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Las mariposas son libres

Leonard Gershe

REPARTO
(por orden de aparición)

Don
Jill
Señora Barker
Ralph

Canción: JULIO IGLESIAS.

ACTO PRIMERO
Una mañana soleada de junio. El sol entra a raudales por la ventana. Antes de
levantarse el telón oímos un rock cantado por DON y grabado en la cinta
magnetofónica.
(Al levantarse el telón, DON, sentado en el suelo, apoyado en la pared,
escucha. En la mano, un vaso de Coca-Cola. Tiene veinte años, atractivo,
peinado para atrás y descalzo. Para el magnetófono. Va a la nevera, se echa
un cubito de hielo en el vaso. Otro en la boca. Va al teléfono, que sigue
sonando)

DON.- ¿Qué hay, mamá? Bien, bien. ¿Y tú?... ¡Uf! Mucho calor.
¿Y en Scardsale? Sí, aquí también lo hace. ¿El departamento?
Estupendo. Sí, sí. Sí, me gusta mucho. ¿Anoche? No, no hice
nada de particular. No, no salí. Vinieron unos amigos. ¡Bah! Una
fiestita… ¿qué? No sé. No los conté. ¿Exactamente? Pues…,
doce y medio, ¿contenta? No. Se fueron pronto. ¿Cuándo?... No.
Hoy no. Me parece perfecto que vengas a hacer unas compras.
Pero no se te ocurra venir aquí. Quedamos en dos meses. (Se oye
un programa hablado de TV) ¿Qué? No. No he puesto la radio. Es en
el departamento de al lado. No lo sé... Una chica, creo. Vive ahí
desde hace dos o tres días. No sé cómo se llama. Ni me la he
tropezado en la escalera. Es su radio... Se lo diré. No, mamá,
no. Tú no tienes por qué decirle nada. Anda, tú a los almacenes
y a casa. Pero no se te ocurra venir, te conozco. Se te oye muy
mal. ¡Que se te oye muy mal! Hasta mañana. Adiós, adiós,
mamá. (DON cuelga. Va a la puerta que comunica con el otra apartamento)
¡Eeeee! ¿Quiere usted hacer el favor? (Golpea. Gritando) ¿Quiere
hacer el favor de bajar la radio? (Silencio al otro lado)
Voz de JILL TANNER.- ¿Qué dice? ¡No le oigo!
DON.- Que baje la radio. No que la quite. Basta con que la
ponga más bajito.
Voz de JILL.- No es la radio. Es la televisión.
DON.- Lo que sea. Estas paredes son de papel.
Voz de JILL.- Sí, pero de papel higiénico. ¿Qué tal una taza de café?
DON.- Gracias. Acabo de tomarlo.
Voz de JILL.- Pero yo no.
DON.- Bueno. Si quiere una taza de café... pase. Pase (DON va a
la cocina. La enciende. Llaman a la puerta en el momento en que DON está
sacando del armario una taza y un plato) Está abierto.
(Entra JILL TANNER, veinte años, aspecto aniñado, ingenuo, pelo largo que le
cae por los hombros, la cremallera del traje en la espalda, a medio subir)

JILL.- ¿Qué tal? Me llamo Jill Tanner.


DON.- (Se vuelve hacia ella con la mano extendida) Y yo, Don Baker.
(Apretón de manos)

JILL.- Pensará que soy una fresca invitándome así... ¡paf!, (Se
vuelve de espaldas) ¿Me la sube? Yo no alcanzo. (Hay una ligera torpeza
en los movimientos de Don al subirle la cremallera) ¡Uf! Su cuarto de
estar es mucho más grande que el mío. ¿Desde cuándo vive aquí?
DON.- Hace un mes. Pero esto no es sólo el cuarto de estar, es
todo el departamento. La única diferencia con el suyo es que
mi baño es más grande.
JILL.- Yo, con la cocina, tengo tres habitaciones. Me mudé hace
dos días. No he firmado contrato. ¡Bah! ¿Para qué? Lo he
alquilado sólo por un mes. ¡Madre mía! ¡Qué ordenado es
usted! ¡Cada cosa en su sitio!
DON.- Es fácil cuando hay poco que ordenar.
JILL.- Yo tampoco tengo muchas cosas, pero las que tengo
están jugando a las cuatro esquinas por toda la casa. Soy un
desastre. Siempre oí decir que los chicos son más ordenaditos
que las chicas. (Mira hacia arriba) ¡Qué bonito! ¿Una claraboya? Yo
no tengo. (Va a la cama) ¿Y qué es eso?
DON.- ¿Qué?
JILL.- Esto sobre unas muletas.
DON.- Ah. La cama.
JILL.- (Sube por la escalerilla de mano) ¿La cama? Huy, ¡qué divertido!
DON.- ¿Le gusta?
JILL.- Es la cama más original que he visto en mi vida. ¡y eso
que he visto unas cuantas. ¿Y es a usted a quien se le ha
ocurrido...?
DON.- No, al que vivió antes aquí. Era un "hippie" y le gustaba
dormir en un sitio alto.
JILL.- ¿Y si se cae durmiendo?
DON.- No. (Le echa café en una taza) ¿Con leche, con azúcar?
JILL.- Sin leche y sin azúcar.
DON.- Estuve a punto de quedarme con su departamento, pero
me quedé con éste, precisamente por la cama.
JILL.- Yo hubiera hecho lo mismo. (Va al sofá) ¿No le dije que era
un desastre? Pues se lo digo ahora. Compro flores y servilletas
de papel y eso que se pone debajo de los platos para que no se
estropee la mesa, pero siempre se me olvida lo más importante:
el café. (Jill se sienta en el sofá a lo moro. Toma la taza y bebe.)
DON.- ¿Está bastante caliente?
JILL.- Está perfecto. Algún día le devolveré el favor. Soy
agradecida.
DON.- ¡Qué tontería! No tiene usted por qué.
JILL.- ¿No necesita usted servilletas de papel o un florerito... o...
o algo que no sirva para nada?
DON.- (Ríe) No... no.
JILL.- ¿Puedo hacerle una pregunta... personal?
DON.- Sí.
JILL.- ¿Por qué no quiere usted que venga a verle su madre?
DON.- ¿Cómo lo sabe?
JILL.- Por el mismo método que usted oye los programas de mi
televisor. Por debajo de la puerta. Pero no has contestado a mi
pregunta. ¿No te importa que te tutee?
DON.- No. Al contrario.
JILL.- Sigues sin contestarme.
DON.- Es que no me das tiempo. Y además, ya no me acuerdo
de lo que me has preguntado.
JILL.- Por qué te da tanto terror que venga tu madre.
DON.- Es una historia un poco larga. Bueno, no. Es corta. Lo
que pasa es que hace mucho tiempo que empezó. Mamá no
quería que me fuera de casa. Ella cree que no podría vivir solo,
pero la convencí que me dejara intentarlo por dos meses. El
pacto es que no nos veamos en dos meses. Me queda uno.
JILL.- ¿Y por qué le has dicho que anoche tuviste una fiesta? Si
no es verdad.
DON.- No se te escapa nada.
JILL.- Nada.
DON.- Le digo que recibo a amigos y que doy fiestas porque no
comprendería que este todo el día solo en este apartamento,
que ya, sin haberlo visto, le revienta. Si viniera, la estoy
oyendo; echaría un vistazo a su alrededor y diría: tengo ganas
de llorar.
JILL.- ¿Es muy llorona?
DON.- No ha llorado nunca, pero siempre amenaza con echar
unas lagrimitas.
JILL.- Si quieres verla llorar, pero a moco tendido, la mandas a
mi departamento. Ahí sí que tendría motivos, la pobre. Ya
tienes edad de vivir solo. Yo tengo veinte años. ¿Y tú?
DON.- Según mi madre, once... Camino de los diez.
JILL.- Todas las madres son por el estilo. La mía querría que
fuese una niñita toda mi vida, para no envejecer. Lo que más le
encanta es que la gente crea que somos hermanas. Si no hay
ningún comentario, en ese sentido, el comentario lo hace ella.
¿Trabajas en algo?
DON.- Todavía no. Toco la guitarra, compongo canciones y
tengo proyectos.
JILL.- Te oí anoche. ¡Le diste mucho!
DON.- Lo siento, sí.
JILL.- No, no; si me encantó. Al principio creí que era un disco.
Luego al repetir y repetir, me di cuenta que eras tú.
DON.- Yo no puedo leer música y tengo que aprender de oído.
Debo trabajar mucho todavía. Pero sí, estoy decidido a no
volver a Scardsale.
JILL.- ¿Qué es eso?
DON.- ¿No conoces Scardsale? Está a veinte millas de Nueva York.
JILL.- ¡Scardsale! Parece algo para el dolor de cabeza. "Tome
una tableta de Scardsale y..." ¿Ha quedado café?
DON.- Muchísimo. (Deja el cigarrillo en el cenicero)
JILL.- Yo me sirvo. No te molestes.
DON.- Llegas tarde. (Jill le alarga la taza. El va a la cocina) ¿Cómo
dijiste que te llamabas?
JILL.- Jill Tanner. Para el mundo y los altares soy la señora de
Benson. Me casé hace mucho tiempo, cuándo tenía dieciséis años.
DON.- Y ¿tus padres te autorizaron?
JILL.- El permiso lo dio mi madre. Se negaba pero le di una
razón de peso, y no tuvo más remedio que aceptar. La dije que
estaba embarazada, pero no era cierto. Hubo llantos, tragedia,
no por mi posible pancita, sino porque de hermana, pasaba a
ser abuela, cosa que no le hizo ni pizca de gracia. Adivino lo
que estás pensando.
DON.- ¿En qué? (Don se acerca con la taza y se sienta)
JILL.- Que no parezco una divorciada.
DON.- No. No pensaba eso. Y después de todo ¿qué aspecto
tiene una divorciada?
JILL.- Por lo general tiene alrededor de los treinta y cinco, llevan
trajes muy ajustados, zapatos de taco muy alto y grandes
peinados.
DON.- ¿Cuánto tiempo estuviste casada?
JILL.-¡Uuuuu! Se me hizo tan largo... seis días. (Enciende un
cigarrillo) Y la culpa no fue de Jack. Bueno, ni de Jack, ni de
nadie. Fue uno de esos absurdos que se cometen a sabiendas
de que es un absurdo.
DON.- ¿Cómo era él?
JILL.- ¿Jack? Oh... (Incómoda) Preferiría no hablar de Jack.
DON.- Pues bueno, no hablemos de Jack.
JILL.- Aunque sí; quiero hablar de Jack porque de vez en cuando
es saludable hacer lo que no nos gusta. Jack era una ricura,
dulce, tierno; como un niñito. Cuando le conocí, bueno, aquello
fue el colmo de la felicidad. Todos los días eran para nosotros
como una gran feria. Ruidos, luces, cohetes, explosiones, ¡pim!,
¡pum!, ¡pum! Y de ese deslumbramiento, zas, lo único que
recuerdo es verme frente a un juez y casándome, así, sin más
ni más.
DON.- ¿Cuánto tiempo duraron las relaciones?
JILL.- Dos o tres semanas, pero déjame terminar, ¿por dónde
iba? Ah sí, que me encontré casada de la noche a la mañana.
No había terminado ni el bachillerato, tenía que dar examen a
los dos días de la boda y el lío de mi cabeza era como ya te
puedes imaginar. Cuando oí decir al juez algo así como "¿Jack,
tomas a Jill como a tu legítima esposa?" y luego: "... hasta que
la muerte los separe". Pensé: ¿Pero esto es una boda o un
funeral?
DON.- (Estaba encendiendo un cigarrillo) ¡Qué cosas dices!
JILL.- No hay nada más morboso que una boda. Y yo, odio todo
lo que sea morbo. Pero allí estaba, en pleno morbo y con Jack
Benson sobre mis espaldas, mejor dicho, encima de mí para
toda la vida. Me dieron ganas de salir corriendo, gritando a
media de la noche.
DON.- ¿Lo hiciste?
JILL.- No porque eran las diez de la mañana. No me quedó otro
remedio que desmayarme.
DON.- ¿Y te desmayaste?
JILL.- ¡Claro! Pero como no tengo el don de la oportunidad, me
desmayé después de haber dicho: "Sí quiero". (Don echa la ceniza
en donde estaba el cenicero que acaba de coger Jill. Le mira extrañada)

DON.- Y puesto que ya estabas casada, ¿por qué no intentaste


acomodarte a la vida matrimonial?
JILL.- Si lo intenté. Lo intenté muchísimo, créeme. ¡Seis días
intentándolo!, pero nada, aquello no era para mí.
DON.- ¿Estabas enamorada?
JILL.- A mi manera.
DON.- Y cuál es tu manera.
JILL.- No sé... Bueno, yo creo que por estar enamorada de un
chico, no tienes que vivir y dormir con él forzosamente el resto
de tu vida. Jack me quería y sufrió mucho. Y yo no soporto
hacer daño a nadie. Ni que nadie sufra por mi culpa. ¡Ay! Pero
¡qué mal hecho está todo! Porque no me dirás que eso del
matrimonio es un buen invento. ¡Una cosa que te somete para
toda la vida! Es algo que me pone los pelos de punta. ¿Tú me
entiendes?
DON.- Te entiendo, pero no estoy de acuerdo contigo.
JILL.- Entonces no me entiendes. (DON echa otra vez la ceniza de su
cigarrillo en la mesa. JILL le mira cada vez más extrañada) ¡Ay! Me estás
poniendo nerviosa. Vas a quemar la mesa.
DON.- ¿Has movido el cenicero?
JILL.- (Lo tiene en la mano) ¿No lo ves? ¿Es que eres ciego?
DON.- Sí.
JILL.- Ahora soy yo quien no te entiende.
DON.- He dicho que sí, que soy ciego.
JILL.- ¡Muy bonito! Me acabas de conocer y ya me estás
tomando el pelo.
DON.- Soy ciego y siempre lo he sido.
JILL.- Pero ciego de verdad o muy, muy miope...
DON.- Ciego... Y muy de verdad.
(JILL se inclina y pasa una mano cerca de la cara de DON, que ni siquiera se
da cuenta)

JILL.- (Admitiéndolo) Vaya, pues sí que... He metido la pata...


