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- DE HERCULES

LAS DOCE HAZANAS


Traducción de RAMÓN PRIETO
Ilustraciones de J. U. CAMPOS
Fotograbados de MIGUEL PILATO: PIEDRAS 346

LIERO DE EDICION ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la. ley 11.723.


Copyr:ght by Editorial ACTEON. Buenos Aires, 1946.

IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINE


INTRODUCCION

La obra infantil de MONTEIRO LOBATO constituye una gran


novela, en la que cada capítulo es un libro. Los personajes
principales son siempre los mismos: N aricita, Perucho, Emilia,
el vizconde de la Mazorca, doña Benita, tía Anastasia; y el
cuartel general de las travesuras es la famosa Quinta del Ben-
teveo Amarillo.
La novela comenzó el día en que Lucía, la Niña de la Na-
ricita Respingada se fué al pomar con su muñeca Emilia en los
brazos y allí se durmió a la orilla de un arroyo y soñó, y un
pececito, que era príncipe, se le apareció y la llevó al Reino
de las Aguas Claras, y el río se hizo mar, y las aventuras na-
rradas en el libro Travesuras de Naricita se desdoblaron
como en una película de Walt Disney.
Emilia, que era una simple muñeca de trapo, fué evolu-
cionando -como todo evoluciona en la naturaleza- y adquirió
el habla, inteligencia y astucia, y terminó transformada en una
terrible ((personita" de carne y hueso. Al principio decía mu-
chísimas tonterías, las que se fueron transformando en filoso-
fías de esas que dan mucho que pensar. Se transformó en
símbolo de la independencia mental. Emilia es hoy 10 que
todas las criaturas quieren ser, pero que ((la gente grande no
las deja". De ahí la popularidad de que goza entre los pequeños.
La pandilla, más el rinoceronte Quindín, la Vaca Mocha
-única en el mundo que tiene cuernos, el marqués de Rabicó
-un lechoncito pícaro, el Burro Parlante y demás personajes

[ 1]
MONTEIRO LOBATO

secundarios, viven en la bienaventurada quinta del Benteveo


Amarillo -el lugar más feliz del planeta y el "único donde
reina la más completa democracia", como dice el vizconde de
la Mazorca -un marIa que también evolucionó y se tornó un
verdadero sabio. Allí no hay imposiciones, ni tiranías, ni cas-
tigos. Todos aprendieron a gobernarse a sí mismos, como las
abejas.
En los veinte y tantos capítulos-libros de su obra, Monteiro
Lobato no hace más que contar 10 que allí ha pasado. En
El Genio del Bosque describe las aventuras de Perucho con el
Saci, que es un diablejo de una sola pierna de las selvas brasi-
leñas. En Cacerías de Perucho cuenta la historia de la onza que
ellos cazaron, y también el extraño caso del rinoceronce que
apareció por allí e ingresó a la pandilla. Después... ah, después.
entró en escena el polvo de pirlimpimpín, que los sabios quiere."?
que sea la imaginación pero que en realidad es un polvo mágico
que transporta a quien 10 aspira a cualquier lugar del Espacio
y a cualquier momento del Tiempo.
Con ese polvo maravilloso realizan los asombros descritos'
en Viaje al Cielo, durante el cual visitan a San Jorge en la Luna,
jugaron a patinar en los anillo de Saturno y descubrieron en
la Vía Láctea a Florecita de las Alturas -el angelito con el
ala rota que trajeron a la quinta y que allí tanto los encantá-,
cómo se relata en Las Memorias de Emilia. También mediante
el polvo de pirlimpimpin zambullen en la Grecia de Pericles
donde doña Benita y N aricita se quedan conversando con
Aspasia, Sócrates, Fidias, mientras los otros se hunden en la
Grecia Heroica a fin de sacar a tía Anastasia del Laberinto de
Creta -cómo está relatado en el libro El Minotauro.
y cuanto más. Las modificaciones hechas en las cosas
naturales, que aparecen en La Reforma de la Naturaleza. La
prodigiosa aventura de la reducción del tamaño de las criaturas
humana, tremenda travesura de Emilia que está fielmente na-
rrada en La Llave del Tamaño.
Todo prodigioso. Pero el prodigio de los prodigios fué la
vuelta de Perucho, Emilia y el vizconde a la Grecia Heroica,.

[ 2]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

para acompañar al gran Hércules en sus Doce Trabajos, o Doce


Hazañas. Es 10 que se relata en este volumen, que Monteiro
Lobato escribió con la mayor fidelidad, sin nada omitir o agre-
gar, cómo severo cronista que es. Habrá escépticos que duden
de tantos asombros -¿de qué no dudará el hombre? Pero
Monteiro Lobato jura que nada de este libro es de él y todo
es transcripción de 10 que oyó de boca de Perucho, Emilia y el
vizconde; jura también que vió, allá en el Benteveo, todas las
cosas que Emilia trajo de Grecia, para su preciosísimo museo.

[3]
1

EL LEÜN DE NEMEA
HISTORICO

-En la Grecia antigua el gran héroe nacional fué Heracles,


o sea Hércules, como se 10 llamó después. Era el mayor de to~
dos, y ser el mayor de todos en Grecia es ser el mayor del
mundo. Por eso es que Hércules vive aún en nuestra imagi-
nación. A cada momento, en nuestras charlas comunes nos
referimos a él, a su fuerza prodigiosa, a su inmenso valor, sus
hazañas legendarias. De él nació una palabra muy popular
en todos los idiomas: el adjetivo hercúleo, con la significación
de extraordinariamente fuerte.
La principal característica de ese héroe era el ser exce-
sivamente fuerte, extremadamente bruto, pero dotado de buen
corazón. Al calor de sus hazañas, mató muchas veces culpables
e inocentes, y después lloraba arrepentido. Anatole France dijo
sobre él: "Había en Hércules una dulzura singular. Después
de haber golpeado a culpables e inocentes, fuertes y débiles,
en sus accesos de locura, volvía Hércules en sí y lloraba de
dolor. Y es posible que hasta sintiera compasión por los
monstruos que mató por amor a los hombres: la hidra de
Lerna, el pobre Minotauro, el famoso león al que arrancó la
piel para hacerse un taparrabos. Más de una vez, al final
de una de sus hazañas, miró horrorizado su clava tinta de
sangre. .. Era robustísimo de cuerpo y de corazón blando".
-¡Pobrecito! suspiró Perucho. Tenía el corazón de flan ...
Esta conversación se realizaba en la quinta del Benteveo
Amarillo, entre doña Benita y su nieto Perucho. Y el tema se
refería a Hércules porque el chico estaba recordando detalles
de sus aventuras en la Grecia Heroica 1.

1 El Mlnotauro.

[ 7]
MONTEIRO LOBATO

-¿Y si volviéramos allá? preguntó Perucho. Esa Grecia


no me sale de la cabeza, abuelita ...
-¿Para qué, Perucho?
-Para asistir a las hazañas de Hércules.
Doña Benita se opuso a que Perucho volviera a Grecia
para tomar parte en las doce hazañas del héroe, pero se opuso
de un modo que casi quería decir: "Ve, pero sin que yo lo
sepa ... ". Y Perucho se sintió radiante.
-He hablado con abuelita, corrió a decir a Naricita, y
ella me salió con aquel "no" que nosotros siempre traducimos
"sí". Voy a mandar al vizconde a que fabrique el polvo de
pirlimpimpín necesario. Vuelvo allá con el vizconde y
Emilia ...
-¿Y yo?
-¡Ah!, tú no puedes ir, Naricita. Abuelita no está bien
de su reumatismo y tiene necesidad que uno de nosotros per-
manezca con ella.

PREPARATIVOS

Perucho explicó al vizconde sus planes para un nuevo


'viaje por los tiempos de la Grecia Antigua. "Vamos nosotros
tres: yo, tú y Emilia".
-¿ Ya conoce Emilia el proyecto?
-Ya lo sabe y está atropellando a tía Anastasia para
que le prepare una nueva canastita. Dice que de esta vez va
a completar su museo con mil cosas griegas.
El vizconde suspiró. Siempre que Emilia acordaba viajar
con canasta, él resultaba encargado de todo: de llevarla sobre
las espaldas, de vigilarla. Y si desaparecía algo, allá venía
aquella terrible amenaza de "desplumarlo", es decir, arrancarle
las piernas y los brazos.
-¿Qué cantidad de polvo necesitas? preguntó el vizconde.
-Un canuto bien lleno.
El polvo de pirlimpimpín era llevado en un canuto de

[8]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

caña, bien asegurado a la cintura del chico. Él tomaba toda


clase de precauciones para no perder el precioso canutito, pues
de lo contrario no podrían volver jamás. Pero como en aven-

- -
==-~:::::..-.:::=======-~- -=--====
'- = --- -------
Perucho explicó al vizconde sus planes de nuevo viaje . ..

[9]
MONTEIRO LOBATO

turas de riesgo hay que contar con todo, el vizconde sugirió


una idea dictada por la prudencia:
-Lo mejor es que llevemos tres canutos: uno para ti, otro
para mí y otro para Emilia. De esa manera vamos a estar
tres veces más seguros.
Emilia, en la cocina, atropellaba a tía Anastasia.
-Quiero una canastita nueva y mayor que la otra, donde
quepan muchas cosas.
La negra, entretenida en freír unas mojarritas, refunfuñaba:
-¿Para qué la quieres? Estoy cansada de hacerte cosas,
Emilia. Una vez esto, otra vez aquello ... ¡Ahora una canasta!
¿No sirve ya la última que te hice?
-Es muy chica. Quiero una doble.
-¿Y para qué? ¿Qué cosas tienes para guardar? -y de-
jando la espumadera, miró bien al fondo de los ojos de la
ex muñeca. ¡Hum. .. me huele a nueva travesura!. .. Estos
ojitos no engañan ... ¿Qué vas a hacer?
-Nada, respondió Emilia con la mayor inocencia. Sólo
que tengo muchas cosas por guardar, y esa canastita vieja está
llena.
-Ya sé, ya sé. .. refunfuñó la negra. Para mí que es
nueva travesura. ¿Dónde es? .. Vamos, dilo ...
Emilia comenzó a inventar una mentira demasiado bien
adornada. Todas las mentiras de Emilia eran así: tan bien
arregladitas, que de inmediato todos desconfiaban. La negra
no le creyó ni pío, pero para librarse de ella, dijo:
-Está bien. Vaya hacer lo que quieres. ¿Qué remedio me
queda? Cuando quieres algo, eres peor que garrapata.
y esa noche, durante la velada, hizo la canastita nueva del
tamaño que la impaciente quería. Doña Benita llegó y vió a
la negra entretenida en ese trabajo.
-¡Hum! ... canastita nueva... Esa es señal de Grecia.
Perucho está añorando nuevas aventuras por allí.
-¿Y usted lo deja? dijo Anastasia, recordando las angus-
tias que pasó en el laberinto de Creta, cuando estuvo en poder
del horrendo Minotauro.

[ 10 ]
., abmsada.
Y muna .

[ 11 ]
MONTEIRO LOBATO

-Yo he dicho que no, respondió la buena anciana, pero


Perucho no cree más en mis "no". Él desea acompañar a Hér-
cules en sus hazañas.
- ¡ Credo! exclamó la negra, aun sin saber qué hazañas
eran aquellas, y Naricita, que estuviera conversando con Pe-
rucho, vino a pedir a su abuela que le hablara de Hércules.
Doña Benita habló.
-¡Ah, hija mía, qué maravilloso héroe fué! Era hijo de
Zeus, el gran dios de los griegos, y de Alcmena, la mujer más
hermosa de su tiempo. Pero Zeus estaba casado con la diosa
Hera, la cual, celosísima de aquel hijo de su esposo nacido en
la tierra, juró perseguirlo sin cesar. Y así fué. La vida del
pobre Hércules se tornó un puro tormento, tales eran las tram-
pas que le preparaba la diosa. Pero Zeus lo defendía. Hera
preparaba las trampas y Zeus las desarreglaba, y así sucesi-
vamente.
-¿Hasta cuándo? preguntó la chica.
-Hasta el triste fin que tuvo Hércules. Pobrecito, un
héroe tan bueno ...
-Cuéntame el fin de Hércules, abuelita.
Doña Benita le contó que después de una infinidad de
aventuras, entre las que están los Doce Trabajos o las Doce
Hazañas, el Héroe se casó con Dejanira, a la que amaba mucho.
Un día, en una de sus expediciones, fué a dar a las tierras del
centauro Neso. Hércules se había batido ya contra los cen-
tauros del antro de Falo y los había matado a todos, menos
a ese N eso que huyó. Parece que cierta vez I;Iércules no reco-
noció a su viejo enemigo, pues, teniendo que cruzar un río
a nado, pidió a Neso que transportara a Dejanira. De ahí vino
la desgracia. N eso, en mitad del río, con la esposa de Hércules
sobre el lomo, tuvo el atrevimiento de besarla a la fuerza.
Viéndolo desde la orilla, Hércules tomó una flecha y ¡zás! se
la clavó al centauro en el corazón. Era una herida mortal.
Neso iba a morir, pero antes tuvo tiempo de darle a Dejanira
un filtro fuertísimo. El que se pusiera sobre la carne una ropa
cualquiera tocada por ese filtro se envenenaría y moriría de la

[ 12 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

peor de las muertes. Dejanira guardó el filtro y llegó a nado


a la orilla donde Hércules la esperaba.
-¿Y el centauro?
-Ese se murió en el agua y allá se fué boyando. .. Poco
después Hércules se mezcló en nuevas aventuras, en las que
salvó a una hermosa joven llamada Jole, llevándola con él a
la isla de Eubea, donde existía un altar de Zeus. Allá, queriendo
ofrecer un sacrificio al dios, mandó un mensajero a su casa en
busca de una túnica. Ese mensajero se llamaba Licas. Era un
cuentero. En vez de limitarse a cumplir su misión, le contó a
Dejanira toda la aventura y le habló de la magnífica belleza
de Jole, a la que Hércules salvó y llevó a Eubea. Una feroz
catarata de celos invadió el corazón de Dejanira, haciendo que
se recordara del venenoso filtro de Neso. ¿Y sabes lo que hizo?
Entregó al mensajero la túnica que Hércules mandara buscar,
pero toda impregnada con ese líquido ...
- j Malvada! . .. exclamó la chica.
-Al recibir la túnica, el pobre Hércules se la puso y fué
al altar a hacer el sacrificio a Zeus. Al llegar allí comenzo
a sentir en el cuerpo un dolor horrible, como si se hubiera
puesto una túnica de llamas implacables. .. j Y murió carbo-
nizado!
- ¡ Malvada! repitió N aricita, pero doña Benita explicó
que la intención de Dejanira no fué esa.
-Nunca se imaginó que la túnica iba a ser vestida por el
héroe; creyó que era para la hermosa Jole, de manera que al
saber lo que había pasado se desesperó y corrió a ahorcarse
en un árbol.

CERCA DE NEMEA

La mañana del tercer día todo estaba listo para la partida.


Perucho dió una pulgaradita de polvo a Emilia, otra al vizconde
y contó: "¡Una ... dos ... TRES!" A la voz de tres todos

[ 13 ]
MONTEIRO' LoBATO

llevaron a la nariz la dosis recibida, la aspiraron al mismo-


tiempo y sobrevino el ¡fium!
Instantes después Perucho, el vizconde y Emilia desper-
taban en la Grecia Heroica, en las proximidades de Nemea,.
donde habían planeado ir, ya que la primera hazaña de Hércu-
les iba a ser su lucha contra el León de Nemea.
El polvo de pirlímpimpín causaba la pérdida total de los
sentidos y después del desmayo se presentaba una especie de
mareo del que los viajeros salían lentamente. En aquella opor-
tunidad fué Emilia la primera en hablar.
-Comienzo a ver a Grecia, pero todo muy confuso aún ...
Me parece que hemos aterrizado en un pomar ...
También Perucho vió árboles en derredor. Se frotó los
ojos. Dejó que pasaran unos segundos más. Después:
-No es un pomar, Emilia, sino un olival. Grecia es el
. país de los olivos, esos árboles que dan las aceitunas. Y parece'
que estos olivos están cargados.
Instantes después los tres se encontraban ya en estado
normal. El vizconde se había sentado sobre la canastita de
Emilia, la cual no separaba los ojos de los árboles.
-¡Están maduras, Perucho! ¿Por qué no llenas la bolsa?
Las criaturas humanas son como los automóviles. No·
andan sin comer cualquier cosa. Los automóviles beben gaso-
lina en las bombas; la gente mastica 10 que encuentra.
-La llenaré.
Perucho se subió a uno de los olivos que estaba más car-
gado y comenzó a llenar la bolsita al mismo tiempo que se·
llenaba el buche.
-Están bien maduritas, pero tía Anastasia, que sólo-
conoce las aceitunas en tarro, sería incapaz de reconocerlas
aquí. El gusto es muy diferente. Recoge las que voy tirando
-y para cada tres que se tragaba tiraba una para los dos de
abajo. El viz~onde, pobrecito, no comía. Jamás comió; pero
Emilia, después de su evolución de muñeca a gentecita, se
había revelado una gran golosa. Comía por ella y por el
vizconde.

[ 14 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¡Más, Perucho, más! decía sin cesar, y el chico seguía


tirando aceitunas.
Allí cerca estaba la casa del dueño del olival y una ·her-
mosa pradera con un rebaño de carneros pastando. Un pastor-

El pastorcito se rió ante tanta ignorancia . ..

[ 15 ]
MONTEIRO LoBATO

cito se distraía tocando la flauta, con un perro a su lado. De


pronto el perro olfateó, levantó las orejas y salió corriendo
hacia el olival.
Perucho nunca sintió miedo a los perros. Sabía manejarlos
con energía y cariño, dominándolos con la mirada y la firmeza
en la voz. Así fué con el del pastor.
- j Quieto, quieto, Joli! gritó enérgicamente. El perro
dejó de ladrar y se puso a balancear la cola. Después, dando,
de narices con el vizconde, "no 10 entendió". Se erizó todo de
miedo. Era un desconocido y 10 desconocido amedrenta a cual-
quier animal.
Perucho intentó calmarlo acariciándole el pescuezo con la
mano.
-Nada de asustarse, J olio N o es una araña con galera, sino
nuestro gran sabio, el de la quinta, el señor vizconde de la
Mazorca. Pero la explicación no hizo efecto: el pobre perro
positivamente no entendía al vizconde ...
El pastor se había levantado y guardó la flauta. Tenía
cara de quien dice "¿qué demonio es eso?"
Perucho se dirigió a él seguido de los otros. ¿En qué idioma
iban a entenderse? "¿Qué te parece, Emilia?". Y ella respoDdió:
"Aplica el figúrate. Figúrate que nosotros sabemos el griego
y él nos entenderá perfectamente bien".
y así fué. Gracias al "figúrate" Perucho y el pastor pu-
dieron conversar tranquilamente.
-Buenos días, amigo. Somos viajeros de un siglo y de
un país muy lejano a estos.
-¿De estos qué? preguntó el joven griego.
-De este siglo y de esta región ...
El pastorcito no entendió, ni podía entender -10 que hizo
exclamar a Emilia: "¡Ay ... ay!. .. vamos a volver a tener
aquellas mismas dificultades para entendernos que tuvimos
con Fidias y los demás en Atenas"; y sin querer perder tiempo
en inútiles tentativas, preguntó:
-Pastorcito griego, ¿puedes darnos noticias del señor
Hércules?

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LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

El interpelado puso cara de bobo. "¿Hércules?", ¿quién


'Sería ese Hércules? Nunca oyera pronunciar tal nombre. Emi-
Ha le explicó que era uno muy grande y robusto, así, así y así,
que andaba por el mundo realizando hazañas. De nada ade-
lantó la explicación. El chico no tenía la menor idea de quién
pudiera ser ese Hércules. El vizconde, que estaba a un lado,
sentado sobre la canasta, movió la cabeza y se echó a reír con
la risa filosófica de los sabios:
- ¡ Ah, los ignorantes! exclamó. ¿Cómo puede este mu-
chacho saber nada de Hércules si en Grecia nunca hubo ningún
Hércules? Hércules no es nombre griego, sino romano y con
el cual lo bautizaron después. El héroe que buscamos se llama
en griego Heracles.
Al oír ese nombre, tan popular en aquel tiempo, al pastor-
cito se le iluminó el rostro.
-Bueno, a ese sí lo conozco. No hay por aquí nadie que
110 lo conozca, tantas han sido sus proezas. Heracles es un héroe
invencible ...
-Pues a él lo estamos buscando, dijo Perucho, y contó
la historia del león de Nemea que Hércules iba a matar.
-¿El león de Nemea? repitió el muchacho. Sí, he oído
hablar de él. Es un monstruo horroroso que se cayó de la luna
y anda por aquí comiendo gente. Sólo se alimenta de gente.
-¿Y por qué no lo matan? preguntó Emilia.
El pastorcito se puso a reír ante tanta ignorancia.
-¿Matar al león de Nemea? ¿Quién puede hacerlo, SI es
invulnerable?
Emilia ignoraba la significación de la palabra invulnera-
ble, pero no queriendo pasar por ignorante a los ojos del pastor,
fingió que necesitaba algo de la canasta y fué a ver al vizconde.
Y mientras abría y movía las cosas guardadas, preguntó a
media voz:
-¿Qué quiere decir invulnerable, vizconde? Responda
bajito.
El vizconde comprendió, y dijo a media voz:
-Invulnerable es aquello que no puede ser herido por

[ 17 ]
MONTEIRO LoBATO

ningún anna. Y Emilia preguntó nuevamente: "¿ Qué tiene que


ver la palabra "invulnerable" con herida?". Y el vizconde le
explicó que en latín herida se dice "vúlnera".
Emilia, 10 más segura de sí, volvió donde estaba el
pastorcito.
-¿Así que es invulnerable? ¡Ah ... ah! ... Vamos a verlo.
Quiero saber si Hércules "vulnera" o no "vulnera" a ese león
de la luna. ¿Sabe ya la noticia? Pues Hércules o Heracles ha
sido enviado aquí para destruir ese león.
El pastorcito no sabía nada y se mostró muy admirado.
Era indudable que Hércules nunca perdió ninguna lucha, pero
¿quién puede vencer a un león en cuya piel no penetra nin-
guna saeta? "¡Pobre Heracles!" exclamó. "Esta vez se va a
ensartar ... "
El perro del pastor no sacaba los ojos de encima del viz-
conde y a intervalos lanzaba un aullido. Nunca había visto
un animalejo tan raro, con galerita y por encima parlante ...
-¡Deja en paz al vizconde, Joli! gritó Perucho.
El joven griego les explicó que el perro se llamaba Peló-
pidas.
-¿Y esa Nemea, dónde está? preguntó Emilia. ¿Es muy
lejos?
-No; muy cerca. Sigan ese camino hasta la encrucijada.
Desde allí tuercen a la izquierda y siguen andando, andando,
hasta encontrar un río. Después siguen río arriba hasta un
puente. Nemea comienza al otro lado del puente.
-¿No hay letreros? preguntó Emilia al pastor, haciendo
que el vizconde moviera la cabeza desanimado. "¡Letreros!
¡Qué idea! El pobre muchacho no sabe qué es letra y va a
saber que es letrero ... "
Y estaban así cuando, de pronto, sonó un extraño rugido
a 10 lejos. Evidentemente era el rugido de un león de la luna,
cosa más terrible aún que el rugido de un león de la tierra. El
pastorcito se puso a temblar y no pensó más que una cosa:
reunir el rebaño y llevarlo al corral. Y allá se fué corriendo, se-
guido por el perro.

[ 18]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

El rugido venía de muy lejos. De Nemea. Ellos tenían que


ir allá, pues sólo allá podrían encontrar al gran héroe griego.
Si se quedaban allí estaban perdidos, pues, ¿quién iba a defen-
derlos del león? ¿El pastorcito? ¡Ja! ... ¡ja! ... En Nemea era
posible que encontraran a Hércules y en compañía de Hércu-
les no tenían nada que temer.
- j Vamos a Nemea! ordenó Perucho.
El vizconde se espantó. ¿A Nemea? ¿Al encuentro del león
que está rugiendo allí?
-Al encuentro de Hércules, respondió Perucho. Si tene-
mos la suerte de encontrar a Hércules, estamos salvados. Pero
aquí!. .. Si el león nos encuentra por aquí estamos irremedia-
blemente perdidos. Es lugar de gente medrosa. Miren como co-
rre el pastorcito ...
Efectivamente. El pastorcito iba ya a lo lejos con los car-
neros, como si 10 persiguieran mil leones.
y allá se fueron nuestros héroes, hacia Nemea. Siguieron
el camino hasta la encrucijada; tomaron después a la izquier-
da hasta encontrar el río y lo fueron subiendo hasta el puente.

EN NEMEA

En aquel momento el león volvió a rugir mucho más cer-


cano. Todos se asustaron.
-Nemea comienza aquí y el monstruo se aproxima.
Lo mejor es que nos subamos a uno de estos árboles, dijo Pe-
rucho. Y dió el ejemplo: trepó por el tronco de un árbol con
la agilidad de un mono, Emilia hizo 10 mismo. Se acomodó
en una rama bien alta. Restaba el vizconde. ¿Qué haría él?
Subirse al árbol le era imposible. Los sabios no tienen ninguna
agilidad. La única solución era alzarlo. Perucho miró en de-
rredor. Vió una liana e, inmediatamente, le arrancó las hojas
y le alcanzó una punta al vizconde.
-Agárrate bien, que yo te levantaré.
-¿Y la canasta? recordó el pobre sabio.

[ 19 ]
MONTEIRO LoBATO

-Déjala ahí, al pie del árbol, resolvió Emilia. Los leones


no comen canastas ...
y así se hizo. El vizconde escondió la canastita en un hueco
del árbol y se colgó de la punta de la lian.a. Perucho 10 fué
elevando. Ya estaba a más de la mitad del trayecto cuando
su galerita rozó en una rama seca y se le cayó. ¿Qué hacer?
Volver a buscar la galera o ...
Un nuevo rugido, ahora muy cerca, hizo que el vizconde
olvidara la galera para pensar tan sólo en salvar la piel. Un
sabio sin galera es una cosa triste, pero un sabio devorado por
un león es más triste todavía. El árbol era el más alto de los
alrededores y el tronco el más sólido. Aunque 10 intentara el
monstruo no los alcanzaría con sus saltos.
El tiempo les vino justo. Apenas se habían arreglado en
las mejores ramas cuando la fiera rugió allí cerca y finalmen-
te ¡apareció!
i Qué animal tremendo! Perucho nunca se imaginó que los
leones de la luna fueran tan grandes, tan melenudos y con
garras tan afiladas. Parecía como si acabara de comerse a al-
guien. Había manchas de sangre fresca sobre su piel.
El león se detuvo junto al tronco del árbol y olfateó. Sin-
tió que allá arriba había seres humanos y llegó a inclinar la
cabezota y a mirar con el rabo del ojo. Perucho, que llevara
una piedra en el bolsillo, la arrojó contra el ojo de la fiera.
Es claro que no hizo absolutamente nada, porque los leones
invulnerables tienen también los ojos invulnerables. El mons-
truo ni siquiera hizo un guiño. Sólo sacó la horrible lengua
rojiza y se la pasó por los hocicos, como diciendo: "Si hay
alguien encima de este árbol mi buche está garantizado. Me
siento aquí y espero que el almuerzo baje".
Perucho miraba ansiosamente hacia el horizonte en busca
de Hércules. Sólo el gran héroe los podía salvar de esa situa-
ción -a menos que Emilia ...
-Emilia, dijo Perucho levantando los ojos, ¿qué hare-
mos en el caso que Hércules no aparezca? ¿Cómo vamos a
arreglarnos con el hambre?

[ 20 ]
LAS DoCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-En eso precisamente estoy pensando, exclamó la tra·


viesa ex muñeca. Tenemos el polvo. Pero si recurrimos a él,
podrá llevarnos muy lejos de aquí y perderemos de ver la pri-
--

Era el león de Nemea . ..

[ 21 ]
MONTEIRO LOBATO

mera hazaña de Hércules. Lo mejor es esperar a ver qué pasa.


¿No te parece?
El vizconde, muy satisfecho de 'haberse librado de la ca-
nasta, declaró que se encontraba muy a gusto. No tenía nin-
gún reparo en quedarse viviendo allí toda la vida. Es que las
cosas son muy simples para los seres que no comen. Lo terri-
ble de la vida es el eterno problema de la comida. "Una come
y no adelanta nada" -solía decir la ex muñeca- porque por
más que coma tiene que volver a comer al día siguiente. Ah,
í qué añoranzas del tiempo en que yo no comía!. .. "
El león se acostó, pero con la cabeza erguida, atento. De
pronto gruñó roncamente y fijó los ojos en cierta dirección,
como si oliera algo.
-Ha olido a carne humana, dijo Perucho. ¿Será Hér-
cules?
Era. Poco después la silueta del héroe surgió de detrás
de unos arbustos. Tenía el arco distendido. Iba a tirar.
El león se levantó, como esperando. Hércules puso una
saeta en el arco, apuntó y ¡zas! la lanzó como Zeus en el Olim-
po lanzaba los rayos. La saeta silbó en el aire y fué a dar en
pleno pecho al león. Pero en vez de clavarse en la carne del
animal, se dobló su punta de hierro y cayó a sus pies. Hér-
cules lanzó la segunda flecha, la tercera, la cuarta y la quinta.
El resultado era el mismo. Se les doblaba la punta o se rom-
pían contra el pecho del león.
-¡Bien decía el pastorcito que este león era invulnerabie!'
exclamó Emilia. ¡Es inflechable! y ese tonto de Hércules no
se da cuenta. Es mejor que le avisemos, Perucho.
Perucho puso las manos como altoparlante para hacer roa·
yor el sonido y grit6 en dirección al héroe: "¡Así es inútil! El
hierro no penetra en el pecho de este león. Es invulnerable ...
Las flechas le dan, pero se les dobla la punta o se rompen.
Deje el arco y piense en otra cosa".
Hércules oyó atentamente esas palabras, y como no veía
al chico oculto entre las hojas creyó que era un aviso del ciel"'.
de donde muchas veces le había venido socorro. Si la diosa Hem

[ 22 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

10 perseguía, la gran Palas-Atenea y otras diosas menores 10


ayudaban.
La fiera se dirigía hacia él a pasos lentos y seguros, con
los ojos encendidos de cólera. Iba llena de rabia a atacar y
devorar a aquel audaz humano que tan estúpidamente la pro.,
vocaba a flechazos.
- j Pobre Hércules! exclamó Emilia. Ahora está liquidado.
¿ Cómo se va a defender de las garras de ese monstruo si sus
flechas ni le arañan la piel?
-Con las flechas no sé, dijo Perucho, pero tiene la clava.
Abuelita me dijo que la clava de Hércules es más contundente
que los martillos automáticos de las fábricas de hierro: no hay
nada que no aplaste. Este león, que es invulnerable, ¿será tam-
bién inaplastable?
Hércules había dejado el arco y tomado la clava, o sea la
maza, hecha del tronco de una encina que había arrancado de
cuajo. y no esperó que el león llegara a él, sino que avanzó a
su encuentro.
El instante era de 10 más emocionante. Recordaba a aque-
llos momentos en el circo en los que para la música. La música
allí era la conversación de nuestros pequeños aventureros tre-
pados al árbol. Todos habían callado. ¿Qué puede decir la pa-
labra humana en tales circunstancias?
El silencio que se hizo era el silencio de las grandes tragedias.
Los dos tremendos adversarios estaban el uno cerca del
otro. De pronto el león se lanzó como una bomba voladora.
Hércules, agilísimo, volteó en el aire la clava poderosa y dejó
caer un golpe como para derribar a una montaña. El tremendo
golpe alcanzó al león en el aire y ¡plaf! le dió en medio de
la cabeza. El león cayó atontado, pero la clava se rompió en
veinte pedazos. Un trocito vino a caer junto al árbol donde es-
taban nuestros amigos. Hércules se quedó con la boca abierta.
La fiera, apenas atontada, estaba otra vez de pie y más ame..
nazadora aún. El se hallaba desarmado, sin su potente clava ...
¿Qué hacer? Y Perucho vió que elevaha los ojos al cielo como
pidiendo inspiración.

[23 ]
MONTEIRO LoBATO

-¡Da una idea, Emilia! gritó Perucho. Si no le ayudamos


con una buena idea, adiós nuestro querido Hércules.
Emilia pensó rápidamente. "Si las flechas fallaron, si la
clava se despedazó al primer golpe, el medio ahora es que aga-
rre al león por el cogote y 10 ahogue". Y le gritó a Hércules:
-¡ Agárrese a él, señor Hércules! ¡Asegúrelo por el pescue-
zo y apriete hasta que se muera por falta de aire! El león es
invulnerable, pero es posible que no sea inasfixiable.
Nuevamente Hércules oyó aquello como si fuera una su-
gestión del cielo y alzó tontamente los ojos a 10 alto en un gesto
de agradecimiento. Sí, eso era 10 que le quedaba por hacer:
agarrar al monstruo y procurar asfixiarlo. Yeso hizo. Se lanzó-
sobre el león, que apenas salía del mareo del golpe, y le rodeó
con los brazos la garganta.
¡Ah, qué lucha fué aquélla! Jamás Perucho la iría a olvi-
dar. El brazo de Hércules era peor que el abrazq de mil osos.
Se había abrazado al pescuezo del león como una turquesa
de hierro. El león se agitaba, hacía esfuerzos tremendos para
librarse, pero ¿quién se ha librado jamás de un abrazo her-
cúleo? Perucho, Emilia y el vi~conde 10 animaban.
-¡ Bien, Hércules! gritaba el chico. ¡Firme, firme y vaya
apretl;lndo como la llave inglesa aprieta una tuerca! ...
-¡No afloje ni un minuto siquiera! berreaba Emilia. Ya
está sin aliento. i Es invulnerable, pero no inasfixiable! ...
Hasta el vizconde, científicamente, ayudó:
-Los pulmones de los cuadrúpedos paran de funcionar
cuando el oxígeno no entra. Consérvelo con los pulmones sin
aire por dos o tres minutos, que así las funciones metabólicas
resultan perturbadas y él estirará la pata ...
Hércules apretaba, apretaba. El monstruo tenía ya los ojos
fuera de las órbitas. La lengua le salía casi un palmo y era una
horrible lengua rojiza de león de la luna. El monstruo comen-
zaba a aflojar. Sus músculos languidecían.
-¡Un poquito más y está listo! gritó Perucho. ¡Animo, se-
ñor Hércules! '
El héroe parecía de acero. Sus potentes músculos parecían

[24 ']
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

=
¡Ah, qué lucha iué aquélla! . ..

que iban a estallar, de tensos que estaban. Su pecho no tenía


la fonna del pecho humano normal. Se había transformado en
una serie de tremendos nudos musculares, cada cual más gran-

[ 25 ]
MONTEIRO LoBATO

de que el otro. Y siguió apretando durante unos dos o tres mi-


nutos más. Finalmente el león dejó caer su cuerpo. Estaba
muerto. Hércules lo mantuvo aferrado unos instantes más
y luego lo soltó. La masa inerte del león de la luna rodó pOI1
el suelo.
-¡Muerto! ¡Muertísimo! berreó Emilia. ¡Hurra! ... ¡Hu-
rra! ... ¡Hurra! ... ¡Viva el héroe de los héroes! ...

EL ENCUENTRO

Sólo entonces Hércules se dió cuenta que las voces venían


del árbol y no del Olimpo. Fijándose mejor dió con los tres
aventureril10s montados en las ramas. Pero estaba tan cansa-
do que no dijo nada. Respiraba pesadamente. Su pecho subía
y bajaba. El sudor le salía de la piel en gruesas gotas. Era un
sudor verdaderamente hercúleo.
-Podemos bajar, dijo Perucho, y se deslizó por el tronco
hacia abajo. Los otros hicieron lo mismo. Ya menos cansado,
Hércules se aproximó:
-¿ Quién sois vosotros?
Perucho le explicó que venían de un siglo futuro para se-
guirlo en sus hazañas. Hércules no lo entendió. Además de
algo burro de nacimiento, como todos los grandes atletas, no
podía entender aquello de venir de un siglo futuro. Es posible
que no supiera lo que es siglo. Un atleta como él sólo sabe de
hidras, leones, minotauros y otros monstruos con los que tiene
que luchar. Y Hércules puso la cara atontada de los que no
entienden lo que oyen.
Emilia tomó la palabra.
-Somos de la quinta de doña Benita, señor Hércules. Este
es Perucho, el nieto número uno y primo de Naricita. Y esta
araña con galera (el marlo tenía la galerita en la cabeza)
es el famoso sabio de la Mazorca, el portador de mi canasta.
Huimos de la quinta, montados en el polvo del pirlimpimpín,
tan sólo para asistir a las doce hazañas de Hércules.

[26 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

El héroe siguió sin comprender nada. Miraba a uno, mi-


raba a otro y no entendía nada de nada. Emilia prosiguió:
-Queremos ayudarlo, señor Hércules, y lo hemos ayuda-
do ya a luchar contra el león. Quien dió la idea de ahogarld
fuí yo, que soy la "dadora de ideas" de la quinta. Se burlan
de mí, dicen que soy una surgente de tonterías, pero cuando
la urgencia pone mala cara, conmigo se las arreglan todos.
Hércules seguía con cara de tonto. Emilia prosiguió:
-Podemos hacer lo siguiente: El vizconde pasa a ser su
escudero, como aquel Sancho que acompañaba a Don Quijote.
De todas maneras ha de servir para algo. Yo doy las ideas.
Perucho puede ser un excelente oficial de gabinete, es decir,
ayudante de órdenes. Tú serás el músculo de la banda; Peru-
cho el órgano de ligazón; yo el cerebro y el vizconde la "escu-
dería científica". A Emilia le gustaba inventar palabras.
Después de Emilia habló Perucho, diciéndole la misma
cosa, aunque con otras palabras. Por último, habló el viz-
conde. Y dijo tanto que, finalmente, el gran héroe comprendió
algo. Comprendió y se echó a reír. Le hacía gracia aquella ex-
traña asociación y pidió aclaraciones. Se informó de quién era
Don Quijote.
Emilia le respondió:
-¡Ah, señor Hércules! Don Quijote es un famoso caba..
llero andante de los siglos futuros, un tremendísimo héroe de
España, pero con una diferencia en relación a los héroes de
esta Grecia: en vez de vencer en sus aventuras resulta siem..
pre apaleado, con las costillas rotas y molido a golpes.
y le contó algunas aventuras del famoso caballero, todas
las cuales terminaban en un mar de palos sobre el lomo del
hidalgo.
-Pero si es así, dijo Hércules, ¿por qué lo llaman héroe?
El héroe, aquí en Grecia, no recibe golpes; los da ...
-Es que Don Quijote es un héroe moderno. En nuestro
mundo moderno todo es diferente. El vizconde, por ejemplo, es
un héroe científico.
Hércules' se había sentado al pie del árbol, teniendo a Pe-

[ 27]
MONTEIRO LoBATO

rucho a su derecha y a Emilia ya arrellanada en su regazo,.


Cerca de él estaba el vizconde, sentado sobre la canasta. Emi-
lia hablaba, hablaba sin parar. Y dijo tantas cosas, que termi-
nó por hacerse tan amiga de Hércules como en la quinta lo era.
de Quindín.
El sol iba cayendo, pero en Grecia no se llamaba sol. smo
"carro de Apolo". Hércules levantó los ojos al cielo y murmuró:
-El carro de Apolo se está acercando al fin de su curso.
Vesper no tardará en mostrarse en el cielo. Tengo que partir a.
la ciudad de Micenas.
Perucho, que conocía muchas cosas de la vida del gran
héroe griego, deseaba hacerle algunas preguntas sobre ciertos.
detalles.
-Es temprano aún, Hércules. Antes de levantar campa-
mento quiero que me respondas a algunas preguntas.
-Habla, dijo el héroe.
Perucho quería saber por qué. motivo, siendo Hérr.ules tan
fuerte, se había sometido al rey Euristeo, el que le impuso aquel
trabajo del león. "¿Por qué no acaba con ese rey mediante un
buen golpe de clava en la cabeza, en vez de andar corriendo
peligros para satisfacer sus imposiciones?
-¡ Ah!, exclamó Hércules suspirando, la cosa es larga;
viene de lejos. Desde el tiempo de mi locura ...

. ,
-¿Así que ya ha estado loco? preguntó Emilia. ¡Qué gra-
CIOSO .•••

A Hércules le extrañó aquello de gracioso. ¿Cómo se po~


día encontrar graciosa la locura? Emilia se explicó contándole
el caso de la locura de Don Quijote, que a ella le parecía gra~
ciosísima.
Hércules les contó la historia de su matrimonio con Mega-
fa, de la que tuvo ocho hijos.
-Sí, ocho hijos e hijas, y un buen día los maté a todos
a flechazos ...
-¿Mató a sus hijos a flechazos? repitió Emilia, horrori-
zada.
-Así fué, pero no por culpa mía; fué cosa de la diosa

[ 28 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE liÉRCULES

.Hera, que me persigue tanto. Esa diosa me hizo caer en un


.acceso de locura, y yo maté a mis propios hijos e hijas ...
-¿Cómo fué? ¡Cuente!. ..
Hércules contó.
-Yo estaba entonces en Tebas, y salí de allí para reali~
zar una de mis aventuras. Dejé a mi esposa y a mis hijos en-
tregados a los cuidados de Anfitrión. Mi aventura consistía en
liquidar una serie de monstruos y gigantes malvados. Y estaba
yo en esos menesteres, al tiempo que un tal Licos se apoderó
de Tebas y mató a mucha gente, e iba a matar también a mi
mujer y mis hijos. Estaba ya con la espada levantada sobre la
cabeza de mi esposa, cuando yo llegué, después de haber ter-
minado mis andanzas. ¡Ah!, fué cosa de un segundo. Le di tal
golpe a Licos, que lo dejé chatito como esta hoja -y Hércules
levantó una hojita seca del suelo. En seguida quise ofrecer
a los dioses un sacrificio de gratitud; en ese momento Hera me
volvió loco. Loco furioso, ¿y saben qué hice? Maté no s510
a mis hijos, sino a la pobre y querida Megara, mi mujer ...
-¡ Qué horror!. .. i Qué diosa malvada es ésa! dijo Pe-
rucho.
-¡Si será malvada! confirmó Hércules. Nunca me per-
donó el que yo fuera hijo de Zeus y Alcmene, y me persi~e
sin cesar. Todo lo que en esta vida me cae encima proviene
de Hera. Y después de matar a mi familia yo mataría también
al buen Anfitrión, si mi protectora Palas ...
-Es la misma a la que los romanos llamaban Minerva,
explicó el vizconde.
- ... no me salvase de ese nuevo crimen.
-¿Cómo?
-Lanzándome desde el cielo una gran piedra contra el
pecho. La pedrada de Palas me curó de la locura. Volví en mi
y me horrorizó lo que había hecho. No hay mayor desgracia
para un buen padre y esposo que el haber matado a su que-
rida mujer y a sus queridos hijos. Estaba horrorizado ...
-Pero, puesto que estaba loco, dijo Perucho, no tenía la
culpa. Los mató sin querer ...

[ 29]
MONTEIRO LoBATO

-Es un crimen involuntario, explicó científicamente el


vizconde.
Hércules prosigUlO:
-Involuntario o no, cometí ese crimen horrible. El re-
mordimiento se apoderó de mí. Me condené al destierro y fui
a consultar al oráculo de Delfos para saber qué tierra había
de habitar. En ese tiempo no me llamaba Herac1es, como aho-
ra, sino Alcides. La Pitia del Oráculo fué quien me sugirió el
nombre de Herac1es y me dijo que fuera a habitar las tierras
del rey Euristeo. Este rey me impuso, como penitencia, la rea~
lización de Doce Trabajos terribles. La lucha contra el león de
Nemea ha sido el primero.
Perucho sintió un fuerte latido en su corazón. Quiso avisar
a Hércules de algo, pero se contuvo. Después, a pretexto de
ver si el león estaba frío, se alejó con Emilia y el vizconde,
a los que dijo:
-El pobre Hércules sabe menos de su propia vida que
yo, que soy de siglos después. Abuelita me lo contó todo. El
asunto es así: Hércules consultó a la Pitia, y la Pitia le dió un
mal consejo. Ese demonio está vendido a Hera. Hace todo 10
que le manda Hera, y por eso le aconsejó a que buscara al tal
Eúristeo, que es una verdadera peste. Los Doce Trabajos son
la manera que la diosa encontró para meterlo en terribles peli-
gros, de modo que no se pueda salvar. ¿Qué les parece: debo
avisarle o no?
Emilia razonó rápidamente y con la mayor lógica.
-No, no debes avisarle nada, pues si no él desobedece
a la Pitia y nosotros perdemos el viaje. Lo mejor es que sigá
ignorando el futuro, sobre todo porque va a salir victorioso.
¡Ese Oráculo de Delfos! No hay mayor sinvergüenza. L:;l Pitia
se deja sobornar y da respuestas de acuerdo con los que le pagan
mejor.
-Sí, es así, concordó Perucho. ¡La tonta de Hera está
convencida que el héroe no va a aguantar los Doce Trabajos!
Pero Hércules los va a realizar, y maravillosamente. Lo mejor
realmente es no decir nada. ¿Qué.le parece, vizconde?

[30 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

El vizconde pensaba 10 mismo. En vista de 10 cual volvie-


ron juntos al héroe con las caritas llenas de disimulo.
-Está muertísimo, dijo Emilia refiriéndose al león. Ya
frío. ¿ Qué va a hacer de él?

Pero ten~o un buen cortaplumas Rod.~er . ..

[31 ]
MONTEIRO LoBATO

El carro de Apolo estaba más bajo, más cerca de la coche~


ra donde se recogía todas las noches. Hércules se levantó.
-Le voy a sacar la piel. Ya que ese león es invulnerable,
su piel debe ser un escudo muy bueno.
Dijo y se dirigió al león muerto. Tenía que despellejado.
y para eso era indispensable un cuchillo. Hércules no 10 tenía.
Miró en derredor, como buscando cualquier instrumento cor-
tante, un trozo de cristal, un pedazo de piedra afilada. No vió
nada. Perucho comprendió .
-Ya sé 10 que busca, amigo Hércules. Cuchillo, ¿verdad?
Yo tampoco tengo cuchillo. Abuelita no me deja ,andar con cu-
chillo, pero tengo un buen cortaplumas Rodger -y sacó del
bolsillo una navaja con mango de hueso quemado y lámina
afiladísima. A Hércules le causó gracia el instrumento, pues en
la Grecia Heroica no había navajas. Lo examinó atentamente.
Lo abrió y Cf.TrÓ repetidas veces, y en una de ellas se cortó el
dedo. Ernilia corrió a la canastita en busca de tira emplást<;a.
Sacó la venda engomada y cortó un trozo.
-Para pequeños cortes nada es mejor que esto. Se llama
tira emplástica. ¿La conoce?
Hércules no la conocía. Dejó que la ex muñeca le colocara
en el dedo el trozo de tira emplástica y se llenó de asombro
al ver que estancaba la sangre. ¡Magnífico! Su asociación con
los tres chicos estaba dando buenos resultados. En seguida
puso al león de barriga para arriba.
-Vosotros 10 sostenéis de las patas en esta posición,
mientras yo le corto el cuero en el vientre.
Perucho sostuvo fuertemente las patas delanteras del león,
mientras Emilia y el vizconde hacían 10 mismo con las de atrás.
Hércules cortó de un extremo al otro la piel del león.
El vizcQnde hizo una demostración de ciencia.
- j Lindo corte longitudinal! palabra que dejó al héroe
patitieso. Nunca ha habido en el mundo un atleta que sepa 10
que significa "longitudinal".
-Hércules no entiende ,nada, dijo Emilia. Explíquele, viz-
conde, qué es.

[32 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Un golpe longitudinal, explicó el vizconde con la mayor


seriedad, es un golpe a lo largo o en el sentido que va a lo largo.
Perucho le contó a Hércules que el vizconde era un gran
gramático, lo que dejó impasible al héroe. No entendía. El po-
bre no sabía qué era la gramática ...
Cortada la piel mediante aquella incisión longitudinal,
Hércules agarró con la mano derecha al león por la melena,
aseguró finnemente el cuerpo con la izquierda y de un solo
tirón le arrancó la piel entera.
- ¡ Qué fuerza tiene nuestro amigo!. .. exclamó Perucho,
entusiasmado. Allá en la quinta, para sacar la piel a un novillo,
un peón emplea mucho tiempo. Tiene que ir separándola de
la carne con un cuchillo. Hércules da un tirón, i y listo! ...
Pero no basta arrancar la piel. Es necesario extenderla, en-
marcarla y ponerla a secar al sol. ¿Qué iba a hacer Hércules
a aquella hora, con la noche que se le echaba encima?
-¿Y ahora? preguntó Perucho. ¿Dónde está el sol que ha
de secar ese cuero?
Hércules estaba indeciso. Sí, el carro de Apolo estaba para
entrar a la cochera. Sólo si se quedaran a donnir allí para se-
carla al día siguiente ...
Se miraron. No sabían qué hacer.
En los relatos de las grandes hazañas estos detalles prác..
ticos de la vida no figuran, y, sin embargo, sin resolverlos con-
venientemente las grandes cosas se hacen imposibles. Una piel
de león tiene que ser secada al sol. Después ha de ser curtida,
pues en caso contrario, resulta más dura que una madera y
no sirve para nada. El vizconde dió un buen consejo:
-El cuero crudo, sin curtir, no vale nada. Si hubiera un
curtidor por aquí cerca ...
Hércules no entendía más que de proezas tremendas. Para
las cositas prosaicas de la vida era de la mayor nulidad. Oyó'
lo que decían del curtidor y se quedó con la boca abierta, como
el que no tiene una sola idea en la cabeza. Emilia tomó la pa-
labra:
-Ya sé qué hacer, dijo la ex muñeca. En el Olival, en el

[33 ]
MONTEIRO LoBATO

que aterrizamos, está aquel pastor de cameros. Todo pastor-


entiende de curtir cueros, pues vive preocupado con los cueros.
de los cameros que se mueren o que matan. Mi idea es que
vayamos allá. Y hasta podremos dormir en su casita ...
A Hércules le pareció muy buena la idea.

LA PIEL DEL LEüN

-Pues vamos a ver a ese pastor, dijo Hércules -y doblan-


do la piel fresca y poniéndosela al hombro, hizo el gesto de-
partir.
Surgió un problema. Perucho podía, aunque con esfuerzos l
seguir los pasos gigantescos del héroe. Pero, Emilia y el vizcon-,
de ¿cómo iban a hacer? ¿De qué manera tan minúsculas cria-
turas podrían seguirlo? La solución vino de Hércules.
-Es muy simple: los llevaré montados en mis hombros.
a mi "dadora de ideas" y a mi escudero ...
Dijo y tomando a Emilia la sentó sobre su hombro dere-
cho; hizo 10 mismo con el vizconde, colocándolo sobre su hom-
bro izquierdo, encima de la piel del león. Sólo qued,ó abajo-
Perucho, el que habría de acompañarlo corriendo.
Estaba todo listo, y Hércules iba a ponerse en marcha"
cuando Emilia berreó:
- j Pare, Hércules! El vizconde se olvidó mi canastita ...
Perucho corrió a buscarla, se la entregó a Hércules y éste
se la pasó al vizconde.
-¿Qué hay dentro de esta cajita? preguntó el héroe al
iniciar la marcha.
-Por ahora, señor Hércules, muy poca cosa, pero va a
terminar por llenarse. Ahí adentro guardo 10 que traje de la
quinta y tres uñas del león de Nemea, como recuerdo de nuestro-
primer trabajo.
Efectivamente, la ex. muñeca no se había olvidado de
guardar allá adentro tres uñas formidables del famoso león de..
la luna..

[34 ]
Durante la marcha 'de Hércules le fué contando aventuras
y aventuras . ..

[35 ]
MONl'EIRO LoBATO

Durante la marcha rumbo al o lival, Hércules les fué con-


tando aventura tras aventura, mientras Emilia iba deshilva·
nando todo el rosario de cosas prodigiosas que habían pasado
en la quinta de doña Benita.
-¿Qué quinta es esa? quiso saber el héroe.
- j Ah, ni me lo pregunte! respondió Emilia. Es la Grecia
Heroica de nuestro mundo moderno. Tenemos el pomar, tene-
mos un arroyo, tenemos la tranquera del patio, tenemos el
hormiguero de al lado de la tranquera, tenemos la vaca
mocha ...
Hércules entendía muy poco de todo aquello, pero le gus-
taba oír. Era como si oyera una música nueva -la música de
los tiempos futuros. Emilia no paraba.
- y tenemos a doña Benita, la mejor abuela que existe,
con lentes y la pollera larga. Y tenemos a tía Anastasia, que
es la cocinera. Para tortas no la hay mejor. Y tenemos a Na-
ricita, la nieta de doña Benita, muy amiga mía.
-¿Por qué no vinieron todos? preguntó Hércules.
-¡Ah, estas cosas son demasiado fuertes para los dos vie-
jas! Muy miedosas, las pobres. Naricita podía haber venido,
porque es como nosotros, no tiene miedo a nada. Se quedó
por causa del reumatismo y de las puntadas de la abuelita.
La otra vez vinieron todos, pero Naricita, doña Benita y tía
Anastasia se quedaron en Atenas, en casa de Pericles, en el
siglo V antes de Jesús.
Hércules no comprendía nada.
-¿Qué historia es esa del siglo V antes de Jesús? preguntó.
Perucho tuvo que explicarle cómo se contaba el tiempo,
antes y después de Cristo.
-Por ejemplo, aquí --decía el chico- vosotros estáis en
el siglo VII antes de Jesús. Eso significa que Cristo va a
nacer dentro de siete siglos. Y nosotros vivimos en el siglo XX
después del nacimiento de Cristo.
¡Ah, qué trabajo tuvo Perucho para explicar toda esa his-
toria de los siglos antes y después de cristo! ¡y para explicar
quién había sido Cristo! ...

[36 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, dijo, porque todos estos dioses de Grecia, inclusive


Zeus, que es el supremo, van a desaparecer.
¿Por qué lo diría? Hércules se paró, asombrado. "¿Desapa-
recer"? ¿Cómo iban a desaparecer, si eran los dioses supremos
y eternos?
Hasta el vizconde participó de la discusión, y Hércules
hizo como que entendía, aunque no entendiendo nada. Y to-
davía hablaban de siglos y dioses cuando vieron, a lo lejos, el
Olival.
-¡Estamos llegandoJ gritó Emilia. Allí está el bosque
de las "aceituneras". Emilia llamaba aceituneras a los olivos.
El caer de la tarde apenas permitía ver el bulto sombrío del
'Olival y la casita del dueño. Había luz dentro de ella.
-¿Qué luz usan por Aquí? preguntó Emilia, y al saber
que era la luz de las lámparas de aceite, se echó a reír de lástima
y le contó la historia de la luz de gas y de la electricidad.
lIércules no lograba comprender otra luz que la del aceite y
la de las antorchas. Emilia le explicaba como le era posible.
Le habló de los fósforos, unos palitos que se encienden apenas
se los frota en la caja, y habló de los botones de la luz eléctrica,
que uno los "aprieta y todas las lámparas se encienden". El
pobre héroe estaba atontado.
Habían llegado. La casita estaba cerrada. La luz se fil-
traba por una rendija. Hércules bajó a los dos que tenía sobre
el hombro, dejó caer la piel. Perucho se adelantó y, ¡toc, toc,
toc!, llamó.
-¿Quién es? preguntó una voz desde dentro.
-Somos viajeros que queremos hospitalidad, respondió
Perucho.
Inmediatamente se abrió la puerta, y la cara del pastor-
cito apareció.
-Buenas noches, amigo, le dijo Perucho. ¿Me reconoce?
-Sí, tú estabas en la pradera de los cameros cuando el
león rugió ...
--Exactamente. Y fuimos a Nemea a buscar a Heracles y
"matamos" al león de la luna. Aquí está la piel ...

[37 ]
MONTEIRO LoBATO

Sólo entonces el chico vió al inmenso héroe y se echó a


temblar. No lograba decir una palabra.
-No tengas miedo, dijo Perucho. El amigo Herac1es es
buena persona. Yo soy su oficial de gabinete. El le sacó la
piel al león y está buscando quien la pueda cut:tir. Tú debes
saber cómo se curten los cueros, ¿verdad?
El pobre pastorcito murmuró que sí. Sus ojos no se des-
viaban del enorme volumen del héroe.
-Pues entonces todo está bien. Hércules va a dejar aquí
el cuero del león de Nemea para que tú 10 curtas. El quiere
que quede muy bien, ¿comprendes?
-También queremos que nos des hospitalidad por esta
noche, agregó Emilia. ¿Quién es el dueño de la casa? ¿Tú?
El pastorcito dijo que no. Los dueños de la casa estaban
fuera; habían ido a consultar al Oráculo de Delfos. El se había
quedado para cuidar de todo, pero con orden de no dejar entrar
a nadie. Perucho dijo que ese "nadie" no podía referirse a
ellos, porque ellos eran ellos, y Herac1es era Herac1es, el mayor
benefactor de Grecia, el que acababa de librar el lugar del más
terrible de los leones.
El pastorcito, temblando como jalea fuera del frasco, abrió
la puerta. Hércules entró, y tras él entraron los demás.
La casita era modesta, de modestos agricultores griegos,
fabricantes de aceite de oliva. La aceituna era lo principal
de la agricultura griega. No sólo la usaban para la comida, sino
en el preparado del aceite de iluminación. En la sala había una
prensa rústica de· extraer aceite.
Emilia, atrevidísima como siempre, se fué haciendo dueña
de la casa. Pasó por los cuartos, abrió todo, fué hasta la co-
cina. Allí encontró el fuego encendido y un cuarto de camero
en el asador. El pastorcito estaba preparando su cena.
-¡Viva! ¡Viva! gritó la ex muñeca al sentir el olor a carne
asada. Está ya a punto. Pero esto es 10 necesario para el pas-
tor, Perucho y yo. ¿Cómo se va a arreglar Hércules?
Hércules era un gigante de estómago gigantesco. Se co-
mía un buey entero con la misma facilidad con que Perucho

[38 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

se comía medio pollo asado. El problema fué rápidamente de-


batido. Hércules declaró que tenía hambre, y como no había
por allí ningún buey, se iba a contentar con tres cam~ros. Y
ose fué al corral a escoger las víctimas.

LA CENA DEL HEROE

El pastorcito estaba en la mayor aflicción. i Tres cameros!


.¿ Qué iba a decirle a sus patrones cuando regresaran? Peru-
-cho habló:
-Un héroe como Hércules nunca piensa en el dinero y
jamás lleva un peso en el bolsillo. Y ni siquiera tiene bolsillo,
ya que anda desnudo, con un taparrabos. Y el dinero que
tengo yo no vale para nada en esta Grecia Heroica. Pero po-
demos hacer un negocio: yo soy el dueño de esta navaja que
el mismo Hércules dice que es la maravilla de las maravillas
._y mostró la navaja al pastorcito, después de abrir la hoja
grande. "Mira qué corte. Es Rodger, la mejor marca inglesa.
Vale seis cameros, pero como yo no soy gitano, la cambio
por tres ... "
El joven griego, sonriente, examinó lleno de curiosidad la
maravilla. Probó la hoja en un palito. i Qué filo!
-Pues acepto el negocio, dijo. Y daré en cambio seis
cameros.
-¿Para qué quiero seis cameros? respondió Perucho.
Mañana por la mañana me voy lejos. Sólo me interesan los
tres que el señor Hércules va a devorar.
Estaban en eso cuando llegó Hércules con tres cameros
a la espalda, ya con el pescuezo retorcido. El mataba los car-
neros como tía Anastasia mataba pollos. Zas, tras, ¡y ya estabá!
¿Cómo iba a asarlos? Claro que afuera, pues en el fogón
de la casita resultaba imposible.
Hércules arrancó varios árboles secos, con raíz y todo, y
los amontonó. El vizconde llevó unas brasas de la casita y

[39 ]
MONTEIRO LoBATO

encendió la hoguera. Cuando todo se había reducido a brasas,


Hércules preparó tres asadores y clavó en ellos los tres car-
neros, después de despellejarlos y limpiarlos. Un fuerte olor a
carne asada invadió la casita. El joven griego no hacía más
que mirar. ¿Quién se iba a suponer semejante cosa? ¡El allí,
ante Heracles, el héroe más famoso de Grecia, el matador del
león de Nemea y héroe de tantas hazañas que corrían de boca
en boca! ...
Mientras se asaba la carne, todos permanecieron alrededor
del fuego, contando cuentos y cambiando impresiones. A Pe-
rucho le interesaba conocer la vida de allí.
-:--¿Qué hacéis, vosotros los griegos? ¿Cómo os vestís? ¿Qué
coméis, además de camero asado?
El pastorcito respondía a todo. Le dió una idea general de
la vida simple que llevaban los griegos de aquel tiempo, y pre-
guntó cuál llevaban ellos en esos tiempos modernos.
-¡Ah, ni lo preguntes, grieguito! respondió Emilia.
Nosotros vivimos una vida que vosotros no podríais entender.
Todo diferentísimo, tan diferente que ni vale la pena hablar
de ello. Cuando estuvimos en Atenas, en la Atenas del tiempo
~

de Pericles, fué un gran trabajo hacerles comprender a aquellos


escultores y filósofos un poquito de nuestra vida moderna.
Finalmente, dejamos de intentarlo. En comparación con nues-
tra época moderna, vosotros sois muy atrasados ...
Los cameros estaban a punto. Hércules arrancó uno del
asador y se puso a comerlo como Perucho comía mangas en
la quinta: le daba un mordisco y se llenaba todo de grasa. Se
comió los tres cameros como si fueran tres palomas. Después
se limpió la boca con el revés de la mano y dijo que tenía sueño.
Se fué a dormir.
Cama para un hombre así no había. Lo que hicieron fué
ponerle unos pellones en el piso de la sala. Seis pieles de cor-
dero, una al lado de la otra, y todavía estaba con los pies fuera
de ella ...
Inmediatamente se quedó dormido. Lo mismo que un nifio
que se acuesta y cierra los ojos. al punto.

[40 ]
LAS DoCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Los demás se quedaron allí, charlando. Perucho contó la


lucha de Hércules con el león.

Un fuerte olor a carne asada llenó la casita. El joven griego


miraba, miraba . ..

[41 ]
MONTEIRO LoBATO

-¡Ah, era bonito! Nosotros, desde la cima del árbol, no


perdíamos ni un detalle. Primero le lanzó una serie de saetas,
-pero fué 10 mismo que nada. Era un león de esos invulnera..
bIes. Las saetas le golpeaban en el pecho y se rompían o se les
doblaba la punta. Después 10 atacó con la clava, con esa tre-
menda clava hecha de un tronco entero de árbol, y la clava
-se rompió en veinte pedazos, como si fuera de vidrio. Entonces
Emilia gritó: "¡Agárrelo por el pescuezo y ahóguelo!" Y así
fué. Hércules tomó al león por el pescuezo y lo estranguló ...
El pastorcito estaba asombrado.
- j Felizmente! exclamó por fin. Ese león estaba haciendo
los mayores estragos en los pueblos de Nemea. Sólo se alimen-
taba de carne humana y nada le bastaba. La semana pasada
devoró a cinco hombres, cuatro mujeres y tres chicos ...
Había una cosa que preocupaba a Perucho : y era que,
siendo invulnerable, su navaja había cortado tan limpiamente
la piel del león. ¿ Cómo podía ser? ¡Misterio! Emilia le dió
una explicación absurda: "Es que era una navaja Rodger ... "
y el vizconde aportó una idea más científica: "Era invulnera-
ble mientras vivía; perdió la invulnerabilidad al morir ... ".
-Pero, siendo así, recordó Perucho, de nada le va a ser-
vir a Hércules un escudo hecho de esa piel, ya que la piel muerta
es vulnerable ...
Esa cuestión permaneció en la oscuridad.
La noche de los chicos en la casita del Olival fué de las
mejores. Estaban cansadísimos, de manera que cayeron en un
sueño de piedra. Tan solo el joven pastor no logró cerrar los
ojos. ¡Heracles en aquella sala, durmiendo sobre las pieles de
cordero!. .. ¡Heracles, que roncaba como un toro! ¡Heracles,
con tres cameros asados en el buche!. .. Eran demasiado cosas
juntas para un solo pastor ...
Al día siguiente, muy temprano, el héroe -se levantó y salió
a bañarse en el río que pasaba allí cerca. Cuando volvió los
chicos ya se J::1.abían levantado y pensaban en el aromático café
con leche que tía Anastasia preparaba en la quinta.
-¡ Ah, si estuviera aquí tía Anastasia! . . . suspiró Perucho.

[42 ]
Perucho iba detrás corriendo corno un perrito en el campo.

[43 ]
MONTEIRO LoBATO

Lo que me hace más falta en estas excursiones es aquel café


con leche de las mañanas, con sus famosos boIlitos.
El desayuno, en el Olival, era leche de cabra, sin pan ni
nada. Emilia hizo una mueca, pero la tomó. Después se fué
al Olival a recoger aceitunas.
-¡ Leche con aceitunas! exclamó. Este es un desayuno
que jamás me pasó por la imaginación.
Al volver del baño Hércules les dijo que tenía que ir a
la ciudad de Micenas, donde vivía el rey Euristeo, para comu-
nicarle la hazaña realizada.
-¿ Quieren ir conmigo o se quedan por aquí? preguntó a
Perucho.
-¿Quedarnos aquí haciendo qué? respondió el chico.
lIemos venido para asistir a todas las hazañas con todos sus
complementos, señor Hércules, y no para quedarnos comiendo
aceitunas en un olival ...
-Pues entonces prepárense que vamos a partir, dijo el
héroe.
El día anterior el vizconde había viajado sobre la piel del
león doblada encima del hombro izquierdo de Hércules, como-
dísimo sobre el suave pelambre de la fiera muerta. ¿Y ahora?
¿Cómo se iba a mantener sobre aquel hombro desnudo y, ade-
más, cuidar de la canastita?
Emilia sugirió que lo mejor era que Hércules llevara la
canasta a la bandolera, como se lleva un largavista en el. estucHe.
y pidiéndole al pastor un tiento de la extensión requerida, ató
sus dos puntas a las asas de la canasta y se la entregó al héroe
recomendándole:
-Llévela a la bandolera, como si fuera un largavista, señor
Hércules -y el héroe griego obedeció: ¡se puso la canasta como
Emilia q1.Jería que lo hiciera!
Hércules prometió que volvería más adelante a buscar el
cuero del león cuando estuviera curtido, o que mandaría por
él a su escudero de la Mazorca. Al oirlo, el vizconde sintió que
se le dilataban los ojos. El tener que volver allí y llevar a Mi-
cenas la piel del león de la luna le pareció una aventura mayor

[44 )
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

que todas las hazañas de Hércules sumadas. Y miró a Emilia


como pidiéndole socorro.
Partieron. El pastorcito se quedó de pie, en el marco de la
puerta, siguiéndolos con la mirada. Todavía no había vuelto
de su admiración. La aventura de aquella noche era de moldes
a aplastar a cualquier pastor. Después recordó la navaja y se
echó a reír. Fué a buscarla. Intentó abrirla. No sabía hacerlo.
Dale que dale y terminó por cortarse el dedo. Se lo ató con
un trozo de trapo y volvió a la puerta.
A lo lejos marchaba el gran Heracles con dos figuritas
sobre los hombros. Perucho corría detrás del héroe como un
perrito campero corre detrás de un buey ...

[45 ]
II

LA HIDRA DE LERNA
- \

Ahí estaba el contraste entre la masa y la inteligencia.


LOS CENTAUROS

Lo que quería Emilia era charlar y especialmente conven-


cer al héroe de que fuera a pasar una temporada al Benteveo
Amarillo.
-Nada hay de extraordinario en ello, decía. Hasta Don
Quijote estuvo allí y bien que durmió una siesta en la hamaca
de doña Benita. No vas a sentir la diferencia de clima, porque
aquello es una Grecia de la misma manera que esta Grecia es
la chacra de doña Benita de la antigüedad.
-Pero, entonces, ¿no hay allí los mismos seres que aquí?
indagaba Hércules sin moderar la marcha.
-Hay y no hay, respondió Emilia. Hay porque, a veces,
estos mismos aparecen por allí, como pasó con la Quimera.
y no hay porque ...
-¿La Quimera? Así que estuvo allá la Quimera? .. ¿Aquel
terrible monstruo contra el que luchó Belerofonte? ..
-Eso es, confirmó EmiJia. Fué vencida por Belerofonte,
el cual, sin embargo, no la mató bien matada. La Quimera se
curó y se transformó en un verdadero monstruo doméstico.
Pero ya no le sale fuego de la boca, sino un humito de volcán
apagado.
-¿ y cómo fué a parar allí la Quimera? preguntó Hércules,
aún admirado de semejante prodigio.
-Ah, eso pasó cuando todos los personajes del mundo de
las Fábulas resolvieron mudarse a la hacienda vecina que doña
Benita compró especialmente para hospedarlos. Y Emilia fué
contando las aventuras principales que se relatan en el "El Ben-
teveo Amarillo".

[49 ]
MONTEIRO LoBATO

A Hércules le gustó mucho el pasaje en que Sancho apareció


en el palacio del Príncipe Codadad en procura de remedios para
las machucaduras de Don Quijote, el cual había tenido un
encuentro con la Hidra de Lema, que también apareció por
allá. Indagó quién era ese héroe moderno, y se rió despre-
ciativo. No hay desprecio mayor que el de los héroes antiguos
para con los héroes modernos ...
-Atacar a la Hidra de Lema, ¡ja... ja ... ja ... Es que él
no sabe que ese monstruo de nueve cabezas tiene una inmor-
tal. Ningún hombre podrá destruírlo, y me temo mucho que
Euristeo me imponga como segundo trabajo una lucha con la
Hidra de Lerna ...
Después, recordando a Don Quijote, volvió a dejar oír su
carcajada.
-¿Así que ese héroe de España atacó a la Hidra? .. ¿Con
qué arma?
-Con aquel asador largo que usa él cuando monta a Ro~
cinante. Rocinante es su caballo, flaco a más no poder.
El vizconde, desde el otro hombro, cuchicheó al oído de
Hércules que el tal "asador largo" era la lanza de los caballeros
andantes medioevales.
-¡Ah, una lanza!... repitió el héroe. ¡Es risible! Pero
si ese héroe salió de la lucha nada más que contuso es porque
la Hidra no le hizo el honor de atacarlo con una sola de sus
nueve cabezas. Se limitó a propinarle dos o tres latigazos con
la punta de la cola. ¡la ... ja ... ja! ...
La risa de Hércules llenó de curiosidad a Perucho. "¿De
qué estarán conversando?" Ya no podía seguir corriendo al
trote. Se sentía aflojar. Se llenó de valor y gritó:
-¡ Señor Hércules! Pare un poco. Necesito descansar unos
minutos ...
El héroe se paró, volvió el rostro y vió su oficial de gabi-
nete allá atrás. Se echó a reír y como tenía buen corazón aten-
dió el pedido del chico que se ahogaba. Quedó esperándolo.
-Mi oficial está flojo, murmuró. Es muy pequeño para
acompañarme. Pero, con paradas así, ¿cuándo llegaremos a

[50 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Micenas? Vamos a ver, señora dadora de ideas. Dé una que


nos resuelva este problema.
Emilia tenía más ideas en la cabecita que un perro flaco
tiene pulgas bajo el pelo. En un instante resolvió el caso.
-Sólo veo una fórmula, amigo Hércules: es encontrar un
caballo para Perucho pues he visto que a pie él no resiste. Si
está con la lengua afuera al comienzo de nuestras aventuras,
imagínese cómo estará al final ...
Después tuvo una idea mejor aún.
-No un caballo, Hércules. .. ¡Un centauro! ... ¿Habrá
cosa más linda que Perucho acompañándonos sobre un centauro?
Hércules sonrió.
-Los centauros son monstruos indomables, chiquita. Ya
he luchado con ellos y 10 sé ...
-Un potrillo de centauro, sugirió Emilia.
La idea chocó a Hércules. Sí, un potrillo de centauro tal
vez fuera domesticable. .. El nunca había pensado en eso, ni
otro cualquiera en Grecia tampoco.
-Podemos intentar, dijo Hércules. Cerca de aquí está
la querencia de una manada de centauros. Si entre ellos hu-
biere un potrillo como de un año podremos enlazarlo y probar
su doma.
Estaban en eso cuando Perucho los alcanzó.
-¡ Uf! dijo sentándose sobre una piedra. j Estoy por echar
el hígado por la bocal ...
-Pues el remedio está encontrado, Perucho, replicó Emi-
lia desde encima del hombro del héroe. Hércules va a conse-
guir un centauro para ti ...
Perucho abrió los ojos.
-¿Un centauro? ¿Y cómo vaya aguantar de ir sentado
sobre uno de esos monstruos?
-Un centauro pequeño, Perucho. Un potrillo de centauro,
de un año de edad más o menos ...
La cara del chico se iluminó. Si se trataba de un potrilla
podría ser viable. ¡Y qué placer el suyo, cuando volviera al
siglo XX y pudiese contar a todos que su montura en Grecia

[ 51 1
MONTEIRO LoBATO

había sido un potrilla de centauro! ¡La envidia que iba a darle


a Yoyoca! ...
-¿Y dónde 10 encontraremos?
-Por aquí mismo, respondió Hércules. Y9 estaba dicién-
dole a Emilia que está por aquí cerca la querencia de una
pequeña manada de centauros. Es muy probable que entre
ellos haya algún chico.
Dijo y se sentó en otra piedra al lado de Perucho, bajando
a Emilia y al vizconde. La ex muñeca no cabía en sí de impor-
tancia. Su última idea había aumentado mucho la considera-
ción en que la tenía el héroe. Sí, "dadora de ideas", y de las
buenas. Restaba descubrir hacia qué rumbo estaba la que-
rencia de los centauros. El vizconde aprovechó la ocasión para
demostrar su ciencia filológica.
-¡Querencia!, repitió. Me gusta mucho esa palabra. Es
como allá donde vivo llaman los campesinos al lugar donde
nacen los animales y pasan los primeros años. Ellos aman esos
lugares y si un pastor los lleva lejos y los suelta, vuelven co-
rriendo allí. Es una palabra que viene del verbo querer.
Pero a Hércules no le interesaba la gramática. Lo que
quería descubrir era el lugar de reunión de los centauros y
para eso se levantó y se puso a observar el horizonte. Su nariz'
aspiraba. Después, señalando hacia cierta dirección, dijo:
-Debe ser hacia ese lado ...
-¿ Cómo 10 sabe? preguntó Emilia.
-Saberlo propiamente no 10 sé, pero lo siento; tengo un
pálpito que es en esa dirección -y señaló.
-Pues entonces vayamos hacia allá, propuso Perucho,
ansioso ya por verse montado en un potrilla de centauro.
Se fueron. A un kilómetro de distancia Hércules se paró
y aspiró el aire como hacen los perros de caza. Tenía un exce-
lente olfato.
-Bien, dijo. Estamos cerca. Voy a dejarlos aquí, ocultos
en ese matorral para que no me estorben al enlazar el potrilla.
Pero ... ¿y el lazo? ¿Quién tiene un lazo?
Por allí nadie tenía un lazo, ni siquiera de lianas, y Hércu-

[ 52 ]
LAS DocE HAzAÑAS DE HÉRCULES

.",;, ", '. ~I~~f. ~t*.


Hércules tomó las boleadoras y las lanzó contra los palos . ..

les estaba sin saber cómo actuar. Era su costumbre atacar a


los centauros con flechas o con la clava, pero ahora tenía que
agarrar uno vivo ¿y cómo hacerlo sin lazo? Hércules miró a

[53 ]
MONTEIRO LoBATO

Emilia con el aire de quien dice: "Vamos, deme una idea". Pero
esta vez el que dió la idea fué Perucho.
Nada más fácil, dijo él. En la pampa, los gauchos agarran
a los animales de dos maneras: con lazo o con boleadoras.
-¿Qué es eso de boleadoras? preguntó el héroe que jamás
oyera semejante palabra.
-Ah, es un hallazgo de los mejores. Ellos se procuran tres
bolas bien duras, así del tamaño de naranjas chicas y las atan
a una correa de cierto largo. Después unen las tres correas por
una de sus puntas mediante un nudo.
-Pero, ¿cómo pueden agarrar caballos con eso?
-Muy simplemente. Corren detrás de los caballos y
cuando están a cierta distancia revolean en el aire las tres
. bolas y las tiran. Las bolas van girando en el aire y al chocar
contra las patas traseras de los animales se enroscan, ellos
pierden el equilibrio y se caen.
Hércules se mostró admirado de la habilidad. Era razona-
ble. Pero, ¿cómo conseguir las tres bolas?
Perucho resolvió el problema.
-Tres piedras más o menos redondas sirven bien, y aquí
hay muchas. Voy a escogerlas.
En un momento eligió tres piedras redondeadas, así del
tamaño de naranjas regulares. Volvió corriendo.
-Estas sirven. Y en cuanto a la correa, tenemos la de la
canasta de Emilia.
Hércules se encargó de hacer las boleadoras y en quince
minutos Perucho lo tenía todo listo. Era una boleadora bastante
tosca, pero servía. Después hizo una demostración de cómo se
manejaban. Revoleó las boleadoras en el aire y las arrojó con-
tra dos varas clavadas a distancia. La boleadora golpeó en
ellas y se enroscó firmemente allí.
-¿Está viendo? exclamó el chico radiante. Si en vez de
varas fueran las piernas del centaurito a la carrera, él perdería
el equilibrio y caería al suelo. ¿Entendió?
A pesar de su cabeza dura, Hércules lo entendió perfecta-
mente y llegó a decir que si la boleadora funcionase bien en

[54 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

el caso del centaurito, él adoptaría el sistema. Además del arco


y la clava, iba a llevar un buen par de boleadoras siempre
que saliera de aventuras.
-Haga una prueba, señor Hércules, propusó Emilia.
Aprenda a calcular bien la fuerza.
Hércules tomó las boleadoras, las hizo girar en el aire como
había visto hacerlo al chico, y las arrojó contra las dos varas
clavadas a distancia. Fué un desastre. Las dos varas fueron
arrancadas de la tierra y desaparecieron llevadas por la vio-
lencia del choque.
-Su fuerza es demasiado grande, señor Hércules, dijo
Emilia. Tiene que lanzarlas con sólo una fuercita ...
El héroe hizo otra prueba y finalmente dió con el "punto"
exacto de la fuerza necesaria.
-¡Optimo! dijo. Ahora me voy. Quédense aquí, quiete-
citos, que no tardaré.
y Hércules se fué rumbo a la querencia de los centauros
con las boleadoras al hombro.
El vizconde filosofó que el lazo de enlazar anim3:1es, las
boleadoras para enredarlos, las armadillas para agarrarlos
vivos, son todos productos de la inteligencia en su lucha contra
la fuerza bruta. La fuerza no tiene habilidad. Es burrísima y
por eso termina siempre vencida por la habilidad de la inte-
ligencia.
¿ Cómo pasarían el tiempo mientras aguardaban el retomo
de Hércules? Emilia propuso un sueñito a la sombra de los
árboles y a todos les gustó la idea. Se acostaron sobre el suave
césped y durmieron más de dos horas. De súbito los desperté!
un ruido extraño. Salieron del bosque a ver qué era. Miraron.
Allá a los lejos, en la pradera, vieron a Hércules agarrado a
un centaurito. Ah, bien que corcoveaba y saltaba, pero ¿qud
animal de este mundo jamás pudo escapar a las manos del
héroe?
-Es como sapo, que cuando agarra no larga más, dijo
Emilia.
Hércules se aproximaba, trayendo a rastras un pequeño

[55 ]
MONTEIRO LoBATO

centauro, cuya cabeza mantenía asegurada bajo su brazo de-


recho. Perucho palideció.
-Si ese potro es así de chúcaro no sé qué va a ser de mí ...
Sólo si le aplico la manea ...
La manea anula el libre juego de las piernas del caballo,
de manera que impide que corra.
Hércules llegó riéndose.
-Todo salió bien, aseguró. Encontré una bandada de
ocho centauros con este potrillo en medio. Me fuí aproximando
agachado, de manera que no me percibieran. Cuando estaba
a buena distancia para lanzar la boleadora, me levanté de
pronto y las revoleé en el aire. Los monstruos se asustaron y
huyeron a todo galope. El potrilla, que era el más débil, corría
detrás. Y yo, ¡zás!, mandé la boleadora con el mínimo de fuer-
za posible. La boleadora silbó en el aire y se arrolló en sus
piernas. El pobre animalito recibió la mayor caída de su exis-
tencia. Se revolcó en el suelo como si estuviera dando vueltas
camero. Los otros desaparecieron en lontananza, mientras yo-
me acercaba a éste antes de que pudiera desembarazarse las
patas. Y lo agarré. Aquí está tu montura, Perucho.
-Tenemos que aplicarle la manea, dijo Emilia.
Hércules ignoraba lo que era. Perucho le explicó y aplic6
el sistema. A pesar de los enérgicos corcoveas del potro, con-
siguió manearle las patas traseras de manera que quedó sin
libertad de movimientos.
-¡Listo, señor Hércules! gritó el chico al terminar. Puede
dejarlo libre.
-¿Y si escapa?
-No puede escapar. Al primer arranque que dé para
escapar, se caerá como cayó cuando fué boleado.
Hércules aflojó la presión del brazo. El centaurito sacó la
cabeza y, suponiéndose libre, arrancó para escapar al galope.
¡Ah!, ¿quién lo dijera? Resultó exactamente como había dicho
el chico. La manea actuó como de encomienda y el potrilla
rodó por el suelo, vencido. Se levantó, hizo una nueva tentativa
para escapar al galope y fué una nueva caída. Tercera ten-

[56 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULEs.

- --- -,

_ ... .-.-=-::~:~
- ._-=-" :=;"-"'":::;a~.=:.:-:::;:..-:.===;:~&:ü
Pero Perucho era un verdadero domador de caballos chúcaros...

[57 ]
MONTEIRO LoBATO

tativa y tercera caída. Y como estaba agotado por tanta lucha,


se tranquilizó.
Después de descansar un instante, respirando trabajosa-
mente, el potrilla volvió a hacer dos o tres tentativas de fuga.
Pero esas nuevas tentativas le hicieron comprender que todo
era inútil. Estaba vencido.
-Puede montar, Perucho, dijo Hércules.
Todavía temeroso, el chico se acercó al centauro. Hizo una
tentativa para saltar sobre sus lomos, pero el potro retrocedió,
sacó el cuerpo y Perucho se cayó.
- j Valor! le gritó Hércules. Intente de nuevo -y se fué
a agarrar al rebelde por el pescuezo.
Entonces el chico consiguió montar.
-¿Puedo soltarlo? preguntó Hércules que 10 mantenía
sujeto por la cintura.
-Sí, respondió valerosamente Perucho - y Hércules 10
soltó.
¡Ah, los saltos que dió el animalito, los corcoveas y las
caídas! Pero Perucho era un verdadero domador de caballos
chúcaros. Se había ejercitado tanto, allá en la quinta, con el
pangaré y otros potros sin domar, que permaneció sobre el cen-
tauro igual que una garrapata.
-¡Aguanta, Perucho! gritaba Emilia entusiasmada. Mués-
trale a ese tonto que en otra vida fuiste cow-boy de cine.
Hasta el vizconde, siempre tan calmo y científico, se entu-
siasmó. Aplaudía y bailaba.
Los centauros son al mismo tiempo hombres y caballos.
y como tienen la parte delantera de hombres -con cabeza,
pecho y brazos de hombres- piensan y sienten como los hom-
bres. Y hablan.
El centaurito, convencido que había sido domado, se tran-
quilizó y habló. Preguntó por qué le hacían aquello. Emilia le
explicó todo, tan bien explicado, y le hizo tales y tales prome-
sas, que él no sólo se tranquilizó definitivamente sino que llegó
a sonreír.
-Pues es así, terminó ella radiante. Podemos llevarte

[58 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

a la quinta. Allí tenemos al rinoceronte, al burro parlante y a


la vaca mocha. Y vas a ver 10 que es buena vida, ¡amor mío!
Allí se juega a todo, hasta de viajar al cielo. Te juro que te
va a gustar.
Poco después eran más amigos que si hubieran nacidd
juntos.
Hércules no volvía en sí del asombro. ¡Qué prodigiosas
eran aquellas tres criaturas del siglo XX! Tenían mejores ideas
que todas las ideas de Grecia juntas. Resolvían los problemas
más complicados. Llegaban a realizar prodigios mayores que
sus hazañas. ¡Domesticar un potrillo de centauro! ... ¿Quién
pensó jamás semejante cosa en la Grecia Heroica?
y sus ojos no se apartaban del cuadro maravilloso: Peru-
cho, Emilia y el vizconde jugando con el centaurito -jugando
como juegan los niños- a la gallina ciega, al pido-palo, al
chicote quemado ...

EN MICENAS

El viaje de allí a Micenas fué una fiesta. Estaba resuelto


el problema del transporte no sólo de Perucho sino el de los
otros dos y el de la canasta. Todos y todo sobre el lomo de
aquel nuevo amigo conquistado gracias a las magníficas ideas
de Perucho y tan bien adobado por la labia de Emilia. Hasta
el vizconde, que no había jugado nunca a causa de su grave-
dad de sabio, resolvió jugar también y jugaba sin la mínima
gracia pero con inmenso placer.
Emilia dijo bajo a Perucho:
- j Mira el milagro! N uestro vizconde era un verdadero
ataúd de puro serio, en todo igual al Burro Parlante que nunca
bromeó en su vida. Y ahora parece un tonto, haciendo cosas
de payaso ...
- j Micenas! exclamó Hércules. Allí vive el rey Euristeo.
¿Vamos todos juntos al palacio o voy yo solo?

[59 ]
MONTEIRO LoBATO

-¡Todos juntos! gritó Emilia desde arriba del centauro.


Quiero verle la cara a ese malvado.
-¿Malvado por qué? preguntó Hércules.
El buen Hércules no sabía nada del drama concertado
contra él entre los dioses del Olimpo. Había sido por instiga-
ción de Hera que el Oráculo de Delfos 10 mandó dirigirse hacia
Micenas cuando, después de su locura homicida, el héroe se
pensó castigar con el destierro. La razón era la siguiente.
Euristeo vino al mundo antes que Hércules y Hera había pe-
dido a Zeus que concediese al futuro rey una gracia, cual la de
"dominar a todos sus vecinos". Como Hércules iría a nacer
poco después en las proximidades de Micenas, tenía que estar
subordinado a Euristeo, eso por un decreto del Dios Supremo,
decreto que ni ese mismo Dios Supremo podía revocar. La
tramoya de Hera dió resultado. Aunque fuera Hércules el fan-
tástico héroe que conocemos, tenía que estar siempre subordi-
nado a Euristeo. Y ese malvado se pasaría la vida ordenándole
que ejecutara tales y tales trabajos, elegidos entre los más pe-
ligrosos, para que de un momento a otro resultara vencido y
destruído. El primer trabajo que Euristeo encargó a Hércules
fué el que hemos visto: ir a Nemea y terminar con el león de
la luna. Si por casualidad Hércules volviera vivo, el malvado
rey le encomendaría otro más peligroso aún y así sucesiva-
mente hasta terminar con él. Todo por instigación de la ce-
losa Hera ...
Los benteveos 10 sabían porque eran del siglo XX, pero
Hércules 10 ignoraba todo y, por consiguiente, no sospechaba
del malvado Euristeo. Y aunque sospechara, ¿qué podría hacer
contra un decreto de Zeus?
La entrada de los expedicionarios en Micenas fué el mayor
acontecimiento acaecido en aquella ciudad. Hércules delante
y un centaurito risueño detrás, con tres criaturas en el lomo:
un chico vestido exóticamente, una miniatura de chica de unos
tres palmos de altura y una "araña de galera". Como en aquel
tiempo no se conocía el maíz, puesto que el maíz es originario
de América y sólo habría de conocerse en Europa después de

[60 ]
LAS DoCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

- --- - •
¿Y qué pruebas me da de eso? dijo el rey ...

[61 ]
MONTEIRO LoBATO

Cristóbal Colón, nadie podía adivinar que el cuerpo de esa


"araña" no era más que un marlo de maíz.
La noticia corrió y la aglomeración en las calles era cada
vez mayor. En las proximidades del palacio los expedicionarios
tuvieron que abrirse camino entre la multitud.
El rey Euristeo se mostró desconcertadísimo ante la vuelta
del héroe, pues tenía la seguridad de su muerte. Si el león de
Nemea era invulnerable, ¿cómo podría nadie escapar de sus
garras?
-Sí, Majestad, díjole Hércules. Maté al león de Nemea ...
Euristeo reflexionó.
-¿Y qué prueba me trae de ello? ¿Trajo la piel del león?
-Yo iba a traerla, respondió Hércules, pero "ellos" cre-
yeron mejor que la dejara a un curtidor.
-¿Quiénes son "ellos"? gritó el rey, dominando a duras
penas la cólera, hija de su despecho.
-Mi oficial de gabinete, Emilia la "dadora de ideas" y mi
escudero el vizconde de la Mazorca ...
El rey no entendió nada y se enfadó mucho más. Y casi
revienta de cólera cuando Hércules hizo la presentación de los
tres viajeros.
-Aquí están ellos. Perucho, Emilia y el vizconde ...
Los cortesanos se aproximaron al rey y le dieron un cal-
mante: té de menta. Euristeo se tranquilizó un poco.
-¿Y la piel? Quiero la piel y no bromas. Es imprescin-
dible que vea la piel.
-Su Majestad la verá, respond~ó Hércules con la mayor
paciencia, pero sólo después de curtida. Ya ordené a mi escu..
dero que fuera a buscarla a lo del curtidor, allá cerca de Nemea,
cuando esté lista. Es cosa de unos días.
Emilia resolvió meter la cuchara.
-Majestad, dijo atrevidamente como era costumbre en
ella, no es sólo la piel lo que muestra que un león murió. Tam-
bien lo muestran las garras ...
El rey seguía sin comprender. Emilia prosiguió:
-Yo he traído en mi canasta de viaje tres uñas de ese

[62 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

león. Y volviéndose al vizconde: Ve a buscar mi canastita.


El vizconde se fué y volvió con la canasta sobre la espalda~
bufando. Emilia la abrió, sacó las tres uñas del león y se las
enseñó al rey.
-¿Esas son uñas de león? preguntó el estúpido soberano.
Espuelas de gallo viejo, eso pueden ser. No me van a engañar.
Quiero ver la piel.
Hércules se conformó y prometió presentarle la piel unos
días después. A pesar de toda su mala voluntad, Euristeo se
vió obligado a estar de acuerdo.
Abandonando el palacio, Hércules trató de alojarse en
Micenas. Como el curtido de una piel requiere varios días, él
estaba obligado a quedarse por allí haciendo tiempo. Emilia
tuvo una idea.
-Mientras no tenemos nada mejor que hacer, podemos
hacer una cosa: ¡un circo! Hércules levantará pesos increíbles
y torcerá barras de hierro. El centaurito podrá saltar entre
arcos, además de que sólo su presentación ya será un aconte-
cimiento. Esta ciudad nunca ha visto ni sombra de centauro.
Pero a Perucho le pareció una tontería semejante pensa-
miento. ¡Un héroe como Hércules prestarse a exhibirse como
hércules de feria!. ..
-Lo mejor es que nos vayamos ahora mismo al campo.
Esto de estar en una ciudad no sirve para Hércules. El no cabe
en ellas, resulta como inmovilizado. Tendría que hospedarse
en un hotel como todo el mundo. Y a la hora de cenar, ¿qué
pasará? Llegan a la mesa unos platitos que no bastan ni para
llenarle la carie de un diente. N o puedo olvidar los cameros
asados que se comió en el olival. ¡Tres, Emilia!
-Pues le voy a sugerir tu idea, Perucho. Que nos vayamos
a acampar lejos de la ciudad, en un lugar donde haya rebaños.
y voy a decirle una cosa: que el que come con tamaña furia
tiene que pagar. Esto de correr mundo sin dinero en el bolsillo
no está bien. En el olival tú tuviste mucha suerte: pagaste los
cameros con el corta-plumas, pero, ¿y ahora? Tú no puedes ir
dando todo lo que tienes para pagar lo que COI:1e el señor héroe.

[63 ]
MONTEIRO LoBATO

Hércules, que se había alejado, volvió. Emilia le hizo el


"gesto de subir", es decir, de que la izara hasta sus hombros.
Era así como hablaba con aquel gigante. Bien cerca a su oído.
-Hércules, comenzó cuando se vió arriba, no podemos
pennanecer en esta ciudad. N o hay espacio para ti, no hay
carneros para asar y el centaurito va a ponerse triste. Lo mejor
es que vayamos al campo. Aire libre, horizontes, olivares, car-
neros, ríos para el baño ....
-Era precisamente lo que estaba pensando, respondió
el héroe. Me incomodan las ciudades. N o puedo poner los pies
en la calle sin que empiece a juntarse gente. Temo que, de
pronto, me sobrevenga un acceso de cólera y los arrase ...
Otro asunto que discutieron fué la conveniencia de mandar
.al vizconde al olival.
-Que él espere allá la tenninación del curtido de la piel.
-¿Y se va montado en el centaurito? preguntó Hércules.
- j Oh, no! exclamó Emilia. Por ningún precio Perucho
entregaría el potro al vizconde. El es un sabio, Hércules, y los
sabios son pésimos jinetes. Se caería en seguida y j adiós potro!
Medio-y-Medio es muy amigo nuestro, pero ...
-¿Medio-y-Medio? interrumpió Hércules sin comprender.
-Sí, es como bauticé al potrillo. Es amigo nuestro, pero
,de pronto le reverdece el amor a la vida libre y se escapa.
-Si mi escudero no va montado en el centauro, agregó
Hércules, va a tener que ir a pie y tardará un año para llegar.
-A pie, sí, concordó Emilia. A pie tardaría un año para
llegar. Pero, y a polvo?
Hércules no entendió.
-¿A polvo?
-Claro. ¿Si en vez de ir "a pie" fuera él "a polvo de pirlim-
pimpim"? El vizconde tiene en la cintura un canuto con ese
polvo. De acuerdo al tamaño de la pulgarada el polvo nos lleva
más lejos o más cerca, y en un instante ¡zás trás! La mayor
maravilla moderna es nuestro polvo de pirlimpimpim. ¿Quiere
ver? y Emilia llamó al vizconde.
-Escucha, sabio. Hemos resuelto que vayas tú a esperar

[64 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

el curtido de la piel del león allá al Olival y que partas hoy,


ahora mismo.
-¿En el centaurito? preguntó el vizconde.
-Eso es lo que quieres tú, picarón, para ir jugando por el
camino.
-Pero es que si no voy en el centaurito, no podré traer
la piel. ..
- j Qué no vas a poder! Basta coser la piel sobre un car-
nero grande y refregarle un poco de polvo de pirlimpimpim en
la nariz del camero. El viene volando, con la piel y contigo
encima también. Y aquí Hércules se come al carnero.
La carita del vizconde se iluminó. La idea le pareció ma-
ravillosa.
Emilia hizo otras recomendaciones más y salió con el viz-
conde a fin de buscar en las tiendas un regalito para el pastor.
Eligió un lindo caramelo de miel. Al volver dijo a Hércules,
refiriéndose al pirlimpimpín:
-Fíjese cómo vuela con esto.
El vizconde sacó de la cintura el canutito de polvo, tomó
una pulgarada muy bien medida y uno, dos j TRES! . .. des-
apareció como por encanto.

[65 ]
MONTEIRO LOBATO

EL VIZCONDE

N adie notó lo siguiente: cuando el vizconde cantó el TRES:


e iba aspirando la pulgarada de polvo, Emilia, sin darse cuenta,
se rozó con él, haciendo que unos granos de polvo cayeran a
tierra. Cosa insignificante, que ni Emilia ni el vizconde perci-
bieron. Pero bastó para que el vizconde en vez de ir a desper-
tarse en el Olival, fuera a hacerlo en cierto punto muy dife-
rente: en Serifo, un lugar que ni él mismo sabía dónde era. Y
allí se despertó sobre el tejado de un palacio.
Eso fué una suerte, pues si llega a caer en la calle, fatal-
mente sería cazado y llevado al jardín zoológico o a un museo.
Todos en Grecia le veían mucho aspecto de araña.
Pero pasó algo extraordinario. El vizconde era un sabio
y a los sabios les gusta saber. Quiso, pues, saber qué tejado
era aquél y quién vivía en el palacio. ¿Sería un rey?
El vizconde estaba algo trastornado desde el momento de
la caza del centaurito. Cambió mucho, perdiendo la antigua
melancolía, se reía, hacía chistes y hasta llegó a bailar de con-
tento, cosa que dejó a Emilia muy preocupada. Y ese cambio
del vizconde estaba dando muestras de sí, allí en el tejado. En
vez de tomar de la cintura el canuto de polvo y aspirar un poco
más de polvo, que lo llevaría al Olival, sólo pensaba una cosa:
levantar una teja, deslizarse hasta el cielo raso de la casa y
desde allí observar lo que pudiera. En cuanto a la ida al Olival,
en busca de la piel del león, eso quedaría para más tarde.
Tuvo el vizconde que hacer mucha fuerza para separar o

una de las tejas. Sudó para lograrlo. Y pasando por la rendija


entró en el cielo raso del palacio. Estaba bastante oscuro allí.
Pero aún así supo encontrar una rendija por la que mirar lo
que pasaba adentro.
Era el palacio del rey Polidectes, el cual celebraba su no-
viazgo con Hipodamia. En esa fiesta había reunido a los plin-
cipales jefes guerreros del país y a varios héroes, entre ellos el

[66 ]
- 'PE
:

-
-
- ---------...
---
-.:-

¡Qué fea, qué horrenda bruja! ...

[67 ]
MONTEIRO LoBATO

gran Perseo. Estaban a la mesa del banquete, todos muy alegres


y ya algo bebidos. En determinado momento Perseo preguntó
al rey qué regalo le gustaría recibir de todos ellos.
-¡ Caballos! respondió Polidectes.
-¡Puedo regalarle hasta la cabeza de Medusa! exclamó
Perseo, con los sesos perturbados por el vino. Regalar un ca-
ballo es poco para mí.
Todos se echaron a reír ante semejante desplante, pues la
tal Medusa era horror de los horrores. Pero se pusieron serios
y se compadecieron de Perseo cuando el rey le respondió: "Pues
bien, tráeme la cabeza de Medusa en lugar de un caballo".
i La Medusa, una de las Gorgonas! Sólo en Grecia podría
aparecer algo así. El vizconde conocía la historia de las Gor-
gonas y se puso a recordar.
Eran tres hermanas: Esteno, Euriale y Medusa. Las dos
primeras tenían propiedades divinas: no estaban sujetas a la
vejez ni a la muerte. Pero Medusa era mortal. Y i qué fea, quó
horrible bruja! Tenía el rostro siempre convulsionado por la
cólera y haciendo muecas. Sus cabellos eran hilos de bronce,
entrelazados por serpientes que coleaban. N ariz chata, dientes
de cerdo, blanquísimos y unos ojos que siempre despedían
relámpagos. Muy negra. Vivía lanzando gritos que eran los
más terribles y espantosos de la antigüedad. Y tenía también
alas y brazos de bronce. Lo peor de Medusa era que reducía
a piedra a todo aquel en quien fijara los ojos.
Imposible concebir monstruo más peligroso y repugnante,
pues con sólo una mirada podía petrificar a la distancia a cual-
quier héroe que pretendiera atacarla.
Seguía el banquete en la mayor animación hasta altas
horas y finalmente los convidados comenzaron a dispersarse.
El vizconde pensó para sí: "Perseo va a ver si puede traer la
cabeza de Medusa y yo puedo asistir a esa aventura". Y trató
de bajar a la calle. Como en aquel tiempo no había luz eléc-
trica, él podía andar tranquilamente por la ciudad sin temor
a que lo cazaron y lo metieran en un museo.
Iban saliendo del palacio los últimos convidados y entre

[68 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

ellos el héroe. El vizconde tenía que seguirlo de lejos, pero


¿cómo hacerlo en la oscuridad? En respuesta a sus dificultades
las nubes que cubrían el cielo se abrieron y una hermosa luna
besó la tierra.
El vizconde se puso a seguir al héroe. Perseo caminaba
con la cabeza baja, como quien está sumergido en profundas
meditaciones. Fué andando hasta salir de la ciudad y se dirigió
hacia una playa que había allí cerca. El reino de Sirifo era
una isla.
Ya en la playa, se sentó sobre unos arrecifes con la cabeza
entre las manos. En un momento de entusiasmo alcohólico fué
a lanzar aquella bravata y ahora sufría las consecuencias.
Tenía que llevarle al rey Polidectos la cabeza de Medusa ...
Pero, ¿cómo, si Medusa petrificaba con la mirada al que se
aproximaba a ella? Todo esto iba el vizconde leyéndolo en la
expresión del rostro y en las palabras que de vez en cuando
salían de la boca del héroe.
y en eso estaban cuando, de pronto, surgió Hermes o Mer-
curio, el mensajero de los dioses.
-¿Qué te pone tan triste así, Perseo? preguntó el lleva
y trae.
El héroe le contó su desdicha.
-En un banquete preguntamos a Polidectes qué regalo
quería recibir. "¡Caballosl", fué su respuesta. Y yo, aturdido
por el vino, le prometí ¿sabe qué? ¡La cabeza de Medusa I
Ahora me siento perdido ...
Hermes le dió ánimo.
-Para todo hay maneras, Perseo. No te desanimes. Te
voy a ayudar y haré que desde el Olimpo te ayude también la
diosa Palas. Palas es amiga tuya.
Y, sentándose junto al héroe, comenzó a organizar un plan.
-Escucha. Las Greas, hermanas de las Gorgonas, son
tres: Pendredo, Enio y Dero, y las tres sólo tienen un diente
y un ojo, de los cuales se sirven cada una por vez. Tienes que
ir a buscarlas, y en el momento en que una le pase el ojo a la
otra, debes agarrarlo. Ellas se van a entregar a la mayor

[69 ]
MONTEIRO LoBATO

desesperación, a las mayores ansias para que le sea restituída


esa preciosidad -yen ese momento tú impones tus condiciones.
-¿Y qué condiciones debo imponer, Hermes?
-Basta una. Que ellas te indiquen el camino que lleva a
las Ninfas poseedoras de los objetos necesarios para la victoria
sobre Medusa.
-¿V cuáles son esos objetos? preguntó Perseo.
-La cofia de Hades que hace invisible a quien se la pone
sobre la cabeza, unas sandalias con alas y un zurró!:..
-¿Para qué el zurrón?
-Es un zurrón especial para conducir la cabeza de Medusa
después de cortada. Hazlo todo bien, que irás a cubrirte de
fama y gloria con uno de los hechos más prodigiosos de estos
tiempos.
El vizconde lo oía y lo veía todo. Hermes usaba alas en
el calzado para andar más de prisa. Un mensajero lento na
vale para nada.
Perseo estaba radiante. Nunca un auxilio divino había lle-
gado tan a tiempo. Y levantándose de la piedra, se puso en
camino hacia la morada de las tres Greas. El vizconde seguía
tras de él y tuvo que hacer prodigios para no perderlo de vista.
Mientras Perseo daba un paso, el maria tenía que dar ocho.
Felizmente, el héroe no demostraba tener prisa. Caminaba des-
pacio, como quien va rumiando sus ideas.
Llegaron. Las Greas estaban en la sala examinando un
punto de tejido. Mientras una lo veía con el único ojo de la
cara, las otras esperaban su turno, completamente ciegas. Des-
pués el tejido cambiaba de mano y el ojo también, y así se
arreglaban las tres para ver.
Perseo entró y se presentó. La que estaba con el ojo lQ
miró y las otras extendieron ansiosamente las manos. "¡Dame
el ojo!" "¡Dame el ojo!".
Pero otra mano también se alargó, y cuando la que estaba
usando el ojo se lo sacó de la órbita y se lo extendió a sus her-
manas, quien 10 agarró fué Perseo.
El lío fué tremendo. Gritería histérica. Desmayos. Todos

[ 70 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

hablaban al mismo tiempo y nadie se entendía. Finalmente el


héroe logró imponer su voz y ser oído.

-
= :.
:=
-.:::::Ir

-- 2 ------ -
....
Perseo iba hacia el antro de Medusa . ..

