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La sociedad: Normas de convivencia social

Una de las características de la persona humana es su sociabilidad. De allí, entonces que


no podamos vivir solos sino que acompañados, rodeados de otras personas formando
sociedades.

Fuera del grupo es difícil conservar y desarrollar la vida. Las personas tenemos
necesidades de distinta índole que solos no podemos satisfacer. El sabio Aristóteles
decía: "El hombre aislado o es un bruto o es un dios" .

Es en el medio social donde hombres y mujeres nos desarrollamos como personas


humanas. Cada individuo forma parte de numerosas agrupaciones sociales: la escuela, el
club deportivo, la junta de vecino, el sindicato, la empresa, el grupo religioso, el partido
político, el centro de alumnos etc.

Distintos propósitos pueden tener las personas cuando forman grupos, sin embargo
cuando se quiere realizar una tarea en común es preciso converger hacia un fin que sea
acordado y aceptado por todos para que éste se logre realizar. Esta idea está presente
cuando se forma una sociedad, una organización de personas. Cuando las costumbres, la
cultura, el entorno geográfico y lazos afectivos unen a un grupo humano se habla de
comunidad de individuos.

Tanto en las sociedades como en las comunidades existen normas y reglas que facilitan
la convivencia, de no ser así, la vida entre varias personas con distintas características,
intereses, ideas, etc., es difícil de llevar, especialmente cuando se debe respetar los
derechos y deberes que cada uno tiene por igual.

Las comunidades
Las comunidades son agrupaciones humanas que comparten una cultura y modo de vida
en común. Normalmente residen en un área geográfica determinada.

Estas agrupaciones como grupos étnicos y linguísticos se forman en virtud de hechos


anteriores a una decisión deliberada de las personas que las integran, como por ejemplo
las comunidades indígenas en nuestro país.

Son conscientes de que comparten cierta unidad y que pueden actuar colectivamente en
busca de una meta. Las relaciones entre sus miembros son muy fuertes y con pautas de
comportamiento acordadas por tradición, costumbres que tienden a mantener siempre.

Las sociedades

Las sociedades son una forma de agrupación humana, en la cual sus integrantes se unen
según intereses comunes, quienes determinan los objetivos que desean lograr.
Para obtener la meta propuesta, la sociedad de personas se organiza; establece normas y
procedimientos a seguir, elige autoridades, se determinan responsabilidades, etc.

Hay muchos tipos de sociedades: clubes deportivos, sindicatos, empresas, hospitales,


escuelas, municipalidades, etc.

En relación a la sociedad políticamente organizada, han existido entre otras desde la


Antigüedad: la polis griega, el Imperio Romano, la socieadad feudal y el Estado moderno.
El Estado de Chile tal como lo conocemos hoy es un tipo de sociedad. Es un sistema
social más amplio y complejo, está institucionalizado. Contiene un ordenamiento jurídico
que marca las pautas y normas a seguir para conseguir el bien común general de la
nación chilena.

Cuando las personas naturales o jurídicas quieren poner algo en común con el fin de
repartir entre sí las ganancias que de ello provenga, reúnen capitales y aunan esfuerzos
para lograr los objetivos propuestos. Estas personas deben celebrar un contrato de
sociedad determinando el tipo de actividad lícita que van a realizar, no contraviniendo las
leyes ni el orden y la moral social establecida en la Constitución.

En consecuencia, resultan variados tipos de sociedades, a saber: las sociedades civiles y


las comerciales, las de personas y de capitales como las sociedades anónimas abierta o
cerrada, las sociedades en comandita y las sociedades de responsabilidad limitada.

Normas de comportamiento

Al vivir en sociedad, se hace indispensable un orden, un mecanismo que regule la


conducta de las personas, de tal manera que se respeten los derechos y las libertades de
todos por igual; con ello surgen las normas.

La norma es una ordenación del comportamiento humano según un criterio que conlleva
una sanción al no ser cumplida. La norma también puede ser coactiva, la posibilidad de
utilizar la fuerza para que se cumpla.

Las normas tienen como finalidad establecer cómo debe comportarse la persona, es un
"deber ser" u obligación.

Existen variadas normas de comportamiento o "sistemas normativos". Estos son:


