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DANZA CON LOS OBJETOS. VAJILLA, DETERGENTES, PLANCHA, HOGAR.


(Le Nouvel Observateur, # 1715, París: Septiembre de 1997)
El sociólogo Jean-Claude Kaufmann explica que desde el Neandertal el hombre ha
contraído los hábitos de ordenamiento y de limpieza. Un sistema de orden y de
clasificación que funda toda civilización.
Jean-Claude Kaufmann es un hombre de hogar. “Es mi base” dice con gusto.
Lo que no significa que este distinguido sociólogo, cuyos libros a veces son éxitos de
librería, sea un fanático de la escoba o del limpión, exhiba una pasión culpable por el
planchado de las camisas o la limpieza de los vidrios. Simplemente está fascinado por
esos gestos triviales que todo el mundo realiza cien veces por día –arreglar la cama,
ordenar un plato o cambiar el tendido del gato– la mayor parte del tiempo sin pensarlo.
En “la Trama conyugal” (Nathan), este experto en ciclos de lavado, quiso elucidar todos
los riesgos que se corren en la vida de un individuo, y más aún en una pareja en torno al
mantenimiento de la lencería. La compra de una lavadora revela ampliamente el estado
de la pareja que se está constituyendo y sobre la dependencia con respecto a su mamá.
El libro había sido editado en más de cuarenta países, lo que muestra claramente que la
cuestión tratada tenía una resonancia impresionante.
Cinco años después –dejemos de lado una escapada consagrada a observar,
como un científico, la práctica del seno desnudo en las playas, una actividad desprovista
de todo erotismo según Kaufmann– el hombre regresa con un libro titulado: “el Corazón
en obra”1 en cuya portada se encuentra una mujer robotizada accionando una escoba. El
sub-título, “Teoría de la acción hogareña”, nos permite comprender decididamente que
en el reino de los trapos de limpieza y del polvo, nada es tan simple como parece. Y
que una buena parte de los resortes se oculta en la trivialidad de las pequeñas tareas de
lo cotidiano. En todo caso es la tesis de Jean-Claude Kaufmann, claramente expresada
desde las primeras páginas del libro: “Quizás no haya nada más importante que las
mezquindades hogareñas que cotidianamente nos agitan... Cada mañana, prosigue
Kaufmann, poniendo su taza sucia en el fregadero, remendando sus calzoncillos [...],
recogiendo de la mesa las migajas del desayuno, el hombre reconstituye las bases de un
sistema de una complejidad inaudita. Un sistema de orden y de clasificación [...] que, a
pesar de su modestia aparente crea los fundamentos de toda civilización”.
Es agradable escucharlo para quien no ha inventado la imprenta o la máquina de
vapor. Pero sin embargo nos asalta una duda. Kaufmann –que durante mucho tiempo
ha escuchado, examinado, interrogado para su investigación a una treintena de
conejillos de indias humanos encerrados en las pequeñas tareas de lo cotidiano– insiste:
todos estamos convencidos que se trata acá de un conjunto de pequeñas cosas triviales,
sin importancia. Y por lo demás es preciso convencerse de ello si se quiere vivir
tranquilo. Pero ellas son fundamentadoras de cada persona y de cada cultura.
A todos los que no estén muy convencidos, Kaufmann los remite a los trabajos
de André Leroi-Gourhan, inmenso especialista en la prehistoria y gran antropólogo.
Para éste, la humanidad ha hecho un progreso decisivo el día en que el hombre de

