez el boletín o un pequeño lugar
de venta sean caminos para promover y divulgar esto.

Pero hay más. El libro ocupa en la formación cristiana, un lugar irremplazable. No es posible tratar todo
sobre el púlpito, especialmente los temas morales o de la vida cristiana en general. Hasta diríamos que no
debemos hablar allí de situaciones particulares, lo que sí deberíamos enfrentar dando algo para que la
persona en cuestión lea, y apoyar así nuestro consejo pastoral. Por ejemplo, los consejos sobre la crianza
de los hijos interesan a un mínimo de la congregación, pero en una etapa de la vida todos necesitamos
tener a mano algo para consultar. Ello exige un gran cuidado, porque debemos estar seguros de que la
posición del autor coincide con la propia (o la mejora) y que no tiene elementos que distorsionen su
aplicación.

Esto es más fácil de decir que de hacer, pero si creemos que es parte de nuestro ministerio, debemos
dedicarle tiempo, así como lo dedicamos al estudio y la investigación para preparar nuestras clases bíblicas.
Hay ciertos problemas, uno es el hecho de que, pese a la actual abundancia, hay temas no cubiertos o lo
están en forma deficiente. En ningún caso, un libro contestará exactamente a tal situación… ni un sermón
tampoco; confiemos en el Espíritu Santo. Además, debemos enfrentar la pereza de quienes prefieren por
más cómodo escuchar (o no escuchar) un sermón a leer seriamente un libro.

Al mismo tiempo, tiene también sus ventajas como método de enseñanza. Lo escrito está escrito, o sea que
sus palabras son definidas y precisas, se puede leer y releer. No se las puede entender mal con tanta
facilidad como lo que se oye. Se las puede distorsionar sacándolas del contexto, pero no se las puede citar
mal. Se puede volver a ellas en muchas oportunidades y se puede recurrir al mismo texto para varias
personas. El que ha recibido bien de un libro o artículo puede pasarlo a otro, mientras que el que lo ha
recibido de un sermón apenas si puede comentarlo con relativa exactitud.

Lo dicho nos muestra a lo menos cuatro campos en que el pastor puede hacer uso de la palabra impresa:

Para enfrentar casos específicos en su congregación, como hemos explicado.


Para situaciones especiales, como el duelo, la soledad o las crisis, cuando la palabra hablada tiene valor
pero no puede llegar a fondo.
Para la edificación de los creyentes, especialmente en ciertos temas doctrinales, como la seguridad de la
salvación, la acción del Espíritu Santo, la guía para el estudio bíblico, etc.
Para la evangelización, sea por medio de la difusión amplia de lo que llamamos tratados o folletos, sea
por la entrega selectiva de una revista o un libro aplicable al caso, lo que en algunas personas o medios
es la única forma de llegar.

PERO NO TERMINAMOS EN ESO


Si creemos que hay un ministerio de la palabra escrita, hemos de preguntarnos qué parte nos corresponde
en su producción. Siempre nos hemos ocupado de llamar a jóvenes para el ministerio, así como de
desarrollar los dones en cuanto a la predicación, la enseñanza, la obra personal, el canto, etc. ¿Y qué de la
escritura? El pastor debe estar con los ojos abiertos para descubrir valores o intenciones, y para animarlos a
que comiencen. Si estamos en condiciones, leamos lo que producen y opinemos positivamente. Quizá
podamos sugerir que lo hagan leer por alguno más entendido, a fin de mejorar ese escrito y a desarrollar
ese futuro "ministro de la pluma".

Por otra parte, debemos proveer canales para que esas vocaciones se exterioricen. Uno muy simple es la
producción de boletines o revistas internas, que suelen alcanzar niveles de calidad insospechados. En
algunos casos, se puede pedir al autor (o a otro) que lea su producción como parte del culto; quizá su
pequeño poema no parezca de Lope de Vega, pero hablará a nuestra gente más que si lo fuera. Por
supuesto, si consideramos que hay un verdadero valor, debemos ocuparnos de poner en contacto al
escritor en potencia con alguna revista o editorial cristiana, que son entidades de servicio y no empresas
comerciales, como en el mundo secular.

Y finalmente, hemos de preguntarnos honradamente si no somos llamados a escribir. Cada vez es más
necesario que lo hagamos para boletines, información para la prensa, estudios bíblicos, etc. Necesitamos
capacitarnos para eso. Por supuesto, es de suponer que el tiempo falta. Pero en el ministerio siempre falta
el tiempo. Todo depende de la prioridad que demos a cada cosa. Si hay un boletín, el pastor tiene que ser
colaborador regular… y se ha de esperar que se entienda lo que ha escrito.

Digamos que, por lo general, un buen predicador no es un buen escritor, porque los recursos a utilizar son
muy distintos. Pero también podemos decir que un buen predicador tiene ciertos elementos que le permiten
llegar a ser también un buen escritor. Se supone que tiene ideas propias o sabe encontrarlas en otros. Se
supone también que sabe ponerlas por orden y comunicarles cierta vida y vigencia. Además está en
contacto directo con la gente, con sus problemas y ansias, mucho más que un profesor de teología, de
quien sí esperamos que escriba libros sobre su área (y aquí deberíamos preguntarnos por qué escriben tan
poco nuestros profesores). Por sobre todo, un predicador tiene una buena base bíblica y doctrinaria que
cimentará lo que escriba.

Cambiaría mucho el mundo cristiano si todos los obreros tuviesen el anhelo de Job: "¡Quién me diese que
mis palabras fuesen escritas! ¡Quién diese que se escribiesen en un libro, que con cincel de hierro y con
plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre! Yo sé que mi Redentor vive" (Job 19.23-25).

Apuntes Pastorales. Junio — Julio / 1986, Vol. IV, N° 1

Adelante con la buena crítica por Enrique Zapata

La crítica es vital para la iglesia. Tal vez sea uno de los elementos más imprescindibles. Juzgar es lo que muestra la
diferencia entre dos elementos. Nos ayuda a ver que no todo lo que brilla es oro, contribuyendo a nuestro
crecimiento y corrección.

Los apóstoles, al recibir la critica en Hechos 6, no la condenaron, sino que resolvieron la causa que la provocó. La
crítica nos protege, nos ayuda a alcanzar mejor los objetivos. Sin embargo, se la condena en la mayoría de las
congregaciones. ¿Por qué?

En realidad, nos cuesta aceptarla; incluso evadimos hasta la autocrítica. Nos molesta que alguien nos diga
que lo que hicimos o dijimos no honra al Señor, y, en ocasiones hasta nos ofendemos. Sin embargo, si
realmente amáramos al Señor -y no tan sólo a nosotros mismos- ¿no estaríamos agradecidos por esa
crítica que puede ayudar a mejorarnos? ¿No será que somos demasiado orgullosos o inseguros? ¿O es
que tenemos miedo que nuestros problemas o motivaciones sean puestos en evidencia? ¿Acaso no somos
todos pecadores, personas imperfectas, salvados por gracia?

Nos ofendemos, sintiéndonos heridos, cuando alguien hace evidente nuestras imperfecciones. Tenemos que aprender a
aceptar la critica de otros, a ser evaluados o juzgados, así como también debemos saber cómo y cuándo juzgar, cuándo
evaluar o reprender al hermano.

Estando en Bolivia me acercaron la revista "Época", con un artículo intitulado: El elogio, el temor y el silencio. Allí se
trataba la critica en el ámbito de la cultura. Ese ámbito también sufre las mismas dificultades y desafíos que tenemos en
la iglesia -porque somos seres humanos-. Sin embargo, como cristianos debemos superamos y crecer.
Lamentablemente, muchas cosas no se hacen por temor, cayendo en el silencio. Tendemos a caer en tres extremos: el
elogio, el silencio o el ataque.
"La crítica -comenta Mario Ríos- es juzgar una obra o un acontecimiento según una lógica rigurosa. En este sentido,
para hacer crítica, uno tiene que estar seguro de lo que dice, es decir, uno tiene que ser especialista en la materia".

"La persona que está en condiciones de ejercitar esta actividad deberá hacerlo en condiciones sólidas -dice 'Cucho'
Vargas, conductor del programa 'Enfoques'-, porque no se puede denostar a nadie gratuitamente. Pienso e insisto en que
la crítica debe ser fundamentada y dirigida hacia una construcción que permita evitar los errores que se están criticando,
para que en el futuro sean superados".

“Existe crítica en Bolivia"-comenta Carlos Mesa (Director del Canal 2 de Bolivia) -y en diferentes ámbitos, pero está
muy debilitada porque el artista es poco proclive a aceptarla. Cada vez que un crítico se manifiesta contrario a un
artista, este le quita el saludo y, entonces, el crítico no escribe más porque tampoco se trata de que pierda a todas sus
amistades.

Esta situación se produce por falta de madurez y, naturalmente, es una actitud negativa por cuanto una persona que se
ha convertido en figura pública tiene que acostumbrarse a poner en consideración del pública sus trabajos".

"Es evidente que para la realización de toda crítica concurren varios factores, porque no se trata
simplemente del denuesto. En este sentido, para hacer una crítica positiva une debe despojarse de
intereses", dice Mario Castro, director de Radio Cristal, y continúa "Siempre he optado por no hacerme
cómplice del silencio, lo que puede ser más dañino"*.

Nuestra dificultad como cristianos tal vez proceda de varios males. La palabra juzgar tiene dos acepciones en
castellano: "No juzguéis... (Mt.7.1) y la palabra usada en 1 Corintios (1Co. 2.15). La diferencia que existe entre ambas,
según el Dr. Wuest, reside en que el no juzguéis implica la acción del juez que sentencia y que con ella da el merecido
al culpable. En cambio la palabra en "el espiritual juzga todas las cosas" habla de evaluar o analizar el objeto. En otras
palabras, cuando y o condeno a mi hermano estoy haciendo uso de la primera acepción, y al hacerlo peco. Si soy
espiritual voy a evaluar todas las cosas y a usar esa información para orar y edificar vida de esa persona.

En el libro “En Pos del Supremo”, Chambers comenta que Dios nos da la habilidad de ver las fallas en otras vidas, a fin
de orar y cooperar con Dios en su solución. Gothard comenta que hasta Dios permite que otros nos hieran u ofendan
para hacernos conscientes de la seriedad del problema y para que nos ocupemos seriamente en resolverlo. Si no nos
molestara tanto, en muchos casos ni nos ocuparíamos. Nosotros pervertimos lo que Dios desea cuando en vez de ser
parte de la solución empezamos a atacar y tratar de destruir a la persona. Cualquier necio puede tirar abajo algo. En
cambio el edificar requiere sabiduría.

Sin duda que cuando a nos mostramos críticos de todo y de todos estamos demostrando que tenemos algún problema. El
que es espiritual puede ver también lo que Dios ha hecho y lo que está haciendo en una vida o en una iglesia, no sólo lo
que está faltando. Dudo que alguien pueda ser espiritual sí sólo velo malo. Eso es negar la obra de Dios.

También debemos aprender a recibir la crítica. Recuerdo cierta ocasión en que el pastor Samuel Libert habló en el
instituto Bíblico de Buenos Aires. Después del mensaje, un joven se atrevió a decirle que la interpretación del texto tal
como lo había presentado en el sermón, no era la más acertada en la luz de griego. La próxima mañana, Libert,,
públicamente, hizo la corrección y agradeció al estudiante. ¡Qué grandeza! Y nadie lo menospreció por haberse
equivocado sino que todos lo respetaron más aun por su integridad y honestidad. Muchos son los que piensan que si
reconocen sus errores debilitan su autoridad. Al contrario, les hace tener más autoridad, ganándose el respeto de los
demás. La vida no termina en esa crítica, pero esa crítica –y su aceptación- puede servirme para el resto de la vida.

Y sobre todas las cosas, el amor debe llevamos a orar y actuar para el bien de otros, como también debe llevarnos a
juzgar nuestras propias actitudes y acciones. Amemos al Reino y la gloria de nuestro Señor, como también a su gente.
¡Adelante!
Apuntes Pastorales
Volumen VIII – número 1

Aproveche y aprenda de sus errores por Gregorio Elder

Después que concluyó su primer periodo de servicio como pastor asistente, Gregorio Elder enumeró algunos de los
errores que cometió al principio. Él comparte diez en este artículo y nos da ideas cómo evitarlos.

Todos los que estamos en el ministerio cometemos errores, pero los que recientemente inician están más
propensos a ellos. Todo comienzo es difícil y las elecciones que hacemos al iniciar un pastorado pueden
resultar en bendición o en traumas que perduran durante años.
Al concluir mi primer período de servicio como pastor asistente, habiendo estado bajo la dirección de uno
mayor que yo (y también más sabio), enumeré algunos de los errores que cometí al principio. Estos son los
que ahora procuro evitar:

1. Permitir que un reducido número de personas absorban gran cantidad de mi tiempo


Siempre entendí que una cita de una hora significaba dedicarle sesenta minutos de mi tiempo, pero no
todas las personas de la iglesia lo veían de ese modo.
Hay algunas personas con necesidades genuinas que quieren ser oídas por nosotros, y sin buscarlo
absorben nuestro tiempo. Son aquellos que vienen a consultar sobre un problema y terminan relatando toda
su vida y dando una buena cantidad de opiniones religiosas y políticas. Cuando descubren que estamos
dispuestos a escuchar tales divagaciones, se presentan frecuentemente.
Sí. Ciertos problemas requieren determinado tiempo de análisis, y algunas personas necesitan más de una
hora. Pero la mayoría requiere una segunda entrevista o una mano firme que los guíe hacia la puerta de
salida cuando el tiempo se ha acabado. Para esto se necesita firmeza y no es fácil hacerlo sin sentirse mal.
Pero pregúntense si hablarían tanto ante un psicólogo o abogado que les cobra por el tiempo qu e les
proporciona.

2. Dejar que se formen relaciones de dependencia


Debido a los halagos que uno recibe es muy fácil llegar a pensar: "Yo soy el único que en verdad puede
ayudarlo —o convertirlo, o sanarlo o aconsejarlo, etcétera—." Las personas necesitadas a menudo alientan
esta actitud; quizá ellos mismos lo creen así. Y los que se inician en el ministerio son muy vulnerables ante
esto, ya que ansían ser útiles.
Sin embargo, esto también es vanidad, pues el ministerio es algo que pertenece a toda la iglesia. Habrá
unos pocos que tengan una relación singular con el pastor, pero la mayoría pueden recibir ayuda de
muchas otras personas competentes, que muestren amor y cuidado. Cuando permitimos que algunas
personas lleguen a considerar que nosotros somos los únicos que pueden ayudarlos, los perjudicamos a
ellos y a la iglesia.

3. Llegar a ser el pastor de la «oposición leal»


Toda la congregación tiene un porcentaje de personas que consideran que el pastor principal es un terrible
holgazán sin educación, que debe ser despedido. Y la verdad es que cualquier ministro en todo el mundo
tiene suficientes faltas como para proporcionarle a este grupo abundantes municiones.
Uno de los juegos favoritos de estas personas es atraer al pastor asistente hacia su territorio. Al alabar a
ese pastor y expresar críticas legítimas del pastor principal, creen haber obtenido un pastor propio. Aun
cuando esto no amenace dividir la congregación es espiritualmente mortífero.
Si alguien realmente ha sido herido por un pastor en particular, deja la iglesia y se va a otra. Pero los que
eligen permanecer en la congregación donde se encuentran terriblemente descontentos, tienen problemas
no resueltos que un pastor novato no puede solucionar. Es mejor rehusarse a escucharlos a menos que el
pastor principal esté involucrado en algún escándalo grave.

4. No hablar sobre asuntos serios con otros pastores jóvenes


Algunos pastores se ven a menudo, pero gran parte del tiempo que pasan juntos se dedican a ponerse al
día con las noticias o discutir sobre el nuevo órgano, y no a ministrarse el uno al otro. Esto no está del todo
errado; es necesario intercambiar noticias "del ministerio". Pero también necesitamos oportunidades de
encontrarnos para hablar más privadamente.
Cuando fui ordenado, algunos de nuestro grupo pensamos en organizar encuentros para pastores
asistentes y líderes de las iglesias de nuestra localidad. Nunca lo hicimos y esto fue un error. ¡Qué bien nos
hubiera hecho encontrarnos regularmente para intercambiar ideas y orar juntos! Mirando en retrospectiva
descubro que algunos de mis amigos se han ido de la localidad, o han dejado el ministerio por completo, y
pienso que un grupo como el que habíamos propuesto podría haberlos ayudado cuando atravesaban las
circunstancias que los movieron a tomar esas decisiones.
Verdadera comunión es difícil. Involucra confianza, paciencia y tiempo. Requiere personas con las cuales
tengamos algo en común. La mayoría de nosotros tiene, contados con los dedos, colegas con los que
puede compartir, pero hoy, me siento más dispuesto a esforzarme por lograr esa comunión porque me doy
cuenta cuánto la necesito.

5. Abandonar a la familia
Todos hemos oído esta advertencia vez tras vez, y sin embargo, es extremadamente fácil no vivir de
acuerdo con ella.
En mi caso, no estaba consciente de que estaba ignorando a mi esposa hasta el día en que mi secretaria
me anunció que había llegado la persona anunciada para las 14 horas. Le dije que la hiciera pasar,
entonces entró mi esposa. Iba para presentar la queja ante el pastor de que "su esposo la estaba
ignorando". Su presencia me sacudió y reconocí mi error. Después de todo, las entrevistas y las reuniones
de comisión vienen y van, pero "mujer virtuosa, ¿quién hallará? Su estima sobrepasa largamente a...." (Pr
31.10)
La ceremonia de ordenación no es de mayor peso que la del matrimonio. Ambas son vocaciones loables y
nobles, y una no es más alta que la otra. Ambas fueron instituidas por Dios para la santificación de su
pueblo. Por algún curioso acto de su gracia, esta santificación incluye también a los ministros.

6. Temor a los poderosos


Toda congregación tiene personas de gran influencia a quienes el pastor principal presta mucha atención.
Son ellos los que deciden su salario y cuánto tiempo libre dispondrá. Han visto desfilar a muchos asistentes.
Las opiniones de ellos sobre sus sermones, su cuidado pastoral, su esposa, y su autómovil tienen peso con
otras personas. Debemos admitir que son formidables. Es fácil procurar evitarlos o decir y hacer lo que uno
piensa que les caerá bien. Sin embargo, al examinar mis primeros dos años, creo que la mayoría me
respetaba más cuando disentía con ellos que cuando aceptaba sus opiniones. No siempre era así, pero
sobreviví a las diferencias de opinión. Las personas que realmente tienen poder, no tienen nada que temer
de un pastor novato; son aquellos que buscan el poder los que más amenazan.

7. Discutir sobre temas secundarios


Por supuesto, recién egresado del seminario uno no los considera secundarios. Pero en retrospectiva, me
siento avergonzado al pensar que discutí sobre tales cosas con el pastor principal. No es que he cambiado
de opinión en la mayoría de los asuntos. Si alguna vez llego a estar a cargo de una iglesia, ciertamente
actuaré de acuerdo con mis convicciones. Pero no eran asuntos tan importantes como para arruinarle el día
al pastor. Lo más serio de esto es que discutir sobre la ubicación de una silla en el santuario, me descalificó
para señalar algo en un debate más serio. Incluso con los pastores mayores, hay "tiempo de guerra y
tiempo de paz" (Ec 3.8).
Para determinar la importancia de un asunto, debemos preguntarnos cuánto estaríamos dispuestos a sufrir
para defender una opinión en particular. ¿Estaría dispuesto a aceptar una disminución en el salario si me
permitieran elegir los himnos? ¿Estaría dispuesto a afeitarme la barba para que se permitiera el uso de una
guitarra en el culto dominical? ¿Cuántos libros personales quemaría para lograr establecer una nueva
política de casamientos y bautismos? Preguntas como estas nos ayudarán a colocar las cosas en su
correcta perspectiva.

8. Hablar demasiado
Uno de los peligros de ser pastor es que la gente tiende a escucharnos. Excepto otros pastores, pocos nos
interrumpen. Quieren oír nuestras opiniones sobre una variedad de asuntos. Si es que tenemos uno o dos
títulos universitarios, a menudo suponen que sabemos algo. La tentación que enfrentamos es de utilizar la
oportunidad para expresar opiniones personales sobre la Palabra de Dios.
Nosotros quizá tengamos más conocimiento doctrinal que la mayoría de los creyentes en la concregación,
pero el hecho es que ellos conocen más acerca del mundo. Tuve que aprender que Santiago 1.19 es de
especial aplicación a pastores jóvenes: "Prontos para oír, tardos para hablar". Si no estamos seguros de
conocer determinado tema, debemos decirlo. De todos modos, a su tiempo la gente comprobará esta
realidad.

9. No leer
Me pareció raro la gran facilidad con la que dejé de estudiar después de haber sido ordenado. Cuarquiera
pensaría que después de años de estudio la disciplina autodidacta ya hubiera sido adquirida. Pero lo que
ocurrió fue que el tiempo para preparar las notas para el estudio bíblico o el sermón se redujo
considerablemente. ¿Por qué?
El problema con la formación del hábito de estudio —y devocional— en el contexto del seminario es que
ese ambiente los propicia, pero ningún otro medio nos da el tiempo para pensar, orar y discutir teología
como se tiene allí —no parecía así en ese momento, ¿verdad?. En el ministerio deben establecerse nuevos
esquemas porque los que uno tenía en el seminario no funcionan fuera de él.
Cuando fui ordenado, prometí que dedicaría un día de la semana para estudiar. Por un tiempo lo logré, pero
no tardé mucho en ir dejándolo. Finalmente, no hacía ningún trabajo académico y se dejaba ver en mi
predicación. Fue sólo al establecer un programa modesto, pero realista, que pude volver a leer. Siguiendo el
consejo de otro pastor, dispuse dedicar ciertas horas para la lectura y anotarlas en mi agenda,
respetándolas como cualquier otra cita o tarea.

1O. Tomar las cosas muy en serio


Cuando miro algunas de las fotos mías de hace cuatro años con mi nuevo cuello clerical, me avergüenzo.
Era tan correcto, tan preciso, tan formal. Lo mejor en estos casos es reírnos de nosotros mismos.
Se dice que Satanás cayó por gravedad. Por cierto que muchos de nosotros caemos también al ser
demasiado graves o serios. Rodeado por los problemas de la vida congregacional es muy difícil actuar de
otra manera. Pero los creyentes recuerdan mejor lo jocoso de mis sermones que las ilustraciones más
serias. Quizá en esta época tan atribulada será lo risueño lo que comunique mejor el evangelio.

Tomado de la revista © Leadership, 1988


Usado con permiso.
Idea básica de este artículo
Errores cometen todos los pastores, la clave está en reconocerlos y determinar las acciones específicas
para no repetirlos y optar por prácticas concretas que alejen de ellos.

Preguntas para pensar y dialogar

1. ¿Con cuál o cuáles experiencias del autor se identifica usted?


2. ¿Tiene alguna forma de compilar sus experiencias para ayudar después a otros? Además de los
errores que el autor comparte, ¿qué errores de su propia experiencia añadiría a estos? Señale lo
que el Señor le ha enseñado con ellos a fin de usarlos para orientar a otros pastores?
3. ¿Hará cambios o correcciones en su vida y ministerio a las luz de las sugerencias del autor? ¿Qué
pasos específicos dará?

Desamparado, pero en buena companía por Patricio Martínez

¿Es legítimo que nos sintamos desamparados en medio de las crisis? ¿o que expresemos nuestras luchas internas
por el proceder de Dios? Nos sorprenderá descubrir que a nuestro Dios no le alarma que tengamos esos
sentimientos.

Si pudiéramos retroceder en el tiempo para buscar la más genuina expresión de la declaración del Padre
"este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", la última escena que examinaríamos sería la de
Cristo desnudo, colgado de la cruz, agonizando, mientras los soldados lo hostigaban con sus burlas. No
encontramos aquí ninguna evidencia del amor poderoso y profundo de un Dios tierno y presente. El clamor
angustiado de Jesús "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" —la única persona cuya vida
había sido en perfecta obediencia— parece confirmar nuestra observación.

Sí, ¡desamparado! Jesús, en medio de la angustia, se sintió desamparado por el Padre. No cabía, en ese
momento de agónico sufrimiento, la realidad de un Dios presente y amoroso. Resulta fácil para nosotros,
informados por el relato bíblico, ver la cruz y la resurrección como manifestaciones del amor de Dios. Sin
embargo, ¿por qué no pudo Jesús disfrutar, en ese momento, del amor de Dios? ¿No era él perfecto? ¿No
tenía en claro el futuro?

Muchos siglos antes de la muerte de Jesús, le tocó a Job agonizar por la pérdida de su familia, sus bienes y
su salud. Experimentó el desamparo de su Dios, aun cuando el Señor lo había declarado un hombre justo.
¿Dónde estaba el Dios de amor y poder?

Otros siervos escogidos de Dios tampoco entendieron el desamparo de Dios en momentos de gran
dificultad personal: Abram, después de haber llegado en obediencia a la tierra prometida, se encontró de
cara a la hambruna. David fue ungido como rey mas no escapó de una intensa persecución por parte de un
hombre que se había propuesto asesinarlo. ¿Y qué de nuestro amigo Jeremías, el profeta de los lamentos?
Muchos biblistas consideran que fue muerto aserrado, y esto como culminación a toda una vida de
sufrimiento producto de su fidelidad a Dios.

Una de las verdades que claramente aprendemos de las Escrituras es que Dios permite (tal vez, hasta
ordena) experiencias de profundo sufrimiento en la vida de sus hijos y siervos. Muchas veces esto es el
resultado de nuestro propio pecado; otras, fruto del pecado de otros. No debemos, tampoco, olvidar que
gran parte del dolor y las tremendas injusticias que sufrimos son causadas por el mismo Satanás. De estas,
ninguna guerra espiritual nos librará hasta que, como en el caso del mismo Job, Dios diga "basta".

El Señor no parece estar interesado en librarnos, de manera rápida y decisiva, de estas angustias y dolores.
El sufrimiento de Job se extendió por lo que pareció toda una eternidad. Otros han gustado de la muerte
mientras aún seguían esperando la liberación. En ocasiones como estas los santos luchan para mantener
viva su fe, especialmente cuando saben que Dios podría resolver con gran facilidad su situación personal.

Karl Goerdeler, un pastor de origen alemán que fue ejecutado por los nazis, exclamó, poco antes de morir:

"Con frecuencia me he preguntado, en noches de desvelo, si existe un Dios que comparte los destinos
personales de los hombres. Se me torna difícil seguir creyendo en esta verdad. Este Dios ha permitido
durante años la manifestación, entre los hombres, de ríos de sangre y sufrimiento, montañas de
desesperación y horror. Él ha permitido también que millones de personas decentes sufran y mueran, sin
siquiera levantar un dedo a favor de ellos. ¿Es esta la manifestación de un juicio? Al igual que el salmista,
estoy enojado con Dios porque no logro comprenderlo… Y sin embargo, por medio de Cristo, sigo buscando
al Dios de misericordia. No lo he hallado aún. O Cristo, ¿dónde está la verdad? ¿Dónde se encuentra la
consolación?"
Seguramente reaccionamos horrorizados cuando escuchamos a alguien expresar semejantes dudas con
respecto a Dios. No obstante, los Salmos (los más conocidos son el 22 y 44) están repletos de
declaraciones como esta: "Despierta; ¿por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para siempre".

Lo interesante es que Dios las incluyó en su santa Palabra, junto al relato de la angustia de otras figuras
como Job, Elías y el mismo Jesús. Pareciera que él desea mostrarnos que no le perturba que nosotros, en
tiempos de intensa angustia personal, nos sintamos desamparados y abandonados. Tampoco tiene
problemas con que expresemos estos sentimientos. Nuestras luchas internas —que surgen de lo que nos
parece incomprensible— no alarman a nuestro Dios. El Señor entiende por qué nos sentimos de esta
manera y lo considera válido.

Jesús echó mano del Salmo 22 para expresar su sensación de desamparo. Tal vez nosotros, también,
debemos expresar con confianza nuestra crisis de fe, sabiendo que Dios nos escucha y entiende, aun
cuando no responde. La Palabra da un marco de legitimidad a nuestra honesta lucha de mantener intacta
nuestra fe. Le honra al Señor que le traigamos nuestras preguntas, aunque estas tengan tono de reproche.
De alguna manera constituyen la afirmación de que él es la única respuesta que tenemos.

Dios está en perfecta paz aun cuando yo no lo estoy. Se muestra comprensivo con mi lucha y no se
escandaliza por mi clamor. En lo que a mí respecta, me encantaría que él respondiera rápidamente al
clamor de sus santos. Me reconforta, sin embargo, saber que me acepta incluso, cuando lucho con dudas
acerca de su proceder. Él es Dios, y yo soy apenas un ser humano, limitado, finito y desesperado. Cuando
lleguemos a su presencia celestial, entenderemos. Mientras tanto, seguiremos clamando.

© Apuntes Pastorales, Volumen XXI – Número 2

Mataron al hijo del pastor por Enrique Zapata

¿Hasta qué punto deben sufrir un pastor y su familia «a causa del ministerio»? ¿Es legítimo presionar al pastor por
medio de su salario? ¿Cuándo puede y/o debe un pastor abandonar a las ovejas sin sentirse fracasado? ¿Debe haber
un contrato entre el pastor y su iglesia, en el cual se describa el trabajo que se espera del pastor y la iglesia se
comprometa a aumentarle periódicamente el salario? ¿Es mejor no tener pastores de tiempo completo, sino que cada
uno debe trabajar y hacer lo que puede? Tras la consideración de la situación de estrechés que sufrió un pastor,
autor analiza la situación ofreciendo respuesta a las preguntas arriba planteadas.

El niño que luchaba por su vida fue finalmente vencido. El segundo hijo del pastor estaba muerto y la
congregación fue acusada por la tragedia, aunque ninguno de los miembros aceptaría la culpa ni
consideraría que alguien tendría que sentirse mal por lo acontecido. Hubo algunas expresiones de consuelo
hacia los padres, pero la mayoría lo atribuía a la voluntad de Dios.

A los de afuera les encubrieron los detalles y verdaderos problemas, los de fondo; es más fácil ocultar que
explicar la falta de amor. Dentro de la congregación hubo muchas justificaciones y excusas, frases sagradas
tales como: "Dios sabe", "La condición actual es dura", "Dios debe estar tratando de enseñarles cosas" y
"¿No hay que dar gracias en todo?" Sin embargo, las expresiones no cambiaron los hechos, el hijo del
pastor estaba muerto. Esto pasó en una iglesia evangélica. Ocurrió en nuestro continente. En una iglesia
que era bien vista por los demás.

LOS DETALLES

Durante cuatro años, la iglesia había crecido mucho. Más de veinte familias nuevas habían entrado en
comunión. Necesitaban un ministro que se dedicara completamente al pastorado, que dirigiera a la
congregación y ayudara a "equipar a los santos para la obra del ministerio". Encontraron un pastor, Mario,
quien era un buen maestro de la Palabra y tenía un corazón misionero. Le ofrecieron un buen salario.
Después de varios meses de oración, Mario y su esposa, Claudia, aceptaron el llamado.

En los años que siguieron se libraron muchas luchas, y la muerte de Felipe, el segundo hijo de Mario y
Claudia fue sólo una consecuencia de ellas.

La primera batalla comenzó contra y sobre Claudia. Ella no acompañaba a Mario en las visitas de todos los
días a las diferentes familias de la congregación. Las mujeres se quejaban diciendo que la esposa del
pastor anterior las visitaba siempre, pero que esta «era perezosa y vaga». Al ser criticada, Claudia se
resentía y trataba de explicarles que no podía salir mucho en invierno, porque tenía hijos pequeños, sobre
todo por el bebé, el cual tenía menos de un año.
Cuando no aceptó ser presidente de la sociedad femenil, porque consideraba que algunas de ellas podrían
hacer un mejor trabajo (y porque era más joven que la mayoría de las integrantes), se acrecentó la crítica.
La gente se preguntaba: "¿Acaso no es responsabilidad de la esposa del pastor el hacer estas cosas?"
"¿Qué clase de ejemplo es?" "Ella sólo quiere vivir una vida fácil, le falta espiritualidad". Según doña María,
"ella era mundana, materialista y sobreprotectora de sus niños" y sentía que era su ministerio perseverar en
la corrección de la esposa del pastor.

Por su parte, Mario invertía la mayoría de las mañanas estudiando y preparando sus mensajes y los cursos
para discipular y desarrollar otros ministerios de la iglesia. Concentraba su tiempo en las personas
dispuestas a aprender y trabajar y así comenzó dos obras nuevas en pueblos cercanos donde no había
testimonio. Sin embargo algunos pensaron: "¿No le estamos pagando al pastor para hacer la visitación, la
evangelización y la enseñanza? ¿Para qué le pagamos? ¿Cómo es esto de que quiere que lo hagamos
nosotros?" Y como no visitaba pastoralmente a las familias que andaban bien cada semana —o semana por
medio, como lo hacía el pastor anterior— sino que se dedicaba al discipulado, a los apartados y a los
perdidos, decían: "Nosotros también necesitamos un tiempo a solas con el pastor". Algunos reclamaban:
Dice que a la mañana estudia, y siempre está queriendo hacer que otros trabajen; debe ser que él también
es perezoso y sólo se está aprovechando de nosotros para vivir una vida fácil.

El hijo del pastor no murió a causa de un ataque directo. Los ataques fueron dirigidos hacia su padre y su
madre. Él era una de las víctimas inocentes, como ocurre en toda guerra donde sufren muchos la tragedia
de pecados ajenos. A medida que pasaron los meses, Mario y Claudia no recibieron un aumento de sueldo.
Al principio el sueldo era suficiente y bueno, pero por los conflictos y ciertas voces en la congregación se
quedó fijo, nunca fue actualizado.

La inflación fue destruyendo su bienestar mes tras mes. Abandonaron la obra social por no poder pagar las
cuotas y empezaron a comprar comidas cada vez más baratas, aunque ellos estaban cada vez más gordos.
Esto último se debía a que comían pan y fideos para satisfacerse, porque no podían comprar otra cosa.
Ellos se preguntaban que debían hacer. ¿Abandonar a las ovejas y trabajar afuera? ¿Cómo poder ayudar a
la gente a comprender su situación? Oraban, pero no recibían respuesta concreta. En momentos críticos,
les llegaba alguna ofrenda que les mandaban amigos de su iglesia anterior.

Finalmente su hijo se enfermó y murió. El médico lo atribuyó a la mala alimentación. El niño se había ido
debilitando y al fin no tuvo resistencia para vencer una enfermedad. ¿Víctima de una mala nutrición o de
una congregación que lo mató al no pagar al pastor un salario digno?

Esta historia es verídica. Los datos han sido cambiados para proteger la identificación de los inocentes.

ENFRENTANDO EL PROBLEMA

Hay muchas preguntas difíciles que surgen de esta situación. ¿Hasta qué punto deben sufrir un pastor y su
familia "a causa del ministerio"? ¿Es legítimo presionar al pastor por medio de su salario? ¿Cuándo puede
y/o debe un pastor abandonar a las ovejas sin sentirse fracasado? ¿Debe haber un contrato entre el pastor
y su iglesia, en el cual se describa el trabajo que se espera del pastor y la iglesia se comprometa a
aumentarle periódicamente el salario? ¿Es mejor no tener pastores de tiempo completo, sino que cada uno
debe trabajar y hacer lo que puede?

La historia es más importante que las preguntas. Las respuestas teóricas que podemos dar estando fuera
de la situación no resuelven el conflicto. Hubo personas reales que sufrieron porque se dejó de lado el amor
práctico y humano. Alguien puede decir: "Está exagerando", sin embargo no lo creo.

Yo he visto, en mis viajes, a muchos siervos del Señor, hombres de valor, sufriendo a causa de la
irresponsabilidad de las iglesias locales. Hombres y mujeres dispuestos a sufrir por amor al Reino de los
Cielos, sufriendo sin embargo por causa de la insensibilidad de los hermanos innecesariamente.

He visto ancianos, agotados física y emocionalmente, tratando de sostenerse por medio de su trabajo y a la
vez cumplir con su ministerio. Algunos de ellos con grandes problemas de salud, otros con problemas
familiares o conflictos internos debidos a la irresponsabilidad de sus prójimos.

Y he estado en la casa de los que, con gran dolor, han abandonado la iglesia, la obra y han quedado con
cierto resentimiento en sus corazones. Los he escuchado decir a los jóvenes "que no se dediquen al
ministerio, a menos que deseen morir de hambre".

Conozco misioneros enviados por algunas iglesias a comenzar una nueva iglesia en otra parte de la nación
que apenas tienen para vestir a sus niños; sin embargo, fueron enviados por iglesias que tenían recursos.
He compartido un sólo plato de arroz con huevo entre el pastor, su familia de cinco y yo. Estas son
realidades de cientos de pastores, ancianos, misioneros y obreros del Señor en toda Latinoamérica.

¿Qué podemos hacer?

Los diferentes casos requieren diferentes soluciones. Debemos recordar que hay situaciones donde es
necesario sufrir necesidad por amor al Reino. Aun Pablo tuvo períodos en que pasó hambre. Cuando una
obra está comenzando o una región está pasando un tiempo de problemas, como sequía, inundación,
etcétera, es lógico que el obrero padezca junto al pueblo.

Lo serio, lo pecaminoso son los casos donde no es necesario y sin embargo ocurre.

