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Aunque se la utilizó en todo el río de la Plata - y aún en Brasil - no existe absoluta certeza
sobre el origen de la palabra gaucho.
Es probable que el vocablo quichua huachu (huérfano, vagabundo) haya sido transformado
por los colonizadores españoles utilizándose para llamar gauchos a los vagabundos y
guachos a los huérfanos.
También existe la hipótesis de que los criollos y mestizos comenzaron a pronunciar así
(gaucho) la palabra chaucho, introducida por los españoles como una forma modificada del
vocablo chaouch, que en árabe significa arreador de animales.
El ambiente del gaucho fue la llanura que se extiende desde la Patagonia hasta los confines
orientales de Argentina, llegando hasta el Estado de Rio Grande del Sur, en Brasil (gaúcho).
El proceso evolutivo del gaucho y el uso de esa palabra se desarrolló sin solución de
continuidad. Distintos tipos de gaucho existieron en Argentina antes de 1810, es decir antes
de ser conocidos con ese nombre. Peones de campo existieron desde que comenzaron a
formarse las primeras estancias, aunque hayan sido pocas al principio. El tercer tipo - que
luego se llamó gaucho alzado - existió en reducido número. Pero no fueron los primitivos
peones ni los "fuera de la ley" quienes le dieron la característica suficientemente fuerte para
llamar la atención.
Es indudable que el tipo de gaucho que tuvo realmente fisonomía peculiar - el primero que
fue llamado así - fue el gaucho nómada, no delincuente, que estuvo implícito en el gauderío
oriental del s. XVIII. Este gaucho fue algo más que un simple vagabundo. Adquirió en la
Argentina, a lo largo del s. XIX rasgos propios bien definidos. Y cuando se difundió
suficientemente - es decir, a medida que fue creciendo la población rural - fue llamado
gaucho, como también se había llamado al paisano oriental del s. XVIII.
Casi todas las faenas eran realizadas a caballo, animal que constituyó su mejor compañero
y toda su riqueza. El lanzamiento del lazo, la doma y el rodeo de hacienda, las travesías,
eran realizados por estos jinetes, que hacían del caballo su mejor instrumento; en el caballo
criollo no sólo cumplía las faenas cotidianas sino que con él participó en las luchas por la
independencia, inmortalizando su nombre con las centauras legiones de Güemes.
Fue el hombre de nuestro campo, principal escenario de su vida legendaria y real. De vida
solitaria ya en grupos de tiendas, como las tribus nómades ya en racheríos aislados como
en la pampa sureña.
Primera época
Desde el último tercio del s. XVIII (1770/80) hasta el comienzo del período 1810/20. Este
lapso corresponde a la desintegración de la sociedad colonial con patrones españoles y a su
definición como "criolla" o nacional, sin abandonar completamente la herencia cultural de
España. Es el final de la edad del cuero y el cambio hacia la era de la carne salada, de la
economía cimarrona a la cría y engorde de ganado. Es el tiempo del desjarretado y la
boleadora.
Botas de fabricación propia, de cuero lonjeado o no, de vaca o ternera, de yegua o potro o
de gato. Generalmente cortadas a medio pie, es decir con todos los dedos al descubierto, en
cuyo caso, que era también lo más frecuente, sin medias. De tratarse de un estanciero o de
hombre más prolijo, la bota era cerrada y usaba medias de lana o de algodón, hasta las
rodillas, de uno o varios colores. Las cañas de las botas o iban estiradas y sujetas con una
guasca o una cinta con borlas, de tejido color vivo, llamadas ligas o se doblaban casi al
tobillo. A estas botas iban sujetas, siempre que el hombre estuviera sobre el caballo o en pie
de marcha, unas grandes y pesadas espuelas, de bronce amarillo, de plata o de hierro
forjado. Las más usadas eran las de bronce - llamado latón por los españoles - metal
amarillo o las de buena plata del Perú.