seguro.
DON.- Ahora no te vayas a preocupar por eso. Yo no lo estoy.
JILL.- ¿Por qué no me lo has dicho?
DON.- Te lo acabo de decir.
JILL.- Cuando entré.
DON.- No me lo preguntaste.
JILL.- ¡Ay, que gracioso! Yo no acostumbro cada vez que voy a
la casa de alguien a decir: Me llamo Jill Tanner, ¿es usted
ciego?
DON.- Ni yo cada vez que conozco a alguien le digo: Me llamo
Don Barker. Soy ciego como un murciélago.
JILL.- Debiste decírmelo. Yo, es lo primero que te hubiera dicho.
DON.- Bueno... Quise comprobar el tiempo que tardabas en
darte cuenta. ¿Y ahora que ya lo sabes: vas a salir corriendo,
gritando en la noche o prefieres desmayarte?
JILL.- ¿Cómo puedes bromear sobre...?
DON.- Escúchame y muy en serio. Lo único que de verdad me
duele es que me tengan pena. Ni la quiero ni la necesito porque
soy muy feliz.
JILL.- Te has resignado.
DON.- No es esa la palabra, porque nunca me he desesperado.
Nací ciego. Hubiera sido diferente ver y en una época
determinada dejar de ver. Para mí la ceguera es normal. A los
seis años fue cuando empecé a darme cuenta de que los que
me rodeaban no eran como yo. Y a esa edad ya daba lo mismo.
Así que tranquilita y contenta, ¿me lo prometes? Y si podemos
reírnos y divertirnos, mejor que mejor.
JILL.- ¿Reírnos? ¿De una cosa tan seria?
DON.- No. De esto no puedo reírme. Pero, ¿por qué no lo
olvidas ya?
JILL.- Es que no puedo. Nunca había hablado con un ciego, tú
eres el primero.
DON.- Pues enhorabuena.
JILL.- Había visto ciegos en la calle... con un perro. ¿Tú no
tienes perro?
DON.- Con un perro se llama mucho la atención. Es muy
espectacular.
JILL.- Pero, ¿no te resulta difícil desplazarte por Nueva York? Me
resulta a mí que puedo...
DON.- Con mi bastón me las arreglo muy bien y además
contando los pasos. Sé cuántos hay al supermercado, a la
lavandería, a la farmacia.
JILL.- ¿Dónde está la lavandería?
DON.- A cuarenta y cuatro pasos a la derecha saliendo de la
puerta principal.
JILL.- Ahora no caigo.
DON.- Yo te llevaré.
JILL.- ¿Y aquí dentro de casa? ¿No temes tropezar con los
muebles?
DON.- ¡Huy! Me sé la habitación de memoria. (Se levanta y va
rápido a la cómoda, que hay cerca de la puerta de comunicación entre los
dos apartamentos) La cómoda. (Va tocando los objetos al mismo tiempo
de enumerarlos) Un jarrón y encima unas botellas. (Abre un cajón)
Sábanas, ropa blanca... (Cierra el cajón y se mueve por la habitación
con plena seguridad) La cama, el cuarto de baño, la librería, mi
guitarra, el bastón.
JILL.- ¿De qué son todos esos libros?
DON.- Del sistema Braille. La puerta de la escalera, la
grabadora. La cocina... platos, tazas, vasos... (Abre otro armarito)
El café, el azúcar, la sal... la pimienta, la salsa de tomate, la
mayonesa, etc., etc. (Vuelve al lado de JILL) Y si ahora pones el
cenicero donde estaba (Ella obedece) no tendré ningún problema
para apagar (lo hace) mi cigarrillo. (Se deja caer en el sofá levantando
los brazos) Voilá. Si no mueves ningún objeto puedo desplazarme
por la habitación como cualquier persona... normal.
JILL.- Mucho mejor. En el fondo te envidio. Yo me veo negra
cada vez que se me pierde algo. El frasco de la salsa de tomate
suele estar en el cajón de las medias y las medias, en el horno.
Si de verdad quieres saber lo que es el caos, ven a mi
habitación y lo verás. (Se corrige) ¡Ay! Perdona.
DON.- (Sonríe) No tengo nada que perdonarte. Tranquila. Que se
te meta en la cabeza que soy igual que todo el mundo, con una
sola diferencia. ¡Que no puedo ver! Lo que más me cuesta es
soportar las reacciones de los demás cuando se enteran de que
soy ciego. ¡Si actuasen con naturalidad! Pero no... Unos,
quieren parecer a mis ojos más desgraciados que yo... y me
dicen que están enfermísimos, solos, tristes... Otros me tratan
como si yo viviera en plena tragedia griega. Cosa que no es
cierta, te lo aseguro. Por eso te ruego que seas tú misma, que
no finjas, ni pena, ni lástima, ni nada, de nada. ¿Conformes?
JILL.- Lo intentaré... Pero como eres el primer ciego que
conozco...
DON.- Es que somos un grupo muy pequeño. Como los
esquimales. ¿A cuántos esquimales conoces?
JILL.- Nunca pensé que un ciego fuera como tú.
DON.- Todos no son como yo. Cada cual es diferente.
JILL.- ¿Es cierto que los cie... bueno que ustedes tienen un
sexto sentido?
DON.- No. Lo que ocurre es que como no tenemos los cinco
como todo el mundo, los otros están más desarrollados. La ley
de la compensación.
JILL.- Me parece maravilloso que no estés amargado (Se sienta en
el sofá estirando las piernas y poniéndolas en los almohadones) Me he
movido. Estoy en el sofá.
DON.- Lo sé.
JILL.- ¿Cómo?
DON.- Por el oído. Tu voz viene de un sitio distinto.
JILL.- ¿Y cómo puedes...?
DON.- Es sencillísimo. Cierra los ojos. ¿Sabes dónde estoy ahora?
JILL.- Allí. ¡Sí! ¡Es verdad! ¡Es muy sencillo! Si me pasase lo que
a ti, yo sería una persona insoportable. Amargada, resentida...
DON.- ¿Por qué?
JILL.- Porque no tengo tus maravillosas cualidades, hijo. Hay
que tener mucha paciencia para...
DON.- Te acostumbrarías. Eres igual que yo.
JILL.- No. Tú eres mucho mejor que yo. Se ve a la legua. Yo no
"penetraría alegre en esa hermosa noche". Yo "me rebelaría
contra la muerte de la luz y de la claridad".
DON.- Dylan Thomas.
JILL.- ¿Quién?
DON.- Eso es de un poema de Dylan Thomas.
JILL.- Pero ¿crees que puedo decir sin más ni más una frase de
Dylan Thomas?
DON.- Lo acabas de hacer.
JILL.- ¡Qué bien!... Pero me parece que te equivocas. Nunca he
leído a Dylan Thomas. Yo puedo citar frases de Mark Twain, que
es mi escritor favorito. ¿Te digo una?
DON.- Dale.
JILL.- "Yo sólo pido ser libre como las mariposas. La humanidad
no podrá negar a Harold Skimpole lo que tan espléndidamente
concede a las mariposas: la libertad." ¿Qué? ¿Te gusta? Yo soy
igual que las mariposas.
DON.- Sí. Pero eso no es de Mark Twain.
JILL.- ¿No?
DON.- Es de Dickens.
JILL.- ¿Seguro?
DON.- Segurísimo. Harold Skimpole es un personaje de "Black
Home". Una novela de Dickens.
JML.- Qué raro. Pero si jamás he leído nada de Dickens. Siempre
me ha sonado a aburrido. ¡Porque eso de que digan que es
para niños! Yo sólo he leído a Mark Twain. Y creí que esa frase
tan bonita de las mariposas era de él. ¿Has leído algo de Mark
Twain? Y dale, ¡otra vez!
DON.- (Ríe) Sí he leído a Mark Twain, y a Dickens. Están
publicados en el sistema Braille: Yo leo, no con mis ojos, sino
con la yema de los dedos. ¡Si me vieras! Parece que estoy
dando un concierto de piano.
JILL.- ¿Y no te gusta que te lean?
DON.- Sí, sobre todo periódicos y revistas.
JILL.- ¿Quieres que yo te lea algo?
DON.- Me encantaría. Pero no te creas en la obligación, ¿eh?
¡Oye! ¿Tienes novelas pornográficas?
JILL.- No.
DON.- ¡Qué pena! Porque eso es lo único que no se publica en
el sistema Braille.
JILL.- ¿Qué quieres que te lea?
DON.- Revistas como News Week y Time. Me gusta estar
enterado de lo que pasa de la política.
JILL.- A mí, en cambio, me importa un comino lo que pasa en el
mundo.
DON.- No digas eso. Estoy seguro que algo te tiene que
interesar.
JILL.- Comer.
DON.- ¿Comer?
JILL.- Es en lo único que pienso.
DON.- Pues ya es algo.
JILL.- Tienes que saber sobre las cosas para que las cosas te
interesen. Y yo no sé nada de nada.
DON.- No necesitas tener enemigos, te bastas tú solita para
destrozarte.
JILL.- No. Conozco mis limitaciones. Eso es todo.
DON.- Entonces ya tienes ganada la mitad de la batalla. Si las
conoces, puedes hacer algo para eliminarlas. Yo creo, Jill, que
tienes muchos más valores de los que tú misma supones.
JILL.- Sigue, sigue, que me gusta. Nunca me han dicho esas
cosas. Bueno, la verdad es que nadie me ha tomado en serio.
DON.- ¿Qué quieres que te diga? (Toma la guitarra y canta)
Supe desde el día que te vi,
que iba a enamorarme,
aunque tú acariciaste mi mejilla,
al mismo tiempo que me decías
lo difícil que te sería olvidarme.
Las mariposas son libres
y los pájaros también.
Y yo pregunto, pregunto;
por qué el hombre no lo es.
JILL.- Qué bonita; pero no estoy conforme. Yo soy libre.
DON.- Eso crees tú.
JILL.- Es la canción que cantabas anoche.
DON.- Sí. Estoy trabajando en ella todavía. Lo de las mariposas
se lo he puesto ahora. Me has dado tú la idea.
JILL.- Es preciosa. Mira, de algo sé un poquito. ¡Por fin! De
música. Estudié en el colegio.
DON.- ¿Terminaste los estudios?
JILL.- El bachillerato. Mi madre quería que fuese a la
Universidad, pero no tenía sitio donde parquear y desistí.
Preferí Nueva York.
DON.- Yo no. A mí me gustaría vivir en el campo.
JILL.- La gente dice que Nueva York es estupenda para visitarla.
¿Pues qué mejor que vivir en un sitio así para visitarlo?
DON.- Pero estarás aquí por alguna otra razón.
JILL.- ¡Psh! Para probar algo distinto. Y porque creo que tengo
condiciones de actriz. Digo: lo creo. Lo sabré pero dentro de un
rato. Me van a hacer una prueba para una obra que se
estrenará "off" Broadvway.
Dos.- ¿Un buen papel?
JILL.- ¡La protagonista! Es una chica que no lo pasa muy
divertido porque su marido le sale homosexual. En la primera
versión era alcohólico, pero lo han cambiado en homosexual
porque ahora están muy "in". ¿Tú no eres homosexual?
DON.- No... Sólo ciego.
JILL.- Pues sí, están muy de moda, en las novelas, en el teatro,
en el cine... Yo siempre les veía como una secta misteriosa y
oculta; como la sociedad más secreta del mundo. Pero ahora
que nos estamos enterando de sus problemas, de sus
angustias, de sus amores, resulta que son como todo el mundo.
¡Bah! Para mí han perdido mucho. ¿Conoces tú alguno?
DON.- No. Yo soy de un pueblo pequeño.
JILL.- Pero hijo: Si eso ocurre en las mejores familias. Un íntimo
amigo mío lo es. Es figurinista. El dibujó esta blusa.
DON.- Estoy seguro que es muy bonita.
JILL.-Bueno, se la hizo para él. Pero yo le convencí de que era
demasiado sobria. Y me la regaló.
DON.- Oye, y en la obra, ¿regenera la mujer al marido?
JILL.- Casi, casi; pero al final cuando ya está a punto él se
escapa con su hermano.
DON.- Un momento, un momento. Entonces su esposo se
convierte en su cuñada.
JILL.- Algo por el estilo. O ella se convierte en su propia cuñada.
Un lío. ¡Si me dieran el papel! Tengo bastantes probabilidades.
El director es muy amigo mío. Pero si el autor no me ve en el
tipo...
DON.- ¿Quién es el director?
JILL.- No le conocerás. Es un joven. Todavía no es famoso.
Ralph Austin. ¡Más simpático! ¡Huy!, somos amiguísimos. Pero
últimamente se ha puesto pesado con que si quiere casarse,
con que si hay que formar un hogar ... Una lata.
DON.- ¿Estás o has estado enamorada de él?
JILL.- Si quieres que te diga la verdad, nunca me he enamorado
de nadie. Me niego. El amor es tan atado... y yo quiero ser
siempre libre. ¿Te repito lo de las mariposas?
DON.- No. Me acuerdo.
JILL.- ¿No tienes hambre?
DON.- No mucha. ¿Y tú?
JILL.- ¡Siempre! Mi apetito es mi martirio. ¿No te dije que es lo
único que de verdad me importa? ¿Voy al supermercado?
¿Traigo algo? Sé donde está: Cuarenta y cuatro pasos saliendo
a la derecha.
DON.- No, ésa es la lavandería, el supermercado está a
cincuenta y un pasos. (Se levanta) Pero no es preciso que vayas,
porque yo tengo algo.
JILL.- ¿Sólo algo?
DON.- Pollo frío, ensalada rusa, fruta, helado...
JILL.- ¡Pero si eres un supermercado viviente! (Don ha ido a la
cocina y empieza a preparar la cena) ¿Te ayudo?

DON.- Ve poniendo la mesa. Ahí, en ese cajón, están los


cubiertos.
JILL.- (Va hacia el cajón) En la mesa, no. Mejor en el suelo. Nos
hacemos la ilusión de que estamos de pic-nic".
DON.- Bueno, pues pon "el suelo".
JILL.- (Coloca los cubiertos y servilletas en el suelo, delante de la mesita del
café) ¿Es lo tuyo hereditario?

DON.- Puede. Pero nunca lo he oído decir.


