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Normalmente, un viaje de esta índole suele representarse como una experiencia fantástica e

irrepetible, casi un sueño húmedo, pero sin los detalles no aptos para menores de cierta edad. Aquel
viaje era cálido, de eso no cabía duda, pero no era una calidez demasiado agradable; a fin de
cuentas, a John no le resultó del todo placentero sentir como su cuerpo (O lo que fuera que había
sido tragado) se calentaba hasta alcanzar la temperatura del sol por unos instantes. En lo respectivo
al sexo... Pues sí, podía considerarse una experiencia mínimamente sexual, si consideramos el
sadomasoquismo extremo (Llegando a las torturas inquisitoriales) como tal. Con todo, consiguió
soportar el horrible suplicio como un valiente y, aunque el dolor seguía carcomiéndolo, ya no era
algo insoportable. Por otro lado, ya no sentía la horrible y turbulenta marea que casi le destrozaba en
los rápidos de Fantasía. De hecho, ahora mismo se sentía como si la gravedad hubiera tenido la
urgente necesidad de estirar de él con la fuerza de un rinoceronte furioso.

Como el agudo lector pudiere haber notado, Fantasía no era una tierra utópica en sí misma, o bueno,
técnicamente era una utopía, aunque no fuera precisamente idílica.
Era una tierra salvaje y, en apariencia, creada con los muchos remiendos que de las mentes juveniles
brotaban (Lo cual no es del todo cierto). Con todo, no era un lugar para ser visitado, sino para ser
visto de lejos y recrearse con su belleza, como bien descubriría John. Oh, si alguna vez tienen la
suerte, o la desgracia, de visitarlo, decir que podéis pasar tranquilamente de los frutos vistosos, la
mayoría suelen hacer que los infelices que los prueben no puedan salir de su urinario hasta pasadas
varias lunas desde la ingestión, y siempre en un féretro y envueltos en un elegante sudario.

Como fuere, y continuando con el hilo argumental, John sintió, tras una larga y aterradoramente
certera caída, como si golpearan su cuerpo con un mazo gigante de metal. Es habitual la descripción
de “Sentir como si se rompieran todos los huesos de su ser”, pero hasta el momento es casi seguro
que nadie ha podido comprobar cuán efectiva es esta comparación, como bien podía haber alegado
John de haber encontrado un instante en el que el dolor remitiera y pudiera hablar finalmente. Podía
decir casi con completa seguridad que no se había roto nada, pese a todo, y aunque estaba aterrado
por el ambiente que desde el suelo veía (O más bien debido a lo que no veía, puesto que aquella
llanura de hierba azul no coincidía con el recuerdo que él tenía de su hogar) era cierto que sentía una
especie de sentimiento de peligrosa familiaridad, como el perfume que emana de la casa de esa tía
besucona y de dedos pellizcadores que todos tenemos y hemos temido. De haber recordado algo (La
conmoción continuaba vigente en su ser), habría maldecido el libro que se lo había tragado, en su
lugar, solo miró hacia arriba; girándose sobre sí mismo para quedar recostado sobre su espalda. Lo
que vio no le resultó precisamente alentador. No lo suele ser encontrarte con cuatro jinetes de
colores discordantes, de cuyas auras perfectamente visibles emanaban sentimientos ciertamente
poco adecuados para una reunión de ancianitas con problemas cardíacos.

-Oye ¿Estás bien, tío?-Preguntó Muerte, rascándose la cabeza con un dedo huesudo. Su caballo
pajizo miró a un conejillo con reloj que a lo lejos corría, por algún motivo este solo pudo dar un par
de volteretas antes de caer, fulminado, al suelo. Bakunin sonrió como un caballo (O sea, lo que era) y
siguió pastando mientras la conversación continuaba. Era bien sabido por las monturas que sus
jinetes gustaban más de una buena charla que de hacer un trabajo eficiente.

-¿Eh... Qué?-A John le costaba cavilar lo dicho por el jinete, por lo que tardó unos segundos, durante
los cuales Enfermedad lo estuvo mirando de forma lasciva, en captar lo que quería decir.-Eh... No... Es
decir, sí, estoy bien...-Era extraño, puesto que sí que lo estaba. Una vez la punición física remitió, no
hubo más problemas. Ni extremidades dobladas en ángulos grotescos, ni cuellos rotos... De hecho,
pudo ponerse de pie; aunque todavía se sintiera inmensamente mareado.

-Te has dado un buen porrazo.-Observó Guerra, sacándose un moco de la nariz afilada como una
espada. Casi tanto como la que llevaba al cincho.

