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El Gaucho Argentino

Aunque se la utilizó en todo el río de la Plata - y aún en Brasil - no existe absoluta certeza
sobre el origen de la palabra gaucho.
Es probable que el vocablo quichua huachu (huérfano, vagabundo) haya sido transformado
por los colonizadores españoles utilizándose para llamar gauchos a los vagabundos y
guachos a los huérfanos.
También existe la hipótesis de que los criollos y mestizos comenzaron a pronunciar así
(gaucho) la palabra chaucho, introducida por los españoles como una forma modificada del
vocablo chaouch, que en árabe significa arreador de animales.

La denominación se aplicó generalmente al elemento criollo (hijos de españoles) o mestizo


(hijos de españoles con indígenas), aunque sin sentido racial sino étnico ya que también
fueron gauchos los hijos de los inmigrantes europeos, los negros y los mulatos que
aceptaron su clase de vida.

El ambiente del gaucho fue la llanura que se extiende desde la Patagonia hasta los confines
orientales de Argentina, llegando hasta el Estado de Rio Grande del Sur, en Brasil (gaúcho).

El proceso evolutivo del gaucho y el uso de esa palabra se desarrolló sin solución de
continuidad. Distintos tipos de gaucho existieron en Argentina antes de 1810, es decir antes
de ser conocidos con ese nombre. Peones de campo existieron desde que comenzaron a
formarse las primeras estancias, aunque hayan sido pocas al principio. El tercer tipo - que
luego se llamó gaucho alzado - existió en reducido número. Pero no fueron los primitivos
peones ni los "fuera de la ley" quienes le dieron la característica suficientemente fuerte para
llamar la atención.

Es indudable que el tipo de gaucho que tuvo realmente fisonomía peculiar - el primero que
fue llamado así - fue el gaucho nómada, no delincuente, que estuvo implícito en el gauderío
oriental del s. XVIII. Este gaucho fue algo más que un simple vagabundo. Adquirió en la
Argentina, a lo largo del s. XIX rasgos propios bien definidos. Y cuando se difundió
suficientemente - es decir, a medida que fue creciendo la población rural - fue llamado
gaucho, como también se había llamado al paisano oriental del s. XVIII.

Hábiles jinetes y criadores de ganado, se caracterizaron por su destreza física, su altivez, su


carácter reservado y melancólico.

Casi todas las faenas eran realizadas a caballo, animal que constituyó su mejor compañero
y toda su riqueza. El lanzamiento del lazo, la doma y el rodeo de hacienda, las travesías,
eran realizados por estos jinetes, que hacían del caballo su mejor instrumento; en el caballo
criollo no sólo cumplía las faenas cotidianas sino que con él participó en las luchas por la
independencia, inmortalizando su nombre con las centauras legiones de Güemes.

Fue el hombre de nuestro campo, principal escenario de su vida legendaria y real. De vida
solitaria ya en grupos de tiendas, como las tribus nómades ya en racheríos aislados como
en la pampa sureña.

Indumentaria en el folklore según las épocas

Primera época

Desde el último tercio del s. XVIII (1770/80) hasta el comienzo del período 1810/20. Este
lapso corresponde a la desintegración de la sociedad colonial con patrones españoles y a su
definición como "criolla" o nacional, sin abandonar completamente la herencia cultural de
España. Es el final de la edad del cuero y el cambio hacia la era de la carne salada, de la
economía cimarrona a la cría y engorde de ganado. Es el tiempo del desjarretado y la
boleadora.

Botas de fabricación propia, de cuero lonjeado o no, de vaca o ternera, de yegua o potro o
de gato. Generalmente cortadas a medio pie, es decir con todos los dedos al descubierto, en
cuyo caso, que era también lo más frecuente, sin medias. De tratarse de un estanciero o de
hombre más prolijo, la bota era cerrada y usaba medias de lana o de algodón, hasta las
rodillas, de uno o varios colores. Las cañas de las botas o iban estiradas y sujetas con una
guasca o una cinta con borlas, de tejido color vivo, llamadas ligas o se doblaban casi al
tobillo. A estas botas iban sujetas, siempre que el hombre estuviera sobre el caballo o en pie
de marcha, unas grandes y pesadas espuelas, de bronce amarillo, de plata o de hierro
forjado. Las más usadas eran las de bronce - llamado latón por los españoles - metal
amarillo o las de buena plata del Perú.

De la cintura hacia abajo cubría su cuerpo con dos prendas superpuestas: la interior, un
calzoncillo de piernas largas hasta la pantorrilla, de algodón o de hilo (lino), con o sin
calados o cribos y con un fleco en sus bajos, también de largo variable. Sobre los
calzoncillos, unos calzones de corte de la época, es decir ajustados a las caderas y muslos,
largos hasta la rodilla y con un corte lateral desde el bajo hasta el medio muslo, corte con
ojales y con botones de metal, latón, plata y, excepcionalmente, de oro. Se confeccionaban
con un pañete de lana, aunque los más comunes lo eran de triple (especie de terciopelo de
lana generalmente rojo o azul); de bayeta o de pana. Los colores más frecuentes eran los ya
mencionados, el negro, el castaño y el verde. Cada vez con mayor frecuencia estos
calzones eran sustituidos por un rectángulo de tela o jerga, llamado chiripá o medio poncho.
Sujeto a la cintura y enrollado a las caderas, como un mandil o mantilla, pero puesto de
atrás hacia adelante, con el cruce abierto sobre la pierna derecha. Tanto los calzones como
el chiripá, se sujetaban a la cintura con un ceñidor (cinta de aproximadamente diez
centímetros de ancho) de seda, con flecos o borlas en los extremos, o faja, de lana tejida en
telar, como los ponchos.

