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NO HAY SILENCIO QUE NO TERMINE

INGRID BETANCOURT

Precio 22 euros

708 páginas
Ingrid Betancourt nació
en Bogotá, Colombia, en
1961. Su padre, Gabriel
Betancourt, fundador de
Icetex, fue ministro de
Educación y subdirector de
la Unesco. Su madre,
Yolanda Pulecio, creó el
Albergue Infantil de Bogotá,
fue senadora y embajadora.
Ingrid vivió en Francia,
donde estudió Ciencias
Políticas en el Instituto de
Estudios Políticos de París.
En 1989 regresó a Colombia
para dedicarse a la política.
Asesora de los ministros de
Hacienda y de Comercio
Exterior entre los años 1990
y 1994, fue elegida
representante a la Cámara
en 1994, creó el partido
Oxígeno Verde en 1997 y
fue elegida senadora en
1998 con una votación récord en su país. En 2002, siendo candidata
presidencial de Colombia, fue secuestrada por la guerrilla de las FARC.
Después de seis años y medio de cautiverio, en 2008 el ejército colombiano
la rescató junto a otros catorce secuestrados durante la reconocida
Operación Jaque. Tras su regreso a la libertad, Ingrid recibió la Legión de
Honor francesa, fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la
Concordia 2008, obtuvo el World Women’s Award 2009 y fue nominada al
premio Nobel de la Paz. Ingrid Betancourt tiene dos hijos, Melanie y Lorenzo
Delloye, entre quienes reparte su nueva vida.
EL LIBRO
No hay silencio que no termine es uno de los últimos versos de Neruda y el título que
escogió la autora para su libro. Ingrid Betancourt termina con su silencio y narra en
primera persona los seis años, cuatro meses y nueve días de cautiverio a manos de
las FARC. Lo que cuenta es terrible y es asombroso leer cómo es posible que
sobreviviera a la crueldad de sus secuestradores y al rigor de la selva. Mucho se ha
especulado sobre lo que ocurrió en ese periodo secreto y este relato es su
testimonio, su calvario, su verdad, de lo que fue ese viaje al corazón de las
tinieblas.

La noticia de su secuestro el 23 de febrero de 2002 ocupó las portadas del mundo.


Ingrid Betancourt era nada menos que candidata a la presidencia de Colombia. Hija
de un diplomático y una reina de belleza, estudió en Francia y a su regreso a su
país de origen se dedicó por completo a la política. Era conocida por sus denuncias
de la corrupción en la política local y por su postura favorable al dialogo con las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. El día que fue secuestrada, junto a
su colaboradora Clara Rojas, se dirigía a San Vicente de Caguán, localidad
gobernada por un alcalde de su partido y que era el centro de unas fallidas
conversaciones de paz. Las FARC se apoderaron del mejor trofeo posible. Su
rescate, el 2 de julio de 2008, en un audaz operativo, la Operación Jaque, de las
Fuerzas Armadas de Colombia, puso fin a una pesadilla de la Ingrid pensó que
jamás saldría con vida.

“Había tomado la decisión de escaparme.” es la primera frase de su relato. Era su


cuarto intento de fuga. Hubo cinco y todos fracasaron. Y demuestra que Ingrid
nunca se rindió, a pesar de que cada vez que la recapturaban era duramente
castigada y las condiciones de su cautiverio se volvían aun más penosas, como vivir
largos periodos con pesadas cadenas al cuello y atada a un árbol. ¿Como resistió
durante tanto tiempo? La lectura de No hay silencio que no termine es una
impresionante lección sobre la naturaleza del ser humano sometido a las
condiciones más extremas. A Ingrid Betancourt le arrebataron casi todo, menos “la
más valiosa de las libertades, la que nadie le puede arrebatar a uno: aquella de
decidir quién uno quiere ser.”

Ingrid aborda su relato con coraje y no esquiva las preguntas más incómodas que
han rodeado a su leyenda. Para empezar, la de si ella era “culpable” de su
secuestro al no obedecer los consejos oficiales de abstenerse a viajar a una zona
peligrosa. Ella explica su versión y detalla minuciosamente cómo fue que terminó
sin escolta ni apoyo transitando por la carretera donde la capturaron. No le tiembla
el pulso al achacar la responsabilidad a las autoridades del momento y apunta sin
miedo a la Presidencia de Andrés Pastrana. Sea como sea, el hecho es que estaba
en manos de las FARC y ante el territorio de su prisión. “A nuestros pies se
extendía una inmensa vegetación: árboles, hasta el infinito. Giré sobre mi misma
360 grados: el horizonte era una línea verde continua.” Su carcelero se lo explicó
casi con tristeza. “Esta es la Amazonia......Para allá va usted”. Ingrid tuvo razón al
sentir mucho miedo.

La selva se la tragó. Durante más de seis años marchó en fila india por la jungla
hostil, montando y desmontando campamentos precarios, hundida en el barro,
empapada hasta los huesos, asediada por los bichos, los hongos, las fieras, la
naturaleza indomable. Ingrid ofrece al lector su visión de ese infierno verde y
húmedo y es capaz de maravillarse ante los tesoros que se esconden ella. En medio
de sus padecimientos fue capaz de quedarse extasiada ante los pájaros
multicolores, la belleza de las serpientes o el milagro de la floración de las
orquídeas dos veces al año. Hay párrafos extraordinarios que describen ese mundo
oculto y misterioso. Betancourt trasmite con enorme sensibilidad la conmoción ante
el espectáculo de la Amazonia, “la selva encantada” .