[ 71 ]
MONTEIRO LoBATO

-¡Escuchen, tontas! Voy a restituirles el ojo. ¿Para qué


quiero este ojo si tengo dos? Es claro que 10 voy a devolver,
pero a condición que me enseñéis el camino que lleva a la
mansión de las Ninfas ...
-¿Las que guardan los objetos necesarios para la victoria
sobre Medusa? preguntaron las tres al mismo tiempo.
-Eso es, respondió Perseo.
Resistieron. Les parecía una traición. Perseo procuró con-
vencerlas. Dijo que Medusa era un monstruo que había cau-
sado ya la desgracia de mucha gente. Si él lograba cortarle la
cabeza sería un gran bien para el mundo.
Las tres Greas conferenciaron entre sí, en cuchicheos y,
finalmente, se pusieron de acuerdo.
-Está bien. Vamos a revelar el camino que lleva a la
mansión de esas Ninfas y tú nos vas a devolver nuestro ojo.
-¡ Hecho! exclamó Perseo.
y así se hizo. Ellas le enseñaron el camino y él les restituyó
el ojo preciosísimo.
El vizconde, oculto detrás de la puerta, todo 10 veía y oía.

t~
LA CABEZA DE MEDUSA

En las aventuras heroicas pasa 10 mismo que en la mo-


derna vida común. La manera de lograr cualquier cosa está
en encontrar el medio. Medusa abusaba de su poder porque
hasta entonces tan sólo héroes poco hábiles habían tentado

[ 72 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

combatirla. La atacaban como si atacasen a una fiera cual-


quiera -y allá estaban reducidos a estatuas de piedra. Con
Perseo no iba a pasar 10 mismo, porque había encontrado el
medio especial y 10 iba a emplear.
El camino que llevaba a la mansión de las Ninfas era de
10 más complicado. Iba por allí, giraba hacia allá, doblaba a
la izquierda, después a la derecha. Tan sólo era posible se-
guirlo mediante una indicación escrita como la que las Greas
dieron a Perseo.
Finalmente, el héroe llegó y les pidió a las Ninfas las tres
cosas. Estas no opusieron la menor resistencia. Parece ser que
tenían orden de entregar aquello al primero que lograra llegar
hasta allí.
El vizconde iba pegado al héroe, viéndolo todo, lleno de
cautela para que no lo vieran. Era el miedo al museo ...
La luna estaba ya al final de su carrera. Una hora des-
pués el sol iba a substituirla en el cielo -cosa muy peligrosa
para el vizconde. De ello provenía su interés en que el héroe
terminara la aventura antes de que despuntara el día. La casa
o el antro de Medusa no estaba lejos. Anda que te anda, trota
que te trota, y llegaron.
Perseo espió. Medusa estaba durmiendo despreocupada-
mente. ¡Qué horrible era! Aunque valiente, el vizconde sintió
que se le doblaban las piernas. Tuvo que agarrarse a la pared.
Fué la primera vez en su vida que realmente sintió miedo.
Perseo entró con la cofia de Hades en la cabeza. Y cuando
llegó a la distancia propicia, sacó el cuchillo y con un golpe
maestro le cortó la cabeza al monstruo. En seguida la metió
en el zurrón.
¡Listo! Estaba realizada una de las mayores hazañas de
la antigüedad.
El vizconde tuvo oportunidad de ver bien vista la famosa
cabeza de Medusa. No vió sus ojos, que estaban cerrados, pues
murió cuando dormía, pero sí su cabello de bronce lleno de
V1Doras. Era un verdadero nido de víbqras, las que dejaban
ver la cabeza y la mitad del cuerpo. Las colas se hundían en

[73 ]
MONTEIRO LoBATO

el cuero cabelludo como si fueran raíces de cabellos. j Era ho-


rroroso!
Cuando Perseo abandonó el antro de la Gorgona decapi-
tada, los rosados dedos de la aurora anunciaban la llegada del
sol. El vizconde se rascó la frente.
-Es inútil que siga ahora a este héroe, pensó para sí
mismo. Ya he visto 10 principal. Lo que continúa será la entrega
de la cabeza de Medusa al rey, el cual resultará con cara de
tonto, admiradísimo de la hazaña de Perseo. N o necesito
ver más.
y pensando así, sacó de la cintura el canuto con polvo de
pirlimpimpim y puso sobre la palma de la mano la dosis nece-
saria para ir al Olival. Lo aspiró, ¡y listo! Fué a aterrizar ante
la casita del pastor, el cual estaba en el prado con el rebaño,
tocando la flauta como el otro día.
El vizconde se dirigió a él.
Cuando se aproximaba, el perro 10 vió y con los pelos del
lomo erizados comenzó a recular y a gruñir con la manera
especial que el "miedo a 10 desconocido" despierta en los
perros.
El pastorcito miró.
-¡Oh!, la araña con la galera ¿otra vez por aquí? ¿Qué
vienes a hacer, bichito?
-Vine a ver si la piel del león está lista. Hércules tiene
que presentársela al rey como prueba de que efectivamente
mató al león. De 10 contrario el rey no 10 cree.
-¿Lista? respondió el pastorcito. ¿Crees tú que esto de
'Curtir una piel gruesa como la del león es comer aceitunas?
Requiere tiempo, amigo. Necesita una semana más, por 10
menos.
-¿Una semana? repitió el vizconde rascándose la cabeza.
-Eso como mínimo. Puede que sea necesario algo más.
Depende. Nunca he curtido cuero de ningún animal de la luna.
-¿ y qué vaya hacer yo una semana en este Olival? pre-
guntó el vizconde.
-Eso es cosa tuya. Puedes ayudarme a la esquila de los

[ 74 ]
~ -
-¡".......

--

= -
"mera vez q ue vela " del humo .. "
' curtir cuero p or med 10
Era la pn [ 75 ]
MONTEIRO LOBATO

borregos, que comenzará mañana. Puedes recoger aceitunas ...


Puedes comerlas ...
Al vizconde no le gustó ninguna de las dos perspectivas.
Iba a pensar sobre el problema.
De pronto el pastorcito 10 miró fijamente y se echó a reír.
-Escucha, araña. ¿Dices que has venido a buscar la piel
del león?
-Eso es. A ello he venido.
El pastor casi se muere de la risa que le dió.
. ... ja
- j J a ... ja . ....
I ¿U n amma
. 1· ejO como una pu1ga va
a llevar un cuero de ese tamaño?
El vizconde le explicó la idea de Emilia: coser la piel sobre
un camero grande y darle a oler una pulgarada de polvo.
-¿Qué polvo es ese? preguntó el pastorcito.
El vizconde le explicó plácidamente los maravillosos efec-
tos del polvo maravilloso, pero no logró convencerlo.
- j Vete a la esquina con esa historia! dijo el chico.
Polvo ... , polvo. .. i Cara de polvo tienes tú, cucaracha tonta!
Y, además, aunque fuera verdad, ¿crees que te llevarás un
camero mío así por que sí? ¿Qué te has creído? ¿Qué esto es
la casa de la suegra, donde entra todo el mundo y todos hacen
10 que quieren?
El vizconde le explicó que tenía que ser así, pues, o lleva-
ba él la piel del león con un camero dentro, o Hércules se
enfadaría y vendría a buscarla, y el pastorcito sabía bien que,
en ese caso, en vez de quedarse sin un camero se quedaría
sin tres ...
El argumento dió resultado. Los mejores argumentos son
aquellos que amenazan el bolsillo de la gente.
Fueron a ver cómo estaba la piel. Por el trayecto, el viz-
conde le preguntó:
-¿ Qué tanino usas?
-¿Tanino? repitió el joven griego que oía por primera
vez esa palabra.
- j Claro! Tanino de curtiembre ...
El pastorcito se atragantó. El no usaba ningún tanino

[76 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

para curtir cueros, pues en aquel tiempo ese proceso no había


sido aún inventado. El vizconde se puso a explicar:
-Cuando tú muerdes alguna fruta verde, ¿no sientes algo
que "se pega" a la boca? Pues es el tanino de la fruta. A me..
dida que la fruta va madurando, el tanino se va transformando
en otra cosa, pero cuando la fruta está verde el tanino es muy
fuerte. En la banana verde el tanino está en gran cantidad.
Pues ese tanino es la substancia que en el mundo moderno
usan los hombres para curtir los cueros crudos. Los cueros se
meten durante uno o dos meses en una solución muy fuerte
de tanino y se curten, es decir, no se pudren jamás, no se ponen
duros como los cueros crudos, y se hacen, además, impenetra-
bles al agua y muy suaves. ¿Y aquí? ¿De qué manera curten
los cueros?
Mientras hablaban iban caminando en dirección a la "cur-
tiembre". El vizconde se sintió admirado. Era la primera vez
que veía curtir cuero por el sistema del humo. Había en el
suelo una cavidad, con mucha leña encendida y todo ello ta-
pado en forma de canalizar el humo por una especie de chi-
menea. Y sobre la chimenea estaba extendida la piel del león,
estirada con unas varas y mantenida levantada por cuatro
estacas.
-¿Así es? ¿Con humo? ..
-Exactamente.
El pastorcito examinó el estado de la piel.
-Aun no está lista, dijo. "El" quiere que el trabajo
quede bien terminado.
-¿ Cuánto tiempo tardará aún? preguntó el vizconde.
El pastorcito tocó el cuef€), lo olió, lo probó entre los dien-
tes y con la punta de la lengua. Luego respondió con la mayor
seguridad:
-Seis días. En seis días haré de esto una maravilla.
El vizconde se puso a renegar. ¡Pasarse seis días allí, ca-
zando moscas para matar el tiempo! . .. Si el pastorcito tuviera
alguna cultura, esa espera no significaría nada. Pero, ¿qué po-
dría interesar a un sabio como el vizconde conversar con un

[ 77]
MONTEIRO LoBATO

ignorante? El vizconde se acordó de Sócrates. ¡Ah, si Sócrates


estuviera allí! "¡ Hasta un año me quedaría charlando con él
sin darme cuenta de cómo se iba el tiempo!"

MEDIO- y -MEDIO

Mientras el vizconde, allá, en el Olival, buscaba la manera


de matar el tiempo, en la ciudad de Micenas, Hércules había
recibido bien el consejo de Emilia y se estaba preparando para
la mudanza.
-¡Claro! ... ¡El campo abierto! ... ¡El aire puro! ... ¡Los
horizontes! ... ¡Los rebaños!. . . .
Ese era el ambiente para una criatura de excepción como
Hércules, en el cual todo era grande: las cóleras, las luchas, los
apetitos, las manías. .. Hércules sólo se sentía bien cuando
estaba libre en la plena y perfecta naturaleza.
Partieron. Perucho iba delante, trotando sobre el gracioso
potro, con Emilia y la canasta en el regazo.
Hércules venía sonriendo detrás, con la vista puesta sobre
el espectáculo. Había comenzado a querer a aquellas criatu-
ras del siglo XX. i Y cómo las admiraba! La inteligencia de
aquel niño, la habilidad y sagacidad de Emilia, la ciencia de

[ 78 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES.

su escudero que fuera en busca de la piel del león. .. ¡Notable t


y Medio-y-Medio también era un encanto.

~a ~4

--
...
- --- --
-=--
.....
Medio-y-Medio volvió con tres corderos . ..
---

[ 79 ]
MONTEIRO LoBATO

Hércules había vivido en lucha contra los centauros, ha-


biendo matado a muchos. Pero por primera vez veía de cerca
y a su sabor a uno de esos entes. Y no encontró en Medio-y-
Medio nada que justificara su antiguo odio a los centauros.
Sí, si ellos eran tan brutos, eso se debía a su falta de educación.
¿Qué diferencia había entre ellos y los hombres sin educación?
y Hércules, a pesar de todo lo tonto que era, "tuvo una idea".
tal vez la primera idea de su vida: que es la educación la que
hace a las criaturas.
Saliendo de la ciudad, Hércules tomó cierto rumbo y fué
a dar a una hermosa campiña situada a dos leguas de allí.
Terreno ondulante, hermosos pedazos de bosques en las baja-
das y césped en las suaves laderas. Un río de agua cristalina
pasaba por allí.
Hércules llegó a la margen y, poniendo las manos en forma
de fuente, bebió a largos tragos. Bebió como bebería un ele-
fante. Perucho tuvo la impresión que dentro de él debría
haber una verdadera "caja de agua" y que para llenarla hacía
falta un arroyo.
Beber y comer. Hércules había bebido y ahora necesitaba
comer. Su apetito tenía ya un tamaño regular. Y se puso a
sondear las lontananzas de aquellos prados. Poco después son-
rió: había visto un rebaño de cameros.
-Allá está mi almuerzo, dijo él. Y volviéndose al cen-
taurito le indicó: Ve hasta allí y tráeme tres cameros en buen
estado.
El centaurito partió al galope.
Emilia estaba perpleja ante semejante tranquilidad.
-¿ Cómo es eso de ve y tráeme? dijo ella. Aquellos ani-
males tienen dueño. El que quiere cameros, los compra. No
puedo entender esta moda de Grecia ...
Hércules lanzó una carcajada hercúlea.
- 1'J a ... , Ja
. ... , Ja..
., . . y o soy aSl., C uand o qUIero
. una
cosa, la agarro. Eso de comprar las cosas con dinero es para
los que no pueden apropiarse de ellas.
-¿ y no pasa nada?

[80 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

- ¡ Claro que no! respondió el héroe. En el Olival, por


ejemplo, ¿qué pasó después que me comí los tres carneros?
Nada.
Perucho intervino:
-Sí, pero eso fué porque yu pagué los carneros.
Hércules puso cara de sorpresa.
-¿Con qué moneda? preguntó.
-Entregué a cambio de los carneros mi cortaplumas Rod-
ger, afilado como una navaja.
Hércules se conmovió al saberlo. El pobre muchacho había
sacrificado un objeto querido para subsanar su brutalidad, to-
mándose los carneros sin el consentimiento del dueño. Y sintió
que aquel niño era el producto de una educación que a él,
Hércules, le faltaba. La idea sobre la educación que momentos
antes había concebido se iba perfeccionando en su magín. Y
Hércules dijo:
-Me está pareciendo bonito este sistema de respetar 10
que es de los demás. Sí, es bonito. Sólo hoy he pensado en
ello, y 10 apruebo. Y si fuera niño aun, como tú, seguiría por
ese camino. A mi edad es difícil que cambie. Muy difícil ...
-¿ Quiere decir que va a seguir agarrando 10 que quiera
sin darle satisfacciones a su dueño?
-Sí.
-¿Aun sabiendo que está mal hecho?
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque es tarde. Un jardinero toma una vara joven y le
da esta o aquella forma. Pero, ¿qué jardinero puede darle forma
al tronco de un olivo viejo?
Medio-y-Medio había alcanzado al rebaño y abatido a
coces tres cameros. Los demás huyeron por los campos, po-
seídos del mayor de los espantos. Nada podía ser más impre-
visto que la aparición de un centaurito.
Minut.os después, Medio-y-Medio llegaba con los tres car-
neros sobre el lomo. Los puso a los pies del héroe.
Hércules sonrió con el largo reír del hambre que ve llegar

[81 ]
MONTEIRO LoBATO

el plato. Pero, al momento de despellejar y limpiar los carneros,


surgió una dificultad. No tenían cuchillo, y Perucho se había
quedado sin su precioso cortaplumas. ¿Qué hacer?
Emilia salvó la situación:
-Tengo en la canasta una hoja de Gillette, y la fué a
buscar.
Cuando mostró la hojita de afeitar a Hércules, éste abrió
los ojos admirado.
-¿ Qué es esto?
-Una buena lámina para abrir carneros, respondió
Emilia.
Hércules quiso tomar la hoja, pero la dejó caer. Era dema-
siado delicada para aquellas manos tremendas. Y lanzó una
risa hercúlea.
-¡ J a ... , .
Ja ....
, Ja. . ..' A
¿ S1' que qUleres
. a bnr' los carneros
con esta cosita tan delicada? ¡Qué tontería! Dudo que lo con-
sigas, oficial.
Pero Perucho iba a demostrar que no era una tontería. A
pesar de su vieja repugnancia por la sangre, él abrió los car~
neros. Sólo hizo eso. Lo demás, el sacarles la piel y las entra-
ñas, fué trabajo del centauro.
-¿Por qué no trajiste cuatro? le preguntó Hércules.
-La orden era de tres, respondió el obediente Medio-y-
Medio; él también tenía hambre, y esperaba que por lo menos
un cuarto de carnero, Hércules le dejaría.
Yeso pasó. Después de asada toda aquella carne, el héroe
midió a Medio-y-Medio de abajo arriba y dijo:
-Para ti con un cuarto basta -y le dió un cuarto del car-
nero. ¿Y tú, Perucho? ¿Y tú, Emilia? .. ¡Sírvanse! ...
Perucho y Emilia juntos comían tan poco en comparación
con sus compañeros, que Hércules se llenó de admiración al
ver al chico sacar su parte.
-¿Nada más?
-Esto me llena el buche durante un día entero y todavía
sobra para llenarle a Emilia el buchecito.
Fué delicioso aquel almuerzo al aire libre, a la vera del

[82 ]
LAS DOCE HA.~AÑAS DE HÉRCULES

arroyo de aguas cristalinas. Hércules confesó no haber comido


jamás carne tan deliciosa.
-¿Qué le hicieron a este camero para que resultara tan
rico? preguntó.
-Es que hemos traído de la ciudad una buena dosis de
sal, respondió Emilia. En los tiempos mo~ernos no comemos
la carne sin sal.
Hércules nunca prestaba atención a esas cosas pequeñas,
y muchos cameros y bueyes asados se había comido sin nin-
guna sal. Ahora verificaba lo que mejoraba el sabor de la carne
poniéndole sal.
Viéndolo, Emilia suspiró.
- j Ay, qué añoranzas I...
-¿De quién, Emilia?
-De tía Anastasia. Me imagino el maravilloso asado que
haría ella de estos carneros si estuviera aquí con nosotros.
Aquélla sí que es cocinera.
A Hércules le interesó el asunto.
-¿ Quién es esa dama?
-No es ninguna dama, respondió Emilia. Es simple-
mente tía Anastasia, la mayor hacedora de delicias del mundo.
y contó tales cosas de las proezas culinarias de la negra, que
al héroe y al centaurito les comenzó a caer la baba.
-Algún día la va a conocer, señor Hércules. No pierdo las
esperanzas de verlo llegar al Benteveo Amarillo. Recuerde que
ya me lo prometió.
-Sí. 00

í Era treI:".cnda la ex muñeca! Hasta eso había logrado:


arrancarle al mayor héroe griego la promesa de pasar una se-
mana en la casa de doña Benita ...

-~-

[83 ]
MONTEIRO LoBATO

LA LUCHA CON LA HIDRA

Allá al final del sexto día estaban sentados a orillas del


arroyo, en la charla de todas las tardes, cuando, de pronto, un
animal extrañísimo "apareció" a cierta distancia. No vino de
otra parte, no se fué aproximando como otro animal cualquiera.
i Apareció! Y por su aspecto no recordaba a ningún animal co-
nocido. Tenía un vago aspecto a león a causa de la melena,
pero a un león desarticulado, con las patas flojas o, mejor di-
cho, con ocho patas: cuatro exteriores, enormes, flojas, verda-
deras patas de león, y las otras cuatro más finas y firmes, como
las de un carnero.
-¿Qué extraño monstruo será aquel? preguntó Hércules
al mismo tiempo que prep~aba el arco.
Fué Emilia la que adivinó.
-¡Ya 10 sé! gritó antes que el héroe lanzara la flecha.
¡Es la piel del león de la luna!. ..
Hércules no entendía.
-¿ Cómo? ¿Qué historia es esa?
-Sí, respondió Emilia. El vizconde estaba confuso ante
el problema de traer la piel, y yo le di esa idea. "Tú coses la
piel sobre un carnero grande, le refriegas en la nariz una dosis
de pirlimpimpim, y el carnero viene volando y la piel con él".
Juro que es esa, dijo, y corrió en dirección al animal.
Efectivamente. Era un carnerón revestido con la piel cur-
tida. Y agarrado a la piel de la melena vieron una extraña
araña: ¡el vizconde de la Mazorca! Habían venido los tres jun-
tos: el carnero, la piel y la mazorca. Pero el vizconde no había
aún vuelto en sí. Se recuperó en brazos· de Emilia.
-¡Pobrecito! Debe estar sufriendo del corazón. Ahora le
cuesta salir del desmayo del pirlimpimpim ...
Perucho descosió la piel del león y soltó el carnero, que
estaba aún atontado y sin comprender nada y sin moverse del
lugar. Hércules se aproximó. Tomó la piel. La examinó.

[84 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

- ¡ Optimo! . .. Ahora Euristeo va a tener que darse por


vencido. .. - y se tiró la piel sobre el hombro.
Desde ese momento nunca más el héroe habría de aban-

Construyeron una chocita con palos y ramas de la floresta . ..

[85 ]
MONTEIRO LoBATO

donar la piel del león de Nemea. Pasó a usarla como escudo,


y ese escudo lo libró de muchos golpes porque era Invulne-
rable. Perucho verificó esa cualidad. N o logró hacerle ni un
agujerito con las saetas de Hércules.
¿Cómo entonces su cortaplumas pudo cortarla aquel día?
Podía ser por muchas razones. Tal vez la "invulnerabilidad"
dormitara en aquel momento, y fuera tomada desprevenida. El
caso es que la piel "vulnerable" el día de la muerte del león.
se había vuelto a transformar en piel "invulnerabilísima".
-Bueno, dijo Hércules, tengo que regresar a Micenas
para presentar esto al rey -y se fué con la piel al hombro. A
la tarde reapareció. Venía con aire preocupado.
-¿Y entonces? preguntó Perucho.
-Pasó exactamente lo que yo me temía. El rey se mostró
muy contrariado cuando verificó que la piel era efectivamente
de león y de una especie que no hay en la tierra. Por consi-
guiente, sólo podía ser del león que se cayó de la luna. Y enton-
ces me dijo: "Muy bien, gran héroe. Veo que eres valiente y
fuerte, y que te gustaría salirle al encuentro a enemigos más
poderosos que el león de Nemea. Ordeno, por lo tanto, que
vayas a destruir la hidra de Lema, el monstruo que está arra-
sando aldeas y campos. Quiero que me traigas las cabezas de
la hidra". Eso es lo que pasó.
-¿Y vas ya, Hércules? preguntó Emilia.
-Sí, mas solo. Esa hidra tiene fama de muy venenosa y
no quiero que mis amiguitos arriesguen la vida. Iré con Yolao,
viejo compañero que vive acá cerca. Ustedes me esperarán en
este punto.
Dijo y se fué.
Pero Emilia no concordó. No podría admitir que estuvie-
ran tan cerca de la hidra y no asistieran a esa hazaña de
Hércules.
-Podemos hacer una cosa, le propusó a Perucho después
que Hércules se alejó. Podemos ir sin que él lo sepa. Nos
ocultamos allá y a todo asistiremos sin que Hércules se dé
cuenta.

[86 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

A Perucho no le pareció fuera de propósito la idea, y des-


pués de alguna vacilación se decidió.
-Tienes razón, Emilia. Vamos. Con una pitadita de pir-
limpimpim llegaremos a Lema mucho antes que Hércules.
y así hicieron. Perucho calculó muy bien la dosis de polvo
y ¡fiun! Argolida. Era allí que estaba el pantano donde vivía
la famosa hidra de muchas cabezas.
Después de salir del mareo del fiun, miraron alrededor. El
paisaje les pareció diferente. Las montañas, a lo lejos, eran
otras, y otra la vegetación. Perucho notó que las hierbas de
los alrededores se asemejaban a las que denuncian la proxi-
midad de los pantanos. Suelo húmedo y negro.
-Esto debe ser la orilla del pantano de Lema.
Miró. Realmente se extendía un pantano a la derecha,
hasta alcanzar unos peñascos feos, semejantes a las ruinas de
un monte.
-Me parece que la hidra vive entre aquellos peñascos.,
Todos los peñascos de ese tipo tienen cavernas. Vamos a ver.
Fueron. Dieron la vuelta por la orilla del pantano, como
para llegar a las piedras por el lado de atrás.
-Bueno; aquí tenemos que hacer alto para un reconoci-
miento. Suba a lo alto del peñasco, vizconde, y observe lo que
pueda.
Era bastante peligroso escalar aquella piedras abruptas,
razón por la cual Perucho recurrió al marlito. i Ah, triste des-
tino el de las criaturas "reparables"! El vizconde suspiró, pero
bajó la canasta y se fué, como una araña, peñas arriba. En el
lugar más alto se puso de pie. Miró alrededor. De repente
retrocedió, tropezó, perdió el equilibrio y fué rodando por el
peñascal abajo como un cuerpo muerto que cae.
-¡ Socorro! gritó Emilia, corriendo a salvarlo.
Perucho corrió también y encontró al vizconde enredado
en una rama de espinillo. Mucho les costó arrancarlo de allí;
pero lo arrancaron con la galerita arrugada, una pierna herida
y una espina clavada en la punta de la nariz.
-¡Pobre vizconde! decía Emilia, mientras le sacaba la

[87 ]
MONTEIRO LoBATO

espina y le alisaba las chalas del cuello. ¿Qué fué lo que lo


asustó tanto?
El marlo científico apenas podía hablar. Estaba sofocado.
Le dieron agua y unos golpecitos para avivarlo. Fué vol-
viendo en sí, hasta que, finalmente, habló.
-¡Ella! exclamó con los ojos dilatados.
-¿Ella quién, tonto?
- j La hidra! ...
Al oír esas palabras Perucho sintió helársele la espina ver-
tebral. Indudablemente se encontraba en el momento más
crítico de su vida de pequeño aventurero. La hidra era el mons-
truo más terrible que había aparecido en el mundo, y si descu-
briera su presencia allí, fatalmente los devoraría con la mayor
facilidad. Aunque valiente, Perucho tembló de miedo. Sacudió
al vizconde.
-¡ Hable! Diga lo que vió. ¡Vamos! ...
-¡La hidra!. .. La vi allí abajo ... El cuerpo en el pan-
tano, las horribles cabezas fuera. Alrededor muchos cadáveres.
humanos ...
-Pero, ¿la hidra te vió a ti?
-Creo que no. Parece que está dormida.
¡Uf! La información alivió a Perucho. "Tiene el buche
lleno, murmuró el vizconde; está digeriendo. Eso la deja so-
ñolienta ... "
-¿Y qué más viste?
-Vi el pantano que se extiende a lo lejos. Cerca de la
hidra está la entrada de la gruta, con montones de huesos en
el suelo. N o vi nada más. Tropecé, caí ...
Perucho se puso a reflexionar y finalmente resolvió que
lo mejor era que subieran todos a la cima del peñasco y se que-
daran muy quietitos allá arriba. Había mucha más seguridad
en la alto que allí. Emilia fué de la misma opinión.
-Pues, subamos, exclamó Perucho.
Y subieron los tres, con grandes dificultades, hasta la cima
desde la cual el marIa se despeñó. Al llegar allí miraron hacia
el fondo y vieron la hidra.

[88 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES.

- ¡ Qué horrible es I murmuró Perucho en voz tan baja


que casi no la oía más que él, tal era su miedo a que el monstruo
lo oyera. ¿Es que Hércules la va a vencer?
Emilia contó las cabezas.
-Dos y dos cuatro y cinco, nueve. Nueve cabezas, sí. Dicen
que una de ellas es inmortal. Para mí que es la tercera, la de
la izquierda. Siento que es la inmortal ...
La hidra estaba dormitando con ocho cabezas; sólo una se
conservaba alerta en un movimiento de vaivén -va a la
izquierda, viene a la derecha, pero sin dirigir nunca los ojos
hacia arriba.
-Creo que acertamos, dijo Perucho. Sólo mira hacia los.
lados.
y como era así, se acomodaron en una hendidura de la
roca, muy encogiditos, esperando que el héroe exterminador de
monstruos apareciese. De vez en cuando uno de ellos se levan-
taba para escudriñar el horizonte. ¡Nadal Ni señal de Hércules.
La situación se tornaba muy seria.
-¿ y si tardara dos o tres días? ¿Cómo nos arreglaremos.
en materia de víveres? pensó Perucho.
Minutos después los penetrantes ojos de EmI1ia percibie-
ron algo a lo lejos.
-Espera. .. Estoy viendo --estoy viendo algo que se di-
rije aquí. Un grupo ...
Pero no era aún el héroe, sino una bandada de centauros
al galope. N o hay nada más bello que una carrera de centauros.
Perucho estaba como en éxtasis.
- j Como corren! Fíjate, Emilia, qué arranques dan y
cómo sacuden en el aire la cabeza. Nuestro mundo moderno
es bien poco interesante. Imagínate una yunta de estos pro-
digiosallá en la quinta de abuelita ...
Emilia se deslumbraba.
-Si yo fuera doña Benita, traía la quinta para acá. Allá
no da gusto. Sólo el tío Bernabé, Elías Turco, el coronel Teo-
dorico -y víboras chiquitas en vez de hidras como ésta, y-
burros en vez de centauros ...

[89 ]
MONTEIRO LoBATO

Poco después los monstruos habían desaparecido en un


bosque distante.
- j Qué lástima! exclamó Perucho. Me pasaría la vida
entera viendo a esos centauros correr por los campos. ¡Qué
maravilla de maravillas! ...
El tropel llegó a los oídos de la hidra, que se puso en
guardia.
-¡Mira! dijo Emilia. Se despertó. Está con los dieciocho
ojos brillando como estrellas y con las nueve lenguas afuera,
vibrando ...
Perucho vió que era así. El monstruo estaba alerta, como
si olfateara enemigos en los alrededores.
-Fíjate, cuántos cadáveres en el suelo ...
El monstruo surgía del montón de cadáveres de sus últi-
mas víctimas. Perucho puso cara de horror. En ese momento
los telescópicos ojos de Emilia divisaron algo en el horizonte.
-¿Más centauros? preguntó el chico.
-No. Ahora no son centauros. Es un carro que viene a
todo 10 que da ...
Era Hércules que venía aproximándose en un carro, acom-
pañado de su fiel amigo Yolao. Llegó. Saltó a tierra y después
de rápido examen, sin la menor vacilación, avanzó contra la
hidra.
i Qué maravilloso espectáculo! El monstruo de nueve cabe-
zas estaba como electrizado, tieso. las nueve lenguas en perma-
nente vibración y los dieciocho ojos más vivos y relucientes que
diamantes al sol. Había allí nueve golpes preparados contra el
agresor. Hércules, sin embargo, la atacó sin el menor recelo,
como si atacara a un corderito, y fué golpeando sobre aquellas
cabezas con su invencible maza. Pero notó que las cabezas
deshechas brotaban instantáneamente, de manera que por más
que las aplastara nunca dejaba de tener delante de sí las mis-
mas nueve cabezas. Además, sus movimientos iban siendo tra-
bados por los anillos de la hidra. La cola del monstruo se le
enroscó en las piernas y 10 iba apretando como en un torno.
Para agravar la situación surgió de la caverna un horrendo y

[90 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

enorme cangrejo, que fué a clavar sus pinzas en el talón del


héroe. Hércules se vió obligado a dejar la hidra para volverse
al nuevo atacante. Con un golpe de maza lo aplastó.
-¡Qué horror! exclamaron allá arriba los tres pequeños
aventureros, cuando un engrudo verde obscuro brotó del can-
grejo aplastado.
Pero Hércules vió que no podía vencer solo a la hidra y
gritó a su amigo Y olao:
-¡Ven a quemar las cabezas que yo vaya aplastando~
y olao se fué a un bosque que había cerca y lo encendió,
y mientras las llamas lo devoraban y reducía los troncos a tizo-
nes, Hércules, siempre trenzado con la hidra y enroscado en
sus anillos, continuaba en su tarea de aplastar las cabezas re-
nacientes.
-¡ Qué horror! exclamó Perucho. Ya aplastó doscientas
y no consigue nada. Y aunque aplaste doscientas mil nada
consiguirá, pues renacen en el mismo instante. Veo que Hércu-
les va a perder la partida ...
- y una cabeza es inmortal, dijo Emilia. Aunque Hércu-
les la mate, remate, trimate, la cuatrimate, la despelleje, la
queme y la reduzca a polvo, nada adelantará porque es inmor-
tal. Creo también que nuestro pobre Hércules de esta vez está
copado.
La lucha era tan electrizante que por un tris, Perucho,
absorto en ella, no se despeñó de la altura, como el vizconde.
Sentía la lucha como si estuviera también atacando al mons-
truo. Finalmente no resistió: comenzó a tirarle piedras. Una
de ellas alcanzó uno de los ojos de la hidra, haciéndola par-
padear.
En el bosque, Y olao atizaba el fuego ansioso por obtener
tizones. Un soplo enviado por Eolo, el dios de los vientos, vino
a ayudarlo, barriendo las llamas y dejando a su alcance varios
troncos en brasa. Yolao se fué a ellos y escogió un buen tizón.
Apagó el fuego de una de las extremidades, lo tomó y corrió
a ayudar a su amigo.
-Ve quemando las cabezas que yo aplaste, díjole Hér-

[91 ]
MONTEIRO LoBATO

cules -y plaf, aplastó una. Sin perder un segundo, Yolao


aplicó el tizón encima. El chirrido llegó hasta lo alto de la roca
y poco después un terrible hedor de hidra asada. Perucho y
Emilia se taparon la nariz.
¡Paf! Hércules aplastó la segunda, y el tizón de Yolao
chirrió sobre ella. Y ¡paf! la tercera; y ¡paf! la cuarta; y ¡pafl
la quinta; y ¡paf! la sexta; y ¡paf! la séptima; y ¡paf! la octava;
y ¡paff la novena. Los tres pequeños aventureros, en el alto
de la roca, oyeron exactamente nueve pafs y nueve chirridos,
y sintieron nueve hedores de hidra asada.
La novena cabeza, que era la inmortal, se desprendió del
monstruo y cayó a cierta distancia, más viva que nunca, con
la lengua fuera, muy vibrante, y con los ojos llenos del fulgor
de la inmortalidad. Contra ella nada valía el tizón de Y olao,
porque lo que es inmortal es también incombustible. Hércules
tuvo que enterrarla en un agujero bien hondo y colocar encima
un bloque de piedra que el vizconde calculó en mil arrobas.
Estaba finalmente vencido el famoso monstruo de Lema.
Privado de sus ocho cabezas y con la inmortal enterrada, la
hidra cayó a tierra en temblores convulsivos.
-Es el veneno que actúa, dijo Emilia.
El vizconde, siempre sabio, explicó que el veneno ofídico
no vive en el cuerpo de las serpientes, sino en una bolsita loca-
lizada en la base de los dientes caninos.
-Eso está bien para aquella serpientes de la quinta, bro-
meó Emilia. En Grecia todo es diferente. Esta hidra debe tener
en el cuerpo veneno en vez de sangre. Ya lo verá.
y el vizconde vió. Vió a Hércules abrir el corazón de la
hidra agonizante para embeber en la sangre negra la punta de
sus flechas.
-¿No lo dije? exclamó Emilia victoriosamente. Si Hér-
cules mojó en esa sangre la punta de sus flechas, claro que es
para envenenarlas.
El vizconde se sonrió, murmurando: "El mundo está lleno
de supersticiones".
Terminada la lucha, Hércules examinó su propio cuerpo

[92 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

y verificó que tenía varias heridas. Yolao también mostraba


un arañazo en el brazo. Ambos estaban envenenados, perdi-
dos. .. Por lo menos así lo creyeron.
Hércules miró a su compañero. Y ¿ahora? Contra los
monstruos disponía de su invencible maza, de sus flechas mor-
tales y de la poderosa fuerza de sus músculos. Pero contra un
veneno de aquellos, de nada valían maza, flechas y músculos.
¿Y ahora?
El héroe se sentó sobre una piedra, a meditar.
Su triste situación apenó a Emilia.
- ¡ Pobrecito! Venció, pero va a ser vencido si nosotros no
10 ayudamos.
-¿Ayudarlo? ¿Cómo, Emilia? ¿No ves que estamos aquí
de incógnitos?
-Podemos perfectamente ayudarle sin que él se aperciba de
nuestra presencia. ¿No te acuerdas de las palabras de Zeus a
aquel mensajero con alas en los talones?
Perucho frunció las cejas intentando recordar.
-¿No te acuerdas que Zeus previó la hipótesis de que
Hércules fuera herido y envenenado, y mandó por aquel men-
sajero un recado a la pitonisa de Delfos?
-Sí, j es verdad! exclamó Perucho, recordando la pene-
tración que habían hecho en el Olimpo 1. Sí, mandó a decirle
que en el caso que Hércules la consultara, en una planta del
Oriente encontraría el contraveneno de la hidra. Eso es ...
-Pues entonces nuestro deber es ayudar a Hércules, acon-
sejándole que vaya a consultar la pitonisa.
-Pero, ¿cómo aconsejarle sin revelarnos, Emilia? Tan
sólo si el vizconde. .. y miró al marlito, que lanzó un suspiro
,con los ojos vueltos al cielo.
Emilia concordó.
-Eso es. Que vaya el vizconde ...
i Y el vizconde tuvo que ir! Tuvo que bajar de lo alto de
la roca para aconsejar al tremendo héroe. Pero el marlo usó

1 El M1notauro.

[93 ]
MONTEIRO LoBATO

una estratagema. Refle:donando que si se presentara pura y


simplemente ante Hércules, lo probable era que en la pertur-
bación en que estaba éste lo aplastara con el pie, creyéndola
tal vez hijo del cangrejo, se aproximó de modo que no fuera
visto y, oculto en una ranura, murmuró con voz cavernosa e
impresionante:
-Id a Delfos, i oh, gran Heracles! La pitonisa os indicará
una planta de Oriente que anula el veneno del monstruo.
El marlito pronunció esas palabras COI} tono verdadera-
mente impresionante. Hércules las oyó y dijo a Yolao:
-¡ Salvados estamos, amigo! La roca habló. N os manda
correr a Delfos y consultar a la pitonisa. Hay en Oriente una
planta que nos curará -y se levantaron los dos, subieron al
carro y partieron en loca carrera hacia Delfos.
Cuando el vizconde se reunió con sus compañeros, estaba
aún pálido del susto, soplando, soplanoo ...
-¡Uf! De buena escapé. Felizmente Hércules no me vió.
Me escondí en una grieta de la piedra. Lo que él hizo con el
cangrejo no me salía de la cabeza ...
Emilia 10 felicitó por el ingenio.
-Eso es, vizconde. La vida es así; tenemos que usar la
astucia cuando no podemos emplear la fuerza. ¿Y ahora? ¿Qué
hacemos?
-Ahora, respondió Perucho, vamos a bajar y explorar
el campo de batalla.
Bajaron y fueron a ver el campo de batalla. ¡Qué horrible
hedor! Más de diez cadáveres yacían allí, algunos verdes de
podredumbre, otros recientes, y encima de ellos el cuerpo de
la hidra muerta, con estremecimientos en la cola aún. Espec...
táculo impresionante. Pero Emilia no renunció a llevar para
su célebre museo "una punta de lengua de hidra". Abrió su
canastita, sacó la tijera y con mil cautelas para no envenenarse
cortó la punta de la lengua de una de las cabezas aplast~das.
-Mira, Perucho. Tiene dos puntitas.
-Es bífida, explicó el vizconde. Las lenguas de dos pun-
tas se llaman bí-fi-das.

[94 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¿ Qué quiere decir?


-Quiere decir hendida en dos. Es una palabra que viene
del latín bis, dos, y fido, cortado, rajado o hendido.
Ni en aquel momento el marlo científico paraba con sus
lecciones ...

[95 ]
Hércules oía al vizconde con la mayor atención...
III

LA CORZA DE LOS PIES DE BRONCE


PEGASO

¡Qué fiesta les hizo el centaurito al verlos regresar! Medio-


y-Medio vivía en verdadera luna de miel con sus nuevos ami-
gos. ¡Qué gentiles eran y cuán buenos sentimientos tenían!
N ada de coces como entre los centauros, nada de violencias y
arbitrariedades.
En el rebaño, él era el único de su edad, de manera que vi-
vía triste por falta de compañeros para jugar, pero allí, ¡qué
delicia! Hasta el vizconde, tan comedido al comienzo, jugaba
con una espectaculosidad que llamaba la atención.
-Perucho, secretó Emilia a oídos del chico, ¿no te pare-
ce que el vizconde se está excediendo?
-Sí, me parece muy cambiado y si sigue cambiando ...
-Pues eso me está preocupando mucho, confesó Emilia.
El también es un heroicito y todos los héroes pasan por un pe-
ríodo de locura. ¿No recuerdas a Don Quijote?
-Es verdad, Emilia. Eso fué 10 que nos ha contado
abuelita. Don Quijote, Rolando y nuestro Hércules, todos los
héroes enloquecen. Sobre la locura de Rolando hay aquel
poema de Ariosto: Orlando Furioso. Orlando es 10 mismo que
Rolando.
-Pues si el vizconde hace igual, vaya escribir un poema
como Ariosto. i Qué hermoso habda de ser: "EL VIZCONDE
FURIOSO", por la Marquesa de Rabicó! Un éxito ...
Poco después estaban entregados a la "ciranda-cirandita"
y quien cirandaba con más furia era justamente el vizconde de
la Mazorca, el ex grave y galerudo sabio de la quinta. Yana
llevaba ni la galera. De un puntapié tiró lejos la vieja galerita.
-¡Basta de galera! Una galera no es más que un pedazo
de canuto de chimenea con alas. ¿Por qué galera? ¿Para qué
galera? y se puso a bailar la rumba ...

[99 ]
MONTEIRO LoBATO

El centaurito se durmió como los demás, pero se despertó


antes que nadie y salió corriendo al galope.
Cuando al caer de la tarde, Hércules se presentó acompa-
ñado por su amigo Yolao, sólo el vizconde 10 recibió. Perucho
y Emilia seguían entregados a un sueño de plomo. Hércules hi-
zo la presentación.
-El vizconde de la Mazorca, mi escudero.
y olao se mostró lleno de admiración.
-¿Escudero tuyo, Hércules? .. ¿Una araña de éstas?...
-Pues, amigo, es la araña más sabia que puede haber.
Habla con la misma sabiduría que los grandes maestros de Ate-
nas. ¿Quieres verlo?
y volviéndose al vizconde:
-Vamos, amigo escudero, dígale una sabiduría a Y olao ...
El vizconde, sin vacilar, declamó en el más puro de los
griegos:
-PANTA REI, üUDEN MENE!.
-¿Qué es eso?, preguntó H~rcules, el que en materia de
pensamientos filosóficos era 10 que nosotros llamamos ahora
"una bestia".
-Estas palabras significan: "todo pasa, nada permanece".
Son palabras del gran filósofo Heráclito de Efeso que debe lle-
gar al mundo en el año 576 antes de Cristo.
y olao arrugó la frente, señal de que no entendía. Hércu-
les le explicó:
-Hay aquí una mezcolanza de siglos para adelante y pa-
ra atrás, que yo no logro comprender por mucho que ellos me
10 expliquen. También hablan de un tal Cristo y de una quin-
ta del Benteveo en el "siglo XX". Y o oigo lo que me dicen co-
mo quien escucha música de tierras extrañas. N o pesco nada.
-¿Y aquella enanita que está allá?, preguntó Yolao seña-
lando a Emilia que dormía.
-Ah, esa es mi "dadora de ideas" ...
-¿Qué?
-Eso mismo. La que me da ideas.

[ 100]
- ---
- -..
-
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-
-
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El vizconde, sin vacilar, declamó . ..

[ 101 ]
MONTEIRO LoBATO

-¿Y puede tener ideas una gota de persona como esa?


-Pues has de saber, Yolao, que de esa cabecita brotan más
ideas que avispas de un avispero. j Y algunas excelentes! La
idea de matar al león de la luna por estrangulamiento procede
de ella. Fué cuando los conocí. Estaban subidos a un árbol y
yo, ya sin flechas en mi carcaj y con la clava reducida a asti~
llas, no sabía que hacer cuando sonó una vocecita alambicada;
"Señor Hércules, agárrelo por el pescuezo y ahóguelo". Y fué
lo que hice. Se llama Emilia y parece que es marquesa de Ra-
bicó. Cuando están enfadados la llaman marquesa, o marquesa
de Rabicó.
-¿ Y ese hermoso chico?
-Ah, es mi oficial de gabinete ...
-¿Oficial de gabinete?, repitió Yolao que nunca había oído
semejante expresión. ¿Qué es eso?
-Cosa de ellos. Es como un compañero, un auxiliar. Un
chico excelente, tan educado que a veces hasta me da vergüen..
za. Parece increíble, pero he aprendido mucha moral con ese
chico. Y cosas técnicas. Me enseñó una manera excelente de
derribar centauros a la corrida -y le contó minuciosamente la
historia de la captura del centaurito con las boleadoras.
-¿Así que agarraste un centaurito? ¡Qué barbaridad! ...
-Lo extraño no es haberlo agarrado, sino que ese centau-
rito es ahora tan amigo nuestro y progresa tanto su educación,
que tengo remordimientos de haber matado otrora tantos cen-
tauros. Ellos son gente como nosotros, Yolao, sólo que más rús-
ticos, más salvajes. Pero si los tenemos junto a nosotros, resul-
tarán como nosotros mismos. Y Hércules expusó &- Yolao aque-
lla suya "idea sobre la educación", la única que había brotado
de la bronca cabeza del héroe.
-¿Dónde está el centaurito domesticado?, preguntó Yolao.
-Por ahí. .. ¡Mira!... Allá viene galopando ...
Y realmente así era. Venía a toda velocidad, como quien
hubiera visto algo prodigioso y se sintiera ansioso por relatarlo.
Poco después, Hércules preguntó:
-¿Qué pasa, Medio-y-Medio?

[ 102 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

El centaurito, ahogado por el esfuerzo, casi no podía


hablar.
-Yo. .. yo salí galopando por el mundo afuera y. .. y
fuí a dar a un bosque extraño. Parecía un parque abandonado,
tal era el número de estatuas de piedra que se exhibían en
cierto lugar: estatuas de héroes en posición de ataque, unos
abriendo el arco, otros arrojando la lanza. Lo comprendí todo.
Yo estaba en la tierra de las Gorgonas, allá donde "él" vió a
Perseo cortar la cabeza a Medusa -y al decir "él" señaló al
vizconde. Y entonces sentí deseos de mirar el cadáver sin ca-
beza del monstruo.
y olao iba abriendo cada vez más los ojos. Finalmente habló
con un tono asustadísimo.
-¿Cadáver sin cabeza? ¿Así que han cortado la cabeza
de Medusa?
-Sí, respondió el vizconde. Yo asistí a todo. Vi todo con
estos ojos. Perseo cortó esa cabeza llena de víboras y la metió
en un zurrón mágico.
-¿y para qué? preguntó Yolao.
-Para llevársela de regalo al rey Polidectes ...
El asombro de Yolao era tal que no conseguía cerrar la
boca. ¡Finalmente la Gorgona había sido decapitada!. .. Ha-
bía sido siempre el peor monstruo de Grecia a causa de su
"ojo petrificador" -especie de "rayo de la muerte" o arma se..
creta de Hitler.
-Prosigue, Medio-y-Medio, dijo Hércules.
El centaurito prosiguió:
-Pues bien. Evidentemente yo estaba en las cercanías del
antro de la Gorgona, de acuerdo a lo que significaban aquellos
héroes de piedra -los héroes que habían ido a matarla y que
ella, desde lejos, con una simple mirada, transformó en esta-
tuas. .. Finalmente di con el antro. Entré cautelosamente. De
pronto, ¡oh, Zeus, qué cuadro horroroso! Tirado en el suelo, el
cuerpo sin cabeza de Medusa ...
El vizconde intervino.
-Cuando Perseo la decapitó, ella estaba en la cama ...

[ 103 ]
MONTEIRO LoBATO

-Pues la encontré en el suelo, dijo el centaurito. Los que


mueren como ella siempre se estremecen y el cuerpo herido
cambia de lugar. Estaba en el suelo. Yo miraba, miraba ...
Miraba sobre todo la roja herida del cuello. De pronto, imagí-
nense 10 que pasó. .. Aquella herida comenzó a moverse, co-
menzó a alargarse, como si algo le saliera de dentro, y final-
mente salió un caballo blanco ... Un caballo con enormes
alas. .. La visión más hermosa que alguien pueda imaginar ...
¡Un caballo blanco!
- j Pegaso! gritó Perucho que se había despertado y se unie-
ra al grupo. Bien dijo abuelita que el hermoso Pegaso era un
"producto" de la Gorgona.
Medio-y-Medio prosiguió:
- j Yo he visto al prodigioso caballo con alas salir del cuer-
po de Medusa!. .. Lo vi con estos ojos y me cuesta creerlo ...
-¿ y qué hizo él después de salir del cadáver de Medusa-?
preguntó Emilia que se había aproximado también.
-Hizo 10 que hacen las mariposas cuando dejan el ca-
pullo: están unos segundos inmóviles hasta que se les seca la
humedad de las alas, ensayan sus músculos y finalmente se
echan a volar.
-¿Y el caballo voló?
-Al principio no hacía más que intentarlo. El que nunca
ha volado encuentra difícil el comienzo. Tiene que ir poco a
poco. Pero tuve miedo que me pasara algo y salí corriendo
para aquí. Vine al galope ...
Perucho contó la visita de Belerofonte a la quinta.
-¿Qué Belerofonte? preguntó Hércules.
El chico explicó que Belerofonte era como se llamaba el
hérge corintio que en un próximo futuro iba a domar a Pegaso,
haciendo de él su montura. Pues ese héroe, montado en Pega-
so, llegaría a la quinta y pasaría unos días en la casa de Doña
Benita. Pegaso se arreglaría en el pesebre del Burro Parlante,
donde también estaba Rocinante, el caballo de Don Quijote.
Todo esto en el siglo XX, después de Cristo.
Hércules le guiñó un ojo a Yolao, como el que dice: "Esa

[ 104]
¡Pegaso!. .. ¡Ya crió fuerzas y se elev a al cielo! . ..

[ 105 ]
MONTEIRO LOBATO

"es la lengua de ellos. Hablan de cosas misteriosas: "Quinta",


"abuelita", "Don Quijote", "antes y después de Cristo" ...
De pronto Emilia gritó:
- ¡ Allí va él!. ..
-¿Quién?
-¡ Pegaso! . .. Ya tiene fuerzas y se está elevando en el
cielo ...
Todos se volvieron hacia la dirección indicada y, efectiva-
mente, vieron algo deslumbrante: ¡Pegaso volando! ... Sus gran-
des alas blancas recordaban los movimientos de las gaviotas
marinas. ¡Qué serenidad, qué majestad en el vuelo! ... Hay en
el mundo muchas cosas hennosas, pero el que no ha visto a
Pegaso en vuelo no ha visto la cosa más hermosa de todas.
j El sol se embebía en aquellas alas blancas y las hacía deslum-
bradoras! ...
Pegaso siguió volando, siempre subiendo, hasta desapare-
cer tras las nubes. Los chicos habían sido testigos del estreno
de Pegaso en los azules cielos de Grecia ...

DE NUEVO EN MICENAS

Estuvieron una hora seguida comentando la maravilla de


las maravillas.
-El casal de pegasos que vi en aquella película ((Fantasía",
fué la cosa más bella que vi en mi vida, dijo Perucho. No la
olvidaré jamás -y explicó a Hércules quién era Walt Disney.
El héroe bien poco entendió, y no podía entender. No hizo
comentarios. Apenas si mudó de asunto.
-Muy bien. Tenemos ahora que volver a Micenas con
las ocho cabezas de la hidra.
Emilia arrugó la frente y dijo:
-Aquel rey antipático es capaz de annar un lío. Es ·muy
capaz de exigir la presentación de la novena cabeza ...
-No 10 creo, dijo Yolao. Euristeo no sabe que la hidra te-

[ 106 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

:nía exactamente nueve cabezas. La leyenda dice un número


unas veces y otro otras. Va de siete a cien ...
N ada pasó en el camino a Micenas. A cada momento Hér-
eCules y Yolao levantaban la vista al cielo con la esperanza de
ver a Pegaso una vez más, pero inútilmente.
y olao se admiraba de la transformación que se iba produ-
ciendo en el genio de su amigo. Nada había en él de la antigua
brutalidad. Se había hecho sociable, alegre, juguetón, siempre
muy atento a las ideas de Emilia. i Y qué familiaridad se per-
mitía Emilia con el tremendo héroe! Era "tú" para aquí, "tú"
para allá, como si se dirigiera a Perucho o al vizconde. Y al hé-
roe le gustaba ...
Al avistar Micenas, Hércules dijo a Perucho que se fuera
con los demás a esperarlo en el "camping" mientras él entraba
en la ciudad para dar cuenta a Euristeo de la segunda hazaña
realizada. Y se separaron. Perucho y los demás de la pandilla
salieron corriendo hacia el "camping"; Hércules y su amigo
entraron en Micenas.
La noticia de la segunda hazaña de Hércules explotó como
una bomba y comenzó a correr de boca en boca. Cuando el
héroe llegó al palacio, el rey ya lo sabía todo.
Euristeo estaba cejijunto, meditando un nuevo trabajo para
aquel maldito héroe que, efectivamente, parecía ser invencible.
y consultó a su ministro de estado, célebre por las mañas que
usaba en sus negocios.
-Eumolpo, dijo el rey, Hércules no va a tardar en llegar
a verme para comunicarme su lucha con la hidra de Lema,
pero yo ya lo sé. El la venció como venció al león de Nemea.
¿Qué tercer trabajo le puedo imponer?
Eumolpo se acarició la barba mientras reflexionaba. Des-
pués sonrió.
-¡Ya está! ... dijo muy contento. Hércules venció al león
y a la hidra, monstruos que sólo valían por su fuerza. ¿Y si lo
lanzáramos contra la famosa Corza de los Pies de Bronce?
-¿La Corza Cirinita?
-Esa es. La linda corza de cuernos de oro y pies de bronce

[ 107 ]
MONTEIRO LoBATO

del templo de Artemisa, en el monte Cirineo. Esa corza está


consagrada a la diosa, de manera que está muy protegida. Tie-
ne mucha fama, porque nadie en el mundo corre con tanta
velocidad. Y no se cansa. Puede correr un año entero sin parar
-tiene los pies de bronce justamente por eso- para que corra
todo el tiempo que quiera sin necesidad de dar descanso a los
cascos. Hércules es pesado. Aguanta hidras y leones. Pero dudo
que pueda agarrar una corza tan arisca y, además, protegida
por la hermana de Apolo ...
Euristeo aprobó inmediatamente la pícara idea, de manera
que estaba muy amable y risueño cuando llegó Hércules. Fin-
giendo que no sabía nada, dijo al verlo:
-¿ Qué tal, Hércules? Venció también a la hidra o ...
-Sí, la vencí, Majestad, y traigo aquí la prueba, dijo el
héroe abriendo el saco y enseñándole las ocho horribles cabe-
zas del monstruo. Falta una, la novena, justamente la inmor-
tal. Esa tuve que aplastarla, quemarla y enterrarla bien profun-
damente, con una gran piedra encima ...
-Lo felicito, Hércules, y me place volver a verlo, fuerte
y bien, y con uno más de los trabajos realizados. Sus proezas
justifican la fama que tiene. Aquí en Micenas el pueblo no
hace más que hablar de Herades, sólo quiere saber 10 que hace
Herades. .. y se interesará más aún por el héroe, si Herades
me trae aquí, vivita, a la Corza Cirinita ...
Hércules palideció. Conocía la fama de esa corza invenci-
ble en la carrera. Pero recordando a su "dadora de ideas" y a
los demás compañeros de aventuras, se consoló íntimamente
con un "¿quién sabe?" y dijo al rey:
-Perfectamente, Majestad. Espero tener el honor de traer-
le aquí, bien vivita, a la famosa corza de los pies de bronce.
Cuando Hércules salió, Euristeo se frotó las manos y le
dijo al sinvergüenza Eumolpo: "Esta vez no se me escapa".
Al llegar el héroe al "camping", todos corrieron a su en-
cuentro trepados sobre el centaurito.
-¿Y entonces? preguntó Perucho.
Hércules se sentó y apoyó el rostro entre las manos.

[ 108]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

-Su Majestad me acaba de meter en un apuro seno, dijo.


Quiere que le traiga, viva, a la célebre Corza Cirinita ...
-¿ Qué es eso?
Hércules explicó:
-Es una corza del templo de Artemisa, en el monte Ciri-
neo. Pero no es una corza común. Además de que está protegi-
dísima por la diosa, tiene los cuernos de oro y los pies de bronce.
Eso significa que no se le gastan los cascos por más que corra
-y tiene fama de correr tan rápidamente como el rayo. Este
Trabajo me va a dar más trabajo que los demás. ¿De qué vale
mi fuerza contra la velocidad?
Todos se pusieron a reflexionar, pues aquel asunto presen~
taba dificultades y aspectos nuevos.
Perucho fué el primero en hablar.
-Escuche, Hércules. Allá en la quinta de abuelita yo estoy
siempre entre los cazadores vecinos y con ellos he aprendido
mil cosas. Cazar esa corza debe tener relación con lo que nos~
otros llamamos "cazar ciervos", pero con una diferencia: que
los ciervos se cansan y esta cervatilla de pies de bronce no se
puede cansar. Siendo así, mi idea no es la de incluir la caza de
la corza entre la caza de los ciervos, sino entre la de la paca ...
Hércules no sabía lo que era una paca. Perucho se lo ex-
plicó lo mejor que pudo.
- y la paca, Hércules, se caza de una manera muy dife~
rente: esperando que ella vuelva a su cueva.
- j Pero es que la corza no tiene cueva!
-No hay ser vivo que no tenga su cueva. Hasta nosotros,
yo, el vizconde y Emilia, tenemos la nuestra, dijo señalando
hacia la cabaña construída. Llamo cueva a ese lugar que todo
animal, cuando se cansa de correr mundo, busca para descan-
sar. Podemos hacer, inicialmente, una tentativa para agarrar
a la corza en la carrera -y para eso disponemos de Medio-y-
Medio. Si falla, recurriremos al método de "esperar en la boca
de la cueva".
A Hércules le pareció razonable la idea y para bromear
con Emilia agregó:

[ 109 ]
MONTEIRO LoBATO

-Este oficial mío de gabinete me está resultando mejor-


que de encomienda. Sus ideas parecen inclusive superiores a
las de mi "dadora de ideas" ...
Emilia hizo un gesto de indiferencia.
-Tú no me conoces, Lelé (y desde ese momento pasó
a llamarlo así). Yo doy ideas en ocasiones gravísimas, cuandQ·
el peligro es grande. En ocasiones sin importancia de la vida
diaria dejo que el cerebro de Perucho funcione, y así no canso
el mío. Todavía vas a poder ver, Lelé, lo que son mis gran-
des ideas ...
Perucho murmuró al oído de Hércules que cuando Emilia
se encontraba en un apuro y sin saber qué hacer recurría al
"figúrate", lo que resulta muy fácil. Después tuvo que explicar'
al héroe toda la técnica del "figúrate", la que pareció mara-
villosa a Hércules.
-¿ y resulta bien ese "figúrate"?
-Claro que sí, replicó Perucho. Pero es un recurso de-
vencidos. Uno sólo debe recurrir al "figúrate" cuando se siente
en las últimas, en las ultimísimas ...
Hércules se quedó pensativo.

EL MONTE CIRINEO

Al día siguiente levantaron el campamento y allá se fueron


con rumbo al monte Cirineo. En determinado momento se en-
contraron a una bandada de ninfas que huían de un bosque.
locas de terror, perseguidas por tres sátiros.
- j Lelé! gritó Emilia, no permitas que esos monstruos mo-
lesten a las pobrecitas ...
Hércules no dijo nada. Sacó del carcaj tres flechas y, esti-
rando el arco, despidió una tras la otra: ¡zás,zás, zás! . .. Las-
tres sátiros rodaron por el suelo, pero sólo atontados y no muer-
tos. Las flechas no los habían atravesado.
Hércules estaba patitieso. ¿Qué? ¿Entonces sus flechas no-
atravesaban a un sátiro?

[ 110]
Atontadas de terror, perseguidas por tres sátiros . ..

[ 111 ]
MONTEIRO LoBATO

Emilia, tranquilamente, dió la explicación:


-Fuí yo, Lelé, que saqué las puntas a algunas flechas de
tu carcaj. Dejé la mitad con punta y la mitad sin ella.
-¿Para qué?
-Para esto que acaba de pasar. ¿No sería una estúpida
maldad el matar a los pobres sátiros? Así, mediante mi idea
de las flechas sin punta, las ninfas se salvaron y ellos están
nada más que magullados.
-Creo que Emilia tiene razón, Hércules, agregó Perucho.
Nada de muertes inútiles. ¿Para qué?
A Hércules no le gustó mucho la broma, pero se resignó.
Si fuera a discutir sería peor. Los argumentos emilianos eran
como flechas con punta: de esos que matan las objeciones.
y Hércules se calló.
Fueron a ver los sátiros, caídos allá adelante.
-Son también medio-y-medios, exclamó Emilia. Cuerpo
y piernas de hombre; i pies y cuernos de chivo! ...
-jY catingudos! exclamó Perucho tapándose la nariz.Con
el mismo hedor del macho cabrío de la hacienda del coronel
Teodorico ...
Los tres sátiros yacían en la tierra, magullados por los fle-
chazos de Hércules, pero sin heridas. Gemían por el dolor de
los golpes.
-¡Miren quién está espiando! ... exclamó el vizconde, y
todos vieron en la orla del bosque a la bandada de ninfas con
los ojos fijos sobre ellos.
Hércules habló:
-Apenas salgamos de aquí, corren todas para acá y vie-
nen a cuidar de los sátiros. Las ninfas huyen de los sátiros por
pura coquetería. En realidad se pelan por ellos. Donde hay
sátiros hay ninfas y donde hay ninfas hay sátiros ...
y así fué. Apenas se habían alejado del lugar, las ninfas
llegaron a la carrera y rodearon a los sátiros caídos. Después
los llevaron en brazos al seno de la floresta.
-¿No os lo dije? repitió Hércules. Sátiros y ninfas: eter-
nos enamorados ...

[ 112 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Siguieron el VIaJe. i Qué agradable era viajar en Grecia!


Una delicia de clima, una delicia de paisaje. De vez en cuando
se cruzaban con viajeros que iban a pie y se paraban para char-
lar un rato.
En una de esas paradas conocieron a los dueños del Oli-
val, una familia compuesta de marido, mujer y tres hijos. El
gigantesco tamaño de Hércules asustó al hombre, haciendo que
'Se colocara frente a su esposa y sus hijos, como para defen-
derlos. Y al ver al centauro se asustó más todavía, poniéndose
blanco como un papel.
Perucho intervino:
-Somos de paz, amigo. Este es el gran Heracles, que está
realizando sus famosos trabajos. Ya mató al león de Nemea y
a la hidra de Lema y en cuanto a Medio-y-Medio es un
gran amiguito nuestro .
-¿Mató al león de Nemea? repitió el hombre lleno de
asombro.
-Sí. ¿De qué se admira?
-"Es porque vivo en las vecindades de Nemea. Salí en
peregrinación a Delfos, para consultar el oráculo de Apolo y ...
Emilia lo interrumpió.
-Ya sé. Viven en el Olival, donde está un pastorcito con
un rebaño, ¿no es verdad?
-Exactamente, dijo el hombre con la fisonomía ilumina-
da. ¿Cómo lo sabes, chiquitita?
-Es que estuvimos allí y dormimos en su casa ...
El asombro del hombre no tenía límites.
-¿El señor Hércules también?
-Claro que sí.
-Pero. .. es que allí no hay cama que pueda servirle ...
-Durmió sobre seis pellones extendidos en el suelo.
-Bien, así sí. ¿Y cómo van mis carneros?
-Muy bien. Sólo que desaparecieron cuatro ...
-¿ Cuatro? ¿Cómo?
-El pastorcito les contará lo que pasó ...
Hércules daba señales de hambre y Perucho propuso que

[ 113 ]
MONTEIRO LoBATO

acamparan allí y se encargara a Medio-y-Medio de obtener


comida. Emilia convidó a los dueños del Oliva! a que almor-
zaran con ellos.
Media hora después estaban todos en perfecta camarade-
ría ante cuatro carneros asados y el asombro del hombre no
tenía límites cuando vió a Hércules zamparse tres. Su esposa
le dijo al oído: "Está explicada la desaparición de nuestros
cuatro carneros" ...
Después de comer, a Hércules le gustaba disfrutar de una
pequeña siesta, lo que hizo tranquilamente. Los dueños del
Olival se quedaron sentados junto a él, viendo a la juventud
divertirse. Medio-y-Medio estaba empeñado en hacer toda
suerte de cabriolas para asombro de los chicos del Olival, los
que no cabían en sí de alegría.
-¿Me deja montar un poquito? preguntó uno de ellos a
Perucho viéndolo subido a lomos del centauro.
-Ven a la grupa.
El chico subió y dieron un largo galope por aquellos cam-
pos. Cuando volvían Hércules se había despertado y se des-
perezaba. i Ahhhh! -un desperezamiento hercúleo que asustó
a la pareja.
-Bueno, muchachos. Vamos a seguir, dijo el héroe. De
aquí al monte Cirineo falta un buen camino aún.
Se despidieron. El hombre agradeció a Hércules el honor
que le hiciera eligiendo su casa para dormir y le ofreció sus
servicios y el de sus hijos.
Se separaron.
- j Adiós! j Adiós! Vuelvan allá. j Vayan a pasar un día con
nosotros! . .. gritaban a lo lejos los tres chicos. Y Perucho,
montado en el centauro, respondía:
- y vosotros a ver si vais a la quinta de abuelita. ¡Está
llegando la época de las mandarinas! ...
La última etapa del camino fué vencida con cierta pereza.
Eso de llevar tanto carnero en el vientre no hace a la gente
más ágil.
-¿Será aquel cerro? preguntó de pronto Emilia.

[ 114]
. _ ~ __ _. "~:.t~ ':,,' ''''' •••• ~

~herm oso t emplo gnego,


.
.
todo columnas delante
[ 115 ] .
MONTEIRO LoBATO

Sí, era allí. Aquél era el monte Cirineo, y poco después


avistaron el templo de Artemisa.
-¿Quién era esa Artemisa? preguntó Emilia, y el marlo
contó:
-Artemisa es el nombre de una de las grandes diosas del
Olimpo, hija de Zeus y hermana de Apolo. Es la Diana de los
romanos, la Diana Cazadora que hemos visto en dibujos, con
el arco en la mano y el carcaj de flechas al hombro.
- y acompañada por un perro o por una corza, agregó
Emilia. Doña Benita me enseñó una Diana así.
-Exactamente, dijo el vizconde. Pero nuestra Artemisa es
una diosa medio masculina. No quiere oír hablar de trabajos
de mujer: bordar, cocinar, tejer. Su placer es la caza. Vive ca-
zando y no teme a ningún animal feroz. Corre tras ellos por la
floresta y los atraviesa con sus dardos.
-¿ Qué es dardo, vizconde?
-Una pequeña lanza que se arroja desde lejos.
-¿y entonces cómo es que la novia de Elías Turco escribió
aquella carta que leyó N aricita, con esta frase que me quedó
clavada en la cabeza: "Tus ojos dardean"? ..
-Sería en sentido figurado. Los turcos tienen los ojos
grandes y brillantes y los de aquella turquita parecían arro-
jar dardos de luz. Su novio creyó ver en esos rayos dardos, y em-
pleó la palabra "dardear". Lo que es una barbaridad.
Medio-y-Medio se había par,ado justo frente al templo: un
hermoso templo griego, todo columnas en el frente y sobre ellas
el triángulo del frontón. Perucho se bajó, hizo que se bajaran
los demás y se quedó con la nariz hacia el cielo mirando las
esculturas en bajo-relieve.
El vizconde habló:
-Ese bajo-relieve representa la matanza de las Nióbidas
o sean las hijas de la pobre Níobe.
Todos estaban atentos, inclusive el centaurito. El vizconde
prosiguió:
-Níobe, hija de Tántalo, se casó con un gran héroe tebano
llamado Anfión, y tuvo nueve hijos, cada cual más hermoso.

[ lIó]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Pero Níobe cometió la tontería de enorgullecerse de ello y decir


que ella era superior en fecundidad a la madre de Artemisa.
Resultado: esa diosa, que es muy vengativa, resolvió liquidar
a todos. Invadió la casa de Níobe y mató a flechazos a todas
sus hijas, mientras Apolo, su hermano, hacía 10 mismo con los
hijos que estaban fuera de la casa. Esa escultura representa la
tragedia de Níobe ...
Medio-y-Medio se quedaba con la boca abierta siempre
que el vizconde dejaba correr por la suya el raudal de su cien-
cia. ¡Qué fenómeno prodigioso! pensaba el potro de centauri-
too ¿Cómo dentro de una araña así puede caber tanta cosa?
y cuando preguntó a Emilia la razón de ese fenómeno, ésta
le respondió:
-Porque él es un sabio. Sabio significa eso: lleno de cien~
cia. El vizconde es un marlo de maíz que en vez de tener granos
de maíz por fuera tiene granos de ciencia por dentro. Basta
darle cuerda y el organillo comienza a tocar ...
Hércules había entrado al templo para ofrecer un sacrifi-
cio a la diosa. A Emilia se le ocurrió hacer 10 mismo.
-¿ Vamos, Perucho, a ofrecerle un sacrificio a Artemisa?
Aquí la moda no es rezar en los templos, sino sacrificar.
-¿ y qué es sacrificar?
Emilia cedió la palabra al vizconde, el que respondió: "Sa-
crificar es ofrecer un holocausto en el altar de un dios. Holo-
causto quiere decir quemar totalmente a una víctima. Esa pa-
labra proviene de "holas" que significa" todo" y "kaio" que
quiere decir "yo quemo". Para que haya holocausto es necesa-
rio que haya la destrucción total de una víctima por el fuego.

[ 117]
MONTEIRO LoBATO

LA CORZA

El vizconde les dió una conferencia sobre los sacrificios


griegos, o antiguos, porque todos los pueblos de la antigüedad
usaban ese método para aplacar la cólera de los dioses o con-
quistar su favor. "Ellos eran ingenuos", dijo el marlo. "Creían
que el humo de la carne quemada en los altares subía hasta
la nariz de los dioses y los aplacaba o conmovía". Más tarde
esa costumbre se modificó. En vez de quemar animales que-
maban plantas aromáticas o derramaban vino en el fuego.
Después pasaron a depositar ofrendas en los altares, hábito
que gustó mucho a los sacerdotes, los cuales en carácter de fun-
cionarios de los dioses se quedaban con los regalos. Y el vizcon-
de siguió en un nunca acabar.
El marlito era una perfecta enciclopedia. Sabía no sola-
mente las cosas del mundo moderno, sino tambIén todas las
cosas del mundo antiguo.
N o habiendo ni siquiera una paloma para sacrificar a la
diosa (cosa que por otra parte Perucho no habría permitido),
la idea de la muñeca fué que quemaran en el altar de Artemisa
tres pelos de la cola del centaurito. Medio-y-Medio estaba con-
movido. i Tres pelos de su cola quemados en el altar de la diosa
era algo para no olvidar jamás!
Hércules salía ya del templo y ellos, en la charla, no pudie-
ron saber qué especie de sacrificio ofreciera el héroe a la diosa.
E iban ya a entrar en el templo con los tres pelos de la cola
del centauro sobre las manos extendidas de Emilia cuando sonó
un "bé". Un "bé" de cervatilla ...
- j La corza! gritó Hércules y todos salieron corriendo en
dirección al "bé" con tiempo suficiente para ver, en el aire, la
línea de los tres saltos prodigiosos con que la corza cruzó el es-
pacio que la separaba del bosque. Sus cuernos de oro brillaban

[ 118]
[ 119]
MONTEIRO LoBATO

al sol y cuando sus patitas de bronce chocaban contra alguna


piedra el ruido era de campanilla.
- j Está en el bosque! exclamó Hércules. Vamos a cercarla
de cinco lados, ya que somos cinco. Y distribuyó a sus cuatro
compañeros en cuatro lugares estratégicos, quedándose él en el
quinto. El bosque era pequeño; una isleta en medio del prado
ondulante.
- y ahora, prosiguió, vamos acercándonos y cerrando el
círculo. Ella va a tentar escapar por una de las cinco direccio-
nes ¿y quién sabe si logramos aprisionarla al saltar?
Así lo hicieron. Fueron cerrando más, más, más y más el
círculo de manera que la corza, justo en el centro del bosqueci-
to, o saltaba hacia afuera o era aprisionada en el medio.
La corza comprendió la intención y descubrió el plan. Peru
se equivocó en un detalle: sólo contó a cuatro personas que
la perseguían. No incluyó entre ellas al vizconde, ni siquiera
prestó la menor atención a ese sabio. ¿Quién, en el bosque, va
a prestarle atención a un marlo de maíz, con algunas chala~
en el pescuezo? Y como no había reparado en el vizconde, la
corza resolvió huir precisamente por el sector del vizconde.
"Ellos se olvidaron de poner a alguien allí". .. se habría dicho
a sí misma. Pero no huyó mediante aquellos saltos prodigiosos.
que daba en campo abierto, pues en el bosque los impedimen-
tos se multiplican: son ramas, lianas, etc. Salió dando saltitos
y en uno de ellos fué a caer justamente sobre el vizconde, el
que se aferró a una de sus patas de bronce. La corza ni se aper-
cibió de ello. Era como si una punta de raíz se hubiera enre-
dado a sus pies y siguió dando saltitos hasta verse en campo
abierto. Al llegar allí se paró y volvió la cabeza, pues sentía
que la punta de la raíz seguía aferrada a su pata. Hizo un movi-
miento como para dar una coz y nada. Seguía allí el intruso..
Entonces la corza, furiosa, afirmó la pata y con los cuernitos
de oro arrancó al vizconde y lo tiró hacia atrás, pero sin darse
cuenta que se trataba de un ser vivo, inteligente y sabio. Y allá
se fué, por la amplitud del prado, a saltos de veinte metros.
cada uno.

[ 120]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES.

Los demás cazadores, sintiendo que la corza había salido


del bosque, trataron de reunirse. ¿Quién sabía si uno de ellos
no la había agarrado?
- ¡ Hola!. .. j hola! . .. i Por aquí! gritó Hércules y todos.
corrieron donde él estaba.
-¿ Qué tal, Perucho?
-Nada ...
-¿Viste algo, Medio-y-Medio?
-No ...
-¿Y tú, Emilia?
-Tampoco ...
¿Qué misterio era aquél? La corza debía haberse escapado·
por uno de los cinco lados. .. Sólo entonces Perucho recordó
al vizconde.
- ¡ Falta el vizconde! gritó. Todavía no sabemos nada del
sector del vizconde.
¿Pero, qué fin había tenido el vizconde? Lo buscaron en
todas las direcciones y nada. Volvieron al bosque e inspeccio-
naron cuidadosamente el sector que le habían confiado. Nada
tampoco.
Perucho era muy hábil para buscar en el bosque, pues es-
taba siempre en ellos en la quinta de Doña Benita. N o tardó en
observar que el lugar por donde huyó la corza era precisamente
el del vizconde y pudo seguir los rastros de la corza hasta el
prado. Había un lugar donde eran más visibles.
-Aquí ella paró un rato y corcoveó. Aquí pasó algo ...
Perucho había acertado. Era allí donde la corza, con sus
cuemitos de oro, se arrancó de la pata aquella "raíz" que le
molestaba.
Perucho siguió examinando.
- y desde aquí, prosiguió, ella salió como un rayo. Están
los rastros del corcoveo y nada más. El rastro más cercano-
debe estar en esta dirección, pero a veinte metros de distan-
cia. -Y, efectivamente, veinte metros más allá encontró nue-
vos rastros de la corza.
-Pero, ¿y el vizconde, Perucho? preguntó alarmada Emi--

[ 121 ]
MONTEIRO LoBATO

lia. ¿Se 10 habrá llevado la corza entre los dientes? El es de


maíz y las cervatillas son "maízvoras".
-El que busca encuentra, respondió Perucho y todos se
pusieron a buscar al vizconde en medio del pasto, ya que en
el bosque no había la más mínima señal de él.
De pronto, zás, el pie de Emilia tropezó con algo que no
era duro como piedra ni blando como queso. Se agachó para
ver 10 que era, separó el pasto y dió un grito:
- j Eureka! . . . Encontré al vizconde. Está aquí, pero muer-
tísimo y todo doblado.
Todos corrieron hacia ella y vieron efectivamente al viz-
conde muerto y destrozado, lleno de tierra y con varias chalas
del cuello arrancadas. Perucho 10 levantó, le auscultó el cora-
zón. Una sonrisa de triunfo le iluminó la cara.
-¡Vivo! ... ¡Vivo!. .. El corazón está débil, pero late. No
fué nada más que un desmayo. Pero, ¿qué habrá pasado?
-En uno de sus saltos, la corza cayó sobre él y 10 aplastó,
dijo Emilia. Eso es 10 que pasó.
Perucho no estaba de acuerdo.
-Si fuera eso, 10 hubiéramos encontrado en el bosque, en
el lugar en que estaba y no aquí, tan lejos. ¿Cómo vino a parar
aquí? ¡Ese es el misterio!
Medio-y-Medio se fué al galope a un arroyo que había allí
cerca a buscar agua. i Qué agua milagrosa! Bastaron unas go-
tas en la cara del vizconde para que volviera en sí, abriendo
los ojitos. Miró en derredor, medio atontado aún y dijo:
-Con el cuerno. Fué con el cuerno de oro que la maldita
me arrancó ...
-Está delirando, le dijo bajito Perucho a Emilia, pero
poco después vió que no era así. El vizconde contaba con mu-
cha seguridad 10 que había pasado.
-Ella salió por mi lado ... Venía a saltos, a saltitos cor-
tos. .. y cayó justo encima de mí. Yo la agarré por el pie y
cerré los ojos. .. Parece que ella ni se dió cuenta. Continuó
de salto en salto hasta salir del bosque, pero aquí, en el prado,
me vió agarrado a su pierna y la sacudió en el aire. Como yo

[ 122 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

no soltaba, vino con el cuerno, me arrancó de allí y me tiró a lo


lejos. Entonces perdí los sentidos.
La consternación era general. No sólo por lo que había
sucedido al vizconde, sino por el hecho de que la corza, después
de haber estado en las garras de uno de ellos, había logrado
escapar.
- j Qué lástima que tomara por el lado del vizconde, el más
débil de todos nosotros. i Si hubiera venido hacia mí!. ..
Hércules estaba afligidísimo. Había perdido aquella opor-
tunidad, tal vez única. ¿Y ahora? ¿Cómo encontrar otra vez
la corza? A aquel galope indecible, ¿dónde estaría ahora? Y por
más que pensara sobre ello no lograba formular una sola idea.

EL PLAN DE PERUCHO

Todos se sentaron sobre las escalinatas del templo para


estudiar el problema. El centaurito se proponía seguir el rastro
de la corza, y perseguirla al más furioso galope si llegara a dar
con ella.
Perucho advirtió que sería inútil.
-Si de cada salto ella se aleja veinte metros, ¿cómo podría
alcanzarla un caballo?
Emilia advirtió que Medio-y-Medio no era caballo.
-Yo he dicho caballo, insistió el chico, porque para los
efectos de la carrera es caballo.

[ 123 ]
MONTEIRO LoBATO

Medio-y-Medio estaba de acuerdo.


El problema era saber qué dirección había seguido la
corza. Los rastros, visibles hasta cierto lugar, se perdían de allí
en adelante. Se podría haber dirigido 10 mismo para el norte
que para el sur, para el este que para el oeste. Y ya debía estar
muy lejos.
-¿Y si consultáramos al oráculo de Delfos? recordó Emilia.
A Perucho no le pareció demasiado descabellada la idea.
-Vale la pena intentarlo, Emilia. Podemos enviar al viz-
conde, con una pulgarada de pirlimpimpín. En un instante
puede ir y volver. Y como ha estado en Delfos y conoce al
oráculo, se podrá arreglar 10 más bien.
-No sé. .. dudó Emilia. El vizconde estuvo allí nada más
que como "ofrenda" que hicimos a los sacerdotes. Pero no tuvo
tratos con la Pitia 1.
-No tuvo tratos con ella, pero sabe qué hacer. Los sabios
10 saben todo.
Hércules, que no tenía una sola idea en la cabeza, aprobó
también la sugestión de Emilia. ¿Quién sabe? Todo era posible
en aquella Grecia.
Adoptado el plan, Perucho dió al vizconde todas las ins-
trucciones y mandó que tomara la pulgarada de pirlimpimpín.
y como Hércules le informó con seguridad la distancia que
había de allí a Delfos, no se equivocó en el cálculo, yendo a ate-
rrizar exactamente en los alrededores de la ciudad.
Pero ¡ay! un gran problema 10 aguardaba. Iba ya a entrar
al templo de Delfos cuando, por pura casualidad, dió de cara
con el sacerdote al que Perucho, la otra vez, 10 había dado en
ofrenda. El sacerdote abrió los ojos como platos y exclamó:
-¡Por Apolo! Que los caballos de Diómedes me coman si
esta araña no es la misma que se me escapó allá de la Teso-
rería -y ¡zás! agarró al vizconde por las chalitas del pescuezo
y se dirigió hacia el depósito. El pobre sabio ni siquiera pata-
leó. ¿Para qué? En una situación como aquélla nada es más

1 El Mlnotauro.

[ 124 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Se aproximó a la Pitia, con Emilia de la mano . ..

[ 125 ]
MONTEIRO LoBATO

inútil que el pataleo. El sacerdote abrió el depósito y lo tiró


encima de un montón de ofrendas: trozos de oro, estatuitas
hermosísimas, piezas de seda bordada, frascos de perfumes,
mucho ámbar, mucha mirra, mucho incienso y marfil.
Perucho había calculado que en una hora el vizconde po-
día ir, consultar el oráculo y volver, pero ya habían pasado tres
horas y nada de él. Finalmente llegó la hora de cenar y nada
del vizconde.
Medio-y-Medio estaba ya preparando el asado de Hércu-
les, y los demás, sentados alrededor del brasero, comentaban el
caso del vizconde. ¿Qué podía haberle pasado? Cada cual pre-
sentaba su hipótesis. y fué Emilia la que acertó. Después de
mucho meditar, dijo la ex muñeca:
-Juro que él está guardado en la Tesorería ...
-¡Qué idea!, exclamó Perucho. ¿Por qué?
-Seguro que alguno de aquellos sacerdotes que aquel día
10 llevaron al depósito de ofrendas lo ha reconocido y lo volvió
a meter allí ...
-Pero ...
-Sí, porque el vizconde es de esas crituras que tienen el
defecto de llamar la atención. Es demasiado raro. Es imposi-
ble que se presente ante el oráculo y que los sacerdotes no
lo reconozcan. ¿Quién puede haber visto al vizconde una sola
vez y olvidarse jamás?
Perucho se puso pensativo. ¿Quién sabe?
- y ahora somos nosotros los que tenemos que ir aDelfas,
no sólo para consultar a la Pitia sino para salvar al vizconJe
por segunda vez, sugirió Emilia.
-¡ Eso sí que no! gritó Perucho. El tiene un canuto de
polvo en la cintura y puede escaparse aunque lo rodeen mil
sacerdotes.
.
-Sí, es verdad. Pero como el vizconde no regresa, eso in-
dica que los sacerdotes lo "desarmaron" antes de encerrarlo
en el depósito.
Perucho no entendió eso de "desarmar". Emilia agregó ~
-Le sacaron de la cintura el misterioso canutito.

[ 126]
" , .. la ., 'A 11 •• ......,

Encontraron a Hércules durmiendo al sol ...

[ 127 ]
'.MONTEIRO LOBATO

Hércules seguía con la cabeza completamente vacía de


ideas. Estaba tan molesto ante la pérdida de su escudero que
tenía ganas de ir a Delfos, derribar a golpes de clava la puerta
de la Tesorería y sacar al vizconde de allí en plenas barbas de
todos los sacerdotes.
La comida de aquella tarde fué una de las más tristes.
A pesar de que el asado estaba riquísimo, todos comieron por
comer, con el pensamiento lejos de allí.
Perucho tenía aire concentrado, guiñando mucho un ojo.
Eso era signo de intensa concentración. Finalmente aceptó el
plan propuesto.
-Tienes razón, Emilia. Tenemos que ir a Delfos. De lo
contrario perderemos al vizconde. Si no vuelve es porque está
sin el canutito. ¿Y qué puede hacer en Delfos un vizconde sin
pirlimpimpín?
-Pues vayamos, dijo Emilia. Podemos partir mañalla
temprano. El oráculo abre a las diez.
El ~ueño de aquella noche fué como la cena: un sueño iIl-
quieto, lleno de pesadillas desagradables. Hasta Hércules tarG.0
en pegar los ojos. Sólo cuando cantaban los primeros gallos el
sueño lo venció. Pero la preocupación de Hércules no era SÓ1ú
recuperar su escudero sino agarrar la corza.
A la mañana siguiente Perucho discutió con Emilia 10 que
iban a ofrecer a los sacerdotes de la Pitia, porque los sacerdote3
no hacían nada gratis. Con ellos la cosa era "quien no pagá
no tiene". Y sólo aceptaban buenas pagas. ¿ Qué podrían ofre-
cer las dos criaturas a los orgullosos sacerdotes del Oráculo
de Delfos?
- j La piel del león de la luna! gritó Emilia de pronto.
-Oh, ¿pero crees acaso que Hércules va a consentir en que-
darse sin esa maravillosa piel-escudo invulnerable? Nunca ...
-Ya 10 sé, Perucho, pero nosotros podemos encontrar un
medio.
-¿ Qué medio?
-Deja eso de mi cuenta.
Minutos después Emilia le estaba contando a Hércules que

[ 128 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

en el siglo XX las damas usaban pieles de muchos animales,


inclusive unas de zorro plateado
c, que eran rarísimas. Que a causa
del valor de las pieles, los hombres habían descubierto la ma-
nera de preservarlas, librándolas de insectos y de moho.
-Sí, añadió, porque da pena ver una piel como esa suya,
que es única en el mundo, comenzar de pronto a perder el pelo
y quedar hecha una porquería sin ningún valor.
-¿Y qué hacen para preservarla? preguntó Hércules, ya
con miedo de perder su preciosa piel-escudo.
-La desinfectan de cuando en cuando, dijo Emilia. Y tUVe)
que explicar 10 que era desinfección, cosa desconocida en aq ud
tiempo. Después habló de los varios desinfectantes de olor fuer-
te y de las yerbas aromáticas que envenenan los insectos que
atacan las pieles. Y 10 hizo tan bien que Hércules terminó pi-
diéndole 10 que ella quería: que le desinfectara la piel.
Emilia le dijo cuál era el mejor proceso a usar: es1:.lIb.f la
piel al sol, con una gran capa de hojas aromáticas encima. El
sol hacía que el aroma se infiltrara entre los pelos y poros de
la piel, etc., etc.
Poco después estaba la piel del león extendida sobre una
gran piedra y totalmente cubierta de yerbas aromáticas. Eso
era 10 que creía Hércules, pero la realidad era bien diferente.
Sobre la piel no había más que hojas y más hojas, sin ninguna
piel debajo. La piel del león ya estaba empaquetada y lista
para acompañarlos aDelfas.
El pobre Hércules no desconfiaba nada, pero Emilia, por
precaución, le dijo:
- y no vayas a mover aquello, Lelé, pues se va a "cortar
la leche". El que pone las hojas encima de la piel es el mismo
que debe sacarlas. Por 10 menos es como se hace en el mundo
moderno.
Resuelto el problema del regalo, 10 que faltaba hacer era
calcular muy bien la pulgarada de polvos i y listo! Maestro
en tales cálculos, Perucho depositó en la palma de la mano de
Emilia la cantidad justa, hizo 10 mismo con la suya y, en se-
guida, uno, dos y ¡TRES!

[ 129]
MONTEIRO LoBATO

-¡Fiunnn! ...
Instantes después se despertaban en los alrededores de
Delfos, la misma ciudad a que habían ido en los tiempos de
la aventura del Minotauro. Se acordaban de todo y hasta re-
conocieron ciertas caras que habían visto.
-¿El oráculo está abierto? preguntó Perucho a un tran-
seúnte. Y como la respuesta fuese afirmativa se dirigieron hacia
el templo de Apolo.
Como venía gente de todas las ciudades griegas a consul-
tar a la Pitia, ya a aquella hora la multitud era enorme. Perucho,.
con la piel del león al hombro, se dirigió al vestíbulo donde se
discutían las ofrendas. Dejó el paquete en el suelo y le dijo a
unos de los sacerdotes:
-¿ Puede atenderme para un caso especial?
El sacerdote arrugó la frente, lleno de curiosidad por lo que
se trataba.
- j Habla, chico!
Perucho explicó que tenía la mayor urgencia. Necesitaba.
consultar a la Pitia y volver a la brevedad.
-Hay muchos consultantes delante tuyo, respondió el
sacerdote.
-¿Pero si nosotros hiciéramos una ofrenda valiosísima,.
como jamás ha habido otra?
-¿Y qué puede ser esa preciosidad?
-La piel del león de la Luna, que Hércules mató en N e-
mea, -y Perucho desempaquetó ante el sacerdote atónito la
maravillosa piel, única en el mundo. El sacerdote la palpó, la
olió y pasó su mano por sobre el pelo suavísimo. Era un gran
conocedor de pieles. Con frecuencia trataba con los que ofre-
cían pieles de toda clase de animales. Pero nunca había visto.
una igual. Llamó a un compañero, después a otro y se pusieron
. los tres a cuchichear. Finalmente se reunieron alrededor de la
piel todos los sacerdotes del templo.
Emilia le guiñó el ojo a Perucho.

[ 130]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCUl,ES

EL SEGUNDO SALVAMENTO DEL VIZCONDE

Después de todos aquellos cuchicheos, el sacerdote se apro-


ximó a Perucho y le dijo:
-Aceptamos tu proposición. Te llevaremos a la presencia
de la Pitia dentro de tres o cuatro minutos -y el mismo sacer-
dote fué a guardar en la tesorería la preciosa piel. En el cam1no
vió que había escrita una frase en la parte pelada de la piel.
Intentó leerla. No lo logró y se dijo a sí mismo: "Después de
cerrar el negocio vendré a descifrar esto". Y guardó la piel.
La frase, escrita en una lengua moderna que nadie podía
leer entonces, decía lo siguiente: {(Vizconde: Nos palpitamos
que estáis detenido ahí y sin pirlimpimpín. Va una pulgada,
en un paquetito colocado en el fondo de la oreja de esta piel.
En un momento en que el sacerdote abra la puerta, aspira el
polvo, pero esto después que te hayas envuelto en la piel, pues
es necesario que escapen los dos, tú y la piel. Perucho".
Al volver de la tesorería, el sacerdote llevó a Perucho y
Emilia al recinto de la Pitia. Allí estaba ella, con un camisón
blanco, frente al trípode que humeaba.
Perucho, que conocía ya todo el ceremonial, se aproximó
a la sacerdotisa, llevando a Emilia de la mano. Le dijo:
-Deseo saber en qué dirección está corriendo la Corza
Cirinea, la que está encargado de agarrar Hércules, el gran
héroe. Y deseo saber también si va a volver.
La Pitia oyó la pregunta con gran atención, luego extendió
los brazos, se inclinó sobre el humo y lo aspiró. Resultó como
embriagada y dijo: "Después de llegar a la tierra de los hiper-
bóreos, el rayo volverá a su diosa".
Había terminado la consulta. El sacerdote hizo una señal
al chico para que cediera el lugar al próximo consultante.
-¡Qué te parece la respuesta, Perucho? preguntó Emilia
apenas estuvieron en la calle.
-No me parece nada, porque no sé dónde está la tierra

[ 131 ]
MONTEIRO LoBATO

de esos tales hiperbóreos. Sólo el vizconde me lo podría aclarar.


Tenemos que esperarlo. El es lerdo, como todos los sabios, pero
es imposible que no sienta el olor a la piel y no vaya a exami-
narla. Y en cuanto lo haga es claro que encontrará mi recado
escrito.
-Pero, ¿qué dosis de polvo calculaste?
-Ah, he pensado mucho en ello. Le puse nada más quo
la pulga de una pulgarada, para que pueda salir de allí y venga
a caer en los suburbios de la ciudad. Tenemos que ir a esperarlo
allá, en el camino grande.
y lo hicieron así. Se plantaron a la vera del camino grande,
mirando atentamente hacia todas las direcciones, para ver si,
de pronto, el vizconde y la piel aterrizaban. La situación era
muy arriesgada. Si antes de la puesta del sol no llegaba el
vizconde y la piel, todo estaba perdido. Sólo les quedaría una
cosa por hacer: volar hacia la quinta de Doña Benita, aban-
donando la aventura de los Doce Trabajos de Hércules. Esa
era la opinión de Perucho.
-¿Y vamos a dejar aquí a Medio-y-Medio? dijo Emilia
ya casi en llanto.
-¿Qué remedio nos queda? Hay algo de que estoy segu-
ro: si Hércules descubre que le hemos robado la piel y nos ve
ante sus ojos, puede montar en cólera y aplastamos con el pie
como si fuéramos dos lombrices.
Emilia lanzó un suspiro y miró hacia el sol. ¿Qué hora
sería?
-Creo que deben ser las tres pasadas, dijo Perucho. El
tiempo pasa y el tonto del vizconde no da señales de vida. Es
seguro que ni se apercibió de la existencia de la piel y debe
estar estudiando, científicamente, alguna cucaracha griega ...
Va a parecer la mayor de las mentiras, pero apenas Peru-
cho había pronunciado esas palabras, una cosa cayó a pocos
pasos de allí. ¡Plaf! ¡Una piel! ¡La piel del león!. .. Perucho y
Emilia corrieron hacia allí. La abrieron y se encontraron al
vizconde, todavía atontado, pasándose las manos por los
ojos ...

[ 132 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¡Ave! . .. ¡Ave! ... ¡Evohé! ... berreó Emilia, haciendo


que algunos viajeros la miraran y se echaron a reír.
Después de volver completamente en sí, el vizconde contó
cuanto le había pasado.
-Pues sí, dijo. Apenas aterricé en Delfos, estando aún
mareado, sentí que me agarraban. Dos manos de un sacerdote
me tenían sólidamente, sin dejarme hacer un solo movimiento.
"Estos bichos a veces muerden", me pareció oírle decir. Y allá
me llevó al tesoro. Antes de dejarme allí, me examinó de alto
abajo y encontró el canuto de polvo que tenía en la cintura.
Me lo sacó, lo olió sin aspirarlo, lo probó con la punta de la
lengua. "¿Qué será esto?", se dijo. "Tal vez el alimento de
este insecto. Pero, ¿cómo fué que escapó la otra vez? No lo
comprendo ... " y finalmente me encerró en la tesorería, en
medio de un montón de preciosidades, y allá se fué con mi
canuto en la mano.
-¿Yen qué pensabas dentro de la tesorería, vizconde?
preguntó Emilia.
-Pues pensé lo que debía pensar: que notando mi falta,
era fatal que ustedes vinieran a buscarme, y que estando en
Delfos, habrían de descubrir mi paradero ...
-Ya lo sé, vizconde. Pero, ¿cómo descubriste nuestro re-
cado escrito en la piel?
-Por el olor. Apenas el sacerdote dejó allí la piel, yo sentí
un fuerte hedor a león que impregnaba el aire. "¡Que me coman
los monos si lo que acaba de entrar no es la piel del león de
la luna!", me dije. Y fuí a ver. Sí, era la misma. En seguida
di con el aviso. Lo demás no es necesario contarlo ...
-Lo que es necesario es que volvamos de inmediato. El
carro de Apolo ya está cerca del garage ...
Efectivamente. Los relojes de sol de Grecia debían estar
señalando las cuatro de la tarde. Perucho calculó la cantidad
de pirlimpimpín y lo distribuyó sobre las manos extendidas.
Después calculó una tercera para sí. Aspiraron al mismo tiem-
po y. .. ¡fiunnn! fueron a despertar en el monto Cirineo, a
pocos metros de la piedra.

[ 133]
MONTEIRO LoBATO

-Emilia, dijo Perucho apenas volvió en sí, ve con el viz-


conde al encuentro de Hércules y entreténgalo mientras yo
pongo la piel bajo las hojas. Cuando dé un silbido con dos
dedos pueden volver.
Emilia tomó al vizconde de la mano y salió corriendo en
dirección al templo. Encontró a Hércules durmiendo al sol,
feliz como un lagarto. Cuando dormía, el héroe se olvidaba
de todos sus inquietudes.
Emilia tomó del suelo una pajita y se puso a hacerle cos-
quillas en el oído. El héroe se dió una inmensa bofetada y se
despertó. Y se quedó con la boca abierta al ver ante sí a su
valiente escudero.
-¡Caramba, amigo! ¿Qué le pasó?
Emilia tomó la palabra. Era necesario hablar, hablar, hablar
hasta que se oyera el silbido de Perucho. Y Emilia habló hasta
por los codos. Contó todo de todo y algo más aún. Y cuando
finalmente Hércules dijo: "Bien, ya 10 sé. Ahora necesito ir a
buscar mi piel", Emilia lanzó una inmensa carcajada.
-Aun no, Lelé. Tengo todavía por decir varias cosas de
la mayor importancia, como, por ejemplo ...
Pero no necesitó inventar una sola mentira más. El silbido
de Perucho había sonado.
-¿Qué silbido es ese? preguntó el héroe.
-Es Perucho. N os llama hacia la piedra.
Hércules se dirigió hacia allí, seguido por Emilia. Perucho,
con las manos en las caderas, miraba atentamente la capa
de hojas.
-¿Puedo sacar la piel? preguntó apenas llegó el héroe,
y a la voz de "Sí", aventó las hojas y levantó la hermosa piel.
Hércules la olió. Hizo una mueca.
- ¡ Extraordinario! ¿Cómo es que después de pasar horas
al sol bajo una capa de hojas aromáticas, esta piel no tiene
más que la misma catinga de siempre? Veo que en algunas
pieles ningún olor agradable permanece ...
-Ha de ser también invulnerable a los olores, murmuró
Emilia, guiñándole un ojo a Perucho.

[ 134]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

VICTORIA

Después de tranquilizarse sobre el problema principal que


era el de restituir la piel, Perucho llamó al vizconde a una con-
sulta. Quería saber quiénes eran los "hiperbóreos".
El vizconde lo sabía.
-Hiperbóreos es como llamaban los antiguos a los pueblos
del norte, los de las tierras glaciales cerca del Polo.
-Bien, dijo Perucho. En este caso la respuesta del orácu-
lo quiere decir que la Corza va a la carrera hasta cerca del
Polo y luego vuelve al templo. La interpretación es de las más
fáciles.
y se puso a razonar. Si la Corza iba y volvía, nada más
inútil que marcharse de allí. En vez de correr mundo como
ciegos, sin casi ninguna posibilidad de encontrar a la Corza,
lo mejor, lo cómodo, lo real y lo seguro era que se quedaran
acampados allí hasta que volviera. Además, si la Corza devo-
raba veinte metros en cada salto, era fácil calcular aproxima-
damente cuánto tiempo emplearía para ir y volver. Ellos esta-
ban en Grecia, cuya latitud es de ...
-Vizconde, ¿a qué latitud está Grecia?
-Grecia está entre los 37 y 40 grados de latitud norte.
-¿Y esas tierras hiperbóreas de que habló la Pitia?
-Esas corresponden al archipiélago de Spitzberg, allá a
los 76 u 80 grados de latitud. La distancia de aquí allá es de
unos 40 grados, es decir, algo más de cinco mil kilómetros.
Perucho se rascó la cabeza. i Cinco mil kilómetros!. .. Qué
pena que haya tantos kilómetros en el mundo... Después
calculó la velocidad de la Corza a la carrera, encontrando que
era de 200 kilómetros por hora. Así que ella necesitaba 52 horas
para ir y volver. No era mucho. Podían esperar allí. Y Perucho,
a pesar de que demostraba cierto desprecio por el "figúrate"
de Emilia, resolvió recurrir a él para fijar el plazo.
-Sí, se dijo a sí mismo, figúrate que la corza vuelve

[ 135 ]
MON1EIRO LoBATO

pasado mañana -y corrió a comunicar a los demás que sobre


la base de sus estudios, la corza volvería allí pasado mañana
por la tarde.
Hércules no dudó. El ya no dudaba de nada de 10 que
sus maravillosos compañeritos decían.
-¿Y cómo haremos para agarrarla?
-Vamos a aplicar mi sistema de esperar al animal en la
cueva. En este caso la cueva es el templo de Artemisa. Podemos
esperarla en el campo, cada uno de nosotros colocado en los
lugares probables de su paso.
Emilia estaba allí, muy atenta, con las manos en la cintura.
Al oírlo se echó a reír. Después:
-Pero si el templo es su cueva, ¿por qué no la esperamos
dentro de la cueva?
I

A Hércules le asustaba la idea. Sería una profanación, una


falta de respeto a la vengativa Artemisa. Per~ Emilia, empe-
ñada, no cedía.
-Tengo una idea que resuelve todo. Colocamos una red
a la entrada del templo. Como la entrada no es exactamente
el templo, la diosa no puede decir nada.
Hércules se rascó la cabeza, indeciso, pero Emilia y Pe-
rocha fueron en busca de la red.
-Debe haber fibras en los árboles del bosque, dijo el
chico, y media hora después volvía con una cantidad de fibras
muy buenas. Llamó a los demás.
-Tenemos que trenzarlas.
Todos se pusieron a trabajar. Hércules ayudab8; soste-
niendo la punta de cordel mientras los demás seguían tejiendo.
Medio-y-Medio se mostró muy hábil en la tarea. Media hora
después disponían de cordel suficiente para tejer la red.
Perucho la proyectó en forma de red de cazar mariposas.
-Lo mismo que un bonete, dijo el vizconde.
Cuando la red estuvo lista, la armaron entre las columnas
del frente del templo, en un lugar por el que, fatalmente, tendría
que pasar la corza. La colocaron sólo como prueba, pues la red
no podría estar dos días allí esperando a la corza. Aunque no

[ 136]
Todos vieron a la corza zambullirse en el templo . ..

[ 137]
MONTEIRO LoBATO

,era un templo muy visitado, de vez en cuando aparecía por


allí algún fiel.
Muy bien. Todo estaba perfectamente calculado y prepa~
-rada. Hércules sonreía anticipadamente a la victoria.
La cena de aquella noche fué de las más alegres, pues
nuevamente estaban todos juntos y absolutamente seguros de
la victoria. Unas horas más y ¡listo! Una vez más el malvado
Euristeo iba a resultar con cara de asno.
El día siguiente lo pasaron entre juegos y galopes sobre
el centauro. Pero el vizconde se estaba haciendo muy "varia~
ble". Unas veces jugaba, otras no jugaba, y cuando dejaba de
jugar permanecía con los ojos fijos. Emilia le cuchicheó a Pe-
rucho: "Va a ser un problema si se vuelve loco aquí. .. "
-¿Por qué se va a volver loco, Emilia? No seas ave de
mal agüero.
-Es que los síntomas se acentúan cada vez más. Durante
toda la aventura en Delfos el vizconde se comportó con la ma-
yor perfección, sin el menor síntoma de locura. Pero ahora
ya no es lo mismo.
-Abuelita me dijo una vez que los perturbados de la ca-
beza tienen períodos de lucidez y períodos de locura, recordó
·el chico. Debe ser eso.
Aquella noche todos durmieron muy bien, con excepción
del vizconde. El marIa se la pasó con los ojos muy abiertos y
fijos en un solo lugar, guiñando de vez en cuando.
*
* *
Finalmente llegó el gran día de la victoria, el día en que
habían de agarrar viva a la corza de los pies de bronce.
Por la mañana temprano Perucho anunció una buena idea:
poner a Medio-y-Medio en el camino, de guardia, con órdenes
<le asustar a cualquier visitante que intentara aproximarse.
-Quédate escondido a la vera del camino. Cuando apa-
rezca un fiel, saltas al camino y asústalo como te parezca. Las
<:oces sólo en caso de extrema necesidad.
Medio-y-Medio se echó a reír.

[ 138]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

-No va a ser necesario. Este pueblo tiene tal miedo a los


(:entauros que a su simple vista corren con más velocidad aún
que la corza ...
Bueno. Podían colocar la red. Según los cálculos de Pe-
rucho, sólo al atardecer debía llegar la corza, pero la precaución
nunca está demás. Y resultó muy bien, pues la corza llegó tres
horas antes de lo que él calculaba.
Habían acabado de almorzar y estaban tirados por ahí,
dormitando, sin pensar en nada, cuando Emilia, que había su-
bido a un árbol, gritó:
-¡Atención! Veo algo que salta a gran distancia ...
Perucho le explicó a Hércules que los ojos de Emilia siem-
pre habían sido famosos. Una vez hasta llegó a percibir una
pulga en la cola del dragón de San Jorge, allá en la luna. Si
ella veía algo que saltaba, sólo podía ser la corza.
El grito de atención hizo que todos se levantaran y se co-
locasen bien ocultos, en los lugares que Perucho había elegido.
Desde detrás de una columna Emilia seguía viendo saltos.
-¡Es ella, es ella!. .. Viene de salto en salto y se va ha-
ciendo más grande a medida que se aproxima. En menos de
un minuto estará aquí.
¡Cómo tardaba en trancurrir aquel último minuto de espe-
ra! Emilia gritó una vez más:
-¡ Los cuernos de oro brillan al sol!... Ahora saltó el
arroyo ...
Del arroyo allí habían cien metros, cinco saltos. Y todos
vieron a la corza dar esos cinco saltos finales y hundirse en el
templo, justamente por el lugar esperado: el espacio entre las
dos columnas donde había sido colacada la red.
- j La tenemos!. .. gritó Perucho, corriendo hacia allí se-

guido de todos.
Al llegar encontraron a la corza dentro de la red y a Pe-
rucho sobre ella. Bien que la pobrecita intentó huir al com-
prender que había caído en una trampa, pero sus cuernos de
oro se engancharon en las mallas de la red, lo que dió tiempo
a Perucho para que se aproximara y saltara sobre ella. Si no

[ 139]
.M:ONTEIRO- LOBATO

fuera por ese bendito enganche la corza hubiera podido escapar


por segunda vez y entonces, ¡ay! ... para siempre. ¡Hércules
no hubiera podido cazarla jamás!
Perucho no había olvidado de tejer, con el resto de las
fibras, una buena cuerda, y allá estaba él, con las dos manos
metidas en la red, procurando atar esa cuerda a los cuernos de
oro. Después de hacerlo se levantó y dijo:
- j Listo! Ahora podemos sacarla de la red.
Viéndose libre de la red la corza se creyó libre del todo y
salió corriendo, pero la punta de la cuerda estaba bien tenida
por Perucho, el que la derribó con un violento estirón. La corza
hizo aún dos o tres tentativas de fuga, pero poco después se dió
por vencida y bajó la cabeza.
Todos se aproximaron. Emilia le levantó una de las patas
y se la golpeó con una piedra para ver si era efectivamente
de bronce. El sonido pareció de una campana. Después exa-
minó los cuernos de oro. j Qué bonitos y qué bien estarían en
su museo particular!
-Hércules, dijo Emilia, quiero que le cortes los cuernos
a esta corza. Euristeo no sabe como es ella. Va a creer que es
naturalmente mocha.
Pero Hércules no le hizo caso -y esa fué la única vez que
no hizo algo que Emilia le pidiera. La razón era muy clara.
Si él aserraba, los cuernos de oro de la corza quedarían los
muñones y Euristeo lo acusaría del robo de aquel oro. Hércules
era bastante burro, pero muy honesto.
Al día siguiente partieron hacia Micenas con la corza atada
a la cuerda. Como Perucho iba montado en Medio-y-Medio y
le resultaba incómodo ir sosteniendo la cuerda, tuvo la idea de
atarla a la cola del centauro, y así lo hizo. La entrada de los
héroes en Micenas causó sensación. Hércules iba adelante;
después el centauro con los chicos montados. Y finalmente,
atada a la cuerda, la famosa corza de los pies de brolllce, cuernos
de oro, famosa en toda Grecia.
-Este sí que es un héroe de verdad, dijo una voz en medio
de la multitud. Mató al león de Nemea, liquidó a la hidra de

[ 140]
La entrada de los héroes en Nemea causó sensación ...