Sobre esa faja o ceñidor iba, a veces, el cinto propiamente dicho, llamado tirador,
confeccionado con tela (seda, terciopelo) o de cuero fino (tafilete, gamuza) o de ambos
materiales, combinados con un gran bolsillo atrás y otros dos a los lados, cerrado al frente
con varias hebillas o con abotonaduras de metal (plata, latón), llamadas más tarde "rastras".

El ceñidor y el tirador servían para sujetar el cuchillo o daga o puñal, siempre sobre los
riñones y envainado de derecha a izquierda y de arriba abajo, de tal modo que el codo
derecho flexionado fácilmente tocara el extremo de la empuñadura.

Se cubrían el torso con una camisa también de crea, de algodón o de lino (hilo). Encima de
la camisa, el armador o chaleco de pañete, especialmente en invierno, una chaqueta, chupa
o chamarra.

En la cabeza, de cabellera larga y generalmente trenzada atrás o en coleta, un pañuelo


grande de seda o de algodón, de colores vivos, sujeto en triángulo cubriendo el casco y
frente u atadas sus puntas a la nuca o flotante alrededor de la cabeza y cara y atado bajo el
mentón.

Sobre el pañuelo o sobre el cabello, cuando no había pañuelo, un sombrero de castor o


fieltro, gacho, de anchas alas y copa relativamente baja o un "burra” de alta copa y alas
cortas o un sombrero blanco de "Cuzco", casi un galerín de copa redonda y alas cortas,
hecho con una pasta de lana de llama y vicuña blanca. O, finalmente, en verano, un pajilla
venido del Ecuador o de Panamá, de tejido de palma, de anchas alas y copa más bien alta.
Todos con barbiquejo o barbijo, lo más frecuente de cinta de seda negra y una borla en el
extremo, el corredor de madera forrada de hilo, de seda o de metal.

Salvo ciertas ocasiones, el hombre de a caballo iba siempre cubierto por su poncho. Sobre
las postrimerías de este período se extendió, por influencia militar, el uso de un poncho de
bayeta azul, con forro colorado, que, por ser dado por el Estado, fue llamado "Patria".

A veces sobre la cabeza sólo llevaba el pañuelo o un gorro de manga, conocido también
como de Pisón, de uso militar y, entre los indios al servicio del rey y la marinería, de paño
azul o colorado, aunque también los hubo verdes.

Estos atuendos eran usados o desechados temporalmente, conforme la ocasión (visitas


sociales, trabajo rural, carreras, etc.).

Segunda época

Desde aproximadamente 1821 hasta el período de los conflictos internos, alrededor de


1870. Período de la conformación o consolidación nacional, de guerras civiles, de
caudillismo, de la carne salada, del comercio, del comienzo de la inmigración europea.
La bota de potro se mantuvo como predilecta indiscutible, tanto en el uso rural como entre
las tropas nacionales. Sólo fue, poco a poco, desplazada en las preferencias de estancieros,
mayordomos y oficiales, por las botas fuertes, de confección, de uso obligado entre estos
últimos nombrados. Botas de cuero curtido, de caña semidura (relativamente blanda en el
tobillo), con un corte en su borde superior y posterior, cordón con una o dos borlas al frente
o en su cara externa, conocida como granaderas o currutaca. La forma del pie bastante
agudo pero con la punta roma, casi mocha y tacones bastante altos. Siempre negras. En
cuanto a los más modestos peones o tropa de línea, utilizaban la bota de potro o bien iban
descalzos.

En la segunda mitad de este período aparece la alpargata, nuevo tipo de calzado de uso
popular, aportada por los vascos.

Las espuelas mantienen su forma pero ya no se fabrican en latón o bronce, sino de hierro.
Las de plata siguen siendo las de mayor uso entre los más pudientes.

El calzoncillo cribado mantiene su uso universal entre las distintas clases, en el ámbito rural;
tan sólo se alarga, desde la media pierna casi hasta los pies y se ensancha
exageradamente abajo. Las franjas o cribos acentúan su lujo y calidad con motivos florales
y, a veces, con iniciales y palabras completas.

El calzón de origen español es sustituido por el chiripá. Los estancieros y mayordomos, lo


cambian por un pantalón de tipo militar de caballería y luego (desde 1835-38) en adelante,
por la bombacha.

Faja de lana, de algodón o de seda y de colores, larga, a veces con flecos en los extremos.

Cinto de tirador: se mantiene.

La camisa mantiene las mismas características, materiales y forma de la primera etapa.