JILL.- ¿Tu padre ve?
DON.- Lo dudo. Hace seis años que murió. Pero hasta ese
momento no llevó ni lentes.
JILL.- ¿Le echas de menos?
DON.- (Afirmando triste) Mucho. Era el único amigo que tuve.
Hubiera sido mi amigo aunque no hubiera sido mi padre. Pero
cuando murió, mi madre se creyó en la obligación de
interpretar todos los papeles, el de padre, el de hermana, el de
hermano, el de tía, el de médico, el de abogado, el de gato, el
de perro.
JILL.- ¿Conoceré a tu madre?
DON.- Si vives aquí un mes, la conocerás. Ese es el plazo que
nos hemos dado. Cuando ese reloj marque los dos meses en
punto: ¡zas!, entrará por esa puerta. Puede que la hayas oído
nombrar. Ha escrito unos cuantos libros. Se llama Florencia
Barker.
JILL.- No, no me suena. Pero de mí no te fíes, a lo mejor digo
alguna frase de ella sin conocerla.
DON.- Ha escrito una serie de libros para la infancia. Con un
personaje central. El pequeño Donny Tinieblas. Un niño ciego.
JILL.- (Incrédula) ¿Donny Tinieblas?
DON.- Yo.
JILL.- ¿Tú?
DON.- Sí, Donny soy yo.
(Viene con sus platos. Se sienta con las piernas cruzadas. Ella se echa boca
abajo y come con gran vulgaridad)

JILL.- Cuéntame algo de Donny Tinieblas. Como será muy triste,


a ver si se me quita el apetito, que falta me hace.
DON.- Donny Tinieblas tiene doce años y nació ciego, pero para
él no hay barreras. Conduce coches y aviones, y sus otros
sentidos se han agudizado tanto que puede oír el robo de un
Banco a varias millas de distancia, y oler a los comunistas que
planean un complot para derribar al Gobierno, y al final de cada
volumen recibe siempre una medalla de la Policía o de la C. I.
A. o del F. B. l., y termina con el grito de: No hay más ciegos
que aquellos que no quieren ver".
JILL.- Yo no sabía que el F. B. I. concedía medallas.
DON.- A Don, sí. Es un cuento. Una historia inventada.
JILL.- ¿Bebemos algo?
DON.- (Se levanta) Sólo tengo vino.
JILL.- Y yo no tengo manías. (Don va hacia la cómoda) ¿Y a los niños
les gustan esos libros?
DON.- ¡Sssss! ¡Déjame contar!
JILL.- ¿El qué?
DON.- Los pasos que hay de aquí al "picnic". De lo contrario al
volver pasaría por encima del pollo frío o de la ensalada rusa.
(Don busca las botellas que están sobre la cómoda. Vuelve y se para
exactamente en el borde del mantel)

JILL.- (Que le mira con la boca abierta) ¿Ves? Yo no podría...


DON.- Sí podrías.
JILL.- Te digo que no. ¿Has jugado alguna vez al corre que te
pincho?
DON.- No; pero sé en qué consiste.
JILL.- Siempre jugábamos en los cumpleaños. Y me acuerdo,
¡qué risa!, de Julia Petterson. Yo tenía siete años. Y sabes que
al que se queda le vendan los ojos y tiene que pinchar en un
corcho que le cuelgan a otro por detrás. Yo, una vez le pinché
en todo la nalga, a la señora Peterson.
DON- ¡Qué barbaridad!
JILL.- Si la llegas a conocer comprenderías que con aquel
volumen era más difícil pinchar fuera. ¡Qué nalgazas! Perdona,
porque a veces digo unas barbaridades...
DON.- No te preocupes. (Al reírse levanta la copa) Por las nalgas de
Julia Petterson.
JILL.- (Bebe) Cuéntame más cosas.
DON.- ¿De quién?
JILL.- Pues del pequeño Donny Tinieblas. ¿Sigue escribiendo
libros tu madre?
DON.- No. Lo dejó en el sexto tomo. Se hicieron muy populares.
No tanto como Mary Popins. Se vendieron mucho entre los
invidentes. Aunque es muy difícil hablar o escribir sobre
nosotros. Hay que serlo para saber bien...
JILL.- (Pincha una loncha del plato de Don) Me estoy comiendo tu
mortadela.
DON.- Donny Tinieblas era lo que mi madre hubiera deseado
que yo fuera: "El superman invidente".
JILL.- ¿Fuiste al colegio?
DON.- No. Estudié en casa. Tuve profesores especializados en
chicos como yo.
JILL.- Yo creí que habría escuelas para ustedes.
DON.- Las hay, pero no me enteré hasta hace un año.
JILL.- (Pincha otro trozo de mortadela del plato de Don) Te advierto que
la mortadela de tu plato acaba de desaparecer. ¿Me decías que
hasta hace un año...?
DON.- No supe muchas cosas. Y fue gracias a Linda. Linda era
la hija mayor de una familia que se mudó cerca de mi casa.
Tenía mucha paciencia conmigo. Me leía periódicos, revistas.
Después de morir mi padre fue la única amiga que tuve. Era
colosal. Me presentó gente, me llevó a fiestas. Fue como si de
repente hubiera empezado a vivir. En casa había sido siempre
el capricho de mi madre metidito en una jaula. Linda me dio
algo que yo desconocía. Confianza, seguridad. Ella fue la que
me buscó este apartamento. Al principio cuando decidí vivir
solo, estaba muerto de miedo. Quizá cometí una equivocación,
¡quién sabe!
JILL.- Yo creo que hiciste muy bien. Alguna vez tenías que volar
por ti solo. Tu madre no va a ser eterna.
DON.- ¡Pues ella tiene sus esperanzas!
JILL.- Acuérdate de Hellen Keller. Era más cosas que tú, la
pobre. Además de ciega, sorda y muda, y llegó a ser Hellen
Keller. ¿Y dónde está Linda ahora?
DON.- Se casó. Vive en Chicago. ¡Pero daría algo porque
estuviera aquí! Todo sería más fácil.
JILL.- Bueno. Aquí no está Linda Fletcher, pero está Jill Tanner y
tabique por medio. Al ladito tuyo. Ni siquiera tienes que golpear
la puerta para llamarme. Con un suspirito te oigo. Oye... ¿sabes
lo que se me ha ocurrido?
DON. -No.
JILL.- ¿Por qué no dejamos la puerta abierta?
DON.- ¿Cuál?
JILL.- Esa que comunica ese apartamento con el mío, y así
podemos pasar de una habitación a la otra sin tener que salir a
la escalera. Habrá una llave.
DON.- Pero la tendrá el portero... y si se la pedimos... va a
pensar...
JILL.- ¡Que piense lo que piense! ¿Somos amigos o no lo somos?
DON.- Bueno, pero si abrimos esa puerta es como si viviéramos
juntos... y no habrá lugar a dudas... y después de todo, qué
más da. (Excitado con la idea) ¿Qué nos importa la gente?
JILL.- Apuesto a que se abre con un cuchillo.
(Va a la cocina. Toma un afilado cuchillo y se acerca a la puerta)

DON.- Antes separa esto. (Por la cómoda. La toman de la tapa)


JILL.- Empuja hacia mí. (La separan de la pared) Así. Perfecto. (Jill
mete el cuchillo por la cerradura. Lo mueve en un sentido y en otro sin
resultado)

DON.- ¿Qué hay al otro lado?


JILL.- Mi dormitorio, pero nada, esto no funciona. Un ladrón, sólo
con una sonrisita, sería capaz de abrirla. Pero la gente honrada
como tú y como yo, nada. ¡Clic!
DON.- He oído algo.
JILL.- A mí, que he hecho ¡clic! con la boca. Que estupidez...
Tendremos que llamar al portero.
DON.- Déjame a mí. (Jill le da el cuchillo. El busca la cerradura y
maniobra con el cuchillo suavemente) Más vale maña que fuerza. (Jill
empuja la puerta, que se abre.)

JILL.- ¡Premio! Lo conseguiste. (Vemos parte del dormitorio de Jill. El


colmo del desorden. Ropas y objetos dispersos se amontonan aquí y allá.
Cierra rápida la puerta, avergonzada.) ¡No mires! ¡Es un corral!

DON.- Aunque mire...


JILL.- ¡¡Otra vez!! Me rindo. Soy una bestia.
DON.- Te he dicho que no te preocupes. (Don va a la cocina a dejar
el cuchillo. Jill se sienta en el respaldo del sofá)

JILL.- ¿Adivino una cosa?


DON.- A ver.
JILL.- A que preferirías que fuese Linda Fletcher la que viviera
ahí, en lugar de Jill Tanner.
DON.- No. No lo había pensado.
JILL.- ¿Sigues enamorado de ella?
DON.- ¿Pero te he dicho que alguna vez lo estuve?
JILL.- Aunque no me lo hayas dicho, salta a la vista. Dime,
¿sigues enamorado?
DON.- Un hombre debe tener algún secreto. Este será el mío.
JILL.- ¿Cómo era?
DON.- Preciosa.
JILL.- ¿Y cómo lo sabes?
DON.- Por el tacto. Yo paso mi mano por una cosa y puedo
juzgar si es bonita o fea.
JILL.- ¿No te intriga saber cómo soy yo?
DON.- Sí.
JILL.- Pues soy bonita y encantadora.
DON.- No lo creo.
JILL.- Sobre algo tan serio no mentiría. Oye, si pudieras ver sólo
medio minuto ¿qué harías?
DON.- Ir corriendo a un espejo a ver cómo soy.
JILL.- ¿Quieres que te lo diga yo?
DON.- Bueno.
JILL.- Pues… eres estupendo y muy "sexy".
(Don sonríe y alarga una mano hacia la cara de JILL. Ella la toma y la lleva a
la mejilla. El explora su cara suavemente. Le acaricia la cabeza. Mete los
dedos entre el pelo)

DON.- Tienes un pelo muy largo y muy suave.


(Se queda con él en la mano. Don se lleva un susto y lo tira como si fuera un
bicho)
JILL.- No te asustes.
DON.- Pero ¿qué ha pasado? ¿No era tu pelo?
JILL.- Ni siquiera mi postizo. Me lo ha prestado una amiga para
pasar la prueba, pero no vayas a creer que estoy calva. Toca.
(Le lleva la mano a su cabeza) Lo tengo cortito.
(Don le acaricia la cabeza y luego baja la mano hasta los ojos. Se queda con
una pestaña postiza entre los dedos)

DON.- Y ahora ¿qué ha pasado?


JILL.- (Volviéndosela a poner) Una pestaña postiza.
DON.- Pero ¿no tienes pestañas?
JILL.- Sí, pero éstas te hacen los ojos más grandes. Me las he
puesto también para la prueba. ¿Linda no las llevaba?
DON.- No.
JILL.- Las tendría muy largas. Ya me está empezando a cargar
la tal Linda. (Ahora DON le acaricia la boca) Baja, baja, que ya todo
es mío... no soy lo que se dice una Elizabeth Taylor.
DON.- Yo no sé cómo es Elizabeth Taylor.
JILL.- Pues igual que yo, sobre todo si no puedes compararnos.
(JILL se ríe. DON le acaricia la garganta. Ella le lleva la mano al pecho) Míos.
Los dos. Ella le empuja y se echa sobre él. Le besa largamente en la boca y
empieza a desabrocharle la camisa. Más besos. DON aparta la cara
angustiado) ¿Qué te ocurre?

DON.- ¿No lo sabes?


JILL.- Si lo supiera no te lo preguntaría.
DON.- ¿Por qué haces esto? Es para consolar al cieguito. (Se
levanta) ¿Cómo voy a decírtelo? ¡No quiero que me tengan pena!

JILL.- ¡Huy! Con ningún chico que me he acostado ha sido por


pena. No hijo, sino porque me gustaba muchísimo, como ahora.
¿Dónde estoy?
DON.- Al lado del sofá.(Pone el magnetófono)
JILL.- ¿Y ahora?
DON.- En la cocina.
JILL.- ¿Y ahora?
DON.- Subiendo las escalerillas de la... de la...
JILL.- De la cama... Ven, ven.
(El se acerca tímido. Ella le toma de una mano. Sube y oscuro. Al volver la luz
han pasado dos horas. las sobras del "picnic" siguen esparcidas por el suelo.
La falda y la blusa de JILL tiradas de cualquier manera. El postizo, en la
mesita del café. La camisa de DON, en el respaldo de un sofá. DON sólo con
unos "Blue Jeans", sentado en la cama, canta una canción acompañándose a
la guitarra. La voz de JILL viene desde el otro apartamento)

Voz DE JILL.- ¡Nada! ¿Pero dónde demonios la habré puesto?


DON.- ¿Qué buscas?
JILL.- ¡Qué más da!... Si no aparece me tiro por la ventana. (DON
sigue cantando. Entra JILL con braguita y sostén. Trae una caja del tamaño de
las que se emplean para los puros. Se sienta en la cama al lado de DON.)
¡Ay! ¡Qué trabajo! Pero la encontré.
DON.- ¿Qué es?
JILL.- La caja de mis secretos. Ten, vaya a donde vaya la llevo
siempre conmigo. Tócala.
(JILL le lleva la mano sobre la caja. DON la recorre con los dedos.)

DON.- Debe ser de muy buena madera.


