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Introducción

Las sociedades aprenden a conocerse sociológicamente cuando se reco-


I nocen como el producto de su trabajo y de sus relaciones sociales, cuando lo que
primero parece un conjunto de "datos" sociales se reconoce como el resultado de
una acción social, de decisiones o de transacciones, de una dominación o de conflictos. Por
eso, nuestra época, orientada al desarrollo, crea poco a poco la sociología.
La sociología, durante mucho tiempo oculta por todas las formas de filosofía
social que relacionan los hechos sociales con un principio no social de explica-
ción —la providencia, la ley, la evolución, las necesidades "naturales"—, difícil-
mente se libra del recurso a una fuerza creadora: energía, idea, valores, que
conquistan y organizan la naturaleza salvaje. Ésa es en realidad la forma más
común del pensamiento presociólogico, asociado a los triunfos de la industriali-
zación, el capitalismo industrial y los imperios coloniales.
En la actualidad, esa filosofía social del progreso, optimista o pesimista, ya no
se comprende porque nuestras sociedades industrializadas hayan adquirido, con-
fusa pero consistentemente, la certidumbre de que tenían pleno poder sobre
ellas mismas: el de destruirse, el de someterse al orden totalitario o el de hacer
crecer su producto en proporciones hasta entonces inauditas.
Después de haberse evaluado en nombre de los principios, después de haberse
situado en una evolución, la sociedad se reconoce como una red de acciones y de
relaciones.
Para conocer su presente, se dirige cada vez menos a su pasado, porque la
parte de lo transmitido no deja de disminuir en comparación con la de lo adqui-
rido, y se dirige cada vez más a su futuro, es decir, hacia las decisiones que toma y
los debates o los conflictos que las acompañan.
Esa imagen es demasiado simple, y esa transformación no data de ayer. Pero
hoy en día posee la suficiente claridad como para crear una demanda de análisis
sociológico cada vez más fuerte. ¿Es necesario agregar que esa demanda se satis-
face con lentitud porque, allí donde las sociología no está prohibida ni domesti-
cada, todavía tropieza con las antiguas categorías de análisis de la realidad social?
La sociología encuentra dificultades para desprenderse del recurso a lo no
social como explicación de lo social, para deshacerse de la sumisión a las "leyes"
o a la "lógica" interna de una categoría de hechos sociales. Esta fragmentación
entre la interpretación y el análisis positivista ya no es posible a partir del mo-
mento en que ninguna garantía metasocial domina el funcionamiento de la
sociedad. Ya no se puede huir del análisis sociológico subordinándolo al cono-

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cimiento del orden divino, de la esencia de lo político o del homo economicus. Las
esencias se disuelven y, al mismo tiempo, hacen que desaparezca la ilusión de
que hay leyes no sociológicas que rigen ciertos fenómenos sociales. Ya no podemos
interrogarnos sobre la naturaleza de la sociedad, sino únicamente sobre su funciona-
miento, es decir, sobre sus orientaciones, su poder, sus mecanismos de decisión,
sus formas de organización y de cambio.
2. Aceptemos entonces que la sociedad no descansa nada más que sobre la
acción social, que el orden social no tiene ninguna garantía metasocial, religiosa,
política o económica, y que es por entero el producto de relaciones sociales. Lo
cual equivale a aceptar que se reflexiona sobre la sociedad a partir de la expe-
riencia, nueva pero aquí considerada ejemplar, de sociedades que actúan de la
manera más profunda sobre ellas mismas mediante el crecimiento económico y
la revolución social. En efecto, esas sociedades ya 110 se definen como creaciones
de Dios o de Prometeo, sino como sistemas de relaciones sociales.
Sin embargo, ¿queda bastante definida nuestra perspectiva con esa elección
inicial, y con el reconocimiento de que la sociedad es un sistema capaz de trans-
formarse y no sólo de reproducirse?
No, pues a partir de esto se nos abren dos vías, cuya divergencia define las op-
ciones principales de la sociología.
