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La Problemática de los Peregrinos de

Hyperion

Este artículo pretende ahondar en la problemática de los peregrinos de Hyperion, protagonistas


claves de las novelas de ciencia ficción Hyperion (título original en inglés Hyperion, 1989) y La
Caída de Hyperion (The Fall of Hyperion, 1990), escritas por el autor norteamericano Dan
Simmons y que se suelen englobar en los llamados Cantos de Hyperion. Es pues, un anejo que
amplía información sobre esta compleja obra, su trama y sus personajes.

Hibris y Némesis en las historias de los Peregrinos


Los Cantos de Hyperion de Dan Simmons son una epopeya épica escrita en clave de Ciencia
Ficción, que encierran una marea de connotaciones. Precisamente por estar planteada como una
historia épica, una de las más notable son las constantes referencias al mundo y literatura griega
clásica: no sólo por el título (Hiperion es uno de los Titanes descritos en la Teogonía de Hesíodo),
ni por el doble sentido de la temática de la Caída (un evidente símil de la Titanomaquia) sino
también en la singular manera en la que están construidos los personajes (véase El Trasfondo de Los
Cantos de Hyperion).
Las historias de los peregrinos plantean una variada dimensión filosófica, cada una de ellas con sus
matices bien diferenciados; pero en última instancia, y al igual que ocurre en los héroes de las
tragedias griegas, el denominador común de cada una de sus problemáticas, es la noción griega de
hibris.
La hibris, desmesura para los griegos, era un impulso casi violento por las propias pasiones, que a
menudo acarreaba un castigo, que no es otro que la némesis, el castigo de los dioses que provoca de
nuevo la mesura de todas las cosas.
Cada peregrino es, pues, víctima de sus propias pasiones, de una hibris muy concreta; la razón real
de su viaje a Hyperion, no es otra que ir en busca de su némesis. El Alcaudón será, finalmente, la
figura que de manera directa o indirecta actuará como catalizador de la expiación de cada uno de
ellos.

Lenar Hoyt, el Sacerdote (La cobardía)


El padre Lenar Hoyt sufre terribles dolores al portar el parásito cruciforme: en las proximidades de
las Tumbas de Tiempo, ni siquiera la ultramorfina pura puede aliviar su sufrimiento. Pero Lenar
Hoyt lleva consigo otra carga: el peso del ejemplo del padre Paul Duré. Hoyt, sacerdote templado
en la lógica jesuita, objetiva y cree porque ha visto, pero sin embargo no puede comprender como
Duré pudo haber sido capaz de soportar la determinación de sufrir voluntariamente el dolor, ese
dolor, la muerte y la resurrección y de nuevo el dolor, al crucificarse en un árbol flamígeo durante
siete años.
Hoyt, consciente de su propio dolor, admiró en un principio la valentía de Duré, pero con el tiempo,
acabó entendiendo aterrado tiempo que él jamás podría soportar ese destino. El problema filosófico
que plantea su historia y su vida es la comprensión clara y distinta de las propias limitaciones, que
al lado de las del padre Duré se convierten en debilidad. Así, en su días finales, toda la admiración
que sentía por éste se convirtió en odio al reconocer en él su propia cobardía, que alimentaba día a
día su hibris.
Por eso Hoyt acude a Hyperion: no para pedir la extracción de sus cruciformes, sino para acabar con
su vida, enloquecido en una búsqueda desesperada de su némesis. Hoyt quería morir. Para dejar de
padecer el peso del terrible dolor que le causaba el parásito, pero sobre todo, para no sentir nunca
más la carga de una vida y un ejemplo que acabaron siendo insoportables para él.