1. Ayudándonos unos a otros.

En algunos casos, la solución requiere la ayuda de otro anciano o pastor, ya que es muy difícil para la
misma persona decirle a su congregación lo que es necesario. En cierta ocasión encontré un buen pastor
que estaba sufriendo mucho con su familia. Estaban desanimados. Decidí hablar con otro pastor de la
misma denominación. Le sugerí que, por amor a su pastor colega, hablara con los diáconos y los enfrentara
con la realidad, con sus responsabilidades y con la Palabra de Dios y lo hizo. Gracias a Dios, ellos
reconocieron sus faltas y duplicaron el salario. Otro caso, donde la razón era la construcción del templo
nuevo, cuando se enteró un pastor vecino, habló con los diáconos y, gracias a Dios, también aumentaron
significativamente el salario del pastor. Reconocieron que el cuidado pastoral es más importante que un
edificio nuevo.

Sin duda, es sabio y eficaz que pastores y líderes respetados ayuden a las iglesias a entender la
importancia y urgencia de mantener a sus obreros correctamente. De acuerdo al Nuevo Testamento cuando
los sacerdotes y levitas no recibían su sostén, tenían que volver a sus hogares dando como resultado el
incumplimiento de sus ministerios. Sin esos ministerios la espiritualidad del pueblo de Israel se degeneró
grandemente.

Las denominaciones pueden establecer pautas prácticas y modelos. Sin embargo, deben evitar la tendencia
de establecer un salario mínimo porque suele terminar siendo un "salario de hambre". Hay necesidad de
enseñar la importancia del concepto bíblico de un salario digno o aun de "doble honor" para los que
realmente trabajan o predican (1 Ti 5.17, 18).

2. Sólo un trabajo digno merece un salario digno.

De esos versículos surge también el segundo concepto importante, porque hay veces que el culpable es el
mismo anciano o pastor. Eran las 11 de la mañana y allí estaba sentado, desarreglado, sin afeitar, leyendo
el diario. Posiblemente debió estar levantado hasta muy tarde la noche anterior por alguna buena razón, sin
embargo, me dio la impresión que así era su estilo de vida por el desorden que le rodeaba. Y lo que yo vi,
pudo haberlo visto cualquiera de su iglesia. En tales casos, los pastores o ancianos que no trabajan con
verdadero afán, predicando o enseñando (1 Ti 5.17), no deben recibir un salario que se aprecie como digno.
Algunos no deben esperar un salario digno porque no están haciendo un trabajo digno; sin duda no es el
caso de la mayoría de los pastores que trabajan por demás.

La diligencia de uno, su esfuerzo, debe ser evidente a todos como también servir de modelo a otros. Es fácil
en el ministerio usar mal el tiempo, ya que no tenemos un patrón terrenal que nos esté mirando. Al
comprender que el Dios que nos llamó es un patrón bueno pero que requiere el esfuerzo y diligencia,
debemos trabajar con todo nuestro ser.

Una de las causas de depresión pastoral es, precisamente, el no vivir responsable y ordenadamente. Para
sentirse digno en el ministerio hay que trabajar con diligencia en él. Muchas veces tenemos que
arrepentirnos de nuestra falta de estudio de las Escrituras, falta de diligencia en la oración y en el trabajo
ministerial. Es necesario que nos arrepintamos de no buscar al perdido, no fortalecer al débil, no curar al
enfermo, de no volver al carril al descarriado (Ez 34). ¿Andan nuestras ovejas "errantes" por falta de pastor,
mientras que le echamos la culpa al mundo, los engaños, etcétera, en vez de reconocer nuestra culpa?

Cierto pastor de una iglesia de más de 2.500 miembros comentó que su comprensión del ministerio era el
siguiente: Él debía hacer lo mismo que pide a sus laicos. Si ellos trabajaban 44 horas por semana en un
trabajo secular y después deben dedicar tiempo al servicio del Señor, él también debe trabajar 44 horas,
más la cantidad de horas que él piensa que es la responsabilidad de ellos. De esta manera podría dar un
buen ejemplo. Comentó que muchos pastores piensan que cuando han trabajado sus 44 horas han hecho
ya lo debido.
Si vamos a esperar un salario digno, nuestro trabajo deberá ser digno y esforzado.

3. En la iglesia, el uso de los recursos debe ser determinado por prioridades correctas.

Hay iglesias que están equivocadas en sus prioridades. Invierten la mayor parte de su dinero en nuevos
edificios y otros bienes materiales en vez de hacerlo en vidas humanas. Una encuesta realizada entre
iglesias evangélicas latinas, demostró que 80% del dinero de las ofrendas era usado para edificios y bienes
materiales, y que sólo 20% se destinaba al ministerio directo. La mayoría se ocupa de la construcción del
edificio en primer lugar y después en la obra del ministerio. Como consecuencia, ocurre que sus edificios
están ocupados hasta la mitad. Cuando las prioridades son correctas y se pone al ministerio y a las
personas en primer lugar, el resultado es una iglesia que crece constantemente. Pastoralmente debemos
guiar a las congregaciones a prioridades correctas.

Cierto pastor anciano me contó que en su iglesia había enseñado y peleado para que siempre 50% o más
del total del dinero que entraba fuera invertido en ministerios y misiones. A muchos no les había gustado,
pero el resultado es que la iglesia creció mucho y sostiene a varios misioneros. El pastor tiene la gran
responsabilidad de enseñar correctas prioridades.

4. La enseñanza clara debe moldear la mentalidad monetaria.

En mi ministerio he encontrado pocos temas que me cueste tanto enseñar como la responsabilidad de los
creyentes a dar. No quiero ser identificado con los que hacen del ministerio una fuente de ganancia, y eso
hace que me cueste hablar del tema. Sin embargo, un pastor con cariño me reprendió: "pecas contra tu
gente al no enseñarle claramente sus responsabilidades, como también haces que pierdan la bendición que
viene por cumplir esa responsabilidad". Y es así, aunque me cueste, necesito hablar del tema para el bien
de ellos.

En muchas ocasiones he escuchado a líderes nacionales criticando a los misioneros porque "no enseñaron
a dar", pero lamentablemente ellos tampoco lo hacen. En el fondo hay dos verdades: cuando somos
honrados nos cuesta hablar del tema, y por otro lado, a la gente le cuesta aprender a dar.

5. El llamado al ministerio no implica necesariamente que debo vivir completamente de él.

Pablo hizo carpas cuando fue necesario, y no era porque faltó fe ni la bendición de Dios sobre su vida. Se
dedicó completamente al ministerio cuando pudo y siguió igual cuando hizo carpas. La aplicación incorrecta
del versículo de Lucas 9.62 que dice: "Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto
para el reino de Dios" ha afligido indebidamente a muchos. Pablo no miró atrás cuando trabajó haciendo
carpas. El trabajo con sus manos hizo posible que él siguiera ministrando. Trabajar secularmente puede ser
el medio más eficaz en ciertas situaciones para ministrar.

En muchas ocasiones es recomendable que trabajen fuera del ministerio para poder cubrir las necesidades
de sus familias, lo que es necesario para no traer descrédito sobre la obra. Si una iglesia no es
suficientemente grande para sostener al pastor con una dedicación de tiempo completo, es posible que
tampoco haya el trabajo pastoral que lo requiera. Como una iglesia muy grande puede necesitar varios
pastores de tiempo completo, una iglesia chica puede no necesitar de un pastor de tiempo completo. En
diversos lugares hay un pastor para varias iglesias chicas en pueblos cercanos, porque ninguna de ellas
justifica el tiempo exclusivo de un hombre ni puede sostenerlo completamente.

6. Los documentos escritos ayudan a mantener la claridad de los acuerdos.

Las personas son expertas en olvidar, especialmente lo que no les conviene. Entre cristianos, muchos
rechazan acuerdos escritos porque creen que no es necesario y están en contra del "Espíritu". He
encontrado en mi propia vida la importancia de escribir conclusiones y acuerdos aunque mi carne lo resista.
He tenido muchos problemas que hubiera evitado si en el momento de hablar hubiéra puesto por escrito las
conclusiones. Pasando el tiempo, las ideas, determinaciones y comentarios que completan la idea terminan
siendo olvidados, hasta que uno mira el papel y tiene que decir: "Así era la cosa".

Es sabio que una iglesia, cuando llama a un pastor, haga por escrito una descripción de las
responsabilidades del pastor hacia la congregación y de la congregación hacia el pastor. Cuántos
problemas se hubieran evitado en la historia de la cristiandad si esto se hubiera hecho.

Esta descripción debe incluir lo que realmente espera la congregación del pastor (objetivos, filosofía del
ministerio, forma de trabajar, etcétera) como también, qué compromiso tomará la congregación con el pastor
(salario, aumentos por inflación, obra social, jubilación, vacaciones, etcétera). Todo lo que no ha sido
aclarado de antemano dejará lugar para problemas en el futuro. Por otra parte, la iglesia tendrá gente nueva
más adelante que no participó del arreglo inicial. Ellos necesitan ser informados de cómo era lo hablado.
Todo puede ser modificado y adaptado a las nuevas necesidades, pero debemos hacerlo de común
acuerdo y teniendo en cuenta la palabra empeñada. Para ello, nada mejor que dejar por escrito lo que se
habla.

7. En ocasiones es necesario salir de una iglesia para el bien de la familia y la iglesia.

Todos nosotros tenemos momentos en que deseamos largar todo y volver atrás; es común y parte del ser
humano. Pero no por eso debemos hacerlo. En algunas ocasiones me he sentido desanimado y he
considerado la posibilidad de retirarme. Sin embargo Dios me ha llamado y debo seguir. La historia muestra
que la continuidad en un pastorado es muy importante para el crecimiento de una iglesia; algunos han
observado que el pastor típico necesita estar en un lugar por más de 3 años para empezar a ver frutos
significativos de su trabajo y es en esos primeros años donde hay más desaliento.

Sin embargo hay ocasiones en que es necesario dejar una iglesia. Una de ellas es cuando por razones de
supervivencia de la familia es necesario ir a otro lugar. Es muy difícil que el pastor consienta en hacerlo,
pero muchos han encontrado así nueva bendición en su vida y ministerio. Nunca debe ser una decisión
rápida ni demorada.

Gustavo y su esposa ministraban en una ciudad chica. Dios los usó como instrumento en la salvación de
muchos. La pobreza era grande y los hermanos daban poco. Gustavo, con su amor para con la gente,
muchas veces terminaba dando de su comida a familias en peor situación que la de él.

Pasaron los años y la salud de la esposa y uno de sus hijos se fue deteriorando, terminando en problemas
serios. Gustavo se sentía mal por "abandonar" sus ovejas, sin embargo vio cómo su esposa estaba cada
vez más enferma y negativa. Ella sólo pedía que tuvieran lo que consideraba lo mínimo. La tensión crecía
entre ellos al punto que amenazó abandonarlo si él no proveía razonablemente para las necesidades del
hogar.

Un pastor le aconsejó la conveniencia de buscar otro lugar de servicio. Lo hizo, y Dios le abrió una puerta
en otra ciudad, y de una manera especial está usando a los dos allí. Su ministerio ha crecido y, a la vez,
Dios está bendiciendo a la iglesia que dejó. El Señor es el Gran Pastor.

8. La oración que funciona

El ministerio de la oración y los caminos de Dios son reservados sólo para él. Él nos ha invitado a orar y
presentar todas nuestras necesidades en oración con gratitud. ¿Por qué contesta en algunas ocasiones y
en otras no? Es un misterio para nuestra comprensión y no encontramos respuesta completa.

Todos hemos tenido las experiencias preciosas de estar sin un peso y, en una forma milagrosa, tener la
respuesta de Dios al proveernos lo justo. En otras ocasiones hemos orado y orado, sin alivio alguno. Me
viene la pregunta de Jesús a la mente: "Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"
¿Tengo yo respuestas a esto? No completas, pero he aprendido a confiar y seguir orando. ¿Cuántas veces
hemos visto provisiones milagrosas? Innumerables veces y seguimos necesitándolas para sobrevivir.
Cuando no han venido, hemos buscado la sabiduría del Señor para saber cómo él desea que resolvamos
nuestras necesidades. ¡Algunos de los adelantos más grandes de nuestro trabajo han brotado de la
búsqueda de soluciones a los problemas financieros! En vez de hundirnos, han sido instrumentos de Dios
para el adelanto de Su obra.

En otras palabras, la contestación a la oración ha sido real, pero diferente a lo que nosotros buscábamos.
Parte de la fe es saber que Dios da soluciones apropiadas a los problemas reales que pueden ser muy
diferentes a las nuestras. Estas brotan de nuestra comprensión y visión limitada, las suyas de Su sabiduría
y comprensión.

¡ADELANTE!

Parte de nuestro trabajo como líderes cristianos es buscar, por los medios que Dios ha aprobado, la forma
para que su obra sea cumplida. En ocasiones por las ofrendas de mi iglesia; en otras, por la provisión
milagrosa o por el ministerio de dar de una iglesia o hermano. También puede ser que Dios nos esté
cortando un ministerio queriendo llevarnos a algo diferente. En toda ocasión nuestra responsabilidad es
confiar, ser sensibles a él y obedecer.

Hace poco tuve el privilegio de escuchar a uno de los grandes pioneros de la obra evangélica del Ecuador.
Pensé cuánto más fácil es nuestra obra hoy por el trabajo de estos hombres. Ellos pagaron un precio muy
grande de sufrimiento, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor. Ellos sí van a tener una corona grande por
sus años de renunciación a causa del Reino. No debemos retroceder en la batalla de adelantar el Reino de
los Cielos.

Algunas preguntas para guiarnos a las acciones correctas:

1. Cómo anciano o pastor, ¿estoy cumpliendo con el ministerio de predicación y enseñanza de tal
manera que merezca un salario digno?
2. ¿Hay algún problema que debo resolver y que esté trabando mi relación correcta con la
congregación?
3. ¿Hay algún anciano o pastor que podría hablar acerca de esa situación en mi iglesia?
4. ¿La iglesia necesita cambiar sus prioridades en su uso del dinero?
5. ¿He cumplido con mi responsabilidad de enseñar y exhortar a la congregación en las enseñanzas
bíblicas sobre el uso del dinero?
6. ¿He hablado honestamente de mi situación con mis hermanos para que entiendan mi necesidad?

© Apuntes Pastorales, 1988. Ediciones I-4 y VI-1 Los Temas de la Vida Cristiana, volumen I, número
4.

He cometido adulterio por David Constance

Un testimonio pastoral de caída y restauración. El recuento de un pastor que vivió la experiencia del fracaso moral y
que para su restauración escogió el camino más costoso, difícil doloroso y angustiante.

Estoy sentado en la sala de nuestra casa, junto a mi esposa. Frente a nosotros se encuentra un colega
pastor, molesto por la situación en la que se encuentra y me pregunta, con indignación:

" ¿Cómo pudiste hacer esto? "

Es la pregunta que yo mismo me había hecho vez tras vez en los días posteriores a la confesión de mi
fracaso moral: "¿cómo pude haber hecho esto?". Jamás, en mis muchos años de pastor, hubiera imaginado
que yo tendría que contestar esta pregunta. Mi conducta era indigna de un cristiano y mucho más, de un
pastor.

Tengo que admitir que en ese momento no podía contestar la pregunta de mi colega. Más bien me sentía
ofendido por el tono de indignación y juicio que revelaba su pregunta. Lo que más me dolía no era el pecado
en sí, sino la humillación que estaba viviendo al verme expuesto ante la condena de los demás. En cada
mirada me parecía ver el repudio a mi persona, la censura sin piedad de quienes ahora me daban la
espalda.

Por supuesto que yo sabía que el fracaso moral también ocurre en la vida de los pastores. En más de una
ocasión yo había formado parte de un comité de disciplina y había sentenciado con severidad a algún
colega que había manchado la imagen inmaculada que nosotros los pastores preferimos creer que es
nuestro distintivo. Yo también había buscado separarme rápidamente de aquella persona que había
traicionado, por inmoralidad, su voto ministerial. Ahora, sin embargo, yo era el culpable, el blanco del juicio
implacable de otros. Frente a la condena abierta o silenciosa de mis colegas, me sentía sofocado por una
avalancha de emociones nunca antes experimentadas. En ese momento tampoco podía imaginar todo lo
que me esperaba en los meses y años que vendrían. El precio de reconstruir mi vida me llevaría a una
intensa lucha, la cual vino acompañada de la más aguda y profunda angustia personal.

Ahora, tres años después de esa agónica experiencia, me siento una persona nueva y muy distinta. Sé que
nunca podré recuperar lo perdido. Por la gracia de Dios, sin embargo, he vuelto a ejercer tareas pastorales
y diversos ministerios. Hoy, escribo estas palabras como un testimonio de la vasta e incomprensible gracia
de Dios y con el afán de describir lo que he aprendido acerca de los pasos necesarios para una
restauración completa de mi vida y ministerio. No es un proceso fácil. Tampoco va a ser igual para todos. Lo
que sí puedo afirmar es que si se desea producir restauración, este proceso es absolutamente necesario.

¿Pecado inesperado?

El Nuevo Testamento es claro en cuanto a la necesidad de vivir en pureza sexual. ¿Cómo es posible,
entonces, que el cristiano caiga en pecado sexual? Permítame decirle que nadie "cae en este pecado",
como si fuera algo sorpresivo o indeseado: uno elige cometerlo. La probabilidad de realizar esa decisión, no
obstante, aumenta en forma vertiginosa si no se da la importancia necesaria a las experiencias sexuales del
pasado. Esas experiencias nos predisponen a volver a cometer el mismo acto, u otros similares.
Todos nosotros estamos expuestos a una diversidad de experiencias sexuales en la niñez y adolescencia.
Las experiencias de la infancia por un lado, pueden ser consideradas como algo normal, que responden a la
curiosidad del niño por entender su sexualidad. Frecuentemente, sin embargo, son mucho más que esto. A
veces —y me temo que con mayor frecuencia de lo que creemos— esas experiencias incluyen abusos
sexuales cometidos por un adulto. En la mayoría de los casos, el abusador es parte de la familia de la
víctima. En otros casos uno ha perpetrado estos actos sexuales inapropiados contra otros.

Estas experiencias sexuales tienen un profundo efecto sobre nosotros por dos razones: en primer lugar no
las podemos olvidar; en segundo lugar, establecen fortalezas mentales que condicionan nuestras
conductas. En la vida nos olvidamos de muchas cosas, pero no de las agresiones sexuales porque cada
una de ellas invade nuestra intimidad, ese halo misterioso que marca nuestra individualidad. Aun cuando no
lo reconozcamos, esas memorias condicionan nuestro autoconcepto. Cuando uso el término "fortaleza
mental" me estoy refiriendo al hecho de que las experiencias sexuales establecen en la mente una forma de
pensar en cuanto al sexo. Entre otros efectos, queda el temor de que no podamos dejar de cometer el
mismo pecado. Es decir, como me dijo un hermano, "temo que voy a repetir mi conducta con otra mujer".
Esta duda representa una predisposición hacia cierta conducta sexual. Tampoco podemos negar que el
diablo, quien conoce nuestras debilidades, utiliza esto para derribarnos.

Solamente podemos librarnos del poder de estas experiencias del pasado cuando asumimos
responsabilidad por ellas. Esto incluye el dejar de culpar a otros y buscar un consejero experimentado que
nos ayude a entender su importancia y efecto. A lo largo de toda una vida yo había enterrado estas
experiencias, sabiendo que en la iglesia nunca encontraría un espacio seguro para hablar de ellas. Temía
siempre la reacción y el repudio que causaría si confesaba que necesitaba ayuda en esta área de mi vida.
¡Y mucho más por ser yo un pastor! El silencio sobre el tema del sexo, que es tan común en la iglesia
evangélica, finalmente sirvió para destruirme.

La confesión de pecados

Hemos perdido el hábito de la confesión pública en los cultos. En algunas iglesias, de larga tradición,
todavía existe una liturgia que incluye un acto de confesión como parte del culto. En la gran mayoría de las
iglesias evangélicas de América Latina, sin embargo, no practicamos la confesión los unos a los otros. En el
mejor de los casos, el pastor, o algún hermano, pronuncia una ligera frase en su oración como, por ejemplo:
"perdónanos todos nuestros pecados". Entonces, al no practicar la confesión en público, damos la impresión
de que no es importante y en todo caso, argumentamos que la confesión se hace a Dios únicamente (una
reacción contra el confesionario católico romano).

En términos generales, identifico dos formas de manejar el tema cuando se trata de la confesión de
pecados sexuales. Una de estas es la confesión privada, hecha al pastor. En esas ocasiones, a veces
ocurre que quien reconoce una falta moral demanda confidencialidad del pastor antes de entrar en los
detalles. Quizás el pastor le promete a esta persona que nadie más ha de saber lo que ha sido confesado
en la privacidad de la oficina pastoral. Hay algunos pastores que han aconsejado al individuo no declarar a
su cónyuge lo ocurrido, supuestamente para "protegerlo". Este tipo de confesión y consejo tiene el efecto de
aliviar la culpa de quien ha sido infiel. No obstante, le resta importancia a lo que ha hecho, pues lo libra de la
obligación de ser honesto y consecuente con su conducta.

Es posible también que el pastor le diga: "Está bien, hermano. Dios ha escuchado su confesión. Él conoce
nuestras debilidades y ya lo ha perdonado en Cristo. Sepa que esto queda entre nosotros. Vaya en paz y no
vuelva a cometer este pecado."

El hermano se retira, creyendo que mágicamente el asunto está resuelto y que no volverá a repetirse. Sin
embargo, aun cuando el pecado queda como algo secreto, varias personas han sido profundamente
afectadas por él: el cónyuge (aunque desconozca la verdad), la persona con quien se cometió la infidelidad
(quien carga con su propia culpa) y, a veces, otras personas en la congregación conocedoras de la
situación (incluido el pastor que lo encubre). En ese caso, no se ha ayudado al individuo a reconocer el
daño que ha cometido y, mucho menos, a buscar la reparación por la ofensa. Tampoco él se ha apropiado
de la gracia divina que redime y cambia las conductas. Todo ha pasado al plano de lo secreto, donde se
vive la vida cristiana sin transparencia y honestidad.

La otra forma de «confesión» utilizada, es aquella en la cual el pecado trasciende y se hace público. En
estos casos, el liderazgo de la iglesia se ve obligado a actuar para condenar la conducta inaceptable del
individuo y a aplicar la disciplina. En la mayoría de los casos esa disciplina consiste en prohibir la
participación del individuo en la Cena del Señor por un período determinado. Además, se le quitan todos los
cargos o responsabilidades que pueda tener en la iglesia y, en ocasiones, se le separa de la membresía.

Este tipo de disciplina generalmente deja un malestar en la congregación porque no se explica cuál ha sido
la ofensa ni se justifican las formas de disciplina que han sido aplicadas. Tampoco considera las
consecuencias para la vida de la familia involucrada. Casi siempre la persona afectada deja de asistir a la
iglesia y desaparece de la comunidad cristiana porque la vergüenza lo consume y lo único que recibe de los
hermanos es censura. En todo este proceso, solamente en raras ocasiones algún líder de la iglesia se
acerca al caído para ofrecer su apoyo o para iniciarlo en un programa de restauración. Debemos reconocer
con tristeza, que tales programas de restauración hoy son prácticamente inexistentes en la iglesia.

En mi caso, supe desde un comienzo que el único camino era la confesión. Comencé con mis colegas en el
equipo pastoral (la otra persona afectada ya había hecho llegar la noticia al pastor titular). ¡Es imposible
describir la angustia de ese primer encuentro! Luego, la confesión a mi propia esposa y a mis hijos resultó
ser infinitamente más dolorosa, mas ellos me mostraron la gracia que no merecía y me perdonaron
inmediatamente. Después confesé mi pecado a los dirigentes de la denominación; escribí una carta a todos
los pastores, a la iglesia donde era miembro y había servido como parte del equipo pastoral y, finalmente, a
mis amigos y conocidos sin fin. Sentía que mi vida se iba despedazando poco a poco. El fuego de la
vergüenza consumía mis entrañas y todos los elementos que habían definido mi vida se desplomaban en un
catastrófico colapso. Quedé quebrado y herido en medio de los escombros de mi ruina.

Este paso de confesión es increíblemente difícil. Varios meses después, un pastor que llegó a saber de mi
situación me dijo:

" Fuiste un tonto al confesar tu pecado. Fíjate todo lo que perdiste."

No sé si logré disimular mi asombro. Por dentro, sin embargo, me preguntaba: "¿qué estará escondiendo
él?". Si uno mide la posibilidad de la confesión por las consecuencias que producirá, jamás practicaría la
confesión, pues el pecado siempre produce pérdidas, especialmente cuando de adulterio se trata. En un
instante queda destruida la confianza entre los cónyuges, la otra persona se siente traicionada, e incluso
violada. Surgen dudas acerca de la continuidad de la pareja y cuestionamientos sobre cuáles han sido las
bases que unen a las dos personas. Yo nunca había pensado en todo lo que podría cambiar en mi pareja
como consecuencia de mi pecado.

A pesar de todo esto, no encuentro otra alternativa que la confesión. Si he de ser consecuente con mi fe en
Dios, no me queda otro camino. De esta manera he aprendido que la confesión pública me impone la
necesidad de una humillación absoluta, una actitud que siempre debería haber estado presente en mi
relación con Dios.

Pero la confesión también abre las puertas para la misericordia, pues no puedo ser perdonado si nadie
conoce cuál ha sido mi pecado. Al admitir la verdad, escogí ponerle fin a la especulación que siempre
acompaña estas situaciones. Todos podían entender la razón de mi repentina retirada del ministerio (por
dos años la denominación me prohibió ejercer toda actividad ministerial). En el momento más amargo de mi
vida pude recibir de mis hermanos el abrazo, las lágrimas y la promesa de apoyo en oración. Además, al
confesar la verdad, me hice responsable de mi conducta y la resolución de todas las consecuencias
posteriores.

Confesión MÁS arrepentimiento

Muchas veces tomamos por sentado que la confesión representa una actitud de arrepentimiento. Esto no
necesariamente es así. La confesión puede ser producto de la obligación, porque ya no queda otra salida y
cuando la evidencia condena, queda la opción de negarla o admitirla. Para el cristiano que busca integridad
de vida solo le resta la confesión.

El arrepentimiento, sin embargo, es el paso necesario que sigue a la confesión porque expresa pena por el
pecado cometido y el deseo de no reincidir. Los cambios de conducta solo son posibles cuando hay
verdadero arrepentimiento y si no lo hay, caemos en la trampa de querer justificar nuestra conducta.

¿De qué manera hacemos esto? Culpando a otros. La confesión de una conducta sexual ilícita es tan
desgarrante, que uno trata de echarle la culpa a cualquiera. Puede ser al cónyuge, a los padres, a las
experiencias del pasado, o cualquier otro elemento que venga a la mano ("es tu culpa"; "no me satisfaces
sexualmente"; "ella/él me sedujo»; «en mi niñez sufrí…", etc.). Existe en nosotros una desesperación por
aliviar los sentimientos de culpa y ¿qué mejor forma que echar la responsabilidad sobre la vida de los
demás? Yo me convierto en víctima y, en el proceso, eludo la responsabilidad por mi conducta.

El arrepentimiento, en cambio, es una actitud espiritual que expresa profundo pesar por el pecado cometido.
Es una actitud de quebrantamiento, en la cual reconozco la impotencia de controlar mis acciones y acudo a
Dios, en humildad, para que él cambie mi vida y conducta. Esto es posible únicamente por la obra del
Espíritu Santo. Pablo claramente afirma, en 2 Timoteo 2.25, que es Dios quien concede el arrepentimiento y
que este conduce a la verdad.
Desde que he vivido esta experiencia, he debido examinar continuamente mi vida para ver si esta es la
actitud que tengo ante Dios. La reacción inicial a mi fracaso fue querer dejar todo esto atrás, no pensar más
en ello y creer que podía encontrar soluciones fáciles para recuperar lo perdido. Llegué a entender que
todos esos atajos eran formas de eludir la ansiedad y el disgusto que debía sentir por mi acción. El
arrepentimiento necesario, en cambio, me lleva a postrarme continuamente ante Dios en verdadero
quebrantamiento. La actitud que debemos cultivar es la expresada por David en el Salmo 86: «Atiéndeme,
Señor, respóndeme, pues pobre soy y estoy necesitado. Tú, Señor, eres bueno y perdonador; grande es tu
amor por todo los que te invocan. Eres Dios clemente y compasivo, lento para la ira, y grande en amor y
verdad. Vuélvete hacia mí, y tenme compasión … ¡salva a tu hijo fiel!» (vv. 1, 5 y 15 NVI).

Además de esto, el arrepentimiento permite reconstruir las relaciones interpersonales quebradas,


empezando con el cónyuge y los hijos y siguiendo por todas las personas que se han sentido traicionadas
por la conducta de aquel en quien habían depositado su confianza. También esto es producto de un
proceso lento, solamente posible por la acción del Espíritu Santo. Es necesario que la experimente tanto
quien ha cometido la ofensa como los afectados. Por todo esto, podemos afirmar que el arrepentimiento no
es una opción.

Restaurado totalmente: ¿cuándo?

Hoy puedo decir que soy una persona diferente. Pero lo digo en quietud, casi como un susurro. No "saco
pecho", como para decir «miren lo que Dios ha hecho en mí». Siento que todas mis palabras y acciones
deben ser revestidas de una profunda insuficiencia e inseguridad, una actitud que debería haber
caracterizado todo mi ministerio. Hasta siento vergüenza por toda la auto-confianza que quise proyectar en
los años pasados, creyéndome suficiente para cumplir con todas las demandas del pastorado. También me
da profunda tristeza haber tenido que pasar por esta experiencia, con todas sus pérdidas, para permitir,
recién ahora, que Dios obrara ciertos cambios en mi vida. Pero al mismo tiempo, no cambiaría el haber
pasado por esta «escuela de lágrimas». Me sorprende lo mucho que me falta aún para ser formado a la
imagen del Hijo de Dios. Por eso pido al Padre que no deje de humillarme, porque sólo así puedo aprender.
¿Ha terminado en mí el proceso de restauración? De ninguna manera.

El autor ha sido pastor y misionero de la Alianza Cristiana y Misionera por cuarenta años, y ha servido a
Dios mayormente en la Argentina. Actualmente reside con su esposa, Betty, en Miami, Florida, donde
ambos siguen en ministerios relacionados con la educación cristiana en América Latina y en iglesias
hispanas en los Estados Unidos. En un segundo artículo él examinará las actitudes que se ven en la iglesia
sobre el pecado sexual y pasos que pueden darse para restaurar a hermanos caídos.

© Apuntes Pastorales, Edición enero – Marzo 2004, Volumen XXI – Número 2

El porqué los pastores adúlteros no debieran ser restaurados por R. Kent Hughes y
John H. Armstrong

Siempre ha existido el debate acerca de que si es apropiado que un pastor o


anciano que haya cometido adulterio sea restaurado en su puesto. Para los
pastores teólogos Kent Hughes y John Armstrong es muy importante hacer una
diferencia entre la restauración al cuerpo de Cristo y la restauración al liderazgo
pastoral.

"El verdadero perdón no implica, necesariamente, la restauración al liderazgo", escribió Kenneth Kantzer
(editor de una prestigiosa revista cristiana) luego del fracaso moral de varios prominentes líderes cristianos
evangélicos. Sin embargo, existe una marcada tendencia a vincular el perdón con la restauración al
ministerio. En este artículo dos pastores teólogos hablan de la importancia de separar la restauración al
cuerpo de Cristo de la restauración al liderazgo pastoral.
La iglesia se ve seriamente acosada por la pregunta: "¿Qué haremos con un pastor adúltero?" Durante la última década
y en forma repetida, la iglesia se ha visto tambalear con revelaciones de conducta inmoral por parte de sus más
respetados líderes. ¿Cómo respondemos a quienes han caído sexualmente y han traído desgracia sobre sí mismos,
avergonzando a sus familias y deteriorando su liderazgo?

Lo que comúnmente sucede es lo siguiente: El pastor es acusado de un pecado sexual y se le declara culpable. Él
confiesa su pecado, por lo general, con profundo pesar. Su iglesia o sus superiores en la denominación a que pertenece
prescriben unos meses, o a menudo un año, en que el pastor debe buscar ayuda. Luego es restaurado a su anterior
posición de líder, a veces en otra ciudad. Generalmente se le considera un "sanador herido", alguien que ahora sabe lo
que significa caer y experimentar la gracia de Dios de manera profunda.
Es cierto que cada situación debe manejarse con sabiduría pastoral, y que algunos pastores que han caído, algún día,
podrían ser restaurados al liderazgo. Sin embargo, creemos que esta situación (cada vez más común) no es sólo
públicamente incorrecta, sino también profundamente dañina para el bien del pastor caído, para su matrimonio y para
la iglesia de Jesucristo. Nuestro Señor Jesús fue tentado en todas las cosas así como nosotros somos tentados. No
obstante, lo que lo hizo fuerte fue la tentación en sí, y no el fracaso ante ella. Si no razonamos con claridad, tal vez
estemos animando, sutilmente, a la gente a cometer un serio pecado a fin de experimentar más gracia y así poder
ministrar de manera más efectiva. Resulta difícil de creer, pero en este contexto hay quienes dicen cosas que implican
precisamente esta idea.

El criterio del perdón

Esta perspectiva dice que un pastor arrepentido y perdonado que anteriormente llenaba todos los requisitos para esa
posición, sigue llenando esas condiciones en base al perdón de Dios. ¿Cumplía antes los requisitos? ¿Ha confesado su
pecado? ¿Lo ha perdonado Dios? Entonces nosotros debemos hacer lo mismo.

Esta lógica parte de la presunción no bíblica de que el perdón de pecados equivale a estar libre de culpa (o al carácter
intachable). Dicha característica es la que se pide de los pastores en 1 Timoteo 3.2 y Tito 1.6. Si aceptamos esta
premisa, todo lo que Dios pide es que un pastor que ha caído sea perdonado.

Sin embargo, esto confunde el fundamento de nuestra comunión con Cristo con el liderazgo público y el cargo en la
iglesia. Nadie dice que el pastor que ha caído no pueda ser perdonado. Nadie debe argumentar que ese pastor no puede
ser devuelto a la comunión de la iglesia de Cristo aquí en la tierra. No obstante, perdonar a un pastor que ha caído y
restaurarlo como miembro de la iglesia es muy distinto a restablecerlo en su cargo como pastor.

El "criterio del perdón" es inadecuado porque no toma debidamente en cuenta dos hechos. En primer lugar, el
adulterio es un pecado muy serio; en segundo lugar, el adulterio de un pastor es un pecado aun más serio.

Hay falsedades repetidas a menudo que a veces llegan a considerarse verdades; por ejemplo, la noción de que
básicamente no existe diferencia entre el adulterio mental y el mismo acto de adulterio (ver Mt 5.27–28; Stg 2.10). Por
el contrario, hacemos eco a la interpretación histórica de la iglesia, creemos que la codicia, los celos, el orgullo y el
odio conducirán al infierno al igual como las manifestaciones externas (adulterio, fornicación, asesinato). Sin
embargo, las manifestaciones físicas son pecados más serios debido al daño que producen tanto en el pecador como en
la persona contra quien se peca.

El adulterio es un pecado serio precisamente porque infringe el pacto matrimonial. Viola el cuerpo de otra persona.
Puede ser causa de divorcio. El adulterio mental no tiene estas consecuencias. La intención que tuvo Jesús en Mateo
5.27–28 no fue reducir el adulterio al nivel de la codicia, sino mostrar que la codicia, al igual que el adulterio, puede
destruir el alma.

De la misma manera, comparemos el pecado mental de odiar con el acto de matar (ver Mt 5.21–22). En el primer caso
la persona que odia se ve afectada por el odio, pero en la segunda circunstancia alguien muere. ¡Hay diferencia!

Además, la inmensidad del adulterio es evidente en 1 Corintios 6.18–20, donde el apóstol Pablo declara que el pecado
sexual es contra el propio cuerpo. El contexto del pasaje demuestra que el pecado sexual está en una categoría propia.
Las relaciones sexuales violan la unión hombre/mujer con la cual ellos se vuelven "una sola carne" (Gn 2.24). La
profundidad de este lazo, que Dios reconoce como pacto, demuestra cuán dañina es la violación de ese pacto a la luz
de la eternidad.

El comentarista Charles Hodge escribió en el siglo pasado que 1 Corintios 6 enseña que la fornicación "es totalmente
singular en sus efectos sobre el cuerpo; no tanto en sus efectos físicos sino en sus efectos morales y espirituales".
Pablo dice a los corintios que la totalidad del cuerpo y el alma de una persona (es decir la persona toda como ser
humano) se ve involucrada en la relación sexual. Como consecuencia, hay grandes daños provocados por este pecado.

Hodge agrega que el adulterio es un pecado contra el propio cuerpo porque es «incompatible... con el propósito de su
creación, con su destino inmortal». Cordón Fee, reconocido experto contemporáneo en el Nuevo Testamento, escribe
de manera similar: "La particular naturaleza del pecado sexual no está tanto en que uno peca contra uno mismo, sino
contra el cuerpo, considerado éste de acuerdo a su lugar en la historia de la redención".