JILL.- Esto es nácar.
DON.- ¿Y cuáles son tus secretos?
JILL.- Todo lo más importante para mí. (Saca una piedra.) El trozo
de una estrella o de la luna. (La pone en la mano de DON.) La
encontré en el campo. Se lo enseñé a un geólogo y como me
dijo que jamás había visto un mineral parecido en la tierra,
debe ser un trozo de la luna o de una estrella.
DON.- O un pedrusco corriente y vulgar.
JILL.- (Lo vuelve a poner en la caja) No. Eso es precisamente lo que
no es. (Saca un diente pequeño) Un diente de leche, mío, el
certificado de nacimiento, una foto de cuando en el colegio
interpreté el "Mikado". Estaba fatal de japonesa. Mi testamento.
DON.- ¿Tu testamento?
JILL.- Y las instrucciones para mi funeral. Mis propiedades serán
divididas en partes iguales entre mis cuatro mejores amigos...
para rellenar con los nombres más adelante. ¿Quieres saber mi
última voluntad para el funeral?
DON.- Creí que no te iba lo morboso.
JILL.- Es que una boda siempre es morbosa. Un funeral no tiene
por qué serlo. Yo quiero para el mío una iglesia grande, muy
grande, sin bancos, nada, nada, nada, todos los bancos fuera y
en su lugar grandes almohadones y "chaise longues" por aquí y
por allá para que la gente se tumbe. No quiero que nadie vaya
de negro. De color ¡y claro! Y si tienen calor, con poca ropa. Y
esté permitido fumar, desde cigarrilos hasta marihuana.
Salvador Dalí pintará las paredes y habrá toneladas de flores
sueltas, no en coronas. Tiradas por el suelo.
DON.- ¿Y mariposas?
JILL.- Sí. Muchas mariposas. Y música sin cesar. Quiero que los
Beatles me compongan algo especial, y los Rolley Stone que
canten algo "in memoriam", y los niños cantores de Viena...
DON.- Y yo...
JILL.- ¡El primero!
DON.- Y tú mientras tanto ¿dónde estarás?
JILL.- En una caja de cristal para que me vea todo el mundo.
DON.- Amortajada con minifalda.
JILL.- No, hijo, un poquito de respeto a la iglesia. ¿Crees que
hay algo de morboso en lo que te he dicho?
DON.- En absoluto.
JILL.- (Saca un collar de semillas.) ¡Ah! Para ti, te lo regalo. (Se lo pone
al cuello)

DON.- ¿Qué es?


JILL.- ¿Qué puede ser?
DON.- Un collar.
JILL.- Hecho con semillas del amor. Yo lo llevaba en mi época de
"hippie". Si vas a tocar la guitarra tendrás que llevar un collar
como Danovan o Bob Dylan.
DON.- ¿Y qué más?
JILL.- Pues un abrigo de tu madre y una camisa de tu abuelo y
el peinado distinto. Así estás muy burgués.
DON.- ¿Y cómo tengo que peinarme?
JILL.- (Corre a su departamento) ¡Un momento! ¡Un momento!
DON.- ¿Qué pasa?
JILL.- Tú espera un momento y verás. (JILL vuelve con un bolso
grande y busca en su interior) Yo tenía un peine aquí… pero qué
absurdo, buscar un peine donde generalmente deben estar los
peines. (Mira hacia la cocina.) ¿Ha quedado algo de comer? Estoy
hambrienta.
DON.- ¿Tan pronto?
JILL.- ¿No es horrible?
DON.-Debe haber manzanas.
(JILL, con el bolso bajo el brazo, va al "frigidaire". Lo abre y mira al interior.)

JILL.- Aquí no hay nada más que lechuga, algo que me atrae
poquísimo y una manzana solitaria.
DON.- Es tuya.
JILL.- (Le da un mordisco) Lo va siendo, lo va siendo, no te
preocupes. (JILL vuelve al sofá con la manzana en la boca y sigue mirando
en el bolso. Saca un peine y unas tijeras. Pasa el peine por el pelo de DON,
que se lleva un susto) Tú tranquilo, que ya verás lo bien que lo
hago. (Le peina mientras come la manzana.)
DON.- ¿Cuándo fuiste "hippie"?
JILL.- Después de casada. Hice todo lo que hacen los "hippies",
que es no hacer nada, fumar hierba y decir frases como "hacer
el amor, no la guerra", "no creas a nadie por encima de los
treinta" y cosas por el estilo. Lo hice por seguir a todos los
chicos de mi edad y luego dejé de ser "hippie" porque ya lo
eran todos. Estaba perdiendo mi personalidad. En realidad me
hice "hippie" más que nada para rebelarme y protestar contra
mi madre, pero sí, sí; un día llegué a casa con el pelo largo y
sucio, con la camiseta de un amigo, descalza y con muchos
collares, me miró con la boca abierta y cuando yo creí que iba a
dar un grito de horror dijo, ¡estás deliciosa! Al día siguiente se
ensució el pelo, se dejó la camisa por fuera de la falda y se
quitó los zapatos. ¿Cómo vas a protestar contra alguien que
hace lo mismo que tú? Y me dije: Jill, al otro lado, y me hice de
los jóvenes republicanos; pero ¿tú has visto algo más absurdo y
triste que ser joven y republicano? (Termina de peinarle.) Así ¡Estás
bárbaro!
(En un rápido movimiento saca un espejito de su bolso y se lo pone delante
de la cara. Se da cuenta de la metedura de pata, se mira ella y después lo
guarda.)

DON.- No estaré demasiado salvaje ¿verdad?


JILL.- No. Estás maravilloso. Este peinado te da personalidad.
Con personalidad y sin talento harán colas y colas para verte.
Eres estupendo, ¿sabes?, estupendo por fuera y por dentro.
DON.- Tú también me gustas.
JILL.- ¿Te pregunto una cosa?
DON.- Dí.
JILL.- ¿Te parecí... bueno, muy fresca, cuando antes te llevé la
mano a mi pecho?
DON.- Un poquito. No te enfades. No es que sea moralista, pero
me sorprendió estar tocando de pronto el pecho de una chica
así, sin esperarlo.
JILL.- No vayas a creer ahora que yo voy por ahí poniendo
manos y manos sobre mi pecho.
DON.- Tanto tanto, no.
JILL.- Yo, cuando un chico me gusta para acostarme le sonrío de
una manera especial.
DON.- ¿Cómo? (Le lleva la mano a la boca) Anda, ¡sonríe!
JILL.- (Lo intenta) Ahora no puedo, me da risa. (Ríe.)
DON.- ¿Así es cómo...?
JILL.- No, hijo. A nadie se le ha conquistado nunca muriéndose
de risa. No, contigo emplearé otro método; pero dime de
verdad, de verdad, ¿no te parecí demasiado fresca?
DON.- Todavía no me he puesto a pensarlo.
JILL.- Odio hablar sobre el sexo y sobre las relaciones sexuales.
No odio establecerlas. Eso no. Y aunque te pongas tonto te diré
que lo haces muy bien y no me cansa decirte que eres
estupendo.
DON.- Y si te cansas, descansas y vuelves a decírmelo. (JILL,
olvidándose una vez más le saca la lengua en un gesto cariñoso. El la mira
sin reaccionar)

JILL.- Yo sería un bicho. (Se levanta.)


DON.- ¿Dónde vas?
JILL.- A tirar el corazón... de la manzana a la basura y
emprenderla con la lechuga, porque si no hay otra cosa... (JILL
está cerca de la nevera cuando la puerta empieza a abrirse lentamente. Se
queda de piedra, reacciona y esconde su casi desnudez detrás de uno de los
batientes qué separan la cocina del "living". Asoma sólo la cabeza. Entra la
SEÑORA BARKER, madre de DON. Vestida con gusto. Trae una bolsa de papel
de las que dan en los grandes almacenes. La SEÑORA BARKER se lleva un
dedo a la boca ordenando silencio a la asustadísima JILL. DON se deja caer en
el sofá, adivinando que algo anormal ocurre. Un segundo y se encoge de
hombros resignado.)

DON.- ¿Qué hay, mamá?

TELÓN
ACTO SEGUNDO
CUADRO 1
SEÑORA BARKER.- Me alegro de encontrarte en casa, Donny.
DON.- (A JILL) Mi madre.
JILL.- ¿Tu madre? ¡Huy! ¡Pero qué de prisa pasa el tiempo! ¡Un
mes ya!
DON.- Mamá. La señora Benson.
(La SEÑORA BARKER mira a JILL de arriba abajo con desagrado)

JILL.- ¿Cómo está usted?


SEÑORA BARKER.- Bien… ¿Y usted, señora Benson? ¿Vive usted
también aquí?
JILL.- No. Al lado. He pasado un momento para... para pedir un
favor a Don. Sí... que me subiera la cremallera de la blusa.
SEÑORA BARKER.- ¿Y dónde está la blusa?
JILL.- Ahí, en el sillón.
(JILL se la pone rápida. La SRA. BARKER recoge la ropa de DON y se la da.)

SEÑORA BARKER.- Tú también deberías vestirte.


DON.- (Se levanta. Se viste) Si es un capricho, ¿por qué has
venido? Habíamos hecho un pacto.
SEÑORA BARKER.- Pasaba cerca y...
DON.- No. Pasabas muy lejos. Los almacenes Saks están en la
Quinta Avenida. A varios kilómetros de esta casa.
SEÑORA BARKER.- Fui a comprarte camisas y calcetines y
pensé: a lo mejor los necesita...
DON.- Tengo camisas, calcetines y calzoncillos de sobra. Me los
has traído como un pretexto para venir.
(JILL cruza a la SRA. BARKER y se vuelve de espaldas.)
JILL.- ¿Me la sube?
(La SRA. BARKER la fulmina con la mirada, pero le sube la cremallera de un
golpe. Mira en torno suyo.)

SEÑORA BARKER.- ¡Y por esta inmundicia has dejado tu casa!


DON.- Soy raro.
SEÑORA BARKER.- No es precisamente el palacio de
Buckingam.
DON.- No. Es el Tal Mahal.
SEÑORA BARKER.- (Ahora está cerca de las sobras del «picnic") ¿Y es
aquí donde cenas? ¿En el suelo?
DON.- Nos hacíamos la ilusión de estar en el campo.
JILL.- Es muy divertido comer en el suelo. Debería usted probar
alguna vez, señora.
(Otra mirada fulminante de la SEÑORA BARKER. Ha llegado a la puerta de
separación de los apartamentos.)

SEÑORA BARRER.- ¿Pero qué es esto?


DON.- ¿A qué te refieres?
JILL.- A mi apartamento. (A DON, bajo.) Ahora se desmaya...
SEÑORA BARKER.- ¿No tiene usted una empleada que viniese
siquiera unas horas a la semana?
JILL.- Podría costearme una, pero prefiero no tener jamás
testigos de vista ¡Ah! Y que quede bien claro. Podré ser
desordenada, pero no sucia. Hay una diferencia.
SEÑORA BARKER.- Y esta puerta ¿siempre ha estado abierta?
DON.- No. Siempre ha estado cerrada. La hemos abierto hoy.
SEÑORA BARKER.- Pero ¿en qué demonios estás subido?
DON.- Es mi cama, mamá.
JILL.- ¡Verdad que es una maravilla!
SEÑORA BARKER.- (Incrédula) ¿Duermes ahí arriba?
DON.- Como un niñito pequeño.
SEÑORA BARKER.- ¿Y si te caes?
DON.- Vuelvo a subir por la escalerita.
SEÑORA BARKER.- ¿Dónde tienes la ropa?
DON.- En un armario del cuarto de baño.
SEÑORA BARKER.- ¿Y dónde está el cuarto de baño? ¿Debajo de
la cama?
DON.- No. Ahí. (Sale la SEÑORA BARKER)
JILL.- Tenías razón.
DON.- ¿En qué?
JILL.- En que es un poquito pesada. ¿Por qué me has
presentado como la señora de Benson?
DON.- No lo sé... para darte más importancia.
(Se oye el ruido del retrete al correr el agua)

JILL.- Claro, del susto se ha...


DON.- No. Está inspeccionando los grifos: los desagües. La
fontanería es su "hobby".
JILL.- ¿Y cómo adivinaste que era tu madre? Si no dijo ni pío...
DON.- Por el olfato. Usa una colonia (Jill aspira) que se llama
"Magnolia" y creo que se echa medio frasco cada vez que sale
a la calle. Siempre sé cuándo está cerca.
JILL.- Esa colonia es la campanilla del gato. (Oímos ahora el ruido de
abrir y cerrar cajones) Pero ¿qué hace ahora?

DON.- Registrándolo todo para ver si tengo bastantes camisas y


calcetines. Quiere convencerme indirectamente de que estoy
muy mal instalado, y que debo volver a casa. En una cosa he
fallado. Te dije que al entrar lanzaría un: tengo ganas de llorar.
JILL.- Todavía hay tiempo.
DON.- No. Ya es tarde. La conozco de memoria.
JILL.- Te apuesto a que lo dice. ¿La cena de esta noche? Si no lo
dice cenamos en mi apartamento, yo te invito. Si lo dice,
cenamos aquí y pagas tú.
DON.- Conformes.
SEÑORA BARKER.- (Entrando) No sé ni cómo cabes de pie en el
baño.
DON.- ¿No tienes nada más que decir?
SEÑORA BARKER.- Sí, Muchas cosas. No he empezado todavía.
DON.- Pues vamos, ánimo.
JILL.- (A DON) ¡Ahora, ahora!
SEÑORA BARKER.- Ya que gritas. La cañería del lavabo se sale.
DON.- (A JILL) Me invitas.
SEÑORA BARKER.- Quizá sea una ventaja que no puedas ver en
la pocilga en que estás viviendo.
DON.- Siempre que entro por esa puerta pienso en esa enorme
"ventaja" de no poder ver...
SEÑORA BARKER.- Donny, ¿quieres que sea sincera contigo?
DON.- Sí.
JILL.- (A Don) ¡Ahora, ahora!
SEÑORA BARKER.- Tengo... tengo un gran disgusto...
JILL.- He perdido. ¿A las ocho la cena?
DON.- De acuerdo.
SEÑORA BARKER.- ¡Oh! Tengo ganas de llorar.
DON.- (A Jill) ¡Ganas! ¿Te gustan las hamburguesas?
JILL.- Sí. Pero dos. Con una, yo ni para empezar.
SEÑORA BARKER.- Has adelgazado.
DON.- Tengo el peso exacto para mi estatura, un metro, y para
mi edad: once años.
SEÑORA BARKER.- ¿Y habrá que ver lo que comes? (Va a la
nevera. La abre.) ¡Nada de nada! Una lechuga y una manzana.

JILL.- ¿Una manzana? ¿Dónde?