Fedmahn Kassad, el soldado. (La traición moral)


El coronel Kassad ama la guerra. Su concepción del combate, es también una concepción de la
vida, basada en la ética y el orden establecido en el Nuevo Bushido, el código moral que siguen las
tropas de FUERZA de la Hegemonía y que está inspirado en la antigua tradición de los samurais.
Este destino entronca con la problemática filosófica tratada por Kant en su Crítica de la Razón
Práctica: actuar moralmente, es también contribuir a un mundo moral de acuerdo con los principios
morales universales aceptados por toda la humanidad, los más bellos y elevados, también conocidos
como imperativos categóricos. Kassad ama la guerra, porque ama la moral.
Sin embargo, pronto descubre para su sorpresa, que su amor a la guerra aparece ineludiblemente
unido en su vida a un amor sexual y erótico imposible personificado en la mujer llamada Moneta.
El deseo por la mujer llega a su clímax, cuando ungidos por el flagelo del Alcaudón, Kassad
descubre como Jacques Lacan[1] que lo real termina siempre en lo sexual: es en el sexo donde el
hombre balbucea y se pierde toda referencia, todo orden y toda moral. Acompañado en el éxtasis de
la guerra y del goce sexual del cuerpo de la mujer, Kassad se ciega de hibris y realiza
voluntariamente la violación extrema del Nuevo Bushido: se abandona a una guerra total en un
combate desigual en donde extermina sin piedad a sus adversarios con sólo la voluntad, en un
frenesí orgiástico que no puede ni quiere controlar. Sólo después descubre que ese éxtasis por
infringir su moral, no es más que una pulsión de muerte al observar horrorizado en el momento
final del orgasmo, en pleno campo de batalla, la transformación del cuerpo de su amante en la
obscenidad del Alcaudón.
La problemática filosófica que plantea su historia y su vida, es la culpa y el remordimiento por
traicionar lo más sublime. Kassad enloquece y por ello su vida se convierte en una obsesión por
matar a Moneta y al Alcaudón, a los que considera causantes de su corrupción, en un último
intento de expiar su culpa.
Sin embargo, una vez más, lo sexual y la guerra, vencen a Kassad en su duelo con Moneta y se
vuelve a entregar, queriendo y no, a ella. Pero cuando se encuentra abandonado de nuevo a su
pulsión, es la propia Moneta la que le brinda su némesis: le concede un combate singular -el
sacramento más sagrado del Bushido- contra el Alcaudón por el futuro de la humanidad, en un
futuro lejano.
El soldado comprende que es la única manera en la que puede limpiar su honor y también,
participar en una lucha para proteger a los inocentes: una acción moral noble y elevada. La más
sublime. Kassad soltó un grito de furia, alzó los brazos, desafió y atacó.

Martin Silenus, el poeta (La voluntad de poder)


Al principio fue la palabra. El poeta Martin Silenus descubre ya en su infancia que la palabra, ese
objeto supremo, se ha hecho carne en el entramado del universo; de esta manera comprende que ser
poeta es convertirse en el avatar de la humanidad, ya que el poeta no es solamente el único capaz de
explorar la dimensión más elevada de la realidad, sino que además puede crearla, expandirla y
mostrarla. Ser un verdadero poeta, concluye, es convertirse en Dios. Pero para escribir la obra
suprema, es necesaria una inspiración superior, una musa.
Después de decenios perdidos buscándola en vano, en la Ciudad de los Poetas de Hyperion, Silenus
advierte de que, de repente, su pluma ha despertado de su letargo y está empezando a escribir por
fin su obra maestra, los Cantos, revelando una maestría y una destreza jamás superada por el poeta
anteriormente. Cuando empiezan a sucederse una serie de extrañas matanzas en la Ciudad, Silenus
es consciente de la verdad: él ha invocado al Alcaudón para escribir su poema épico, y el Avatar
está extendiendo su flagelo. Su hibris se revela, pues, al descubrir que el Alcaudón es su Musa y
comprende horrorizado que debe permitir el exterminio de sus ciudadanos, incluido el de su querido
mecenas Triste Rey Billy, en aras de explorar hasta el final el aspecto puramente estético de su
poesía. Para convertirse en un verdadero poeta. Para convertirse en Dios.
El poeta enloquece al traicionar a su preceptor y parece así hacerse eco de las tesis nietzscheanas de
encontrarse más allá del bien y del mal, en una afirmación agresiva de su propia voluntad de poder
y siempre en privilegio del aspecto dionisíaco de la existencia. No por casualidad, Dan Simmons lo
apellida “Silenus”, que evoca directamente al Silene de la mitología griega, padre adoptivo de
Dionisios.
El poema quedó inconcluso con la repentina desaparición del Alcaudón y su pluma volvió a caer en
el silencio. Es sin embargo el Avatar, quien muchos años después libera de nuevo su fuerza creativa,
pero esta vez, de una forma completamente diferente.
No en la observación del dolor ajeno, sino precisamente en la contemplación de su propio
sufrimiento al ser empalado en el Árbol del Dolor; mientras sus carnes se laceran y sus entrañas se
desgarran, Martin recibe su némesis al lamentar profundamente la traición a su mecenas y la
desmesura de su ego poético, disolviendo así su voluntad de poder.
Al igual que siglos antes lo hiciera John Keats,[2] Silenus comprende finalmente que ser un poeta
no es ser Dios: ser un verdadero poeta consiste simplemente ser alguien que sufre. Y es en ese
preciso instante, ante la revelación lúcida de su propia esencia, cuando descubre que es capaz de
concluir sus Cantos sin recurrir a ninguna musa: al final, después de todo, será la palabra.