Por otra parte, el adulterio del pastor es un pecado aun más serio. ¿Por qué? Algunos pecados dañan más que otros
precisamente debido a la persona que los comete. Como bien dice el Catecismo de Westminster, las personas
eminentes por su profesión, dones y cargos son ofensores particularmente serios en vista de la influencia que tienen
sobre otros. Esta seriedad adicional se hace realidad en cada caso de los pastores que cometen adulterio. Agreguemos
a esto Santiago 3.1, el cual indica que los pastores serán considerados dignos de mayor juicio. Además tenemos un
argumento de mucho peso: el adulterio pastoral es un pecado aun más grave que el adulterio en general.
Aunque hoy muchos apelan al criterio del perdón como respuesta compasiva hacia el pastor caído, este criterio no es
compasivo ya que no aborda la profundidad de la cuestión.

Pero ¿por qué el adulterio hace que un pastor quede inhabilitado para su cargo?

El criterio de ser irreprensible

En las Epístolas Pastorales hay varias explicaciones directas de los requisitos para el ministerio pastoral. En 1 Timoteo
4.12 vemos un resumen: "...sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza". Tito 1.6
agrega que el anciano debe ser irreprensible. Esta palabra griega significa imposible de asir, inexpugnable. El
comentarista William Hendriksen se refiere a esta cualidad diciendo, "los enemigos pueden proferir toda clase de
acusaciones, pero cuando se aplican justos métodos de investigación, tales acusaciones resultan sin fundamento".

El adulterio no es el único pecado que inhabilita a un pastor para volver a su cargo, pero es uno de los más visibles y
confusos que plagan a la iglesia actual.

Lo que es particularmente penoso en cuanto a este pecado es el abuso de poder que a menudo lo acompaña. Como
resultado de la aventura amorosa del pastor, no sólo existe un profundo dolor en él, sino también un dolor aun más
intenso en la esposa del pastor. Este, que ha recibido un cargo de honor a través del cual fue llamado a servir a
personas vulnerables y que han sufrido abusos, con su proceder ha violado la confianza depositada en él.

El pastor anglicano Michael Peers manifestó: "Es un problema de raíces profundas y sombrías", y a menudo está
protegido por los demonios hermanos, "negación y control". Don Posterski declara: "Cuando el poder que tiene el
pastor es usado para su gratificación sexual, constituye un abuso sexual de poder".

Nos entristece que tan pocos líderes "caídos" reconozcan el abuso de poder inherente al adulterio pastoral. Y menos
aun están dispuestos a hablar sobre la destrucción de la confianza como resultado de sus pecados. Muchos se escudan
en conceptos psicoterapéuticos, tales como sanidad y recuperación, razones para volver al ministerio pastoral. Sin
embargo, no expresan el genuino reconocimiento de la patología que se manifiesta en el abuso de poder.

El consenso en la historia de la iglesia demuestra con firmeza que el adulterio pastoral hace que el pastor quede
descalificado. El historiador luterano Cari A. Volz en su libro Pastoral Life and Practice in the Early Church (Vida y
práctica pastoral en la iglesia primitiva) declara, en forma categórica, que la iglesia excluyó del ministerio público a
pastores como consecuencia del "desliz moral" y "herejía". Volz señala que la ordenación no protegía a los
presbíteros; lo que había sido conferido podía ser quitado. El notable presbítero Hipólito, del segundo siglo, atacó
enérgicamente la inmoralidad entre los líderes de la iglesia, e insistió en su inmediata remoción del cargo. El antiguo
documento "La enseñanza de los apóstoles", de principios del segundo siglo, expresa que quien había sido ordenado
como pastor o presbítero pero luego había desobedecido la Palabra de Dios, debía ser inhabilitado. La razón: tal
hombre había mentido al tomar sus votos de lealtad y pureza ante Cristo y su iglesia. Tal quebrantamiento de los votos
de ordenación era considerado como una atroz contravención del tercer mandamiento.

Los reformadores protestantes eran de la misma opinión. Juan Calvino prescribió: "A fin de obviar todos los
escándalos de conducta será necesaria la disciplina de los pastores... a la cual todos deben someterse. Esto ayudará a
asegurar que el pastor sea tratado con respeto y que la palabra de Dios no sea deshonrada ni burlada por la mala fama
de los pastores y ancianos. Además, como la disciplina será impuesta a quien la merece, no habrá necesidad de
suprimir calumnias ni falso testimonio que injustamente se emita contra inocentes".

Como hemos establecido, el cargo requiere que el pastor o anciano sea sin tacha. No hay duda de que 1 Timoteo 3.1–7
requiere, entre otras cualidades, que los episkopos (o ancianos de la iglesia) sean maridos de una sola mujer. Es decir,
hombres de pureza moral cuya esposa es la única con quien tienen relaciones sexuales. Deben ser hombres que
guardan el pacto de Dios y mantienen puro el lecho matrimonial (He 13.4). Pablo enfatizó a la iglesia en Éfeso, donde
el pecado sexual era común entre los inconversos paganos, que la inmoralidad ni siquiera debía nombrarse en la
iglesia (Ef 5.3).

Lo trágico es que al quebrantar el pacto de esta manera, hay un oprobio que perdura en el pastor caído, y esto tendrá
consecuencias de largo plazo. El sabio Salomón lo expresó de manera solemne: "Mas el que comete adulterio es falto
de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada" (Pr
6.32–33).

Una de las preguntas problemáticas que a menudo surgen en cuanto a esta cuestión de ser "irreprensible" es la
siguiente: ¿Es el conocimiento público del pecado la cuestión principal en cuanto a que el pastor sea irreprensible, o
acaso hay algo en la naturaleza de este pecado que hace que el no tener tacha sea un asunto más importante que el
conocimiento público? En otras palabras, ¿puede el hombre convertirse en irreprensible yendo a vivir a otra
comunidad, a otra iglesia, y empezando otra vez de cero? En el nuevo lugar, se alega a menudo, otros no tendrán
conocimiento de su fracaso pasado.

Sin embargo, un cambio de lugar geográfico no disminuirá la culpa porque el pecado causa una desintegración total.
Por lo tanto, es probable que salga nuevamente a la luz, como lo explicara Juan Crisóstomo, Obispo de la Iglesia
Primitiva del cuarto siglo: «Las fallas del anciano sencillamente no se pueden ocultar. Hasta las más triviales se han de
conocer».

Tal vez algunos puedan, eventualmente, volver a su cargo pastoral, quizás después de haber sido ordenados otra vez.
Además, no puede probarse exegéticamente que un pastor caído nunca pueda ser restaurado a su cargo. Pero esto no
va en contra de lo que entendemos correcto. La pregunta vital que la iglesia enfrenta en nuestro tiempo no es qué
podría suceder en casos excepcionales, sino cómo podemos ayudar a la mujer o mujeres contra quienes ha pecado el
pastor o anciano. La pregunta también es cómo podemos ministrar a la esposa e hijos del pastor, aquellos contra
quienes más se ha pecado en esta caída. La pregunta es qué se puede hacer para preservar a la iglesia espiritual y,
moralmente, qué haremos para que el pastor comience el largo proceso de reordenar su vida devastada.

El adulterio prueba que el pastor caído no puede servir con integridad. La cuestión no tiene que ver con ser útil a la
iglesia ni con tener dones para predicar. Haber estado guiando al rebaño en santa adoración semana tras semana,
predicando la Palabra de Dios como siervo de la iglesia, y al mismo tiempo haber cometido adulterio revela una
terrible grieta en el carácter (una grieta tóxica que envenena toda la vida). Un pastor que cayó en adulterio, después de
muchos años escribió: «En mi caso, el fracaso moral fue el pecado visible ante la iglesia. Pero para mi vergüenza
había muchas otras cuestiones que tal vez eran más odiosas para Dios que aquello que resultaba visible para los
hombres. Lleva tiempo quitar estas cosas de raíz y reemplazarlas con características agradables para con Dios».

Hay una severa advertencia en 1 Corintios 9.25–27, donde el apóstol Pablo advierte que la falta de restricción
diligente en la carne puede llevarnos a la apostasía. Este peligro debe tomarse en cuenta cuidadosamente al tratar con
pastores y ancianos que han caído. Consideremos cuan sutilmente el pecado sexual se infiltra en toda la personalidad.
Es posible que las relaciones sexuales ilícitas sean el medio para alimentar el sentimiento de poder de una persona, su
necesidad de afecto, la imagen de sí mismo, el sentirse deseado y atractivo al sexo opuesto, el impulso hedonista, o
bien todo eso junto, y así advertiremos el peligro. Estamos convencidos de que el permanecer en ministerio público en
ciertos casos fomentará un autoengaño más profundo que llevará a los hombres a la ruina eterna.

¿Qué haremos entonces?

El pastor caído que confiesa el pecado, busca la gracia de Dios, y desea permanecer en comunión con la iglesia de
Cristo, debe ser recibido y aceptado como cualquier otro cristiano que ha caído. Debe ser perdonado como ordena
Jesús (Mi 18.22). Sin embargo, el perdón y la restauración a la comunión de la iglesia no significa que quien antes fue
pastor ahora nuevamente llena los requisitos para ese cargo o el de anciano.

La iglesia no debe castigar al hombre que ha caído y se arrepiente. Pero el negarse a que vuelva a su puesto en el
ministerio pastoral no es un castigo. Separar de su cargo al pastor que ha caído es honrar el santo estándar de Cristo.
Es seguir el sabio consejo y modelos de los líderes a través de los siglos; es proteger al hombre y a su familia. Es
guardar a la iglesia, a quien el Gran Pastor ama profundamente.

La Biblia habla de varios líderes prominentes que cayeron, líderes que tuvieron roles significativos aun después del
fracaso. Inmediatamente pensamos en Moisés, David y Pedro. Sin embargo, no debemos apurarnos a usar estos tres
ejemplos al hablar de pastores que han caído. Reflexionemos sobre varios asuntos de importancia: (1) El pecado de
Moisés (homicidio) tuvo lugar 40 años antes de que comenzara su liderazgo, y él pasó prácticamente toda una vida en
el desierto luego de su grave caída (2) El pecado de David pudo haber resultado en pena de muerte para cualquier otro.
Además, él era un potentado del Medio Oriente que tenía un harén, no un modelo familiar para los pastores del Nuevo
Testamento. Recordemos también que su reino y su familia no conocieron paz luego de su bajeza moral; su trono
nunca recobró la estabilidad del pasado. (3) El pecado de Pedro fue grave, pero no fue un pecado contra su propio
cuerpo (1 Co 6.18), y si bien fue un pecado de su personalidad, no fue el tipo de engaño voluntario y arrogante que es
característico del adulterio. Tampoco fue premeditado, prolongado ni repetido a escondidas.

Terminamos con las sabias palabras de un pastor anónimo que cayó y se dirigió a sus colegas caídos: La cuestión
principal es carácter e integridad, que en el caso de ustedes están hechos pedazos. Les ruego que confronten el
problema ahora. La gracia de Dios restaura. Hay esperanza. Sin embargo, requiere un proceso, mucho tiempo, y más
gracia aun. Confiesen el pecado y dejen su cargo. Sean responsables ante otros hermanos. Busquen la limpieza y la
sanidad que necesitan. ¡Háganlo hoy! ¡Háganlo ahora.

R. Kent Hughes es pastor en Illinois, EE. UU., y autor de numerosos libros. John H. Armstrong es director de
Ministerios Reforma y Avivamiento, y autor de un libro que desarrolla más detenidamente las ideas presentadas en
este artículo.

Tomado de Christianity Today, usado con permiso


Cinco tentaciones por Benjamín Patterson

Ocurrió hace años, durante una de mis primeras predicaciones. En un pasaje del sermón señalé algo que estaba a
mi derecha y todos los ojos se fijaron en aquel objeto. ¡Qué fantástico!, pensé. Puedo hacer eso con todas estas
personas. Ese momento marcó el principio de mi conocimiento acerca de las peculiares tentaciones a las que se
enfrenta el predicador.

EL ARTISTA

La primera y más grande de estas tentaciones es la que experimenté aquel día: la de ser un artista en el
púlpito. Cualquiera que tenga el atrevimiento de colocarse en frente de un grupo de personas y tomar 25
minutos de su tiempo para efectuar un monólogo, tiene que tener algo de artista. Si usted odia ese tipo de
actividad, es bastante probable que no llegue a ser muy efectivo como predicador.

Pero justamente es allí donde se encuentra la traba. Para comunicar bien, uno debe exponerse
constantemente a una de las tentaciones más letales del hombre de Dios: el actuar de tal manera que uno
se gane la apreciación y los aplausos de los oyentes. No hay ningún problema en esta actitud cuando el
oyente, en los ojos del predicador, es Dios. Pero, desafortunadamente, Dios generalmente resulta difícil de
ver. Lo que sí vemos es ese grupo de personas sentados en los bancos de la iglesia. Ellos resultan muy
visibles y, a menudo, buscamos su aprobación.

Jesús le puso el dedo a esta tentación en la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los de limpio corazón,
pues ellos verán a Dios". Un corazón puro es un corazón que no tiene motivaciones confusas. Por esta
razón, Jesús miró a los fariseos (quienes hacían sus buenas obras para ser vistos por el pueblo) y dijo: "Ya
tienen su recompensa". Ellos estaban recibiendo justamente lo que buscaban: aprobación humana.

Busque a Dios, y lo verá. Busque a los hombres, y los verá.

En cierta ocasión, John Bunyan predicó un sermón bastante fuerte. La primera persona que se acercó a él
después de la reunión se lo hizo saber. Respondió: "Ya lo sabía. El Diablo me lo dió a entender cuando me
alejé del púlpito." He perdido cuenta de las veces que me paré a la puerta del templo luego de haber
predicado, hambriento por recibir alabanzas de mi congregación. Había trabajado arduamente durante la
semana para estar bien preparado. Había puesto en la predicación toda la fuerza y concentración que podía
reunir. En muchas maneras, había traído al púlpito toda la intensidad que usaría para un partido de fútbol. Al
terminar el sermón, sintiendo el sudor bajo mi ropa, mi pregunta era: "¿Lo hice bien?".

En momentos de claridad, sé muy bien que solamente Dios puede juzgar las cosas y entregar el premio.
Pero se me ocurre que rara vez veo las cosas así inmediatamente después de haber predicado. Bruce
Thielemann ha dicho con gran acierto: "La predicación es el ministerio más público y, por lo tanto, el más
visible en sus errores y el más expuesto a la tentación de la hipocresía".

LA PALABRA PARA LOS OTROS

Una segunda tentación se encuentra en que el predicador vea la Palabra de Dios como algo solamente para
ser predicado. La presión de producir sermones, combinada con el hecho de que los sermones deben
predicarse de la Biblia, pueden hacer que una simple lectura devocional de la Palabra sea imposible de
lograr. Cada vez que tomo mi Biblia y comienzo a discernir ciertas verdades de un pasaje me pongo a
pensar, casi instantáneamente, en cómo puedo predicarlo a mi congregación. Y en la mayoría de los casos
paso por alto la relevancia que puede tener para mi propia vida. Esto es fatal. Pablo, el apóstol, hizo alusión
a su propia lucha con este problema cuando expresó la preocupación de que "no sea que habiendo
predicado a otros, yo mismo sea descalificado". (I Cor. 9:27).

La predicación que tiene respaldo es aquella que viene de hombres y mujeres que han luchado
personalmente con aquello que proclaman públicamente. Suelo caer con tanta facilidad en esta tentación,
que debo disciplinarme para estudiar pasajes en forma devocional antes de formar sermones de ellos. Y
debo hacer esto con meses de anticipación a la predicación propiamente dicha.

¿PORQUE LES GUSTA O PORQUE LO NECESITAN?

Una tercera tentación a la cual se enfrenta el predicador es la de convertir a las piedras en pan, dándole así
a la gente lo que desea y no lo que necesita. Siempre está presente en la psiquis del que predica el deseo
de ser apreciado por aquellos a quienes se dirige. Ese deseo puede tornarse tan fuerte que uno se hace
más sensible que un sismógrafo a los gustos de la congregación. Es en ese momento que el predicador se
puede convertir en un publicista, en desmedro del profeta.

Todo lo que hacen los publicistas se reduce simplemente a convencernos de que lo que buscamos lo
lograremos mejor con sus productos, sus candidatos, o sus mensajes. Cuando se presenta el evangelio
como algo que va a ayudar a las personas a tener aquello que desean, sin crítica, se deja como un simple
instrumento de propaganda. James Daane dice que: "La Biblia debe definir nuestras necesidades antes de
suplirlas. Nos debe decir lo que necesitamos: la naturaleza de nuestros dolores, angustias, etcétera. En
otras palabras, la Biblia debe decirnos qué es el pecado, porque no lo sabemos."

Una variación de la tentación de dar a las personas lo que desean es el uso exagerado de ilustraciones e
historias. Todo aquel que predica sabe bien cuán efectiva puede ser una buena historia o un chiste para
atraer la atención de las personas. El problema más grande con las historias es que se prestan a que cada
cual las interprete a su gusto. Una congregación donde hay una gran variedad de puntos divergentes puede
escuchar un sermón lleno de historias y narraciones entretenidas, y todos se irán del templo sintiéndose
edificados. El pastor realmente dijo las cosas "como son". Claro que sí; si todos sintieron que su punto de
vista fue expresado, no se expresó punto de vista alguno. Pero el pastor quedó bien con todos.

PROFETA Y SACERDOTE

La cuarta tentación para el predicador radica en el extremo opuesto de lo recién mencionado. Esta es la
tentación de verse a uno mismo como profeta para las personas, sacrificando la función de ser también su
sacerdote. Un sacerdote es uno que se presenta ante el Señor como intercesor por el pueblo. Los profetas
son mensajeros de Dios. Los sacerdotes son intercesores. Los profetas enfrentan a los hombres con la
verdad divina y con las mentiras humanas Los sacerdotes sostienen a los hombres frente a la gracia de
Dios.

La tentación de ser un profeta, sacrificando la función de sacerdote, está en que uno puede atacar a las
personas desde una posición de total aislamiento (donde uno es intocable). Uno no tiene que experimentar,
de esta manera, la agonía de cuidar a aquellos que han sido heridos por la verdad. No hace falta más que
sentarse en el estudio, preparar la exégesis y entregarle a la gente la verdad y nada más que la verdad.
Pero puede ser que esta verdad hiera seriamente a una persona sin conducirla a la sanidad.

Juan nos dice que Jesús vino con gracia y verdad. Entre otras cosas, eso significa que la Palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros. No estaba aislado, sino que se encarnó en uno que compartió nuestra vida y
caminó en nuestros caminos. Como lo expresa el autor de Hebreos, Jesús no fue un sumo sacerdote que
"...no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado." (4:15).

Un predicador no tiene derecho a atacar a su gente con la verdad (especialmente la clase de verdad que
duele), a menos que él también se sienta herido por esa verdad y se muestre quebrantado por la condición
del pueblo. Un anciano y sabio pastor me compartió una vez sobre dos errores iguales y opuestos en los
que puede caer un predicador. Uno es el de descuidar el estudio a causa de la gente. El otro es el de
descuidar a la gente a causa del estudio. Ambos son trágicos. Ambos están en constante tensión y
compiten el uno con el otro, pero los dos deben ser evitados.

DANDO VIDA A LA BIBLIA

Presento una última tentación del predicador: tratar de que la Biblia sea relevante, de querer darle vida. Esta
tentación en particular solía ser un aspecto exclusivo de la tradicional teología liberal. Pero, en los últimos
años, ha ganado también algunas víctimas en el campo evangélico.

Suelo caer en ella cada vez que siento que la Biblia necesita de mi ayuda para ser creída, que de alguna
manera necesita de mis astutas ilustraciones o de mis declaraciones perceptivas hechas en un idioma más
familiar a mi congregación.

El pecado que se evidencia en esta tentación radica en la presuposición de que la Biblia está muerta y que,
en realidad, somos nosotros los que estamos vivos. Por supuesto que ningún predicador admitiría que eso
es realidad en términos tan específicos. Pero el actuar de muchos lo corrobora.

¿Tiene la Biblia relevancia? El Dr. Bernard Ramm dijo en cierta oportunidad: "Nada tiene mayor relevancia
que la verdad". Cuanto más predico, más me convenzo de que lo mejor que puedo hacer es salir del camino
de la Palabra para no obstruir su paso. El consejo más sano que puedo dar en términos homiléticos no es
que tratemos de predicar bien la Palabra, sino que no lo hagamos mal.
Esto no quiere decir que el predicador no tiene que poner el mensaje de la Biblia en términos que sean
fáciles de entender. Pero el objetivo debe ser siempre que la gente pueda ver que las Escrituras son
relevantes, y no que uno las haga relevantes. En última instancia, la Palabra de Dios se hace real a través
de la obra del Espíritu Santo y, a menudo, a pesar y no a causa del predicador.

Al finalizar la lectura de este artículo, usted podrá llegar a la conclusión de que ser predicador es meterse en
un campo minado de tentaciones. Es así. No creo que jamás haya predicado un sermón con menos de un
30% de buenas intenciones. Y, con frecuencia, he desesperado al contemplar mi corazón y ver las muchas
formas en que he caído preso de las tentaciones del predicador. Si la pureza de mis motivaciones fuera la
razón por la cual pudiera yo trabajar en el púlpito, me hubieran despedido hace ya tiempo. Pero, gracias a
Dios, esa no es la razón. La razón radica en el Ilamado de Dios. Estoy allí solamente porque Él me llamó
muchos años atrás, me equipó con los dones necesarios, y dijo: "Comienza a hablar de Mí".

En nuestra liturgia confesamos los pecados antes de escuchar la Palabra de Dios a través de la lectura y
predicación de la Biblia. Yo también debo hacerlo después de esto. Esa es la filosofía que sigo yo: confesar,
predicar, confesar otra vez, y hacer mía la oración de sacristía de Martín Lutero: "Señor Dios, Tú me has
hecho un pastor en tu iglesia. Tú puedes ver que indigno soy de tomar este trabajo difícil y grande y, de no
haber sido por tu ayuda, lo hubiera echado todo a perder hace ya tiempo. Por esto clamo a ti para que me
ayudes. Ofrezco mi corazón y mis labios para tu servicio. Deseo poder enseñar a la gente y, para mí, que
pueda aprender siempre más y meditar diligentemente en tu Palabra. Úsame como tu instrumento, pero
nunca me abandones, pues si me quedo solo destruiré con gran facilidad todo lo que Tú has hecho. Amén."

© Leadership, 1981. Usado con permiso.

Las tentaciones de Olimpo por Arnoldo Jacob

Aunque algunos son escogidos para ser autoridad en la iglesia, delante de Dios somos todos iguales.

En una disertación para ejecutivos, un empresario cristiano compartió sobre los peligros que tenemos los
empresarios de vivir en el Olimpo.

Recordemos que la mitología griega cuenta que el Olimpo era la morada de los dioses, con privilegios que
eran la envidia de los mortales que vivían en los bajos. Entre muchas otras regalías, estos dioses no tenían
que rendir cuenta a nadie, eran sus propios jefes y su conducta no era cuestionada por nadie. Por un asunto
de imagen de su "gremio", tenían que observar una conducta intachable cuando se mezclaban con los
mortales, su pena de durísimos castigos.

Si bien hoy día este tipo de ejecutivos está en franca extinción, ya que las modernas empresas privilegian
un liderazgo altamente participativo, el manejo del poder será siempre un tema delicado para los que
ocupamos algún tipo de dirección.

El poder nos es intrínsecamente malvado, pero es peligroso. Y el poder aun más peligroso es aquel con
apariencia de religión.

En su notable obra "Sexo, dinero, poder" Richard Foster señala:

"El poder puede ser algo extremadamente destructivo en cualquier contexto, pero cuando está al servicio de
la religión, es completamente diabólico. El poder religioso puede destruir como ningún otro poder... Los que
no reconocen autoridad sobre sí y que al mismo tiempo se cubren con un manto de piedad, son
especialmente corruptibles. Cuando estamos convencidos de que lo que hacemos es idéntico al Reino de
Dios cualquiera que se oponga a nosotros debe estar equivocado. Cuando estamos convencidos de que
siempre usamos nuestro poder para fines nobles, entonces creemos que nunca nos podemos equivocar.
Pero cuando esta mentalidad se posesiona de nosotros, estamos tomando el poder de Dios para nuestros
propios fines... Cuando el orgullo se mezcla con el poder, el resultado es genuinamente volátil. El orgullo
nos hace pensar que tenemos la razón, y el poder nos da la capacidad de imponerle nuestra visión de
justicia a cualquiera. La unión entre el orgullo y el poder nos lleva al borde de lo demoníaco."

Ya en el AT el pueblo de Israel presenta la propuesta a Samuel de un monarca absoluto "como todas las
naciones", olvidándose que eran un pueblo diferente. Dios nunca quiso ni en el AT ni en el NT líderes
absolutos que no rinden cuenta, sino fieles administradores que si están obligados a rendir cuenta ante Dios
y los hombres. JESÚS fue enfático «Los que son grandes ejercen potestad. Mas entre vosotros no será así,
sino el que quiere hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mt. 20: 25c-26). Para mayor
claridad Jesús con toalla y vasija de agua dejó como última lección el "lavado de pies " de sus discípulos,
incluyendo a un Judas que lo traicionaría pocas horas después.

Las tentaciones de vivir en el Olimpo, están fuera y dentro de la iglesia. El camino angosto me ha enseñado
que si queremos tener bajo control nuestra ambición y deseo de poder, el trabajo en equipo, ante el cual
debo rendir cuenta de todo lo que hago, es el mejor antídoto a este peligro. El gran modelo del AT de
liderazgo nos da la pauta. "Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo" (Éx. 18.17-23).

Nada es más peligroso que aislarse en el Olimpo, sin rendir cuenta a nadie, Saúl es el ejemplo más
dramático de ello. El poder es tan peligroso, que no debemos enfrentarlo solos.

Los abusos de poder se dan en el mundo, pero también en la iglesia de hoy, y es allí donde el daño que
ocasiona es especialmente destructor.

En alguna forma todos ejercemos poder. Nosotros escogemos si lo usamos para edificar, guiar o liderar o
para manipular o destruir.

Creo que uno de los grandes peligros de un pastor, es no querer ser "oveja" (no bajarse del Olimpo).

Solamente puede ejercer autoridad, quien se somete bajo autoridad o solo puede ser confesor, el que se
confiesa o solo puede entregar, el que recibe. Por algo el liderazgo múltiple en la iglesia es un principio del
NT. El ministerio unipersonal (rey) es una violación de esta importante directriz. Ninguna iglesia local en el
NT fue dirigida y gobernada por una sola persona. La pluralidad de los ancianos aparece como una norma.
Esto significa que el ministro o pastor, como se concibe en muchas iglesias hoy día, como cabeza de la
iglesia no tiene fundamento bíblico alguno.

No olvidemos que Dios nos llama, cada uno en el lugar que Él nos asigne, a representar su autoridad,
nunca a sustituirla. Algunas autoridades de iglesias se comportan como "reyes" que lo saben todo sobre la
iglesia y el mundo, tienen lista una opinión de todos y de todo, dispensando libremente sus enseñanzas
como "Vox Dei", sin distinguir entre "Palabra de Dios" y nuestras humanas y falibles interpretaciones.

Pareciera ser que a menudo sucumbimos a la tentación de recordar y demostrar regularmente a los
"mortales" que nosotros somos del Olimpo. Incluso en el hogar, hombres establecen su autoridad "bíblica".

"Jamás debemos intentar establecer nuestra propia autoridad. Cuanto más lo intentamos, menos aptos
somos para ejercerla. Los que conocen a Dios pueden esperar. Si nuestros motivos son rectos, seremos
reconocidos no sólo por el Señor sino también por la iglesia como representante suyo. La condición para ser
autoridad es un sentimiento de incompetencia e indignidad. Cuanto menos presumidos y más humildes
seamos, tanto mayor será nuestra utilidad. Siempre deberíamos sentir temor y temblor en este asunto de
ser autoridad (W.Nee "La Autoridad Espiritual").

Aunque algunos son escogidos para ser autoridad en la iglesia, delante de Dios somos todos iguales.

Arnoldo Jakob es empresario y líder cristiano de Santiago, Chile.

Pastores Codependientes por Nery Duarte

En algunos círculos evangélicos se espera que el pastor sea un superhombre, sin tentaciones, perfecto, incansable.

César (no es su verdadero nombre, aunque su historia sí lo es) es un pastor que dejó el ministerio hace un
año. Su historia es muy similar a la de otros pastores. En sus propias palabras nos decía con tristeza: Me
esforcé tanto por servir a mi iglesia que me olvidé por completo de atender a mi. Al final mi esposa me
abandonó y la iglesia me despidió». César es un pastor codependiente.

Mario era el líder del grupo musical de su iglesia. Pasaba largas horas preparándose y ensayando la música
de los servicios de la iglesia, pero no toleraba ninguna crítica y se molestaba cuando alguien le hacía alguna
sugerencia. Su comentario: "Lo único que quiero es servir a Dios con lo mejor que tengo, pero en la iglesia
no me lo agradecen. Por lo tanto me voy de la iglesia". La falta de tolerancia a los demás, la gran cantidad
de horas que Mario invertía en el ministerio descuidando otras áreas de su vida, además de la motivación
que tenía, lo califican como una persona codependiente.

Marta es maestra de escuela dominical y consejera en la iglesia. Su esposo es alcohólico y tiene tres hijos
pequeños. Cuando su esposo se incorporó a la iglesia y abandonó su alcoholismo Marta dejó de servir en la
iglesia. Su comentario fue: "Nadie parece necesitarme más en la iglesia. Todos buscan a mi esposo y ya se
olvidaron de lo mucho que me he sacrificado por la iglesia…" Marta es codependiente.

He podido trabajar por algunos años con personas codependientes. Esto me ha llevado a estudiar el tema y
la relación que existe entre la codependencia y el ministerio cristiano. Empecé a notar en algunos pastores y
líderes los mismos rasgos de una conducta codependiente. Este artículo ha sido inspirado y facilitado por un
grupo de apoyo compuesto principalmente por pastores y líderes que han reconocido su propia
codependencia. Agradezco a estos hermanos su transparencia y disponibilidad a ser vulnerables.

La codependencia se ha definido como "la tendencia que tiene una persona insegura de sí misma a cubrir
su inseguridad tratando de agradar a otras personas para ser aprobado o amado".

La codependencia: Una adicción

El líder o pastor codependiente siente la necesidad de ser aprobado por otros, y se sacrifica al negarse en
sus necesidades básicas a fin de que otras personas puedan aceptar su persona y su ministerio. La
negación de uno mismo es un elemento necesario en el trabajo pastoral. La Biblia nos llama a ser siervos si
queremos ser líderes. Jesús se negó a todo lo que Él era y se hizo siervo. Los líderes de la iglesia del
Nuevo Testamento son un ejemplo de negación de uno mismo por la causa del Reino de Dios. Sin
embargo, hay una diferencia entre una saludable negación de uno mismo y una que es codependiente. La
negación a nosotros mismos descrita en la Biblia es por causa del Reino de Dios, mientras que la negación
de nosotros a causa de una conducta codependiente es motivada por necesidades enfermizas: al no
sentirnos amados, aceptados o aprobados luchamos para que otros llenen en nosotros este vacío.

Recientemente, un líder vino a nuestro grupo de apoyo y dio una descripción muy buena de su conducta
codependiente. Dijo: "Me volví como un mueble multiuso, siempre dispuesto a encajar en donde me
necesitaran, siempre dispuesto a hacer un sacrificio por causa de los demás... " Desgraciadamente ésta es
una conducta típica que se puede aplaudir en una iglesia, y más aún en congregaciones en las que hay falta
de discernimiento y experiencia en esta área. A menudo el pastor codependiente no comprende que todos
sus sacrificios son motivados por sus propias necesidades emocionales. El líder o pastor codependiente
está en el camino correcto con la motivación equivocada, y, lamentablemente, sin saberlo promueve en la
iglesia relaciones codependientes.

Todas las personas involucradas en el ministerio luchan con una necesidad de aprobación de parte de los
demás. Esto es normal, pero se vuelve un problema cuando es la única motivación que gobierna nuestra
vida y ministerio. Para el líder codependiente, esta necesidad de aprobación se convierte como en una
adicción. Seguidamente anotamos cuatro características de una persona que sufre una adicción:

• Es obsesivo/compulsivo.

• Ha desarrollado tolerancia al objeto de su adicción.

• Cuando no cuenta con el objeto de su adicción padece del síndrome de abstinencia

• El objeto de su adicción le da satisfacción inmediata.

1. El pastor o líder codependiente padece de conductas obsesivo/compulsivas. Es obsesivo cuando


sólo puede pensar en su ministerio y es incapaz de enfocarse en lo que se sale de sus responsabilidades
ministeriales. Es compulsivo cuando pasa de una actividad a otra, o de una idea a otra, dejando poco
tiempo para descansar, recrease, evaluar o planear. Una persona compulsiva no se detiene, sino que está
constantemente en algún tipo de actividad. Compartí una vez con un pastor que durante catorce años no
había tomado un solo día de vacaciones. Su comentario fue: "No puedo pensar en algo que no sea la
iglesia. No puedo verme fuera de la iglesia". Esta declaración lo califica como una persona con una
conducta obsesiva/compulsiva. Lamentablemente la iglesia, sin saberlo, alimentaba su conducta
codependiente ya que constantemente agradecía la «dedicación» de su pastor.

2. El pastor o líder codependiente desarrolla tolerancia a su ministerio. Se siente como si no hubiera


logrado hacer lo suficiente como para estar satisfecho con su trabajo por lo que necesita trabajar más. En
algunos casos tiene también la sensación de que Dios no está satisfecho con él y se le hace necesario
trabajar más. Al final, áreas completas de su vida quedan descuidadas porque cada vez invierte más y más
tiempo en forma desbalanceada en lo que siente que no se ha hecho apropiadamente. Por ejemplo, más
consejería, más preparación de sus sermones, más oración, etcétera. El pastor o líder codependiente cree
que su "sacrificio" por el ministerio es parte de su llamado ministerial. El problema es que este mismo
sacrificio está llevando su vida y la de su familia a un punto de ingobernabilidad.
3. Un pastor o líder codependiente también puede tener el síndrome de abstinencia. Este sentimiento
es muy similar a lo que siente el alcohólico después de estar sin una bebida durante cierto tiempo. Cuando
un pastor codependiente está fuera de su ministerio o del contacto con «su gente» se siente como si
extrañara algo, o que la congregación está en gran necesidad de su presencia, o que algo puede resultar
mal en la organización si él no está presente. Una vez hablé con un pastor quien interrumpió sus
vacaciones porque no soportaba la idea de no estar en el servicio del domingo. Me dijo que de repente
sintió que tenía que regresar a la iglesia ya que algo podría salir mal sin su presencia. Como un alcohólico
«necesita» una bebida para sentirse bien, el pastor codependiente «necesita» estar presente en todas las
actividades de su iglesia.

4. Un pastor o líder codependiente puede experimentar gratificación inmediata después de cualquier


actividad en la iglesia. El pastor codependiente deja de sentirse ansioso o inseguro cuando ha obtenido su
gratificación inmediata. Esta puede venir de expresiones de gratitud, palabras de halago o amor, o sumisión
de parte de un feligrés, etcétera. Cuando una persona con una adicción obtiene su "gratificación inmediata",
empieza a sentir como si un interruptor se hubiese apagado dentro de él o ella y esto lo lleva nuevamente a
buscar nuevas actividades o acciones que le permitan sentirse aceptado o amado, y por tanto volver a
recibir satisfacción inmediata.

Pasos para la recuperación de un pastor o líder codependiente

Admita que tiene un problema

Este paso es quizás el más difícil de tomar pues un pastor codependiente puede creer que no tiene ningún
problema ya que la esencia de su llamado pastoral requiere abnegación y sacrificio. La congregación podría
estar muy satisfecha con su duro trabajo, disponibilidad y falta de egoísmo. Sin embargo, a un nivel
inconsciente, el pastor codependiente hace todo motivado por una necesidad emocional personal de
encontrar aprobación, aceptación, o de ser amado.

En virtud de que ser amado y aprobado es una necesidad humana que solamente Dios puede satisfacer a
plenitud, el pastor nunca recibirá de otros el suficiente amor o aprobación. El pastor codependiente entra en
un ciclo vicioso en el que siente que necesita mejorar su ministerio o alguna área de este para obtener la
suficiente aprobación de los demás. Estas necesidades emocionales crónicas llevan su ministerio a un
punto en que se vuelve inmanejable pues él nunca podrá hacer lo suficiente para obtener de otros lo que
cree necesitar.

El pastor codependiente debe confesar ante el Señor que hay una motivación egoísta en su ministerio,
aunque parezca ser todo lo contrario. Este es un paso muy difícil de tomar. En mi experiencia personal, me
fue difícil admitir ante Dios mi egoísmo, y que yo buscaba la aprobación y aceptación de los demás.
Confesar mi codependencia dentro del ministerio y que, como resultado de esta, mi vida se había vuelto
ingobernable, ha sido para mí una de las cosas más difíciles de enfrentar dentro del ministerio mismo.
También ha sido uno de los pasos más satisfactorios de mi ministerio ya que Dios me ha dado la
oportunidad de dar apoyo a otros pastores y líderes quienes, como yo, padecen de codependencia y no han
encontrado a quién recurrir.

