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¿Escuela para el tercer milenio?

por Eloy Reverón

Los modelos educativos implantados en Venezuela se han inspirado en la experiencia de


países con ideosincrasia disímil a la nuestra. Lo relevante es que todos, tanto en Venezuela
como en el exterior, han fracasado a la hora de enseñar habilidades esenciales como
fomentar la autoestima, el desarrollo de la libertad, de la esperanza, la conciencia y la
creatividad.
Nuestra educación ha dividido el conocimiento en asignaturas, desligándolas unas de otras,
fraccionando, como consecuencia, a la mente y al espíritu. Su carácter autoritario e
impaciente por los resultados anula el placer por descubrir y resolver misterios ante los
temores generados por la atención al reloj. La escuela reprime cualquier expresión de
enojo, frustración y pena, que al final son el combustible que nos mueve a querer
transformar el mundo cuando somos jóvenes, y a querer transformar a los jóvenes cuando
envejecemos.
La escuela confina la infancia, sociabilidad y sentidos a un territorio limitado a cuatro
paredes y un pizarrón. De espaldas al mundo real, como en la caverna del mito de Platón;
es como estudiar la teoría musical con tapones en los oídos, o memorizar el pentagrama sin
haber escuchado jamás una nota. Una situación que nos habitúa a hacer lo que no nos
agrada y cuando no nos provoca. Hemos carecido de la posibilidad de captar el
conocimiento mediante las vivencias de manera intuitiva, para luego, o de manera
simultánea, armonizarlas con la reflexión teórica.
¿Para qué sirve una escuela que habitúa a memorizar información sin enseñar a pensar y a
reflexionar e insiste en separar la disciplina de la intuición para someter el espíritu a las
reglas? La escuela fue diseñada para entrenarnos a enfrentar a un mundo incapaz de
imaginar las potencialidades del cerebro humano, menos soñar con los recursos
audiovisuales cada vez más sofisticados presentes en cualquier parte, pero que a duras
penas llegan a la escuela.
Las nociones elementales adquiridas en la escuela tradicional, a excepción de la gramática,
matemática y geometría, se nos presentan como un conjunto informativo correspondiente a
un mundo estático propio de una época cuando el saber era considerado estable y cierto;
para colmo, los textos y las enseñanzas llevan un atraso considerable con respecto a lo que
ya se maneja en cualquier área de conocimiento. Salvo raras excepciones la educación se
interesa por los avances, la investigación de vanguardia o las opiniones minoritarias.
Después de todo la escuela fue diseñada para ofrecernos una modesta instrucción, más no
para crear genios, o para desarrollar nuestras potencialidades.
Los últimos adelantos acerca del conocimiento del cerebro humano, su funcionamiento y
desarrollo de sus potencialidades, tendrán que generar cambios sustanciales en nuestra
manera de aprender y de enseñar. Los especialistas están en la necesidad de cambiar los
paradigmas, porque al fin están reconociendo que los actuales están mellados.
El mundo de hoy nos exige desarrollar habilidades para identificar y resolver problemas;
manipular y analizar símbolos; y para crear y manejar información. En virtud de estas
necesidades la labor del maestro comienza al rodear al pupilo de un ambiente fraternal y
armonioso para afrontar las tareas más difíciles, estimulándolo y orientándolo hacia la
libertad, la unidad, la interdependencia y la responsabilidad compartida.
El reto para los educadores consiste en diseñar un sistema que motive al educando a
mantenerse despierto y autónomo, dispuesto a explorar y cuestionar todos los laberintos de
la experiencia consciente e inconsciente, a investigar el sentido de todo, a la comprobación
de los límites de lo aparente, y a comprobar las profundidades de su propio ser y que
fomente la autotrascendencia.
¿Cómo podemos despojarnos de los prejuicios y convicciones automáticas grabadas en un
yo dormido? Es preciso reeducarnos de manera más rigurosa, tanto en lo humano como en
lo intelectual: una autoeducación que nos exponga al misterio que mora en nuestro yo
interno, que genere un potencial capaz de resolver graves problemas con sólido arraigo
científico, que contemple el conocimiento de lo específico dentro del sistema total de la
mente y el cuerpo.
El problema está en poder concebir una formación más interesada en la naturaleza del
aprendizaje que por los métodos de instrucción, comprender que se trata de rescatar el saber
como fin y como un valor esencial, y no como un medio para pasar los exámenes u ocultar
la ignorancia para obtener un lugar en la sociedad.
Debemos internalizar que el compromiso con el aprendizaje nose puede limitar a las aulas,
porque aprender es un proceso que nos acompaña durante toda nuestra existencia, como
respirar. Su oxígeno se capta de los maestros y nos acompaña el resto de nuestras vidas; las
lecturas, tareas y los programas educativos de TV deben ser vistos como entrenamiento
para vivir; el cálculo matemático debe ser asimilado como gimnasia mental para solucionar
problemas; el manejo de la gramática como la clave para poder expresarnos con el lenguaje
escrito y desarrollar la comprensión de la lectura para crear y manejar información, además
de facilitarnos la comprensión de otros idiomas; el desarrollo de habilidades musicales e
histriónicas, y la apreciación del teatro, el cine y todas las manifestaciones artísticas
cultivan un ser humano sensible a la sanidad mental. Lo relevante está en darnos cuenta de
que la escuela debería ofrecer los elementos de un proceso que nos enseñe cómo aprender.
Ha llegado la hora de comenzar a prestar atención a los aspectos más convenientes, a abrir
el entendimiento más que a grabar información, a comprender la diferencia de la
información en distintos contextos, y saber que lo que hoy se conoce como cierto, mañana
puede cambiar, pero la sabiduría real es la única que nos proporciona la libertad.

Eloy Reverón, en: El Universal. Caracas, domingo 04 de enero, 1998

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