Sol Weintraub, el profesor (La rebeldía)


Sol Weintraub, un profesor de universidad especialista en ética, acude a Hyperion en un intento
desesperado de encontrar una solución a la enfermedad de su hija Rachel, a quien en el momento de
la peregrinación le quedan apenas unos pocos días de vida. Sol Weintraub ha recibido en sueños
durante años, la orden de una voz trascendente que le exige el sacrificio de su hija enferma. Como
erudito, pero también como judío, se opone la idea arcaica del Antiguo Testamento del sacrificio de
un hijo a manos de su padre en aras de un mandato divino. Weintraub hace referencia
explícitamente a la reflexión ética del problema de Abraham planteada por el filósofo danés Søren
Kierkegaard en su obra Temor y Temblor[3] publicada en 1843. El filósofo explica el desafío de
Abraham, quien recibe la orden de Yahvé de sacrificar a su propio hijo Issac[4]
¿Es ética esta actitud? se pregunta Kierkegaard. ¿Es entonces Abraham un asesino?. Si toda una
religión y fe como la judía se basa en un sacrificio o en un asesinato, es necesario resolver este
dilema. Cualquier sacrificio humano es éticamente inaceptable, sostiene en un principio el filósofo;
sin embargo al ser realizado en nombre de la fe, para el danés, Abraham confía en lo que denomina
la fuerza del absurdo, en algo que trasciende toda la experiencia humana, así que el dilema
planteado es realmente de índole religioso y no ético; por tanto, en la ética no se podría encontrar
una explicación adecuada ante este acto de fe. Kierkegaard resuelve el dilema de Abraham
asegurando que con la fe no valen las palabras para justificar los actos: aquélla está por encima de
estos y entonces su actitud fue la correcta.
Sol Weintraub rechaza de plano la respuesta del filósofo danés. Su hibris reside en el hecho de
oponerse como ser humano a la petición de semejante sacrificio por parte de cualquier Dios: ya ha
acabado, sostiene Weintraub, la hora de la obediencia. Es necesario otro tipo de ética. Así, ante su
rotunda negativa de salvar a su hija mediante el sacrificio, Sol Weintraub acude a Hyperion con la
resolución de aceptarlo, sí, pero modificando sustancialmente los términos: desea su propia
expiación a cambio de la vida de la chica.
Sin embargo, una vez en las Tumbas de Tiempo, en el momento decisivo en que el Alcaudón exige
el sacrificio cuando a Rachel apenas le quedan unos pocos segundos de vida, Sol Weintraub
abandona todo su pensamiento, cambia de parecer y le entrega finamente a su hija.
Durante años la voz de sus sueños se lo había ordenado. Durante años, Sol Weintraub se había
negado. Al final aceptó porque en ese preciso instante, descubrió que durante todos esos años la
onírica voz no procedía en realidad de ningún Dios: era la voz de su hija la que le pedía ser
sacrificada. Y guiado por el amor a Rachel en ese lúcido momento de su némesis, Sol disolvió el
dilema y entendió por qué Abraham había aceptado sacrificar a Isaac cuando el Señor se lo
ordenó. No por la fe, como sostenía Kierkegaard. Tampoco por la obediencia.
No. Sol comprendió que no es Yahvé quien ponía a prueba a Abraham a la hora del sacrificio, sino
que era éste el que retaba a su Señor: porque en el momento de detener el cuchillo, Dios se había
ganado a pulso el derecho de ser llamado el Dios de Abraham, al impedir un sacrificio a todas luces
reprobable, desde el punto de vista de la ética, pero también desde el de la fe.