Busque apoyo

El trabajo pastoral es una ocupación muy solitaria. En algunos círculos evangélicos se espera que el pastor
sea un superhombre, sin tentaciones, perfecto, incansable. El pastor codependiente normalmente alimenta
esta expectativa y trabaja para dar una imagen de perfección, poder espiritual, conocimiento y sabiduría.
Desgraciadamente, como todos los demás, el pastor es también un ser humano vulnerable.

Puesto que un pastor codependiente tiene que proyectar una imagen de perfección, esto limita sus
posibilidades de tener a alguien en quién poder confiar sus problemas personales, tentaciones y
limitaciones. En mi experiencia personal encontré muy difícil confiar en alguno dentro de mi círculo
ministerial por temor a perder mi status o posición de liderazgo.

En un grupo de apoyo, que podría estar formado por otros pastores y líderes en la comunidad evangélica,
usted podría admitir libremente sus errores sin sentirse amenazado. Para un pastor codependiente
encontrar ungrupo en el cual pueda hablar libremente de sus problemas y limitaciones puede convertirse en
una experiencia salvadora de su ministerio pastoral, de su familia, y de su vida como individuo. Ojalá que su
grupo de apoyo no lo critique, ni lo rechace, pues un pastor codependiente ya ha sufrido mucha autocrítica,
culpa e inseguridad, y esto mismo es lo que ha alimentado su necesidad de que otras personas lo reafirmen
y lo animen.
Una vez compartí mis problemas personales con un respetado misionero quien a su vez me contó cómo él
mismo había luchado con estos problemas. Su admisión me dio mucha esperanza y respeto hacia él. Las
conversaciones que sostuve con él y su consejería

fueron de mucho valor para mí ya que sentía que hablaba con una persona que me entendía.

Empiece un proceso de recuperación

Hace años, cuando se me habló de «recuperación», mis propias creencias teológicas se sintieron
amenazadas. Nuestro mundo evangélico está acostumbrado a palabras como «sanidad», «milagros»,
«prosperidad», etcétera. Mi percepción consistía en que «recuperación» para mí era una palabra secular, y
no parecía encajar dentro de mis creencias teológicas, pues en América Latina estamos acostumbrados a
un evangelio que ofrece resultados inmediatos. Empecé a entender que mi codependencia, manifiesta en
una necesidad de ser aceptado y aprobado, tomó un largo tiempo para desarrollarse. Dios puede hacer un
milagro en nuestra vida y puede cambiarnos inmediatamente, sin embargo me parece que, en casos de
codependencia el Señor prefiere tomar el camino largo. He estado en un proceso de recuperación durante
algún tiempo, y aunque voy avanzando, constantemente descubro que mi codependencia toma nuevas
formas. Tengo que estar atento para que este problema no me vuelva a absorber y por ende afecte a
alguien más. No obstante, nunca antes el Señor me ha usado tanto para apoyar a otros pastores, quienes
como yo, padecen codependencia.

El proceso de recuperación requiere de humildad. Uno debe estar dispuesto a aprender de otros y a
aprender de sus propios errores. Las personas codependiente están acostumbradas a obtener resultados
inmediatos y para esto deben manipular a otros. El pastor en recuperación debe tomar mucho tiempo para
meditar y buscar la guía del Señor en cada actividad y acción que tome. Una persona codependiente ha
aprendido a ser muy compulsiva, y a menudo cuando ve una necesidad salta para ayudar. El codependiente
tiene que aprender a tomarse su tiempo para responder a otros, para planear sus acciones, para evaluar el
costo y las motivaciones de sus planes.

En el proceso de recuperación el pastor codependiente tiene que aprender a poner y ponerse límites. A
veces a nuestro grupo de apoyo llegan nuevos pastores o líderes que muy pronto comprenden que son
codependientes. Generalmente lo primero que quieren hacer para recuperarse es poner limites. Dado que
las personas en su congregación no están acostumbradas a que su líder ponga límites, los feligreses se
sienten rechazados. Si usted descubre que es un pastor codependiente, no se apresure a ponerles límites a
las personas, pues esto puede causar mucha tensión en sus relaciones. Los límites deben ponerse con
gracia y cuando ya hayamos creado en las personas expectativas diferentes. Tenemos que enseñarles a las
personas a bajar sus expectativas de nosotros sin dar la impresión de que las estamos rechazando. No
podemos esperar cambiar de un día para otro. Algunas personas pueden sentirse heridas por nuestros
cambios repentinos.

En nuestro proceso de recuperación debemos tomar nuestro ministerio un día a la vez. Nos llevó años
desarrollar nuestras necesidades codependientes de aceptación, amor, aprobación, etcétera. Debemos
aprender a ser totalmente honestos con Dios y con los demás, y admitir diariamente nuestras necesidades y
limitaciones. Como persona en vías de recuperación me encuentro en la necesidad constante de regresar
ante Dios y donde las personas de mi grupo de apoyo para poder admitir mis errores y poder continuar mi
ministerio y mi proceso de recuperación

El autor es de origen guatemalteco y coordina el área de capacitación en La Casa Grande, un ministerio de


apoyo a personas en recuperación.

Correo electrónico:

A continuación se ofrece una autoevaluación que le servirá para diagnosticar si es o no codependiente. Está
pensada para pastores. Aunque

algunas conductas pueden aparecer temporalmente en forma normal, cuando estas se dan en manera
consistente la pregunta debe responderse en forma positiva.

__Siente que el éxito o fracaso de la iglesia son exclusivamente su responsabilidad

__Sentimiento crónico de ansiedad por el funcionamiento y el éxito de todos los programas de la iglesia

__Sentimiento crónico de obligación de aconsejar o ayudar a todos los miembros de la congregación

__Enojo o sentimiento de inseguridad cuando la congregación no escucha sus sugerencias


__No puede decir que no, o se compromete a hacer demasiadas cosas

__No le pone límites a su tiempo, su espacio, y disponibilidad

__Teme la intimidad emocional

__Siente que debe estar presente en todas las actividades de la iglesia

__Se siente culpable cuando toma tiempo para sí o para su familia

__Pasa mucho tiempo sin tomar vacaciones

__Nadie o muy pocos en la congregación saben cuáles son sus debilidades

__Tiene una necesidad crónica de saber cómo la congregación evalúa su liderazgo

__Su sueldo está por debajo del salario promedio

__La congregación tiene prioridad por encima de su familia

__Crónicamente siente dudas sobre su liderazgo en la iglesia

__Le es difícil expresar sus sentimientos en forma honesta, precisa y apropiada

__Supervisa muy bien algunas áreas de la iglesia mientras otras están completamente abandonadas

__Comienza un programa con mucha energía, pero pronto pierde la motivación

__Muy raramente siente paz sobre el futuro de la congregación

__Teme ser abandonado si las personas llegaran a saber quién realmente es usted

__Su ministerio tiene extremos drásticos: de una vida de oración activa a un descuido total; de preparar bien
los sermones a estar muy poco preparado

__Muy responsable en algunas áreas de su ministerio mientras que en otras manifiesta mucha
irresponsabilidad

__Deseo crónico de agradar a todos los miembros de la congregación

__Sentimiento crónico de que Dios está disgustado con su ministerio

__Sentimiento crónico de que las personas en su congregación estáninsatisfechas con su trabajo

__Cambios emocionales drásticos: de felicidad a tristeza; de esperanza a negativismo; de amor a


odio,etcétera.

Si se contesta afirmativamente de seis a diez de las preguntas, usted podría calificar como un pastor
codependiente.

Escape de la mediocridad por Dr.Chris Shaw

Los corazones han sido examinados, las obras evaluadas. En ellos se encuentran todos los datos necesarios para un
análisis acertado del estado espiritual de la iglesia. El veredicto, cuando finalmente es pronunciado, ¡contiene una
revelación devastadora!: «No eres frío ni caliente.

¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.» (Ap
3.15-16) Con una contundencia que no admite discusiones, la iglesia de Laodicea, que se jactaba de ser tan
especial, es llamada miserable y digna de lástima, pobre, ciega y desnuda (Ap 3.17).
¡Y no era para menos! De todas las condiciones que pueden afligir al ser humano ninguna es tan triste
como aquella que seduce a la persona a creer que es rica cuando en realidad vive en la pobreza más
desdichada. Como pastores, con seguridad el lamentable cuadro de la iglesia de Laodicea nos ha dejado
pensativos en más de una ocasión. ¿Qué pasaría si el Señor pronunciara un veredicto similar acerca de las
congregaciones donde nos ha puesto como pastores? Sin embargo, tal veredicto parece poco probable
cuando recordamos nuestros permanentes esfuerzos por movilizar a las personas hacia vidas de mayor
entrega y pasión.

Sospecho, aun así, que nuestras fogosas denuncias contra la tibieza y la mediocridad revelan algo más que
el deseo de lograr un mayor compromiso en nuestra gente. Muchas veces, lo que más nos asusta es ver las
incipientes manifestaciones de la mediocridad en nuestras propias vidas. Fácilmente reconocemos los
síntomas en el ministerio que llevamos a cabo: sermones preparados a las corridas, estudios improvisados
para salir del paso, compromisos no cumplidos, consejos huecos que no practicamos nosotros, oraciones
sin pasión y ministerios faltos de entusiasmo. Por donde miremos vemos que la tibieza está al acecho.

Nuestras denuncias producen la ilusión de estar combatiendo con fervor los efectos de la mediocridad. Pero
rara vez logran frenar el avance de este mal.

La mediocridad delata la ausencia de una relación profunda con el Señor. El ángel no le recomendó a la
iglesia involucrarse en más actividades, sino que abriera la puerta de su corazón y permitiera que él fuera
una vez más el protagonista de eventos tan íntimos y cálidos, como el cenar juntos (Ap 3.20). Lo que
necesitamos, entonces, es recuperar esa relación apasionada que produce un fuego divino en nuestro ser y
permite que seamos calificados como "calientes".

Quisiera sugerir que nuestra relación con el Señor es con frecuencia tibia porque gran parte de las
actividades de nuestra vida cristiana no conducen hacia una mejor relación con él. Nos mantienen ocupados
en lo que aparentemente son actividades espirituales, pero no producen una profundización en nuestra
relación con el Dios que servimos. La verdad es que una relación íntima con él es más el producto de lo que
él hace, que de lo que nosotros hacemos. Nuestro esfuerzo solamente puede servir para responder a la
obra que él está haciendo en nuestro corazón. Observemos, entonces, tres elementos que pueden
colocarnos en esa posición donde el Alfarero Divino puede actuar sobre nuestros corazones.

Tres herramientas para cultivar una vida de intimidad con Dios

1. La disciplina

Entre las variadas exhortaciones que Pablo le deja a su discípulo Timoteo, encontramos esta: "Pero nada
tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad."
(De la versión La Biblia delas Américas 1Ti 4.7) Dos importantísimas verdades se desprenden de esta
exhortación:

La primera verdad es que la vida espiritual no se mide por las muchas palabras. Tan fuerte es la tendencia
de los hombres a hablar más de la cuenta, que Pablo exhorta al joven Timoteo, al menos siete veces en sus
dos cartas, a que evite a toda costa "las palabrerías vacías y profanas, y las objeciones de lo que
falsamente se llama ciencia" (1 Ti 6.20).

Esto no se debe a que Timoteo tenía una particular debilidad por las discusiones y contiendas de palabras,
sino al hecho de que el cristiano en general tiende a creer que hablar de las verdades del Reino es lo mismo
que practicarlas. Hemos perdido de vista, por ejemplo, que no es lo mismo hablar de la oración, que orar. Ni
es la misma cosa enumerar las virtudes de la evangelización que salir a compartir la fe con otros.

Si bien nuestras palabras pueden alentar a la práctica en algunos, la verdad es que las palabras sobran
entre los que son de la casa de Dios. Pero la vida espiritual pasa por otro lado. El sabio Salomón advertía
hace más de 3.000 años: "Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y acércate a escuchar en vez de
ofrecer el sacrificio de los necios... no te des prisa en hablar, ni se apresure tu corazón a proferir palabra
delante de Dios." (Ec 5.1 y 2). No está de más recordar que las palabras no solamente son poco eficaces
para producir cambios, sino que también en la abundancia de ellas hay pecado.

La segunda es que la alternativa señalada por Pablo al joven Timoteo es el camino de la disciplina. El
apóstol escoge la palabra griega gimnazo del cual sacamos el término gimnasia, y que también podría
traducirse "ejercicio, disciplina, o entrenamiento". En lo que al cuerpo se refiere, la gimnasia consiste en una
serie de ejercicios cuyo fin es asegurar un buen estado de salud. Los ejercicios no son un fin en sí; la meta
es el estado que produce en nosotros.
Sin embargo, no somos personas acostumbradas a exigirle mucho ni a nuestros cuerpos, ¡ni tampoco a
nuestras almas! Es que, por naturaleza, somos un tanto holgazanes. Al igual que los discípulos, el menor
esfuerzo produce en nosotros fatiga y nos quedamos dormidos (Mt 26.41). Pero Pablo conocía el valor de la
disciplina. Usando la misma analogía, había escrito a los Corintios: "yo golpeo mi cuerpo y lo hago mi
esclavo personal, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado" (1 Co 9.27).

En el ámbito espiritual también existen ejercicios, disciplinas que podemos usar para mantener en buen
estado nuestros espíritus. Algunos de ellos incluyen prácticas como el ayuno, la oración, el estudio de la
Palabra, el silencio, el servicio, la alabanza, la adoración y el servicio. El valor de estas es que nos colocan
en ese lugar donde Dios puede profundizar su relación con nosotros. Pero para llegar a ese lugar, debemos
acostumbrarnos a exigirle más a nuestro espíritu que cinco minutos diarios con el Señor. Quien aspire a
caminar en intimidad con Dios deberá ser una persona dispuesta a practicar esas actividades que abren el
camino hacia una relación más estrecha con él, y en la medida en que procuramos su rostro, él irá
produciendo en nosotros la transformación tan anhelada (2 Co 3.18).

2. El sufrimiento

Un segundo elemento que Dios usa para cultivar su relación con nosotros salta a la vista a medida que
recorremos las páginas de las Escrituras. Es una constante en la trayectoria de los grandes siervos. A
todos, sin excepción, les tocó transitar por el camino del sufrimiento.

Abraham esperó veintinueve interminables años para que Dios cumpliera la promesa que le hizo cuando
salió de la casa de sus padres, y convivió gran parte del tiempo con el silencio. José bebió de la copa
amarga de la traición y experimentó trece años de esclavitud y prisiones en una tierra extraña. Moisés,
habiendo expresado con violencia su pasión por su propio pueblo, tuvo que vivir cuarenta años en el
desierto, lejos de la riqueza, el favor y la comodidad que habían caracterizado su vida en Egipto. David, por
su parte, pasó doce años en el desierto, huyendo del mismo rey cuyo prestigio había salvado venciendo a
Goliat. Llegó al extremo de fingir locura y procurar refugio entre sus enemigos mortales, los filisteos.

En el Nuevo Testamento encontramos también esta asombrosa afirmación acerca de Jesús: "Cristo, en los
días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de
la muerte, fue oído a causa de su temor reverente; y aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que
padeció." (He 5.7-8) También en 2 Corintios 11 podemos observar la lista de experiencias por las cuales
pasó el apóstol Pablo. Incluye azotes, apedreos, naufragios, cárceles, frío, hambre, desnudez y un
sinnúmero de otras "calamidades".

Así, el Señor forma el corazón de sus siervos por medio del sufrimiento. No podemos escapar a esta
verdad. Es parte del testimonio del pueblo de Dios desde tiempos inmemoriales.

La cultura occidental, sin embargo, no contempla la existencia del sufrimiento como parte de la vida, pues la
incansable búsqueda de la comodidad y la satisfacción personal resulta ser uno de los grandes pilares
sobre el cual se construye nuestra sociedad materialista. Además, al igual que los discípulos, creemos que
el sufrimiento es una inevitable manifestación de algún pecado (Jn 9.2). "Quién vive en santidad", diría
nuestra teología popular, "¡no sufre!"

La iglesia del primer siglo también parece haber luchado con conceptos similares, al punto de que Pedro les
escribió: "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para
probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que
compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os
regocijéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, dichosos sois, pues el Espíritu de
gloria y de Dios reposa sobra vosotros." (1 Pe 4.12-14)

Claro que nadie en su sano juicio saldría a buscar el sufrimiento. Tampoco seríamos tan necios como para
pedirle al Padre que traiga sufrimiento a nuestras vidas. ¡Nada de eso! Sin embargo, hay algo claro y es
que, lo busquemos o no, todos vamos a transitar por momentos de sufrimiento y dolor. La diferencia en el
hombre maduro en Cristo es que ve en estas experiencias una oportunidad para profundizar su relación con
Dios y tomarse más fuerte de la mano de su Señor. Por eso, Pablo testificaba que en el sufrimiento "aunque
el hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día... al no
poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, porque las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas" (2 Co 4.16-18).

Al igual que las disciplinas de la vida espiritual, el sufrimiento no es lo que nos santifica. El sufrimiento, si
tenemos la actitud correcta, simplemente nos coloca en ese lugar donde podemos ser tratados más
profundamente por el Espíritu de Dios. De manera que si aspiramos a mayor madurez en nuestra
experiencia cristiana, tendremos que familiarizarnos y hasta "amigarnos" con el sufrimiento, entendiendo las
maneras que Dios lo usa para traer mayor santidad a nuestras vidas.
3. Las relaciones profundas

Un tercer elemento que actúa profundamente en la transformación de nuestro ser es la posibilidad de


entablar relaciones significativas con otros peregrinos que están avanzando hacia la madurez.

Esto también es algo muy resistido por nuestra cultura occidental. Vivimos en tiempos en los cuales el
egocentrismo del hombre ha llegado a niveles nunca vistos en el pasado. Se ha perdido el sentido de
comunidad y en su lugar, tenemos sociedades que no son más que la suma de individuos deseando
avanzar hacia el cumplimiento de sus propias metas. En la iglesia, nuestra definición de comunión es
compartir la vida con otros durante las dos o tres horas que estamos reunidos juntos cada semana.

¡Qué diferente es el panorama del Nuevo Testamento! En sus páginas, el crecimiento nunca se ve como el
fruto del esfuerzo individual, sino más bien como producto del buen funcionamiento del cuerpo. En Efesios
se afirma que "hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es
decir Cristo, de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas
proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo, para
su propia edificación en amor." (Ef 4.15, 16) Entonces, cuando abrimos nuestras vidas a este tipo de
relaciones profundas, podemos experimentar un crecimiento que nunca se podrá alcanzar a solas.

Jesucristo mismo nos enseñó que la única característica que verdaderamente nos identificaría como sus
discípulos era el amor de los unos por los otros (Jn 13.35 y 17.21). Y la medida de ese amor es la del Hijo
de Dios, que le dijo a sus discípulos: "un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros; que
como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros." (Jn 13.34) En esas palabras están
encerradas todas las actitudes y acciones que caracterizaron la vida del Mesías entre nosotros, una vida de
devoción, servicio, paciencia, ternura, firmeza y compromiso sin igual.

Las cartas del Nuevo Testamento además, dedican mucho espacio a las implicaciones de este amor. La
descripción más clara y práctica la encontramos en Filipenses 2, cuando Pablo nos anima: "Nada hagáis por
egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más
importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los
demás." (Fil 2.3 y 4) De esta forma se nos llama a entablar una relación más profunda con los demás de lo
que actualmente muchos practicamos.

De igual manera, el compartir en intimidad nuestra vida con otros tiene tres grandes beneficios. En primer
lugar, nos permite aprender de lo que otros están viviendo y experimentando en su vida espiritual. Nuestro
entendimiento de lo que es el reino y el accionar de Dios siempre va a ser más completo cuando
incorporamos a nuestras vidas las perspectivas y experiencias de otros. Es inadmisible dentro del cuerpo
que algún miembro le diga a otro "no te necesito" (1 Co 12.21). Recordemos cómo hemos sido llamados a
atesorar la vida de los que están a nuestro alrededor.

En segundo lugar, también es valiosa la comunión con otros porque tengo a quién rendirle cuentas. Todos
nosotros perdemos la objetividad cuando analizamos nuestras propias vidas. Comportamientos que no
toleraríamos en otros siempre parecen ser justificables en nuestra propia vida, mas cuando damos a otros la
libertad y el acceso para que nos corrijan y orienten, podremos avanzar concretamente sobre aquellos
puntos ciegos que no vemos con nuestros propios ojos. Entonces, la exhortación de Santiago "confesaos
vuestros pecados unos a otros" (5.16), tiene mucho más valor de lo que nos damos cuenta, pues los
pecados que están a la luz ya no pueden atormentar nuestra vida.

Por último, aprendemos la verdadera dimensión de lo que significa el amor cuando nos relacionamos con
otros. No debemos olvidar que las personas no son máquinas y que tampoco responden a reglas o a leyes
severísimas. Por eso, el caminar con ellos demanda de nosotros que seamos flexibles, perseverantes,
pacientes y misericordiosos. Estas características, sin embargo, solamente son posibles cuando deseamos
ir más allá de un contacto fugaz con el corazón de otros. La trivialidad de nuestros sentimientos hacia otros
queda expuesta cuando queremos acercarnos para caminar juntos. Allí comienza la verdadera expresión
del amor, y ¡qué preciosa experiencia es el compartir la vida a los niveles más profundos!

Conclusión

Cuando nos detenemos por un momento a pensar en estos tres elementos, podemos fácilmente entender
por qué existe tanta mediocridad a nuestro alrededor: no forman parte de lo que la mayoría de la iglesia
considera importante en la vida. En su lugar, existe una interminable rueda de reuniones que nos dan la
ilusión de estar trabajando esforzadamente hacia una vida de mayor compromiso. No obstante, la obra más
profunda del Señor no se realiza en estas actividades que tan fácilmente asociamos con la vida espiritual.
Su obra más eficaz, es poco visible a nuestros ojos y se lleva a cabo en aquellas actividades consideradas
comúnmente como «menos espirituales». Por esta razón, quien desea crecer debe estar dispuesto a valorar
y cultivar la espiritualidad por medio del buen uso de la disciplina, el sufrimiento y las relaciones
significativas.

Idea básica de este artículo

La mediocridad delata la ausencia de una relación profunda con el Señor. Tres elementos pueden
ayudarnos; la disciplina, el sufrimiento y las relaciones profundas.

Preguntas para pensar y dialogar

1. ¿Qué pautas da el autor para que usted pueda discernir si está viviendo en la mediocridad o no?

2. ¿En qué contribuyen la disciplina, el sufrimiento y las relaciones profundas a que usted cultive una vida
de intimidad con Dios? Explique cada una.

3. ¿Puede calificar a su relaciones de profundas? Si usted todavía no sostiene relaciones profundas ¿qué
necesita hacer para que esto ocurra? ¿Cómo podría propiciar que en su iglesia se den las relaciones
profundas?

4. ¿Tiene usted relaciones profundas? ¿Cómo podría propiciar las relaciones profundas en su iglesia y en
usted?

El autor ha estado en los últimos diez años en el ministerio de formación de líderes tanto en la iglesia local
como en las misiones. Tiene una maestría en formación y discipulado y un doctorado en misiones y
liderazgo.

La ética de la conducta ministerial por Rogelio Nonini

La palabra ética viene de un vocablo griego que se define como carácter. Ética es la parte de la filosofía que trata la
valorización moral de los actos humanos, y es un conjunto de principios y normas que regulan las actividades
humanas. "Es la ciencia de la moralidad", entendiéndose por moralidad el conjunto de juicios que la gente hace
referente a lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo, en las relaciones interiores o entre individuos.

La palabra ética viene de un vocablo griego que se define como carácter. Ética es la parte de la filosofía que
trata la valorización moral de los actos humanos, y es un conjunto de principios y normas que regulan las
actividades humanas. "Es la ciencia de la moralidad", entendiéndose por moralidad el conjunto de juicios
que la gente hace referente a lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo, en las relaciones interiores o
entre individuos.

Concluimos diciendo que la ética tiene como objectivo orientar a las personas a fin de que sepan cómo
deben proceder para que su vida sea correcta, especialmente en relación con el bien y el mal.

DEFINICIONES

1.La ética cristiana

En cambio la ética cristiana "es la ciencia de la conducta humana, tal como está determinada por la
conducta de Dios".

Cuando hablamos de ética cristiana, estamos pensando en la conducta que debe observar el cristiano en
todo momento y en toda circunstancia. El apóstol Pedro escribe: "Como hijos obedientes, no os conforméis
a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed
también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy
santo" (1 P 1.14-16).

La ética cristiana nos desafía a mejorar nuestra manera de vivir porque demanda que vivamos según las
normas de santidad que Cristo vivió. El apóstol Juan escribe: "El que dice que permanece en él debe andar
como él anduvo" (1 Jn 2.6).
La ética cristiana sólo puede vivirla plenamente el cristiano, ya que solo él puede alcanzar ese nivel de
conducta como resultado del poder del Espíritu Santo obrando en su vida. En Romanos 8.5-6, el apóstol
Pablo nos explica: "Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del
Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espintu
es vida y paz".

Cuando el apóstol Pablo escribe sus cartas explica el cambio de vida que debe experimentar toda persona
después de aceptar a Cristo como salvador (Ef 4.17-32). Declara que los que están en Cristo son una nueva
criatura y que las cosas viejas, las formas de vida, y aun las motivaciones deben ser hechas nuevas (2 Co
5.17). El cristiano debe ser un ejemplo de vida para el mundo sin Cristo, tanto en su conducta personal
como en su relación con la familia, la sociedad y las autoridades (Ef 5.21, 6.9).

2.La ética ministerial

Es el conjunto de normas escriturales que rigen los ministros cristianos tanto en la esfera de las
motivaciones como en la de sus acciones y que determinan su conducta en relación con Dios, la sociedad,
su familia, su iglesia, la denominación a la que pertenece y las instituciones cristianas.

Es importante notar que llamamos ministro a todo cristiano que desarrolla un ministerio de liderazgo dentro
de la iglesia, en su denominación, o dirigiendo un ministerio o entidad de servicio.

LA NECESIDAD DE ESTE ESTUDIO

Somos parte de una sociedad sin Dios que está gobernada por un relativismo moral alarmante. Hay una
falta total de ejemplos de ética en todas las esferas. En el periódico La Nación, salió un artículo titulado "El
fracaso moral de la civilización", en el cual se expresa: "Desde el Decálogo de Moisés a través de toda la
poderosa influencia moral del cristianismo, la civilización occidental había mantenido tenazmente un
conjunto de reglas morales y de principios éticos que constituían la base misma de la educación y de la
conducta civilizada.

El reconocimiento de esos grandes principios morales llegaban a conformar una manera de distinguir
fácilmente entre lo que era el bien y lo que era el mal. Lo que ha ocurrido desde la Primera Guerra Mundial
equivale a una inmensa hecatombe moral de nuestra civilización. Se ha ido estableciendo tenazmente un
divorcio entre los principios éticos y las realidades de la vida social, con inmensas consecuencias
destructivas del ideal mismo de una civilización digna de ese nombre".

Lo grave es que ese relativismo moral y la filosofía hedonista de nuestra decadente sociedad ha ingresado
a las iglesias.

1.La sociedad

Todos conocemos la situación moral de nuestros países latinoamericanos. Nuestros dirigentes no son un
modelo de conducta ética. La mentira, la vida ostentosa, el fraude, la corrupción, la impunidad, la falta de
justicia y de seguridad y un nivel de transgresión generalizado han creado un ambiente de libertinaje.

Los medios masivos presentan, además, como súmmun de felicidad, el tener cosas, el ser exitoso, aunque
no virtuoso. Propone disfrutar de la vida, pero sin responsabilidad. Por otro lado las mafias de la droga y la
pornografía así como los grandes emporios de la diversión, han abierto las puertas a todo tipo de
posibilidades de placeres sin pensar en el daño que hacen.

Pareciera que el apóstol describe nuestra sociedad moderna cuando dice: "Estando atestado de toda
injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y
malignidades.... quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos
de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican" (Ro 1.29-32; véase
1 Ti 3.1-5).

Frente a estas situaciones nos preguntamos: ¿Qué es correcto hoy? ¿Quién lo determina? Nuestra
sociedad no puede. Sabemos que como cristianos evangélicos esa es nuestra responsabilidad, pero
¿tenemos la capacidad y la disposición para hacerlo? Jesús dijo que somos la sal de la tierra, pero que si la
sal pierde sus propiedades y no cumple su función "no sirve más para nada, sino para ser echada fuera y
hollada por los hombres" (Mt 5.13). ¿Estaremos perdiendo nuestra capacidad de ser sal?

2.La iglesia
Al analizar la conducta de muchos líderes y congregaciones evangélicas, nos asombra encontrar un
relativismo moral similar al que rige a nuestra sociedad sin Dios. Pero peor aun es descubrir en nuestras
iglesias y en ministerios cristianos los mismos pecados, las mismas situaciones censurables que
encontramos en nuestra sociedad contemporánea.

En esas congregaciones no se viven la santidad, la pureza, el amor, la verdad, la humildad y el respeto o


temor a Dios. Algunos líderes obran como si fueran dueños de las congregaciones, de los ministerios y de
los recursos, cayendo en los mismos excesos y pecados que condenan en los líderes que no son cristianos.
Bien se expresó Cipriano cuando dijo: "Los pecados de los cristianos han debilitado el poder de la iglesia".

Mencionaré algunos casos reales:

Después de abandonar a su familia, un hombre fue a otra ciudad en la cual fue designado evangelista y
enviado a otro pueblo para iniciar una iglesia.

En una iglesia un líder llevaba a las mujeres jóvenes a un salón aparte para liberarlas de "espíritus
inmundos de sexo"; les hacía sacar prendas íntimas y las manoseaba mientras pretendía reprender a los
demonios.

Un pastor designó a un matrimonio joven como misioneros a otro pueblo, y les pidió que vendieran su casa
y que le entregaran el dinero. Cuando regresaron se encontraron sin su casa y estafados por su pastor que
había usado el dinero para otros fines.

Un pastor recibió la propiedad de unos ancianos como ofrenda, a cambio de que la iglesia les permita usarla
y les brindaran atención ya que no tenían familiares. Poco después, comenzó a tener problemas para
brindarles la debida atención. Los envió a un geriátrico y se quedó con la propiedad.

Un pastor se ufanaba de que los vecinos le vendían sus casas a él a muy poco precio. La razón era que ya
no se podía vivir en las cercanías del templo por el ruido que hacían en las reuniones. Los dueños se las
vendían a un valor muy inferior con tal de irse del barrio.

Un pastor se ofreció a cooperar con ocho pastores del interior del país para que ellos cobraran la asignación
familiar que otorga el gobierno. Les hizo firmar un poder autorizándole a cobrar por ellos. Durante tres años
este pastor cobró mensualmente el dinero de sus colegas y a quienes jamás se los remitió. Cuando el
organismo estatal le requirió la documentación correspondiente, la fraguó falsificando firmas de sus colegas
y dando gracias a Dios porque no había sido descubierto.

3. El relativismo moral que está invadiendo nuestras iglesias.

En un curso de ética ministerial que dictaba solicité una lista con faltas de ética más comunes el ministerio.
Estos son algunos de resultados:

Falta de integridad, tanto en la enseñanza como en el trato con los demás. Falta de un verdadero espíritu de
servicio. Marcado interés por lo material. En muchos casos, se anuncia que el Señor castigará a quienes no
ponen sus diezmos y ofrendas. El dar el diezmo se transforma en una especie de seguro contra la pobreza.
Falta de respeto por otros ministros y ministerios. No ser personas de palabra. Prometer y no cumplir.
lmpuntuales crónicos. Falta de interés por aprender o capacitarse para ser mejores ministros. Hacer
acepción de personas, especialmente cuando tienen dinero.

Terminaremos mencionando las más obvias categorías del relativismo moral de la sociedad contemporánea
y su influencia en la iglesia.

a)Orgullo y ostentación

Algunos líderes viven y se comportan como si fueran magnates del evangelio. Sus casas, sus autos, su
vestuario y la suntuosidad de sus templos (y ministerios) contrasta totalmente con el estilo de Jesús y con la
pobreza de los miembros de sus iglesias.

Visten y actúan como estrellas del cine o de la televisión. Hacen de cada culto un "show" para demostrar
todo lo que pueden hacer o cuánta "unción" o " poder" tienen.
La idea de que todo cristiano debe vivir en prosperidad no es una enseñanza bíblica. Los ministros que
viven en lujos y sin privarse de nada, mal usando las ofrendas que dan con amor al Señor cristianos que no
tienen casi para comer, es un pecado que Dios condena.

b) Abuso de poder

El poder que tenemos por causa de nuestra posición en el ministerio nos corromperá si no lo usamos en
sujeción al Señor, sirviendo a la iglesia. Aprovechándose de las estructuras administrativas de su
denominación, hay líderes que se rodean de personas que los adulan, los secundan y los protegen de la
gente. Hay pastores que condicionan a los miembros de su iglesia para que ofrenden, asistan y cooperen
con las actividades y lo hacen no por amor, sino por temor. Otros ministros son duros con los miembros
pero muy permisivos con sus líderes y familiares. Algunos asumen actitudes de caudillismo, manejando la
congregación como si fuera su feudo y haciéndose acompañar por guardaespaldas.

Un caso lamentable lo constituye Diótrefes quien "...no contento con estas cosas (criticar al apóstol Juan) no
recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se los prohibe, y los expulsa de la iglesia" (3 Jn 9,10).

c)La mentira

En nuestras congregaciones e instituciones se miente, exagerando las estadísticas sobre la membresia y la


asistencia. Se miente cuando se promete a la gente la solución inmediata de todos sus males y la provisión
divina para cubrir todas las necesidades. Como consecuencia, miles de personas se sienten estafadas y/o
defraudadas por los cristianos evangélicos que les prometieron en forma muy definida cosas que no se
cumplieron.

Una familia conocida tenía una anciana internada en un hospital en estado muy grave. Algunos cristianos
les aseguraron que para la Navidad la anciana estaría sentada con ellos en la mesa compartiendo esa
fecha tan especial. Para esa fecha la abuela estaba sepultada y la gente decepcionada con los evangélicos.
Ellos nos decían que si no los hubieran ilusionado dándoles tanta certeza de sanidad, no se hubieran
sentido tan desanimados y frustrados.

d)Pecados sexuales

Nuestros jóvenes en porcentajes importantes tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio y se casan
apurados por un embarazo no deseado. Por otro lado cada vez son más los líderes y pastores que caen en
pecados sexuales.

Agrava el problema la falta de disciplina para con algunos líderes que caen en pecados sexuales. Aparte del
mal ejemplo que dan, esa falta de disciplina transmite el falso mensaje de que no es tan grave la fornicación
o el adulterio porque si ellos, que son los líderes, caen y no hay sanciones, da la impresión de que se
protejen entre sí y por lo tanto no se aplican disciplinas. Tienen la sensación de que los miembros regulares
pueden y deben ser amonestados y sancionados pero los pastores no. ¿Por qué no puede pecar un
miembro y ser perdonado sin tener disciplina?

4.La necesidad de modelos

Es fundamental que los líderes y pastores cristianos evangélicos vivan éticamente, como modelos de
conducta cristiana. Esta responsabilidad tiene dos dimensiones, una hacia la iglesia, que necesita ver en
sus ministros modelos de vida cristiana, y la otra, hacia la sociedad sin Dios, que necesita
desesperadamente ver la posibilidad de cambiar y de alcanzar un estilo de vida que sea mejor.

La gente en nuestros días necesita con urgencia encontrar una posibilidad de comenzar de nuevo, de vivir
mejor y de vencer la presión de una sociedad enajenante. Nosotros sabemos que el evangelio es esa
alternativa porque es "poder de Dios para salvar" (Ro 1.16). Pero la iglesia no será ejemplo a menos que
sus líderes sean modelos que los miembros de las congregaciones puedan seguir. Como el apóstol Pablo,
debemos estar en condiciones de decir "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo." (1 Co 11.1; véase
4.16; Fil 3.17).

Escribiendo a los cristianos de Tesalónica, Pablo les recuerda la conducta que él y su equipo. habían tenido
en medio de ellos y los insta a imitarlos apartándose de los que vivían desordenadamente. "Ustedes son
testigos, y Dios también, de que nos hemos portado de una manera santa, recta e irreprochable con
ustedes los creyentes; ...les hemos encargado que se porten como deben hacerlo los que son de Dios que
los llama a tener parte de su propio reino y gloria." (1 Ts 2.10-12 VP).
"Hermanos, les ordenamos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de cualquier hermano
que lleve una conducta indisciplinada y no siga la tradiciones que recibieron de nosotros" (2 Ts 3.6-9 VP).

Nuestra responsabilIdad es grande y no debemos fallarle ni al Señor quien nos llamó al ministerio, ni a la
iglesia que espera que no seamos guía viviendo delante de ellos como es digno de un siervo de Dios.

Frente a lo expuesto, no podemos menos que concluir declarando que urge estudiar y vivir la ética
ministerial para ser ejemplos a nuestras iglesias como lo fue Jesús para sus discípulos y para su
generación, y como lo fue el apóstol Pablo para las iglesias y líderes de su tiempo.

Pastorear: El desafío hispanoamericano por Marco Ramirez

El pastorear es nuestra tarea, debemos formar pastores, pero nunca dejar de pastorear y convertirnos en ejecutivos
sin relación con la grey de Dios.

