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El carácter señorial del discurso político

El carácter señorial del discurso político

Iván Égido

El presidente Evo Morales llegó al ampliado de las seis federaciones de productores de hoja de
coca para analizar por qué los indígenas del oriente se “habían desviado del camino del
proceso de cambio” (El Deber, 7.07.10). Una semana antes, otro dirigente cocalero, ahora
Senador, sentenció: “Que no nos hagan renegar los indígenas, se pueden levantar las seis
federaciones” (El Deber, 28.06.10).
En la historia de Bolivia, es conocido el uso del discurso indigenista en los distintos proyectos
políticos y la eventual alianza entre estos sectores y los indios. “Tenemos hombres y armas,
disciplinaremos y armaremos la indiada”, advertía J.M. Pando a los constitucionalistas de
Chuquisaca, luego de su “sociedad” con Zárate Willka, en la guerra federal de 1898-1899.
Meses después, cerca de la victoria y con ayuda de otros indios de la comunidad Umala,
Pando acabó con la incómoda sociedad1. Instrumentalizar, dividir y desechar al indio, desde
entonces, fueron prácticas perpetuadas como una eficaz estrategia para la toma del poder.
La nueva cruzada contra la indiada rebelde –que marcha demandando desde la culminación de
la titulación de sus territorios hasta el respeto al derecho a la consulta– está liderada por el
vicepresidente Álvaro García Linera, quién descarta toda posibilidad de que los indígenas de
tierras bajas tengan una iniciativa propia y acusa a terceros “de socavar internamente la
autonomía y la conciencia revolucionaria de dirigentes y de las organizaciones sociales”. Al
unísono, los indios permitidos declaran: “(los indígenas de CIDOB) buscan la división de las
organizaciones originarias campesinas y sociales con financiamiento de ONG y de la derecha”
(El Deber, 8.07.10).
La ideologización, aunque vaciada de contenido, de las organizaciones campesinas, sumada al
resplandor de la imagen de Evo Morales, son la fortaleza del proyecto político del MAS; y
configuran una realidad inédita en el país. No obstante, los personajes y el desenlace son
similares a los de todos los procesos “revolucionarios” o de recambio de élites.
Las organizaciones campesinas son las defensoras del statu quo del “proceso de cambio”,

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El carácter señorial del discurso político

como fueron del MNR de 1956, que las convirtió en el núcleo más conservador y fueron la
génesis, según René Zavaleta, del “pacto militar campesino”. De esta manera, en ambos
procesos, los acontecimientos políticos buscan renovar las élites políticas y “acomodar” su
proyecto revolucionario a prácticas conservadoras en el ejercicio y mantenimiento del poder.
Es idéntica también la forma en que este gigante, ahora identificado como indígena originario
campesino, entrega a intermediarios la administración y decisión del espacio político ganado y
se aleja de su fuente de permanente referencia y conciencia histórica, que es, según Xavier
Albó2, el levantamiento aymara katarista, y se convierte en soldado y protector de ideas ajenas,
de los que tienen el monopolio ideológico, diría Zavaleta. Ideas que van trasmutando hacia el
control del poder como fin en sí mismo y van llenando de contenidos convenientes su ideología
vacía, alcanzando así el súmmum del conservadurismo político.
El alejamiento y descreimiento de los ideólogos y operadores políticos del MAS de su propia
plataforma reformista, la Constitución Política del Estado, provoca contradicciones inocultables.
Así, los testaferros del legado campesino centran su estrategia en la práctica política de
siempre: obstruir y descomponer al adversario con artificios discursivos y silogismos fáciles, sin
reparos en principios éticos, morales ni constitucionales.
Los que antes defendían el comunitarismo andino amazónico tienen los mismos argumentos
contra los derechos indígenas que los políticos más conservadores del “neoliberalismo”. Los
que antes eran defensores de los derechos humanos ahora son sus victimarios con el silencio y
la inmovilidad, y los que antes eran abogados de los indios ahora son sus juzgadores. Esta
suerte de oportunismo y deshonestidad intelectual, para los zavaletianos, podría ser “la
enfermedad o neurosis de los hombres que dan argumentos contra sí mismos, como parte de
su concepto señorial de la vida, en la cual la salvación y la perdición de la vida vienen de la
estirpe”3.

1    Condarco, Ramiro, Zárate: El terrible Willca, La Paz, 1982: pp. 219-235.
2    En Calderón Fernando & Dandler Jorge (Comp.), Bolivia: La fuerza histórica del
campesinado, La Paz, 1984.
3    Zavaleta René, Lo Nacional - Popular en Bolivia, La Paz, 2008: p. 148.

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