De la cintura hacia abajo cubría su cuerpo con dos prendas superpuestas: la interior, un
calzoncillo de piernas largas hasta la pantorrilla, de algodón o de hilo (lino), con o sin
calados o cribos y con un fleco en sus bajos, también de largo variable. Sobre los
calzoncillos, unos calzones de corte de la época, es decir ajustados a las caderas y muslos,
largos hasta la rodilla y con un corte lateral desde el bajo hasta el medio muslo, corte con
ojales y con botones de metal, latón, plata y, excepcionalmente, de oro. Se confeccionaban
con un pañete de lana, aunque los más comunes lo eran de triple (especie de terciopelo de
lana generalmente rojo o azul); de bayeta o de pana. Los colores más frecuentes eran los ya
mencionados, el negro, el castaño y el verde. Cada vez con mayor frecuencia estos
calzones eran sustituidos por un rectángulo de tela o jerga, llamado chiripá o medio poncho.
Sujeto a la cintura y enrollado a las caderas, como un mandil o mantilla, pero puesto de
atrás hacia adelante, con el cruce abierto sobre la pierna derecha. Tanto los calzones como
el chiripá, se sujetaban a la cintura con un ceñidor (cinta de aproximadamente diez
centímetros de ancho) de seda, con flecos o borlas en los extremos, o faja, de lana tejida en
telar, como los ponchos.
Sobre esa faja o ceñidor iba, a veces, el cinto propiamente dicho, llamado tirador,
confeccionado con tela (seda, terciopelo) o de cuero fino (tafilete, gamuza) o de ambos
materiales, combinados con un gran bolsillo atrás y otros dos a los lados, cerrado al frente
con varias hebillas o con abotonaduras de metal (plata, latón), llamadas más tarde "rastras".
El ceñidor y el tirador servían para sujetar el cuchillo o daga o puñal, siempre sobre los
riñones y envainado de derecha a izquierda y de arriba abajo, de tal modo que el codo
derecho flexionado fácilmente tocara el extremo de la empuñadura.
Se cubrían el torso con una camisa también de crea, de algodón o de lino (hilo). Encima de
la camisa, el armador o chaleco de pañete, especialmente en invierno, una chaqueta, chupa
o chamarra.
Salvo ciertas ocasiones, el hombre de a caballo iba siempre cubierto por su poncho. Sobre
las postrimerías de este período se extendió, por influencia militar, el uso de un poncho de
bayeta azul, con forro colorado, que, por ser dado por el Estado, fue llamado "Patria".
A veces sobre la cabeza sólo llevaba el pañuelo o un gorro de manga, conocido también
como de Pisón, de uso militar y, entre los indios al servicio del rey y la marinería, de paño
azul o colorado, aunque también los hubo verdes.
Segunda época
En la segunda mitad de este período aparece la alpargata, nuevo tipo de calzado de uso
popular, aportada por los vascos.
Las espuelas mantienen su forma pero ya no se fabrican en latón o bronce, sino de hierro.
Las de plata siguen siendo las de mayor uso entre los más pudientes.
El calzoncillo cribado mantiene su uso universal entre las distintas clases, en el ámbito rural;
tan sólo se alarga, desde la media pierna casi hasta los pies y se ensancha
exageradamente abajo. Las franjas o cribos acentúan su lujo y calidad con motivos florales
y, a veces, con iniciales y palabras completas.
Faja de lana, de algodón o de seda y de colores, larga, a veces con flecos en los extremos.
El chaleco sólo cambia algo su forma, por las variantes de la moda en los medios urbanos,
que se trasladan al ámbito rural. Los bolsillos pierden sus tapas, se usa más corto y de
abertura mayor, disminuye la cantidad de botones que ahora son forrados o de metal o de
concha, teñidos de color y muchas veces colgantes a modo de gemelos; se ciñe aún más al
torso, las solapas se hacen de otro material y con bordados. Las telas predilectas para su
confección son la seda, el mordoré, la pana y el terciopelo. Los bordados, finos y pequeños,
son en colores y jasta en hilos de oro y plata.
Se mantiene el uso del pañuelo. Entre los militares, estancieros y mayordomos comienza a
usarse un corbatón o pañuelo más pequeño, usado como tal, generalmente de seda y otra
tela liviana, hecho un moño o en nudo de corgatín con dos puntas.
