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TEMA XIII: La Ilustración. El Idealismo Trascendental.

FILOSOFÍA II
IF
Inmanuel Kant

TEMA XII
La Ilustración. El Idealismo Trascendental: Inmanuel Kant

Bachillerato LOE. Historia de la Filosofía. 2º de Bachillerato


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TEMA XIII: La Ilustración. El Idealismo Trascendental. FILOSOFÍA II
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Inmanuel Kant
1) CONTEXTO HISTÓRICO

La Ilustración se desarrolló al mismo tiempo que las grandes revoluciones liberales-burguesas, la inglesa y la
francesa (1789). Fue un factor más en el proceso de lucha contra el Ancien Régime, expresión de la ideología crítica de
las clases medias y los ideales liberales de tolerancia en todos los órdenes. Se inició en Inglaterra, arraigó con más
fuerza en Francia y desde ahí se extendió hasta Alemania. La actitud ilustrada y su mentalidad racionalista y clarificadora
tuvieron poca repercusión en España.

En Inglaterra, el ambiente social no era especialmente tenso y tuvo un carácter más bien empirista, centrado
en el estudio de las ciencias de la naturaleza y en cuestiones sobre la religión, en claro ambiente de libertad y tolerancia.

En Francia, la tensión social era mayor por la coexistencia de una organización política autoritaria y una clase
media burguesa en ascenso. Las cuestiones de orden moral, de derecho político y de progreso histórico son las más
relevantes. La “Enciclopedia” o “Diccionario razonado de las ciencia, de las artes y de los oficios” será la obra más
representativa de la Ilustración francesa, y sus representantes Diderot y D'Alembert. Intentaron difundir la cultura y los
conocimientos, proporcionar instrucción e información; crear una opinión crítica y anti-dogmática; y criticar
razonadamente los prejuicios y falsas creencias tradicionales.

En Alemania, el objetivo fundamental lo constituye el análisis de “la razón” y la idea de conseguir el sistema
de principios que garantice un conocimiento cierto sobre la naturaleza, la acción moral y la actividad política. Kant será el
principal representante.

2) INTRODUCCIÓN: RACIONALISMO, EMPIRISMO Y CRITICISMO

El “Idealismo Trascendental” es una teoría del conocimiento cuyo propósito fundamental consiste en el
análisis de la constitución del objeto científico. Cualquier teoría del conocimiento, según Kant, ha de resolver dos
importantes cuestiones: ¿Cómo son posibles las ciencias? ¿Cuáles son las condiciones de objetividad del conocimiento
científico?

Ante el problema de la posibilidad del conocimiento científico racionalistas y empiristas están de acuerdo en
afirmar que la ciencia es posible merced a la objetividad de sus proposiciones o enunciados (juicios). Pero mientras que
para los racionalistas sólo la razón es capaz de determinar los criterios de validez de los juicios, para los empiristas sólo
la sensibilidad puede establecer criterios válidos de certeza.

El Criticismo kantiano supondrá un punto intermedio entre la filosofía racionalista y la empirista, a través del
análisis de la razón, de sus capacidades y de sus límites, al que denomina “Crítica de la Razón”. Contra el empirismo
intentará mostrar que existe un uso legítimo para aquellos conceptos de la metafísica tradicional, como sustancia y
causalidad, que habían sido descartados por el empirismo de Hume. Contra el racionalismo intentará poner límite al uso
de esas categorías metafísicas para que nuestro conocimiento no se remonte más allá de lo que la experiencia
autoriza.

Por tanto Kant mantendrá que el uso de las nociones metafísicas tradicionales es necesario para que pueda

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existir el conocimiento científico, y es por esa razón y con ese único propósito, que quedará legitimado su uso. Sin
embargo, usar esas mismas nociones más allá de su aplicación a los objetos de la experiencia es una tendencia natural
de la razón humana, y seguirla produce la denominada metafísica dogmática, que es la clase de metafísica que será
rechazada por Kant. Y así, la experiencia constituirá un límite para nuestro conocimiento, y para el uso legítimo de esas
nociones metafísicas que la razón necesita para realizar el edificio de nuestro conocimiento teórico.

Sin embargo, existe otra forma distinta de usar la razón, el uso práctico, en el cuál la razón no trata de
organizar el conocimiento de los hechos (lo que es u ocurre en el mundo) sino de establecer la moral (lo que debería
de ser u ocurrir en el mundo). Y entonces, la disciplina de limitar la validez en la aplicación de las categorías metafísicas
a los hechos de experiencia resulta inútil; en el uso práctico de la razón esos conceptos metafísicos sí podrán
aplicarse más allá de la experiencia, pero sólo en tanto que somos seres prácticos, éticos; pero sin que por ello podamos
afirmar que esos enunciados en los cuales, para los fines prácticos de la ética, los conceptos metafísicos van más allá
de la experiencia, formen conocimientos. No son conocimientos ya que no podemos saberlos ciertos, sólo podemos
tener fe, fe racional, en que lo son, porque sin ellos no será posible realizar los fines prácticos que la ética propone a todo
ser racional.

3) LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA


a) Clasificación kantiana de los juicios

El problema primordial a resolver es el de la posibilidad de la Metafísica como ciencia, pero antes de


abordar la solución a este problema ha de plantearse una cuestión previa: ¿cómo son posibles las ciencias? Para
examinar la posibilidad de la ciencia es preciso analizar, previamente, los fundamentos del conocimiento científico e
investigar cuáles son las condiciones de su posibilidad, que son dos:

 Que la proposición posea un valor universal y necesario.


 Que el contenido de las proposiciones provenga de la intuición empírica.

Hemos afirmado que la ciencia es posible si sus juicios son objetivos, pero ¿cuáles son las condiciones por
las que son posibles los juicios que requiere la ciencia? Para Kant los juicios de la ciencia son posibles si contienen
las determinaciones objetivas requeridas por el conocimiento científico. Tal investigación debe realizarse a partir del
análisis de los distintos tipos de juicios, que clasifica de la siguiente manera:

i) Juicios analíticos. Son los juicios en los cuales el significado de lo que se dice en el predicado está
contenido en el significado de lo que se dice en el sujeto. Por ejemplo, “El triciclo tiene tres ruedas; Los días
lluviosos son días húmedos; Los solteros no están casados,…”. Estos juicios no dan información alguna que
amplíe el conocimiento; es decir, no enseñan nada nuevo.
ii) Juicios sintéticos. Son los juicios en los que el significado del predicado no está contenido en el del sujeto.
Por ejemplo: “La sal de cocina es soluble en agua”. En estos juicios sí se proporciona una nueva información
que amplía nuestro conocimiento.
iii) Juicios a priori. Son aquellos cuya verdad o falsedad pueda ser conocida independientemente de toda
experiencia. En realidad todos los juicios analíticos son juicios a priori. Ahora bien, Kant dirá que aunque todos los

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juicios analíticos son a priori, existen juicios que siendo a priori no son analíticos.
iv) Juicios a posteriori. Son aquellos cuya verdad o falsedad sólo puede determinarse a partir de la experiencia.
Todos los juicios a posteriori serán sintéticos. Aunque, de nuevo, Kant dirá que existen juicios sintéticos que no
son a posteriori.

Dadas las anteriores clasificaciones podemos combinar las nociones de sintético y analítico con las de
a priori y a posteriori, saliendo la clasificación definitiva de juicios que Kant propone. Y así tenemos:

i) Juicios analíticos a priori, que serían aquellos en los el significado del sujeto incluye el significado del
predicado y que, por tanto, su valor de verdad se puede conocer sin tener que determinarlo a través de la
experiencia.
ii) Juicios analíticos a posteriori, que no existen. La razón está en que tendrían que ser juicios en los que el
significado del predicado estuviera contenido en el significado del sujeto, pero que no supiéramos su valor de
verdad sin acudir a la experiencia.
iii) Juicios sintéticos a posteriori, que son aquellos en los que el significado del sujeto no incluye el
significado del predicado y que debemos establecer su valor de verdad yendo a la experiencia. Aquí estarían la
mayoría de las proposiciones científicas de las ciencias naturales.
iv) Y, por último, los juicios sintéticos a priori. Esta clase contendría aquellos juicios en los que el significado
del predicado no incluye el del sujeto, pero que, pese a eso, podemos establecer su valor de verdad sin tener
que ir a la experiencia. ¿Existen esos juicios? Kant responderá a la pregunta desglosándola en partes.
Considerará que la misma existencia de la matemática y de la física muestra que los juicios sintéticos a priori
existen en ambas disciplinas; de hecho considera que todos los juicios matemáticos son de ese tipo, así como
los principios de la ciencia física.
b) La estética trascendental

Kant estudia en la Estética Trascendental las condiciones espacio-temporales del conocimiento que, como
intuiciones puras, producen la primera síntesis de carácter sensible.

Siempre que las cosas exteriores afectan a mis órganos de los sentidos se produce una sensación. Todas
las sensaciones que me represento en la conciencia aparecen como temporales y, a veces, espaciales. Todas las
sensaciones de las que soy consciente se producen en el tiempo, ya que son temporales; es decir, las veo durando en
el tiempo. Muchas son, además, espaciales, en concreto las que se producen por la vista o el tacto. Pero hay
sensaciones que no son espaciales, como por ejemplo un olor determinado, o un concierto de música, aunque todas
ellas son temporales.

