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cimiento del orden divino, de la esencia de lo político o del homo economicus. Las
esencias se disuelven y, al mismo tiempo, hacen que desaparezca la ilusión de
que hay leyes no sociológicas que rigen ciertos fenómenos sociales. Ya no podemos
interrogarnos sobre la naturaleza de la sociedad, sino únicamente sobre su funciona-
miento, es decir, sobre sus orientaciones, su poder, sus mecanismos de decisión,
sus formas de organización y de cambio.
2. Aceptemos entonces que la sociedad no descansa nada más que sobre la
acción social, que el orden social no tiene ninguna garantía metasocial, religiosa,
política o económica, y que es por entero el producto de relaciones sociales. Lo
cual equivale a aceptar que se reflexiona sobre la sociedad a partir de la expe-
riencia, nueva pero aquí considerada ejemplar, de sociedades que actúan de la
manera más profunda sobre ellas mismas mediante el crecimiento económico y
la revolución social. En efecto, esas sociedades ya 110 se definen como creaciones
de Dios o de Prometeo, sino como sistemas de relaciones sociales.
Sin embargo, ¿queda bastante definida nuestra perspectiva con esa elección
inicial, y con el reconocimiento de que la sociedad es un sistema capaz de trans-
formarse y no sólo de reproducirse?
No, pues a partir de esto se nos abren dos vías, cuya divergencia define las op-
ciones principales de la sociología.
Se puede pensar que la liquidación de los antiguos dualismos y de la identidad
del ser de la sociedad con su acción debe conducir a reanalizar todo lo que
comúnmente denominamos como estructuras sociales en términos de proceso de
cambio. Cada vez más, habría que concebir la sociedad como una red de personas
que deciden y disponen de una cierta influencia, y mediante cuya interacción
se realiza de modo empírico, muy imperfecto pero aceptable, la adaptación del
conjunto considerado a las modificaciones de su entorno y a sus cambios inter-
nos. Junto con las antiguas filosofías sociales, tendría que desaparecer el recurso a
los valores, a los principios, a los absolutos en la teoría y en la práctica de la
acción social. Cuanto más compleja es la sociedad, menos mecánica es e implica
más zonas de incertidumbre, de desorganización, de innovación, de disidencia y
de imaginación.
¿Cómo no ver en ello el renacimiento de los temas que acompañaron a la re-
volución industrial? El llamamiento liberal al pragmatismo, a la adaptación, a la aper-
tura al cambio, a la búsqueda de la diversidad y de la heterogeneidad, comple-
tado por la conciencia de los límites de los recursos naturales y de los peligros de
la industrialización.
Es cierto que la mayor parte de las investigaciones sociológicas no invoca de
modo explícito esa manera de ver, ya sea porque se ampara tras un desglose de la
realidad que no pone en duda, en nombre de un objetivismo ingenuo, ya sea
porque se refiere a imágenes antiguas de la sociedad, para las que existe un or-
den social basado en el consenso de los valores o, en caso contrario, en una do-
minación impuesta. No obstante, es ese neoliberalismo el que anima la mayoría
de los desarrollos recientes del análisis sociológico. El neoliberalismo renovó el
conocimiento de las organizaciones, dio una importancia central al análisis de las
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decisiones y abordó con seriedad el estudio de los cambios endógenos. Para de-
nominarla de un modo que evoque más una trayectoria que una ideología,
hablemos en este caso de sociología "política", no para designar un capítulo de la
sociología, sino una concepción de conjunto: la sociedad es el resultado de sus
decisiones, que remiten a los intereses, discusiones, conflictos y transacciones a
través de los cuales, siempre de manera provisional e inestable, se persiguen
cambios en el sentido de una mayor diversificación, de una flexibilidad creciente,
de un relajamiento de las normas, de los sistemas simbólicos y de las obligaciones
sociales.
3. Podría definir este libro diciendo que comparte con esa sociología política
neoliberal la idea de que la sociedad es un sistema de relaciones sociales y que su
funcionamiento es el resultado de su acción, pero que a partir de esa concepción,
que se opone a cualquier recurso a los valores y a las esencias, explora una línea
de análisis profundamente diferente, tanto en su orientación como en sus impli-
caciones ideológicas. Si estamos de acuerdo en que la sociedad no es sólo un
sistema cuyo piloto mantendría el equilibrio y la continuidad gracias a diversos
mecanismos de control social, integradores y represivos a la vez, tampoco puede
ser reducida a un sistema capaz de modificar sus fines y su organización median-
te mecanismos de aprendizaje y reforzamiento de determinadas formas de con-
ducta o de organización. La sociedad no es sólo reproducción y adaptación; también es
creación, producción de sí misma. Tiene la capacidad de definir, y por lo tanto de
transformar, por obra del conocimiento y su bloqueo, sus relaciones con su en-
torno, de constituir su medio. La sociedad humana dispone de una capacidad de
creación simbólica gracias a la cual, entre una "situación" y las conductas socia-
les, se interpone la formación del sentido, un sistema de orientación de las conductas.