El sombrero sigue siendo el chambergo o el de pajilla en verano, con su barbijo, al que las
guerras intestinas agregan una cinta en la base de la copa, con alguna inscripción alusiva a
esos conflictos, llamada "divisa". Los militares de rango y estancieros (y sus mujeres cuando
van a caballo) adoptan en este período el sombrero de copa o galera,. En algunos cuerpos
militares se acentúa el uso del gorro frigio, al que se agregan cintas de color y cocardas con
significado político. Hacia la mitad de esta etapa aparece la boina, que adquiere un creciente
uso rural. Poco a poco van perdiendo vigencia los sombreros panza de burra y los de fieltro
blanco ("del Cuzco").
El poncho mantiene plena vigencia, generalizándose cada vez más los de confección
industrial europea (ingleses), tanto los de lana para invierno, como los de algodón y aún de
seda, livianos, para verano. Pero el que adquiere uso universal es el "patria".
Tercera época
Durante buena parte de esta época, conviven prendas y usos correspondientes a los dos
grandes ciclos vitales del hombre rural rioplatense: el del gaucho y el del paisano. Al primero
lo caracterizan las botas de potro, el chiripá, el facón y el chambergo, con pañuelo atado,
debajo. Al segundo, la bota fuerte y la alpargata, la bombacha, el pañuelo hecho galleta, al
cuello y la boina de vasco.
En esta etapa se dan sin excepción, casi todas las combinaciones posibles entre las
prendas características de ambos ciclos.
Así, entre los peones troperos, carreros, es decir los más modestos trabajadores del campo,
pueden encontrarse hombres vestidos con:
1. botas de potro, calzoncillo largo, chiripá de apala y de bolsa de arpillera, faja de lana,
camiseta de lana, chaleco, pañuelo al cuello y chambergo o boina de vasco.
2. botas fuertes, calzoncillo y chiripá igual que anterior, faja y cinto "chanchero", camisa (a
rayas, a cuadros o lisa); blusa "corralera", pañuelo, chambergo o boina.
3. botas fuertes, bombachas, faja y cinco "chanchero" camiseta o camisa; saco o "corralera";
pañuelo, chambergo o boina.
1. Botas fuertes, calzoncillos, chiripá de merino negro con trencilla, faja, cinto, camisa,
chaleco, saco, pañuelo, chambergo.
Fuente: www.elfolkloreargentino.com
indumentaria
Desde la etimología de la palabra el vocablo gaucho puede derivar del francés gauche,
que equivaldría a "no diestro" y desde el punto de
vista peyorativo hasta "torcido".
Casi un hijo ilegítimo, huérfano, no vinculado a nada, sin sentirse ni blanco ni negro; ni
mulato ni nativo, con su vida nómada y desordenada, se la entendió como un orillero, pero al
unirse a los ejércitos de la independencia al sedentarizarse en las estancias, por su extrema
habilidad en todos los artes campestres, y por el tipo ascético
de vida dura y viril, surgió otra opinión apreciativa sobre su
modo de vida, que idealizó su imagen.
San Martín era uno de los pocos dirigentes de su época que usa el
vocablo gaucho como sinónimo de paisanaje y con sentido ponderativo y
hasta heroico. En sus comunicados siempre valorizaba al gaucho.
Ejemplo de ello es un informe sobre la defensa de la Frontera Norte en
donde se refiere a que Güemes, Capitán Comandante de Gauchos,
hostilizaba al enemigo español en la frontera norte con el objeto de evitar
su avance y además no permitía la extracción de ganado. También informaba que existe un
cuerpo de gauchos constituida por la bravía milicia paisana, siempre con un dejo de
heroicidad y orgullo patrio.
Para otros viajeros la visión que plantean es distinta. La descripción e imagen que nos
plantea MACRONE es la de un sujeto que acostumbrado a la abundancia no se preocupa
por tener nada y desear nada. Sostiene que habiendo crecido en libertad y acostumbrado a
la caza, a vivir a la intemperie y a dormir en el suelo, con un rancho de adobe y techo de
paja es suficiente. MAC CANN relata que el gaucho no valora un trabajo a largo plazo, tiene
hábitos migratorios y por donde quiera que viaje tendrá cómo alimentarse por la hospitalidad
de la gente. También otros viajeros sostienen que por la "abundancia de la naturaleza" y la
facilidad para obtenerla lo mantienen al gaucho en una condición casi "salvaje" y de
"pobreza".