En cierta congregación, durante el tiempo de testimonios en el culto, doña Carmen agradeció al Señor
porque al convertirse había encontrado en su iglesia local la familia que nunca había tenido. Había sido
aceptada, amada y pastoreada.

Varios años después visité nuevamente esa congregación, había crecido, pero doña Carmen ya no estaba y
pocos sabían algo de "la hermana Carmen".

Eso me ha hecho meditar en los desafíos que tenemos en la pastoral hispanoamericana. Cuando el
evangelio llegó por primera vez a nuestras tierras, una de las grandes ventajas de la pastoral evangélica fue
la atención que logró darle a las personas. Las conversaciones, las oraciones, el consejo y el aprecio
expresado por los primeros pastores (unido a otras formas de actuar del Espíritu de Dios) ayudaron a
preparar el terreno para el gran crecimiento que ha tenido la iglesia en nuestros países. Sin embargo, ¡no
pude encontrar a doña Carmen en su iglesia local! ¿por qué?

Como consecuencia del crecimiento numérico, la pastoral se ha ido profesionalizando e institucionalizando


cada vez más y hemos dejado elementos fundamentales, así como aceptado modelos no muy
convenientes.

Muchos pastores hemos asimilado el modelo de «consultorio sicológico» en la atención de los feligreses y
esperamos que ellos lleguen cuando tienen necesidades (¡Eso sí, con previa cita!).

El modelo «gerencial» (Organización, planificación y delegación, ¡lograr que las cosas se hagan!) nos ha
afectado al punto que somos tentados a perder el contacto con las ovejas que Dios nos dio a cuidar.

Hemos tragado la idea de que el pastor debe dedicarse a formar líderes (lo cual es cierto) y dejar que estos
sean los que tengan el contacto con las ovejas. De repente llegamos a ser figuras de púlpito, diferentes a
Jesús, quien fue el pastor de los discípulos (más de 70) y también de las calles, de los niños, de las
multitudes.

Es necesario que volvamos a nuestras raíces pastorales. No estamos hablando del modelo de pastor que
se dedicaba a mantener el culto y a visitar a los hermanos. La tarea y demandas pastorales son amplísimas
y no estamos para hacer lo mínimo.

Lo que debemos recordar es que el pastor «huele a oveja» (no sólo a la adulta o a la líder) y para ser
pastores, debemos estar con el rebaño. Es estar con los hermanos, reír y llorar con ellos, enseñarles y
aprender de ellos. Permitir que en nuestra relación con las ovejas, los formemos y seamos formados.

¿Ha meditado sobre la forma que Jesús le dijo a Pedro de cómo podía mostrar su amor hacia el Maestro?
«Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas» (Jn 21.15–17). Pedro enseñó que la corona que vamos a
recibir del Príncipe de los pastores, tiene mucha relación con haber cumplido nuestra tarea: «pastorear la
grey de Dios» (1 Pe 5.4).

Es necesario volver a las prácticas y a los principios que dieron origen al crecimiento, los cuales son el
modelo del Nuevo Testamento (Hch 2.42–47):

Bautismo e integración de los convertidos a la comunidad de fe (pastoreo directo)


Formación doctrinal
Comunión entre los creyentes (comidas, santa cena, entre otros)
Orar juntos
Ayudar al necesitado
Alabanza y adoración a Dios
Señales del poder de Dios

Para mejorar en nuestro trabajo, es necesario que nos evaluemos:

¿Cuánto tiempo le estamos dedicando a las tareas y cuánto a las personas?


¿Qué tipo de relación estamos sosteniendo con los hermanos?
¿Estamos dedicando tiempo sólo a los líderes u «ovejas adultas»?
¿Estamos compartiendo con los recién convertidos y con los no convertidos (niños jóvenes y adultos)?
¿Qué propósito tenemos al relacionarnos con los hermanos? (oración, consejo, diversión, ver su estado
espiritual, ¿qué más se nos ocurre?)

Los apóstoles delegaron en los diáconos responsabilidades que les estaban distrayendo de su prioridad,
pero nunca delegaron su llamado y su función prioritaria (Hch 6.1–7). El pastorear es nuestra tarea,
debemos formar pastores, pero nunca dejar de pastorear y convertirnos en ejecutivos sin relación con la
grey de Dios.

Comparto un bello ejemplo que leí en un libro. Un hermano en la fe, gerente de un Banco, al llegar a su
oficina saludaba por nombre a la persona que abría la puerta, a la del ascensor, a la que limpiaba y claro
está a sus colaboradores inmediatos. No tenía problema en detenerse y preguntar por el hijo enfermo o por
el proyecto de vivienda de alguno de ellos. ¡Mente prodigiosa! Tal vez, pero lo que se dejaba ver en ese
hombre era su interés en las personas, en los que de alguna manera Dios había puesto a su cuidado. Si
eso hizo un gerente de banco, ¿cuánto esperará el Señor de los pastores?

¡Cuán bello es compartir con las ovejas, verlas crecer y madurar!, a pesar de que en alguna ocasión
debamos sufrir.

Cuando el Señor regrese y lo vea decirle sonriente: —Ven buen siervo y fiel (pastor) sobre poco has sido
fiel, sobre mucho te pondré… ¡Qué satisfacción! ¡qué realización!

Le podremos decir entonces: ¡Misión cumplida, Gran Pastor!

¿Lo haremos?

Equilibrios y Tangentes por Enrique Zapata

El de “irse” por la tangente y perder el equilibrio es uno de los problemas más frecuentes y difíciles que enfrenta el
líder cristiano, tanto en su propia vida como en su congregación. El autor nos señala cómo podemos guardar el
equilibrio y cómo reconocer factores que nos pueden llevar por las tangentes.

Imagínese que sobre su cabeza tiene un lápiz parado y sobre él sostiene en equilibrio un plato. Sí, un plazo
de loza, del que usa para comer. Aunque ello solo se ve en los circos, imagínese que usted mismo lo está
haciendo. ¿Qué pasaría si viniera su esposa por detrás y, a manera de tangente, colocara otro lápiz sobre
uno de los bordes del plato? Si en el piso hay alfombra acolchada el problema no sería muy grande, pero si
no… Sí, perdería el equilibrio. Así es, las tangentes tienden a hacernos perder el equilibrio, y ese problema
(el de "irse" por la tangente y perder el equilibrio) es uno de los más frecuentes y difíciles que enfrenta el
líder cristiano, tanto en su propia vida como en su congregación.

Recuerdo cuando, a los 18 años, descubrí que había sido justificado por fe. En Cristo, yo había sido
declarado perfecto, todos mis pecados habían sido perdonados, tanto los pasados como los presentes y
futuros. Cómo me glorié en esa verdad, qué gozo me produjo. En todos lados proclamaba la gloria de la
justificación. Qué liberado me sentía al no tener que esforzarme constantemente por ser perfecto sin
lograrlo jamás, al poder descansar en la obra perfecta de Cristo. Cómo alababa a Dios por la obra de Cristo
en la cruz.
Pero pasaron los meses y descubrí que aunque mi posición era perfecta en Cristo, en mí mismo, en mi
carne, seguía presente la ley del pecado y de la muerte. Sí, en Cristo me había hecho perfecto en Él, pero
en la práctica ¡como luchaba! y parecía que siempre fracasaba. Mientras más me esforzaba por ser como el
Cristo que hizo tanto por mí, más lejos me sentía de agradarle.

Una noche, mientras leía el librito del Dr. Bright, "Cómo ser lleno del Espíritu", pensé "¡Al fin entiendo cómo
vivir no en mi carne sino en el poder del Espíritu Santo!". Empecé a descubrir la grandeza del don de Dios
para con nosotros en su Espíritu. Cómo disfruté de la nueva fuerza y poder espiritual que es nuestra en el
Espíritu. Empecé a tener mucho más fruto cuando testificaba y en todo mi ministerio.

Volvía a mi casa y le pregunté a mamá,"¿Por qué en nuestra iglesia nunca me enseñaron a ser lleno del
Espíritu?". Me contestó que lo habían hecho muchas veces pero que tal vez el problema había sido que yo
no había escuchado; o quizás no me había llegado el momento antes porque Dios necesitaba enseñarme
otras verdades primero. Eso me hizo pensar mucho.

En los meses y años que siguieron fui aprendiendo otras grandes verdades de la vida Cristiana, y cada una
hacía que me maravillara más por la gracia y el amor de nuestro Dios. Esto me llevó a aprender una lección
fundamental de la vida Cristiana: la vida Cristiana se compone de muchas verdades, cada una de las cuales
es fundamental para mantener el equilibrio o la salud espiritual y emocional. Es semejante a lo que ocurre
con el cuerpo humano. ¿Cuál es la parte más importante del cuerpo? Algunos dicen que es el corazón, pero
otros preguntan ¿qué haríamos sin la cabeza? Hay quienes creen que la cabeza es la más importante, pero
¿cómo podíamos vivir sin los pulmones, que proveen el oxígeno para la mente y el resto del cuerpo?

Tener equilibrio es reconocer que hay muchas verdades, y que cada una de ellas es fundamental a la
vida espiritual.

La obra de Cristo es perfecta y completa (multifacética), hecha para tocar y remediar todos los efectos del
pecado y el maligno. Por un lado Cristo murió por nuestros pecados, pero también resucitó para ganar la
victoria sobre todas las cosas. Pero eso no es todo, también mandó su Espíritu para que podamos vivir con
su ayuda y, como si eso fuera poco, El mismo está en el cielo intercediendo por nosotros. Podríamos seguir
con docenas de otras verdades fundamentales a la vida espiritual. Sólo el necio o el ciego se queda en una
de las verdades y no reconoce la grandeza de todo lo que Dios es, ha hecho y hará. ¡Alabado sea Su
nombre!.

Tener equilibrio es reconocer la centralidad de Cristo.

Toda la vida tiene su comienzo y realización en Cristo, en lo que El es, ha hecho, y hará. El es el eje, la
sustancia y la esencia de la vida. Cuando dejo de centrarme en Aquel de quien procede toda la vida, me
estoy yendo por una tangente. Pablo podía decir "pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a
Jesucristo, y a éste crucificado". Me molesta ver títulos como "El Poder de la Alabanza" o "Todavía Hay
Poder en la Oración", etc. ¿Realmente hay poder en la alabanza, o es que a través del la alabanza yo estoy
enfocando mis ojos y mi fe en El que tiene poder? ¿Todavía hay poder en la oración? ¡No, todavía hay
poder en Aquel que escucha nuestras oraciones! Si, yo sé que es una forma de decir las cosas, pero no es
correcta. Démosle a El el lugar que le corresponde. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, quien "nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo… de
reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en el cielo, como las que están en la tierra; en El…" (Ef.
1:3-14; Col. 1:15-20).

Por esa razón el Nuevo Testamento habla constantemente del concepto de estar en Cristo (164 veces) y
Cristo en nosotros… "las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros,
la esperanza de gloria" (Col. 1:27). Cualquier énfasis que no esté centrado en Cristo es una tangente que
resulta en el desequilibrio de la vida espiritual, y en menor honra y gloria para nuestro Señor Jesucristo.

El descuido de cualquier faceta de Cristo o su obra resultará en desequilibrio.

El desequilibrio es devastador para la práctica de la vida espiritual. Dios proveyó en Cristo una salvación
completa que responde a todas las necesidades humanas. Descuidar alguna faceta de esa salvación
perfecta y completa lógicamente producirá alguna deficiencia en la vida de la persona. Si algún elemento no
fuera necesario, Dios no lo hubiera provisto. El descuido de la doctrina de la justificación ha llevado a
muchos a no tener seguridad en su relación con Cristo. El descuido de la santificación ha resultado en poca
santidad. El descuido del ministerio del Espíritu Santo ha producido muchas obras hechas en la carne y
frustración. El descuido de la doctrina de la resurrección y el juicio puede llevar a una concentración en el
presente y no en la eternidad, etc. "Y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros,
públicamente y por las casas… Pues no rehuí declarar a vosotros todo el consejo de Dios". (Hch. 20:20-27).
Poner énfasis en un área tiende al descuido de otras.

Enfatizar lo místico puede oscurecer la práctica de la vida espiritual. Enfatizar la responsabilidad del hombre
puede llevar a la ansiedad y el fracaso, por no reconocer la gracia y obra de Dios a pesar de nosotros.
Enfatizar la soberanía de Dios puede hacer que las personas descuiden sus responsabilidades y no sean
diligentes. Enfatizar la sanidad puede llevar a las personas a no ocuparse en el propósito del sufrimiento y el
dolor. La libertad tiende a rendirse al libertinaje. La concentración en la sana doctrina ha llevado al descuido
del amor, etc. el descuido de algunas enseñanzas bíblicas por enfatizar otras doctrinas dará como resultado
una vida cristiana desequilibrada.

Las herejías generalmente han comenzado como énfasis en ciertas verdades que llevaron al
descuido de otras.

El grupo Los niños de Dios comenzó como un grupo de jóvenes de una buena iglesia evangélica.
Enfatizaban el discipulado radical y total (que era necesario dejar todo para seguir a Cristo), pero por
descuidar la obediencia a los padres y la necesidad bíblica de trabajar, llevaron a cientos de jóvenes a dejar
sus familias para "seguir a Cristo". Viven en comunidades en las que es común el sexo libre y donde su
"trabajo" es buscar donaciones y vender sus materiales. En este momento, uno de sus métodos de
evangelismo consiste en la seducción sexual para ganar gente para la comunidad, todo en nombre del amor
y la entrega total de la vida en sacrificio por la causa. Esta es una ilustración moderna de lo que ha pasado
cientos de veces en la historia. Cualquier énfasis grande en un área resulta en desequilibrio y herejía
cuando no está contrarrestado con las otras doctrinas de las Escrituras.

Las herejía y los extremos brotan del descuido de doctrinas básicas.

Cuando una iglesia descuida alguna doctrina genera un vacío o necesidad en la vida de los creyentes. En
cierto momento surge una persona que redescubre esa verdad olvidada y empieza a enseñarla como la
gran solución. Muchos responden con alegría y entusiasmo, porque viene a llenar una necesidad real en su
experiencia. Pero la tendencia pude ser que él u otros se vayan al extremo de que toda la vida cristiana
pase por esa verdad y se olviden de otras verdades, sin las cuales surgirán nuevas carencias.

Allí comienza la división: algunos mantienen su posición tradicional y rechazan "la verdad" del otro grupo,
cuando en realidad están rechazando el extremo. El grupo tradicional se queda entonces con el vacío, lo
cual lleva a que se repita el mismo problema en el futuro. Los redescubridores de "la verdad" son
rechazados y en muchas ocasiones, por haber sido rechazados, rechazan los "fundamentos" del grupo
tradicional, que son los factores equilibrantes que necesitan para no caer del lado opuesto.

Alguien ha comentado que el diablo mantiene el péndulo fuera del centro mientras que puede, pero que
cuando una persona se da cuenta del desequilibrio y lo empieza a mover hacia el centro, el diablo se le
pone detrás y le ayuda con toda su fuerza para que se pase al otro lado. Finalmente el péndulo queda en el
otro extremo. Está tan lejos del centro como antes pero del otro lado, mas la persona siente que ha logrado
un cambio fundamental.

Hay que mantener el énfasis en lo que Dios enfatiza.

En las Escrituras hay algunas verdades que son más enfatizadas que otras, hay algunos mandamientos
más importantes que otros. Tenemos que aprender a poner el énfasis donde lo pone Dios, y a la vez no
descuidar las otras verdades. "Cada cosa en su lugar". Por ejemplo, todos nosotros decimos que
predicamos a Cristo, pero… para uno es su experiencia, para otro su sanidad, para otro su doctrina, o su
denominación, o sus prácticas, pero ¿realmente predicamos a Cristo, y a El crucificado?

Los dones y verdades son para la edificación del cuerpo y para acercarnos a Dios.

Me preocupa ver que, en muchas ocasiones, somos como el chico que después de haber recibido un lindo
regalo de sus padres se olvida de ellos porque está fascinado por el regalo. Lo que le importa al niño es el
regalo. Pero el adulto aprende que el regalo sólo es una expresión de la persona y que la persona es lo
importante. El propósito del regalo justamente es unir a las personas. Cuán grande es la paciencia de
nuestro Dios para con nosotros cuando nos perdemos en sus regalos y lo dejamos a El de lado. Y que
grande debe ser su tristeza cuando nos encuentra peleando por las grandes verdades de Su obra para con
nosotros, los dones que El concedió a Su iglesia, etc.

Los dones y gracias que Dios ha destinado a ser el adorno de la comunidad Cristiana pueden dejar de ser
su adorno, y convertirse en su trampa. "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas", eso es religión como
un éxtasis emocional. "Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia", eso es religión
como gnosis, intelectualismo, especulación. "Si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes",
eso es religión como una energía en funcionamiento. "Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a
los pobres". Eso es religión como humanitarismo. "Si entregase mi cuerpo para ser quemado", eso es
religión como ascetismo. Pablo repudia expresamente todas estas representaciones unilaterales y
obviamente inadecuadas del Evangelio." (Extraído del libro A man in Christ, de James S. Stewart).

La predicación de toda la Biblia tiende a protegernos del desequilibrio.

Cuando el pastor expone las Escrituras constantemente, capítulo por capítulo, versículo por versículo, se
asegura de que va a estar enseñando todo el consejo de Dios. Pero cuando sólo predica temáticamente
tendrá la tendencia de enseñar y enfatizar los conceptos que más le gustan y mejor conoce, resultando en
el descuido de otros temas que son fundamentales. Justo el hecho de que hay ciertas doctrinas que nos
cuesta más enseñar muestra que son áreas de debilidad en nuestra vida y ministerio que necesitamos
comprender y dominar. Predicar versículo por versículo con honestidad requiere que uno encare todos los
temas de la Palabra de Dios.

En conclusión

Me preocupa cuando me encuentro con mis hermanos y el énfasis de sus vidas, conversaciones, mensajes,
etc., no demuestra por sobre todas las cosas una fascinación por Cristo, un enamoramiento con El, una
exaltación de El y una sumisión a Su santidad y voluntad.

Qué poco lo conocemos a El y qué poco lo hemos experimentado a El, que no respondemos a la mención
del nombre de Cristo con una doxología, como lo hacían los apóstoles. Pablo explotaba en alabanza al
reconocer al Dios que nos amó tanto que envió a Cristo, y al reconocer todo lo que Cristo es.

Tendríamos que estar buscándolo a El y a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, para llegar
a ser varones perfectos, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquier por todo viento de doctrina. Así resultaremos en alabanza y gloria para
nuestro Dios.

© Apuntes Pastorales Octubre – Noviembre / 1985 Vol. III, número 3

El vacío del cristianismo sin Cristo por Enrique Zapata

Anoche me llamó un colega. Había visitado la iglesia de un pastor amigo suyo y mío y estaba preocupado. Lo había
escuchado predicar y pasó lo mismo que otras veces: siendo un gran maestro de la Biblia, estaba retrocediendo en
sus predicaciones; cada vez hablaba menos de Cristo y más de otras cosas. En el éxito del ministerio, había perdido
el Agua de la Vida...

Una vez un amigo me comentó que estaba leyendo un libro de un renombrado pastor, sin embargo le
pareció que este hombre estaba tan metido en la situación difícil en que vivía que había perdido de su vida
la frescura del amor y la presencia del Señor.

Tal vez una de las luchas más grandes de la vida cristiana y del ministerio es el de mantener la relación
personal con Cristo. La actividad, la presión, el trabajo y hasta el éxito atontan para dejamos "sin tiempo...",
ese tiempo apartado para encontramos con nuestro Dios y su Hijo Jesucristo. Jesús mismo, el hombre
perfecto, debió luchar para poder apartarse de las multitudes, pero parte del secreto de su vida y ministerio
era su relación profunda con el Padre. Predicamos acerca de María y Marta, pero en nuestra experiencia
vivimos más la experiencia de Marta que la de María.

Conocer verdaderamente a Dios y a su Hijo, Jesucristo y predicar verdaderamente a Ellos es la esencia de


nuestra tarea. Hay una diferencia sutil pero grande entre predicar acerca de Cristo y predicar a Cristo.
Podemos hablar acerca de las buenas noticias o hablar las buenas noticias. Podemos ser como los
discípulos en el camino de Emaús que conocían las Escrituras, sin embargo no habían visto al Mesías en
ellas. Jesús les llamo "insensatos y tardos de corazón" y debió ayudarles ver a El en todas las Escrituras
"desde Moisés y siguiendo por lodos los profetas". Cuánto necesitamos que se nos enseñe a verlo a El.
Verlo a El en la Biblia, caminar con El en la vida diaria, confiar en El en las tinieblas.

La religiosidad es tan peligrosa para el ministerio como la inmoralidad. Deja la conciencia tranquila y el
corazón frío. Provee una respuesta apropiada y el Salvador apartado. La religiosidad no levanta el alma
más alta que a sí mismo. Verdaderamente es el opio de los pueblos. Lo que el pueblo necesita y lo que yo
necesito es unión con el Cristo vivo.
La mucha actividad, las presiones de trabajo, familia y ministerio nos facilitan la caída en la religiosidad y no
en la relación de vitalidad con el Señor. Con mi esposa aprendimos una de las lecciones más sencillas y
básicas de una relación: el pasado no es substituto del presente. Fue importante que en el pasado invirtiera
tiempo con mi esposa, pero la intimidad depende de un pasado bueno y una vivencia presente.

Vayamos a Él, bebamos de El y conozcámoslo. Llevemos nuestra gente a El: "Al que tuviere sed, yo le daré
gratuitamente de la fuente de agua de vida" (Ap. 21.6b) El resultado será: "mas el pueblo que conoce a su
Dios se esforzará y actuará" (Dn. 11.32b).

Apuntes Pastorales Volumen VI Número 1

No quiero ser apóstol por Ricardo Gondim

La filosofía ministerial que ha surgido de la ambición por el poder y de la fascinación por los títulos,
como el de apóstol, ha provocado una estampida en las iglesias para ver quién es mayor y quién
está a la vanguardia de la revelación. A luz de la teología del verdadero apostolado, el autor rescata
el valor del ministerio pastoral.

¡Ya lo tengo decidido! ¡Yo no quiero ser apóstol! Lo poco que conozco sobre mí mismo me lleva a
reconocer, sin falsa humildad, que no tengo las condiciones espirituales para ser uno de ellos. Además, no
quiero que mi ambición por cuestiones de éxito y de prestigio —lo cual es pecado— se transforme en
motivo de burla.

El apostolado se encuentra entre los cinco ministerios que Pablo describe en Efesios 4.11. No se puede
negar que los apóstoles fueron establecidos, en primer lugar por Dios, antes que los profetas, maestros,
operadores de milagros y sanidades, los que socorren, los que presiden y aquellos que hablan variedad de
lenguas. Pero yo me conformo con mi sencilla función de pastor, pues no todos son apóstoles, no todos son
profetas, y no todos son maestros o sanadores, según lo que declara 1 Corintios 12.29. Parece no haber
falta de mérito en el hecho de ser un simple obrero.

Mis escasos conocimientos de griego no me permiten grandes aventuras lexicales. Pero cualquier
diccionario teológico nos ayuda a entender el sentido neotestamentario de los términos "apóstol" o
"apostolado". Según la Enciclopedia histórico-teológica de la Iglesia Cristiana, el uso bíblico del término
"apóstol" está casi enteramente limitado al Nuevo Testamento. Ocurre setenta y nueve veces en sus
páginas: diez en los evangelios, veintiocho en Hechos, treinta y ocho en las epístolas y tres en Apocalipsis.
Nuestra palabra española es una transliteración de la palabra griega "apostólos", que se deriva de
apostellein, enviar.

Aunque en el Nuevo Testamento se usan otras palabras que indican despachar, enviar, mandar a otro
lugar, la palabra apostellein pone énfasis en el elemento de comisión (encargo). Es decir, descansa sobre la
autoridad de quien envía y la responsabilidad que se le ha dado al enviado. Si nos limitamos rigurosamente
al término, se podría decir que un apóstol es alguien que es enviado con una misión específica, en la cual
actúa con plena autoridad de quien lo envía y deberá rendirle cuentas a esa persona.

En Hebreos 3.1, Cristo es llamado apóstol. Él hablaba los oráculos de Dios. Los doce discípulos más
cercanos a Jesús también recibieron ese título. Aparentemente el número de apóstoles era fijo, pues existía
un paralelismo con las doce tribus de Israel. Jesús se refiere únicamente a doce tronos en la era venidera
(Mt 19.28; Ap 21.14). Después de la traición de Judas, y para que se cumpliese la profecía, la iglesia se
sintió obligada, en Hechos 1, a preservar el número. A pesar de esto, no tenemos conocimiento, al menos al
estudiar la historia de la iglesia, de otros esfuerzos hechos para seleccionar nuevos apóstoles como
sucesores de los que morían (Hch 12.2). Con el pasar del tiempo ya no se podían cumplir las exigencias
para que alguien fuese calificado como apóstol, si usamos el criterio del texto de Hechos: "Es necesario,
pues, que de estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y
salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue
recibido arriba, uno sea hecho con nosotros testigo de su resurrección" (Hch 1.21 y 22). Por esta razón,
algunos de los mejores exegetas del Nuevo Testamento concuerdan en que las listas ministeriales de 1
Corintios 12 y Efesios 4 se refieren exclusivamente a los primeros apóstoles y no a nuevos apóstoles.

Pero, ¿qué del apostolado de Pablo? La excepción confirma la regla. En la defensa de su apostolado, en 1
Corintios 15.9, él afirma que fue testigo de la resurrección (vio al Señor en el camino a Damasco), pero
reconoce que era un abortivo (nacido fuera de tiempo): "Yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy
digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios." (1 Co 15.9). El testimonio de más de
2.000 años de historia es que los apóstoles fueron solamente aquellos doce hombres que anduvieron con
Jesús y fueron comisionados por él para que se convirtiesen en columnas de la Iglesia, la comunidad
espiritual de Dios.

Lo que preocupa en relación con estos apóstoles posmodernos es algo aún más grave. Es un elemento que
está ligado con nuestra misma naturaleza, que ambiciona el poder, que está fascinado con los títulos y que
hace de esto una filosofía ministerial. Ha provocado una estampida en las iglesias para ver quién es mayor,
quién está a la vanguardia de la revelación del Espíritu Santo y quién posee la unción más eficaz. Tanto es
el afán por el título de "apóstol" que son los líderes de ministerios de gran visibilidad quienes consiguen
movilizar multitudes que corren tras ellos. Poseen un perfil tremendamente carismático, saben lidiar con las
masas y, desafortunadamente, poseen abundantes bienes materiales.

No quiero ser un apóstol, porque no deseo estar en la vanguardia de la revelación. Deseo ser fiel a la
corriente principal del cristianismo histórico. No quiero una nueva revelación que haya pasado inadvertida
para Pablo, Pedro, Santiago o Judas. No quiero ser apóstol, porque no me quiero alejar de los pastores
sencillos, de los misioneros sin glamour, de las mujeres que oran por nosotros en círculos de oración, ni de
los santos hombres que me precedieron, que no conocieron las tentaciones de los mega eventos, del "culto-
espectáculo" o de la vanagloria de la fama. No quiero ser apóstol, porque no creo que necesitemos de
títulos académicos para hacer la obra de Dios, especialmente cuando estos nos confieren estatus. Por el
contrario, estoy dispuesto incluso a renunciar a ser llamado "pastor" si esto representa una graduación y no
una vocación al servicio.

No menosprecio a las personas. Más bien mi preocupación delata un profundo pesar al percibir que en el
ambiente evangélico se conspira para que los hombres de Dios se sientan tan atraídos por ostentar títulos,
cargos o posiciones. Embriagados por la exuberancia de sus propias palabras, creyentes que son
especiales aceptan los aplausos que vienen de los hombres y dejan de lado el espíritu que caracterizó el
ministerio de Jesús de Nazaret.

Jesús nos enseñó a no codiciar los títulos y también a no aceptar las lisonjas de los hombres. Cuando un
joven rico lo saludó con un "Maestro bueno", él rechazó la interpelación preguntando: "¿Por qué me llamas
bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios" (Mr 10.17–18). La madre de Santiago y de Juan pidió un lugar
especial para sus hijos. Jesús aprovechó el malestar causado por esto para enseñar: "Sabéis que los
gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad.
Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor,
y el que quiera ser primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre, que no vino para
ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por todos." (Mt 20.25–28)

Los pastores se están olvidando de lo principal. No hemos sido llamados para tener ministerios exitosos,
sino más bien para continuar el ministerio de Jesús, quien fue amigo de los pobres y se identificó con los
dolores de las viudas y los huérfanos. Ser pastor no significa acumular conquistas académicas; no es
codearse con políticos poderosos ni ser gerente de una gran empresa religiosa ni pretender las altas
esferas de las jerarquías religiosas. Pastorear es conocer y vivir la intimidad de Dios en integridad.
Pastorear es caminar al lado de la familia que acaba de enterrar un hijo prematuro, la cual necesita que se
le consuele por medio del Espíritu Santo. Pastorear es ser fiel a todo el consejo de Dios: enseñar al pueblo
a meditar en la Palabra de Dios. Ser pastor es amar a los perdidos con el mismo amor con que Dios nos
ama.

Pastores: ¡no quieran ser apóstoles! Más bien busquen ser piadosos por medio de la oración. No
ambicionen tener mega iglesias; más bien traten de ser hallados como dispensadores fieles de los misterios
de Dios. No se encandilen con el brillo de este mundo; más bien busquen servir. No construyan sus
ministerios sobre el afán por descubrir siempre algo nuevo; más bien busquen manejar con eficacia la
Palabra de verdad, aquella misma que Timoteo recibió de Pablo y que debía trasmitir a hombres fieles e
idóneos, los cuales a su vez, instruyeran también a otros. Pastores, no permitan que sus cultos se
transformen en shows. No alimenten la naturaleza pecaminosa y terrena de las personas; prediquen el
mensaje de la cruz.

Agustín de Hipona dijo: "El orgullo transforma a ángeles en demonios". Si queremos parecernos a Jesús
sigamos el consejo de Pablo a los Filipenses: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino
que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." (Fil.
2.5–8)

El autor es pastor de la Asamblea de Dios Betesda, en Sao Paulo, Brasil, y es autor de varios libros
entre ellos, el titulado Orgullo de ser evangélico - por qué continuar en la iglesia. Tomado de la
revista Ultimato, edición marzo-abril de 2002. Usado con permiso. Traducido para Apuntes
Pastorales por Pancho Martell. Apuntes Pastorales,Volumen XXI – Número 2.
Cómo fui víctima de la "profecía" por Benjamín Patterson

Nunca se me ocurrió que alguna vez me involucraría en algo espiritualmente destructivo; sin embargo, eso es
exactamente lo que había sucedido cuando alcancé el nivel espiritual más bajo en mi ministerio pastoral. ¿Cómo
pude dejar que las cosas fueran tan lejos?

Nunca se me ocurrió que alguna vez me involucraría en algo espiritualmente destructivo; sin embargo, eso
es exactamente lo que había sucedido cuando alcancé el nivel espiritual más bajo en mi ministerio pastoral.
¿Cómo pude dejar que las cosas fueran tan lejos?

Desde mi perspectiva, servir en la junta directiva de nuestra denominación siempre había sido un privilegio.
Mi esposa y yo cultivamos amistades profundas con los demás líderes. Juntos viajamos a diversos países,
plantamos iglesias y compartimos una visión para el ministerio. Guiados por un líder nacional respetado,
nos consideramos ancianos de lo que rápidamente se estaba convirtiendo en una nueva denominación.
Manteníamos un sentido unificado de misión y propósito mientras nos dedicábamos a lo que creíamos que
Dios nos guiaba a hacer.

Una semana, durante una conferencia sobre liderazgo en el oeste de Estados Unidos, varios de nosotros
recibimos una invitación para concurrir a una reunión privada. Nos iban a presentar a los «profetas»,
candidatos a tener un gran impacto sobre el futuro de nuestro movimiento. Dado que ya estábamos
entusiasmados sobre el uso de los dones espirituales para mejorar la vida de la iglesia contemporánea,
nuestra curiosidad nos movió a aceptar la invitación a esta reunión tan importante. Entramos a la sala, nos
instalamos en nuestros asientos y nos preparamos para ver qué tenía el Señor para nosotros.

Los profetas nos informaron que, en los últimos días, el Señor estaba restaurando en la iglesia el ministerio
constituido por: apóstoles, profetas, pastores, maestros y evangelistas. Se nos desafió a aceptar la llegada
de apóstoles y profetas, dado que la iglesia de hoy ya contaba con numerosos maestros, pastores y
evangelistas. Esta llegada conduciría al avivamiento final y más grande del mundo.

Los profetas nos revelaron que nosotros habíamos sido escogidos como las personas y el movimiento que
conduciría a los cristianos a la última muestra de poder en los últimos días. Se nos informó que uno de tales
profetas había sido comisionado por Dios para encontrar el liderazgo y el ministerio apostólico que, junto
con el profético, proporcionaría la base para este nuevo impulso de unción en los últimos tiempos. Dios le
había revelado al "profeta" que él y nuestra denominación eran los escogidos.

Todo sonaba embriagador. Después de luchar con las obligaciones cotidianas del ministerio y nuestros
temores de incapacidad, esto era exactamente lo que queríamos escuchar. Que se nos dijera que nuestras
luchas y nuestros sacrificios nos habían hecho especiales a los ojos de Dios era reconfortante. Nos asimos
de la promesa de que cosas espectaculares seguirían al inicio de este nuevo paso de Dios.

Escuchamos con atención los halagos de nuestros nuevos amigos, los profetas. Nuestro escepticismo
apenas asomó por encima de la superficie de nuestra conciencia y luego desapareció por completo en la
reunión, cuando uno de ellos nos individualizó y procedió a revelar en detalle los secretos de nuestras vidas.
Ahora ellos realmente tenían nuestra atención. ¿Cómo podían no ser de Dios? Una después de la otra,
estas "palabras del Señor" tan certeras parecían ser la confirmación perfecta de todo lo que proponían.
Quedamos completamente convencidos de la validez de esta unción profética. ¿De qué otra manera
hubiéramos podido explicar su habilidad de "ver" nuestra niñez e historia personal mediante sus dones de
profecía?

Regresamos a nuestras iglesias locales con las mentes bien abiertas a esta nueva etapa en el crecimiento
de nuestro movimiento. Durante los meses que siguieron, muchos de nosotros recibimos una plétora de
"profecías personales" prediciendo nuestros futuros roles, puestos y triunfos en el nuevo movimiento de
Dios. Había palabras de profecía para nuestros ministerios, para sus ubicaciones y crecimiento, profecías
acerca de la gran "restauración" venidera y nuestro importante papel en ella. Algunos "videntes" dirigían a la
gente con regularidad a su «lugar de unción». Los receptores de tal consejo preparaban inmediatamente
sus maletas y se marchaban en fe, confiados en que las predicciones de triunfo en el ministerio se harían
realidad. Los profetas comenzaron a llamar por teléfono a los pastores comunicándoles palabras
provenientes directamente de Dios, que indicaban cambios de personal y ajustes en políticas y prácticas de
la iglesia. Ungieron a individuos para ministerios de sanidad y realizaron unciones apostólicas. Luego, en
lugar de esperar que los profetas llamaran, los pastores comenzaron a llamar a los profetas para pedirles
predicciones, instrucciones y consejos.
Se les prometió a los músicos y los laicos de la iglesia tener el nivel de estrellas si permanecían fieles al
plano profético que se abría ante nuestro movimiento.

No obstante, algunos de los líderes comenzaron a manifestar preocupación e inquietud. Habían visto a
varias personas desarraigar a sus familias y viajar grandes distancias a la "tierra de su unción", fracasar y
luego culpar a Dios. Pastores adjuntos y otros líderes eran erróneamente despedidos, acusados y
condenados por un sueño o una profecía que los culpaba de algún crimen espiritual. La fe como "azar" se
hizo pronto más popular que seguir la clara voz de Dios en las Escrituras.

Algunos pastores comenzaron a expresar su preocupación en reuniones de la junta. Si bien estábamos


intranquilos, acordamos nerviosamente que los dones espirituales no siempre operan en los seres humanos
de manera perfecta. Pensamos que podríamos resolver el problema aplicando una de las filosofías más
atractivas del movimiento: «No hay que podar el arbusto hasta que haya tenido oportunidad de crecer», lo
que significa: "Esperemos y veamos que sale de esto". Pusimos de lado nuestras tijeras de podar y los
profetas continuaron obrando con impunidad.

Después de sólo un par de años, los profetas parecían estar hablando a casi toda la congregación sobre
casi cualquier cosa. Cientos de miembros de la Viña recibieron el "don" de profecía y comenzaron a ponerlo
en práctica, tanto entre los líderes como con los feligreses. La gente comenzó a llevar pequeños anotadores
repletos de predicciones que les habían dado los profetas y videntes. Acudían en masa a las conferencias
sobre profecía que comenzaron a surgir por todas partes. Este grupo se movía con la esperanza de ser
escogido para recibir más profecías que agregar a sus diarios.

Aquellos en quienes se identificaban ministerios de sanidad daban cursos sobre fórmulas y métodos para
hacer oraciones de sanidad, tales como encontrar "puntos álgidos" en el cuerpo. La interpretación del
significado de las sensaciones físicas o "sacudidas" en las personas por quienes se oraba se convirtió en
una parte necesaria del "entrenamiento" para la sanidad.