La sociedad humana es el único sistema natural conocido que posee esa capaci-
dad de formar y de transformar su funcionamiento a partir de sus bloqueos y de
la imagen que tiene de su capacidad de actuar sobre sí misma. Llamo historicidad a
esa distancia que la sociedad guarda en relación a su actividad, y a esa acción por
la que determina las categorías de su práctica. La sociedad no es lo que es, sino lo
que se hace ser: por el conocimiento, que crea un estado de relaciones entre la
sociedad y su entorno; por la acumulación, que retira una parte del producto
disponible del circuito que desemboca en el consumo; por el modelo, que capta la
creatividad en formas que dependen de la acción práctica de la sociedad sobre su
propio funcionamiento. La sociedad crea el conjunto de sus orientaciones
sociales y culturales mediante una acción histórica que es a la vez trabajo y
sentido.
Así se forma la imagen de una sociedad que 110 es sólo un sistema de intercam-
bios, internos o externos, sino ante todo un agente de producción de sí mismo,
de creación de las orientaciones de la acción social a partir de la práctica y de la
conciencia de la producción del trabajo.
Esta imagen no reintroduce los antiguos dualismos; no contrapone una ener-
gía prometéica a la inercia de la materia, ni la realización del progreso a las re-
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no es la sociedad, sino una parte de ella, la clase dirigente, la que se hace cargo
de la historicidad y sale de su funcionamiento para ir más allá de su propia
reproducción, gracias a la acumulación, al conocimiento y al modelo cultural. Es
una categoría particular, por tanto, la que se identifica con lo que hay de más
general en una sociedad: su historicidad. A la vez, ésta se convierte también en
objeto de una apropiación privada. Los que no pertenecen a la clase dirigente y
constituyen la clase popular se defienden contra ese dominio y contra la acción
histórica misma, pero también impugnan su apropiación privada y tratan de reto-
mar el control derribando el dominio de la clase dirigente. De modo que el con-
flicto de clases no se puede definir de otro modo que como la lucha por el objeto
supremo, que es la dirección de la acción histórica.
Las orientaciones del sistema de acción histórica, en vez de traducirse direc-
tamente en normas, están "marcadas" por las relaciones y la dominación de clase,
!o cual permite rechazar la noción de valores que introduce una corresponden-
cia directa entre las orientaciones culturales de una sociedad y los juicios de los
actores sobre las conductas sociales. Entre unas y otros se interponen las rela-
ciones de clase.
El problema de las clases sociales, que no ha dejado de ocupar el centro del
análisis sociológico desde fines del siglo XVIII, no se puede plantear con claridad
más que a partir del momento en que se reconoce que la sociedad no es un con-
junto o un orden, sino un sistema cuya característica principal es producir sus
orientaciones y, por lo tanto, las condiciones de su funcionamiento.
Si por el contrario se sigue representando la sociedad como un orden social, o
bien hay que recurrir a la unidad de un consenso social mantenido por el control
social y la socialización, unidad desmentida por la existencia de conflictos y de
movimientos sociales y que no es más que una invención de la ideología de las
clases dominantes, o bien es necesario admitir que la sociedad en su totalidad es
obra de la dominación, de la violencia y de la ideología, lo cual, repito, supone
que se invoca, más allá de la sociedad, una naturaleza que acabará por liberarse
de las contradicciones de la sociedad, idea que ha dominado ampliamente de las
maneras más diversas el historicismo del siglo XIX.
El desarrollo de la sociología sólo es posible si se renuncia a identificar los
sistemas sociales con sistemas mecánicos, como lo ha hecho desde hace tiempo el
espíritu jurídico, o incluso con sistemas orgánicos, para reconocer su naturaleza
particular: en vez de estar gobernados por un código, los sistemas sociales tienen
la capacidad de elaborar orientaciones que, mediante los conflictos de clase y los
mecanismos políticos, rigen las categorías de la práctica. Lo cual debe descartar
todas las representaciones de la sociedad como un actor, denominado sistema de valores,
espíritu de la época, civilización, o más concretamente Estado, que gestionaría
soberanamente sus diversas actividades y las condiciones de su sobrevivencia
como actor.