-Oh... Sí. Ha sido un porrazo muy... muy fuerte.-Asintió John, alejándose como pudo para finalmente
chocar con el equino de Hambre.
-Eh, tío, ten cuidado donde pisas. El pelo que te has llevado de mi caballo podía haber servido para
alimentar a una familia de orugas durante dos segundos.-Riñó, gruñendo.

-¿Eh? Oh, eh, sí, lo siento... Mucho.

-Oh, venga, que crueles sois, dejad al chaval en paz. Pobrecito... Mira, creo que tengo galletas de
mantequilla por aquí; las hago yo mismo.-Dijo La Muerte, el Segador, el Ángel Castigador, el Ladrón
de Vidas, el Cosechador de Almas, el Granjero Caprichoso, el Eterno Perseguidor y Ángel de Alas
Negras. Sacó una pequeña bolsita en la que había bordado un bucólico y encantador conejito, metió
una mano huesuda y rebuscó (El sonido que salió desde la bolsita fue como un ratón bailando
zapateado sobre un mueble de madera húmeda), para sacar, tras unos segundos, una galleta de olor
apetecible que tendió a John.-Venga, come, estarás hambriento.

-Hambriento dice el tío.-Rió Hambre, al que la sola palabra bastaba para poner de buen humor.

John prefirió hacer caso a La Muerte, el Segador, el Ángel Castigador, el Ladrón de Vidas, el
Cosechador de Almas, el Segador Caprichoso, el Eterno Perseguidor y Ángel de Alas Negras y devoró,
sin demasiada confianza, el dulce. La verdad es que estaba delicioso, era algo que debía admitir sin
dudar, aunque resultara cuanto menos extraño que le regalara eso sin motivo aparente.

-¿Cómo está?-Preguntó el regalador. John mascó algo especialmente duro, que emitió un horrible
sonido. Escupió, y el dedo humano cayó al suelo, mascado y roto.-Oh, me parece que la próxima vez
debería ponerle menos condimento.

-Ya.-Asintió Guerra.

-Dis... Disculpen, sus cabalgadores.-Dijo John, cohibido todavía, y cada vez más asustado y
extrañado.-¿Podría preguntarles qué es este sitio?

-No.-Contestó Hambre.
-Sí.-Dijo Enfermedad.
-No.
-Sí.
-No.
-Sí.

La conversación se centró entonces entre Guerra, la Muerte y John mientras los otros dos peleaban.
El segundo se aclaró la garganta (O las cervicales) y dijo con voz extremadamente solemne:

-Estás en Fantasía. Tierra de Dragones, de Magia, de Muerte en extremo, Tierra para ver de lejos
y para no acercarse si eres humano... Y menos si eres adulto. Aquí solo viven aquellos entes creados
por la mente del ser humano, de una niña, concretamente, aunque por motivos de transfondo
hayamos de decir lo contrario, así como los múltiples derivados de estos. Estamos aquí desde el
principio de los tiempos, desde que el primer humano pensara su primera historia. Desde que el
primer dios existiera.

-Lo que quiere decir, es que estamos en el Estado Federal más grande que jamás ha existido, y en el
que los humanos no pueden entrar so pena de ser exterminados. Oh, y es cierto lo que dice el del
caballo color leche cortada, en realidad todo esto ha sido creado y escrito por una sola mente, pero
claro, la que hizo esto lo escribió de manera que absolutamente todos (A excepción de nosotros)
tuvieran que pensar de esta o aquella manera. Un tanto triste.-Guerra arqueó una ceja entonces y se
mesó la barba. En algún lugar, una flecha atravesó el corazón de un rey, que cayó justo frente a las
hordas enfurecidas de un tropel de orcos rojos de las montañas.-Oye, ¿No serás un humano, verdad?
(-Te digo que no lo quiere saber.-Argumentó Enfermedad, de fondo.
-Oh, que te jodan mucho, eras tú el que querías decirle donde estábamos.-Dijo con hastío Hambre,
llevándose la mano a la cara. En algún lugar, un anciano fue devorado por un pueblo de trolls del
desierto especialmente hambrientos y escuálidos.)

John tuvo que pensar rápido. Empezó a sudar, un sudor frío y bien poco infundado. Pasó la mirada
por las armas de los jinetes. Tragó saliva; temblaba con cada vez más violencia. Las miradas
inquisitivas de los Cuatro llenaron su rango de visión. Trató de abrir la boca. La tenía seca. Tragó más
saliva. La mirada se le desenfocaba...