Se puede pensar que la liquidación de los antiguos dualismos y de la identidad
del ser de la sociedad con su acción debe conducir a reanalizar todo lo que
comúnmente denominamos como estructuras sociales en términos de proceso de
cambio. Cada vez más, habría que concebir la sociedad como una red de personas
que deciden y disponen de una cierta influencia, y mediante cuya interacción
se realiza de modo empírico, muy imperfecto pero aceptable, la adaptación del
conjunto considerado a las modificaciones de su entorno y a sus cambios inter-
nos. Junto con las antiguas filosofías sociales, tendría que desaparecer el recurso a
los valores, a los principios, a los absolutos en la teoría y en la práctica de la
acción social. Cuanto más compleja es la sociedad, menos mecánica es e implica
más zonas de incertidumbre, de desorganización, de innovación, de disidencia y
de imaginación.
¿Cómo no ver en ello el renacimiento de los temas que acompañaron a la re-
volución industrial? El llamamiento liberal al pragmatismo, a la adaptación, a la aper-
tura al cambio, a la búsqueda de la diversidad y de la heterogeneidad, comple-
tado por la conciencia de los límites de los recursos naturales y de los peligros de
la industrialización.
Es cierto que la mayor parte de las investigaciones sociológicas no invoca de
modo explícito esa manera de ver, ya sea porque se ampara tras un desglose de la
realidad que no pone en duda, en nombre de un objetivismo ingenuo, ya sea
porque se refiere a imágenes antiguas de la sociedad, para las que existe un or-
den social basado en el consenso de los valores o, en caso contrario, en una do-
minación impuesta. No obstante, es ese neoliberalismo el que anima la mayoría
de los desarrollos recientes del análisis sociológico. El neoliberalismo renovó el
conocimiento de las organizaciones, dio una importancia central al análisis de las
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decisiones y abordó con seriedad el estudio de los cambios endógenos. Para de-
nominarla de un modo que evoque más una trayectoria que una ideología,
hablemos en este caso de sociología "política", no para designar un capítulo de la
sociología, sino una concepción de conjunto: la sociedad es el resultado de sus
decisiones, que remiten a los intereses, discusiones, conflictos y transacciones a
través de los cuales, siempre de manera provisional e inestable, se persiguen
cambios en el sentido de una mayor diversificación, de una flexibilidad creciente,
de un relajamiento de las normas, de los sistemas simbólicos y de las obligaciones
sociales.
3. Podría definir este libro diciendo que comparte con esa sociología política
neoliberal la idea de que la sociedad es un sistema de relaciones sociales y que su
funcionamiento es el resultado de su acción, pero que a partir de esa concepción,
que se opone a cualquier recurso a los valores y a las esencias, explora una línea
de análisis profundamente diferente, tanto en su orientación como en sus impli-
caciones ideológicas. Si estamos de acuerdo en que la sociedad no es sólo un
sistema cuyo piloto mantendría el equilibrio y la continuidad gracias a diversos
mecanismos de control social, integradores y represivos a la vez, tampoco puede
ser reducida a un sistema capaz de modificar sus fines y su organización median-
te mecanismos de aprendizaje y reforzamiento de determinadas formas de con-
ducta o de organización. La sociedad no es sólo reproducción y adaptación; también es
creación, producción de sí misma. Tiene la capacidad de definir, y por lo tanto de
transformar, por obra del conocimiento y su bloqueo, sus relaciones con su en-
torno, de constituir su medio. La sociedad humana dispone de una capacidad de
creación simbólica gracias a la cual, entre una "situación" y las conductas socia-
les, se interpone la formación del sentido, un sistema de orientación de las conductas.
La sociedad humana es el único sistema natural conocido que posee esa capaci-
dad de formar y de transformar su funcionamiento a partir de sus bloqueos y de
la imagen que tiene de su capacidad de actuar sobre sí misma. Llamo historicidad a
esa distancia que la sociedad guarda en relación a su actividad, y a esa acción por
la que determina las categorías de su práctica. La sociedad no es lo que es, sino lo
que se hace ser: por el conocimiento, que crea un estado de relaciones entre la
sociedad y su entorno; por la acumulación, que retira una parte del producto
disponible del circuito que desemboca en el consumo; por el modelo, que capta la
creatividad en formas que dependen de la acción práctica de la sociedad sobre su
propio funcionamiento. La sociedad crea el conjunto de sus orientaciones
sociales y culturales mediante una acción histórica que es a la vez trabajo y
sentido.