[ 141 ]
MONTEIRO LoBATO

Lema y ahora trae a la cervatilla del monte Cirineo. ¿Qué ha-


zaña habrá en el mundo que Heracles no realice?
Cuando el héroe entró al palacio de Euristeo con la corza
en los brazos, Su Majestad casi se muere de congestión -y ful-
,minó con los ojos al pobre ministro Eumolpo que le había su-
gerido aquella idea.
-¡Salve, Majestad! comenzó diciendo Hércules. Aquí te-o
néis la corza de los pies de bronce y los cuernos de oro que
vivía bajo la protección de la gloriosa Artemisa. Y dejó en
libertad en la sala del trono al hermosísimo animal.
El despecho de Euristeo por esa nueva victoria de Hércules
se traslucía en sus ojos. Pero hizo por dominarse y respondió-
secamente:
-Lo felicito. Mañana le diré cuál ha de ser el trabajo-
siguiente. Y haciendo el gesto con que terminaba las audien-
cias, bajó del trono y se fué a conferenciar con Eumolpo sobre:
qué hacer de aquel héroe invencible.

*
* *
Después de salir del palacio Hércules se reunió con los.
chicos que lo esperaban en la calle y les dijo:
-El rey no me ha dado ninguna tarea nueva. Tenemos.
que esperar.
-¿Aquí o en el "camping"? preguntó Emilia.
-Claro que en el "camping". Vamos para allá.
i Con qué alegría volvieron al querido campamento al lado'
del arroyo de aguas cristalinas!. .. i Con qué felicidad corrían.
por allí, buscando las cosas dejadas y despertando recuerdos ~
-Tenemos que mejorar nuestra cabaña, propuso Emilia.
Nosotros vamos y venimos por esta Grecia, pero nuestra ver-
dadera casa es esta. Y comenzaron a estudiar la confección de'
la cabaña.
-¿ y por qué, dijo Perucho, en vez de reconstruir esta
miserable cabaña de paja, no hacemos una casita como la que
los Chicos Perdidos de Peter Pan construyeron para Wendy?'

[ 142 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

La idea les gustó a todos y el resto del día lo pasaron en


la mayor actividad reuniendo materiales de construcción. La
floresta dió muchas cosas, y lo que no se encontraba en la flo-
resta lo compraban en' el almacén "Figúrate" que Emilia esta-
bleció a la vera del camino. Allí compraron imaginarias tejas
para el tejado, ventanas y tablas que nunca existieron, de ma-
nera que la casita se hacía una maravilla.
-En el frente quiero una fila de columnas como las del
templo de Artemisa, reclamó Emilia.
-Pero, ¿dónde están las columnas?
-Voy a enviar una docena de mi depósito. Y fué con las
columnas marca "figúrate" del almacén de Emilia que el arqui-
tecto Perucho levantó la fachada de la construcción. Emilia
pidió, además, que pusiera sobre las columnas un frontón con
esculturas igual a los que había en todos los templos griegos.
-Quiero un bajo-relieve que represente las principales.
escenas de la caza de la corza. Las esculturas en mármol.
-¿Y quién va a esculpir eso?
-En mi almacén hay en venta esculturas maravillosas,
afirmó la ex muñeca. Y Perucho construyó el frente y colocó,
sobre él las maravillosas esculturas del almacén de Emilia.
Hércules no salía de al lado de los chicos y se babeaba
de gusto al ver lo que hacían. En su vida de héroe, siempre en
lucha con toda clase de monstruos y guerreros, nunca había
tenido tiempo para observar a esos bichitos, tan interesantes,
llamados "niños". Y de los niños lo que le interesaba más ahora
era eso de "los juegos". Parece ser que la única preocupación
del bichito niño es jugar, jugar y jugar. Y en sus juegos suelen
usar con frecuencia aquella maravilla del "figúrate". Los ma-
yores no sabep lo que es, y es por eso que los grandes son tan.
infelices. Hércules comenzó a comprender que la mayor ma-
ravilla del mundo era, efectivamente, el "figúrate", es decir,
la Imaginación, el Sueño ...
La casa nueva ya no era casa, sino un templo habitable.
Templo por fuera y casa-habitación por dentro. Pero los tem-·
plos tienen que ser dedicados a alguien.

[ 143 ]
MONTEIRO LoBATO

-¿Templo de qué dios o diosa, Perucho? preguntó Emilia


cuando el trabajo estuvo terminado.
El chico se puso a pensar. Los dioses y diosas de Grecia
estaban hartos de templos de tantos que había por allí. Lo
mejor era dedicar aquel templo a la abuelita, tan lejos de allí
la pobre y con reuma por encima. Emilia aceptó e inmediata-
mente vió surgir en la fachada un letrero tallado en mármol
"fugúrate" que decía:

TEMPLO DE AVIA

Emilia no comprendió.
-Avia es abuelita en latín, explicó Perucho.
-Pero el idioma de aquí es el griego. Pon abuelita en
griego.
-Eso es lo que quería hacer, pero no lo sé y no quiero
preguntárselo a Hércules. Si llega él a descubrir que no sé
siquiera cómo se dice abuelita en griego, es capaz de perder
la fe en toda mi sabiduría ...
i Qué noche deliciosa pasaron en la casita nueva! Hércu-
les durmió a la intemperie, como era costumbre suya, igual
que el centaurito. Eso hizo que los chicos sintieran una sensa-
ción de seguridad enorme. i Custodiados por un semi-dios y
por un centauro! ¿Qué más podían desear?
Al día siguiente llegó un mensajero con un pergamino.
Hércules, que era analfabeto, le pidió a Perucho que lo leyera.
El chico desenvolvió el rollo y leyó lo siguiente:
"Su Majestad el rey Euristeo, de Micenas y Torinto, orde-
na a su súbdito Hércules que vaya inmediatamente a Eri-
manto, en la Psofida, con el fin de destruir al monstruoso
jabalí que está asolando aquellos parajes. Y como lo quiere así,
así lo manda. EUMOLPO, Primer Ministro de su Altísima
Majestad."
Hércules bosquejó una sonrisa. Si era un jabalí, es por-
que se trataba de masa bruta, y de masa bruta jamás tuvo
miedo él. Para Hércules el peligro estaba en trabajos como el

[ 144]
El anciano se interesó mucho por el vizconde.
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

de la corza, contra la cual su fuerza era inútil. Semejantes tra-


bajos requieren inteligencia. Si habían vencido con tanta
facilidad a la corza de los pies de bronce, era por la colabora-
ción de Perucho y los demás.
- j Claro! se decía el héroe. Ellos representan la Inte-
ligencia y yo no tengo más que la Fuerza. Para muchos casos
la Fuerza no vale para nada y la Inteligencia 10 es todo. Como
en el caso de la corza. Pero un jabalí, ¡ja ... ja ... ja!. .. ¡Son
más brutos que yo!
Después ordenó a los demás que se le habían aproximado:
-Alístense, que mañana a la madrugada partimos hacia
Erimanto.
Emilia recordó la casita.
-¿Y va a quedar abandonada aquí este primor de casita?
-¿Qué remedio? Pero espero que nadie se atreverá a po-
nerle las manos encima sabiendo que es nuestra. Todos por
aquí temen mis músculos ...
Y Hércules tenninó su pensamiento con una broma muy
fina, la primera y única de su vida:
- y si alguien estropea la casita, le aplicamos el "figúrate"
y el daño desaparece ...
Emilia tuvo que tragarse el remedio que ella no cesaba
de recetar a los demás, pero, a pesar de eso, fué a la casita
y le colocó un letrero de papel de verdad (no era papel, sino
el reverso del pergamino recibido un momento antes), en el
que se leía:

"ESTA CASA TIENE DUEÑO ... ¡AY DE QUIEN LA


TOQUE! . .. SERÁ APLASTADO POR EL PIE DE
HERACLES CON LA MISMA FUERZA CON QUE
APLASTÓ AL CANGREJO ... "

Al día siguiente, a las cuatro y media de la mañana, par-


tieron hacia Erimanto.

[ 145]
IV

EL JABALI DE ERI~IANTO
ARCADIA

Hércules y sus compañeros marchaban hacia Arcadia. En


esa parte de Grecia estaba el monte Erimanto, asolado en aque-
llos tiempos por un gigantesco jabalí. Cada vez que el monstruo
bajaba a los valles hacía estragos tremendos. De ahí el terror
de los vecinos y el pedido de socorro al rey Euristeo: "Majestad,
tenga a bien librarnos de esta fiera, pues de 10 contrario esta-
mos perdidos". Y con la secreta esperanza de que Hércules
perdiera la pelea, Euristeo 10 mandó a que luchara con el feroz
jabalí.
Arcadia, la región más atrasada de toda Grecia, era muy
montañosa y por eso mismo poco poblada. La industria no
pasaba de 10 pastoril. Siempre que un poeta griego escribía un
poema bucólico, elegía la Arcadia como escenario de la acción.
Si alguien necesitaba de un pastor iba a buscarlo a la Arcadia.
y con el transcurso del tiempo la Arcadia fué para toda Grecia
el símbolo de 10 bucólico, de la vida simple y tranquila, de há-
bitos pastoriles. Aún en nuestros días la palabra Arcadia re-
cuerda a pastores que tocan la flauta, ovejas que balan y
pastoras con una cesta colgada del brazo empeñadas en recoger
margaritas silvestres.
El que dió estas nociones sobre la Arcadia fué el vizconde,
que se estaba componiendo del desarreglo cerebral. Perucho
no sabía si es que se curó definitivamente o estaba pasando un
período de lucidez.
-Las pastoras usaban grandes sombreros de paja, de alas
anchas, recordó Emilia. He visto pastoras así en un antiguo
abanico de doña Benita.

[ 149]
MONTEIRO LoBATO

El vizconde contó que los poetas son como los mágicos:


toman a las sucias pastoras de la realidad y las transforman
en un encanto vivo, con los brazos llenos de flores, los piece-
citos bien calzados, faldas redondas y el sombrero de paja,
amplio y gracioso, atado al cuello con una cinta. Hacen de
ellas algo de poema y abanico. Pero las pastoras de verdad
son muy diferentes, las pobrecitas. Son mujeres del pueblo,
groseras por falta de educación y cuidados, y que ni por sombra
se imaginan que puedan aparecer hermosísimas en abanicos
y poemas.
En ese momento de la conversación Hércules se paró para
hablar con un viajero. El héroe quería saber dónde estaba la
residencia del centauro Falo, que era amigo suyo.
-¿Falo? repitió el viajero. ¡Ah, sí! Vive por allí, a una
legua de distancia en esta dirección. Pero esto es algo que yo
no me imaginaba: que Hércules tuviera un amigo centauro ...
-Pues tengo dos. Falo y el que se llama Quirón, y vive
en Malea, respondió el héroe. Confieso mi antiguo odio a los
centauros, del que ahora me arrepiento, pues he visto que con
un poco de educación ellos se transforman en excelentes cria-
turas, como nuestro amigo Medio-y-Medio.
El viajero no sabía quién era. Hércules se 10 dijo.
-Es un centaurito joven que capturamos y domamos.
Allá está. .. y señaló a Medio-y-Medio que venía corriendo
con los carneros para el almuerzo debajo del brazo.
El viajero se llevó un susto tremendo, pues era la primera
vez que veía uno de esos seres extraños. Falo vivía por allí,
pero nuestro hombre ni siquiera pasaba cerca de sus dominios.
Mientras el centaurito preparaba la comida, Hércules se
quedó sentado charlando con el viajero, después de haberle
presentado a Emilia, Perucho y el vizconde, con gran satisfac...
ción y espanto del hombre, especialmente ante el vizconde al
que le encontró un admirable parecido a una araña.
-¿Y ese canuto con alas que lleva en la cabeza? preguntó.
-Eso se llama "galera", dijo Emilia. Es el sombrero que
usan, en el mundo moderno, las personas importantes, los pre-

[ 150]
Arcadia era símbolo de vida simple y rústica . ..

[ 151 ]
MONTEIRO LoBATO

Bidentes de república, los ministros, los doctores, los sabioS'_


Este tipejo es un sabio ...
Después de informarse de muchas cosas de ese tal "mundo
moderno" el hombre le pidió a Hércules que le contara en de-
talle su actuación en el célebre choque entre los centauros y
los Lapidas. Sin embargo, Hércules sentía vergüenza de rela-
tar cosas de Grecia frente a su escudero, el que las conocía:
mucho mejor que él. Y cedió la palabra al vizconde.
-Escudero. .. cuéntale a este hombre lo que sabes de los-
centauros.
y el marIo contó:
-Ante todo, dijo, tenemos que ver cómo surgieron los:
centauros en esta Grecia. La cosa comenzó en el Olimpo, cierta
vez que los dioses se estaban banqueteando con ambrosía y
néctar. Entre los invitados había un criminal asilado en el
Olimpo: Ixión, rey de los Lapidas, el que era hijo de Zeus con
una ninfa.
-¿Por qué"estaba asilado? preguntó Perucho.
-Porque allá en su reino había matado a su suegro. Zeus.
sintió pena por su hijo asesino y lo llevó a la morada de los
dioses. Pero ese Ixión era insoportable. En lugar de estarse
quieto, ¿saben lo que hizo? Se empeñó en conquistar a Hera
o Juno, la esposa de Zeus ...
- j Qué caradura! exclamó Emilia. ¿Y Zeus?
-Zeus estaba de muy buen humor cuando lo supo. En
lugar de enfadarse con el sinvergüenza, concibió una idea:
mandó que una nube tomase la forma de Juno y correspon-
diera al amor de Ixión.
- j Qué gracia! exclamó Perucho. Ese Olimpo de los grie-
gos era un verdadero teatro ...
- ¡ Si lo sería! Y por eso no se puede contar el número de
dramas, comedias y tragedias de cuyo argumento es un enredo
procedente del Olimpo. Nunca hubo en el mundo un manan-
tial mayor de casos prodigiosos. Y la razón es que el Olimpo
era producto de la Imaginación Griega, la más rica de todas.
las imaginaciones de la antigüedad. Ese caso de Ixión es" re-

[ 152 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES-

cordado hasta nuestros días. Cuando alguien toma una cosa


por otra, es hábito decir: "Tomó a la nube por Juno".
-¿Y qué pasó?
-Pues pasó que Ixión enamoró a la nube y después alar-
deó de ello. Entonces Zeus se llenó de cólera y 10 tiró al Tártaro,
que era el infierno de los griegos, y allí en el tal Tártaro, Mer-
curio, por orden de Zeus, 10 ató a una rueda que tenía que girar-
eternamente -una rueda a la que también estaban atadas
innumerables serpientes ...
-¿Y todo eso qué tiene que ver con los centauros?
-Tiene que ver que los centauros comienzan así: ¡ nacie-
ron de los amores de Ixión con esa nube! . .. Tiempos después
declararon la guerra al hijo de Ixión que 10 sucedió en el trono
y reclamaron su parte en la herencia. El hijo de Ixión no se
atrevió a luchar y llegó con ellos a un acuerdo; después los
invitó a las fiestas de su matrimonio con Hipodamia. Todo el
escándalo comenzó allí. Los centauros también eran hijos de
Ixión -hijos de esos que salen al padre. En medio de la fiesta
se les subió el vino a la cabeza y se pusieron a cortejar a la
novia. Después quisieron raptarla, así como a otras jóvenes.
presentes en la fiesta.
- ¡ Qué escándalo!
- j Y qué desastre! exclamó el vizconde. Imagínense que
entre los invitados estaban tres tremendos héroes: mi amigo-·
Hércules, Teseo y N éstor. Esos héroes se lanzaron contra los
insolentes centauros, mataron a muchos y expulsaron a los res-
tantes de Tesalia. Fué cuando vinieron a refugiarse aquí, en
las montañas de Arcadia.
Hércules estaba con la boca abierta. ¿ Cómo podía ser que
aquella arañita patilarga sabía tanta cosa cierta? Tal vez fuera
sortilegio de "aquello" que él no se sacaba de la cabeza y que
en el mundo moderno se llama "galera". Y Hércules empezó a
sentir gran veneración y respeto por la galerita del vizconde.
Luego, le dijo a Medio-y-Medio:
-Escucha. Vamos desde aquí a la morada de Folo y es
posible que nos encontremos allí con otros centauros. Temo-

[ 153 ]
MONTEIRO LoBATO

que tú sientas el llamado de la sangre y nos quieras aban~


donar ...
El centaurito se echó a reír a carcajadas.
-¿Quedarme aquí, entre esos brutos? ¡Nunca! ... Después
de oír a Perucho y Emilia sólo hay un lugar del mundo donde
deseo ir: la quinta de Doña Benita.
-¿Así que puedo estar tranquilo? preguntó Hét:cules.
¿Sin temor a que te escapes y te quedes en estas montañas
entre tus iguales?
-Claro que sí. Somos tan amigos, Perucho y yo, que nada
en el mundo nos separará.
Hércules se quedó tranquilo.

LUCHA CON LOS CENTAUROS

Por la tarde llegaron a la morada de Folo, el que salió a la


puerta a recibir a su amigo y dió infinitas demostraciones de
alegría. En verdad eran grandes camaradas. Folo se llenó de
admiración al verlo en compañía de un centaurito y más aún
cuando supo cómo lo había agarrado.

[ 154]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¿De dónde viene esa idea de las tres boleadoras? pre-


guntó.
-De mi oficial de gabinete, respondió el héroe pasándole
la mano por la cabeza a Perucho. Es tan chico, Falo, y tiene
ya más seso que nosotros dos juntos. Aquélla es Emilia, mi
"dadora de ideas", dijo, señalando a la ex muñeca entretenida
en arreglar su canasta dentro de la cual había una novedad
más: un copita del pelo de la corza de las patas de bronce.
-¿ y aquélla araña? preguntó Falo, señalando al vizconde.
-Ah, ése es mi escudero, respondió Hércules, y Falo casi
se muere de tanto reír.
-Hace tiempo que no oigo un chiste tan bueno, dijo el
Centauro. ¿Y a quién? A Hércules, antes tan taciturno. ¿Qué
10 está tornando humorista, Hércules? i J a! . .. j J a! . .. j J a! ...
Después de mucho charlar, Falo abrió un barril de vino
para festejar la llegada del héroe. Era un vino excelente y d~
olor muy fuerte -olor que el viento llevó hasta la floresta
donde estaban los otros centauros.
- j Hum! . .. murmuró uno de ellos aspirando. Apuesto
que Falo abrió el barril de vino que recibió de regalo. Eso sig-
nifica que tiene visitas. ¿Quién puede ser?
Charla va, charla viene, surgió la idea de atacar la resi-
dencia de Falo y "raptar" el barril de vino. Se decidieron a ir.
Por el camino se fueron armando, unos con hachas, otros con
palos, otros con piedras. La primera en verlos fué Emilia con
sus ojitos de telescopio.
- ¡ Estoy viendo! gritó ella. Estoy viendo una bandada
de centauros. Es posible que sean los parientes de Medio-y-
Medio que nos 10 vienen a sacar. ¡Avise a Lelé, vizconde! -y
mientras el vizconde corría a avisar a Hércules, Emilia, puesta
sobre la punta de los pies, miraba, miraba ...
-¡La bandada viene al galope! Unos traen hachas, otros
palos y piedras. Vienen con la nariz al aire, oliendo el barril
de vino que Falo abrió ...
Hércules estaba charlando con su amigo el centauro, sin
sospechar del huracán que se aproximaba. El vizconde se

[ 155 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

acercó a él con el recado de Emilia en la boca, pero los oídos


de Hércules estaban demasiado altos para que su vacecita de
marlo los alcanzara.
-Señor Hércules, Emilia le manda decir que. .. i Y el hé-
roe nada! No lo atendía, no lo oía, tan absorto estaba con las
palabras de Falo.
-Sí, decía éste, después de aquella desastrosa aventura
con los Lapidas tuvimos todos que refugiarnos en estas mon-
tañas- y bebió un cántaro de vino después de llenar el de
Hércules. Sólo entonces, cuando fué a escupir, vió al marlo
allí abajo, gritando y gesticulando a más no poder.
-Hércules, dijo, tu araña tiene cara de traer un mensaje
para ti.
El héroe miró hacia abajo y se encontró con el vizconde.
-¿ Qué pasa, escudero amigo?
-Lo que pasa, respondió el vizconde, es que un grupo
de centauros viene a la carrera. Fué Emilia quien me mandó
a que se lo diga. Ella está de vigía en lo alto de un árbol.
Hércules dió un salto, ya en guardia y con la mano en el
carcaj. y mientras Falo preguntaba qué sucedía, él sacó las
flechas sin punta y las tiró a un rincón. Sólo quería las bien
puntiagudas.
-Son los centauros que vienen, exclamó. Vamos a tener
una lucha feroz.
-Es que han olido el vino, aseguró Falo. Ellos son la
misma intemperancia personificada ...
Apenas había dicho eso cuando se oyó el tropel de la ban-
dada ya próxima. Hércules levantó la clava y esperó. Las fle-
chas las usaba para atacar a distancia.
Los terribles monstruos se pararon de súbito ante la casa
de Falo, como los caballos al galope al sentir un tirón de las
riendas del jinete. El más robusto de todos se adelantó y dijo:
-Sabemos que tienes un barril de vino y queremos beber..
El olor nos lo llevó nuestro amigo el viento.
Falo explicó que había abierto el barril para obseqUiar a
su viejo amigo Heracles, que había venido a visitarlo.

[ 156]
Por el camino, unos se armaron de hachas, otros de palos . ..

[ 1571
MONTEIRO LoBATO

El nombre de Heracles provocaba odio y miedo entre los


centauros, de manera que al oírlo se pusieron en guardia. Y;
como ese día habían bebido mucho, se les calentó la cabeza y
la soberbia se apoderó de ellos. El jefe dijo:
- ¡ Me alegro haberlo encontrado! Entre nosotros y ese
héroe hay viejas cuentas que ajustar. Por causa suya estamos
reducidos a nuestra actual condición en estos parajes agrestes.
Que salga él afuera si no es el más cobarde de los cobardes.
T enemas que arreglar viejas cuentas.
Mal lo había dicho cuando, como una bomba voladora
que cae del cielo Hércules explotó en medio de ellos. Su clava,
pesada como una montaña, alcanzó en el hombro al jefe de los
centauros y lo "apeó", es decir, lo derribó al suelo. Viéndolo
caer, los demás se tiraron contra el héroe con las armas que
tenían, pero fué lo mismo que saltar contra el peñón de Gibral-
tar. El héroe unía la fuerza a la agilidad; con ésta se desviaba
de los golpes y con la fuerza golpeaba una sola vez. Cada golpe
de clava era un centauro al suelo. Así cayeron cuatro. Los dos
restantes huyeron. Y Hércules tuvo tiempo todavía de clavarle
a uno de ellos una saeta.
Falo estaba apenadísimo, pues era pariente y amigo de los
cinco centauros muertos. j Qué locos! j Qué imprudentes! ¿A
quién vinieron a atacar? A Hércules, el héroe invencible que
ya los había derrotado en las fiestas de los Lapidas. ¡Locos.
locos! . .. Ahora tenía que enterrarlos, y Falo juntó todos los
cuerpos en un lugar para hacerles un funeral. Después fué en
busca del fugitivo, alcanzado a distancia por la saeta de He-
racles. Tomó el cadáver en los brazos. La saeta estaba clavada
en sus espaldas. Falo se la sacó pero al hacerlo se hirió en una
mano. Bastó la pequeña herida. Poco después se retorcía de
dolor y moría de una muerte horrorosa. El veneno que Hércules
usaba en sus saetas era infalible.
El triste fin de su amigo centauro llenó de dolor el corazón
de Hércules. El héroe lloraba como una criatura, a pesar de
lo que decía Perucho.
-Eso no soluciona nada, Hércules. Lo que necesitamos

[ 158]
"'.

Falo la arrancó pero al hacerlo se hirió la mano . ..

[ 159]
MONTEIRO LoBATO

hacer son los funerales de Folo y enterrar los cadáveres de


los otros.
Emilia 10 censuró con la mayor severidad:
-Ese genio exaltado tuyo está muy mal, Lelé. Por cual-
·quier cosita te pones fuera de ti, 10 ves todo rojo y allá viene
la hecatombe. ¿Qué barbaridad es esta de matar cinco hermo-
sos centauros? Bastaba haberles dado una buena paliza. De
una paliza la gente se cura, pero el que muere desaparece para
siempre. El mejor sistema es el de los americanos en las pelícu-
las de cow-boys. Cuando llega la hora, las bofetadas se oyen a
leguas, pero nadie se muere. El "bueno", después de estar casi
vencido, termina ganando y poniendo nock-out al "malo". Y
nadie muere. Eso era 10 que tú debías haber hecho aquí. Poner
nock-out a esos centauros. ¿Acaso una criatura tiene el de-
recho de sacarle la vida a otra, no es verdad, vizconde?
-Es verdad, respondió el escudero. Entre los manda-
mientos de la Ley hay uno que dice: "No matarás".
-¿Has oído, Lelé? Hasta tu escuderito sabe que eso de
matar sólo debe ser cuando se trata de leones de la luna o de
hidras de Lema. El matar cinco centauros es contra todas las
leyes, porque hay pocos centauros en el mundo y el día que
desaparezcan todos, la tierra va a tener un poco menos de
interés.
El héroe estaba flvergonzadísimo de su acción y confesó
que era un bruto, indigno de tener un escudero como el vizconde
de la Mazorca.
Después del sermón de Emilia y de algunas palabras del
marlo, Hércules dijo:
-Muy bien. Lo que está hecho está hecho. Vamos a ente-
rrar con toda solemnidad a mi querido Folo y luego seguiremos
nuestro camino rumbo a Erimanto.
El entierro de Folo fué un acto conmovedor. Perucho hizo
al lado de la fosa un discurso tan bonito que Hércules gastó
toda su reserva de lágrimas. Emilia recogió una de ellas en un
frasquito de homeopatía y le puso un letrero así: "Lágrima
hercúlea, recogida por mí el día del entierro de Folo". La ex

( 160 ]
El jabalí em como una avalancha . ..

[ 161 ]
MONTEIRO LoBATO

muñeca no perdía oportunidad de sacar partido de todos los.


acontecimientos.
Pero ese encuentro de Hércules con los seis centauros no
fué el último. Tiempo después el héroe se olvidó del sermón
de Emilia y tuvo otro encuentro con el resto de los centauros,
a los que persiguió a flechazos y expulsó hacia Malea. En ese,
lugar vivía Quirón, el más sabio de los centauros y amigo de
Hércules. Pero la cólera de Hércules no respetaba nada: fué
a Malea y en los mismos dominios de Quirón prosiguió la per-
secución de los centauros. Y como se dió que una de sus saetas
fué a herir ocasionalmente a Quirón, también ese amigo suyo
murió a causa de la cólera del héroe.
La desesperación del héroe no tuvo límites. Y para vengar
la muerte de Quirón se volvió contra el resto de los centauros
con mayor furia aún. Pocos se salvaron. Sólo los que lograron
llegar a un promontorio donde Neptuno, dios de las aguas, los
transportó a la Isla de las Sirenas. Y en esa isla se extinguió
la curiosa raza de los centauros, hijos del rey Ixión y de la nube
que él tomó por Juno.
Bien, pero esto pasó mucho después y no fué cosa a la que
asistieran nuestros aventureros. La parte que vieron ellos no
fué más que la lucha de Hércules con los seis centauros borra-
chines, atraídos por el barril de vine de Falo. Perucho no quiso
que Medio-y-Medio viera aquello, para que no supiera de la
muerte de tantos parientes suyos. Y durante todo el tiempo
trató de tenerlo alejado del antro de Falo, haciendo ahora esto
y después aquello, siempre a la distancia. Una de sus misiones
fué el informarse por las cercanías de Erimanto si el jabalí
seguía tan feroz como siempre.
-Es cada vez una calamidad mayor, vino a decir después
de haber galopado hasta allí. Dicen los habitantes de las cer-
canías que ayer bajó del monte a la velocidad de una avalancha
que rueda cuesta abajo. Por donde pasó quedó como un camino
abierto en el arbolado. El jabalí galopaba a ciegas, prefiriendo
derribar los árboles a desviarse de ellos ...
-Eso significa que es un tanque de carne, advirtió el

[ 162 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

chico, haciendo que Medio-y-Medio preguntara qué era tanque.


-El tanque es un jabalí de acero que en nuestros tiempos
modernos los hombres usan en la guerra. Tampoco ésos se
desvían de los árboles. Los derriban y les pasan por encima.
Medio-y-Medio se quedó rumiando lo que había oído.
"¡Jabalí de acero! ¿Cómo era posible semejante cosa?"

RUMBO AL ERIMANTO

Al día siguiente, descansado de las luchas de la víspera


y con la cabeza fresca, pues sus remordimientos sólo duraban
unas horas, allá iba nuevamente Hércules. Los tres aventu-
reros, montados sobre Medio-y-Medio marchaban al lado del
héroe, entretenidos en comentar los acontecimientos de la
víspera.
- j Pobre Falo! decía la ex muñeca. ¿Cuándo pudo pen-
sar que a causa de la fiera de Erimanto iba a tener tan horrible
muerte? Pero será eternamente recordado en mi siglo XX ...
Hércules no comprendió.
-¿Por qué?
-Porque llevo en mi canasta un recuerdo de él: la punta
de su cola.
Hércules se echó a reír.

[ 163 ]
MONTEIRO LoBATO

-Por lo que veo, Emilia, su museo es la mayor maravilla


moderna ...
Perucho dilató las pupilas:
-¿Hasta eso trajiste de allí, Emilia? ¿Y no nos dijiste
nada? ..
-No dije nada para que no me dijeran nada, pero tengo
en el museo el picaporte, la pata de pollo con seis dedos y tantas
cosas más que hay que ver.
Perucho contó a Hércules toda la historia de Emilia, desde
el principio, cuando era muñeca de trapo y no hablaba, y se
refirió a su célebre "canillita de tonterías".
-Era tremenda en aquel tiempo. Apenas abría la boca,
allá salía un torbellino de tonterías, a veces graciosas. Re-
cuerdo una. N osotros habíamos ido al País de las Fábulas,
donde encontramos al señor de la Fontaine cazando fábulas
para el libro que escribió. Era un hombre arcaico, del tiempo
en que se usaban calzones de seda, zapatos con hebillas y ca-
bellera con rulos. A Emilia le extrañó aquel hombre con cabe-
llos largos, pues los cabellos largos son cosas de mujer. Y
buscando en su célebre canastita, sacó de allí una "pierna de
tijera" que regaló al fabulista. La Fontaine miró aquello, se
echó a reír y preguntó: "¿Para qué quiero esto, muñequita?"
Y ella, muy tranquila: "Para que se corte el cabello". La Fon-
taine estaba admirado. "¿ Cómo cortará mi cabello, si es una
. tijera de una sola pata?" Y Emilia dejó caer esta tontería:
"Pues córteselo de un solo lado" . . . Así era yeso decía. Cosas
absurdas, sin pie ni cabeza. Ahora ha cambiado y sabe más
que un diccionario, pero aun así, de pronto, se le escapa la vieja
tontería ...
Emilia no prestaba atención a la charla, absorbida por el
canto de un ruiseñor. Cuando el avecita paró, ella se puso a
aplaudir.
-¡Viva! ¡Viva! Le gana de lejos a los sabiás de la quinta.
Parece como si fuera inventando la música ...
El vizconde, que era expertísimo en cantos de pájaros, con-
firmó el parecer de Emilia.

[ 164]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Así es. El ruiseñor no repite nunca, no es como los


demás pajaritos que aprenden un canto y lo repiten toda la vida.
-Pero el canario no es así. Aquel belga de Perucho, el
que está en la quinta, canta inventando, recordó la ex muñeca.
-Parece, dijo el vizconde. Lo que hace él es cantar una
música muy larga, pero cuando llega al final vuelve al prin-
cipio.
El ruiseñor volvió a iniciar el canto. El vizconde levantó el
dedo con el gesto de quien dice: "Callen y escuchen", y así
todos lo hicieron.
No podía haber música más dulce ni mejor ejecutada. No
había un solo error, ni un solo desafino. El prodigioso cantor
emplumado iba improvisando, inventando su música en despe-
dida a lb luz del sol. Por primera vez Hércules se fijó en el
rUseñor. Y su música le llegó adentro. Su "idea sobre la edu-
cación" le volvió a la cabeza, haciéndole pensar este pensa-
miento: "Estos muchachos me están educando" ...
Cuando calló el ruiseñor, todos se quedaro!'! silenciosos
durante unos minutos, como .magnetizados por el encanto. Des-
pués dijo el vizconde:
-En este pueblo todo tiene una explicación poética. ¿ Sa-
ben cómo explican los griegos la aparición del ruiseñor y de
la golondrina?
Nadie lo sabía. El sabio allí era sólo el vizconde, el que
tosió y relató la historia de Filomela y Progne.
-Estas dos jóvenes eran hijas de Pandión, rey de Atenas,
hace mucho, mucho tiempo. Las dos hermanas eran grandes
amigas, de ésas que están siempre juntas. Un buen día Progne
se casó con Tereo, rey de Tracia, del que tuvo un hijo lkmado
Itis. Pero ni siquiera su hijo la consolaba de la ausencia de
Filomela. j Qué saudades! Eran de esas saudades que cuando
más tiempo pasa, más fuertes se hacen. Un dla Progne no
aguantó más y le dijo a su marido: "Ve a Atenas y tráeme a
mi hermana, de lo contrario moriré de pena". Tereo fué, pero
ese tipo era un mal bicho. Cuando encontró a Filomena, que
era una belleza de criatura, se enamoró de ella violentamente.

[ 165 ]
MONTEIRO LoBATO

y cuando venían, quiso obligarla en medio del camino a huir


con él. Filomena, indignada, rechazó la absurda propuesta, ¿y
saben qué pasó?
- j Tereo se suicidó! dijo Emilia.
-¡La mató! dijo Perucho.
- j La raptó por la fuerza! dijo Hércules.
- j Suspiró! dijo Medio-y-Medio.
El vizconde se echó a reír.
-Todos se equivocaron. Tereo ni la raptó, ni se suicidó,
ni la mató, ni suspiró. Como Filomela no paraba de llamar
y gritar, le cortó la lengua y la encerró en un viejo castillo
abandonado que había por allí, dejándola bajo la guardia de
gente de su confianza. Y prosiguió solo el viaje. Al llegar a la
casa, puso un aire muy compungido y le contó a Progne "que
la pobrecita Filomena había muerto".
-Imagínense la desesperación de Progne, dijo Emilia.
Cuando vuelva a la quinta, ni siquiera le contaré esta historia
a tía Anastasia ...
El vizconde prosiguió:
-La pobre Filomena había quedado sin lengua, pero no
sin cerebro, de modo que no hacía más que pensar en un me-
dio de mandar un mensaje a su hermana, desenmascarando a
aquel monstruo. Pero, ¿cómo avisarle? Piensa que te piensa,
finalmente descubrió un medio: hacer un largo bordado con
una serie de escenas que relataran toda su historia. Si Progne
viera ese bordado, lo comprendería todo y correría a salvarla.
y así lo hizo. Después de terminar el hermoso bordado, lo tiró
por una de las ventanas de la torre. El viento lo llevó y el
bordado fué a caer en medio del camino. N o tardaron en pasar
unos viajeros que iban en dirección a Tracia. "¡ Qué hermosu-
ra! ... ¡Qué maravilla! ... Una cosa tan bella merece que la
llevemos de regalo a la reina", y cuando llegaron a Tracia fue-
ron al palacio a ofrecer a la reina la maravilla. Apenas Progne
vió el bordado su corazón palpitó: reconoció los puntos que,
siendo niña, ella le había enseñado a su hermana Filomela.
y fijándose en los bordados y sus escenas, lo comprendió todo:

[ 166 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Filomela no había muerto, como dijera el infame Tereo, sino


que estaba presa en el castillo.

. . . quiso obligarla a huir con él . ..

[ 167 ]
MONTEIRO LoBATO

-¡Qué bien! exclamó Emilia. Apuesto que Progne fué a


salvarla.
-Eso 10 podía hacer, dijo Perucho, pero ¿y la lengua?
¿Cómo arreglar una lengua cortada? Continúe, vizconde.
-Entonces, prosiguió el vizconde, durante una de las
grandes fiestas a Dionisio, que el rey Tereo ofrecía todos los
años, Progne se aprovechó de la batahola para correr disfra-
zada al castillo, sobornar a los guardas y raptar a su hermana.
Ya fuera la disfrazó también y allá marcharon hacia el palacio
en fiesta. El rey se estaba banqueteando en uno de esos ban-
quetes de los reyes antiguos que duraban horas y horas y no
terminaban antes de la madrugada. ¿Y saben qué hizo la reina
Progne?
-Le arregló la lengua a Filomena, dijo el tontolín de
Hércules.
-Le dió un puñal para que matara al rey, dijo Perucho.
-Desenmascaró al rey su marido, dijo Medio-y-Medio.
-Nada de eso, declaró el vizconde. Progne sentía tal odio
por su marido que imaginó la más terrible de las venganzas:
ayudada por su hermana mató a Itis, hijo de Tereo, y le cortó
la cabeza ...
-¡Qué monstruo! berreó Emilia. ¿Qué culpa tenía el po-
brecito?
-Ninguna, claro está, respondió el vizconde, pero el odio
es así: cuando se manifiesta, no respeta nada. El odio de Progne
contra su marido se extendió al niño, que era un producto de
ese marido, una especie de prolongación suya. Bien. Tereo
estaba en el banquete, medio mareado ya con tanto vino, de
manera que cuando vió entrar a Filomela con una cosa en
la mano creyó que era una visión. Se restregó los ojos. Volvió
a mirar. Sí, era ella ... Y su cuñada se adelantó y arrojó sobre
la mesa 10 que traía en la mano. Tereo miró con los ojos dila-
tados: ¡era la cabeza de su hijito Itis! ...
Hércules estaba conmovidísimo. Quiso decir al.~o, pero se
atragantó.
-¿Y qué hizo el rey Tereo? preguntó Emilia.

[ 168]
. , con los OJos
Tereo mIro . dilatados ...

[ 169]
MONTEIRO LOBATO

-Estuvo un instante atontado, como en el cine cuando le


dan a uno con una botella en la cabeza y se queda mareado
antes de caer. Después desenvainó la espada y se lanzó contra
su propio hermano Drías, que estaba presente, seguro que él
era cómplice de todo aquello. Atravesó al pobre Drías con la
espada y se lanzó en persecución de las dos hermanas.
-¿Y las atravesó también?
-N o tuvo tiempo para eso, replicó el vizconde. Los dioses
,del Olimpo, creyendo que aquella familia necesitaba un co-
rrectivo, transformaron en ruiseñor a Filomela, a Progne en
golondrina, a Itis en viudita y a Tereo en cardenal.
Emilia aplaudió.
- j Eso es hacer bien una cosa! Filomena, que por haber
perdido la lengua no podía hablar, se transformó en la lengüita
-de oro del mundo de los pájaros! Pero si yo fuera Zeus hubiere
transformado a Tereo en cuervo. El cardenal es un pájaro muy
bonito.
La conversación siguió un rato largo aún sobre los pájaros,
con Emilia que le contaba a Hércules la historia de cada una
<le las aves que había en la quinta: las gallinas batarazas, los
patos marruecos, las gallinetas y otras más.

EL FENIX

-Pero faltan muchas aves en el gallinero de doña Benita,


-dijo la ex muñeca. Faltan faisanes, que son lindísimos, falta
un casal de pavos reales y muy especialmente falta la célebre
.ave Fénix ...
-¡ Ah, el Fénix! exclamó Hércules. He oído hablar de esa
.ave que vive siglos y siglos y tiene el tamaño de un águila.

[ 170 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¿ y le han contado cómo es? preguntó Emilia.


-Sí. Me han dicho que tiene en la cabeza un penacho rojo
vivo, así como que son rojas las plumas de todo su cuerpo,
salvo las del cuello que son doradas.
-¿ y las de la cola?
-Esas son blancas, salpicadas de algunas color sangre.
-¡Qué linda debe ser! exclamó Perucho.
Ya era de noche. Hércules se arregló allí mismo para dor-
mir y los chicos buscaron el abrigo de una gruta en la piedra.
Medio-y-Medio se echó a la entrada. El era el sereno de sus
amigos del siglo XX.
Los sueños de aquella noche fueron todos "ornitológicos",
como al día siguiente dijo el vizconde, y explicó: "Ornitología
es la ciencia que estudia las aves. Por consiguiente, el que
sueña con pajaritos tiene sueños ornitológicos" ...
Cuando retomaron el camino en dirección a Erimanto, la
conversación recayó sobre el tema del día anterior: las aves.
-Cuente algo más del Fénix, Hércules, pidió Emilia y el
héroe contó:
-Lo que me han dicho es lo que narré ayer y esto más:
que el Fénix tiene unos ojos tan brillantes como las estrellas ...,
- 1'Q ue
, l'Ind o ....
,
- y cuando siente que la hora de la muerte se aproxima,
junta en el bosque ramas de plantas olorosas, resinas y rami-
tas. Con todo eso hace una especie de nido dentro del cual se
acomoda. Eso antes que el carro de Apolo aparezca en el hori-
zonte. Cuando el carro aparece y sus rayos comienzan a dar
calor, aquel nido resinoso se enciende y se transforma en una
gran hoguera en la cual el Fénix se consume enteramente. Que-
da tan solo un mantoncito de. cenizas. Entonces se da el pro-
digio: en medio de aquella ceniza aparece un huevo, del que
poco después saldrá un nuevo Fénix. Ese nuevo Fénix recoge
todas las cenizas y las va a depositar en el altar del Sol, en la
ciudad de Heliópolis ...
- j Qué lindo! exclamó Emilia. i El Fénix renace de sus pro-
pias cenizas! ¿Y no hay ningún Fénix por esta Grecia, Lelé?

[ 171 ]
MONTEIRO LOBATO

-A veces aparece alguno, pero venido de otros países.


N o es ave griega ...
Estaban en eso cuando Emilia gritó: "jAIta! ... " y todos
se pararon. Ella se subió al hombro de Medio-y-Medio y em-
pinada allí, con la mano en fonna de visera, se puso a sondear
el horizonte. Hablaba:
-Estoy viendo, allá a lo lejos, a un ave que prepara el
nido-hoguera ... Es hermosísima. .. Toda de color guinda, con
un penacho muy vivo y la cola blanca ...
-¿Será un Fénix? preguntó Perucho vivamente intere-
sado y Emilia prosiguió:
-No sé, pero está haciendo todo como dijo Hércules.
Lleva al nido-hoguera plantas aromáticas ...
El vizconde suspiró. Aquello le parecía un poco excesivo.
Que desde aquella distancia Emilia viera al ave llevar plantas
al nido, vaya y pase. Pero que asegurara que eran olorosas,
¡eso sí que no! ¿a es que, además de tener ojitos telescópicos,
tenía también el tele-olfato?
-¡Está listo el nido-hoguera! gritó Emilia. Ahora el ave
se acomodó en medio de los "combustibles" y está rezando,
con las manos cruzadas, mientras espera que un rayo de sollos
incendie ...
Aunque Hércules creía ciegamente en todo lo que decía la
ex muñeca, comenzó también a parecerle "un poco demasiado"
todo aquello. Y ordenó a Medio-y-Medio que galopara hasta
allí a ver qué ocurría.
El centaurito partió al galope, con el vizconde sobre el
lomo, pues los verdaderos sabios nunca pierden oportunidad
de verificar cuánto pueden. Y mientras Medio-y-Medio galo-
paba en dirección al Fénix, Emilia seguía "viendo" cosas, o me-
jor, preparando una escapatoria.
-Una vez, en el desierto de Sahara, dijo la muy pícara,
vi una cosa lindísima: una fuente allá a lo lejos. No puede ima-
ginarse hallazgo más bonito en el Sahara que una fuente, espe-
cialmente para quienes se estaban muriendo de sed como
nosotros ...

[ 172 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Perucho pensó desenmascarar a la ex muñeca, diciendo


que todo aquello no era más que una invención. Emi1ia nunca
había estado en ningún Sahara, pero se apiadó de ella y dijo:
-Esa fuente debía ser eso que se llama espejismo,
tan frecuente en los desiertos. Los viajeros suelen ver oasis y
pueblos donde no hay oasis ni cosa alguna.
Hércules siguió sin comprender nada, pues en Grecia no
había desiertos, ni oasis, ni espejismos. Emilia prosiguió:
-Puede ser que ese Fénix sea una ilusión óptica ... ¡No!
i N o es ilusión! . .. Esperen un poco. . . Lo que pasa es que está
pegándose fuego!. .. Listo... El nido-hoguera se incendió ...
En ese momento el centaurito llegaba al lugar indicado, y
por más que mirara no encontró a ningún Fénix. El vizconde,
sonriendo, se dijo a sí mismo: "Aquella Emi1ia ... " y como no
encontraron nada, volvieron.
-No hemos encontrado ningún ave, dijo Medio-y-Medio
al llegar. Ni el vizconde ni yo vimos nada por allí.
Hércules, desconfiado ya, miró fijamente a Emi1ia, la que
poniéndose en jarras lanzó una alegre carcajada.
-¡Nunca he visto dos tontos mayores! ... Cuando uste-
des llegaron, el Fénix ya había sido devorado por el fuego. En
vez de buscar un ave, ustedes debían haber buscado "una ce-
nicita", pero apuesto a que ni pensaron en eso.
Medio-y-Medio miró abochornado al vizconde. Realmente
no se les había ocurrido la idea de buscar restos de cenizas ...
Queriendo sacar una prueba, Hércules ordenó a Medio-y-
Medio que volviera y certificara la existencia de cenizas. Medio-
y-Medio salió corriendo y mientras galopaba hacia allí, Emilia
"continuó viendo",
-¡ Qué hermosura! dijo con gesto de admiración. Estoy
viendo la maravilla de las maravillas ... La ceniza se está jun-
tando. .. Está tomando forma. .. Es el Fénix que renace de
sus propias cenizas. ¡Listo!... ¡Ya está rehecho! .. , Ahora
prueba sus alas. ,. Va a volar .. , ¡Voló!, ..
Hércules tenía la boca abierta. i Qué maravilla era aquella
criaturita! ... Mientras tanto, Medio-y-Medio y el vizconde lle-

[ 173 ]
MONTEIRO LOBATO

gaban otra vez al lugar indicado y se ponían a buscar cem....


zas. Ni sombra. No encontraron ni olor a ceniza. Y volvieron
cariacontecidos.
-Nada hemos encontrado, Hércules, dijo Medio-y-Medio
al llegar. Y el vizconde confirmó: "Ni sombra de cenizas hay
por allí".
Emilia se echó nuevamente a reír.
-¡ Qué tontos!. .. ¿Cómo podrían haber encontrado ce-
niza si cuando ustedes estaban en medio del camino el Fénix
renació y allá se fué por los aires? ¿Qué querían? ¿Que se que-
dara esperando a los dos bobalicones? La ceniza del Fénix viejo
se transformó en un hermoso Fénix joven ...
De esa manera, con su prodigiosa picardía, Emilia engañó
a todos. Hasta Perucho dudaba. "¿ Quién sabe si no es verdad
lo que dice?" Pero hubo uno que no dudó en absoluto de Emi...
lia y no dudaría nunca más. Era Hércules. Se hizo tan esclavo
de la ex muñeca que era Emilia decir algo y Hércules jurar que
era verdad, como si Emilia fuera el escudo de la diosa Palas.
Este caso fué el objeto de la conversación que sostuvie-
ron Perucho y Hércules en un momento que se separaron de
los demás.
-Emilia hace cosas que lo confunden a uno, dijo Perucho.
Aquella historia de la pulga que ella decía ver sobre las esca-
mas del dragón de San Jorge parece pura broma, pero ¿quién
sabe? Todo es posible en este mundo. ¿Y el cuento del Fénix
de hace un momento? ¿Vería ella, en verdad, al Fénix ardien-
do? ¿Renació de sus cenizas o nos estaba tomando el pelo? Es
imposible saberlo.
Pero Hércules no tenía ni pizca de duda.
-En mi opinión, ella lo vió. ¡Lo contó todo tan clara-
mente! ...
- j Ah, Hércules, es que tú no conoces a Emilia!. .. Esa
criatura es uno de los mayores misterios de los tiempos mo-
dernos. Nació muñeca de trapo, fea y muda, hecha por tía
Anastasia, y fué andando, fué "evolucionando" hasta sel
lo que es.

[ 174 ]
A11í no había ni sombra de cenizes . ..

[ 175 ]
MONTEIRO LOBATO

Hércules no se avergonzaba de preguntar cuando no com-


prendía una palabra y preguntó qué quería decir "evolucio-
nando".
-Evolucionar significa cambiar perfeccionándose. Una
cosa que cambia, pero que no se perfecciona, no evoluciona. El
agua del río cambia siempre de lugar, pero no evoluciona, por-
que se muda sin perfeccionarse. ¿Entiendes?
Hércules hizo un esfuerzo para entender y parece que en-
tendió, pues dijo:
-En este caso, también yo estoy evolucionando. Mis ideas
están cambiando.
-¿Para mejor o para peor?
-Para mejor ...

PAN, EL DIOS DE LA ARCADIA

La Arcadia tenía su dios especial. Los chicos se enteraron


de ello después de haberse encontrado con un anciano viajero.
N o se trataba de un anciano ignorante, sino de un anciano del
tipo "filósofo". El vizconde se aferró a él y ya no 10 solt~, pues
a los sabios les gusta hablar con los sabios.
El tema principal de la conversación fué los dioses y, espe-
cialmente, el dios de la Arcadia.

[ 176 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, dijo el anciano en determinado momento, esta Arca~


-dia tan rústica tiene un dios solo para ella: Pan.
El vizconde tenía algunas nociones sobre Pan, pero igno-
raba los pormenores y la verdadera especialidad de ese dios.
El anciano caminante le dictó una cátedra sobre el tema.
-Pan es el dios especial de Arcadia, el guardián de estos
rebaños y su multiplicador. También es el protector de los
pastores ...
-¿Vino aquí del Olimpo?
-No. Pan nació en estos parajes y de una manera muy
interesante. Cierta vez Hermes, el mensajero de los dioses, dejó
el Olimpo y aterrizó por aquí, en los campos sagrados de Ci-
lene. De pronto se enamoró locamente de una hermosa ninfa
y de tal manera que se ofreció como pastor de Dríos, su padre.
- j Qué cosa! exclamó Emilia. j El, un dios del Olimpo, bus-
cando empleo como pastor de ovejas! ...
Perucho le hizo recordar el caso de ese J acob de la Biblia
que por amor a Raquel, hija de Labon, se contrató como pastor
de ovejas durante siete años, y terminado ese plazo, se volvió
a ofrecer a su futuro suegro por otros siete años más. Sólo así
logró casarse con Raquel.
-Pues al dios Hermes le pasó algo semejante, dijo el
anciano. Tuvo que servir de pastor en los rebaños de Dríos para
obtener la mano de su hija. Finalmente se casó y el dios Pan
fué el producto de ese matrimonio. Pero Pan nació con pies de
macho cabrío y cuemitos en la cabeza. Todos se mostraban
horrorizados ante el fenómeno, pero Hermes no. Apenas el
extraño niño había nacido, trató de volar con él hacia el Olim-
po, para enseñárselo a sus compañeros de divinidad. Lo envol-
vió en una piel de liebre y allá se fué. Cuando allí en el Olimpo
desenvolvió la piel y mostró su hijo, hubo risas de mofa y le
pusieron el nombre de Pan ...
El peq"ueño dios de los pies de cabra fué creciendo aquí
en la Arcadia y se hizo mozo. Era tan feo, el pobrecito, con
aquellos pies y aquellos cuernitos. .. Las ninfas se burlaban
de él, 10 que 10 hizo jurar que jamás su corazón amaría a nin-

[ 177]
MONTEIRO LoBATO

guna mujer. Pero cierto día Cupido se midió con él en lucha


cuerpo a cuerpo y aunque no era más que un niño lo venció
a Pan. Las ninfas que asistían al espectáculo se echaron a reír
alegremente. Y al pobre Pan no le quedó más remedio que
amar. Los vencidos por Eros tenían que amar.
- y Pan comenzó a amar ...
-Comenzó a amar y poco después encontró a la ninfa
Sirinx, a la que sólo le interesaba la caza y que había rechazado
la mano de todas las divinidades. Pan se le aproximó y le dijo
que quería ser su esposo. Sirinx no respondió -salió corrien-
do. .. Y Pan tras ella. .. pero como él era un dios y los dioses
corren más que las ninfas, acabó por alcanzarla.
-¡y la agarró!: ..
- j Ah, no!. .. Cuando iba a agarrarla, Sirinx se transfor-
mó en una planta de cañas. .. De esas plantas de cañas se elevó
un canto suave y melancólico. Pan se conmovió, cortó siete
canutos de caña de varios tamaños, los unió con un trozo de
cera y así nació la célebre flauta de Pan, ese instrumento que
él no abandonaría jamás y es su distintivo.
-¿Por qué nunca dejó esa flauta? preguntó Emilia, y el
anciano respondió:
-Porque apenas la hacía sonar, salían del bosque ninfas
y más ninfas y bailaban en derredor de él. Entre esas ninfas
había una llamada Pitis, la que se enternecía más que las otras
ante la música de Pan. Entonces el dios feo sintió nuevamente
que el fuego del amor ardía en su corazón. Y tocando la flauta
con más sentimiento todavía, fué andando, fué andando, hacia
un lugar solitario donde había un alta roca. Allá, sentado bien
en lo alto, siguió tocando. Atraída por la música, Pitis llegó
también y para oirlo mejor se sentó junto a él. El pobre Pan
perdió la cabeza y le hizo una declaración de amor. Pero la
ninfa era la novia de Boreas, el terrible viento del norte, el cual,
lleno de celos, enfurecido. lanza un golpe sobre ellos. Y ese
golpe de viento fué tan violento que la pobre Pitis perdió el
equilibrio y cayó de lo alto de la roca, despedazándose en las
puntas de las piedras. Los dioses del Olimpo, que todo lo veían,

[ 178 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

se apiadaron de la pobrecita y transfonnaron sus restos en pi-


nos, unos pinos que crecen entre las piedras. Desde ese día
Pan adoptó el pino como árbol suyo y andaca con una corona
de hojas de pino enganchada en los cuernos.
-¿Eso significa que Pan amaba y no lograba casarse?
-Exactamente. Su destino era que nunca se podría unir
a la criatura amada, como pasó después con la ninfa Eco, hija
del Aire y de la Tierra. Cada vez que Pan tocaba su música,
esta ninfa repetía las últimas notas allá a los lejos. Pan corría
hacia allí y volvía a tocar y Eco repetía otra vez las últimas
notas, pero siempre a lo lejos, como si estuviera burlándose de él.
Emilia se echó a reír.
-¡Nunca he visto un dios más tonto! dijo. Pues como el
señor Pan no se apercibía que la tal ninfa Eco ni era ninfa ni
nada, sino eso que llamamos eco? Dígale al anciano qué es el
eco, vizconde.
El marIa explicó que el eco era el reflejo de un sonido. "El
sonido choca contra un obstáculo y es rechazado, volviendo
hacia atrás".
El anciano prosiguió:
-Pues el dios Pan no lo sabía y pasó una cantidad de
tiempo corriendo tras la ninfa Eco ...
-Yo sé de ese dios algo que tú no sabes, dijo el vizconde
al anciano.. Durante el reinado del emperador romano Tiberio,
reinado que va a florecer a una gran distancia-tiempo de aquí,
el capitán de un navío anclado en un puerto del Mediterráneo
oyó una voz misteriosa que clamaba: "¡El gran dios Pan ha
muerto! ... " Y desde entonces nadie más ha oído hablar de él.
-Eso no lo sé, dijo el anciano, porque es cosa del futuro.
Sólo sé que ahora el dios Pan existe y sigue multiplicando los
carneros y cabras de esta Arcadia, protege a los pastores y per-
sigue a la ninfa Eco con la melodía de su flauta de siete ca-
nutos ...
Después el anciano les contó toda la historia de la
ninfa Eco.
-Ah, dijo él, Eco se había hecho tan chismosa y char~

[ 179]
MONTEIRO LOBATO

latana que la diosa Hera se enfadó y la condenó a un castigo


curioso: a que no dijera más que la repetición de los últimos
sonidos que acabara de oír. De esa manera la mentirosísima
Eco dejaba de mentir, puesto que no podía decir nada que no
fuera la repetición de 10 últimamente oído.
-Es seguro que desde entonces ella se trans:ormó en el
eco, dijo Emilia.
El vizconde le explicó que el sonido "eco" tiene ese nombre
a causa de la ninfa Eco y no 10 contrario, como Emilia suponía.
El anciano estaba de acuerdo y Hércules roncaba. Sí, porque
durante toda aquella clase de mitología el gran héroe no hizo
nada más que dormir y roncar. Estaban descansando a la vera
de una fuente, junto a la floresta. Desde los campos de pasto...
reo, a 10 lejos, llegaban los "més" de los carneros de Arcadia.
-Un día en que Eco había salido de caza, prosiguió el
anciano, se encontró con un joven de una belleza perfecta.
Era Narciso, hijo del río Cefise. Inmediatamente su corazón se
llenó de amor, pero ¿cómo declarárselo a él si el castigo de Hera
le impedía hablar antes que él? La pobre no podía decir nada
sino repetir las últimas palabras que le dijera Narciso.
- j Qué horror! exclamó Perucho. Sólo ahora comprendo
la crueldad de ese castigo.
-Sí, el peor de todos los castigos, aseguró el anciano. La
pobre Eco 10 iba a comprobar. Narciso se perdió en el bosque
y como no veía a ninguno de sus compañeros, gritó: "¿No hay
nadie cerca de mí? "Mí" -respondió Eco desde detrás de una
roca. Narciso miró en derredor y no vió a nadie. "Si hay alguien
-gritó nuevamente- juntémonos". Y Eco, llena de alegría,
repitió "¡juntémonos!" y se presentó a los ojos de Narciso.
Pero el joven se sintió decepcionado. Esperaba ver llegar a uno
de sus compañeros y la que apareció fué la importuna e insis-
tente ninfa. Y la rechazó, diciendo: "¿Crees acaso que yo te
amo?" La pobre Eco fué obligada a repetir el "yo te amo" final
y huyó de allí presa de la mayor desesperación. Desde entonces
cayó en gran tristeza y se fué consumiendo hasta no quedar
más que piel y huesos. Cuando llegó a ese estado, Zeus se apia-

[ 180 ]
Era Narciso, hijo del río Cense . ..

[ 181 ]
MONTEIRO LOBATO

dó de ella, la transformó en piedra y dejó que su voz perma-


neciera en el mundo transformada en eco ...
Emilia aplaudió.
-Me gustan los griegos porque ellos ponen en todo algo
de cuento. Para el vizconde y los sabios modernos el eco es el
rechazo del sonido. Para los griegos es la voz de la ninfa Eco.
Es mil veces más bonito ...

EL MONTE ERIMANTO

y así, parando en el camino y charlando con los viajeros,


el grupo llegó a la región en la que se elevaba el Monte Eri-
manto. i Allá estaba! Cubierto de vegetación, pero rayado de
alto abajo como si hubieran bajado rodando grandes rocas por
sus flancos. Hércules les explicó:
-Esas listas de vegetación arrancada corresponde a las
bajadas del jabalí rumbo al valle. Miren la violencia que tiene
el ímpetu de ese monstruo ...
Perucho observó que en los tiempos modernos sólo los tan~
ques de 100 toneladas consiguen producir efectos iguales -y
tuvo un trabajo enorme para darle al héroe una idea de lo
que era un tanque.
-Pero, ¿qué es lo que lo arrastra? preguntó Hércules y se
llenó de admiración cuando Perucho le dijo: "Los tanques no

[ 182 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

son arrastrados, son empujados desde dentro por un gran nú-


mero de caballos invisibles, llamados H. P.".
Hércules se quedó pensativo.
Muy bien. Estaban frente a Erimanto, el monte habitado
por el feroz jabalí. Tenían que conferenciar sobre lo que iban
a hacer. La idea de Hércules era buscar a la fiera y matarla a
flechazos o a golpes de clava, pero Perucho hizo una objeción.
-Bien, lo mata ¿y después? ¿Cómo le va a prob~r al rey
Euristeo que efectivamente mató al famoso jabalí de Eriman-
to y no a otro jabalí cualquiera?
-Le llevo la piel, respondió el héroe.
- j La piel!. .. j la piel!. .. Pieles de jabalí no faltan por
el mundo. El rey tendrá derecho a dudar.
-¿ Qué debo hacer, entonces?
-¡ Llevar el jabalí vivo!
Hércules se rascó la cabeza y se quedó pensando. Después
le pidió a Emilia su opinión.
-¿ Qué te parece, Emilia?
-Me parece igual que le parece a Perucho. Un jabalí vivo
convence mucho más que una piel de jabalí.
-¿ y tú, vizconde?
-Idem, ídem, respondió el sabio y le explicó que la pala-
bra latina ídem quiere decir "lo mismo". A Medio-y-Medio
nada le preguntó el héroe, pues no le daba mucha confianza
al centaurito. Reflexionó unos minutos más y resolvió:
-Está bien. No lo mataré. Lo agarraré vivo. Pero, ¿cómo?
Ahora Perucho demostró su juego, maestro en cacería co-
mo era. Se acordó inmediatamente de una astucia que conocía
a fondo.
-Con una armadilla de mi cosecha, Hércules.
-¿Y qué es eso?
La armadilla a que me refiero es un foso profundo, cu-
bierto de ramas y con una capa de tierra encima. Este foso se
construye por donde el animal tiene que pasar fatalmente, es
decir, por su camino.
-¿Y qué sucede?

[ 183]
:MONTEIRO LoBATO

-Sucede que cuando el animal pasa por ese camino, pisa_


de pronto sobre la falsa tierra que cubre el foso, y todo lo que·
está encima cae con él al fondo.
El rostro de Hércules se iluininó. i Qué clara e ingeniosa
era esa idea!
-Está bien, dijo; adoptemos el sistema que me parece
de rechupete. Y encargó a Perucho que eligiera el lugar que
le parecía mejor para hacer la trampa.
N ada más difícil, pues el mundo es grande y la caza puede
pasar por aquí, por allá, o acullá. ¿Cómo preparar la trampa
en el camino justo por el que iba a pasar el jabalí?
Eso era un trabajo de mucha deducción, como los de Sher-
lock Holmes y, efectivamente, dió trabajo al cerebro de los
chicos. ¿Dónde poner la trampa? Por los caminos que el mons-
truo había abierto en las laderas del monte se veía que no
tenía senda segura. Ora rompía la floresta en un lugar, ora la
cortaba por otro muy distante. ¿Cómo adivinar? Y se encon-
traban en la mayor indecisión cuando Emilia resolvió el
problema.
-¡Qué tontos sois! exclamó. Cuando las cosas se presen-
tan tan difíciles, vosotros sabéis que la solución está en apli-
carles el método del "figúrate". Y poniéndose al frente del
grupo marchó hacia cierto lugar de la ladera y dijo con la ma-
yor seguridad: "Figúrate que es exactamente por aquí por
donde la fiera va a pasar".
Hércules no comprendió nada de aquello y Perucho no
quiso entrar en grandes explicaciones. Sólo le dijo que el "fi-
gúrate" era un sistema infalible, pero que sólo se podía aplicar
como último recurso.
Determinado el lugar donde había que hacer el foso, la
tarea de abrirlo cupo al héroe. Hércules arrancó una astilla a
un tronco de árbol para construir una pala de puntear y con
ella, en un instante, abrió un enorme agujero de siete metros
de largo por otros tantos de ancho y profundidad, y llamó a
Perucho para ver si era suficiente.
-Está bien, dijo el chico después de haber medido con la~

[ 184]
[ 185 ]
MONTEIRO LOBATO

vista la profundidad del agujero. No hay jabalí ni animal algu-


no que salte siete metros de altura.
-¿Cómo no? replicó Emilia. Cualquier tigre o ciervo
salta más que eso.
Perucho dijo que sí, que podrían saltar mucho más, pero
aprovechando el impulso de la carrera. Desde el fondo del foso,
sin espacio para tomar impulso, el animal más saltarín estaba
como si tuviera las patas cortadas. Perucho entendía mucho
de saltos.
Emilia concordó.
Terminado que fué el foso, Hércules, siempre dirigido por
Perucho, arrancó algunos arbustos y, después de sacarle las
ramas, las fué cruzando sobre la boca. En seguida echó tierra
sobre aquella capa de palos y la cubrió con hojas secas. Perucho
colaboró en la parte final de la obra, consistente en dejar la
capa de hojas secas "bien natural", de manera que el jabalí no
desconfiara. Emilia le puso encima algunas flores silvestres. La
trampa era perfecta.
-Bueno, dijo Perucho después de terminada la trampa.
Ahora es necesario preparar cuerdas bien fuertes, pues tene-
mos que sacar al bicho del fondo del agujero a fuerza de cuer-
das. Y mandó a Medio-y-Medio a buscar fibras en cantidad.
Estab¡m habituados a preparar cuerdas, pues las habían fabri-
cado para atrapar a la corza de los pies de bronce, de manera
que el trabajo se hizo de prisa. Perucho necesitaba cuatro cuer-
das: dos muy fuertes y largas -cuerdas de guía, como se la
llama- una menor para pialar al animal y otra para hacerle
un bozal.
Hércules permaneció sentado viéndolos hacer el pial y el
bozal sin comprender casi nada de la utilidad de! aquello.
Cuando las cuerdas estaban listas, Hércules mandó que
permanecieran bien escondiditos en una gruta próxima. "Na-
da de subirse a un árbol, pues ese jabalí derriba los árboles con
la mayor facilidad". Después de verlos bien seguros, se plantó
detrás de la trampa y comenzó a desafiar a altos gritos al jabalí
que, evidentemente, vivía en el tope del Erimanto.
[ 186]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¡Cerdote! ... ¡Puercote! ... ¡Baja si tienes coraje, que te


espera aquí Hércules, el héroe invencible! ...
El tonto del jabalí, allá en 10 alto del Erimanto, cometió la
estupidez de oírlo y enfurecerse. Claro es que no tenía la más
remota idee de quién pudiera ser ese tal Hércules y no vió allí
más que a ón humano cualquiera que tenía el tupé de desafiar-
10, a él, el tremendo jabalí. Y se lanzó furiosamente en direc-
ción a la voz, desgarrando el bosque a su paso. El ruido era de
una avalancha. Grandes árboles crujían y se derrumbaban
como si fueran débiles cañitas.
Hércules se mantenía con la clava en la mano, una clava
nueva, hecha con la mejor madera de aquellos alrededores. Y
delante de él se abría, oculta, la trampa de Perucho ...
Cuando el jabalí divisó la figura del héroe, chispas de odio
surgieron de sus ojos enrojecidos, y marchó hacia Hércules en
línea recta. De repente, ¡chimbun! Pisó sobre el suelo falso y
allí se fué, mezclado con las ramas y hojas que cubrían la tram-
pa, a parar en el fondo mismo del agujero.
-¡Hurra! gritó Perucho al oír el estruendo y, montando
a lomos de Medio-y-Medio, partió al galope hacia la trampa.
Allí estaba el monstruo, roncando y debatiéndose, medio aton-
tado por la caída y sin la menor idea de 10 que le había pasado.
Poco después llegaron Emilia y el vizconde y los tres perma-
necieron al borde del foso mirando al monstruo caído en la
trampa.
-¡Has visto, bravucón! gritaba Emilia. ¡Haz ahora ava-
lancha, si eres capaz!. ..
Después de gozar durante algún tiempo de la furia impo-
tente y la desesperación del jabalí, trataron de enlazarlo con
las dos cuerdas largas -y quien resolvió el problema fué el
vizconde.
-Baje allí, ordenó Emilia, y pásele el lazo al monstruo
por la pata.
Para esas proezas arriesgadas el mejor era siempre el viz-
conde, no sólo porque no atraía tanto la atención, sino porque
era "arreglable". Cuando le pasaba algo, tía Anastasia toma-

[ 187]
MONTERIO LOBATO

ba del galpón un marlo nuevo y 10 volvía a fabricar. El viz-


conde era el Fénix de la quinta Benteveo Amarillo.
A pesar del miedo que sentía el marlo, bajó al foso y pasó
el lazo por la pata al jabalí. Bien que el monstruo 10 vió, pero
no le concedió la más mínima importancia. Un animal en tal
apuro no le hace caso a un marlo de maíz.
Cuando el jabalí estuvo asegurado por la pata, Hércules lo
elevó como los guinches de los puertos elevan las grandes car-
gas; y cuando las patas traseras estuvieron en lugar convenien-
te, Perucho se las ató. Después le dijo a Hércules:
-Déjelo caer otra vez al fondo del agujero. Ahora tenemos
que enlazarlo por el pescuezo para elevarlo y poder ponerle
el bozal.
Así se hizo. Esta vez no fué necesario el auxilio del viz-
conde. Después de algunos ensayos, Hércules enlazó al jabalí
por el pescuezo y lo levantó con la fuerza de sus brazos hercú-
leos. Entonces Perucho le ajustó a la boca el ingenioso bozal.
-¡Listo! gritó. Ahora puede sacarlo fuera definitivamen-
te, Hércules.
De un tirón el héroe sacó del foso al monstruo que tenía
las patas atadas y el bozal colocado en los morros. Medio-y-
Medio sostenía la punta de la otra cuerda, de manera que el
animal no podía hacer nada. Una cuerda se mantenía de un
lado y la otra del lado opuesto. Pero a pesar de ello el jabalí
luchó y corcoveó como un mulo salvaje.

RUMBO A MICENAS

Después de mucho saltar y corcovear el jabalí de Eriman-


to comprendió que era inútil resistir. Estaba cansadísimo.
-Bien, .dijo Hércules, ahora podemos llevarlo a Micenas.
Yo voy delante, asegurándolo por la cuerda que lleva atada al
pescuezo y Medio-y-Medio va detrás, sosteniendo la cuerda

[ 188 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

que lleva atada al pie. Y así fué como el terrible jabalí de Eri-
manto llegó a la ciudad de Micenas, con gran asombro de la
población y profundo desencanto del rey Euristeo.
-¡Terminado, majestad! dijo Hércules al llegar ante el
rey, llevando atada a la punta de la cuerda a la terrible fiera.
Euristeo sentado en el trono temblaba de miedo. ¿Y si la
cuerda se rompiera y el jabalí se lanzara sobre él?
Pero nada de eso pasó. Eumolpo ordenó que se construye-
ra rápidamente una jaula y una hora después el jabalí de Eri-
manto estaba sólidamente enjaulado y era exhibido a las mul-
titudes llenas de curiosidad desde la plaza pública.
La noticia de ese cuarto trabajo de Hércules corrió por to-
da Grecia con la velocidad del rayo. Desde Atenas a Esparta
no se hablaba de otra cosa y allá en el Olimpo la diosa Hera
sufrió un patatús. j Maldito héroe! Por cuarta vez salía incólume
de una trama preparada contra él. Y la implacable Hera se
puso a pensar en un nuevo trabajo que estuviera absolutamente
por encima de las fuerzas de cualquier héroe. ¿Cuál podría ser?
Pensó. pensó. Después sonrió y se dijo a sí misma: "Ya lo sé..."
y mandó a Hermes, el mensajero de los dioses, a que llevara
un recado a Euristeo.
Mientras tanto Hércules y los chicos habían vuelto a insta-
larse en el "camping" a orillas del arroyo. Lo encontraron todo
igual que lo habían dejado. Nadie se había atrevido a tocar
nada de la casita de Emilia, es decir, del Templo de Avia ...
Al día siguiente Hércules fué llamado urgentemente al
palacio real. Marchó.
- j A sus órdenes, Majestad! ...
Euristeo estaba risueño, señal que el nuevo trabajo iba a
ser mucho más difícil que los anteriores. Eumolpo, junto al
trono, se babeaba de gusto.
-Heracles, dijo Euristeo, has salido muy bien de la ha-
zaña contra el jabalí de Erimanto. Tengo ahora una nueva
misión que darte.
- j A sus órdenes, Majestad!, repitió humildemente el héroe.
Euristeo prosiguió con el mismo tono amable.

[ 189 ]
MONTEIRO LOBATO

-Quiero que vayas al reino de Augias, a visitar a ese co-


lega mío y que limpies sus famosas caballerizas.
-Así haré, Majestad.
Hércules volvió al arroyo muy preocupado. "¿Qué será?
¿Que me reservará el rey Augias?" Y cuando Perucho le pre-
guntó cuál iba a ser el quinto trabajo, respondió:
-¡Una visita, amiguito, nada más que una visita y algunos
golpes de escoba! Euristeo me encargó que fuera a ver al rey.
Augias y que le limpiara las caballerizas.
-¿Quién es Augias?
-Un rey que tiene innumerables rebaños de caballos ...
-¿Y solo tienes que hacerle la limpieza?
-Sí. ..
Todos estaban desconcertados. Pero Medio-y-Medio venía
con la cena al hombro, cosa que alejó toda preocupación.
-¡Vamos a cenar!. .. gritó Emilia. Tengo un hambre fe-
roz. Por lo menos exijo medio costillita.

LA FUGA DEL JABALI

¡Qué bonita fué la mañana al día siguiente! El carro de


Apolo galopaba en el campo azul de un cielo sin nubes. Hércu-
les, después del baño en el arroyo llamó a Perucho para hablar
sobre el viaje al reino del rey Augias. Estaban en eso cuando
a lo lejos apareció un mensajero montado a caballo. Venía a
todo galope.
-¿ Qué pasará? murmuró Hércules.
El mensajero llegó y echó pie a tierra. Estaba sin poder
hablar.
-Hombre, ¿qué pasa? preguntó Hércules.
El mensajero aspiró aire y habló en forma entrecortada.
- ¡ Pasa que jabalí... el jabalí rompió la jaula... y huyó!...
-¿Huyó? repitió Hércules sorprendido.

[ 190]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, huyó y está haciendo los mayores estragos en la ciu-


dad. .. Enviste contra todos y destroza lo que agarra. .. Los
guardias del rey lo han atacado inútilmente. .. Su Majestad
Euristeo no sabe ya qué hacer y pide auxilio a Hércules ...
El héroe se levantó y corrió en busca de la clava. Después
se colgó al hombro el carcaj con las flechas y tomó el arco.
- j Pues, vamos a verlo! gritó. y salió corriendo hacia
la ciudad.
Los chicos estuvieron un instante sin saber qué hacer. Des-
pués tomaron una resolución. Tenían que acompañar a su ami-
go Hércules. Medio-y-Medio estaba listo para recibirlos sobre
el lomo.
El caballo del mensajero, asustadísimo al ver al centaurito,
había disparado por aquellos campos. El pobre hombre esta-
ba a pie.
- j Monte en la grupa! le gritó Perucho y lo ayudó a co-
locarse sobre la grupa de Medio-y-Medio. El centaurito, con
aquella pila de gente sobre el lomo, allá se fué galopando hacia
la ciudad.
Al entrar en Micenas, Hércules encontró a la población
presa del mayor espanto. Unos se escondían en los sótanos.
Otros se subían al tejado de las casas. Después que los guar-
dias del rey fueron destripados por los terribles colmillos del
jabalí, nadie más se atrevía a atacarlo. Sólo pensaban en huir
o esconderse.
-¿Dónde está el monstruo? preguntó Hércules al ministro
Eumolpo, el que temblaba de miedo sobre el tejado del palacio.
- j En la plaza del mercado! gritó el ministro. Está de-
vorando todas las frutas y verduras que hay allí.
Hércules se encaminó hacia la plaza del mercado, y, ya
desde lejos, avistó la fiera que hacía los mayores estragos en
la verdura. Alrededor suyo había muchos cadáveres de guar-
dias destripados, algunos vivos todavía y gimiendo.
- j Espera que te voy a curar! murmuró Hércules afirman-
do la mano sobre la clava y avanzando.
El jabalí lo reconoció. Dejó las verduras y levantó los ojos

[ 191 ]
MONTERIO LoBATO

chispeantes de furia. Iba a destrozar a aquel héroe imprudente


como había destrozado a los guardias del rey.
En ese momento Medio-y-Medio, que había venido a todo
galope, entró en la plaza, de manera que los jinetes pudieron
asistir al combate.
j Qué combate fué aquel! El jabalí se lanzó contra Hércu-
les y Hércules 10 aguardó con la clava levantada.
-¡Llegamos a tiempo para asistir al primer round! ...
berreó Perucho, poniéndose de pie sobre el lomo del centaurito.
Apuesto que Hércules 10 pone fuera de combate al primer
golpe.
Pero no fué así. El golpe del héroe le dió a la fiera en pleno
,cráneo, pero parece que el cráneo de aquel jabalí era de acero.
i La clava se partió por la mitad! ...
- j La clava se rompió y el monstruo no da señales de sen-
tir nada! gritó Emilia. Mejor es con las flechas. Que Hércules
retroceda y ...
Eso hizo Hércules. Dando un enorme salto atrás se colocó
.a veinte metros del jabalí, de modo que pudiera poner una
flecha al arco. Estiró la cuerdas y ¡zás! . .. la flecha se clavó en
la cerviz del monstruo, pero no penetró ni alcanzó ningún cen-
tro vital. Apenas sirvió para enfurecerlo más aún y el jabalí
~orrió hacia el héroe con el ímpetu de una bomba voladora.
Hércules volvió a saltar hacia atrás y lanzó otra saeta, la
,que no produjo más resultado que la anterior. El jabalí dió
'un bote traicionero y casi 10 engancha con los afiladísimos
'Colmillos.
Eumolpo, desde encima del tejado, estaba radiante. "Esta
vez Hércules está perdido. El jabalí va a terminar con él". Y
le gritaba al rey Euristeo que asistía a todo desde un balcón
del palacio: "La clava de Hércules falló y las flechas también
fallan. Todo marcha a pedir de boca".
Euristeo, desde el balcón, sonreía ...
La situación de Hércules no era nada buena; eso porque
'Con la prisa de salir del campamento él se había equivocado
.al elegir las flechas y había tomado el carcaj en el que estaban

[ 192 ]
Pan era el dios de la Arcadia.
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

las que Emilia había despuntado. Sólo después que lanzó la


segunda es que el héroe dió razón de la causa del fracaso. Un
verdadero desastre, porque nunca en su vida de héroe había
pasado algo parecido: lanzar dos flechas contra un animal y
no verlo caer agonizante. Si no tenía sus famosas flechas mor-
tales, ¿qué iba a hacer? Hércules comenzó a sudar frío ...
De pronto Perucho palideció.
-¡ Ahora 10 comprendo! El está lanzando contra el mons-
truo las flechas que Emilia "humanizó". ¿Y ahora?
Y volviéndose a Emilia:
-¿Y ahora, entrometida? Sin clava y sin flechas con punta
nuestro amigo Hércules está desarmado ...
Emilia se asustó. Su corazoncito comenzó a dar saltos den-
tro del pecho. No había más que un remedio: recurrir al "fi-
gúrate". Y al ver a Hércules lanzar contra el monstruo la
tercera flecha, gritó:
-¡Figúrate que esa tiene punta!. ..
i Qué remedio milagroso! La saeta se hundió en la cerviz
del jabalí junto a las dos anteriores, pero con un resultado muy
diferente. El monstruo lanzó un rugido, puso los ojos en blanco
y cayó sobre las patas traseras, sin fuerzas ya. Después clavó
el pico. Estaba vencido ...
-¡ Hurra! ¡Hurra! berreó Perucho y desde todos los te-
jados otros hurras hicieron coro. Emilia cantó el "Ave! ¡Avd
¡Evohé!", que ella no sabía qué significaba, pero que le pare-
cía un grito apropiado para ocasiones así.
Los habitantes de la ciudad, escondidos en los sótanos y
subidos a los tejados comenzaron a llegar a la plaza y a aglo-
merarse en derredor del jabalí muerto. Cada cual decía algo
o daba una idea. De pronto un rumor comenzó a circular: que
Hércules estaba asociado a una pequeña hechicera dotada de
fuerzas maravillosas. El rumor procedía del hombre que vino
en la grupa de Medio-y-Medio. Desde ese lugar había asistido
a la lucha y oyó el grito mágico de Emilia cuando dijo: "¡Figú-
rate que tiene punta!"
-Sí, fué ella, decía el hombre a los demás. Yo 10 vi per-
[ 193]
MONTEIRO LoBATO

fectamente bien. Sólo después de su grito mágico las flechas de


Hércules volvieron a ser mortales. Antes de eso se clavaban en
el jabalí sin causarle el menor daño. Y nació la idea de hacerle
una manifestación popular a la extraña criatura.
Aquellos rumores no tardaron en llegar a los oídos del rey
el cual, furioso por la intervención de la pequeña hechicera.
dió la orden a sus guardias que la prendieran. Viendo las cosas
así, Perucho tomó una resolución de verdadero jefe:
-¡Corre al campamento a todo lo que da! gritó, y el cen-
taurito salió como una luz. Minutos después se apeaban todos.
junto al Templo de Avia.
-No me gustan los pueblos ni los reyes, dijo Perucho.
Con la mayor facilidad van de un extremo al otro. Nada igual
a este aislamiento nuestro aquí, custodiados como estamos por
la clava de Hércules y por nuestro amigo el centauro. Pero ...
¿ dónde se ha metido Hércules?
Perucho miró en todas las direcciones y no vió señal del
héroe. De pronto Emilia gritó: "Allá está ... Está saliendo del
monte".
Efectivamente, Hércules salía del bosque donde había ido
a fin de elegir un buen tronco para su nueva clava.
-Bien, exclamó Perucho, ya tranquilo. Si Hércules está
con nosotros, nada tenemos que temer.

[ 194]
v

LAS CABALLERIZAS DE AUGIAS


MINERVINO

La limpieza de las caballerizas de Augias fué el Quinto


Trabajo que Euristeo impuso a Hércules. Esas caballerizas eran
enonnes y tenían una capa de estiércol mayor aún que la del
guano en el Perú. Ese guano del Perú tardó siglos en fonnarse
en ciertos lugares de la costa donde las aves marinas, a millones
y millones, se posaban a pasar la noche. Sus excrementos fueron
levantando el suelo. .. En las caballerizas de Augias el guano
era de caballo.
-Pero entonces ese rey tenía caballos a la nunca acabar...
-Sí, tenía muchísimos y, además, era ladrón de caballos.
-Cómo?
-En la Ilíada, de Homero, se verifica la desaprensión de
Augias en materia caballar. Cierta vez un tal N eleo mandó
cuatro excelentes animales, que habían triunfado ya en otras
pruebas, a que disputaron una carrera en la capital del reino
de Augias. ¿Y saben qué hizo Augias? Como le gustaron mucho
los caballos, los elogió al auriga ...
-¿Qué es auriga?
-El cochero. Los elogió al auriga y con el mayor cinismo
le dijo: "Ahora se puede ir. Estos caballos ya son míos".
- j Qué sinvergüenza! exclamó Emilia. Yo le hubiera dado
una coz. .. ¿Y qué hizo de los caballos?
-Pues los unió a los otros en sus inmensas caballerizas.
En ese momento de la conversación, Perucho mostró en la
cara la sonrisa de quien acaba de descubrir la pólvora.
-Ahora comprendo el asunto de tales caballerizas, dijo
él. Ese rey debía tener una gran idea en la cabeza. Dígame una
cosa, ¿era fértil la tierra en la que Augias vivía?

[ 197 ]
MONTEIRO LoBATO

-Sí. Según el escritor romano Plinio, era muy fértil.


Perucho no supo qué decir. Había pensado que Augias
estaba acumulando estiércol para fertilizar el reino; pero si las
tierras eran tan fértiles, entonces. .. entonces ...
- j Entonces era un grandísimo sucio! resolvió Emilia,
escupiendo de costado.
Quien empezó la historia de Augias fué el vizconde, pero
quien la iba a continuar fué un viajero que acababa de llegar.
En todas sus aventuras por Grecia ellos encontraron, en
el momento psicológico, a ese viajero de aspecto venerable,
que todo 10 sabía y todo 10 explicaba. La primera vez nadie des-
confió de nada, pero la coincidencia de aquel encuentro en to-
das las aventuras hizo que Perucho aceptara la hipótesis de
Emilia: "Es un emisario de Palas o de Minerva, la diosa de la
sabiduría; fíjate que aparece como por acaso en los momentos
en que sentimos la necesidad de saber algo de la historia anti-
gua o de la vida de este país". Y Emilia lo bautizó con el nom-
bre de Minervino ...
La réplica de Emilia sosteniendo que Augias era un gran-
dísimo sucio hizo sonreír al viejo Minervino, pero el anciano
estaba habituado al desparpajo de la ex muñeca.
-No sé si el rey Augias es lo que dices, chiquitita; sólo sé
que sus establos son inmensos y tienen una capa de estiércol
como no se ha visto igual en el mundo.
-En el mundo antiguo puede ser, objetó Emilia. En nues-
tro mundo moderno "hemos tenido" las capas de estiércol del
Perú, que según el vizconde tienen metros de espesor.
Emilia volvió a escupir de costado con carita de asco
y dijo:
-No me va a gustar este Quinto Trabajo de Lelé. Es muy
sucio. Y el hedor de tanto estiércol ha de ser horrible ...
La palabra "hedor" tuvo la propiedad de sacar al vizconde
de la abstracción en que se encontraba. El marlo se levantó y
se aproximó a Emilia con los ojos dilatados y con el índice le-
vantado, repitiendo varias veces la misma palabra:
-El hedor. .. el hedor. .. el hedor ...

[ 198 ]
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[ 199]
MONTERIO LoBATO

Todos creyeron que el vizconde se había·vuelto definitiva-


mente loco, pero Ino. Lo que pasó era sencillamente que había
resuelto un problema, el terrible problema que le preocupaba
desde la víspera: "¿Por qué razón Euristeo diera ese trabajo a
Hércules?" Sí, porque eso de limpiar una caballeriza, aunque
fuera tan grande como la de Augias, no era trabajo digno de
Hércules, ya que sólo exigía músculos y paciencia. Con un gru-
po de trabajadores armados de palas y azadas, cualquiera pue-
de limpiar todas las caballerizas del mundo. Pero cuando Emilia
habló de "hedor", la cabecita del vizconde se llenó de luz. Ha-
bía aclarado su duda.
-El hedor ... el terrible hedor de allí ... Debe ser un hedor
venenoso y mortal, j una especie de gas asfixiante!. .. Euristeo
resolvió dar este trabajo a mi amo no porque fuera un Trabajo
superior a sus fuerzas o a las de cualquier hombre común, sino
porque las venenosas emanaciones del estiércol revuelto van
finalmente a destruir a mi amo ...
El vizconde, como buen escudero, solo llamaba a Hércules
mi "'amo", lo mismo que Sancho Panza a Don Quijote.
Al oír aquel monólogo, Perucho aplaudió.
- j Viva nuestro Sherlock Holmes!. .. j Lo ha descubierto
todo! . " Sí, sólo puede ser eso. ¿Y qué le va a aconsejar a su
amo, vizconde?
-El empleo de una buena máscara contra gas, de ésas que
se usaron en la guerra mundial.
-¿Y dónde la va a encontrar?
-Tú le construirás una.
-¿Yo? repitió el chico, y se puso a reflexionar. Había
visto una vez una de esas máscaras. No era cosa muy compli-
cada. Pero había un problema: y es que las máscaras dependen
de los gases, es decir, para cada gas hay una máscara. Y no
conociendo el gas de las caballerizas de Augias, no podía cons-
truir una máscara de confianza, segura, garantida, estando
siempre Hércules en peligro de dar con los burros en el agua
con máscara y todo. El problema era más complicado de lo que
parecía. Finalmente, cansado de pensar en ello, cambió de te...

[200 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

ma, munnurando: "Cuando llegue el momento, veremos".


y dijo:
-Escuche Minervino, cuéntenos más cosas de ese Augias.
El anciano viajero les contó que Augias era uno de los
Argonautas; después tuvo que relatarles la historia de los Argo-
nautas; y para relatar la historia de los Argonautas tuvo que
hacer referencias al Toisón de Oro. Perucho que ya había oído
hablar de él, quiso saber qué era. El viajero le dijo:
-Una piel de camero ...
Fué una desilusión. Perucho esperaba que fuera algo más
misterioso.
-Sí, dijo el viajero, una piel de camero, pero ¡qué piel! ...
Provenía del camero mágico que llevó por los aires a Frixo
y Hele ...
-¿Quiénes eran esos dos?, quiso saber Emilia.
El viajero se rascó la cabeza desanimado. Después dijo:
-Esas historias se unen las unas a las otras y no tienen fin.
Para explicar el caso de los Argonautas tengo que ir retroce-
diendo, retrocediendo. .. Bueno, Frixo era un héroe beocio ...
-¿Cómo beocio? ¿Tonto?
-No. Los beocios no eran bobos, sino nativos de Beocia,
una parte de Grecia. Pero, por amor de Palas, Emilia, déjese de
preguntas, sino voy a tener que ir retrocediendo hasta los prin-
cipios del mundo. Frixo era un héroe beocio que juntamente
con su hermana Hele fué señalado para el sacrificio cuando una
gran seca asolaba la región. Pero ese héroe era dueño de una
preciosidad: un camero de vellón de oro.
-¿ Qué es vellón? preguntó Emilia.
-¡Es pelo!, respondió Minervino ya medio enfadado por
tantas preguntas. Tenía ese camero el vellón de oro que le ha-
bía regalado su madre Nefele. Y fué sobre ese camero mágico
que los dos hennanos huyeron momentos antes de ser llevados
al altar de los sacrificios. Huyeron, y al pasar de las tierras de
Europa a las de Asia, Hele perdió el equilibrio y cayó al mar.
-¿ Iban volando?
-Claro. Los carneros mágicos vuelan. Cayó al mar y des-

[ 201 ]
MONTEIRO LoBATO

de entonces ese trozo de mar se llamó Helesponto, en memoria


de la pobre Hele.
El vizconde pidió permiso para hacer constar que en los
tiempos modernos el Helesponto cambió de nombre y pasó a
llamarse Estrecho de los Dardanelos.
-¿Y Frixo? ¿Qué hizo? preguntó Perucho.
-Frixo siguió volando hasta bajar en Colquida, donde sa-
crificó el precioso carnero en un templo de Ares.
El vizconde dijo que Ares era el mismo dios al que los ro-
°manos llamaban Marte. El no perdía oportunidad de exhibir
su ciencia.
-Sacrificó el carnero, prosiguió Minervino, y sacándole
el cuero se lo regaló a Etes, el rey de Colquida. Etes estaba con-
tentísimo, pues era una preciosidad sin igual en el mundo y la
guardó colgada de un roble viejo, con un terrible dragón de
-centinela junto al tronco.
- j Quién sabe si ese dragón no es el mismo que San Jorge
llevó a la luna! surgió Emilia, pero Perucho le tapó la boca.
-"Deja hablar a Minervino".
El viajero prosiguió:
-La noticia se conoció de inmediato en toda Grecia, pro-
vocando las más grandes envidias. Todos los reyes griegos so-
ñaban con el Toisón de Oro, entre los cuales estaba Pelias, el
rey de los lolcos. Ese Pelias tenía un sobrino que era héroe ...
-Por lo que veo, dijo Emilia, esto de ser héroe en la Gre-
da Antigua era una profesión como la de guarda-espaldas en
nuestro mundo moderno ...
- j N o estorbes, Emilia! Siga, Minervino.
-Jasón, ese sobrino de Pelias, tenía ya fama de héroe y
por eso Pelias le encomendó la gran empresa: ir a Colquida y
apoderarse del Vellocino de Oro, costara lo que costara. Ese fué
el principio de la célebre expedición de los Argonautas.

[ 202 ]
Con un terrible dragón de centinela . ..

[ 203 ]
MONTERIO LoBATO

LOS ARGONAUTAS

-¿Qué hicieron esos Argonautas? quiso saber Emilia.


-Embarcaron en el navío Argos ...
- y de ahí les viene el nombre de Argonautas, observó jui-
ciosamente el vizconde. Nauta significa navegador. Argonau-
tas son los navegadores del Argos.
Minervino lo miró asustado. j Cuántas y cuantas cosas sabía
aquella araña de galerita! Después les contó que hasta Hera-
eles formaba parte de ese grupo de navegantes: Heraeles, Cas-
tor, l?olux, Orfeo, Talamón, Peleo, todos ellos mandados por
Jasón.
-Era un grupo de héroes de los más lucidos y valientes, y
así tenía que ser, dadas las tremendas dificultades de la empre-
sa. La orden del rey a J asón era que le trajeran el Vellocino de
Oro, "costara lo que costara".
-¿y cómo hicieron para agarrar el cuero? ¿Cómo se li-
braron del dragón?
-Ah, la historia es larga, respondió el viajero. El rey de
Colquida tenía dos hijas hechiceras, una llamada Circe, muy
famosa y otra llamada Medea, la que iba a hacerse famosísima
precisamente por la expedición de los Argonautas. Cuando el
Algos, después de muchas vueltas, llegó a Colquida, Medea
conoció a J asón y se enamoró de él. J asón le contó, muy en se-
creto, a qué venía, es decir, que venía a robar el Vellocino d~
Oro. Medea se asustó. El dragón era, efectivamente, terrible e
invencible y terminaría por devorar a todos los Argonautas si
éstos lo atacaban de frente. Era necesario recurrir a la astucia.
"Voy a hacer una cosa", dijo Medea. "Soy maga; conozco dro-
gas para todo y sé de una que hará dormir al dragón; ese dragón
guarda el Vellocino justamente porque tiene la propiedad de
dormir con un solo ojo y velar con el otro. Mi droga lo hará
dormir con los dos, y entonces tú puedes robar el Vellocino",
-Me parece, dijo Emilia, que en esa aventura de los

[ 204]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Argonautas el verdadero héroe no fué J asón ni ninguno de sus


compañeros. Fué Cupido ...
El vizconde le explicó que Eros, el dios griego del amor, se
iba a llamar después Cupido, "porque todos los dioses griegos
de hoy van a cambiar de nombre; Zeus se llamaría Júpiter,
Hera será Juno, Palas se llamará Minerva y así sucesivamente.
Hasta mi amo Heracles pasará a llamarse Hércules".
-¡Hum, sé! exclamó el viajante como el que finalmente
comprende algo. Ahora entiendo por qué vosotros 10 llamáis
Hércules ...
-Sí, dijo el vizconde. Mi amo es Heracles para vosotros l
los de la Grecia Heroica. En nuestros tiempos modernos es
Hércules, como Eros es Cupido. .. Prosiga su historia.
El viajero prosiguió:
-Pues gracias al filtro que Medea dió al dragón, su novio
logró la piel del carnero. El pobre dragón, por primera vez en
su vida, se había dormido con los dos ojos ... Obtenida la piel,
10 que tenían que hacer los Argonautas era huir de allí 10 más
rápidamente posible. Y allá se fué el Argos, con todas las velas
desplegadas, llevando también a Medea.
-¿Así que huyó con su novio?
-Sí. y juntos llegaron a Ioleos, donde se casaron y ella
empezó realizar magias maravillosas.
-Cuéntenos una, pidió Emilia.
-La más famosa de todas las magias de Medea fué el re..
juvenecimiento del viejo Esón, padre de J asón. Medea picó
al anciano en pedacitos, los hirvió en una gran caldera y del
vapor hizo que surgiera el viejo Esón joven y vivito ...
-¡ Qué maravilla! exclamó la ex muñeca. Imagínense si
tuviéramos a Medea en la quinta para que picara e hirviera
a doña Benita y a tía Anastasia. .. ¡Qué hermoso no sería una
doña Benita de veinte años y una tía Anastasia de diez y nueve,
toda quebradiza la mucama! ... ¿Y qué más pasó?
-¡Ah, ni 10 pregunte!. .. No dejó nada por hacer, inclu..
sive terminar con Pelias, hermano de J asón, que había ocupado
el trono del viejo Esón. Medea usó para eso de una ingeniosa

[205 ]
MONTEIRO LoBATO

maldad: convenció a las hijas de Pelias que también podrían


rejuvenecer a su padre por el proceso de picarlo y hervirlo en
la caldera. Que ellas lo picaran y lo pusieran a hervir, que des~·
pués Medea se encargaría de hacerlo renacer, joven y hermoso.
Las tontas lo hicieron así: mataron y picaron a su padre y lo
pusieron a hervir en la caldera. Cuando llegó el momento de
hacerlo revivir, Medea lanzó una carcajada... Lo que ella
quería era ver muerto a Pelias para que su esposo, J asón, ocu-
para el trono ...
- j Qué sinvergüenza! exclamó Emilia. ¿Y le salió bien
el golpe?
-Falló porque antes que Jasón tomara el trono, otro her-
mano de Pelias, llamado Acastro, lo tomó primero. .. y Medea
y su marido tuvieron que huir a Corinto. Pero si les cuento
toda la historia de Medea, no voy a terminar más.
-¿Y los Argonautas? Vuelva a los Argonautas, pidió
Perucho.
-¡Ah, en su famoso viaje en el Argos los Argonautas hi-
cieron más cosas aún que Medea. Pero no voy a contarles nada
de eso. Lo que les conté es sólo para mostrarles quiénes eran
esos famosos aventureros, entre los que figuraba nuestro Augias,
rey de la Elide, el hombre del estiércol.
En ese momento llegaron Hércules y Medio-y-Medio, los
que habían salido juntos para cazar el almuerzo. Traían un
buey -y el almuerzo de aquel día fué buey asado. El centau-
rito se encargó de prepararlo.
Hércules seguía preocupado con el trabajo que le diera
Euristeo: limpiar la~ caballerizas de Augias. ¿Cómo hacer para
realizar semejante cosa? Y, cansado de pensarlo, pidió a los
chicos que opinaran.
-¿Qué le parece mi problema, Emilia? preguntó a la ex
muñeca.
-¿ Todavía no me parece nada, Lelé. Estoy rumiando ...
-¿Y tú, escudero? preguntó al vizconde.
El marlo expuso su teoría de los gases venenosos, los que
fatalmente escaparían de las caballerizas cuando se removiera

[206 ]
.... d - -....

---..
--

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--

y allá zarpó el Arcos, con las velas desplegadas . ..

[207 ]
MONTERIO LoBATO

semejante masa de estiércol, y Hércules abrió los ojos como


platos. Le pareció razonable.
-¿ y tú, oficial? preguntó después a Perucho.
Perucho también temía las emanaciones maléficas del
estiércol y estaba pensando en la manera de remover ese guano
desde lejos. Así se evitaría aspirar los gases.
-Todo depende de la situación de las caballerizas, res-
pondió el chico. Si, por ejemplo, hay un río cerca que corra
a un nivel más alto que las caballerizas, veo un medio ...
-¿Cuál?
-Desviar el curso de ese río, de manera que pase por los
establos y lleve todo el estiércol a los quintos infiernos ...
El rostro de Hércules se iluminó. He ahí una idea verda-
deramente maravillosa. Sí, tirándole un río encima al estiércol
la cosa se resolvía de la manera más completa -y una vez más
admiró la extraordinaria inteligencia de aquel niño. Pero había
que ver. Tenía que hablar con Augias, recibir autorización para
proceder a la limpieza y estudiar los alrededores a fin de descu-
brir un río de nivel más alto. Y debatiendo el problema si-
guieron con rumbo a Elide, después de haberse comido enterito
el buey asado.
En la mañana del día siguiente entraron en tierras de
Augias. Desde lejos veían su palacio y, más allá, las famosas
caballerizas. i Oh, eran inmensas! Podían entrar en ellas más
de mil caballos. Por los campos vecinos pastaba una manada
que no tenía fin. Era indudable: ese Augias debía ser el mayor
ladrón de caballos de la Grecia Heroica.

EL REY AUGIAS

Llegados a la capital de Elide, Hércules mandó a los chicos


que lo esperaran en cierto lugar fuera de la ciudad y fué solo
a hablar con el rey. Lo encontró examinando un hermoso lote
de caballos que había recibido en aquel momento.

[208 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Majestad, dijo Hércules respetuosamente, estoy de paso


por aquí y desearía visitar las famosas caballerizas de las que
tanto se habla en toda Grecia.
Augias estaba orgulloso de sus caballerizas y le gustaba
mostrárselas a los visitantes. "¡ Cómo no!" respondió, y fué
personalmente a enseñárselas a Hércules.
¡Eran inmensas! Cabían en ellas mil, tal vez dos mil caba-
llos y Hércules notó que la capa de estiércol no sólo era muy
-espesa sino dura como tierra apisonada. Y habló del asunto:
-Majestad, ¿por qué no hace una limpieza en regla en
estas caballerizas? Tanto estiércol acumulado no puede hacerle
bien a los animales.
-Sí, ya lo he pensado, pero ¿cómo limpiarlas? Mis hom-
bres tienen miedo de revolver éso, miedo a envenenarse. Y noto
que mis caballos comienzan a resentirse. Tengo que limpiarlas,
'Seguro, ¿pero cómo?
Hércules miró en derredor y preguntó como quien no tiene
mucho interés en saberlo:
-Majestad, ¿no hay aquí cerca algún río?
El rey se mostró extrañado ante la pregunta, pero dijo que
sí, que por allí cerca pasaban dos ríos, el Alfeo y el Peneo.
Entonces Hércules le dijo:
-Pues Majestad, me propongo limpiar completamente
estas caballerizas, pero bajo una condición ...
-¿Cuál es?
-Que me pague el trabajo dándome el diez por ciento de
la caballada.
Augias se acarició la barba pensativo. Pensando en la ma-
nera de contratar el trabajo por ese precio y luego no pagarle
nada. Y guiñando un ojo, respondió:
-Pues acepto el negocio. Tú limpias las caballerizas y en
pago de ese trabajo recibirás la décima parte de los caballos
que hay en ellas.
Hércules sabía que los reyes no son gente en quien se pue-
'da confiar demasiado y para mayor garantía del contrato exi-
gió testigos. Y como estaba presente Fileo, hijo de Augias, le

[209 ]
MONTEIRO LoBATO

pidió que testificara el ajuste. Fileo concordó y se constituyó en


fiador de su padre.
-Pues muy bien, dijo Hércules. Mañana comenzaré el
trabajo -y despidiéndose de Augias volvió al lugar donde de-
jara a los chicos.
-¡Listo! le dijo a Perucho. Ya contraté el trabajo y ma-
ñana tengo que poner manos a la obra.
-¿Preguntó si había río?
-Sí, hay dos: el Alfeo y el Peneo.
-¿En un nivel más alto que el de las caballerizas?
-Creo que sí, pero no lo sé. Tenemos que verificarlo; y
dió órdenes a su escudero de que pusiera eso en limpio.
El vizconde era un sabio que todo lo sabía, incluso medir
el nivel de un lugar en relación a otro, como hacen los inge-
nieros. Pidió a Perucho que lo pusiera sobre el lomo de Medio-
y-Medio y allá se fué al galope. Una hora después volvía con
buenas noticias.
-Hice los cálculos necesarios, dijo al volver, y mi amo
puede estar seguro que los dos ríos corren a tres metros por
encima del nivel de las caballerizas.
-¿ Cómo comprobó ese dato? interpeló el amo.
-Por medio de cálculos geométricos y trigonométricos,
respondió el sabiecito, lo que el héroe no comprendió en abso-
luto. El pobre Hércules ni siquiera sospechaba la existencia de
la Aritmética, cuanto más la de la Geometría y la Trigono-
metría.
-Pero, prosiguió el vizconde, después de medir el volu-
men de agua de los dos ríQs, verifiqué que sólo uniendo los
dos tendremos el chorro necesario para sacar todo el estiércol
que hay allí.
Unir en un mismo lecho las aguas de los dos ríos era una
cosa muy simple para un "masa bruta" como Hércules, pues
la cuestión dependía exclusivamente de fuerza física. Pero, ¿si
después de unir las dos aguas, el torrente que resultara co-
rriera en una dirección diferente a la que estaban las caba-

llerizas?