4. Este análisis parte de esas tres nociones: la historicidad, que define los ins-
trumentos de producción de la sociedad por ella misma; el sistema de acción histó-
rica, conjunto de orientaciones sociales y culturales mediante las cuales la his-
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Labor tanto más difícil cuando más se acerca uno a las luchas y los movimien-
tos que animan el campo de la historicidad, cuanto más se involucran los actores
colectivos en su ideología y tratan de imponer sus valores. Cuanto más apasionada
es la lucha por la dominación social o más absoluto es el poder, más se recha-
za también el análisis crítico del sociólogo.
Este libro habla de la sociedad a través de la sociología. Reflexionando sobre
su propio trabajo de conocimiento es como el sociólogo responde mejor a las
preguntas de los propios actores sociales. Porque su tarea consiste en poner al desnu-
do las relaciones y los procesos sociales, liberándose de todos los controles sociales e
ideológicos mediante los que se protegen y justifican el poder y el orden estable-
cido. Sólo así puede la sociología asegurar su propia existencia. Cada, vez que la
sociología trata de ordenar lo vivido y de extraer sus leyes generales, o se esfuerza
en explicar con la ayuda de las mismas nociones la estructura y el cambio, se
convierte en una extravagancia de la historia. La sociología tiene que desviarse sin
lamentos tanto de las historias universales como de las sociologías generales que
tienen como fin el de situar y explicar las sociedades. ¿Pero no es una sociología
de la acción la que más se moviliza contra esa pseudociencia de las sociedades?
-•Qué otra proclama con más claridad que no hay sociología de las situaciones so-
ciales, sino únicamente relaciones sociales? La sociología no es la única que avan-
za en esa dirección. Otras disciplinas, y la economía en primer lugar, que consi-
dera modelos de relaciones sociales más simples, han avanzado con mucha más
rapidez hacia su formalización. La sociología avanza con mayor lentitud porque
se ocupa de conjuntos más complejos. Por eso avanzará durante mucho tiempo
aún de dos maneras complementarias: mediante la separación de conjuntos par-
ticulares de relaciones sociales susceptibles de un tratamiento más elaborado, y
mediante la construcción de esquemas teóricos poco formalizados, pero que re-
presentan un avance en la definición de una perspectiva y en la identificación de
los mecanismos estudiados.
7. Este libro, tan alejado en apariencia del análisis de la actualidad social, nació
de una reflexión y un malestar suscitados por el momento en que fue escrito. Los
que toman decisiones económicas y políticas cada vez se dan más cuenta de que
deben intervenir en el conjunto de la vida social. No se puede asegurar el cre-
cimiento sin una movilización social y política o, por el contrario, sin una campa-
ña ideológica al servicio de la ganancia de las empresas.
Esos dirigentes imponen a las sociedades su utopía y su ideología, se identi-
fican con la "satisfacción de las necesidades", con la prosperidad, con la inno-
vación y con la igualación de las oportunidades. La influencia de los dirigentes
sobre las sociedades ha aumentado inmensamente, y como marca de nuestro
siglo quedará que la palabra y la letra del jefe poseyeron a la sociedad entera, que
el lenguaje se convirtió en fuerza material, que el encantamiento hizo surgir la
organización.
Frente a ese nuevo poder de los centros de decisión cunde la confusión. Unos
son arrastrados en la acción de los aparatos, otros les contraponen barreras cons-
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truidas para otro enemigo, otros más ponen en entredicho de un modo global a
una sociedad, y no a su poder.
¿Hay que renunciar a creer que el pequeño nuevo poder encontrará nuevos
adversarios? Ya es demasiado tarde para vender el opio del fin de las ideologías.
El mundo universitario y sobre todo el territorio que ocupan los sociólogos
han sido casi los primeros en ver resurgir movimientos sociales o sus signos pre-
cursores.
Cómo puede creer el sociólogo que lo que escribe es indiferente o neutro
frente a esa gran pregunta que domina nuestra época: ¿cuáles son y serán los
actores, los terrenos y los objetos de las luchas sociales en esas sociedades en las
que el poder se extiende a todos los aspectos de la actividad colectiva, y por lo
tanto, ya no puede ser denominado político o económico, sino que debe ser
reconocido como la dirección y la apropiación de la organización y del cambio
social? Este libro prepara una respuesta a esa interrogante. Es más, quiere jus-
tificar la importancia central de la pregunta que se plantea. No se alejará nunca
de su propio campo, el de la reflexión sociológica, y no tratará de abrigarse al
calor de los acontecimientos. Pero el autor, que estará ausente del libro, tiene
el derecho, en el momento de abandonarlo, de decir por qué le dedicó la parte
central de su vida.