Así se forma la imagen de una sociedad que 110 es sólo un sistema de intercam-
bios, internos o externos, sino ante todo un agente de producción de sí mismo,
de creación de las orientaciones de la acción social a partir de la práctica y de la
conciencia de la producción del trabajo.
Esta imagen no reintroduce los antiguos dualismos; no contrapone una ener-
gía prometéica a la inercia de la materia, ni la realización del progreso a las re-
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sistencias de la tradición. Pero se opone a la imagen de una sociedad reducida


a sus procesos de cambio.
Esta imagen descarta del análisis todo recurso a un más allá de la naturaleza, a
esencias o a un sentido de la historia. Identifica la sociedad con su acción, y por
ello se interroga sobre los caracteres específicos de los sistemas sociales.
No es necesario escoger entre la reducción de la sociedad a un sistema del
mismo tipo que una máquina o que un organismo, y el recurso a un vitalismo so-
cial que subordina la explicación a la intervención de fuerzas y de energías, a un
sentido de la evolución o a necesidades fundamentales del hombre. La sociolo-
gía debe reflexionar sobre el ejemplo que le proporciona la biología, construir el
tipo de sistema que permita dar cuenta de las características específicas de las
conductas sociales, es decir, orientadas por fines, y reconocer que toda sociedad
constituye y transforma sus orientaciones sociales y culturales.
Esto implica no reducir la sociedad a su funcionamiento y a sus intercambios,
sino captarla primero en la producción de sí misma.
Y en tanto que la sociedad siempre está dividida entre la producción y la
reproducción de sí misma, yo defiendo dos ideas importantes:
— Primero, que la evolución social no es continua, no es lineal y no puede ser
reducida a una tendencia general a la complejidad, a la diferenciación, a la fle-
xibilidad crecientes. Hay que distinguir, por el contrario, diversos sistemas de
acción histórica que corresponden a un modo de conocimiento, a un tipo de acu-
mulación, a un modelo cultural cualitativamente diferente de otros. Esto es más
importante aún para comprender el presente que para ordenar el pasado, por-
que no ingresamos en una sociedad de pura adaptación, sino en un tipo postin-
dustrial de sociedad que se define, como cualquier otra, por sus orientaciones y
sus relaciones de clase y, en consecuencia, por lo que que saca a la luz y lo que
deja en la oscuridad.
— En segundo lugar, que las orientaciones del sistema de acción histórica de-
finen el campo de las relaciones sociales, de las relaciones políticas, de las formas
de organización social y, por tanto, la puesta enjuego directa o indirecta de todos
los órdenes de conflictos o de negociaciones, y no un cuerpo de valores que per-
mitiría la integración social diversificándose en normas y en expectativas de roles.
Hay que rechazar toda sociología de los valores, pero esto no puede hacerse re-
duciendo la sociedad a un aparato de dominación, que obliga a suponer la exis-
tencia de un orden metasocial, "natural", en nombre del cual se manifiesta ese
juicio; tampoco puede hacerse limitándose a una visión pragmática de la socie-
dad, como si no existiera un orden social dominante que trata de imponerse y de
reproducirse. El problema central de la sociología es comprender cómo una sociedad se
funda en un conjunto de orientaciones, aunque esté dirigida y organizada por un poder;
comprender que la sociedad es una y doble, historicidad y relaciones de dominación. Este
problema no se puede resolver más que reconociendo la capacidad de la sociedad
para determinar por sí misma, mediante su acción histórica, mediante su trabajo
sobre su trabajo, las orientaciones que rigen su funcionamiento. Ese distancia-
miento de sí implica necesariamente la división de la sociedad en dos clases opuestas.
