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El documento discute el concepto de meritocracia y su aplicación en el gobierno. Sugiere que aunque los más capaces deben tener cierto poder, gobernar solo los más inteligentes o educados conduciría a una aristocracia excluyente. En cambio, una educación democrática y de calidad que esté disponible para todos podría crear condiciones más igualitarias para postular a cargos públicos. Finalmente, el mérito para un cargo público debe definirse no solo por el conocimiento sino también por la ética y la capacidad de servir
El documento discute el concepto de meritocracia y su aplicación en el gobierno. Sugiere que aunque los más capaces deben tener cierto poder, gobernar solo los más inteligentes o educados conduciría a una aristocracia excluyente. En cambio, una educación democrática y de calidad que esté disponible para todos podría crear condiciones más igualitarias para postular a cargos públicos. Finalmente, el mérito para un cargo público debe definirse no solo por el conocimiento sino también por la ética y la capacidad de servir
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El documento discute el concepto de meritocracia y su aplicación en el gobierno. Sugiere que aunque los más capaces deben tener cierto poder, gobernar solo los más inteligentes o educados conduciría a una aristocracia excluyente. En cambio, una educación democrática y de calidad que esté disponible para todos podría crear condiciones más igualitarias para postular a cargos públicos. Finalmente, el mérito para un cargo público debe definirse no solo por el conocimiento sino también por la ética y la capacidad de servir
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Por Francisco Miró Quesada Rada. Politólogo para el Comercio
Se le llama meritocracia, una mezcla de los términos mérito y cratos, que significa poder en griego. El poder de quienes tienen un mérito o el poder que se adquiere por algún mérito. Los santos, héroes, grandes pensadores, escritores, artistas y científicos tienen mérito, ¿pero por estas razones deben tener poder? Nos referimos al poder político de una autoridad elegida o de un funcionario público, con capacidad de tomar decisiones que producen efectos colectivos. ¿Se imagina usted una sociedad gobernada por santos, héroes, grandes intelectuales, artistas y científicos? De repente sería el ideal. A lo largo de la historia se ha sostenido la idea de que deben gobernar los más capaces. Así lo hicieron los mandarines chinos, los meritorios funcionarios durante la Edad Media y el Renacimiento, los llamados ministros esclavos turcos. Platón propuso un gobierno de sabios, los llamó reyes filósofos, decía que para gobernar se tenía que estudiar veinte años. John Stuart Mill, en el siglo XIX, planteó la democracia capacitaria. Para él los más capaces son los mejores educados. Weber y Schumpeter sostenían que el Gobierno debería hacer una alianza entre políticos y técnicos, destacando la importancia y eficiencia de los técnicos en la administración del Estado. Existe otra modalidad, por ejemplo, el Gobierno Francés en la época de Charles de Gaulle, fundó la Escuela Nacional de Administración (ENA). En consecuencia, quienes pretenden ocupar un cargo de importancia en la administración pública deben estudiar en esa escuela. Si esto fuera así, si solo gobernaran los más capaces, caeríamos en una aristocracia, porque estaríamos excluyendo del poder a los que supuestamente son los menos capaces, y en democracia no cabe este distingo, por excluyente. La democracia no excluye sino incluye. Al respecto, precisa Lorenzo Fisher, profesor de la Universidad de Turín y experto en el tema: "La actitud meritocrática representa, por el contrario, lo opuesto a la igualdad, aunque a primera vista esto no puede parecer claramente en cuanto puede parecer justa una selección basada sobre la valoración científica de la inteligencia y de los esfuerzos de cada uno; pero el resultado será solo una masa pasiva cada vez más separada de la élite intelectual". ¿Entonces cómo competir en igualdad de condiciones? La respuesta estaría en la democratización de la educación con calidad, la misma que, además de impartir conocimiento, se estructure bajo principios éticos. Gracias a la universalización de la educación estaríamos en igualdad de condiciones para postular a un cargo público. Caso contrario, mientras la educación sea elitista, dichas condiciones no son posibles. En el mundo moderno se cuestiona el principio de adscripción, según el cual las posiciones sociales son atribuidas por el privilegio de nacimiento. Igualmente, se cuestiona el clientelismo cuando una persona accede a un cargo público por tener vínculos políticos con una autoridad. Estos conceptos han sido sustituidos por el principio del mérito, en este caso las posiciones sociales son adquiridas gracias a las capacidades individuales. Ello implica un examen de conocimiento y de la trayectoria de postulantes para un cargo público, quienes se presentan ante unos evaluadores para que determinen finalmente quién ocupará dicho cargo. Pero no basta que el valor del mérito se sustente solo en el conocimiento, tiene que ser ético, y ello radica en la capacidad de servir a los demás desde una función pública sin pedir nada a cambio.