El chaleco sólo cambia algo su forma, por las variantes de la moda en los medios urbanos,
que se trasladan al ámbito rural. Los bolsillos pierden sus tapas, se usa más corto y de
abertura mayor, disminuye la cantidad de botones que ahora son forrados o de metal o de
concha, teñidos de color y muchas veces colgantes a modo de gemelos; se ciñe aún más al
torso, las solapas se hacen de otro material y con bordados. Las telas predilectas para su
confección son la seda, el mordoré, la pana y el terciopelo. Los bordados, finos y pequeños,
son en colores y jasta en hilos de oro y plata.

La chaqueta mantiene sus características de forma y materiales de confección y se le


aplican pequeños bordados o, con mayor frecuencia, adornos de trencilla o "pinos".

Se mantiene el uso del pañuelo. Entre los militares, estancieros y mayordomos comienza a
usarse un corbatón o pañuelo más pequeño, usado como tal, generalmente de seda y otra
tela liviana, hecho un moño o en nudo de corgatín con dos puntas.
El sombrero sigue siendo el chambergo o el de pajilla en verano, con su barbijo, al que las
guerras intestinas agregan una cinta en la base de la copa, con alguna inscripción alusiva a
esos conflictos, llamada "divisa". Los militares de rango y estancieros (y sus mujeres cuando
van a caballo) adoptan en este período el sombrero de copa o galera,. En algunos cuerpos
militares se acentúa el uso del gorro frigio, al que se agregan cintas de color y cocardas con
significado político. Hacia la mitad de esta etapa aparece la boina, que adquiere un creciente
uso rural. Poco a poco van perdiendo vigencia los sombreros panza de burra y los de fieltro
blanco ("del Cuzco").

El poncho mantiene plena vigencia, generalizándose cada vez más los de confección
industrial europea (ingleses), tanto los de lana para invierno, como los de algodón y aún de
seda, livianos, para verano. Pero el que adquiere uso universal es el "patria".

Tercera época

Desde fines de la anterior, hasta aproximadamente la segunda década del s. XX.


Corresponde al periodo militarista e institucionalista. Es el fin de los caudillos rurales, la era
de la industria y de la tecnificación, del alambrado de los campos, de la refinación de las
especies de ganados, del desarrollo de la agricultura y de la muerte y la transfiguración del
gaucho, en paisano, en orillero o en matrero. Es la era de la bombacha y la bota fuerte. Es el
paso del saladero al frigorífico.

Durante buena parte de esta época, conviven prendas y usos correspondientes a los dos
grandes ciclos vitales del hombre rural rioplatense: el del gaucho y el del paisano. Al primero
lo caracterizan las botas de potro, el chiripá, el facón y el chambergo, con pañuelo atado,
debajo. Al segundo, la bota fuerte y la alpargata, la bombacha, el pañuelo hecho galleta, al
cuello y la boina de vasco.

En esta etapa se dan sin excepción, casi todas las combinaciones posibles entre las
prendas características de ambos ciclos.

Así, entre los peones troperos, carreros, es decir los más modestos trabajadores del campo,
pueden encontrarse hombres vestidos con:

1. botas de potro, calzoncillo largo, chiripá de apala y de bolsa de arpillera, faja de lana,
camiseta de lana, chaleco, pañuelo al cuello y chambergo o boina de vasco.

2. botas fuertes, calzoncillo y chiripá igual que anterior, faja y cinto "chanchero", camisa (a
rayas, a cuadros o lisa); blusa "corralera", pañuelo, chambergo o boina.

3. botas fuertes, bombachas, faja y cinco "chanchero" camiseta o camisa; saco o "corralera";
pañuelo, chambergo o boina.

4. alpargatas, calzoncillo de lana; chiripá de bolsa, faja, camiseta, chaleco, pañuelo,


chambergo o boina.
5. alpargatas, calzoncillo cribado, chiripá de chal, cinto de tirador, camisa, chaleco, saco,
pañuelo, chambergo.

6. alpargatas, bombachas, faja, pañuelo, boina

Y muchas más variantes. En los casos de capataces, mayordomos, administradores y


hacendados o estancieros, vestirán con las lógicas diferencias, las mismas prendas que los
anteriores, también en diversas combinaciones, aunque no sin lógica, con alguna unidad de
criterio:

1. Botas fuertes, calzoncillos, chiripá de merino negro con trencilla, faja, cinto, camisa,
chaleco, saco, pañuelo, chambergo.

2. Botas fuertes, bombachas, cinto, camisa, chaleco, saco, pañuelo, chambergo.

Todos, sin excepción, agregarán como complemento indispensable, liviano o de invierno, la


única pilcha de uso verdaderamente universal del medio rural rioplatense, la que atravesó
como una bandera triunfante todas las épocas y todos los estratos sociales: el poncho.

En el vestir espontáneo y funcional, decorativo, simple, rudo, colorido a veces acompadrado


o cursi, de los hombres de campo no hubo cánones, pragmatismos, reglas o modas. Fue la
natural expresión de una escala de valores propios de su cultura, donde la función, la
practicidad y la fantasía fueron siempre aliados inseparables de la

Fuente: www.elfolkloreargentino.com
indumentaria

Desde la etimología de la palabra el vocablo gaucho puede derivar del francés gauche,
que equivaldría a "no diestro" y desde el punto de
vista peyorativo hasta "torcido".

