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RAYMOND CHANDLER
EL LARGO ADIOS
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BARRAL EDITORES
BARCELONA
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Tercera edición
Impreso en la Argentina
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CAPÍTULO I
—Ah, comprendo.
vieja como para enfrentarse con ellas cada vez que volvía a
casa.
—¿Usted es inglés?
CAPÍTULO II
—Así lo hice.
CAPÍTULO III
Sacudió la cabeza.
—¿Por qué?
—¿Regalo de boda?
—No lo entiendo.
—La noche que usted se fue a Las Vegas ella dijo que
no le gustaban los ebrios.
CAPÍTULO IV
—¿De qué?
—Usted es su marido.
CAPÍTULO V
—Entonces, entre.
—Espere un momento.
Fruncí el ceño.
—Sigamos —dije.
—¿Cómo lo tomó?
El sacudió la cabeza.
—Lo siento.
—Yo también.
CAPÍTULO VI
—¿Conoce a su mujer?
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Se sonrojó un poco.
CAPÍTULO VII
Green habló:
—¿Entonces?
—Salgamos, amigo.
CAPÍTULO VIII
El asintió.
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Endicott sonrió.
CAPÍTULO IX
—Solamente yo.
Me puse de pie.
CAPÍTULO X
—¿Por cuánto?
—¿Qué muro?
¿Por qué?
—No.
Me miró de nuevo.
CAPÍTULO XI
—¿Usted es Marlowe?
Endicott carraspeó.
—¿Qué?
No dije nada.
—Ocho cincuenta.
CAPÍTULO XII
Terry.
CAPÍTULO XIII
—¡Ajá!
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Le devolví la sonrisa.
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—Felicidades.
Lo recogió lentamente.
—Completamente seguro.
El tipo se contuvo.
Le sonreí.
CAPÍTULO XIV
—La última vez que tomé café con alguien fue justo
antes de que me metieran en la cárcel. Me imagino que
usted nunca estuvo a la sombra, señora Wade.
Ella asintió.
—Sí.
Ella sonrió.
—¿La aguja?
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
—¿Usted es el cuidador?
—Siguiendo la cura.
—Wade —corregí.
CAPÍTULO XVII
Me levanté de la silla.
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CAPÍTULO XVIII
Se sonrió benévolamente.
CAPÍTULO XIX
¿Cómo me encontró?
CAPÍTULO XX
—Lo pensaré.
—No lo sé.
—Lo conozco.
—Philip Marlowe.
—Sí.
Yo no contesté.
—A Sylvia Lennox.
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—¿Por qué?
CAPÍTULO XXI
—¿Qué es eso?
Salió refunfuñando.
—Magnífico.
CAPÍTULO XXII
—¿Por qué?
—Yo creía que era más bien una bebida tropical, propia
de regiones calurosas. Malaya o algo por el estilo.
—Lennox.
—Podrían gustarme.
—Parece razonable.
—Estoy de acuerdo.
CAPÍTULO XXIII
Habló en español:
Ella sonrió.
—Bueno, ¿qué?
CAPÍTULO XXIV
Wade no pestañeó.
—¿Cómo se llama?
—Marlowe.
—Con.
—No mucho.
—Bébaselo usted.
—No dije que eso fuera todo lo que me dijo, sino que
me lo dijo.
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
Me miró de frente.
Muy agradable.
—Si.
CAPÍTULO XXVII
Decía así:
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CAPÍTULO XXVIII
Más.
* * *
CAPÍTULO XXIX
—Vuelva a su habitación.
—Cómo se atreve…
—¿Más pastillas?
—¿Por qué?
—Entonces lo simuló.
—Otro sueño.
Capítulo XXX
—¿Quiere café?
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—Gracias.
—¡Hijo de p… !
—No, gracias.
—¿Quién es nosotros?
—No entiendo.
—¿Qué es eso?
—Doscientos dólares.
—Me voy.
Me miró sorprendida.
—No tenía por qué estarlo —dijo ella, y sus ojos eran
tan transparentes como el agua. No había en ellos el menor
vestigio de engaño o estratagema.
—¿Por qué?