Los sueños y sus interpretaciones pronto pasaron a ocupar el primer plano, a medida que las conferencias
sobre profecía alentaban a sus devotos a tener lápiz y papel en sus mesas de noche para apuntar cada
sueño cuando éste ocurría, interpretarlo y encontrar el mensaje de Dios que contenía. La gente vivía al
borde de sus asientos, esperando el cumplimiento de las promesas grandiosas de las profecías. La mayoría
esperó en vano.

No mucho tiempo después de que la "profecía del día" se convirtiera en la fuente principal de dirección, una
larga hilera de creyentes devastados comenzó a formarse afuera de nuestras oficinas de aconsejamiento
pastoral. Los jóvenes a quienes se les había prometido el éxito y el estrellato estaban recogiendo los
pedazos de sus esperanzas rotas, porque Dios aparentemente había cambiado de opinión. Los líderes eran
acosados por miembros furiosos que habían recibido profecías acerca de los grandes ministerios que
podrían tener, pero que habían sido frustrados por los líderes de la iglesia local, quienes no reconocían sus
«nuevas unciones».

Después de una dieta constante de profecías, la gente se estaba transformando rápidamente en


analfabetos bíblicos, escogiendo un estilo de vida cristiana dependiente en lugar de estudiar la Palabra de
Dios. Muchos vivían de una "solución" profética a la siguiente, siempre en peligro de perder la esperanza
porque la voz de Dios era muy específica en su pronunciamiento pero elusiva en su cumplimiento. Tener el
número de teléfono de un profeta era como tener una mina de guía preciosa. Los anotadores reemplazaron
a las Biblias como material de lectura preferido durante los servicios de la iglesia.

Algunos comenzaron a imitar los síntomas de temblores y palpitaciones, que les habían dicho eran las
señales de que el Espíritu Santo se posaba sobre ellos. Esperaban que el equipo ministerial las reconocería
y correría a su lado, elevando las manos y orando: «¡Más, Señor!» Temblores, risa, llanto y movimientos de
los ojos aseguraban que el feligrés atraería la atención inmediata de los líderes y de sus semejantes.

Un conferencista, al dirigirse a 8.000 personas, desalentó el uso de libros de referencia, comentarios y


herramientas lingüísticas para la preparación de los sermones. En vez de ello, exhortó a los pastores a
determinar sus mensajes dominicales escuchando las profecías durante largas caminatas con el Señor.
Algo estaba tornándose peligrosamente malo en el movimiento.

Uno de los miembros de la junta de mi propia iglesia se negó a tomar cualquier decisión hasta que sus
manos se «calentaran», indicando que su elección era sabia. Definitivamente, síntomas perturbadores
estaban comenzando a manifestarse en mi propia congregación.

En mi jurisdicción denominacional las iglesias comenzaron a reducirse, debido a que el evangelismo había
sido reemplazado por el misticismo. La gente comenzó a quejarse de que la concurrencia a la iglesia caía
en forma significativa durante los períodos de las fiestas, debido a que los feligreses se sentían
avergonzados de traer a sus familiares a visitar un ambiente tan extraño. Algo malo le estaba sucediendo a
la congregación que habíamos plantado quince años atrás y comenzaba a darme cuenta de que era mi
culpa. El "arbusto" estaba obviamente creciendo en forma incontrolada. Había alcanzado el punto más bajo
en mi ministerio y estaba frente a frente con el fracaso.

Uno de mis primeros mentores pastorales me había enseñado: "Cuando no estés seguro de lo que Dios
está diciendo, vuelve a lo que Dios ya ha dicho". La Biblia. ¡Qué concepto! Me había cansado de estudiar
avivamientos del pasado, movimientos e historias de la iglesia, tratando vanamente de encontrar
justificación para lo que estaba sucediendo en mi propia congregación. Parecía que, como pastor, había
renunciado a lo que sabía con seguridad a cambio de lo que nunca podría saber con seguridad. Era tiempo
de buscar la Palabra y volver a lo básico.

Después de años de capacitación pastoral, enseñanza y predicación, sabía que los cambios extraños que
se habían producido en el seno de nuestra iglesia necesitaban evaluación y corrección bíblica si nuestro
rebaño iba a sobrevivir. Se suponía que yo era el pastor, pero me había convertido en seguidor. Mi pasto
corría el peligro de convertirse en desierto.

La mayoría de los pastores que conozco tienen ataques de inseguridad o de ansiedad al predicar, y
períodos en que se sienten inseguros de que hayan tomado las decisiones correctas en el ministerio. Aun
cuando la mayoría piensa que estos ataques de inseguridad emocional son poco comunes, ocurren cada
semana del año, entre domingos. Sin embargo, uno de los mayores temores de un pastor debería ser la
falta de diligencia en mantener a los lobos fuera del rebaño. La puerta de entrada más eficaz para cualquier
enseñanza "nueva" es el pastor.

Recuerdo bien la primera vez que me hice a un lado y permití que ingresaran enseñanzas falsas a mi
iglesia. Se me informó que habíamos "apagado al Espíritu Santo por mucho tiempo" y que ahora "era
tiempo de devolver la iglesia al Espíritu Santo". Se me dijo que la penitencia por el delito eclesiástico de
"apagar al Espíritu" era incluir un tiempo de «todo vale» durante cada reunión. Se debía poner de lado el
orden e invitar al caos con oraciones tales como "¡Ven, Espíritu Santo!" Esta orden a la Deidad era
típicamente seguida por un largo período de espera para ver qué haría el Espíritu Santo. Una creciente
sensación de anticipación aumentaba, mientras esperábamos que aparecieran las "manifestaciones". Si
había algo de ansiedad, ésta se disipaba mediante una aplicación libre de Mateo 7:9-11: "¿Qué hombre hay
de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?"

Todo esto pareció muy reconfortante en su momento, pero siempre me pregunté cuán lejos se extendía el
mágico "escudo contra Satán": ¿tenía un perímetro de 100 metros? ¿medio metro? ¿había un tiempo límite,
tal como la medianoche, por ejemplo, antes de que los mensajeros de Satanás pudieran nuevamente
retomar sus ataques regulares? ¿por cuánto tiempo la "criptonita" de pan y pescado excluiría la duplicación
psíquica de la "voz" de Dios?

Algunos de nosotros éramos candidatos para este tipo de manipulación. Mis sentimientos de culpa eran
evocados por sugerencias de que había ejercido demasiado liderazgo y control en la iglesia. Todos los
demás líderes confesaron sus pecados de control y se desligaron de él, por lo que yo también lo hice.

A pesar del hecho de que las Escrituras no defienden en ninguna parte esta mala interpretación del capítulo
siete de Mateo, y en realidad manda poner orden en la iglesia (1 Co. 14:17-19), el caos reinó en la mía
porque llegué a creer que necesitaba ceder mi derecho para mantener el orden. Casi dejé de lado mi
compromiso de presentar un mensaje claro del evangelio a los no creyentes que visitaban la iglesia y, en
cambio, permití que reinara la subjetividad sobre el razonamiento de las Escrituras. Necesitaba arrepentirme
y convertirme nuevamente en un verdadero pastor.

Mientras mi esposa y yo nos preparábamos para concurrir a lo que sería nuestra última reunión de
directores de la junta de nuestra denominación, practicamos lo que diríamos: cómo necesitábamos eliminar
el remolino de subjetividad que había ingresado en nuestra iglesia, volver a los principios básicos del
evangelismo y discipulado cristiano, y restaurar el estudio bíblico en las vidas cotidianas de nuestros
miembros.

No queríamos causar problemas. Habíamos entablado amistades profundas con estas personas, las
amábamos y las considerábamos una parte importante de nuestras vidas, pero no podíamos seguir
permaneciendo silenciosos en cuanto a la verdad.

Durante la serie de reuniones, surgieron diversas preocupaciones de liderazgo sobre el efecto que las
influencias "proféticas" tenían sobre el centro de nuestra teología. Algunos de los líderes que se atrevieron a
revelar sus dudas fueron rápidamente amonestados por el "profeta". Aquel, "cuyas palabras nunca caen en
tierra", había escuchado nuestras conversaciones en forma sobrenatural y nos reportaría al líder nacional
para que tomara acción disciplinaria. Puesto que "nuestro hermano mayor" nos estaba observando, se nos
prohibió discutir estos temas con otros miembros de la junta.

Otros directores comenzaron a compartir "palabras" que Dios les había hablado en cuanto a la dirección de
nuestro movimiento. Un director afirmó que Dios le había dicho que la iglesia pura era la iglesia celular y
que debíamos abandonar por completo la enseñanza pública de la Biblia y el evangelismo, y dedicarnos a
reuniones de grupos pequeños. Algunos presentaron la postura de que el verdadero evangelismo tiene
lugar con "señales y maravillas", donde la gente es atraída al reino de Dios mediante "demostraciones" de
poder. Otros menospreciaron la idea de cruzadas evangelísticas. Varios apoyaron el ministerio de los
profetas; otros presentaron evidencia relacionada con los engaños y las manipulaciones usadas a menudo
por éstos en sus reuniones.

Finalmente, después de una semana de debates a veces acalorados, oración y reuniones, todo se resumió
con el sueño que alguien compartió la última noche. El sueño, que se relató como si proviniera de Dios
mismo, nos instaba a no hacer nada, no tomar ninguna decisión, sino "esperar y ver".

Regresé frustrado a mi propia iglesia. Acababa de ser testigo de cómo amigos íntimos, colaboradores en
Cristo, líderes cristianos legítimos, habían sido "arrastrados por todo viento de doctrina". Nuestro ministerio
corporativo pareció una prueba de laboratorio que había salido mal. La adopción de la subjetividad como
fuente principal de guía nos había reducido a una ineptitud total como pastores y líderes. ¿Qué había
sucedido? ¿Por qué estos hombres y mujeres cristianos "oían»"

Supe que era el momento de comenzar el proceso de llevar a lo básico a la iglesia que Dios me había dado
para pastorear. En ese instante, la verdad se tornó más importante que las relaciones.

Mi esposa y yo hablamos con el resto de nuestra congregación. Sabíamos que si ellos se comprometían a
volver a los principios básicos de la práctica cristiana, la Palabra de Dios garantizaba que el Señor obraría
con más poder y en forma más legítima que nunca antes en nuestras vidas. La congregación estuvo de
acuerdo.

Volví a enseñar la Biblia de la manera más básica que pude, versículo por versículo. Cuando anuncié que
íbamos a estudiar el evangelio de Juan durante la mayor parte del año, la respuesta de algunos fue: «¿Por
qué el libro de Juan? Lo leí cuando recién me convertí». Otros se horrorizaron de que desalentara los
temblores y las sacudidas «en el Espíritu». Lo que había sido una iglesia de 4.400 miembros se redujo, a
medida que las personas se alejaban para unirse al movimiento de la «risa santa». El correo negativo que
recibí creció en grandes proporciones. Hasta el líder del movimiento me denunció públicamente, prediciendo
que Dios me mataría por mi "pecado".

Dios fue fiel a su palabra en medio de la tormenta que nuestra congregación soportó durante lo que luego
llamamos «el año de las calumnias». En unos pocos meses, varios cientos de personas alcanzaron un
conocimiento salvador de Cristo. Los bautismos aumentaron, simplemente porque había nuevos conversos.
Las vidas de las personas fueron cambiando en forma radical y la iglesia se tornó saludable nuevamente. La
concurrencia aumentó casi del día a la noche. En el curso de un año, agregamos un tercer culto a nuestro
programa dominical. Actualmente, nuestra congregación supera los 6.000 y nuestras luchas son con
cuestiones ordinarias y normales de la vida cristiana. Todo esto gracias a que volvimos a los principios
básicos. Es realmente así de simple (ver He. 4:12, 13; 2 R. 22:8-13; Jr. 15:16).

En los días del apóstol Pablo, los falsos profetas, herejes y legalistas que se resistían a su ministerio
necesitaron poner considerable esfuerzo para inyectar el opio de las falsas doctrinas en la iglesia. Viajes
largos a caballo o a pie, el calor, el polvo, meses lejos del hogar, métodos dolorosamente lentos de copiar
documentos, todo contribuyó a dificultar la diseminación de doctrinas falsas.

No es así hoy: las maravillas del mundo moderno hacen que la diseminación de doctrinas falsas sea
engañosamente completa y rápida. La urgencia de la corrección bíblica nunca ha sido más apremiante que
ahora. En 1517, un gran contingente de la iglesia cayó en el engaño de un monje carnal llamado Johann
Tetzel, quien persuadió a los creyentes a comprar indulgencias para garantizar el escape del purgatorio.
Martín Lutero clavó furioso sus noventa y cinco tesis de disputa sobre la puerta de Wittenberg, desafiando la
venta de la salvación mediante la explotación de las inseguridades espirituales y el analfabetismo de la
gente. Tal vez hayamos vuelto a tal edad oscura con la sublevación de un avivamiento falso.

Yo lo sé, he pasado por ello y he salido a la luz, gracias a Dios.

Sólo en la medida en que la iglesia experimente la reforma verdadera vivirá un avivamiento verdadero.
Tom Stipe es pastor de la Iglesia Crossroads de Denver, Colorado. Este artículo fue tomado del pre facio del
libro Counterfeit Revival de Hank Hanegraaff. Usado con permiso.

Hecho para influenciar su mundo por Luis Palau

El mensaje de este artículo está dirigido no solamente a pastores y líderes sino también a cada creyente. Es
imperioso señalar que a pesar de nuestras debilidades o falta de preparación académica o posición social, cada
creyente puede ejercer influencia en su mundo para la gloria de Dios. Con la autoridad de la Escritura, el autor
garantiza que Dios es más que capaz y está más que dispuesto a concedernos el poder para llegar a ser personas de
tremenda influencia en nuestro mundo para gloria de su nombre.

Hace más de 50 años que no veo al hombre que más influencia ejerció en mi vida. Mi padre murió cuando
yo tenía 10 años pero el ejemplo de su amor ferviente hacia Dios y su sincera preocupación por los demás
quedó conmigo desde entonces. Aún durante mi adolescencia, cuando fui tentado a alejarme del Señor, no
pude permitirme deshonrar a mi padre y todo lo que él representaba. A los 17 años, después de cuatro años
tormentosos de estar dividido entre dos mundos, por fin me comprometí totalmente con Dios.

Al igual que mi papá, quería convertirme en un hombre de integridad, un hombre de influencia que trajera
bendición a mi mundo para la gloria de Dios. Y a pesar de mis imperfecciones, el Señor me ha usado para
instar a muchos para reconciliarse con Él. El mensaje de este artículo está dirigido no solamente a nosotros
como pastores y líderes sino también a cada creyente. Es imperioso que les compartamos que a pesar de
sus debilidades o falta de preparación académica o posición social, ellos pueden ejercer influencia en su
mundo para la gloria de Dios.

Con la autoridad de la Escritura, le garantizo que Dios es más que capaz y está más que dispuesto a
concedernos el poder para llegar a ser personas de tremenda influencia en nuestro mundo para gloria de su
nombre.

El Gran Mandamiento

Dios promete darnos ese amor que transforma vidas. "Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con
toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas", y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mr.
12:30-31).

Al fin y al cabo, el cumplimiento de la ley de Dios es una cuestión de amor (Gá. 5:14). La más grande de las
virtudes cristianas es amor (1 Co. 13). El fruto del Espíritu se resume en una palabra: amor (Gá. 5:22). La
esencia del carácter de Dios es el amor (1 Jn. 4:8,16). Por sobre todas las cosas, se nos ordena: «Vestíos
de amor» (Col. 3:14).

Sin embargo, por naturaleza, la mayoría de nosotros somos desamorados y francamente, a menudo difíciles
de amar. Sólo cuando experimentamos el amor de Dios y le correspondemos amándolo, podemos
verdaderamente amar a otros sin importar su posición social, su personalidad o sus creencias. Esto es lo
que le importa a Dios: ¿Estamos dispuestos a permitir que su amor transforme nuestras vidas y nuestras
relaciones? Si consideramos seriamente obedecer el gran mandamiento, automáticamente diremos que sí a
la voluntad de Dios, y no a los vicios del mundo, de la carne y del diablo.

Como cristianos, la elección es nuestra:

No podemos amar a Dios y odiar a nuestro prójimo.


No podemos amar a Dios e ignorar a nuestro cónyuge.
No podemos amar a Dios y amargar a nuestros hijos.
No podemos amar a Dios y rechazar a los que están en autoridad sobre nosotros.
No podemos amar a Dios y no preocuparnos por nuestros compañeros de trabajo.
No podemos amar a Dios y ser indiferentes a la gente de este mundo.

Muy por el contrario, si amamos a Dios:

Amaremos a nuestro prójimo, creado a la imagen de Dios.


Amaremos a nuestras esposas con amor sacrificial o por el poder de Dios, nos someteremos y
respetaremos a nuestros esposos.
Instruiremos a nuestros hijos en el temor y la amonestación del Señor.
Honraremos a los que están en autoridad sobre nosotros.
Nos preocuparemos por nuestros compañeros de trabajo.
Ayudaremos a ganar a la gente de este mundo para Cristo.

La Gran Comisión

Dios también promete darnos a usted y a mí el poder del evangelio que transforma vidas: "Toda potestad
(poder, autoridad) me es dada en el cielo y en la tierra, por tanto, id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden
todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"
(Mt. 28:18-20). Esa es su gran comisión para nosotros hoy en día. Debido a que El mora en nosotros,
tenemos el poder para proclamar su evangelio en nuestros hogares, a nuestros parientes y a nuestros
amigos para que ellos crean, se arrepientan y sean salvos. Los evangelios nos dicen que Cristo vino "a
buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lc. 19:10).

Es loable y necesario analizar lo que está mal en nuestro país. Es encomiable enseñar cómo vivir
correctamente en este mundo confuso. Pero a menos que comuniquemos el evangelio de Jesucristo que
cambia vidas y llamemos a las personas a que se conviertan, no haríamos más que reorganizar los
problemas.

Tanto las escrituras como la historia confirman esta verdad: sin una conversión, es imposible cambiar una
comunidad o una nación para bien. ¡Quiera Dios darnos a usted y a mí una pasión por aquellos que todavía
tienen que entregar sus vidas a Jesucristo y experimentar el poder transformador de su evangelio!

AME A SU CÓNYUGE INCONVERSO PARA TRAERLO A JESÚS

La mayoría de los lectores de Apuntes Pastorales son pastores y líderes de iglesias. Sin embargo, hemos
encontrado a más de un pastor que no estaba seguro si su esposa conocía al Señor, y a esposas de líderes
de la iglesia que no estaban convencidas de que sus esposos eran de Cristo. Pablo nos anima como
hombres a que amemos a nuestras esposas "así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por
ella, para santificarla…" (Ef. 5:25-26). Pedro, en cambio se dirige a las mujeres: "Asimismo vosotras
mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen a la palabra sean ganados
sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa" (1 P. 3:1-
2).

AME A SUS HIJOS PRÓDIGOS PARA TRAERLOS A CRISTO

¿Todavía sus hijos no han venido al Señor? Si es así, no se desanime. Ámelos con todo su corazón para
traerlos al Salvador, no importa cuánto tiempo tome.

No hay mayor gozo que ver al hijo pródigo volver al hogar. Andrés es el tercero de mis cuatro hijos, nacido
en Cali, Colombia, en 1966. Después de graduarse de la universidad, Andrés se mudó a 4.000 kilómetros
de casa, donde comenzó a subir por la escalera del éxito profesional. Pero lo que atribulaba mi corazón no
era la distancia del hogar, era su alejamiento del Señor.

Al igual que nuestros otros hijos, Andrés había orado para invitar a Jesús a entrar en su corazón cuando era
niño. Sin embargo, desde la secundaria, había comenzado a mostrar poco interés en la Biblia y en la iglesia.
Andrés seguía un estilo de vida secular con valores seculares.

Por doloroso que fuera, Patricia y yo tuvimos que aceptar lo que habíamos aconsejado a otros padres.
Aunque Andrés había sido criado en la escuela dominical, había memorizado versículos bíblicos, era
bautizado, podía hablar la jerga evangélica, e incluso respetaba y defendía el evangelio como verdad, todo
eso no significaba que fuera verdaderamente convertido. La conversión es esencial para todos, ya sea que
hayamos nacido en una familia inconversa o en una familia que busca honrar a Dios.

Patricia siempre habla sin rodeos: "Si tu hijo llega a la adolescencia y no sigue a Cristo de manera
espontánea, tal vez no sea creyente". Jesús dijo que la prueba está en el fruto (Mt. 7:20). Andrés era muy
respetuoso con nosotros, siempre cortés y amable, un buen hijo que nunca blasfemó el evangelio. Pero su
vida negaba la experiencia personal de la conversión con el Señor Jesucristo.

Muy a menudo, durante nuestras cruzadas evangelizadoras yo oraba: "Señor, que muchos vengan adelante
y confiesen a Cristo", pensaba en ese mismo momento: "No hay mayor gozo que éste… Pero, ¿y qué de
Andrés? ¿Cómo puede mi gozo ser completo mientras él no se pare aquí como una persona que camina
con Jesús?"
Siempre había un elemento de tristeza en mi vida y me di cuenta de que si mi corazón llevaba este peso, el
corazón de Dios estaba muchísimo más triste, porque su amor es mucho más abnegado y puro.

La rebelión de Andrés fue una lección dolorosa. Debido a que uno de mis hijos, por el que me había
esforzado al máximo para llevarlo a los caminos de Señor, se resistía a la conversión, no podía hacer otra
cosa que aferrarme a la promesa de Dios para Israel: "Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se
multiplicará la paz de tus hijos" (Is. 54:13). Ese versículo fue muchas veces mi oración para todos mis hijos
a lo largo de los años.

Tres años atrás, Patricia y yo invitamos a Andrés a ir con nosotros a Jamaica para una cruzada. Allí él
conoció a su futuro suegro y a su familia. El compromiso de ellos con Jesús convenció a Andrés de su
rebeldía perjudicial y lo llevó a lo que él llama "un serio arrepentimiento".

Mi gozo es que ahora sabemos que el Espíritu Santo vive en él, y a Dios sea toda la gloria por ello. Andrés
es nacido de Dios y lleva el fruto de ser su hijo, siendo conformado a la imagen del Señor Jesucristo. Su
entusiasmo por las cosas de Dios es una de las alegrías más grandes de mi corazón.

Por supuesto, todo hijo en una familia cristiana hace sus propias elecciones. Por eso es tan difícil amar a
ese hijo pródigo. Pero si alguno de sus hijos todavía no conoce a Jesús, por favor, no se desanime, ore por
él y ámelo para traerlo al Señor.

AME A SUS PADRES Y A OTROS PARIENTES PARA TRAERLOS A CRISTO

¿Son sus padres y otros parientes parte de la familia de Dios? ¿O siguen sin conocer su gracia y su
misericordia? Si es así, pídale a Dios que acerque a sus vidas otros cristianos y haga todo lo posible para
mostrar su amor y preocupación.

Roberto, un amigo mío, sentía una carga tremenda por el destino eterno de su padre, de 70 años de edad.
"Luis, ¿qué voy a hacer?", me preguntó. "Apenas si lo veo. Vive a más de 3000 kilómetros de acá. Pero que
yo sepa, nunca le ha entregado su vida al Salvador".

Un tiempo después llamé a Roberto. "¿Cómo anda tu papá?", le pregunté. "Acabo de ser invitado a predicar
en la ciudad donde vive". Aunque tenía otros compromisos, Roberto hizo planes inmediatamente para viajar
en avión al este, invitar a su papá a cenar y llevarlo a la cruzada donde yo predicaba.

Después de la reunión Roberto y su papá se reunieron conmigo en un restaurante. Le pregunté al papá de


Roberto: "¿Le ha entregado su vida a Jesús?"

Él dijo que sí.

"¿Cuándo lo hizo?"

"Esta misma noche", contestó.

Lo abracé y le dije: "Bueno, bienvenido a la familia de Dios".

De hecho, Roberto hizo todos los preparativos. Lo único que hice yo fue tener el privilegio de proclamar las
buenas nuevas de Dios en un lugar donde su padre pudiera escuchar su mensaje, ser tocado por el Espíritu
Santo, y entregar su vida a Jesucristo.

AME A SUS VECINOS PARA TRAERLOS A CRISTO

Nosotros, los obreros cristianos muchas veces perdemos contacto con el mundo. Por tal motivo, es
imperioso hacer un esfuerzo extra para conocer a nuestros vecinos y otros inconversos y así poder
participar en la gran comisión.

Una vez fui vecino de un personaje de la televisión. Conversábamos de vez en cuando y él mencionó que
ocasionalmente escuchaba mi programa radial. Sin embargo, no le presenté el evangelio. Él parece
completamente inmune a los problemas de la vida, pensé. Era un hombre mundano, que se daba «la buena
vida». No parecía preocuparse de los valores espirituales en absoluto.

Eventualmente este vecino se casó y parecía que todo le seguía yendo muy bien. Sin embargo, cambió de
repente. Parecía que el gozo había abandonado su rostro. Pude darme cuenta de que tenía dificultades en
su matrimonio, y sentí la necesidad de hablar con él, pero aun así no quería entrometerme en su vida.
Continué con mis asuntos y partí para una cruzada en el Perú.

Cuando volvía a casa, me enteré de que mi vecino se había suicidado. Quedé destrozado. Sabía que debía
haberle hablado acerca del amor de Jesús. Soy un evangelista pero desperdicié una oportunidad para
testificar.

Aunque mi vecino parecía despreocupado, su alma estaba herida. Necesitaba las buenas nuevas de
salvación en Jesucristo. Dios mediante, nunca jamás dejare escapar otra oportunidad de compartir el poder
transformador de Cristo Jesús.

AME A SUS AMIGOS PARA TRAERLOS A CRISTO

¿A quién conoce usted que todavía necesite a Jesús? No dé por sentado que una persona ha entregado su
vida a Jesucristo sólo porque va a la iglesia. Nunca pierda la esperanza, si algunos de sus antiguos amigos
han rechazado a Jesús toda su vida.

Berto, presidente del comité de finanzas de una última cruzada, tenía una larga lista de personas por las
que estaba orando, pero tenía los nombres de tres hombres a la cabeza de su lista. Todos ellos habían
conocido a Berto durante los últimos 15 a 25 años pero siempre habían postergado la decisión de rendirse
al Señor. Finalmente, durante la cruzada, dos de sus tres amigos cercanos aceptaron al Señor. Unos
cuantos días antes, el otro amigo también le había dado su vida a Cristo, en su propio hogar, cuando Berto
fue a visitarlo.

"Muchos otros amigos entregaron sus vidas a Cristo durante la cruzada, algunos los traje yo, y otros me lo
dijeron algunas semanas después", dijo Berto. "¡Pero es tan lindo saber con certeza que mis tres mejores
amigos por fin son creyentes".

NUNCA SE DÉ POR VENCIDO

Otro hombre que conozco, Miguel, tomó el curso de Consejero y Hermano Mayor de nuestra asociación
evangelizadora y se dio cuenta de qué forma el Señor podía usarlo entre sus amigos para ganarlos para
Cristo. Miguel sentía una carga especial por un compañero de trabajo llamado Chilo, un hombre tosco y
desagradable.

Miguel comenzó a tomar café con Chilo, quien le aclaró que no necesitaba ni a Dios ni a nadie. Esto siguió
así por un tiempo hasta el día en que se llevaron a Chilo del trabajo en una camilla al hospital más cercano.
Los doctores descubrieron que su corazón había duplicado su tamaño, y que otros órganos vitales estaban
dejando de funcionar. Le dieron menos de un año de vida.

Tan pronto como Chilo salió del hospital, Miguel fue a verlo y le compartió los pasos del plan de salvación.
"Él estaba de acuerdo con todo lo que le dije", Miguel me contó luego, "incluso le expliqué la oración de
entrega". Pero Chilo postergó la decisión, así que Miguel le volvió a explicar los puntos básicos del
evangelio. Chilo seguía diciendo: "No, gracias". Sin embargo, cuando Miguel se levantó para irse, Chilo le
dijo: "Espera, cuéntamelo de nuevo", y unos minutos después, le entregó su vida a Jesús.

Desde entonces, Chilo asiste a la iglesia de Miguel y se ha convertido en un fiel testigo del Señor. "Él es un
verdadero aliento para los creyentes en el trabajo y también para los inconversos», dice Miguel. «Ellos
preguntan: "¿Qué le ha pasado a Chilo? Está tan feliz. ¿Acaso no sabe que le queda menos de un año de
vida?"

UNA PALABRA DE ADVERTENCIA

Necesitaremos tener presente que a menudo el tiempo de Dios es diferente del nuestro. Los problemas de
nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra ciudad y de nuestra nación no surgen de repente. Son el
resultado de años, décadas, incluso siglos de pecado y desobediencia. No podemos cambiar todo de la
noche a la mañana, hay un tiempo y un lugar para todo. No nos adelantemos al Señor.

Consideremos el gran avivamiento iniciado por John Wesley. Una ola masiva de conversiones
transformaron a Inglaterra totalmente. Incluso los peores vicios sociales de esa nación fueron
desarraigados. Sin embargo, eso no sucedió de la noche a la mañana. Ni todo ocurrió durante la vida de
Wesley. La esclavitud fue abolida recién unos años después de su muerte. Pero aun los historiadores
seculares admiten que la influencia de Wesley en el político cristiano William Wilberforce fue lo que
finalmente ganó esa batalla.
Muy a menudo subestimamos lo que Dios puede hacer en cinco años o diez o aun quince. Que nunca nos
preocupemos tanto por las altas y las bajas del momento, que no perdamos de vista el plan y el propósito
general de Dios para nuestra propia generación, y para las generaciones venideras.

"Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Ap 2.10). Corramos el riesgo de vivir totalmente
para Dios y dejemos el resultado en sus manos. AP

Tomado del libro: «Sigue hasta la meta», de editorial UNILIT. Usado con permiso, Apuntes
Pastorales. Volumen XIV – número 2.

Más que hablar, hay que hacer por Enrique Zapata

Dios quiere salvar pecadores, pero ha escogido trabajar a través de nosotros, que constituimos la traba más grande
para el evangelismo. Al contemplar nuestra realidad me gustaría sugerir algunos conceptos.

El problema número uno por el cual no ganamos personas para Cristo es que la mayoría de las
iglesias y las personas no evangelizan. No es tanto la falta de estrategia, espiritualidad o metodología; es
que no se hace nada en forma regular. Dios convierte a las personas en pescadores de hombres si están
dispuestas a seguirle a El en la pesca. Dios quiere salvar, nosotros somos los que no cooperamos:

Las iglesias y las personas que sí están evangelizando ganan personas para el Señor. Usan diferentes
variedades de métodos y algunos incluso no utilizan ninguno; sin embargo, llevan a las personas a
Jesucristo. Hace poco estuve con un grupo de pastores que estaban muy preocupados porque sus iglesias
se habían estancado. Al preguntarles que hacían antes cuando estaban creciendo todos compartieron sus
esfuerzos para alcanzar a los perdidos. Cuando les dije si hacían lo mismo hoy o algo diferente, todos
admitieron que no estaban haciendo nada. El que no planta, dificilmente cosecha, y el que no sale a pescar,
no traerá pescado fresco a casa.

El problema número dos es que concentramos el evangelismo en la iglesia y no en el mundo.


Siempre habrá más pecadores en el mundo que en la iglesia (eso es lo que esperamos'.). Como resultado,
es lógico que el evangelismo fuera de la iglesia tiene probabilidades de llegar a mucha más gente que
dentro de la iglesia. Sin embargo, la mayoría de las iglesias, el poco evangelismo que hacen lo realizan en
la iglesia. ¿Qué pensaríamos de un pescador que únicamente pesca en el acuario de su casa? Pronto se
quedaría sin peces para pescar. De la misma forma ¿no es ridículo que las iglesias concentren su
evangelismo entre sus propias paredes? Cualquier esfuerzo individual o conjunto de evangelizar en forma
positiva en medio del mundo probablemente dará mucho mejores resultados.

El tercer problema es la búsqueda de manifestaciones en vez del desarrollo de la fe. Los resultados
más duraderos generalmente resultan de un evangelismo donde las personas tuvieron oportunidad de
escuchar varias veces y comprender el mensaje de Cristo; cuando no fueran apurados, manipulados, ni
empujados, sino que la decisión fue el resultado de entender verdaderamente su pecado y, en forma
especial, la obra de Jesús. La salvación nunca viene por una oración, una mano levantada o el pasar
adelante, sino por la fe en Jesucristo. Estos elementos pueden ser un expresión de fe, pero en si no son
salvíficos. La salvación es por gracia, por medio de la fe. Sólo cuando ayudamos a la gente a conocer a
Cristo a través de las Escrituras, la lectura, la prédica y la enseñanza, ellos pueden desarrollar una fe
salvadora: "la fe viene por el oír y oír la palabra de Dios". Es un mal habitual y muy dañino buscar las
manifestaciones externas de la fe sin ayudar a la persona a crecer en la misma. Por esta razón, los estudios
bíblicos caseros son uno de los medios más eficaces. El ir entendiendo la Palabra semana tras semana en
un ambiente donde se pueden aclarar preguntas y dudas, como asimismo entender realmente la salvación,
resulta en conversiones profundas.

El cuarto problema es la actitud con la que tratamos a los no creyentes. Hace poco me topé con un
"evangelista" predicando en las calles de San José; parecía que estaba enojado y que servía a un Dios que
también lo estaba. La expresión de su cara era de severidad. Su mensaje decía: "arrepiéntanse antes de
que Dios los castigue". Sin embargo, creo que nuestro Dios odia el pecado pero ama a las personas, y
demostró su amor al enviar al Salvador. Tuve la tentación de decirle: "hermano, la miel caza mas moscas
que el vinagre". No tratemos a los no creyentes como si ellos fueran los malos y nosotros los buenos, sino
como un mendigo diciéndole a otro dónde encontró pan.

Necesitamos reflejar actitudes de gracia, compasión y amor, y poder decir como Jesús: "Ni yo te condeno;
vete y no peques más". Los pecadores encontraron en Jesús una compañía agradable, que notable que nos
los espantemos
El quinto problema es la falta de sabiduría, astucia, amor y sensibilidad al tratar con la persona que
desconoce el evangelio. En vez de ponernos en el lugar de ella, demandamos que entiendan nuestro
vocabulario, costumbres y prácticas. Jesús se hizo hombre y vivió nosotros; Pablo se hizo judío para ganar
a los judíos y gentil para ganar a los gentiles, ¿no tendríamos que aprender de esto? ¿que significa llegar al
joven de hoy'. católico apostólico romano? ¿y qué del típico adulto urbano que realmente es un pagano?
Necesita aprender a amar, a comunicar el mensaje y realmente al corazón y la mente de ellos.

Estoy convencido de que Dios desea salvar a muchas personas. El no está limitado, el evangelio aún es el
de Dios para la salvación de todos los que creen. Necesitamos arrepentimos de estar encerrados en
nuestras iglesias, programas y discusiones sobre evangelismo Con amor, humildad, astucia y diligencia
debemos obedecer al Señor y buscar a los perdidos Aun hay multitudes con necesidad del Salvador.

Persigamos la meta correta de la forma correcta: Formar a Cristo en cada uno por Enrique
Zapata

En una ocasión un piloto de una línea aérea anunció a los pasajeros que estaban perdidos, sin poder encontrar su
destino, pero aseguró que no debían preocuparse pues vuelo iba muy veloz gracias a un fuerte viento a su favor.

Si los líderes de muchas iglesias fueran honestos tendrían que hacer un anuncio similar en su iglesia: "No
sabemos a dónde llegaremos con todo nuestro activismo, pero que somos activos como nunca antes, ni por
un minuto lo ponemos en tela de duda... estamos muy bien." Las gentes de muchas iglesias se sienten muy
contentas porque realizan muchas actividades pero... ¿qué estamos logrando realmente con todo eso?,
¿cuáles son los resultados concretos las personas?, ¿para qué se hace toda esa labor?, ¿es la mejor forma
de hacerla? Estas y otras preguntas requieren de una respuesta honesta a la luz de la vida de Jesús.

Lo trascendental para Jesús en su misión en la tierra fueron las personas. Ellas eran su visión y su
metodología. Su meta era conducirlos hasta la salvación eterna y formarlos a Su propia imagen, con su
particular método de involucrarse personalmente en sus vidas, discipulados para ser como Él y después,
enviarlos a hacer a otros lo que Él hizo con ellos.

El ministerio de Jesús fue sencillo y profundo, mas para algunos no resultó muy eficaz: "No" tuvo resultados
perfectos (tuvo un traidor -Judas-, multitudes que le guían pero demandantes y cambiantes, discípulos que
le abandonaron en su hora las difícil). Sin embargo con todos estos multados "imperfectos", Jesús no
cambió su estrategia. ¿Por qué, entonces, la cambiamos nosotros? Jesús dijo: "Como me envió el Padre,
así también yo os envío."

Todo ministerio debe ser medido por la forma como se involucra con las personas. Un día, cuando iba
camino a su oficina, un ejecutivo de una organización cristiana de servicio social, al ver a un niño mal
nutrido, tuvo conciencia de que estaba trabajando con personas y no con cantidad de kilos distribuidos a los
necesitados. Esta misma conciencia debe despertarse en nuestras iglesias para que los líderes no busquen
números de asistencia y presupuesto sino mujeres, hombres, niños, ancianos con nombres, rostros y
realidades muy particulares. La formación de discípulos nunca debe o puede institucionalizarse a fin de no
perder la esencia del proceso.

