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De estas concepciones del sujeto, además de otros muchos factores, surgen los distintos
modelos que en psicología existen para el estudio de la personalidad. Destacamos los
siguientes:
En nuestra vida cotidiana nos referimos muchas veces al modo de ser de las personas que
nos rodean. Todos hemos dicho en alguna ocasión, de gente que conocemos, que tienen
mucha o poca personalidad. Generalmente asociamos la palabra personalidad a la idea de
poseer una serie de rasgos que resultan atractivos: simpatía, capacidad de influir en otros,
talento, seguridad en sí mismo...
Todos estos rasgos, como veremos, guardan relación con lo que en Psicología se entiende
por personalidad, uno de los conceptos más utilizados por los psicólogos y del que se han
dado numerosas definiciones. A continuación señalamos algunas:
- “Elemento estable de la conducta de un individuo, su manera de ser habitual que lo
diferencia de los demás.”
- “Conjunto de cualidades psicofísicas que distinguen a un ser humano de otro.”
- “Conjunto de elementos físicos, psicológicos, sociales, culturales y espirituales que
muestran un sello particular, un estilo propio, una manera de ser.”
- “Conjunto de formas constantes de relación con la gente y las situaciones que ponen un
sello de individualidad en cada uno de nosotros.”
- “Patrón profundamente incorporado de rasgos cognitivos, afectivos y conductuales
manifiestos, que persisten por largo período de tiempo.”
Como se puede apreciar, hay dos ideas que aparecen en casi todas las definiciones:
- la referencia a un conjunto de cualidades del sujeto
- el precisar que se trata de algo propio y característico.
En alguna definición se señala también otro matiz importante: estas características suponen
un modo de ser y pensar que influye en la forma de responder ante las distintas situaciones
de la vida. En la siguiente definición, formulada por la psiquiatra M. Dueñas, se recogen
casi todos los aspectos señalados en las otras definiciones:
“la personalidad representa la estructura psíquica total del individuo tal como
se revela en su forma de pensar y expresarse, en sus actitudes, en sus intereses,
en sus acciones y en su visión de la vida.”
Dicho de otro modo: nuestras actitudes, valores, opiniones y emociones configuran nuestra
individualidad, nuestra personalidad propia, e influyen en nuestra manera de actuar.
Aunque nadie es totalmente sensible, generoso o tímido, ciertas características sobresalen
en nuestro comportamiento de forma que podemos ser descritos en función de los rasgos
que parecen dirigir nuestra conducta la mayor parte del tiempo.
Personalidad, temperamento y carácter son conceptos que guardan bastante relación entre
sí, pero no son idénticos. El temperamento representa la base constitucional de la
personalidad, puede decirse que incluye el sustrato neurofísico, endocrino y bioquímico
desde el que la personalidad comienza a formarse. Está muy vinculado a la herencia
biológica y, por tanto, es difícil de modificar.
El concepto de carácter está mucho más cercano al de personalidad. Se refiere, igual que
ella, a las propiedades psicológicas de un individuo pero añade un matiz: suele expresar un
juicio de valor sobre el modo de ser. Así, calificamos a las personas por su buen o mal
carácter. Allport dice del carácter que es simplemente la personalidad valorada desde el
punto de vista ético. El carácter se forma mediante los hábitos de comportamiento
adquiridos durante la vida, y es, por tanto, modificable. Hoy es una palabra que, desde la
Psicología, se utiliza cada vez menos sustituyendose por el término personalidad. En todo
caso, podría decirse que la personalidad supone la reunión del temperamento y el carácter
en una sola estructura.
3.1. Autoconcepto
Ya hemos visto que para muchos psicólogos, fundamentalmente los humanistas, un rasgo
clave de la personalidad es el autoconcepto, es decir, la visión que cada uno de nosotros
tiene de sí mismo, lo que somos capaces de contestar cuando nos preguntamos: ¿quién soy
yo?
Pueden señalarse los siguientes factores que influyen en la creación del autoconcepto:
1. La opinión y las expectativas que los demás tienen acerca del sujeto, ya que no puede
experimentarse a sí mismo si no es por medio de los otros. No somos nadie sin el
reconocimiento ajeno, no es posible percibirse como un yo sin haber recibido de otro la
confirmación de la propia identidad personal. La conciencia de uno mismo nace del
reconocimiento de los otros. Desde pequeño el niño o la niña se ve en los demás como en
un espejo y se acomoda a lo que otras personas esperan de él, y va así conformando su
autoconcepto. Según Rogers, “la experiencia de sentirse objeto de consideración positiva
por parte de los demás tiene que preceder a la experiencia de la consideración positiva de sí
mismo”. Por ejemplo, si a un estudiante se le anticipa en el centro escolar una hipótesis de
fracaso, sus esfuerzos serán mínimos, limitándose a esperar un mal rendimiento académico.
