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LA REPÚBLICA DE GOUST

La frase que da título a esta entrada fue utilizada por las autoridades de Andorra como
parte de las asiduas campañas de promoción turística del Principado en España. Y el
caso es que, si nos ponemos puristas (extremadamente puristas, añado), es incorrecta,
puesto que Andorra no es “el” país de los Pirineos, sino “un” país de los Pirineos.
Existe otro país, prácticamente desconocido para el resto del mundo, que, técnicamente
al menos, merece también esa denominación. Se trata de la minúscula República de
Goust, un pequeño enclave en los Pirineos, a 24 kilómetros de la frontera
hispanofrancesa, que pertenece a Francia, y sin embargo oficialmente nunca ha sido
anexionado al país galo.

Vista de Goust y el valle que lo rodea. © Jean M. Ollivier

Si SIngapur es una ciudad estado, Goust sobrepasa con creces esa denominación. Es una
aldea estado. Con una superficie de dos kilómetros cuadrados y medio, y una población
que rara vez llegó al centenar y medio de personas, es uno de los países más pequeños
que jamás ha existido. La localidad funcionó de manera autosuficiente, dedicado a la
agricultura y la ganadería, por lo menos desde el siglo XIV. Y en 1648 (año en el que se
firmó la Paz de los Pirineos) su independencia fue reconocida por España y Francia. La
minúscula república carecía de un Estado merecedor de tal nombre, puesto que los
habitantes no pagaban impuestos, ni necesitaban, por tanto, funcionarios. Nueve
familias componían la totalidad de la población del país, gobernado únicamente por un
consejo de doce ancianos (la longevidad en el pueblo/país parece ser proverbial).

A finales del siglo XIX la población no llegaba a las setenta personas (sin duda, el país
menos poblado del mundo), casi todos ellos parientes con diversos grados de
consanguineidad. Este consejo de ancianos decidía sobre todos los asuntos y disputas en
el país, incluídas las solicitudes de boda. El pueblo y el país son tan pequeños que
carecían de un sacerdote en nómina, por lo que para celebrar bodas, bautizos y funerales
la población al completo tenía que trasladarse a la vecina población de Laruns. Con las
bodas y bautizos no había problema, porque los novios pueden caminar (normalmente)
y a los bebés es fácil llevarles, pero a la hora de enterrar a alguien los cinco montañosos
kilómetros podían hacerse algo largos cargando un ataúd, así que los goustenses
(gentilicio que acabo de inventarme) procedían a empaquetar al finado en un ataúd y a
lanzarlos a ambos ladera abajo hasta Laruns, donde finalmente el alma del vecino podría
encontrar descanso eterno, y todo eso.

Una casa en Goust.

Según cuentan las crónicas de la localidad, el rey Enrique IV le concedió una pensión
vitalicia a un ciudadano de la república que había nacido en 1442. Teniendo en cuenta
que Enrique IV reinó entre 1589 y 1610 (y que había nacido en 1554), resulta poco
sorprendente la fama de longeva que poseen los lugareños. La pensión se extiguió
cuando presuntamente murió su beneficiario, en 1605, a la tierna edad de 163 años.
Uno, que es malpensado, opina que algo de trampa debieron hacer los habitantes de
Goust para seguir cobrando la pensión. Y es que todo está inventado desde hace ya
tiempo.

A Goust se la menciona en varias publicaciones de finales del siglo XIX y principios del
XX, y posteriormente desaparece del mapa. Un tal Edwin Asa Dix menciona el
minúsculo país en un libro titulado “Viaje veraniego por los Pirineos”, que fue
publicado en 1890. Según cuenta, al llegar allí el muy cachondo se presentó como una
especie de embajador americano, y anunció que cualquier cortesía que tuvieran con
ellos sería considerada de manera oficial por su país. Sólo encontró mujeres trabajando
seda para venderla en el resto de pueblos del valle. Ante sus preguntas sobre la soledad
y el aislamiento del pueblo aquellas mujeres respondieron que realmente no se sentían
ni solos ni aislados. Le contaron cosas sobre su peculiar forma de gobierno y sobre su
pequeña historia local, y, a cambio, el viajero fue inquirido sobre su viaje por los
Pirineos. Las lugareñas no entendían la necesidad de viajar desde Estados Unidos hasta
tan lejos simplemente para dar un paseo. También les sacó una fotografía, no sin antes
explicarles el funcionamiento de la cámara, de la que sólo he podido encontrar esta
atroz reproducción.

Ancianas en la puerta de una casa de Goust, 1890.

Otras publicaciones mencionan Goust como una curiosidad geográfica. En el Frankfurt


Times de 1888 apareció una referencia a la micronación:

Entre los pacíficos residentes de esta microscópica república hay varios centenarios.
Nadie es realmente pobre, ni tampoco rico. La lengua que hablan es una mezcla de
francés y español, y sus costumbres [...] han permanecido invariables durante siglos.

El Libro de la información Curiosa, escrito por un tal William S. Walsh, y aparecido en


1913, comentaba por encima las costumbres funerarias de los habitantes del país, su
autogobierno mediante el consejo de ancianos y la dedicación a la lana y la seda de la
población local, compuesta, en 1910, por un centenar y medio de personas. En el primer
cuarto del siglo XX aparecen algunas menciones más a la república más pequeña del
mundo (aún no se habían establecido las fronteras de la Ciudad del Vaticano), pero
después de aquello únicamente aparece mencionado el país en la Guía de los Pirineos
misteriosos, en 2005.

Actualmente Goust es una pedanía que pertenece a la Comuna de Laruns, que abarca,
además del pueblo homónimo y Goust, todas las pequeñas aldeas del Valle de Ossau.
En teoría, Goust nunca ha renunciado a su soberanía, y no existe ningún documento
oficial sobre la anexión del país a Francia, por lo que la soberanía de París sobre el
pueblo, en teoría, ya digo, es sólo de facto.

Para saber más:

La historia la encontré en Menéame, que a su vez enlazaba a Ketari en Nirudia.


A través de este último se llega a la página de Jean M. Ollivier, de donde he sacado
algunas citas e información (en inglés y francés).

El libro de Edwin Asa Dix se puede consultar entero en el Proyecto Guttenberg. La


parte en la que habla de Goust empieza en el capítulo diez.

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