[ 210 ]
~~~--
- --
-'--'--
--
--
- - -- -

Augias se acarIció la barba y se quedó pensando . ..

[ 211 ]
MONTERIO LoBATO

-También he estudiado ese aspecto, dijo el vizconde. La


topografía del terreno "nos" favorece. Si las aguas son dirigidas
hacia tal y tal rumbo, entrarán en una garganta que va a dar
sobre las mismas caballerizas.
Hércules se mareó un poco ante aquella seguridad de inge-
niero. Entendió más o menos. Si era así como decía su escu-
dero, el caso estaba resuelto. Con las aguas del Alfeo reunidas
a las del Peneo iba a obtener un volumen torrencial con la
fuerza suficiente como para arrastrar todo aquel estiércol. Y
se preparó para realizar el trabajo de unir las aguas.
Mientras tanto, allá en el palacio real, Augias se frotaba
las manos contentísimo. "Si él ejecuta el tremendo trabajo, he
resuelto el gran problema que me preocupaba tanto; pero eso
de pagarle con la décima parte de mis caballos me parece mu-
cha cosa ... ", y se quedó pensando en la manera de engañar
a Hércules. En ese momento llegó a la sala del trono un intri-
gante llamado Lepreo, el que dijo : "Ya he descubierto todo,
Augias. Herac1es ha venido aquí por instigación del rey
Euristeo ... "
-¿Por instigación d~ Euristeo? repitió Augias. ¡Aquí hay
gato encerrado! ... y lanzó una carcajada, como aquel que
acaba de descubrir la solución de un problema.
-¿De qué se está riendo? preguntó Lepreo.
-De una buena idea que he tenido, dijo Augias, pero no
dijo cuál era.
Al día siguiente, a medio día, los trabajos de excavación
estaban terminados; sólo faltaba romper una barrera para que
los ríos se juntaran. Los chicos se unieron al héroe para asistir
a la unión de las aguas. Cuando llegó la hora, Emilia contró
una. .. dos... ¡TRES!... y a la voz de TRES Hércules des-
cargó un tremendo puntapié a la barrera. Esta saltó a 10 lejos y
las aguas del Alfeo y Peneo se unieron con fragor. Y coronado
de espuma terrosa el torrente rodó por la garganta que iba a
dar a las caballerizas.
En ese momento Perucho tuvo una idea de primer orden.
-¡Hércules!, ¡Hércules!, gritó. Te has olvidado de una

[ 212 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

cosa: echar abajo las paredes de las caballerizas por el lado


que debe llegarle el agua. Si no 10 haces así, el torrente pasará
por los lados y todo el esfuerzo habrá sido en vano.
Hércules vió que así sería y salió volando hacia las caba-
llerizas. Tenía que echar abajo la pared antes que llegara el
agua, cosa simple, pues que sólo exigía fuerza. Con media do-
cena de puntapiés derribó la pared. Instantes más tarde lle~
gaba el torrente espumoso, entrando por el camino abierto. Los
caballos que estaban allí huyeron asustados, mientras el agua
arrancaba inmensas placas de estiércol viejo, revolviéndolo todo
y llevándolo a 10 lejos. Una hora después ya no había en aque-
llas caballerizas ni el olor del estiércol acumulado durante años.
Entonces Hércules se puso a la tarea de volver a separar las
aguas reunidas y hacerlas correr nuevamente por los cauces
del Alfeo y el Peneo.
¡Listo! Estaba realizado uno más de los famosos Trabajos
de Hércules: la limpieza de las caballerizas de Augias. Sólo
faltaba ahora ir a ver al rey y cobrar el precio combinado.
Hércules fué a verlo.
- j Listo, Majestad!... Vuestras caballerizas están más
limpias que los pisos de este palacio.
Augias estaba contentísimo, pero como era un gran sin-
vergüenza no tenía la menor intención de cumplir 10 tratado.
y echó mano de la disculpa más inocente del mundo.
-Sí, dijo él, reconozco que la limpieza ha sido realizada
de manera perfecta y en pago de ese trabajo, quiero ofrecer al
amigo Herades un hermoso caballo de silla.
-¿Un caballo? repitió el héroe atónito. ¿Cómo así?
Nuestro trato fué que el pago sería la décima parte de la
caballada.
Augias se echó a reír y 10 negó cínicamente.
-No recuerdo haber echo semejante trato.
Fileo, el hijo de Augias, estaba presente. Era un joven ho-
nesto, que no había heredado el mal carácter de su padre. Al
oirlo decir que no recordaba el trato, se adelantó y dijo:
-¡ Perdón, padre ! Yo fuí testigo del trato. Mi padre pro-

[ 213 ]
MONTEIRO LoBATO

metió a Heracles que en cambio de la limpieza de las caballe~


rizas le daría la décima parte de sus caballos.
Augias se mordió los labios, furioso por la intervención de
aquel "mal" hijo y buscó otro pretexto.
-Sí, puede ser que haya hecho esa combinación. A veces
la merr: lria me falla. Pero si la he hecho, no estoy obligado a
cump.~rla, pues el señor Heracles vino aquí con la idea de
limpiarme las caballerizas por instigación del rey Euristeo.
Ahora bien, yo no soy amigo ni quiero saber nada de Euristeo
y no tengo por qué sujetarme a sus instigaciones. Si quiere un
caballo de silla por su trabajo, escójalo. i Si no lo quiere, que
salga de aquí inmediatamente, y tú también Fi1eo! Un joven
de tu edad, hijo de un rey, que no sabe actuar políticamente,
no merece nada de su padre. i Salgan de aquí los dos! ...
Hércules sintió deseos de partir por la mitad a aquel rey,
pero se contuvo. Apenas dijo:
- j Esto no va a quedar así, Majestad!. .. Dentro de unos
días le daré mi respuesta. Y se retiró.
Cuando los chicos conocieron el infame proceder de Augias,
se llenaron de la más noble indignación. Emilia le quería apli-
car un golpe de "figúrate", pero Hércules la tranquilizó.
-Si le hacemos cualquier cosa a este rey, él lanzará con-
tra nosotros a sus soldados, que son muchos, y estaremos
perdidos. Mi respuesta será otra. Vaya formar un gran ejército
al frente del cual vendré a destronar a Augias, colocando en el
trono a mi honesto amigo Fileo, dijo el héroe poniendo una
mano sobre el hombro del joven.
Si fuéramos a contar la historia de la formación del ejér-
cito de Hércules, necesitaríamos mil páginas. Como estamos
obligados a economizar papel no diremos más que Hércules
formó el ejército y vino a atacar al rey Augias. El vizconde era
el encargado de los Servicios de la Intendencia Militar; Perucho
ocupó el cargo de Jefe de Estado Mayor y Emilia se encargó
del Servicio de Espionaje. Pero a pesar de toda aquella exce-
lente organización la lucha terminó en un desastre, yeso a
causa de un accidente que nadie esperaba: la repentina enfer-

[ 214 ]
· Hércules cayó en profunda soñolencia . ..

[ 215 ]
MONTERIO LoBATO

medad de Hércules. Antes de iniciarse la batalla el héroe cayó-


en cama con una fiebre altísima.
Su fiel escudero tuvo que dejar la Intendencia y venir a.
cuidar a su buen amo. Le tomó el pulso, le examinó la lengua.
-Está sucia, dijo el sabio vizconde. Los síntomas son de
envenenamiento. Mi amo se envenenó con los gases tÓXICOS de
las caballerizas de Augias. Hasta a mí me dolía la cabeza
en aquella ocasión.
-También lo sentí yo, dijo Emilia.
-Pues a mí me dolió el estómago, declaró Perucho.
-Yo sentí escalofríos, agregó Medio-y-Medio.
-Es así, concluyó el vizconde. Todo éso son efectos de
las gases letales de aquella infame estercolera. Pero como está-
bamos muy lejos no aspiramos más que un mínimo de gas. Mi
amo tuvo que aproximarse para derribar la pared y se en-
venenó.
-¿Y por qué sólo ahora se manifiestan los efectos del gas?
preguntó Perucho.
-Porque en un organismo fuerte como en el de mi amo-
el veneno necesita semanas para actuar. Las defensas orgáni-
cas de los seres hercúleos son también hercúleas.
Medio-y-Medio tenía la boca abierta ante la ciencia de la
mazorquita.
Aquella inoportuna enfermedad de Hércules fué un desas-
tre, pues el ejército se vió privado de su gran jefe y resultó fá-
cilmente derrotado por las fuerzas de Augias.
Hércules fué obligado a huir y permanecer escondido en
un bosque durante toda su enfermedad. i Cómo se agitaba en
el incendio de la fiebre! i Cómo deliró!. .. Y se h~biera muerto
sino fuera por las drogas acertadas que el vizconde le sumi-
nistró, sacadas de las yerbas de la región.

-~-

[ 216]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES-

SEGUNDA EXPEDICION DE HERCULES

Doce días duró la enfermedad de Hércules. Al décimotercer o


día la fiebre comenzó a ceder, y el vizconde dijo:
-¡Mi amo está salvado!
El regocijo fué inmenso. Medio-y-Medio salió galopando
por los campos vecinos, corcoveando, dando coces al aire, re-
volcándose sobre el césped, feliz como un potrilla joven. Du-
rante los doce días de la enfermedad del héroe Medio-y-Medio
no dió un paso del lado de la cama de hojas secas del enfermo.
Fué Perucho quien escuchó las primeras palabras del en-
fermo ya fuera de peligro.
-¿Dónde estoy? preguntó el convaleciente. ¿Qué pasó?
y al saber que su ejército había sido derrotado y él había te-
nido que ocultarse en un bosque, lloró de rabia. El vizconde le
dió un té de cedrón para calmarlo. Hércules se quedó presa
de profunda soñolencia. Al día siguiente saltó de la cama yao
completamente curado.
-¿Y ahora? preguntó Emilia.
-Ahora, ricura, tengo que conseguir otro ejército y ha-
cerle al rey Augias lo que hice a la pared de sus caballerizas:
mandarlo al demonio de un buen puntapié.
La organización del nuevo ejército fué fácil y rápida, pues
tenían ya la experiencia del anterior. El vizconde volvió a di-
rigir el Servicio de Intendencia y Perucho pasó de Jefe de Esta-
do Mayor a Ayudante de Ordenes del Generalísimo Hércules.
-¿Y qué pasó?
-Pues pasó que el ejército de Augias recibió la paliza más
grande de que hay memoria en la Grecia Antigua. Augias fué
sacado del trono y tirado por una ventana como si fuera un
presidente de Bolivia. Fué a caer a doscientos metros de allí,
aplastándose como un sapo.
Después de la victoria decisiva, el héroe preguntó por eL
paradero de su amigo el joven Fileo.
-Está en Duliquia, le dijeron.

[ 217 ]
MONTEIRO LOBATO

Hércules llamó a Medio-y-Medio.


-Ve volando a Duliquia y tráeme a Fileo.
-¿Y dónde está Duliquia? preguntó el centaurito.
- ¡ Qué sé yo! berreó Hércules. j Pregunta! j Ve sobre una
pata y vuelve sobre la otra!
Medio-y-Medio salió con la velocidad de un huracán. Dos
horas después volvía cubierto de sudor y espuma, pero tra-
yendo a Fileo sobre el lomo. Hércules lo abrazó y le dijo:
-Augias está muerto y su ejército derrotado. El nuevo
rey eres tú -y lo clavó sobre el trono.
Después le dijo al escudero:
-Avise a los pueblos de Elide que el nuevo reyes Fileo.
El vizconde se acercó a la ventana, pidió a Perucho que
lo levantara en el aire y con su voz de maíz gritó a la multitud
aglomerada frente al palacio:
- j A rey muerto rey puesto! j Viva su Majestad el rey
Fileo!
- ¡ Viva! j Viva! repitió la multitud entusiasmada, pues
nadie en Elide lo quería a Augias.
Y así terminó la segunda expedición de Hércules.

-Está bien. ¿Y qué hacemos ahora? preguntó Perucho


al día siguiente.
-Ahora vamos a volver a Micenas. Necesito informar a
Euristeo de la terminación de este trabajo.
Emilia, que estaba "hasta aquí" del tal Euristeo, se des-
ahogó.
-¿Por qué no va allí y hace con él lo mismo que hizo con
Augias?
-Imposible, ricura. Euristeo está protegido por Hera ...
Fué en ese instante cuando el vizconde de la Mazorca dió
la primera señal positiva de locura. Estaba sentado a un cos-
tado, oyendo lo que decían los demás, con la galerita sobre la
cabeza, como de costumbre. Aquella galera era una parte del
mismo vizconde; no como los sombreros del común de los

[ 218 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

hombres, que se lo ponen y se lo sacan al entrar o salir de sus


casas. El vizconde no se sacaba la galerita de la cabeza ni
cuando entraba en una iglesia. Tampoco saludaba a nadie me-
diante el sistema de "sacarse el sombrero". Sólo decía "¡Hola!"
y hacía con la mano un gesto aunque la persona a quien salu-
dara fuera el mismo Júpiter. También comía y dormía con la
galera en la cabeza. Aquella tarde todo cambió. Apenas Hér-
cules pronunció el nombre de Hera, el marIa se sacó la galera
de la cabeza y la tiró a lo lejos. Después lanzó un carcajada
histérica y gruñó: "¡Hera! ... ¡Hera! ... Era una vez una vaca
amarilla que entró por una puerta y salió por otra. Quien
quiera que cuente otra ... "
Todos estaban extrañadísimos ante aquellos modales y
aquellas palabras tan impropias de un sabio. Y más aún cuando
el vizconde se sujetó las pajitas del cuello, como si fueran bar-
bas partidas en medio y dijo con aire satánico: "Las armas y
los barones señalados. .. Barones y vizcondes. .. Vizcondes y
Condes de Monte Cristo. .. Condes de Monte Cristo y Duques
y Marqueses. .. Comendadores, coroneles y cabos de escua'"
dra. . . y yo. .. yo... ¡Mondo lirondo! . .. i Mondo lirondo! ...
¡Zambumba!" -y sus ojos parecían querer saltar de las órbitas.
No había duda: ¡el pobre vizconde de la Mazorca se había
vuelto loco! Desde hacía algún tiempo que daba señales de
enajenación mental, pero con intervalos de perfecta lucidez.
Ahora, sin embargo, la incoherencia de sus ideas no permitía
dudas. Loco... ¡10quísimo1. ..
La consternación era general. Hércules suspiró una vez.
Después otra y otra. Perucho estaba aprensivo pero Emilia se
puso furiosa.
-En vez de volverse loco en la quinta, dijo, donde tene..
mas todos los recursos, este cretino viene a volverse loco aquí,
justamente aquí, para estropeamos las aventuras. Para mí, esta
locura es fingida. Como sabe que todos los héroes terminan
locos o pasan durante su vida por un período de locura, se está
haciendo el loco, para ser igual a Hércules, a Rolando o Don
Quijote ...

[ 219 ]
MONTERIO LoBATO

Perucho amenazó darle un pellizcón SI seguía hablando


así del pobre vizconde.
-No hay nada en la vida del vizconde que justifique se-
mejante idea, Emilia. El vizconde siempre fué honestísimo,
jamás dijo una mentira ...
-¡Mintió! ... ¡mintió! ... gritó Emilia. ¡Yo le hice men-
tir muchas veces!
-Espontáneamente jamás el vizconde ha mentido. En su
vida no hay ni una pizca de falta de verdad. Para mí es el
marlo modelo.
-Pero eso no justifica que nos venga a incomodar con una
locura tan poco oportuna, insistió Emilia. ¿ Quiere volverse
loco? ¡Pues que se vaya a volver loco en la casa de su suegra! ...
El vizconde no se apercibía de lo que decían de él. Conti-
nuaba pronunciando palabras sin sentido, casi siempre cientí-
ficas: "La metempsícosis tiene sus raíces en la India... La
sobrevivencia del más fuerte... Hormonas... La nariz de
Cleopatra ... ", éso, además de una serie de carcajadas his-
téricas y escalofriantes. Después, ¡ah!, después hizo tal cual
Don Quijote cuando se despidió de Sancho para ir en retiro y
penitencia a la montaña. Don Quijote se despidió de Sancho
y se puso a dar vuelta carnero en camisa. .. Pues el vizconde
hizo lo mismo: dió una serie de vueltas carnero y comenzó a
ensayar la manera de andar con las manos en el suelo y los
pies al aire ...
En ese momento Perucho no pudo más contenerse y
lloró. Hércules volvió el rostro para que no lo vieran derramar
la lágrima que le brotaba de los ojos. Pero Emilia, no. Nada
de conmoverse. Se reía irónicamente y se burlaba del po-
brecito.
-¡Nunca he visto vueltas carnero tan mal hechas!. .. Un
verdadero sabio no se vuelve loco de esa manera tan tonta.
Si no fuera por tus "defensas orgánicas" (Perucho y Hércules)
ésta era la hora en que te agarraba y te desplumaba ...
Al oír la palabra "desplumar" el vizconde paró con las
cabriolas y se puso a temblar como gelatina. Era el viejo miedo

[ 220 ]
Caminó sobre las manos, con los pies al aire . ..

[ 221 ]
MONTEIRO LOBATO

que reaparecía, aun en medio de la locura: el VIeJO temor de


ser "desplumado" de brazos y piernas. Tanto Emilia lo había
amenazado con ello desde los principios de la vida del vizconde,
que el terror se le incrustara en el subconsciente. Y ahora, hun-
dido en la locura, se manifestaba a pesar de ella. Después el
pobrecito cayó de rodillas y comenzó a rezar y a persignarse.

EL LOCO

- j Bueno! exclamó Emilia. Ahora sí que está definitiva-


mente perdido. Doña Benita asegura que las locuras religiosas
son incurables.
El vizconde rezaba con un murmullo imperceptible. Perucho
se aproximó para oírlo. Eran palabras incoherentes de loco
perdido: "Coles de San Ignacio. .. Yerba de Santa María ...
Jarabe de San Juan. .. Melón de San Cayetano ... "
Emilia tuvo una idea.
- j Esperen. .. ya comprendo! El nos está sugiriendo algo:
que hay remedios en el mundo y que si le damos un buen reme-
dio tal vez lo curemos.
A Perucho le pareció razonable.
-Sí. Puede ser. Pero, ¿qué remedio podemos darle al viz-
conde? Yo no entiendo nada de medicina.
-Lelé debe entender algo. Pregúntaselo.

[ 222 ]
-
-=-
--

Puedo llevarlo colgado, como llevo mi carcaj de flechas ...

[ 223 ]
MONTERIO LoBATO

Perucho le preguntó a Hércules si sabía algo de remedios.


-No. Pero sé dónde vive un hombre que es quien más sabe
de medicina y curas de toda Grecia.
-¿Quién es?
-El gran Esculapio, el héroe de la medicina.
-¿Y dónde podríamos encontrarlo?
-Esculapio es un hijo de Apolo que fué educado por mí
amigo Quirón en la ciudad de Epidauro. Todo 10 que sabía
'Quirón del arte de curar se 10 transmitió al joven y Esculapio se
reveló como uno de esos alumnos que llegan a saber más que
los maestros. En los tiempos de nuestra expedición a la con-
quista del Vellocino de Oro, él era el médico de borde, y durante
la campaña nos curó de heridas y males. Sé que su ciencia no
ha parado de crecer. Ya en aquellos tiempos conseguía resuci-
tar a los muertos ...
-¿Resucitar a los muertos? repitió asombrado Perucho.
-Sí, respondió Hércules. Ante mis ojos resucitó a varios
compañeros, como Licurgo, Tíndaro, Glauco, y después resucitó
a Hipólito, víctima de la reina Fedra. Podemos aproximarnos a
Epidauro para una consulta a ese semidiós de la medicina.
Perucho opinó que para quien resucita muertos, el cu-
rar una locurita como la del vizconde debe ser cosa fácil. Pero,
¿cómo llevar al pobre vizconde? Los locos deben estar atados
.() con camisa de fuerza.
-¡O en jaula! gritó Emilia. Cuando se volvió loco Don
Quijote, el remedio fué una buena jaula.
A Perucho no le pareció mala la idea. Si llevaban suelto
,al vizconde, se exigía una vigilancia contínua, diurna y noc-
turna, cosa muy pesada. Pero una buena jaula hacía innece-
saria esa vigilancia.
¡Qué momento doloroso fué aquél en que, construída la
jaula, Perucho enjaulé al vizconde como si fuera un pajarito!
Hasta Emilia estaba conmovida. El pobre demente se puso
de pie, agarrado a los barrotes de la jaula, gritando: "i El bino-
mio de N ewton! . . . i El cuadrado de la hipotenusa! . . . i La Cabe-
llera de Berenice! ... ", cosas y más cosas científicas. Los verda-

[ 224 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

deros sabios sólo tienen dentro de sí una cosa: ciencia, ciencia y


más ciencia.
Otra dificultad se presentó: ¿cómo llevar hasta Epidauro
aquella jaula con el loquito dentro? Medio-y-Medio puso difi-
cultades. Con la jaula sobre el lomo él no podría galopar. Se
sentiría con los movimientos tullidos. Hércules se dispuso a
resolver el problema.
-Puedo llevarlo al costado como llevo mi carcaj con fle-
chas, dijo. Y se hizo así. Perucho buscó una correa y ató con ella
la jaula al carcaj del héroe...
El viaje hasta Epidauro fué muy triste. Hércules había cria-
do cariño por el escudero, y los otros se sentían aprensivos, te-
miendo que el pobre loco no resistiera y falleciese en el viaje.
Emilia refunfuñaba como solterona maniática a pesar de las
advertencias y amenazas de Perucho.
-Voy a contarle a abuelita tu maldad, Emilia. Todos aquí,
hasta Medio-y-Medio, estamos tristísimos con el percance del
vizconde. Sólo tú, en lugar de tristeza sientes placer. Nunca vi
cosa semejante.
-No nací para enfermera, respondió la ex muñeca. Creo
que el que quiere estar enfermo o loco debe irse a casa de su
suegra.
-¡Pero el vizconde no quiso enfermarse! gritó Perucho.
Se volvió loco sin querer, a causa de los gases venenosos.
-¿ y por qué no se tapó la nariz, como hice yo?
-Olvido, Emilia. Tú no ignoras que las verdaderos sabios
son muy distraídos. El se olvidó de taparse la nariz.
-Pues el que se olvida de taparse la nariz en una ocasión
como aquélla merece bien que los demás se olviden de él al
borde del camino ...
y discutiendo así llegaron a Epidauro.
Hércules preguntó por la casa de Esculapio y recibió un
anuncio desanimador. ¿Y saben por quién? Por el famoso via-
jero que llegaba en los momentos más oportunos. Quien lo vió
primero fué Emilia.
-Miren quien está allí: i Minervino! ...

[225 ]
MONTEIRO LoBATO

-¿Dónde?
-Allá viene a nuestro encuentro ...
Era verdad. El misterioso viajante se aproximó y los saludó.
como a viejos amigos.
-¿Así que están por aquí? ¿Qué buscan en Epidauro?
Hércules le contó la historia de la locura de su escudero-
y dijo que había venido a consultar al famoso Esculapio, el
semi-dios de la medicina.
El viajero suspiró.
-¡Ay de nosotros! dijo en un gemido. El gran maestro del
arte de curar ya no reside entre los griegos ...
-¿Dónde se fué?
El viajero señaló hacia el cielo.
-Zeus lo transformó en una de las constelaciones de la
bóveda celeste.
-¿Por qué?
-Ah, amigo mío, Esculapio se perfeccionó demasiado en_
la ciencia médica y de ahí proviene su desgracia. No se limitaba
a curar los enfermos, sino que resucitaba a los muertos. Y tan-
tas resurrecciones hizo que Plutón, el dios de los infiernos, se.
inquietó y se fué a quejar a Zeus: "Esculapio está haciendo dis-
minuir demasiado la población de mi reino. La barca de Caron-
te, transportadora de los muertos, no tiene ya pasajeros". Zeus.
arrugó la frente. "¿Por qué?" preguntó. Y le respondió Plutón:
"Porque Esculapio está resucitando a todos los que mueren"..
Zeus pensó que, efectivamente, eso constituía una grave irregu-
laridad en el orden de las cosas. Si Esculapio devolvía la vida
a los muertos, se estaba transformando en dios como los del
Olimpo. Y lleno de celos lo fulminó con uno de sus rayos. Des-
pués, reconociendo los grandes méritos del fulminado, lo trans-
formó en una de las constelaciones del cielo.
-¿En cuál de ellas? quiso saber Emilia.
-En la constelación de la Serpiente.
-¿Y por qué de la Serpiente y no del Yacaré?
-Porque el Gallo, el Perro y la Serpiente habían sido con-
sagrados al gran Esculapio.

[226 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¿Pero por qué el Gallo, el Perro y la Serpiente y no el


Ratón, el Conejo y el Hipopótamo? insistió Emilia.
El viajero explicó tranquilamente.
-Porque el Gallo y el Perro corresponden a los símbolos
de la Vigilancia y los buenos médicos deben estar siempre vigi-
lantes a la cabecera de sus enfermos. Y la Serpiente, porque es
el símbolo de la Prudencia, cualidad indispensable a los médi-
cos de verdad.
Perucho observó que en el mundo moderno la Serpiente
era aún uno de los símbolos de la medicina.
Hércules estaba desencantado ante la noticia. Si Escula-
pio no existía, ¿qué hacer de su escudero loco?
Emilia se golpeó la cabeza: señal de idea de primer orden.
- j Ya encontré la solución! gritó. Esculapio no existe, pero
existe Medea. Le llevaremos el vizconde. Ella lo pica en pedaci-
tos, hierve todo en su caldero y del vapor extrae un vizconde
nuevo, joven, hermoso y sin ninguna locura.
Los demás se miraron. Era indudable que resultaba una
solución.
-Pero, ¿dónde vamos a encontrar a Medea? preguntó
Perucho.
-Minervino debe saberlo, dijo Emilia y miró al viajero.
El anciano se sonrió, como si efectivamente supiera el pa-
radero de Medea. Hércules también sonrió, pero de algo extra-
ño: de la curiosa coincidencia de que fuera Medea quien cu-
rara su locura también.
-Sí, dijo, fué Medea quien me curó de la locura, en Tebas,
pero no sé dónde vive ahora esa gran hechicera.
-Está en una ciudad del Atica, casada con el viejo rey
Egeo, informó el viajero.
-Pues entonces vayamos a esa ciudad, determinó Hér-
cules.

-~-

[ 227 ]
MONTERIO LoBATO

EN EL PALACIO DE MEDEA

Fué otro viaje melancólico el que emprendieron en busca


de la famosa maga. Todos seguían tristes, y Emilia siempre fu-
riosa. Finalmente llegaron. Medea reconoció al héroe que ella
había curado de la locura y le preguntó a qué venía.
Hércules respondió:
-Estamos peregrinando por Grecia en busca de quien res-
tablezca a mi escudero de la Mazorca.
-¿ Qué tiene?
-Locura. Respiró los gases envenenados de las caballeri-
zas de Augias y resultó mal del techo.
-Pues tráigalo a presencia mía, respondió Medea y se
asombró cuando Hércules abrió la jaulita que llevaba a un cos-
tado y sacó de ella a la pobre mazorca científica.
-¿Esto? ¿Así que esto es el escudero del gran héroe na-
cional de Grecia?
Mucho le costó a Hércules convencerla que si el vizconde
era físicamente eso sólo, en ciencias era un sabio mayor que
todos los sabios de Grecia. Y le contó ciertos detalles científicos
del vizconde.
Medea miró a Hércules con cierta desconfianza, como quien
está pensando: "¿Será que yo no lo habré curado bien? ¿Estará
otra vez con los sesos blandos?" Y sólo después del testimonio
de los demás, Perucho, Emilia y hasta Medio-y-Medio, resolvió
arreglar al vizconde.
-Deme eso, dijo y agarrando al vizconde le arrancó los
brazos, las piernas y la cabeza; después, con un cuchillo, picó
bien picadito todo el tronco y tiró todo en el caldero de agua
hirviendo. Algunos minutos de hervor dejaron al picadillo en su
punto. Un vapor espeso subía de la caldera. Medea dijo sus pa-
labras mágicas -y ante el asombro general surgió un vizconde
de la Mazorca nuevecito, joven y rosado, sin la menor sombra
de locura en la cabeza.
- ¡ Listo! dijo Medea entregando al héroe el escudero re-

[ 228]
~~~\\ 111 11 f/I ¡JI I / I
~
~
------

Tomó al vizconde y le arrancó las piernas, los brazos y la cabeza...

[229 ]
MONTEIRO LoBATO

parado. Puede llevárselo, pero en pago quiero una cosa, y le


dijo al oído lo que quería en pago de haber arreglado al
vizconde.
- ¡ Ah, eso es imposible! respondió el héroe.
-¿Imposible? ¿Por qué imposible? insistió Medea.
Hércules se la llevó a un lado para un prolongado cu-
chicheo.
Emilia bien que adivinó aquella conspiración, pues los
dos interlocutores miraban a cada momento hacia ella, pero
nunca supo la verdadera causa. Era la siguiente: Medea, co-
mo buena hechicera, había descubierto el gran "secreto má-
gico" de Emilia y estaba pidiéndole al héroe que le diera en
pago de la cura del vizconde a "aquella criaturita maravíllosa".
¿Y saben cuál era el secreto mágico que tanto interesaba a una
gran hechicera como Medea? Pues simplemente el "figúrate"
con que Emilia solucionaba los problemas más difíciles. La his-
toria de la aplicación del "figúrate" en la lucha de Hércules con
el jabalí de Erimanto había llegado hasta sus oídos.
Fué una felicidad que Emilia no se enterara de la propo-
sición de Medea, pues hubiera querido quedarse en el palaciQ
de la gran hechicera para picar a la gente y hervir el picadillo
en el caldero mágico. Diversiones así eran las que gustaban
más a ese diablito.
Mientras Hércules hablaba con Medea, Emilia y Perucho
examinaban y volvían a examinar al nuevo vizconde. "Vuélva...
se de espaldas", decía uno. "Ahora vaya hasta allí y vuelva",
decía el otro. "A ver, una carrerita en un solo pie", mandó Emi-
lia y el vizconde salió saltando en un solo pie, cosa que nunca
había hecho en la vida.
- j Optimo! exclamó ella. Medea acaba de damos uno viz-
conde más ágil que un mono. Resta saber si es tan sabio co-
mo el viejo vizconde. Pregúntale algo de ciencia, Perucho.
Y Perucho le preguntó:
-¿ Cuántos dedos tiene una mano de maíz?
- j Cincuenta! respondió el hermoso vizconde y explicó:
"Mano de maíz es una medida de maíz en espigas. Cada mano

[ 230 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-de maíz tiene veinticinco pares de espigas. Por consiguiente las


espigas son los dedos de la mano de maíz. Y como veinticinco
:pares de espigas son cincuenta espigas, la mano de maíz tiene
cincuenta espigas! ...
Perucho se quedó con la boca abierta ante la viveza del
vizconde hervido y se quedó con ganas de pedirle a Medea que
10 hirviera también a él en el caldero mágico. i Imaginen qué
Perucho no saldría!
Hércules no le pudo pagar a Medea el precio de la cura del
vizconde y se la quedó debiendo. Se despidió de ella y se retiró
.llevando a Emilia por la manita, temiendo que en último ins-
tante la hechicera la raptase.
Nada más tenía que hacer allí. Era tiempo de que volvie-
ran a Micenas a fin de que el héroe diera cuenta a Euristeo de
la ejecución del Quinto Trabajo.
Se pusieron en camino y al día siguiente tuvieron, una vez
.más, la preciosa compañía del viajero. Y 10 raro es que apare-
ció justamente en el momento en que Emilia deseaba conocer
la historia de Circe, hermana de Medea.
- ¡ Qué pena que Minervino no esté aquí para contarnos la
historia de Circe! había dicho la ex muñeca y, como por encan-
to, Minervino apareció. Una coincidencia así era para espan-
tar a cualquiera, ¿pero qué podía espantar a nuestros héroes?
En vez de quedarse muda, Emilia dijo con la mayor naturalidad:
-Cuéntenos, Minervino, la historia de Circe, la hermana
de Medea ...
Minervino tosió y les habló de la isla de Ea donde vivía
Circe.
- i Qué isla maravillosa! El palacio de la hechicera era un
verdadero encanto. Imposible mayor lujo. Y dentro de ese cas-
tillo Circe vivía una vida de sueño, cantando, bailando o ha-
ciendo preciosos bordados, rodeada de leones, tigres, lobos y
otros animales feroces ...
-¿Qu~ historia es ésa? preguntó Emilia intrigada. No lo-
gro entender ...
-Circe tenía una belleza sin par, explicó el viajero, de ma-

[ 231 ]
MONTERIO LoBATO

nera que vivía atrayendo héroes a su isla. Pero apenas ellos


desembarcaban, ella los tocaba con su varita mágica y los trans-
formaba en lo que quería -leones, tigres, lobos. .. Cuando al
volver de la guerra de Troya el navío de Ulises tocó aquella isla,
la curiosidad de muchos compañeros del héroe los llevó a espiar
a la famosa hechicera y Circe ¡zás! los transformó en cerdos.
-¿En cerdos? ¡Pobrecitos!. ..
-Sí, en cerdos. Pero uno que logró escapar a ese destino
cruel fué volando a contárselo todo a Ulises. Este Ulises era un
verdadero símbolo de la sabiduría humana y de la astucia. Al
conocer la suerte corrida por sus compañeros, reflexionó y de-
cidió buscar el consejo de Hermes, de quien era protegido.
Hermes le dió unas yerbas mágicas que 10 defendiesen de todos
los sortilegios de Circe y 10 instruyó en todo cuanto tenía que
hacer. Y allá fué Ulises, muy satisfecho de la vida, al palacio
de Circe. Y tanto y cuanto hizo con sus historias y mañas que
terminó por hechizar a la hechicera. La tonta terminó perdidita
de amor por él. El que ama nada niega al objeto amado y Ulises
logró que la hechicera volviera a transformar a sus compañeros
y fueran hombres otra vez. Ulises pasó un año entero en la isla
de Ea, envuelto en la belleza de Circe; después, con mucho tacto,
consiguió permiso para ir un momento a la isla de 1taca ...
-Yo sé, dijo Perucho. Itaca era la patria de ese héroe, y
allí vivía su esposa Penélope, haciendo siempre aquel bordado
que no terminaba jamás.
-¿Y por qué no terminaba jamás? quiso saber Emilia.
-Por qué Penélope deshacía de noche lo que había borda-
do durante el día.
-¿Y para qué esa tontería?
Perucho se puso furioso.
-La tonta eres tú con tantas preguntas. ¿No conoces la his-
toria de Penélope que abuelita nos contó? Penélope era la fiel
esposa de Ulises, el que había ido con todos los héroes de Ho-
mero a la famosa guerra de Troya que duró diez años. Termi-
nada la guerra, Ulises empleó otros diez años en viajes por mar
yen maravillosas aventuras antes de llegar a la isla de Itaca ...

[232 ]
La tonta estaba perdida de amor por él . ..

[233 ]
:MONTEIRO LoBATO

-¿Y la pobre Penélope se pasó todo ese tiempo esperan-


-do? Nunca he visto mujer más tonta ...
-Sí, dijo el viajero. Penélope es el símbolo de la fidelidad
.conyugal.
-¡ Lo que era es la tonta número uno! berreó Emilia. Vein-
te años esperando a un marido que no hacía más que enamorar
a todas las Circes del camino. Ah, si fuera yo ...
-Así es. Penélope 10 esperó con la mayor paciencia, pro~
éSiguió Minervino; y para ganar tiempo y eludir a los numero-
sos príncipes que la cortejaban.
-¿Por qué la cortejaban?
-Porque todos se querían casar con ella para ocupar el
trono de Ulises. Y entonces ella ...
-Ya sé, respondió Emilia. La tontona se quedó haciendo
ese bordado que nunca terminaba, llamado la tela de Penélope.
Ahora recuerdo que doña Benita nos 10 contó.
Minervino quiso saber quién era esa tal doña Benita de
quien a cada momento hablaban los chicos. Emilia le dijo:
-Ah, mi amigo, doña Benita es una Circe de los tiempos
modernos, una hechicera de nuestra isla del Benteveo Amarillo.
-¿También transforma a héroes en animales?
-No. Hace 10 contrario. Transforma a los animales en seres
racionales limpios de espíritu. La varita mágica de doña Benita
se llama Bondad. Con esa varita ella me transformó de muñeca
de trapo que era en 10 que soy; a un rinoceronte de Africa lo
transformó en Quindín e hizo del Burro Parlante un verdadero
filósofo -y Emilia fué inventando mil cosas sobre doña Beni-
ta, mitad verdaderas, mitad fantasía.
Perucho estaba admirado de la imaginación de ia ex mu-
ñeca y le dijo al vizconde: "Ella está mejor que nunca. Hasta
parece que la hubieran hervido" ...
Y así, en esa conversación encantadora en la que se mez-
claban hechiceras y dioses, héroes y animales, invenciones de
Emilia y mitologías de Minervino, el grupo de Hércules llegó
a Micenas.
-~­
[234 ]
LAS DOCE HAzANAS DE HÉRCUl.ES

EL REY ANTIPATICO

El campamento a orillas del arroyo estaba igualito a como


10 habían dejado. Al viajero le gustó mucho el Templo de Avia
y las costillas de los cameros "encontrados" por centaurito.
Hércules fué a la orilla del riachuelo a entregarse a las delicias
de uno de sus baños hercúleos. Hercúleos, sí, tales eran las ca-
briolas que hacía en el agua. Parecía un delfín.
Perucho, mirando la canastita de Emilia encontró una se-
rie de novedades curiosas; un paquetito de estiércol de las ca-
ballerizas de Augias, un frasquito con caldo de la hervida del
vizconde y hasta una "mentira" mitológica: un trozo de la tela
de Penélope.
Después del baño, Hércules fué a Micenas a hablar con "el
antipático", que era como la muñeca llamaba a Euristeo. Ese
rey ya sabía todo con relación al Quinto Trabajo de Hércules.
Como el héroe tardó en volver, la noticia de su proeza había lle-
gado antes que él. En toda Grecia no se hablaba más que de la
limpieza de las caballerizas de Augias y de la destrucción de
ese mal rey por el segundo ejército del héroe.
Después de mil comentarios sobre todas las cosas, Emilia
"apretó" al misterioso viajero para obligarle a contar quien era.
-A mí no me engaña nadie, dijo la ex muñeca. Juro que
. tú eres un mensajero del Olimpo, una especie de Hermes de la
diosa Minerva ...
El viajero se quedó con la boca abierta. No podía compren-
der cómo aquella criaturita había penetrado en su secreto.
-¿ Cómo 10 sabes? preguntó.
- ¡ Que cómo 10 sé!. .. Pues porque adivino las cosas. Eso
de que tú aparezcas justamente en los "momentos psicológi-
cos", que sepas tantas cosas de la historia, la leyenda del país,
me hace desconfiar ...
Minervino terminó por contarlo todo.
-Sí, dijo, soy un mensajero de Palas, y sepan que es gra-
cias a esa diosa que están todos vivos ...

[ 235 ]
MONTERIO LoBATO

-¿Por qué? preguntó Perucho asustado.


-Porque Hera lo sabe todo, y está furiosa por el auxilio que
vosotros le prestáis a Hércules. La verdadera razón de que el
héroe haya realizado cinco trabajos sin que le pase nada está
en una cosa: en la ayuda que vosotros le habéis dado. El caso
del jabalí de Erimanto, por ejemplo, dejó a Hera impresionadí-
sima. Yo mismo le oí decir a Hermes: "Es aquella hechicerita
quien me anda estropeando el juego. Tiene un talismán mágico:
aquel "figúrate", con el cual ha salvado a Hércules de algunas
situaciones peligrosísimas". Y le encargó a Hermes que le ro-
bara a Emilia ese talismán ...
-¡Qué cosa! exclamó Perucho inquieto. ¿Así que el Olim-
po ya está enfadado con nosotros?
-¡Si estará! ... No se habla de otra cosa. Hasta Zeus andp
interesándose por vosotros, pero a favor vuestro. Hera P:,d1 con-
tra y por eso Palas me envió para que, bajo la f"":...aa de viajero,
os ayudara y guiara en los momentos peligrosos, y neutralizara
y deshiciera las trampas de Hera. Esa diosa está empeñada en
terminar con Emilia.
Al oír semejante cosa, Emilia se puso colorada de rabia
y dijo:
-¡Mala bicha! ... Pues quiero ver qué me puede hacer,
¡Con mi "figúrate" le voy a dar un papirotazo en la nariz! ...
El vizconde intervino para advertirle una cosa muy seria
en Grecia.
-Cuidado con N émesis, Emilia ...
Sólo Minervino entendió al vizconde y le dió la razón, di-
ciendo:
-Sí, Némesis es la divinidad de la Justicia y también la
divinidad que castiga a los inculpados de hybris.
-¿Hybris? repitió Perucho. ¿Qué historia es ésa?
-Hybl'is es el pecado de la insolencia en la prosperidad.
Cuando una persona se vuelve muy importante y comienza a
despreciar a los demás, y a sentirse muy orgullosa de sus dones,
comete pecado de hybris. Y allá viene N émesis a castigarla,
abatirle el orgullo. Emilia está demasiado orgullosa, vanaglo-

[236 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

riándose en exceso. j Eso es hybris y debe tener cuidado con la


diosa Némesis! ...
-¿Y no estás tú aquí para protegerme por orden de Palas?
-Claro que estoy, pero mis poderes no son ilimitados. Si
tú abusas, ¿qué podré hacer? Némesis es poderosísima.
Emilia se encogió, un tanto amedrentada. Minutos después
Perucho la vió quemando sobre una piedra algunas yerbas se-
cas. "¿Qué es?", le preguntó. Y ella respondió: "Esto es un altar
de la gran diosa Hera a la que estoy ofreciendo ~ sacrificio de
plantas aromáticas".
Perucho le guiñó un ojo al mensajero de Palas.

***
En el palacio de Euristeo, Hércules no pudo ni hablar. Ape-
nas había abierto la boca para relatar la realización del Quinto
Trabajo, el "antipático" lo detuvo con un gesto.
-Ya lo sé todo y estoy muy descontento con el desenlace
de este último trabajo. Mi orden era nada más que para que
limpiara las caballerizas de Augias, no para que lo expulsara
del trono. Espero que de ahora en adelante haga lo que le man-
do y no se exceda en hazañas no ordenadas.
-Así será, Majestad, respondió humildemente el héroe.
¿Y ahora?
Euristeo ya había combinado con Eumolpo el nuevo Tra-
bajo que impondría a Hércules, un trabajo mucho más peligro-
so que los cinco anteriores: la destrucción de las ferocísimas
aves del lago Estinfalo.
-El nuevo trabajo que he tenido a bien imponerte, dijo
con la mayor solemnidad Euristeo, es ir a Estinfalo y destruir
los abejorros. Eso sólo -e hizo el gesto de final de audiencia.
Hércules no sabía nada de aquellas aves, pero no dejó de
sentirse aprensivo. Si Euristeo lo mandaba atacarlas es que no
eran aves comunes. Y si no eran aves comunes, ¿qué serían?
Cuando volvió al campamento, Perucho salió a su en-
cuentro.
-¿ y ahora, Hércules?

[237 ]
MONTEIRO LoBATO

El héroe respondió:
-Tengo que volver a Arcadia para destruir las aves del
lago Estinfalo.
-¿ Qué aves son?
-No 10 sé ...
Hércules no sabía nada de esas aves, pero Minervino debía
saberlo. ¿Qué no sabía el misterioso mensajero? Perucho se fué
a consultarlo.
-Amigo, ¿qué sabe de las aves del lago Estinfalo? Euris-
teo acaba de ordenar a Hércules que vaya a destruirlas.
Minervino se puso pálido.
-¿Las aves del lago Estinfalo? i Ah, sí, ya sé. .. Son unas
aves monstruosas e invencibles. Tienen plumas de bronce, cor-
tantes como navajas. Desde lejos lanzan las plumas con una
puntería segura y ¡ay! del viajero que es tocado por ellas ...
En mi opinión, ese Trabajo es mucho más difícil y peligroso
que los anteriores.
-¿Por qué?
-Por causa del número de las aves, que son más de miL
Imagínate a todas ellas tirando contra el héroe sus plumas de
bronce al mismo tiempo. Basta que una le acierte ...
-Pero desde lejos Hércules puede matarlas con sus flechas.
Minervino sonrió.
-Hércules es uno y ellas son mil. Por cada flecha que les
lance el héroe, ellas le lanzarán mil plumas. ¿Cómo resistir? Creo
que el asunto es muy serio y voy a aconsejarle a Hércules que
no haga nada antes que yo discuta en el Olimpo este problema,
que es muy serio.
Perucho estaba seriamente preocupado. En verdad aquel
trabajo era diferente. Hasta entonces Hércules había tenido que
hacer frente a un enemigo único; ahora tenía que hacer frente
a mil al mismo tiempo. Todo cambiaba de aspecto. Y Perucho
recordó a las hormigas que, siendo tan pequeñitas, vencían por
el número.
Minervino propuso:
-Combinemos una cosa. Vosotros podéis ir ahora mismo

[238 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES:

a la Arcadia, pero no hagáis nada sin oírme. Voy a consultar-


a mi diosa y después os iré a buscar.
-¿Dónde? preguntó Emilia.
-En los alrededores de la ciudad de Estinfalo.
Dijo eso y se alejó.
Medio-y-Medio llegaba con la cena: los tres cameros de
costumbre. No hay nada mejor para sacar las preocupaciones
que un buen asado de camero. Una hora después ya ninguno--
recordaba a las aves de Estinfalo.

[239 ]
Hércules deshizo a puntapiés la pared de las caballerizas.
VI

LAS AVES DEL LAGO ESTINFALO


LOS PAJARRACOS CON PLUMAS DE BRONCE

El lago pantanoso de Estinfalo estaba cerca de la pequeña


ciudad del mismo nombre. Era un lago como cualquier otro
del mismo tiempo. Cierta mañana, sin embargo, corrió una cu-
riosa noticia: el lago estaba lleno de unos extraños pajarracos
acuáticos.
La alegría de los estinfalinos fué muy grande. Las aves
acuáticas son, en general, buenas para comer -como los patos,
los ánades y los gansos. De inmediato salió rumbo al lago un
grupo de cazadores, armados de arcos y flechas. Iban en busca
de provisiones para comer.
Ya de lejos vieron los cazadores la superficie de las aguas
llena de tales pajarracos, mucho mayores que los cisnes. Y con
unas plumas extrañas, color de bronce -unas plumas metáli-
cas. ¿Qué aves serían aquéllas? Los hombres se aproximaron
cautelosamente, agachados, ocultos por la vegetación de la
orilla: cuando vieron a las aves a su alcance, hicieron buena
puntería y lanzaron sus flechas.
Las flechas acertaban a las aves y rebotaban como si hu-
bieran tocado sobre cuerpos sólidos. Nueva serie de flechas
fueron lanzadas, igualmente sin el menor efecto. Golpeaban a
las aves en el pecho y botaban rechazadas.
El caso espantó a aquellos hombres; y además vieron que
en vez de mostrarse asustadas, como es común a las aves acuá-
ticas cuando los cazadores las atacan, aquéllas erizaban las plu-
mas y los miraban con ojos muy vivarachos, como si observa-

[243 ]
MONTERlO LOBATO

ran la posición de sus atacantes. Era evidente que seI:1ejantes


aves iban a pasar de agredidas a agresoras. ¡Y qué beiicosas pa-
recían!
¿ Qué hacer? Los cazadores se miraroi1 entre ellos. Por fin
resolvieron intentar una nueva carga, y nás de cien saetas vo-
laron nuevamente rumbo al pecho de. les pajarracos. Y lo que
entonces sucedió fué el asombro de los asombros.
Los pajarracos, más erizados toc:avía, rompieron en una
atronadora gritería; después sacudieron las enormes alas como
si se quisieran desembarazar de las plumas -y mil plumas vo-
laron por el aire y cayeron sobre les cazadores. i Qué hecatom-
be! No quedó uno solo de pie. Todos se derrumbaron como ful-
minados. Las plumas lanzadas contra ellos eran de bronce y
cortantes como dagas ...
En seguida acudieron las aves apresuradas y en minutos
desgarraron y devoraron a 103 cazadores. Eran aves antropó-
fagas.
Como aquellos hombref; no regresasen a Estinfalo. la po-
blación empezó a inquietE.rse. Nuevos cazadores salieron en
busca de los primerc s y 1:2.mpoco volvieron. Sólo desp~fs de la
destrucción de dos-::ientos o trescientos estinfalinos cOLlpr~ndió
la ciudad 10 que p~saba.
El pánico fu:5 inme·.lso. El llanto de las mujere.:: que habían
perdido tan trágicame nte a sus esposos no tenút fin. AIJenas
~i uno logró salverse ~! se apareció en Estinrnlo, con dos plUIl"as
de bronce como mUeftra. ¡Ah, cémo ci:culalon ,quéllas ele m::::!:D
en mano! TlX10s qllerían verlas, \Jlerlas, pu:barlas. Quedó el
punto aclc::ado: ,,:¡lago estabaUeno C:c: .remendlsimas aves
~e plumas de br"lt' e, comedora~ <le C8.l'Ot;: humana ...
¿ Qué hacer -¡' La lucha era impos:iUie. Se hacía necesario
,recurrir .~ los h6'roes, porque sQl'-amen~ 'os grandes héroes, como
:HércUle:os, Tt::seo, Perseo, Ja~ y otNs, sabían luchar y vencer
;a l~ mor.struos. Fueron en:Vlado~ lY.ensajeros R. la corte de los
:r~elS ~on pedidos c.e Ilu~ilio; y entanccs I:,,-,-;s~:':) per~s5 en
lférr.llles. ¡Ah, es'- . ·\~z e: héroe ::iUcumbiría en 12. e;:nprese!
1\1:ientras tao l,.l •. _~ -::,-;:.. (,l el 1.a~o seguían en la faena de
El lago estaba lleno de extraños pajarracos acuáticos . ..

[245 ]
MONTEIRO LoBATO

cazar cazadores, pastores y gente común, fuesen hombres, mu-


jeres o niños. Viajeros incautos, que nada sabían y pasaban
junto al lago, eran cruelmente destrozados por las plumas de
bronce y luego devorados. La matanza se hizo horrible.
Las cosas estaban en ese punto cuando Hércules llegó a
Estinfalo. La alegría de los habitantes fué enorme. Ninguno
ignoraba quién era el héroe. Su victoria sobre el león de Ne-
mea y el jabalí de Erimanto corría de boca en boca.
Hércules fué a conferenciar con el jefe de la ciudad.
-Sí, jefe, aquí estoy mandado por Euristeo para destruir
las aves de plumas de bronce.
-¿Cómo las va a atacar?
-Con mis saetas.
El jefe se echó a reír.
-Ninguna saeta tiene efecto contra esas aves, Herades,
porque están revestidas de una verdadera coraza de plumas de
bronce. Nuestros cazadores se empeñaron en comprobarlo, y ya
no existen los que fueron tan imprudentes ...
Hércules se rió. Las flechas de los hombres comunes eran
una cosa, pero las suyas otra muy diferente. Nunca hubo un
ser vivo, hombre o animal, que resistiera a una sola; y a pesar
de la advertencia del mensajero de Palas, el héroe se decidió
a hacer aquel mismo día la experiencia. Después de acomodar
a Medio-y-Medio, Perucho y los demás en un "camping" a la
orilla de la ciudad, marchó solo con el arco en puño y el carcaj
lleno de sus mejores saetas. Y tuvo cuidado de examinarlas
una a una a ver si Emilia no las habría "humanizado". El me-
dio que tenía Emilia de "humanizar" las flechas era quebrarles
la punta ...
Hércules se aproximó al lago 10 más cautelosamente que
pudo, agachado, oculto aquí por un macizo de vegetación, alH
por una roca. De esa manera llegó a un sitio desde el que pudo
examinar a su placer a los pajarracos. Grandes, sí, enormes y de
color metálico. Estaban tranquilos, nadando serenamente en la
superficie del lago. Minutos antes habían detenido y devorado
a toda una famlia de descuidados viajeros.

[246 ]
--

.~~
:.:;

Puso la flecha en el arco y 10 tendió al máximo . ..

[247 ]
MONTERIO LoBATO

Hércules eligió una saeta de punta bien agudizada, armó


el arco y lo distendió hasta el máximo. Hizo puntería y ¡Zás! . ..
La flecha se desprendió silbando y fué a golpear en pleno pe-
cho al ave más próxima.
-¡Blom! ...
El choque produjo un sonido de campana de bronce, pero
nada de clavarse la saeta en el blanco; se desvió para la dere-
cha y allá adelante se fué a perder en el agua. El sonido de cam-
pana fué como un toque de rebato. Todas las aves lo oyeron
y se agruparon; pero· como no descubrieron en donde estaba el
imprudente cazador, no hubo ningún ataque de plumas de
bronce. Se limitaron a permanecer alertas, espiando por todos
lados.
Hércules se quedó impresionado. El mensajero de Palas
estaba en lo cierto. Con flechas no podría vencer a aquellos
pajarracos, ni tampoco los vencería con su poderosa clava.
¿Cómo penetrar en semejante pantano con la clava empuña-
da? Se hundiría en el fango y las aves lo devorarían vivo. Era
mejor aceptar el consejo de Minervino -y resolvió ir a espe-
rarlo al campamento.
Hércules se alejó del pantano con la misma cautela con
que se había aproximado; y como cerca de los esqueletos de-
los cazadores muertos viera muchas plumas de bronce, cogió
una de las menores para llevársela de regalo a Emilia.
Al llegar al campamento encontró al centaurito asando los
tres carneros de cada día y a los demás sentados alrededor del
fuego. Perucho se levantó.
-¿Y entonces, Hércules? ¿Qué resolvió? dijo el pequeño.
El héroe suspiró.
-Todavía nada. Comprobé un punto bien desagradable:
mis saetas no se clavan en la vestimenta de las plumas de bron-
ce de los tales pajarracos. Chocan contra ella, le arrancan un
sonido de campana y rebotan. Y como tampoco puedo hacer
nada con la clava, no sé ...

-~­
[248 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

AMOR, AMOR ...

N adie tenía la menor idea del tiempo a esperar en los alre-


dedores de Estinfalo. Podía ser una hora como días. Perucho
consideró la idea de montar un campamento como el de Mice-
nas y salió montado en Medio-y-Medio para sondear y elegir
el lugar adecuado. Pronto encontró uno bien cómodo, con un
arroyo de aguas cristalinas, floresta próxima y abundancia de
carneros. Arcadia siempre fué toda un rebaño. Las únicas per~
sanas allí existentes eran pastores y pastoras, algunas jóvenes
y bonitas. Después de montado el campamento, de cuando en
cuando venían pastorcitas curiosas a observarlos, al principio
muy miedosas, pero pronto muy compañeras.
Eso dió como resultado una cosa completamente prodigio-
sa e imprevisible. El vizconde --cuyo carácter había cambiado
mucho después del hervido- comenzó a sentir dentro de sí
unas extrañas comezones. A intervalos suspiraba y daba vuelta
los ojos. Emilia desconfió y fué a decirle al niño:
-Me parece una cosa, Perucho : el vizconde está enamo-
rada ...
-¿Qué?
-Enamorado, sí. Cada vez que aparece por aquí aquella
graciosa pastorcilla Climene, se queda nuestro pequeño sabio
sin saber qué hacer, como el que siente una cosa que no sabe
lo que es. Para mí, que se trata de amor ...
-Imposible, Emilia. Nunca se vió un marlo enamorado ...
-Tampoco hubo nunca un marlo que hablase, que cono-
ciera la ciencia, que enloqueciera, y el vizconde habla, conoce
la ciencia y enloquece. El cambió, de la misma manera que yo
cambié. Cambió por efecto de esta Grecia maravillosa.
Perucho se puso a pensar en aquello y a observar al viz-
conde.
A poco apareció Climene, una jovencita de diez años, con
un hermoso presente de queso de leche de cabra y aceitunas.
A la pastorcita aquella le gustaba contar las cosas de Arcadia

[ 249]
MONTEIRO LoBATO

y preguntar cómo se vivía en el mundo moderno. Las historias


de la quinta de doña Benita, que Emilia le narró, le daban
vueltas en la cabeza.
i Qué linda chica Climene! Cutis de un lindo color moreno
y un perfil completamente griego, con la clásica nariz en línea
recta. Emilia se acordó de aquella esclava Aglae, la de la casa
de Pericles 1. El mismo tipo, el mismo modo de hablar y hasta
las mismas curiosidades. Su mayor placer era montar como
los otros en la grupa del centaurito y dar galopadas por los
campos.
Cuando Climene apareció con su presente de queso y acei-
tunas, llegó el vizconde corriendo. Perucho se puso a observar-
lo con disimulo. Sí, el vizconde parecía otra persona junto a la
pastorcilla. Si quería hablar, se atragantaba. Si andar, tropeza-
ba. Y no apartaba los ojos de ella. En cierto momento se alejó
del grupo, fué a hacer un ramillete de flores silvestres y muy
torpemente se acercó a ofrecerlo a la pequeña.
Climene fué el primer amor del vizconde de Sabugosa -el
primero y el último. Nunca más lo pudo arrancar de su cora-
zón. Todo eran pretextos para buscarla y para enseñarle algu-
nas cosas científicas. Y no terminaba con sus regalos. Climene
acabó notando aquella asiduidad y en cierto momento se acer-
có a Emilia y dijo:
-¿Por qué será que me mira tanto y anda tanto conmigo?
Emilia se rió.
-Ah, Climene. El vizconde era una cosa antes de hervido
y ahora está muy cambiado -y le contó el caso de la cocción
dd vizconde en la caldera de Medea. Hasta aquel día era un
sabio como otro cualquiera. Solamente cultivaba la ciencia.
Pero de repente se enloqueció y entonces nos lo llevamos al
palacio de la gran hechicera Medea para que le diera un hervor
en su caldero mágico. Del vapor que salió del caldero, Medea
hizo un vizconde nuevo muy distinto al anterior. Todavía le
gusta la ciencia y sabe muchas cosas; pero la ciencia ya no

,1 El Mlnotauro.

[250 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

es todo para él, como antes. Y ¿sabe por qué? Porque está
enamorado.
-¿Enamorado? repitió la pequeña muy admirada.
Era muy niña y todavía no sabía nada del amor. Emilia
se 10 tuvo que explicar todo.
- j Oh! Pues debes corresponder al amor del vizconde.
Cuando él guiñe tú guiñas también; y le explicó el "guiño" del
amor. Cuando él suspire, tú también debes suspirar. Y si él da
vuelta los ojos, tú debes dar vuelta los ojos.
-¿Y cuando me dé un ramito de flores? preguntó la pe-
queña.
-Besas las flores y te las pones en el vestido. También
puedes de cuando en cuando darle una flor ...
Los amores del vizconde se convirtieron en la diversión de
Emilia y Perucho durante las horas de espera en el "camping"
de Estinfalo. Hasta Hércules se dió cuenta del juego y le en-
tretuvo.
Hércules empezaba a sentirse seriamente preocupado. Tres
días habían pasado y Minervino sin aparecer. Le vino una idea
a la mente. Llamó al oficial de gabinete y le dijo:
-Tengo miedo de una cosa, Perucho: que Hera haya des-
cubierto la función de Minervino y 10 haya aprisionado. Acuér-
dese 10 pronto que se nos apareció en las ocasiones anteriores,
y ahora ha viene, justamente ahora, que nos había prometido
venir. Recelo que le haya pasado algo. Todo es posible en esta
lucha entre diosas.
El héroe estaba en 10 cierto. Las repetidas apariciones de
Minervino en el Olimpo hicieron que Hera sospechara algo. El
se aparecía por allí y se quedaba en los rincones cuchicheando
con Palas, la protectora de Hércules. Y tanto hizo Hera que llegó
a descubrir 10 que hacía aquel personaje: era ellleva-y-trae de
Palas, su mensajero secreto.
- j Hum! gruñó le vengativa diosa. Espera que te voy a
dar -y llamó a Hermes. Oyeme, Hermes. Palas anda traman-
do cosas en contra mía para favorecer a Hércules. Anda a los
cuchicheos con aquel mensajerito -y señaló a Minervino. Quie-

[251 ]
MONTERIO LoBATO

ro que te conviertas en mosca y te acerques a ellos para ente-


rarte de 10 que conversan.
Hermes hizo 10 que le mandaron. Se convirtió en mosca y se
posó en el hombro de Minervino que estaba en aquel instan,te
muy entretenido con Palas.
-¿Está él ya allí? había preguntado la diosa. (El era Hér-
cules).
-Sí respondió Minervino. N os separamos en Micenas, des-
pués que Euristeo le encargó que destruyera los pajarracos del
lago de Estinfalo. Yo, sin embargo, le aconsejé que se fuera
a la ciudad de ese nombre, pero que no hiciera nada hasta
recibir instrucciones mías; y aquí estoy para recibir las órdenes
de la gran Palas. Aquellas aves son indestructibles por los me-
dios comunes -flechas o c1ava- a causa de las plumas de
bronce que las revisten. Si Hércules las ataca, está perdido. En
estos momentos debe estar acampado en los alrededores de Es-
tinfalo, esperándome.
Palas reflexionó durante unos momentos. Después:
-Sí, sin mi ayuda, Hércules no conseguirá nada. Esas ave~
de bronce son una estratagema de Hera que las ha puesto en .
aquel pantano justamente como una trampa contra Hércules.. ·
Pero tengo una idea. Soy dueña de aquellos címbalos con· los
que me obsequió Hefestos. El sonido del bronce de esos cúnba-
los es tan terrible que no hay oídos que 10 soporten. Le vaya
mandar mis címbalos a Hércules. Se aproximará al lago y los
hará vibrar con toda su fuerza. Las aves, aturdicas, huirán muy
lejos, pues ni siquiera las aves de plumas de bronce s(!)portan
la vibración de los címbalos de Hefestos.
Dijo y marchó a buscarlos. Los envciviá en un pedazo de
nube y disimuladamente se los entregó G.l mensajero. Minervíno
partió.
La mosca posada en su hombro voló inmediatamente y des-
pués de asumir de nuevo la forme. de Hennes se presentó a con-
társelo todo a la vengativa esposa de Zéus.
-Hércules sólo podrá hacer uso cíe esos címbalos si yo
dejo de ser la diosa de la~ diosas, rugió Hera. Ve a colocarte

[25~ J
---~=­
El pobre mensajero rodó al abismo . . ,

[ 253 ]
MONTEIRO LoBATO

a las puertas del Olimpo, Hermes. Cuando el mensajero apa-


rezca, empújale por la montaña abajo de modo que ruede en-
tre las rocas y se despedace. i Ah, Palas! N o sabes con quién
estás lidiando ...
Hermes cumplió fielmente las instrucciones recibidas. Co-
rrió a colocarse en la puerta del Olimpo y cuando apareció
Minervino con los címbalos, lo empujó cerro abajo con un gran
golpe. El pobre mensajero rodó por la escarpada pendiente del
monte Olimpo, dando de piedra en piedra y haciéndose mil pe-
dazos. Pero Palas, vivísima como era, percibió la maniobra y
acudió a deshacerla de un modo muy curioso: haciendo que
todos los pedazos fueran a caer en la caldera de Medea. La
gran hechicera, que estaba ocupada en hervir un nuevo picadi-
llo humano, se llevó un gran susto en el instante de condensar
los vapores. En vez de un "rejuvenecido" aparecierox¡ dos: el
que le habían encomendado y otro nuevo completamente im-
previsto.
-¿ Quién eres tú? le preguntó Medea a Minervino, el que
volvió a la vida reverdecido, joven y sonrosado; y al enterarse
de lo ocurrido se alegró. Ella era también amiga de Hércules, al
cual había salvado ya de la locura y que le debía también el
rejuvenecimiento de su "escudero".
Esto explica la razón de la demora de Minervino en apa-
recer en los alrededores de Estinfalo, como había prometido.
Todavía entontecido por el hervido, Minervino recompuso
los címbalos de Palas, caídos cerca de la caldera, y con ellos
marchó a toda prisa hacia Estinfalo. Encontró al héroe junto
a la hoguera, comiendo el asado de todos los días. Emilia fué
quien primero lo vió.
-Allá viene un lindo mozo, dijo ella al distinguirlo desde
muy lejos. ¿Quién será?
Todos miraron. Sí, un mozo de linda apariencia con un
paquete debajo del brazo. Ninguno lo conocía.
Minervino se aproximó y dijo:
-Pronto, Hércules. Aquí estoy como prometí.
El héroe no entendió.

[254 ]
LAS DoCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¿Quién eres? le preguntó.


-¿Ya no me conoces, Hércules? ¿Ya no conoces al men-
sajero de Palas?
Todos se echaron a reír.
-El mensajero de Palas es viejo, le dijo Hércules. Tú
eres joven.
-Fuí viejo, explicó Minervino, pero el caldero de Medea
me rejuveneció -y contó toda su historia. Después, para do-
cumentar sus palabras, desenvolvió los címbalos y se los entre-
gó a Hércules.
-Aquí tienes, le dijo, los prodigiosos címbalos con que
Hefestos, el dios del fuego y de los metales, obsequió a mi
diosa Palas. Ella los ofrece a Hércules como el único medio de
ahuyentar a las aves de plumas de bronce.
-¿Cómo? preguntó el héroe que no 10 comprendía.
-Si a estos címbalos se les hace vibrar con gran fuerza
a la orilla de la laguna de Estinfalo, las aves de bronce, atur-
didas, abandonarán el pantano y se alejarán para siempre en
el cielo.
Perucho se acercó para ver el instrumento. Era un triángulo
de hierro con una serie de campanillas del más sonoro bronce
que hubo en el mundo. Hefestos, que tenía el secreto de todos
los metales, no había fundido jamás uno tan potente como
aquél, y justamente por eso se los ofreció a Palas, su gran amiga
en el Olimpo. Emilia tuvo la mala idea de experimentar el so-
nido de una de las campanitas y la golpeó con una laja de
piedra. A pesar de que el golpe fué insignificante, el sonido que
se produjo los dejó completamente aturdidos durante una hora,
con la impresión de haber quedado sordos. Imagínense el efecto
de todas las ~ampanillas agitadas al mismo tiempo por la tre-
menda fuerza del gran héroe.
-¿Y quién es Hefestos? preguntó Emilia, y el mensajero
de Palas explicó.

-~-
[ 255 ]
MONTERIO LoBATO

LA DISPERSION DE LAS AVES

-Hefestos, pequeña, es uno de los hijos de Zeus y Hera.


Como nació muy feo, su madre, furiosa, 10 tiró del Olimpo para
abajo ...
- j Qué peste! exclamó Emilia, pero se golpeó la boca
como retirando la expresión. Es decir, ¡qué enérgica! ...
-Sí, Hera se horrorizó de aquel hijo y 10 arrojó del Olim-
po para abajo, bien encima de la isla de Lemnos, en donde
.había un volcán. Allí creció Hefestos y se convirtió en herrero,
¡y qué herrero! ... Un herrero como no hubo otro en el mundo
y cuya fragua era un volcán ...
El vizconde cuchicheó en el oído de Climene que aquel
herrero era conocido en el mundo moderno como Vulcano.
.Minervino siguió:
-En esa gigantesca fragua se quedó trabajando los meta-
les, todos los metales, incluso el bronce maravilloso con que
hizo estos címbalos. Y era a Hefestos al que Zeus encomen-
daba la fabricación de sus rayos. Periódicamente el divino he-
rrero escalaba la montaña del Olimpo para llevar a Zeus
nuevos haces de rayos y componer los que se torcían. Estable·
ció sus oficinas en el centro de la tierra, junto al volcán, y allí
trabajaba con los Cíclopes, esos gigantes que tienen un solo
ojo en medio de la frente. Todas las famosas piezas de metal
de nuestra Grecia han sido fabricadas p~r él. Fué él quien hizo
el trono y el cetro de Zeus. El que construyó el carro de
Helios ...
El vizconde cuchicheó a Climene que Helios era el cochero
que conducía el carro del sol.
- ... el escudo de Aquiles y otras cosas más. Como fuese
muy feo y cojo, Zeus, a título de compensación, ie dió como
esposa a Afrodita, la diosa de la hermosura suprema ...
El vizconde cuchicheó al oído de Climene que Afrodita era
"la misma Venus, madre de Eros o Cupido.
-Pero, continuó Minervino, en ningún trabajo se esmeró

[ 256 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

tanto Hcfestos como en el temple de estos címbalos, y ustedes


acaban de tener la prueba. Con el golpecito que Emilia les dió
casi quedamos todos con los tímpanos reventados.
-Pero, ¿por qué razón ese Hefestos hizo semejante re-
galo a Palas? preguntó Perucho.
-¡Ah!, pues porque no hay diosa del Olimpo a quien He-
festos quiera más, ya que vino al mundo justamente por su
intermedio.
-¿ Cómo es eso?
-En cierta ocasión Zeus se sintió atacado por un dolor
de cabeza horrible. Ningún remedio 10 aliviaba. Por fin, llevado
por la desesperación, mandó llamar a Hefestos a la isla de Lem-
nos. "¿Qué quieres de mí, Zeus?", preguntó el herrero. "Quiero
que me abras el cráneo con un golpe de mazo, porque no so-
porto la intensidad de este dolor". Hefestos no discutió: levantó
el mazo y descargó sobre la cabeza del dios de los dioses un
golpe tremendo, tal como el que dió Hércules en la cabeza del
jabalí.
- y los sesos de Zeus, saltaron lejos. .. dijo Emilia.
-No. De la cabeza de Zeus no salieron los sesos; salió
Palas-Atenea, armada de escudo y lanza. De ahí la ligazón
entre Hefestos y mi gran diosa.
Todavía contó Minervino muchas cosas del herrero cojo,
mientras masticaba la carne asada que le dió Perucho.
-Bueno, dijo Hércules, después de terminada la historia.
Tengo que cumplir mi misión. Voy alIaga a aturdir a las aves
con estos címbalos. Quédense aquí y tápense los oídos todo
10 que puedan.
-¿Con qué? preguntó Emilia. Si hubiera unos copos de
algodón ...
N o había algodón, pero en la floresta abundaban los mus-
gos. Medio-y-Medio salió a galope para juntar un montón.
Todos se tapujaron los oídos con el musgo. Hércules hizo lo
mismo y allá se fué rumbo al pantano, con los címbalos debajo
del brazo.
Emilia se subió al árbol más alto de todos para espiar la

[ 257 ]
MONTEIRO LoBATO

escena de lejos y desde la cima les fué describiendo a los demás


las peripecias de la hazaña. Parecía un "speaker" de radio
describiendo un partido de fútbol.
-Allá se acerca él. . . Firme, garboso, lindo. .. i Qué amor
de atleta es nuestro Lelé!. . . Ya llegó a la orilla del lago. Está
recorriendo las aves con la mirada como para despedirse de
ellas. . . Las aves ya lo han visto. .. Comienzan a agruparse ...
En ese momento un terrible sonido llenó los aires. A pesar
de tener los oídos llenos de musgo y de estar tan lejos, todos se
sintieron completamente ensordecidos. Emilia desde lo alto se-
guía gritando, aunque ninguno la oyese.
-¡ Empezó! . . . Está sacudiendo los címbalos con una fuer-
za tremenda. Parece que la gente ve el sonido salir del bronce ...
Las aves están afligidas. . .. N o comprenden lo que pasa. Se
tapan con todas sus fuerzas los oídos. .. Inútil ... El son de los
címbalos traspasa todo obstáculo. .. Ahora las aves empiezan
a parecer como enfermas. .. Sí... Parecen cucarachas en día
de lluvia que no saben si correr o volar. .. Algunas están ya
volando ... y otras ... y otras ... y ahora todas ... ¡Todas,
sí! ... Todas alzaron el vuelo y allá van subiendo por las nu-
bes. . . Se van quedando pequeñitas. . . Puntos en el espacio ...
Ya. .. ¡Desaparecieron!
Hércules había dejado de tocar "los címbalos.
-Vamos al encuentro de él, gritó Perucho. Nuestro gran
héroe acaba de realizar maravillosamente su Sexto Trabajo ...
Fueron al encuentro de Hércules todavía con los oídos en-
sordecidos y un gran zumbido dentro de la cabeza.
Lo encontraron caído en tierra como muerto. Perucho lo
sacudió:
- 1'Eh'. 1'H'
ercu1es ....
r 'H'
1 ercules'.... c.'Q'
ue t e pasa, amIgo.
. ?
y el héroe nada, mudo como un pez.
-¿Lo habrán herido con alguna pluma? sugirió Emilia;
pero el examen que Perucho le hizo no reveló nada.
-Se encuentra en estado de choque, por causa de la vio-
lencia del sonido, dijo el vizconde. Tenemos que dejarlo en
reposo por una o dos horas.

[258 ]
Las aves están afligidas... N o comprenden 10 que pasa ...

[ 259 ]
MONTEIRO LoBATO

Pero no fué así. Sólo al día siguiente volvió Hércules en sí


de aquel estado de choque causado por la violencia del sonido
de los címbalos de Palas-Atenea. Pero estaba como quien ter-
mina de salir de una pesadilla.
Perucho agarró los címbalos y los envolvió muy bien en el
trozo de nube, diciendo: "Si esto queda descubierto, de repente
recibe un golpe por azar y nos deja nuevamente sordos".
-¿Y el mensajero?
Había desaparecido misteriosamente.
El sonido de los címbalos no los había aturdido solamente
a ellos en las inmediaciones del pantano. Alcanzara también a
la ciudad. N o hubo en ella quien no quedara sordo. Pero des-
pués de restaurada completamente la nonnalidad de los tímpa-
nos, no hubo quien no corriese a visitar las márgenes del pan-
tano. ¡Qué desolación!. .. Esqueletos y más esqueletos de las
gentes comidas por los pájaros antropófagos. Y por el suelo
una cantidad de plumas de bronce.
Minervino había partido para el Olimpo y allí estaba cu-
chicheando con Palas en un rincón.
- y entonces, ¿cómo fué la aventura de Heracles?
-Ah, diosa, nunca vi un trabajo más bien hecho. Cuando
Heracles empezó a sacudir los címbalos, el sonido fué "dema-
siado", las aves empezaron a agitarse como atacadas de súbita
locura. Fueron levantando el vuelo y desaparecieron en el
espacio.
-¿Para dónde irían?
-Se lanzaron con rumbo al sur. Con seguridad para los
desiertos de Mrica.
Luego le contó el empujón que Hennes le había dado y
cómo sus pedazos habían caído muy bien dentro de la caldera
de Medea ...
-Ya sé, ya sé, le dijo Palas. Lo vi todo y fué por obra
mía que eso sucedió. Una vez más ha salido Hera derrotada.
La alegría de la población de Estinfalo fué inmensa. Se
veían libres de la mayor de las calamidades. Hubo fiestas y
más fiestas en honor del gran héroe y de sus amigos. Climene

[ 260]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

no se apartaba más de la banda, siempre cortejada por el viz-


conde ... y también por Perucho. Ah, j qué melancólica escena
la "desilusión del vizconde" cuando. percibió que tenía un rival
y que ese rival era el preferido por Climene! La pastorcilla
correspondía al amor del vizconde por broma. Gustar de ver.
dad, solamente le gustaba Perucho.
En cuanto Hércules habló de partir, hubo algunas resis-
tencias.
-¿Por qué tan pronto? dijo Perucho. Es tan simpática
esta ciudad de Estinfalo ...
El vizconde suspiró y habló de quedarse unos días más
para "los estudios del dialecto griego allí hablado" y hasta
Climene aplicó la brasa a su sardina.
-¿Y si volvieran los pájaros? dijo. Yo, si fuera Heracles,
me quedaría algún tiempo más ...
Por compasión de los tres, el héroe atrasó su marcha por
más de tres días. Por fin dijo:
-Basta de enamoramientos. Me voy a Micenas.
Hubo conmovedoras despedidas. Abrazos. Y por indica-
ción de Emilia, el vizconde le dió un besito a Climene -el pri-
mero y el último de su vida ....

EL REGRESO

El viaje de regreso se produjo sin novedades. Como Emilia


demostrase interés en conocer la vida del héroe desde sus co-
mienzos, el vizconde le dijo:
-Estuve hoy conversando sobre el asunto con el mensa-
jero de Palas y puedo contar lo que oí.
-Pues, cuenta. ¿Cómo fué el nacimiento del héroe?
El vizconde carraspeó y comenzó:
-La madre de Hércules era la mujer de mayor belleza del
mundo. Se llamaba A1cmena. Un día dió a luz dos criaturas

[ 261 ]
MONTEIRO LOBATO

gemelas: Hielo y Alcides, que fué el primer nombre de nuestro


héroe. Pero Juno desconfió de la alegría de su divino marido.
Aquel interés de Zeus por los gemelos le causó celos y desde
entonces empezó a perseguirlos. La primer cosa que hizo fué
dar orden a dos horribles serpientes de escamas azuladas para
que fueran a la cuna de las criaturas y las devorasen ...
-¿Juno o Hera? interrumpió Emilia.
-Hera es la misma Juno. Yo prefiero decir Juno porque
el nombre de Hera se confunde con el verbo "era" y a veces
enreda la historia. Los pequeños estaban en el mejor de los
sueños cuando las serpientes entraron en el cuarto con los ojos
enrojecidos de fuego y las lenguas fuera. La oscuridad era
completa; nadie las podía ver. ¿Cómo salvar a las dos criaturas?
Pero desde el Olimpo Zeus descubrió la maldad de Juno e hizo
que una intensa elaridad iluminara el cuarto. j Los gemelos
despertaron ofuscados por la luz y vieron a las cobras! ...
-Imagínense el susto de los pobrecitos, exelamó Emilia.
¿Y después?
-Hielo fué el que despertó primero. Dió un grito de pavor
y salió disparando. Sólo entonces despertó Alcides. Despertó,
pero no huyó, porque su destino era no huir de ningún peligro.
En vez de escapar, agarró a las dos serpientes por el pescuezo
y comenzó a asfixiarlas como hizo con el león de Nemea. Las
serpientes se enroscaron en él, atacadas de horribles convul-
siones, pero sus manos no aflojaban y apretó de manera que
no tuvieron más remedio que morir.
-¡Bravo! ¡Bravo! gritó Emilia. Un chico así qUlsIera
tener yo. ¿Y la tal Alcmena, su madre, no hizo nada?
-Alcmena dormía en el cuarto próximo. Al oír el grito de
Hielo, despertó a su esposo Anfitrión y demás gentes del pala-
cio. Corrieron todos al cuarto de las criaturas y allí se encuen-
tran con aquel cuadro horrible: i el pequeño Alcides agarrando
a las serpientes por el cuello, una en cada mano! Alcmena dió
un grito de horror, pero el pequeño sonrió y lanzó a sus pies
las dos serpientes muertas ...
- j Qué placer para Alcmena tener un hijito así! ¿Y después?

[ 262 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Después Alcmena fué a consultar a un gran adivino de


aquellos tiempos, el famoso Tiresias, para que le dijera la bue-
naventura al chico. Tiresias se concentró y habló que ni el
oráculo de Delfos: "Tu hijo se convertirá en un héroe inven-
cible y concluirá transformado en una de las constelaciones del
cielo, pero eso después de haber destruído aquí, en la tierra,
a los monstruos más tremendos y sobrepujado a los guerreros
más temibles. El Destino le impone Doce Trabajos de gran im-
portancia. Por fin morirá devorado por el fuego de N eso y
entonces su alma irá a morar en el "Olimpo".
-Sí. Tiresias no se parecía a las tiradoras de cartas de
nuestro mundo moderno, que yerran mucho más de 10 que
aciertan. Todo cuanto dijo se cumplió fielmente. Después de la
lectura de la suerte del pequeño, Alcmena se tranquilizó y trató
de criarlo de la mejor manera posible. La educación de Alcides
fué orientada por Linos, un hijo de Apolo, el cual le enseñó las
ciencias y las letras.
Emilia hizo un gesto irónico y dijo que no daba nada por
el tal profesor, visto que su discípulo Hércules en materia de
ciencias y letras sabía mucho menos que un marIo científico.
El vizconde explicó:
-Es que las ciencias enseñadas entonces no eran las de
nuestro mundo moderno, sino las ciencias de la lucha, o el arte
de la lucha, puesto que la lucha es más bien arte que ciencia.
Linos le enseñó todos los trucos de los grandes luchadores, las
zancadillas, cómo aplicar un buen "swing" en la quijada del
adversario y cómo hacer todas esas cosas que tanto le gustan
a Perucho. También le enseñó a manejar la clava y a no errar
una sola flecha. Le enseñó a gobernar los carros de carrera,
a enristrar la lanza, a defenderse con el escudo, a atacar al
enep"ifYo y protegerse de sus golpes, a organizar un ejército.
Nada hubo que no le enseñase.
-Apuesto a que hubo, dijo Emilia. Apuesto a que no le
enseñó a leer ni escribir.
-La lectura y la escritura sirven de muy poco a los héroes.
Por 10 general son analfabetos. Con ellos sólo vale el músculo

[ 263 ]
MONTEIRO LoBATO

y la agilidad. Y así se fué fonnando Alcides, para no dejar mal


al gran Tiresias que le había hecho el horóscopo y adivinado
el porvenir. Un poeta griego llamado Teócrito cuenta en uno
de sus poemas que la cama del pequeño Alcides era una piel
de león, y que desde muy pequeño se alimentaba de carne
asada en vez de sopas de pan, leche condensada y otras ton-
terías modernas. Y ya entonces comía como un changador.
-La cuenta de hoyes de tres carneros, dijo Emilia. No
lo hace por menos. Aquel día que solamente se comió dos, sentí
lástima de él. ¡Qué hambre pasó aquella noche!
El vizconde continuó.
-Pero su tremenda energía tenía que causar muchos de-
sastres, y de ahí todas esas muertes y homicidios de que le echan
la culpa. Se volvió un gran matador de hombres y animales.
¿y sabéis quién fué su primera víctima?
-¿Quién?
-Su propio maestro Linos ...
-¡ Bien hecho! exclamó Emilia. ¿Quién lo manda ense-
ñarle tanta "ciencia". ¿Y por qué lo mató?
-El caso fué así. Cierta vez Linos, queriendo probar los
progresos de su discípulo, le pidió que eligiese el mejor libro
de una estantería llena con las mejores obras maestras de las
letras griegas. Y Alcides eligió el Manual del Perfecto Cocinero~
de un tal Simón. Linos, enojado, le dió un gran rezongo. Y el
joven Alcides, perdiendo la cabeza, cogió una cítara que tenía
a su alcance y con ella le aplicó a Linos uno de los golpes que
aquél le había enseñado. Y lo mató.
-¡Diablo! ¡Qué genio!. .. exclamó Perucho.
-Era uno de esos crímenes por los que castiga la ley y
allá se fué nuestro Alcides al tribunal de justicia. Allí se defen-
dió citando una célebre "Ley de Radamanto", que no conside-
raba crimen de homicidio el cometido contra un atacante. Linos
lo había atacado con palabras violentas y él le había replicado
con un citarazo. Lo absolvieron. . . Pero Anfitrión, temeroso de
que siguiera cometiendo hazañas como aquélla, envió al chico
al monte Citerón a vivir entre pastores, y allí fué donde se

[264 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

completó el desarrollo de Alcide. En Citerón mató al primer


león, un león terrible, que estaba devastando los rebaños del
rey de los Tespios. Comenzó con ese hecho su verdadera vida
de héroe.
-Para mí empieza con el estrangulamiento de las serpien-
tes, cuando aún estaba en la cuna, aseguró Emilia.
-Sea, dijo el vizconde. Pero los grandes hechos de Alcides
se produjeron después de la muerte de ese león. Yendo a Tebas
encontró aquella ciudad dominada por el Rey Ergino, el cual
había impuesto a los tebanos un tributo anual de cien bueyes.
Hércules llegó a la ciudad exactamente el día en que los emi-
sarios de Ergino se habían presentado a reclamar los cien bueyes
del primer pago.
-"¿Qué historia de bueyes es esa?" preguntó, y al saber
la imposición de Ergino agarró a los emisarios y les cortó las
orejas y las narices. "Díganle a ese tal rey Ergino que sus cien
bueyes son estas orejas y estas narices cortadas". No era po-
sible una ofensa más grave y el rey Ergino levantó un ejército
para atacar a los tebanos. La gran fuerza de aquel ejército
estaba en su caballería, pero nuestro héroe al frente de los
tebanos empleó un recurso: rellenó con enormes piedras el
único paso entre montañas por donde podría llegar la caballe-
ría. Eso trastornó gravemente el ataque de Ergino, el cual fué
derrotado y murió en la lucha. Los tebanos entonces le impu-
sieron al reino de Ergino el pago de un tributo de doscientos
bueyes. Gracias a Hércules la situación había cambiado. Muy
agradecidos de su ayuda, los tebanos consagraron al héroe va-
rios templos y le erigieron diversas estatuas. Una de ellas dedi-
cada a Heracles Rinokloustes o el "corta narices", y otra a He-
racles Hippodetes o el que "cierra el paso a los caballos". Y
además de ello el rey de Tebas le concedió la mano de su hija
Megara.
-¿La misma a la que dió muerte durante su período de
locura?
-Sí, la misma; Megara le dió tres hijos, y todo marchaba
muy bien. Pero Juno ...

[265 ]
MONTEIRO LoBATO

-¡Ya se estaba demorando! Juno es de esas que no olvi-


dan ni perdonan nunca. Una perfecta fu ... -iba a decir Emi-
lia, pero se tragó la mitad de la palabra "furia". Emilia comen-
zaba a temer a Juno.

MAS HAZAÑAS DE HERCULES

El vizconde continuó:
-La locura de Hércules fué un artificio de Juno, la cual
10 enloqueció a propósito para que matase a su esposa e hijos
- y ya vimos como fué eso. A consecuencia de aquel horrible
desastres Hércules se condenó a sí mismo al exilio y cayó en
las garras de Euristeo.
Todo eso 10 contó el vizconde, bien acomodado sobre el
lomo de Medio-y-Medio, mientras proseguían rumbo a Mice-
nas. Hércules iba detrás, callado, meditando alguna idea. Emi-
lia 10 miró y dijo: "¿En qué estará pensando Lelé?"
-Apuesto que en la comida, respondió Perucho. Ya es
la hora.
Un poco más adelante, a la orilla de un riachuelo, se de-
tuvieron para cuidar de sus estómagos. Medio-y-IVledio saliS
al galope para "encontrar" los carneros de costumbre, y los chi-
cos se quedaron conversando con el héroe.
-¿En qué está pensando, Lelé? preguntó Ernl1ia.
Hércules hizo el gesto del que despierta de un sueño. Se
quedó con la mirada fija durante un instante. Después dijo:

[ 266 ]
No puedo comprender lo que es. Fuego ... llamas ...

[ 267 ]
MONTEIRO LoBATO

-Estaba pensando en qué cosas nuevas inventará Hera


para perseguirme. Tengo miedo a una cosa, Emilia: que, a
pesar de la protección de Zeus y de Palas, Hera termine de-
rrotándome. N o descansa. N unca vi un odio igual. Desde el
día en que maté las dos serpientes, nunca ha dejado de con-
cebir medios de acabar conmigo. Y queda aquella previsión de
Tiresias preocupándome mucho.
-¿La tal de la hoguera de N eso?
-Sí. No puedo comprender 10 que será. Fuego - hoguera-
llamas . .. ¿De qué manera podré morir quemado? Le tengo
horror al fuego ...
-¡ Oh! ¡ El fuego es efectivamente horrible! dijo Emilia.
Cierta vez, allá en la quinta, el día de San Juan, me quemé el
dedo con pólvora i y cómo me dolió! Sólo cuando tía Anastasia
mojó la quemadura con querosén se me pasó el dolor.
-¿Pólvora? ¿Querosén? murmuraba Hércules que oía por
primera vez tales palabras.
Perucho y el vizconde se aproximaron.
-Vizconde, dijo Emilia, cuéntale aLelé 10 que son la
pólvora y el querosén.
El vizconde habló como un verdadero filósofo.
-La pólvora, dijo, fué la gran invención que acabó con
los héroes. En los tiempos modernos no puede haber héroes
como estos de Grecia, sencillamente porque la pólvora no 10
permite. La fuerza física sirve de poco. Con un tiro, hasta un
niño puede derribar a un gigante.
-¿Tiro? ..
-Sí, Hércules. El tiro es el estallido de la pólvora dentro
de un caño - y el vizconde explicó, como pudo, el mecanismo del
tiro. Habló de las escopetas, de los revólveres, de los cañones,
de las bombas aéreas, todo artes de la pólvora. Pero por más
que explicase Hércules se quedaba 10 mismo y hacía preguntas
desalentadoras.
-¿Entonces a un león como el de Nemea, a una hidra de
nueve cabezas, o a un jabalí como el de Erimanto, los derriban
ustedes con el tal tiro?

[ 268]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

- ¡ Jugando, Lelé! exclamó Emilia. Hasta los rinocerontes


y los hipopótamos del Mrica, que son los bichos mayores que
exista, un cazador cualquiera los derriba con una bala en la
cabeza.
-¿Bala?
-La bala es la mensajera del tiro. Existe el tiro que es la
voz de la pólvora; y luego que el tiro suena, allá va su men-
sajera "bala" a clavarse rápidamente en el enemigo. Este va-
cila y muere ...
-¿Y qué tamaño tiene esa mensajera?
-¡Oh! ... A veces es muy pequeñita. Para abatir un león
de Nemea o un jabalí de Erimanto, basta una balita de este
tamaño -y le mostró el dedo pulgar de Perucho.
Hércules se asombró. Imposible concebir semejante pro-
digio. ¿Cómo una cosita tan minúscula podía dar cuenta de un
monstruo? Emilia se reía.
-Es que esas mensajeras atraviesan todo 10 existente.
Atraviesan escudos, corazas, y penetran en el cuerpo de los
atacados.
Hércules se sonrió, y apuntando para la piel del león de
Nemea, que por ser invulnerable llevaba siempre con él, le
preguntó:
-¿Atraviesa también eso?
- j Sí 10 atraviesa! ¡Jugando! ...
-¿ Cómo? ¿Si esta piel es invulnerable?
. -Será invulnerable aquí, para las saetas y lanzas. Pero
para una bala de carabina o revólver, es tan vulnerable como
un higo podrido. . . .
Emilia habló de higos porque Medio-y-Medio se aproxi...
maba llevando una cesta de higos, ¡y qué deliciosos estaban!
-Buenos como aquéllos de la casa de Pericles, dijo Emi-
lia comiendo uno. Está como miel ...
- y también traigo miel, dijo el centaurito presentando
un ánfora llena. Y también estas tortas ...
Fué una fiesta. Hasta el héroe se hartó, y la conversación
recayó sobre frutas. Perucho contó la historia de todas las fru-

[269 ]
MONTEIRO LOBATO

tas de la quinta de doña Benita: las sandías, los mangos, los


"coyas" ...
- Tenemos allí las llamadas frutas tropicales, di 10 el pe-
queño. Aquí, en Grecia, solamente hay frutas de "l8.S zonas
frías o templadas: manzanas, uvas, peras. Y dátiles, ¿hay por
aquí, Hércules?
Hércules confesó que en Grecia solamente había dátiles
importados.
-También allí donde nosotros vivimos solamente hay dá-
tiles importados. Vienen en latitas.
Hércules quiso saber 10 que eran "latitas" ...
La dificultad en conversar con los griegos estaba en que
ellos no podían tener idea de las cosas modernas. "Lata",
"jarra", "caja de fósforos", "cigarrillos" ... ¿Cómo explicarles
esas cosas a quien no las vió nunca? Pero de todo cuanto los
chicos dijeron, 10 que más le interesó al héroe fueron las cara-
binas y los cañones modernos. Cuando supo que un cañón
lanzaba una bala enormísima a muchos kilómetros de distancia,
abrió la boca. Y mucho más cuando supo que las balas "esta-
llaban" cuando caían.
-¿Entonces, dijo, desde aquí los héroes modernos pue-
den destruir una ciudad como Micenas que está a diez leguas?
- j Jugando! respondió Perucho. En las guerras de nues-
tro mundo el enemigo recibe balas sin descubrir quién las tira
-y le habló de los bombardeos aéreos.
i Ah, lo que costó hacerle entender lo que era un avión!
-¿Aves de hierro? ¿Como las de Estinfalo?
-¡Peor, mil veces peor! Son aves enormísimas, que vuelan
a grandes alturas con velocidades prodigiosas y desde lo alto
dejan caer bombas o balas de tamaños increíbles. La ciudad
de Berlín fué destruída por varios días de lluvia de bombas
"arrasa manzanas".
-¿Qué quiere decir eso?
-Quiere decir que cada bomba arrasaba una manzana
entera.
Hércules no salía de su asombro. Después preguntó:

[ 270 ]
Hércules volvió a meditar, con la mirada perdida . ..

[ 271 ]
MONTEIRO LoBATO

-Pero, entonces, la vida en el mundo moderno es un ho-


rror. y si llueven sobre las ciudades bombas desde el cielo,
¿cómo se arreglan las mujeres y los niños?
-Todos van a la fosa común. Quedan reducidos a papilla.
Aquí la lucha es sólo contra monstruos o contra otros guerre-
ros. Allá la furia de las balas no distingue: le da a quien en-
cuentra. El gran pasatiempo Q!:' nuestros tiempos modernos
está en destruir, destruir y destruir. Ciudades enteras desapa-
recen en horas. Poblaciones enteras son despedazadas. Por
eso a nosotros nos gusta tanto esta Grecia tan bonita, llena de
héroes que solamente atacan monstruos, llena de dioses ama-
bles, de pastores y pastorcitas, de ninfas en los bosques, de
náyades en las aguas, de faunos y sátiros en los campos.
Perucho confirmó las palabras de Emilia.
-Sí, sí, Hércules. Para nosotros los modernos, esta Gre-
cia es tan bonita que por mi gusto yo me quedaba acá. ¡Cómo
le gustaba a abuelita la Atenas del tiempo de Pericles! Hasta
hoy suspira cuando se acuerda de la semana pasada allí, de
la Panatenea en la que Naricita tomó parte -y abuela también,
disfrazada con un viejo vestido de doña Aspasia ... (l) Por
mí, yo no salía nunca más de esta Grecia que es el encanto
de los encantos.
Hércules recayó en meditaciones, con la mirada quieta ...
La comida de aquel día fué la mejor de todas. Además de
los asados de costumbre tuvieron una espléndida sobremesa.
Después recayó la conversación sobre la aventura de tía Anas-
tasia en la isla de Creta. Eso dió motivo para que el héroe se
refierese a lo que corría por el pueblo.
-Se habla mucho de un toro enfurecido que apareció en
Creta y hace grandes estragos. Tengo recelo de que después
de este último trabajo, Euristeo me mande terminar con ese
toro.
-¿"Recelo", Hércules? exclamó Emilia. ¿Puede Hércules
tener recelo de nada?

1 El Mluotauro.

[ 272 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

El héroe declaró que se trataba de un toro loco y él tenía


miedo a los locos.
-Después de mi período de demencia, quedé con un ver-
dadero horror a la locura. La gente no sabe nunca 10 que un
loco va a hacer. Los locos me desorientan y me causan una
-sensación muy desagradable de inseguridad ...
-Con los borrachos pasa igual, dijo Perucho. Es 10 que
.abuelita dice siempre. Y ya que hablamos de bebidos, ¿será
verdad 10 que cuentan de Baco, Hércules? ¿Que vive borracho?
En nuestro mundo moderno llamamos a los bebidos "devotos
de Baco".
El que contó a los chicos la historia de Baco, no fué Hér-
1:ules, sino el mensajero de Palas, el cual reapareció en aquel
instante, inopinadamente.

DIONISOS

Antes de que Minervino tomara la palabra, el vizconde


explicó que en Grecia no hubo nunca ningún Baco. Ese nom-
bre fué romano. El que hubo en Grecia fué Dionisos, al que
más tarde les romanes transformaron en Baco.
Minervino, que no sabía nada de eso, por ser cosas del
futuro, se admiró mucho. Después contó la historia de Dionisos.
-Ese dios, dijo, es hijo de Zeus y de Zemele, la cual mu-
rió fulminada meses antes de que él naciera. Zeus entonces
tomó al pequeño y 10 colocó dentro de su propio muslo, en
donde 10 dejó estar hasta el día marcado para el nacimiento.
-¡Qué cosa! exclamó Emilia. Esos tales dioses del Olim-
po nacen de todas formas. Palas brotó de la cabeza de Zeus.
Ahora el tal Dionisos sale de su muslo... Esto me recuerda
la galera de aquel prestidigitador que apareció en la ciudad en
el circo de los caballitos. No había nada que no saliese de su
galera: patos, palomas, conejos ...
Minervino continuó:

[273 ]
MONTEIRO LoBATO

-Así nació Dionisos y fué educado por las ninfas de Nisa.


Pero una vez educado, salió por el mundo como un verdadero
salvaje. i Qué vida la suya! Más parecía un héroe que un dios.
Visitó a muchos reyes; se hizo amar por Ariadna, en la isla de¡
Naxos; tomó parte en la guerra de los dioses contra los gigan-
tes, dirigió una expedición a la India. Tuvo nombres en canti-
dad: Nisio, Bromio, Ditirambo, Evios, Bakos, Zagreo, Sabazio...
y siempre andaba seguido de una alegre comitiva de sátiros,
faunos, ménades, bacantes, sUenos y hasta del dios Pan.
_.i Qué juerguista debía ser! comentó Emilia. ¿Y no fué
él quien inventó el vino?
-Sí, contestó Minervino, porque a él se le atribuye el
origen de la uva. El vino no es otra cosa que el jugo de la uva
fermentado. De ahí el haberse convertido en el dios más popu-
lar de todos, en el dios de las alegres fiestas en que hay mucho
vino y todos quedan con la cabeza atontada ...
Estas historias iban siendo contadas durante la marcha
hacia Micenas. Minervino seguía alIado de Medio-y-Medio de
manera de poder ir hablando con los chicos mientras camina-
ban. Y aun estaba hablando de Dionisos cuando llegaron a una
aldea en fiestas -justamente una fiesta dionisiaca, con muchos
bailes alegres y mucho vino. Hércules dió la voz de alto. Sería
curioso mostrar a los chicos cómo era una fiesta popular en la
Arcadia.
En la plaza principal de la aldea, todo el pueblo se hallaba
reunido para asistir al desfile de una procesión cómica. Al
frente venía un macho cabrío adornado con flores y coronas;
detrás seguían bailarines y músicos tocando cítaras y flautas
de Pan. Unos cantaban y saltaban. Otros gritaban como poseí-
dos por el delirio. Después la procesión se detuvo delante de un
tosco tablado en el que se estaba realizando una representa-
ción teatral muy cómica. Y todo con el mayor entusiasmo.
Minervino iba explicando:
-Esa es la alegría dionisíaca. Hay una contaminación
general. Todos vibran de alegría. Son las fiestas que más le
gustan al pueblo común.

[274 ]
y se puso también a saltar, bailar y cantar . ..

[ 275 ]
MONTEIRO LOBATO

Perucho observó que aquello debía ser el origen del car-


naval moderno, y le dió una idea a Minervino de 10 que era
el carnaval moderno.
-Pero allá el dios del carnaval no es Dionisos sino un tal
Momo. Los devotos de Momo se alegran, saltan, se divierten
como aquí excitados por el vino y el "clima". Se disfrazan de
todas las formas, con máscaras en los rostros y los vestidos más
extravagantes. Estoy viendo que las cosas del mundo son ente-
ramente las mismas: sólo cambian de nombre.
El vizconde, entusiasmado, resolvió tomar parte en la re...
presentación. Subiendo al tablado se puso tarpbién a saltar,
bailar y cantar. Y como todos hallasen mucha gracia en aquella
extrañísima araña de galera, se convirtió en el héroe de la fiesta.
Luego le dieron un trago de vino. El vizconde se 10 bebió de un
golpe y empezó a "excederse". Hizo cosas que habrían hecho
1110rir de vergüenza a doña Benita y tía Anastasia, si 10 supieran.
Cosas impropias de un vizconde.
-¡Quién 10 ha visto y quién 10 ve! exclamó Perucho.
Nuestro vizconde, que era tan grave y sesudo, está ahora hecho
un verdadero pícaro. Hasta bebe... Imagínese si se aficiona
al vino y termina borrachín.
-Cuando volvamos a la quinta tenemos que hacer que
tía Anastasia rehaga al vizconde, dijo Emilia. Este se ha vuelto
desvergonzado por demás. El bueno era el de antes ...
A Hércules le gustaba el vino y casi bebió también, pero
Emilia no 10 dejó.
- j Nada, Lelé! Tú con vino en la cabeza te debes volver
la peste de las pestes. Eres capaz de hacer las mayores locuras
y dar cuenta de toda esta pobre gente. No quiero que bebas.
Hércules suspiró.
Como se hizo tarde, resolvieron quedarse adormir en
aquella aldea. Al día siguiente, antes de que la población sa-
liera de la cama, ya estaban de nuevo en camino.
-Siento como un aire de mIércoles de ceniza, observó
Pel'ucho, y le explicó al mensajero de Palas como era el miér-
coies de ceniza en el mundo moderno, cuando toda la gen te

[ 276 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

que tomaba parte en las fiestas del Carnaval aparecía con cara
de resaca y un sabor de mango de paraguas en la boca.
MinerVino entonces contó muchas cosas de las fiestas dio-
nisíacas y de las demás fiestas populares helénicas. En aquel
tiempo las palabras "Grecia" y "griego" no existían. Todo aque-
llo era entonces la "Hélade", y sus habitantes se llamaban
"helenos".
-¿Yeso por qué? quiso saber 'Emilia. Y fué el vizconde
quien lo explicó. A pesar de su "resaca", el marlito todavía
funcionaba bastante bien.
-Hubo por allí un jefe de tribu llamado Helen, hijo de
Deucalión y de Pirra, el cual se hizo rey de la Focia. Los súb-
ditos de Helen se llamaron helenos y todas estas tierras de
Grecia fueron pronto conocidas como Hélade o país de los
helenos.
-Pero, ¿de dónde llegaron esos helenos? quiso saber
Perucho.
-Dice la historia que procedían del Cáucaso, donde la
raza es blanca y muy bonita. Emigraron de allí para acá en el
tiempo de los pelasgos, que eran una cosa así como los indios
·de aquí, o habitantes primitivos. Como fuesen muy valientes e
inteligentes, los helenos de Helen sometieron a los pelasgos y
los sustituyeron.
-Lo mismo que allá en nuestra América los europeos
sustituyeron a los indios, cuchicheó Emilia al oído de Hércules
al que le estaba enseñando muchas cosas de la historia ame~
ricana en general: Bolívar. Wáshington, San Martín.
El vizconde continuó:
-Fueron los romanos quienes más tarde descubrieron ese
nombre de Grecia. Era su manía cambiar el nombre de las co-
sas, y muchas veces lo cambiaban para peor, pues Hélade me
parece mucho más bonito que Grecia. Mucho más noble, mu-
cho más no sé qué ...
. Esta conversación fué interrumpida por un incidente ver~
daderamente maravilloso. Al llegar a cierto punto, se encon...
traron con un enonnísimo gigante que gemía bajo un peso

[277 ]
MONTEIRO LOBATO

tremendo. Era Atlas. .. Era el gigantesco Atlas, condenado a


sostener el cielo sobre los hombros.
El espanto de los chicos no tuvo límites. Todos se quedaron
con los ojos tan abiertos que casi se les salían de las órbitas,
y Emilia tembló por primera vez en su vida. Minervino explicó
que Atlas era uno de los gigantes o titanes que habían hecho
la guerra a los dioses del Olimpo. Fueron vencidos y castiga-
dos. A Atlas, Zeus lo condenó por toda la vida a sostener el
peso de los cielos.
Hércules se le aproximó y le preguntó por qué gemía tanto.
-¡ Ah, héroe! contestó el gigante. Gimo porque estoy
ansioso por robar una de las manzanas del Jardín de las Hes-
pérides y no puedo. Si largo esto, el cielo se caerá sobre la
tierra y la aplastará.
Hércules, el héroe de mejor corazón que jamás hubo en el
mundo, se apiadó del titán y le dijo:
-Pues vete en busca de la manzana de oro, que yo sos'"
tendré el cielo entretanto. Pero no demores mucho.
Atlas sonrió, y pasando el cielo a los hombros del héroe,
se fué.
Emilia se quedó asombrada. A pesar de conocer la inmensa
fuerza de Lelé, jamás supuso que llegase hasta aquel puntó.
i Sostener el cielo sobre los hombros!. .. y con miedo de que no
pudiera aguantar y se cayera al suelo desmayado, se le
aproximó:
-¡No abuses de esa manera, Lelé! Larga eso. El conde-
nado a sostener el cielo fué el gigante y no tú. Pero Hércules
nada respondía; no podía ni hablar.
La aflicción de los pequeños era grande. ¿Y si Atlas no re-
gresara? ¿O si cuando regresara ya estuviera Hércules derren-
gado por el peso? Pero felizmente Atlas volvió. Venía radiante
con el dorado pomo en la mano.
-¡Sujete el cielo en seguida, que Lelé está ya sin habla~
no aguanta más! le gritó Emilia con la mayor impaciencia.
Atlas guiñó picarescamente.
-¿Cargar otra vez con ese peso, yo que conseguí librarme

[278 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

de él? ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ... Quién es tonto pide a Zeus que 10
mate y a Caronte que se 10 lleve.
Emilia vió las cosas mal paradas. Si aquel estafermo no
volvía a su puesto, Hércules dejaría caer su carga -y con ella
caía sobre la tierra toda la inmensidad de los cielos, con todas
las estrellas y planetas ¿y qué pasaría? Ni una patita de pulga
se escaparía al más completo aplastamiento. Fué 10 que ella
le explicó a Atlas.
-¿Qué pasará si tú no contienes el cielo? Lelé no podrá
más y 10 soltará, el cielo se vendrá abajo y el primero que será
aplastado serás tú, que eres el más grandote. La luna golpeará
en tu cabeza antes de llegar a las nuestras.
y señalando a Hércules que ya daba señales de estar
exhausto:
-¿No ve que ya las fuerzas están llegando a su fin? Unos
segundos más y pronto Lelé se entrega. .. Ayúdele un poquito
mientras él toma aliento.
Atlas, en su inmensa estupidez de gigante, resolvió "soste-
ner el cielo un poquito mientras el héroe tomaba aliento", y
volvió a colocarlo sobre sus hombros.
¡Qué alivio! Al verse libre de tamaño peso el héroe cayó
sentado, sin habla, pálido como la muerte. Emilia le abanicó el
rostro, le dió a beber agua. Hércules fué volviendo en sí. Se
sopló 10 mismo que el vizconde. La sangre le volvió al rostro.
Por fin habló.
-¡Caramba! ¡Qué peso! ... Estoy como reventado por
dentro. Unos segundos más y soltaba la carga ...
Pasaron tres minutos. Pensando que Hércules debía estar
suficientemente descansado, Atlas 10 llamó:
-Venga, amigo. .. Basta de respiro ...
Emilia se llevó las manecitas a la cintura y le dijo:
-¡Pedazo de bobo! ... El que se va a quedar ahí toda la
vida eres tú, porque fuiste tú y no Lelé quien se sublevó contra
los dioses.
Al oírla, Atlas tuvo un acceso de furia y aún con el cielo
sobre los hombros extendió una mano para agarrar a Emilia

[279 ]
MONTEIRO LOBATO

y torcerle el pescuezo. Con aquel movimiento, la bóveda celeste.


vaciló y casi se cae. .. Fué un' momento terrible. Hércules de
un empujón sostuvo al cielo de su lado, mientras Perucho' casi.
le arranca el brazo a Emilia del tirón que le dió.
Pasó el peligro. Todos respiraron. El cielo había vuelto al
equilibrio de siempre, bien seguro sobre los hombros de Atlas.
Perucho estaba con el corazón a saltos por el tremendo peligro'
pasado. Le costó volver a la normalidad. En esto vió que Emilia
guardaba algo en su canastita. Espió. ¡Era la manzana de las:
Hespérides! Atlas la había dejado caer en el suelo y ella, más..
que de prisa, la vió y la escondió ...