Además, recuérdese que la prioridad en la vida de Jesús fue su comunión y obediencia a su Padre; gracias
a esto, pudo concentrar sus energías en relacionarse con personas e interactuar con ellas para darles a
conocer todo lo relacionado con el reino de los cielos y las implicaciones para la vida de ellos. Si se
observan detenidamente los relatos de los evangelios, puede observársele habitando entre las personas y
compartiendo la vida diaria con ellas. Su ministerio se desarrolló en la cotidianidad, en la interacción por
caminar con ellos y fue de esta manera como les manifestó la gracia y la verdad de Dios, porque no sólo se
involucró en la vida de ellos, sino que también permitió que ellos se acercaran lo suficientemente a él como
para conocer Su corazón y así moldear el de ellos (1 Jn 1.1-3). No formó ninguna comisión de relaciones
públicas ni comités de finanzas; tampoco construyó edificios ni creó una organización, ni un seminario. Lo
extraño de nuestros días es que estos medios han reemplazado la interacción personal.

Sin duda es más placentero desarrollar programas y actividades que involucrarnos profundamente con los
demás, pues generalmente nos cuesta lidiar con quienes tienen sus propias ideas, pecaminosidad y
espíritus independientes. Además, cuanto menos nos involucramos en la realidad de sus vidas interiores,
menos problemas tendremos. Un pastor con bastantes años de trabajo en el ministerio me aconsejó en una
ocasión: "Si no desea problemas, no se meta con la gente." Así, resulta más fácil lograr que muchos asistan
a un culto antes que ayudarlos a manifestar la gracia de Dios en su vida diaria. No obstante, Jesús invirtió
su vida en las personas y se involucró en la vida de ellos.

Hoy, la mayoría de iglesias se concentran en formular programas, estrategias, reuniones y actividades que
al final, resultan más importantes que las personas mismas, y no se dan cuenta de que con este método no
llegarán a la meta de moldear a las personas a la semejanza de Cristo. La pertinencia de un programa se
determina cuando este propicia que las personas se involucren, es el resultado de haberse involucrado y
contribuyen a alcanzar la meta.

Al observar a Jesús, es obvio que el proceso de producir discípulos y santos es lento y requiere sobre todo,
perseverancia y paciencia. Día tras día cuando Jesús caminaba con sus discípulos en la realidad de la vida,
los confrontaba con la necesidad de tener valores diferentes y relaciones basadas en el amor y la
misericordia, y los motivaba a ser instrumentos y mensajeros de Dios.

Por tanto, el trabajo diario con personas implica ayudarlas a que Cristo sea formado en ellas, y esto requiere
de perseverancia, paciencia y ante todo, conciencia de que Dios les dio libre albedrío. La perseverancia es
indispensable para seguir trabajando con individuos y la paciencia es básica, para evitar caer en
desesperación y deserción cuando se ven los pocos resultados y la resistencia de los otros a crecer.

De hecho, el proceso es tan complejo y difícil en el sentido humano, que muchas iglesias terminan
sustituyéndolo por opciones humanas y carnales. Unas optan por sistemas legalistas para controlar el
comportamiento, otras escogen espiritualizar la vida cristiana y valorizar las expresiones emotivas como
manifestaciones espirituales trascendentales. Empero, el primer caso nos hace recordar la crítica de Jesús
a los fariseos cuando señalaba que el problema procedía del interior de la persona: "lo que sale de él, eso
es lo que contamina al hombre" y por tanto, para Él las leyes externas no tienen ningún valor al modificar el
interior de otros (Marcos 7) y el segundo asunto resulta en religiosidad sin transformación.

Las personas ya han sufrido suficiente con los legalismos impuestos y con la falsa religiosidad producida
por las expresiones emotivas. Por eso es tiempo de andar en la dirección correcta -la que Jesucristo mismo
tomó- y de perseguir la misma meta que Él: formar a Cristo en cada persona que ministremos.
¡Involucrémonos en la vida de ellos! ¿Dónde están sus "Juanes", sus "Martas" y sus "Pedros"? Ellos, una
vez ya formados y enviados, son la esperanza, estrategia y cumplimiento del deseo de nuestro Dios. En el
tiempo oportuno ellos darán el fruto deseado en el reino eterno de nuestro Padre.

¡Adelante!

Capacitar a los laicos en el ministerio del cuidado pastoral por el Dr. Howard Clinebell

Nuestra tarea es capacitar, inspirar, guiar, entrenar y trabajar junto con los ministros laicos como «maestros de
maestros», «pastores de pastores» y «asesores de asesores».

En las décadas recientes ha habido un descubrimiento dramático de un hecho sorprendente: todos los
cristianos tienen un ministerio por el hecho de ser cristianos, ¡estén o no ordenados! Esta conceptuación les
otorga a los laicos una nueva imagen de sí mismos. Ya no son cristianos de segunda clase que dejan la
tarea espiritual para el pastor. Tienen un ministerio vital y único en el mundo más allá de la iglesia: para con
sus vecinos, sus colegas, su sindicato, sus amigos, sus enemigos, y en especial para con los que no tienen
tantas ventajas, los rechazados y los explotados de su comunidad.

La vitalidad del ministerio del laicado puede estar alcanzando un nivel que no ha existido desde las primeras
décadas del movimiento cristiano. Las potencialidades de este desarrollo son casi ilimitadas. Es como una
brisa fresca que sopla a través de la iglesia, despertando a crecientes grupos de hombres, mujeres y
jóvenes laicos para que asuman este excitante ministerio para todas las personas. Este renacimiento laico
se basa en el descubrimiento de la conceptuación de la iglesia de acuerdo con el Nuevo Testamento: el
pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo y la comunión del Espíritu Santo en las cuales cada miembro tiene un
ministerio. La palabra neotestamentaria laos, de la que deriva el término "laicado", ¡Se refiere a todos los
cristianos! El "ministerio de la reconciliación" (que describe 2 Co 5.18) era confiado a toda la iglesia, no a un
ministerio profesional apartado.

¿Cuál es entonces la función del pastorado? Estamos, debido a nuestra capacitación y ordenación,
equipados y designados para funcionar como líderes, capacitadores y especialistas en lo que es el trabajo
de cada cristiano. En lugar de ser bandas unipersonales que tocan cada domingo para congregaciones
pasivas, los pastores deberían ser directores de orquestas, que ayudan a cada persona a realizar su
singular contribución a la sinfonía de las buenas nuevas. La función clave de los clérigos aparece descrita
en Efesios: "a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio" (4.11 y 12). Nuestra tarea es
capacitar, inspirar, guiar, entrenar y trabajar junto con los ministros laicos como "maestros de maestros",
"pastores de pastores" y "asesores de asesores".

Las implicaciones del cuidado y del asesoramiento pastora

¡Las implicaciones del renacimiento del laicado para el cuidado y el asesoramiento pastoral son profundas y
desafiantes! El cuidado pastoral, entendido correctamente, es una función que corresponde a toda la
congregación. La iglesia local debería luchar para ser un organismo sanador, redentor y estimulante del
crecimiento. El objetivo del programa de cuidado pastoral de la iglesia debería ser el desarrollo de un clima
dinámico de preocupación mutua amorosa e iluminada, que leuda gradualmente toda la congregación. La
administración de la iglesia y el programa de pequeños grupos debería orientarse hacia este objetivo. En la
medida en que existe koinonía en una congregación, se da el ministerio mutuo espontáneamente cuando
los miembros individuales buscan brindarse entre sí, en las palabras de Lutero, "como un Cristo a mi
vecino". Cada miembro tiene oportunidades para el cuidado pastoral que son sólo suyas. ¡Sólo en la medida
en que más de nosotros aceptemos este desafío nuestras iglesias podrán cumplir con su misión como
centros de capacitación y de fortaleza para la sanidad y la liberación, para la plenitud y la justicia!

El ministerio de cuidado del laicado es esencialmente un ministerio para personas necesitadas, en la


congregación y en la comunidad. El desafío de la parábola de Jesús sobre el hombre al que robaron y
golpearon al costado del camino a Jericó se dirigía a todas sus seguidores. Los criterios que utiliza en su
descripción para referirse al juicio final tenían que ver con el servicio realizado por amor: "Porque tuve
hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve
desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a mí." (Mt 25.35–36)

A medida que el "pastorado de todos los creyentes" se convierte en una realidad dentro de una
congregación, los laicos escapan de su situación de "espectadores" y comienzan a realizar sus ministerios
personales. Su propio crecimiento espiritual se ve estimulado en la medida en que ponen a trabajar su fe en
el servicio directo. Las necesidades que no han encontrado respuesta y que existen en cada iglesia y
comunidad son tan numerosas y variadas que un pastor que trabaja solo posiblemente no podrá resolver
más que una pequeña fracción. El ministerio de cuidado que ejerce una iglesia para con los solitarios, los
enfermos, los ancianos, los afligidos, los que no pueden salir de sus casas, los extranjeros, los confinados,
los explotados, los oprimidos social y económicamente, puede cuadruplicarse si se involucra totalmente a
los laicos capacitados para realizar esta tarea de cuidado. Cuando los laicos consagrados se convierten en
pastores informales para sus vecinos, sus colegas y los miembros de su iglesia, se convierten en la iglesia,
el cuerpo de Cristo que sirve a los necesitados.

Dos personas que han desarrollado un programa para la capacitación de laicos declaran:

Capacitar a los laicos en el ministerio de cuidado de la iglesia es mucho más que "hacer que un grupo de
gente ayude al pastor en la visitación". Creemos que el cuidado pastoral desarrollado por los laicos
manifiesta la propia naturaleza y el fundamento de la iglesia como una comunidad de cuidado con su
sacerdocio común de todos los creyentes. Provee de un lugar en la vida y en el ministerio de la iglesia para
aquellos que escuchan y creen, y desean poner su fe en práctica de una manera visible y tangible.

La capacitación de los laicos para el cuidado es una de las claves para la revitalización y el crecimiento de
una congregación. Las investigaciones realizadas sobre temas como el crecimiento de la iglesia y su
declinación muestran que un ministerio de cuidado fuerte y amplio es una variable crucial para la sanidad y
el crecimiento de una congregación. Este tipo de ministerio no es posible salvo que los laicos capacitados
estén profundamente involucrados en el cuidado dentro de la congregación y en su comunidad.

La resistencia que tienen muchos pastores a involucrar a los laicos de esta manera debe resolverse o al
menos reducirse antes que se ponga en marcha de manera completa un programa eficaz para el cuidado
por parte de los laicos. Algunos ministros sienten culpa cuando piden a otros realizar tareas de cuidado
pastoral. El "complejo de ser indispensables" hace que compartir este ministerio con el laicado resulte
amenazador. Algunos pastores permiten que se les recargue tanto con las demandas y las necesidades de
su gente, que dedicar tiempo para capacitar a los laicos parece una carga adicional imposible. Lo que es
más, a la mayoría de los pastores en el seminario no se les mostró la importancia crucial de capacitar a los
laicos para las tareas de cuidado, ni aprendieron las técnicas de supervisión que se requieren.
Consecuentemente muchos pastores se sienten inadecuados para esta área del ministerio y algunos lo son.
Debemos repensar la imagen que los pastores tienen de sí mismos y aumentar sus capacidades para
supervisar de modo que la capacitación del ministerio laico pueda ser una parte tanto central como
satisfactoria de su tarea.

La resistencia que existe en los pastores se ve reforzada por ciertas actitudes que prevalecen en la mayoría
de las congregaciones. La respuesta inicial de algunos miembros de la iglesia, cuando se les presenta la
idea de capacitar a los laicos para la tarea de cuidado, es: "Le pagamos al pastor para que nos dé cuidado
pastoral y no para que les enseñe a otros a hacerlo". Algunos miembros de la iglesia sienten que los ayuda
un aficionado de segunda clase cuando los visita un laico. Tanto los pastores como las congregaciones
necesitan aprender que capacitar a los laicos no es una manera que tiene el pastor de pasarles el fardo de
sus obligaciones, sino un modo poderoso de profundizar, ampliar y compartir el ministerio de cuidado con
toda la congregación. No reemplaza el cuidado pastoral que hace el pastor, sino que lo complementa y lo
incrementa en gran manera.

Una de las preocupaciones de los pastores se relaciona con la calidad de los programas de cuidado y de
ayuda a cargo de laicos. ¿Es realmente posible que los laicos den ayuda eficaz a los cargados, a los
afligidos? Los estudios han confirmado la eficacia de la tarea de ayuda que realizan los laicos y de los para
profesionales. Se ha demostrado que aquellos que han recibido una capacitación inadecuada y que no son
supervisados puedan hacer daño, particularmente si tratan de trabajar con individuos o familias que
necesitan asesoramiento o terapia. (Por supuesto que lo mismo puede decirse de los pastores y de otros
profesionales que han recibido una capacitación inadecuada o no son supervisados.) Pero la evidencia clara
es que al hacer cuidado pastoral, ¡los laicos bien capacitados pueden hacer una contribución constructiva y
única al ministerio de cuidado global de una iglesia, un hospital o cualquier otra institución!

Los tipos de ministerio laico para el cuidado

Los ministerios laicos para el cuidado están floreciendo en muchos lugares. Algunos ejemplos:

1. Talleres de capacitación de laicos en la visitación de los ancianos; enfatizando que las


congregaciones adopten algún hogar de ancianos. Los residentes eran visitados regularmente y
recibían el ministerio del cuidado por parte de los laicos.
2. Talleres de capacitación para atender adultos jóvenes que son de salud mental y que han salido
recientemente de la internación de un hospital psiquiátrico.
3. Centro de ayuda telefónica. Iglesias en muchos países han instalado centros de ayuda telefónica
donde voluntarios entrenados auxilian en momentos de crisis a aquellos que llaman. La
capacitación en este programa es extensa y rigurosa; involucra una supervisión cuidadosa y
consultas con profesionales de la salud mental y pastores que están entrenados en asesoramiento.
Se percibe falta de responsabilidad de muchos miembros de las congregaciones con relación al
ministerio total de la iglesia. Uno se pregunta qué sucedería si frases como "el sacerdocio de todos
los creyentes", "el cuerpo de Cristo" y "perfeccionar a los santos para la obra del ministerio" dejaran
de ser clichés teológicos y se convirtieran en la base sobre la que se construyera el ministerio de
una congregación. "¿Cómo se vería la iglesia si la gente realmente se ministrara entre sí? ¿Si una
congregación estuviera realmente marcada por "regocijarse con los que se regocijan, llorar con los
que lloran"? ¿Qué ocurriría si todo no dependiera tan pesadamente sobre un pastor demasiado
atareado. ¿Qué pasaría si desarrolláramos toda una congregación de pastores?"
4. El «Programa Esteban». Esta clase de preguntas ha permitido que programas como la «Serie
Esteban» sea una realidad. Este es un programa donde miembros de la iglesia local se capacitan
para cuidar a otras personas dentro de la congregación. Muchas congregaciones en una variedad
de denominaciones han participado en este programa de capacitación denominado «Ministerio de
cuidado pastoral en equipo». Como en otras instancias eficaces para la capacitación de laicos, este
enfoque incluye reuniones regulares de los que realizan el cuidado (luego de la capacitación inicial)
para obtener apoyo grupal, supervisión (usualmente con el pastor) y capacitación continua.
5. ABC para tratar la crisis. Howard Stone ha desarrollado un modelo poco complicado para capacitar
a los laicos en la tarea de cuidado (que se describe en el libro La iglesia que cuida: guía para el
cuidado pastoral laico). Las ocho sesiones se concentran en estos temas y técnicas: ¿qué es el
cuidado pastoral? (Se presenta el método ABC para tratar las crisis); establecer una relación de
cuidado escuchando con atención; responder de maneras que anime a las personas; hacer visitas
en hospitales y lugares cerrados (se asignan visitas a hogares de ancianos durante esta sesión); el
cuidado en situaciones de duelo; discutir las visitas que han realizado las personas que están
capacitándose; resolver problemas y hacer derivaciones; concluir incluyendo la estructuración de un
programa laico para el cuidado dentro de la iglesia. Stone enfatiza que la mayor parte de los
pastores que desarrollan programas de cuidado para capacitar laicos no reducen su propia
responsabilidad en el área del cuidado pastoral. Pero tienen la satisfacción de saber que las
necesidades de cuidado pastoral de su gente son atendidas de una manera mucho más completa
que si estuviera solo.

Otros programas enfatizan maneras de utilizar las oportunidades de cuidado pastoral que ya existen en las
actividades de la parroquia: evangelización e incorporación de nuevos miembros, visitación a los hospitales,
cuidado de los afligidos, visitación de los ancianos y de los que no pueden salir de sus casas, la solicitud de
las promesas anuales de mayordomía, clases de escuela dominical y grupos de mujeres. Ofrecen
sugerencias para la estructura, el contenido y la supervisión de la capacitación. A partir de su amplia
experiencia en la formación de personas dedicadas al cuidado, Detwiler-Zapp y Dixon declaran: «Una de las
cosas que manifiestan más cuidado y que usted puede hacer por su iglesia y por usted mismo es capacitar
a otros para que den cuidado. Poner la teología en práctica de esta manera puede cambiar visiblemente
toda la vida de una congregación. Creemos que se sentirá sorprendido e inspirado por los dones, talentos y
el compromiso que los laicos pondrán en su ministerio mutuo».

Tomado de Asesoramiento y cuidado pastoral, por Howard Clinebell, Wm. B. Eerdmans Publishing Co.,
Grand Rapids, Nueva Creación, Buenos Aires, 1995. Apuntes Pastorales, Volumen XXI – Número 2.

La amistad ministerial por José Silva H.

Los pastores y líderes, así como todos aquellos que trabajan en la viña del Señor, necesitamos establecer una
amistad al estilo de Jonatán y David.

Un vínculo necesario
Un recurso valiosísimo

A SI ES. TODO EL mundo necesita amigos. Y de manera especial aquellos que de una u otra forma
ministramos en la Iglesia del Señor. Una amistad íntima, sincera, comprometida, con colegas en quienes
podamos depositar nuestra confianza en todo tiempo, aun en aquellos de crisis personal. Alguien con quien
podamos sincerarnos, una persona que nos comprenda y se identifique con nosotros porque conoce el
terreno que pisamos y las pruebas que existen en el campo ministerial.

La amistad es un don de Dios, como lo leímos en el último número de la revista Los Temas, y creo
firmemente que hay siervos que han caído en el campo de batalla por falta de una amistad de este tipo.
Necesitamos amigos que puedan orar por nosotros y con nosotros.

"Amigo hay más cercano que un hermano". ¡Qué gran verdad es esta! Tengo la dicha de contar con amigos
de esta clase, tres en particular, que me asesoran y yo los asesoro. ¡Qué enorme riqueza espiritual es tener
esta asociación! Repito, es un verdadero regalo de Dios.

Pero es menester que entendamos que esta clase de amistad no es fácil. Necesita cultivo, es necesario
sacar tiempo para estos amigos y a la vez no imponernos a ellos, queriendo acaparar todo su tiempo. Por
eso es recomendable no tener un solo amigo íntimo en el ministerio, sino dos o tres (y aun más, si lo
considera necesario). De igual modo es saludable y edificante que tengamos este tipo de amistad con
consiervos de otras denominaciones. En mi caso, mis tres amigos, pertenecen a diferentes organizaciones,
incluyendo la mía.

David y Jonatán cultivaron ese tipo de relación. A pesar del odio de Saúl, su padre, el hijo mantuvo firme y
sincera su relación con David, porque sabía que su padre estaba equivocado en su apreciación hacia su
amigo. Al morir Jonatán, David expresó su profundo dolor por la pérdida y el reconocimiento de lo que su
amistad había significado. Además, manifestó su fidelidad con la pobre y disminuida descendencia
(Mefiboset), tal como lo había prometido, dándole un lugar de honor en su mesa.

Pablo en el Nuevo Testamento sostuvo esta clase de relación amigable, ínfima, con varios de sus
colaboradores. Con Lucas, el médico amado, con Priscila y Aquila, sus compañeros en la obra y en la
profesión de fabricantes de tiendas, con Timoteo y Tito, con Epafrodito.

¿Y qué diremos de nuestro Señor y Salvador? Jesús intimó con Pedro, Juan y Jacobo. Los llevó consigo al
Monte de la Transfiguración, una revelación muy ínfima de su divinidad. Jesús tenía una amistad profunda,
intensa y suficiente con su Padre, pero estando en forma de hombre, en la tierra, consideró necesario e
importante mantener una relación cercana y amigable con sus discípulos, en particular con los tres antes
mencionados.

De igual modo, nuestro estatus de siervos nos da el privilegio de establecer una relación ínfima con el
Padre, a través de Jesús (Jn. 14.6). En realidad la podemos tener con Jesús mismo (Jn. 15.13-15) y con el
Espíritu Santo (Jn. 16.7-13). ¡Qué privilegio nos ha dado Dios de ser sus hijos y amigos de la Trinidad!

En estos días me regalaron un libro que acaba de publicar la Editorial Vida. Lo considero útil y recomiendo a
quienes les interese este tema. Se titula Consejería entre Amigos ("Cómo estar preparado cuando los
amigos le piden ayuda"). He escogido dos párrafos del mismo para compartir con usted, estimado colega.
"El siquiatra Garth Wood rompe con las creencias tradicionales de su profesión, aseverando que las
personas que no han realizado estudios formales son algunos de los mejores recursos para ayudar a las
personas. Wood está convencido de que quien tiene un conocimiento íntimo de otra persona puede ser una
fuerza poderosa y catalizadora para el bien en la vida de esa persona. Después de todo, es usted quien
conoce los puntos fuertes y los puntos débiles de su amigo; es usted quien conoce los parrones de hábitos,
las idiosincrasias de la personalidad, y lo que es capaz de motivarlo. Usted, entonces, comienza con una
ventaja en cuanto al conocimiento del individuo, de la que carece el profesional, quien sólo puede obtenerla
después de muchas horas de conversación y de exploración insistente."

"Para quien conoce a Cristo como su Señor y Salvador personal, hay, además, una fuente adicional de
sabiduría y revelación: la presencia del Espíritu Santo. Durante la Semana de la Pasión, Jesús se refirió en
cuatro oportunidades a la venida del Espíritu Santo. Empleó una palabra que no se había usado antes para
referirse al Espíritu Santo: parákletos, un término que se traduce «consejero» en la Biblia (Nueva Versión
Internacional). Jesús dijo a sus discípulos que rogaría al Padre que les enviara otro Consejero, el cual los
guiaría a toda verdad y les mostraría las cosas por venir. Este es el mismo Consejero que mora en los hijos
de Dios hoy, y que puede darles el conocimiento que no podrían tener de ninguna otra forma". (Págs. 122 y
123)

Necesitamos la amistad divina, esa amistad abierta, sincera y diáfana que nuestro Dios nos ofrece y desea
compartir. Pero mientras vivamos en este mundo necesitaremos la bendición de amistades genuinas,
mediante las cuales podemos no sólo recibir y dar ayuda, sino también crecer; porque la verdadera amistad
nos edifica totalmente.

Busquemos esa relación y cultivémosla con la ayuda de Dios.

El atendernos entre nosotros por Walter Llanos

Mi hermano consiervo, apoye a otro consiervo. Sea leal con él, guarde el secreto que le confió y jamás lo
menospreció con actitudes mezquinas, con la murmuración, con el silencio cómplice. Juégate por quién Dios llamó.
Aprendamos a dialogar con sinceridad.

Matías era un joven pastor radicado en una zona rural y lejana del país. Tenía muchas ilusiones con la
pequeña iglesia que Dios le había dado para pastorear; su esposa también compartía con él todas las
alegrías y tristezas del ministerio. Llegó el día de las dificultades y problemas, el de la angustia; en ese
trance se decía: "Si pudiera compartir este momento con algún colega...; pero estaban lejos y las cartas no
resultaban lo más útil e interpretativo; "si les escribo", pensaba, "faltará sensibilidad para que me
comprendan en la verdadera situación por la que atravieso".

Pasaron los años y el joven pastor llegó a la ciudad y se encontró con una Iglesia más grande, con mayores
posibilidades, más medios y más laicos activos y preparados; también tenía un co-pastor como compañero
para la tarea. Entonces se dijo: "Ahora estaré mejor y tendré con quién expresarme a gusto, planear, soñar
y aun llorar y lo más, orar y ser entendido". Pero había otro "pero". ¿Qué sucedía ahora? La vida ciudadana,
los compromisos con otras congregaciones y la personalidad del colega, entre otras cosas, le hicieron nula
la posibilidad y vana la ilusión de ser escuchado y de ser pastoreado como deseaba; o de ser, simplemente,
como Pablo lo fue, acompañado, consolado con la presencia del consiervo.

¡Cuánto nos falta de esta experiencia mutua! ¡Qué necesario es hoy, en nuestro cargado tiempo del siglo
XX, la ayuda pastoral de un Epafrodito!

En un sincero análisis debemos reconocer que es sumamente necesario que los pastores tengamos
también nuestros propios pastores. Como seres de carne y hueso, sujetos a las mismas necesidades de
todos los hombres. Spurgeon, parafraseando a Eclesiastés, decía de la fragilidad humana: "Un gran trabajo
se ha creado para todo hombre y un yugo pesado agobia a los hijos de Adán, desde el día que salen del
vientre materno hasta el día que retoman a la madre común. Les da mucho que pensar y los llena de temor
la ansiosa expectativa del día de la muerte. Desde el que está sentado en un trono glorioso hasta el
humillado en el polvo y la ceniza; desde el que lleva púrpura hasta el que va vestido miserablemente, sólo
sienten rabia y envidia, turbación e inquietud, miedo... resentimiento y rivalidad". (Discursos a mis
Estudiantes, Cap. XI). Todo esto también nos rodean a nosotros, los pastores, a pesar del maravilloso
llamado que hemos experimentando. La angustia y la depresión también son para los siervos de Dios.
Podremos incluir, además, la salud de la familia y nuestra,- la situación económica y las crisis del lugar
dónde trabajemos como factores deprimentes. Por eso nosotros también necesitamos ayuda pastoral y
espiritual. La historia está llena de ejemplos de buenos y grandes hombres de Dios que necesitaron de la
palabra calma, del aliento fraternal y la sabiduría de algún colega. Frente a esta necesidad real que
tenemos, ¿somos pastoreados? La contestación es que en la gran mayoría no sucede. Muy difícil se hace
esta tarea entre los ministros del Señor.

• Posiblemente, la menos significativa de las barreras sea la que argumentaba Matías, el joven de la historia
inicial: la distancia. Es cierto que el aislamiento puede deprimimos y no ayudar a ser pastoreados, pero hay
otras barreras más significativas. La distancia se agranda cuando mayor es la dejadez de escribir o buscar
formas para encontrarse con un colega.

• En algunos grupos, donde existe cierta jerarquía entre los pastores, se produce una barrera que impide la
apertura de uno hacia el otro y viceversa. Generalmente es allí cuando la familia pastoral (y por sobre todo
el mismo pastor) sufre la orfandad. Suele verse al consiervo más como "jefe" que como colega, por lo que
se teme abrir ante él el corazón; por su parte, quien está en un cargo superior (supervisor, presbítero, etc.)
es renuente a contar sus angustias y decepciones a quien "está más bajo". Por una cosa o por otra, se
frustra un verdadero cuidado y ayuda fraternal entre dos que, por esas cosas, siguen solos en sus
problemas e incertidumbres.

• Otra barrera es el miedo a exponer mi trabajo para que otro lo juzgue. En nuestros días tiende a
independizarse la tarea. Creemos haber recibido un encargo especial de parte del Señor, alguna revelación
particular para la tarea y nos olvidamos de compartir, olvidándonos de que el colega está pasando por lo
mismo que nosotros. Ese aislamiento impide una buena y terapéutica relación de mutuo pastoreo y, sin
querer, se enferman nuestras personalidades. Nos hacemos "islas " y sólo cuidamos nuestro pequeño
"patrimonio" sin tener en cuenta todo el panorama espiritual y todo el entorno. Estaremos ayudando a
nuestra grey, pero nos estamos mal formando como "colega".

• No está ausente de nosotros, a veces, manifiestamente y en otros casos más encubiertamente, la actitud
de comparación con el éxito o fracaso de nuestros colegas. Si tenemos éxito podemos caer en la vanagloria
de pensar que estamos en un nivel de espiritualidad mejor y no necesitamos el apoyo y la oración del otro.
Si hemos fracasado no nos animamos a confesar el error o considerar aun el pecado. Humanamente nos
pasa como a Pedro con Juan: "¿Y qué de éste?", dijo cuando el Señor habló del futuro (Jn. 21.22). ¡Cómo
nos alejan las comparaciones! A veces pienso que en lo muy recóndito de nuestra personalidad aparece la
triste codicia empujando nuestra conducta. ¡Dios nos libre de tal impedimento!

• Tal vez el gigante mayor se encuentre en un sentido de autosuficiencia que nos encierra a los pastores
haciéndonos pensar que podemos salir solos de las situaciones embarazosas y críticas. Nos tomamos
petulantes y formamos nuestro muro. Esto nos lleva a valorar falsamente la situación, a vivir subestimando a
los demás. Claro, por cierto, me olvido de que el menosprecio de mis hermanos consiervos es un pecado y
que el Señor me exhortó a considerar a "tos otros como superiores a nosotros mismos" (Fil. 2.3). No
olvidemos que el mismo Señor nos dio ejemplo al humillarse hasta muerte de cruz y en servir a los suyos
aun "lavando los pies de sus mismos discípulos".

• Por cierto que encontramos barreras de nuestra propia personalidad. Podemos ser tímidos y faltamos la
posibilidad de acercamos a otro consiervo para animarlo y ayudarlo o pedir eso de él. En otros casos,
reconozcamos que somos irascibles y nos cuesta guardar bien el equilibrio; nos enojamos con cierta
facilidad y no queremos discutir con amplitud nuestras cuestiones, preferimos callamos o retar en lugar de
aconsejar prudentemente.

• Nuestras tendencias a guardar rencores también pueden afectar la posibilidad de ser pastoreados o de
pastorear. Necesitamos un carácter abierto como el del siervo de Dios, David, que pudo ser fortalecido y
superar el odio que le tenía Saúl y respetar a quien era "el ungido de Jehová".

• No es difícil tener una personalidad que a veces arrolla con todo y planifica en grande, trata de llegar a los
blancos propuestos con mucha rapidez y luego se desanima con mucha facilidad y queda poco de todo lo
soñado y planificado. Sin aliento y como globos desinflados nos quedamos estáticos sin buscar ayuda y, en
casos, sin permitirla cuando viene.

• Se nos da también, en otras oportunidades, por absorber con facilidad las dificultades de nuestros
hermanos de la grey y aumentar así las cargas propias del ministerio, lo que suele impedimos el estar
prontos para ayudar al colega que lo necesita, o, lo peor, hacerles a ellos las necesarias "confesiones" de
nuestras tensiones y ansiedades, lo que nos sería provisión de lo Alto en sabiduría y aliento.

• En ocasiones, es la familia la que puede causamos obstáculos. No siempre se hacen amistades


edificantes entre los integrantes de las familias de nuestros colegas. Lo muy común es que se escuchen, a
veces, comentarios desmedidos o innecesarios; no se respetan los secretos de conductas y/o problemas, y
su divulgación (nunca sin el "enriquecimiento agregado" propio del rumor) entorpece la posibilidad de recibir
de ellos ayuda eficaz, criteriosidad y sabiduría. Según enseñemos a nuestras familias a respetar y honrar a
los colegas, así será la forma en que sus nombres serán mencionados en nuestros ambientes.
PASOS PARA UN BUEN CUIDADO PASTORAL ENTRE LOS MINISTROS

• Un primer aspecto a considerar es que la hora actual no permite el trabajo e individualistas. Ha pasado la
época en que el pastor era el "hombre orquesta de la congregación", el electricista, albañil que realizaba los
trabajos en la capilla, el cuidador de la misma y quien predicaba domingo a domingo, jueves a jueves; esta
época ha pasado ya para todas las ramas de la sociedad. No encontramos el médico múltiple, el abogado
para todos los casos ni al ingeniero que construye la casa y la central atómica. Ya no es necesario tan sólo
la especialización sino la especificación clara y determinada de la tarea a cumplir. Es muy claro en la Biblia
que Dios puso a sus siervos para la obra del ministerio y para que sean "pastores y maestros", apacentando
la grey de Cristo. Esto nos lleva a tareas corporativas dentro de la iglesia y a saber compartir con otros en
quienes confiemos y ellos en nosotros, para hacer juntos lo que debe ser hecho. Aprendamos a depender
unos de otros y juntos del Señor, de quién debe venir toda autoridad para la tarea. Dios nos quite la idea
deser "todopoderosos", "todo sapientes", que resolveremos toda circunstancia a todo creyente de la
congregación.

Si, hermano, ministremos como un cuerpo, cada uno haciendo su función, que es el modelo de Dios.
Bíblicamente, la tarea era realizada en conjunto. Desde el nacimiento de la iglesia en Pentecostés vemos
que los apóstoles trabajaron mancomunada y solidariamente. Pedro y Juan y todos los apóstoles se unieron
para la tarea. En Antioquía ministraban, por lo menos, cinco personas, y a ellos el Espíritu Santo dijo:
"Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado" (Hch. 13.1-13); más adelante se ve
cómo la interdependencia en el ministerio lleva a Bernabé y a Saulo a una reunión "interministerial", según
el capítulo 15. Más tarde aparece Pablo junto a Silas e incorporando a Timoteo en la tarea.

Es evidente que el cuidado mutuo fue una característica neotestamentaria muy sobresaliente en la iglesia
primitiva. Hoy, en gran parte, se ha perdido y debemos reconocer que es necesario revitalizar este principio
de cuidado mutuo y de aconsejamiento sincero entre los pastores.

¿Qué podemos ofrecemos unos a otros en el cuidado pastoral? Sin duda alguna la experiencia y lo que el
Señor ya nos ha dado. Por eso la voz de nuestros mayores o de los más veteranos en el trabajo ministerial
será siempre un apoyo sumamente necesario. En mi propio caso, el consejo oportuno, y por cierto aplicado,
de mis consiervos experimentados fue una gran bendición; ayudó al sostenimiento personal y evitó
frustraciones en la tarea que me esperaba. Sepamos confiarles nuestra situación; eso es un signo de
madurez, y sepamos que si pretendemos que ellos también puedan confiarnos las suyas, entonces
deberemos mostrar muchos signos de madurez. Esto nos llevará a compartir los éxitos y las alegrías, el
fuerte gozo en el Señor y también nos hará sufrir las tristezas, el dolor de los fracasos y jamás gozamos por
algún desliz de un consiervo.

• Además del consejo experimentado podremos ofrecer el apoyo sincero; ir al sostenimiento de quienes lo
necesitan. Podremos en algún caso sufrir la desilusión de David con Absalón, podremos ser traicionados,
pero ... no nos cansemos de hacer el bien ...que a su tiempo segaremos (Gá. 6.9). Pablo sostuvo a Apolos
hasta que éste tuvo la victoria, lo mismo con Timoteo. Sin duda Bernabé sostuvo a Juan Marcos y su ayuda
lo restauró. No olvidemos que tenemos un ministerio de reconciliación y, entre los consiervos, de
restauración. ¡Que gozo el de ver encaminados en el ministerio a varios Marcos!; podremos encontrar algún
Demás que deja el sagrado llamamiento, pero habrá gozos como el de Ananías, quien debió discipular al
que sería el gran misionero a los gentiles. Eso restablece nuestra confianza y da lozanía al ministerio.

• También podremos ofrecemos en un compromiso de oración. No desechemos estos mutuos pactos que
son cargas comunes y que nos darán la manifestación del Espíritu de Dios en los momentos más difíciles.
Sepamos tener una lista de oración de nuestros consiervos y sepamos hacerles llegar nuestras cargas. Es
bueno juntarse a orar frecuentemente como compromiso efectivo. Pero no solamente el pacto, sino su
continuidad; preguntar al colega cómo sigue su situación. He visto ministros hacer esto en horas de la
madrugada, sacrificar el sueño y otros compromisos y tener ministerios llenos de victoria. Muchas veces el
profesionalismo nos lleva a olvidar que el gran compromiso es "ORAR SIN CESAR".

No olvidemos la carga que Pablo tema por sus ovejas y cómo practicaba la vida de oración junto a sus
compañeros de milicia. ¿Olvidaremos la oración de Pablo y Silas en la cárcel? ¿Olvidaremos que, desde la
prisión, daba gracias y oraba? (FU. 13-11). Todo esfuerzo en este aspecto será poco, pero sin duda su
resultado será visto en el ministerio.

• Ofrezcámonos también el estimulante gozo de la victoria. "¡Regocijaos!" El ministerio tiene gozos que
jamás entenderán quienes no han sido llamados en el Señor y para la obra. No dejemos de usar el teléfono,
la breve esquela, etc., y gocémonos cuando los otros triunfan. Nuestra compañía en el éxito del hermano no
sólo sirve para ese momento, sino que será recordada cuando las dificultades estén de nuestro lado.

• Creo que en el pastoreamos mutuamente no debe faltar el buscar y ofrecernos la verdadera y sincera
exhortación. "Exhortamos a Tito..." (Hch.s 8.6), posiblemente para ayudar a su ministerio; no fue una
represión, pero a veces necesitamos la palabra fuerte, recapacitadora. La exhortación interpastoral es
verdadera riqueza ministerial. Cuando trabajamos corporativamente en la obra del Señor podremos ejercer
esta humilde autoridad de exhortación y evitará errores que lleven al fracaso al consiervo y también a su
familia, a su iglesia.