SEÑORA BARKER.- Detrás de la lechuga.
DON.- (A JILL) ¿Ves como había dos?
(De la nevera, la SEÑORA BARKER pasa a observar intensamente a JILL, que
se atara)

SEÑORA BARKER.- Dígame, ¿dónde se encuentra el señor


Benson?
JILL.- ¡Huy! ¿Y quién es ese señor?
SEÑORA BARKER.- Creí que era su esposo.
JILL.- ¡Ah! Jack ¡qué se yo! La última vez que le vi fue en una
cafetería tomándo un batido.
SEÑORA BARKER.- ¿Y cuál era su estado matrimonial?
JILL.- ¡Huy! Ni idea.
DON.- Jill es divorciada.
SEÑORA BARKER.- ¿Qué edad tiene, señora?
JILL.- Veintiún años.
SEÑORA BARKER.- ¿Y a los veintiún años ya está casada y
divorciada?
JILL.- Sí.
SEÑORA BARKER.- ¿Y cuánto tiempo estuvo casada?
JILL.- Seis días.
SEÑORA BARKER.- ¿Y al séptimo descansó?
JILL.- No. Me escapé. Lo siento, pero ahora tengo que
cambiarme. Me van a probar.
SEÑORA BARKER.- ¿A probar?
JILL.- Sí. Para una obra de teatro.
SEÑORA BARKER.- ¡Ah! Es usted actriz.
JILL.- Todavía no lo sé.
SEÑORA BARKER.- ¿Y he podido verla en algo? ¿Digo aparte de
en braguitas y en sostén?
JILL.- No. Todavía no. Sólo hice un anuncio en la televisión para
el panacín.
SEÑORA BARKER.- ¿Qué es el panacín?
JILL.- Unas tabletas que ayudan a la digestión cuando son
pesadas.
SEÑORA BARKER.- ¿Y su madre sabe dónde se encuentra
usted?
JILL.- Claro.
SEÑORA BARKER.- ¿Y aprueba su forma de vivir?
JILL.- ¿Y qué forma de vivir tengo yo?
DON.- Mamá, ¿te dedicas ahora a hacer entrevistas?
SEÑORA BARKER.- Estoy segura que la señora de Benson, no
tendrá ningún inconveniente en contestar a mis preguntas,
¿verdad?
JILL.- Si no tuviera ahora que hacer la prueba, con mucho
gusto; pero... y si el primer día llego tarde...
SEÑORA BARKER.- ¿A qué se dedica su padre?
JILL.- ¿Cuál de ellos?
SEÑORA BARKER.- ¿Tiene varios?
JILL.- Cuatro. Un padre, padre, y tres padrastros.
SEÑORA BARKER.- ¿Su madre se ha casado cuatro veces?
JILL.- Que yo recuerde, sí.
SEÑORA BARKER.- Por lo que veo, su madre tiene la manía de
casarse.
JILL.- No es una manía. Es que le gusta. Bueno, entendámonos.
La gusta casarse, no estar casada. Ay, Dios mío. Voy a llegar
tarde. Lo siento, pero tengo que irme: Hasta luego, Don.
DON.- ¡Buena suerte!
JILL.- Gracias.
DON.- No lo olvides; a las siete y media.
SEÑORA BARKER.- ¿Qué ocurre a las siete y media?
DON.- Pues que la señora Benson y yo vamos a cenar aquí, y
solos.
SEÑORA BARKER.- Señora Benson, se deja usted olvidado... (Ha
vuelto JILL. La SEÑORA BARKER Se lo alarga de mala gana.)

DON.- ¿Qué?
JILL.- El postizo de Susan Poter. (JILL lo toma y se va rápida a su
departamento, cerrando la puerta.)

DON.- ¿Por qué te empeñas en ser tan pesada?


SEÑORA BARKER.- Siento que te lo parezca.
DON.- ¡Tantas preguntas, y preguntas!...
SEÑORA BARKER.- Tengo el derecho de conocer a fondo a las
amistades de mi hijo.
DON.- Y yo, según el pacto que hicimos, tenía el derecho de
vivir aquí tranquilo dos meses. ¿Por qué no has respetado el
plazo?
SEÑORA BARKER.- ¡Nunca me has hablado con esos modales!
Pero a pesar de tu recibimiento, me alegro haber venido. Mis
temores se han visto satisfechos.
DON.- De lo cual también me alegro yo. Mi temor hubiera sido
que tus temores no se hubieran confirmado. ¿Te imaginas el
disgusto que te llevas si te gusta el departamento? No hubieras
tenido tema de conversación.
SEÑORA BARKER.- ¿Cómo has elegido una vecindad tan
sórdida?
DON.- A mí me da lo mismo vivir aquí que en Scardsale. El
refrán de: Ojos que no ven... parece inventado para mí
SEÑORA BARKER.- Vivir rodeada de gente tan... me
horrorizaría.
DON.- A mí esta gente tan... no sé cómo, me trata a las mil
maravillas.
SEÑORA BARKER.- (Mira hacia la puerta de JILL) Me lo imagino. Esta
mañana me dijiste por teléfono que ni siquiera sabías cómo se
llamaba tu vecina.
DON.- Y era verdad. La conocí después.
SEÑORA BARKER.- ¡Qué rapidez para hacer amistad!
DON.- Jill es muy sociable.
SEÑORA BARKER.- Se le nota... ¿Puedo hacerte una pregunta
un poco delicada?
DON.- No.
SEÑORA BARKER.- ¿Has tenido ya alguna relación?
DON.- Nunca debiste preguntármelo, pero ya que lo quieres...
sí. La he tenido.
SEÑORA BARKER.- Estaba segura.
DON.- Entonces sobraba la pregunta.
SEÑORA BARKER.- Ahora veo por qué querías vivir solo. No
para enfocar tu vida de una manera constructiva, sino para
tener plena libertad para tus orgías.
DON.- (Cantando) ¡Oh, ¡mamá! Dos es compañía; tres, una orgía.
SEÑORA BARKER.- Vas a enamorarte de esta chica, como te
enamoraste de Linda Fletcher.
DON.- Puede ser. Me gustan las chicas. ¿Es un pecado? O
preferirías que fuese homosexual.
SEÑORA BARKER.- La señora Benson no es precisamente la
clase de mujer que una madre puede soñar para su hijo.
DON.- Pero ¿y si da la casualidad de que la mujer de tus sueños
no me gusta ni pizca?
SEÑORA BARKER.- Esta es estúpida. Y por si te interesa saberlo,
te diré que no es nada guapa, ni siquiera atractiva.
DON.- Agradezco tu interés, pero como soy yo el que se va a
acostar con ella...
SEÑORA BARKER.- Tiene unos ojos pequeñitos como los de un
pájaro y es baja... parece un enano de esos que salen en el
circo.
DON.- Estás describiendo la mujer de mis sueños.
SEÑORA BARKER.- Yo puedo leer en las caras de las gentes, el
bien o el mal, tú no.
DON.- Pero yo veo más allá, más adentro. ¿Has olvidado los
poderes maravillosos y superhumanos del pequeño Donny
Tinieblas?
SEÑORA BARKER.- No sabes lo que dices. Nunca has estado
expuesto a las cosas desagradables de esta vida.
DON.- ¿Y de quién ha sido la culpa? ¿Quién se opuso a que
fuese al colegio con los otros chicos? ¡Tú!
SEÑORA BARKER.- ¡Qué cosas dices!
DON.- Vamos mamá; hurga un poquito en tu interior, ¿no estás
avergonzada de haber tenido un hijo ciego? Un hijo al que
esperabas con mucha ilusión porque llegaba tarde.
SEÑORA BARKER.- ¡Donny!
DON.- Molesta, entonces, con una sensación de fracaso.
SEÑORA BARKER.- Nunca, Don. Nunca.
(Llamada con los nudillos en la puerta de JILL.)

DON.- Adelante. (JILL entra con otro traje. Se va derecho a la SEÑORA


BARKER y se vuelve de espaldas. La SEÑORA BARKER sin decir nada y con un
gesto rápido se la sube) ¿Qué ocurre?

JILL.- La cremallera. (Se dirige a la puerta; antes, se vuelve a DON. Bajo.)


Duro con ella. Llevas las de ganar. Gracias, señora.
(JILL va hacia su departamento. Cierra la puerta. La SEÑORA BARKER está
cerca de la cama.)
SEÑORA BARKER.- Pues sí que va a servirte de ayuda. No sabe
ni vestirse sola.
DON.- No me importa en absoluto.
SEÑORA BARKER.- Donny, se me está ocurriendo algo colosal.
Si vienes a casa, pondré tu cama en alto y para subir una
escalera de mano que hay en el garaje. Podemos acoplarla...
DON.- Gracias, mamá. Pero en casa no será lo mismo que aquí
por mucho que intentes reproducir el "decorado". Te agradezco
de todas maneras tus buenas intenciones. (DON va rápido al
teléfono. Levanta el auricular.) Voy a cantar y a tocar la guitarra. Tú
siempre me dijiste que cantaba muy bien.
SEÑORA BARKER.- Pero yo nunca creí que ibas a hacer de eso
una manera de vivir. ¿No te das cuenta de la competencia
enorme con la que vas a enfrentarte?
DON.- Tengo las posibilidades de cualquier otro. Dos manos,
una guitarra, una voz. ¡Ah! Y algo más, personalidad.
SEÑORA BARKER.- ¿Y desde cuándo has adoptado tan brillante
decisión?
DON.- Eliminando todo aquello a lo que no me podía dedicar. A
piloto comercial, ni a fotógrafo. Ni a jugador de fútbol. Ni a
oculista. ¡Un ciego curando otro ciego! ¡Qué divertido! ¿No?
(Silencio en la SEÑORA BARKER.)

SEÑORA BARKER.- Supongo que lo de la guitarra te lo metería


en la cabeza Linda Fletcher.
DON.- No. Fui yo el que un día que nos peleamos le metí la
guitarra en la cabeza. (Silencio) Era un chiste malo. Pero debes
reírte, mamá. No estes tan seria. Te van a tomar por lesbiana.
SEÑORA BARKER.- ¡Qué cosas dices! ¿Lo aprendes también del
vecindario?
DON.- Sí. Y estoy orgulloso de hablar sin inhibiciones.
¡Libremente!
SEÑORA BARKER.- ¡Cuánto has cambiado! Apenas te
reconozco. (Va al cuarto de baño y vuelve con una maleta.)
DON.- ¿Qué haces?
SEÑORA BARKER.- Lo que debí hacer desde el principio.
Llevarte a casa.
DON.- Ni aunque me obligues.
SEÑORA BARKER.- No puedo dejarte aquí solo.
DON.- ¿Solo? Tengo amigos.
SEÑORA BARKER.- No tienes amigos, ni creas qué me has
engañado con esas historias de tus juerguitas.
DON.- Bueno, mejor que tener muchos amigos, es mejor, tener
uno..., una..., la señora Benson.
SEÑORA BARKER. - Te acompañaría mejor un perro. Y ya me
estoy cansando, Don. (Abre la maleta con fuerza) Vas a venir a casa.
Lo siento por la señora Benson. Tendrá que aprender a subirse
la cremallera sola.
DON.- Lleva la maleta a donde estaba.
SEÑORA BARKER.- ¡Vas a venir conmigo a casa!
DON.- (Firmemente) ¡Dame esa maleta! (DON se acerca furioso a la
silla donde ha oído que su madre había puesto la maleta. Antes que llegue, la
madre la pone en otro sitio. El busca por la habitación.) ¿Dónde la has
puesto? ¡Dámela! Mamá, ¡dámela! (Se enfrentan con furia. De
repente hay en ella una reacción resignada. Toma la mano de DON y le pone
el asa de la maleta en su mano abierta. DON corre al cuarto de baño, abre la
puerta y tira con fuerza la maleta. Su tensión cede.) Mamá, por lo que
más quieras, no te preocupes tanto por mí. Ya ves que estoy
bien. Y cada día mejor. Me voy acostumbrando. Si lo de la
guitarra no resulta puedo estudiar leyes, o técnico de algo.
Ahora hay miles de cosas que pueden hacer los ciegos. Por eso
te pido que no te preocupes por mí. ¿Me lo prometes, mamá?
(El levanta la mano. La SEÑORA BARKER se la toma. La lleva a su cara. DON
la besa en la mejilla) Y ahora perdona, pero tengo que salir.
Gracias. Sí, de verdad. Gracias por haber venido. (Va a su
chaqueta y su bastón)

SEÑORA BARKER.- ¿A dónde vas?


DON.- A comprar de comer. Ya te he dicho... voy a cenar esta
noche con... la señora Benson. Los dos solos...
SEÑORA BARKER.- ¿Puedo esperar a que vuelvas?
DON.- No, no, vete. No me esperes. ¡Anda! Scardsale está lejos.
Te llamaré mañana. Mamá, de verdad. No quiero cuando
vuelva oler a magnolia.
SEÑORA BARKER.- Yo había planeado quedarme a cenar.
DON.- Pero tus planes han cambiado, porque yo ya tengo un
compromiso con la señora Benson. Anda, mamá. Vete
SEÑORA BARKER.- Y después de cenar una pequeña orgía.
DON.- (Abriendo la puerta) Ojalá. Sí, mamá, La siniestra verdad ha
salido a la luz; el pequeño y maravilloso Don Tinieblas de tus
cuentos ha resultado un grosero. (Sale. La SEÑORA BARKER mira en
torno suyo con un gesto de frustración. Recoge del suelo algunos platos. Los
lleva a la cocina)

SEÑORA BARKER.- (Y dice bajo, para ella misma, con retintín) La señora
Benson...
JILL.- (Desde su apartamento) ¿Me llamaba?
(La SEÑORA BARKER, asombrada por un momento, se recupera en seguida.
En un tono más dulce.)

SEÑORA BARKER.- Sí... ¿puede venir un momento? (JILL abre la


puerta)

JILL.- Llegaré tarde a la prueba. Tengo sólo diez minutos


disponibles. No conozco bien Nueva York y me pierdo con
mucha facilidad.
SEÑORA BARKER.- ¡Me extrañaría! Parece usted una muchacha
despierta y lista. (JILL entra) ¿Por qué no hablamos un poquito?
Dos mujeres solas se entienden mejor.
JILL.- Yo me entiendo mejor con los hombres.
SEÑORA BARKER.- Siéntese. (JiLL, de pie. Rechaza el tono de confianza
con la SEÑORA BARKER) ¿Quiere una taza de café o un té?

JILL.- No, gracias. Pero si la manzana sigue ahí...