EURISTEO . SE ENFURECE

Al día siguiente, bien descansado, fué Hércules a Micenas:-


a dar cuenta al soberano de la realización de aquel último Tra-
bajo. Al saber que el héroe había espantado muy lejos a las
aves del lago Estinfalo, Euristeo se mordió los bigotes.
-¡ Mi orden no fué ésa! gritó levantándose en el trono.
Mi orden fué destruir aquellas aves. Si te has limitado a espan-·
tarlas, pronto las tendremos allí otra vez.
-No hay peligro, Majestad. El recuerdo del sonido de los;
címbalos hará que no vuelvan jamás.
-¿Qué címbalos?
-Los címbalos que Hefestos le regaló a la diosa Palas.,
Euristeo, que no sabía nada, abrió los ojos.
-¿Cómo los conseguiste? quiso saber.
-Directamente del Olimpo, enviados por Palas, por inter--
medio de un mensajero.
Euristeo miró a Eumolpo, que estaba al lado del trono~.
muy lambeta como siempre. El caso se complicaba. Si Hércules
estaba protegido de tal 'manera por Palas, Hera debería tomar
otras providencias. Y Euristeo tembló. Conociendo el poder de
[280 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES.

Palas, tuvo miedo de que esta diosa, en su furia por proteger


a Hércules, terminase con él. Esto había que pensarlo.
-Bueno. .. Si es así, le dijo a Hércules, preséntate aquÍ
mañana. Vaya pensar el asunto, a ver qué nuevo Trabajo·
te doy.
Hércules se volvió al campamento y al día siguiente com-
pareció ante el rey, cuyo aspecto no era ya el de la víspera.
Por el contrario, estaba alegre y confiado como quien tiene.
nuevas ideas. La razón del cambio era que en su conferencia.
con el ministro Eumolpo éste le había hablado así: "Hay una
cosa que tal vez Hércules no consiga realizar: la destrucción
del Toro de Creta". Euristeo no sabía 10 que aquello era. "¿ QuE
toro es ése?", preguntó. Y Eumolpo le contestó: "Ah, Ma-·
jestad, es un toro gigantesco que está atacado de locura. ¡Un
toro loco! Si un simple perro hidrófobo es 10 que sabemos,
¡imagínese un toro hidrófobo! Imposible que esta vez salga
Hércules victorioso". Euristeo sonrió diabólicamente, y recibió-
al héroe restregándose las manos.
-¡A las órdenes de Vuestra Majestad! dijo Hércules, hu-
milde como siempre. Aquí estoy para recibir la misión que-
Vuestra Majestad se digne confiarme.
y Euristeo, con una sonrisa en los labios, le dijo:
-Quiero que vayas a la Isla de Creta y me traigas vivo..
al Toro Loco. Nada más.
Hércules se retiró bastante disgustado. ¡Toro Loco! Desde
el periodo de su locura, le había tomado cierto miedo a los;
locos. Pero, ¿qué hacer? Eran órdenes del rey. Tenía que cum-·
plirlas; y se volvió al campamento con la noticia.
-Ahora tenemos que ir a Creta, gritó desde lejos a los:
chicos. Hay allí un tal Toro Loco. Euristeo quiere que le traiga:
ese monstruo vivo ...
Emilia batió palmas.

[ 281 ]
VII

EL TORO DE CRETA
CLIMENE

El caso del Toro de Creta fué consecuencia de la pelea


entre un dios y un rey. Pero, ante todo, tenemos que ver para
quién era la cartita que estaba escribiendo el vizconde. Hércu-
les había puesto el punto final a su Sexto Trabajo y había
ordenado que levantaran el campamento. Mientras Medio-y-
Medio y Perucho se ocupaban de ello, Emilia rebuscaba en su,
canasta y el vizconde "elaboraba" una carta.
-¿A quién le está escribiendo, vizconde? preguntó la mu·
ñeca, sin interrumpir el arreglo de sus cosas.
-A una persona, respondió el marlo.
Emilia siguió moviendo sus cosas durante unos veinte mi-
nutos más y el vizconde seguía con la carta. De pronto Emilia
desconfió.
-¿Qué carta tan larga es (So., vizconde? y corrió a ver.
El vizconde la cubri6 con la galera.. Emilia dió un soplamocos
a la galera y agarró la carta. Era. para Climene ...
-¡Ah, granuja! ... Con que escribiendo cartitas de amor.
¿eh? y se puso a leerla mientras el vizconde levantaba la gale-
rita y la limpiaba con la manga, confuso y avergonzado.
Emilia leyó:

((¡Idolatrada criatura!
Tomo la pluma para trazar estas líneas con el corazón
despedazado. Tu imagen no sale de mi imaginación. Te
veo en todo, Climenita. Miro a los ojos de Hércules y lo
que veo son tus ojos, Climenita. Miro a la floresta y veo
tus cabellos, Climenita. Mi vida se transformó en una
tristeza. Nada me hace gracia. Ni siquiera Emilia . ..

[ 285 ]
MONTEIRO LOBATO

En este punto Emilia paró de leer y lo miró con los


ojitos duros.
-Ni en mí, ¿eh? Acaso crees que me dedico a hacerle gra-
cias a alguien? ¡Paquidermo!. .. y le sacó la lengua. Después
continuó leyendo:

Hércules, pobrecito, no tiene descanso. Ahora debe ir


a Creta a ver a un toro hidrófobo. Hidrófobo significa ra-
bioso, es decir, no propiamente rabioso porque "hidro"
bien sabes que es agua en el hermoso idioma griego, y "fo-
bos", también hermosa palabra griega, significa "horror".
Así "hidrófobo" es el que le tiene horror al agua. Pero en
nuestro mundo el pueblo ignorante llama "rabioso" a 10
que es "hidrófobo".

Emilia interrumpió la lectura para observar que en las car-


tas de amor el galán no debe dar lecciones de idioma.
-Nunca he visto, señor vizconde, tamaña pedantería. Cli-
mene es lo que en el mundo moderno llamamos "una bobita
del campo". Bonita de cara, sí, pero de una ignorancia crasa ...
Crasa, crasa ... ¿qué- es crasa, vizconde? Minervino dice que
Hércules es efe una ignorancia crasa.
El vizconde le explicó que la palabra "craso" proviene del
latín "crasus" -espeso, pesado, grueso. Ignorancia crasa sig-
nifica ignorancia espesa, cascaruda.
Emilia prosiguió:
-Pues Climene es así: hermosa por fuera y crasa por den-
tro -jY el vizconde con esas hidrofobias! ... No quiero leer lo
demás; tome su carta. Y póngale una posdata mía: "Emilia
manda decir que entró por una puerta y salió por otra".
Nada más.
-¿Por qué? preguntó el vizconde confuso. ¿Qué quiere
decir eso?
-Nada.
-¿Y por qué me mandas que lo escriba?
-Para equilibrar, vizconde. Conozco aquella chica. Juro

[286 ]
¿A quién le está escribiendo vizconde? ..

[287 ]
MONTEIRO LOBATO

,que va a dejar de lado todas sus hidrofobias y le va a gustar


mi posdata. A una boba como ella no hay que escribirle sino
bobadas. Otra cosa: ¿cómo va a mandar la carta?
-Por el pirlimpimpín. Le raspo una puntita de polvo en
la nariz ...
Emilia dilató los ojos como tocada por una idea súbita. Se
"quedó inmóvil un instante. Después berreó con el mayor entu-
<siasmo:
- j Qué maravilla!. .. Parece increíble que yo no hubiera
tenido ya esa idea. ¡Así como el pirlimpimpín transporta a la
,gente, también puede transportar las cosas! ¡Basta refregarle
un poco de polvo en la nariz de las cosas! .
La cabeza de Emilia comenzó a hervir ante las nuevas po-
sibilidades de transporte que veía ante sí. Todo lo que había
juntado podía "expedirlo" a la quinta de doña Benita me-
diante el pirlimpimpín, y así cesaban sus preocupaciones en
Grecia.
-¡ Vizconde, vizconde!... gritó agarrando al marlo y
.abrazándolo. ¿Sabe que inventó sin querer una de las mayores
invenciones modernas? Mande en seguida la carta a Climene
y mande dentro un poco de polvo, con la explicación de cómo
usarlo.' Si recibimos la respuesta de Climene, j quedará probado
que el vizconde de la Mazorca es el mayor inventor de todos
10s tiempos! ...
El vizconde no había aún terminado la carta de Climene,
pero tuvo que mandarla lo mismo, incompleta y trunca, tal era
.el ansia de Emilia en comprobar el gran invento.
Hércules, allá a lo lejos, les gritó:
-Llegó la hora. Tenemos que partir.
Pero Emilia no estaba de acuerdo. o

-Espera un poco, héroe. Es impOSIble partir hoy. Estamos


empeñados en una prueba formidable. Corre para aquí.
Hércules se aproximó.
-¿Qué hay?
-Hay esto, y Emilia le explicó la idea del vizconde de re-
mitirle una carta a Climene por el proceso del pirlimpimpín.

[288 ]
El marlo estaba enamorado.
--- -
-
-

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MONTEIRO LOBATO

Hércules no comprendía.
-¿Cómo?
Emilia explicó.
-El pir1impimpín actúa por la nariz. La gente aspira el
polvo ¡y listo! El vizconde tuvo la idea de refregar un poquito
de pirlimpimpin en la nariz de la carta. Si produce efecto, si
la carta hace ¡fiun!, desaparece en el espacio y llega justo a su
destino, entonces... entonces... entonces ... , y Emilia no-
pudo terminar de tan conmovida que estaba.
-Entonces, ¿qué? preguntó Hércules con toda su tontería
de héroe nacional.
Emilia lo miró con aire compungido.
-¡Qué craso eres, Lelé!. .. Pues ¿no te das cuenta que si
eso sucede, se ha descubierto un medio maravilloso para trans-
portar las cosas? Si la carta va derechita a manos de Climene
y si la respuesta de Climene también nos llega justita. .. y
Emilia no pudo seguir. Se echó a llorar. Llanto de emoción.
Llanto de Madame Curie cuando vió brillar en la oscuridad la
primera partícula de radium.
Hércules seguía con aire pasmado. Emilia se enfadó.
-¿Pero no ves, hombre de Dios, que si el pir1impimpín
lleva una carta puede llevar todo lo demás, hasta un elefante?
afirmó.
Hércules abrió los ojos. Comenzaba a comprender. Des-
pués aplicó el hecho a sí mismo, y dijo:
-¿ Quiere decir que podremos traer el toro de Creta con
una buena dosis de polvo? ..
- j Claro! Podemos traer el toro, podemos traer la isla de
Creta enterita, con el laberinto y todo. i Y esto será la mayor de
las revoluciones de todos los tiempos, Lelé! ... Sólo lamento
una cosa: que la idea sea del vizconde y no mía. Soy yo quién
merecía haber tenido esa idea ...
Perucho se aproximó y al saber de qué se trataba se entu-
siasmó también.
- j Dios mío! exclamó. Si la cosa sale bien, el mundo será
nuestro, Emilia. No habrá nada que no podamos hacer.

[ 290 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Medio-y-Medio, que estaba realiza~do los preparativos


del viaje, se aproximó al héroe y dijo:
-Listo. Está todo arreglado. Podemos partir.
-El viaje ha sido postergado, respondió Hércules. Tene-
mos que aguardar el resultado de la experiencia del vizconde.
El marlo sacó de la cintura el canuto de polvo y echó so.bre
la palma de la mano un poquitito. Después, con muchas pre-
cauciones, refregó el pirlimpimpín en la nariz de la carta, ya
dirigida así:

A la señorita Climene, gentil pastorcita residente en


ESTINFALO (Arcadia).

Apenas la carta sintió en la nariz la acción del polvo se oyó


un chasquido y la carta desapareció.
Todos aplaudieron, inclusive el héroe. La cosa marchaba
muy bien. Sólo faltaba que llegara la respuesta. i Y con qué
ansias la esperaban! Perucho dudó.
-No viene ninguna respuesta, dijo. Climene no sabe
escribir, me lo dijo ella misma. Esos pastores de Arcadia son
ignorantí~imos.
-Pero tiene una amiguita que sabe, gritó Emilia. Es Cloe~
la hija del jefe de los pastores.

i TODO SALIO BIEN!

El resto del día pasó lleno de inquietud. Emilia no sacaba


los ojos del cielo, esperando ver una cartita venir y caer justo
en el campamento. Ya se hacían apuestas. "Apuesto que va a
caer aquí", decía uno. "Pues yo apuesto a que no cae, sino que
planea en el aire como hoja seca", decía otro. La ansiedad era
general, mayor en Hércules que en los demás. El héroe estaba
pensando en el toro. Euristeo quería el toro vivo. Mas Creta

[ 291 ]
MONTEIRO LOBATO

estaba lejos y separada del continente por el mar, de manera


que el problema de traer un toro de Creta a Micenas, y espe~
cialmente un toro hidrófobo, ocupaba todos sus pensamientos.
Si la invención del vizconde resolviera el problema, era miel
sobre hojuelas. .. Hércules llegó a perder el apetito. Cuando
por la tarde el centauro le asó los tres cameros de costumbre,
el héroe solo se comió dos. Por primera vez sobraba comida.
El carro de Apolo iba cuesta abajo en el horizonte cuando
llegó la respuesta de Climene. Llegó como una hoja seca traída
por el viento. Dió unas vueltas en el aire y fué a caer justa-
mente junto a los pies del vizconde. Todos se precipitaron, pero
quien la agarró fué Emilia. ¡Pobrecita!. .. Estaba tan emocio-
nada que no podía abrir la carta. Sus dedos temblaban.
-Abrela, Perucho.
Perucho la abrió. La letra debía ser de Cloe.

Amiguito vizconde:
¡SU carta llegó! ¡Qué contenta me puso!. .. Cloe me
la leyó. Lamento mucho sus aflicciones. Cloe dice que eso
de la ((hidrofobia" está bien. Aquí sin novedad. Las aves
del lago no volvieron. El tema de todas las conversaciones
es la misma: las aves con plumas de bronce. Cloe me va
a ayudar a hacer lo que dice usted: refregarle el polvo a
esta respuesta en la nariz. N o le he contado a nadie esto
más que a Cloe -por miedo que me tomen por hechicera.
Adiós. Muchos recuerdos al señor Perucho y al seiior Hér-
cules. Siento añoranzas de los galopes sobre el lomo de
Medio-y-Medio. Agradecida.
Climene.

¡Qué delirio!. .. Emilia saltaba, bailaba, decía palabras sin


sentido. El vizconde besaba la cartita y la oprimía contra su
corazón. Perucho soñaba mil sueños, a cada cual más loco.
Hércules sonreía; estaba resuelto el transporte del toro rabioso
de Creta a Micenas. Sólo Medio-y-Medio no dió demostracio-

[ 292 ]
El primero en. despertarse en Creta fué Perucho . ..

[293 ]
MONTEIRO LOBATO

nes de entusiasmo. Su inteligencia no abarcaba las tremendas


consecuencias de la invención del vizconde.
Hércules, con el corazón tranquilo, fué a comer el último
carnero, completando así la ración de tres que era la establecida.
En seguida dió orden de partir. El viaje a Creta era largo. No
convenía perder más tiempo.
Emilia propuso que en lugar de ir a pie, como otras veces,
se fuera a pirlimpimpín.
-¿ Cómo? exclamó Hércules.
-Cada uno de nosotros aspira un poquitito de pirlimpim-
pín, y estamos en Creta.
Hércules vaciló ante esa idea. ¿ Sería suficientemente fuerte
el polvo para transportarlo a él, que pesaba sus buenas veinte
arrobas? Perucho le contó que hasta tía Anastasia había ido
así a la luna. Dijo que para el pirlimpimpín un peso como el
del héroe era nada. Pero Hércules seguía irresoluto. Quien lo
forzó a decidirse fué Emilia.
-Nada más fácil que probar, Lelé. Si el polvo no puede
contigo, nosotros vamos a pirlimpimpín y tú vas a pie. Pro-
bemos.
Hércules concordó.
Perucho sacó su canuto de la cintura y se puso a distribuir
las dosis. A Hércules le dió dos dosis y media. Después le explicó
cómo hacer.
-Todos tenemos que aspirar el pirlimpimpín al mismo
tiempo, cuando yo diga tres. Vendrá el chasquido i y listo!
-¿Y si vosotros partís y yo me quedara? objetó el héroe.
-En ese caso volvemos y seguimos todos a pie.
Hércules aceptó la. solución. Perucho dijo: "Pues prepá-
rense que voy a contar" -y comenzó: "Uno... dos... ¡TRES!...
A la voz de ¡TRES! todos aspiraron el polvo y el ¡fiunnn! que
se oyó fué de los más violentos.

El primero en despertarse en Creta fué Perucho. Abrió los


ojos, todavía mareado y miró. Vió a todos junto a él, pero to-
davía dormidos. El segundo en abrir los ojos fué el vizconde.

[ 294 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Los demás seguían en "estado de choque", como decía el marlo.


-¿Les habré dado demasiado polvo?, se preguntó Peru-
cho, y fué a sacudir a Emilia. La ex muñeca tenía los ojos dila-
tados y estaba muy mareada. Después despertó Medio-y-Medio.
'Sólo faltaba Hércules.
El tremendo héroe yacía tirado en el suelo, como muerto.
Los chicos lo rodearon. Comenzaron a darle palmadas en el
pecho. Medio-y-Medio trajo de un río cercano un poco de agua
y se la tiró en la cara. Emilia le clavó repetidas veces una espina.
y nada de despertar.
-¿Le habré dado una dosis demasiado fuerte? se preguntó
inquieto Perucho. Hércules nunca aspiró el polvo. ¿'Quién sabe
si no le atacó al corazón y está muerto?
El vizconde acercó el oído al pecho de Hércules para
auscultarlo. Y sintió el latir del corazón.
- j Vivito está!, gritó el marlo, pero su estado de choque
es de los tremendos. Todo lo de Hércules es enorme -su fuerza
física, su apetito, sus sueños .. , Tenemos que esperar.
y esperaron. Más de dos horas se pasaron allí junto al hé-
roe, esperando que volviera en sí -y nada de que Hércules
volviera en sí. La situación se hacía seria. Perucho se arrepin-
tió de lo que había hecho. ¿Y si Hércules se muriera? Nemesis
era capaz de venir a ajustarle las cuentas ...
Viendo las cosas en ese estado, Emilia tomó una resolu-
ción extrema. Se arrodilló, juntó las manos y pidió con el ma-
yor fervor: "¡Palas, diosa linda, valednos en este trance! ¡Mán-
danos auxilio por tu inteligente mensajero Minervino!"
El milagro se operó. i Minervino no tardó en aparecer! Y
llegó sabiéndolo todo y con el remedio ya preparado. Agachán-
dose sobre el héroe dormido, derramó en su boca entreabierta
unas gotas de un filtro mágico. N o necesitó más. El héroe abrió
un ojo. Después abrió el otro. Luego suspiró y finalmente
se sentó.
-¿Dónde estoy? fueron sus primeras palabras.
-Tal vez en la isla de Creta, dijo Perucho. N o tengo se-
guridad. Por aquí no hay letreros.

[ 295 ]
MONTEIRO LOBATO

Minervino confirmó su suposición. Estaban efectivamente


en la isla de Creta. Y mientras Hércules volvía completamente
en sí, contó que en el Olimpo la diosa Palas había seguido todo
con el mayor interés y que viendo a Hércules sin sentido du-
rante tanto tiempo le había ordenado que viniera a socorrerlo.
-Estos atletas, dijo Minervino, tienen generalmente el
corazón muy hipertrofia40, de manera que las drogas que no
le hacen nada a una criatura común, son fatales para ellos.
Vosotros habéis obrado con una gran imprudencia. De esta ma-
nera vais a terminar liquidando al gran héroe nacional de
Grecia.
-¿De qué son las gotas que le echó en la boca? ¿De elixir
paregórico? preguntó el vizconde.
El mensajero se echó a reír.
-Los dioses del Olimpo no nos revelan, a nosotros los
mortales, el secreto de sus filtros. Palas Atenea me dió el frasco
sin decir qué contenía.
Emilia le sacó el frasco de la mano para ver si tenía rótulo.
Después lo olió. Nada. Los filtros de Palas eran realmente im-
penetrables para las criaturas humanas.
Hércules estaba ya completamente restablecido, y al saber
de su largo desmayo y de la intervención de la diosa, se alegró.
Evidentemente, Hera intentaba destruirlo, pero· fué impedida
de hacerlo por su protectora -y elevando los ojos al cielo agra-
deció con una mirada la intervención divina.
Después:
-¿Conqué esto es la isla de Creta?
-Sí, estamos en Creta, respondió Minervino.
-¿Y el toro?
-Todavía no mugió, dijo Emilia, pero no tardará en ha-
cerlo. Tengo el palpito que el toro rabioso está muy cerca.
Apenas lo acababa de decir cuando se oyó a lo lejos un
mugido horroroso. Hércules se puso de pie, con la clava en la
mano. Sus ojos llameaban. Sus músculos se contraían.
Pero Perucho le recordó que tenía que llevar el toro vivo.
N ada, pues, de flechas ni de clavas.

[ 296]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Es verdad, recordó Hércules. Euristeo exige que le lleve


.el toro vivo.
Se pusieron a planear la forma de capturar al toro. Pe-
rucho era de opinión que 10 mejor sería enlazarlo como en el
mundo moderno hacen los vaqueros. Hércules no tenía práctica
del manejo del lazo y tuvo que recibir lecciones del chico.
-Pero ante todo, dijo Perucho, tenemos que trenzar un
lazo, y explicó cómo se hacen los lazos. "Se toma un cuero de
buey y con un cuchillo bien afilado se va cortando el cuero en
una tira sin fin ... "
-¿ Qué quiere decir tira sin fin? preguntó Hércules.
-Tira sin fin es una tira que se va cortando en espiral
como cuando pelamos una naranja. Resulta una tira larguí-
sima. Y necesitamos cuatro cueros para obtener cuatro tiras
del mismo tamaño. Después basta trenzarlas.
- j Yo sé trenzar de tres! gritó Emilia.
Perucho sabía trenzar cuatro tiras y si Medio-y-Medio
obtuviera cuatro cueros de buey, él se encargaría de todo: cor-
tar las tiras y trenzarlas.
El toro volvió a mugir allá a 10 lejos. Hércules volvió a
apretar el puño de la clava.
Perucho pidió a Medio-y-Medio que saliera al galope y
que no volviera sino con cuatro cueros de bueyes, y le explicó:
-Cueros crudos; los curtidos no sirven. Y que no tengan
agujeros de gusanos.
Minervino ignoraba qué eran gusanos, pues en Grecia no
había semejante plaga. Y quedaron charlando de gusanos y
garrapatas mientras el centaurito salía al galope por aquellos
campos inmensos.

LA AGARRADA DEL TORO

Minervino les contó la historia de Minos, el rey de Creta..


-Hijo de Europa, dijo, sobrino de Cadmo ...

[297 ]
MONTEIRO LOBATO

-¿Aquel Cadmo que inventó el alfabeto? interrumpió


Emilia.
-Así es. Cadmo tiene fama de haber sido el creador del
alfabeto. El y Europa eran hijos de Agenor, un rey de Fenicia.
Cierto día en que la linda Europa paseaba con sus amigas por
las playas de Fenicia, apareció de pronto un toro, de extra-
ordinaria belleza, que venía a raptarla. Y, efectivamente, la
raptó. Ese toro era el propio Zeus disfrazado o metamorfoseado
en toro.
Emilia le dijo a Hércules al oído que "metamorfosear" era
lo mismo que "transformar", y citó un ejemplo: "yo, por ejem-'
plo, me metamorfosee de muñeca de trapo, que era, en la per-
sonita que soy".
Minervino prosiguió:
-El hermoso toro arrebató a Europa de Fenicia y huyó
con ella hasta aquí. El rey Minos no es más que una consecuen-
cia de ese rapto. ¡Minos, Minos! ... ¡Un gran rey! Es el legis-
lador de la isla, fué quien la libró de los piratas saqueadores y
fué quien aprisionó al Minotauro. Cuando ese monstruo surgió
y se puso a devastar la isla, Minos encargó a Dédalo de cons-
truir el famoso laberinto -y aprisionó en él al temible Mi-
notauro.
Minervino le iba a relatar otras cosas de Minos cuando
Medio-y-Medio apareció con los cuatro cueros pedidos. Los tiró
al suelo. ¡Listo! Perucho los examinó y le parecieron óptimos.
Ni un sólo agujerito de gusano. Iban a dar buenísimas correas.
¿Y cuchillo? Sin un cuchillo bien afilado ni Hércules reduce un
cuero a tiras.
- j Necesito un cuchillo!, dijo el chico, y todos se pusieron
a mirarse los unos a los otros. Quien salvó la situación fué
Emilia.
-No tengo cuchillo en mi canasta, pero guardo allí aquel
pedazo de tijera que quise darle al señor de La Fontaine (l) y
que felizmente él no aceptó. Bien afilada, puede substituir cual-

1 Fábulas. del mismo autor.

[ 298]
[ 299 ]
MONTEIRO LOBATO

quier cuchillo. i Saque el pedazo de tijera de mi canasta, viz-


conde!
El vizconde abrió la canasta y sacó el pedazo de tijera.
Perucho, que era un maestro en afilar, descubrió allí cerca
una piedra bien lisa y fué transformando el pedazo de tijera
en un encanto de cuchillo.
Hércules miraba, miraba. La habilidad de aquel chico lo
llenaba de entusiasmo.
Después de afilar bien el pedazo de tijera, Perucho co-
menzó a reducir el cuero a tiras. Sudó el pobrecito y tuvo que
recibir la ayuda de Medio-y-Medio, pero horas después esta-
ban preparadas las cuatro larguísimas correas. Faltaba trenzar-
las -y Perucho las trenzó de cuatro a la vista de todos para
que todos aprendieran.
Hércules miraba, miraba.
Medio-y-Medio estaba revelando mucha habilidad. Apren-
día con una rapidez increíble, confirmando así aquellas ideas
de Hércules sobre la educación. Pasaron todo aquel día en esa
tarea, así como la mitad del siguiente. Finalmente estaba listo
el lazo, un formidable lazo, pues Perucho había cortado las tiras
de casi un centímetro de anchura.
-Pruébalo, Hércules. Fíjate si esto resiste al empuje de
un toro.
Hércules lo probó y se mostró admirado de la resistencia
de aquella "cuerda de cuero".
Estaban en eso cuando, de pronto, a lo lejos, se inició una
agitación. Gritos. Pasq un hombre a la carrera. Después pasa-
ron otros. Y luego mujeres y criaturas, todos con aire des-
pavorido.
Perucho corrió a informarse de lo que pasaba.
-¡El toro loco! ... ¡El toro rabioso! ... , era lo que grita-
ban todos sin dejar de correr. "El toro rabioso está devastando
nuestra aldea, destruyendo nuestras casas ... "
-¿Por qué no lo matan? preguntó Perucho.
-¡Imposible! respondió uno de los hombres. ¡Ese toro
parece un rayo!. .. Embiste como un centella.

[300 ]
11111\/ ij
I

-
El monstruo se aproximaba . ..

[301 ]
MONTEIRO LOBATO

-¿Sabe que Heracles está aquí y que ha venido expresa-


mente para librar la isla del toro?
Al oír el nombre de Herac1es, el hombre se detuvo y se
quedó mirando fijamente al chico. No había entre los helenos
quien no conociera al gran héroe -y si él estaba en Creta no'
había ya razón para huir. El hombre avisó a gritos a los demás
y un instante después una verdadera multitud se reunió aIre...
dedor de Perucho. "Este chico dice que Heracles está aquí y
que vino para agarrar al toro". "¿ Herac1es ?". "¿El hijo de Zeus
y Alcmena?". "¿Dónde está?".
Perucho llevó a la multitud a presencia del héroe y todos
se mostraron asombrados. Las caras se iluminaron como lám--
paras que se encienden. i Herac1es allí! . .. i Estaban salvados! ...
Perucho tomó la palabra y dijo:
-¡Pueblo de Creta! Vuestros sufrimientos han llegado a
su fin. El gran Herac1es ha venido del continente con el obje-
tivo expreso de agarrar vivo a ese toro rabioso que asola estos
parajes. Ya hemos trenzado el lazo de cuero crudo con el que
10 enlazaremos. Interrumpid vuestra fuga. Mañana estaréis re--
construyendo vuestros hogares, pues sabéis que Herac1es es
infalible. ¿Quién destruyó el león de Nemea? El. ¿Quién mató-
la hidra de Lema? El. ¿Quién cazó al jabalí de Erimanto? El.
¿Quién apresó a la corza de los pies de bronce? El. ¿Quién lim-
pió las caballerizas de Augias y auyentó de Estinfalo las aves-
antropófagas? El. ¿Quién va a librar a la isla de Creta de las'
devastaciones del toro rabioso? El. ..
La multitud rompió en aplausos delirantes. ¡Salvados! ¡Fi-
nalmente salvados! Si Heracles estaba allí nada ya tenían que
temer. Las mujeres lloraban y los hombres bailaban delirantes-
de satisfacción.
De pronto, en medio de aquella fiesta, se oyó un mugido
horroroso. El monstruo se aproximaba. Se inició el pánico. Las
mujeres salieron corriendo con los chicos y algunos hombres
hicieron 10 mismo. Sólo los más inteligentes se quedaron cerca
de Herac1es, pues estaban mil veces más seguros en compañía
del héroe invencible que corriendo tontamente por los campos..

[302 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Emilia se subió a un árbol. Sus ojitos telescópicos hacían


de ella la más eficaz de las espías. Y desde allí encima "irradia-
ba" informaciones.
-Estoy viendo la polvareda que hace el toro, allá a 10 le-
jos, en esta dirección... Sí... Es él mismo. .. Comienzo a
distinguir la punta de los cuernos y ahora toda la cabeza .
El resto del cuerpo se oculta dentro de una nube de polvo .
Viene hacia aquí. " Cuando encuentra una casita embiste con-
tra ella y de una topetada la envía a los cielos ...
Perucho ya le había entregado el lazo a Hércules y le daba
las últimas instrucciones sobre la mejor manera de manejarlo.
"Le das varias vueltas en el aire, por encima de la cabeza y sólo
10 lanzas cuando el toro esté a unos treinta pasos. La lazada
debe caer justo sobre los cuernos, rodeándolos _._y entonces das
un tirón con toda la fuerza y cierras el lazo. Lo demás es como
te enseñé: das una vuelta del lazo alrededor del tronco de un
árbol y mantienes asegurada la punta. Vas estirando, estirando
hasta obligar al toro a apoyar los cuernos en el tronco".
Perucho era maestro en hacerlo. Nunca faltaba a los ro-
deos anuales de las estancias vecinas a la quinta de doña Benita
y, sin que 10 supiera la medrosa abuelita, aprendió a enlazar
novillos y potros de un año. Pero Hércules nunca había enla-
zado nada, de manera que se sentía bastante confuso y con
miedo de fallar. j Qué papelón si frente a toda aquella gente él
erraba el golpe y el toro se escapaba!
Emilia seguía relatando y ahora relataba como un "spea-
ker" de radio que relata un partido de fútbol cuando la pelota
se aproxima al arco.
-Se acerca. .. Lo veo de cuerpo entero... i Qué toro,
Dios mío!. o. Es mucho mayor que el Beethoven del Coronel
Teodorico. .. Tiene color a zebú Guzerat. .. Lanza fuego por-
los ojos ... Se está babeando ... Encontró un montículo. .. ¡El
montículo vuela por los aires!. .. ¡Llegó!... ¡Ahora, Lelé! ...
i Tire el lazo! ...
Hércules estaba haciendo girar sobre su cabeza la lazada,_
esperando que Perucho diera la señal. Perucho la dió:

[303 ]
MONTEIRO LOBATO

-¡Ahora! ...
Hércules tiró el lazo pero erró. .. La lazada resbaló sobre
los cuernos del toro y se aferró a un tronco que había allí. So-
brevino el pánico. Toda aquella gente se desbandó. Unos se
subían al árbol de Emilia. Otros desaparecían al galope. Hér-
cules soltó el lazo y agarró la clava. Iba a ofrecer al toro lucha
frente a frente. Iba a hacer una tontería y estropearlo todo. Pe-
rucho intervino a tiempo.
-No, Hércules. Nada de clava. Yo enlazaré a ese animal
-y con la velocidad del rayo preparó el lazo y lo hizo voltear
en el aire.
Furioso como venía, el toro pasó sin alcanzar al héroe, el
que se desvió ágilmente, como hacen los toreros en la plaza.
El toro, más furioso aún, dió media vuelta y volvió a embestir,
pero esta vez el lazo lo cogió por los cuernos. Estaba seguro.
Perucho le tiró la punta del lazo a Hércules y voló hacia la
cima del árbol de Emilia. Hércules dió una vuelta al tronco e
hizo como Perucho le había dicho. Se desviaba de las cornadas
del toro y tiraba del lazo, de manera que el toro fuera quedando
cada vez más cerca del tronco y con menos movimientos. Y así,
acorta que acorta, poco después el toro se vió con la frente pe-
gada al tronco, es decir, con el tronco colocado entre sus
cuernos.
- j Hurra! . " ¡Hurra! . .. gritó Emilia. ¡Viva Perucho !...
i Viva Hércules! ...
El toro resoplaba, babeaba, mugía, hacía los más tremen-
dos esfuerzos para salir de allí, pero inútilmente. El lazo de
cuatro tientos que trenzó Perucho era de esos que ningún toro
rompe y aguantaba firme. Finalmente el toro, agotado por el
esfuerzo, se quedó quieto.
-¡Ya ni muge! berreó Emilia. ¡Hurra!... ¡Hurra! ...
¡Hurra! ...
Los cretenses, que habían huído, comenzaron a volver, y
poco a poco junto al árbol se formó una multitud. Unos que-
rían linchar al toro. Otros le decían los peores insultos. Hércu-
les intervino.

[304 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-No. Respeten al vencido. Las órdenes que tengo es de


llevarlo vivo a Micenas.
Sobrevino una dificultad. Muchos de los que se habían
trepado al árbol temían bajar con aquel toro allá abajo. Emilia
dió el ejemplo. Se tiró a los brazos de Hércules. Los otros, crian-
do corage, hicieron lo mismo. La alegría era inmensa. Todos
hablaban. Cada cual decía una tontería mayor.
Hércules tendría que sentirse humillado, pues finalmente
el héroe de la jornada era Perucho y no él. Pero su corazón era
demasiado generoso para abrigar sentimientos mezquinos. En
vez de sentir celos, tomó en los brazos al chico y dijo:
- j Yo quisiera tener un hijo como tú, Perucho ! Y lo besó.
Emilia no pudo contenerse: lloró de emoción. Y hasta el
vizconde, que era un marlo hervido, enjugó su lagrimita ...

SIGUIENDO EL RASTRO

Después que la multitud se dispersó, Hércules dijo:


-Muy bien. La primera parte de este Trabajo está ter-
minada. Ahora tenemos que cuidarnos del estómago y descan-
sar. Mañana partiremos a Micenas.
Medio-y-Medio salió al galope de siempre para "descu-
brir" los tres carneros, mientras Emilia cuchicheaba con Mi-
nervino. Le pedía algo. ¿Qué? El frasquito vacío del filtro de
Palas. ¿Para qué? Para llenarlo de baba del toro rabioso. Su
museo de la quinta se iba a enriquecer fantásticamente con las
maravillas que le estaban dando los Trabajos de Hércules.
Después de cenar Perucho recordó que también el toro te-
nía estómago. Era preciso alimentarlo, y Medio-y-Medio fué a
arrancar una gran brazada de yerba, la que tiró al pie del árbol.
Hércules aflojó un poco el lazo para que el toro vencido pu-
diera comer.
j Qué noche fué aquélla, pasada bajo las estrellas de la isla
del rey Minos, espaturrados de carnero asado y de gloria! N o

[305 ]
MONTEIRO LoBATO

soñaron. Todo fué un solo sueño y de los más pesados. Sueño


tan pesado que nadie se apercibió de nada de lo que pasó.
-¿Así que pasó algo durante la noche?
-Sí. Cuando allá en el Olimpo la implacable Juno vió que
el toro de Creta estaba vencido y que Hércules seguía incólume,
la cólera la poseyó. Y llamando a un ratoncito lo mandó que
fuera corriendo hasta allí, royera el lazo y soltara el toro. El
ratoncito obedeció, de manera que a la mañana siguiente, cuan-
do .Hércules se despertó ...
-¿Dónde está el toro?
En el palenque no había ni sombra de toro.
Fué la mayor desilusión jamás acaecida en Grecia. La ven-
gativa Juno vencía una vez más. Todos los esfuerzos del héroe
y de Perucho habían sido inútiles. Tenían que volver a captu-
rar nuevamente al monstruo.
Pero, ¿hacia dónde se dirigirá el toro? Perucho sabía "ras-
trear", es decir, seguir el rastro de los animales. Había apren-
dido ese arte sutil con un viejo baqueano del coronel Teodo-
rico. Es fácil rastrear en suelo desprovisto de yerbajos, porque
los rastros quedan impresos en el barro o el polvo, ¿pero allí, en
aquellos campos cubiertos de hermoso césped? Sólo un maestro
en seguir rastros -y nuevamente Perucho asombró al héroe
con su habilidad. Por el césped aplastado y otros detalles que
sólo ven los buenos rastreadores, pudo seguir el rumbo tomado
por el toro en fuga.
Trabajo de paciencia y largo, pero Perucho fué feliz. Pe-
rucho iba delante, rastreando, y los otros detrás. Y así iban
andando, andando ...
De pronto. .. ¿Quién es? j Teseo! i Teseo, el gran héroe,
estaba entre ellos! El encuentro de Teseo y Hércules recordó
a Perucho el encuentro del explorador Stanley con el Dr. Le-
vingston, allá en el centro de Africa.
-¿Teseo de Atica? dijo Hércules, alargando la mano.
-¿Heracles de la Hélade? respondió Teseo, sacudiendo la
mano del héroe.
Los dos griegos se abrazaron y se pusieron a charlar. Hér-

[306 ]
-- -

Los dos gneso


" '" s se abrazaron Y se PUS1"eran a charlar . ..

[307 ]
MONTEIRO LOBATO

cules contó que había venido a la isla a causa del famoso toro
furioso, y Teseo contó que estaba allí para dar cabo del Mino-
tauro.
-¿El Minotauro? exclamó Perucho con espanto. ¿Así
que ese monstruo vive todavía?
-Sí, respondió el héroe de Atica, y estoy aquí para librar
a la isla de tan horrendo monstruo. N o tiene cuenta el número
de víctimas que ha hecho. El rey Minos ha tenido a bien en~
cargarme de esa misión. Pero, ¿quién es este chico, Heracles?
preguntó.
Hércules hizo las presentaciones y relató la maravillosa
acción de su "oficial de gabinete" en la captura del toro de
Creta, el cual, inesperadamente, y gracias al ratoncito de Hera,
había conseguido librarse y huir. Después presentó a Emilia
de Rabicó, su "dadora de ideas" y al vizconde de la Mazorca,
su "escudero".
A Teseo le hizo gracia.
-¿ y aquel centaurito que viene allí, con dos carneros al
hombro?
Hércules le contó toda la historia de la captura del joven
centauro y de los maravillosos progresos que iba haciendo.
Teseo estaba sencillamente atontado ante tantas noveda-
des y abrió la boca alelado al conocer las aventuras de los chi-
cos con el Minotauro. (l)
-¿Así que vosotros visteis al Minotauro? ¿Lograron en-
trar y salir del laberinto?
-Sí, respondió Emilia, y relató toda la historia; contó el
truco de los carreteles de hilo que había usado, es decir, que fué
desenvolviendo a medida que entraba, de manera de poder
guiarse en la salida.
Teseo no sabía nada de carretes, y Emilia corrió a su ca-
nasta y trajo uno.
-Es esto. Hilo número 50, marca J. P. Coats. Muy bueno
.para poner botones. Mide 200 yardas, es decir, 183 metros de

1 Del mismo autor.

[308 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

la medida decimal que usamos en el mundo moderno. Tengo


tres carretes. Puedo dar uno ...
Teseo aceptó.
-¡Qué día aquél! Los chicos no cesaban de admirar al héroe
de Atica. Aunque no tuviera el volumen de Hércules, Teseo
mostraba una belleza mayor. ¡Y qué inteligencia! ...
Minervino les contó su historia mientras, allá cerca, los dos
héroes devoraban los carneros.
-¡ Ah, amiguitos míos, hoy vosotros habéis tenido el ho-
nor de conocer al héroe que casi obscurece la gloria de Heracles!
Su origen es real, pues es hijo de Egeo, rey de Megara. Tesoo
fué quien conquistó Atica -y como premio le tocó la ciudad
de Atenas, gloria de la Hélade. Sus aventuras heroicas casi se
equiparan a las de Heracles. La primera fué la lucha contra
Corineto, el que mataba a los viajeros a golpes de clava. Cori-
neto quiere decir "el que combate con clava". Teseo lo mató
y se apoderó de su terrible arma -y nunca más la dejó. Toda
el Atica era pasto de malhechores famosos, como Escirón, que
obligaba a los viajeros a que le lavaran los pies en lo alto de
una peña y después los arrojaba al mar, siendo devorados por
una tortuga monstruosa; como Sinis, que ataba a los viajeros
a un árbol doblado hasta el suelo, y luego, soltando el árbol,
los arrojaba a lo lejos en pedazos; como Procusto, que "ajus-
taba" a sus víctimas al tamaño de su lecho, ora cortándoles las
piernas, ora estirándolos violentamente; como Cerción, que
obligaba a todos a luchar con él y mataba a los vencidos. A to-
dos ellos los destruyó Teseo, aplicándoles las mismas torturas
que esos hombres perversos habían inventado.
-¡Qué peste era ese Procusto! exclamó Perucho. Ya ha-
bía oído hablar de "el lecho de Procusto", pero no sabía lo
que era.
-¿Y qué más hizo Teseo? quiso saber Emilia.
Minervino continuó:
- j Ah, cosas sin cuenta! Son infinitas las proezas de Teseo
y siempre dirigidas al bien. El es amigo de la libertad y casti-
gador de tiranos y monstruos. Fué quien liquidó a Fea, la ja-

[ 309]
MONTEIRO LOBATO

balina de Cromión, madre del jabalí de Erimanto al que mató


Heracles. Y sé cosas que no han pasado. todavía pero que van
a pasar.
-¿ Cómo lo sabe? preguntó Emilia.
-Porque frecuento el Olimpo y allí oigo lo que hablan los
dioses sobre las cosas del porvenir. Sobre este toro de Creta,
por ejemplo. Lo que va a pasarle está escrito en las páginas del
futuro.
-Está predeterminado, dijo científicamente el vizconde.
Minervino se rió de la "araña de galera", y prosiguió:
-Heracles llevará vivo a Euristeo este toro de Creta, pero
Euristeo lo soltará de nuevo. Y el toro rabioso irá, en una co-
rrida loca, hasta los alrededores de Maratón, asolando aquella
zona. El rey Egeo mandará contra él al héroe Androgeo, fu-
turo vencedor de todos los concursos de varias Panateneas -y
ese héroe sucumbirá en la empresa. Entonces Teseo se atreverá
a ir a atacar al toro y lo dominará a brazo partido, llevándolo
a Atenas, donde lo paseará por la ciudad; después lo sacrificará
al Apolo de Delfos. Pero esto es cosa del futuro, así como la
lucha de Teseo con las amazonas y tantas cosas más. Ahora, él
ha venido a esta isla para terminar con el Minotauro.
-¿ y va a vencer al Minotauro?
-Sí ...
Terminada la comida, los dos grandes héroes se despidie-
ron. Teseo se fué, con el carrete de hilo N9 50 en la mano, y
Hércules y Perucho se pusieron de nuevo sobre el rastro del toro,
Pasaron varios días sin que el chico perdiera aquella pista.
Iban andando, andando, y súbitamente dieron con la entrada
del famoso laberinto. El suelo allí estaba desnudo de césped, de
manera que el rastro del toro se mezclaba a rastros de per-
sonas y otros animales. Perucho se confundió. N o podía ase-
gurar que el toro hubiera entrado.
-Puede que sí, puede que no, dijo a Hércules. Lo mejor
es investigar allá dentro.
El héroe vaciló. Entrar en el laberinto era fácil, pero ¿cómo
salir? El laberinto daba, allá adentro, mil vueltas y había sido

[310 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

construído justamente para que cuando alguien entrara no pu-


diera salir. Pero Emilia tranquilizó al héroe.
-No tenga miedo; Lelé. Para nosotros este laberinto es
pan comido. Ya hemos estado dentro de él, fuimos hasta donde
vive el Minotauro y luego salimos con la mayor facilidad.
-¿Cómo?
-Mediante el hilo de mis carretes. Traje tres en mi ca-
nasta.
-Pero ¿no se los diste al héroe de Atica?
-Le di uno, el menor de todos. Me quedan dos aún. Dos
son suficientes ...

DEDALO

La entrada al laberinto de Creta se produjo exactamente


como la vez primera, cuando fueron allí en busca de tía Anas-
tasia. Emilia iba detrás de todos, desenvolviendo el carrete.
¿Por qué detrás? Porque si fuera delante los demás podrían en-
redarse los pies en el hilo y todo estaba perdido. Emilia era muy
previsora.
Fueron entrando. Eran corredores y más corredores; una
cosa sin fin. En cierto lugar el hilo del,segundo carrete se aca-
bó. ¿Y ahora?
Perucho resolvió el caso. Encendió fuego, obtuvo carbón e
hizo que el vizconde siguiera con la barrita en la mano haciendo
una línea en el suelo. Hércules no cesaba de admirar a aquel
chico. i Qué ingenio! i Qué habilidad para todo! Era tan sencilla
la idea del carbón ...
Finalmente llegaron al cabo, exactamente allí donde los
chicos habían encontrado al Minotauro, gordísimo de comer los
dulces de tía Anastasia, la otra vez. Pero en lugar del Mino-
tauro 10 que encontraron allí fué un hombre ...
Hércules se le aproximó.

[311 ]
.
MONTEIRO LOBATO

-¿Quién eres tú? Espero encontrar al Minotauro y doy


con un hombre ...
-Soy Dédalo, respondió el interpelado. Tuve un roce con
el rey Minos y él me encarceló aquí ...
-¿Dédalo? exclamó Hércules con aire espantado. ¿Déda-
lo, el constructor de este laberinto?
-Exactamente. Estoy preso en la trampa preparada por
mi mismo ...
La admiración fué general. ¡ Dédalo preso en la armadilla
que él mismo concibiera! ¡ Qué cosa prodigiosa! ...
El vizconde recordó el caso del doctor Guillotin, aquel
francés que inventó la guillotina y finalmente terminó guillo--
tinado; también recordó el célebre caso del toro de bronce de
Perilo. Este Perilo un día se metió a malvado y concibió la idea
de un suplicio nuevo: un toro hueco de bronce. Se ponía den-
tro de él a la víctima, se encendía un gran fuego debajo; al
sentirse quemado vivo, el torturado aullaba de dolor y los pre-
sentes tenían la impresión que era el toro quien aullaba. Yeso
divertía a Perilo.
-¡Qué miserable! exclamó Perucho. Nunca supe de
monstruo peor.
-Pues ese malvado fundidor recibió el castigo que
merecía, continuó el vizconde.
-¿Cómo?
-Perilo construyó el toro hueco y muy alegremente fué.
a ofrecérselo al tirano Falaris. Ese Falaris, que era otra peste,
exclamó: "jOptimo! ... Hagamos una prueba". Y mandó que
encendieran fuego debajo del toro y lo metió dentro de él al
propio Perilo.
- ¡ Bien hecho! gritj Emilia. Yo haría exactísimamente la
misma cosa.
Dédalo suspiró.
-Pues me ha pasado una cosa igual. Por orden de Minos
construí este laberinto y ahora aquí estoy perdido, también
por orden de Minos.
-Pero ha tenido una suerte indecible, dijo Perucho. Va-

[312 ]
pj :::.
•••

-Soy Dédalo, respondió e l·mterpelado ...

[313 ]
MONTERIO LoBATO

mos a salvarlo. Basta que nos siga y en seguida estará fuera


de aquí.
Dédalo sonrió tristemente.
-Imposible. Yo, que soy el constructor de este laberinto,
sé que quien entra no vuelve a salir ...
- j Tonterías, Dédalo! Nosotros estuvimos aquí y entramos
y salimos del laberinto. Ahora hemos vuelto a entrar y volve-
remos a salir. Y explicó el truco del hilo inventado por Emilia.
Dédalo estaba con la boca abierta.
Después le pidieron noticias del Minotauro.
-Ya no existe. Ayer estuvo aquí un héroe tremendo que
luchó con el monstruo y 10 mató.
-¡Teseo! gritó Perucho. ¿Y dónde está él? ¿Ha salido ya?
-¡ Ah, no! i Ni saldrá! Debe estar perdido por esos corre-
dores sin fin.
-Pues también 10 salvaremos, dijo Perucho. ¿Y el toro
de Creta?
Dédalo no entendía. Perucho le explicó.
-El toro furioso, sí. Nosotros 10 estamos persiguiendo. Ya
10 enlazamos y 10 atamos a un árbol. Pero Juno mandó que esa
noche un ratoncito royera el lazo y el toro escapó. Ahora anda-
mos nuevamente tras él. Vinimos siguiéndole el rastro hasta la
entrada del laberinto. Tal vez haya entrado aquí, pero no 10 sé.
Dédalo era de opinión que no había entrado.
-Aseguro que no entró. Después de la muerte del Mino-
tauro 0e1 silencio ha sido total. Si hubiera entrado yo habría
oído sus mugidos.
-¿Y el cadáver del Minotauro? ¿Dónde está?
Dédalo los llevó al lugar donde vivía el Minotauro.
-¡ Ahí está! ...
Sí. Allí estaba el Minotauro, tirado en el suelo. Muerto,
muertísimo.
-¿Cómo logró vencerlo Teseo?
-En lucha cuerpo a cuerpo. Se tiró sobFe él y 10 estran-
guló. i Qué héroe tremendo es Teseo! ...
Largo tiempo estuvieron allí mirando al Minotauro muerto.
[314 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, observó Emilia. Es el mismo que vimos aquella vez,


pero mucho más flaco. Después que nos llevamos a tía Anas-
tasia, él se quedó sin golosinas ...
Hércules combinó con Perucho un plan para salvar a Te-
seo y no fué difícil encontrarlo. Dédalo guardaba en la memo-
ria todo el plan de aquella construcción, de manera que hizo
algunas deducciones, como las de Sherlock Holmes, y después
de media hora de búsqueda dió con el héroe de Atica.
¡Qué fiesta fué el encuentro! El pobre Teseo ya estaba des-
animado y exhausto de tanto andar por aquellos malditos co-
rredores. Y cuanto más andaba más despistado resultaba.
Todo corrió bien. Una hora después estaban fuera del la-
berinto. La salida fué facilísima gracias a la raya que hizo el
vizconde con el carbón y a los dos carretes de hilo que tenía
Emilia.
Al verse otra vez bajo la luz del día, Teseo alzó los ojos
al cielo y agradeció a Palas, la diosa de Atenas. Des-
pués abrazó a Hércules, a Perucho y al vizconde, y besó a
Emilia.
-Gracias, amigos. Gracias a vosotros acabo de resucitar.
Esto lo considero un verdadero caso de resurrección, puesto que
me consideraba absolutamente muerto ...
-¿Por qué no usó el carrete que le di, héroe? preguntó
Emilia.
-Sí que lo usé, pero pronto el hilo se terminó. Doscientas
yardas son pocas para este infernal laberinto.
Dédalo dijo que sólo un hilo de 800 metros podría ir desde
el principio al final. Con un sólo carrete de ninguna manera
Teseo se hubiera podido arreglar.
Las despedidas de Teseo y Hércules fueron conmovedoras.
Cada uno de ellos siguió su camino. Después que se alejaron,
Hércules miró a Perucho.
-¿ y ahora, oficial? Hemos perdido el rastro del toro.
Perucho volvió a examinar el suelo. De pronto lanzó un
grito.
, , 1
-¡VOIVl a encontrar e rastro! ... Hay aquí una señal. El

[315 ]
MONTEIRO LoBATO

llegó hasta aquí pero no entró -y mostró a Hércules el verda--


dero camino tomado por el monstruo.
-Pues continuemos la persecución, dijo el héroe.
El carro de Apolo se iba y el estómago de Hércules ya re--
clamaba carneros. El centaurito partió al galope para la "pesca'~
de costumbre, mientras los otros se sentaban a la vera de un
arroyo.
-¡ Qué día!... exclamó Perucho. j Cuántas cosas pa-
saron! ...
-¡Y qué hermoso héroe es Teseo! dijo Emilia. Qué aire
inteligente. .. Me recuerda a aquel atleta que Naricita vió en
Atenas y tanto le gustó.
Hércules no dejó de sentir un poco de celos ante el entu-
siasmo de Emilia por la belleza del héroe ático. Pero en 10'
íntimo le daba razón. Los dioses 10 habían hecho a él, Hércules,"
demasiado musculoso, excesivo en todo. Eso le garantizaba la.
posición de Héroe Nacional de Grecia. El mayor de todos, el
invencible. Pero le privaba de la belleza sin par del héroe de
Atenas ...

EL HEROE-NIÑO

La persecución al toro rabioso empleó dos días más. Al


tercer día por la mañana el encuentro con un viajero vino.a.
confirmar las deducciones de Perucho. Aquel hombre había
oído un mugido extraño en cierta dirección -y señaló hacia_
dónde.
-Es en ese rumbo. Supongo que se ocultó en el bosque--
cilla que se ve desde aquí.
Todos se dirigieron hacia el bosque. Hércules iba delante.
Poco después oyeron un mugido.
- ¡ Es él! exclamó Perucho. Esa voz es conocida mía ...
Hércules pidió el lazo -pero ¿ dónde estaba el lazo? El
centaurito se 10 olvidara a la entrada del laberinto. Mientras
[316 ]
___I"'tII""

.. ,.4 \\\ .

Los tremendos brazos del héroe 10 habían inmovilizado . ..

[317 ]
MONTEIRO LOBATO

Medio-y-Medio iba al galope a buscar el lazo, Hércules, con la


clava en puño, fué avanzando cautelosamente. De pronto se
oyó un mugido más próximo y el toro apareció.
Apareció en la orilla del bosque. El mismo mirar de fuego,
los mismos bufidos. Escarbaba furiosamente la tierra. Al ver
al héroe, volvió a bufar y embistió contra él con el ímpetu de
una bomba voladora. Hércules, firmemente, lo esperó con la
clava levantada. Pero Perucho lo detuvo:
-¡ N ada de clava, Hércules! N o se olvide que tiene que
agarrarlo vivo ...
El héroe recordó la orden de Euristeo y soltó la clava. Se
dispuso a agarrarlo con las manos.
El toro, que se había parado y escarbaba el suelo, embistió
como un bólido. Hércules 10 esperó, firme como un roca. ¡Ah,
qué escena aquella! ... Cuando la frente del toro dió al héroe
en el pecho, se oyó un sonido profundo, ¡batf! Pero el toro ha-
bía encontrado un adversario digno de él. Su topetazo fué como
el golpe de un martillo mecánico sobre un bloque de acero
inamoldable. El toro se sintió como clavado en el lugar. Los
brazos tremendos del héroe 10 habían inmovilizado por los
cuernos. Perucho se sintió temblar de entusiasmo ante aquella
verdadera escultura viva: los dos gigantes inmovilizados, como
si súbitamente se hubieran transformado en piedra. Ninguno
de los dos se movía un milímetro. Inmóviles, inmovilísimos,
como si se hubieran congelado ...
Los chicos estaban en delirio. Aquella escena valía por
todo. El tremendo esfuerzo de Hércules neutralizaba el tre-
mendo esfuerzo del toro. Ninguno de los dos se podía mover
o cambiar de posición. Y tendrían que quedarse así hasta que
regresara Medio-y-Medio.
Un galope. Era Medio-y-Medio que venía. Al ver desde
lejos al héroe aferrado al toro, aumentó la velocidad de la
corrida.
-¡Listo! dijo al llegar, entregando el rollo a Perucho.
El pequeño héroe del Benteveo Amarillo tomó el lazo, 10
preparó y corrió hacia el toro. Pero ¿ cómo podría aprisionar

[318 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

los cuernos del toro en el lazo, si los cuernos del toro estaban
pegados a los flancos del Hércules? Emilia gritó:
-¡ Enlázalo por el pie! ...
Era una sugestión tonta. La lazada por el pie escapa al
primer estirón del toro. Perucho 10 iba a aprisionar por el pes-
cuezo. Eso estaba contra todas las reglas de los rodeos, pero
era la única solución para aquel momento -y, deshaciendo el
lazo, lanzó la argolla por encima del cogote del toro. Ahora
faltaba alcanzar la argolla caída del otro lado y volver a hacer
la lazada. Pero, ¿cómo alcanzar la argolla caída del otro lado?
Si hubiera por allí un palo para pescarla ...
-¡Manda aquí al vizconde! gritó Perucho. Y Emilia em-
pujó hacia él al marlo. Como era pequeño, podía, pasando por
debajo del pescuezo del toro, tomar la argolla y traerla del lado
de aquí. Perucho le ordenó que 10 hiciera. El vizconde tembla-
ba. El toro 10 podía aplastar de una patada. Tenía miedo. Emi-
lia se le aproximó y le dió un empujón. El vizconde cayó exac-
tamente sobre la argolla. Se llenó de valor. Agarró la argolla
y deslizándose por debajo -de la papada del animal fué a entre-
gársela a Perucho. Perucho pasó por ella la otra punta del lazo
y la cerró sobre el toro. Después tiró la otra extremidad a Me-
dio-y-Medio y le gritó:
-¡ Corre y estira el lazo! ...
Medio-y-Medio 10 hizo así. Tomó la punta del lazo y
salió corriendo. La lazada se iba cerrando. Se cerró por com-
pleto. El monstruo estaba aprisionado por el pescuezo.
-Da una vuelta de lazo a ese árbol, gritó Perucho. Y
Medio-y-Medio dió una vuelta al árbol indicado. "¡Ahora man-
ténlo firme!", ordenó Perucho. Medio-y-Medio lo mantuvo
firme.
-¡ Listo, Hércules! Puede soltar al toro.
Hércules soltó los cuernos y dió un gran salto al costado.
El toro, libre, mugió y embistió al héroe. Hércules volvió a sal-
tar de costado y así otras veces, mientras Medio-y-Medio iba
acortando el lazo. En seguida estaba el toro con el testuz
puesto contra el árbol, como la primera vez, pero el apretón

[319 ]
MONTEIRO LoBATO

del lazo sobre su pescuezo lo iba estrangulando. Era necesario


transferir la lazada del pescuezo a los cuernos. ¿Cómo?
Perucho pensó aprisa. La única manera estaba en hacer
-otra lazada en la punta opuesta del lazo y pasársela al toro
por los cuernos. Yeso hizo. Preso al tronco por la lazada de
los cuernos y bien atado, se podía aflojar la lazada que lo su-
jetaba por el pescuezo. Medio-y-Medio efectuó hábilmente
la operación y precisamente a tiempo. El toro ya estaba con los
·ojos afuera de las órbitas y sin aliento. Si tardan dos o tres
minutos más, ¡adiós toro de Creta! ...
¡Listo! Allá estaba el tremendo animal asegurado, y bien
;asegurado. Emilia aplaudió. Hércules sonrió y el vizconde no
:hacía más que soplarse. Aún no se había rehecho del acto
-de heroísmo que realizara sin querer.
Hércules abrazó a Perucho. Por segunda vez reconoció que
un chico como él era una novedad en Grecia.
- j Por aquí hemos tenido muchos héroes, pero héroe-niño,
.el primero que apareció en la Hélade eres tú!
Emilia pidió a Hércules que abrazara al vizconde. "Tam-
bién él contribuyó mucho, Lelé. Fué quien trajo la argolla del
lado de allí a este lado".
Hércules estrechó la mano del marlito al tiempo que de-
.-cía: "i Mi valiente escudero!"
Bien. Todo andaba bien. Sólo faltaba ahora que vigilaran
·de noche para evitar que el ratoncito de Juno volviera a roer
el lazo. Emilia tuvo la idea de poner un gato atado al tronco
del árbol, pero ¿dónde encontrar un gato en aquel desierto?
La idea vencedora fué la del vizconde: frotar el lazo con jugo
-de yerba-de-ratón, que es venenosísima. Y como nadie sabía
'que yerba era aquella, el marIa científico explicó:
-Las llamadas yerba-de-ratón son muchas, todas de la
familia Pelicurea. Hay la Pelicurea strepens, con flores amari-
llas en ramo; hay la Pelicurea noxia, que es rubiácea; hay la
Pelicurea nicotianoeiolia, otra rubiácea clasificada por Martius.
y la Pelicurea rígida, también llamada "Doradita del Campo"...
Emilia casi le pegó.

[320 ]
El vizconde encontró una plantita de (( Pelicuria officinalis" . ..

[321 ]
MONTEIRO LoBATO

-¡Pavote!. .. En vez de tanta exhibición de ciencia, ¿por


qué no vas corriendo al monte a ver si encuentras alguna de
esas pelicurias? ..
El vizconde fué y encontró una plantita de Pelicuria offici-
nalis, tan buena como cualquier otra para envenenar al raton-
cito de Juno. Aplastó las hojas entre dos piedras chatas, hizo
una pasta y se la entregó a Perucho.
-Basta que frotes el lazo con esto.
Así hizo Perucho. Y a la mañana siguiente pudieron obser-
ver el efecto maravilloso de la receta del vizconde: i allí, junto
al tronco, estaba el cadáver del ratoncito de Juno!
Muy bien. La primera parte de aquel Trabajo de Hércules
había sido realizada. Faltaba la segunda parte, tal vez la más
difícil: conducir al toro hasta Micenas. La isla de Creta estaba
a unos cien kilómetros del continente. ¿Cómo atravesar aque-,
llos cien kilómetros de Mediterráneo con el toro enlazado?
Se pusieron a estudiar el problema. Emilia pensó en el pir-'
limpimpín. Con una buena fregada del maravilloso polvo en
él hocico del toro, él iría en un solo ¡fium! a Micenas, pero era
necesario que también Hércules aspirara el polvo -y Palas se·
oponía. Palas había prohibido terminantemente al héroe que:
recurriera al polvo transportador, ya que su corazón hipertro-
fiado podía no resistirlo.
-¿Y si hiciéramos que Medio-y-Medio fuera "a polvo'"
con el toro? sugirió Perucho.
, Hércules se opuso. Medio-y-Medio era todavía muy joven~
N o aseguraría el toro a la llegada. Idea viene, idea va, qued6
resuelto lo siguiente: Hércules atravesaría los cien kilómetros
de mar a nado, llevando al toro, y ellos irían a esperarlo en una
playa del continente.
Y así se hizo. Después de almorzar, Perucho distribuyó las
dosis de pirlimpimpín, muy bien calculadas para un salto hasta
el extremo del promontorio de Malea. Allí esperarían al héroe'
con. el toro y prosiguirían por tierra hasta Micenas. El promon-
torio de Malea estaba en la parte de la Hélade llamada Laco-
nia; Micenas quedaba en la parte llamada Argólída.

[322 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Hércules desató al toro del árbol y allá se fué con él rumbo


al mar, mientras los demás aspiraban las dosis de pirhmpimpín.
Instantes después se despertaban en una playa del promonto-
rio de Malea.
-¿Dónde estará Hércules en este momento? se preguntó
Perucho, apenas se vió libre del mareo. ¿Muy lejos aún? ¿Qué
le parece, vizconde?
-¡Oh, sí!
-¿Y cuántas horas necesitará nadar?
El vizconde respondió que un buen nadador puede hacer
cien kilómetros en veinte horas. Y se puso a discurrir sobre la
natación. En cierto momento Emilia lo interrumpió.
-¿Y aquélla historia de Leandro y Hero, que nos contó
doña Benita?
- j Ah, eso fué muy triste! respondió el marlo. Había en
Sestos una sacerdotisa de Venus llamada Hero, muy joven y
bonita. Sestos es una ciudad situada en la margen europea de
Helesponto, ese estrecho que se llamará Dardanelos. Al otro
lado del estrecho estaba la ciudad de Abidos, donde vivía Lean-
dro. Ese joven conoció a Hero en una fiesta que dió Venus, y
se enamoró -y todas las noches atravesaba a nado el Heles·
ponto para ver a la joven.
-¿Qué ancho tenía el estrecho en ese lugar?
-Mil quinientos metros, dijo el vizconde. Todas las no-
ches Hero encendía una fogata en lo alto de un otero para guiar
a Leandro. Pero cierta ocasión, Leandro pasó siete días sin
aparecer. Siete veces la pobre encendió el fuego, y nada de
Leandro dar señales de vida.
-¿Qué pasó?
-Pues pasó que Leandro, en una de sus travesías, fué
sorprendido por un temporal y se ahogó. Días después las olas
llevaron su cadáver a la playa de Sestos. Al saberlo, la pobre
Hero se tiró al mar y también se ahogó.
Emilia se tragó un sollozo.
El marlo prosiguió. Contó que más tarde el poeta inglés
Byron, que andaba por Grecia, intentó y logró repetir la ha-

[323 ]
MONTEIRO LOBATO

zaña de Leandro. Atravesó el Helesponto a nado, exactamente


o

en el mismo lugar.
-¿ y no murió ahogado?
-No. Iría a morir de unas fiebres que contrajo en Misso-
longhi, una ciudad griega que no existe todavía.
La historia de Hero y Leandro entristeció a los chicos y
conmovió al joven centauro.
-¿Y si Hércules tampoco aguanta y se muere como Lean-
dro? sugirió Emilia. Tengo miedo ...

* * *
Pero todo terminó bien. Al día siguiente, por la mañana,
fueron a colocarse sobre una gran piedra a esperar la llegada
del héroe. El mar tranquilo extendía ante ellos sus aguas azu-
les. Minutos después, Emilia que era la "gran veedora", gritó:
-Estoy viendo dos puntitos allá a lo lejos. .. Se dirigen
hacia aquí. .. Dos cabezas ... una de hombre y oh·.!. de toro ...
Son ellos, sí que lo son ...
Y eran ellos. Una hora después Hércules salía del mar
llevando al toro por un cuerno.
o

¡Qué fiesta fué la recepción del héroe! Hércules llegó can...


sadísimo, completamente exhausto. Felizmente que el toro
estaba más cansado todavía, que sino habría escapado por se-
gunda vez.
El viaje desde allí hasta Micenas transcurrió lleno de pe-
ripecias y lances heroicos. El camino que tomaron pasaba por
la parte este de Arcadia' -y el vizconde insistió mucho para
que hicieran una paradita en Estinfalo. Pero como esa ciudad
estaba muy a trasmano, el vizconde, suspirando, tuvo que re-
nunciar a su esperanza de volver a ver a la pastorcita Clímene...
Finalmente llegaron y, como de costumbre, los chicos mar-
charon hacia el campamento mientras Hércules llevaba el toro
a la ciudad.
i Qué placer era el verse nuevamente en aquel amable re-
tiro, con el arroyo murmurando como siempre y la floresta
reverdecida allí al lado! El templo de Avia no había sido to-

[324 ]
Hércules atravesó el mar a nado llevando al toro . ..

[325 ]
MONTEIRO LoBATO

cado por nadie. Estaba como lo habían dejado. Allí se levan-


taban las estacas con las esculturas conmemorativas de los
Trabajos de Hércules. Perucho colocó una más y le clavó la
séptima escultura que representaba a Hércules luchando con
el toro.
Al caer de la tarde, Perucho tuvo una idea.
-¿Y si fuéramos un momento hasta la ciudad?
Todos aprobaron, pero no podían ir sobre Medio-y-Medio,
porque siempre que el centaurito aparecía en la ciudad era un
pánico. Fueron sobre él hasta la entrada de Micenas y desde
allí a pie.
Encontraron a la ciudad en medio de un tumulto a causa
de la llegada del héroe. Todos sabían ya la historia del toro
de Creta y corrían hacia la plaza del mercado para verlo. Hér-
cules lo había atado allí a un palenque y fué a presentarse al rey.
- j Listo, Majestad! dijo con su voz tranquila de héroe
que se porta bien ante la soberanía. Cumplí fielmente la mi-
sión que Vuestra Majestad tuvo a bien confiarme. El toro de
Creta está atado a un poste en la plaza del mercado.
Euristeo se puso serio. ¿Qué iba a responder? Ya estaba
cansado de las victorias del héroe. Indudablemente Palas tenía
más fuerza que Hera. Y Euristeo consultó con los ojos al mi-
nistro Eumolpo, siempre allí, lo más chupamedias, al lado del
trono. Eumolpo, que tenía ya en la cabeza un nuevo Trabajo
destinado al héroe, cuchicheó largamente con el soberano.
Euristeo compuso la expresión y le dijo al héroe:
-Muy bien. Ahora lo que tienes que ir a hacer es a ter-
minar con los ,caballos de Diómedes.
Hércules no sabía qué caballos eran aquellos. Eumolpo le
explicó:
-Diómedes es el rey de los bistenios, en Tracia. Tiene
unos caballos que no comen más que carne humana. Diómedes
los alimenta con los náufragos que las tempestades arrojan a
las costas de su reino. Su Majestad ordena que vayas allí y li-
quides esos caballos antropófagos.
Hércules bajó respetuosamente la cabeza y murmuró:

[326 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

- j Así será hecho, Majestad!


Dijo y salió.
Euristeo se quedó conferenciando con Eumolpo. Estaban
tramando algo. Después ordenó a uno de los guardas:
-Vaya a la plaza del mercado y suelte al toro de Creta.
El guardia se quedó con la boca abierta, y se atrevió a
decir:
-¿Y qué va a pasarle al pueblo que está allí, Majestad?
Euristeo lo fulminó con una mirada.
-Cumpla mis órdenes y no discuta.
El guardia fué a soltar al toro.
Mientras tanto, los chicos llegaron a la plaza donde la
multitud se comprimía para ver al monstruo aprisionado. Los
comentarios hervían.
- j Qué hermoso animal! decía uno.
-Hermoso, sí, pero peligrosísimo. Mire cómo babea de
cólera y echa chispas. Hasta parecería que lanzara fuego ...
-Le tengo miedo a Creta. decía otro. Allí estuve una vez.
Todo son toros en la isla -y está aquel horrible Minotauro
preso en el laberinto.
Perucho intervino.
-Había Minotauro. Ya no existe.
-¿Cómo? ¿Por qué? y varios curiosos lo rodearon.
-Pues sí, confirmó Perucho. El gran héroe Teseo de
Atica estuvo allí y estranguló al monstruo.
El espanto fué general. N adie sabía aún el gran aconte-
cimiento.
-Pero ¿efectivamente lo estranguló? ¿Tu lo viste, mucha-
cho? preguntó un Santo Tomé local.
-Claro que lo vi. Con mis propios ojos.
Emilia intervino:
-También lo vi yo. Ya revoloteaban sobre él las moscas.
Muerto, muertísimo ...

-'!'-

[327 ]
MONTEIRO LOBATO

LA LOCURA DEL REY

El ruedo de curiosos en derredor de los chicos aumentaba


cada vez más. Especialmente el vizconde provocaba mil co-
mentarios. ¡Una araña con galera! Y cuando supieron que los
tres habían tomado parte en la aventura del héroe, el asombro
no tuvo límites.
En ese momento llegó el guarda del rey.
-¡A dispersar! ¡A dispersar! gritó. Vengo con orden de
Su Majestad para soltar a este bicho.
N adie entendía.
-¿Soltar al toro de Creta? ¿Soltar a un monstruo que
había hecho ya tantos estragos en el mundo? ..
-Sí. Son órdenes de Su Majestad y las órdenes de su Ma-
jestad no se discuten, respondió el guardia con la mano puesta
sobre el lazo para deshacer el nudo.
Cuando la multitud percibió que el toro iba a ser puesto
efectivamente en libertad, fué un pánico. Correría general y
gritería cómo no se había oído nunca. Unos volaban por aque-
llas calles como liebres. Otros penetraban en las casas y tran-
caban las puertas por dentro.
El guardia soltó al toro y, pobrecito, fué su primera víc-
tima. El toro lo empitonó y lo tiró a veinte metros de distancia,
casi deshecho. ¡Y cuántos no murieron aquel día! ... El mons-
truo estaba lleno de odio reprimido, de manera que al verse
suelto explotó en un terrible acceso de furor. Cada embestida
era una criatura reducida a pedazos.
Perucho agarró a Emilia y al vizconde por la mano y des-
apareció a toda velocidad. Corría arrastrándolos. Minutos des-
pués llegó al lugar donde Medio-y-Medio los esperaba. Tiró a
los dos sobre el lomo del joven centauro, montó y dijo:
-¡ Huyamos, Medio-y-Medio! El maldito Euristeo man-
dó soltar el toro.
Esas palabras valían más que cuantas espuelas pueda ha-

[328 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

ber en el mundo. Nunca Medio-y-Medio galopó a más velo-


cidad.
Al llegar al campamento les asaltó una idea:
-¿Y si el toro viene hacia aquí? ¿Y si nos reconoce y
quiere vengarse? Lo mejor es subirse en aquel árbol -y Pe~
rucho señaló el árbol más alto de todos. Todos se subieron,
menos Medio-y-Medio. Su defensa era el galope.
-No puedo comprender la idea de ese rey mandando sol-
tar el toro, dijo Perucho desde encima del árbol. Para mí que
está más loco que el toro.
D -¡ Y Hércules que no viene! se impacientaba Emilia. ¿Se
volverá a topar con el toro en la ciudad?
-Creo que no, opinó el vizconde. Ahora recuerdo lo que
dijo Minervino. El toro va a Maratona, donde será capturado
nuevamente por Teseo. Eso es lo que está escrito en las páginas
del libro del porvenir.
Minutos después:
- j Allá viene Lelé! gritó Emilia.
Sí. Hércules venía con la cabeza baja, como absorto en
pensamientos. Llegó y se echó a reír al ver a todos subidos en
el árbol.
-Bajen, dijo. No hay nada que temer. El toro dejó la
ciudad y se hundió en esos campos.
-¿No vendrá hacia aquí?
-No. Tomó otro rumbo.
El alivio fué general. Todos bajaron.
-¿Por qué Euristeo mandó soltar el toro? preguntó
Perucho.
-No lo sé. Los designios de ciertos soberanos son inexcru-
tables ...
Muy bien. Si el toro se iba a lo lejos, nada había que temer,
y el resto del día se pasó agradablemente en aquel campamento,
que era una verdadera quinta de doña Benita plantada en la
Hélade.
Medio-y-Medio salió al galope en busca de la cena. Hér-
cules le gritó:

[329 ]
MONTEIRO LoBATO

-Trae cinco hoy. Tengo hambre atrasada. Las veinte ho-


l'as que pasé en el mar me abrieron el apetito.
Perucho estaba curioso por saber cuál era el nuevo Tra-
bajo de Hércules.
-¿Aquél verdugo ha dado órdenes para el octavo Trabajo?
-Sí, respondió el héroe. Me mandó que liquidara a' los
caballos de Diómedes.
-¿ Quién es Diómedes?
-Un rey de Tracia. Tiene unos caballos que comen gente,
a los que él alimenta con los n8.ufragos que llegan a la playa
de su reino.
Emilia puso las manos en la cintura.
-¡Por Zeus! ... Nunca vi una tierra más llena de mons-
truos que ésta. Los pobres héroes no tienen descanso. He ahí
una profesión que no me tienta. Se parece a la de los bombe-
ros en las ciudades bombardeadas.
-Nada más verdadero, Emilia, ponderó Hércules. Por
ejemplo, yo. Nunca tuve descanso. Desde la cuna vengo lu-
chando por mi vida o para salvar la vida de los demás. Re-
cuerdo aquellas dos serpientes que maté cuando era un chi-
quillo ...
El vizconde dejó oír su opinión científica.
-El mal, dijo, está en los dioses del Olimpo. Ellos inter-
fieren demasiado en la vida de los humanos. Parece como si
el Olimpo fuera una platea desde la que ellos se distraen con
las aflicciones de los hombres. Y el gran Zeus, que como dios
de los dioses debía tener juicio, me parece el menos juicioso
de todos ellos.
Hércules se escandalizó ante la opinión del vizconde. Tan-
to él como todos en la Hélade respetaban profundamente a los
dioses del Olimpo. Y dijo:
- j Cuidado con la lengua, escudero! Recuerde que la ven-
ganza es el manjar de los dioses. Si oyeran una blasfemia se-
mejante, ¡ay de mi escuderito! ...
-Eso es verdad, dijo Emilia. Miren a Juno. ¿Cuántos
años hace que te persigue, Lelé?

[330 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Desde que nací. .. Felizmente la buena Palas es pode-


:rosa y no se olvida de mí.
En ese momento se oyó el galope de Medio-y-Medio. Ve-
nía doblado bajo el peso del rebaño que traía en el lomo: seis
.cameros ...

[ 331 ]
VIII

LOS CABALLOS DE DIOMEDES


LA PREOCUPACION DE HERCULES

Perucho no entendía la Hélade.


-Pero, al fin de cuentas, dijo, esto me parece una ensa-
lada de pequeños países más que uno solo. Explícame esta
Hélade, Minervino.
El mensajero de Palas le explicó que lo que llamaban Hé-
lade no pasaba de una especie de racimo de pequeños países:
independientes, pero con la misma lengua y los mismos dioses.
Laconia, Mesenia, Argólida, Arcadia, Acaya, Beocia, Atica,.
Etolia, Fócida, Tesalia, Magnesia ...
-¡Basta! gritó Emilia. Para en la Magnesia, antes que.
llegue el Aceite de Ricino ...
- y a uno de los frutos de ese racimo helénico es hacia
donde marchamos, continuó el mensajero. Vamos andandO'
hacia Tracia.
Sí, Hércules y su pandilla iban en camino hacia Tracia en
compañía del precioso Minervino. Hércules iba a Tracia por-
que era allí donde estaba el reino de los bistenios, gobernado>
entonces por un rey llamado Diómedes, dueño de los tales ca-
ballos que comían carne humana. Perucho había observado-
que en el mundo moderno los equinos eran todos herbívoros:
no había ninguno carnívoro. Pero en una Grecia que tenía todo,.
nada más natural que también hubiera caballos antropófagos.
-Los caballos no nacieron antropófagos, explicó Miner-
vino. Pero como en lugar de pasto Diómedes les diera a co-
mer carne humana, fueron cambiando de genio, se hicieron
feroces y. finalmente se convirtieron en unos horribles mons-
truos. Diómedes los alimenta con los náufragos que llegan a sus
playas; los náufragos extranjeros, pues a los naturales los.
perdona.

[335 ]
MONTEIRO LOBATO

- j Malvado! exclamó Emilia. Por esa razón yo soy de-


mócrata. Eso de reyes y tiranos es una desgracia. Tratan a los
súbditos 10 mismo que los dioses del Olimpo tratan a los
hombres.
Minervino aconsejó que no se faltara el respeto a los dio-
ses, porque estos todo 10 veían y 10 oían, y eran vengativos.
y a propósito contó una conversación recién oída en el Olimpo.
-Rera estaba murmurando, en voz baja, con Zeus, su
divino esposo. Me esforcé y pude pescar unas palabritas ...
Emilia interrumpió:
-Entonces, ¿tú vives en el Olimpo, Minervino?
-No. Pero como estoy trabajando para mi diosa Palas,
vuelta a vuelta me llego por allá a dar cuenta de mis trabajos
y recibir órdenes. En una de esas veces escuché la tal conver-
sación. N o sé si debo contar ...
Minervino vacilaba.
-¿ Qué decían ellos?
-Justamente hablaban de ti, Emilia. Rera se quejaba a
Zeus de una "muñecota" que andaba por aquí en unión de una
"araña de galera" y de un niño extranjero. La "muñecota",
decía ella, estaba "interfiriendo" en demasiadas cosas y habla-
ba de los dioses con gran irreverencia. Ya dos o tres veces la
haBía tratado a ella misma, la diosa suprema, de "peste" y de
"arpía". Eso era inadmisible, y Rera le pedía a Zeus que ful-
minase con sus rayos a la intrusa. Zeus arrugó las cejas y pro-
metió que sí. Pero después de alejarse Rera, Palas, a la que yo
informé de todo, se acercó y le dijo: "No hagas caso de Rera,
Zeus. La tal "muñecota" está de mi parte y trabajando muy
bien en la protección de Heracles. Fué la que 10 salvó en el caso
del Jabalí de Erimanto. Por eso Rera está enfurecida y quiere
vengarse". Zeus conoce muy bien a esos dioses y diosas; está
al tanto de sus intrigas y va "apaciguando" el Olimpo con mu-
cha habilidad. Fué así que aquel día prometió a Rera fulminar:
a Emilia y poco después .le prometió a Palas protegerla.
-Entonces ¿es un palo de dos puntas?
-Más o menos. Zeus es mañoso. Sabe obrar políticamente
[336 ]
-
- -
...
--,r--::
./

Hércules atravesó el mar con el toro de Creta.


Rera se quejaba a Zeus de una "muñecota" . ..

[337 ]
MONTEIRO LOBATO

y va "apaciguando". Pero ustedes tengan mucho cuidado con


la lengua. Por la boca muere el pez, y las criaturas humanas
mueren por la lengua.
Después de esta conversación, volvieron a tratar de Dió-
medes, el rey de los bistenios. Minervino contó que los caballos
del tal rey no eran caballos sino yeguas. Cuatro yeguas llama-
das Podargo, Lampón, Janto y Deno. Se habían vuelto tan
feroces que vivían encadenadas.
-.-¿Es verdad que tienen los cascos de bronce? preguntó
Perucho que había oído a alguien decir eso.
-Sí, tienen los cascos de bronce, como la corza del monte
Cireneo que capturó Hércules.
-Hércules, no. .. j Nosotros!. .. corrigió el pequeño.
El héroe marchaba detrás de todos, como de costumbre;
iba conversando mentalmente consigo mismo. Y de tanto pen-
sar sintió una perturbación como si fuera a caer nuevamente
en la locura. Y 10 que hizo en seguida, si no era ya cosa de
loco era algo parecido. Se detuvo y les gritó a los demás:
f)

- j Alto! Antes de continuar a la tierra de los bistenios,


quiero llegar a Delfos para hacerle una consulta al oráculo de
la Pitia.
-¿Sobre qué, Lelé? preguntó familiarmente Emilia. Pero
Hércules no contestó. Eso los puso a todos en una gran incer-
tidumbre. ¿Qué será? Perucho opinó que "ocurría algo". Tal
vez Hércules hubiera cometido algún crimen y sintiera remor-
dimientos.
Perucho acertó. En un acceso de cólera, en Micenas, Hér-
cules había dado muerte sin razón ninguna a un miceniano y
de ahí provenían sus remordimientos, su aspecto enfurruñado,
su inquietud interior. Y la súbita idea de dirigirse a Delfos tam-
bién estaba ligada al suceso. Hércules quería saber si el crimen
perpetrado había ofendido a Apolo. ¿Por qué a Apolo? Porque
la víctima estaba sacrificando a Apolo en el momento en que
Hércules la abatió.
Después de Micenas, era Delfo la ciudad griega más co-
nocida de los chicos. Habían estado en ella durante su primer

[338 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

viaje a Grecia en busca de tía Anastasia e); y graci.s.s a la res-


puesta del Oráculo pudieron descubrir a la negra en el Labe-
rinto del Minotauro. Estuvieron por segunda vez en Delfos
para salvar al vizconde, como se ha contado en uno de los vo-
lúmenes de estas historias. Y ahora iban para allá por tercera
vez ... ¿Para qué? Lo ignoraban. Hércules estaba corflpleta-
mente callado.
Para llegar a Delfos, tenían que atravesar el istmo de Co-
rinto y después el Atica. Delfos quedaba en Fócida. Tales via-
jes eran siempre lo mismo. Pasaban por las aldeás y se detenían
en campamentos improvisados, como los de Micenas y Estinfa-
lo. Medio-y-Medio era el encargado de la mesa y o bien pre-
sentaba un buey asado, o bien unos cuantos carneros. No falla-
ba nunca.
Minervino formaba ya parte de la pandilla, aunque con
súbitas desapariciones, cuando volaba para el Olimpo a fin de
dar noticias o recibir órdenes de su diosa.
El vizconde andaba algo más "asentado". Aquella furia de
amor y el entusiasmo por la vida que sintió después de hervir
en la caldera de Medea, ya habían pasado. Todavía pensaba
en Climene, pero sólo de tarde en tarde y cada vez con menos
amor. Emilia llegó a murmurar al oído de Perucho: "Tal vez;
no sea necesario que la tía Anastasia corrija al vizconde. Se
está corrigiendo por sí mismo". Y lo estaba. El fuego de la ju-
ventud trasmitido por la caldera de la hechicera, era ya un
fuego sin calor. El vizconde hasta se abstenía de beber. Cuando
de paso por una aldea le ofrecían vino, le rechazaba con mucha
delicadeza.
Perucho siempre aprehensivo con el extraño estado de
alma de Hércules, le hablaba de eHo de clíLando en cuando a
Minervino.
-Hércules ha perdido su expansividad. N o lo veo reír.
Olvida contestar n lo que le preguntamos. ¿Qué será? Tengo
miedo de que le dé un nuevo ataque de locura. Quien estuvo

1 El Minotauro.

[339 ]
MONTEIRO LOBATO

loco una vez, siempre está amenazado de una recaída, dice


abuela.
y así fué el viaje a Delfos mucho menos divertido y alegre
que los otros. Pesaba sobre ellos como una nube de tragedia.

EN DELFOS

Hay siempre mayor placer en regresar a una ciudad co-


nocida que cuando se la visita por primera vez. Aquella tercera
entrada en Delfos, regaló a Perucho y a Emilia como un re-
greso a su propia casa. Iban reconociendo numerosas cosas y
recordando episodios de sus estadías anteriores.
-¡ Mira aquel "melenudo que vimos la primera vez! obser-
vó Emilia, señalando a un tipo asiático. Se parece a Pepe
Botella.

Habían instalado su campamento en un valle de los alre-


dedores, en el que dejaron a Medio-y-Medio. Al centaurito no
le gustaban las poblaciones. No comprendía el pavor que cau-

[340 ]
~;;¡EE!I~~~i7?~~-~~ ~
Poseído de cólera , avanzo' sobre el trípod e y lo arrancó.

[341 ]
MONTEIRO LOBATO

saba su presencia. Hércules, sin decir una palabra, había pro-


seguido hacia la ciudad. Los tres chicos lo siguieron a pie un
poco después ...
Delfos era una ciudad distinta de todas las otras. Un gran
centro de peregrinación. Gentes de todas las ciudades griegas
y aún de tierras extranjeras, afluían constantemente allí para
consultar al famoso Oráculo. A causa de la constante inter-
ferencia de los dioses en los asuntos de los hombres, todo el
mundo tenía la preocupación de "sondear" la voluntad de los
dioses por medio de consultas a la Pitia, o Pitonisa captadora
de las intenciones del Olimpo. Los sacerdotes del Templo de
Apolo vivían en una perpetua ocupación, sin tiempo ni para
rascarse. Y como no trabajaban gratis, la recepción de presen-
tes no tenía fin. i Y qué presentes!... Hasta bloques de oro
como ladrillos eran ofrecidos al Templo, en cuyos depósitos se
acumulaban inmensas riquesas.
Los pequeños se encaminaron al Templo y allí encontra-
ron a Hércules preparándose para su consulta.
-¿Qué será? murmuró Emilia. Estoy que echo chispas
de curiosidad.
Entraron. Se quedaron en un rincón, mirando y observán-
dolo todo. La Pitonisa estaba atendiendo al mensajero de un
rey de Beocia interesado en saber el resultado de una guerra
que andaba tramando. La Pitia lo atendió. Después de oír su
pregunta, alzó los brazos, se curvó sobre los vapores que salían
del trípode y con un aire de desvarío murmuró su "vaticinio".
Los vapores tenían la propiedad· de colocar a la Pitia en estado
de trance, como los mediums que reciben un espíritu. Emília
se ingenió para aproximarse, y oyó la respuesta:
-"Antes de que las hojas de los plátanos alfombren el
suelo, un rey caerá de su trono".
El Oráculo hablaba siempre de un modo ambiguo, es de-
cir, que tanto podía ser una cosa como otra. Y las respuestas
eran entonces "interpretadas" por los sacerdotes, casi siempre
a favor del que ofrecía los presentes más ricos.
El emisario del rey de Beocia se retiró y fué a conferenciar

[342 J
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Los dos hermanos se enfrentaron, a cusan ose

[343 ]
MONTEIRO LOBATO

con los sa~erdotes. Era el turno de Hércules. El héroe se apro-


ximó a la Pitia. Emilia se achicó más de 10 que era y se acercó'
ansiosa por no perder una sola palabra de la consulta.
Pero ocurrió un hecho extrañísimo e inédito en los anales.
del Templo de Apolo. Al ver a Hércules acercarse, i la Pitia se-
retiró del trípode! ... Fué algo asombroso. Todos los presentes,
dilataron los ojos y entreabrieron las bocas. ¡Hércules, el gran
héroe nacional de la Hélada, había recibido en pleno rostro,
una bofetada de Apolo! ...
¿ Cómo iría a reaccionar? ¿ Se resignaría, o ... ?
El "o" venció. Hércules, atacado por un acceso de cólera
que hizo a los presentes temblar de miedo, avanzó hacia el trí-
pode, 10 arrancó del suelo y cargándoselo al hombro salió con.
él del Templo ...
Emilia corrió al encuentro de Perucho y del vizconde, y-
todos asustados se fueron volando hacia el campamento. Lle-
garon allí casi sin aliento, y Perucho, jadeante, contó a Medio-
y-Medio 10 ocurrido.
- j Hércules fué. . . fué rechazado por la Pitia! . .. j Cuando
se aproximaba a ella. .. ella se retiró para el fondo del Tem-
plo! . .. y Hércules entonces. " entonces cogió el tripode, b
arrancó y salió con él en el aire. .. Salió del Templo y des-
apareció ...
Medio-y-Medio se quedó asombrado. En esto apareciÓ'
Minervino. También había estado en el Templo observándo-
lo todo.
-Hércules es hermano de Apolo por parte de padre, dijo~
Lo que ocurrió no pasa de una riña entre hermanos. La ofensa
que Hércules le hizo a Apolo arrancando el trípode es la mayor-
de todas. Preveo grandes catástrofes ...
-¿Y qué piensa hacer, Minervino? preguntó Emilia.
-Voy al Olimpo a consultar a Palas -dijo y desaparició..
Los chicos se quedaron solos, como atontados, sin una idea
en la mente.
-¿Y ahora? exclamó Perucho. Hércules desapareció. Es-
tamos abandonados en esta tierra extraña y expuestos a todo .. ~
[344 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES'.

Después de muchas vacilaciones, Perucho resolvió que to-


dos montasen en Medio-y-Medio y salieran por el mundo a ver-
si encontraban al héroe. Así fué. Cabalgaron en el centaurito
y salieron en un galope desenfrenado. Cuando veían a algún
caminante, lo detenían para hacerle preguntas.
-¿Ha visto a Hércules? ¿No sabe nada de él?
Los caminantes no sabian nada, y Medio-y-Medio volvía.
a su galope. Y así hasta que dieron con uno que les pudo infor-
mar algo.
-Sí, lo vi. Pero yo no sabía que fuera Hércules. He visto·
pasar a un héroe de formas truculentas con un trípode al
hombro ...
-¿Qué rumbo tomó?
-Pasó a mi lado murmurando palabras terribles y siguió·
en esa dirección.
Medio-y-Medio volvió a galopar en el rumbo indicado, y
así llegaron a las proximidades de una pequeña ciudad llamada
Gitio en el interior del Peloponeso. Desde lejos avistaron a un·
hombre de gran estatura con una cosa al hombro.
-Es él, gritó Emilia. Es Lelé con el trípode de la Pitia ...
El centaurito voló al encuentro del héroe pero se detuvo·
de pronto. Otro héroe había aparecido delante de Hércules.
Perucho lo reconoció de inmediato: ¡Apolo!... ¡Es el mismo
dios Apolo, el hermano de Hércules por parte de padre, el héroe"
,
." ....
que surglO
Sí, era Apolo en persona que descendiera del Olimpo, en-·
furecido, para atacar a Hércules y recuperar su trípode.
Momento trágico. A los pequeños se les pusieron los ca-o
bellos de punta. Pelea entre dos hermanos, ¿habrá algo más
terrible? Y si Hércules era Hércules, Apolo era un dios. Ahora
bien, un dios no puede ser vencido por un ser humano. Luego·
Hércules era el que arriesgaba perder la partida.
Los dos tremendos hermanos se pusieron frente a frente y
rompieron en improperios y acusaciones. Apolo declaró que la.
Pitia se había rehusado a atenderle por razón del injusto ho--
micidio que Hércules había cometido en Micenas.

[345 ]
MONTEmo LOBATO

-¡ Mataste a uno de mis devotos! acusó Apolo. Por eso


la Pitia se negó a atenderte.
Hércules replicó:
-Somos hermanos, hijos del mismo padre. No reconozco
tu superioridad sobre mí. Me he apoderado del trípode y voy
a establecer el Oráculo de Herac1es en oposición al Oráculo
de Apolo.
La lucha de palabras fué subiendo de tono, pero en el mo-
mento en que iban a trabarse en una pelea horrible, del cielo
descendió un rayo que vino a clavarse en el suelo entre los dos.
Era un severo aviso de Zeus, el padre de ambos.
Hércules y Apolo se detuvieron. Comprendieron la signi-
ficación del aviso celeste. Si no acataban aquel aviso, Zeus, fu-
rioso, los fulminaría con otro rayo. Y allí se inmobilizaron el
uno delante del otro, como dos gallos de riña que reflexionan
10 que deben hacer.
Pero Palas intervino. Hizo que el acceso de furia del héroe
se calmase y Hércules fué volviendo en sí. Se puso a hablar
menos exaltadamente. Discutió el asunto con más calma y por
fin cedió. Reconoció que él era el culpable y no Apolo. Sí, él
había matado al devoto de su hermano y arrancado el trípode
del Templo. Nada más justo que Apolo acudiera en defensa de
10 que era suyo, de su devoto y del trípode de su Templo. Y
Hércules entregó a Apolo 10 que era de Apolo. En seguida, muy
vejado por 10 ocurrido, volvió por su camino, con la idea de
regresar a Delfos a reunirse con sus amigos dejados en el cam-
pamento.
Medio-y-Medio le salió al encuentro. La sorpresa del hé...
roe fué grande.
- ¡ Vosotros aquí! ...
-Sí, dijo Perucho. Lo hemos visto todo. Estuvimos en
el Templo y asistimos a la huída de la Pitia ...
-¡Aquélla bruja! agregó Emilia.
Hércules entonces todo aclaró. Contó la historia de su ho-
micidio en Micenas, explicándolo como una tentativa más de
Hera para perderlo.

[346 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, fué mi divina perseguidora quien me hizo subir la


sangre a la cabeza y matar a aquel hombre. Fué también ella
quien me hizo arrebatar el trípode para que de ese modo ofen-
diese mortalmente a mi hermano Apolo ...
En ese momento apareció Minervino de vuelta del Olimpo.
Contó que acababa de estar con la diosa Palas y que ésta, al
saberlo todo, fué a ver a Zeus y prevenirle de los horrores de
la lucha entre los dos hermanos. Agregó que el acceso de furor
de Hércules en Micenas fué también un truco de Hera para
hacer caer en desgracia a su perseguido.
Hércules suspiró.
-¡Qué vida mía! No dejo de ser un juguete de los dioses
del 01:-~,", "" Rl ,.,,.1;1"\ rl", P"'r~ 110 cede ...
Minervino 10 consoló diciendo que tampoco cedía la pro-
tecciull u-'; ..:"l.Has.
-Mi buena diosa tiene siempre los ojos puestos en ti, Hér-
cules. Te ha salvado ya innumerables veces; y así continuará
haciéndolo. Quien disfruta la protección de mi diosa no tiene
nada que temer.
Emilia preguntó por qué motivo era Palas tan poderosa.
Minervino le respondió:
-Porque disfruta la predilección del dios supremo, ya que
pasó los primeros meses de su existencia en su divina pierna.
Además de eso, Zeus y todos los dioses del Olimpo la admiran
y respetan como la diosa de la Sabiduría. ¡Palas, gran diosa Pa-
las, tu mensajero te admira y te venera desde el fondo de su
corazón! ¡Tú sí eres la diosa de las diosas! ...
Emilia le hizo la misma advertencia que días antes él mismo
le hiciera:
-Cuidado, ¿ eh? Si Hera te oyese va a sentirse celosa, y
adiós Minervino ...

HERCULES SE CALMA

Las cóleras de Hércules eran hercúleas. N o pasaban con


la facilidad que pasan las cóleras de los hombres comunes. Se

[347 ]
MONTEIRO LOBATO

había reconciliado con Apolo, pero aún así hervía por dentro T
como hierven las lavas de un volcán. Eso explica la enorme
vuelta que dió para llegar a Tracia. En lugar de seguir directa-
mente para allá, como era lo natural, resolvió pasar por el reino
de Libia.
-Necesito distraerme, dijo. El fuego de la cólera me que-
ma todavía por dentro. Quiero llegar hasta Libia.
Perucho se admiró. Libia estaba en el norte de Mrica
y era una tierra muy cálida. Ahora bien, si Hércules ardía
en fuego interior, ¿cómo pensaba en Libia? Mucho más lógico
que fuese a la tierra de los hiperbóreos, donde todo es hielo.
Pero Minervino lo explicó diciendo que el gran héroe era par-
tidario de la teoría médica de ((similia simílibus curantur", esto
es, para curar el fuego, más fuego; sólo eso podía explicar su
idea de ir a Libia.
Después contó Minervino que el rey de Libia era un
gigante de sesenta codos de altura: Anteo, hijo de Gea y de
Poseidón, el dios del mar. Y agregó que temía mucho una riña
entre Hércules y tal gigante.
-¿Qué es un codo? preguntó Emilia.
El vizconde respon(lió que el codo era una medida muy
antigua, equivalente a tres palmos. Sesenta codos equivalían
a 180 palmos, o sea aproximadamente 36 metros. La ex muñeca
se quedó pensando.
-¿Treinta y seis metros de altura? se sorprendió Emilia.
Pues entonces es un gigante de verdad.
-Sí. Solamente diez metros menos que la Estatua de la
Libertad en el puerto de Nueva York.
Minervino contó que las "cóleras concentradas" de Hércu-
les solamente se desahogaban con la realización de una proeza
tremenda, y que en aquella idea de un viaje a Libia había gato
encerrado; no era para distraerse, no ...
-Para mí, ¡es que quiere pegarse con el gigante Anteo!
Y tengo miedo de eso ...
-¿Por qué? preguntó Emilia. Crees entonces que Hércu-
les, que sostuvo el cielo sobre los hombros cuando Atlas fué a
[348 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

robar la manzana de las Hespérides, ¿puede ser derrotado por


un gigante?
-Es que Anteo es invencible. Puede luchar todo el tiempo
sin cansarse.
-¿Por qué?
-Porque es hijo de Gea, o la Tierra, y Gea le trasmite su
fuerza por los pies.
Emilia tuvo una súbita idea:
-Si es así hay un recurso para vencer a ese gigante: le-
vantarlo en el aire, no dejando que sus pies toquen la tierra.
Minervino entreabrió la boca. Sí, esa era, al parecer, una
'solución.
Emilia fué corriendo a conferenciar con el héroe y le plan-
teó el caso de Anteo.
-¿Será verdad que ese Anteo es invencible, Lelé?
Hércules respondió que sí, yeso a causa de la fuerza con-
tinua que recibía de su madre Gea.
-¿Por dónde recibe esa fuerza? preguntó la diabli11a.
-Por los pies, declaró Hércules. Los que luchan con él
se cansan, pero Anteo no se cansa porque Gea le está trasmi-
tiendo continuamente fuerza por los pies.
-¿ y si fuera levantado del suelo y sostenido en el aire?
De esa manera, Gea no le podrá trasmitir fuerza ninguna. Es
.como la electricidad en el mundo moderno. No habiendo con-
tacto, no hay electricidad.
Hércules arrugó la frente. La ideita de Emilia le sonó como
una tremenda revelación. Sí, ponderó consigo mismo. Sí, si yo
10 levantase. .. si yo lo mantuviera con los pies separados de
la tierra. .. y una inmensa sonrisa le iluminó el rostro. Hércu~
les había comprendido una gran cosa. "No habiendo contacto,
no hay electricidad". Sí, sí. .. Si él consiguiera separar los pies
de Anteo de la tierra el gigante moriría por falta de fuerza ...
Hércules no diJo nada más; se limitó a levantar a Emilia
y darle un beso. Parecía increíble, pero aquella pequeñísima
-criatura acababa de enseñarle el único medio posible de vencer
a un gigante invencible ...
[349 ]
MONTEIRO LOBATO

Desde entonces el viaje fué para todos tina verdadera


fiesta. La alegría del héroe se manifestaba de mil maneras. Des-
apareció su mal humor. Se puso a contar mil cosas de su vida
pasada -un rosario sin fin de tremendas proezas; y como la
alegría produce hambre, su comida aquella vez fué la más abun-
dante de todas: ¡Hércules devoró siete corderos asados!
Anteo era el terror de Libia. Su mayor placer consistía en,
provocar a la lucha a todos los extranjeros aparecidos allí; los
mataba y con sus huesos estaba elevando un horrible templo
en honor de Neptuno. Vivía en Tingis, donde ahora está la
ciudad de Tanger; y esta ciudad se llamaba así por haber sido
fundada por Tingis, la esposa de Anteo.
Para llegar a Tingis, el grupo de Hércules tenía que atra-
vesar el Mediterráneo y surgió una dificultad: ¡Medio-y-Medio!
Como no había memoria de que centauro alguno hubiera em-
barcado en un navío, Perucho no creyó conveniente que el cen-
taurito siguiera con ellos. Podían ocurrir muchas cosas. Quedó
resuelto que Medio-y-Medio los esperase en aquel promontorio
de IVlalea en el que antes habían estado.
Hércules era una cosa en tierra y otra en mar. j Cómo se
mareó! i Y qué cosa horrible fué el mareo de Hércules! .. , Todo
en él era tremendo, fuera de cuenta o medida. Llegó a asustar
a las sirenas y las nereidas con sus tremendos vómitos ...
Por fin llegaron, y la entrada del héroe en Tingis fué una
verdadera entrada triunfal. Hasta allí había alcanzado la fama
del gran héroe heleno, de modo que la población, que vivía
aplastada por el despotismo de aquel rey, se llenó de esperan-
zas. ¿ Quién sabe si el héroe heleno no realizaría el secreto sueño
de todos: liberta el reino del cruel despotismo de Anteo?
El revuelo alcanzado en Tingis por la aparición de Hér-
cules fué grande. Todos 10 querían ver, y se asombraban ante
su impresionante musculatura. Anteo se enteró también de la
presencia del gran heleno y se sonrió, como diciendo: "El tem-
plo que estoy construyendo en honor de mi padre se va a enri...
quecer con una hermosa camada de huesos". Y mandó desafiarlo
para la lucha.

[350 ]
--

Nunca encontró adversario que resistiera tanto . ..

[351 ]
MONTEIRO LOBATO

Hércules aceptó el desafío.


