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Taza de conciencia

Escaparle al obsesivo encuentro con ciertos recuerdos materiales no alcanza para


lograr desalojarlos de su cercanía inmediata. Se puede desalentar su impronta
anímica con otros objetos, actividades o pensamientos, pero ellos parecen tener
vida propia.

Limpia detenidamente la mesada de la cocina, sin tocar aquella taza que allí se
encuentra siempre en su lugar de exacto escondrijo visible. Parece mirarle
amablemente mientras él al moverse intenta no acercarse demasiado.

Le atribuye la incierta aptitud de crear en su entorno una situación grata aunque


quieta, al testimoniar con su existencia aquel mejor momento pasado al partir de
Amsterdam. Traía el encuentro matinal del café tibio compartido con ella dentro de
aquella camioneta en que viajaban a la costa. Cualquier lugar resultaba bueno
para detener el camino, zambullirse en el mar y prolongar los sonidos de aquel
amor.

El hospital en Pésaro abrió una puerta de angustia en la espera que habían


elegido prodigarse. La sonrisa comenzó a descubrir los dientes del desaliento y la
taza permaneció atribulada en el olvido desaseado del camino de regreso hacia
Milano. Ella debió volver a México.

Aquel objeto con el que ambos habían entibiado sus manos en las madrugadas de
adormilada ternura pareció seguirlo hasta donde se encuentra ahora, en fiel
silencio y como por elección propia. En tanto, el pasado fue perdiendo sus
contornos en otro silencio neblinoso y lento de lo que es imposible evitar alejarse.

Y él no volvió a tomar café en aquella taza.

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