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era un militar de muy poca instrucción –en esa época todos los
hombres del pueblo estábamos formados–, allá les decíamos la
fortaleza, que era el destacamento militar, […] él tenía que ha-
blarles a los hombres, decirles por qué tenían que cuidar las
playas. Y ahí se hicieron grupos. Cada cual… se hicieron mu-
chos grupos, cada cual buscó sus amigos, se reunieron y la aren-
ga que les echó fue así: ‘‘Bueno, yo tengo que deciile que Fidei
Catro ‘ta tumba’o y como Fidei Catro ‘ta tumba’o, ello se han
desita’o de Cuba y andan en una jangá de avione y ello tan que
no saben dónde es que se van a posai y yo le tengo que decii que
si es por aquí que vienen nosotros le vamo a peleai.’’ Y de ahí que
lo bautizamos como ‘‘Jangai’’, el ‘‘Teniente Jangai’’, el ‘‘Coman-
dante Jangai’’. Después a él se lo llevaron de allá, mandaron [a]
otro.
PDL. ¿Usted estaba con un machete?
JEM. Bueno, yo tuve que coger un machete porque en realidad los
que llevaban machete eran los que tenían. Bueno, yo tenía, pero
en mi casa, en el campo, en la oficina, en la Oficina de Meteoro-
logía que estaba en la Sabana cerca del pueblo a un par de kiló-
metros. Y, además, eso para nosotros era como una forma de
mantenerse… Todo el mundo hizo su grupo y de ahí mismo
empezamos con una tomadera de tragos, empezamos a robar
gallinas. El grupo mío fue el primero en robar gallinas y hacer
locrio de noche. Y después se volvió que el que no robaba galli-
nas y hacía locrio (risas) no estaba en nada.
PDL. ¿Estuvieron más de un día o dos días en eso?
JEM. No, eso duró más o menos alrededor de 25 días.
PDL. ¿Fue algo constante?
JEM. Sí, por lo menos allá [en Sabana de la Mar]. Yo recuerdo que el
destacamento de 25 guardias tuvieron que sacarlo, porque se
desató una plaga de mosquitos tan grandes. Había llovido mu-
cho y se llenaron los manglares y se desató una plaga de mos-
quitos tan grande que no se podía vivir; era una cosa… mataban
los animales que se quedaban amarrados, mataban los bece-
rros, mataban cualquier animal amarrado.
Levantamiento guerrillero
tes sitios y yo veo esa casita con muchas matas. Estaba la luna
clara, con muchas matas que parecían de naranjas, y digo. ‘‘Bue-
no, ahí, o hay algo de comer en la cocina o hay naranjas.’’ Y cogí
pa’llá. Entro en la cocina y reviso. No hay nada. Había una olla
de caldo, pero no tenía ni un pedacito de víveres; no tenía nada.
‘‘Bueno, la salvación mía es que la mata tenga naranjas.’’ Y cojo
para allá y cuando: ¡pan! Me mandan un alto. ‘‘¡Alto!’’ Yo me tiré
al suelo, digo: ‘‘Ahora sí, un hombre desarma’o.’’ Y me dicen:
‘‘Venga o le tiro.’’ Cojo pa’llá con las manos levantadas. ‘‘¡Mier-
da, qué forma de concluir, qué forma de acabar!’’ Era una posta
de cuatro guardias. Había un sargento, un cabo y dos guardias
rasos. Yo supe que era sargento porque uno de los guardias, el
cabo, me dijo que ellos estaban discutiendo de que si me mata-
ban. El sargento quería matarme y el cabo no quería. Y yo ahí.
No sé qué discutieron, pero el cabo le recalcó, porque estaba
moja’o. Ellos se dieron cuenta que yo era de los que andaban.
PDL. ¿Qué le decía el sargento?
JEM. El sargento decía, discutió con él, quería arreglarme. Y el cabo
dijo: ‘‘No, no, ven conmigo que yo tengo familia que son igual
que tú.’’ Y dice: ‘‘¿Tú fumas?’’ Y digo: ‘‘Sí, sí.’’ Me dio un cigarrillo
Casino. Me amarraron, moja’o como yo estaba. Empezó ese frío
a bajar, ¡el frío más grande que yo he pasado en mi vida!, y mira
que yo he pasado muchos fríos grandes. Cada vez que bajaba ese
terralito, que parecía hielo, de esa loma… Yo moja’o; ya yo no
hallaba cómo doblarme y emborocotarme. Me fumé el cigarri-
llo. Cuando cae la mañana, cuando yo vi que empezó a salir el
sol, digo: ‘‘Aquí me está llegando la vida ya.’’ Una hora más tarde,
como a las 07:30 o las 08:00 vienen unos guardias y traen más
gente. ‘‘¡Ah!, coño, pero estos son guerrilleros también.’’ Y el
primero que viene es Hugo García [Muñoz], el cuñado de Tolin-
go Reyes, y me dice: ‘‘¿Tú quieres pan?’’ Y tenía unos panes en
unos bolsillos, que los había comprado por allá en una bodega,
por ahí, y me da un pan. Cuando yo me comí ese pan yo vi,
¡bueno!, que venían como cinco. Ahí traían a José Homero Be-
llo, de Baní. Ya ese murió. Venía Hugo García, y, no recuerdo
exactamente, yo creo que venía Rafelo [Rafael Abud Adames] el
Casa donde
vivieron Manolo
Tavares y
Minerva Mirabal
en Montecristi
(foto: Pedro De
León, Historia
Oral AGN, 2006)
Manolo Tavárez
Justo (al centro,
micrófono en
mano) se dirige
a los asistentes a
una manifesta-
ción. (Foto s.f.)
Manolo Tavárez Justo, Ángel Luis Patnella y Alberto Batista, entre otras per-
sonas no identificadas, durante un encuentro en Barahona. (Foto s.f.)