SEÑORA BARKER.- Seguro. (Va a la cocina)
JILL.- ¿Y Don?
SEÑORA BARKER.- (Abre la nevera y saca la manzana) De compras.
(Va al grifo y la lava, luego la seca con una toalla de papel) Hay que lavar
bien la fruta. Ahora les echan insecticidas y polvos raros. Yo no
sé si serán peor los gusanos. (Se la da a JILL.)
JILL.- Este momento me recuerda algo.
SEÑORA BARRER.- ¿Sí?
JILL.- Usted... ofreciéndome esa manzana. ¡Ah! ¡Sí! A
Blancanieves cuando la bruja de la madrastra se la da... ¡Huy!
Perdone. Ya sé que usted no es una bruja.
SEÑORA BARRER.- Más segura estoy yo de que tú no eres
Blancanieves. (JILL toma la manzana)
JILL.- Va para adentro, aunque estuviera envenenada. ¡Tengo
un hambre! ¡Sabe Dios lo que me harán esperar en el teatro!
SEÑORA BARKER.- Le darán el papel, ya lo verá.
JILL.- ¿Y por qué tan segura?
SEÑORA BARKER.- Porque es usted muy bonita. Y eso es lo que
la gente quiere hoy ver en el escenario.
JILL.- Al contrario. Hoy lo de, bonita no importa tanto. Además,
no lo soy. Tal vez interesante.
SEÑORA BARKER.- No. Eres muy, muy bonita.
JILL.- Le digo que no.
SEÑORA BARKER.- Y yo le digo que sí.
JILL.- ¡Basta! Tengo los ojos pequeños como un pajarillo. Y el
cuerpo como el enano de un circo. (Espera una reacción de la
SEÑORA BARKER, que no se produce) ¿No es así como usted me ve?

SEÑORA BARKER.- (Imperturbable) No puedo negarlo, puesto que


lo ha oído.
JILL.- Hay muchas cosas ciertas con las que usted puede
desacreditarme, no con mentiras.
SEÑORA BARKER.- ¿Sabes lo que me gusta de ti?
JILL.- Nada.
SEÑORA BARKER.- Se equivoca. Me gusta su sinceridad, su
candor, señora Benson.
JILL.- Sí. Digo siempre lo que pienso. Y por eso le ruego que no
me llame más señora Benson.
SEÑORA BARKER.- Ese es su nombre, ¿o no, señora Benson?
JILL.- Si. Lo que me molesta es el retintín.
SEÑORA BARKER.- Tienes razón. Te llamaré Jill. Y sin retintín.
Pero ¿por qué no te sientas? Antes empezaste a hablarme de tu
niñez.
JILL.- ¿Sí? Pues no me acuerdo.
SEÑORA BARKER.- Debe haber sido interesantísimo tener tantos
padres.
JILL.- Pues sí. Lo fue. Siempre estuve expuesta a toda clase de
nuevas experiencias. Mi padre auténtico era budista, el
segundo protestante, el que le siguió judío, y el último
episcopaliano.
SEÑORA BARRER.- ¿Y a tu madre los católicos...?
JILL.- SI. Le encantan, pero como no pueden divorciarse...
SEÑORA BARKER.- Claro, claro. Ahora veo que tu carácter tan
abierto y tan interesante tiene su origen en tu infancia.
JILL.- Y puesto que soy tan abierta, la diré, señora Barker, que
no me ha pedido que me quede para hablarme de mi infancia y
mucho menos para decirme que soy una monada.
SEÑORA BARRER.- Quería descubrir lo que hay de común entre
tú y Donny. Le gustas mucho.
JILL.- Y él también me gusta a mí. Es la persona más
maravillosa que me he tropezado en el mundo. No ha visto
jamás una calle, un cuadro, una flor, una tarjeta de Navidad.
¡Yo preferiría morirme, pero él prefiere vivir, vivir!
SEÑORA BARRER.- Si tanto le admiras, querrás lo mejor para él,
¿verdad?
JILL.- Caliente, caliente. Usted desea que yo le aconseje que
vuelva al hogar, ¿no?
SEÑORA BARKER.- Donny era feliz en casa hasta que esa
imbécil de Linda Fletcher le metió en la cabeza que debía vivir
solo, independiente.
JiLL.- Y usted está segura de que puede ser feliz únicamente al
lado suyo. Pues bien; no hay más ciegos que los que no quieren
ver. ¿Qué tal? Puedo decir frases de Dylan Thomas. Y frases de
su libro "El pequeño Donny Tinieblas".
SEÑORA BARKER.- Me sorprendes a cada momento.
JILL.- Me alegro.
SEÑORA BARKER.- Te pareces enormemente a Linda. Donny
tiene una constante en sus gustos.
JILL.- ¿Por qué le llama usted Donny? Odia que le llamen así
SEÑORA BARKER.- Es la primera noticia que tengo.
JILL.- Lo creo. Si él es ciego, usted es sorda. No hay más sordos
que los que no quieren oír ni más impedidos que los que no
quieren andar, ni más delgados que los que no quieren comer.
SEÑORA BARKER.- ¿Cree usted que es una buena idea que viva
solo?
JILL.- Lo que creo que es una buena idea es hacer lo que a uno
lquiera. ¡Ah! Y no está solo. Yo estoy aquí.
SEÑORA BARKER.- ¿Por cuánto tiempo? Cualquier día te cansas
de vivir ahí, a su lado, desapareces y...
JILL.- ¡Claro! ¡Estaría bueno!
SEÑORA BARKER.- Si no puede usted soportar, a su marido más
de seis días...
JILL.- Le ruego que no hable de mi boda. Es algo íntimo y muy
penoso. A usted debe interesarle muy poco.
SEÑORA BARKER.- Tan poco como a usted, por lo visto.
JILL.- ¡Sobre mi matrimonio...!
SEÑORA BARKER.- Seamos razonables, Jill. Usted ha visto a
Donny, ¿cómo diría?, en las mejores circunstancias en esta
habitación que se sabe de memoria, pero sácale de esta casa,
de esta calle, de la que sabrá los pasos que hay a la lavandería,
al supermercado, y es un ser perdido. Lleno de miedo, de
pánico. Donny necesita a alguien siempre a su lado. Siempre.
Seis días sería demasiado poco.
JILL.- Señora Barker, duerma tranquila. Nada serio va a ocurrir
entre Donny y yo. No he nacido para cosas serias.
SEÑORA BARKER.- Lo malo es que él sí ha nacido para cosas
serias.
JILL.- De momento nos divertimos, nos reímos.
SEÑORA BARKER.- Así empezó con Linda; divirtiéndose,
riéndose, pero se enamoró terriblemente de ella. ¿Qué pasará
ahora si...?
JILL.- No lo sé. Ni me importa.
SEÑORA BARKER.- No deje usted que las cosas vayan
demasiado lejos, puede hacerle mucho daño.
JILL.- ¿Y usted? ¿Cree que no le hace ningún daño?
SEÑORA BARKER.- No. Yo puedo enfadarle, contrariarle, pero
usted cuanto más tiempo viva ahí más daño puede hacerle el
día que se vaya. Sea buena. Aconséjele. Deje que vuelva a casa
conmigo. Y usted diviértase y ríase con otro que no le importe
demasiado dejar de verla al cabo de seis días o una semana,
todo lo más.
JILL.- (se vuelve y estudia intensamente a la SEÑORA BARKER.) Puesto
que soy tan sincera, que según usted, tratándose de mí es
igual a bruta, le diré que es usted quien más daño le está
haciendo.
SEÑORA BARKER.- ¿Yo?
JILL.- ¡Sí! ¡Usted! cuanto más se empeña en ayudarle, más le
hunde. Fue Linda Fletcher quien le dio lo que más necesitaba.
SEÑORA BARRER.- ¿Qué le dio Linda?
JILL.- Confianza, seguridad, no usted. Usted está siempre
obsesionada con lo que necesita, no con lo que desea, con lo
que no puede hacer, no con lo que puede hacer. ¿Y de su
música? ¿Ha escuchado usted la canción que ha compuesto?
¿Sabe usted siquiera que compone música y canciones? ¡No!
Apuesto algo. Es posible que tenga usted razón cuando dice
que yo no soy la chica ideal para Don, pero no se crea que
usted es la madre ideal. ¡No! ¿Le digo lo que es? Una señora
pesada, y sí tengo que aconsejarle a alguien que se vaya a
algún sitio, será a usted. ¡Sí, señora, váyase usted a... a su
casa! (Se vuelve, sale rápida y da un portazo.)
TELÓN
CUADRO II
La mesa, servida para dos personas. Velas encendidas, un jarrón con flores.
Don corrige la colocación de unos cubiertos. La SEÑORA BARKER en la cocina.
Está revolviendo el armario donde están los platos y vasos con bastante
ruido.

DON.- Mamá, ¿qué haces?


SEÑORA BARRER.- Busco papel de cera para envolver la carne,
si la dejo así se estropeará.
DON.- No te preocupes tanto, si se estropea, que se estropee.
SEÑORA BARRER.- ¿Qué hora es?
DON.- (Pasa los dedos por el reloj.) Las diez menos diez, sólo.
SEÑORA BARRER.- ¿Sólo las diez menos diez?
DON.- ¡Sí! Es una inconsciente, una informal. Es una criatura
imposible, un asquito. ¿Qué más?
SEÑORA BARRER.- No he dicho nada de eso.
DON.- Pero lo has pensado. (Pausa.)
SEÑORA BARKER.- ¿Qué hora dijiste que era? No me acuerdo.
DON.- Sí te acuerdas, pero volveré a regalarte el oído. Las diez
menos diez. Ya las diez menos cinco.
SEÑORA BARRER.- Tarde, ¿no?
DON.- Según para qué, mamá de verdad no tienes por qué
quedarte, quita el magnetófono ¿quieres? (Se acerca a la puerta de
JILL. Escucha.)

SEÑORA BARKER.- ¿Es ésta la canción que has compuesto?


DON.- Sí... bueno... no es la versión definitiva, tengo que
trabajar más sobre ella. (Pausa.) ¿Cómo sabes que la compuse
yo?
SEÑORA BARKER.- No sé... me lo he imaginado.
DON.- ¡Ah!
SEÑORA BARKER.- Es muy bonita, me gusta... (DON mira en
dirección a su madre con sorpresa.) ¿Dónde crees que estará?

DON.- En el teatro, ¿no sabías que iba a hacer una prueba?


SEÑORA BARKER.-¿Seis horas de prueba? Empiezo a
preocuparme.
DON.- (Muy sorprendido.) ¿Tú preocupada por Jill?
SEÑORA BARKER.- ¿Tú no lo estás?
DON.- Mamá, algo te pasa, estás enferma o tienes fiebre. Te
gusta mi canción, te preocupa la tardanza de Jill y hace menos
de dos horas que no insistes en que vuelva a casa. Ve al
médico en cuanto llegues a Scardsale.
SEÑORA BARKER.- ¿Tan mal crees que estoy?
DON.- Ya sólo te falta decir que Jill te gusta.
SEÑORA BARKER.- Gustarme, gustarme... no me desagrada.
Desearía, eso sí, que fuese una chica diferente.
DON.- Es una chica diferente, y eso es precisamente lo que te
carga de ella.
SEÑORA BARKER.- Cuando yo tenía su edad, la puntualidad
significaba algo para mí.
DON.- ¿Qué?
SEÑORA BARKER.- Que si pensaba llegar a una cena con tres
horas con retraso, telefoneaba.
DON.- Es que tú no hubieras llegado jamás tres horas después.
SEÑORA BARKER.- Seguro.
DON.- Seguro un mes antes.
SEÑORA BARKER.- ¿Y si se ha perdido? Siempre se hace un lío
con las calles de Nueva York.
DON.- En ese caso se toma un taxi, pero... que yo recuerde
nunca ha dicho que se haga un lío...
SEÑORA BARKER.- A mí sí me lo ha dicho.
DON.- Lo hubiera oído yo.
SEÑORA BARKER.- Bueno... creo que fue después de irte tú.
DON.- ¿Después de ...? ¿Ha venido cuando yo estaba fuera?
SEÑORA BARKER.- Creo... que... sí.
DON.- ¿Y a qué ha venido?
SEÑORA BARKER.- ¿Y tú me lo preguntas conociéndola? ¡La
cremallera dichosa!, pero sólo se quedó unos minutos.
DON.- ¿Y de qué hablaron?
SEÑORA BARKER.-No recuerdo.
DON.- Te acuerdas, por lo menos, de que siempre se pierde por
Nueva York. Haz memoria. ¿De qué más hablaron?
SEÑORA BARKER.- ¿Y qué importancia puede tener?
DON.- (Levantando la voz) ¡Precisamente por que no tiene
importancia quiero que...!
SEÑORA BARKER.- Don, no me grites, ¡por favor! (Pausa.) ¡Ah!,
sí, ahora recuerdo. Hablamos de Blancanieves.
DON.- ¿La Blancanieves de los siete enanitos?
SEÑORA BARKER.- ¿Es que hay otra?
DON.- ¡Qué tema más curioso!
SEÑORA BARKER.- ¿Y qué más te da que hablásemos de
Blancanieves o de la Cenicienta?
DON.- No me da la gana que hables con mis amistades a mis
espaldas.
SEÑORA BARKER.- No hemos hablado a tus espaldas, querido,
puesto que ni siquiera estabas en casa. (Pausa.)
DON.- Sabes muy bien lo que me dio Linda Fletcher, no te
hagas la tonta.
SEÑORA BARKER.- No me hago la tonta. Contéstame.
DON.- Sí. Gracias a Linda empecé a respirar de otra manera.
Eso debe ser la confianza y seguridad en vivir.
SEÑORA BARKER.- ¿Y yo no te he dado nada de eso?
DON.- No; tú me has ayudado, me has protegido... pero nada
más.
SEÑORA BARKER.- Una cosa lleva a la otra.
DON.- No siempre.
SEÑORA BARKER.- ¿Por qué no me dijiste que no te gustaba
que te llamase Donny?
DON.- Te lo dije millones de veces, mamá.
SEÑORA BARKER.- ¿Cómo no iba yo a recordar algo que oigo
millones de veces?
DON.- A lo mejor fueron solamente ciento veintitrés. ¿Pero a
qué vienen tantas preguntas?
SEÑORA BARKER.- ¿Y por qué no te gusta que te llamase
Donny?
DON.- Porque me recordaba a Donny Tinieblas.
SEÑORA BARKER.- ¿Y eso tiene algo de malo?
DON.- Nada, nada...
SEÑORA BARKER.- ¿Y cómo te gusta que te llamen? Ahora con
una sola vez que lo digas, lo recordaré.
DON.- Don... Donald. Puedes también llamarme Sebastián o
Irvin, todo, menos Donny.
SEÑORA BARKER.- Caprichos.
(Un ruido en el apartamento de JILL. Se vuelven ambos en esa dirección.
Oímos poco a poco y cada vez con más claridad pasos y risas.)