Brawne Lamia, la detective (La búsqueda de la verdad)


La vida de la detective Brawne Lamia quedó marcada a fuego por el asesinato de su padre, el
senador Byron Lamia, en unas circunstancias nunca aclaradas satisfactoriamente para ella. Su
necesidad de saber y buscar la verdad alimentaron desde la infancia su hibris hasta el punto de
dejarlo todo para convertirse en investigadora privada, en un intento inconsciente de dedicar su vida
a la resolución de misterios ajenos para sublimar el recuerdo de aquél que jamás había podido
resolver.
Después de varios años insípidos en la profesión, de repente el caso que le plantea su amante,
Johnny Keats, le permite volver sobre la pista del antiguo misterio. Fue el amor hacia él lo que
precipitó finalmente su némesis, ya que en su nombre participó en la peregrinación y junto a él y
gracias al flagelo del Alcaudón, atravesó la peligrosa esfera de datos para participar en la
conversación trascendental con la IA conocida como Ummon, quien le revela las circunstancias
exactas de la muerte de su padre y el verdadero papel del TecnoNúcleo en la guerra final.
Además, la pareja formada por Keats y Lamia, jugarán el papel de una suerte de Adán y Eva de una
nueva era para la humanidad, ya que en el fruto de su unión se alojará desde el futuro el elemento
del Dios trino humano conocido como la empatía, llave para la reconciliación final entre el hombre
y la máquina después de la Caída. (Véase El Ascenso de Endymion)

El Cónsul (El libre albedrío)


Las acciones del Cónsul siempre están motivadas por el amor a su planeta natal, Alianza-Maui, por
la nostalgia de una época dorada personificada en sus antepasados Siri y Merin Aspic y por el odio
oculto pero real que siente hacia la Hegemonía, debido a la destrucción que ésta propició de sus
bellezas y reservas naturales. Pero sobre todo, porque la anexión de Alianza-Maui a la Red,
significó la pérdida irreparable de una cultura que basaba su ética en la libertad individual y el
respeto armónico hacia las otras formas de vida sintientes.
Pronto entiende que ese legado es el sentimiento que desde el principio le obliga a preparar su
venganza metódicamente durante décadas, esperando el momento justo que parece no llegar nunca.
Pero el Cónsul espera, paciente. Cuando los Éxters le revelan su plan para acelerar la apertura de las
Tumbas de Tiempo y propiciar así la Caída de la Hegemonía y el fin de la tiranía del TecnoNúcleo,
el Cónsul comprende que su hora ha llegado. Sin embargo, en un último momento de rebeldía, al
intuir sentirse de nuevo un instrumento para la consecución de los intereses de terceros, traiciona
también a los éxters, convirtiéndose así en un doble espía. El Cónsul no sirve a la Hegemonía ni
tampoco a los Éxters: la libertad es el verdadero espíritu de Siri. La libertad era, después de todo, el
motor de su venganza. De su hibris.
El problema filosófico específico que plantea su vida y su historia es pues, la delicada cuestión del
libre albedrío y el determinismo. Sin embargo, cuando creyó haber consumado su venganza, el
Cónsul fue consciente de su trágico destino: su doble traición había sido prevista desde el principio
e integrada en los planes de la Hegemonía, de las IAs del TecnoNúcleo e incluso de los Éxters,
vaciando así sus proyectos de toda su sustancia individual. Sintiéndose absolutamente derrotado y
deseando su propia muerte, su némesis llega cuando en el juicio Éxter es condenado a vivir y dar
testimonio de la era caótica que se avecina tras la Caída.
De esta manera, el diplomático comprende el amago sabor de la ironía: si el leiv motiv de su vida
había sido la defensa del libre albedrío, su misión acabó consistiendo en jugar el papel de una
marioneta impersonal controlada por las inmensas fuerzas que gobernaban el universo conocido. No
por casualidad, Dan Simmons siempre nombra al personaje como “El Cónsul”, despojándolo así de
toda identidad individual. El lector jamás sabrá su nombre, ni su apellido. Sólo cuando toca el piano
en la soledad de su nave, parece que el Cónsul encuentra vagamente un atisbo de individualidad.