-Yo...-Muerte enarcó la ceja que no tenía. Varias ciudades Fantásticas fueron destrozadas por un
meteorito gigantesco.-Yoo... Yo no soy humano.

-¿Qué eres, pues?

-Yo soy... Yo soy el Quinto Jinete del Apocalipsis.-Trató de calmar los latidos desbocados de su corazón
pensando en una canción agradable; solo pudo pensar en miles de huesos quebrados y campos
regados con su sangre. Prefirió dejar la mente en blanco.

-Hostias ¿A ti te habían avisado de que llegaba otro?-Preguntó un incrédulo Hambre.


-No, la verdad, pero ya sabes como son en la central, un día te avisan antes y otro tienes que esperar
años antes de tener la mínima idea de alguna noticia.-Dijo Muerte torciendo el gesto.
-Me pregunto qué clase de humano crearía a esa gente.
-Creo que fueron las verduleras.-Contestó Enfermedad.
-No jodas ¿En serio?
-No, joder.
-Como sea... Pequeño ¿A dónde ibas? Si no traes tu caballo no debías estar de servicio. Además ¿Qué
hachas es ese atuendo?-Guerra se sentía especialmente perspicaz aquel día, como estaba notando
John.

El niño se quedó pensativo de nuevo ¿A dónde iba? Era cierto: Realmente no lo sabía; solo había sido
tragado por el libro prohibido, alejado de su hogar en contra de su voluntad. Pero de alguna manera
tenía en su mente algunos trazos sobre lo que buscaba; no era la típica memorización de algo que se
ha visto y estudiado, era como si un Algo le hubiera marcado una meta y un lugar al que llegar; tal y
como si de un sueño se tratase. Había que reconocer, que si aquello era un sueño estaba
especialmente bien montado, por cambiar, incluso su propia percepción de la mente había cambiado,
pasando de ser algo intangible e informe a ser algo perfectamente delimitado y esquemáticamente
diáfano. Como un cristal de formas perfectamente angulares... Quizá por ello su objetivo, fuera el
que fuera el que en el interior de su pensamiento se dibujaba, no le era desconocido.

En realidad, y que esto quede entre autor y lector, John, desde el mismo momento en el que
entró, había empezado a convertirse en un personaje más. Era por ello que tenía su propio papel
dentro de la historia, y era por ello por lo que en esos momentos los Jinetes charlaban
amigablemente con él, sin adornar sus capas con los órganos internos del niño.

Mientras los Cuatro le miraban con curiosidad, trató de dirigir el cauce de su mente a su meta, lo que
buscaba de forma inconsciente. Cerró los ojos, concentrándose. Pasaron los segundos...
...Sí... ahí estaba. Era una torre. Una torre que se alzaba por encima de los cielos... Una torre
con forma de llave. Blanca, pura... Ya ni siquiera se sobresaltó por la extraña construcción que ésta
presentaba.
Levantó entonces la cabeza, con una decisión que sorprendió a los Cuatro.

-Busco la Torre de la Gitana.


Un aire enrarecido flotó sobre el lugar. Ese aire que todos sentimos cuando decimos algo que, sin
querer, acaba provocando una carcajada general casi ridiculizante. Precisamente eso fue lo que pasó,
y, en pocos segundos, un coro de risas, que hicieron temblar la tierra en varios metros a la redonda,
surgió de las gargantas de los Cuatro.

-Oh, por un momento creí que hablabas en serio.-Rió la Muerte, sacándose una inexistente lágrima
de la calavera. John frunció el ceño.
-Lo digo en serio...
-Je, el pequeño dice que quiere ir, je-je.-Guerra todavía no se había repuesto del chiste.
-¿Pero... Pero qué os hace tantísima gracia?-El valor crecía dentro del contrariado corazón del niño,
que se había empezado a enfadar por ese adulto y minusvalorante comportamiento.-He dicho que
quiero ir.

Un silencio tenso se impuso, incluso Bakunin levantó la cabeza (Un cazador que miraba aterrado la
escena se llevó las manos al corazón y cayó al suelo con un gemido ahogado). Tras unos segundos, en
los que el único sonido existente fue el del viento discurriendo entre las finas briznas de hierba de la
llanura, Muerte se atrevió hablar.

-¿No lo sabes?-Pareció leer la sorpresa y el repentino miedo en el rostro de John.-Todo se acaba.


Estamos al final del libro. Por eso estamos aquí.-Dirigió una mirada soñadora y triste hacia las lejanas
montañas.-Todo se acaba, pequeño. Es el final del cuento de hadas... Y todo será borrado en torno a
la torre, y luego... Luego todo será silencio.

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