Lo que el profesor espera del alumno condiciona su esfuerzo y rendimiento. Esto tiene
importantes aplicaciones para nosotros como animadores.
2. Las vivencias de éxito o fracaso que vaya teniendo el sujeto. La confianza en nuestras
posibilidades ante una determinada situación depende no de la situación en sí, sino de cómo
la percibimos.
3. La importancia relevante de la opinión de ciertas personas en la formación de una
autoestima positiva o negativa. Son las llamadas “personas criterio”. Es el caso de los
padres, los profesores o los iguales que, como hemos visto, tienen distinta influencia según
el momento evolutivo en que nos encontremos.
Por otra parte, de lo explicado sobre la socialización, la cual supone que el individuo va
cambiando a través de este proceso, se deduce algo aparentemente contradictorio. ¿Cómo
logra compaginar la persona la variación de las diferentes situaciones por las que va
pasando, con el mantenimiento de su autoconcepto?
Se debe a Fritz Heider y trata de las relaciones posibles entre tres elementos: una persona
(P), otra persona (O) y algo común a ambos (X) que puede referirse a una cosa, una idea o
incluso a una tercera persona. Heider considera que la estructura resultante de estas
relaciones puede estar equilibrada o desequilibrada y afirma que una estructura
desequilibrada es desagradable para el sujeto, por lo que la gente tiende a mantener el
equilibrio de sus estructuras cognitivas. Posteriormente esta teoría, de la que aquí sólo he
recogido los aspectos más elementales, ha sido revisada y ampliada.
Según Festinger, en una persona, una opinión es disonante con otra la persona siente que
ambas opiniones no son coherentes entre sí. Por ejemplo, si un individuo, de una parte, cree
que fumar es algo muy peligroso para la salud, y de otra, percibe que está fumando mucho,
se encuentra en un estado de disonancia cognitiva.
La relación disonante genera una fuerte tensión psicológica en el sujeto. Ante tal malestar,
éste se ve motivado (la teoría de la disonancia es también una teoría de la motivación, por
eso la volveremos a citar en ese tema) a reprimirla o al menos a reducirla al máximo
posible. Para esto, intentará modificar la realidad (por ejemplo, logrando que el fumar no
sea tan peligroso o dejando de fumar) o si esto no es factible modificando sus propias
opiniones (por ejemplo, pensando que el fumar no es tan peligroso como dicen).
Obviamente, esta segunda salida es menos incómoda, más fácil, que la primera. También
puede reducir la disonancia a base de introducir nuevos elementos cognitivos en la
situación (por ejemplo, si no fumara necesitaría drogarme).
La disonancia cognitiva puede venir generada por situaciones muy diversas. Una de las más
estudiadas es la del consentimiento forzado. ¿Qué ocurre si se fuerza a las personas a opinar
en contra de sus propios puntos de vista? Los resultados de algunos experimentos
realizados por Festinger parecen ir contra la tesis de la teoría conductiva del aprendizaje
según la cual a mayor refuerzo más cambio de actitud. La teoría de la disonancia explica
este resultado diciendo que las personas prefieren cambiar sus opiniones antes que sus
acciones. Es lo que ocurre en el caso de las “expectativas no cumplidas” (cuando actuamos
esperando algo que finalmente no ocurre preferimos dar nuevas explicaciones al hecho de
que no haya ocurrido antes que reconocer que estábamos equivocados y hemos actuado
“tontamente”) o de las “disonancias postdecisionales” (cuando tomamos una decisión
evitaremos la información disonante y si le llega tal información, tenderemos a exagerar los
aspectos negativos de la alternativa no elegida y los positivos de la elegida).
3.2. Estructura social de la personalidad
3.2.1. Roles
La historia de la literatura cuenta, entre sus temas más repetidos, el que asimila la vida de
cada hombre a lo que acontece en el teatro. Este es, por ejemplo, el tema de Calderón de la
Barca en la obra de expresivo título "El Gran Teatro del Mundo". Algunos científicos
sociales creen que es útil esta comparación, pues nos hace entender mejor determinados
aspectos del comportamiento social.
Desde esta perspectiva, conocida con el nombre de “dramatúrgica”, cada uno de nosotros
nos comportamos en la vida del mismo modo que el actor en un drama: representamos
diversos papeles, mejor o peor, junto a otras personas, no actuamos del todo libremente
sino en cierta medida dirigidos, nos movemos siempre es un escenario, somos aplaudidos o
silbados, etc.