Kant llamará intuiciones empíricas a las sensaciones, y a aquello que se me representa en la intuición
empírica, es decir, al objeto representado en la intuición empírica, lo llama fenómeno. Las intuiciones empíricas lo
son de algo, ese algo es el fenómeno. Así, si veo una casa, percibir a través de la vista es la intuición empírica, y lo
percibido, la casa, sería el fenómeno percibido o intuido empíricamente. Es importante darse cuenta de que ni el
espacio ni el tiempo se perciben. Lo que ocurre es que todo lo percibido se percibe en el espacio y/o tiempo,

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formando ambos una especie de “escenario” en el que ocurren las intuiciones empíricas

Pues bien, Kant tendrá la originalidad de mantener que ni el espacio ni el tiempo existen realmente en el
mundo, sino que son estructuras que pertenecen a la parte del sujeto que percibe y no a la parte del objeto percibido.
Espacio y tiempo serían como gafas de cristales de colores con los que se percibe la realidad. Sin esas gafas de
cristales de color no podemos percibir la realidad, pero con ellas todo lo percibido nos parecería distorsionado por el
color de las gafas, y tenderíamos a suponer que ese color es un color que realmente está coloreando las cosas del
mundo, pero en realidad no es así, el mundo no tendría ese color realmente, aunque nosotros nunca pudiéramos
percibir que no lo tiene.

Por tanto, todo lo que intuyo empíricamente, todos los fenómenos, se me representan como espacio-
temporales, pero no porque lo sean en sí mismos, sino porque es el modo en que mi sensibilidad se los puede
representar.

El espacio y el tiempo, dice Kant, no existen fuera de la manera en que tenemos de percibir el mundo, no
tienen una existencia autónoma al sujeto que percibe, sólo existen en la propia conciencia que percibe. Y a este
hecho, a que el espacio y el tiempo no tengan existencia por sí mismos, sino que sean puestos por la subjetividad
del que percibe, lo denomina Kant la idealidad transcendental del espacio y del tiempo. Con “idealidad” Kant
quiere indicar que ambas estructuras, a las que denomina intuiciones puras, pertenecen al campo del sujeto, no del
objeto. Y por “transcendental” indica que esas intuiciones puras, son condiciones necesarias de nuestro modo de
conocer el mundo; sin ellas no podríamos conocerlo.

Ahora bien, ¿cómo se demuestra la idealidad transcendental del espacio y del tiempo? Kant mantendrá
que es necesario que sea así para poder explicar que existan los juicios sintéticos a priori en la matemática; es
decir, en la aritmética y en la geometría.

Así, por ejemplo, cuando se hace geometría uno se representa en la imaginación el espacio, se fragmenta
éste, y de ahí surgen las distintas figuras, puntos, planos y espacios geométricos. Tras lo cual, y partiendo de esa
representación imaginativa, el geómetra investiga las propiedades de esos entes geométricos, analizando las
propiedades y relaciones que tienen entre sí. Pero resulta que, una vez obtenidos los enunciados de la geometría,
éstos enunciados son válidos para todos los objetos extensos que puedo percibir en el mundo. ¿Cómo es posible que
sea así? ¿Por qué lo que yo establezco en la imaginación al representarme el espacio sirve para todo objeto del
mundo? La única razón posible es que haya sido la persona la que, al percibir, añada ella la espacialidad a lo
percibido, y al hacerlo necesariamente ocurre que aquellas leyes que eran válidas para la geometría imaginada,
tienen que ser válidas para los fenómenos espacializados, ya que es ese mismo espacio el que yo añado a las cosas
en la percepción.

Por eso no es necesario ir a la experiencia para comprobar si los juicios matemáticos funcionan con las
cosas del mundo; yo sé a priori que funcionan porque como yo impongo la espacialidad y la temporalidad a las
cosas del mundo que percibo, éstas tendrán, en mi percepción, que “obedecer” esas leyes de la espacialidad y la
temporalidad, es decir, obedecer las leyes matemáticas que de una forma a priori, en mi imaginación pura, se

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establecen.

Además de ser a priori el juicio matemático es sintético, piensa Kant, porque yo no sé antes de contar
cuantas son 5 + 7, actualmente tenemos reglas y lo tenemos memorizado, pero ¿cómo puedo saberlo sin las reglas
y sin la memoria si yo no cuento?

En un juicio analítico su verdad o falsedad se determina analizando el significado de sus términos. En un


juicio sintético a posteriori se establece comparando lo que dice con la intuición sensible. Pero en un juicio
matemático, al ser sintético a priori, su verdad se establece comparando lo que dice con lo que uno puede
comprobar que ocurre en su imaginación pura; es decir, en lo que la imaginación le representa cuando imagina las
leyes del espacio y del tiempo haciendo abstracción de cualquier objeto empírico.

c) La analítica trascendental

La analítica tiene por objeto el estudio de los conceptos puros del entendimiento, condición necesaria para
que lo dado en la sensibilidad adquiera el carácter de objeto pensado. En la estética transcendental Kant establece
cómo se percibe, pero no explica cómo lo percibido se hace inteligible para el que percibe. Esta labor la realiza en
la sección de la Crítica de la Razón Pura denominada Analítica Transcendental.