El gaucho aparece después de la conquista


española, paralelamente al nacimiento de las
estancias y de los pueblos.

Producto de una cruza no querida, de un


choque biológico cultural, conquistador y
conquistado, el gaucho señala con su psicología el
típico "individualismo argentino".

Casi un hijo ilegítimo, huérfano, no vinculado a nada, sin sentirse ni blanco ni negro; ni
mulato ni nativo, con su vida nómada y desordenada, se la entendió como un orillero, pero al
unirse a los ejércitos de la independencia al sedentarizarse en las estancias, por su extrema
habilidad en todos los artes campestres, y por el tipo ascético
de vida dura y viril, surgió otra opinión apreciativa sobre su
modo de vida, que idealizó su imagen.

Fue el hombre de a caballo, de lazo, boleadoras y facón,


pues tales eran sus herramientas de trabajo. Luego, con la
mestización de la hacienda, los alambrados y las tranqueras,
que cambiaron por completo los métodos de trabajo en las
estancias, fue el peón de campo, "el paisano", "el criollo" de los terratenientes extranjeros.
Sufrió su explotación e injusticias, se rebeló y luchó por reivindicarse y expresó, en
canciones y payadas, acompañado por su infaltable guitarra (instrumento español) o su
bombo (instrumento indígena) su poesía contestaría, su disconformidad y su rebeldía ante
las discriminaciones.

Actualmente, a causa de las modernas condiciones técnicas y


sociales, su prototipo tradicional casi ha desaparecido.

Para el porteño acomodado, tanto de la elite como de la burguesía


ascendiente, el gaucho era el orillero de los mataderos suburbanos y,
por extensión el bandolero rural. Y como los patrones de estancia lo
llamaban comúnmente así, en la provincia de Buenos Aires, a todo
malhechor criollo, los mismos paisanos, a pesar suyo y sobre todo en el
trato con sus amos, llegaron a veces a minusvalorar lo gaucho.

San Martín era uno de los pocos dirigentes de su época que usa el
vocablo gaucho como sinónimo de paisanaje y con sentido ponderativo y
hasta heroico. En sus comunicados siempre valorizaba al gaucho.
Ejemplo de ello es un informe sobre la defensa de la Frontera Norte en
donde se refiere a que Güemes, Capitán Comandante de Gauchos,
hostilizaba al enemigo español en la frontera norte con el objeto de evitar
su avance y además no permitía la extracción de ganado. También informaba que existe un
cuerpo de gauchos constituida por la bravía milicia paisana, siempre con un dejo de
heroicidad y orgullo patrio.

Durante los primeros años de nuestra independencia, la equivalencia entre gaucho y


paisano no era usada solamente en el noroeste de nuestro país. Un viajero inglés, SAMUEL
HAIGH, cuando expone sus viajes por las pampas, en 1817, hace una descripción del
gaucho que él conoció como pastor de ganados, peón de campo, domador, además lo
describe como un hombre franco, libre e independiente; además agrega que no tiene amo,
no labra el suelo, hombre de la llanura que quizás no conozca demasiado la vida de la
ciudad o la montaña. Nos da la imagen de un hombre a caballo, de rápidos movimientos de
su bien adiestrado caballo todo contribuye a dar un retrato del bello ideal de la libertad.

Para otros viajeros la visión que plantean es distinta. La descripción e imagen que nos
plantea MACRONE es la de un sujeto que acostumbrado a la abundancia no se preocupa
por tener nada y desear nada. Sostiene que habiendo crecido en libertad y acostumbrado a
la caza, a vivir a la intemperie y a dormir en el suelo, con un rancho de adobe y techo de
paja es suficiente. MAC CANN relata que el gaucho no valora un trabajo a largo plazo, tiene
hábitos migratorios y por donde quiera que viaje tendrá cómo alimentarse por la hospitalidad
de la gente. También otros viajeros sostienen que por la "abundancia de la naturaleza" y la
facilidad para obtenerla lo mantienen al gaucho en una condición casi "salvaje" y de
"pobreza".

En general, los viajeros explicaban la crueldad de los gauchos, que


podían observar en una visita al matadero en los suburbios de la
ciudad de Buenos Aires, estos viajeros extranjeros concebían una
crueldad matar a esos animales indefensos; además justificaban esa
"violencia" porque desde pequeños los gauchos aprendían a cabalgar,
a manejar el cuchillo y además crecían en total libertad sin ningún tipo
de "regla moral" Para ellos eran "bárbaros" sobre los cuales era difícil
construir una democracia representativa. Además relacionaban la
"violencia del gaucho" con gobiernos despóticos que se ponían a
disposición de hombres violentos sin escrúpulos, "los caudillos".