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no es la sociedad, sino una parte de ella, la clase dirigente, la que se hace cargo
de la historicidad y sale de su funcionamiento para ir más allá de su propia
reproducción, gracias a la acumulación, al conocimiento y al modelo cultural. Es
una categoría particular, por tanto, la que se identifica con lo que hay de más
general en una sociedad: su historicidad. A la vez, ésta se convierte también en
objeto de una apropiación privada. Los que no pertenecen a la clase dirigente y
constituyen la clase popular se defienden contra ese dominio y contra la acción
histórica misma, pero también impugnan su apropiación privada y tratan de reto-
mar el control derribando el dominio de la clase dirigente. De modo que el con-
flicto de clases no se puede definir de otro modo que como la lucha por el objeto
supremo, que es la dirección de la acción histórica.
Las orientaciones del sistema de acción histórica, en vez de traducirse direc-
tamente en normas, están "marcadas" por las relaciones y la dominación de clase,
!o cual permite rechazar la noción de valores que introduce una corresponden-
cia directa entre las orientaciones culturales de una sociedad y los juicios de los
actores sobre las conductas sociales. Entre unas y otros se interponen las rela-
ciones de clase.
El problema de las clases sociales, que no ha dejado de ocupar el centro del
análisis sociológico desde fines del siglo XVIII, no se puede plantear con claridad
más que a partir del momento en que se reconoce que la sociedad no es un con-
junto o un orden, sino un sistema cuya característica principal es producir sus
orientaciones y, por lo tanto, las condiciones de su funcionamiento.
Si por el contrario se sigue representando la sociedad como un orden social, o
bien hay que recurrir a la unidad de un consenso social mantenido por el control
social y la socialización, unidad desmentida por la existencia de conflictos y de
movimientos sociales y que no es más que una invención de la ideología de las
clases dominantes, o bien es necesario admitir que la sociedad en su totalidad es
obra de la dominación, de la violencia y de la ideología, lo cual, repito, supone
que se invoca, más allá de la sociedad, una naturaleza que acabará por liberarse
de las contradicciones de la sociedad, idea que ha dominado ampliamente de las
maneras más diversas el historicismo del siglo XIX.
El desarrollo de la sociología sólo es posible si se renuncia a identificar los
sistemas sociales con sistemas mecánicos, como lo ha hecho desde hace tiempo el
espíritu jurídico, o incluso con sistemas orgánicos, para reconocer su naturaleza
particular: en vez de estar gobernados por un código, los sistemas sociales tienen
la capacidad de elaborar orientaciones que, mediante los conflictos de clase y los
mecanismos políticos, rigen las categorías de la práctica. Lo cual debe descartar
todas las representaciones de la sociedad como un actor, denominado sistema de valores,
espíritu de la época, civilización, o más concretamente Estado, que gestionaría
soberanamente sus diversas actividades y las condiciones de su sobrevivencia
como actor.
4. Este análisis parte de esas tres nociones: la historicidad, que define los ins-
trumentos de producción de la sociedad por ella misma; el sistema de acción histó-
rica, conjunto de orientaciones sociales y culturales mediante las cuales la his-
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toricidad ejerce su influencia sobre el funcionamiento de la sociedad; las relaciones


de dase, luchas por el control de la historicidad y del sistema de acción histórica.
Los tres primeros capítulos de este libro están dedicados a la presentación de esas
tres nociones.
En los dos siguientes se muestra el paso de ese primer nivel de análisis al de las
decisiones políticas, a las que denomino indiferentemente sistema institucional o
sistema político, y después al nivel de la organización social. La tarea principal del
análisis consiste en conciliar la jerarquía de esos niveles con la autonomía de cada
uno de ellos. Esa autonomía tiene dos razones de ser: una colectividad política o
una organización son conjuntos sociales concretos, limitados por fronteras, y por
tanto, tienen problemas de integración o de adaptación que rio se reducen a los
de la historicidad; por otra parte, son unidades definidas históricamente más que
sociológicamente, y en consecuencia heterogéneas, de modo que ni siquiera
Inglaterra a finales del siglo XIX puede ser plenamente identificada con el capi-
talismo industrial.
En cuanto a la jerarquía de los sistemas, significa que tanto las instituciones como
las organizaciones son campos de la vida social que no son independientes de las
orientaciones de la acción histórica, sino que, por el contrario, les dan forma, de
modo que en cada uno de los dos tipos de sistemas figuran, a modo de elementos
esenciales, el estado de las orientaciones del sistema de acción histórica y el
estado de las relaciones de clase.