Tras actuar la sensibilidad tenemos un material espacio temporalizado que aún, y por sí mismo, no es
comprensible. Comprender es entender qué tipo de objeto estamos percibiendo. Es decir, significa que reconocemos
eso que percibimos como perteneciente a una determinada clase de cosas. Para que esto ocurra habrá que subsumir
eso que percibimos bajo conceptos. Así, percibir un caballo es reconocer que las sensaciones que estamos
recibiendo por los sentidos encajan en el concepto de caballo, y que por tanto estamos percibiendo un caballo.

Kant diferencia dos clases de conceptos: los primeros son los conceptos empíricos que, piensa Kant, se
extraen por abstracción de los rasgos semejantes y comunes que presentan las distintas cosas que percibimos en la
experiencia. Sin embargo existe otra clase de conceptos cuyo origen no está en la experiencia, sino que son
producidos por el propio entendimiento a la hora de entender lo que se percibe; a estos conceptos los llama Kant
categorías. Las categorías son conceptos puros, ya que no contienen nada empírico, y a priori, ya que no proceden
de la experiencia. Son producidos espontáneamente por el entendimiento a la hora de conocer lo que percibimos por
los sentidos. Sin ellos sería imposible entender la realidad; y por tanto son transcendentales.

Existen doce categorías en total; y entre ellas se encuentran la de causalidad y la de sustancia.

Kant está de acuerdo con Hume en que esos conceptos –las categorías— no salen de la experiencia. Pero
en contra de lo que dice Hume afirmará que sí es legítimo usarlos. Su legitimidad está en que esos conceptos son
condiciones necesarias (por tanto transcendentales) para que podamos entender la experiencia que tenemos; sin
su uso lo que recibimos de la sensibilidad sería incomprensible, ya que el material que procede de la sensibilidad,
por sí mismo, carece de significado.

Los colores que la sensibilidad aporta no significan nada por sí mismos, para que la percepción sea
significativa, para que percibamos algo inteligible, es necesario que entendamos que esos colores se agrupan en una

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sustancia. La sustancia no se ve, pero sin ella no podríamos entender lo que vemos, ya que es ella la que
permite que no veamos simplemente “colores” sino cosas coloreadas. Y así, las categorías encuentran su legitimidad
no en proceder de la experiencia, sino en ser imprescindibles para que podamos tener experiencia inteligible; sin
ellas la experiencia no sería comprensible.

Es por eso que las categorías, al organizar por la base la inteligibilidad de nuestras percepciones,
proporcionan una serie de juicios sintéticos a priori que se constituyen en los principios de la física. Esos juicios
son a priori porque expresan cómo organizamos conceptualmente la realidad percibida para que ésta sea
inteligible. Así ocurre, por ejemplo, con el Principio de Causalidad, que viene a decir: “todo cambio tiene una
causa”. Ese juicio es sintético a priori y procede, directamente, de la categoría de causalidad. La categoría de
causalidad es una categoría que se aplica para entender algunos fenómenos percibidos, ella constituye su
comprensibilidad, por lo que puede saberse a priori que todo lo que veo y entiendo que ocurre tendrá que tener una
causa, y se sabe de forma a priori, porque si no hubiera una causa entonces la experiencia en concreto sería
ininteligible.

Las categorías tienen la función de organizar la inteligibilidad de la experiencia, y por eso sólo es
legítimo aplicarlas al material que procede de la experiencia. Querer ampliar su uso y aplicarlas a cómo son las
cosas en sí mismas, no como meramente se representan en el fenómeno espacio-temporalizado, es hacer un uso
ilegítimo y rechazable de ellas. Un ejemplo de esto es, por ejemplo, aplicar la categoría de causalidad para hablar de
una causa trascendente al mundo, incausada. Si el objeto incausado fuera transcendente al mundo no es legítimo
aplicarle la posibilidad de ser causa. La causa es un concepto legítimo sólo para objetos de experiencia, no para
objetos que estén fuera de toda experiencia posible. Lo mismo ocurre, por ejemplo, cuando se aplica el concepto de
sustancia a la noción de yo, de la cual no hay ninguna experiencia sensible.

El hecho de que nuestras intuiciones puras y categorías conformen nuestra percepción y comprensión del
mundo, permite que nos preguntemos cómo es el mundo real de las cosas en sí, o noúmenos, sin esas
deformaciones que impone nuestra subjetividad a la hora de percibirlo y entenderlo. Pero según Kant no es posible
conocer cómo es el noúmeno, ya que nuestro modo de conocer necesita intuir y conceptualizar, y para que eso ocurra
son necesarias intuiciones puras y categorías. Sin embargo, aunque no es posible para nosotros, sí es pensable un
modo distinto de conocer que accediera a cómo es el mundo sin pasar por la sensibilidad, y que presentará al objeto
tal y como él es en sí mismo al intelecto. A este modo Kant lo llama intuición intelectual, pero niega que esa
posibilidad pueda ser real para el ser humano.

d) La dialéctica trascendental

Kant se ocupa aquí del problema de la posibilidad de la Metafísica como ciencia. Divide la metafísica
tradicional en tres partes: la psicología, que estudiaría al alma o yo, la cosmología, que estudiaría la realidad en su
totalidad, y la teología natural, que estudiaría la existencia y naturaleza de Dios.