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CAPÍTULO XXXI
—¿Para qué?
—¡Macanudo!
—¿De quién?
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—Nada.
—¿El viejo?
Ella suspiró.
CAPÍTULO XXXII
Se sonrió levemente.
Potter asintió.
Frunció el ceño.
CAPÍTULO XXXIII
—No.
—Continúe.
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—No hicimos nada más que tomar una taza de té. Una
visita social. Me dijo que quizá me daría algunos negocios.
También insinuó, no hizo más que insinuarlo, en pocas
palabras, que cualquier polizonte que me mire con ojos
aviesos se enfrentará con un futuro no muy agradable.
CAPÍTULO XXXIV
—Sí. Apesta.
Sacudió la cabeza.
Capítulo XXXV
—¿Qué quiere?
Me miró de soslayo.
—¿El lo llamó?
Ella sonrió.
Capítulo XXXVI
—Ya se lo dije.
—Comprendo.
—Sí.
Le di mi nombre y dirección.
—¿Bernie Ohls?
—Hoy no.
CAPÍTULO XXXVII
—No había nadie más aquí. Ella dice que usted sabía
dónde estaba el revólver, sabía que el marido se estaba
emborrachando, sabía que las otras noches él disparó un
tiro con el revólver y ella tuvo que trabarse en lucha para
sacárselo. Usted también estuvo aquí aquella noche. Eso
creo que no le ayuda mucho, ¿no le parece?
—Cerveza.
—Déjelo entrar.
—Teniente…
—Hable.
—¿Quiere irse?
—Gracias, Bernie.
CAPÍTULO XXXVIII
—¿Quién es éste?
—Sí, señor.
Ohls se rió:
—Ya se lo dije.
—No.
Me puse de pie.
CAPÍTULO XXXIX
—¿Y el motivo?
—Yo también.
CAPÍTULO XL
—Marlowe.
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—¿Quién es Marlowe?
—No corte.
—¿Está solo?
Yo me reí y él también.
—No.
—Bueno, dígame.
—Desembuche.
—¿Por qué?
—¡Cómo no!
CAPÍTULO XLI
—Tomaré un whisky.
Me puse de pie.
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—Sí.
—Así es.
CAPÍTULO XLII
—¿Bueno? —preguntó.
—Whisky, gracias.
—Matar a Roger.
CAPÍTULO XLIII
—¿Por qué?
—Mañana.
* * *
—¿Quién habla?
—Candy, señor.
—¿Llamó a alguien?
CAPÍTULO XLIV
Loring enrojeció.
Hernández dijo:
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—¿Bueno? —dije.
—Dígaselo, Bernie.
Yo no contesté.
—¿Puedo irme?
—¿Satisfecho?
Me miró sorprendido.
—A veces.
—Puede ser.
CAPÍTULO XLV
—Alcánceme el teléfono.
—Acabo de decirlas.
—Dígamelo, si quiere.
—No lo creo.
¿Quiere decírmelo?
—No.
CAPÍTULO XLVI
—Yo tampoco.
CAPÍTULO XLVII
CAPÍTULO XLVIII
—¡Oh, cállese!
—¿Está seguro?
—Segurísimo.
—De Las Vegas, con los tres tipos que envió usted en
el Cadillac negro, con el reflector rojo y la sirena. Supongo
que el auto es suyo.
Starr se rió.
—¿Cómo dice?
—¿Por qué?
CAPÍTULO XLIX
—Sí, Amos.
Amos sonrió.
—Mendy Menéndez.
—Para usted.
—¿Por qué?
—Muy bien.
—Posiblemente.
—Gracias.
—Quiero champaña.
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CAPÍTULO L
—¡Cómo no!
CAPÍTULO LI
Endicott sonrió.
—¿Un qué?
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—Continúe.
—¿Cuál es la suya?
—¿Señor Marlowe?
CAPÍTULO LII
—¿Americanos?
—Sí, en el buzón.
CAPÍTULO LIII
No me contestó directamente.
Sonrió de nuevo.
—No lo sé.
—Adiós.
EL AUTOR Y SU OBRA
Alberto Cousté