A la hora indicada, la población entera se reunió en la
plaza principal con el fin de asistir una ,vez más a la lucha de
su soberano con un extranjero. Ya estaban c~nsados de asistir
,a tales luchas y testimoniar la invencibilidad de Anteo, pero
esta vez una vaga esperanza brillaba en todos los corazones.
-¿Cómo va a ser la lucha, Lelé? preguntó Emilia. ¿Con
clava o con arco y flecha?
Hércules respondió que sería una lucha cuerpo a cuerpo y
sin armas; solamente de músculos contra músculos.
- y voy a aplicar la sugestión tuya, Emilia, voy a "desli-
gar" al gigante, como allá en el mundo moderno hacéis vosotros
con la tal electricidad.
Minervino estaba bastante asustado, pero cuando supo
que Hércules iba a poner en práctica la idea de Emilia, mur-
muró más aliviado: "¿ Quién sabe?"
Llegó la hora. Nunca se había visto en Tingis mayor can-
tidad de gente. La espectativa era enorme. Corrían de boca en
boca mil versiones sobre las hazañas de Hércules: la destruc-
ción del León de la Luna,' del Jabalí de Erimanto, del Toro de
Creta, y mucha gente apostaba por él. Hasta los partidarios del
tirano secretamente se inclinaban por la victoria del griego.
Hércules apareció en la plaza acompañado por sus extra-
ños amigos: Minervino, Perucho, el vizconde y Emilia. Innu-
merables curiosos rodeaban el grupo y no dejaban de espan-
tarse ante la curiosísima figurita de la "araña con galera".
De pronto se sintió un gran rumor. Era Anteo que se apro-
ximaba. Llegó.
Emilia tuvo una pequeña decepción. En vez de un gigante
de 36 metros de altura, del tamaño de una torre de iglesia, vió
aparecer a un hombre que apenas tendría tres palmos más que
Hércules.
-¿Cómo es eso? ¿Entonces no tiene los sesenta codos que
dicen?
"Quien cuenta un cuento aumenta un punto", dice el re-
frán. La altura de Anteo era solamente unos tres palmos mayor

[352 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

que la de Hércules. Pero eso contado desde Libia hasta la Hé-


lade había ido aumentando de puntos hasta llegar a los sesenta
codos. No había duda, sin embargo, de que Anteo era un gi-
gante; pero también Hércules era bastante gigantesco.
Los formidables competidores se midieron con la mirada.
Anteo estaba sonriente; la sonrisa de los luchadores seguros de
sí y jamás derrotados. Tenía fama de invencible; y ninguno
más que él creía en esa invencibilidad. Hércules se presentó se-
reno como siempre. Su rostro no revelaba la menor expresión
de inquietud.
- j Necesito tus huesos! dijo Anteo con una carcajada.
En vez de contestar, Hércules atacó. Pero atacó como lo
hacía siempre, confiado en sus fuerzas y seguro de dominar al
adversario. En todas las luchas triunfa siempre el más fuerte,
el que golpea más, el que se cansa menos. El cansancio es la
causa principal de todas las derrotadas. El que aguanta un mi-
nuto más que su enemigo, sale vencedor. Hércules no lo igno-
raba. En aquel día, sin embargo, tuvo ocasión de comprobar la
"incansabilidad" de Anteo. Después de diez minutos de lucha
contra el Número Uno de todos los grandes luchadores de la
antigüedad, Anteo se presentaba más fresco que una mañana
de mayo. Y sonreía con la despreocupaba sonrisa de los inven-
cibles.
El calor de la lucha hizo que Hércules olvidase completa-
mente la ideita de Emilia en cuando a la "desligación" del gi-
gante, de manera que estaba luchando con Anteo como siempre
lo había hecho hasta entonces. Pero extrañó una cosa: nunca,
en ningún tiempo, tuvo un rival que resistiera tanto. En genf'-
ral, nuestro héroe derribaba al adversario a los primeros golpes.
y Anteo resistía ya diez minutos sin presentar la menor señal
de cansancio. Hércules empezaba a inquietarse:
En ese instante, Emilia le gritó:
- ¡ Deslígalo, Lelé! ...
Un relámpago iluminó el cerebro del héroe. Se acordó de
la conversación sobre la electricidad y del plan que había con-
cebido de separar del suelo los pies de Anteo. ¿ Cómo había

[353 ]
MONTEIRO LoBATO

podido olvidarse de aquello? ¡Qué cabeza la suya! ... Pero ya


estaba salvado. La advertencia de Emilia llegó muy a tiempo.
Hércules dió entonces un golpe habilísimo del cual resultó
Anteo con las piernas en el aire, completamente separado de
la tierra; y mientras con una mano 10 sujetaba del pescuezo,
con la otra le impedía volver a poner los pies en el suelo. La
fuerza de Anteo se desvaneció como por encanto. El gigante se
estremeció en el aire y se ablandó su cuerpo ...
El pueblo estaba en el mayor grado de asombro. Nadie ha-
blaba. Todas las respiraciones en suspenso como en el circo de.
ahora cuando la música se calla. Por algunos instantes man-
tuvo Hércules todavía en suspenso aquel cuerpo sin vida; luego
10 soltó y el gigante se aplastó en el suelo como un paño mo-
jado que cae ...
La multitud seguía paralizada por el espanto. ¿Era
posible? ¿Estarían en realidad libres del odiado rey? Todos se
restregaban los ojos con el temor de estar soñando. Pero cuando
se convencieron de que no era un sueño sino una maravillosa
realidad, el ¡hurra! que el pueblo lanzó fué un ¡hurra! al uní-
sono que duró minutos y minutos.
-¡Viva Herac1es, el héroe invencible! ¡Viva Herac1es,
nuestro libertador!
Una oleada de gente se lanzó sobre el héroe para alzarlo y
conducirlo en triunfo. Hércules llamó a Emilia. La tomó y le-
vantó en su brazo como una niña levanta una muñeca. Y así
fué llevado hasta el palacio entre el delirio de las ac1amaciones.
Una voz gritó señalando a Emilia: "¡Es el talismancito de él!
Un talismancito vivo! ... " y Hércules respondió: "Más que·
eso. Es mi verdadero cerebro. Es mi dadora de ideas ... ", pala-
bras que nadie podía entender. Minervino seguía de cerca con
el vizconde montado en el hombro y dándole la. mano a Pe-
rucho. Y fué la primera vez que Perucho lamentó no ser gente
grande, pues, comprimido en la inmensa masa de pueblo, era
arrastrado por las oleadas y no podía ver nada.
Llegados a palacio, el pueblo quiso que Hércules ocupase
el trono de Libia. Un rey como aquel, ¡qué suerte! En un mo-

[354 ]
-~§§
---

---
--
\

Hércules fué capturado, encadenado y llevado ante el rey.

[355 ]
MONTEIRO LOBATO

mento de embriaguez, el héroe casi aceptó la corona tan espon-


táneamente ofrecida. Pero el "talismancito" lo llamó al orden:
'''No pienses en tronos, Hércules. Doña Benita dice que el peor
de los monstruos es el pueblo; un día aclama a los jefes y al
otro día los destruye. Nada como ser "héroe en seco" -sólo y
nada más. Hércules le dió la razón, y agradeciendo la mani-
festación popular declaró que la corona de Libia tenía que ser
usada por el más digno de los libios. El pueblo que lo eligiera
y lo sentase en el trono tanto tiempo ocupado por Anteo.
Terminada la manifestación, Hércules se fué al templo de
Neptuno, edificado con los huesos de las pobres víctimas del
gigante y lo destrozó a puntapiés. Emilia le gritó a Perucho que
cogiera y le llevara en el bolsillo una vértebra para su museito.
Por la noche hubo un gran banquete ofrecido al héroe.
Hércules comió como nunca; y habría bebido hasta caer bo-
rracho, si Emilia no hubiera intervenido: "¡Nada de excesos
alcohólicos, Lelé!. Es muy peligroso. Puedes perder la cabeza
y hacer estragos en estos pobres libios tan entusiastas". Hér-
cules obedeció y solamente tomó agua con miel.
Al día siguiente el héroe amaneció cambiado. Había sanado
completamente de su acceso de "cólera contenida". El vizconde
observó que para los grandes héroes, los grandes remedios: "Un
mortal común se cura con un laxante de sulfato de magnesio.
El purgante de un Hércules tiene que ser un Anteo".
Un egipcio se aproximó y dijo:
-Gran Hércules, mi país está también necesitado de una
limpieza en el trono. Tenemos como rey a un verdadero mons-
truo, tal vez peor que Anteo. .
-¿Quién es?
-Es Busiris, hijo de Poseidón y de Lisianasa. Anteo lu-
chaba y mataba a todos los extranjeros que venían a Libia.
Busiris sacrifica en el altar de Zeus a todos los que entran en
Egipto. ¿Por qué no vas allá y libertas a nuestro pueblo de
aquella calamidad hecha hombre?
Hércules miró a Emilia, como quien pide un consejo. Emi-
Ha le dijo:

[356 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-El papel de los héroes es limpiar el mundo de monstruos.


Anda, Lelé, y aplasta al tal Busiris.
Hércules prometió ir, y después de despedirse del nuevo
rey y de aquel buen pueblo tomó el camino de Egipto.
En el comienzo de su reinado Busiris no se había revelado
como un hombre cruel hasta el día en que una gran seca asoló
al país. Nueve años duró aquella seca. Los bueyes se morían.
Las plantaciones se secaban. La gente se caía de hambre en
todos los rincones. Viendo la gravedad de aquella situación, un
adivino famoso de aquella época, llamado Frasio, buscó al rey
y le dijo:
-Sólo hay un medio de terminar con la seca que está des-
truyendo a Egipto: sacrificar a Zeus un extranjero.
Frasio era extranjero, y Busiris hizo como el tirano Falaris:
mandó agarrarlo y sl!!'crificarlo en el altar de Zeus. y cómo por
casualidad al día siguiente lloviera, Busiris se convenció de que
el medio de hacer llover era realmente aquél. Y nunca más cesó
con los sacrificios humanos.
Minervino advirtió al héroe del gran peligro que era para
un extranjero penetrar en el reino de Busiris, que tenía grandes
ejércitos. Pero, aconsejado por Emilia, el héroe despreció el
consejo de la prudencia, y cru~ó la frontera de Egipto.
Al tener conocimiento de ello y de los propósitos de Hér-
cules, Busiris se enfureció y lanzó contra él un ejército de diez
mil nubios feroces como tigres. Hércules fué capturado, enca-
denado y conducido a la presencia de Su Majestad.
-Ya sé lo que le hiciste a mi gran amigo Anteo, le dijo
Busiris; pero voy a vengar la majestad real ofendida por tu
crimen. Mañana serás sacrificado en el altar de Zeus.
Los pequeños se quedaron muy afligidos. Por primera vez
veían a Hércules dominado e infamemente encadenado. Y
como el ejército de Busiris era un verdadero enjambre de avispas
feroces, armadas de lanzas agudísimas y escudos de piel de ri-
noceronte, Perucho y el marlito lo consideraron todo perdido.
Unicamente Emilia conservaba su fe en el héroe.
-El se arreglará, decía ella.

[357 ]
MONTEIRO LOBATO

-¿Cómo, boba?
-No sé, sólo sé que a último momento sabrá hacerlo.
Tengo la más absoluta confianza en Lelé.
Pero, a pesar de la confianza de Emilia, Minervino, Pe-
rucho y el vizconde no veían de qué manera se iba a arreglar
el héroe encadenado. Y estaban en la mayor angustia.
Llegó en fin el día del sacrificio. Numerosos sacerdotes se
colocaron alrededor del altar de Zeus a la espera de la víctima.
¿Y quién era la víctima a ser sacrificada a Zeus? Pues justa-
mente uno de los más generosos y famosos hijos de Zeus ...
Minervino y los pequeños fueron a colocarse en un lugar
desde el que se pudiera ver todo. El vizconde y Emilia, enca-
ramados en los brazos del mensajero de Palas; Perucho, de pie
en un bloque de granito.
La multitud se apartó entre un gran griterío. Era Hércules
que llegaba, seguido por una legión de soldados. Busiris y sus
cortesanos ocupaban una plataforma levantada expresamente
para tal objeto.
Emilia vió a Hércules y, a despecho de su confianza en
el destino del héroe, sintió ganas de llorar. Allí estaba su grande
amigo encadenado de pies y manos y para mayor ironía cu-
bierto con guirnaldas de flores de loto, que es la principal flor
de Egipto. El sacerdote sacrificador, ya delante del altar, pro-
baba con el dedo el filo de su machete sagrado. "¡ Qué bien esta-
ría que se cortase un dedo!" pensó Emilia.
Hércules se detuvo delante del altar. No había cambiado
nada. Su confianza en sí mismo era solamente igualada por la
confianza de Emilia en su destino. El sacrificador subió a una
banqueta, pues se trataba de una víctima de excesiva estatura,
y levantó la cuchilla. Ya la iba a clavar en la garganta del
héroe ...
Pero lo que ocurrió hasta parece mentira. En cierto mo-
mento, Hércules contrajo sus músculos en un esfuerzo podero-
sísimo y las argollas de hierro que lo ligaban a las cadenas se
rompieron como si fueran de barro.. Se libertó y cogiendo las
cadenas las usó como si fueran una clava. En un instante barrió

[358 ]
, .......
,...
...
""-
.....
""

Un gran claro se hizo en derredor de Hércules . ..

[359 ]
MONTEIRO LOBATO

a toda la soldadesca. El desparramo fué de los nunca vistos.


Cuerpos despedazados volaban en todas direcciones. La grite-
ría sonó inmensa. Todo el mundo huía en el mayor pánico. El
suelo quedó lleno de escudos y lanzas. Un gran claro se abrió a
su alrededor.
En la platafonna, Busiris y sus cortesanos agitaban los
brazos, sin saber qué hacer. Muchos escaparon a tiempo. Los
que tropezaron fueron alcanzados por las cadenas que el héroe
arremolinaba y caían aplastados. Un eslabón de cadena alcanzó
a Busiris en la cabeza y los sesos saltaron como salta el agua
de un pozo al caer una piedra. Hércules había libertado al
mundo de otro odioso rey. Y como la misma cadena había al-
canzado a Afidamanto, hijo de Busiris, y al heraldo Calves,
quedó Egipto libre también de aquel retoño de serpiente y del
odioso pregonero de las órdenes crueles del soberano fulminado.
Emilia con el mayor entusiasmo aplaudía frenéticamente,
gritando como en el fútbol:
-¡Hurra! ... ¡Hurra! ... ¡Hurra! ... ¡Diez a cero! ...

LAS YEGUAS

Después de aquella tremenda hazaña, Hércules quedó com-


pletamente curado de cualquier resto de "cólera contenida" que
aun quedase en su corazón, y se acordó de las yeguas de
Diómedes.
[360 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, tenemos que ocuparnos de eso. Cada día que paso


aquí, allá en las tierras de los bistenios son devoradas más víc-
timas por aquellos monstruos. Y dió orden de marcha.
El regreso de Hércules a Grecia fué rápida y se produjo
sin otro incidente fuera del nuevo mareo que lo asaltó en la
travesía del Mediterráneo. i Y qué horribles los mnfeos del hé-
roe! . .. Hércules sólo se curó cuando puso el pie en el pro-
montorio de Malea.
Allí estaba Medio-y-Medio esperándolos. Aproximóse al
galope, alegre y radiante como un chico en vacaciones. Peru-
cho, Emilia y el vizconde hablaban todos al mismo tiempo.
Cada uno quería ser el primero en contar los tremendos casos
sucedidos en Libia y Egipto.
-Pero, ¿entonces la cadena le pegó al propio Busiris en
la cabeza? preguntaba el centaurito entusiasmado.
-¡Si pegaría! ¡La coliflor de los sesos del rey se desparra-
mó a lo lejos! explicó Emilia, que encontraba el cerebro de
los animales muy semejante a una coliflor. Desparramo mayor
no hubo nunca en el mundo. El suelo quedó cubierto de solda-
dos muertos, lanzas y escudos de cuero de rinoceronte. Miner-
vino estaba pálido como la cera \ Perucho, con el corazón a los
saltos. Pero yo no tuve ningún temor. Yo sabía que en el último
instante Lelé se convertiría en un Sansón ...
Luego hablaron sobre Diómedes. Medio-y-Medio contó
que lo que pasaba por allá daba verdadera lástima. Las yeguas
carnívoras tenían un apetito hercúleo. Devoraban una víctima
diaria. Cuatro yeguas, cuatro víctimas. El infame Diómedes
había apostado a un verdadero batallón de guardias por las
costas para prender a los pobres náufragos. Era lo que decía
tod.a la gente por allá.
Hércules y sus compañeros se fueron a Tracia y cuando
llegaron a la tierra de los bistenios acamparon en las afueras de
la ciudad en que residía el rey. Hércules, que estaba cansadí-
sima, pues el viaje por mar lo había debilitado mucho, deter-
minó reponerse con dos días de absoluto reposo, y le pidió a
Perucho que fuera a ver en dónde estaban las yeguas.

[361 ]
MONTEIRO LOBATO

Perucho partió con el vizconde. Emilia quedó al lado del


héroe dormido, contando a Medio-y-Medio minuciosamente
todo el viaje por Libia y Egipto.
Las yeguas vivían en un establo de granito, sólidamente
encadenadas. El que puso en claro el punto fué el vizconde.
Perucho había ido con él, pero quedó retirado. escondido
detrás de unos árboles. Las comisiones más peligrosas eran
siempre desempeñadas por el marlito. Pequeño como era y con
su aire de "araña con galera" , se deslizaba fácilmente por to-
das partes sin que 10 percibieran. Su reducido tamaño le faci-
litaba todo; y si acaso muriera, tía Anastasia hacía otro. Marlos
no faltaban en la quinta de doña Benita.
El vizconde llegó hasta entrar en el establo de las yeguas
monstruosas para comprobar si tenían realmente cascos de
bronce. Los tenían. Golpeándolos con una piedra, el sonido que
se produjo fué de bronce.
Terminado el descanso, Hércules se levantó completamente
repuesto del viaje por mar y pronto para la realización de
nueva proeza. Siguió el camino indicado por el vizconde y fué
a dar a los establos. Ante las yeguas se detuvo para estudiar
la situación. Eran cuatro. Tenía que sacarlas de allí una por
una; yeso después de destrozar a una docena de guardianes.
Esta parte fué la más sencilla. Con doce golpes de clava, Hér-
cules abatió a los doce guardianes.
¿ y ahora? ¿Cómo hacer con las yeguas?
Se acordó de una cosa. Allí cerca vivía Abderos, un amigo
suyo. Sometería las yeguas y se las llevaría a su arni~o para
que las guardase. ¿Y esto por qué? ¿Por qué no las destruía de
una vez? La explicación era la siguiente: Hércules deseaba ha-
cerle a Diómedes una gran jugada: hacer que las yeguas, que
se habían comido a tantas personas, se 10 comiesen también
a él. Las dejaría custodiadas por Abderos y después de derrotar
a las fuerzas de Diómedes y hacer pnsionero al rey: haría que
las yeguas lo devorasen. Un malvado como él se merecía un
ejemplar castir;o. Y Hércules subyugó una a una a las yeguas
y las llevó a la morada de Abderos.

[362 ]
y agarrando a Diómedes} lo arrojó sobre los monstruos
hambrientos . ..

[363 ]
MONTEIRO LOBATO

-Guárdamelas aquí hasta que les traiga el postre que se


merecen estas devoradoras de hombres.
Así le dijo, y regresó a desafiar a Diómedes y sus soldados.
El ejército de los bistenios fué fácilmente derrotado y Dió-
medes cayó prisionero. Hércules lo encadenó y lo llevó a la
morada de Abderos; pero allí lo esperaba una gran decepción:
las yeguas habían devorado a su pobre amigo ...
El dolor de Hércules fué inmenso. Después del dolor vino
la cólera, y agarrando a Diómedes lo lanzó encima de los
monstruos hambrientos. Pedargo fué la primera que mordió.
Lampón, Janta y Deno siguieron. En unos segundos Diómedes
se vió despedazado y transferido al estómago de las fieras.
¿Y ahora? ¿Matarlas? No. Tenía que llevarlas vivas a
Euristeo, pues de lo contrario el desconfiado rey no daría cré-
dito a la realización del Octavo Trabajo de Hércules.
Pero, ¿cómo llevarlas desde Tracia a Micenas? Conducir
el toro de Creta fué cosa fácil, porque el toro era uno. Tratán-
dose de cuatro yeguas, la dificultad se cuadruplicaba. La
solución que Hércules encontró fué muy sencilla: llevarlas una
a una. Para ello tenía que hacer cuatro veces el viaje de allí a
Micenas ida y vuelta.
Y así se hizo. Las yeguas fueron llevadas una a una y de-
jadas ocultas en la floresta del campamento. Como no comían
pasto hubo necesidad de alimentarlas con carne -y los reba...,
ños de carneros de los alrededores sufrieron una fuerte de-
vastación.
Cuando ya estaban en la floresta las cuatro yeguas, el hé-
roe, dejando al vizconde para cuidarlas, se fué al palacio como
las otras veces.
-Quiero hablar con Su Majestad, le dijo al portero, y
éste lo condujo a la real presencia.
-Majestad, las yeguas de Diómedes, comedoras de carne
humana, están ya aquí, conforme a las órdenes recibidas.
-¿Dónde?
---En la floresta de nuestro campamento, guardadas por
mí escudero.

[364 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Euristeo se enojó por octava vez. El despecho le hizo mor-


derse los labios. Miró a Eumolpo. El ministro tenía los ojos
clavados en el suelo. El rey se rasc6 la barba. Se quedó pen-
sando algunos segundos. Luego dijo:
-Muy bien. Suéltalas ...
Hércules no discutía órdenes. No hizo la menor señal de
sorpresa. Limitase a una inclinación de cabeza.
-Así se hará, Majestad -y volviéndose al campamento,
le dijo a Perucho: "Euristeo me ordenó que soltase las yeguas".
-¿Soltarlas? exclamó el pequeño admiradísimo. ¿Soltar
esas fieras antropófagas? ..
-Es 10 que tengo que hacer ...
Perucho no comprendía aquella extraña sumisión de Hér-
cules al rey. Con un papirotazo 10 podía mandar al otro mundo
y sin embargo se humillaba delante de él, ejecutaba todas sus
órdenes por absurdas que fuesen, como hace un esclavo con su
señor.
Estaba el vizconde sentadito en un tronco en lo umbrío
de la floresta cuando Hércules le gritó desde lejos:
- j Suelta las yeguas, escudero! ...
Emilia se espantó de aquel absurdo. "¡Qué cosa! Mandar
al pobrecillo que soltara a los cuatro monstruos antropófagos,
sujetos por pesadas cadenas. La fuerza del vizconde no alcan-
zaba ni para levantar uno de los eslabones de la cadena. ¿Será
que el héroe ha vuelto a enloquecerese?" cuchicheó al oído de
Perucho. Y protestó:
-Eso está mal, Lelé. Hay que respetar la debilidad
humana.
Hércules lanzó una gran carcajada.
-Era una broma, dijo. Y fué él mismo a soltar las yeguas.
Los pequeños treparon al árbol más próximo y desde la
cima asistieron al terrorífico espectáculo de la galopada de las
yeguas de Diómedes por aquellos campos ...
¿Qué destino tuvieron aquellos monstruos? Días después
lo supieron por Minervino, cuando el mensajero de Palas re-
gresó de la mansión de los dioses.
[365 ]
MONTEIRO LOBATO

-Fueron devoradas por los lobos en las laderas del monte


Olimpo, dijo.
-¿Lobos? exclamó Emilia, muy admirada. Pero ¿es
posible que existan lobos capaces de devorar a semejantes
monstruos?
Minervino explicó que era una m¡¡mada de lobos olímpicos.
Furioso contra el proceder del rey Euristeo, el dios de los dioses
los lanzó contra las yeguas.
-¿ y por qué no las mató con los rayos fabricados por
Hefestos que él usa? preguntó Emilia.
-Porque Zeus reserva sus rayos para fulminar a los
hombres.

Al día siguiente, Hércules recibió una llamada de palacio.


Fué. El rey ya había conferenciado con Eumolpo y elegido un
nuevo Trabajo para el héroe, el noveno. Y se lo comunicó en
estos términos: "Hipólita, la reina de las Amazonas, posee el
maravilloso cinturón que le regaló Ares. Mi hija Admeta desea
ser la dueña de ese cinturón. He dicho".

Hércules regresó al campamento tan asustado como las


demás veces. Era como aquel general de Napoleón que al pre-
guntarle sobre lo que sentía antes de trabar una batalla, con-
testó: "Miedo ... " Cada vez que Euristeo le encargaba un
Trabajo, Hércules sentía miedo. Lo mismo fué aquel día.
Cuando llegó al campamento, todavía estaba inquieto.
-¿Qué va a ser ahora? preguntó Perucho, que le había
salido al encuentro. Hércules suspiró.
-Algo terrible. Admeta, la ambiciosa hija de Euristeo
quiere tener el famoso cinturón que Ares le regaló a la reina
de las Amazonas. Tengo que ir al reino de esas feroces guerre-
ras en busca del cinturón ...
-¿Tienes miedo, Hércules?
-Miedo propiamente, no, declaró el héroe, pero no me
engaño sobre las dificultades del nuevo Trabajo. Las amazonas
son guerreras terribles y numerosísimas -y lo peor es que son

[366 ]
. .
,. o el Vlzcon
adlslm, . .
de le exammo la garganta . ..
ImpreslOn [367 ]
MONTEIRO LOBATO

mujeres. Nunca luché contra mujeres. Inclusive me parece


una cosa sin sentido. De ahí viene mi preocupación.
Cerca de allí, delante del Templo de Avia, Emilia estaba
sentadita al lado del vizconde, hablando mal de Juno.
-¡Nunca vi una peste mayor! decía. Más mala que no
sé que ... Parece peor que aquella negra de allá cerca del puente
de tío Bemabé que hizo morir a su hijita de tanto maltratarla.
¡Ah, si yo fuera Zeus! Lanzaba a esa malvada del Olimpo abajo
y me casaba con Palas. ¡Esa sí que merece ser diosa de las
diosas!
El vizconde le recordó la advertencia de Minervino sobre
el peligro de hablar mal de los dioses.
-No me oye, dijo Emilia. Estoy hablando bajito ... Ade-
más de eso, yo ...
Emilia no terminó la frase. Trató de hacerlo y no pudo.
Se había quedado súbitamente afónica o sin voz. ¡Muda!
¡Muda como un pez! Pensaba algo, quería decirlo, y nada, de
su boca no salía ningún sonido. El vizconde, asustado, le exa-
minó la garganta. Después salió corriendo a avisar a Perucho
y Hércules.
-Perucho, dijo con los ojos dilatados, parece que Emilia
enmudeció ...
-¿Enmudeció? ¿Cómo? ¿Qué historia es esa?
-Enmudeció. .. se quedó muda. .. perdió la facultad de
hablar ...
-¿Cómo? ..
-Estaba conversando conmigo muy bien, allí en la puerta
del Templo, y de pronto se detuvo en medio de una frase:
"Además de eso, yo ... " Se puso a hacer muecas; se esforzó, y
nada. No puede decir nada. Le examiné la garganta. Todo nor-
mal. Es un misterio que no comprendo.
Perucho corrió a ver. Encontró a Emilia muy agitada,
queriendo hablar y sin poder. Muda. ¡Completamente muda!
En el ansia de explicarse fué a la canastita, sacó un pedazo de
papel y con un trocito de lapiz escribió: "Se quebró dentro de
mí alguna pieza. Qiuiero hablar y no puedo. Tengo miedo de

[368 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

que sea castigo del cielo: yo estaba hablando mal de Juno, la


pobrecita, una diosa tan bonita y tan buena. Si ella le tiene
odio a Hércules es con razón. Yo sé que Hércules no tiene nin-
guna culpa; pero ella tiene razón. ¡Pobrecilla! ... Ha de sufrir
mucho con un ,marido tan ruin ... ¡No! ... Zeus tampoco es
ruin, pobrecillo. Sólo que su trabajo es demasiado ... "
Perucho le preguntó:
-Pero ¿no puedes siquiera hablar una palabra, Emilia?
y ella escribió: "¿No lo estás viendo? Felizmente no me
quedé sorda y me arreglo de esta manera: oigo y contesto por
escrito ... "
-Pero eso no puede quedar así, Emilia. Tenemos que ver
una manera de curar esa mudez. Si fuera cosa del Olimpo, nos
entenderemos con Palas por intermedio de Minervino. Y si
fuera algún desarreglo fisiológico, podemos consultar a los gran-
des médicos de Atenas. En último caso pediremos la ayuda de
Medea. Esa con un hervor lo arregla todo.
Emilia escribió: "No quiero que me hiervan. Tengo miedo
de quedar cocida por dentro. Mi mudez debe ser cosa del
Olimpo, porque vino exactamente en el momento en que yo la
llamaba malvada. Minervino ha de poder hacer algo".
El mensajero de Palas era un hombre extrañísimo. Ora
estaba allí, ora no estaba. Aparecía y desaparecía, sin decir
adiós; pero en aquel momento en que tanto lo necesitaban, ¡ni
rastros de Minervino!
El vizconde le contó a Hércules la historia de la súbita
mudez de Emilia.
- y fué así. Se detuvo en medio de la frase y np habló
más. Mudísima, la pobrecilla ...
Hércules no lo quería creer.
-Ha de ser cosa pasajera. Una vez me quedé así por un
resfriado. Perdí completamente la voz ...
-Se quedó afónico, dijo el vizconde.
Hércules no entendió. El marlito le explicó:
-Pues "afono" (privado de voz) es una palabra griega.
"A" quiere decir "sin" y "fono" sabes muy bien que es "voz".
[369 ]
MONTEIRO LOBATO

Allá en nuestro mundo moderno, empleamos muchas palabras


que proceden de aquí, como "fonógrafo", escritura de la voz;
"fotografía", escritura de la luz) esto es ... , y el vizconde expli-
caba, explicaba y Hércules no entendía. A pesar de ser griego,
el héroe ingnoraba las palabras científicas griegas que el viz-
conde, que era un marlito, tenía en la punta de la lengua a
cualquier momento.
Hércules admiraba mucho al vizconde. Se quedaba a veces
las horas oyéndolo hablar de las tales cosas científicas y ha-
ciendo los mayores esfuerzos por entenderlo. A causa de su fa-
mosa "idea sobre la educación" el héroe procuraba instruirse en
las pequeñas ciencias de su escudero.
-Es así, dijo el vizconde. Emilia está áfona, sin voz,
muda. .. Tu también quedaste áfono, a causa de un resfriado.
y mucho me temo que la mudez de Emilia proceda de una
venganza de Hera.
-Por qué?
-Porque Emilia estaba hablando mal de Hera cuando se
queQ.ó muda. Emilia no tiene pelos en la lengua. Dice todo 10
que siente. Y como está enojada con Hera, 'a cada instante la
trata de peste.
Hércules se quedó pensativo~ Después se levantó y fué a
ver a la nueva víctima de la vengativa diosa.
-Entonces, Emilia, ¿es verdad que perdiste el habla?
Emilia puso una carita de "sí", que dejó al héroe con-
movido.
-Tenemos que cuidar de ella, ~ijo Hércules a Perucho.
Palas, la buena diosa que tanto me ha ayudado, ha de ayudarla
también. Aguardemos la llegada del mensajero.
, La mudez de Emilia fué un serio trastorno para el héroe.
Emilia era el alma de la pandilla. Sin Emilia, ninguno se arre-
glaba; además de que solamente ella poseía el mágico secreto
del "figúrate", supremo recurso en las ocasiones de gran pe-
ligro. Si no hubiera sido por la aplicación del "figúrate" en la
lucha de Hércules con el jabalí de Erimanto, ¿en dónde estaría
Hércules a aquellas horas? Con certeza que muerto y ente-

[ 370]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

rrado. Y como así era, Hércules decidió que la recuperación de


la voz de Emilia tenía más importancia para todos ellos que la
conquista del cinturón de Hipólita.

LA MUDEZ DE EMILIA

Todos los demás asuntos quedaron de lado. Hércules. y


Perucho no se conseguían sacar de la cabeza e! caso de aquella
misteriosa mudez. Y no pudiendo encofltrar una "causa fisioló-
gica", como decía el vizconde, -quedaron de acuerdo en que la
causa era divina. Evidentemente una venganza de Juno.
La pobrecilla estaba tan c'6nvencidade ello que empezó
a adular a la diosa: El vizconde descubrió un papel ene! que
ella había escrito la siguiente oración: "Divina Juno, la más
hermosa de las diosas' y la más bondadosa de todas, protégenos.
Si te ofendí, perdóname. Una diosa tan importante no se puede
vengar en una pobrecilla como yo, fea, boba, etc.", y así seguía
entre las mayores adulaciones posibles.. Luego le pidió a Pe-
rucho que construyera un altar en honor de Juno y lo cubrió
de flores.
Hércules estaba profundamente conmovido y extrañado
de una cosa: ¿cómo era que, habiendo sido padre de varios
hijos, no sintió nunca por ninguno de ellos lo que sentía por
aquella mocosita?

[371 ]
MONTEIRO LOBATO

Dos días pasaron allí y solamente pensaban en el caso,


cada vez más ansiosos del regreso de Minervino. El tercer día
por la mañana reapareció el mensajero de Palas.
-¿Qué pasa? ¿Qué tristeza es ésa? dijo percibiendo que
algo anormal había ocurrido.
Perucho explicó el caso de la mudez.
-¡Hum! exclamó el mensajero. Yo bien que le avisé. Bien
que andaba previniéndolo. La irreverencia de Emilia tenía que
terminar mal. N o conozco la causa de su mudez; pero juraría
que es una venganza de Hera ...
-¿Vienes del Olimpo? preguntó Perucho. ¿No has oído
nada por allá respecto a esto?
-Nada. Estuve combinando con Palas la ayuda a Hércu-
les en el nuevo Trabajo que va a emprender. Las amazonas son
las más terribles guerreras que ha visto el mundo. Palas me
ha hecho mil recomendaciones.
-Pues solamente veo una salida, dijo Perucho. Vas a vol-
ver al Olimpo para discutir el caso de Emilia. Ya sabes que
Palas se interesa tanto por Hércules, y no ha de querer que
quede privado de la ayuda de Emilia. En el caso del jabalí fué
ella quien lo salvó todo. En el mismo caso de Anteo, si no hu-
biera sido por su idea de la "desligación", es muy posible que
la lucha hubiera acabado de otra manera. Y Hércules dice que
no dará un paso para ir a la tierra de las Amazonas antes de
resolver el caso de Emilia. Regresa cuanto antes al Olimpo para
conversar con Palas.
Minervino estuvo de acuerdo. Esto era 10 que había que
hacer, y partió hacia el Olimpo.
Se encontró a los dioses banqueteándose. El lindo Gani-
medes, con su ánfora de oro en las manos, les estaba sirviendo
néctar. Zeus, imponentísimo con su barba olímpica, comentaba
el caso· de la riña entre Hércules y Apolo.
-¡ Ah, estos hijos míos! dijo después de tomar un trago
de la divina bebida y lamerse los bigotes. Viven entre peleas.
Nosotros, que deberíamos dar el buen ejemplo a los hu-
manos, nos comportamos peor que ellos. j Qué trabajo me cues~

[372 ]
. c:"Q ue, tristeza es esar
¿Qué pasa:l ' ....

[373 ]
MONTEIRO LOBATO

ta mantener la armonía entre dioses y diosas!. .. Hera me da


mil disgustos, con su inextinguible odio a Heracles; y ahora
Apolo se pone también en contra de él ...
Apolo procuró justificarse:
-Reconozco las cualidades de Hércules, pero también re-
conozco que frecuentemente se excede. No sólo se atreve a ma-
tar un humano que me hacía un sacrificio, sino que fué a Delfos
y arrancó mi trípode. Eso era ya demasiado ...
-Hizo muy bien, dijo Palas. La Pitia lo había ofendido
de la manera más brutal. El quería consulbirla para conocer tu
pensamiento, Apolo, y por cierto que se" sometería a lo que tú,
por intermedio de la Pitia, le dijeras. Pero la Pitonisa le volvió
la espalda ...
-Hizo lo que debía hacer, replicó Apolo. Estaba enterada
del crimen de Hércules contra uno de mis devotos.
-¡Bueno! ¡Bueno!... intervino Zeus. Basta de recrimi-
naciones. Estoy de acuerdo con Palas. Si Hércules fué a con-
sultar a la Pitia era porque sentía remordimientos y quería ser
orientado. Hércules no mata por maldad. Se equivoca muchas
veces, lo reconozco, pero procede siempre de buena fe.
Juno se mordió los labios. La indulgencia de Zeus para
con el héroe la ponía fuera de sí.
En ese momento entró Minervino en la sala de los ban-
quetes olímpicos y le hizo desde lejos una pequeña seña a Pa-
'las. La diosa se levantó con disimulo y fué a ver qué quería.
-¿Qué pasa?
-Emilia ha perdido el don de la palabra. Enmudeció de
repente en medio de una frase ...
Palas clavó los ojos en Hera que en aquel instante cuchi-
cheaba al oído de Hermes.
-Oyeme. ¿De qué asunto estaba hablando Emilia en el
momento de enmudecer?
Minervino contestó muy bajito: "Sobre Hera. Estaba di-
ciendo que era una peste, una malvada".
Palas se sonrió satisfecha, murmurando entre dientes: "Y
no dijo nada demás ... ", y después de una corta pausa:
[374 ]
Palas reflexionaba. Tenía que deshacer el juego de Bera . ..

, [ 375 ]
MONTEIRO LoBATO

-No tengo la menor duda: Emilia enmudeció por inter-


ferencia de Hera. Veo en eso el dedo de la "peste'. Después del
caso del jabalí de Erimanto, Hera juró perder a Emilia. En la
lucha de Heracles contra Anteo, ella también oyó perfecta-
mente el consejo de Emilia: "¡Deslígalo, Lelé! ... ", y fué eso
exactamente lo que decidió la victoria. Todo lo observé muy
bien. Todos aquí asistimos a la lucha. Al oír aquellas palabras~
Hera se mordió los labios. Yo pensé para mí: "¡Pobre Emiliña!
j Nunca más tendrá sosiego!. .. " y ahora vienes tú con esa
historia de la mudez.
Minervino le dijo que tanto Hércules como Perucho y el
vizconde no veían otra solución fuera de la intervención divina.
-Están convencidos de que la mudez no sobrevino a con-
secuencia de ningún disturbio fisiológico, sino de la interven-
ción de Hera.
- y no se equivocaron. Tiene que haber sido Hera, sL
Como nutre grandes esperanzas de que Heracles pierda la par-
tida en la lucha con las Amazonas, quiere alejar a Emilia ...
Y Palas se quedó pensativa. Tenía que descubrir el juego,
de Hera. Pero ¿cómo? Después de una pausa dijo:
-Sólo veo una solución: que Heracles la lleve al palacio.
de Medea. Una buena cocción y Emilita quedará como nueva
y más habladora que nunca. Aconséjaselo.
El mensajero hizo una reverencia y salió. Minutos después
llegaba al campamento. Llamó a Hércules aparte y le dió cuen-
ta de su misión.
-Palas está al corriente de todo y cree que sólo un buea
hervido en la caldera de Medea podrá restituir el habla a
Emilia.

LA CALDERA DE MEDEA

Costó mucho convencer a Emilia que se dejara hervir en


el caldero de la gran hechicera.
-No quiero, no quiero, escribió en el papelillo. Tengo.
miedo de quedar cocida por dentro.

[376 ]
LAS· DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Minervino explicó que eso era absurdo. Todos habían


visto los buenos resultados de la cocción en la experiencia del
vizconde y también en aquel rey Egón de casi ochenta años
que habían visto picar y cocer. El hervido que cocina por-
dentro es el hervido vulgar de las cocineras. La cocción de la
gran hechicera era magia pura, de la más alta, y con efectos;
muy distintos.
-Tengo miedo, tengo miedo. .. volvió a escribIr Emilia._
Perucho intervino.
-¡ Miedo! ¡Miedo!... Me admira ver esa palabra en este-
papel. Tú, que allá en la quinta nunca tuviste miedo de nada
ahora estás peor que abuelita ... Cualquier día te pones a te-
ner miedo también de las cucarachas.
Emilia escribió: "Pregúntale al vizconde lo que sintió".
Perucho preguntó.
-¿Lo qué sentí? contestó el vizconde. Ah, un aturdimien-
to delicioso cuando la hechicera me hizo pedacitos con su cu-
chilla; después perdí los sentidos. Cuando desperté me vi joven
y sonrosado ...
Emilia escribió: "Pero él estaba loco. Conmigo va a ser-
distinto, porque yo no estoy loca. Solamente si me dan cloro--
formo ... "
-¿Hay cloroformo por aquí? preguntó Perucho al men-
sajero, y tuvo que explicar qué era el cloroformo y cuáles.
sus efectos. •
Minervino contestó que no, pero que había varias plantas-
adormideras de un efecto maravilloso.
-Con unas gotas del jugo de esas plantas la paciente se-
duerme y no siente el menor dolor.
Emilia escribió que ella no era "paciente" sino "impacien-
tísima", y que si, de verdad, esos jugos adormecían a una
criatura, "entonces, entonces ... ", y no escribió más.
-Entonces, ¿qué? preguntó Perucho.
-"Entonces, puede ser", completó Emilia.
Bueno. La resistencia de Emilia estaba medio vencida. La_
otra mitad sería vencida por Medea; y Hércules dió la orden_

[377 ]
MONTEIRO LoBATO

de marcha. Al día siguiente llegaban al palacio de la hechicera.


Hércules explicó el caso. Medea, sin embargo, no trabaja-
ba gratis, y como todavía no le habían pagado la curación del
vizconde, se aprovechó de la situación.
-Sí, dijo, podré cocer la nueva enfermita; pero ¿y aqué-
lla cuenta que me debes, Heracles?
El pobre héroe rascose la cabeza. A todos los héroes les
pasa igual: nunca piensan en el dinero. Don Quijote era así. Ro-
lando también. Hércules, Teseo, Perseo, todos. Y la exigencia
de Medea lo desorientó.
Perucho intervino:
-Emilia tiene una canastita llena de preciosidades. Puede
muy bien pagar no sólo su cura sino también la del vizconde.
Con la manzana de oro, por ejemplo ...
-"¿Dar mi manzana de oro en pago de la curación del
vizconde? De ninguna manera", escribió Emilia en el papelito.
-La curación del vizconde y la tuya también, Emilia. N o
seas tan avara. ¿Qué ganas con tener la manzana de oro en
la canasta y estar muda? Piénsalo bien.
Al oír hablar de la manzana de oro, Medea quedó muy
interesada. No había en la Hélade una persona que no ambi-
cionara poseer aquella maravilla.
-¿ y cómo esa mocosa consiguió un fruto con el que viven
soñando todos los héroes?
Hérfules contó el caso del gigante Atlas. Medea se quedó
más intrigada aún. Emilia al final cedió.
-"Sí. De acuerdo. La manzana- por las dos curas", escribió
suspirando.
La manzana estaba en el campamento de Micenas con una
enorme piedra encima. Solamente Hércules tenía la fuerza ne-
cesaria para moverla. Y allá va el pobre Hércules a Micenas.
No había nada que él no hiciera en beneficio de su dadora
de ideas. Mientras el héroe no regresaba, quedaron todos hos-
pedados en el Palacio de Medea.
Llegó Hércules. Venía radiante con el fruto en la mano.
-¡Aquí está!

[378 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Medea asió aquella preciosidad y quedó deslumbrada. No


había duda que era una de las tales manzanas de las Hespéri-
des, de tanta fama en el mundo entero. Valía no dos, sino mil
curaciones.
-Pues, vamos a empezar el trabajo, dijo, y se encaminó
para la sala de cocciones seguida por todos. Allí estaba en el
fuego la gran caldera. Medea puso más leña, y, tomando un
machete, volvió hacia Emilia, diciéndole: "¡Acércate!" Emilia,
sin embargo, corrió y se colgó de Hércules. Parecía atacada por
un miedo muy grande. Medea avanzó en dirección a Emilia con
el machete en la mano. Emilia gritó:
-¡ No! ¡Nunca! Picada con ese machete, j nunca! ...
-Pero es necesario, Emilia, murmuró Hércules con toda
ingenuidad, sin darse cuenta de que Emilia estaba hablando, y
por lo tanto curadísima de su mudez sin necesidad de hervido
ninguno. "Es preciso. N o puedo prescindir de la cooperación
de mi "dadora de ideas" en el viaje al reino de las Amazonas,
¿y qué hago con una dadora de ideas muda?"
Todos se asombraron de la torpeza del héroe. Estaba
oyendo a Emilia hablar y seguía convencido de su mudez. Pe~
rucho, en un verdadero delirio de alegría, le dió conciencia de
la buena nueva:
-¿Pero no ves que ella ha sanado por sí misma, Hércules?
¿No ves que está hablando?
Hércules abrió los ojos y comprendió. ¡Y qué gran alegría
la suya! Agarró a Emilia y la besó. Después abrazó a Perucho
y al vizconde. ¡Todo salvado! ¡Todo arreglado! La mudez ha-
bía desaparecido de la manera más misteriosa. El héroe descon-
fió que fuera cosa de los dioses y buscó con la mirada a
Minervino.
-¿Dónde está Minervino?
Había desaparecido momentos antes. Al ver el pavor de
Emilia ante el machete de Medea, el mensajero se había com-
padecido de ella y había volado al Olimpo en busca de su diosa.
-¡Palas, mi gran diosa! ¡Tén compasión de la pobrecilla!
Allá está delante de Medea con la mayor cara de miedo que

[379 ]
MONTEIRO LoBATO

he visto jamás. Le tiene horror al machete de picar a la gente ...


Trata de descubrir otra manera de curarla.
Palas 10 comprendió todo y cuchicheó algo al oído de
Zeus. y Zeus entonces operó el milagro: hizo que Emilia recu-
perase el habla sin necesidad del hervido.
¡Qué alegría en el palacio de Medea! Perucho daba saltos
de contento. El vizconde resoplaba -señal de "euforia" en los
marlos científicos. Y a Hércules se le caían las babas de gusta
al oírlos.
Emilia hablaba, hablaba sin parar como para recuperar el
tiempo perdido. Quedó 10 mismo que aquella muñeca de trapo
que en la quinta de doña Benita tomó las píldoras parlantes
del doctor Caracol, y habló por primera vez. Habló tanto que
Medea se tuvo que tapar los oídos, diciendo:
-Llévense esta diabli11a que me tiene atontada.
Pero Emilia siguió hablando y reclamó 'la devolución del
fruto.
-Yo convine en dar la manzana de oro por la curación
del vizconde y la mía. Pero como yo he sanado por mí misma,.
creo que la señora sólo tiene derecho a la mitad de la manzana...
Hércules abrió los ojos. ¡Qué hábil!. .. El no se había
acordado de aquello y le declaró a Medea que su dadora tenía
toda la razón. Si la manzana se había convenido en pago de'
dos curaciones, el pago de una sola curación tendría que ser
media manzana.
Finalmente cedió Medea, de tan entontecida como estaba
con la charla de la ex muñeca. Y como era una pena partir por
la mitad la manzana, propuso a cambio del fruto entero un
talismán de los más preciosos: una varita mágica.
Los ojos de Emilia chispearon. Su mayor sueño había sido
siempre poseer una varita mágica para jugar a transformar las
cosas. Medea fué al desván y trajo una varita como las que
usan las hadas.
-Aquí la tienes ...
Emilia casi tembló al tocar la varita, y por el camino de
regreso al campamento fué cambiando de forma mil cosas.

[380 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

- j Salí ganando, salí ganando!. .. gritaba. Con esta va-


rita convertiré en oro la fruta que quiera, e hizo la experiencia
en una aceituna. i Con un toque de su varita, la aceituna se con-
virtió en una hermosa pelota de oro!
Hércules la miraba con la boca abierta. i Qué prodigio de
listeza había en su pequeñita "dadora de ideas"! ...

[381 ]
IX

EL CINTURON DE HIPOLITA
y DiómedesJué lanzado a las yeguas carnívoras.
LOS CHICOS DE MICENAS

Hércules, con la mano en almejilla, seguía reflexionando


en el Noveno Trabajo que Euristeo le había impuesto: ir al
reino de las amazonas y conquistar el célebre zoster de la reina.
de las amazonas, es decir, el cinto que Ares o Marte le había
regalado y que Hipólita usaba como distintivo de su realeza.
Las amazonas constituían una curiosa raza de mujeres
guerreras, hijas de Marte y Harmonía. Habitaban en los para-
jes de Termodonto, cerca de Temiscira, en el Ponto. El reino
de Ponto estaba en el Asia Menor, junto al Ponto Euxino.
Las amazonas eran la contraparte femenina de los centau-
ros: no porque tuvieran medio cuerpo de caballo y medio de
mujer, pero como solamente andaban a caballo, parecía que
formaban con los caballos un solo cuerpo. En su reino no había
hombres, sino mujeres, y todas valerosísimas, las mayores gue..
rreras de la antigüedad. Desde muy jóvenes se comprimían el
seno izquierdo para atrofiarlo, de manera que no les estorbase
en el lanzamiento de flechas.
Además de muy valientes eran de una gran belleza y ves-
tían a la manera de los bárbaros: túnicas bien ajustadas al
cuerpo, gorro frigio, bombachas distintas de las de los gau-
chos. Para su defensa usaban un escudo redondo, el arco y la
flecha.
Ningún hombre entraba en el reino de las amazonas; el
que se atrevía a hacerlo era muerto inmediatamente. De ahí
la preocupación de Hércules. ¿ Cómo iba él solo a invadir aquel
reino y arrancar de la cintura de Hipólita un zoster que nunca
se quitaba? Y Hércules pensaba y pc::nsaba. Por fin resolvió

[385 ]
MONTEIRO LOBATO

llevar buenos compañeros. Sólo con la ayuda de otros héroes


podría conseguir algo; y pensó en Teseo, Peleo, Telamon y otros
grandes amigos suyos. Antes de nada tenía que buscar a aque-
llos héroes y proponerles la aventura. Pero vivían en ciudades
diferentes. Buscarlos a todos y discutir el asunto era empresa
larga. Hércules llamó a Perucho.
-Escucha. Tengo que reunir a varios amigos para la aven-
tura de las amazonas. Eso me va a exigir una serie de viajes.
Me parece mejor que yo vaya solo. Después de formar mi ban-
da, os vendré a buscar.
Así todo combinado, Hércules partió para Atenas en busca
de Teseo, el héroe del Atica. Los chicos se quedaron solos.
El primer día se pasó Emilia en una furiosa serie de con-
versiones por medio de la varita mágica. El "Cambia que
cambia, cámbiate en" no paraba. Hasta al arroyo 10 cambió
Emilia en un pastorcillo de Arcadia que no sabía hablar y ape-
nas "murmuraba", como murmuran los arroyuelos. Y Perucho,
'que no fuera nunca un chico adulador, estaba ahora gentilísimo,
con Emilia. ¿ Cómo no adular a una criatura armada de tanto
poder? Y por más absurdo que esto parezca, hasta Juno, allá
en el Olimpo, comenzó a tener miedo de Emilia -según la in-
formación del mensajero de Palas en el día siguiente.
-Acabo de llegar del Olimpo, dijo Miriervino. Palas está
radiante con la nueva derrota de Hera en el caso de la mudez
de Emilia, y me dice que la chiquita ya nada tiene que temer
de las maldade!> de la diosa. "Si contra Emilia fuera lanzado
un león, ella 10 recibe con un golpe de la varita y 10 transforma
en 10 que quiera :mosca, mariposa, mazapán. Esa varita má-
gica es verdaderamente un prodigio, pero es bueno que Emilia.
sepa una cosa. Todas las varitas mágicas tienen un poder limi-
tado. La que Medea le dió solamente sirve para cien veces.
Después de hacer cien cambios quedará convertida en una
varita común, como las de membrillo, que solamente sirven
para zurrar a las criaturas. Avísaselo".
Al saber Emilia la limitación de su varita mágica, casi
lloró de desesperación. i Con el juego del "Cambia que cambia'"

[386 ]
-,
-
------

m...-_
Hasta al vizconde lo transformo, en yacaré . ..

[387 ]
MONTEIRO LOBATO

había gastado casi todo el poder de la varita mágica y de la


manera más boba, Dios santo! Hasta cambiando piedrecitas
del suelo, pedacitos de palos, moscas ... Según los cálculos del
vizconde debían quedarle a la varita solamente unas treinta
veces. Quiere decir que Emilia había desperdiciado setenta en
puras bobadas. Correspondía que ahora se tuviera el mayor
cuidado con las restantes. Y Emilia, con un suspiro, guardó
su varita mágica.
Emilia se recordó que en la quinta de doña Benita la vieja
tía Anastasia no decía vara mágica, sino "vara de condao",
y preguntó al vizconde:
-¿Qué quiere decir "condao", vizconde? Algunas veces la
gente usa una palabra mucho tiempo sin saber lo que quiere
decir.
El marlito explicó que la palabra "condao', procedía de la
palabra persa "cando", que quiere decir "sabio o adivinador".
De modo que en el idioma de tía Anastasia "condao" significa-
ba "prerrogativa", "privilegio", "gracia", "don". Y "vara de
condao" quería decir vara de adivinar.
-Pero mi varita no adivina, objetó Emilia. Solamente
cambia.
-Adivina, sí, respondió el vizconde. Cuando tú dices
"Cambia que cambia, cámbiate", adivina lo que quieres y eje-
cuta tu orden.
Todos se tragaron la explicación.
Hacia las cinco, estaban los tres solitos en el campamento
esperando la llegada de Medio-y-Medio, que había ido en bus-
ca de frutas y queso. De repente ...
-¿Qué es aquello? gritó Emilia señalando. Parece una
pandilla de chicos ...
Era realmente una pandilla de chicos que venía en aquella
dirección -una muchachada de Micenas. Se acercaban co-
rriendo entre gran gritería.
-¡Ya sé! exclamó Emilia. Se han enterado de la existen-
cia de mi varita y vienen a atacarnos ...
En uno de sus juegos había convertido a un escarabajo en

[388 ]
¿Qué es aquello? berreó Emilia señalando hacia allí.

[389 ]
MONTEIRO LOBATO

chico y como con aquella prisa se le olvidara volverlo a su for-


ma primitiva, el pequeño se escapó y fué a contar la prodigiosa
historia a toda la muchachada de Micenas. Los chicos habían
quedado enojadísimos y venían en bandada a conquistar la
varita.
¿Qué hacer? La resistencia era imposible, pues se trataba
de una banda de veinte. Recurso único: cambiarlo en cualquier
cosa. Pero para cambiar veinte pequeños era necesario gastar
veinte cambios de la varita, y de las treinta que ya solamente
le quedaban se quedarían con diez ...
Emilia gritó: "¡No quiero! ¡No quiero! ... No quiero gas-
tar casi toda la fuerza de mi varita en esos chicos alocados ... "
-¿No quieres? dijo Perucho. Pues entonces será peor.
N os derrotarán, se quedarán con la varita y tú quedarás re-
ducida a cero ...
Emilia, en la mayor aflicción, comprendió que tenía que
ceder. Aún así pensó en un esfuerzo para economizar algunos
toques.
-Está bien, convertiré diecinueve chicos. Al número vein-
te lo contienes tú. ¿O aguantarás con dos?
Perucho declaró que podía aguantar a dos. Que ella con-
virtiera a dieciocho y él se encargaba de los dos restantes. De
ese modo eran dieciocho toques de la varita de Emilia y todavía
le quedaban doce toques.
Los chicos se acercaban. Se oían perfectamente sus gritos.
"¡La varita es mía! ... " gritaba uno. "¡Es mía! ... " gritaba
otro. "¡Es de quien la tome! ... " gritaba la mayoría. Lo mismo
que la muchachada del siglo XX, que corre detrás del globo
de papel, si los chicos de Micenas agarraban la varita, irían a
destrozarla, exactamente como los chicos modernos destrozan
los globos caídos ...

EL CAMBIO

- y ¿en qué los convierto? preguntó Emilia.


-En moscas, opinó Perucho.

[390 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-En libros, propuso el vizconde, que estaba con deseos


de algunas lecturas.
Pero Emilia, que era muy gitana, resolvió convertirlos en
'cosas de "utilidad práctica" y que hacían mucha falta en el
campamento: un cuchillo, un cortaplumas de los que tienen
sacacorchos, lima de uñas, destornillador, etc., y en otras cosas
que en el momento vería.
Los chicos llegaron y se detuvieron. El más resuelto se
adelantó y dijo:
-Sabemos que hay por aquí una varita mágica muy bue-
na para ocnvertir cosas. Si nos entregáis por las buenas esa
varita, todo terminará sin estragos. Si no la e!1tregáis por las
buenas, lo haréis por las malas y os dejaremos reducidos a
polvo ...
Emilia recorrió con la mirada todo el campo, en la espe-
ranza de ver llegar a Medio-y-Medio. Con el centaurito allí
tal vez le hubiera sido posible economizar algunos toques más
de la varita. Pero como no vió ni señales de Medio-y-Medio,
respondió al insolente ,ultimátum del chico:
-La varita está aquí. Vengan a buscarla si son capaces.
Los convertiré a todos en sapos horrendos ...
La amenaza impresionó a los pequeños, pero como la pru-
dencia no existe entre los muchachos de la calle, el jefe de la
pandilla avan7'- ;--'--:' arrancar la varita de las manos de Emi-
Ha. Ella entonces, más que rápida, cantó el "Cambia que cam-
bia" y lo transformó en cortaplumas. Con la misma presteza
cambió un segundo en cuchillo. Y de un tercer toque convirtió
a otro en tijerita de uñas. r..1ientras tanto Perucho derribaba a
dos de ellos con sus tremendos golpes de cowboy de cine. Emi-
lia convirtió a un cuarto en carrete de esparadrapo, acordán-
dose que es muy útil para cortadura de dedo. Y fué convir-
tiendo a los demás. Medio-v-Medio apareció a lo lejos, pero
demasiado tarde. N o tuvo tiempo de ayudar a la batalla.
Los chicos de Micenas estaban completamente derrotados.
En lugar de ellos sólo se veían, esparcidos por el suelo, los obje-
tos de uso en los que la varita los convirtió. Diecinueve chicos,

[ 391 ]
MONTEIRO LOBATO

diecinueve objetos, pues en el calor de la lucha Emilia convir-


tió también a uno de los dos ya derrotados por Perucho.
-¡Avé, avé, evohé!. .. gritó la victoriosa criatura, mien-
tras recogía las preciosidades --el cortaplumas-sacacorchos, el
cuchillo, la tijerita, el carrete de esparadrapo ...
Solamente se había salvado un atacante, pero allí estaba
nocau, con Perucho arrodillado encima de su pecho y gritán-
dole: ¿Me conoces, bobote? ¿Crees que le tenemos miedo a la
muchachada griega?
¡Qué fiesta armaron! Emilia, radiante como la diosa Pa-
las, examinaba uno a uno sus objetos. En la canasta no cabía
tanta cosa ...
Luego sacó la cuenta de los toques que le quedaban a la
varita. Todavía le quedaban once. ¡Óptimo! Con once toques
en su varita, ¿cuántas cosas no podría hacer en el futuro?
¿Y el vizconde? Nadie había puesto atención en él durante
el calor de la lucha.
-¿Qué será del vizconde? gritó Emilia.
Lo encontraron caído en el suelo, gimiendo.
-¿Qué pasó, cizconde? ¿Qué gemidos son esos?
-Estoy herido, contestó él con voz débil. Parece que me
quebraron una pierna ...
Emilia 10 alzó. El vizconde se cayó nuevamente. N o podía
mantenerse en pie. Perucho se acercó a examinarlo.
-Sí, se quebró la pierna izquierda el pobrecillo.
Nada más cierto. El pobre escudero estaba con la pierna
izquierda quebrada --quebradísima. .. Pero para quien dis-
pone de los milagros de una varita mágica, eso de pierna que-
brada es 10 de menos. Con un simple toque de la varita, la
pierna quebrada se convierte en una nueva. Y Perucho gritó:
-.Emilia, ven y convierte la pierna quebrada del vizconde
en una nueva.
La gitana se acercó. Examinó la fractura y dijo:
-Con dos tablitas y un poco de esparadrapo puedes com-
poner muy bien esa fractura, Perucho. N o vale la pena gastar la
fuerza de mi varita en esto.

[392 ]
Perucho pidió a Emilia que transformara en buena la pierna rota.

J 393]
MONTEIRO LOBATO

y de ahí no pasó. Por más que Perucho insistiera, gitanita


no se animó a gastar un toque de su varita en la curación del
vizconde.
-Bien dice Anastasia que no tienes corazón, se quejó el
niño. Y ella:
-Tengo corazón, sí, pero también tengo cabeza. Si con
dos tablitas y un poco de esparadrapo se arregla eso ¿por qué
vaya gastar en esa pierna un toque de mi varita, si solamente
me quedan once? N o, no y no.
-Entonces ¿no quieres al marlito?
-Sí, lo quiero mucho; pero. .. ¿ y si yo no tuviera en mi
poder esta varita? ¿No se arreglaría todo muy bien con las ta-
blitas? Pues entonces figúrate que no tengo varita ninguna.
y no hubo medio. Perucho tuvo que cortar dos tablitas
y con ellas arreglar la fractura del vizconde. Después le hizo
un par de muletas.
El chico "nocau de Micenas estaba allí bajo la vigilancia
del centaurito. ¿Qué hacer con él? Soltarlo era peligroso. Co-
rrería para Micenas, avisaría en el pueblo lo ocurrido y las
complicaciones podrían ser terribles. Los padres se quejarían
a Euristeo y nada más natural sería que el "antipático" man-
dase una escolta para ajustarles las cuentas. La solución esta-
ba en conservarlo con ellos.
El joven prisionero se llamaba Melampo. Perucho le pro-
puso un negocio.
-Soltarte no, porque irás allá a contarlo todo y tendre-
mos complicaciones. Los vencidos en la guerra son prisioneros
de guerra. Pero nosotros no queremos abusar de nuestra fuerza.
Somos de buen corazón y buena voluntad. Te propongo que
quedes con nosotros formando parte de la pandilla. Las aven-
turas son tremendas -y le contó la historia de los ocho Tra-
bajos de Hércules ya realizados con la ayuda de ellos.
- y ahora vamos a salir para el reino de las Amazonas
en busca de un cinturón de la reina Hipólita. ¿Quieres venir
con nosotros?
Preguntarle a un chico de diez años si quiere tomar parte

[394 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

en una aventura es 10 mismo que preguntarle a un gato si


quiere sardinas. Melampo aceptó la propuesta con el mayor
entusiasmo. Y para animarlo más, Perucho agregó:
-Para empezar, te dejo que des un galope en esos campos
montado en Medio-y-Medio.
El rostro de Melampo se iluminó. ¿Qué no habría dado
él por una galopada de centauro? Y a su regreso se adhirió
de todo corazón al grupo de los chicos, como si él fuese un
nuevo nieto de doña Benita.
Los días que allí pasaron fueron de los más agradables
que tuvieron en Grecia. Melampo era un técnico en juegos. Le
enseñó a Perucho todos los juegos de los chicos de Mícenas, y
en cambio aprendió de él todos los juegos modernos. Al que
no le gustó la historia fué a Medio-y-Medio.
-Uno más para montar en mi lomo, protestó. Si os pu·
diérais procurar un asnito ...
La idea fué recibida con aplauso. Un asnito para Melampo.
Pero ¿en dónde encontrarlo? Melampo sabía. No había nada
de las cosas griegas de su tiempo que Melampo no 10 supiera.
Contó que a cierta distancia había una gran cabaña de caba-
llos y asnos de un hombre rico de Micenas. Podían ir hasta
allá y ...
Melampo subió en Medio-y-Medio y partió al galope en
busca del asno.
Emilia se quedó consolando al vizconde.
-Eso se curará, le decía. Y si no se curase, tía Anastasia
cambia esa pierna por otra nuevecita y más bonita.
Después, cambiando de asunto: "¿Qué quiere decir Avé,
avé, évohé? Vivo lanzando ese grito de los griegos sin saber 10
qué significa".
El marlito, gimiendo y gimiendo, le explicó:
-Hubo, dijo, una célebre guerra entre los dioses y los
titanes -o los gigantes que querían escalar el cielo y expulsar
a los dioses. Los dioses se defendieron tenazmente y los derro-
taron al final. Aquel Atlas de la manzana de oro era uno de
los titanes vencidos. Durante la lucha, Zeus transformó a su

[395 ]
MONTEIRO LOBATO

hijo Baca en un terrible león y lo lanzó sobre los titanes con


estas palabras: ¡Eu.. uie} evohé} Bacche! "¡Bien, hijo mío, va-
lor, Baca!" En las fiestas al dios Baca sus adoradores repetían
esas palabras sacramentales.
-Pero ¿el av'é} avé} evohé? insistió Emilia.
y el vizconde, sin dejar de gemir:
-Esa es una burrada tuya, Emilia. "Avé" quiere decir
"salve", "Evohé" quiere decir "valor. ¡Salve, salve, valor!, es
burradita tuya, Emilia.
-¿Y el "Ave" del "Ave María" también quiere decir
"salve"?
-Sí. Lo mismo da decir "Ave María" que "Salve María"...
¡Ay, hay, hay! ... ¡Cómo me duele la pierna! ...

EL ASNO DE ORO

Medio-y-Medio y Melampo regresaron trayendo por el


cabestro un hermoso asno de largas orejas, y antes de bajarse
de él Melampo le gritó a Perucho:
-No fué necesario robar ningún asno de la cabaña del rico
de Micenas. Encontramos éste sin dueño en la pradera ...
Toq.os corrieron para ver. Emilia lo halló con "mucho
aire" del Consejero o el Burro Parlante de la quinta de dvña
Benita.
¿Y por qué aire?
-Tiene aire de saber hablar, dijo Emilia. Y le dirigIÓ la
palabra: "Asno, ¿no serás tú también de los que hablan?

[396 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, fué la respuesta. Yo hablo, porque soy hombre y no


asno. Esta apariencia en la que me veis no es aquella en la
que nací.
Niños comunes que hubieran oído tales palabras en boc&
de un asno, habrían sentido verdadero terror; pero aquellos
chicos eran criaturas que no se asombraban de nada. Todo les
parecía naturalísimo. En lugar de sentirse aterrorizados, ro-
dearon al asno y le pidieron que contara su historia.
y el asno contó:
-Me llamo Lucio. En cierta excursión que hice a una ciu-
dad de Tesalia, me hospedé en la casa del viejo Milón, al
que me habían recomendado, y allá me enteré que su esposa
era una gran maga. Quien me lo reveló fué la sirvienta Fotis,
que me dijo: "Si quieres convencerte, espía en aquel cuarto en
donde la esposa de Milón prepara sus brujerías". Espié, vi a
la vieja restregarse con una pomada, convertirse luego en le-
chuza y'salir volando por la ventana. Quedé con ganas de hacer
la misma experiencia: convertirme en lechuza y disfrutar la
delicia de un paseo nocturno por los cielos de Tesalia. Con
la ayuda de Fotis, penetré en el cuarto de la hechicera, en
e

donde me encontré con una serie de potes de pomadas. Cada


una de ellas lo transformaba a uno en una cosa determinada.
Tomé el que me pareció pomada de lechuza y me restregué
todo. Pero, j ay de mí! Me había equivocado de pote y la po-
mada que me pasé por el cuerpo me transformó en asno en
vez de en lechuza. Mi desesperación fué enorme. ¿ Qué hacer?
Fotis me dijo que solo había un medio de perder aquella forma
y recobrar el aspecto humano: comer rosas; pero como no
había rosas allí, tenía que esperar hasta el día siguiente. Era
noche cerrada. Hice lo único que podía hacer: salí y fuí a bus-
car la cochera; por la mañana saldría por el mundo en busca
de rosas. Pero de pronto, un rumor extraño. Eran ladrones que
venían a asaltar la casa de Milón. Desde allí me llevaron del
cabestro a una caverna muy oscura en las montañas. Y como
yo resistiese a coces, i cuántas palizas me dieron! Quedé más
muerto que vivo y casi descaderado. Por la madrugada, me

[397 ]
MONTEIRO LOBATO

donní un instante y soñé. En el sueño la diosa Isis se me apa-


reció y me dijo: "Pronto habrá una fiesta en mi honor. Cuando,
el sacerdote aparezca con la brazada de rosas que acostumbran
a depositar en mi altar, acércate y cómete una. Volverás inme-
diatamente a tu antigua forma humana". Quedé radiante. Pero
¿cómo salir de allí? .Los ladrones no me llevaban a pastar y
quedé largos días allí preso, hasta que hoy, ladrones de otro,
bando asaltaron la caverna. Hubo lucha, muertes. Me apro-,
veché de la confusión para escapar ...
- y caíste en poder de Medio-y-Medio, ¿no es cierto?
-Exactamente. Yo venía por el camino cuando surgió
frente a mi este centaurito. Bajé las orejas sumisamente. ¿Qué
puede hacer un asno contra un centauro? Y ahora estoy aquí ...
Perucho se quedó radiante. Tener un asno para que lo
montase Melampo era una gran cosa; pero disponer de un asno
hablador era mil veces mejor -y le propuso un negocio.
-Nosotros no somos de aquí, somos del mundo moderno,.
de allá de la quinta de abuelita. Vinimos para tomar parte en
las Hazañas del famoso Heracles, ¿lo conoces?
El asno contestó que en la Hélade no había quien no co-
nociera al gran héroe.
-Pues así es. Somos los compañeros y ayudantes de
Hércules, o Heracles como ustedes dicen. El vizconde, aqueI
que está allí con muletas, es su escudero. Yo soy su oficial de
gabinete; y esta es Emilia, marquesa de Rabicó, su "dadora de
ideas". Ya estuvimos' en ocho Trabajos fonnidables, y ahora
vamos en busca del cinturón de Hipólita, la reina de las Ama-
zonas. Te propongo un negocio. Agrégate a nuestra pandilla
en calidad de cabalgadura de Melampo.. Al final de las aven-
turas comes todas las rosas del sacerdote de Isis y vuelves a
ser Lucio. ¿Estamos?
El asno inclinó la cabeza. Aquello de volverse la cabalga-
dura de un chico desconocido no era nada agradable, pero ¿qué
hacer? Estuvo de acuerdo.
-Pues convenido. Te quedas aquí en calidad de cabalga-,
dura de este chico. Cuando terminemos, comes las rosas y listo~

[398 ]
y me t ransform'o en asn o en vez de lechuza ...

[399 ]
MONTEIRO LOBATO

Melampo en un santiamén saltó sobre el lomo de Lucio


y dijo:
-Vamos a dar un paseo por estos campos. ,Quiero ver si
es de buena andadura.
El asno se resignó. No tenía práctica ninguna en llevar a
nadie sobre el lomo. Trotó torpemente. Se llev.ó algunos talo-
nazos de Melampo. Pero como era muy inteligente, en breve
se adaptó a sus nuevas funciones de cabalgadura. Trotaba
cada vez mejor.
Estaban en eso cuando apareció Hércules. Un fulgor de
satisfacción brillaba en sus ojos. Al ver a los nuevos personajes,
un asno y un chico desconocido, hizo lin ademán de interro-
gación. Emilia explicó:
-Este es Melampo, nuestro ex prisionero de guerra y
ahora amigo. Y este un tal Lucio que en lugar de pomada de
lechuza usó pomada de cuadrúpedo.
Hércules no entendió. Fué necesario que Perucho se lo
explicara todo minuciosamente. Luego contó que había sido
muy feliz en su excursión.
-Estuve con Teseo, Peleo, Talamón, Salón y otros héroes.
Todos se adhirieron a mi plan de ataque a las Amazonas y se
están preparando. Vine en busca de vosotros. N os vamos a
reunir en Temiscira, en el Ponto. Prepárense.
-¿Sigue Teseo lo mismo de bonito? preguntó Emilia que
en la aventura de Creta había quedado muy impresionada por
la belleza del héroe.
-Sí, dijo Hércules. La belleza de Teseo es casi divina.
Lo encontré en Atenas a vueltas con un toro capturado en
los campos de Maratón. ¿Sabes qué toro era?
Ninguno lo sabía.
-El mismo que cogimos en la isla de Creta y Euristeo
soltó. Teseo lo condujo a Atenas para sacrificio en el altar de
Palas. ¿Y mi escudero? preguntó Hércules al notar la ausencia
del marlito.. No lo veo ...
Perucho le contó la historia del ataque de los chicos de
Micenas, de la lucha entablada, de los diecinueve convertidos

r 400]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

en cosas por la varita mágica, del aprisionamiento de Melampo


y por último de la desgracia del vizconde.
-Los tales muchachos le dieron un golpe y le quebraron la
pierna. Se la entablillé y le hice un par de muletas. Ahora está
durmiendo un sueñecito.
Hércules fué a verlo. Allí estaba el vizconde en una cama
hecha con musgos de la floresta, durmiendo un sueño muy
agitado. De cuando en cuando brotaban de su boca palabras
incoherentes.
-Está delirando, explicó Perucho. Fiebre alta ...
Hércules se alarmó. Si su escudero estaba con fiebre ¿cómo
podrían partir al día siguiente?
-Le ayudaremos, dijo Emilia. Puede marchar en una
redecilla a lomos de Lucio. Mañana habrá pasado la fiebre.
Cuando despierte le daré a tomar un traguito de quina. -
-¿Dónde encontraras quina por aquí, Emilia? preguntó
Perucho.
Ella contestó muy campante:
-En la farmacia de "Figúrate" ...

RUMBO A TEMISCIRA

Hércules tenía que ir por mar hasta el Ponto Euxino, que


era como entonces se llamaba el Mar Negro de hoy. Por allí
estaba el reino de Ponto, cerca de Capadocia, la tierra de San
Jorge. Cerca de Temiscira, la capital de ese reino era donde
debían reunirse los héroes invitados por Hércules para la aven-
tura de las Amazonas.
El viaje por mar fué muy malo para el héroe, por su manía
de pasarlo mareado todo el tiempo, pero bueno para la pier-
necita del vizconde. Los huesos quebrados se soldaron. Medio-
y-Medio fué también, y también se mareó. Era la primera vez
que un centauro se embarcaba.
[401 ]
MONTEIRO LoBATO

Al desembarcar tUvieron una agradable sorpresa. Fueron


recibidos por el más lindo y amable de los dioses: Céfiro.
-¿Pero Céfiro no es un viento? preguntó Emilia, y el
vizconde le contestó:
-Sí. Para los modernos en una agradable brisa de prima-
vera. Para los griegos es un dios - ¡ qué lindo dios! Suave,
fresquito, perfumado por las primeras flores de la primavera.
Tiene lindas alas de mariposa y la frente ceñida por una co-
rona de "primaveras".
Perucho observó que en la quinta de doña Benita había
muchas plantas de "primaveras".
-Las de allá de la quinta son otras, dijo el vizconde. Son
"bougainbillas", nombre dado en honor de Bougainville, un
célebre navegante francés. Las de aquí son flores de una plan-
tita rastrera que abren en el comienzo de la primavera. Céfiro
usa en la cabeza violetas y "primaveras" de las de aquí. Tiene
el cuerpo diáfano ...
-¿Qué es diáfano? preguntó Emilia.
-Es una palabra compuesta de dos palabras griegas:
"día", a través, y "phaino", yo brillo. Diáfano quiere decir, casi
transparente o traslúcido. Cuando la luz atraviesa completa-
mente un cuerpo, como en el caso del cristal, se dice que el
cuerpo es transparente; y cuando no 10 atraviesa completa-
mente, se dice que es traslúcido o diMano.
El vizconde explicaba las cosas 10 mismo que doña Benita;
había aprendido con ella.
-Muy bien, dijo Emilia. Céfiro tiene el cuerpo diáfano.
¿Y qué más?
-Es muy alegre y leve; se desliza por el espacio graciosa-
mente con una cesta de flores en la mano. De ahí el perfume
que esparce a su paso. Céfiro se casó con Cloris, la misma di-
vinidad que los romanos llamaban Flora, y es el padre de
Carpo, una. de las tres Gracias.
-¿ Cuáles son las otras?
-Talo y Auxo. A las Gracias en griego le llamaban Carites,
nombre que viene de caris, esto es, gracia, alegría, agrado, ama-

[402 ]
El viaje por mar era pésimo para el héroe . ..

[403 ]
MONTEIRO LOBATO

bilidad. Y son un encanto las tres Carites. Sólo se preocupan


de una cosa: agradar, y poseen de hecho el maravilloso don de
agradar. Todo lo que en el mundo es suave, fino, afable, gus-
toso, viene de las. Carites ...
-¡Qué bonito!. .. exclamó Emilia. Ya me estoy encari-
ñando con ellas. Y hasta juro que de las tres la más bonita y
agradable es Carpo, la hija de Céfiro y de Flora. ¡Qué delicia
ser hija de un viento tan leve y de la diosa de las flores per-
fumadas! y Emilia levantó la naricita un rato al aire, respi-
rando con delicia el céfiro que pasaba.
El vizconde continuó:
-Céfiro tuvo más hijas: las Brisas ...
-¡Las Brisas! exclamó Emilia. ¡Qué amor!. .. ¿Qué di-
ferencia hay entre vientos y brisas?
-El mismo que hay entre adultos y criaturas. El viento
es el padre, fuerte, valiente, enérgico; la brisa es una nenita
de tres o cuatro años que sólo trata de jugar.
-Yo qué soy, ¿brisa o viento?
El vizconde la miró detenidamente, y contestó:
-A veces, Emilia, tu eres un verdadero huracán ...
Mientras conversaban así a bordo de la barca a vela, el
pobre Hércules, volcado sobre la borda, con los ojos en blanco,
vomitaba hasta las tripas. Perucho lo miró con expresión con-
dolida.
-¿No habrá un remedio para tanto mareo? Nuestro viaje
va a ser largo, más de trescientos kilómetros. ¿ y si Hércules
se muriera?
Emilia tuvo una idea:
-Vizconde, los griegos tienen un dios para cada cosa. ¿No
habrá un dios para él mareo?
-Lo ignoro, respondió el marlito. Pregúntale a Melampo.
N ada más inútil que preguntar ciertas cosas a Melampo.
A pesar de griego, sabía mucho menos de las historias y las
leyendas griegas que el vizconde, un simple marlo moderno.
Melampo era solamente maestro en una cosa: bromas. Llegaba
hasta el absurdo de, en aquella pequeñísima barca, montar en

[404 ]
Teníá que apoyarse en Medio-y-Medio para no caer . ..

[405 ]
MONTEIRO LoBATO

los lomos del asno y simular que estaba galopando. Y le hin-


caba los talones como si fueran espuelas ...
El vizconde contó que la historia de Lucio transformado
en asno iba a ser narrada por un escritor romano llamado Apu-
leyo que aun estaba en el talón de su bisabuelo. Al saberlo, el
asno bajó las orejas: "Quiere decir, que voy a ser el hazmerreír
de todo el mundo, ¡ay, ay!. .. " (1)
Antes de embarcar, Lucío había descubierto un hermoso
rosal cargado de rosas, y casi lloró de desesperación. Le bas-
taba con morder una de ellas, y sería devuelto a su forma hu-
mana. Pero tuvo que tragar en seco. Estaba ligado a la pan-
dilla por su palabra de honor. Lo peor era que su función allí
se resumía apenas a una cosa: ser la bestia de carga de ur~
chico de Micenas ...
Por fin llegaron, y ya era tiempo. Hércules se parecía a
Tony Galento cuando lo sacaron en brazos del ringo Tenía que
apoyarse en Medio-y-Medio para no caerse. El vizconde le
aconsejó un descanso de dos días en tierra.
-Sí, apoyó Emilia, porque en tal estado, Lelé, si llegara
a aparecer por aquí alguna de las amazonas, el que pierde el
cinturón eres tú -y apuntaba hacia la piel del león invulne-
rable. Después de su lucha con el león de Nemea el héroe
nunca más abandonó la preciosa piel. Emilia había intentado
extraer una "muestra" de ella. Su tijerita perdió el filo. Aque-
llo era lo mismo que hierro.
Perucho se encargó de procurar un sitio adecuado para el
descanso de Hércules. Eligió un grupo de árboles cuya sombra
quedó sirviendo de "sanatorio". Allí la víctima del mareo se
acostó y se regaló con la delicia de sentirse en tierra firme. Al
día siguiente, Hércules amaneció casi bien.
Melampo fué a charlar con unos viandantes, en el camino.
;Les preguntó si los otros héroes estaban ya en Temiscira. Nadie
sabía nada de ningún héroe. Cuando el pequeño contó que
formaba parte de la comitiva de Herades, el cual estaba en el

1 Historia del Mundo, del mismo autor.

[406 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

"sanatorio" descansando de su viaje por mar, todos se espan-


taron, y uno de ellos, el más valiente, fué a hacer una visita
al héroe. Lo encontró recostado a la sombra de los árboles,
comiéndose un carnero. Su hambre ya había renacido.
-Ayer parecía un bacalao. Hoy hasta tiene hambre. Lle-
gó tan derrengado el pobre ...
El visitante supuso que el "derrengamiento" se refería a
alguna derrota en lucha. Por grandes que sean los héroes, a
veces se ganan unas buenas tundas en el lomo -como le pasó
con tanta frecuencia a Don Quijote.
-¿ Quién 10 derrengó?
-Un gigante llamado Mar, respondió Emilia. El único
que derrota a Lelé. Quisiera que 10 hubiera usted visto cómo
se quedó con los ojos en blanco ...
Al día siguiente el hambre de Hércules volvió por entero
y aun aumentada. Devoró tres cameros en el almuerzo y cuatro
en la cena. Sólo así consiguió poner el estómago al día.

Por la tarde llegó otro navío: era el de Peleo. Y también


reapareció Minervino. Hércules fué al puerto a recibir al recién
llegado mientras el mensajero de Palas satisfacía la curiosidad
de los chicos contándoles quién era Peleo.
-Oh, es un grande y famoso héroe, dijo, rey de lolcos,
hermano de Talamón. Fué el verdadero causante de la guerra
de Troya ...
-¿Cómo? exclamó Perucho. ¿La causa de la guerra de
Troya no fué Helena, la mujer del rey Menelao?
-Fué. Pero ¿quién metió a Helena en el enredo? Peleo.
~uego, el verdadero causante de todo fué él.
-Cuéntanos eso.
Minervino contó:
-Después de muchas aventuras, Peleo se apoderó de la
ciudad de lolcos y se hizo rey. Y como era viudo, se casó con
la nereida Tetis.
-¿Qué es una nereida? preguntó Emilia.
[407 ]
MONTEIRO LoBATO

Minervino se rascó la cabeza. La eterna curiosidad de


Emilia no tenía fin ...
-Las nereidas, dijo, son las hijas de N ereo y Doris. Son
cincuenta en total y forman el cortejo de Tetis. Las nereidas
personifican las particularidades de las ondas: el movimiento,
el color, las marejadas. Glauca es la nereida del azul; Talia, la
del color verde; Cimodocea, la de las maretas; Dinamenes, la
de los movimientos rápidos del oleaje. .. Pues bien: Peleo se
casó con Tetis, en la gruta de Quirón, en el monte Pelio. Fué
uno de los más importantes casamientos de la antigüedad..
Hasta los dioses asistieron y le trajeron los más hermosos re-
galos. Peleo había invitado a todas las divinidades mayores y
menores, excepto una: Eris o la Discordia. Y estaban en 10
mejor de la fiesta, cuando se presentó la terrible' Eris. L,legó
y colocó encima de una piedra una manzana de oro con este
letrero: ¡Para la más hermosa! Aquello era una provocación
a las tres grandes diosas allí presentes: Juno, Palas y Venus.
¿A quién entregar la manzana? ¿Cómo decidir cuál de las tres.
era la más hermosa? Se hizo necesaria la presencia de un juez.
Invitaron para que 10 fuera al joven París, un príncipe, hijo·
del rey de Troya. París contempló a las tres divinidades, y le
entregó la manzana a Venus.
Todos estaban pendientes de relato.
- ¡ Muy bien hecho! gritó Emilia, porque Venus es la
diosa de la belleza.
-Eso pensamos nosotros; pero Juno y Palas no eran de'
nuestra opinión. El odio las mordió por dentro, y quien pagÓo
fué Troya. Para vengarse de la elección de aquel juez, provo-·
caron la guerra entre griegos y troyanos, de la cual salió Troya'
completamente destruída. Si Peleo no se hubiera enamorado
de Tetis y promovido aquella fiesta, no se habría producido la
guerra de Troya ...
Estaban en eso cuando Hércules llegó acompañado de sU'
amigo Peleo, rey de 10Icos y le presentó su comitiva. Peleo-
extrañó que un héroe tan grande anduviese con un escudero·
tan chico y menudo, de galera y muletas. Pero le gustaron mu-
[408 ]
¿Cómo decir, cuál de las tres era más bella?

[409 ]
MONTEIRO LOBATO

cho Perucho y Emilia. Al conocer la actuación de ésta en el


caso del jabalí de Erimanto y del gigante Anteo, suspiró.
- j Cuánto daría yo por tener una "dadora de ideas" como
ésta! Mi vida ha sido de las más atormentadas. Siempre me
han faltado buenas ideas en los momentos decisivos. ¿Y este
asno?
-Es Lucio, gritó Emilia. Un hombre convertido en asno
porque se equivocó de pomada. Habla como nosotros, señor
Peleo. ¿Quiere verlo?
y volviéndose al asno:
-Dile alguna cosa ...
Lucio, muy disconforme con aquel papel de "fenómeno'"
exhibido en feria, dijo, después de un suspiro:
-¡Bienvenido sea a estos pagos el noble rey de loleos!
Peleo casi se cayó de espaldas del susto. Era la primera
vez que veía un asno hablador. Emilia dió una gran carcajada.
-Esto de los burros habladores, dice doña Benita que es
lo que más abunda en el mundo. Dice que hasta en los tronos
hay burros habladores; y en los congresos, en los ministerios
y las academias. Pero son asnos de dos pies y con forma hu-
mana. De asnos habladores de cuatro pies solamente conozco
éste. Allá en ,la quinta también tenemos un burro hablador,
pero asno no es burro. Se llama el Consejero, nuestro burro
-¡y qué bien habla! Sólo dice cosas filosóficas -¿sabe lo qué
es eso, héroe?
Peleo estaba ya atontado con el charlataneo de Emilia.
Perucho aprovechó un momento en que la ex muñeca hizo
una pausa para tragar saliva, y dijo:
-Ya conocemos algo de su historia, señor Peleo, y lamen-
tamos mucho la desastrosa sentencia de París en la fiesta del
casamiento de usted.
-¿Por qué? exclamó Peleo admirado.
-Porque fué de ahí de donde salió la guerra de Troya.
Peleo frunció las cejas. Jamás había pensado en tal cosa. Emi-
lia intervino.
-Aquel París no tenía ninguna habilidad. Si hubiera sido

[410 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Salomón, su sentencia sería una hermosura y todos habrían


quedado contentos.
-¿Y cuál habría sido la sentencia de ese tal Salomón?
-Pues habría dividido la manzana en tres pedazos y le
hubiera dado uno a cada diosa, diciendo: "¡Empate!"
-Un juez no puede empatar, observó Peleo. Justamente
cuando las cosas empatan es cuando los hombres acuden a los
jueces. ¿Qué es una sentencia, sino un desempate?
Emilia se confundió, pero no queriendo dar su brazo a
torcer vino con otra solución de las suyas:
-Salomón se acercaba al oído de una y le decía: "La más
hermosa eres tú, pero no se 10 digas a las otras". Cuchicheando
las mismas palabras a las tres, las dejaba a las tres contentí-
simas.
Peleo se rió y volvió a la carga.
-Pero París tenía que entregar la manzana de oro a una
de las tres ...
-Yo, si tuviera que entregar la manzana, hacía un pase
mágico, y escondía la manzana en la manga. Luego, con cara
inocente, decía: "¡Eh! ¿Quién se ha llevado la manzana?" -y
de ese modo los engañaba a todos.
-Ya sé, interrumpió Perucho. Engañabas a todos y te
guardabas la manzana en tu canastita ¿no? ¡Ah, Peleo, esta
bichita solamente nosotros sabemos de 10 que es capaz!
Peleo acarició con el dedo la barbita de Emilia y se puso
a tratar con Hércules el asunto de las amazonas.
-He estado pensando, Hércules, que tal vez nos sea po-
sible conseguir por las buenas 10 que por la fuerza va a ser
bastante duro. Propongo que le enviemos un parlamentario a
la reina Hipólita. '
-Buena idea, dijo Hércules, y yo podría enviar mi escu-
dero, si no fuera por el desastre de su pierna quebrada. Tal vez
Perucho 10 pueda sustituir -y volviéndose llamó al chico que
estaba a su lado:
-Oyeme, oficial. Tengo que mandar un mensajero a la
reina Hipólita. El vizconde era el más indicado, pero la frac-

[411 ]
MONTEIRO LOBATO

tura de su pierna lo ha puesto fuera de servIcIO. He pensado


en ti. ¿Quieres ir a hablar con Hipólita en nuestro nombre?
Perucho palideció. Nunca en su vida le habían hecho una
proposición semejante. Presentarse a parlamentar en presen-
cia de una reina, ¡y qué reit'a! Hipólita, ¡la gran Hipólita del
cinturón! La sorpresa de aquellas palabras lo dejó tonto por
unos instantes.
-¡Vamos, contesta! insistió Hércules.
Por fin Perucho recobró el habla:
-¡ Estoy a las órdenes!
Hércules miró a Peleo como diciéndole: "¿Has visto qué
firmeza de decisión?" Luego miró al chico y le dijo: "Prepá-
rate que vamos a redactar un mensaje".
Poco después partía Perucho montado en Medio-y-Me-
dió, llevando en el bolsillo el mensaje de Hércules y Peleo a
Hipólita. Ese mensaje decía así:

((¡Hermosa reina de las invencibles amazonas!


Estamos encargados de una empresa que mucho nos
desagrada: llevarle tu ZOSTER al rey Euristeo. Altos inte-
reses humanos y divinos así lo quieren. Pero ~ejos de'
nosotros emplear la violencia contra la reina de las her-
mosas guerreras; y siendo así, esperamos que nos concedaS'
un encuentro en el que podamos discutir el asunto.
'Respetuosamente besamos la linda mano de la reina'
de las amazonas.
PELEO y HERACLES".

Evidentemente, el estilo del mensaje denunciaba la mano'


del rey de loIcas. En esto de gentilezas, Hércules era muy
torpe.
Perucho se puso en marcha rumbo al reino de las amazo-
nas, al galope del centaurito, y después de mucho andar, dijo:
-Medio-y-Medio, me parece que estamos llegando. Siento,
olor a caballos en el aire. Debe haber muchos caballos 'en el
reino de las amázonas.

[ 412 ]
---====---,"- ----=-=---

Y allá fué Peruc h o, al galope . ..

[ 413 ]
MONTEIRO LOBATO

El centaurito concordó. Su afinado olfato le decía que a


menos de media legua debían encontrar a la primera amazona,
y así fué. Cumplida la media legua oyeron un galope y a poco
vieron a una guerrera amazona de aspecto hostil y lanza en
alto. Perucho palideció, pero se dominó. Quien lleva misiones
como las de él no puede tener flaquezas. Y abordó a la gue-
rrera con voz firme.
-Señora, le dijo, estoy aquí en calidad de mensajero de
Hércules y Peleo, dos tremendos héroes, y traigo un mensaje
de ellos para la reina Hipólita. ¿ Quiere tener la gentileza de
decirme en dónde la puedo encontrar?
La amazona lo midió de alto abajo y sonrió. Un niño ape-
nas. Las instrucciones que todas recibían eran de matar a todo
hombre que cruzara las fronteras del reino; pero no hablaban
de niños. Y la amazona, bajando la lanza, respondió a la
pregunta:
-En la tienda blanca de la margen izquierda del río Ter-
modonte. Allí encontrará a nuestra reina -y le mostró la
dirección.
Perucho respiró, mientras Medio-y-Medio, retomando el
galope, decía: "N ó te ha hecho nada porque eres un niño. Si
se hubiera tratado de un hombre hecho y derecho, j te habría
atravesado con la lanza! A veces vale la pena ser criatura ... "
Perucho tomó por el rumbo indicado y después de algún
tiempo llegó al Termodonte -un pobre riachuelo.
-La orilla izquierda, dijo la amazona. Es aquélla.
No había puente ni nada que se le pareciera. Tuvieron que
cruzarlo a nado. Después siguieron andando, andando. De
pronto descubrieron a lo lejos una especie de campo de guerra
con barracas y movimiento de caballos.
-Debe ser allí, murmuró Perucho. Mujeres guerreras
tienen que vivir en un campamento como éste.
y en efecto allí estaba el campamento de la reina Hipó-
lita. Cuando las amazonas vieron acercarse a un centaurito
cabalgado por un "hombre", volaron con las lanzas en ristre
parE:t recibirlo de acuerdo con las órdenes de la reina, pero al
[414 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

ver que se trataba de un potrillo de centauro y de un pichón


de hombre, se detuvieron como hizo la otra.
-¿ Quién eres, niño?
El nieto de doña Benita contestó con voz firme:
-Soy Perucho de Oliveira, oficial ayudante del señor He-
racles. Traigo de ese gran héroe y del rey de 10Icos un mensaje
para Hipólita, la reina de las amazonas.
Las guerreras se miraron entre ellas cambiando palabras
que Perucho no pudo oír. Después:
-Síguenos, dijeron. Te escoltaremos hasta la tienda de
Hipólita -y allá marcharon con el chico al frente.
- j Qué extrañas aquellas criaturas! i Qué fuertes! i Y qué
aspecto belicoso!
Acostumbrado a ver en las mujeres del siglo XX unos se-
res delicados, frágiles, graciosos, Perucho se espantaba del
porte imponente y de la musculatura de las amazonas. Cada
una era lo que se llama "una mujerona y media". Bellas, sí, de
una belleza fuerte de estatua. i Y qué gauchas! Realmente da-
ban idea de centauras, es decir, de formar un solo cuerpo con
sus caballos. Una que pasó a galope en un hermoso caballo
blanco, le trajo a Perucho el recuerdo de las correrías de William
Boyd en las películas americanas.
La escolta se detuvo delante de la tienda real. Una de las
amazonas se apeó y entró. Poco después apareció la majestuosa
figura de la reina. Bella, sí. Bella como las estatuas. El zoster
que llevaba en la cintura indicaba su dignidad real.
Perucho tartamudeó:
-Majestad, yo .. , yo vengo de parte de Heracles con
este. .. este mensaje. Y con mano trémula sacó del bolsillo el
pergamino. Hipólita extendió una mano muy blanca y lo cogió. j

Lo desenrrolló y leyó. Pareció que el estilo le gustaba porque


se sonrió. Luego dijo:
-Este zoster, regalo de mi padre Ares, está haciendo en-
loquecer a muchas· princesas. ¿ Cómo me puedo deshacer de él
sin perjuicio de mi dignidad de reina de las amazonas? Pequeño
mensajero, dile a Heracles que el caso no puede ser resuelto así

[ 415 ]
MONTEIRO LOBATO

ligeramente. Que venga a hablar conmigo. Daré orden a mis


guerreras para que lo reciban gentilmente.
Perucho, todavía trémulo, hizo un saludo y con los talones
ordenó a Medio-y-Medio que retrocediera. El hecho de venir
cabalgando un centauro había causado gran sorpresa a aque-
llas mujeres. Habían acudido muchas de todos lados para pre-
senciar la maravilla. Y lo comentaban cuchicheando unas al
oído de las otras.
Medio-y-Medio se fué alejando al paso, un poco tambi~n
maniatado por el miedo. Pero así que se vió a cierta distancia,
disparó al galope.
De vuelta al campamento, Perucho dió cuenta a Hércules
del desempeño de su misión, trasmitiéndole con toda fidelidad
las palabras de Hipólita. Hércules miró a Peleo.
-Parece que todo marcha bien. Si la reina nos da una
dta es que no se presenta hostil ...

TODO VA BIEN

Al día siguiente llegaron las naves de Teseo y de los demás


héroes. Desembarcaron y después se fueron al navío del rey de
loleos, en que ya estaban Hércules y sus compañeros, para
combinar el plan de ataque a las amazonas. La noticia de la
buena acogida del mensaje les produjo buena impresión. "Opti-
mo, si no hubiera lucha", dijo Talamón. "Aunque sean unas
mujeres terribles, me repugna tener que luchar con mujeres.
Me quedaré muy satisfecho si llegamos a un acuerdo con Hi-
pólita".
Estaban todavía en el barco de Hércules discutiendo el
asunto, cuando Emilia gritó desde la amura:
- j Se acerca una tropa de guerreras! -y era verdad. Hi-
pólita se aproximaba a la playa seguida por un enorme séquito
de amazonas.
El encuentro de la gran reina con los héroes fué de los más

[416 ]
¡Si no la defendemos} Hipólita está perdida! . ..

[ 417 ]
MONTEIRO LOBATO

auspiciosos. Se trataron como viejos amigos, y no se hizo espe-


rar que la belleza de Teseo ablandase el corazón de Hipólita.
Se puso tan amable que, con sorpresa de todos se ofreció a
entregarles el zoster. Hércules, radiante, pensó que todo iba a
terminar en fiesta; y así habría sido a no ser por la funesta
Intervención de Juno.
Sí, de Juno, porque la vengativa diosa, que desde el Olim-
po contemplaba el desarrollo de la aventura, enrojeció de cólera
al percibir la amable disposición de la reina de las amazonas.
¿Y qué hizo? Descendió inmediatamente a tierra disfrazada de
amazona, y con aire colérico se puso a sublevar a las guerreras
que asistían de lejos a la conferencia de Hipólita con los héroes.
- ¡ Ellos van a raptar a nuestra reina! ¡Si no la defende-
mos, Hipólita estará perdida! -y tales y tantas cosas dijo que
terminó por volverlas locas a todas.
-¡Ataquémoslos ya! ¡No tenemos tiempo que perder!
¡Salvemos a nuestra amada reina! ...
Y 10 que entonces ocurrió fué cosa que hizo temblar la
tierra. Como movidas por un mismo resorte, las amazonas se
lanzaron al más terrible ataque contra los héroes. Se acercaban
ciegas de odio, al furioso galope de sus blancos caballos, con
las lanzas en ristre y los ojos despidiendo llamas. Hipólita quiso
intervenir, pero no pudo. El tropel del ataque ahogaba su voz.
Cogidos de sorpresa, los héroes apenas tuvieron tiempo de to-
mar sus armas.
Y fué la lucha que cuentan los poetas griegos -lucha de
gigantes. Golpes de clava tremendos, lanzazos, avances y re-
trocesos. Teseo se defendía como un león acorralado. Los gol-
pes de Talamón rebotaban. Solón derribó a dos de una sola
clavada. Tan terrible fué la pelea, que el carro de Apolo, ya
desapareciendo en el horizonte, hizo como que se detenía,
asustado.
Los pequeños aventureros habían corrido hacia el barco.
Solamente Melampo se había quedado en tierra. El bobito creyó
que aquello iba a ser como las peleas entre chicos de Micenas
-luchas de juego sin otras consecuencias que algunos araña-

[418 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

zos, chichones en la cabeza y algunos cardenales en el cuerpo;


pero fué cruelmente pisado por las patas de los caballos.
En cierto momento, Hércules tomó una resolución deci-
siva. Continuar aquella lucha era perder al fin la partida. Por
mucha que fuera la potencia de su grupo ¿cómo vencer al nú-
mero? Ellos eran un puñado y las amazonas una legión. En las
luchas entre el valor y el número, siempre resulta vencedor el
número. La maña de Hércules consistía en ir combatiendo y
retrocediendo en dirección a los navíos, y de pronto prender a
Hipólita y llevársela al barco como rehén.
Desde el navío de Hércules, los chicos, en compañía de
Minervino, asistían a todo como en una representación teatral.
-¡Fué Hera! decía el mensajero. Bien me lo advirtió
Palas. Viendo que todo iba a terminar en acuerdo, la rencorosa
diosa vino personalmente a arengar y amotinar a las ama-
zonas ...
Emilia iba a decir: "¡Qué peste!", pero tragó saliva y se
dió un golpe en la boca. Perucho extrañó la ausencia de Ma-
lampo. "Allí está", gritó el vizconde, indicándolo. "Caído en el
suelo, tal vez muerto. Lo vi cuando fué a meterse en la pelea".
El combate continuaba cada vez más furioso, pero los
héroes ya estaban retrocediendo. Se defendían como leones y
retrocedían -retrocedían en dirección a los navíos. De pronto,
Hércules, que durante toda la lucha no había abandonado a
Hipólita, la cogió por la cintura y saltó al navío de Peleo. Sus
compañeros también abandonaron la lucha y saltaron a sus
naves respectivas. El desencanto de las amazonas fué inmenso.
N o habían contado con aquel golpe estratégico. En campo raso
eran poderosísimas, pero ¿qué podían hacer contra los héroes
refugiados a bordo?
Hércules les gritó desde la amura:
-¡Deteneos, valerosas guerreras! Tengo en mi poder un
precioso rehén: Hipólita. ¡De buen grado la dejaré en libertad
si deponéis las armas! ...
Las amazonas se miraron indecisas. ¿Qué hacer? Una de
ellas, la más feroz, justamente la que las había amotinado, gri-

[419 ]
MONTEIRO LOBATO

taba que no, que no depondrían las armas, que lucharían hasta
el final y abordarían las naves.
-Es Hera la que habla,' observó Minervino. Conozco el
acento de su voz. .. -y Emilia corrió a cuchichear a Hércules
diciéndole que la que estaba estimulando a las otras era la
pes. . . era la buena diosa Hera. El héroe lo comprendió todo, y
habló nuevamente a las guerreras:
-Sé quién os amotinó en el momento en que todo lo
obteníamos de Hipólita pacíficamente, pero también sé que esa
intervención de nada valdrá. La gran Palas me protege y me
ha permitido capturar a vuestra gran reina. Si no deponéis las
armas, levantaré las anclas y me iré con Hipólita prisionera.
Si de verdad amáis a vuestra gran reina, dejad de oír la voz
del despecho y atended únicamente a lo que os digo.
Las amazonas se miraron de nuevo y comprendieron la
situación. O deponían las armas, o perdían a su reina. Y de
nada valieron los gritos histéricos de la falsa amazona que las
había amotinado. Bajaron las lanzas en señal de tregua.
Hércules le dijo entonces a Hipólita:
-Gran reina, ambos hemos sido perjudicados por la diosa
vengativa que me persigue. El feliz acuerdo que estábamos a
punto de alcanzar se deshizo en la desastrosa pelea en que
tantas guerreras han perdido la vida y me vi en la necesidad
de aprisionar en esta nave a aquélla a quien solamente quería
rendir homenaje. Pero te devolveré incontinenti la libertad, si,
cumpliendo el acuerdo hecho, me entregáis el zoster.
Hipólita no hizo objeción ninguna. Se desciñó el cinturón
y se lo dió a Hércules.
-Ahí lo tienes. Llévaselo a la princesa que tanto lo am-
biciona. Reina soy por la fuerza de la sangre y la devoción de
mis súbditas, y no por la fuerza de un objeto material.
Hércules tomó el cinturón y le besó la mano, diciendo:
-Soy el más humilde súbdito de la gran Hipólita, la rei-
na de las invencibles amazonas.
Emilia sonrió y le hizo una guiñada a Perucho: "¡Y que
no sabe hablar bien! Trata con las damas que ni Don Quijote".

[420 ]
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-.. -

Se sacó el Uzoster" de la dntura y lo entregó a Hércules . ..

[421 ]
MONTEIRO LOBATO

Estaba concluída la mlSlOn que Euristeo había encomen-


dado a Hércules. Admeta iba a usar en la cintura el zoster de
Hipólita. Pero no por eso adquiriría la imponente belleza de la
reina de las amazonas, ni su espléndida majestad. Una cosa es
nacer reina y otra vestirse de reina. Hipólita había nacido reina
y lo era hasta la punta de las uñas. Con gran majestad respon-
dió a Hércules, y con la mayor dignidad abandonó el navío
para ir a reunirse a la tropa de sus guerreras.
Teseo lo veía todo desde su barco. La belleza de Hipólita
lo había impresionado tan tremendamente, que a la hora en
que los navíos empezaron a levantar las anclas para partir, de-
claró su intención de quedarse.
-¿Quedar? exclamó espantado Peleo.
-Sí. Hércules aprisionó a Hipólita e Hipólita aprisionó mi
corazón. Ya no podré vivir sin ella ...
Los navíos levantaron las anclas; todos menos el de Teseo.
El héreo del Atica se quedó y se casó con Hipólita.

Ningún hombre de aquella época podría prever las conse-


cuencias de la unión de Teseo con Hipólita; pero los modernos
sabemos todo lo que pasó. No fué un casamiento feliz. Los hé-
roes no han sido nunca buenos esposos. La eterna vida de
aventuras guerreras los envuelve también en aventuras amo-
rosas. Después de casarse con Hipólita, Teseo se enamoró de
Fedra, hermana de Ariadna, suceso que determinó la subleva-
ción de las amazonas que habían ido a Atenas en compañía de
su reina. La lucha fué terrible. Duró meses. Hipólita, que había
perdonado a Teseo y combatía a su lado, pereció a los golpes
de una guerrera llamada Moldapia, y la lucha siguió. Por fin
se hizo un armisticio y se firmó un tratado de paz. Exactamen-
te en el sitio en que fué firmada la paz, el pueblo de Atenas
,erigió un templo denominado Orcomosión, palabra que quiere
decir "juramento de alianza", y todos los años, durante las
fiestas Teseas instituídas en honor de Teseo, los fieles sacrifi-
caban a los manes de las amazonas. Si hubiera sido Minervino
quien explicase esto a los chicos, Emilia fatalmente habría pre-

[422 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

guntado: "¿Qué son manes?" Y Minervino contestaría que eran


las almas o los espíritus de los muertos.
***
De regreso a Micenas, después de más de una desagradable
travesía por mar, Hércules tuvo una pequeña aventura com-
pletamente inesperada. Al pasar por cierta aldea fué detenido
por un mensajero de Litierses, hijo de Midas, rey de Frigia.
Este hombre tenía una propiedad suntuosa en donde pasaba
una verdadera vida de hijo de rey, regalándose con banquetes
y vinos de los más deliciosos. Y se divertía de un modo muy
extravagante: obligando a los que pasaban por el camino a
servirlo por un día en las tareas de la labor: cortar el trigo,
coger uvas o aceitunas; y por las tardes les cortaba la cabeza
y arrojaba los cuerpos al río Meandro.
-Litierses te ordena que vayas a limpiar su chiquero, le
dijo el mensajero.
Hércules se rió.
-¿Quién es Litierses?
-El hijo del rey Midas. Vive en esa gran propiedad y eje-
cuta todos sus trabajos con un día de jornada impuesto por
tarifa a los caminantes.
-¿ y si el caminante se niega?
-Le corta la cabeza y arroja el cuerpo al Meandro.
-¿ y si el caminante se somete y hace el servicio orde-
nado?
-Le corta la cabeza y arroja el cuerpo al Meandro.
Hércules respondió:
-Llévame a presencia de Litierses. Quiero tener con él
·un pequeño entendimiento.
El hombre obedeció. Lo llevó a la presencia del hijo de
Midas.
-¿De manera, dijo el héroe con la mayor calma, que esta
propiedad es cultivada a costa del trabajo y la vida de los ca-
minantes?
Litierses, que estaba en la mesa dándose un banquete,
lanzó una gran carcajada de borracho.
[423 ]
MONTEIRO LOBATO

-¡Pues claro, hombre! Así voy realizando los trabajos


agrícolas y engordando a los pececillos del río. ¿No te parece
inteligente mi idea?
Hércules estalló de cólera y agerrando al malvado le cortó
la cabeza y fué a arrojarlo al Meandro, diciendo: "Los pececi-
llos deben estar sedientes de este postre".
Perucho se asombró de la facilidad con que en Grecia los
héroes mandaban a la gente al otro mundo. Robar, matar, eran
cosas naturalísimas. Hércules mató a aquel hijo de rey y siguió
su viaje como si no hubiera pasado nada. Nada de policía, inves-
tigación, proceso, jurado, juez, sentencia, condena. Todo muy
rápido y expedito.
El vizconde observó que en los tiempos modernos existe
la "justicia organizada", pero allí, en Grecia, la Justicia eran
los héroes. Andaban a la caza de los malos, como aquí en el
mundo moderno hace la policía. Y los castigaban y liquidaban
con la mayor simplicidad. ¿Qué era Hércules, a fin de cuentas,
sino la Justicia en persona? Algunas veces erraba y mataba
inocentes; pero ¿qué justicia en este mundo no castiga ino-
centes?
* * *
Después de la lucha de las amazonas Perucho había bajado
a la playa en busca de Melampo y había encontrado al peque-
ño sin sentido y lleno de machucaduras. Con la ayuda de Mi-
nervino lo llevaron a bordo y lo dejaron al cuidado del vizconde.
El marlito se estaba revelando como un excelente médico. Ep-
tendía de jarabes y pomadas como cualquier curandero. Y así,
antes de que el viaje se terminara ya estaba Melampo comple-
tamente "nuevo", como si hubiera salido de la caldera de
Medea.
¿Y qué era del Asno de Oro? Cada vez más lleno de suspi-
ros por el fin de aquellas aventuras. A cada momento encon-
traba rosas en el camino. Una sola que comiera y volvería a su
forma humana. Tenía, sin embargo, que respetar la palabra
dada y permanecer peludo hasta el fin de las hazañas del hé-
roe. Isis en su sueño le había hablado de las "rosas de su sacer-
o

[424 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

dote", pero el vizconde era de opinión que aquello no pasaba


de ser una tontería. "No hay la menor diferencia entre la rosa de
un rosal y la misma rosa en manos de un sacerdote; Isis es tal
vez de esas diosas a las que les gusta complicar las cosas".
Pero no fué así. Cierta vez en que el Asno de Oro, enfure-
cido por los talonazos de Melampo, dió un par de coces a la
palabra empeñada y se comió la primera rosa que encontró, se
quedó desilusionado al ver que seguía tan burro como siempre.
Tenía por tanto que esperar pacientemente las rosas del sacer-
dote de Isis.
Por último llegaron a Micenas -y tuvieron una gran de-
cepción: el campamento estaba destruído. Del Templo de Avia
solamente quedaban ruinas. Las estacas con las esculturas de
las hazañas de Hércules yacían en el suelo sin escultura ninguna.
-¡Juro que los chicos de Micenas vinieron hasta aquí en
busca de los otros y nos saquearon el campamento!, dijo Pe-
rucho. Si hay una cosa que no cambia en el mundo, son los
chicos. ¿Qué diferencia hay entre nosotros, los chicos del si-
glo XX y los del siglo ... ¿Qué siglo es éste en que estamos,
vizconde?
-Seguridad no tengo, pero calculo que debe ser el XII
o XIII antes de Cristo, respondió el marlo.
Perucho se quedó con los ojos muy abiertos. Luego dijo
como si hablara consigo mismo:
-Parece increíble que estemos a treinta y dos o treinta y
tres siglos del nuestro, esto es, a 3.200 ó 3.300 años de distancia
de nuestro tiempo.
Emilia suspiro:
-Una cosa me molesta, Perucho. Y es que después de
nuestro regreso nadie va a creer ni pizca de 10 que contemos.
Dirán luego, con sus caras muy bobas: "Es imaginación. .. Es
fantasía de criatura ... " y sin embargo nosotros estamos real-
mente en el "fondo de las edades", como dice el vizconde. Con
mis ojos estoy realmente viendo a Hércules, con su clava
y su piel de león. Estoy viendo a Melampo con su propia cara.
Estoy oyendo los suspiros en las tripas de este Asno de Oro.