La noción de yo o alma es metafísica porque alude a una sustancia espiritual de la que, como Hume
señalaba, no hay experiencia. Somos conscientes de actos de conciencia, pero no del yo. La noción de Dios es

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claramente metafísica ya que de él no hay experiencia posible. Y la noción del mundo como totalidad también lo es,
porque no tenemos experiencia de la realidad como un todo, sino de fragmentos fenoménicos; ni percibimos el mundo
como una totalidad ni percibimos que siga existiendo cuando apartamos la mirada.

Pues bien, Kant señala que no existen juicios sintéticos a priori en metafísica; y por tanto que la metafísica
no existe como ciencia. La razón de esto estriba en que para que la metafísica fuera ciencia tendría que ser legítimo
aplicar las categorías del entendimiento a los objetos de la metafísica (yo, mundo y Dios), pero esos tres objetos no
son objetos de los que podamos tener una experiencia, luego aplicar las categorías, cuya única legitimidad está en
formar nuestra experiencia, a algo de lo que no tenemos experiencia, es completamente ilegítimo.

4) LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PRÁCTICA. LA ÉTICA KANTIANA


a) Éticas materiales

La capacidad ética del ser humano es una capacidad que éste tiene debido a su racionalidad. Por eso
todas las personas son morales y la moralidad no es algo reservado al filósofo; al contrario, el sano entendimiento
puede incluso hallar más fácilmente que el filósofo cuál sea el deber moral. Sin embargo, además de la capacidad
moral, el hombre tiene la inclinación natural a ser feliz. Eso hace que cuando lo que dice el deber moral y el
interés personal choquen se produzca en el hombre una dialéctica natural, que le lleva a confundir su deber moral
y por eso se hace necesario un análisis filosófico de la moral.

Hasta el momento, dice Kant, todas las éticas propuestas con anterioridad a la suya adolecen de un
mismo defecto, mezclan la moralidad con el interés propio, haciendo que se proponga a la voluntad un objeto para
ser deseado que le sea agradable, para que así, movido por el interés de conseguir esa materia, realice los
imperativos morales. Y, así, una ética será material cuando el motor que determina a la voluntad a seguir las máximas
de acción que ésta propone sea conseguir la propia felicidad, que Kant hace consistir en conseguir el máximo de
placer y mínimo dolor.

Cuando se acepta el fin propuesto por las éticas materiales, entonces, los mandatos éticos se
presentan como lo que debemos hacer para conseguir ese fin material. Es por ello que los actos, supuestamente
éticos, en vez de hacerse por sí mismos, es decir porque son éticos, se harían en vistas a la consecución de un
fin placentero, con lo que nuestros actos no serán, pues, morales, sino que únicamente serían expresión de nuestro
egoísmo natural.

Incluso aunque la materia que la ética propone fuese el conseguir la felicidad de los demás,
estaríamos fuera de la moralidad. Porque supongamos que nuestro talante natural es tal que la felicidad de los demás
nos hace felices, y que debido a eso queremos que los demás sean felices; pero entonces los queremos felices
porque eso hace nuestra felicidad, si no fuera así no queríamos que fueran felices; luego sólo estaríamos expresando
nuestro egoísmo natural que, contingentemente, coincide con lo que deberíamos hacer; no seríamos inmorales, ya
que obraríamos conforme al deber, pero tampoco morales porque no lo haríamos por el deber sino por nuestro interés.

Kant caracterizará las éticas materiales con cuatro rasgos:

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 Son empíricas, pues las máximas o principios de actuación que tales éticas proponen son necesariamente
empíricos y por tanto a posteriori. Y esto por dos razones: primero porque cuando uno se determina a
realizar un acto en vistas a una recompensa supone el conocimiento empírico de la propiedad cuya
realización supone tal recompensa, y además, y sobre todo, el conocimiento empírico de que tal propiedad me es
placentera. Por ejemplo, el hecho de que yo me decida a comer una manzana supone el conocimiento empírico
del sabor de la manzana y el conocimiento empírico de que tal sabor me satisface.
 Son hedonistas: porque identifican la moral con el placer. De hecho, si lo que hace que alguien realice la
acción es el placer, ya puede ser éste tan sublime como se quiera, que de hecho será el placer lo que le
determina a actuar, y si lo que determina es el placer, en el caso de que ese placer desapareciera, entonces no
realizaría el acto.
 También son hipotéticas, ya que se expresan todas en imperativos hipotéticos. Un imperativo hipotético es de
la forma “Si quieres A haz B”. Y así, lo que las éticas materiales prescriben, lo prescriben sólo bajo la condición
de que se quiera el resultado, y no porque realizar el acto (B) tenga que hacerse por sí mismo.
 Y por último son heterónomas. La heteronomía hace referencia a que el sujeto no es productor de la ley moral
sino que la recibe desde fuera, es decir que no la produce su propia razón.