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Nathan, colección “Essais et recherches”, 238pp.
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Neandertal, que hasta entonces se contentaba con chutar con el pie los esqueletos de
animales que atestaban su abrigo cuando estos le impedían dormir, ha decidido que el
lugar de tales osamentas estaba afuera. Era un minúsculo gesto. Y un salto
considerable en la organización de nuestro cerebro. Un esquema nuevo venía a
instalarse en nuestras cabezas: vivimos con objetos, y estos objetos tienen un sitio, en el
lugar donde vivimos y en nuestro cerebro. El ordenamiento había nacido, el hombre de
Neandertal acababa de inventar el basurero. Una función cerebral esencial había
aparecido. Y la humanidad descubría las preocupaciones hogareñas.
Feliz Neandertal que, habiendo dejado la cachiporra en un rincón y los viejos
huesos afuera, tenía el espíritu en paz. El hombre y la mujer modernos, instalados en la
vida –al comienzo las jóvenes parejas están un poco preservadas– tienen millares de
objetos, en su casa y en su cabeza, objetos que los solicitan. Incluso si la mayor parte
del tiempo, nos explica Kaufmann, no tenemos verdaderamente conciencia de esto; con
ellos actuamos como máquinas, con piloto automático. Es formidable, un automatismo:
por ejemplo, tender la cama por las mañanas. Si está bien integrado, el cuerpo actúa
solo, fácil, sin ninguna fatiga. Apenas si se da cuenta que se ha puesto en movimiento.
Kaufmann habla de una “danza con los objetos”. El polvo está ahí, uno agarra la
escoba, el cuerpo se pone en movimiento y el placer se sigue de ello, inmediatamente; el
polvo ha desaparecido, el orden de las cosas –el que tenemos en la cabeza– se ha
restablecido.
Evidentemente, como Kaufmann lo explica claramente en su libro, todo esto no
se construye en un día. La educación interviene, las irritaciones sucesivas ante una pila
de platos que se amontonan van a promover hábitos, regularidades que harán que un día
una joven pareja bohemia se encuentre lavando la vajilla después de cada comida y
encuentre eso perfectamente “normal”: cuando se ha vuelto automático, danzamos con
los objetos sin pensarlo.
Lo enojoso es que podemos volvernos prisioneros de estos automatismos
dispuestos para facilitarnos la vida. En “el Corazón en obra” se descubre así a una
mujer que no comprende por qué limpia sus WC todas las mañanas. No para de decirse
que es exageración, que sería preciso adoptar un ritmo más razonable. Pero no hace
nada. Sus automatismos la llevan de la ternilla. Otra se interroga desde hace ocho años
para saber por qué continúa planchando sus limpiones, un hábito que le fue inculcado
por su madre. Sería necesario comprender, analizar... Una actitud muy rara, constata
Kaufmann. Nadie tiene ganas verdaderamente de abrir las cajitas negras que hace que
actuemos como lo hacemos. Se prefiere pensar sin verdaderamente pensar. Sentir que,
quizás, sería menester cambiar para reencontrar un poco de libre arbitrio, ser un poco
menos prisionero de estos objetos que nos gobiernan.
Como éstas, se descubren muchas cosas espantosas en el libro de Kaufmann.
Por ejemplo, que si en todas las familias se afirma alto y fuerte que con mucho se
prefiere a las personas, por encima de los objetos, en la realidad... el asunto es mucho
más complejo. Se puede desear ver desaparecer lo más rápido posible de la casa al
marido y a los niños para consagrarse a la planchada. Lo que no impide que esa
aplanchada, esa caricia de las sábanas, siga siendo un gesto de amor por la familia. Pero
existen también aquellos hogares descritos por Kaufmann en los que el ser teóricamente
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amado fastidia en esta relación con los objetos, donde manifiestamente las cosas han
ganado la partida. El sociólogo, cruel y perverso, escribe por lo demás en algún lugar
que, el encuentro amoroso del cuerpo del otro, esa manera de aprender a conocerlo –
digamos la palabra: a servirnos de él– mantiene extrañas relaciones con esta danza que
todos practicamos con los objetos. “Cosificaríamos” al otro para apropiárnoslo mejor.
Porque el objeto, al fin de cuentas, es reposante, asegurador, familiar. Hace parte de
nosotros mismos...
Ciertamente que hay muchos otros temas en el libro de Jean-Claude Kaufmann.
Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando esta danza con el objeto se rompe, se frena, lo que
puede ocurrir en muchas ocasiones: un duelo, un divorcio, la ida de un hijo? ¿Cuando
se quiebra un mundo de hábitos? Las evidencias hogareñas desaparecen, el cuerpo ya
no danza, el tiempo se distiende, toda acción exige un esfuerzo infinito. Los ritmos se
vuelven flojos, las horas vacías. El aburrimiento y la idea de muerte rondan. Ya no se
tiene el corazón en obra. ¡Creámosle a Kaufmann! La tiranía de las cosas es más
confortable. ¡Qué viva la vajilla, viva la aspiradora!
Gérard Petitjean
Traducción de Luis Alfonso Paláu para el curso “Historia de las prácticas discursivas I:
Bases paleontológicas de la tecnicidad y del lenguaje”. Universidad Nacional de
Colombia. Facultad de Ciencias Humanas y Económicas. Escuela de estudios
filosóficos y culturales. Medellín, septiembre 19 de 2003.

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