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620 1A REBELIGN DE ATLAS Mister James Taggart, New York City. Detenido en «Comet», en Wins- ton, Colorado, por incompetencia sus hombres que rehusan concederme méquina. Me espera en San Francisco reunién maxima importancia nacional para la tarde. Si no mueve este tren en seguida, puede imaginar consecuen- cias, Kip Chalmers. Luego de que el joven hubo cursado el telegrama por medio de la linea que se extendia de polo a polo, a través de un continente, como guardiana del sistema Taggart, y luego de que Kip Chalmers hubo regresado a su vagon para esperar la respuesta, el jefe de estacién telefoneé a Dave Mit- chum, que era amigo suyo, leyéndole el texto del mensaje. Oy6 cémo Mitchum lanzaba un grufiido. —He creido prudente advertirtelo, Dave. No he ofdo hablar nunca de ese tipo, pero tal vez sea personaje importante. —INo lo sé! — gimié Mitchum —. JKip Chalmers? Aunque he visto su nombre en los periédicos, relacionado con gente de categoria, no sé en rea- lidad de quién se trata, pero si tiene un cargo en Washington, més vale no correr riesgos. jCielo! {Qué vamos a hacer? «No podemos correr riesgos», pensé el telegrafista de la Taggart en Nueva York, transmitiendo el mensaje por teléfono al domicilio de James Taggart, Eran cerca de las seis de la mafiana en Nueva York, y James Tag- gart se despert6, luego de una noche intranquila, y escuché por teléfono con el rostra tembloroso, experimentando idéntico temor al del jefe de estacién de Winston, y por las mismas razones. Llamé a casa de Clifton Locey. Toda la célera que no podia verter so- bre Kip Chalmers se abatié por el hilo telefénico sobre Clifton Locey. — iHaga algo! — grit6 Taggart —. {No me importa cémo obre! Es tarea suya y no mfa, pero procure que ese tren contintie su camino. {Qué diablos sucede? {Nunca habia ofdo decir que se retuviera al «Comet»! {Es asi como dirige su departamento? jLe parece bonito que pasajeros importantes hayan de mandarme mensajes a mi! Por lo menos, cuando mi hermana dirigia esto, nadie me despertaba a medianoche para comunicarme que un perno se habia roto en Iowa, Colorado o cualquier otro lugar. —Lo lamento, Jim — dijo Clifton Locey suavemente, en un tono equili- brado entre Ja excusa, la seguridad y un grado exacto de protectora con- fianza —. Se trata sin duda de un malentendido; de la equivocacién de algan estipido. No se preocupe. Me encargaré de ello. Yo también estaba en la cama, pero voy a atender ese asunto en seguida. Clifton Locey no estaba en la cama, porque acababa de regresar de un recorrido por los clubs nocturnos en compaiiia de una joven sefiora, La rogé esperar y corrié a las oficinas de la «Taggart Transcontinental». Ninguno de los empleados del turno de noche que Je vieron Iegar, hubiera podido adi- vinar el motivo de su aparicién personal; pero tampoco hubieran asegurado que fuese innecesaria, Entré y salié a toda prisa de diversos despachos, fué visto por muchas personas y dié una impresién de gran actividad. El nico resultado tangible de todo aquello fué una orden, transmitida por telégrafo LA MORATORIA SOBRE EL CEREBRO 621 a Dave Mitchum, superintendente de la Divisién de Colorado, que decia asf: Entregue inmediatamente una locomotora a mister Chalmers. Haga prose- guir su ruta al «Comet» con total seguridad y sin innecesario retraso, Si no sabe cumplir con sus deberes, lo haré responsable ante la Oficina de Unifica- cién, Clifton Locey. Luego, Ilamando a su amiga para que se reuniera con él, se fué en automévil hacia un albergue en el campo, a fin de asegurarse de que nadie lo encontrara durante las horas siguientes, El jefe de expediciones de Silver Springs se quedé estupefacto ante la orden que tuvo que entregar a Dave Mitchum. Por su parte, éste se dijo que ninguna orden de tal género podia venir concebida en tales términos; nadie podia entregar una locomotora a un pasajero; aquello no era mas que una simple exhibicién; pero al propio tiempo comprendié de qué clase de exhibicién se trataba y sintié un sudor frio al intuir quién quedaria en evidencia como protagonista de la misma. — Qué sucede, Dave? — pregunté el jefe de trenes. Mitchum no contesté, Tomé el teléfono con manos temblorosas, pidiendo comunicacién con el telegrafista de la «Taggart» en Nueva York. Parecia un animal enjaulado. Una vez al habla, le rog6é que lo pusiera con el domicilio de mister Clif- ton Locey. El telegrafista lo intent6, pero sin obtener respuesta. Le rogé entonces que continuara probando y marcando cuantos nfmeros se le ocu- rriesen, en