[425 ]
MONTEIRO LOBATO

Estoy viendo a Miner"... ¿Dónde anda Minervino? -y EmiUa


miró a su alrededor.
No estaba allí Minervino. Con seguridad había vuelto al
Olimpo para combinar nuevas cosas con Palas, sugirió Pe-
rucho.
-Para mí que ha ido más bien a ver la cara de Juno, dijo
la ex muñeca. La "pes .. ", la gran diosa, debe estar con la
nariz larga. Llegó a descender a la tierra y disfrazarse de ama-
zona y ¿qu~ ganó? Cero. ¡Pobrecilla! ...
Este "pobrecilla" era una torpísima e irónica adulación
a Juno.
Hércules se levantó para ir a Micenas a dar cuenta al rey
del nuevo trabajo realizado.

EL NUEVO TRABAJO

Hércules sólo regresó al caer la tarde. Sentóse y dijo a


Perucho:
-Euristeo se alegró mucho con el cinturón de Hipólita.
Parece que esta vez no se ha enojado con mi victoria, tal era
el empeño de su hija Admeta de poseer el zas tel'.
-¿Y qué otro Trabajo dispuso?
-Quiere que traiga a Micenas los bueyes salvajes del más
horrendo gigante que hay en la Hélade, uno que tiene varias
cabezas, Gerión.
-Ya sé, dijo Perucho. Quiere estos bueyes para tener el
gusto de soltarlos. Euristeo es el mayor soltador de monstruos.
Sólo preciosidades como el cinturón de Hipólita no las suel-
ta ... Inteligente ... Y ¿dónde anda ese Gerión?
-Muy lejos de aquí, en la isla Eritia, en el mar Jónico.
Mar, mar ... -y Hércules puso cará de víctima: se acordaba
de los mareos ...
Perucho corrió a contar a los demás 10 que había oído.
-¿Más bueyes? exclamó Emilia. i Cuántos bueyes hay en
esta Grecia! ...

[426 ]
LAS DoCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

El vizconde se aproximó, toc, toc, toc, sobre sus muletitas.


Aun no estaba completamente curado de la pierna. Venía a
sugerir la conveniencia de soltar a Melampo.
-No nos ayuda nada, explicó. Se pasa el tiempo turturan-
do a Lucio, y no tiene el menor juicio. Un perfecto locuelo. Su
idea de meterse en la lucha entre los héroes y las amazonas es
propia de un niño que ha tenido meningitis. Es muy capaz de
meterse en otras honduras y acabará mal.
Perucho le dió la razón al vizconde, pero Emilia protestó:
-No. Nada de eso. Si 10 soltamos, irá corriendo a Mi-
cenas, a contar la historia de mis conversiones y pronto nos
metería en el mayor de los líos. Que se quede con nosotros hasta
el final. Después de la última aventura, le daremos libertad -a
él y al Asno de Oro.
El centaurito venía al galope con la comida en los hom-
bros. Todos suspiraron. Emilia dijo:
-Ando con miedo de que nos volvamos rebaño de repente.
Estoy tan cansada que sólo de pensar en camero se me revuel-
ve el estómago. Hoy quiero frutas -y mandó que Melampo
subiera en el asno y fuera en busca de frutas: higos, manzanas,
frutillas, 10 que hubiera. Melampo fué, pero como no hallara
ningunas frutas por los alrededores tuvo la absurdísima idea de
ir a buscarlas al mercado de Micenas. Y allí. .. j ah! . " allí fué
encontrado por su padre y detenido, de manera que Lucio re-
gresó sin nadie en el lomo.
-¿Qué ha sido de Melampo? le preguntó Perucho con
un presentimiento en el corazón.
-Llegó hasta el mercado de Micenas en busca de frutas
y allí 10 agarró su padre ...
Era 10 peor que podía pasar. Perucho se quedó pálido como
la cera.
- j Estamos perdidos!. .. Dentro de poco vendrá para acá
el ejército de Euristeo y nos asaltará. .. -y se fué a avisar a
Hércules.
Al héroe tampoco le gustó aquello. Se quedó sin saber qué
hacer. Llamó a Emilia.
[427 ]
MONTEIRO LOBATO

-¿ y ahora, gentecita?
-Ahora, dijo ella, no nos queda más que un remedio:
irnos. .. y yo seré la que vaya montada en Lucía.
Luego le pidió al héroe que retirase la piedra que cubría
sus tesoros. Tenía miedo de dejar allí su canastita.
Hércules levantó la piedra y Emilia sacó su canasta del
hoyo. La abrió y guardó dentro un recuerdo más: el mensaje
que Hércules y Peleo le habían enviado a Hipólita. Al ser apri-
SIOnada, la reina de las amazonas había dejado caer el perga-
mino de su cinturón y Emilia lo recogió.
N o era fácil llevar aquella canasta sobre el lomo de Lucio.
Perucho estudió el caso.
-Sólo con un contrapeso, dijo. Las cargas de los asnos
tienen que ser dobles, una de cada lado.
-Pues, arregla un contrapeso.
Perucho pensó unos momentos. Luego tuvo una idea.
-¡El vizconde! ... Con sus muletas, el vizconde mal pue-
de aguntarse en el lomo del centaurito. Hago una bolsa y lo
pongo como contrapeso de la canastita.
y así fué. Medio-y-Medio fué al bosque en busca de jun-
cos y Perucho tejió con mucha habilidad una bolsa donde el
marlito podía ir cómodamente reclinado.
-Van para acá, Lucio.
El asno se aproximó, suspirando. Perucho dispuso sobre
su lomo la bolsa con el vizconde dentro, contrapesando la ca-
nastita.
- j Optimo! . .. Hasta galopar puede Lucio con eso sobre
el lomo.
En seguida subió a Emilia y saltó sobre el lomo de Medio-
y-Medio.
-Bueno, Hércules, podemos partir.
El héroe se puso al frente del Asno de Oro y emprendie-
ron la marcha rumbo a la isla de Eritia. En ese momento se
oyó a lo lejos un tropel de caballos. Eran los soldados de Euris-
tea. Todo ocurrió exactamente como la ex muñeca había
previsto. Melampo le había contado a su padre que Emilia

[428 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

convirtiera a los chicos en objetos, y la noticia se esparció rá-


pidamente por la ciudad entera. Los padres y parientes de los
diecinueve chicos transformados en objetos fueron en queja
al palacio de Euristeo.
-Majestad, la hechicerita que anda en compañía de Hér-
cules, usando un talismán mágico, ha convertido a nuestros
hijos en objetos. Melampo, el único que se salvó, ha aparecido
y lo ha contado todo.
Euristeo miró a Eumolpo. Luego enrojeció de cólera y dió
un .grito tremendo:
-¡ Oíd! i Ordeno a mis reales guardias que salgan sin de-
mora a caballo en persecución de Hércules y su pandilla!
j Quiero que me los traigan vivos o muertos! ...
Minutos después cien caballeros salían al galope rumbo
al campamento de Hércules, con Melampo al frente como guía.
Pero no encontraron nada, a no ser la hoguera de los asa·
dos todavía humeante y los destrozos comunes a todos los cam·
pamentos.
-¡Maldición! exclamó el comandante. Huyeron ...
Hércules y su pandilla ya estaban a una legua de allí.

[429 ]
x

LOS BUEYES DE GERION


_
. .--

--------- ----------
--~-

-:::::.--
-::::::::::-

-----
---::::::=-

1
~~\111~)'"
\, •

Hércules recibió el cinturón de Hipólita...


REYES Y BUEYES

Hércules iba delante. Después venía Medio-y-Medio con


Perucho sobre el lomo. El Asno de Oro venía por último con
Emilia y el vizconde.
El asno ya no suspiraba. j Qué gustosamente se vió libre
de Melampo! Emilia era un peso pluma. Unos ocho kilos, más
o menos. ¿Y el vizconde? i Ah, ése no llegaba ni a un kilo! Pero,
entonces ¿cómo podía servir de contrapeso a una canastita lle-
na de cosas, en la que había hasta una pluma de bronce? La
explicación era que el vizconde pesaba poco, pero su ciencia
pesaba mucho. Sumando al vizconde con su ciencia, daba exac-
tamente el peso de la canastita.
Emilia iba charlando con el asno. Hizo que Lucio le con-
tara toda su vida desde que nació. Después preguntó:
-¿Qué idea fué aquella de transformarse en lechuza?
Lucía respondió después de un profundo suspiro:
-Arrastre. Puro arrastre. Viendo a la vieja transformarse
en lechuza y salir por la ventana, me sentí arrastrado a hacer
10 mismo. ¿N o pasa eso contigo muchas veces?
-Claro que sí. Pero ¿cómo es que vas a tomar una po-
mada de lechuza y tomas una de cuadrúpedo? ¿No tienen ró-
tulos los pomos?
-Lo tenían, pero el cuarto de la vieja estaba a oscuras -y
es posible que los rótulos estuvieran cambiados para sorpren-
der a los intrusos. Esas hechiceras son tremendas -y la con-
versación siguió.
Perucho también iba conversando con Medio-y-Medio.

[433 ]
MONTEJRO LoBATO

-¡Qué suerte ésta de ser mitad caballo y mitad hombre!


Se tiene la ventaja de los dos -la fuerza, las cuatro patas y
la velocidad de los caballos y la inteligencia y la lengua de los
hombres. Pero hay una cosa que no comprendo: cómo es que
siendo vosotros los centauros tan superiores a los no-centauros,
teniendo el mismo cerebro que nosotros y muchísimas más
fuerzas y medios naturales de defensa ¿cómo no habéis domi-
nado a los hombres?
Medio-y-Medio, que ya tenía la ·inteligencia bastante des-
envuelta y había observado y aprendido mucho, dió una res-
puesta justa:
-Por causa de él - y señaló a Hércules con el labio.
-¿Cómo?
-Sí, por causa de él. ¿Quién destruyó a casi todos los cen-
tauros? El. ¿Cómo los centauros habrían de dominar a los
hombres si él no deja que haya centauros? Hoy existen muy
pocos. Nuestra raza se está perdiendo -¿por qué? Por cau-
sa de él ...
Hércules iba allá delante, sumergido en sus pensamientos.
Estaba pensando en los bueyes de Gerión. ¿Cómo sería real-
mente ese Gerión? Cada cual decía una cosa. Unos, que era
hijo de Crisaor (el hermano de Pegaso) y de la oceánida Ca-
lirroe; y que había nacido con tres cabezas y seis piernas. Otros
le atribuían seis cabezas y tres piernas -una confusión tre-
menda. Pero, fuera como fuera, nada peor que ese monstruo
de la isla de Eritia, dueño de bueyes aún más hermosos que
los de Creta.
Como todos los grandes héroes, Hércules al principio de
una aventura se mostraba inquieto. La sangre fría sólo le lle-
gaba, de la manera más absoluta, cuando hacía frente al
peligro.
y así iban ellos rumbo a la isla de Eritia, cada cual pre-
ocupado con un orden de ideas.
Al llegar a la costa, Hércules mandó a Perucho a que bus-
cara un navío, y se quedó sentado por allí, terriblemente des-
animado con sólo la idea del mareo que iba a sufrir. Perucho

[434 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

consiguió un bonito barco a vela de sesenta toneladas -ver-


dadero yatecito de navegación costera. Su capitán, el viejo
Agatirso, se asustó ante la presencia del joven centauro - y

El asno ya no daba ningún suspiro.

[435 ]
MONTEIRO LOBATO

más aún ante el asno parlante y la araña con galera. Pero


muy pronto se habituó. Perucho hizo que le COl\tara todo 10
que sabía del rey Gerión.
-¡Así que también es rey! se admiró Emilia. ¡Qué tierra
de reyes y bueyes es ésta! ...
El vizconde le explicó que los reyes griegos no tenían nada
que ver con los reyes modernos. No eran más que jefes de una
ciudad o de un limitado territorio. Más o menos como un
"jefe político" o un "caudillo" de las ciudades del interior. El
"mandamás".
-Sí, prosiguió Agatirso. Gerión es el rey de la isla, pero
un rey monstruoso. Tiene tres cabezas ...
-Oigo decir mil cosas, interrumpió el vizconde. Unos le
dan seis piernas y,.tres cabezas, otros seis cabezas y tres pier-
nas. ¿Cómo será realmente ese monstruo?
Agatirso lo sabía bien. Declaró que inclusive lo había visto
con sus propios ojos.
-Tiene tres cabezas, pero sólo dos piernas. Esa historia
de las seis piernas no es más que fantasía.
-¿Y qué tal es como rey?
- ¡ Ah, la mayor de las pestes! El terror de sus vecinos.
Riquísimo en rebaños. Roba el ganado a todo el mundo y na-
die le puede robar un sólo ternero ...
-¿Por qué?
-Porque sus rebaños son guardados por el pastor Euri-
tión, otro monstruo de dos cabezas, y por un terrible dragón
de siete cabezas.
-En la isla de Creta eran toros, aquí son cabezas. " co-
mentó Emilia. Tres del rey, dos del pastor y siete del dragón.
j Q ue' cab ecena
' ....
I

Agatirso prosiguió:
-Además de su ferocidad, Gerión tiene la fama de ser la
criatura más fuerte que el mundo haya producido. Lucha en
el campo con los toros más bravíos como si fueran corderitos~
y hasta el dragón le tiene miedo. Y como goza de una salud
excelente, i hay de nosotros! Tenemos que soportarlo todavía

[436 ]
LAS DOCE HAZAÑAS. DE HÉRCULE$

por muchos años, hasta que se muera de muerte natural porque


es sanísimo.
-Eso no, objetó Perucho. No es nada imposible que de
pronto aparezca un héroe que dé cabo de él.
----~ ---

--
- -
--

~-=--_&

El viejo Agatirso lanzó una alegre carcajada . ..

[437 ]
MONTEIRO LoBATO

El viejo Agatirso lanzó una sonora carcajada.


'l? i J a ... Ja
-¿ D ar cab o d e e. . ... Ja....
., G ' , es Inven-
enon .
cible. Ningún héroe se atreve a enfrentarlo.
y viendo a Hércules con los ojos en blanco, caído por allí, ya
descuajeringado por el mareo, le cuchicheó a Perucho: "¿Está
viendo? El héroe, de sólo oír hablar de Gerión se quedó mustio".
-¡ Oh, no! explicó Perucho. Es el mareo. Hércules sopor-
ta todo en el mundo, menos el viaje por mar. ¡Cómo se marea!
i Vomita hasta los bofes!. ..
Agatirso fingió tragarse la explicación. En el fondo estaba.
más que convencido que la enfermedad del héroe no era más
que miedo.
Muchas otras cosas contó aún el viejo capitán del barco.
El rey de Eritia había juntado su maravilloso rebaño a costa
de sus vecinos. Entraba en tierras ajenas y tomaba los ejem-
plares más hermosos. Y así se quedó con la flor del ganado de
los alrededores.
- y a él nadie le saca ni una garrapata, por miedo al pas-
tor de dos cabezas y al dragón, comentó Perucho. Pero, ¿quie-
re apostar a que Hércules barre esa cabecería toda y se lleva
los bueyes de Gerión a Micenas? Esa es la orden que recibió
del rey de allí -y cuando Hércules recibe una orden de ese rey
la cumple rigurosamente. i Cuántas órdenes tremendas no le
hemos visto ejecutar! Y relató la historia de los nueve Traba-
jos de Hércules ya realizados.
A pesar de eso, Ag~tirso miraba despreciativamente hacia
el "héroe mareado" y sonreía con el mayor escepticismo. Posi-
tivamente no creía que aquella masa-bruta valiera algo. El
marino que no se marea desprecia al novato que se marea.

OCEANO

Aquellos mares de Grecia eran de un azul muy claro y


transparente. La belleza de las olas hizo que la conversación
pasara de Gerión al mar.
[438 ]
LAS DoCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

-El mar es mi elemento, dijo el viejo marino. Desde muy


chico vivo sobre él. Poseidón es mi gran dios.
El vizconde sabía más de Poseidón, o Neptuno, que aquel
viejo marino griego; Emilia le dió la palabra.
-Hable de Poseidón, vizconde.
El marlo carraspeó y dijo:
-Poseidón es una de las grandes divinidades del Olimpo,
hermano de Zeus y Plutón, el dios de los infiernos. Para mí, el
mayor de los dioses es justamente Poseidón, porque el mar es
mucho mayor que la tierra. Por lo menos es el dios que tiene
mayor número de adoradores, ya que en el mar hay millones
de veces más vidas que en la tierra.
-¿Y de quién es hijo ese dios? quiso saber Emilia.
-De Saturno. Ese Saturno era el tal que devoraba a sus
propios hijos -y si no devoró a Poseidón fué porque su esposa
Rea lo engañó: le presentó envuelto en un paño a un potrilla
recién nacido. Saturno lo devoró seguro que era su hijo.
Emilia puso cara de superioridad.
-¡Qué reyes y qué dioses hay por aquí! Comer carne de

caballo pensando que es carne humana ...
-¡Píldoras! dijo ·Perucho. ¿Cómo podría distinguirla él?
-Pues si yo fuera Saturno distinguiría fácilmente la carne
de caballo de la carne humana ...
-¿ Cómo, Emilia, si tu no has comido nunca ni de la una
ni de la otra?
Emilia vió que era así, y se calló. El vizconde prosiguió.
-Los tres grandes hijos de Saturno, salvados de su vora-
cidad, fueron Zeus, Poseidón y Plutón. A Paseidón le cupo el
reino de las aguas, océanos, ríos y mares -y por ello recibió el
tridente como símbolo de su imperio.
-¿ Cómo es que un tridente -o sea un tenedor de tres
dientes- puede ser símbolo de un imperio?
El vizconde explicó muy bien:
-El imperio de las aguas es habitado por peces y otros
animales "cazables" con lanza, con tridente o con arpón. Lo
mejor es decir arpón. El tridente de Neptuno es un arpón de
[439 ]
MONTEIRO LOBATO

tres puntas. Con él cobraba los peces· que quería y picaneaba a


los caballos de su carruaje marino. Y agujereaba la tierra para
dar nacimiento a los ríos. Y rompía las rocas, y pegaba a las
olas para apaciguarlas. Claro, nada de eso podía hacer N ep~
tuno con un látigo, por ejemplo, o con una cuchara, o con .esos
cetros todos bordaditos que usan los reyes modernos. Nada
más natural, por consiguiente, que el tridente fuera el símbolo
del imperio de las aguas.
-¿Y dónde consiguió Neptuno el tridente?
. -Unos dicen que se 10 dió su hermano Zeus. Otros dicen
que fué un regalo de los Cíclopes, aquellos gigantes con un sólÜ'
ojo en la frente. Agradecidos a Neptuno por haber sostenido la
causa de Zeus en la lucha contra los titanes, le regalaron el
tridente.
-¿Qué historia es ésa? exclamó Perucho. ¿Acaso Nep-
tuno hermano de Zeus, podía. estar contra él?
-Podía y fué enemigo de Zeus durante mucho tiempo,.
cuando vivía en el Olimpo. Varias veces conspiró contra Zeus"
de cuyas órdenes se reía. De ahí proviene su expulsión del
Olimpo y su exilio en Troada, donde, ayudado por Apolo, alzó,
los muros de la ciudad de Troya.
-Me está gustando, dijo Emilia, que era muy revolucio-
naria y enemiga del poder absoluto. Rebelarse contra Zeus,.
¡qué bonito! ...
El vizconde prosiguió, con gran admiración de Agatirso:
-¡Ah, era un dios vengativo y terrible! Fué él quien sus-
citó el monstruo que destruyó a Troada y luego aquél dragón
marino que casi devora a Andrómeda, y después el toro mara-
villoso que emergió de las aguas y Minos no se atrevió a sacri-
ficar. Durante la guerra de Troya Neptuno tomó el partido de:
los griegos y de ello proviene el desastre de los troyanos. Des-
pués, cuando Ulises iba en camino a la isla de !taca, fué él quién
le estropeó los navíos e hizo que errara sobre las aguas durante'
diez años.
- y la pobre Penélope en la isla, 10 mismo que una araña,.
tejiendo la tela. .. suspiró Emilia. ¿Y después?

[440 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES,

-Después hizo mil cosas, inclusive disputarle a Palas el


derecho a ser la patrona de Atenas. Para decidir la lucha, Zeus
declaró que daría Atenas' a quien hiciera a los hombres el pre-
sente más útil. y entonces Neptuno golpea la tierra con el tri-
dente y hace surgir el caballo, animal que hasta aquel momen~
to no existía ...
- j Espere, vizconde! berreó Emilia. Si el caballo no exis-
tía y fué creado por Neptuno, ¿cómo fué que su madre engañÓ'
a Saturno dándole de comer un potrilla en lugar de su propia
hijo reCién nacido?'
El vizconde suspiró.
- j Ah, ése es uno de los mayores misterios de la mitología r
Muchos sabios se han roto la cabeza estudiando el problema.
Yana sé. Lo que sé es que a pesar del caballito que Saturno
comió, quien con un golpe de tridente dió origen al caballo fué
N eptuno. El caballo iba a ser el mayor amigo del hombre. Era'
pues el mayor presente que un dios podría hacer a la huma-
nidad.
-¿ y derrotó a Palas?
-No. La inteligentísima Palas contrapuso al caballo otro,
presente de mayor utilidad aún: el olivo.
Emilia protestó. No estaba de acuerdo en que el olivo fue-
se un presente mayor que el caballo yeso porque "sin el olivo
los hombres se podrían arreglar, pero sin caballo ¿qué harían?"
Dice doña Benita que sin el caballo el hombre estaría todavía
andando a pie.
-Puede ser, dijo el vizconde, pero Zeus no pensaba así'
-y quién resultó patrona de Atenas fué Pallf en lugar de Nep-
tuno. Entonces Neptuno, furioso, lanzó el mar contra toda Ati-
ca y la sumergió. Atenas está en Atica.
-Ya lo sé. Estuve allí. ¿Y después?
-Después se casó con Anfitrita -y fué una gran victoria
suya porque ésta, hija de Océanos y Doris, no lo quería. Le pa-
recía demasiado feo y repugnante. Aquellas barbas verdes de
algas marinas, aquel hedor de pez. .. y además era padre de.
cuantos monstruos hay en el océano.
[441 ]
MONTEIRO LOBATO

-¿Y dónde vive Neptuno? quiso saber Perucho. .


-En el fondo del mar Egeo. Allí tiene sus famosos t.aba-
110s marinos, con crines de oro y patas de palmípedo, ligerísi-
mos. A veces usa también un carruaje en forma de concha,
arrastrado por cuatro delfines.
-Neptuno debe ser majestuoso a galope en ese ca-
rruaje ...
-Sí, lo es. El sale con una diadema de perlas y nácar sobre
la cabeza, con el tridente en una de las manos y la otra exten...
dida para calmar las olas. Y cuando anda en esa gran concha
marina por sobre la superficie del mar tranquilizado, los m~ns­
truos marinos dejan las profundidades para seguirlo, y los del-
fines saltan y van dando cabriolas frente a él.
Emilia estaba con la vista fija, pensando.
-Me están pareciendo muy graciosos estos dioses griegos.
Ellos, a bien decir, no son dioses -son novelas policiales o de
aventuras de tierra, mar y aire. Bien dice doña Benita que nunca
hubo imaginación más viva y más rica que la de los griegos.
Perucho estaba pensando en Andrómeda. Quiso saber
¿quién era? El marlo le contó.
-Andrómeda era hija de Cefeo, rey de Etiopía, y de Ca-
siopea su esposa. Un día Casiopea tuvo la audacia de partici-
par en un concurso de belleza con las nereidas del séquito de
N eptuno -y Neptuno, furiosísimo, lanzó contra el reino de
Cefeo un monstruo horrendo. Cefeo, en la mayor desespera-
ción, consultó al oráculo de Amom, en Egipto. El oráculo res-
pondió que la manera de aplacar la ira de Neptuno era expo-
niendo a la furia del monstruo a la bella Andrómeda.

-¿Y el padre malvado tuvo el valor de hacerlo? ..
-Sí; dejó que la hermosa joven fuese entregada a las ne-
reidas, las cuales la ataron a una roca de la playa para que
el monstruo la devorase.
-¿Y la comió? preguntó Emilia afligida.
-Casi. Cuando iba llegando con su inmensa boca rOJa
abierta, he ahí que apareció ... adivinan, ¿quién?
-¿Hércules? ..
[442 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¡No! Perseo, el mismo que mató a Gorgona. Venía mon-


tado. " adivinan, ¿en qué?
-¡ En Pegaso! gritó Emilia.

_ _ _ _ .. ---1

-- -

Ataron a Andrómeda a una roca de la playa . ..

[443 ]
MONTEIRO LOBATO

-Sí, en Pegaso. Perseo mató al monstruo y. .. adivinan


¿qué hizo?
-La desató y se casó con ella ...
-Eso mismo. Tu eres tremenda para adivinar, Emilia.
Agatirso estaba con la boca abierta. Nunca se imaginó que
pudiese haber tanta ciencia en la barriga de una araña con
galera.
Eriese momento uno de los marineros de la barca dió un
grito: "j Tierra, tierra! ... "
Hércules, que estaba tirado a popa, con· los ojos más blan-
cos que nunca, lanzó un suspiro .. ;

EN LA ISLA DE GERION

El desembarque se hizo como otras veces, con el héroe apo-


yado en Medio-y-Medio, más flojo que si hubiese recibido una
buena soba del tridente de Neptuno. Perucho tuvo querepe-
tir la cura del "héroe mareado", como en las playas de Temis-
cira. Después de sentirse "nuevo", Hércules dijo:
-Bueno. Ahora tenemos que arq'l,1itectar un plan. La
fuerza del rey de esta isla sé que reside, sobre todo, en el dra-
gón de siete cabezas y en el pastor de dos. Tengo que aproxi-
marme con mucho cuidado para dar cabo del dragón y aeí
pastor -y sólo después iré a ajustar cuentas con el rey.
-¿ Cómo vas a atacar al dragón, Lelé? quiso saber
Emilia.
-Con mis flechas -y al decirlo, las sacó del carcaj yexa-
minó sus puntas. Desde aquella aventura en que casi se vió
perdido ante un monstruo porque Emiliá había "humanizado"
sus flechas, el héroe nunca más se lanzó a una empresa sin exa-
minarlas primeramente.
-Quédense aquí, dijo. Voy solo -y allá se fué.
Los chicos se quedaron oyendo las historias de Agatirso.
N o hay viejo marinero que no sepa muchas cosas interesantes

[444 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

relativas al mar. Perucho, que era un gran pescador del arroyo


de la quinta, sólo quería cuentos de peces. Pero Emilia sólo se
interesaba por lo que se refería a monstruos.
-¿ y ésa tal serpiente marina de que hablan tanto? pre~
guntó ella. ¿Nunca se encontró con alguna?
N o hay marinero que no hable de las serpientes marinas
que viven en las grandes profundidades y a veces suben a la
superficie. También Agatirso tenía la suya.
-Cierta vez, dijo él, yendo yo en mi barca de la isla de
Paros a la de N axos, di, de repente, con un mar agitadísimo,
pero de una agitación diferente a todas las que conocía. Era
como si allí en el fondo hubiera un terremoto. No puedo com-
prender cómo me salvé-o j Qué olas horribles! Se levantaban
como torres y después se hundían como verdaderos abismos.
Pasé una hora así, agarrado al trozo de mástil de mi bote ...
-¿Por qué al trozo?
-Porque era 10 que quedaba del lindo mástil de mi bote.
A! principio una ola 10 despedazó como si fuese una brizna dél
paja seca. Quedó el trozo -y de mucho me valió. Me agarré a
él con uñas y dientes durante más de una hora. Por fin la tor-
menta se fué serenando y yo respiré. Estaba salvado, gracias
a la bondad de Palas, mi patrona. Fué entonces cuando vi una
cosa nunca vista en mis años y años de bogar por estos mares.
-¿Vió la serpiente marina? ..
-Sí, la vi. .. Pero en el primer momento no comprendí
10 que era. Una cabeza espantosa lanzaba por la boca, muy
abierta, una porción de cosas rojizas. Y aquél inmenso cuerpo
de boa, boyaba sobre el mar en una serie de "eses" continua-
das. Allá al fin la cola, una cola que golpeaba en el agua. El
monstruo parecía estar en la agonía. Una ola arrancó mi barca
de allí y todo terminó. N o vi nada más.
Agatirso se enjugó la frente. El sólo recuerdo de aquella
escena 10 hacía sudar. El vizconde dió una explicación muy
buena. .
-Es que en el fondo del mar hubo algún terremoto o al-
guna súbita erupción volcánica, y la convulsión de las aguas

[445 ]
MONTEIRO LOBATO

desplazó una de esas serpientes marinas que sólo viven en las


grandes profundidades, arrojándola a la superficie. Ahora bien,
la diferencia de presión es muy grande y el organismo del
monstruo no soportó el súbito paso de la alta presión del fondo
a la poca presión de la superficie -y reventó.
-¿ Cómo reventó?
-Se reventó por dentro, por falta de presión. Por eso es
que este hombre lo vió arrojando por la boca todas las vísceras.
Lo que vió él fué una serpiente marina de las profundidades
reventada a consecuencia de la poca presión atmosférica de la
superficie.
El viejo marinero estaba admiradísimo ante la seguridad
del vizconde, aunque no entendía aquella historia de "presión
atmosférica".
y hablaban todavía de serpientes marinas y peces cuando
Hércules reapareció.
-El asunto está difícil, dijo él. El dragón se oculta en
una de las varias cavernas que existen allí. Desde ella salta
sorpresivamente sobre sus atacantes. Cerca está siempre el pas-
tor de dos cabezas. El que ataca al pastor se arriesga a ser ata-
cado por el dragón. Y como no consigue prever de qué caverna
va a salir el dragón, puede ser tomado de sorpresa. He venido
a pensar sobre cómo hacer.
En verdad, Hércules no había venido a pensar sobre nin-
guna cosa, y sí, a saber la opinión de Emilia. Se apercibió
inmediatamente que era uno de esos casos en que la inteligen-
cia vale más que la fuerza bruta. Y miró hacia la ex muñeca
buscando ayuda.
Emilia se agarró el mentón y se puso a reflexionar. De re-
pente dijo:
-¡Eureka! ...
Todos estaban muy atentos, curiosos por saber lo que ella
había "eurekeado". Emilia pensó un momento más, como per-
feccionando su idea, después preguntó:
-¿ Cuántas cavernas son?
-Unas veinte.
[446 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Pues hay un sólo medio, Lelé: descubrir en qué caverna


vive el dragón. Hecho eso, 10 demás se hace fácil.
-Sí, concordó el héroe. Si yo tengo la seguridad de que

-.- ....-
El héroe tenía que lanzarle siete flechas, una a cada cabeza . ..

[447 ]
MONTEIRO LOBATO

el dragón está en éste o en aquél agujero, puedo atacar al pas-


tor y en seguida apuntar mis flechas a la boca de la caverna
observada.
-Exactamente, contestó Emilia. Podemos hacer una
cosa: voy contigo y aplico allí mi medio de descubrir la caverna
de donde va a salir el monstruo.
-¿Qué medio es ése? preguntó Hércules y ella, muy
estiradita:
-No puedo decirlo -pierde el efecto. Pero juro que in-
dico con seguridad cuál es la caverna del dragón. De eso no
hay duda.
Hércules le dió la mano a Emilia, y allá se fueron. Pe...
rucho pensó para sí: "¿ Cuál será el medio que ella va a usar
-el "figúrate" o la varita mágica?"
De cierto punto, entre dos grandes piedras, Hércules mos-
tró a Emilia, allá a lo lejos, el pastor de dos cabezas y las varias
cavernas. En una estaba el dragón, pero ¿en cuál? Quien fuera
a luchar con el pastor podría resultar con el dragón a las espal-
das-¿y qué hacer? La prudencia mandaba certificarse primero
del lugar exacto donde se escondía el dragón; sólo después ata-
car al pastor.
Hércules miró a Emilia como quien dice: "¿Y ahora?"
Emilia alzó hacia él su carita traviesa y dijo:
-Nada más simple, Lelé. Tápate los ojos, que yo te diré
en qué caverna está el dragón.
Hércules se tapó los ojos -y Emilia, muy rápida, fué se-
ñalando con el dedito las cavernas y diciendo para sí: "Figú-
rate que no está en ésa, ni en ésa, ni en ésa", y señaló a todas
menos a una. "Por consiguiente está en la última." y volvién-
dose a Hércules, dijo en voz alta:
- ¡ Listo! Ya resolví el problema. El dragón está escondido
en aquél agujero de la izquierda -y lo señaló con una seguri-
dad pasmosa.
Hércules estaba asombrado. No podía comprender de qu~
manera llegaba ella a semejante conclusión. Quiso saberlo.
Preguntó.

[448 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

- j N o lo digo! respondió Emilia. Yo tengo mis secretos


como Medea tiene los de ella ...
El héroe no insistió. N adie en el mundo estaba más con-
"encido que él de que aquella muñequita humana era en rea-
lidad una curiosísima hechicera de los siglos futuros. Y siendo
así, no tuvo la menor duda de que el antro del monstruo era,
el indicado.
-¿Entonces puedo atacar al pastor seguro que el dragón
va a salir de aquella caverna?
Emilia respondió con una seguridad majestuosa:
-¡PuEDE!
Era el tono de Medea y Circe. Era el tono de los oráculos.
Era el tono de Palas -y Hércules no dudó ni por un mileslmo
de segundo.
-Bueno, quédate aquí, dijo él, vaya dar una vuelta y
a atacar al pastor por el lado de allá.
-¿Por qué?
-Porque así estaré de frente a la caverna del dragón. Lo
que temía era atacar al pastor de frente y tener al dragón por
las espaldas.
Emilia se quedó allí y Hércules dió la vuelta paré atacar
al pastor desde el lugar elegido. Tuvo que ir agachado, ocultán-
dose entre las piedras. Si se levantaba, el pastor lo vería inme-
diatamente, porque una criatura con cuatro ojos ve al mismo
tiempo el norte, el sur, el este y el oeste.
De pronto, Hércules se puso en pie de un salto, ya con el
arco estirado -y la primera flecha voló silbando. El pastor vió
el salto de Hércules y también llevó la mano al arco, pero la
flecha de Hércules lo alcanzó antes que él lanzara ia suya.
Inmediatamente después llegó otra. No era preciso más. Dos
cabezas, dos flechas. Todo eso ocurrió en un abrir y cerrar de
ojos. A pesar de eso el dragón presintió lo que pasaba y apa-
reció a la boca de la caverna.
-Exactamente donde yo dije, pensó Emilia. El "figú-
rate" no falla ...
Al ver surgir el dragón, Hércules le envió una flecha para

[449 ]
MONTEIRO LOBATO

la cabeza número uno, alcanzándola en uno de los ojos. El hé-


roe tenía que lanzar siete flechas, una para cada cabeza yeso
antes que el dragón 10 alcanzara. ¡Y con qué rapidez venía ha-
cia él el dragón! Tan sólo la extrema rapidez de los flechazos.
10 salvaría. Y Hércules, ¡zás, zás, zás! . .. dos, tres, cuatro, cinco,
seis flechas, todas muy bien clavadas en cada ojo derecho de
cada una de las seis cabezas. Sólo faltaba la séptima -pero no
había tiempo: el dragón estaba demasiado cerca para el tiro
de flecha -casi junto a él. Entonces Hércules recurrió a la
clava -y con un sólo golpe- pero i ¡¡DE AQUELLOS!!! -aplastó-
la séptima y última cabeza del monstruo como una persona
puede aplastar un merengue. Emilia oyó el ¡plaf! y vió al dra-
gón caer estremeciéndose. De las siete cabezas alcanzadas la
lengua muy roja aun entraba y salía, y la punta de la cola
hacía movimientos convulsivos.

¡AVE, AVE, EVOHE!

-¡Ave, Ave, Evohé!. .. berreó la ex muñeca allí donde


Hércules la había dejado -y fué corriendo a ver a los dos.
monstruos vencidos. Muertos, muertísimos. .. ¡y qué porten-
tosos! Un hombre con dos cabezas es tan horrible como un
hombre sin ninguna cabeza. Provocaba verdaderos escalofríos-
de horror. Y el dragón era un lagarto enorme con injertos de
otros bichos -verdadero monstruo de pesadilla. N o tenía el
color verde del dragón de San Jorge que ella había visto en la
luna. Era veteado de negro y amarillo. Emilia pensó: "¿Llevo·
o no un recuerdo de estos monstruos?" Pero escupió de costa-
do: "N o vale la pena".
Después de contemplar algunos instantes sus víctimas,
Hércules pensó en Gerión. ¿Cómo abordarlo? Los reyes viven.
en palacios e invadir un palacio es 10 mismo que invadir un
hogar. El hogar es inviolable. Sólo había una manera: escon-
derse por allí hasta que el rey apareciera. Pronto sabría él 10

[450 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

que le pasó al pastor y era fatal que viniera a ver lo aconte-


cido. Pensando así, Hércules resolvió esconderse en una de las
cavernas y esperar. Tomó a Emilia de la manita y fué hacia

1',..
el antro del que salió el dragón. Entró.

\\ 11 111

Tenía el gigante tres cabezas y seis brazos . ..

[ 451 ]
MONTEIRO LOBATO

El techo de la caverna estaba todo adornado de colgajos


negros -murciélagos que se asustaron y huyeron más hacia el
fondo. Hércules se sentó con la ex muñeca sobre las rodillas.
-¿Cómo fué que descubriste la caverna ocupada? Cuén-
tame el gran secreto.
-Pues es el "figúrate", Lelé. Desde que yo me figuré que
no eran las otras cavernas donde estaban el dragón, tenía que
estar en ésta ...
Hércules puso cara de que no entendía aquella historia.
-Escucha, explicó Emilia tomándole la mano. Tienes
aquí cinco dedos. Si sacas cuatro, ¿cuántos quedan?
-Queda uno ...
-Exactamente. Eso es lo que hice con las cavernas. Eran
veinte. Saqué diecinueve -quedó una: ésta. Tan simple ...
A Emilia le parecía así, pero para Hércules el mecanismo
del "figúrate" era un misterio verdaderamente impenetrable.
-Lo que más me admira, dijo él, es que este proceso no
falla nunca ...
-Ni puede fallar, agregó Emilia. Si tú te figuras que
una cosa no 10 es, está claro que no puede serlo. Si tú te figuras
que es, está claro que es. Es tan simple ...
Estaban en esa charla cuando un muchachote, de paso
por allí, extrañó la ausencia de Euritión y miró en derredor.
Al descubrir su cadáver y un poco más adelante el del dragón,
dió un grito de pavor y salió volando en dirección al palacio
del rey.
-¡ Majestad, encontré a Euritión y al dragón muertos a
flechazos! ...
Gerión dió un salto de sorpresa, de furia y de odio; como
tenía tres cabezas, hacía cada cosa con una -se sorprendía con
la primera, se enfurecía con la segunda y odiaba con la tercera.
Para hablar también usaba las tres bocas: decía una palabra
con la primera, decía la siguiente con la segunda y la inme-
diata con la tercera; después volvía a la primera, como en el
Da capo de las músicas.
Pero al oír aquello Gerión no dijo nada. No hizo más que

[452 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

saltar. Un relámpago iluminó sus ojos y salió a pasos precipi-


tados con. rumbo al pedregal de las cavernas, guiado por el
muchachote.
Hércules y Emilia lo veían sin ser vistos. i Qué extraño gi-
gante aquél! Tres cabezas y seis brazos, y a:demás de eso una
curiosa especie de alas egipcias. Traía tres escudos en los brazos
izquierdos y tres lanzas en las manos derechas. Hércules se
percibió de inmediato que la lucha iba a ser tremenda, pues
era un gigante equivalente a tres. Sus flechas de nada valdrían
contra tantos escudos, y su clava tendría contra sí la réplica de
tres lanzas actuando simultáneamente. ¿Qué hacer? Hércules
miró a Emilia.
En un segundo, la "dadora de ideas" comprendió la esen-
cia del problema, y dijo:
-El es fortísimo de la cintura arriba y débil de la cintura
abajo.
-¿Por qué?
-Porque tantas cabezas, tantos brazos, tantos cascos, escu-
dos y lanzas son mucha cosa para sólo dos piernas. Olvida lo
que hay de la cintura para arriba y ataca sus piernas. Demo-
lida la base, la torre se cae.
El rostro de Hércules se iluminó. N o podía haber cosa más
clara. i Y ni él ni todos los héroes que habían luchado hasta
entonces con Gerión se habían dado cuenta de aquel punto
vulnerable! ...
Hércules puso una flecha en el arco y salió de la caverna.
Inmediatamente Gerión lo vió. Quien dispone de seis ojos en
las cabezas no pierde nada y todo lo ve de inmediato. GeriOn
lo vió y cerró sus defensas, cubriéndose con los tres escudos y
los tres cascos de bronce -pero la saeta de Hércules no venía
apuntada hacia las "partes nobles del cuerpo", al pecho, al
corazón, a la cabeza, sino hacia la humilde parte del cuerpo
llamada rodilla -y allí, entre los huesitos de la rodilla derecha
de Gerión se clavó la primera saeta del héroe. Y la segunda
saeta, llegada inmediatamente después, se fué a clavar en la
rodilla izquierda. j Ah, no se necesitó más!. .. Gerión, con to...

[453 ]
MONTEIRO LOBATO

das sus cabezas, con todos aquellos brazos y escudos y lanzas


y cascos, se derrumbó, como esas grandes chimeneas de ladrillo
cuando una explosión de dinamita se produce en la base. El
pecho de un héroe puede ser tremendo, el corazón del héroe
puede ser como el de Ricardo Corazón de León, pero si se le
doblan las rodillas, todo 10 que está encima se viene abajo.
Tocado en las rodillas, Gerión, el monstruoso rey inven-
cible, cayó sobre los cuerpos de Euritión y del bicho de las
siete cabezas. Hércules se aproximó y 10 mató fácilmente con
tres golpes de clava -¡pan, pan, pan!- uno en cada cráneo.
-¡Ave, ave, evohé!. .. berreó Emilia, corriendo a arran-
car un botón de oro de la túnica del gigante -un lindo "re-
cuerdo".
Hércules contemplaba los tres cadáveres. i Cuánto había
sufrido el mundo de aquellos alrededores a causa de la asocia-
ción de los tres monstruos! Ya individualmente fortísimos, me-
diante la asociación se habían hecho invencibles. Pero allí esta-
ban por tierra, liquidados. ¿Por qué? Porque no habían contado
con el valor de Hércules en íntima asociación con la viveza de
Emilia. El héroe comprendió el valor de las "asociaciones".
Muy bien. Euristeo le había ordenado que llevara a Mice-
nas los bueyes de Gerión. No le dijo que liquidara a ese rey.
Pero, ¿cómo tomarle los bueyes sin matarlo? ¿Y cómo matarlo
sin antes matar a Euritión y al bicho de siete cabezas?
La primera parte del Décimo Trabajo estaba ejecutada
-y Hércules iba a ver 10 fácil que era ante la segunda parte:
el transporte de los rebaños de Gerión a Micenas. El problema
del transporte siempre fué algo serio en todos los países, espe-
cialmente en la antigüedad, antes de los ferrocarriles, camiones,
automóviles, grandes buques y los demás medios que existen
ahora. En la Grecia de aquellos tiempos sólo existía el lomo de
animales, la carreta de dos ruedas ... ¿y qué más? Nada. Los
propios dioses no usaban más que la carreta,. Las tenían más
adornadas y ricas que las de los hombres -¿pero qué era el
carro de Apolo sino una carreta? ¿Y el carruaje de Neptuno?
Ese ni carreta era, sino un trineo, ya que ni rp.edas tenía. Tanto

[454 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

los hombres como los dioses no habían pasado aun de la edad


de la carreta.
¿Cómo transportar tantos bueyes desde allí hasta Micenas?
Hércules y Emilia fueron a ver el rebaño de Gerión. En-
'contraron una hermosa pradera llena de ganado.
-¿ Qué pasto es éste? preguntó Emilia -y su pregunta
quedó sin respuesta porque Hércules no entendía nada de fo-
rrajes. Emilia vió en seguida que no era "past( chato" y se
I

guardó una hoja para que el vizconde la clasificara.


Muy numeroso era el ganado de Gerión. Numeroso para
aquellos tiempos y aquella isla, pero lejos de corresponder al
ganado existente en una estancia moderna.
-¿Cuántas cabezas te parece que haya aquí, Emilia? pre-
guntó Hércules, el que en materia de cálculos era una verda-
dera negación.
Emilia recorrió el rebaño con los ojos y dijo:
-Quinientas, sin contar los becerritos de un año.
Hércules se puso a meditar. ¿ Cómo poner en Micenas aquel
rebaño? Consultó a Emilia nuevamente y ella:
-Euristeo no sabe cuantos bueyes hay aquí, de manera
9ue tanto da que lleves todos como sólo diez. Además, me pa-
rece una gran injusticia llevarse estos animales robados a los
criadores vecinos y entregarlos a un rey distante y antipático.
Lo justo será entregarlos a sus verdaderos dueños y llevarse
a Micenas sólo una pequeña muestra, unas diez o doce reses ...
A Hércules le pareció simplemente maravillosa la idea de
la "dadora".

EL REBAÑO

Mientras aguardaban la vuelta de Hércules, los otros, en


la playa, oían más cosas del imperio de Neptuno que les con-
taba el vizconde. ¡Cuántas historias sabía aquel marlito!
-Antes de Neptuno, ¿quién era el dueño del mar? pre-
guntó Perucho.

[455 ]
MONTEIRO LOBATO

-¿Antes? Era Nereo, hijo del Océano y de la Tierra.


Nereo se casó con Doris y tuvo cincuenta hijas, esas tales ne-
reidas que más tarde la diosa Flora aceptó en su corte y trans-
formó en náyades, dríadas y napeas. o

-¿Para qué las admitió?


-Para que custodiaran los riquísimos tesoros de su impe-
rio vegetal. Esas ninfas se casaron con los hijos de Tritón y
fueron a vivir en las grutas llenas de avencas y helechos, en las
húmedas barrancas de los ríos, en los claros de los bosques don-
de juegan los faunos y silvanos. Cuando Neptuno se sentó en
el trono de las aguas, concedió al viejo Nereo el don de adoptar
la forma que quisiera. N ereo se hizo también un hábil adivino
-y fué él quien previó la caída de Troya. Vive en un rincón del
mar Egeo, rodeado de muchas nereidas que lo divierten con sus
cantos y danzas. Es un anciano muy tranquilo, justiciero y mo-
derado en todo. Tiene los ojos verdes y las barbas color cielo.
Perucho preguntó al marinero si había visto alguna nereida.
-Sí, respondió Agatirso. Vi dos en una playa de N axo.
-¿Y esas dríadas y napeas? ¿También vió alguna?
-Muchas. Las napeas son las ninfas de las campiñas y las
dríadas son las ninfas de los árboles. Cada viejo árbol de la flo-
resta tiene su dríada que vive cerca.
Perucho se mostro escéptico. "Esa es cosa que necesitaría
ver para creer".
-Pues he visto muchas, como también me topé con varias
hamadríadas ...
-¿ Cuáles son?
Las que viven dentro del tronco de los árboles. Cuando se
derriban los árboles ellas se libertan y se quedan vagando por
los alrededores ...
Lucio y el centaurito no hablaban nada, pero oían con la
mayor atención. De pronto Medio-y-Medio tomó la palabra
y dijo:
-Yo también he visto muchas. El mundo está lleno de
esas criaturas. i Y qué hermosas son! ...
Cerca de la playa había una floresta de árboles muy an-
[456 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

tiguos, casi todos ellos castaños seculares. Perucho miró ha-


cia allí.
-¿Será que en aquel monte hay dríadas?

Allí estaba ella, sentada en el viejo tronco caído . ..

[457 ]
MONTEIRO LOBATO

-Claro que las hay, respondió Agatirso. Nunca ha habido


un bosque sin dríadas.
-¿ y si fuéramos allá a ver?
Fueron. Perucho a lomo de Medio-y-Medio y e~ vizconde
montado sobre Lucio. ¡Qué hermoso bosque! Viejo como el
mundo. Aquellos castaños debían tener siglos. La frescura del
ambiente parecía un helado etéreo. Y todo en penumbra, con
sombras más espesas aquí y allá, y de cuando en cuando un
rayo de sol que atravesaba el dosel de hojas y venía a dibujar
una raya sobre el suelo. Troncos cubiertos de musgo. Enreda-
deras -y ese silencio majestuoso de los grandes bosques mile-
narios.
-¡Miren allí! ... exclamó Medio-y-Medio señalando hacia
cierto sitio. Sentada sobre aquel tronco está una hamadríada.
Perucho miró. Efectivamente, a corta distancia había un
tronco caído desde hacía muchos años, todo cubierto de hon-
gos, de avencas y de helechos. Todo eso vió el chico, pero
nada más.
-Veo el tronco deteriorado, pero nada más ...
Medio-y-Medio se había escondido bajo una rama para
no asustar a la hamadríada y siguió señalando y diciendo:
-Pues allí está, sentadita en el viejo tronco muerto. Ha-
bitó en él hasta el día en que el árbol cayó. Entonces se libertó
y no sale de las inmediaciones. Pasea, baila, juega; después se
vuelve a sentar en el tronco como una mariposa.
-¿Y cómo es?
-Linda, respondió Medio-y-Medio. Muy diáfana. Usa un
velo finísimo sobre el cuerpo y tiene en la cabeza una corona
de flores silvestres. N o puede haber nada más delicado que una
hamadríada. Es leve como un sueño ...
Perucho miraba, miraba y no veía nada. Le preguntó al
asno:
-¿Ves alguna cosa, Lucio?
-¡ Cómo no! ¡Mire!.. Se acaba de levantar. Parece que
ha presentido nuestra presencia. Va a huir .. , Huyó ...
El vizconde tampoco vió nada. ¿Por qué?

[458 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Tal vez porque vosotros no sois de este nuestro tiempo,


sugirió el asno. Tal vez vuestros ojos hayan perdido la facultad
de ver ciertas cosas. Yo veo perfectamente a las dríadas de los
bosques. Mira, allí está una, sahendo de aquél rincón. .. y la
señaló con la lengua. Medio-y-Medio confirmó la afirmación
de Lucio. Sí, acababa de aparecer otra representante de esas
bellas "almas de la naturaleza", y precisamente el alma del ár-
bol más viejo de aquel bosque. De pronto huyó, en un milagro
de agilidad y sutileza. Había presentido la aproximación de un
fauno.
Medio-y-Medio y Lucio vieron por allí otras hamadríadas,
otras dríadas, varios faunos y tres silvanos -sin que Perucho
y el vizconde lograsen ver nada. N o hay mayor desgracia que
tener ojos modernos.
Cuando salieron del bosque avistaron a lo lejos un gran re-
baño de ganado. Era Hércules que llegaba con los bueyes de Ge-
rión. Corrieron a su encuentro, ansiosos de novedades.
-¿Y entonces? exclamó Perucho. ¿Cómo fué la lucha?
-Muy simple, respondió Emilia. Lo orienté a Hércules
y fué ¡zas! ¡zas! "Matamos" al pastor de dos cabezas, "mata-
mos" al dragón y después "matamos" al tal rey.
Hércules fué leal. Confirmó todos aquellos "amos" de
Emilia.
-Me ayudó mucho esta vez, sí, dijo él. Su descubrimien-
to del antro exacto en el que se escondía el dragón fué elemento
decisivo a mi victoria; y la idea de herir a Gerión en las piernas,
en vez de hacerlo en la cabeza o en el pecho, como me parecía
a mí, ha sido la mejor idea de Emilia hasta hoy.
-¿Y qué va a hacer con todos esos bueyes?
-Entregarlos a sus dueños. A Micenas sólo llevaré diez
--otra óptima idea de Emilia.
Hércules ordenó a Agatirso que fuera a proclamar por los
alrededores la gran noticia del fin de Gerión. Y que los dueños
de los bueyes podían aparecer para rehaberlos.
- y ahora. .. dijo Hércules, cambiando de conversación.
- ¡ Ya sé que quiere comer! berreó Emilia. Pero esta vez

[459 ]
MONTEIRO LOBATO

el centauro no tiene necesidad de salir por el mundo en busca


de carneros. Un buey de Gerión hará la fiesta.
Por la tarde no quedaban por allí más que cenizas y hue-
sos. Los mugidos con tono a lamento de los bueyes sobrevi-
vientes lloraban la muerte de uno de los suyos, pero el héroe
eructaba feliz.
Al día siguiente, muy temprano, comenzaron a llegar las
víctimas de los robos de ganado. ¡Qué alegría! ¡Cómo se con-
fesaron agradecidos al héroe por el inmenso bien que les había
hecho! Gerión era el azote de la zona. Desde hacía años había
transformado la vida de todos en un infierno. Depradaba los
campos vecinos para posesionarse de 10 mejor. La gratitud era
tanta que aquellos hombres iban a levantar allí un templo a
Herac1es, su gran benefactor.
El héroe les dijo que fueran apartando el ganado de cada
uno. Por su parte él sólo tomaba un buey de cada lote, hasta
completar diez, para satisfacer la voluntad del rey de Micenas.
- y agradezcan ésto a mi "dadora de ideas", dijo al final
de su discurso. Si no fuera por su tan razonable sugestión, yo
me llevaría todos estos bueyes para Euristeo.
Los hombres fueron a agradecérselo a Emilia, prometién-
dole que en el futuro templo de Herac1es construirían también
un altarcito en su honor.
-¿y bajo qué nombre debemos venerada, chiquitita?
- j Emilia, marquesa de Rabicó! respondió ella llena de
importancia.
Aquel día no se hizo otra cosa más que separar los bueyes
de éste o de aquél, bajo la fiscalización de Agatirso. Hércules
le había dado orden de ir retirando uno de cada lote hasta
completar los diez para Euristeo.
Al día siguiente se ocuparon de la vuelta y fué necesario
fletar un gran barco a vela para los bueyes. N o hubo ninguna
dificultad, porque Agatirso se encargaba de todo y sabía 10 que
tenía que hacer.
El viaje hacia el continente a través del Mar Egeo habría
sido un encanto si no fuera por el inevitable mareo del héroe.

[460 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Allí estaba nuevamente caído en la proa, con los ojos en blanco,


más muerto que vivo. Mientras tanto los chicos asistían a un
espectáculo que nunca habían supuesto ver: i el paso de N ep-
tuno y de Anfitrita en sus carrozas! ...

¡Neptuno! . .. ¡El carro de Neptuno! . ..

[461 ]
MONTEIRO LoBATO

Quien primero vió algo, allá a 10 lejos, fué, como siempre~


Emilia.
-¡Estoy viendo!. .. ¿Será ballena? ¿Será navío? .. Una
cosa extraña ... ¡Allá, allá a lo lejos! y señalaba.
Todos miraron en esa dirección y vieron realmente algo
extraño e incomprensible. Sólo después que el "misterio" se
aproximó, comprendieron -y fué un deslumbramiento.
- ¡ Neptuno! . .. El carro de Neptuno ...
Era él mismo. Neptuno iba pasando en su maravilloso ca-
rro de caballos marinos con crines de oro. ¡Qué majestuosos
eran! Venían nadando y volteando las aguas con las manos,
que alzaban y bajaban como si quisieran cavar. En vez de
cascos tenían pies de palmípedo. El carruaje era de desliza-
miento, como los trineos. El dios del mar iba sentado con el
tridente en la mano izquierda y la derecha extendida hacia las
ondas en un gesto de "calmaos ante vuestro dios Poseidón".
Delante de él saltaban innumerables delfines juguetones; y a
un lado y a otro, y atrás, a cada momento emergían carantoñas
de extrañísimos monstruos marinos.
Los chicos estaban encantados. Nunca les había pasado
por la cabeza la posibilidad de asistir a tan maravillosa escena.
A Perucho le gustó inmensamente el tipo de Neptuno, con
aquella luengas barbas verdes de algas y con diadema. Emilia
se engatusó ante los caballos marinQs con pies de pato. Aga-
tirso había caído en éxtasis. El, un marino, un hombre de mar,
ver al grande dios de los abismos en toda su pompa, j eso era
arrasador! Lucio estuvo todo el tiempo con la boca abierta y
las orejas erguidas como estoques. Medio-y-Medio era todo
ojos.
Después del carro de Neptuno pasó el de Anfitrita, más
hermoso todavía. Era una inmensa concha marina de nácar
arrastrada por parejas de delfines blancos como la nieve.
Emilia aplaudió y dejó escapar unos grititos, como si aque-
llo fuera carro de un corso carnavalesco. El vizconde le llamó
la atención.
-Cuidado con estas diosas. Son muy desconfiadas y por

[462 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

cualquier cosa castigan a los humanos. En nuestro mundo


aplaudir es un homenaje. Aquí puede ser un insulto ...
El mar, tranquilizado por el gesto de Neptuno, estaba como
un espejo, sin una sola arruga en su superficie. En espejos así
el cielo se refleja tan bien que quien mira, sólo ve cielo, arriba
y abajo;
Tan sólo Hércules no vió nada. Cuando caía en aquel ma-
reo nada en el mundo, ni siquiera Emilia, le interesaba. ¡Qué
alivio cuando el barco echó ancla en un puerto del continente L..
El barco con los bueyes ya había negado. Perucho fué a
presenciar el desembarque y proveyó a la conducción del lote
hasta Micenas. El buey camina por sus propios pies, pero tiene
que ser conducido -y ellos se transformar.on en reseros. Pe-
rucho iba adelante, sobre el lomo de Medio-y-Medio; Emilia,
sobre Lucio; y el vizconde, metido en la alforja, venía atrás en
compañía de Hércules. A cada momento Perucho lanzaba un
monótono 0000 ... , como había visto hacer en las estancias de
ganado.
El rebaño iba siguiendo la playa, con el azul del mar Egeo
a un lado y la costa al otro. De pronto Emilia dió un grito:
-¡ Un gavilán! ... ¡Un cóndor! ... ¡Un ave extraña! ... -y
señalaba hacia el cielo. Todos miraron, inclusive los bueyes, y
vieron realmente a un abejorro atravesando el Egeo, allá en
el cielo, muy alto. Venía en dirección a ellos, pero siempre su-
biendo. De pronto pasó algo, porque el abejorro vaciló, se
esforzó inútilmente, perdió el equilibrio y comenzó a caer.
-¡Lo han herido! gritó Emilia. Viene cayendo ...
Sí, caía con una velocidad creciente y por fin se hundió
en el mar, cerca de la playa.
-¿Qué será? exclamó Perucho. Ave no es. Me ha dado
la impresión de un paracaidista sin paracaídas.
Como un punto negro, el "paracaidista" boyaba sobre las
olas que lentamente lo traían hacia la playa. El deseo era
grande para que llegase en seguida. Un hombre. Un náufrago
del espacio. Y es posible que aún estuviera vivo, apenas des-
mayado.
[463 ]
MONTEIRO LOBATO

Cuando el cuerpo, llevado por las olas, reposó en la playa,


todos corrieron hacia él.
- j Qué extraño! i Un hombre con restos de alas en las
espaldas! ...
El vizconde se puso a aplicar al náufrago las reglas clási-
cas de auxilio a los ahogados, consistentes en restablecer la
respiración interrumpida. Todos ayudaron, y tanto hicieron,
que el náufrago respiró, al principio entrecortadamente, des-
pués con mayor regularidad. En seguida abrió los ojos. Estuvo
unos minutos atontado. Por fin habló:
-¿Dónde estoy?
-Entre amigos, respondió Perucho. ¿Se siente mal?
¿Quién es usted?
El náufrago lanzó un gemido lleno de sufrimiento. Era
indudable que estaba malhendo.
-Dígame su nombre, insistió Perucho -y el náufrago
con voz débil:
-Icaro, hijo de Dédalo ...
-¿De Dédalo, el constructor del laberinto de Creta?
-Sí, gimió Icaro. El rey Minos me encarceló con mi pa-
dre, pero sin que mi padre lo supiera. Procuré encontrarme con
él en el laberinto, inútilmente. Aquella infinidad de corredores
me confundía de una manera horrible.
-Es claro, observó Emilia. Sin un carretel de hilo, aque-
llo no se resuelve.
El moribundo volvió los ojos turbios hacia ella.
-Sí, prosiguió Emilia. Estuvimos con su señor padre en
el laberinto el día que Teseo mató el Minotauro. Después sal-
vamos a Teseo, que estaba también confundido por la infinidad
de corredores, y salimos todos juntos. Pero Dédalo no parecía
desconfiar que su hijo estuviera en el laberinto. No nos dijo nada.
-No lo podía saber, respondió Icaro. Me dejaron inco-
municado.
-¿Y cómo salió de aquella horrible prisión?
-Por el aire ...
-¿Por el aire? .. ¿Cómo? ..

[464 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Icaro explicó:
-Había allí, en la oscuridad, muchos murciélagos y le-
chuzas. Me puse a juntar plumas de lechuza y alas secas de
murciélagos. Después descubrí en un rincón una colmena de

:&

[465 ]
MONTEIRO LOBATO

abejas. Me comí la miel e hice una gran bola con la cera. Fué
en ese momento que se me ocurrió la idea.
-¿Qué idea?
-La de volar. De hacer con las plumas de lechuza y las
alas de murciélago un gran par de alas que se ajustaran a mis
hombros. Después haría como las aves -agitar las alas y salir
volando ...
-Pero ¿si esa idea se le ocurrió cuando estaba haciendo
la bola de cera, para qué juntó las plumas de lechuza? quiso
saber Emilia, que era muy meticulosa. ¿No fué con la idea ya
del par de alas?
-No. Reuní aquellas plumas porque viendo tantas por
allí, se me ocurrió la idea de hacer un colchón. La idea de volar
llegó junto con la pelota de cera.
-Pero ¿qué tiene que ver la cera con las plumas? No com-
prendo ...
-Es que yo podía fabricar mi par de alas con las plumas
de lechuza y las alitas de los murciélagos unidas por la cera ...
- y lo hizo ...
-Sí, hice un excelente par de alas que me permitieron
escapar del laberinto y volar sobre el mar Egeo. Volé perfec-
tamente bien hasta cierto momento. Después tuve una idea
desastrosa: ir subiendo, subiendo, para ver más cerca el carro
de Apolo ...
-Nosotros vimos la subida y nos extrañó, observó el viz-
conde. Para aterrizar aquí no había necesidad de subir tanto
ni tan alto.
-Bien lo sabía yo, pero la curiosidad de ver desde cerca
el carro de Apolo me dominó. Fuí subiendo, subiendo, y a me-
dida que iba subiendo aumentaba el calor de los rayos del sol.
De pronto sentí que la cera que ligaba las plumas de lechuza
se estaba ablandando. Me precipité para bajar. Era tarde. Las
plumas se disgregaban, las alas se deshacían, y caí ...
-Tuvo mucha suerte de caer en el agua del mar. Si cae
en tierra, estaría como el sapo que fué a la fiesta del cielo. ¿Y
ahora?

[466 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Icaro, cada vez más débil, no tuvo fuerzas para responder


a esa pregunta del chico. Cerró los ojos y murió.
Hércules había estado allí todo ese tiempo, siguiendo los
detalles de la escena y oyendo las últimas palabras del hijo de
Dédalo en este mundo. Se conmovió ante la muerte del joven.
-Bueno, dijo finalmente. Tenemos que enterrarlo con
todos los honores -y fué él mismo a cavar en una pequeña
elevación de la costa la tumba de Icaro. Lo enterraron a la
manera griega. Hércules colocó una piedra sobre la tumba, en
la cual Emilia escribió:

AQUÍ YACE ICARO,


EL PADRE DE LA AVIACIÓN EQUIVOCADA.

A Perucho le extrañó aquéllo. Ella explicó:


-El padre de la aviación de verdad, sin cera ni plumas
de lechuza, es otro ...
Tenninada la ceremonia fúnebre, Perucho lanzó un grito y
la caravana se puso nuevamente en marcha. Emi1ia le iba con-
tando al asno Lucio las proezas de la aviación moderna.
- j Ni quieras saber, Lucio, el horror que esa invención
nos ha salido! Los aviones, unas aves de metal perfeccionadí-
simas, vuelan de todos los modos posibles y a todas las alturas
y allá desde arriba lanzan sobre las ciudades bombas enormes.
-¿Qué es bomba?
-Son unos cilindros de hierro, huecos, llenos de T.N.T.
-¿Qué es T.N.T.?
-Un explosivo.
-¿ Qué es explosivo?
-Una cosa, un polvo que explota, es decir, que revienta,
que se enciende, que hace ¡pum! y destroza todo en derredor
-derriba casas, mata gente, la despedaza y la envía al demonio.
El horror de los horrores.
-¿Y éso para qué? preguntó el asno sorprendido.

[467 ]
MONTEIRO LOBATO

-No 10 sé, Lucio -ni tampoco lo saben los propios hom-


bres que 10 hacen. Hay en mi siglo las llamadas "guerras mun-
diales". De veinte en veinte años estalla una, y todos los países
entran en la danza, los unos destruyendo e incendiando las
ciudades de los otros, y matando a todos los hombres jóvenes
y perfectos.
-¿Y los imperfectos?
-J!.. los ancianos, enfermos y tullidos no les pasa nada. Se
quedan en sus casas leyendo los periódicos y oyendo la radio.
A la matanza só!o son enviados los perfectos de cuerpo. Si uno
tiene un defectito cualquiera, en la vista por ejemplo, ya no les
sirve.
Al asno le pareció muy extraño todo aquéllo. Lo razonable
sería mandar al matadero a los viejos y estropeados, y dejar
con vida a los jóvenes y perfectos. Manifestó esa idea y después
quiso saber quién lanzaba los países los unos contra los otros.
-Nadie, respondió Emilia. Todos los jefes comienzan
diciendo que sólo quieren la paz, la paz y la paz. Sólo hablan
de la paz. No quieren la guerra. Y es claro también que el pue-
blo no quiere guerra porque en la guerra el que muere y paga
el pato es el pueblo. Las madres no quieren la guerra porque
pierden a sus hijos. Las hermanas no quieren la guerra porque
pierden a sus hermanos. Las novias no quieren la guerra por-
que pierden a sus novios. Nadie, absolutamente nadie, quiere la
guerra -pero la guerra viene.
-¿ Cómo viene?
-Viene por sí misma. Comienza. Revienta. Explota. Un
bello día la gente abre el periódico de la mañana y lee en unas
letras de éste tamaño: REVENTO LA GUERRA. E inmedia-
tamente el mundo entero está dentro de la guerra, con los avio-
nes que tiran bombas desde el cielo y con la matanza allí abajo,
realizada científicamente mediante maravillosas máquinas de
matar creadas por los mayores genios del mundo moderno.
-¿ Y después de la matanza?
-Cuando se cansan de matar y todos los navíos se han
ido al fondo del mar, y las ciudades son montañas de escom-

[468 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

bros, y no se oye más que el llanto de millones de madres y


esposas, y ya no hay casas donde viva el pueblo, y no hay ya
pan para que el pueblo coma, y es la miseria, el horror de los
horrores, entonces para la guerra. .. viene la paz. ¿Y sabes 10
qué es paz en el mundo moderno, Lucio? Nada más que un
pequeño descanso hasta el inicio de nueva guerra ...
El Asno de Oro tenía todos los pelos de punta y daba gra-
cias al Olimpo por vivir en aquel tiempo. El mundo moderno
se fijó en su imaginación como la imagen del peor de los
infiernos.

FAETONTE

Perucho discutía con Medio-y-Medio unas modificaciones


que tenía idea de hacer en la quinta de doña Benita.
-Aquéllo es un amor de quinta, .decía él, pero tiene el
defecto de todas las cosas modernas: falta de poesía. Los árbo-
les del pomar, por ejemplo. Arboles excelentes, muy amigos
nuestros, con ramas cubiertas de musgo. Todos los años se lle-
nan de flores y después se cargan de frutas -naranjas, níspe-
ros, aguacates ...
-¿Cuál es ésa última?
-Una redonda, verde, del tamaño de una naranja, con
una carne deliciosa. Cada uno de nosotros tiene un árbol suyo.
¡Hay además otra infinidad de frutales!
-¿ y hay cerezas?
-No. Nunca he visto por allí un sólo árbol de cerezas, y
es una pena porque son deliciosas.
En Grecia, a cada momento, ellos se encontraban con ce-
rezos cargados de frutos.
-Pero si los árboles son tan bondadosos como dices, ¿de
qué te quejas? preguntó el centaurito.
-No es que me queje de los árboles, tan amigos nuestros,
sino que me parece que les falta lo que veo aquí.

[469 ]
MONTEIRO LoBATO

-¿ y qué tienen los árboles de aquí que no tengan los


de allá?
-Ninfas. Driadas y hamadriadas. Me imagino 10 hermosa
que habría de ser la driada o hamadriada de mi árbol de agua-
cate, o la del naranjo que es de N aricita, o la del ciruelo de
Emilia. Verse uno allí comiéndose las frutas y a las ninfas alre-
dedor espiando ... ¡eso es poesía! Nuestro siglo tiene muchas
máquinas, inclusive máquinas de volar, pero en materia de
poesía no le llega a los pies al de aquí.
Perucho hizo una pausa, pensativo. Después:
-Estoy pensando una cosa: ¿y si lleváramos dos o tres
driadas para soltarlas en la quinta?
Medio-y-Medio respondió que sólo consultando al viz-
conde, mucho más entendido que él en las cosas de Grecia -y
fueron hacia retaguardia a consultar al vizconde, allá en su
alforja.
-¿Cree posible, vizconde, que podamos llevarnos a la
quinta un lote de ninfas, driadas y hamadriadas?
El vizconde reflexionó unos instantes y respondió advir-
tiendo a Perucho:
-Sólo con el consentimiento de Flora. Las ninfas son las
guardianas del tesoro de esta gran diosa, y sólo podrán salir
de aquí con orden suya.
-¿Y dónde podríamos descubrir a la diosa Flora?
-Dicen que vive en las Islas Mortunadas ...
-¿Qué islas son ésas? Nunca las oí nombrar ...
-Tampoco 10 sé yo, y parece que nadie 10 sabe. Los ro-
manos hablaban mucho de las "Insulre Fortunatre", sin decir
con seguridad dónde estaban. Unos creían que era al oeste de
Libia, otros que era en las islas Canarias.
Perucho se quedó pensativo. Después dijo:
-Allá en el campamento de Micenas, cuando Hércules
vaya a entregar a Euristeo este ganado, nosotros podemos to-
mar una pulgarada de pirlimpimpín y dar un salto hasta las
Islas Mortunadas.
El vizconde y Emilia, que ignoraban la conversación ante-

[470 ]
LAS DoCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

rior con respecto a la introducción de ninfas en la quinta de


doña Benita, exclamaron al mismo tiempo:
-¿Para qué?

Perucho discutía con Medio-y-Medio unas reformas .. ,

[471 ]
MONTEIRO LOBATO

Cuando Perucho expuso su idea de la cría de ninfas en el


Domar, el entusiasmo de Emilia fué tan grande que ~e cayó
de Lucio abajo.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!. .. exclamó levantándose y palpándose.
Una idea de esas ... ¿Cómo es que nació en tu cabeza, Perucho,
en vez de en la mía?
Emilia se mostraba celosa siempre de las buenas ideas de
105 demás. Todas las "buenas ideas" tenían que ser de ella. ¿Y
qué idea mejor que la de Perucho? Llevar ninfas a la quinta,
ponerle a cada árbol del pomar su driada, instalar dentro de
cada tronco una hamadriada. " ¡oh! sí -y la driada más bo-
nita tendría que ser la de su ciruelo ...
La suerte de todos ellos residía en que los bueyes de Ge-
rión caminaban muy tranquilos, lo mismo que los mansísimos
bueyes del carro de doña Benita. Pero, aun así, en determinado
momento se desbandaron.
-¿En qué momento?
¡Ah!, en uno de los momentos más trágicos de la huma-
nidad, cuando la tierra escapó arañando de la mayor de las
desgracias: ser tostada enterita por el sol. La cosa fué así: un
hijo de Céfalos y Eos, llamado Faetonte, extasiado al ver a
Apolo dirigiendo el carro del sol, tuvo la mala idea de pedirle
que lo dejase guiar un poquito. A Apolo le hizo gracia y dijo:,
"Venga ... ", y dejando el carro pasó las riendas a Faetonte.
Pero caballo es caballo. Tanto hace ser caballito en la tierra
como caballo de Apolo. Cuando están en un vehículo y hay
cambio d(; cochero, ellos "extrañan". Los caballos de Apolo,
que nunca habían sido guiados más que por ese dios, extraña-
ron al nuevo cochero -se espantaron- y fué aquel horror. El
sol, que es el que anda en aquél vehículo como un gran rey,
todo rayos y más rayos, perdió el equilibrio y cayó -o comen-
zó a caer sobre la tierra.
Emilia dió un berrido: "¡Allá se nos viene el sol enci-
ma! ... " Hércules miró, vió que era así y levantó el arco.
Iba a cometer la locura de matar al sol, de un flechazo.. Mo-
mento trágico. Perucho perdió la voz, como en las pesadillas.

[472 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Lucio lanzó un rebuzno: "¡No haga eso, "'éroe! Sin el sol,


¿cómo se va a arreglar el mundo en la oscuridad?" Hércules
no oyó. Estaba con el arco distendido, apuntando ...
Pero desde el Olimpo Zeus veía todo y acudió ,~ tiempo.
Fulminó con uno de sus rayos al imbecilísimo Faetonte e hizo
que Apolo fuera corriendo El manejar el carro. El orden se res-
tableció en el cielo -pero el rebaño de Gerión se había des-
bandado. Tomados de pánico, los bueyes habían salido cada
cual en una dirección. ¡Y qué lucha para tranquilizarlos y
reunirlos de nuevo! ...
Cuando la paz se restableció, Emilia J'uso la mano en el
pecho.
-¡Qué susto! Sentí dentro de mi una puntada como las
de doña Benita ... ¡Fasa cada cosa por aquí! ... ¡Ah, Grecia! ...
Ese fué el último incidente ocurrido en el viaje a Micenas.
Al día siguiente llegaron.
Hércules ordenó al centaurito que cuidara a los bueyes
mientras él iba a Micenas a presentarse ante el rey -y se fué.
Emilia sacó al vizconde de la alforja; después abrió la canastita
para ver si no faltaba algo.

EN LOS DOMINIOS DE CHLORIS

Mientras Hércules se explicaba con el antipático rey


Euristeo, los chicos dieron un salto hasta el reino de Chloris.
Sólo fueron los tres. Se quedaron Medio-y-Medio y Lucio
--este pastando y aquel asando seis cameros. Hércules volve-
ría de la ciudad con mucho apetito. La víspera no había comido
más que cuatro.
El viaje a las Islas Afortunadas fué realizado "a polvo".
Tres pulgaraditas de pirlimpimpín, tres ¡fiuns! y listo. Se des-
pertaron ante el maravilloso palacio de Chloris, la misma a la
que más tarde los romanos llamarían Flora.
¡Qué curioso palacio aquél! Todo en él eran flores, vivos
colores y perfumes, frutas deliciosas, musgos, avencas, helechos

[473 ]
MONTEIRO LOBATO

y otros mimos vegetales. Perucho se adelantó y se paró ante


el portero: un hermoso clavel rojo.
-Señor clavel, dijo, somos viajeros venidos de tierras
lejanas para conferenciar con la diosa Chloris. ¿Nos puede
recibir?
El clavel los examinó con la mayor curiosidad y mandó
un recado a la diosa por una violeta que jugaba por allí. Peco
después llegó la respuesta. Sí, Chloris los iba a recibir inme-
diatamente. Que entraran.
Perucho entró, acompañado de Emilia y el vizconde que
iba cojeando en sus muletas. Un lirio del valle iba delante,
guiándolos a través de un jardín de sueño. Después, unos esca-
lones de suave musgo. Después el salón de la amable diosa.
Chloris, en todo el esplendor de su belleza, los recibió con
una amable sonrisa.
-¡Bienvenidos sean a mi perfumado reino! ¿Qué quieren?
Perucho explicó todo. Contó quiénes eran, dónde vivían
en los tiempos modernos y habló del pomar de doña Benita, de
los frutales que había en él, de las flores del jardín, muchas de
las cuales Flora desconocía. Por ejemplo las crisandalías, una
flor con la que la diosa ni soñó.
-Pero nuestro pomar tiene un defecto, dijo Perucho. Le
falta alma. Le falta la poesía que veo en esta Hélade tan linda.
Nuestros árboles no tienen cada uno su driada. Dentro de los
troncos no hay ninguna hamadriada. N o hay ninfas en los bos-
ques. Ni ninguna nereida en el arroyo. Y hemos venido a con-
sultar a la más perfumada de las diosas para ver si no nos po-
dría ceder por lo menos unas tres driadas y otras tantas
hamadriadas ...
A Chloris le extrañó la proposición. Nunca le habían ha-
blado así. ¡Un pedido de ninfas! Qué curioso ... Pero, ¿a donde
irían esas ninfas? Después que los chicos le relataron mil cosas
de la quinta de doña Benita, ella se sonrió, realmente encan-
tada. En sus ojos Emilia leyó un sincero deseo de conocer tam-
bién aquel pequeño paraíso moderno. Chloris sólo no pudo
comprender cómo era Quindín, el rinoceronte.

[474 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¿ Cascarudo? ¿ Con un sólo cuerno encima de la nariz?


-Sí, dijo el vizconde, y porque tiene ese cuerno en-
cima de la nariz se llama rinoceronte. En griego, rino es nariz.
A Chloris le hizo una gracia inmensa el vizconde. En su
condición de diosa de los vegetales, conocía todas las espigas
del mundo y todos los marlos -nl'enos aquel, parlante y con
galera. Y le pasó una idea por la cabeza: ceder las ninfas que
Perucho pedía a cambio del marlo con galera.
-Hago negocio; dijo ella. Cedo seis de mis ninfas, a ele-
gir, en cambio de esta maravillosa mazorquita parlante.
La extraña proposición confundió a los chicos. Se pusie-
ron a conferenciar cuchicheando. Finalmente Emilia tomó la
palabra y muy atrevidamente dijo:
-Diosa, aceptamos su propuesta con una condición: des-
pués de terminadas nuestras aventuras con Hércules y regre-
sado a la quinta de doña Benita, discutiremos con ella el caso.
Si doña Benita concuerda en el cambio del vizconde, volvere-
mos a estas islas para hacer el negocio.
y quedó así. Charlaron un tiempo más con la áiosa y luego
se despidieron.
i Qué maravilla el palacio de Flora! El piso, forrado de
frutas vivas, que de repente cambiaban de forma, transformán-
dose en ninfitas que salían bailando. Los perfumes que había
en el aire tomaban también formas graciosas de pequeños sá-
tiros y faunos aéreos, muy diáfanos, que danzaban con las "po-
midríadas". Pomidríadas eran las ninfas de las frutas. Después
los colores tomaban formas y bailaban en el aire la danza de
los pétalos.
En ese momento hubo un retroceso general de todas aque-
llas gracias aéreas -no retroceso de miedo sino de reverencia.
Céfiro, el esposo de Flora, estaba llegando de su paseo por el
mundo. Puro viento era ese dios, el más suave y agradable de
los vientos. Entró seguido por los mil perfumes de las flores
que besó por el camino y se fué a sentar al lado de Flora. Y
allá estaban con las manos enlazadas, mirando a sus hermosas
hijas presentes allí -las Brisas.

[475 ]
MONTEIRO LoBATO

Tanta belleza, tanto perfume, tanto movimiento de for-


mas diáfanas en el aire dejaron a los chicos completamente
atontados, como embriagados por un opio divino. Chloris y
Céfiro, siempre con las manos enlazadas, los miraban y son~
reían. Fué con suma dificultad que Perucho midió las pulga-
radas de pirlimpimpín y las distribuyó. Lo aspiraron con los
dedos trémulos. Hasta el ¡fiun! sonó trémulo de emoción. Y
todos aun se sentían trémulos cuando despertaron en el cam-
pamento de Micenas.
-Todavía estoy sintiendo un temblor, murmuró Emilia
que fué la primera en despertar. Perucho suspiró y, con aire
de quien acaba de salir de un sueño de la mañana, dijo: "Es
el temblor de la belleza ... "
Los carneros asados por el centaurito olían. Aquel olor los
hizo volver a la realidad -un olor que ya no hablaba a la ima-
ginación sino al paladar. Lucio mordisqueaba pasto allí cerca.
-¿ y Hércules? preguntó Perucho.
-Debe estar llegando, respondió Medio-y-Medio -y
quiso saber qué había pasado en el viaje al reino de Flora. Emi-
lia contó.
-Ni pregunte. .. Tan lindo. .. Tan lindo todo aquello, .
que nos sentimos con las piernas débiles ...
-¿ y consiguieron las ninfas?
-Sí, conseguimos seis a cambio del vizconde. Flora se
encantó con el marlito. Vamos a volver allí más adelante para
hacer el negocio.
Medio-y-Medio se admiró de la facilidad con que se des-
hacían de un viejo compañero. Emilia guiñó un ojo y le dijo al
oído: "Vamos a engañar a Flora. Traeremos otro vizconde he-
cho por tía Anastasia, tan parecido a este que ella no descon-
fíe. De esa manera recibiremos las seis ninfas y conservaremos
al viejo vizconde".
El marlito, que estaba profundamente triste con la nego-
ciación, renació. Su cara se iluminó con una sonrisa -y apro-
ximándose a Emilia la abrazó conmovidísimo.
En ese momento Hércules apareció a lo lejos. Todos po-

[476 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

saron los ojos en él. Venía con el mismo aire de siempre -apren-
sivo. Llegó. Se sentó y agarró uno de los carneros asados. Pe-
rucho lo interpeló:
-¿Y entonces? ¿Soltamos o no soltamos a los bueyes de
una vez?
El héroe se sonrió y dijo:
-Al saber que los bueyes eran mansos, Euristeo resolvió
guardarlos en sus corrales. Sólo manda que suelten a los
monstruos.
-¿Y el nuevo Trabajo? inquirió el chico.
Hércules suspiró.
-Tengo que ir al reino de las Hespérides en busca de los
pomos de oro ...

[477 ]
XI

EL POMO DE LAS HESPERIDES


Era la tremenda serpiente del Mar.
EL JARDIN

El viaje de Hércules en busca de los pomos de oro del


jardín de las Hespérides fué de los más movidos. Antes de par-
tir tuvo que andar indagando donde estaba ese tal jardín.
Unos decían que era en el país de los Hiperbóreos, allá muy
al norte, pero el vizconde objetaba:
-No puede ser. La zona hiperbórea, o polar, es muy fría
para permitir el crecimiento de un árbol frutal. El jardín de
las Hespérides es incompatible con los hielos del norte. Debe
estar en clima caliente o templado.
Finalmente Hércules se convenció que el maravilloso jar-
dín estaba en el extremo occidental de la Tierra, es decir, muy
al oeste. En aquel tiempo el término "tierra" se refería casi
sólo a Europa, y ese extremo occidental debía ser la península
ibérica, donde están España y Portugal.
Emilia quiso saber qué es "pomo". El vizconde le explicó
que la palabra pomo venía del latín "pomun" que quiere decir
·/fruta".
-Pero es más poético decir pomo en vez de fruta, agregó.
Fruta da idea de mercado o de verdulería de la esquina; pomo
es una palabra con guantes de gamuza.
- j Ridículo! berreó Emilia, que era muy plebeya. ¡Sólo
porque viene del latín ya está con importancias! i Guante de
cabritilla! ... Pues yo digo fruta, y se acabó.
-Pero si pomo es fruta en general, intervino Perucho,
¿qué frutas son esos tales pomos del jardín de las Hespérides?
Y, ante todo, ¿quiénes son esas Hespérides?

[481 ]
MONTEIRO LoBATO

El vizconde sabía. No había nada que él no supiera. Contó


que se trataba de las hijas del gigante Atlas y la ninfa Hesperis.
-Son cuatro: Egle, Eritia, Aretusa y Hestia, cada cual
más encantadora. El jardín de las Hespérides es una pura ma-
ravilla que vive tentando a los hombres y a los dioses. En nin-
gún otro existen los árboles de pomos de oro.
-Frutas de oro, corrigió Emilia. Para mí esas frutas no
pasan de naranjas ...
-No estorbes, Emilia, reclamó Perucho -y el vizconde
continuó:
-Aquello es un encanto, y las cuatro hermanas son como
cuatro hadas. Cantan como sirenas, bailan como céfiros, y sa-
ben adoptar todas las formas. Cuando los argonautas estuvie-
ron allí, y casi muertos de sed le pidieron que les indicaran
una fuente, ellas se transformaron en arena. Y como ellos con-
tinuaban pidiendo agua, la arena se transformó en árbol.
-Pues yo me transformaría en canilla para salvar a esos
pobrecitos, dijo Emilia. ¿Qué adelanta arena o árbol para quien
se está muriendo de sed?
Perucho quiso saber cómo era el dragón que guardaba el
jardín de las Hespérides.
- j Ah, es el más monstruoso de todos! Tiene cien cabezas
y no saca los ojos de los pomos. .
Emilia estaba asombrada. "¡ Cien cabezas!... Aquel Ge-
rión que tenía siete, ya me pareció tan cabezudo y ahora va-
mos a tratar con uno de cien ... ~~
El vizconde contó aun que en ocasión del matrimonio de
Juno con Zeus, la dote de la novia consistió en media docena
de aquellos pomos -y nunca hubo dote mayor. Y el pomo
con que la Discordia surgió en la fiesta del casamiento de Pe-
leo, fué cogido allí.
-Pero además de ser de oro, ¿qué otra virtud tienen esos
pomos? quiso saber Perucho.
-Hacen que el amor nazca con la mayor violencia en el
corazón de quien los toca.
El grupo estaba en camino a España. Hércules iba ade-

[482 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

lante, pensando en la manera de atacar al dragón. Ya había


dado cuenta de la hidra de nueve cabezas y de un dragón de
siete -pero ¿qué hacer con uno de cien? Atacarlo con sus fle-
chas adelantaría poco, porque lleva mucho tiempo lanzar cien
flechas y el dragón lo agarraría. Sólo si hubiese una manera
de adormecerlo ...
Lucio, abanicando las orejas, venía algo detrás, con Emi-
Ha a un costado y la alforja con la canasta y el vizconde en
la grupa. A cada momento el Asno de Oro suspiraba de año-
ranzas por su antigua forma humana. Aquellas aventuras de
Hércules no tenían fin -y él condenado a andar en cuatro pa-
tas hasta que se realizara la última ...
Cerraban la marcha Medio-y-Medio con Perucho sobre
el lomo. La amistad entre los dos crecía a metros. Se trataban
como hermanos y era un imaginar cosas para hacer en la quin-
ta de doña Benita, que no terminaba jamás.
-Con seis ninfas allá, de las más bonitas, y tú, un cen-
taurito, aquello resulta 10 mejor del mundo.
-¿Por qué no llevas también un gajito del árbol de los
pomos de oro?
La idea encantó al chico, e hizo que le gritara a Emilia:
-Fíjate 10 que Medio-y-Medio sugiere: que llevemos un
gajo del árbol de los pomos de oro. ¿Qué tal, Emilia?
La ex muñeca rió alegremente.
-Cuando vosotros os despertáis, yo he dormido, soñado,
despertado y estoy lejos. Ya he pensado y requetepensado eso.
Lo más seguro es que no encontremos ningún gajo. Semillas,
sí -he de encontrar semillas. Aquella grandisísima ladrona de
Medea me robó el pomo de Atlas, pero me voy a desquitar
-vaya llevarme por lo menos tres de los más maduritos de to-
dos los pomos.
El vizconde, allá en la alforja, hizo una mueca. No le gustó
que Emilia tratara de aquel modo a la gran hechicera que lo
había curado hirviéndolo en el caldero. El pomo había sido
dado en pago de esa cura, con pleno consentimiento de su dueña.
Además Emi!ia había recibido en cambio una vara mágica pre-

[483 ]
MONTEIRO LoBATO

ciosísima. ¿Cómo entonces llamarla ladrona a Medea? El viz-


conde le hizo ver eso. Y ella:
-Ladrona, sí. Cobrar por el hervor de un marlo un pomo
de aquéllos es ser ladronísima. Nunca la he de perdonar. Me
engañaron en ese negocio. Creí que la vara mágica fuese de
esas perpetuas, y no de las que sólo sirven para cien transfor-
maciones. He sido estafada, sí... y no salgo de esto.
A la vara mágica de Emilia sólo quedaban once toques,
que ella retenía con los mayores celos para usarlos en la quinta
de doña Benita. Si no fuese así, los Trabajos de Hércules se
tornarían cosas muy sencillas. En la conquista del pomo de las
Hespérides, por ejemplo, con un golpe de vara ella podría
transformar en pulga al dragón -pero se quedaría sólo con
diez golpes en la vara, y por consiguiente ...
-Por consiguiente, ¿qué, Emilia?
-Por consiguiente, no. Ya me he figurado que no tengo
ninguna vara, y listo. N o se toca más ese tema. Tendría gracia
que yo gastara con Lelé los únicos golpes que me quedan, con
él, un héroe tan protegido por Palas y otros dioses ...
Hércules iba atravesando una zona peligrosa. Perucho te-
mía encuentros y luchas. Conocía el genio levantisco del héroe.
Por cualquier cosita la sangre le subía a la cabeza y los golpes
llovían.
Los presentimientos de Perucho se confirmaron. Poco des-
pués surgió un coche arrastrado por fogosísimos corceles. Ve-
nía en dirección a Hércules. En vez de apartarse del camino,
el héroe se plantó en medio de él con las manos en la cintura.
Medio-y-Medio y Lucio saltaron a un costado, dejándolo solo.
Al galope en que venían los caballos, era fatal que atropellaran
al gran Hércules.
Pero no fué así. El conductor paró con un violento tirón
de bridas.
-¿ Quién eres tú, hombre atrevido, que interrumpes la
marcha del carró de Signo, hijo de Ares?
Ese Signo era un famoso domador de caballos, hijo del
dios Marte y Cireneo Abusando de su origen divino, vivía co-

[484 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

metiendo en todas partes los mayores daños. Hércules, que no


ignoraba su mala fama, le respondió con voz de trueno:
-Baja del carro y pasa de largo llevando a los animales.
Hércules soy, hijo de Zeus y de Alcmena.
-Va a ser un fin del mundo, munnuró Emilia, toda en-
cogida sobre el lomo de Lucio. Son hijos de dioses los dos ...

EL DIOS Y EL HEROE

Signo, gravemente ofendido por las palabras de Hércules,


soltó las bridas y azotó a los caballos para que lo atropellaran
y pisotearan, pero el héroe ya los había agarrado por el freno
y los había arrancado del carruaje. Signo resultó en la cómica
situación de un cochero sentado en el pescante de un carro
sin ningún caballo. Y tuvo que saltar a tierra y aceptar la lu-
cha en igualdad de condiciones.
El encuentro fué tan corto cual tremendo de ímpetus.
Signo lanzó un potentísimo golpe con su terrible lanza de
bronce, pero la punta de la lanza resbaló sobre la piel invul-
nerable del León de Nemea. Hércules respondió con un golpe
de dardo, alcanzando a Signo en la garganta, en la parte des-
cubierta entre el casco y el escudo. Era un golpe mortal. El
hijo de Marte cayó como herido por un rayo de Zeus.
Por primera vez los chicos veían a Hércules manejar el
dardo, una lanza corta que se arroja contra el adversario. Como
había previsto muchas luchas en aquel Undécimo Trabajo, el
héroe se había pertrechado de más aquella arma.
Apenas Signo, atravesado por la garganta, cayó en tie-
rra, resonó un trueno -y el mismo Marte apareció en socorro
de su hijo.
La lucha entre Hércules y Marte, el dios de la guerra, fué
de esas cosas que la palabra humana no describirá jamás. Pe-
rucho se tapó los ojos con las manos de puro horror, y Emilia
lo imitó -pero siguió mirando por entre los dedos. El vizconde

[485 ]
MONTEIRO LOBATO

saltó de la alforja y sin usar las muletas se fué a colocar lejos


de allí. Medio-y-Medio temblaba de la cabeza a los cascos, y
Lucio no movió los pies de donde estaba -petrificados los dos,
verdaderamente paralizados en todos sus músculos.
Marte llevaba la veste clásica del dios de la guerra, yesgri-
mía un gladio corto y recto. Hércules se iba a defender con el
escudo de Signo y la clava. Los dos tremendos contendores
cambiaron miradas llameantes de odio y se lanzaron el uno
contra el otro. El dios Marte estaba habituado a ver al ene-
migo rodar por tierra al primer empuje. Era un golpe, y todo
se terminaba. Pero con la firmeza de una roca, Hércules resis-
tió el empuje del terrible dios.
En ese momento sonó una voz imperiosa: "¡Detente, Ares!
Heracles es tu hermano". Era la voz de Palas, que bajaba de la
mansión de los dioses para poner fin a aquel horror. Marte,
ciego de odio, no oye sus palabras y ataca al héroe con el gladio
que nunca había repetido un golpe -pero Palas corrió a tiem-
po y desvió la dirección del arma. El dios, enloquecido de
cólera, levanta otra vez el gladio -y Hércules aprovecha el
momento para herirlo en la muñeca. Al levantar el gladio, la
muñeca de Marte había quedado fuera de la protección del
escudo ...
¡Asombro de los asombros! Por primera vez en el mundo,
un hombre hería a un dios en combate -y qué dios: ¡Ares, el
dios de la guerra!. .. Para quien lucha con espada o gladio, un
corte en la muñeca significa quedar inutilizado -y Hércules
golpea al dios con la clava. El dios cae ...
Al ver aquéllo, Faba y Deimos, los conductores del carro
de Marte, se lanzan en socorro suyo, 10 llevan al carro y dis-
paran rumbo al Olimpo al mayor de los galopes.
¡Hércules había vencido en lucha al propio Marte! ...
¡Prodigioso! Cuando Perucho se sacó las manos de los ojos, y
todavía lleno de miedo preguntó qué había pasado, Emilia
respondió:
-Yo también me tapé la cara, pero vi todo. Lelé hirió
con la punta del dardo la muñeca del dios y después lo derribó

[486 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

con un golpe de clava. En ese instante acudieron los dos hom-


bres del carro y desaparecieron con él ...
-¿Derrotó a Marte? .. exclamó Perucho en el mayor de
los asombros. i Imposible! Un hombre no derrota a un dios ...

"J 1" 11' 1/1 I¡

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I
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I\.IIJ~I¡, I~ I ,.... '/I~


11 " \V/n'i, /1'" .' "'1'" ,
Pero Marte, ciego de odio, no oía sus palabras . ..

[487 ]
MONTEIRO LOBATO
,
-Pues Lelé derrotó al peor de los dioses, justamente el de
la guerra. Lelé es el número de los números -y saltando del
lomo de Lucio fué cornendo a abrazar al héroe.
-¡Levántame, Lelé! dijo ella mirando hacia arriba, por-
que el crecido héroe era "allá arriba". Hércules la levantó en
sus brazos, sentándola allí como a una niñita, y Emilia le besó
la barbilla. No llegaba a sus mejillas lachiquitita.
-¡Sí, señor Lelé! Nunca imaginé cosa igual. ¡Vencer hasta
al dios de la guerra! Es fantástico ... Escucha: ¿quién era la
hermosa joven que apareció en el momento psicológico y des-
vió aquel golpe de Marte?
-Palas ...
-¿Palas? repitió Emilia ad~iradísima. Qué pena no ha-
berlo sabido ...
-¿Por qué?
-Para verla mejor. Cuando uno no sabe quién es una
persona no ve bien, bien, bien.
Apenas él la volvió a poner en el suelo, Emilia corrió a
contarle a Perucho toda la historia de la lucha a la que el bobo
asistió pero no vió -de nuedo.
-¿Miedo de qué, Perucho?
-No sé. Me pareció tan tremendo. aquéllo, que tuve miedo
que fuera el fin del mundo -y cerré los ojos como en las pe-
sadillas.
En las pesadillas, cuando estaba cayéndose a un abismo,
él cerraba los ojos y listo -se salvaba.
-Pues no sabes lo que perdistes, prosiguió Emilia. Vi
todo, todo. Vi cuando llegó Palas ...
-¿Qué? .. ¿Palas también tomó parte en la pelea?
-Ella nunca abandona a nuestro gran amigo. Y llegó en
el instante justo, cuando la espada de Marte iba a alcanzar a
Lelé. Palas, entonces, con el dedo, desvió el golpe. Y cuando
Marte cayó, ya herido en la muñeca y con una clavada en la
cabeza, aparecieron los dos pavotes del carro. Vi cuando aga-
rraron a Marte en los brazos y se fueron a un galope loco.
Muy bien. Terminada la batalla, es deber del vencedor

[488 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

enterrar los muertos -y Hércules enterró a Signo. Emílía,


como de costumbre, puso el epitafio:

AQUÍ YACE UN DOMADOR DE CABALLOS

QUE ENCONTRÓ QUIEN LO DOMASE.

Aquellos hechos habían ocurrido a la arílla de un río lla-


mado Equedoro, en el cual Hércules tomó su baño de siempre
y después todos hicieron 10 mismo. Como en la Grecia Heroica
no había comodidades modernas, como baño de agua caliente
y fría, ellos habían adoptado el sistema de tomar un buen baño,
al aire libre en todos los arroyos que encontraban. El único
que no se podía bañar era el vizconde, porque los marlos son
muy porosos; si se caen al agua, se embeben del todo y se lle-
nan de moho azul-verdoso, o penicílína.
De allí partieron hacia las márgene3 del río Eridano (jus-
tamente el que los latinos llamaban Padus y los italianos de
hoy llaman pó). Ese río estaba ganando fama, porque días
antes apareció por allí el cadáver de Faetonte, aquel tonto que
se metió a guiar el carro del Sol y fué fulminado por Zeus,
Hércules había tenido información de que al margen de este río
vivían unas ninfas, hijas de Zeus y Temis, que sabían muchas
cosas sobre el jardín de las Hespérides.
Acamparon a su orilla y después de un suculento almuerzo
de seis carneros, el héroe ordenó a Perucho que diera unas vuel-
tas por los alrededores y avenguara el paradero de las ninfas.
Media hora después volvía el niño con la información: las nin-
fas hija de Zeus y Temis residían a media legua de allí, en un
bosque.
Hércules las fué a ver solo.
-Espérenme aquí, recomendó a sus compañeros. N o tar-
daré mucho.
Mientras 10 esperaban, todos fueron al baño -y de paso
vieron junto al agua a una nereida, o sea una ninfa del río. La

[489 ]
MONTEIRO LoBATO

vieron muy de paso, porque apenas ella los percibió se zam-


bulló como una sirena.
Perucho se admiró de una cosa: ¿cómo es que había visto
. tan bien aquélla nereida y no vió a las driadas del bosque en
la aventura de Gerión? Todo era misterio en aquella Grecia de
misterios.
Volviendo del baño, encontraron al Héroe que ya había
regresado.
-¿Entonces? indagó Perucho -y Hércules:
-Las encontré, pero hubo un error de parte de mi infor-
mante. Quien tiene el secreto de la ubicación de las Hespérides
es otra persona, no ellas. Es Nereo, el viejo dios del mar de-
puesto por Neptuno. Tenemos que ir en busca de ese venerable
anciano -pero ¿cómo arrancarle el secreto?
Maestro como era en arrancarle la vida a los monstruos,
el héroe no sabía qué hacer cuando tenía que descubrir un se-
creto. Con él todo era violencia. Para las cosas que necesitaban
:seso, el héroe tenía que apelar a los chicos.
-¿Qué te parece que debo hacer? preguntó a Perucho-y
'Como éste se atragantara, llamó a Emilia. Emilia vino toda
importante. Siempre que Hércules le hacía el honor de llamarla,
venía pavoneándose, segura de que el mundo entero estaba
asistiendo a la escena.
-¿Qué quieres de mí, amor? dijo al llegar.
-Una consulta. Tengo que ir al palacio del viejo Nereo,
quien es el que conoce la ubicación exacta del jardín de las
Hespérides. Pero estoy confundido ante un problema. ¿C6mo
arrancar al antiguo dios del mar el secreto? He consultado a
Perucho, y nada.
Emilia se acarició la barbilla y arrugó la frente. Después
sus ojos brillaron con el brillo del "eureka".
-Podemos hacer con él lo que le hicimos a la Cuca allá
en la quinta -y le contó toda la historia del encadenamiento
de la Cuca y del suplicio de la gota de agua en la frente. (l)

(1) Nuevas Travesuras de Narlclta.

[490 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Ese fué el medio de obligar a aquel monstruo a hacer lo que


ellos querían. Hércules aprobó plenamente la luminosa idea y
coincidió con Emilia.

; ;M
Hércules se bañó "hercúleamenie" . ..

[ 491 ]
MONTEIRO LOBATO

EN EL PALACIO DE NEREO

Días después llegaron al viejísimo palacio del viejísimo


Nereo. Viejo, viejo, viejo. No podía haber mayor vejez. De
tan viejo estaba ya todo cubierto de musgos y algas, ostras y
mariscos. Parecía menos un dios que un casco de navío enca-
llado, del tiempo de los primeros buques. Su palacio era una
gruta de viejísimas y carcomidas rocas a la costa del mar. Las
olas entraban y salían, y entraban nuevamente -y así durante
siglos y siglos -in secula seculorum. Cada movimiento de las
olas era como una bocanada de aire que el vi~jo dios temblo-
roso respiraba -y así iba viviendo su vida sin fin- porque
mientras haya olas habrá vida en N ereo. Fué eso 10 que los
chicos sintieron al mirar desde lejos aquel "casco de dios" enca-
llado en la gruta inmensa que le servía de palacio.
Toda de piedra, con el techo de estalactitas encima y pun-
tas y más puntas de estalagmitas debajo. ¡ Y cuánta alga ver-
decita como caña de azúcar, y roja, y de todos los colores del
limo! ¡Y cuántas conchas y cangrejos enormes! ¡Y calamares
paseando por allí, y caracoles de mil formas, y moluscos!
Y un olor a mar, una humedad densa, una penumbra de
meter miedo, con murciélagos abuelos de los murciélagos mo-
dernos. Todo era viejo allí -vejez del agua, de las olas, de los
bichos marinos, de las piedras. Emilia se sintió inmediatamente
ancianita de las bien ancianas, y hasta comenzó á chochear,
con un hablar muy trémulo. Tuvo que tomar un palo para
apoyarse. Se sintió encorvada como esas italiana::- illUY viejas,
con el rostro totalmente lleno de arrugas. Casi se sentía ciega.
-¿Me da la mano, vizconde, balbuceó -y mien(ras estu-
vo allí no soltó la mano del marIa.
N ereo estaba durmiendo, reclinado en su lecho de piedras
negras cubiertas de limo. Hércules paró ante él reflexionando.
¿Qué hacer para inducir a una criatura como aquella a contar
.un secreto? La sugestión de Emilia no servía. i Gota de agua en
la frente!. .. ¿Qué iba a hacer echándole gotas de agua en la

[492 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

frente a una momia de dios ya sin ninguna sensibl1idad y que


había vivido toda la vida bajo la lluvia de gotas que caían del
techo r y Hércules miró a Emilia con aire desanimado.
A pesar de viejita y aparentemente caduca, Emilia fun-
cionaba todavía muy bien de la cabeza. Comprendió inmedia-
tamente que para aquel caso de nada valía el remedio usado
contra la Cuca en la aventura pasada, y dijo, con voz trémula:
-La manera, Lelé, es sugestionar a esta momia y hacer
que sueñe en voz alta.
Perucho aprobó la idea y, acercándose a Nereo, comenzó
a sugestionarlo, murmurando con voz disfrazada y muy ronca:
-¡Dios, dios del mar! ¡Nereo, gran Nereo, oh vos que sa-
béis todos los secretos del mundo porque sois viejo como el
mundo!
Emilia iba repitiendo al otro oído de N ereo, como un eco,
las últimas palabras de Perucho:
- ... mundo ...
Perucho continuó:
-Sabéis todos los secretos menos uno. Uno sólo ...
- ... uno sólo. .. repitió el eco.
-Todos, menos el secreto de la ubicación del jardín de las
Hespérides ...
- ... Hespérides, repitió Emilia con su vocecita trémula
de eco viejo. Nereo, hundido en el sueño, oía aquel sonido
extraño, tan diferente a lo que habitualmente oía por allí, de
olas que entraban y salían. Y se acordó del jardín de las Hes-
pérides. Y sonrió con una fea sonrisa desdentada de viejo
viejísimo. Y habló en voz alta como algunas per60nas hablan
en sueños:
-Sí. .. sé... las Hespérides. .. si que me acuerdo. Cua-
tro. .. allá en el jardín cerca de Tingis ...
No era preciso más. Sin querer, el viejo Nereo reveló en
sueños lo que nadie en el mundo sabía: que el jardín de las
Hespérides estaba cerca de la ciudad de Tingis, la misma en la
que ellos habían estado en . una aventura anterior. Fuera allí
donde el héroe venciera a Anteo, hijo de Gea.