Para terminar, los dos últimos capítulos del libro constituirán la tercera parte,
dedicada a los actores más que a los sistemas y su estructura. El primero está de-
dicado a los movimientos sociales, conductas colectivas situadas en el nivel del cam-
po de la historicidad, es decir, del conjunto formado por el sistema de acción
histórica y por las relaciones de clase, y que ponen en práctica el conflicto por
la gestión de la historicidad. El segundo capítulo sale del análisis sincrónico para
aportar una respuesta al problema del cambio social, el más difícil en la perspectiva
que se elabora en este libro. Mientras que la sociología neoliberal se sitúa de
entrada en el cambio y rechaza como superstición del pasado todo lo que pare-
cen orientaciones o conflictos fundamentales de una sociedad, lo cual le confiere
por lo menos la ventaja de captar de un modo muy directo el proceso de cambio,
el privilegio que yo concedo al estudio de la producción de un campo de his-
toricidad, de instituciones políticas y de formas de organización social vuelve muy
difícil la explicación del cambio, problema al que el pasado de la sociología, sea
ésta funcionalista o no, aportó muy pocas aclaraciones.
Una teoría del cambio ha de partir de las tensiones que existen entre un
campo de historicidad y el conjunto histórico heterogéneo al que siempre está
asociado. En una sociedad en la que esta tensión se reduce al mínimo, el paso de
un campo de historicidad a otro se puede hacer sin rupturas; y la "moder-
nización" implica modificaciones en la organización social, y más tarde en las
instituciones, que provocan el surgimiento de los elementos de un nuevo sistema
de acción histórica. En este caso, al contrario de cuando existe una gran hete-
rogeneidad, que es lo propio de las sociedades dominadas, se produce una lucha
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internacional de clases en la que la nación dominante habla de su acción moder-


nizadora cuando abre los mercados, extrae sus ganancias e impone su cultura, y
en la que la clase popular se apoya a la vez en su historia y sus particularidades
v tiende, mediante la lucha contra la dominación, a la creación de un campo de
historicidad al que todavía no corresponde su experiencia.
Lo anterior descarta la ideología de que las naciones deben pasar todas por las
mismas etapas. La preocupación por comprender la diversidad de los modos de
transformación de las sociedades es tan constante en este libro como la de seguir
codas las manifestaciones de los movimientos sociales, desde la retirada defensiva
en la identidad colectiva, el estallido de la violencia y la disidencia, hasta la crea-
ción de contramodelos de sociedad y el involucramiento en un conflicto general
por la gestión de la acción histórica. Pues no hay nada que manifieste de un
modo más directo la producción de la sociedad por ella misma como el enfren-
lamiento de los movimientos sociales y las políticas de cambio social.
5. Cada uno de los campos definidos de este modo dentro de la sociología se
ha de analizar como un proceso, no como la respuesta a unas funciones. El soció-
logo no puede contentarse con relacionar las conductas con situaciones, como si
se pudiera comprender las relaciones sociales a partir de otras categorías de
hechos, como por ejemplo, el estado de las técnicas o el nivel de los ingresos.
Desde sus inicios, la sociología no se cansa de recordar que para intervenir en el
análisis, esas situaciones se han de reformular primero en términos de relaciones
sociales.
Trato de apegarme estrictamente al principio central del análisis sociológico:
fl sentido de las conductas no se ha de explicar por la conciencia del actor o por la situación
en que se encuentra, sino por las relaciones sociales en qué está implicado. Sociología y
análisis de las relaciones sociales son sinónimos. Hay que distinguir además los
diferentes géneros de relaciones sociales a los que corresponden los grandes
capítulos de la sociología.