Además los viajeros europeos asociaban el tema del mestizaje del gaucho (en muchos
casos hijo de español e indio) con violencia y anarquía. Esta postura fue retomada por la
clase dirigente, viejos militares de la época de la independencia, y reiterada durante los años
de Rosas, fundamentalmente, por los intelectuales opositores al rosismo. Por ello la
Confederación Argentina aparecía para los europeos como un espacio en el cual no era
aplicable un régimen de gobierno democrático. Estos viajeros europeos apelaban a describir
a esos sujetos sociales como holgazanes, demasiados afectos al ocio, al juego y las
diversiones. Vivían el momento y no se preocupaban por el futuro. Esta visión no encajaba
con su visión del mundo capitalista. Los componentes básicos del capitalismo industrial:
trabajo productivo a cambio de salario, y un mercado para colocar bienes, no estaban en la
mentalidad de este grupo social.
El matrero fue desapareciendo a partir de las levas forzosas para participar en las
campañas de la independencia, en las luchas de frontera contra el indio o formando parte
del ejército en la Guerra contra el Paraguay.
A partir de 1930 y hasta la fecha, el personaje real del gaucho, subsiste a pesar de los
detractores y los apologistas, viviendo una vida auténtica, aunque haya cambiado la bota de
potro por la alpargata, la bombacha inglesa en lugar del chiripá y el calzoncillo. Subsiste en
tanto pervive la mentalidad gaucha, su forma de vida, sus costumbres, su forma de actuar y
pensar. El campesino rioplatense, diestro en el dominio del caballo, en el trabajo de la
ganadería, creaba riqueza; mientras la zona urbana se incorporaba a otros tipos de trabajo.
Tomado de algunos personajes de la literatura, con una idea de estudiar algunos elementos
de la vida de este personaje, fue objeto de análisis la obra Martín Fierro, Don Segundo
Sombra, y otras que nos relatan la vida de este hombre del campo argentino. Nos describe
su vida como la de un hombre de campo, como peón de Estancia.
A principios del siglo XIX, la vida rural era apenas semicivilizada; sin embargo a fines del
siglo, todo había cambiado: los indios, el gaucho, el ganado criollo y la carreta habían sido
reemplazados por los colonos, los cereales, el
ganado de cría y el ferrocarril.
Eran capaces de recorrer hasta 72 kilómetros diarios. Estos vehículos fueron un medio
de transporte eficaz para trasladar cargas y personas. La carreta
tirada por mulas multiplicó las posibilidades de comunicación interna
del territorio americano. Las postas (lugares de descanso y
abastecimiento de provisiones, mulas, caballos, etc.) y la carreta tejió
una red de enlaces humanos y comerciales. Según testimonios de
algunos viajeros "los caminos eran intransitables, sólo huellas que
con la pericia del gaucho podían atravesar...". Sus tripulantes
salaban la carne para conservarla.
Las carretas mendocinas eran más anchas, pues tenían por objeto llevar
mayor cantidad de carga y además por razones climáticas su andar era
diferente; producto del calor paraban desde las diez de la mañana a las
cuatro de la tarde. Las había arrastradas por bueyes o mulas.
También merece tenerse en cuenta la rica iconografía y fotografías, a partir de 1860, que
registraron su historia contribuyendo a ilustrarla.
Las carros de transporte de cereales prestaron un servicio importante durante los inicios
de la Argentina agroexportadora, fundamentalmente de cereales. El transporte de la
cosecha desde las chacras al galpón cerealista, donde luego el ferrocarril haría el resto
hasta el puerto.
Por más de medio siglo el carrero pampeano fue el nexo indispensable para el tráfico de
cereales, que para esos tiempos era la riqueza misma. Sin embargo poca ha quedado de
estos personajes que fueron "tragados por el progreso".
Los propietarios creaban sindicatos y solían actuar juntos en los conflictos que se
generaban. Durante casi cincuenta años los carreros dieron muestra de una fuerte
capacidad asociativa y disposición para defender sus derechos. Unos diez mil carreros
participaron del transporte de granos desde las chacras al ferrocarril.
Durante la década del veinte comienza la gran importación de camiones, que reemplazaron
en esta actividad al carro cerealero. El camión era mucho más ágil y menos costoso. La
derrota de los carreros esta vez fue definitiva. Algunos pudieron comprar su camión, otros se
emplearon como conductores y muchos pasaron a engrosar la masa de obreros de una
industria naciente.