Además los viajeros europeos asociaban el tema del mestizaje del gaucho (en muchos
casos hijo de español e indio) con violencia y anarquía. Esta postura fue retomada por la
clase dirigente, viejos militares de la época de la independencia, y reiterada durante los años
de Rosas, fundamentalmente, por los intelectuales opositores al rosismo. Por ello la
Confederación Argentina aparecía para los europeos como un espacio en el cual no era
aplicable un régimen de gobierno democrático. Estos viajeros europeos apelaban a describir
a esos sujetos sociales como holgazanes, demasiados afectos al ocio, al juego y las
diversiones. Vivían el momento y no se preocupaban por el futuro. Esta visión no encajaba
con su visión del mundo capitalista. Los componentes básicos del capitalismo industrial:
trabajo productivo a cambio de salario, y un mercado para colocar bienes, no estaban en la
mentalidad de este grupo social.

A fines del siglo XIX, Lucio V. Mansilla,


militar que participó en la campaña
militar contra los indígenas, en una de
sus obras, describe al gaucho como un
criollo errante, jugador y
pendenciero, enemigo de toda
disciplina; que huye del servicio cuando
le toca, que se refugia en tierras
indígenas. También nos habla del paisano-
gaucho que según él tiene instintos
de civilización e imita al hombre de la
ciudad en sus trajes y costumbres.

La obra de Mansilla es contemporánea a la de José Hernández, autor de la pieza literaria


cumbre argentina MARTIN FIERRO, que se difundió entre los que el primero llamaba
paisano-gaucho pues eran los que se reunían en los fogones de las estancias, en las
pulperías, en las paradas de las carretas. A estos era a los que Hernández les llamaba
gaucho. Es decir que este sujeto fue por muchos años quien se dedicó al trabajo ganadero,
irreemplazable puntal de la economía rioplatense.

El matrero fue desapareciendo a partir de las levas forzosas para participar en las
campañas de la independencia, en las luchas de frontera contra el indio o formando parte
del ejército en la Guerra contra el Paraguay.

En las primeras décadas del siglo XX, otro literato,


Güiraldes, escribe una serie de obras en la que rescata
la figura del gaucho al que considera arquetipo del
hombre de campo. Después de la obra de Joaquín V.
González se tomó la figura del gaucho como el
personaje tradicional. Entonces comenzó a ensalzar la
figura de éste apuntando a los aspectos heroicos,
destacando su participación en las diferentes luchas
por la independencia durante el siglo anterior.
Señalaban las heroicidades de los Gauchos de Güemes, de los que cruzaron la cordillera
junto al General San Martín, y destacaron también que fueron gauchos los que pelearon
contra los indios Pampa.

A partir de 1930 y hasta la fecha, el personaje real del gaucho, subsiste a pesar de los
detractores y los apologistas, viviendo una vida auténtica, aunque haya cambiado la bota de
potro por la alpargata, la bombacha inglesa en lugar del chiripá y el calzoncillo. Subsiste en
tanto pervive la mentalidad gaucha, su forma de vida, sus costumbres, su forma de actuar y
pensar. El campesino rioplatense, diestro en el dominio del caballo, en el trabajo de la
ganadería, creaba riqueza; mientras la zona urbana se incorporaba a otros tipos de trabajo.

Tomado de algunos personajes de la literatura, con una idea de estudiar algunos elementos
de la vida de este personaje, fue objeto de análisis la obra Martín Fierro, Don Segundo
Sombra, y otras que nos relatan la vida de este hombre del campo argentino. Nos describe
su vida como la de un hombre de campo, como peón de Estancia.

Características del gaucho.

El gaucho, el habitante de la pampa, era un jinete


extraordinario. El gaucho a caballo daba y da una idea de
independencia: la cabeza erguida, aire resuelto, los rápidos
movimientos de su bien diestro caballo, todo contribuye a dar la
imagen de la libertad. Conocedor de la pampa por la aguada, el
pasto, el ave, el viento, conformó un tipo especial en un medio
ambiente también único. Es un tipo histórico inconfundible,
ejecutor de la gesta de la independencia y mesnada fiel de los
caudillos. No pudo ser agricultor porque la agricultura es una
actividad sedentaria. Su carácter trashumante se modificó
cuando se inicia la tecnificación de la explotación ganadera. El
horizonte del gaucho queda reducido a tres alternativas: trabajar, huir o llevar una vida
azarosa de proscrito.

A principios del siglo XIX, la vida rural era apenas semicivilizada; sin embargo a fines del
siglo, todo había cambiado: los indios, el gaucho, el ganado criollo y la carreta habían sido
reemplazados por los colonos, los cereales, el
ganado de cría y el ferrocarril.

El gaucho ama la libertad y se aferra a ella; y


la pampa es su aliada silenciosa. Cuando la
clase dirigente con el objeto de la Organización
Nacional levantó las banderas del "orden y el
progreso" no tuvo en cuenta la forma de vida del
gaucho, sólo traían para ellos muchas
obligaciones y ningún derecho. Los gauchos no
entendían qué intereses movían al gobierno en
pelear contra los indios en pos de una ley. Además pretendían aferrarlos a formas de vida
trabajos que le eran ajenos y extraños, la clase dirigente quería anclarlos a un lugar y
dedicarlos a la actividad agrícola, actividad económica que todavía no practicaban a fines
del siglo pasado, ya que su trabajo estaba vinculado a la ganadería. Solo él con el caballo
podía aventurarse a llevar tropillas de ganado a campo traviesa, por caminos intransitables,
hasta alcanzar las cabeceras del ferrocarril.