En el nivel de la organización social, en los conjuntos sociales delimitados que
gestiona una autoridad central, se pueden aislar relaciones sociales que se basan
en papeles, es decir, en las conductas emitidas por un actor en una posición dada
y reconocidas como legítimas por aquellos con los que el actor interactúa en esa
posición. Las relaciones entre los actores se basan por lo tanto en su participación
común en normas y en un orden. Por una parte, hay reciprocidad de las conduc-
tas entre los actores que ocupan posiciones complementarias en la aplicación de
una norma, y por la otra, hay estratificación, es decir, diversidad en los niveles
de participación en la emisión, difusión y consumo de bienes y conductas valo-
rizadas por la sociedad. Por lo tanto, las relaciones son de reciprocidad y de
diferencia.
En el nivel de la formación de las decisiones, las relaciones son de otro orden. Los
actores ya no actúan dentro de un conjunto de normas, sino que concurren en la
toma de decisiones que fijan las normas y las expectativas legítimas. Las relaciones
son, así pues, de concurrencia y no de reciprocidad, de influencia y no de dife-
rencia.
30 s^ Alain Touraine

Agregemos además, antes de llegar a las relaciones sociales situadas en el nivel


de la acción histórica, que en el nivel de la organización y en el político, el actor
entra también en relaciones con otros actores situados en otros conjuntos socia-
les, con los que ya no comparte normas comunes ni ha de llegar a decisiones
comunes.
En el nivel del campo de la historicidad de una sociedad, las relaciones se esta-
blecen entre actores que no están ni en reciprocidad ni en concurrencia, sino en
conflicto, que no están situados ni en una escala de participación ni en una
posición de influencia, sino en una relación de dominación. La acción histórica, el
trabajo de la sociedad sobre su propio trabajo, sólo se ejerce a través del conflicto
de clase, en una lucha que no es un simple conflicto de intereses o de valores, sino
una lucha por la gestión de la historicidad y de las orientaciones sociales y
culturales del sistema de acción histórica.
Esas clases, esos actores históricos, no son actores concretos, observables de un
modo directo. La historia no es la gesta de la clase capitalista o de la clase obrera.
En este, como en otros casos, sólo se puede definir a un actor analizando su
interacción con otros. Pero el principio es de aplicación más directa y más estricta
cuando se trata de clases. No se explica una conducta diciendo que pertenece a una clase,
sino situándola con respecto a la oposición de las clases y con sus intentos antagónicos de
controlar el sistema de acción histórica. Una sociología de la acción nunca ha de identifi-
carse con una reconstitución de la praxis de actores de clase, sino que es ante todo el
análisis de las relaciones de dominación que determinan conflictos, movimientos
e ideologías. Y digo relaciones de dominación porque se trata de acciones
dirigidas por una apuesta, que es un conjunto de orientaciones sociales y cultu-
rales y, más allá de eso, la historicidad misma, que es una acción y no un estado
de cosas.
6. Esas relaciones sociales son en parte manifiestas y en parte ocultas. Manifiestas
en la medida en que dominantes y dominados están en conflicto y luchan por el
control de la historicidad. Por lo tanto, la sociedad no es un orden ni un orga-
nismo, sino que está dividida en su propio seno y cada una de sus orientaciones es
objeto de intentos de apropiación contrapuestos. Esta es la razón por la cual en
este libro se da constantemente una importancia primordial a los debates, a los
conflictos, a los movimientos y la crítica, retomada innumerables veces de las ilu-
siones de integración social.
Ocultas en la medida en que se impone una dominación que encubre la im-
pugnación popular mediante la opresión, la alienación, la propaganda y la desin-
tegración o la reducción a la violencia o a la retirada. El sociólogo no ha de
identificarse con la ideología de ningún autor, pero para alcanzar la indepen-
dencia sin la que su trabajo es imposible, tiene que ponderar con toda atención
para restablecer la naturaleza de las relaciones sociales que se ocultan de este
modo, para dar la palabra a los que no la tienen, para sacar a la luz lo que se oculta,
prohibe o encierra, para quebrar los discursos ideológicos y la falsa evidencia de
las categorías de la práctica social.
introducción 31

Labor tanto más difícil cuando más se acerca uno a las luchas y los movimien-
tos que animan el campo de la historicidad, cuanto más se involucran los actores
colectivos en su ideología y tratan de imponer sus valores. Cuanto más apasionada
es la lucha por la dominación social o más absoluto es el poder, más se recha-
za también el análisis crítico del sociólogo.