• La norma religiosa católica: Regula el comportamiento según un punto de vista
sobrenatural. Su fin es que la persona alcance la santidad a través del
convencimiento libre y espontáneo, no existe obligación de acatar los preceptos
religiosos y la sanción es la no salvación del alma.
• La norma moral: Apunta al perfeccionamiento del hombre, desde la perspectiva
de su bien personal, su fin es la bondad. La sanción está dada por el hecho de no
lograr el perfeccionamiento. Por otro lado es incoercible.
• La norma de trato social: Tiene por meta regular el actuar social de tal modo de
lograr una convivencia lo más agradable posible. Varían según la cultura, la época,
etc. No son coactivas pero existe una obligación forzada por el medio o grupo
social al cual la persona pertenece.
• La norma jurídica: Es un conjunto de reglas que tiene por objeto ordenar y
garantizar la vida en sociedad de la persona humana. Los valores que la sustentan
son la seguridad y la justicia. Es de carácter imperativo y coercible pues impone
deberes y obligaciones que han de ser cumplidos, pudiendo hacer uso de la fuerza
en caso de no ser acatada.
Las aulas, ejemplos vivos de convivencia
La sociedad está cada vez más necesitada de ejemplos reales de
convivencia entre las personas. Más aún si contemplamos
diariamente las noticias de los medios de información que se refieren
a agresiones y actitudes de faltas de respeto entre individuos de
distinto origen étnico o cultural. Como profesor de secundaria me toca
prestar especial atención a aquellas informaciones que se publican
sobre la vida escolar. Éstas se refieren a menudo a cuestiones como
el uso del velo por las alumnas que profesan el Islam, las agresiones físicas contra algún alumno al
que se margina y humilla por su origen o procedencia, o las cuestiones relativas a la presencia de
símbolos culturales en las aulas, que se cuestiona en una sociedad cada vez más plural.
Sin embargo, afortunadamente la vida cotidiana en las aulas dista mucho de ser como estos
hechos puntuales parecen mostrar. En las aulas se producen ejemplos vivos de convivencia entre
alumnos de una diversidad de origen y de costumbres cada vez más significativa. Y lo más positivo
es, desde mi punto de vista como profesional de la educación, la naturalidad con que dicha
convivencia se manifiesta. A tempranas edades, los condicionamientos sociales no operan de la
misma manera, ya sean económicos o culturales. Se observa como, en un medio donde lo
prioritario no es el consumo, la suficiencia material o la competencia profesional, la aceptación del
otro, del diferente, se realiza de una manera serena y sin tantos traumas como aparentemente
muchos análisis sociales quieren presentar. Y digo aceptación por no decir integración, concepto a
mi modo de ver ambiguo que se enfoca más bien hacia el punto de vista del individuo que se tiene
que adaptar al entorno, sin observar que es ese entorno social el que también tiene que aceptar su
presencia. Como digo, esta aceptación es más fácil cuando no hay posibilidad de acusar al recién
llegado de querer quitar un puesto de trabajo o de querer imponer sus costumbres al resto.
Recientemente pude escuchar un comentario de una alumna canaria sobre una compañera
musulmana, que hacía poco se había incorporado a clase. Se refería a la Fiesta del Cordero, que
los musulmanes celebran en relación con la Peregrinación a la Meca. La alumna decía que aquella
compañera musulmana no iba a tener Navidad, sino la Fiesta del Cordero. Su comentario revelaba
ya un cierto conocimiento de las tradiciones del Islam. A mí no sólo me sorprendió el conocimiento
demostrado, sino también la ausencia de prejuicio y el tono descriptivo, enunciativo, de su
comentario. Sin duda fue una lección de naturalidad y de aceptación del otro, sin mayores
complicaciones.
Y así sucede en la mayor parte de casos de interacción entre alumnos que puedo percibir en el
instituto donde trabajo. Y esto sucede sin que se den excesos ni a favor ni en contra de una
convivencia normal. En otras palabras, cuando de relacionarse se trata, el acercamiento al distinto
se produce sin que la causa principal sea precisamente que al otro, al compañero de aula, se le ve
como distinto. Esto pudo ocurrir hace unos años, pero actualmente no creo que sea el motivo
principal. En las aulas canarias se ha llegado a aceptar esta presencia hasta el punto de que se ha
convertido en algo totalmente normal. No es necesario que dé ejemplos aquí de centros educativos
donde ya es mayoría el alumnado procedente de otros países.
Las imágenes que cotidianamente se observan en un centro educativo son así: las de la alumna de
color que ríe y se abraza con su compañera blanca, la del europeo del este que bromea con un
compañero cubano o la de los alumnos que, como en el ejemplo, hablan con absoluta naturalidad
de las diferencias culturales, sin emitir juicios de valor.
Lógicamente esta convivencia no se produce de forma gratuita. Los educadores, los profesores y
las familias tienen su parte positiva de contribución a este logro. Sin embargo, como señalábamos
al comienzo, no podemos obviar el potencial de apertura al otro que poseen los jóvenes, como
tendencia natural, cuando no se ven condicionados por determinados factores ambientales. En
otras palabras, las personas son sociables por naturaleza. Esta sociabilidad se pone de manifiesto
en aquellos lugares donde más se convive, como los centros educativos, y en muchas ocasiones
esta convivencia sucede a pesar, y no gracias a, el ambiente social predominante. Los centros
educativos son, en su mayoría, ese oasis en el desierto donde aún es posible el rostro amable, la
sonrisa ante el desconocido, la mano tendida amigable y sin temor. Porque todos estos gestos se
producen sin que exista una exigencia oculta, una contrapartida a cambio, tan propia de una
sociedad mercantilista.
Pienso que nuestra sociedad actual se dirige rápidamente hacia una configuración similar a la de la
sociedad francesa: una sociedad mestiza con multitud de orígenes étnicos, pero donde este origen
no es determinante, pues en la base de la convivencia se despliega un conjunto de deberes y
derechos comúnmente aceptado. Es decir, no hay mayor integración que el cumplimiento de las
leyes, en especial de aquellas que se refieren a la convivencia y el respeto al otro. También yo
podría preguntarme si como ciudadano canario soy un individuo plenamente integrado en esta
sociedad. De nuevo la palabra integración no me parece la fundamental en este asunto. Más bien
es la aceptación lo fundamental, la aceptación del otro, la aceptación de unas normas de
convivencia. Y pienso que sólo por medio de estas normas fuertes y comúnmente aceptadas puede
una sociedad crecer civilmente en la pluralidad de procedencias de sus miembros. ¿De qué otro
modo podría ser si atendemos a la situación geográfica de Canarias? ¿Por cuánto tiempo podemos
seguir dando la espalda a nuestros vecinos africanos, a nuestra realidad geográfica y cada vez
más, cultural? Es sólo una cuestión de tiempo comprobar que nuestra sociedad ha cambiado tanto,
que ya no se parece siquiera a aquella que conocieron nuestros padres. Y para entonces será un
signo de salud constatar que lo étnico no será ya tan significativo como lo convivencial, traducido
jurídicamente en unas normas civiles compartidas y aceptadas por todos. Algo así como lo que tan
naturalmente ocurre entre nuestros jóvenes en las aulas de los centros educativos. Por una vez,
tomémoslo como ejemplo.

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