También el gaucho bonaerense fue peón de carretas. La extensión de nuestro territorio,


su escasa población, los riesgos que implicaba una larga travesía y la precariedad de los
medios de transporte hizo de la carreta, durante casi tres siglos, el medio más importante
tanto para las personas como para las mercancías. Sobre ella se fueron tejiendo una red de
comunicaciones que sirvió de elemento dinamizador de la economía entre las diferentes
regiones del Río de la Plata, Brasil, Paraguay, Uruguay.

Eran capaces de recorrer hasta 72 kilómetros diarios. Estos vehículos fueron un medio
de transporte eficaz para trasladar cargas y personas. La carreta
tirada por mulas multiplicó las posibilidades de comunicación interna
del territorio americano. Las postas (lugares de descanso y
abastecimiento de provisiones, mulas, caballos, etc.) y la carreta tejió
una red de enlaces humanos y comerciales. Según testimonios de
algunos viajeros "los caminos eran intransitables, sólo huellas que
con la pericia del gaucho podían atravesar...". Sus tripulantes
salaban la carne para conservarla.

Este hábito entre los que circulaban en carreta estimularon las


expediciones a las salinas. Por ello aparecen importantes grupos artesanales que fabricaban
carretas y toneles de madera para guardar la sal. La lenta marcha de estos vehículos, que
generalmente viajaban durante el día y que por cuestiones de seguridad cuando transitaban
caminos de riesgos, como el "Camino de las Pampas", Frontera Sur de Córdoba,
pernoctaban en Postas o en sitios que contaran con buenas aguadas para
los animales.
Ese alto en el camino después de una larga jornada, lo hacían alrededor de la carreta y
hasta se improvisaban catres para descansar, después de una "mateada" y cena de carne
asada a la llama de un fogón. El gaucho, era parte de ese paisaje pampeano, el fogón era
según escritores de la época el centro de reunión
social.

El uso de la carreta estaba reglamentado, por


el Gobierno. Esas reglamentaciones podemos
extraerlas de
las Actas
Capitulares de
los Cabildos (durante la época colonial). Por ejemplo el
pago de impuestos por el tránsito de mercancías
medida dispuesta en acta del día 16 de marzo de 1810
en la Villa de la Concepción del Río Cuarto (ACTAS
CAPITULARES, 1947) o en la recopilación de leyes municipales (en la época independiente)
o a fines del siglo.

Las carretas mendocinas eran más anchas, pues tenían por objeto llevar
mayor cantidad de carga y además por razones climáticas su andar era
diferente; producto del calor paraban desde las diez de la mañana a las
cuatro de la tarde. Las había arrastradas por bueyes o mulas.

Durante largas travesías, llenas de peligros, los gauchos generalmente


baquianos en las huellas que transitaban eran quienes aconsejaban, como
conocedores y expertos del terreno, los horarios adecuados, el tiempo de marcha, el
descanso por lo general acompañado de canto, baile y asado hasta que, con el alba se
extinguía.

A principios del siglo XX es cuando desaparece la carreta como parte de la vida


cotidiana, sólo quedan descripciones nostálgicas de algunos literatos como tema de
homenaje y rescate de la carreta.

También merece tenerse en cuenta la rica iconografía y fotografías, a partir de 1860, que
registraron su historia contribuyendo a ilustrarla.

Las carros de transporte de cereales prestaron un servicio importante durante los inicios
de la Argentina agroexportadora, fundamentalmente de cereales. El transporte de la
cosecha desde las chacras al galpón cerealista, donde luego el ferrocarril haría el resto
hasta el puerto.

Por más de medio siglo el carrero pampeano fue el nexo indispensable para el tráfico de
cereales, que para esos tiempos era la riqueza misma. Sin embargo poca ha quedado de
estos personajes que fueron "tragados por el progreso".

Los propietarios creaban sindicatos y solían actuar juntos en los conflictos que se
generaban. Durante casi cincuenta años los carreros dieron muestra de una fuerte
capacidad asociativa y disposición para defender sus derechos. Unos diez mil carreros
participaron del transporte de granos desde las chacras al ferrocarril.

Durante la década del veinte comienza la gran importación de camiones, que reemplazaron
en esta actividad al carro cerealero. El camión era mucho más ágil y menos costoso. La
derrota de los carreros esta vez fue definitiva. Algunos pudieron comprar su camión, otros se
emplearon como conductores y muchos pasaron a engrosar la masa de obreros de una
industria naciente.

Desde los orígenes del país colonial se perfila la presencia de los estancieros. Al
principio en forma tímida, ocultos bajo los más prestigiosos títulos de conquistadores,
encomenderos o primeros pobladores. Criaban ganado manso en establecimientos a veces
legalmente obtenido y a veces ocupada de hecho.