Como consecuencia de lo anterior cabe señalar que si la ética depende del placer, entonces dado que a
cada cual le placen cosas distintas, e incluso que lo que place puede cambiar con el tiempo, será imposible
establecer leyes morales válidas para todo el mundo, y simplemente no existiría la moralidad.

b) La Ética formal

La ética kantiana mantiene que para que un acto sea moral tiene que cumplir dos requisitos; ser un acto
conforme a la ley moral y ser realizado por un motor moral. La acción que se realice por interés, aunque se realice
de acuerdo a lo que la ley moral exige, no constituye una acción moral, es necesario que, además, se realice por una
motivación moral. Si yo digo la verdad debido a que me interesa, a que salgo ganando por hacerlo, aunque mi acto
no sea inmoral, porque es conforme a la ley moral, no será tampoco moral, ya que no lo hago por moralidad
sino por interés.

Pues bien, si para que el acto sea moral ya no puedo hacerlo en vistas a mi interés sólo cabe hacerlo “por
deber”; es decir, el deber por sí mismo se constituye en el único móvil de la acción moral. Sin embargo, el deber por
sí mismo no sería capaz de hacer que las personas realizaran la acción moral si no ocurriera que, cuando nos
representamos cuál es la ley moral, no surgiera en nosotros un sentimiento de respeto a esa misma ley moral; y
así, es ese sentimiento de respeto a la ley moral, que se produce automáticamente en nosotros cuando nos la
representamos, el que se constituye en el motor moral, y permite que realicemos el acto exclusivamente por deber,
y no por interés.

Una vez conocido el motor de la acción moral toca encontrar cuál sea la ley moral, que tendrá que ser
una ley que todos debemos ser capaces de identificar y ante cuya representación se produzca el respeto moral. Pues
bien, Kant piensa que si existen leyes morales, igual que cualquier otra ley, estas tienen que ser

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 Universales, válidas para todos,
 y necesarias, es decir, válidas en cualquier circunstancia posible.

Atendiendo a eso Kant distingue entre la “materia” y la “forma” de una ley. La “forma” de una ley
consiste en que el enunciado tendrá que ser universal y necesario, ya que es una ley, mientras que la “materia”
consistirá en qué cosa sea en concreto lo que es universal y necesario. Pues bien, la ética kantiana se distingue
de las demás éticas en que considera que únicamente atendiendo a la forma de la ley se puede saber si un
enunciado es, o no, una ley moral. No hace falta, por tanto, tener que observar sus resultados en la experiencia, basta
con su forma para identificarlo; y es por eso por lo que la ética kantiana es denomina ética formal.

Kant expresa esto en un principio, que llama Imperativo Categórico del que da tres versiones, y de las
cuales la más conocida es:

“Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”.

Como para ser ley esa máxima tiene que ser universal y necesaria, se tratará, por tanto, de ver si soy
capaz de querer que una máxima cualquiera de acción se convierta en ley universal; es decir, si puedo
universalizarla sin contradicción.

Kant piensa que algunas máximas son de tal modo que no podemos universalizarlas sin contradicción
lógica. Por ejemplo, si considero la siguiente máxima de acción: “Siempre que esté en algún apuro del que me pueda
sacar la mentira entonces mentiré”, puedo darme cuenta que al universalizarla (“Todos los seres humanos que se
encuentren en un apuro de la clase que sea, deberán mentir para salir de él”) se vuelve inútil, porque bastaría saber
que alguien está en un apuro para conocer que nos tiene que mentir por esa misma máxima que hemos
universalizado y convertido en ley, luego la mentira carecería de sentido, no podría engañarnos.

Hay que notar que quien determina qué sea, o no, ley moral es la propia razón del individuo. Como
todos somos seres racionales ocurre que somos nosotros mismos quienes legislamos nuestras propias leyes
morales; es decir, en vez de la heteronomía que hay en las ética materiales, aquí se daría autonomía moral. Y así,
del mismo modo que todos los seres racionales, que hagan matemáticas, llegan a las mismas leyes, cualquier ser
racional que pueda darse a sí mismo las leyes morales llegará a las mismas leyes.

Por último las leyes morales no se expresarán en imperativos hipotéticos, que son los que tienen la
estructura: “si quieres (conseguir) B, haz A”, sino categóricos del tipo “haz A (incondicionalmente)”. El imperativo
hipotético mantiene que uno debe de hacer B para obtener la recompensa de A, y es por esa recompensa que uno
hace B. Pero el imperativo categórico no se quiere bajo lo condición de conseguir algo, se quiere por sí mismo,
porque es nuestro deber hacerlo, y por tanto no manda bajo ninguna condición, manda incondicionadamente; es decir,
categóricamente.

c) Los postulados de la Razón Práctica

Kant va a considerar que es necesario, para que la razón práctica pueda conseguir sus fines éticos, que
tome como cierto que somos libres, y que tenemos un alma inmortal que será premiada o castigada por Dios

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dependiendo de su bondad o maldad. A esas tres afirmaciones Kant las denominará postulados de la razón
práctica.