Desde los orígenes del país colonial se perfila la presencia de los estancieros. Al
principio en forma tímida, ocultos bajo los más prestigiosos títulos de conquistadores,
encomenderos o primeros pobladores. Criaban ganado manso en establecimientos a veces
legalmente obtenido y a veces ocupada de hecho.
Las estancias ubicadas en el Río de la Plata constituían junto con el comercio la única
perspectiva económica, ya que en esta zona no había riqueza minera.
Por entonces, muchos grandes comerciantes porteños compraban tierras para fundar
estancias. Estos son representativos del nuevo sector de propietarios rurales que desplazo a
los primeros colonizadores. Debido a su especialización en el comercio urbano, ellos
aplicaron métodos más ordenados a la administración rural; tuvieron la ambición racionalista
típica de su tiempo y lograron en numerosos casos legar tierras a sus descendientes. Estos
auténticos fundadores del patriciado argentino todavía no se consideraban a sí mismo como
hacendados porque apreciaban a sumas su condición de comerciantes o funcionarios
públicos. La ciudad colonial no veneraba a los terratenientes de la campaña.
Estos últimos debían cumplir su rol social de intermediarios entre el mudo urbano y el
rural. Dirigían el rezo cotidiano del rosario, sostenían un a capilla u oratorio y se vinculaban
al pobrerío por los lazos espirituales del compadrazgo. Se enorgullecían de ostentar el cargo
de capitán de milicias, comandante de partidos de campaña o alcalde de la hermandad. Los
más modernos empezaban a encontrar incomoda la antigua institución del "agregado",
autorizado a sembrar las tierras del propietario. Se empeñaban en controlar la mano de obra
local y en impedir las pulperías volantes y las corridas de avestruces que perturbaban la paz
de los distritos campesinos. El hecho que los esclavos negros costasen tanto dinero era un
obstáculo para el desarrollo ganadero.
La crisis del imperio español, acelerado por las guerras napoleónicas, facilitó el acceso al
poder de los estancieros.
El problema hasta ahora insoluble de los cercos rurales se resolvía por el momento a
favor de los criadores. Estos, gracias a la nueva invención, las fábricas de tasajo o carne
salada, obtenían mayores perspectivas de exportar. La revolución de mayo concreto la
medida mas anhelada por la gente de la campaña pues el tráfico directo con los mercados
consumidores aumentaba las ganancias de los hacendados.
De este modo se formó el grupo de poder económico y de prestigio social más notable
del país independiente: los estancieros de la pampa húmeda que en la década de 1810
emprendieron decididamente el camino del poder.
Hacia 1820 en adelante, la ley de enfiteusis, uno de los proyectos mas significativos de
esta etapa, sirvió para multiplicar las posesiones de los estancieros.
Otra iniciativa rivadaviana, ajena a la enfiteusis, tuvo a largo plazo mucha influencia en la
vida pastoril: impulsar la mejora de las razas criollas mediante la importación de
reproductores equinos, vacunos y lanares europeos. A este periodo corresponde la llegada
del famoso toro Tarquino, cuyos descendientes dieron origen a numerosas cabañas.
Pero no eran esos los tiempos adecuados para una renovación agropecuaria de modelo
anglosajón. La guerra civil empobrecía a los hacendados del litoral, sobre todo a los
criadores de mulas que ya no podían colocar sus productos en el Alto Perú. Los
enfrentamientos con Buenos Aires diezmaron los ganados.
La clase de los hacendados no solo hacía buenos negocios con exportación de cuero,
carne salada, sebo y astas, sino que también intervenía activamente en política.
La conquista del desierto (1879) y la consolidación del sistema político roquista hicieron
posible dicho desarrollo.
Eran tiempos dorados para los estancieros. Al filo del nuevo siglo ellos formaban parte
del exclusivo club de los ricos del mundo.
Una firme creencia en el progreso indefinido alentaba a los grandes terratenientes hacia
1914. Pero la guerra mundial quebró ese sueño de prosperidad perpetua y paulatinamente,
una vez terminado el conflicto, se advirtieron las fallas del sistema económico argentino.
Entre los primeros afectados por la crisis de la posguerra estuvieron los estancieros.