Ese modo de empresario rural, típicamente


americano, alcanzo en las grandes llanuras del norte y
sur del continente su máximo desarrollo. Entre otras
cosas, ellos se encargaban de la cría ordenada de los
animales provenientes de Europa por la gran demanda,
ya que en América precolombina, el ganado mayor no
existía. Esta era una forma de ganarse la vida, ya que el
oro y las codiciadas encomiendas de indios no
alcanzaban para todos los colonizadores.

Las estancias ubicadas en el Río de la Plata constituían junto con el comercio la única
perspectiva económica, ya que en esta zona no había riqueza minera.

Los primeros Hacendados.

La primitiva estancia criolla estaba entonces


sujeta a los vaivenes de la política del imperio
Español empeñado en favorecer a Lima a
expensas de Buenos Aires. Dependía además
de la capacidad del gobierno para imponerse a
las tribus indígenas. El estanciero, para
asegurarse la propiedad de la hacienda que era
el bien mas preciado, marcaba a fuego sus
animales, y para evitar el peligro de los campos
de afuera, expuestos a los malones, prefería
ubicarse en las zonas próximas a las pequeñas
poblaciones coloniales.
Los campos se ubicaban de preferencia en los ríos, cañadas y lagunas de agua dulce o
en los apetecibles rincones formados por dos cursos de agua. La escasez de agua, de
árboles y de materiales aptos para construir caracterizaba a la llanura pampeana o imponía
sus condiciones a los habitantes. Era bastante común que los ganados se mezclaran con la
hacienda vecinas, esto era un problema diario agudizado por la seca o la inundación.
Durante largos periodos era preciso contrabandear cueros porque las limitaciones al tráfico
legal resultaban abrumadoras.

Peculiaridades del propietario rural.

El hacendado criollo o español incorporado a la tierra tenía ya su estilo peculiar de


propietario rural. El coraje y resistencia física, el ejercicio de la autoridad, la destreza en las
faenas rurales, la austeridad y la capacidad de adaptarse al medio se contaban entre las
cualidades de un buen estanciero.

Corría el último tramo del siglo XVIII y el Río de la Plata


empezaba a cobrar relieve dentro del complejo engranaje del
imperio hispánico. El Virreinato, despreciado por su escasez de oro
y plata, demostraba ahora sus ventajas estratégicas y sus
cualidades de productor de cuero escala mundial. Londres y los
puertos hanseaticos consumían sus productos pecuarios que la
industria peninsular no estaba en condiciones de absorber. Lima,
tan prospera antaño se estaba quedando al margen de los
moderno circuitos del comercio internacional.

Se funda en 1792 la Hermandad de la Mesta (Buenos Aires) con


el propósito de cuidar sus intereses, evitar la matanza indiscriminada de animal y la
presencia de gente ociosa en la campaña.

Por entonces, muchos grandes comerciantes porteños compraban tierras para fundar
estancias. Estos son representativos del nuevo sector de propietarios rurales que desplazo a
los primeros colonizadores. Debido a su especialización en el comercio urbano, ellos
aplicaron métodos más ordenados a la administración rural; tuvieron la ambición racionalista
típica de su tiempo y lograron en numerosos casos legar tierras a sus descendientes. Estos
auténticos fundadores del patriciado argentino todavía no se consideraban a sí mismo como
hacendados porque apreciaban a sumas su condición de comerciantes o funcionarios
públicos. La ciudad colonial no veneraba a los terratenientes de la campaña.
Estos últimos debían cumplir su rol social de intermediarios entre el mudo urbano y el
rural. Dirigían el rezo cotidiano del rosario, sostenían un a capilla u oratorio y se vinculaban
al pobrerío por los lazos espirituales del compadrazgo. Se enorgullecían de ostentar el cargo
de capitán de milicias, comandante de partidos de campaña o alcalde de la hermandad. Los
más modernos empezaban a encontrar incomoda la antigua institución del "agregado",
autorizado a sembrar las tierras del propietario. Se empeñaban en controlar la mano de obra
local y en impedir las pulperías volantes y las corridas de avestruces que perturbaban la paz
de los distritos campesinos. El hecho que los esclavos negros costasen tanto dinero era un
obstáculo para el desarrollo ganadero.

Todas estas inquietudes figuran en las presentaciones de los hacendados al gobierno.


Reclamaban pero se defendían también, pues el problema de las tierras y de los ganados
rioplatenses, de su distribución y administración, preocupaba a los criollos como a los
peninsulares.

La crisis del imperio español, acelerado por las guerras napoleónicas, facilitó el acceso al
poder de los estancieros.

Estas posibilidades de desarrollo apuntaban más a la ganadería que a la agricultura, a


pesar de que criollos eminentes ponderaran las ventajas de los cultivos.

El problema hasta ahora insoluble de los cercos rurales se resolvía por el momento a
favor de los criadores. Estos, gracias a la nueva invención, las fábricas de tasajo o carne
salada, obtenían mayores perspectivas de exportar. La revolución de mayo concreto la
medida mas anhelada por la gente de la campaña pues el tráfico directo con los mercados
consumidores aumentaba las ganancias de los hacendados.