los que poder encontrar a mister Locey. El telegrafista lo prome- tid y Mitchum colg6, aunque diciéndose que era inutil esperar o hablar con alguien en el departamento de Locey. — UQué ocurre, Dave? Mitchum. le ensefié la orden. Y por el aspecto de la cara del jefe de trenes, comprendié que la trampa era tan mala como habia supuesto. Liamé a la direccién regional de la «Taggart Transcontinental» en Omaha, Nebraska, pidiendo hablar con el director general de la regién. Se produjo un breve silencio y [uego la voz del encargado de la central de Omaha le dijo que el director general habia dimitido, desapareciendo tres dias antes «luego de una ligera discusién con mister Locey». Solicit6 hablar con el ayudante del director general, encargado de su distrito, pero el ayudante se encontraba ausente de la ciudad para el fin de semana, y no podian localizarlo. — Pues péngame con cualquier otra persona! — grité Mitchum —. jDe cualquier distrito! {Por lo que ms quiera, péngame con alguien que sepa decirme lo que tengo que hacer! La persona con quien establecié comunicacién, era el ayudante del di- rector general del distrito de lowa-Minnesota. —4Cémo? —interrumpié al escuchar las primeras palabras de Mit- chum—. 4En Winston, Colorado? ZY por qué diablos me llama a mi? ...No; no me cuente lo ocurrido, {No quiero saberlo...! [Le digo que no! iNo! jNo quiero que me obligue a tener que explicar después por qué hice 622 LA REBELION DE ATLAS © no hice algo que no constituye problema mio...{ Hable con algan director de region y no conmigo. {Qué tengo yo que ver con Colorado?.., jDiantre! No lo sé. jPregunte al maquinista jefe! El maquinista jefe de la Regién Central contesté impaciente: ~— UCé6mo? LQué ocurre? Mitchum se apresuré, desesperado, a explicarselo. Cuando el maquinista jefe se enteré de que no habia «Diesels», grité: — jPues retenga ese tren! — Pero al saber que se trataba de mister Chal- mers, afiadié con voz repentinamente pacifica—. jHum...! {Kip Chalmers? {De Washington...? Bien. No lo sé. Es asunto para que Jo decida mister Locey.— Cuando Mitchum le dijo: «Mister Locey me ordené arreglarlo, pero...», el maquinista jefe exclamé con gran alivio—; jEntonces haga exac- tamente lo que le diga mister Locey! Y colgé. Dave Mitchum colocé también cuidadosamente el receptor en su soporte. Ya no se énfadaba ni gritaba. Por el contrario, se acercé de puntillas a su sillén, casi como quien procura escabullirse y se sent6, contemplando du- rante largo rato la orden de mister Locey. Luego eché una r4pida ojeada por la habitacién. El jefe de expediciones estaba muy atareado hablando por teléfono. El jefe de trenes y el capataz de m4quinas se hallaban también alli, pero simularon no estar esperando su respuesta. Le hubiera gustado que el jefe de expediciones, Bill Brent, se mar- chara a gu casa; pero permanecia en su rincén, observando. Brent era un hombre de corta estatura, delgado, con los hombros muy amplios, Contaba cuarenta afios, pero parecia m4s joven. Tenia la cara pa- Tida de un empleado de oficina y las facciones duras y flacas de un cow-boy. Era el mejor jefe de expediciones de todo el sistema, Mitchum se levanté bruscamente y subié a su despacho, apretando en la mano la orden de Locey. Dave Mitchum no era muy ducho en comprender problemas de ingenic- ria y de transporte, pero en cambio entendia muy bien a hombres como Clifton Locey. Imaginé la clase de juego que estaban llevando a cabo los directores de Nueva York y lo que ahora hacfan con él. La orden no indi- caba de manera concreta entregar a mister Chalmers una méquina de car- bén, sino sélo «una m4quina». Si llegaba el momento de dar explicaciones, ino exclamaria mister Locey, indignado y perplejo, que, a su modo de ver, un superintendente de Divisi6n debfa comprender que la orden se referia exclusivamente a una «Diesel»? La orden especificaba que el «Comet» debia continuar la marcha con toda seguridad. 1No podria un superintendente de Division saber lo que era ¢seguridad...» y sin «ningin retraso innecesario». 2.Qué era un retraso innecesario? Si aquel retraso implicaba la posibilidad de un desastre maytisculo, {seria considerado necesario prolongarlo una semana o un mes? . Mitchum se dijo que a los directores de Nueva York no les preocupaba en absoluto todo aquello; que no les importaba si mister Chalmers llegaba a tiempo a su reunién o. si una catastrofe sin precedentes se abatia sobre la linea; tan sélo querian estar seguros de no tener que cargar con responsa-

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