DON.- (Sonríe.) ¡Ya ha vuelto! Vendrá aquí en seguida. (La SEÑORA


BARKER cruza a la puerta de JILL y escucha.)

SEÑORA BARKER.- Hay alguien con ella.


DON.- ¿Alguien?
SEÑORA BARKER.- Sí... parece... voz de hombre.
DON.- No escuches detrás de la puerta.
SEÑORA BARKER.- No entiendo lo que dicen, pero... Sí, sí, hay
un hombre con ella.
DON.- Será la televisión.
SEÑORA BARKER.- ¿Y va a hablar y a reírse con el televisor?
Aunque de esta chica no me extraña nada.
DON.- Mamá, por favor, quítate de la puerta.
SEÑORA BARKER.- (La SEÑORA BARKER obedece a DON.)Ya me alejo
de la puerta.
(Golpe tímido en la puerta de JILL.)

DON.- ¡Adelante!
(JILL entra alegremente seguida de Ralph AUSTIN. Joven barbudo, descuidado
en el vestir, con sweter y pantalones de pana.)

JILL.- ¡Hola! ¡Qué tal! Ya llegué. ¡Uf! Viene Ralph conmigo. (Por la
SEÑORA BARKER.) ¡Ah!, ¿sigue usted aquí? Don, te presento a
Ralph Austin. Ya te hablé de él. Es el director de la obra. Don...
y la madre de Don. (Intercambio de fríos saludos.) Le he contado a
Ralph lo tuyo y tenía muchas ganas de conocerte.
RALPH.- (Con una voz alta y poco natural.) Jill me ha contado lo bien
que... bueno lo bien que te has adaptado a la vida siendo,
bueno... lo que eres.
DON.- Sí, ciego, Ralph. Es una palabra que no me asusta.
RALPH.- Ya lo sé. Jill me ha dicho que no tienes ningún
complejo, ni... estás amargado.
DON.- Ralph, no te esfuerces en hablar tan alto.
SEÑORA BARKER.- Mi hijo no está sordo.
RALPH.- ¡Ay! perdón, sin querer... cuando...
JILL.- Puede oír mejor que tú y que yo.
DON.- No.
JILL.- ¡Y el olfato lo tiene muy desarrollado!
SEÑORA BARKER.- ¿Les preparo algo de comer antes de irme?
RALPH.- Ya hemos cenado.
JILL.- (mira la mesa con pena.) ¡Oh! Don, cuánto lo siento. ¡Y qué
bonita! ¡Con flores y velas! (Reacciona) ¡Ay! Perdóname, pero
bueno, ya estoy aquí. Fuimos después de la prueba a casa de
Ralph y bebimos una botella de champagne.
RALPH.- No exageres. Era un vino con burbujas.
DON.- ¿Y qué? ¿Te han dado el papel?
JILL.- Sí y no. Ya no hago la esposa.
DON.- ¡Ah!, ¿no? ¿Y qué te han dado? ¿El del homosexual?
JILL.- No. Haré de su secretaria, no es un papel largo pero tiene
una escena bárbara.
RALPH.- Y ha estado estupenda. Le ha hecho muy buena
impresión al director.
JILL.- Me puse un poco nerviosa. Imagínate, tuve que pasearme
por el escenario desnuda.
(A la SEÑORA BARKERse le Cae una taza que tenía en la mano. DON mira
molesto en esa dirección. La señora BARKERse agacha y recoge los pedazos.)
SEÑORA BARKER.- Lo siento, Don.
JILL.- ¿La ayudo?
SEÑORA BARRER.- Ya para qué. ¿Cuántos cafés?
DON.- Yo no quiero.
JILL.- Yo, sí.
DON.- ¿Y ¿Y por qué ha tenido que pasar la prueba desnuda?
RALPH.- Porque ahora no hay obra en el teatro en que no salga
algún actor desnudo; y claro, un actor, una actriz puede ser
bueno pero, ¿y el cuerpo? Lo visual aquí es muy importante.
SEÑORA BARRER.- ¿Cómo quiere usted el café?
RALPH- Solo, por favor.
JILL.- Nunca hubiera pensado que iba a ser capaz de
desnudarme, pero al ver a treinta o cuarenta actores pasearse
por el escenario como su mamá les echó al mundo de lo que
me entró vergüenza era de ir vestida, ¿qué hubiera hecho
usted en mi caso, Señora Barker?
SEÑORA BARRER.- (La mira fulminándola) Mejor es que no te lo
diga, nena.
RALPH.- Yo estaba sentado en las butacas y en el momento en
que vimos a Jill desnuda pensamos que no le iba el papel de la
protagonista.
SEÑORA BARKER.- ¿Y el argumento es interesante?
RALPH.- Mucho, y de un gran dramatismo.
JILL.- Yo muero al final.
SEÑORA BARKER.- De una pulmonía, claro.
RALPH.- La escena es formidable. Y estoy contento porque a mí
me va mucho ese teatro. Pondré a Jill tirada en el suelo.
DON.- ¿Desnuda?
RALPH.- Desnuda. Se ha tomado una dosis excesiva de heroína.
Está agonizando y se arrastra sensual y ardiendo, gritando una
palabra.
DON.- ¿Qué palabra?
SEÑORA BARRER.- ¿Y qué te importa?
RALPH.- Bueno, no sé si puedo repetirla aquí.
SEÑORA BARKER.- ¿La van a decir en el escenario y no sabe
usted si puede repetirla aquí?
DON.- Vamos, sin miedo. ¿Qué dice? (RALPH cruza y se la dice a DON
en el oído. Gesto de DON.) No. Mejor es que no la digas.

SEÑORA BARKER.- Hay un Dios que nos protege.


DON.- ¿Y tú crees, Ralph, que el público está preparado para
esa clase de teatro?
RALPH.- ¡Huy! Ya lo creo. Hay que ir derribando todos los tabús
que existen en la sociedad de consumo sobre el sexo, sobre el
desnudo... Nosotros nos dirigimos a un público intelectual,
pensante. No a un público absurdo y burgués o las señoras
cursis de Scardsale. (Frío general. Ralph lo presiente.) He debido
meter la pata en algo.
SEÑORA BARKER.-Más bien en todo, señor Austin.
JILL.- La señora Barker es de Scardsale.
RALPH.- ¡Ah! Bueno. Todas las reglas tienen sus excepciones.
SEÑORA BARKER.- Pues yo quiero ser del montón y no
excepcional en nada. ¿Y cómo se titula la obra?
RALPH.- "La culpa es de los demás".
SEÑORA BARRER.- Que no se me olvide. A ver si un día me
meto en el teatro sin mirar bien -la cartelera y..,
JILL.- Señora Barker, si la ve con un espíritu libre y abierto, le
gustará.
DON.- Te advierto que a mi madre desde "Sonrisas y lágrimas"
no le ha gustado ninguna comedia.
JILL.- Esta obra no es sucia. Yo jamás trabajaría en una
porquería. Es tan verdad como la vida que vivimos.
DON.- Pero no como la vida de mamá.
JILL.- Lo único que la encuentro es que es un poco larga.
Necesita algunos cortes.
SEÑORA BARKER.- Dos: Uno así, el otro así.
RALPH.- Resignación. La haremos sin el apoyo del honrado
público de Scardsale.
SEÑORA BARKER.- Desde luego. No cuente con esta cursi
servidora de ustedes que no apoyará nunca el desnudo, la
obscenidad, ni la degeneración.
RALPIL.- Señora Barker todo eso es parte de la vida.
SEÑORA BARKER.- Ya lo sé, señor Austin. Como la diarrea, pero
nunca la situaría entre mis espectáculos predilectos.
JILL.- ¿Y si cierra el teatro la policía?
RALPH.- No te preocupes por eso. Durará varias temporadas y
puede que te hagas famosa.
JILL.- ¡Qué formidable! Mi nombre en luminoso ¡Jill Tanner!
RALPH.- Lo siento pero ahora tengo que irme. Estoy citado con
Steve, el autor, para corregir unas escenas. ¿Tardarás mucho
en hacer las maletas?
JILL.- (Mira a Don azarada) No, un poco; pero ve tú por delante.
RALPIL.- Si no tardas mucho te espero. ¿Cuántas maletas
tienes?
(Don, cada vez más apenado. La SEÑORA BARKER le mira triste.)

JILL.- Dos, pero mientras recojo todo...


RALPH.- ¡Ah! Sólo tengo sitio en un armario.
DON.- ¿Vas a irte?
JILL.- ¿No te lo he dicho? A casa de Ralph, yo creí que lo sabías.
DON.- No. No lo sabía. Porque no me lo has dicho.
JILL.- Bueno, Ralph cree que es una buena idea que me mude a
su apartamento.
RALPH.- Oye, oye, la idea ha sido tuya.
JILL.- Bueno, qué más da; sea de quien sea, es una buena idea
y con eso basta. (A DON) Quiero que sepas, Don, que no me voy
lejos, bueno lejos de aquí. ¿Dónde está tu casa, Ralph?
RALPH.- En Christopher Street.
JILL.- ¡Ay, pues sí es muy lejos!
RALPH.- Al otro lado de la ciudad.
JILL.- Ralph tiene un estudio precioso... parecido a este tuyo,
con claraboya y todo. La cama no... no es una cama de altura
como ésta. Ya la verás... Quiero decir cuando vengas a vernos
porque queremos que vengas. ¿Verdad, Ralph?
RALPH.- Claro. Tú eres ya como uno de la familia.
JILL.- (A RALPH.) Ya te dije que Don te caería muy bien. Lo
pasaremos bomba. Don, Ralph es estupendo; cuando lo trates
más, te caerá más simpático. ¡Si pudieses verle! Deja que Don
te pase la mano por la cara. Así es como él conoce a las
personas.
RALPH.- Vamos Don, sin miedo.
SEÑORA BARKER.- ¿No ven que no quiere? No se pongan
pesados.
(JILL le toma la mano y la lleva a la cara de RALPH. DON recorre sus dedos
por la cara de RALPH. Cuando llega a la barba la retira rápido.)

RALPH.- Encantado de conocerte, Don. Hasta pronto, espero


que no tardes, encanto. Y tanto gusto, señora. Si la he
molestado, lo siento. Ha sido sin querer. Espero que no vuelva
a ocurrir.
SEÑORA BARKER.- Yo también lo espero. No tardes.
(Sale RALPH. Se quedan en escena JILL, Don y la SEÑORA BARKER en
situación embarazosa.)
JILL.- Será mejor que empiece a recoger mis cosas. Antes de
irme vendré a despedirme.
(JILL entra en su apartamento rápida, cierra la puerta. La SEÑORA BARKER
mira a DON que no puede disimular un gesto de dolor. Pausa.)

DON.- Mamá. (La SEÑORA BARKER no contesta. Le mira con compasión.)


Mamá, ¿estás ahí?
SEÑORA BARKER.- Sí.
DON.- Quiero decirte... que..., pero siéntate.
SEÑORA BARKER.- ¿Es tan terrible que puedo caerme al suelo?
DON.- No. Todo lo contrario. Te va a gustar mucho, pero es
mejor que te sientes.
SEÑORA BARRER.- (Continúa de pie) Ya me he sentado.
DON.- Quiero volver a casa. Ve por el coche mientras hago las
maletas... ¿Me has oído?
SEÑORA BARKER.- Sí.
DON.- ¿Y por qué te callas? ¡Di algo!
SEÑORA BARKER.- Eso quisiera, pero estoy pensando en tantas
cosas...
DON.- ¿Y por qué no sigues pensando mientras vas a buscar el
coche? No tardo ni un minuto. (Va hacia el cuarto de baño.)
SEÑORA BARKER.- Un momento, Don. No tengas tanta prisa.
DON.- No hay quien te entienda. Creí que ibas a ponerte a dar
saltos de alegría. Pero ¿no es lo que querías? ¿No habías venido
a llevarme a casa?
SEÑORA BARKER.- Sí.
DON.- Entonces, ¿qué tenemos que hablar? ¿No lo tenemos
todo requetehablado? Este apartamento, según tú, es una
pocilga, una cuadra, ¡dijiste que estaba viviendo en una
cuadra!
SEÑORA BARKER.- Y tú, que era el Taj Mahal. Y un lugar
perfecto, ¿por qué no eres tú el que ahora bailas de alegría?
DON.- Parece que no quieres que vuelva a casa.
SEÑORA BARKER.- Sí. Pero antes vamos a hablar un poquito
sobre... Este sitio me sigue pareciendo horrible y tétrico. Yo
jamás lo habría escogido para vivir, lo has escogido tú. Eras
feliz, estabas encantado y ahora quieres salir corriendo. De ese
cambio tan de repente es de lo que quiero que hablemos.
DON.- ¿No es curioso que siempre pensemos lo mismo pero en
distinto momento? (Pausa.) No, mamá, no voy a quedarme.
SEÑORA BARKER.- ¿Por qué? ¿Porque una chica te ha dejado?
DON.- Ya van dos. Te olvidas de Linda.
SEÑORA BARRER.- Y puede que llegues a la docena, pero ten
en cuenta que las mujeres también abandonan a los hombres
que ven, a los hombres con mucha vista.
DON.- ¿Es un consuelo?
SEÑORA BARKER.- No quiero que por esto te acomplejes y te
pongas triste. Conocerás a muchas chicas en esta vida. Y un
día encontrarás una que sea capaz de mantener unas
relaciones para toda la vida. Jill, la pobre, es incapaz de eso.
Creo, Don, que a pesar de todo, y no tienes idea de lo que va
para mí en ese todo, debes quedarte aquí. No. No podría verte
volver a casa triste, fracasado... no, no... Aquí tienes tu música,
tu guitarra, tus canciones...
DON.- (Grita.) De una vez para siempre métete en la cabeza de
que no soy el maravilloso y superciego Donny Tinieblas, yo
también puedo fracasar y sufrir, como todo el mundo. (Pausa.)
SEÑORA BARKER.- ¿Te acuerdas del primer cuento de Donny
Tinieblas?
DON.- No.
SEÑORA BARKER.- Tú tenías cinco años. Veraneábamos al
borde del lago Pimpesanke. Tu padre-te llevó al lago. Era la
primera vez que te metías en un agua más profunda que la de
una bañera. Estabas aterrado. Gritabas. Papá te trajo a casa y
yo te metí en la cama. Estuviste temblando varias horas,
aquella noche te conté un cuento. ¿No lo recuerdas? De un niño
ciego que ,nadó los siete mares y hablaba con los delfines.
DON.- Sí. Y los delfines le dijeron que unos submarinos
enemigos tenían la intención de destruir la marina de los
Estados Unidos y Donny Tinieblas nadó y nadó hasta llegar a
tiempo de dar el aviso. ¡Qué imbecilidad!
SEÑORA BARKER.- Sí. Pero al día siguiente aprendiste a nadar.
Yo nunca escribí esos cuentos para que me dieran el Premio
Pulitzer, sino para ayudarte. Cuando te veía triste, a punto de
desmoronarte te contaba un cuento de Donny Tinieblas y ¡zas!
tus ánimos subían, intentabas ser un poco más fuerte y
conseguías lo que te proponías. ¿Quieres que te cuente ahora
uno de esos cuentos o eres ya lo bastante hombre como para
poder enfrentarte con las cosas tú solo?
DON.- Hace un año no pensabas que era un hombre, sino un
niñito. ¿Por qué has cambiado tanto?
SEÑORA BARKER.- No sé si habré cambiado. De lo que estoy
segura es de que no eres el mismo Donny, perdóname Don,
que hace un mes salió de casa. Tengo que acostumbrarme, y
qué difícil va a ser para mí, a no serte útil, a que no me
necesites... va a ser terrible, pero lo intentaré. Sí. (Pausa.) Don,
no vuelvas conmigo, quédate aquí. Lo único que me gustaría es
que tuvieras unos muebles más decentes. Necesitas una mesa
y platos. Como ya para mí sola no me hacen falta, te mandaré
unos cuantos.
DON.- Gracias, mamá.
SEÑORA BARKER.- Y sábanas y ropa blanca. Y unos ceniceros
más bonitos. Si arreglas bien este departamento puede no
quedar mal... ¿No te importa que yo te eche una manita?
DON.- No.
SEÑORA BARKER.- Te llamaré mañana por la mañana o pasado
mañana, si no te molesto, y hablaremos sobre todo esto.
DON.- (Pausa.) Mamá. Ahora me alegro de que hayas venido.
SEÑORA BARKER.- (Le mira por un momento. Le da un beso suave y
tierno) ¡Te quiero tanto!