Het Masteen, el Tempario (La obediencia)


El personaje de Het Masteen está muy poco desarrollado en la novela, como si el propio Dan
Simmons quisiera preservar en su figura todo el misterio que envuelve a la figura de los Templarios.
La fe y la sumisión ciegas de Masteen al Muir conforman su hibris, y le obligan a acudir a Hyperion
y contemplar la destrucción de su amada nave arbórea Yggradsill poco antes de desaparecer en
circunstancias nunca aclaradas. Cuando reaparece día después, convulso y moribundo, Masteen le
revela a los otros peregrinos la espantosa misión que le había sido encomendada: guiar el Árbol del
Dolor en los días de la Expiación Final.
Enloquecido, Masteen perece no sin antes recibir su némesis: la comprensión clara y distinta de que
haber aceptado ese terrible destino en virtud de la obediencia a su fe, significaba también tener que
pagar el precio más elevado: su vida y su cordura.

Paul Duré (La arrogancia)


El padre Duré no acude como peregrino, pero reaparece en las Tumbas de Tiempo tras la muerte de
Lenar Hoyt gracias al obsceno poder del cruciforme. Duré es devoto confeso de Teilhard de
Chardin, compartía sus tesis de que la humanidad evoluciona en el universo hasta llegar al punto de
la unión con Dios, el llamado Punto Omega de la espiritualidad. Sólo entonces, sostiene Teilhard, la
humanidad habrá entrado en comunión con la divinidad. Sacerdote católico y antropólogo, se
mueve por el amor a su iglesia y de su Dios, hasta el punto de falsificar unos datos de una misión
etnográfica que dirigía con el ánimo de demostrar que existía una forma de protocristianismo en el
universo y justificar así las tesis y la existencia de una Iglesia al borde de la extinción. Cuando se
descubre el engaño, es condenado al exilio en Hyperion en unas circunstancias extremas, recibe el
parásito cruciforme de manos del Alcaudón.
El jesuita paga el pecado de su arrogancia, y es víctima de la hibris cuando descubre aterrado que
cruciforme le proporciona una de las características de la divinidad que tanto había predicado: la
inmortalidad en la vida - en esta vida - sin llegar a ningún Punto Omega. Pero si su cuerpo está
protegido de toda corrupción biológica, su alma de cristiano está condenada a la degeneración,
prisionera de una vida de embrutecimiento y dolor. Su némesis consistirá entonces en buscar la
trascendencia precisamente en la muerte - la muerte verdadera- , su único camino de expiación.

Referencias
1. ↑ El psicoanalista Jacques Lacan expresó esta idea en una Conferencia en Lovaina en 1972.
Véase: http://es.youtube.com/watch?v=ftwhzVgUhnk
2. ↑ La vida y la obra del poeta inglés es utilizada de manera casi obsesiva por Simmons.
Véase El Trasfondo de Los Cantos de Hyperion
3. ↑ El título original en danés es Frygt og Bæven y Søren Kierkegaard lo publicó bajo el
seudónimo de Johannes de Silentio.
4. ↑ Génesis, 22

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