La formación del poder económico y político de los Hacendados.

De este modo se formó el grupo de poder económico y de prestigio social más notable
del país independiente: los estancieros de la pampa húmeda que en la década de 1810
emprendieron decididamente el camino del poder.

La quiebra de la autoridad colonial convertía


naturalmente al hacendado en la figura decisiva, incluso
en el gobernante. La estancia dejaba de ser un
elemento exclusivo de producción pecuaria para
trocarse en elemento de poder político. Del juez de paz,
heredero del alcalde de hermandad colonial, dependía
del alistamiento de los paisanos en las filas del ejercito.
Era un rol clave que invariablemente desempeñaba un
hacendado. El gran terrateniente no solo contribuía a pacificar la campaña; sino que en las
horas más penosas de la anarquía había ayudado a pacificar la ciudad.
El gobierno de los terratenientes.

Hacia 1820 en adelante, la ley de enfiteusis, uno de los proyectos mas significativos de
esta etapa, sirvió para multiplicar las posesiones de los estancieros.

Otra iniciativa rivadaviana, ajena a la enfiteusis, tuvo a largo plazo mucha influencia en la
vida pastoril: impulsar la mejora de las razas criollas mediante la importación de
reproductores equinos, vacunos y lanares europeos. A este periodo corresponde la llegada
del famoso toro Tarquino, cuyos descendientes dieron origen a numerosas cabañas.

Pero no eran esos los tiempos adecuados para una renovación agropecuaria de modelo
anglosajón. La guerra civil empobrecía a los hacendados del litoral, sobre todo a los
criadores de mulas que ya no podían colocar sus productos en el Alto Perú. Los
enfrentamientos con Buenos Aires diezmaron los ganados.

La clase de los hacendados no solo hacía buenos negocios con exportación de cuero,
carne salada, sebo y astas, sino que también intervenía activamente en política.

El fracaso de los políticos urbanos, desconectados de la realidad, dio paso al gobierno de


los grandes terratenientes. Ellos hablaban en nombre de toda la campaña, de mayordomos
y capataces de hacienda, pulperos, peones domadores y reseros y de la gente de los
saladeros. En las sesiones de la legislatura, los hacendados, con cargo de representantes,
se referían afectuosamente a los "hijos del país" y anatematizaban a los gringos.

La transición hacia los años dorados.

Si semejante escasez padecían los grandes establecimientos, puede suponerse lo que


ocurría en los mas pequeños. Viajeros y memoralistas han narrado sus experiencias de la
campaña argentina a mediados del siglo XIX.

Por entonces, un nuevo contingente de propietarios se halla en plena etapa de desarrollo


de sus empresas. Se trata de súbditos británicos en su mayoría, llegados diez o veinte años
atrás como empleados o dueño de firmas comerciales y que han invertido sus ganancias en
el campo.

También los irlandeses, huyendo de la hambruna que


asolaba su patria, empezaron a recorrer los campos porteños.
Cavaban zanjas o criaban majada en calidad de medieros y de
este modo accedieron paulatinamente a la propiedad de la
tierra.

Mas allá de los peligros de la frontera estaba la necesidad de


los hacendados de poblar campos buenos y baratos. Se
precisaba como siempre mucha entereza.
Se avecindaba el final de la época heroica, Y eran muchos los intereses vinculados al
negocio rural y resultaba casi una incongruencia que caciques y tolderías compartieran los
mismos campos con estancieros tan avanzados que tenían en sus establecimientos
costosas y modernas maquinarias agrícolas de vapor.

Cano era un buen ejemplo de quienes se autodenominaban los "gentlemen-farmers"


argentinos. Ellos se afirmaron especialmente los años posteriores a Caseros, gracias al
aumento de los precios de la hacienda y a la aceleración de los intercambios con Europa.

Del 80 al centenario los negocios camperos se multiplicaron a un ritmo sorprendente. La


alfalfa, el trigo y el maíz se sembraron donde luego pastaban los rodeos mestizados de
animales gordos. Colonias de agricultores europeos fueron pioneras en este tipo de
producción al que los estancieros se sumaron mas tarde mediante el método de rotación
trienal o de cultivos combinados.

La conquista del desierto (1879) y la consolidación del sistema político roquista hicieron
posible dicho desarrollo.

La recuperación de la ganadería y la extensión de los cultivos dieron a la economía del


país tomo un sesgo exclusivamente rural, aprovechando el incremento de la producción de
carne y cereales y los precios que se pagaban por ellos.

Eran tiempos dorados para los estancieros. Al filo del nuevo siglo ellos formaban parte
del exclusivo club de los ricos del mundo.

El rebaño prodigioso de la pampa argentina cursaba admiración a escala mundial y


nuestra república ocupaba el sexto lugar entre las grandes potencias.

Una firme creencia en el progreso indefinido alentaba a los grandes terratenientes hacia
1914. Pero la guerra mundial quebró ese sueño de prosperidad perpetua y paulatinamente,
una vez terminado el conflicto, se advirtieron las fallas del sistema económico argentino.
Entre los primeros afectados por la crisis de la posguerra estuvieron los estancieros.

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