DON.- Ya lo sé, mamá. Ya lo sé.


(La SEÑORA BARKER sale. DON cruza a la puerta de JILL y escucha un
momento. Reacciona, respira y llama con tono alegre.)

SEÑORA BARKER.- Don, eres lo único que me queda... Bueno,


que me quedaba...
DON.- iEeeeh! ¿Qué haces?
(JILL abre y entra con dos maletas. Las deja en el suelo.)

JILL.- Parece mentira, pero conseguí meterlo todo dentro. Te


dejo las servilletas de papel, y estas bombillas de colores, por si
las necesitas.
DON.- Gracias, pero no necesito ni servilletitas ni bombillitas.
JILL.- Entonces las dono al apartamento. ¡Ah! y la llave. Ten.
(Saca una llave del bolsillo.) Te la dejo encima de la mesa. Dásela al
portero, ¿quieres? ¡Ah! Y creo que debes cerrar esta puerta
otra vez.
DON.- Esperaré a ver quién es mi próximo vecino, si es vecina y
bonita, la dejaré abierta.
JILL.- ¡Muy buena idea! ¡Ah! Y no quiero despedirme como si
me fuera lejos, no. Nada de despedidas porque vamos a vernos
muy a menudo.
DON.- (Va a la nevera y saca algo de comer) ¿Tanta prisa tienes?
JILL.- Cuando yo me decido irme de un sitio, me gusta irme
cuanto antes.
DON.- A mí me pasa lo mismo. ¿Me perdonas? Tengo hambre.
Iba a comerme un "sandwich" de jamón.
JILL.- Cuando tomo la decisión de irme me voy, aunque alguien
me ofrezca un "sandwich" de-jamón.
DON.- Y una cerveza.
JILL.- ¡Hum! Las velas todavía están encendidas.
DON.- Ya lo sé. Soy muy devoto.
JILL.- Y mami, ¿dónde está?
DON.- Se fue a casa.
JILL.- No la he oído. ¿Y cuál ha sido la sentencia?
(JILL se sienta en la mesa con las piernas colgando, saca un cigarrillo de su
bolso y lo enciende.)

DON.- Ha aceptado mi declaración de independencia.


JILL.- Bromeas.
DON.- Opuso resistencia, pero la vencí.
JILL.-Quién sabe si debió ganar. Quién sabe si estarías mejor en
casa.
DON.- Oye, he tardado veinticuatro horas ¡y qué veinticuatro
horas! para convencer a mi madre y no quiero empezar ahora
contigo.
JILL.- Yo no soy tan pesada, no me ofendas. (Pausa.) qué te
parece Ralph?
DON.- ¿Dónde estás?
JILL.- Aquí, en el sofá.
DON.- No sabía desde dónde me hablabas.
JILL.- Pues siempre lo has sabido.
DON.- Sí, pero no sé qué me pasa. Parece simpático.
JILL.- ¿Quién?
DON.- Ralph.
JILL.- No te gusta, lo veo.
DON.- He dicho que me parece simpático, pero de ahí a
acostarme con él...
JILL.- Vi en seguida que no te caía ni pizca de bien. Todo el
tiempo que ha estado aquí has estado más tieso que un ajo.
DON.- Yo siempre estoy tieso cuando hay más de una persona
en la habitación. Tengo que adivinar constantemente quién
habla y si es a mí.
JILL.- No te cayó bien porque ha estado hecho un bruto.
DON.- No...
JILL.- Sí, cuando metió la pata con lo de Scardsale.
DON.- ¡Bah! Eso fue sin querer. El no sabía que mi madre era
de Scardsale. No debes insultarle y decir que es un bruto.
JILL.- No lo pienso.
DON.- Pero lo has dicho. Yo no, que quede claro. (Mira a su
alrededor.) ¿Hay alguien más en el cuarto?

JILL.- No. ¿Por qué?


DON.- Por nada. (Pausa.) ¿Y a ti? ¿Te gusta Ralph?
JILL.- (Ríe nerviosamente.) Qué pregunta más tonta. Si me voy a
vivir con él es que me gusta.
DON.- ¿Otra pregunta?
JILL.- Tengo prisa.
DON.- (Se levanta rápido) ¡Pues sí! Ralph me ha caído gordo.
JILL.- ¿Lo ves? Pero ¿por qué?
DON.- Por eso, porque es un bruto y un presumido.
JILL.- Cuánto lo siento. Creí que íbamos a ser los tres unos
buenos amigos...
DON.- (Rápido) Te voy a decir algo que ignoras. Ralph no te
gusta.
JILL.- ¿Hago las maletas que es la cosa que más odio en el
mundo para irme a vivir con él y resulta que no me gusta?
DON.- Aunque hubieras hecho cuarenta baúles, Ralph te tiene
sin cuidado.
JILL.- Eres el colmo, crees que porque eres ciego puedes verlo
todo.
DON.- Exacto. Un sexto sentido me dice que no quieres a
Ralph. Dime, ¿cuando estás con él es como una feria con
fuegos artificiales y cohetes, ¡pum!, ¡pum!, o como las
Navidades?
JILL.- No exactamente. Con Ralph es más bien como el día del
trabajo.
DON.- ¿Crees que también es estupendo?
JILL.- En muchas cosas, sí.
DON.- ¿Y que tiene personalidad?
JILL.- A montones.
DON.- ¿Le quieres con amor?
JILL.- Yo no contesto a majaderías. Diga lo que diga tú ya tienes
una idea fija.
DON.- Vamos, sin miedo, contéstame, ¿le quieres?
JILL.- ¡Sí! A mi manera.
DON.- Esta mañana me dijiste que no podías amar a nadie.
JILL.- Eso era esta mañana. ¿No puedo cambiar de parecer?
DON.- De experiencia tengo poca, pero cuando alguien está
deseando caer en los brazos del ser querido, no llega tarde por
comerse un bocadillo de jamón.
JILL.- ¿No sabes que el corazón lo tengo en el estómago?
DON.- Mi madre tenía razón.
JILL.- ¿En qué?
DON.- Ella ha adivinado por qué te quieres ir, por qué no has
venido a cenar. No te habías olvidado de la cita.
JILL.- Tu madre no tiene ni idea.
DON.-Entonces, ¿por qué te vas? Todo menos porque estas
enamorada de Ralph.
JILL.- Me voy porque quiero irme. Soy libre para irme donde
quiera.
DON.- ¿Y no estará relacionada conmigo tu decisión?
JILL.- ¿Contigo? En absoluto.
DON.- (JILL enciende un cigarrillo, se hunde en el sofá y mira a DON
confusa.) ¿No? Tienes miedo, ¡pánico!, de comprometerte en
algo.
JILL.- Eso te lo dije yo.
DON.- Nada de compromisos, nada de ligaduras.
JILL.- Quiero ser libre para salir corriendo cuando me canse...
Don.- ¿De mí?
JILL.- O de quien sea.
DON.- ¿Y si soy yo el que se cansa de ti?
JILL.- (No se le hubiera pasado ni por la imaginación.) ¿Cansarse? ¿De
mí?
DON.- ¿Nadie se cansó de ti?
JILL.- Como no me pongo pesada, ni me cuelgo del cuello de
ningún hombre una temporada larga, no he podido
comprobarlo.
DON.- Con Ralph no importa salir corriendo, dejarle, pero eso
mismo es un poco más doloroso hacérselo a un chico ciego,
¿verdad?
JILL.- La ceguera no tiene que ver nada... en esto.
DON.- Sí. Y mucho. A ti no te remordería la conciencia dejar a
Ralph o a Sebastián o a Irvin, pero abandonar a Donny
Tiniebles, ¡eso ya...! Ódiame, ódiame, pero no me dejes porque
sea ciego; ¡ah!, ni tampoco te quedes por esa misma razón.
JILL.- ¿Quiénes son Sebastián o Irvin?
DON.- Nadie. Seres imaginarios.
JILL.- ¡Algunas veces no te entiendo! No pensamos lo mismo, y
sé que más pronto o más tarde te haría mucho daño y no
quiero hacerte daño, Don. Eres una ricura.
DON.- Si a otros les has hecho daño, házmelo a mí también.
JILL.- No quiero ser otra Linda Fletcher. Ella te hizo mucho daño,
¿no?
DON.- Y también mucho bien, siempre estaba a mi lado cuando
la necesitaba.
JILL.- ¿Lo ves? Yo no puedo prometerte tanto. Ni tanto, ni nada.
No. ¡Quién sabe dónde pueda estar cuando me necesites!
DON.- Tú me necesitarás a mí mil veces más que yo a ti.
JILL.- Yo no he necesitado nunca a nadie.
DON.- ¡Qué triste es eso que dices!
JILL.- Y me tengo que ir, ¿te enteras?
DON.- Me alegro que digas me tengo que ir; y no, quiero irme.
JILL.- Gracias. Por fin dije algo claro. ¿Nos veremos otra vez?
DON.- Puede, pero si no nos volvemos a ver, pensaré en ti
durante mucho tiempo, tú me olvidarás, ¡y jamás te ligarás a
nadie!
JILL.- Eso espero.
DON.- Y no ocurrirá porque eres una retrasada.
JILL.- Gracias.
DON.- No mental, sino en tus sentimientos y emociones. Por
eso no puedes enfrentarte con el matrimonio, ni con nada
permanente. Te vas ahora porque tienes miedo de quererme y
eres demasiado adolescente para cargar con esa
responsabilidad; pero no es cuestión de años, porque siempre
lo serás. ¡Dios mío! ¡Cuánto te compadezco! Eres como una
paralítica. ¡Prefiero ser ciego!
JILL.- No es ser paralítica desear ser libre.
DON.- ¿Libre? Eres la persona más atada que conozco. Si
fueses libre harías lo que de verdad quieres hacer. ¡Quedarte
conmigo! (JILL sale dando un portazo. Gritando.) ¡Vete a la mierda!...
No te necesito. ¡Nunca te he necesitado! Nunca, ¿me oyes? (Se
vuelve y tropieza torpemente con la mesa. Tambaleándose se apoya en el
respaldo del sofá, tragándose las lágrimas. Cuando se domina va hacia un
lado, luego hacia el otro indeciso, perdido. Va a la librería y pone en marcha
el magnetófono. Suena su voz acompañada a la guitarra. Cruza a la mesa.
Apaga las velas lentamente. Vacía los ceniceros, en una plato amontona
vasos y los otros platos y va hacia la mesita de café. Tropieza y cae. Estrépito
de vasos y platos. Cae con el cuerpo sobre un brazo. Hace un movimiento
para sacar el brazo. Gesto de dolor. Vencido queda en el suelo, rompe a llorar
ya sin ningún interés por levantarse. Llora amargamente. Se abre la puerta
de la calle. Entra JILL con sus maletas. Las deja en el suelo. Mira en torno
suyo, buscando a DON. Ahoga un grito cuando le ve en el suelo. DON,
dándose friegas en el brazo dolorido, se incorpora rápidamente.) ¿Quién
es? ¿Quién está ahí?
JILL.- (Rompiendo la tensión.)-Tranquilo, que no es mami. (Va hacia DON
y se sienta en el suelo a su lado,)

DON.- ¿A qué has venido?


JILL.- (Encogiéndose de hombros, avergonzada) A decirte que no le
devuelvas la llave al dueño y... y que no me importa volver a
deshacer la maleta. Pero tú, ¿qué haces en el suelo?
DON.- Nada. Que pensaba cenar en el campo.
JILL.- La idea me parece colosal. ¿Te acompaño?
DON.-¡Sí!

TELÓN

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