Junto a ella, Clara Rojas. Ingrid aborda rápidamente la relación con su compañera
de cautiverio. Definitivamente la relación es mala. Será por la amargura del
secuestro, las duras condiciones, el miedo, que la obligada convivencia se fue
convirtiendo en un infierno a golpe de pequeñas ofensas, agravios, mezquindades
que Ingrid recuerda con todo lujo de detalles. A pesar de todo, hay también
momentos de gran complicidad, muchas de las fugas las planearon y las ejecutaron
juntas, de una hermandad ante los momentos de gran peligro y de un afecto
esquivo pero real. Son conmovedores los episodios en que Clara le comunica su
embarazo y le pide a Ingrid que, en caso de una desgracia, se haga cargo del
bebé, o el momento en que Ingrid le enseña a bañar al pequeño Emmanuel recién
nacido. Las FARC le retiraron el niño a Clara y ella sólo lo volvió a recuperar tras su
liberación en enero de 2008.

Mucho se especuló con la posibilidad de que Ingrid padeciera el “síndrome de


Estocolmo”, que identifica a la víctima con su verdugo. No aparece nada de eso en
el relato. Más bien su actitud es siempre desafiante y paga caro las consecuencias
por ello. Seis años son muchos años de convivencia obligada con los guerrilleros y
son muy interesantes sus observaciones sobre el estricto funcionamiento interno de
las FARC. Son sus verdugos y se comportan como tales. Trato vejatorio, cadenas,
falta de alimento y medicinas, amenazas, aislamiento. Pero una vez más, con alarde
de prodigiosa memoria, es capaz de distinguir lo que en ellos había de humano. La
intimidad en la que tenían que vivir le hizo llegar a conocer bien a muchos
comandantes, guardianes, guerrilleras. Hay admiración por su capacidad de
supervivencia en condiciones tan hostiles, hay simpatía por tal guerrillera que le
confía sus penas de amor, le enseña el sistema solar a un soldado casi niño, los
compadece en la vida que llevan. De alguna manera, todos están presos en ese
infierno. Aprende de ellos y aprende a desconfiar de ellos. Es una guerra y nunca
lo olvida.

Ingrid y Clara no son las únicas secuestradas. Hay cientos hasta el día de hoy. Pero
a lo largo de los años, Ingrid convivió largos periodos de tiempo con otros civiles,
políticos como ella, militares y policías y tres norteamericanos también
secuestrados. Todo es escaso, el espacio, la comida, la paciencia y los conflictos
afloran sin cesar e Ingrid parece estar en el centro de casi todos. Aun así, también
forjó amistades indestructibles, como la de Luis Eladio Pérez, “Lucho”, con el que
se fugó y consiguió huir durante seis días antes de volver a ser capturada. También
vivió una intensa historia de amor que la hizo resistir algunos de los momentos más
difíciles de su cautiverio. Ingrid no oculta quién es y le agradece la luz que aportó a
la oscuridad.

El otro enemigo con el que tuvo que vivir fue ella misma. Ingrid Betancourt hizo
también un viaje al interior de si misma y conoció los abismos de sus debilidades.
A medida que van pasando las semanas, los meses, los años, Ingrid va haciendo
una profunda introspección e intenta aferrarse a algunas esencias y verdades que
le permitan seguir viva. La fe católica, la Biblia, su padre -del que tardan un año en
decirle que ha muerto-, sus hijos adolescentes Melanie y Lorenzo y su madre son
eso. Y la radio. Llegó a ser un experta en conseguir radios, esconder radios,
reparar radios y fabricar antenas para captar algún rumor del mundo exterior. A
través de ella escucha la voz de su madre enviándole mensajes de aliento y las
noticias sobre su situación. Las noticias oficiales no son alentadoras, la presión
internacional no parece suficiente. Poco a poco comprende que las FARC no van a
renunciar a su mejor carta. No hay compasión en esta guerra.

El cautiverio es un proceso y lentamente pero de manera inexorable Ingrid va


perdiendo la esperanza de que la liberen. Su vida es una constante huida a través
de la selva, marchas interminables, intentando salvar lo más querido, una carta, una
foto, un diccionario, la Biblia, cuando se producen las habituales estampidas ante la
amenaza de ser bombardeados por los aviones que sobrevuelan la jungla. Hay que
luchar contra el hambre, las lluvias torrenciales, los insectos voraces, el
agotamiento. La malnutrición y los castigos terminan por minar su salud. Sus
captores se limitan a mantenerla con vida y punto. El mundo entero se espanta al
ver su imagen cadavérica después de cinco años de secuestro. A partir de ese
momento se desencadenan los acontecimientos que terminan con su rescate. Así
termina el libro, en el instante mismo de recuperar la libertad definitiva. “Caí de
rodillas frente al mundo y di gracias al cielo de antemano por todo cuanto debía
venir.”

NO HAY SILENCIO QUE NO TERMINE es profundamente humano y en sus páginas


Ingrid Betancourt nos estremece y nos trasmite la sabiduría humilde del que ha
conocido todos los infiernos. Hay lecciones que sacar de esta lectura. Además de
uno de los testimonios más esperados de los últimos tiempos, este libro es reflexión
sobre la vida y la naturaleza humana. Ingrid pudo volver del infierno y en su post
data explica el título que escogió para contarlo. “No hay silencio que no termine es
uno de los últimos versos del poema de Neruda titulado <Para todos>. He aquí,
para todos, la voz de Ingrid Betancourt.

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