• Ofrezcamos un buen apoyo a la familia del colega. Tal vez los más descuidados dentro del ministerio
cristiano sean muchas veces nuestras esposas e hijos. Exigidos por diferentes flancos, apremiados por
circunstancias muy particulares, no están exentos de complejos y problemas. Satanás es muy hábil para
intervenir en este sentido y querer quebrar la armonía ministerial por medio de la ruptura de la armonía
familiar. Suele darse que una orientación al adolescente es mejor recibida desde afuera que desde adentro
de la casa. Tratemos de dar nuestro amor a las familias de nuestros consiervos. Considerémoslos en forma
especial.

• Démonos con firmeza y sin retaceos nuestra lealtad. ¡Qué precioso lo que encontramos entre David y
Jonatán; una lealtad que va más allá del odio de un padre airado y alejado del Señor, una lealtad que va
más allá de un puesto, o aun de la misma muerte. Jamás, como dice el viejo aforismo, "dejemos en la
estacada a nuestro consiervo". Sepamos apoyarlo, aun económicamente, aunque lo nuestro sea poco; el
apoyo económico (esforzado y difícil) de un colega tiene un sabor de amor ágape único, muy distinto que el
que viene de cualquier otra parte. Esto también es lealtad ¡y claro que es exigente!, pero también,
retribuyente.

Mi hermano consiervo, apoye a otro consiervo. Sea leal con él, guarde el secreto que le confió y jamás lo
menospreció con actitudes mezquinas, con la murmuración, con el silencio cómplice. Juégate por quién
Dios llamó. Aprendamos a dialogar con sinceridad. Me dijo un hermano hace pocos días:

"El gran problema de nuestros líderes es que no saben escuchar ni aun los mensajes. Están acostumbrados
a hablar, a predicar y a exhortar, a dirigir y no saben sentarse a escuchar". ¡Qué tremenda, realidad! ¡Qué
opuesta al consejo sabio y prudente de Dios!: "Todo hombre sea pronto en oír...". El diálogo debe ofrecer un
saber escuchar detenidamente, el saber responder sabiamente y el dedicar tiempo suficiente al otro. Si
aprendemos a escuchamos, si nos disciplinamos para responder con sabiduría y prudencia, a no ser
apresurados, haremos una pastoral con los consiervos y ellos lo harán con nosotros también.

• Por último, no habrá un verdadero apacentamiento pastoral entre los llamados a menos que consideremos
este sagrado ministerio como lo más precioso que pueda haber en el mundo. Nos ha tocado una herencia
"deleitosa" al haber sido puestos como "ministros del nuevo pacto". No siendo dignos, él tuvo misericordia y
nos eligió para que llevemos fruto. Si no nos cuidamos no tendremos ese fruto.

Es nuestro deber ineludible vivir en abnegación, diligencia y santidad; buscando "los lugares celestiales"
para vivir en un nivel espiritual digno, como "ejemplos de la grey". Nuestro éxito en el cuidado pastoral de
los consiervos y el de nuestras mismas vidas estará en atender al Príncipe de los pastores, el Gran Pastor
de las ovejas; El puede hacemos aptos. El proveyó dirección a aguas seguras, al "confortar nuestra alma"
renovará nuestras vidas en los difíciles momentos, protegiéndonos aún en los valles oscuros y dejándonos
la esperanza de nuestra permanencia en la Casa del Padre. (Sal. 23; Is. 58.11). Eso hace nuestro Gran
Pastor; así hagamos nosotros con nuestros, consiervos.

Apuntes Pastorales Volumen V Número 5

Para nosotros, el Cuerpo ha funcionado de maravilla por Miguel Ángel DeMarco

Gracias sean dadas a nuestro Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por la Iglesia de su Hijo, la cual nos ha
albergado y acompañado en la difícil tarea de vivir y servir a nuestro Rey.

Aunque el párrafo anterior no está en la Biblia, lo tengo grabado firmemente en mi corazón, pues de su
enseñanza proviene. Y no sólo de la enseñanza bíblica, sino también de la historia de caminar sus
verdades.

El conocimiento que tengo de la Iglesia viene desde muy pequeño, ya que nací en un hogar evangélico. Así
fue que no solo asomé temprano la nariz en la congregación, sino en medio de familiares que eran activos
en ella. Desde el comienzo he vivido diferentes etapas mías dentro de la Iglesia del Señor, y a la vez he
sido testigo de diferentes tiempos de la Iglesia misma.

Recuerdo aquellos tiempos en que los evangélicos éramos acusados de ser "miles de iglesias y grupos
divididos que no guardan la unidad". Todavía, en cierta forma, se nos continúa recordando eso, aunque
tengo la impresión que el ímpetu ha mermado. Hace unos pocos años, en el congreso de COMIBAM -
noviembre de 1987-, don Emilio A. Nuñez, un ministro de vieja data en nuestro continente y testigo de
muchos vaivenes de la Iglesia -además de honroso columnista de Apuntes- opinó de ese encuentro,
diciendo: «Estamos gustando una unidad difícil de explicar, pero fácil de sentir».

La Iglesia de Cristo siempre ha sido una y ha experimentado cierto grado de unidad, pero en las últimas
décadas ha dado grandes pasos hacia la convivencia y la honra mutua. Es notable de qué manera, a partir
de los sesenta, se ha incrementado la actividad interdenominacional y la participación de diferentes grupos
en campañas, conferencias, congresos y hasta programas concretos. Y es precisamente eso una gran
marca de que somos Iglesia de Cristo: que a pesar de que no haya ninguna estructura administrativa con
autoridad de sugetar a las distintas denominaciones y grupos, nos miramos como hermanos y reconocemos
en otros el mismo sello regenerador del Espíritu Santo; frutos de un mismo Evangelio e hijos de un mismo
Señor.

Con nuestra misión nos ha tocado servir en la segunda mitad del siglo XX. Y si El nos permite, seguiremos
haciéndolo en el XXI. Y para nosotros, como misión de servicio interdenominacional en el continente, el
Cuerpo de Cristo ha representado una inmensa bendición. A pesar de que "hay de todo en la Viña del
Señor", alabamos a Dios por ella y le damos gracias por amarnos tanto a través de su Cuerpo.

Alabamos a Dios porque nos hemos sentido amados y aceptados por la Iglesia, lo que en realidad
resume que cientos -y miles- nos han hecho sentir como «sus hermanos» cada vez que compartíamos
un saludo, un culto, una labor. No han sido todos, pero... ¡cuántos sí nos han amado! Alabamos a Dios
porque santos hombres y mujeres que El ha levantado y formado a través de muchos años como sus
ministros, nos han servido de manera maravillosa. No éramos dignos de ser servidos por ellos, pero así
lo han hecho -y lo hacen aun.
Alabamos a Dios porque nos ha dado un espacio para servirle en medio de su Pueblo, y El ha trabajado
en muchísimos corazones de hombres y mujeres para permitir que eso fuera posible. Todos sabemos
que en el ser vicio cristiano no faltan las molestias y tristezas, pero si de alguna manera servimos, cuenta
en ello la obediencia de muchos otros.
Todos los días alabamos a Dios con nuestra familia por la inmensa cantidad a quienes somos deudores,
porque han facilitado nuestro ministerio, aun cuando ellos no ganaban nada por eso -más que la
bendición de servir- y más aun, dando sacrificial y generosamente de lo propio para bendecidnos,
sostenernos y prosperarnos.
Alabo al Señor por haber animado a varios de sus hijos a exhortarnos muchas veces, y alertarnos de
errores y pecados, demostrando así también su amor y cuidado por nosotros. No nos han faltado las
incomprensiones, las críticas irónicas y la mala fe de algunos, no obstante también recibimos del Señor,
a través de preciosos hijos e hijas, palabras de sabiduría, de advertencia y de aliento.
Alabo al Señor porque muchas veces las crisis, propias de la vida y la marcha de su Iglesia, fueron
marco propicio para apelar a los recursos espirituales de forma más enfática y así crecer en madurez
espiritual.
Alabo al Señor porque su Iglesia -por medio de la Ley que El puso en sus manos y en sus corazones-
nos ha predicado el Evangelio, nos enseña, nos consuela, nos aconseja, nos capacita y nos ha
desafiado a servir.

¡Cuántas veces sentimos quejas y críticas referentes a la Iglesia! (¡cuántas veces hemos participado en
ellas!). Pero... ¡qué gozo sentimos y cuánto agradecimiento nace hacia Dios cuando nos ponemos a evaluar
lo que a través de ella hemos recibido! Aun aquellos que en su amargura creen que nada han recibido de la
Iglesia, piense tal persona en la Biblia personal que tiene en su casa, y reflexione sobre la cantidad de
cristianos obedientes que fueron necesarios para obtener ese ejemplar.

Quiero animarlo, mi hermano, mi hermana, a que juntos demos gracias a Dios por su Iglesia. Piense en
todas las bendiciones que ha recibido, y gócese en ello, y alabemos al Señor del Cuerpo, porque ha sabido
hacerlo funcionar.

Paraeclesiásticas, proeclesiásticas y la paranoia por Enrique Zapata

La a iglesia, ¡qué gran invento de Dios! ¡Qué misterio multifacético! Y cuánto bien ha hecho, cuánto oro para el
adelanto del Evangelio. Pero también, cuánto dolor, cuánta tristeza y conflictos hemos experimentado en su seno.

Me es difícil expresar la pena que experimento en tantas conferencias, cuando en nombre del "creo en la iglesia local"
se ataca a tantas entidades de servicio que trabajan para enriquecer esa congregación, como también cuando atacan a la
iglesia. Algunos piensan que por atacar a las organizaciones paraeclesiásticas se logra mayor espiritualidad y
respetabilidad, como si el símbolo de ser fundamentalista fuera el equivalente excluyente de "creo en Dios". Si uno
intenta ahondar en la expresión, contestan: "el instrumento de Dios es la iglesia local", y siempre tienen a mano sus
historietas referidas a las personas que fueron apartadas ("robadas", dicen) de las iglesias por involucrarse en una de
estas organizaciones, o de la organización que malgastó fondos, o el caso de inmoralidad por la "falta de
responsabilidad hacia una iglesia".

Decimos que "un problema correctamente definido está resuelto por la mitad". ¿Puede ser que estemos definiendo mal
el problema? Conozco más personas alejadas de la iglesia por problemas en ellas que las que sufrieron por las entidades
de servicio (tal vez sea porque hay más iglesias, no sé). Conozco más iglesias locales con problemas morales que
organizaciones en esa situación.

El año pasado estuve en una conferencia de pastores de Flet en Uruguay. En un aparte, estuvimos hablando con
Salvador Dellutri, un amigo, buen maestro y pastor de Buenos Aires, acerca de este tema porque alguien en esa ocasión
había declarado su ortodoxia con un: "creo en la iglesia local y no en organizaciones paraeclesiásticas". "Es que
debemos llamar a las organizaciones bajo dos nombres diferentes", dijo Salvador. "Para y pro eclesiásticas. Porque hay
organizaciones que funcionan paralelas a la iglesia y otras que funcionan en servicio y apoyo de la misma". Su
comentario me hizo seguir pensando en el tema.

Cuando tenía 17 años, un domingo a la mañana, después del culto, decidí no ir más a la iglesia. Me hacía más mal que
bien. Abandoné la congregación y pasaron meses sin que asistiera a reunión alguna. Cierto día escuché un mensaje en
una plaza. Fue lo que Dios usó para hacerme volver a su iglesia. Sin embargo, el mensaje fue dado por un miembro de
una organización paraeclesiástica (proeclesiástica, diría mi amigo).

Comencé a ir a otra iglesia, donde iba este hombre que me había tocado con su sermón callejero. Dios usó esa iglesia
para ayudarme a crecer. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo me sentía cada vez más culpable porque no
testificaba a otros. Nos predicaban frecuentemente de que debíamos testificar, pero en la iglesia nadie me enseñaba a
hacerlo. Una tarde fui invitado por un muchacho de una organización paraeclesiástica, para que fuera a "aprender a
testificar". Gracias a Dios por Tomás González. A través suyo aprendí a ganar a mucha gente para el Señor; docenas de
ellos hoy están en iglesias locales. Esa misma organización ganó para Cristo y discípulo a la mujer que hoy es mi
esposa. ¡Gracias a Dios por ellos!

¡Hombres! Hombres que usan o abusan de la gracia del Señor. Hombres que atraen o ahuyentan a la gente. Dios usa a
hombres y éstos son los que forman la gran y multifacética iglesia de Jesucristo. No es "la iglesia" ni "aquella
organización" en sí lo que Dios usa, sino hombres en comunión con Dios y con otros santos.

Los hombres somos el problema. Cuando una iglesia anda mal es porque sus hombres andan mal. Cuando una
organización anda mal es porque sus integrantes andan así.

No sólo está la iglesia local en las Escrituras, sino también la iglesia universal. ¿Se imagina el descalabro general que
habría con respecto a la producción de la Biblia y sus versiones si no existieran organizaciones como Sociedades
Bíblicas y otras para aunar esos esfuerzos?

Ni quiero pensar en lo que ocurriría si cada iglesia tuviera que hacer su propia traducción e imprimirla,
(tenemos suficientes problemas con cada una interpretándola). ¿Acaso estaríamos lejos de la verdad si
decimos que Pablo, al comenzar su ministerio (Gá. 1.2) fundó la primera organización paraeclesiástica?

¿Quienes no dan gracias por el trabajo de Sociedad Bíblica, los Gedeones, La Asociación Billy Graham, Cruzada
Mundial de Literatura y tantas otras organizaciones que Dios ha usado en formas importantes? Algunos no han llegado
a entender todavía el gran de Dios, y por el mal comportamiento de algunos menosprecian los propósitos más grandes
de nuestro Dios y Padre.

Yo también creo en la iglesia local, y soy pastor en una de ellas. Y creo que es vital que todo cristiano esté en medio de
una iglesia (sana, por supuesto). No estoy de acuerdo con los que dicen que son miembros de la iglesia invisible y por
eso están "invisibles" en la iglesia local. Todas las semanas oro por los miembros de nuestra iglesia que puedan servir a
Dios en la iglesia y afuera de ella. He visto cómo Dios ha llamado a gente de nuestra iglesia local para trabajar en una
agencia de servicio, ¡y hemos visto que su servicio allí ha beneficiado a muchas iglesias, más de lo que hubiera sido en
la nuestra! Y es un privilegio, como iglesia tenerlos sirviendo en otros lados.

Podemos ser hallados en grave afreta contra Dios si menospreciamos los ministerios especiales que ha levantado para
propósitos vitales del cuerpo. Podemos estar pecando también por no ver a estas organizaciones como parte del cuerpo a
quien tenemos responsabilidades de apoyar, sostener así como de amonestar y corregir como hermanos en el Señor.

Sí, creo en la iglesia local, y creo en los "apoyos logísticos" que Dios ha levantado para ayudamos a rescatar al perdido,
alentar al desahuciado, curar al enfermo y engrandecer el nombre de Dios por toda la tierra.

Creamos en y amemos a la iglesia ¡y todo lo que implica ¡ ¡Adelante!


Apuntes Pastorales, Volumen VII – número 4

Adios a un pastorado por Federico McGehee

Cada pastor necesita comprender que puede planear cómo terminar con una etapa de su ministerio: la puede
concluir de una manera optimista, positiva y redentora, o de un modo pesimista, destructivo y antagónico. De él
depende la elección, y vivirá con ella por el resto de su vida.

Los pastores son los más sorprendidos en descubrir que, cuando llega el momento de dejar una
congregación, no saben cómo despedirse. Muchos consideran que esas últimas semanas son vacías y sin
sentido. Algunos aun han "tirado por la borda" la buena tarea efectuada durante años debido al
comportamiento inapropiado en el momento de dejar la comunidad. Las congregaciones muchas veces son
de poca ayuda, pues a los miembros también les resulta difícil despedirse.

Siendo el pastor quien toma la decisión de dejar un lugar, él debería tomar también la iniciativa para que las
últimas semanas fueran lo más efectivas posibles. El pastor tendría que dar una mirada franca a su rol y
preguntarse cómo afectará su retiro a cada miembro de la congregación. Algunos se sentirán rechazados,
otros amenazados porque han dependido de él como fuente principal de amor y estímulo —él estuvo
involucrado en los aspectos importantes de las vidas de sus feligreses y eso ahora se va a interrumpir.
Algunos se sentirán culpables y hasta vagamente responsables de su partida.

El pastor debería reconocer que, en algunos casos, la congregación se puede sentir rechazada y, a su vez,
puede rechazarlo a él. Si ella piensa que el pastor se retira para ir a trabajar a campos más grandes y
mejores, ¿qué clase de recompensa a su lealtad es esa? Significaría que ella es de menor importancia que
la otra. Perder a un pastor es como recibir un juicio negativo de sí misma; es difícil que la congregación no
sea crítica sobre la partida.

El pastor puede asegurar a la congregación su importancia y singularidad. Él no debe hacer comparaciones


y tendría que ayudar a sus feligreses a hacer lo mismo; esto le permitiría hablar sobre la misión de esa
congregación y sobre lo que significa la voluntad de Dios en la vida del cristiano y de la iglesia.

Durante las últimas semanas de su ministerio, el pastor debería también procurar sanear las relaciones de
tirantez que pudieran existir con algunos miembros que tengan sentimientos negativos hacia él. Esa
categoría generalmente incluye a gente antagónica contra toda autoridad, aunque no necesariamente hacia
el pastor como persona. Tal vez como el pastor ya no es visto más como la autoridad, el miembro
antagónico se sienta libre para establecer otro tipo de relación.

Cada congregación incluye también a gente independiente que precisa ayuda pastoral, pero que no lo
quiere admitir. Estas personas generalmente cargan con responsabilidades pesadas y ocupan cargos
solitarios en su iglesia, hogar, trabajo y vida cívica. Quizá una y otra vez hayan rechazado las propuestas
amistosas del pastor, pero en las últimas semanas de su pastorado estas relaciones pueden llegar a
consolidarse. Cuando un pastor acepta un nuevo cargo, entonces tiene algo en común con esas personas
independientes.

A menudo se pasa por alto la despedida debida a los niños de una congregación. Muchos de ellos no
comprenden por qué los hijos del pastor, que son sus amigos, deben mudarse. Tampoco comprenden por
qué este hombre, que ha sido su pastor y líder de escuela bíblica durante las vacaciones, ahora los va a
dejar. El pastor y su familia debieran visitar la escuela dominical, y sentarse a conversar con los niños sobre
por qué se van. Él puede explicarles el significado de la voluntad de Dios y así situarse en el rol de pastor-
amigo, haciendo que la situación sea más fácil para el próximo pastor.

Es importante también terminar correctamente con el ministerio de consejería. Por lo general, el pastor sabe
que se va a trasladar por lo menos con un mes de anticipación. Él tiene un compromiso con las personas a
quienes aconseja y debe hacer todo lo que esté a su alcance para estimular su crecimiento durante las
últimas sesiones. Algunas de estas personas quizá se abran y conversen sobre temas que nunca antes
sintieron libertad para enfrentar. El pastor debe también recomendar que estas personas vayan a otros
consejeros.

El traslado muchas veces resulta difícil para los hijos. El pastor y su esposa deberían orar para que sus
niños evolucionen como resultado del cambio. También deberían pedir que la experiencia aumente la
comprensión de sus hijos sobre lo que significa trabajar para el Señor de tiempo completo. Quizá en algún
momento libre de interrupciones, como puede ser después de la cena, cada miembro de la familia pueda
hablar sobre el tema del traslado a su manera, ya sea con alegría, emoción, tristeza, aflicción, etc. Todas
estas emociones son respuestas naturales al cambio. La razón por la que un niño siente algo es más
importante que el sentimiento en sí. Los padres también deberían compartir con ellos sus propios
pensamientos sobre el tema.

Las actividades comunes de la familia, al margen de la actuación pública, pueden preparar igualmente al
pastor y a su familia para la mudanza. Estas incluyen el despedirse no solamente de personas sino también
de lugares importantes, por ejemplo: la escuela a la que los niños han asistido, el hospital donde nació uno
de los hijos, y la iglesia donde la familia se ha congregado y trabajado. Mientras visitan estos lugares
pueden pensar en los buenos momentos que disfrutaron allí.

De especial atención deberían ser la casa y el jardín donde la familia ha vivido. Durante las semanas
previas a la mudanza se deben enfatizar la importancia de los dormitorios de los niños, la cocina de la
esposa y el estudio u oficina del pastor. Un último toque al césped del jardín y el disfrutar de la sombra del
árbol favorito pueden ayudar a infundir un sentimiento de gratitud y bienestar.

Es obvio que el pastor no podrá realizar todo esto antes de retirarse de un pastorado; sólo podrá hacer
algunas cosas. Lo importante es que se retire sabiendo que ha demostrado valentía en un momento crucial
para su propia vida, la vida de su familia y la de la iglesia. Necesita sentirse capaz de poder decir: "He
tomado la iniciativa de dejar las relaciones de la mejor manera posible. Todos sabemos que ya no soy el
pastor, pero sabemos que somos amigos". Cada pastor necesita comprender que puede planear cómo
terminar con una etapa de su ministerio: la puede concluir de una manera optimista, positiva y redentora, o
de un modo pesimista, destructivo y antagónico. De él depende la elección, y vivirá con ella por el resto de
su vida.

Federico McGehee es asesor del Consejo de Escuela Dominical de la Convención Bautista del Sur. Tomado
de Christianity Today. Usado con permiso.

Un buen final por el Dr. Roberto Clinton y Paul Stanley

Terminar bien no significa alcanzar la perfección, sino como Pablo, proseguir hasta el final para que cuando éste
llegue, nos encontremos aún creciendo en amor e intimidad con Cristo. Los autores compararon escritos sobre los
muchos líderes que estudiaron, tanto de los que han terminado bien como de los que no han terminado bien. Los que
terminaron bien parecen haber tenido algunas características similares y a los que no terminaron bien les faltaban
esas mismas características. Estas cinco características son estudiadas en el artículo.

El apóstol Pablo estaba obsesionado en tener un buen final. Veía la vida como una carrera. Al encontrarse
con sus amados ancianos de Éfeso por última vez dijo: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo
preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor
Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hch. 20:24). Pablo estaba tan motivado por
terminar bien, que desafiaba a los creyentes Corintios a: "Correr (la carrera) de tal manera que obtengan el
premio… No… corriendo como a la ventura" (1 Co. 9:24-26). Disciplinaba su cuerpo a hacer lo que debía
hacer no a lo que deseaba, "no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado"
(v. 27). Qué gozo invadió su corazón, cuando testificó al final de su vida: "He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Ti. 4:7).

¿Qué fue lo que motivó al Apóstol Pablo a proseguir hasta el final? Quizá el mismo motivo que incitó a
Daniel y sus tres compañeros, Sadrac, Mesac y Abednego a fijar sus ojos en Dios y ser suyos hasta el final,
sin importar las consecuencias. O a David, José, los apóstoles, Bernabé, Jorge Müller, Billy Graham y miles
de seguidores de Cristo cuyos nombres quizá sean conocidos por unos pocos, pero que han influido en la
vida de los que los conocieron.

Terminar bien no significa alcanzar la perfección, sino como Pablo, proseguir hasta el final para que cuando
éste llegue, nos encontremos aún creciendo en amor e intimidad con Cristo, dándole a conocer, viviendo
como sus discípulos y amando a las personas que Dios pone en nuestro camino, procurando hacer siempre
Su voluntad.

Hemos comparado escritos sobre los muchos líderes que hemos estudiado, tanto de los que han terminado
bien como de los que no han terminado bien. Los que terminaron bien parecen haber tenido algunas
características similares y a los que no terminaron bien les faltaban esas mismas características.

Cinco características de quienes llegan bien al final de la carrera

1. Tenían una perspectiva que les permitió mantener un claro objetivo.


La perspectiva se destaca como característica de todo buen líder y de quienes terminan bien la carrera.
Dicha perspectiva incluye ver el contexto más amplio de la circunstancia presente, poder relacionar lo que
está sucediendo con el panorama a largo plazo. Con una perspectiva clara y adecuada uno puede centrar
su atención en lo importante o prioritario. Sin esa perspectiva uno puede perder de vista el objetivo.

Un amigo mío en la universidad acostumbraba comprar rompecabezas y organizar equipos de competencia


para ver quién podía ordenarlos más rápidamente. Los equipos llegaron a ser bastante buenos. Un día
desparramaron los pedazos del rompecabezas sobre el piso sin dejar que los equipos vieran la figura de la
caja. Sin un modelo que los ayudara a organizar las piezas, la confusión era total.

La perspectiva es como la fotografía o el dibujo en la caja de rompecabezas. Sin una meta clara en nuestra
vida la tendencia será no canalizar las energías y caer en la mediocridad, haciendo un poco de todo, no
siendo eficaces en nada. Aquellos con influencia en su mundo son aquellos que pueden concentrar
esfuerzos y atención en áreas apropiadas y pueden mantener esa actitud.

El apóstol Pablo demuestra el efecto recíproco que tienen la perspectiva y la mirada concentrada en la
meta. En Filipenses 1.12-19 Pablo se enteró de que algunas personas que supieron de su encarcelación
estaban predicando sobre Cristo por motivos de rivalidad, maldad y ambición. Él se pudo haber enojado y
recomendado a los cristianos que se lo impidieran, pero el enfoque de su ministerio era llevar a los gentiles
a Cristo (Gá. 2.7).

Su perspectiva le recordaba que la salvación de Dios viene a través del nombre de Jesucristo, no a través
de una presentación o de la motivación del presentador… y Dios estaba utilizando sus situaciones difíciles
(cárcel, entre otras) para extender el evangelio a las comunidades gentiles, ese era su enfoque.

La perspectiva viene a través de la experiencia y de la meditación en la presencia de Dios. Asaf, el escritor


del Salmo 73, se desanimaba al ver que los malos prosperaban y que él no era recompensado en sus
esfuerzos por mantenerse puro. "Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que
entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos" (vv. 16-17). La verdadera perspectiva viene de
la Palabra de Dios y su presencia.

Cuando comenzamos a entender cuáles son las prioridades de Cristo y las aplicamos a nuestra vida,
podemos entonces centrar nuestro objetivo en lo correcto. Simplemente requiere tiempo conocer a Cristo y
su Palabra, permitiendo que Su mente invada nuestra mente. Un mentor que reúne estas cualidades es de
gran valor para tal fin.

2. Disfrutaban de intimidad con Cristo y experimentaban continua renovación interior.

La intimidad con Cristo es la substancia de nuestro ser interior. Salomón, el rey de Israel, escribió en
Proverbios: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida" (4.23). El poder para
guiar y ministrar viene de la vida interior. Este era el área de enfoque de la vida del apóstol Pablo: Conocer
a Cristo íntimamente (Fil. 3.10). La consideraba una práctica de por vida que necesitaba múltiples
llenamientos.

En Juan 14.21 Cristo nos asegura que si obedecemos los mandamientos de Dios, el Padre y Cristo nos
amarán y nos revelarán más de sí mismos. Mateo 11.28-30 nos invita a unirnos en yugo con Cristo, a
obedecerle y trabajar en unión con Él y, por lo tanto, a aprender de Él. Cuando era niño trabajé todo un día
con mi padre en un duro trabajo de reparación. Estábamos solos los dos, pensando, excavando,
transpirando, conversando para reparar una cañería y válvula de agua. A través de esa experiencia aprendí
más que nunca antes de él. Nos "unimos juntos en yugo".

Al pasar tiempo con Cristo, tratando de vivir en obediencia y ministrando a sus ovejas juntamente con Él
(Jn. 21.15-17, Mt. 25.40), habrá tal intimidad con Él que cada área de nuestra vida se verá afectada. La
integridad y el carácter semejantes a Cristo serán parte de nosotros al tiempo que permitimos al Espíritu
Santo tomar posesión de nuestra vida y al tiempo que experimentamos una continua comunión con Él.

Cuando notamos falta de integridad en nuestra vida exterior, hay un síntoma claro de falta de integridad en
la vida interior que nadie percibe. Y cuando hay falta de integridad, no hay poder espiritual, confianza,
libertad ni transparencia. El secreto de la integridad interior es intimidad con Cristo.

La mayoría de los líderes que hemos estudiado, que no terminaron bien, fallaron en su vida interior. Su
integridad se deterioró y tomaron malas decisiones. Al concientizarse del creciente abismo entre la verdad y
la vida en su ser interior y al temer ser descubiertos, se apartaron de la comunión que más necesitaban… y
de la comunión con Cristo.
Hace varios años conocí a un anciano hermano que gozaba de intimidad con Cristo por vivir en integridad,
haciendo evidente el fruto del Espíritu (Gá. 5.22-23) y pasión por la gloria de Cristo. Mientras oraba con él
percibí en mi corazón la presencia de Cristo y la familiaridad que disfrutaba con Él. Le pregunté acerca de
su relación con el Señor Jesús y cómo se había desarrollado. «Todo comenzó a cambiar cuando me
entregué a lo que dice Mateo 22.37-39: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante. Amarás a tu
prójimo como a ti mismo".

Su desafío me motivó a buscar esa intimidad a un nivel más profundo. ¿Ha tratado usted de cumplir ese
mandamiento? Jesucristo lo hizo en Su amor por Dios el Padre. Mire a Su vida:

Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc. 22.42).

Porque yo hago siempre lo que le agrada (Jn. 8.29).

Pero le conozco, y guardo Su palabra (Jn. 8.55).

Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta
hora. Padre, glorifica tu nombre (Jn. 12.27-28).

Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he
de decir, y de lo que he de hablar (Jn. 12.49).

Yo te he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me diste que hiciese (Jn. 17.4).

Mete tu espada en la vaina, la copa que el Padre me ha dado. ¿no la he de beber? (Jn. 18.11).

Estos versículos revelan una total rendición a Su voluntad, un impulso por agradarle, una confianza plena…
una pasión para la gloria de Dios. Jesús vivía en armonía con Él porque le conocía, le confiaba todo y
pasaba tiempo con Él. Usted puede decir: "Él es Jesús, yo nunca podría hacer eso", o puede comenzar a
practicarlo y Dios le dará poder para realizarlo. Nosotros se lo podemos asegurar.

3. Eran disciplinados en las áreas importantes de la vida.

La disciplina no se destacó en todas las áreas de aquellos que terminaron bien, pero sí en las áreas
importantes y aun éstas variaban. Por ejemplo, algunos fueron disciplinados en su oración y estudio bíblico,
pero no en su dieta. Algunos eran disciplinados con sus planes pero desorganizados con su puntualidad. Y
así seguía… pero cada uno demostró disciplina en las áreas importantes.

El diccionario define la disciplina como un "entrenamiento que produce control propio, carácter o método y
eficiencia". Para tener un buen final debemos tener dominio propio y canalizar la energía en una dirección
específica. Nancy Moyer, experta en trabajar con niños talentosos dijo: «No hay nada más frustrante que
observar a niños talentosos derrochar los bienes que Dios les dio. Muy pocos niños con talento (o aun
adultos) alcanzan su potencial por una simple razón: falta de disciplina.

Para desarrollar nuestros dones, habilidades y destrezas y que lleguen a ser verdaderos valores para lograr
las metas de la vida, se necesita disciplina. ¿En qué áreas? En aquellas que son importantes para lograr un
buen fin.

Cuando los misioneros van a trabajar entre gente de otra cultura, generalmente se rigen por lo que dice 1
Corintios 9.19-23 para adaptarse al medio ambiente y ajustarse al de aquellos a quienes están tratando de
alcanzar. En este pasaje Pablo enfatiza que la meta es "ganar a tantos como sea posible". Por lo tanto, dice
"a todos me he hecho de todo" o a los legalistas secularizados, débiles, fuertes o a quien fuere. Dijo "esto
hago por causa del evangelio".

Como supervisor de misioneros, me di cuenta de que muchos luchaban con el estilo de vida ya que caían
en abusos propios de la cultura de que eran parte o se sentían tentados a hacerlo. Un misionero de trabajo
muy fecundo, un hombre que parecía vivir con bastante libertad y parecía espiritualmente fuerte en medio
de quienes vivían contrariamente al evangelio, me compartió su secreto: "Hay que poner en práctica los
últimos cuatro versículos de 1 Corintios 9".

Como ya dijimos en 1 Corintios 9.24-27, Pablo enfatiza la importancia de la perseverancia y la


concentración… con disciplina. Los versículos 25 y 27 lo demuestran: "Todo aquel que lucha, de todo se
abstiene, ellos a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible… golpeo mi
cuerpo y lo pongo en servidumbre no siendo que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser
eliminado". Pablo está hablando de disciplina y dominio propio. Si cedemos en nuestra forma de vida,
debemos ser consistentes en la disciplina interior o podríamos llegar a ser descalificados o no terminar la
carrera.

¿Cuáles son las tres áreas que usted considera importantes para su vida interior y para su crecimiento
espiritual? ¿Qué es lo que alimenta su intimidad con Cristo? Quizá necesite disciplinarse en estas áreas. No
la disciplina por amor a la disciplina, ya que esto pronto se convertiría en legalismo y dureza; más bien
disciplina por el bien de la intimidad… por amor al crecimiento… por amor al ministerio… por amor a Cristo.
La disciplina en las áreas adecuadas para hacer lo correcto contribuirá al crecimiento y lo capacitará para
responder a la gracia de Dios y Su Espíritu en plenitud.

4. Mantenían una actitud de aprendizaje positiva durante toda su vida.

La mayoría de la gente deja de aprender a la edad de cuarenta años. Con esto queremos decir que no se
empeñan más en adquirir sabiduría, entendimiento y experiencia para mejorar su capacidad de crecimiento
y contribución para los demás. La mayoría simplemente se queda con lo que ya sabe; pero los que llegan a
un buen final mantienen una actitud positiva de aprendizaje durante toda su vida.

Muchas personas, especialmente los líderes, se estancan. Están satisfechos con lo que son y lo que saben.
Esto generalmente ocurre después de haber adquirido lo suficiente para estar confortables o cuando
pueden prever un futuro relativamente seguro. Pero esto contradice el principio bíblico de mayordomía.

Hemos observado que Dios a menudo desafía providencialmente a los creyentes a dar los pasos
necesarios para llevar a cabo sus propósitos para Su gloria. Algunos no están conscientes de la situación
hasta que Dios a través de las circunstancias los estimula a crecer. Como mayordomos somos
responsables de incrementar lo que Dios nos dio.

El mantener una perspectiva clara nos ayudará a identificar lo que precisamos aprender para continuar
creciendo y proseguir apuntando a nuestra meta. La amistad con personas que valoran seguir aprendiendo
es provechosa y de ayuda. Exponerse a situaciones nuevas o variadas, estimulará nuestra necesidad de
aprender.

La madre de Pablo tiene ochenta y cinco años y siempre está leyendo algún libro, aprendiendo más sobre
nutrición (es su hobby), y hablando con la gente acerca de sus vidas. Una vez fue invitada a asistir a un
estudio bíblico para personas mayores. Luego se unió a un estudio bíblico de mujeres jóvenes para el cual
había que prepararse de antemano. Le pregunté por qué no se había quedado con el grupo de personas
mayores. Ella respondió: "Oh, ellos eran muy amorosos, pero querían hablar siempre de las mismas cosas.
Yo quiero aprender cosas nuevas". Así lo hace y va a terminar bien.

5. Se relacionaban con personas que influenciaban su vida para bien, así también como con mentores
capacitados.

Cada líder que hemos estudiado o analizado estuvo rodeado de buenos amigos y mentores durante su vida.
Por lo tanto, es importante destacar que tener colegas y mentores cercanos nos ayudará y animará en las
otras cuatro áreas para tener un buen final.

Por ejemplo:

Los mentores proveen orientación para las decisiones importantes de la vida.


Los mentores están conscientes de la necesidad de experiencias de renovación y pueden ayudar a
discernirlas.
Los mentores pueden detectar y prevenir malos hábitos y el caer en la tentación del abuso de poder y
autoridad.
Los colegas y mentores pueden ser de estímulo y ayudarnos a ser responsables en lo personal y en
nuestra diaria relación con Cristo.
Los colegas y mentores ayudan a desarrollar disciplinas correctas y nuevas perspectivas.
Los colegas y mentores modelan los valores y actitudes positivas de aprendizaje.
Los mentores pueden señalar el estancamiento y estimular el aprendizaje.

El Doctor Roberto Clinton es profesor de liderazgo en la Escuela de Misiones Mundiales en el Seminario


Teológico Fuller en California. Se especializa en estudios de liderazgo. Como antecedente a sus
contribuciones en el estudio y desarrollo de liderazgo, ha investigado extensamente las vidas de más de
600 líderes pasados y presentes.
Paul Stanley es vicepresidente de Los Navegantes, responsable de ministerios en más de 70 países.
Durante 20 años ha trabajado en el área de desarrollo de liderazgo, y ahora es asesor de otras
organizaciones en la misma área.

Connecting por J. Robert Clinton y Paul D. Stanley © 1992., Usado con permiso de NavPress,
Colorado Springs, CO, USA. Apuntes Pastorales Volumen XIV, número 3.

http://www.seminarioabierto.com/formacion39.htm
31/12/2006 13:36:30

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