Este libro habla de la sociedad a través de la sociología. Reflexionando sobre
su propio trabajo de conocimiento es como el sociólogo responde mejor a las
preguntas de los propios actores sociales. Porque su tarea consiste en poner al desnu-
do las relaciones y los procesos sociales, liberándose de todos los controles sociales e
ideológicos mediante los que se protegen y justifican el poder y el orden estable-
cido. Sólo así puede la sociología asegurar su propia existencia. Cada, vez que la
sociología trata de ordenar lo vivido y de extraer sus leyes generales, o se esfuerza
en explicar con la ayuda de las mismas nociones la estructura y el cambio, se
convierte en una extravagancia de la historia. La sociología tiene que desviarse sin
lamentos tanto de las historias universales como de las sociologías generales que
tienen como fin el de situar y explicar las sociedades. ¿Pero no es una sociología
de la acción la que más se moviliza contra esa pseudociencia de las sociedades?
-•Qué otra proclama con más claridad que no hay sociología de las situaciones so-
ciales, sino únicamente relaciones sociales? La sociología no es la única que avan-
za en esa dirección. Otras disciplinas, y la economía en primer lugar, que consi-
dera modelos de relaciones sociales más simples, han avanzado con mucha más
rapidez hacia su formalización. La sociología avanza con mayor lentitud porque
se ocupa de conjuntos más complejos. Por eso avanzará durante mucho tiempo
aún de dos maneras complementarias: mediante la separación de conjuntos par-
ticulares de relaciones sociales susceptibles de un tratamiento más elaborado, y
mediante la construcción de esquemas teóricos poco formalizados, pero que re-
presentan un avance en la definición de una perspectiva y en la identificación de
los mecanismos estudiados.
7. Este libro, tan alejado en apariencia del análisis de la actualidad social, nació
de una reflexión y un malestar suscitados por el momento en que fue escrito. Los
que toman decisiones económicas y políticas cada vez se dan más cuenta de que
deben intervenir en el conjunto de la vida social. No se puede asegurar el cre-
cimiento sin una movilización social y política o, por el contrario, sin una campa-
ña ideológica al servicio de la ganancia de las empresas.
Esos dirigentes imponen a las sociedades su utopía y su ideología, se identi-
fican con la "satisfacción de las necesidades", con la prosperidad, con la inno-
vación y con la igualación de las oportunidades. La influencia de los dirigentes
sobre las sociedades ha aumentado inmensamente, y como marca de nuestro
siglo quedará que la palabra y la letra del jefe poseyeron a la sociedad entera, que
el lenguaje se convirtió en fuerza material, que el encantamiento hizo surgir la
organización.
Frente a ese nuevo poder de los centros de decisión cunde la confusión. Unos
son arrastrados en la acción de los aparatos, otros les contraponen barreras cons-
32 Alain Touraine

truidas para otro enemigo, otros más ponen en entredicho de un modo global a
una sociedad, y no a su poder.
¿Hay que renunciar a creer que el pequeño nuevo poder encontrará nuevos
adversarios? Ya es demasiado tarde para vender el opio del fin de las ideologías.
El mundo universitario y sobre todo el territorio que ocupan los sociólogos
han sido casi los primeros en ver resurgir movimientos sociales o sus signos pre-
cursores.
Cómo puede creer el sociólogo que lo que escribe es indiferente o neutro
frente a esa gran pregunta que domina nuestra época: ¿cuáles son y serán los
actores, los terrenos y los objetos de las luchas sociales en esas sociedades en las
que el poder se extiende a todos los aspectos de la actividad colectiva, y por lo
tanto, ya no puede ser denominado político o económico, sino que debe ser
reconocido como la dirección y la apropiación de la organización y del cambio
social? Este libro prepara una respuesta a esa interrogante. Es más, quiere jus-
tificar la importancia central de la pregunta que se plantea. No se alejará nunca
de su propio campo, el de la reflexión sociológica, y no tratará de abrigarse al
calor de los acontecimientos. Pero el autor, que estará ausente del libro, tiene
el derecho, en el momento de abandonarlo, de decir por qué le dedicó la parte
central de su vida.

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