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Culteranismo vs.

Conceptismo

En los siglos XVI y XVII el arte español alcanzó su máxima expresión, son los Siglos
considerados de Oro: la pintura, la arquitectura y, desde luego, la literatura.
Precisamente en el mundo literario es donde ocurrieron con más frecuencia los
grandes enfrentamientos de la historia. Uno de los duelos más apasionantes de
principios del siglo XVII (Barroco) fue el que surgió entre culteranos (Góngora) y
conceptistas (Quevedo).

El máximo exponente del culteranismo en España fue Luís de Góngora. La


búsqueda de nuevas palabras, acuñar nuevas palabras e insertarlas en las
composiciones poéticas era culteranismo, aunque posiblemente se llamó gongorismo,
ya que Góngora era su mayor cabecilla. Por otro lado, Francisco de Quevedo era
conceptista. Los conceptistas valoraban más la ideología que la estética y reprobaban
los malos usos y las malas costumbres de la época. El conceptismo era el
movimiento opuesto al culteranismo.

La disputa entre esos dos grandes de la literatura española comenzó cuando


Quevedo era estudiante en Valladolid (1606). Quevedo se mofó de muchas de las
aficiones de Góngora y se metía con la nariz y la indumentaria de ese. Mientras
tanto, Góngora se defendía y decía que poco caso debía de hacerse a “un bufón
lenguaraz con claras intenciones banales e infantiles.” Fue un gran enfrentamiento
entre culterano y conceptista, que nos ha enriquecido a todos y del que todavía hoy
podemos seguir disfrutando: “Soneto a Francisco de Quevedo” y “Soneto a Luís de
Góngora”
Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,


Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos


Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,


Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

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A don Francisco de Quevedo (atribuido)

Cierto poeta, en forma peregrina


cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.

Era su benditísima esclavina,


en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel, que desde el Faro de Cecina

a Brindis, sin hacer agua, navega.


Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,

que en oro engasta, santa insignia,


aloque, a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.

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