Sin embargo eso supone hacer afirmaciones sobre el alma, Dios y sobre el mundo, entendiendo que éste
representa todo lo que está determinado y se afirma que existe algo del mundo no determinado. Pero en la Crítica
de la Razón Pura Kant mantuvo la imposibilidad de un conocimiento sobre las ideas; es decir, de Dios, el alma o el
mundo. Por tanto, dos cosas deben explicarse. Primero habría que explicar porqué la razón práctica necesita, para
conseguir sus fines prácticos, tomar como ciertas esas proposiciones. Y segundo debe explicarse cómo es posible
afirmar tales cosas cuando, en el estudio de la razón teórica, se mostró que la razón teórica no podía tener
conocimiento sobre tales objetos.

¿Por qué son necesarios los postulados para poder ser moral? En el caso del primer postulado, aquél que
dice que somos libres, la respuesta es obvia, no podríamos ser morales si no fuéramos libres. Pero no es tan obvio
con los demás, porque parece que se puede ser moral sin tomar por verdadera la inmortalidad del alma o la existencia
de Dios.

La cuestión es que cuando una persona decide ser moral quiere que el bien se dé en la realidad con
preferencia al mal. Y eso significa dos cosas, que la justicia prevalezca, y que el hombre que inicia la senda moral
pueda realizarla; sin embargo, nada de eso parece ocurrir en el mundo.

Más bien, cuando miramos alrededor nuestro quien parece triunfar es la injusticia y el mal. Vemos como el
bueno, por serlo, es infeliz y desgraciado; vemos el triunfo del malvado, vemos que la naturaleza no distribuye las
disposiciones de temperamento de modo justo, ocurriendo que el malvado puede ser bello, inteligente y diestro,
mientras el bueno es torpe y feo. Vemos que tras toda una vida de sufrimiento el bueno muere como vivió, en la
tristeza y dolor, mientras el malvado, aprovechado de su maldad, vive una vida feliz y al final muere tranquilo en la paz
de su hogar… Dios es necesario porque en este mundo no ocurre que el bueno sea recompensado con la felicidad y
el malo castigado con la desgracia; más bien ocurre lo contrario. Pero es parte de lo justo que el bueno sea feliz
y el malo desgraciado; por eso, para que el objetivo de la moral sea real, es necesario pensar que haya un Dios que
termine por recompensar al justo y castigar al malvado; en otro caso, si no hay tal Dios, el bien no ocurriría.
Nuestro perfeccionamiento moral, que también es un objetivo de la moral, no ocurriría si tras la muerte no se
pudiera seguir paulatinamente mejorando en una vida inmortal.

Ahora bien, ¿cómo es posible compaginar los postulados con los resultados a los que se llegó en la Crítica
de la Razón Pura? Señalando que los postulados no pueden ser conocidos por el ser humano, no podemos
saber que son ciertos, pero pueden ser creídos; y de hecho, es necesario que los creamos si queremos ser morales.
Aceptar la verdad de los postulados no significa ampliar nuestro conocimiento; una cosa es conocer y otra tener fe.

Los postulados no son demostrables, pero la razón teórica decía que sobre las ideas no podía haber
conocimiento, pero no afirmaba que supiéramos que Dios, el alma o el mundo no existieran. La razón teórica dejaba
abierto el campo, y la razón práctica no lo cierra con el conocimiento, sino con la fe.

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TEMA XIII: La Ilustración. El Idealismo Trascendental. FILOSOFÍA II
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Inmanuel Kant
Como los postulados son necesarios para ser moral, y todos los seres racionales, por el hecho de serlo,
son morales, entonces se sigue que la fe en los postulados es una fe racional; es decir, una fe que todo ser racional
debe tener.

5) LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
a) Sobre el concepto de finalidad en la naturaleza

Hemos visto en el apartado dedicado a la teoría del conocimiento, que el mundo de la naturaleza (o, lo que es
lo mismo, el mundo de la experiencia, el mundo de los fenómenos) es el mundo organizado bajo las condiciones que
imponen el espacio, el tiempo y las categorías (entre ellas la categoría de causa-efecto). Por eso, para explicar cómo
funciona la naturaleza hay que explicar los fenómenos naturales a partir de sus causas. No obstante, a veces, parece
muy difícil explicar el mundo natural (sobre todo cuando tratamos de explicar el comportamiento de los seres vivos), en
términos puramente mecánicos, en términos de relación causa-efecto. En estas ocasiones todo resulta más fácil si
suponemos que en la naturaleza todo está orientado a un fin (telos). Esto no quiere decir que en la naturaleza haya
fenómenos que no funcionen siguiendo una relación causa-efecto. Quiere decir, simplemente, que si suponemos que las
cosas suceden con vistas a un fin puede ser más fácil encontrar un orden en la experiencia. Pero cualquier explicación
que se dé de ese fenómeno no puede estar en contradicción con una explicación causal. De lo contrario estaríamos
incumpliendo las condiciones que el propio Kant había puesto para que una explicación sea una explicación científica.