De toda esta amplia analogía, hay un aspecto sobre el que interesa detenernos: el
desempeño de unos papeles, que la ciencia social llama roles. Estos roles son
comportamientos típicos de determinadas situaciones sociales y que no inventamos
nosotros sino que nos los encontramos definidos y nos vienen prescritos por la sociedad y
la cultura. Por ejemplo, el rol de mujer, el rol de juez, el rol de niño, el rol de amigo...
Cualquier conducta nuestra puede ser vista como formando parte de uno o varios roles.
CLASES DE ROLES
- los basados en aspectos biológicos, como por ejemplo, los derivados del ciclo vital
humano: los del bebé, del niño, del joven, del adulto, del viejo.
- los basados en la forma en que los “adquirimos”. Distinguimos así entre adscritos (los que
nacen con uno, como los roles de hijo o de aristócrata) o adquiridos (los que se adquieren a
lo largo de la vida)
Este último tipo de roles es útil en el análisis de un problema que estos últimos años ha
provocado una abundantísima bibliografía: el rol de mujer. En efecto, la problemática de la
mujer se centra, en el fondo, en el hecho de haber considerado que su rol tiene un carácter
adscrito. Sin duda, lo es si se considera únicamente el aspecto biológico de la cuestión. Pero
no hay que olvidar que la naturaleza del fenómeno del rol siempre es sociocultural. En este
sentido, el rol de hombre o mujer, en cualquier sociedad o época histórica, es un rol
adquirido. Y aunque la adquisición del mismo se efectúe sobre la base de una adscripción
biológica, se trata de dos cosas diferentes. Dicho de otro modo, el comportamiento que en
una cultura dada es típico de la mujer o del hombre no obedece a razones biológicas sino
sociales. El rol adquirido de mujer o de hombre es lo que se ha dado en llamar “género”.
- los basados en quién sea el centro del que parte la “espera de la conducta”. Distinguimos
entonces entre roles objetivos y roles subjetivos. Lo que hasta aquí hemos visto del rol se
refiere al primer aspecto. Pero el rol no es sólo conducta esperada por los demás. También
nosotros esperamos ciertos comportamientos de nosotros mismos en determinadas
situaciones típicas: es el rol subjetivo.
Lo interesante de esta distinción es que permite ver que a veces ambos aspectos pueden no
coincidir, obstaculizando entonces la interacción social. Tal es el caso, por ejemplo, del
sujeto que en un grupo cree que está desempeñando el rol de simpático cuando en realidad,
para los restantes miembros del grupo, resulta estar desempeñando el rol de antipático.
EL ROL-SET
Así vistas las cosas, el proceso de socialización no es sino el proceso por el que cada
persona va configurando su rol-set. Durante la socialización primaria, esta estructura de
roles se encuentra en formación y por lo tanto puede haber varios roles-clave o todavía
ninguno. Al llegar la adultez, esta estructura adquiere una forma estable y en muchos casos
definitiva.
3.2.2. Estatus
En la socialización no sólo se nos enseñan roles. También se nos enseñan estatus. Con esta
palabra, se designan varias cosas. El antropólogo Ralph Linton, al que se debe la
elaboración conceptual del fenómeno, consideró que el estatus era el conjunto de
derechos y de obligaciones inherentes a una determinada situación social (derechos y
obligaciones tienen aquí un sentido social, más allá del estrictamente jurídico). Con los
usos posteriores de tal término su contenido se ha enriquecido. Hoy, por estatus hemos de
entender, entre otras cosas, la reputación, el honor, la fama, el rango o categoría social, etc.,
que tiene una persona.
Naturalmente, cada individuo no posee un solo estatus. Así, por ejemplo, una persona goza
de una determinada imagen en su grupo de trabajo, diferente de la que tiene en su grupo de
amigos, y ambas no son iguales que la que le da su familia. Como sucede con los roles,
nuestros más o menos diferentes estatus resultan estar estructurados y jerarquizados
formando un status-set, el cual va configurándose a lo largo del proceso de socialización.
Y también, como en los roles, los estatus pueden ser adscritos o adquiridos y tienen un
aspecto objeto y otro subjetivo.
¿CÓMO GANAR CONFIANZA EN UNO MISMO?
Es imprescindible en la vida un mínimo de seguridad en uno
mismo, de autoconfianza, de sensación interna de que se es
capaz, (al menos tanto como los demás), de enfrentarse a los
retos de la existencia, y de que no se va ha ser rechazado por
los otros.