b) Sobre el fin que la naturaleza tiene destinado al hombre

Si explicamos la naturaleza como si estuviera orientada a fines cabe pensar que el hombre, en tanto producto
natural, también ha sido producido con un fin. Descubrir ese fin es tarea de la historia. Pero aquí nos encontramos con un
problema. Porque la ética kantiana parte de que el hombre posee una voluntad libre (de lo contrario la moral carecería de
sentido). Pero las acciones humanas, determinadas por esa voluntad, forman parte del mundo de la experiencia, del
mundo de los fenómenos. Y este no es libre, está sometido a las relaciones causa-efecto. ¿Cómo podemos compaginar
ambas cosas?
Kant sostiene que aunque las decisiones particulares de los individuos carezcan de cualquier explicación
racional, si tomamos a la humanidad como un todo (esto es, si nos situamos en el punto de vista de la historia de la
humanidad) quizá podamos “descubrir en ella una marcha regular”. Esto es, cabe la posibilidad de que tras los
comportamientos individuales caprichosos haya un orden que nos conducirá, como especie, a un determinado fin. Ahora
bien, este fin no está determinado por los hombres (estos no tienen ningún proyecto racional propio, pues su
comportamiento es contradictorio, absurdo muchas veces, etc.). Por lo que si la especie ha de tener una finalidad, hay
que suponer que esta está determinada por la naturaleza.
¿Cuál es esta finalidad que nos tiene destinada la naturaleza?
Kant comienza diciendo que “Todas las disposiciones naturales de una criatura están determinadas a
desarrollarse alguna vez de manera completa y adecuada. Aplicado esto al ser humano parece que su tendencia natural
sería la de alcanzar la felicidad o la perfección mediante el uso de la razón”. Ahora bien, el individuo no dispone de
tiempo para alcanzar el perfecto uso de su razón, pero sí la especie.

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En la ética concluía Kant que, dado que la armonía de moralidad y felicidad no se puede alcanzar en este
mundo, el individuo tenía que presuponer un alma inmortal y el gobierno de un Dios que garantice que en “el otro mundo”
se alcance tal armonía.
En su filosofía de la historia Kant extiende esta esperanza al hombre como especie a lo largo del tiempo.
Ahora bien, en apariencia, la historia de la humanidad se presenta ante nosotros como un espectáculo de guerras y
desastres, donde el egoísmo y la lucha desesperada de unos contra otros parecen ser las notas que presiden la vida de
los hombres.
Sin embargo, dice Kant, el filósofo debe interpretar el sentido de estos datos nada alentadores, con el
propósito de descubrir, tras esa apariencia irracional, la huella de la razón que trabaja callada y sigilosamente a favor de
una moralización progresiva y paulatina del ser humano.
Siguiendo el “plan de la naturaleza” la historia de la humanidad se encamina hacia el establecimiento de una
sociedad civil perfecta, un estado de ciudadanía mundial donde sea posible el pleno desarrollo de las capacidades
humanas, una sociedad en la que no habrá lugar para el caos y la injusticia, y donde las leyes de la libertad gobernarán
el mundo.
El motor del que se sirve la naturaleza para conseguir tal fin es el antagonismo entre los hombres, la discordia
y la oposición constante entre ellos, producto de lo que Kant llama la insociable sociabilidad humana. Tal insociable
sociabilidad reside en que los hombres están movidos simultáneamente por deseos individualistas, egoístas, que buscan
satisfacer sus propias necesidades aun a costa de los demás, y la tendencia a vivir en sociedad porque sólo en el seno
de ésta pueden los hombres lograr su plenitud. Para armonizar estas dos tendencias contrapuestas, al ser humano no le
queda más remedio que construir lazos sociales o formas de sociedad con las que pueda superar su tendencia a la
discordia, armonizando libertad y coerción. Del esfuerzo constante por superar la tensión entre las dos tendencias
señaladas nace la libertad bajo leyes, única forma posible de libertad social, con lo que la sociedad se convierte en un
todo moral y el mundo en un Estado en el que puedan desarrollarse todas las capacidades humanas.
El mismo principio que, aplicado a los individuos, le sirve a Kant para dar razón del surgimiento de la sociedad
civil, es utilizado para explicar el surgimiento de la sociedad cosmopolita. Las guerras entre unos Estados y otros no
hacen sino preparar el camino para el advenimiento de un orden jurídico justo que comprenda a toda la humanidad.
El devenir histórico nos conduce a una sociedad perfecta, cosmopolita, que habrá de estar regida por una
Constitución civil perfecta que dicte las normas que han de ordenar las actuaciones del hombre en esa sociedad, y que a
la vez sean conformes con la ley moral. En definitiva, una Constitución interior y exterior perfecta que haga posible que la
legalidad (conformidad con las leyes) y la moralidad (respeto a la ley moral) coincidan definitivamente. Una sociedad
política universal en la cual la libertad de cada uno no encontrará otro límite que la libertad de los demás.

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