[493 ]
MONTEIRO LoBATO

-Nada más tenemos que hacer aquí, dijo Hércules. Sal-


gamos de este húmedo palacio entorpecedor.
Salieron. A medida que se iban aproximando a las puer-
tas de la inmensa gruta, la ex muñeca se iba rejuveneciendo.
Primero tiró el bordón en que se apoyaba. Después enderezó
el cuerpo. Y cuando se vió restituída a la luz del sol, estaba ya
sm el menor temblor en la voz.
- ¡ Uf! . .. exclamó desperezándose y desentorpeciendo los
músculos. Vejez de las que se contagian, es la primera que veo.
Nosotros llamamos viejas a doña Benita y a tía Anastasia, pero
junto a Nereo ninguna de las dos ni siquiera nació todavía ...
Hércules confesó que había sentido también un entorpe-
cimiento de los músculos. No hay duda que las vejeces muy
viejas contagian hasta a los grandes héroes.
Después de restaurarse a los rayos del sol y de cambiar
mil impresiones sobre el viejo Nereo, se pusieron en camino de
Libia.
Emilia observó que no habían encontrado en la gruta nin-
guna nereida "bailando y cantando para distraer al viejo pa-
dre", como le habían contado. Con seguridad, viendo que Nereo
no salía nunca de aquel sueño de dios del mar jubilado, ellas
habían huído para cantar y bailar en lugares más alegres.
El viaje a Libia fué repetición del primero. Hércules se
mareó como nunca, y llegó a la playa de Libia con los ojos más
blancos que manjar blanco. Pero se restableció inmediatamente
y prosigieron hacia Tingis.
La población de la ciudad lo recibió con grandes honores.
Hubo fiestas y más fiestas, regalos y más regalos. A Emilia le
dieron un escarabajo de oro, fabricado por los joyeros de Egip-
to, tierra vecina. Pero nadie en la ciudad sabía nada del jardín
de las Hespérides.
Hércules miró a Emilia como quien pide opinión -y ella:
-Nereo dijo que el jardín estaba cerca de aquí, pero no
informó dónde. La palabra "cerca" en la boca de un viejo pí-
caro como aquél puede significar una buena distancia.
-¿Y qué te parece que debemos hacer?

[494 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-El remedio, Lelé, me parece uno sólo: aplicar el "figú-


rate" -y lo aplicó: "Figúrate --que está a dos días de marcha
hacia el sur".
Hércules jamás entendía muy bien el mecanismo del "fi-

Entre pulpos y penumbras dormitaba Nereo ...

[495 ]
MONTEIRO LOBATO

gúrate", pero ya se había habituado a no dudar de sus efectos.


Se volv~ó a los otros y dió orden de marcha:
-Vamos a caminar rumbo al sur durante dos días. El
jardín de las Hespérides es allí.
-¿Allí dónde, Hércules? observó Perucho. Dos días es
"tiempo", y no "lugar".
El héroe miró nuevamente a Emilia -y Emilia, muy suel-
ta de cuerpo, aseguró: "Con dos días de marcha ininterrumpida
llegaremos a cierto lugar. El jardín de las Hespérides es en ése
lugar -apuesto un pomo.
Ante aquella firmeza no quedaba más que ponerse en ca-
mino -y se pusieron en camino, con el pobre Lucio cargado
con los presentes recibidos. Muchas rosas vió él en Tingis, y
muchas ganas sintió de comérselas -pero era un asno de pala-
bra. Había prometido aguantar hasta el fin y aguantaría.
El terreno era de esos muy arenosos -lindero del desierto.
N o había ni un árbol de los países templados. Sólo palmeras,
especialmente dátiles. Perucho se hartó de comer dátiles y se
llevó un cacho sobre el lomo de Lucio. Medio-y-Medlo daba
alegres galopes, porque para un centauro nada es mejor que las
planicies sin tropiezos.
En cierto lugar vieron una imagen estampada en el cielo.
-¡Qué maravilla! exclamó Perucho -y el vizconde expli-
có que aquel fenómeno reproducía como un espejo lo que esta-
ba allá abajo.
- j Entonces aquella imagen está reproduciendo el jardín
de las Hespérides ! berreó Emilia. Así es. Estoy viendo el árbol
de los pomos de oro. i Cargadito! ...
y no erró. Poco después avistaron, allá a lo lejos, un prin-
cipio de bosque. La mansión de las Hespérides, al fin ...

EN EL JARDIN

¡Dn jardín encantado .en medio del desierto! Desde lejos


parecía un oasis como todos los oasis. ¿Qué es un oasis? El viz-
conde explicó:

[496 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-La causa de los desiertos es la falta de agua. La planta


-es un ser que, como todos los seres, no vive sin agua. En ciertos
lugares del mundo no llueve y por consiguiente no hay ríos, y
ppr consiguiente no hay agua, y por consiguiente no hay vida
<le ninguna especie. La vida nació del agua y sólo vive con agua.

-
--.;..

-
-
ñ3'5?t - ..~ ...,.¡ /lo!'. ... ,.
'/."(. 1 ;"';-
"',.:t~1lI~ ...,. .I'''.!
Gracias a los oasis los beduínos pueden atravesar el desierto . ..

[497 ]
MONTEIRO LoBATO

Pero en ciertos lugares del desierto existen, aquí y allí, fuentes


subterráneas de agua, que vienen de lejos y brotan a la super-
ficie: y entonces las semillas que trae el viento genninan en
aquel punto y surgen matorrales. Oasis es eso. Un matorral en
, medio del desierto.

-¿Fonnado de qué árboles? preguntó Emilia.
-En general de palmeras y de otras plantitas del desierto,
como los cactus. Nacen y crecen allí, en el pedacito de terreno
que la fuente humedece. Y gracias a los oasis los beduínos pue-
den atravesar el desierto. Organizan caravanas de .:amellos que
van de un oasis a otro, como los trenes van de una estación a
otra, como las tropas van de un puesto a otro.
-¿ y por qué esos beduínos usan camellos y no caballos?
-Porque el camello se adaptó al desierto. Aprendió a lle-
narse de agua cuando la encuentra y a pasarse días y días sin
beber una gota.
-¿Entonces son depósitos de agua ambulantes? ..
-Exacto. La llevan consigo -y muchas veces, en los gran-
des apuros, los beduínos matan los camellos para beber el agua
que ellos guardan adentro.
Emilia escupió con expresión de asco.
-Gran porquería ...
-Cuando llega la sed, los hombres beben hasta las aguas
más sucias -y ellas les parecen el néctar de los dioses. .. N o
hay mayor tortura que la de la sed -y hablando así de sed y
hambre, de camellos yaguas limpias y sucias, la expedición se
fué aproximando a aquel jardín-oasis. i Qué lindo! i Cómo go-
zaban sólo de verlo a la distancia! Había muchas palmeras
como en los oasis comunes, pero entre las palmeras eran IlU-
merosas las plantas que daban lindas flores y frutas.
Hércules paró. Tenía que planear la entrada al jardín y
todos los cuidados serían pocos. Estaría el dragón de cien cabe-
zas guardando aquéllo. ¿En qué lugar estaba el dragón?
¿Escondido en alguna gruta, como el de la isla de Eritia? Y el
héroe, en la fonna de costumbre, volvió los ojos hacia los chicos.
Eran ellos los que sabían pensar en las situaciones difíciles.
[498 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-¿Entonces, oficial? exclamó Hércules mirando a su ofi-


cial de gabinete.
Perucho estaba muy atento, como si buscase una entrada
al jardín. No vió ninguna. Podían entrar por donde quisiesen.
Nada de cercos vedando el paraíso. Se le ocurrió una solución:
-Podemos mandar al vizconde a explorar.
Emilia aprobó la idea, pero perfeccionándola:
-El vizconde puede ir camouflado, vestido de hojas secas,
como en la historia del "bicho-canasto". (l)
El marlo suspiró. Era siempre así. En los momentos peli-
grosos era a él a quien rec~rrían.
Había allí por el suelo muchas hojas traídas :por el viento.
Perucho reunió .una porción, para camouflar al vizconde.
-¿Hay cera en tu canasta, Emilia?
Sí, una pelota. ¿Qué es lo que no había en aquella canasta?
y allá abrió ella la canasta y sacó la bola de cera. ¿Y saben
qué cera? La de Icaro. Mientras los demás oían las postreras
palabras del pobre joven caído en el mar y lanzado a la playa
por las olas, Emilia, siempre tan práctica, iba sacando con las
uñas los restos de cera de los residuos de aquellas alas derretidas
por el sol. ..
Con aquella cera Perucho transformó al vizconde en un
perfecto "bicho-canasto", del cual ni las Hespérides ni el dra-
gón desconfiarían -y allá se fué el vizconde a investigar.
Me~lia hora después regresaba.
-He visto todo, dijo él. Las Hespérides viven en un ma-
ravilloso palacio en el centro del jardín. Justo enfrente hay un
árbol que me parece el tal.
-¿ Qué "tal"?
-El de los pomos de oro. Está cargado de unas frutas del
tamaño de naranjas, de un amarillo de oro. Debe ser el que
buscamos.
-¿Por qué no trajiste un pomo? ¿No los había en el suelo?
Perucho se echó a reír.

1 CuentO!! de tía Anesta<;ía.

[499 ]
MONTEIRO LOBATO

-¡Qué ingenuidad! Pues ¿será posible que pomos de oro


anden por el suelo como las naranjas de nuestro pomar? Las
Hespérides los juntan todos y los guardan como las mayores
preciosidades del mundo.
-¿ y el dragón, vizconde?
-Estaba allá de guardia, sí. Lo encontré durmiendo con
la mitad de las cabezas y vigilando con la otra mitad.
-¿Son verdaderamente cien?
-No las conté, pero hay cabezás ...
-¿ y las Hespérides? quiso 'saber Emilia.
-Vi tres paseando por el jardín. ¡Lindas! Imposible que
haya criaturas más lindas -y el vizconde, que era gran apre-
ciador de la belleza femenina, volvió los ojos al cielo.
Bien. Hércules se percató de la situación. Restaba ahora
estudiar el medio de destruir el monstruo. Atacarlo con flechas
ya se vió que era absurdo. ¿Qué hacer? Y el héroe miró a Emi-
lia. ¿Qué hacer, Emilita?
La ex muñeca se agarró la perilla y arrugó la frente. Así
era como "exprimía" la caja de las ideas, haciendo que saltara
la mejor. Después de algunos instantes sus ojos brillaron -se-
ñal de idea que salta.
-El medio es narcotizarlo ...
Perucho puso cara de decepción.
-Las solu:ciones teóricas son muy fáciles. iNarcotizar-
lo!. " ¿Y dónde está el narcótico, boba? En los desiertos no
hay farmacias en las esquinas.·
Emilia pensaba, pensaba. Hércules no le sacaba los ojos
de encima. ¿Cómo hacer? Evidentemente Emilia estaba ru-
miando una buena idea, pero con aire de quien quiere y no
quiere. Por fin dijo después de profundo SUSpIrO:
-Hay un sólo medio: que fabriquemos opio ...
La decepción creció. Perucho lanzó un "¡oh!" de perpleji-
dad y Lucio miró al centaurito. Pero Emilia los sorprendió con
una respuesta inesperada:
-Podemos fabricar opio con la varita mágica. Tráiganme
un poco de agua.

[ 500]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

El rostro de Perucho se iluminó ante la imprevista gene-


rosidad de la gitana. i Iba a ceder uno de los golpes de su vara!
¡Milagro puro! Sólo el amor podría explicar aquéllo. "Será que
se ha enamorado de Hércules?"
Perucho derramó en la palma de la mano del héroe un

..........
~I ~ • , ••

El vizconde camouilado allá iba paso a paso . ..

[501 ]
MONTEIRO LoBATO

poco de agua de su cantimplora, mientras Emilia, con muchos


suspiros, abría la canasta en busca de la varita.
-Baje esa mano, Lelé, dijo después al héroe, que tenía
la mano en forma de concha con el agua adentro. Hércules se
agachó a la altura de la ex muñeca. Emilia lanzó un último
suspiro, de los más prolongados y: "¡Cambia que cambia, cám-
biate!" tocó el agua con la varita. Inmediatamente el agua se
transformó en un caldo espeso y negro. El vizconde vino a
probar. "¡Sí, es opio legítimo!"
Muy bien. Se había obtenido el opio. Y ahora ¿cómo hacer
que el dragón bebiera aquéllo? Emilia le preguntó al vizconde:
-No viste si el dragón tenía cerca un bebedero, como los
de las gallinas y pollos?
El vizconde arrugó la frente, procurando recordar.
-Creo que tenía. .. Tenía sí, ahora me acuerdo.
-Pues entonces vuelve allá y derrama este opio en el agua
del bebedero.
Hércules seguía con las manos en forma de vasija, con
aquel caldo negro dentro. ¿De qué manera entregaría eso al viz-
conde? Hércules se apocaba por cualquier cosa. Tuvo que mi-
rar otra vez a Emilia.
-Pues ponlo en la galerita de él, Lelé.
El héroe sonrió. Era todo tan simple para Emilia -y allá
se fué el caldo negro a la galerita del vizconde. La llenó com-
pletamente.
- j Listo, andando! ordenó Emilia -y el vizconde ca-
mouflado allá se fué, paso a paso, sosteniendo con toda aten~
ción las alitas de la galera de miedo a tropezar y derramarlo
todo. Volvió al jardín y ...
N o reapareció más.
Media hora después ya estaban todos nerviosos. ¿Por qué
no volvía el vizconde? ¿Qué le habría acontecido? Las hipótesis
eran muchas. "¿Quién sabe si no fué descubierto 'y comido por
el dragón?" decía uno. "Puede ser que alguna Hespéride haya
visto el manojo de hojas semoviente y se 10 llevó al palacio
como una curiosidad de la naturaleza".
[502 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Pasaron dos horas, y nada. Por fin Perucho tomó una re-
solución: mandar a Lucio a ver lo qué había.
El pobre Asno de Oro tembló. Los pelos se le pusieron de
punta; pero Emilia le explicó que si iba muy cautelosamente
y espiaba desde lejos, desde dentro de las ramas, podía ver sin
ser visto y verificar si el dragón había bebido el agua con el opio.
-¿Cómo puedo saber éso? murmuró el pobre asno, tem-
blando todavía.
-Si el dragón está despiert0, es que no bebió. Si está dor-
mido, es que bebió. Tan simple ...
y Lucio no tuvo más remediu que ir, pero fué con un mal
pensamiento en la cabeza: "¿Así que ellos no tienen pena de
mí? Pues entonces me desligo de la palabra dada -y si en el
jardín hay rosas, masticaré las que pueda", y con ese plan allá
se fué cautelosamente rumbo al jardín. Todos quedaron espe-
rando con la mayor ansiedad.

EL DRAGaN DE CIEN CABEZAS

Media hora después Lucio volvía, paso a paso, con la ca-


beza baja y las orejas caídas, como si andando así no lo viera
nadie. No habiendo encontrado ninguna rosa, venía a informar
sobre la misión.
-Sí, dijo él. Encontré al monstruo durmiendo con todas
las cien cabezas.
Los ojos de Hércules brillaron. Emilia dió una vuelta car-
nero y Perucho aplaudió. Todo iba saliendo maravillosamente
bien. Con el dragón adormecido por el opio, la hazaña de Hér-
cules se transformaba en un juego de niños. Era sólo aproxi-
marse del monstruo e ir con la clava aplastando aquellas ca-
bezas.
-Sí, lo vi. Una de las patas del dragón estaba apoyada
sobre un manojo de hojas secas que debe ser el vizconde. El
se aproximó demasiado y ...
Hércules acarició la clava con la mano. Después se levantó

[503 ]
MONTEIRO LoBATO

y dijo: "Voy con Perucho. Los otros que esperen aquí" y se fué
con su oficial. Entraron en el jardín con la pericia con que loSe
indios entran en el bosque, sin hacer el menor ruido. Fueron
atravesando por entre plantas, en su mayoría desconocidas para
los dos. De pronto, una claridad allá adelante. i Era el palacio-
de las Hespérides! Perucho tembló de entusiasmo.
-¡Qué maravilla! exclamó en voz baja. Parece cosa de·
sueño ...
y delante del palacio vieron un árbol con frutas amarillas
-evidentemente los pomos de oro. Y guardando el árbol estaba.
el dragón de cien cabezas .-pero durmiendo, el pobre, con toda.
aquella cabecería apoyada en el suelo. Perucho se llenó de va-
lor y dijo:
-Déme su clava, Hércules. Yo mismo voy a aplastar por
10 menos la mitad de aquellas cabezas.
El héroe se echó a reír. Perucho ni podía levantar la tre-
menda clava. Debía pesar unas cuatro arrobas. Pero viendo allf
en el suelo un pedazo de palo bastante grande, lo agarró.
-Con esto me arreglaré. El tacape de los indios de mi
país es un palo más o menos así -y allá se fué de tacape en.
puño rumbo al dragón adormecido. Caminaba cautelosamente~
pie ante pie, con el tacape levantado. E iba a descargar el pri-
mer golpe sobre una de las cabezas, cuando dió con el viz-
conde. Exacto como Lucio dijera: estaba prisionero bajo una
de las patas del monstruo. Perucho se paró, siempre con el ta-
cape levantado. "¿Está vivo, vizconde?" preguntó. "Sí", res-
pondió una vacecita comprimida, de marlo aplastado por pata.
de dragón. "¿Y aguantará hasta que matemos a este bicho?'"
preguntó todavía el chico. "Sí", respondió de nuevo el aplastado.
Perucho se tranquilizó y levantando el tacape lo más que-
pudo, lo dejó caer con toda su fuerza sobre la cabezorra nú-
mero uno del dragón. ¡Qué dura! Fué lo mismo que darle un
palo a una piedra. Perucho levantó nuevamente el tacape y
dejó caer un segundo golpe con más fuerza todavía -y se
quedó allí iparn, parn, parn!, como un martillo sobre un clavo~
Hércules, allí cerca, se reía. Perucho ya estaba sudando y sin..

[504 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES.

fuerzas - y no había conseguido aplastar ni siquiera una de


las cien cabezas del monstruo. Paró y miró a Hércules, des--
animado.
-Ahora es cuando veo que esto de ser héroe no es fácil ....

Sus tres hermanas salieron a la ventana . ..

[505 ]
MONTEIRO LoBA10

Estoy que no puedo más conmigo -y tirando el tacape al suelo


se sentó, jadeante.
Hércules entonces levantó la clava y aplastó de un golpe
la cabeza número uno, y después la número dos -y todas las
demás, una por una, hasta" noventa y siete. Cuando sólo falta-
ban tres, el dragón se despertó y abrió hacia el héroe tres ho-
rribles bocazas rojas, con más dientes que las de los cocodrilos.
y atacó. Hércules saltó hacia atrás con la agilidad del tigre,
arrastrando consigo a Perucho. i Si no fuera por eso, adiós nieto
de doña Benita! Sentado allí como estaba y desprevenido, fué
el estirón de Hércules el que lo salvó.
El héroe ya estaba distendiendo el arco. Una flecha partió
-y otra -y otra. Las últimas tres cabezas del monstruo se do-
blaron y fueron a juntarse a las noventa y siete ya aplastadas.
En ese momento una voz sonó detrás de ellos:
-¡Ave, ave, evohé!
Era Emilia, que no resistiendo la tentación de ver con
sus ojos la matanza del dragón, abandonara a los compañeros
y llegaba sola. Y allí estaba ella trepada en un árbol ...
El grito de Emilia llegó al palacio de las Hespérides. Are-
tusa, ocupada en tejer un cinturón para Juno, extrañó aquellos
"aves", porque además de sus hermanas sólo habia allí el dra-
gón. y como el dragón era mudo como las serpientes -sólo
silbaba de vez en cuando, tsi, tsi, tsi, -la joven corrió a ver de
qué se trataba.
Encontrándose con el héroe y un chico cerca del dragón
inmóvil, evidentemente muerto, Aretusa lanzó el grito de las
sirenas:
-¡Humanos! ...
Sus tres hermanas acudieron a la ventana -Egle, Hestia
y Eritia, cada cual más hermosa.
Emilia, desde lo alto del árbol, le dijo a Hércules:
-Ya te han visto, Lelé. Están con los ojos dilatadísimos
mirando para aquí ... y bajó.
N ada más tenían que hacer allí. Ahora, al palacio.
-¿ Y el vizconde? berreó Emilia.

[506 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Sí, el vizconde. Entretenidos en tanta cosa, Hércules y su


oficial 10 habían olvidado completamente allá bajo la pata del
dragón muerto. La pregunta de Emilia los llamó a la realidad.
Perucho fué con ella. Levantó con esfuerzos la pata del mons-

Aretusa llegó con una cesta de naranjas . ..

[507 ]
MONTEIRO LOBATO

truo, mientras Emilia tiraba del marlo. j Qué arrugado estaba r


Le arrancaron las hojas secas y examinaron su cuerpo. La ba-
rriga medio aplastada, la galerita abollada ...
Hércules se dirigió hacia el palacio de las Hespérides. Are-
tusa vino a la puerta a recibirlo y con gran espanto del héroe
10 reconoció.
- j Heracles! exclamó. N o me sorprende tu presencia aquL
El Oráculo de Amón ya la había previsto.
El Oráculo de Amón era. para el norte de Mrica 10 que el
Oráculo de Delfos siempre fuera para el sur de Europa.
Aretusa hablaba con la mayor gentileza, sin ninguna hos-
tilidad en la voz, 10 que .mucho alegró a Perucho, haciéndole
presentir que todo iba a terminar bien. La hermosa hespéride·
hizo pasar al héroe y llamó a las otras: "Egle, Hestia,·Eritia,
vengan a ver quién está aquí ... "
Perucho se mareó. Nunca supuso que hubiesen criaturas
tan llenas de belleza -y por primera vez lamentó n<;> ser gran-
de, para poder enamorarlas. Hércules hizo las presentac~oIles de
costumbre. A Aretusa le pareció que Emilia era muy graciosa,.
pero notó que el vizconde olía de una manera extraña ...
-Parece opio ...
- j Claro que es opio! exclamó Emilia muy llena de sí. El
llevó caldo de opio en la galera para adormecer al dragón ...
-¿Ah, conque fué así? exclamaron las cuatro, aparente-
mente satisfechas de la muerte del dragón -y Aretusa les con-
tó la-historia del árbol de los pomos de oro. Juno, al tener no-
ticias del árbol maravilloso, mandó allí al dragón de cien ca-
bezas para que 10 guardara, pues no quería qut,¡ nadie en el
mundo poseyera un sólo pomo. Todos los producidos se guar-
daban y le eran enviados .al Olimpo.
-¿Para qué? preguntó Emilia, con su carita de ex muñeca
insaciablemente curiosa.
-Para comerlos, respondió Aretusa.
-¿De manera que esos pomos son comestibles?
-Sí, y deliciosos.
-Pero ¿no son de oro?

[508 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sólo de color. Se tornan de oro al contacto de ciertas


varitas mágicas.
Pe11,lcho, que había salido del salón, reapareció con dos
pomos en las manos. y un aire de desencanto en el rostro: "¡Son
naranjas!" dijo al presentarlos a Hércules.
Hércules mordió uno. Eran efectivamente naranjas.
La decepción fué grande. Naranjas, naranjas ... ¿Por qué
,entonces tanto empeño por la posesión de'una fruta que abun-
daba en todos los países del Mediterráneo? Hestia explicó que
.abundaba ahora; antes no había más que aquel áf'"";ol. Los "po-
meros" de los países del Mediterráneo eran productos de las
semillas que Hera había tirado desde allá arriba. El· naranjo
inicial, el primero aparecido en el mundo, era aquel del jardín
maravilloso.
-Pero ¿cómo fué entonces que Atlas estuvo aquí y se llevó
un pomo de oro macizo, que yo bien vi, porque estuvo en mi
.canasta mucho tiempo?
-Porque, a pedido de él, nosotras 10 tocamos con nuestra
varita mágica. Atlas es nuestro padre y estuvo aquí justamente
durante el único día en que el dragón se durmió con las cien
-cabezas. Cogió un pomo. Se sorprendió lo mismo que vosotros
ahora -y entonces, para contentarlo, Aretusa 10 transformó
en pomo de oro.
Emilia contó que también poseía una vara mágica, dada
por Medea a cambio de aquel mismo pomo de oro de Atlas.
Las Hespérides se mostraron muy admiradas -y Egle declaró
que Emilia estaba habilitada para tomarse una pequeña hada.
Lo que caracteriza a las hadas es la posesión de la varita má-
gica. Emilia se hinchó.
-'Pero la vara de ella sólo contiene diez golpes, dijo Pe-
rucho para castigar su orgullo. Tenía cien cuando la recibió
ce Medea. Pero la muy tonta, con el mayor entusiasmo, se pasó
la mañana en el campamento transformando ésto y aquéllo.
Consumió casi todos los golpes de la varita ...
Las Hespérides sonreían.
-~­
[509 ]
MONTEIRO LOBATO

LA VUELTA

La estadía de ellos en el palacio de las Hespérides fué un


continuo deslumbramiento. Banquetes, paseos por el jardín
maravilloso, bailes y música por la noche. Hércules estaba tan
satisfecho que ni pensaba en volver. Bien que se pasaría allí el
resto de su vida. Quien 10 llamó al orden fué Perucho.
-Esto no deja de ser magnífico, Hércules" pero nosotros
tenernos obligaciones. Euristeo 10 está esperando y abuelita
está ansiosa por nuestro regreso. Este Undécimo Trabajo ha
llegado prácticamente a su fin. Tenernos que volver ...

Egle, que se había·aproximado a la ventana, lanzó una


exclamación:
-¡Vengan a ver! Un centaurito y un asno ...
Hércules explicó la presencia allí de aquellos dos extraños
personajes. Después, con gran dolor de corazón, declaró que
tenía que partir. Aretusa vino con una canasta de naranjas
-los farnosísirnos pomos de oro.
Perucho peló una y la probó. "¡Mandarinas!" Le dió la
mItad a Hércules y se comió la otra.
Las despedidas fueron conmovedoras. A Emilia le regala-
ron una porción de cosas bonitas y Perucho salió con la cesta
de pomos. El que renegaba era Lucio. Su carga ya no era carga
de asno, sino de camello ...

La vuelta fué accidentada. Aquellos desiertos de Libia


siempre fueron asolados por gran número de animales feroces,
que vivían atacando las aldeas de los beduínos -leones del
Atlas (una montaña que tenía el mismo nombre que el gigan-
te), chacales, hienas. Hércules los liquidó a todos. Después se
embarcaron para hacer la travesía del Mediterráneo y se detu-
vieron en la isla de Rodas para descansar. Allí pasó una cosa
extraña. Hércules, después de curarse del mareo, salió a pasear
con Perucho por los alrededores del puerto. De pronto, aparece

[ 510 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

frente a ellos un carro de bueyes. El héroe tenía hambre. Sac5


del yugo la yunta de bueyes, se comió uno y sacrificó el otro
a Palas, su divina protectora. El carretero huyó y desde 10 alto
de ti.n cerro comenzó a gritar contra el héroe las mayores inju-
rias -pero todo quedó como estaba. Cuando Hércules tenía un
buey entero en el estómago, hacía 10 mismo que las boas -no
daba la menor importancia a insultos y provocaciones. Y de
esa aventura nació una curiosa costumbre: cuando más tarde
los habitantes de Rodas instituyeron sacrificios en honor de
Hércules, como parte de la ceremonia acostumbraban a inju-
riarlo, como había hecho el carretero ...
Prosiguiendo el viaje, el navío fué empujado por un gran
temporal lejos de su ruta -y cuando Hércules se dió cuenta
estaban más cerca del Cáucaso que de Micenas. ,Todo obra de
Hera. Furiosa por el nuevo triunfo del héroe en el caso de las
Hespérides, la vengativa diosa encomendó a Neptuno aquel
temporal, el más violento que jamás se vió. La nave que los
transportaba naufragó en unos arrecifes del Mar Negro, pero
Hércules y los chicos fueron salvados por una bandada de del-
fines --delfines al servicio de Palas.
Eso fué 10 que sugirió el marlo.
-Pero ¿cómo, vizconde, puede Palas tener a su serviCIO
delfines de Neptuno? objetó Emilia. ¿No es Neptuno el que
manda a todos los seres del mar?
-Sí, 10 es, pero no existe gobierno sin oposición. Siempre
que un ser marino está descontento con la política del go-
bierno oceánico -que es N ep,uno-- se pasa a la oposici6n -que
es Palas.
Los únicos desastres del naufragio fueron el remoj6n que
se dió el vizconde y el agua que entró en la canasta de Emilia.
Ella tuvo que abrirla y exponer al sol todos los objetos, despué-;
de bien lavados en agua dulce. Perucho también lavó al viz-
conde, que se había quedado con el cuerpo saladísimo -y de
ese lavado quedó más encharcado aún. MarIo de maíz absorbe
agua como una esponja.
-Se va a repetir 10 que pasó en el comienzo de la vida

[511 ]
MONTEIRO LOBATO

del vizconde, observó Emilia. Va a resultar verde de moho ...


Perucho no veía ningún mal en ello, ya que su intención,
apenas volviese a la quinta, era entregarlo a tía Anastasia para
una reforma completa de su cuerpo de mazorca. La negra
aprovecharía las piernas, los brazos y la galera para un her-
moso marlo nuevo -y ellos enterrarían el viejo en un rin-
cón de la huerta. Era así como la Medea-Anastasia refor-.
maba al vizconde, sin necesidad de hervirlo: "¡él que enmohezca
para ver lo que le pasa!"
Después de restablecerse de aquel nuevo viaje por mar,
Hércules tomó en dirección al Cáucaso, que es una famo~a
montaña plantada entre Europa y Asia. ¿Por qué? ¿Por qué en
vez de ir hacia Micenas se puso en camino al Cáucaso?
Por causa de Prometeo. Desde hacía mucho tiempo andaba
Hércules con la idea de visitar a este titán de hígados devorados
por los buitres de Zeus, y ¿qué mejor ocasión que aquélla, en
que un temporal los había lanzado casi a los pies del Cáucaso?
Cuando Hércules comunicó a los chicos su idea de visitar
a Prometeo, Perucho y Emilia lo abrazaron conmovidos. Ambos
conocían la historia de Prometeo, contada por doña Benita. El
vizconde recordó:
-Prometeo era un titán ...
-¿Y qué es titán? interrumpió Emilia.
-Los titanes eran ·una raza de gigantes rebeldes, que vi-
vían en continua oposición a ~os dioses supremos.. Llegaron
a promover una verdadera guerra, con asaltos al Olimpo, lo que
obligó a Zeus a llamar para la defensa a todos los elementos de
su partido. Vencedor en la lucha, el dios supremo castigó a los
titanes de modos diferentes. Al gigante Atlas, ya conocido
nuestro, le puso el cielo sobre las espaldas por toda la eternidad.
Y condenó a Prometeo a un suplicio horrible: estar eterna-
mente encadenado al Elbrus, que es el pico más alto del
Cáucaso.
-¿De cuántos metros? eXigió Emilia.
-Tiene 5.657 metros, recitó el marlo -y continuo, áes-
pués de gozar la admiración de Hércules:

[ 512 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Así es. Zeus lo condenó a quedar eternamente encade-


nado a aquel pico, y a ser eternamente picado por un buitre ...
-Ya sé, dijo Perucho. Picado en el hígado. El buitre le

.... --............ ---


__ -.--.,.~
o __
~
~
.
~

-
---
, -{~"",. "
..... '.,
..
.... -'
,
Un gran temporal sacó al navío de su ruta . ..

[513 ]
MONTEIRO LoBATO

come el hígado a Prometeo diariamente, y diariamente el hí-


gado renace ...
El vizconde continuó:
-Los dioses siempre fueron muy vengativos. De ahí pro-
viene aquella sentencia: "La venganza es el manjar de los dio-
ses" - y nadie lo verificó mejor que los titanes. El suplicio de
Prometeo es de poner los pelos de punta.
-Pero ¿qué es lo que él prometió? preguntó Emilia.
-Prometeo no prometió nada; hizo una cosa más impor-
tante: dió a los hombres el elemento inicial del progreso, que
es el fuego.
-¿ y dónde fué a encontrar el fuego?
-En el cielo. En aquellos tiempos los hombres vivían en
la mayor barbarie en la tierra, lo mismo que los cuadrúpedos.
Habitaban en cavernas, comían carne cruda -unos perfectos
salvajes. Yeso por que no disponían del fuego. Sin fuego no
hay metales y sin metales no hay civilización. El animal-hom-
bre estaba impedido de civilizarse por falta de fuego.
-¿ y entonces apareció Prometeo y prometió darle el fue-
go a los hombres? interrumpió Emilia.
-Espera. Las cosas estaban así cuando vino al mundo el
titán Prometeo, hermano de Atlas. Mostró de inmediato ser
un verdadero genio creador. Fué quien dió al hombre eso que
llamamos "civilización". Fué quien sugirió la construcción de
naves en tiempos del cDiluvio, con las cuales la raza humana se
salvó de ahogarse toda. Fué quien enseñó a los hombres las
primeras artes. Hizo tanta cosa en beneficio de la humanidad,
que Zeus se indignó y al final lo castigó de la manera más
cruel.
- j Pero entonces Zeus es un malvado! berreó Emilia en
un súbito acceso de indignación.
- j Emilia, Emilia!... advirtió Perucho. Recuerda que
estás en Grecia, con todos los dioses en la vecindad, escuchán-
donos talvez ...
Pero la ex muñeca estaba demasiado indignada y cuando
estaba así se olvidaba de todo. Y prosiguió:

[514 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

1Sí, malvado, peste! i Y sostengo lo que digo en sus mis-


mas narices, y él que venga a agarrarme en este Cáucaso para
ver lo que pasa! ... El titán no hacía más que bien, enseñando
las artes. ¿Cómo podrían los hombres vivir en la tierra sin las
artes? ¿El arte de hacer pucheros de barro, el arte de cocinar,
el arte de construir las casas? ¿Y cómo se iban a arreglar sin
fuego? ¿Y ese Zeus lo ata al pobre en el Cáucaso para que un
buitre repugnante esté eternamente devorándole las entrañas?
¡Malvado!. .. i Pestoso 1. ..
Todos estaban asustadísimos, con los ojos vueltos al cielo,
esperando los terribles rayos del dios supremo. Perucho corrió
hacia la ex muñeca y le tapó la boca con la mano. Pero Hér-
cules sonreía de la manera más rara, como si de pronto se hu-
biera iluminado. Es que a él siempre le había parecido una gran
injusticia divina aquel suplicio a qué se condenó al titán, pero
nunca había tenido valor para decírselo ni a sí mismo. Nadie,
en Grecia, dudaba de los decretos divinos. Nadie dudaba de
Zeus ni de su alta sabiduría. La adulación era general. Todo el
mundo le ofrecía sacrificios en los templos y altares caseros.
IY era en un ambiente así, de perpetuo terror pánico y temor
de venganzas de dioses tan vengativos, donde Emilia de Ra-
bicó, aquella figurita de la quinta de doña Benita, ex muñeca
de trapo hecha por tía Anastasia, desafiaba al dios de los dioses
y le golpeaba las narices con sus umalvado", "peste", "pestoso"
y demás! Y finalmente lanzó un grito de rebeldía:
-1 Pues vamos a libertar a Prometeo! 1Vamos a matar a
ese estúpido buitre y desatar al padre del fuego y de todas las
artes!. ..
Palabras tan terribles sonaron dentro de Hércules como la
voz de su propia conciencia, despierta después de un largo pe-
ríodo de letargia. Sí. Era ese su pensamiento secreto y nunca
susurrado ni a sí mismo. El sueño inconsciente de Hércules
siempre había sido el libertar a Prometeo. Ese sueño incons-
ciente se acababa de hacer consciente gracias a la rebeldía y al
grito de guerra de Emilia. Y entonces se dió un hecho asom-
broso: Hércules, el terrible e invencible Hércules, el hombre

[515 ]

MONTEIRO LOBATO

más fuerte que el mundo haya producido, lloró. .. Lloró de


pura emOClOn. Y agarrando a Emilia y besándole la frente,
dijo: "Tú eres la propia voz de mi conciencia, criaturita ... "

PROMETED

-La rabia de Zeus contra el titán proviene de varias co-


sas, dijo el vizconde. Hubo primero la historia del toro.
-¿Qué toro?
-Prometeo había sacrificado a Zeus un toro, pero a Zeus
le extrañó el olor del humo. Mira y descubre todo: el toro no
era toro de verdad, sino una armazón de mimbre y paja ...
A partir de ese día Prometeo estaba marcado. En seguida vino
esa historia de enseñar las artes a los hombres. ¿Y si después de
perfeccionarse grandemente en las artes los hombres se trans-
formaran en dioses? A Zeus no le gustó nada" la broma. Final-
mente llegó al gran crimen: Prometed robó el fuego del cielo
para dárselo a los hombres. Ah, entonces Zeus explotó e inven-
tó el increíble suplicio del buitre comiendo el hígado vivo y re-
naciente.
-¿ Y cuándo fué eso?
-Hace miles y miles de años"...
-Quiere decir entonces que el pobre Prometeo está allí
hace centenas y centenas de siglos, y no hay nadie que se a.treva
a libertarlo? gritó Emilia roja de cólera. ¿Es necesario, enton-
ces, que yo, una pobrecita, me acuerde de hacerlo? ¡Porquería!...
-¿Qué es la porquería? preguntó Perucho.
-Los hombres, tonto, ¿no 10 ves? Los hombres que están
usufructuando los beneficios de las artes que les enseñó el titán~
como los asados de carnero y de vaca hechos en el fuego que él
les dió, y nadie se acuerda de sacarlo de" allá, de matar aquel
estúpido buitre y tirarle las cadenas a Zeus en la nariz.
Perucho la volvió a agarrar y taparle la boca. Estuvo así unos
instantes esperando los rayos del ,Olimpo. Pero nada pasó. En
vez de rayos, quien bajó del cielo fué Minervino.

[516 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

-¡Viva! ... Pensábamos que se había olvidado de nos·


otros, tanto tiempo hace que no aparece ...
-Vine hoy, dijo el mensajero de Palas, para defenderos
de varios peligros próximos.
-¿Bajó directamente del Olimpo?

lIiiI.::!
Un hombre con las manos atadas a la espalda . ..

[ 517 ]
MONTEIRO .LOBATO

-Sí ...
-¿ No notó si Zeus está con cara así de quien comió y no
le gustó?
-Zeus debe estar soñando con Europa, Leda o cualquiera
de sus antiguas novias, porque todavía no se despertó esta ma-
ñana. Ciertos sueños hacen que se despierte tarde.
Perucho respiró. Zeus no había oído las ofensas de la mar-
quesa de Rabicó ...
Minervino les contó que Palas estaba radiante con el éxito
de la aventura de las Hespérides y ahora quería guiarlos por
aquellas montañas.
-¿Ella sabe ya que Lelé va a libertar a Prometeo? pre-
guntó Emilia.
-Sí, lo sabe.
-¿Cómo, si esa idea nació ahorita mismo en su cabeza?
-Los dioses adivinan los pensamientos de los mortales.
Palas leyó ese pensamiento en la cabeza de Hércules y me
mandó a que 10 acompañara.
Emilia le dijo que había visto a Palas en el momento en
que bajó para separar a Hércules y Marte, que iban a luchar.
-Sí, Palas bajó, confirmó Minervino. Yo la acompañaba.
-¿Y Marte? ¿Cómo está de la herida en su muñeca? quiso
saber Perucho. Qué cosa rara. Un héroe derrotando a un dios,
y qué dios, justamente el de la guerra ...
-Nada es imposible para el hombre que tiene a Palas de
parte suya. Mi diosa es la gran diosa. El que goza de su protec-
ción nada tiene que temer, ni aún de Zeus. Palas hace 10 que
quiere de Zeus.
Fueron andando en dirección al Cáucaso. Los primeros
contrafuertes de la gran montaña ya estaban cerca. Empezó la
subida. Mientras la marcha era en la planicie, Lucio no protestó
demasiado. Se limitaba a lanzar un suspiro de cuando en cuan-
do. Pero a la voz de "subir la cuesta" protestó.
-No aguanto más, dijo. Emilia, el vizconde de la Mazor-
ca, la canasta llena de naranjas y no sé cuántos regalos, todo
encima de mi lomo y todavía cuesta arriba, i ah, no!. .. Tengan

[ 518 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

paciencia. Recuerden que no soy asno de nacimiento, de esos


que soportan cargas de ocho arrobas. Soy persona en forma de
asno. Mis fuerzas son de persona, no de asno -y tanto lloró
que Emilia dividió la carga entre él y Minervino. El mensajero
de Palas se dispuso a llevar la mitad de la carga mientras fue-
ran cuesta arriba.
Ya estaban en pleno Cáucaso. El pico de Elbruz se veía
a 10 lejos. Allí gemía, aprisionado por gruesas cadenas, el ma-
yor benefactor de los hombres. Emilia temblaba de cólera ante
esa idea. Sus ojitos telescópicos no se separaban del pico, semi-
oculto entre las nubes.
De pronto, después de unas horas más de camino, Emilia
dió un berrido:
-¡Estoy viendo! ¡Estoy viendo a un hombre desnudo, con
las manos atadas a la espalda! Rstá medio sentado en una pie-
dra, con la cabeza reclinada hacia :!ltrás, como apoyada también
en la piedra del picacho. ¡Dios mío! ¡ Qué expresión de dolor
tiene en el rostro!. .. Se percibe que es dolor de híp:ado comido.
Pero no veo a ningún buitre. . . Esperen. . . Viene llegando uno
enorme. Llegó. Empieza a comer el mismo hígado que comi6
ayer y renació por la noche ...
Todos miraban hacia la roca y no veían nada. Emilia era
realmente telescópica. Pero no había ninguna fantasía en aque-
lla visión, pues cuando se aproximaron más todos pudieron dis-
tinguir la escena por ella descripta. Allá estaba el titán encade-
nado a la roca, con el buitre picándole en el hígado. Hasta los
gemidos del gran mártir llegaban hasta ellos.
-Hace centenas de años que gime de dolor, dijo el vizcon-
de. Hace centenas de años que el buitre le devora el híp:ado
y sólo ahora aparece alguien que se propone libertarlo. Es indu-
dable que la ingratitud es prápia de los hombres ...
El pequeño vizconde no era todo ciencia sola. También
a veces filosofaba.
Para libertar a Prometeo, Hércules tenía ante todo que
destruir al buitre. ¿ Qué buitre era aquél? Ah, un buitre de Zeus,
también eterno, pues tenía que estar eternamente devorando

[ 519]
MONTEIRO LOBATO

el hígado eternamente renovado de Prometeo. Y siendo así,


¿cómo podía el héroe matar lo que era eterno? Esta observa-
ción se le ocurrió a Perucho.
El mensajero de Palas respondió:
-Mi diosa ha pensado sobre eso. Hércules debe atacarle
los ojos. No lo matará, ya que es un buitre eterno, pero lo ce-
gará para siempre. Y cuando esté ciego no podrá impedir la
liberación del titán.
A Emilia no le gustó la idea de Palas.
-Se queda ciego pero no saldrá de junto a Prometeo y se-
guirá comiéndole los hígados y picoteando a quien intente apro-
ximarse. Los ciegos comen tanto como los que no 10 son, aun-
que no vean la comida.
- y los ciegos terminan por afinar tanto los demás senti-
dos que finalmente no necesitan ojos, agregó el vizconde. Creo
que Emilia tiene razón. Cegar al buitre no adelanta riada.
Minervino se atragantó y comenzó a decir: "Pero Palas ... "
Emilia lo interrumpió.
-Sí, Palas, la buena Palas, la gran Palas erró el golpe.
No hay quien no yerre alguna vez. No quiero que Lelé se limite
a cegar al buitre. Tenemos que hacer que caiga en un lazo,
y cuando lo tengamos prisionero vamos a libertar al titán.
A Hércules le pareció excelente la idea de su "dadora"
y encargó a Perucho que cazara el buitre. El chico saltó de ale-
gría. Eso de trampas y ligas era con él. Sabía cazar toda suerte
de pájaros. Con tamiz, con lazos, con ligas, con redes y hasta
con anzuelo de pescar. Cierta vez, cuando tenía siete años, ha-
bía cazado un carancho en el patio con un anzuelo -y se llevó
una buena soba de su madre por causa de eso. Ahora bien, la
diferencia entre los caranchos de la quinta y aquel buitre nu
residía más que en el tamaño. Por lo tanto bastaba que hiciera
una armadilla proporcíonal.
Perucho pensó, pensó, pensó y finalmente resolvió seguir
el camino más sencillo y rápido: el del anzuelo. ¿Pero dónde
encontrar el anzuelo?
-¿No tendrás, por casualidad, un anzuelo en la canasta,

[ 520]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Emilia? preguntó nada más que por preguntar -y la respuesta


asombró al héroe, que seguía toda la escena:
-Sí, tengo, respondió la ex muñeca.
¡ y tenía! Entre las muchas menudencias de su canasta
había un anzuelo que la ex muñeca había "encontrado" en el
cuarto de Perucho. El chico lCl reconoció inmediatamente.
- ¡ Este es mi anzuelo de pescar dorados!. .. ¡Tú, Emi-
lia! ... pero le perdonó el hurto porque había sido para bien.
Ató el anzuelo a un cordel bien fuerte y ...
- ... ¿y carnada? ¿Qué carnada le pongo aquí?
Hércules declaró que un hígado de carnero sería muy bue-
no, pero la "dadora" no concordó.
-Si ese buitre hace millares de años que come hígado,
juro que está más que harto de hígado, y quiere cualquier cosa
siempre que no sea' hígado.

EL BUITRE

Hércules la miró atentamente. ¡ Qué claro era aquello! ¡Qué


inteligente era cuanto decía la "dadora"!
Perucho cebó el anzuelo con riñón de carnero.
¿Y ahora? ¿Quién iba a dejar el anzuelo cebado allí junto
al buitre?
¿Quién sino el vizconde? Perucho lo llamó y le dió instruc-
ciones.
-Tú irás escalando el pico y allá arriba te arrastras por
detrás de él y dejas el cebo en lugar bien visible. Nosotros nos
quedamos aquí, sosteniendo la punta del cordel.
El vizconde suspiró, lo mismo que Lucio, pero fué. Escaló
el pico y ya allá arriba se deslizó por detrás del buitre. Pero en
vez de dejar por allí el cebo, tuvo la bella idea de dejarlo caer
justamente frente al pajarraco. El anzuelo cebado ni lle~ó a
caer completamente al suelo. El buitre, requetecansado de tan-
to hígado y ansioso de variedad, sintió el olor a riñón y lo caz6
en el aire.

[521 ]
MONTEIRO LoBATO

- j Pescado! gritó el vizconde. j Tiren! ...


Perucho tiró del cordel, pero con el tirón que dió el buitre
al sentirse pescado, el arrastrado fué Perucho y no él. Y si Hér-
cules, con un movimiento rapidísimo no agarrara el cordel, allá
hubiera ido Perucho por los aires, llevado por el buitre en vuelo.
Imagínense (¡lo que es la imprudencia de los niños!) que él se
había atado el cordel a la cintura ...
Apenas el héroe aseguró el cordel, la situación cambió por
completo. El buitre, que iba a comenzar su "vuelo planeado",
capotó con el tirón y allá se vino como un paracaidista cuyo
paracaídas fallase. Hércules iba recogiendo el cordel como quien
recoge un pez del espacio.
Al tenerlo al alcance de la mano, lo tomó por las patas y lo
subyugó. i Bien que se debatió la monstruosa ave! Pero si ni los
monstruos como el león de Nemea podían con Hércules, ¿qué
esperaba aquel pajarraco?
Emilia lo insultó:
-Bien se ve que eres un ave sin cerebro. ¿ Qué adelantas
debatiéndote así? Calma, estúpido, antes que Lelé pierda la
paciencia y aplaste esa cabeza como hizo con las cien del dra-
gón de las Hespérides.
Parece que la amenaza hizo efecto, porque el buitre se
tranquilizó. Hércules lo ató por las patas a un tronco de árbol
y dijo: "¡Listo! Podemos ir a desencadenar a Prometeo".
Emilia se puso con los brazos en jarras.
- j Qué cabeza, Dios mío! ¿Así que te atreves, Lelé, a dejar
a este buitre, con pico más cortante que un alicate, atado nada
más que por las patas? Apenas volvamos la espalda, él "aplica
al cordel la tijera del pico, corta la amarra y sale volando hacia
Prometeo para llegar antes que nosotros ...
Hércules se quedó con la boca abierta. "Es verdad ... " ex-
clamó con cara de tonto -y se quedó mirando a Emilia, espe-
rando la solución. Ernilia ni se agarró la barbilla para pensar.
i Era tan simple aquello! ...
-Pues basta cortar las puntas de una de sus alas, como
hace tía Anastasia con las gallinas que vuelan mucho ...

[ 522 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

y así hicieron. Hércules le cortó las puntas de un ala al


buitre con la navaja de Emilia, es decir, con el chico de Mice-
nas transformado en navaja -y terminó. El buitre estaba in-
utilizado. Para probar, 10 soltó. El pobre pajarraco intentó
volar, perdió el equilibrio, dió unos saltitos ridículos y final-
mente rodó por la escarpa, debatiéndose.
Bien. Estaban libres del buitre. Ahora sólo faltaba ir a des-
atar al héroe, 10 que hizo Hércules en un instante. Eran muy
sólidas aquellas cadenas, pero ¿de qué valía fuerza de cadenas
ante Hércules? El las agarró y las hizo pedazos como si fueran
de cristal.
i Ah, nadie puede describir el suspiro de alivio del titán al
verse libertado! Su primer movimiento fué caer en brazos de
Hércules, llorando -y lloraron los dos. Viendo aquello, Peru-
cho, Emilia y el vizconde empezaron a llorar también de la
más pura emoción.
- ¡ Libre, libre finalmente!... exclamó Prometeo. Libre
después de siglos de tortura por el crimen de haber dado el
fuego a los hombres ...

En Micenas, el antipático Euristeo, al recibir de las manos


de Hércules la cesta de pomos de las Hespérides puso cara fea.
Los palpó, y viendo que eran naranjas, las tiró furiosamente
en la cara del héroe, diciendo: "¡Cómelas!"
Hércules bajó la cabeza y volvió al campamento muy con-
fundido, con la cesta de naranjas en la mano. Se las entregó
a Emilia.
Perucho supuso que ella las iba a transformar en pomos de
oro con un toque de su varita mágica, pero la muy gitana dijo
que no.
-¿Para qué? Con el mismo toque puedo, allá en la quinta,
transformar en oro naranjas bahianas, que son mucho mayores.
N o soy tonta de gastar un golpe entero con naranjitas de ese
tamañito -y comenzó a comerse una. Perucho hizo 10 mismo
con las otras. En pocos minutos desaparecían todos los pomos
traídos del jardín de las Hespérides ...

[523 ]
MONTEIRO LOBATO

Perucho preguntó:
-¿Y ahora, Hércules? ¿Cuál va a ser su nuevo Trabajo?
-No 10 sé aún, respondió el héroe. Eumolpo me dijo que
mandaría un mensajero con la comunicación.
Minutos después llegaba el mensajero.
-El señor ministro manda decir que Euristeo hubo por
bien ordenar a Hércules que baje a los infiernos y le traiga vivo
al perro Cerbero.
El héroe se estremeció. j Cerbero! . .. El monstruoso mastín
de tres cabezas y cola de dragón que guardaba la puerta del
infierno para que no entrara allí ningún ser vivo ...
Perucho miró al vizconde y el vizconde miró a Emilia. El
caso era muy serio. Hasta ese momento habían tenido aventu-
ras en este mundo nuestro y común de la superficie del globo.
Ahora se iban a aventurar en el Tártaro, en los abismos subte-
rráneos donde están los infiernos. ¡Y qué hazaña para Hércu-
les: traer vivo al más monstruoso y terrible mastín que hubo
jamás en el mundo! ...
La cabecita de Emilia comenzó a trabajar en la elaboración
de un plan.

[524 ]
XI I

HERCULES y CERBERO
EL PERRO INFERNAL

Hércules había realizado ya, saliendo plenamente victorioso.


once grandes Trabajos. Estaba ahora obligado al último y más
difícil. Tenía que descender al sombrío reino de Hades, que era
el dios de los infiernos.
-¿ Qué reino es ése? quiso saber Perucho -y el mensajero
de Palas explicó:
-Es un reino subterráneo al que van las almas de 103
muertos. A la entrada está Cerbero, el horrible mastín de
tres cabezas -tres cabezas distintas- y cola de dragón. La mi-
sión de Cerbero es impedir que los héroes penetren en los do-
minios de Hades. Nada más. Los héroes griegos se atreven a las,
mayores locuras, hasta a batirse con los dioses, como es el caso
de Herades y Ares. Y los dioses, por tanto, tienen que tomar
sus precauciones.
Emilia quiso saber cómo era el dios Hades. Minervino
contó:
-Es hermano de Zeus y Poseidón, de Hera y Demeter.
Hijo del viejísimo dios Cronos, que es el Tiempo. En el reparto
del mundo, le tocó el reino de los infiernos subterráneos, de
donde solamente salió una vez para raptar a Perséfone, la hija
de Demeter, con la que se casó.
-Esa es una cosa que no comprendo, dijo Perucho. ¿ Cómo
es que la hija de una diosa del Olimpo se conforma con aban-
donar la belleza del cielo para ir a morar en la fealdad del in-
fiemo? Nunca vi tan mal gusto ...
-Es que ella no fué a morar allí por propia voluntad.
Hades la raptó -y fué el rapto más célebre del mundo ...
[527 ]
MONTEIRO LOBATO

-Cuente, cuente ...


-Aquello todo no pasó de una conspiración. Condolido de
la suerte de su hermano Hades, Zeus consintió en el rapto. ¡Qué
linda era Perséfone! Estaba un día jugando en la playa con las
hijas de Océano y cogiendo flores en un prado próximo, rosas,
bellas violetas, gladiolos. De pronto se encontró con un jacinto
maravilloso de brillo y de aroma. N o parecía un jacinto común.
-Apuesto a que no era, adivinó Emilia.
-En verdad, no era. Aquello fonnaba parte de la cons-
piración. La maravillosa flor había brotado justamente para
atraer a Perséfone hacia el lugar en donde debería abrirse la
tierra para que por la hendidura saliera Hades con su carro
tirado por corceles infernales. Prendida por la cintura, la pobre
Perséfone fué arrastrada entre gritos al seno de la tierra.
-¿ y su madre Demeter, no hizo nada desde el Olimpo?
-Sí. Hizo un barullo enorme, hasta que al final consiguió
un acuerdo: Perséfone pasaría la mitad del año con ella en el
Olimpo y la otra mitad en el infierno con Hades.
Perucho trató de imaginarse cómo sería el palacio de Ha.,.
des. Como no consiguió fonnarse una idea, consultó a Miner-
vino.
-¡Ah! Un palacio severísimo, de columnas de plata, ro-
deado de altas rocas. A su frente se extiende la laguna Estigia,
de aguas estancadas. Como allí no hay vientos, nunca la agita
el menor oleaje. En esa laguna desaguan varios ríos ,que se lan-
zan como torrentes de la superficie de la tierra. Para llegar al
palacio es necesario atravesar la laguna. Sólo existe una barca,
la del viejo barquero Caronte. Mediante el pago de un óbolo, el
siniestro viejo transporta las sombras de los muertos.
-Ya sé, gritó Emilia. De ahí viene la costumbre de los
griegos de enterrar a sus muertos con una monedita en el pecho.,
Era para el pago de Caronte. Ya vimos eso en nuestro primer
viaje por esta Grecia.
-Sí. Todos tienen que pagar su pasaje. En el reino de
Hades hay varias zonas. Para las más sombrías, allá en los
abismo::; del Tártaro, van las sombras de los enemigos de los

[528 ]
~
~-
- ---
.

' --
-

Perséfone cogía flores en un prado vecino . ..

[529 ]
MONTEIRO LOBAI"O
e

dioses. Los amigos de los dioses quedan en las zonas más agra-
dables, en las que en vez de obscuridad reina la penumbra. Son
los Campos Elíseos.
- y ¿ cómo es la corte de ese dios Hades?
-A la entrada está el terrible Cerbero, de tres cabczas~
hijo del titán Tifón y de la ninfa Equidana, "ninfa inmortal
y perpetuamente libre de envejecimiento". Cerbero deja entrar
a las sombras, pero no permite que salga ninguna. Después
están los tres jueces que juzgan a los muertos y los mandan
para ésta o aquella zona: Radamanto, Minos y Eaco ...
Un estremecimiento pasó por el cuerpecito de E~ni1ia
-brrr. .. Se· vió allí, ante los tres severísimos jueces inL~rpe­
lada por ellos con respecto a los insultos que anduvo lanzando
contra Zeus y Hera. .. Minervino. continuó:
-Después de Hades y su esposa Perséfone vienen las dl'd-
nidades infernales menores. En primer lugar las Queres y las
Moras, que son genios de la muerte y la venganza; perSiguen
a todos los culpables, sean hombres o dioses, y no descunsan
hasta que los castigan. Las Queres son negras, de dientes blan-
quísimos, y con ojos feroces, sanguinolentos, implacables. Se
lanzan sobre los que caen en las guerras, arrancándoles la~
almas y yéndose con ellas al reino de Hades.
-Entonces, ¿ andan por la tierra?
-Sí. Pero invisibles para los vivos. Son ·las que matan
a los hombres. Andan por la tierra matando gente paraarran-
carIe el alma.
-Bueno, entonces eso es lo que en el mundo moderno lla-
mamos Parca, observó Perucho. Aquí son perras de caza, ca-
zadoras de almas ...
-¿y qué más hay allí? quiso saber Emilia.
-Están las Harpías, continuó Minervino. Son aves con c~-
beza de mujer, alas y garras. También andan por el mundo
cazando gente para abastecer de sombras el reino de Hades.
y las Erinias o Euménidas que, de la misma manera que las
Harpías, son demonios de alas y cabeza de serpiente. Tam-
bién cazan almas. Vuelan a veces con una tea en el puño y otras
[530 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

con un látigo. Su voz es como la de los toros enronquecidos. Por


donde pasan mueren las plantas envenenadas por su aliento
mortal. Las Erinias cazan las almas de los condenados y sobre
todo las de los malos hijos.
y además Minervino contó muchas cosas del reino de Ha-
des, dejándolos asustados y con muy poco deseo de acompañar
a Hércules en su aventura.
El gran héroe estaba sumido e'n profunda meditación.
Aquel Trabajo no tenía ninguna semejanza con los anteriores.
Lo obligaba a prepararse. Antes de nada debía iniciarse en los
Umisterios de Eleusis" a fin de alcanzar la buena voluntad de
Demeter, madre de la reina de los infiernos.
-Tenemos que ir a Eleusis, le dijo a Perucho. Y para allá
salió la pandilla, lo mismo que había partido para t.antos otros
lugares. Hércules ai frente abriendo la marcha. Después, Pe-
rucho montado en Medio-y-Medio. Después, el pobre "Lucio
con la alforja y Emilia montada de lado, como las amazonas
de pollera larga.
Llegados a Eleusis, se presentó una complicación. En los
famosos misterios de Demeter no se podían iniciar los extran-
jeros y Hércules lo era. El medio para lograrlo fué hacerse adop-
tar por Filio, un amigo suyo residente allí. Después surgió otra
complicación: Hércules estaba manchado por el crimen de la
muerte de los centauros. Tuvo que someterse a una purifica-
ción. Sólo después pudo iniciarse y conquistar la~ t)uenas gra-
cias de Demeter.
¿Y ahora? ¿Por qué puerta penetrar en el reino de Hades?
Había varias. Una era el río Aqueronte, que en vez de salir al
mar lo hacía en un lago pantanoso de pestilentes exhalaciones,
cerca de la ciudad de Efira. Ese lago era una de las puertas del
infierno. Otra boca era una hendidura en el cabo Tenaro, en la
Laconia. Hércules eligió esta última.
Bueno. El héroe iba a penetrar en el Hades, pero ¿y sus
compañeros? Sería absurdo llevarlos también. Hércules dió sus
razones y ordenó que se quedasen por allí a esperarlo~ Perucho
respiró. Si había una cosa en el mundo que no le gustaba hacer

[ 531 ]
MONTEIR0 LOBATO

era aquel viaje al infierno. Pero, con gran sorpresa de todos,


Emilia dijo:
-Yo voy también. N o puedo abandonar a Lelé, justa-
mente en su aventura más peligrosa. ¿Quién sabe si no va a pre-
cisar de mi ayuda allá?
El héroe se conmovió ante aquella prueba de afecto; sus
ojos se humedecieron, y más aún cuando el marlo declaró:
"Y yo también. Doña Benita me recomendó que no me apar-
tase de Emilia".
Hércules, sin embargo, intentó hacer desistir a los dos pe-
queños de un paso tan peligroso. N o lo consiguió. Cuando
Emilia se empacaba en una idea, era atroz, no había nada en
el mundo que la demoviese.
y Hér~ules, Erhilia y el vizconde descendieron por la hen-
didura que daba a los campos fronterizos de la laguna Estigia.
Del lado de allá de la laguna se alzaba el palacio de Hades.

EN EL INFIERNO

La primera cosa que Emilia y el vizconde vieron al poner


los pies en aquella llanura fué una gran cantidad de sombra:;
de muertos. Las sombras no tienen miedo a las sombras, pero
huyen de quienes no lo son y todas escaparon al ver al héroe
acompañado además por dos criaturas vivas. Escaparon, des-
apareciendo a lo lejos. Solamente se quedaron dos: la sombra
de Meleagro y la de Medusa, degollada por Perseo. Meleagro
era amigo, además fué uno de los compañeros de Hércules en
la expedición de los argonautas; pero la Medusa era la Medusa
y el héroe armó su dardo para combatirla. Una voz le advirtió:
-¿No ves que es una sombra, Heracles?
Era la voz de Minervino. Sin que ellos lo viesen, el men-
sajero de Palas había descendido también al Hades. Hércules
bajó su arma, confundido. Después siguió rumbo a la barca de
Caronte. Tenían que atravesar la laguna Estigia. Surgió una

[ 532 ]
Después de la laguna se elevaba el palacio de Hades...

[533 ]
MONTEIRO LoBATO

complicación. El viejo Caronte solamente transportaba som-


bras, pero no vivos. Se negó, pues, a recibirlos en su barca.
-Pero nosotros traemos nuestros óbolos, intervino Emilia.
Caronte bajó la mirada hacia aquella muestrita de gente
y hasta se asustó; y más aún cuando descubrió al marlo con
galera. Con galera y parlante, pues el vizconde también medió.
-Soy el escudero de este gran héroe y aconsejo al viejo
Caronte que no nos estorbe. Mi amo cumplió bien los más temi-
bles encargos del rey Euristeo y no será un viejo como usted
quien le corte el camino.
El espanto de Caronte no tenía límites. Hércules, que es-
taba dispuesto a proceder con prudencia, se dirigió a Emilia:
"¿Qué hacemos, dadora?"
Emilia aplicó el "figúrate".
-Figúrate que somos sombras -y no bien dijo esto el
rostro de Caronte cambió. Los miró otra vez con la mayor aten-
ción y por fin dijo:
-Perdónenme. Me pareció al principio que eran seres
vivos y ahora veo que son sombras -y extendió la mano para
recibir los óbolos. Hércules no se acordaba de ese detalle y no
había llevado ningún dinero. Ni Emilia ni el vizconde. El que
·salvó la situación fué Minervino. Sacó de su bolsa cuatro óbolos
y se los presentó al viejo. Emilia intervino:
-Esperen. Son tres óbolos nada más. El vizconde no paga,
porque no es gente.
Caronte no comprendió, pero Emilia le explicó tan bien la
"marleria" del vizconde, que se dió por convencido. "Está bien,
tres óbolos" y recibió el dinero de manos del mensajero de
Palas. Emilia se guardó el cuarto en el bolsillo para su pequeño
museo.
La barca de Caronte atravesó la laguna. Todos saltaron al
otro lado. Comenzaba allí la mansión de Hades. Detrás del pa-
lacio quedaba la puerta del infierno, con el can de tres cabezas
de guardia. Era un inmenso patio lleno de sombras y algunos
vivos que de un modo u otro habían atravesado la laguna yes-
taban allí prisioneros.

[534 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Mira quien está allí. .. gritó Emilia. Era Teseo.


Pero encadenado como el titán en el Cáucaso. Hércules se
dirigió al gran héroe y le preguntó cómo había llegado a parar
allí. Teseo contó su extraña aventura. El y Pirito, su compañe-
ro, habían imaginado la más tremenda de las hazañas: descen-
der al Hades para raptar a Helena y también a Perséfone, la es-
posa de Hades.
Emilia se estremeció al oír tal confesión. j Qué locura! Vaya
que Pirito pensase en raptar a Helena, pero el atrevimiento de
Teseo con su idea de raptar a la propia esposa del dios de los
infiernos era algo inconcebible.
-Con esa intención vinimos, contó T eseo. Engañamos a·
Caronte, atravesamos la Estigia. Llegamos a entrar en el pala-
cio de Hades, el cual nos recibió muy bien, pero sólo en apa-
riencia. Me mandó sentar en cierta silla. Sin desconfiar de nada,
me senté e inmediatamente sentí mis carnes adheridas a aquel
asiento, debajo del cual salieron serpientes que se enlazaron
a mi cuerpo. Aun así conseguí escapar. Pero fuí agarrado y en-
cadenado aquí a esta piedra ...
Hércules no respetaba cadenas de bronce. Hizo con las que
sujetaban al héroe de Atica 10 mismo que había hecho con
las del titán del Cáucaso: las destrozó de un violentísimo tirón.
El gran Teseo estaba en libertad.
-Gracias, Heracles. Vamos ahora a libertar a mi com-
pañero.
Pero a la voz de libertar a Pirito todo cambió. La tierra
tembló como bajo un violento terremoto. Era señal de que los
altísimos dioses se oponían a la libertad del audaz que había
pensado en el rapto de Perséfone.
-No conviene insistir, Heracles, cuchicheó Minervino al
oído del héroe. El crimen de Pirito es grande y de esos que los
dioses supremos no perdonan nunca -y Hércules desistió de
su idea. Allí dejó a Pirito entregado a su suerte infeliz.
.Pero si Hércules no salvó a Pirito, salvó en cambio a As-
cofalo, el cual estaba con una gran piedra encima de su pobre
cuerpo.

[ 535 ]
MONTEIRO LoBATO

-¿Quién es ese Ascofalo? preguntó Emilia.


El mensajero de Palas respondió en voz baja:
-Una víctima de Perséfone. Fué el único testigo que l?
vió comer los siete granos de la granada ...
Emilia se quedó en la misma ignorancia. Minervino le pro
metió contarle más tarde la historia de la granada.
El pobre Hércules tenía un gran corazón. Los horrores que
vió allí 10 conmovieron. Entre otras cosas, sombras de difuntos
que estaban esperando tumo para pasar las puertas y se retor-
cían en los horrores de la sed. Tanta agua alrededor y las som-
bras se morían de sed.
-¿Por qué no beben el agua de la Estigia? preguntó Emi-
lia, y Minervino le contestó que era aún más salada que la
del mar.
Hércules, compadecido, tuvo una idea feliz. Degolló a uno
de los bueyes del rebaño de Hades, que por allí pastaban, y dió
de beber su sangre a las sombras sedientas. El rebaño, sin em-
bargo, era guardado por el pastor Menetes, el que acudió en
defensa del buey capturado, con palabras de desafío para el hé-
roe. Hércules lo agarró por la cintura y 10 apretó, quebrándole
varias costillas. En aquel momento se oyó un grito. Era Persé-
fone. Había presenciado la escena y corría a salvar al pastor.
Le pidió a Hércules que lo soltase. Hércules accedió.
-Diosa, le dijo, no he venido aquí para robar, sino para
conferenciar con tu esposo divino.
-Acompáñame, le dijo Perséfone, y lo introdujo e la pre-
sencia de su esposo. Minervino, Emilia y el vizconde siguieron
detrás como tres garrapatas.
Hades estaba en el trono. Un dios sombrío, solitario, si-
niestro, cuyo nombre los griegos preferían no pronunciar. To-
das las cosas a él asociadas eran terribles y tétricas. No había
nada en su reino que recordase las amenidades del Olimpo.
Hércules se adelantó y dijo: .
-Divinidad, estoy aquí por orden de Euristeo, para llevar
vivo a Mecenas al perro Cerbero.
Hades sonrió -¡y qué impresionante sonrisa! Era la son-

[536 ]
Sombras de difuntos sufrían los horrores de la sed ...

[ 537 ]
MONTEIRO LOBATO

risa de un dios que conoce su casi omnipotencia. Perséfone a


su lado, majestuosamente bella, clavaba los ojos en la titánica
figura del famoso héroe. Conocía toda su historia y en sus
músculos sentía la fuerza de Zeus, cuya sangre corría por las
venas de Hércules.
Después de aquella pavorosa sonrisa de Hades y de una
pausa de varios segundos, la pausa más siniestra que imaginar-
se puede, el dios de los infiernos dijo:
-Cumple la orden de tu rey. Llévate a Cerbero, pero no
consentiré que 10 ataques con ningún arma.
I;Iades tenía la más absoluta certeza de que, cuerpo a cuer-
po, sin uso de arma ninguna, Hércules, o cualquier otro héroe,
jamás conseguiría apoderarse del guardián del infierno. Y si
le dió su licencia para llevarse a Cerbero, fué en la convicción
de que el héroe terminaría entre los dientes del mastín. Su son-
risa era un anticipo del gozo que le produciría el trágico final
de una criatura considerada invencible.
-Puedes ir.
Así dió por terminada la audiencia. Hércules hizo una
reverencia para retirarse. Perséfone 10 detuvo.
-¿Quiénes son esas figuritas que te acompañan? le pre-
guntó con la mirada puesta en Emilia y el vizconde.
Hércules hizo la presentación de su escudero y su dadora
de ideas.
-¿Dadora? repitió Perséfone, que por primera vez oía se-
mejante palabra.
-Sí, respondió Hércules respetuosamente. Emilia me pro-
vee de ideas en los momentos más graves. Su inteligencia me
asombra -y a pedido de la diosa contó dos o tres anécdotas de
la criaturita.
Perséfone tomó un aire compasivo. "Ya estuvo demente.
Se dijo que había sanado. Veo ahora que la locura de este
héroe es de las incurables ... " fué el pensamiento de la diosa.
Hércules se retiró acompañado de las garrapatas. Se dirigió
a la puerta del infierno.
- j Allí está él!. .. gritó Emilia.

[538 ]
----
- ----
---

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¡Era Cerbero! . .. ¡El horrible mastín de tres cabezas! ...

[539 ]
MONTEIRO LoBATO

El, sí, Cerbero... Allí estaba en la puerta de la mansión


de las sombras el horrendo mastín de las tres cabezas. Era bien
cierto 10 que decían: tres cabezas distintas, cuerpo de mastín
y cola de dragón.
Cumpliendo las exigencias del dios, Hércules abandonó
las armas que llevaba, incluso la piel de león. Como la usaba
a modo de escudo, lealmente la consideró como arma.
Pero la dadora se interpuso.
- j Eso no, Lelé! Hades habló de armas y no de piel.
-Pero esta piel ha sido mi escudo, ya que es invulnerable.
-Eso 10 sabemos nosotros y nadie más. Y como nadie sabe
que esa piel es el mejor de los escudos, mi consejo es que no la
abandones.
Hércules, indeciso, miró al vizconde y al mensajero de
Palas. Ambos fueron de la misma opinión. Tres votos contra
uno. Hércules, que ya había dejado la piel, se la ciñó de nuevo
-¡ yeso fué 10 que 10 salvó!
Emilia se quedó con el corazón detenido, el aliento en sus-
penso, cuando el héroe se dirigió hacia Cerbero con el mismo
paso firme con que se dirigiera hacia el toro de Creta. Allí ha-
bía impavidez. Allí había valor.
Al verlo avanzar, Cerbero pestañeó tres veces con sus seis
ojos, pues jamás en su vida aconteciera cosa semejante: un
hombre desarmado avanzar contra él. Pero su vacilación fué
breve. Sus ojos lanzaron llamas, sus dientes se abrieron y Cer-
bero se tiró contra el héroe con el ímpetu de los mastínes que
saben que son invencibles.
El héroe se desvió de un salto y lo agarró por dos pescue-
zos, un brazo alrededor de cada uno. Pero el tercer pescuezo de
Cerbero no encontró brazo que lo agarrara. .. y con aquella
cabeza libre el 'perrazo atacó. Lanzó una dentellada contra el
hombro del héroe y lo habría muerto si la piel no hubiera sido
invulnerable. Contra ella se quebraron la mitad de los dientes
de la boca atacante. ¡Qué tremenda lucha fué aquélla! La in-
tención de Hércules era una sola: matar una de las cabezas
agarradas para libertar un brazo y con ese brazo apretar el

[540 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

pescuezo de la otra cabeza atacante. El héroe tenía orden


de llevar a Micenas el can vivo, pero Euristeo no había dicho
nada respecto a llevarlo con las tres cabezas vivas. En un gigan-
tesco esfuerzo Hércules torció uno de los pescuezos agarrados;
después que vió la cabeza muerta, con los ojos desorbitados
y la lengua colgando, desembarazó su brazo y cogió el pescuezo
de la cabeza libre.
Estaba terminada la lucha. Cerbero ablandó el cuerpo.
Su cola de dragón quedó aplastada en tierra.
Minervino, que había ido hasta allí por orden de Palas
y todo lo tenía previsto, se aproximó con una cuerda arreglada
en forma de bozal. Hércules la puso en uno de los hocicos del
mastín; luego le puso otro bozal en el otro hocico. La tercera
cabeza no necesitaba aquel cuidado: estaba muerta.
Terminado. Sólo quedaba conducir, hasta Micenas aquel
I

cuerpo más muerto que vivo -y para allí salió Hércules con
él a cuestas.
Cuando Hades vió al héroe pasar frente a la puerta de su
palacio arrastrando a Cerbero tras él, casi murió de rabia. Iba
a lanzar contra él a las furias, pero Perséfone lo detuvo.
-La palabra de un dios no vuelve atrás, dijo la majes~
tuosa diosa. Fuí testigo de que lo autorizaste a capturar a
Cerbero si lo atacaba sin armas, y Herades no ha usado nin-
gún arma.
Hades se recuperó y regresó a su trono, remordiéndose de
odio y de impotencia. Estaba preso a' su propia palabra.
Cuando Caronte vió reaparecer al héroe con el perro a
rastras, seguido de nuestros garrapatas, sufrió un colapso. Cayó
sin sentido al fondo de su barca. Minervino tomó el remo e
hizo la travesía. Minutos después estaban todos en la superfi-
cie de la tierra, donde se juntaron a sus compañeros.
Perucho abrió los ojos con el mayor asombro. Después se
quedó bizco. El, un pequeño héroe de tanto futuro, había ma-
logrado su carrera. Un momento de miedo le había hecho per-
manecer en la superficie de la tierra, mientras Emilia y el viz-
conde se atrevían a penetrar en la mansión de Hades ...

[ 541 ]
MONTEIRO LOBATO

-¿Y entonces, Emilia? preguntó muy corrido -y ella,


dándose una gran importancia:
-Pues sí. Fuimos allá y salvamos a Teseo, conversamos
con Hades y Perséfone y vencimos a Cerbero. Nuestra aven-
tura va a ser la más famosa de todas en los anales del mundo.
-Yo. .. yo ... , trató Perucho de disculparse.
-Usted aflojó, Perucho, y va a quedar mal con la pandilla
por toda la vida. Tuvo ocasión de hacer una cosa que ningún
niño moderno hizo ni hará jamás, y la perdió. Ahora, a llorar
a la cama.
Perucho no se contuvo y lloró allí mismo. "Yo no soy un
héroe", era 10 que pensaba.
- y ahora, Lelé, preguntó Emilia ¿vas a llevar ese mons-
truo a cuestas hasta Micenas? Bobalicón. ¿Por qué no 10 ata-
mospor el bozal y 10 tiramos con una cuerda?
Hércules vió que era ·10' más acertado. Largó a Cerbero
en el suelo. Estaba vivo, pero con el cuerpo blando como los bo-
xeadores nocau. Minervino consiguió más cuerda y haciendo
dos collares los pasó por los dos pescuezos. El tercero quedó
sin collar porque pertenecía a la cabeza muerta.
-Yo tiro, propuso Perucho, y fué su único consuelo en
aquel Trabajo de Hércules: arrastrar por la cuerda al mons-
truoso mastín derrotado ...
Emilia sólo se pudo traer del infierno un recuerdo: varios
dientes de Cerbero, de los que este perdió al morder inútil-
mente la piel invulnerable. De pronto se acordó de la referen~
cia de Minervino a los granos de granada.
-Minervino, cuéntanos la historia de los granos de la
granada.
El mensajero de Palas carraspeó y comenzó:
-Eso está ligado con el rapto de Perséfone, que fué tal
vez el más sensacional de todos los dramas del Olimpo. La
desesperación de Demeter al enterarse de la tragedia de su hija
fué inmensa. Después sintió un gran odio, y convencida de que
el rapto de Perséfone era consecuencia de una conspiracipn de
Zeus y otros dioses altísimos, se fué del Olimpo para Eleusis y

[542 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

concibió una terrible venganza. Como era diosa de las cose-


chas, impediría que los cereales brotasen en la tierra. Y con
grandes sequías destruiría todos los rebaños. Imposibilitada de
alimentarse, la humanidad entera moriría y los señores dioses
se quedarían sin nadie que los adorase sobre la tierra.
Zeus se inquietó. Era indispensable calmar a Demeter
para evitar la estúpida situación de una corte de dioses sin na-
die .para adularlos. Y mandó como ángel de paz a su divina
mensajera Iris, de alas de oro. Nada logró Iris. Zeus insistió.
Estimuló a todos los dioses para que enviasen a Demeter los
más ricos presentes y le ofrecíeran todas las honras imagina...
bIes; pero Demeter permaneció insensible, pensando tan sólo
en su hija raptada.
Viendo que todo era inútil, Zeus conferenció con su her-
mano Hades y le indujo a devolver Perséfone, pues de lo con-
trario la raza humana se extinguiría.
Hades meditó unos instantes. Después se declaró de acuer-
do con Zeus. Sí, devolvería a Perséfone a su inconsolable ma-
dre. Antes de eso, sin embargo, llevó a su esposa a un rincón
del jardín y le ofreció una granada partida. Perséfone, sin des-
confiar, mordió siete de aquellos hermosos granos color de rosa
y traslúcidos.
La alegría de Demeter cuando Perséfone se presentó en
Eleusis fué inmensa. La abrazó y la besó. "Ahora vas a que-
darte conmigo para siempre y serás honrada por todos los in-
mortales", dijo la buena madre. "Pero -agregó- si por acaso
comiste de la granada que crece en el jardín que hay en el
reino de Hades, tendrás que volver allá durante seis meses
del año".
Perséfone se acordó de los siete granos de granada que
había mordido. Demeter vió que estaba condenada a tener a
su hija solamente durante un semestre cada año. En aquel
momento apareció Rea, otra mensajera: "Ven, buena madre,
Zeus te invita a regresar al Olimpo, en donde tendrás todo
cuanto exijas. Y dice también que ha decretado una reducción
del plazo que Perséfone deberá pasar cada año con el sombrío
Hades. En vez de seis meses, serán apenas tres."
MONTEIRO LOBATO

Demeter aceptó el compromiso e inmediatamente, la


tierra entera y los campos requemados por la sequía empeza-
ron a revivir. Un rebrote verde esmeraldino 10 invadió todo,
y las cosechas surgieron con abundancia inigualable. Los hom-
bres se habían salvado. Había cesado la insurrección de
Demeter.
Tales cosas iba contando el mensajero de Palas durante
el viaje de regreso. La cabeza de fila esta vez era Perucho.
Allá iba encaramado sobre el centauro y conduciendo a Cer-
bero de la cuerda. j Pobre Cerbero! Marchaba en la mayor de
las humildades, mustio como un higo seco. Y si no llevaba el
rabo entre las piernas como los cachorros apaleados era sola-
mente por un motivo: porque aquella cola de dragón no le
cabía entre las piernas. j Tan terrible y famoso como había sido
y ahora allí, con la cabeza muerta colgando y las otras, casí
arrastradas por el suelo! Habían desaparecido su prestigio te-
rrible y su arrogancia de guardián de los infiernos. Parecía un
triste oso de feria llevado de la nariz por su conductor.
Medio-y-Medio iba de conversación con Perucho.
-Quisiera saber la suerte que el rey de Mecenas tiene re-
servada a este pobre bicho ...
-Su destino está en la fosa, respondió Perucho. La ca-
beza muerta empezará pronto a descomponerse y entonces
adiós Cerbero. Le vendrá un envenenamiento de la sangre.
El asunto que se trataba encima de Lucio era el mismo.
El vizconde iba diciendo:
-Esta manía helénica de dotar de varias cabezas a cier-
tas criaturas concluirá probando una cosa: que más vale una
buena cabeza que tres, nueve o cien. Con una sola cabeza, Hér-
cules dió cuenta de la hidra de Lema que tenía nueve; destruyó
al pastor de Gerión que tenía dos; liquidó al' dragón de las
Hespérides que tenía cien y derrengó a este Cerbero que tenía
tres. El número de cabezas no quiere decir nada. Todo está en
tener una buena cabeza. Una sola, pero buena.
Emi1ia observó:
-Pero es bueno que haya en el mundo gentes de más ca-

[544 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

bezas O de muchas cabezas. Si todos los monstruos que Lelé


destruyó hubieran tenido una sola cabeza, su fama sería me-
nor. Y si el joven Lucio tuviese buena cabeza no me estaría
ahora regalando con esta excelente cabalgadura.
-¿Por qué? preguntó el Asno de Oro.
-Porque si usted tuviese una buena cabeza no habría ido
a restregarse con la pomada equivocada en el laboratorio de
la hechicera. Un tonto que se quiere poner pomada de lechuza
y se pone pomada de asno, está claro que no tiene buena
cabeza.
Lucio bajó las orejas.
H~rcules, allá atrás, meditabundo como siempre, pensaba,
pensaba. Hércules pensaba con mucho esfuerzo. Pensar para
él era puro Trabajo de Hércules. De ahí su inmensa admira-
ción por los chicos, para los cuales el pensamiento no era más
que una diversión.

LA SORPRESA DEL REY

Perucho se volvió hacia Hércules y le gritó:


-Amigo, me anda una idea por la cabeza: entrar todos
juntos en Micenas, así en procesión ...
-¿Por qué? preguntó el héroe desde atrás.
-Como despedida. Tengo el pálpito de que Euristeo no
"nos" va a dar ningún otro Trabajo.
Hércules sonrió.
-Usted no 10 conoce, oficial. Ya me impuso Doce Tra-
bajos y me impondrá otros y otros, siempre con la esperanza
de que un día fracase. El no tiene la culpa. No pasa de ser un
instrumento de Hera.
-No tendrá culpa, pero podría ser un poquito más deli-
cado, Lelé, dijo Emilia. El modo de tratarte, dándose impor-
tancia como si tuviera el Olimpo en la barriga, me va dando
rabia.
[545 ]
MONTEIRO LoBATO

Una idea pasó por la cabeza de Emilia: vengarse de Euris-


teo -y de inmediato se le ocurrió el medio.
-Oyeme una cosa: Lelé ¿por qué no entramos todos jun-
tos en el palacio de Euristeo? Ando con ganas de conocer aque-
llo por dentro.
Era mentira. N o tenía ganas de conocer nada, sino de
"decir una buena" en los morros de la "antipatía".
Hércules objetó, halló inconvenientes a la entrada en grupo
en la sala de audiencias del rey, pero Emilia insistió; destruía
por completo las objeciones del héroe con sus argumentos in-
contestables. Hércules cedió.
-Pues sea así. Entraremos todos en el palacio de Euristeo.
Llegados a Micenas, no se dirigieron al "camping" como
de costumbre, sino que fueron entrando en la ciudad con la
mayor falta de ceremonias. El hecho de transitar con Cerbero
por la calles -¡ Cerbero, Cerbero, CERBEROf- el tremendísimo
y terribilísimo monstruo, les parecía la cosa más natural del
mundo. Y para mayor asombro de las gentes; iba Cerbero
-nada menos que el tremendo CERBERO- arrastrado de los
pescuezos por una cuerda. ¿Y quién tiraba de él? Pues un
niño ... Aquello era hasta una profanación -un verdadero fi-
nal de la Grecia Heroica.
Comenzó a juntarse la multitud. Todo el mundo acudía
a las ventanas y puertas para ver pasar el cortejo. Se llenaron
las calles. Formóse en seguida el clásico "acompañamiento de
procesión". Centenares de criaturas que no tenían qué hacer
y toda la muchachada formaron un cortejo detrás de ellos.
De pronto, gritó una voz entre la multitud:
-¡Es ella! ¡Es ella! La hechicerita que convirtió a nues-
tros hijos en cosas. Tenemos que agarrarla y entregarla a la
justicia. "
Emilia tembló encima de Lucio, pero reaccionó de inme-
diato y, volviéndose hacia Hércules, que venía detrás, le gritó
con voz resentida:
-Lelé, oye ahí a un cara de lechuza que me está ame-
nazando ...

[546 ]
LAS DOCE HAzAÑAS DE HÉRCULES

Hércules arrugó la frente y miró hacia la multitud de don-


de había salido la voz. Esta enmudeció. La mirada de Hércules
se parecía a la. de Medusa. Petrificaba a las personas -de
miedo.
Llegaron frente al palacio de Euristeo y fueron entrando.
Los guardas, asustadísimos ante la presencia de Cerbero, arro-
jaban las armas y desaparecían. El grupo fué avanzando, atra-
vesando corredores y salas, hasta el salón de audiencias. Allá
estaba Euristeo en el trono, con Eumolpo, el chismoso, a su
lado. Al ver aparecer. aquel monstruo de tres cabezas, llevado
de una cuerda por un niño cabalgando en un centauro, des-
pués un asno con una hechicerita encima y además un marlo
con galera, y al final el invencible Hércules, Euristeo se des-
mayó. La escena fué demasiado imprevista y demasiado fuerte
para sus reales nervios. Eumolpo, temblando de miedo, abani-
caba a su amo y le salpicaba agua en el rostro.
El desmayo de Euristeo fué corto. Sus ojos se abrieron. En-
tonces, Emilia, que tenía el discurso preparado, le sacudió:
-Señor rey, aquí estamos de nuevo y para siempre. Basta
de Trabajos. No somos esclavos, y Lelé es más que un héroe,
es un semidíos, mayor 'y mejor que muchos de los dioses del
Olimpo. Tiene un valor que sólo yo lo sé. Por eso no quiero
que continue ejecutando trabajos peligrosísimos, inventados
por ese pícaro que ahí está todo tiembla que tiembla. No quiero
y no quiero, ¿oyes? Doce Trabajos ya. Buena cuenta. Además
que doña Benita está ansiando nuestro regreso. El gran He-
racIes viene a comunicar al pequeño Euristeo que va a soltar
en este salón el bicho que se le encomendó capturar y va a
partir para lejanas tierras. He dicho.
El discurso de Emilia acható a Euristeo como si fuera la
suela de un zapato sobre un gusano. El pobre rey volvió la mi-
rada hacia Eumolpo, como pidiéndole socorro, pero Eumolpo
había perdido hasta la voz, de miedo.
Entonces Perucho soltó a Cerbero en la sala y clavó la
espuela a Medio-y-Medio, en señal de retirada. El Asno de
Oro giró las patas y Emilia, por añadidura, sacó un palmo de
[547 ]
MONTEIRO LoBATO

lengua delante del aterrado soberano. Hércules giró sobre sus


talones y también se fué. En la sala del trono solamente que-
daron tres: Cerbero, que miraba a aquellos dos hombres con
expresión de quien ya no entiende nada de este mundo, y
Euristeo y Eumolpo agarrados el uno al otro' por miedo al
monstruo.
Pero cuando el cortejo llegó a la calle se tropezó con un
grupo de autoridades locales. La de más categoría de todas de-
tuvo al asno y dijo señalando a Emilia:
-¡ En nombre de la ley, está presa!
-¿Por qué?
-Por crimen de hechichería. Su proceso está concIuído.
,En día de este año, allá en la orilla del río, la acusada convirtió
en objetos de uso casero a diecinueve chicos de esta ciudad.
Hércules que se había aproximado para ver qué pasaba,
quiso hacer a la justicia lo que hacía a los monstruos. Pero el
vizconde se irguió sobre la alforja y habló:
-¡ N ada de violencias, Hércules! Si hasta los dioses del
Olimpo terminan sus disputas medi.ante acuerdos, ¿por qué no
hemos de hacer lo mismo los mortales? En mi calidad de abo-
gado y defensor perpetuo de Emilia, la marquesa de Rabicó,
propongo el archívese del proceso a cambio del desencanta-
miento de los diecinueve chicos de Micenas.
N adie entendió. Los jueces y ujieres se miraron entre sí
con caras tontas. El vizconde explicó:
-Sí. Del mismo modo que la acusada convirtió a los chi-
cos en objetos, puede ahora convertir a los objetos en chicos,
devolviéndoles su forma primitiva.
Los jueces y ujieres se miraron entre sí de nuevo y como
entre la multitud estuvieran los padres y madres de los
dieci~ueve chicos, se levantó una gran gritería:
-¡Sí, sí!. " ¡Qué vuelva a su forma a nuestros hijos y se
vaya de estos parajes.
La decisión del proceso estaba dada por el pueblo. Con la
restitución de los chicos a su forma primitiva, quedaba 10 dicho
por no dicho.

[548 ]
----
---
--

..
¿Y si el chico apareciera sin una oreJoa o la narIz!'
o ...

[549 ]
MONTEIRO LoBATO

Emilia arrugó la frente. Después sonrió. Con increíble ra-


pidez había formulado y resuelto un problema. ¿Qué problema?
Este: "¿be qué modo una varita mágica, a la que sólo le que-
dan diez golpes, puede volver a su forma a diecinueve chicos
convertidos en objetos?" Sí, porque si había gastado diecinueve
encantamientos para convertirlos, debería ahora gastar otros
tantos encantamientos para volverlos a su forma.
Este es el problema. Ahora la solución: "Poner en fila en
el suelo a los diecinueve objetos, uno junto al otro, como las
teclas en el teclado .de un piano; y después, con la punta de la
varita, hacer una escala corrida como hacen ciertos pianistas
-rrrrrrrr. .. De esa manera con un mismo toque de la varita
desencantaría a los diecinueve chiquillos. Gastaría, pues, un
solo golpe de la varita.
La solución teórica del problema era esta. Quedaba por
saber si la experiencia lo confirmaría.
o Todo lo pensó y resolvió Emilia en medio segundo. Su
pensamiento era un relámpago.
Tomando entonces la palabra, dijo:
-Señores, me dispongo a hacer aquí mismo, en la plaza
de este palacio, lo que el vizconde de Sabugosa propone y los
padres de los niños desean. La varita mágica de Medea está en
aquella canasta.
Perucho bajó la canasta. Emilia la abrió, sacó la varita y
en seguida, con mucho dolor de corazón, fué sacando los
diecinueve objetos obtenidos con las diecinueve pasadas -el
cortaplumas, la tijerita, el cuchillo de punta, el carrete de espa-
radrapo. .. Al sacar el carrete, Emilia pensó: "He usado un
trozo. ¿Será cosa de que el chico aparezca sin una oreja o sin
nariz?" Después de sacarlos todos, los colocó en el suelo de la
calle en forma de teclado de piano, uno junto al otro. Quedaba
tan sólo pasar por encima de ellos la punta de lavarita.
Pero Emilia, como no estaba segura que su procedimiento
de "escala corrida" diera resultado, pensó por anticipado, como
hacen ciertos jugadores de ajedrez, y tomó ciertas disposicio-
nes que nadie por el momento comprendió.
[550 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Perucho, dijo, sube en Medio-y-Medio y quédate en


él bien finne. Lucio, quédate aquí bien cerca de mí. Y usted.
vizconde, suba ya.
Finalmente, volviéndose a Hércules:
-Levántame en tus brazos, Lelé. Tengo algo especIal que
decirte al oído.
El héroe la levantó. Lo especial que Emilia quería decir era
10 siguiente: "Vaya dar un toque en "escala corrida" sobre ese
teclado de objetos, pero no puedo garantizar que la idea c1é
buen resultado. Si 10 da, bien: reaparecerán los niños, y todo
estará concluído. Si. no lo da, tendré que desencantarlos uno
por uno, cada cual con un toque de la varita. Ahora bien. la
varita sólo da para diez toques. Quedarán, pues, nueve chicos
sin desencantar. ¿Y qué hago? La justicia de aquí me a.. . arra
y me condena de inmediato. Estoy tomando mis precauciones
estratégicas generales. Corro la varita. ¿Resulta? Mejor que
mejor. ¿No resulta? Entonces tu te lías a golpes con esta gente,
"desparramas" los jueces y sherifes mientras nosotros nos mar-
chamos a toda carrera al campamento. Allá 10 empaquetaMoS
todo al galope, olisqueamos el polvo de pirlimpimpín, y ¡adiós
Hélade! Si eso aconteciera, es posible que no nos veamos mfi~.
Lelé, y me quiero despedir aquí mismo. Dejame ahora en el
suelo". Dijo y le dió un beso en la cara.
El héroe, profundamente conmovido, la dejó en el suel0.
Emilia se volvió al sitio en donde estaban los objetos alineados
en fonna de teclado. Tomó la varita y dijo:
- j Atención! Voy a correr la varita sobre estos diecinueue
objetos para que reaparezcan los diecinueve niños. Su aparición
se producirá cinco segundos después dé ser tocados.
La expertísima criatura sabía muy bien que tanto el en-
canto como el desencanto se producían instantáneamente. n("'''(")
inventó la historia de los cinco segundos para ganar tiempo. Si
la cosa fallaba, mientras los micenianos esperaban los cinco se-
gundos ellos se ponían en polvorosa, y pronto.
Emilia miró hacia sus compañeros para ver si estaban c1ü~­
puestos, y solamente entonces arriesgó la escala -rrrrrrrrr ...

[551 ]
MONTEIRO LoBATO

cada r correspondiendo a uno de los objetos. Todo ocurrió muy


conforme a la teoría: los diecinueve objetos. se convirtieron
instantáneamente en diecinueve muchachos.
¡Qué fiesta fué aquella! Diecinueve padres y diecinueve·
madres se lanzaron sobre los diecinueve reaparecidos y los abra-
zaron con los ojos llenos de lágrimas. Todos ya habían renun-
ciado a la esperanza de volver a ver a los pobrecitos.
Emilia, con las manos en la cintura, gozaba de la escena.
i Qué triunfo el suyo!

DESASNAMIENTO DE LUCIO

Todo estaba marchando muy bien. El pueblo de Micenas,


que minutos antes sólo pensaba en linchar a Emilia y a sus
compañeros, se pasó al extremo opuesto. Todo eran aplausos
y más aplausos, fiestas y convites por esto o aquello. Pero Hér-
cules y los chicos no aceptaron nada. Sólo querían una cosa:
volver al campamento. Allá estaba el baño en el río, el Templo
de Avia. Allí estarían al caer la tarde los seis. corderos asados
de Hércules. Allá estaba la libertad de movimientos y la ausen-
cia de "cuerpos extraños", como decía el vizconde. "¿ Qué es
pueblo? Un conglomerado o ayuntamiento de cuerpos extraños
entre sí".
De vuelta al campamento y después de la comida que era
la última que tenían que hacer juntos en la Grecia Heroica, se
puso en debate el caso de Lucio. ¿Qué hacer? Soltarlo sería un
desastre: en seguida 10 agarrarían y volvería a ser esclavo, tal
vez de algún mal amo, de esos q.ue solamente saben acariciar
con el látigo a los pobres animales. Lucio pensó 10 mismo y
les suplicó que no 10 abandonasen. Quería que 10 llevasen a una
fiesta de Isis. Unicamente devorando las rosas que los sacer-
dotes acostumb~an ofrendar ante el altar de la diosa, podría el
pobre Lucio desasnarse y recobrar su primitiva forma humana.
-¿ Quién es esa Isis? preguntó Emilia.
El mensajero de Palas, que misteriosamente aparecía y
desaparecía, respondió:

[ 552 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Es la misma Demeter en su primitiva forma egipcia.


En el principio no había Demeter, sino Isis, una diosa impor-
tada de Egipto. En ciertos lugares hay, todavía hoy, adorado-
res de Isis que justamente la festejan en esta época del año.
Bueno. Tenían que salir por el mundo en busca de los
viejos adoradores de Isis. Emilia renegó:
-¡ Qué tontería! Tanta urgencia que tenemos en volver al
Benteveo Amarillo y éste burro deteniéndonos ...
Perucho intervino:
-¡Para con tus insultos, Emilia! ¿Qué culpa tiene Lucio
de lo que pasa? Dejarlo aquí sería la mayor de las crueldades.
Ha sido un óptimo compañero y nos ha prestado grandes ser-
vicios -sobre todo a ti.
-Lo reconozco, dijo Emilia, pero que es un burro, no
hay duda. Nos fué útil, pero ahora nos está estorbando.
Lucio casi lloró de sentimiento. Sus orejas se amustiaron
con la mayor humildad. Emilia se compadeció.
-Pues vamos en busca de la tal Isis. Si yo digo a veces
ciertas cosas es por impulso, pero no de corazón.
Las orejas de Lucio se levantaron de nuevo.
Después del baño en el río y del sueño de aquella noche,
el más tranquilo que durmieron en Grecia, partieron al día si-
guiente bien temprano en busca de los adoradores de la vieja
diosa.
Por el camino fué revelando Hércules todo lo que tenía en
el corazón. Les confesó que estaba agradecidísimo por lo que
sus pequeños compañeros habían hecho. Llegó hasta declarar
que por lo menos un tercio de sus triunfos se debían más bien·
a ellos que a él.
-Sí, porque, si no hubiera sido por Emilia, es muy posi-
ble que el jabalí de Erimanto me hubiera vencido. Y en el caso
del toro. de Creta, el verdadero héroe fué Perucho.
- y el vizconde también, agregó Emilia. No se olvide de
la argolla.
Hércules estuvo de acuerdo.
-Sí, los tres me ayudaron mucho. Los tres revelaron gran
[553 ]
MONTEIRO LoBA ro

inteligencia, haciéndome comprender que si la fuerza es una


gran cosa, la inteligencia es la fuerza de las fuerzas. De ahí pro-
cede mi idea sobre la educación ...
Cuando Hércules se ponía a desarrollar su idea sobre la
educación, los tres chicos bostezaban. Todo cuanto él decía,
cierto de que eran ideas originales y salidas por primera vez de
un cerebro, no pasaban de ideas ya muy viejas en el mundo
moderno. Emilia terminó la discusión de aquel punto con un
ejemplo:
-Claro que es' así, Lelé. Pues ¿no ves al vizconde? Nació
marlo como todos los marlos del mundo, pero cpn la educación
recibida de doña Benita se convirtió en lo que es: un sabio con
galera.
y conversando así sobre un centenar de cosas llegaron a
una aldea muy vieja. En las aldeas viejas hay siempre hombres
y mujeres muy viejos, gente conservadora y apegada al pasado.
¿Quién sabe si no existirían allí devotos de Isis?
Perucho se acercó a preguntar a un anciano de largas bar-
bas blancas que estaba sentado a una puerta.
-Dígame, buen viejo, ¿no habrá en esta aldea devotos de
una antiquísima diosa egipcia llamada Isis?
El anciano levantó hacia él sus ojos cansados, y sonrió.
-¿Como no, pequeño? Yo soy un viejo sacerdote de Isis.
Perucho gritó a la banda que venía detrás:
-¡ Pronto! . .. Dimos en el centro del blanco. Aquí hay
adoradores de Isis y hasta sacerdotes. Este buen anciano es uno.
Todos se acercaron al sacerdote y lo atropellaron a pre-
guntas y más preguntas.
-¿ y cuándo se realizan las fiestas de la diosa?
-J ustamente hoy de tarde. Las rosas están a punto.
Isis era festejada con rosas, de manera que su fiesta tenía
que coincidir con el apogeo de las rosas. i Y cuántas rosas ha-
bía en aquella aldea! Lucio esparcía su mirada por los jardin-
cillos y se le hacía agua la boca.
Emilia observó:
-Esta nuestra última aventura hasta parece película de

[554 ]
LAS DoCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

cow-boy del medio al final; todo resulta justo, como si hubiera


combinación ...
Pasaron el día allí mismo en la aldea, rodeados por aque-
llos aldeanos de bocas abiertas y ojos maravillados. ¡Heracles
entre ellos! ¡Un centaurito! ¡Un chico de siglos futuros! ¡Una
hechicerita! .... El asombro de la pobre gente no tenía límites.
Lucio estaba tan contento con la idea de su próximo des-
asnamiento que a cada media vuelta rebuznaba.
-¿Por qué rebuznas, Lucio, tú que hablas tan bien?
-En señal de despedida, respondió él. Rebuzno despi-
diéndome de esta piel que de aquí a poco voy a abandonar.
A la tarde comenzaron los preparativos para la fiesta de
Isis. Toda la gente cortaba rosas y más rosas. El viejo sacer-
dote armó el altar. Hércules y su pandilla estaban apuestos.
Iba a comenzar la ceremonia.
El viejo sacerdote salió de una sacristía y se aproximó al
altar con una bandeja de rosas, en actitud ofertoría, como qUlen
transporta una bandeja de café.
-¡ Ahora, Lucio! susurró Emilia.
Lucio se precipitó sobre las rosas con tal ímpetu que derri-
bó al viejo y glotonamente se las puso a comer. Sobrevino el
tumulto.
-¡Blasfemia!. .. ¡Blasfemia!... y muchos fieles se lan-
zaron con los puños en alto contra el irreverente. Lo iban a
masacrar. .. Lo iban a linchar ...
Pero... ¿Qué fué del asno? Misteriosamente había des-
aparecido. Mira que mira, y nada. No se veía asno por nin-
guna parte. Mucha gente se restriega los ojos como quien dice:
"¿Estaré soñando?" El viejo sacerdote se levantó como enton-
tecido, diciendo: "¿En dónde están mis rosas?" Ni asno, ni
rosas. En vez de asno, un joven extraño que charlaba con la pe-
queña hechicerita.
- j Qué lindo mozo eres, Lucio! le decía ella. i Vuélvete de
lado, que te quiero mirar! Aléjate hasta allá y vuelve ... Sí, sí ...
Un hennoso joven. ¿De Atenas?
-No. Soy de Corinto ...
[ 555 ]
MONTEIRO LOBATO

Emilia pUSO las manos en las caderas y balanceó la


cabeza.
- j Qué mundo el nuestro! ¿Quién me iba a decir que un
mozo de Corinto, bonito y desenvuelto como éste, iba a ser
mi burro de carga? ..
Bueno. Lucio ya. no tenía nada más que hacer allí. Las ga-
nas de regresar a su casa eran enormes. Volver a ver a los ami-
gos, la familia, la novia ....
-¡Adiós, adiós, amigos! les dice. Nunca me olvidaré de
nuestras aventuras, ni de la bondad con que me trataron. ¡Adiós,
gran Heracles! j Adiós, Perucho, pequeño héroe moderno!
i Adiós, gentil centaurito! i Adiós, vizconde, el más sabio de los
marlos! ¡Adiós, Emilia, pequeña hada que si se quedara aquí
revolucionaría a la Grecia entera ...
Tan sólo dejó de despedirse de la canastita. Emilia re-
clamó:
-Ella es también personaje, Lucio.
y él gritó desde lejos:
-¡ Adiós, canastita, más rica en preciosidades que todos
los museos del mundo ...
Lucio, muy ligero y radiante con la reconquista de su anti·
gua fonna, iba bailando de contento. Daba tres pasos y un
saltito, tres pasos y un saltito ...
Hércules sonreía feliz. Por la primera vez se sentía com-
pletamente feliz. Pero un melancólico pensamiento le arrugó
la frente. Emilia lo percibió.
-¿Qué repentina tristeza es ésa, Lelé?
Del pecho del héroe brotó un suspiro.
-Nuestra asociación llega a su fin, Emilia. De aquí a
poco vosotros partiréis y me quedaré más solitario que nunca
en esta tierra de monstruos y de dioses vengativos. Me acos-
tumbré tanto a vosotros que. . . y se atragantó. Era la emoción.
Emilia no dijo nada, pero se llevó el pañuelito a los ojos ...

De allí volvieron al campamento de Micenas. ¿Qué hacer


de las cosas del campamento? ¿Dejar en pie el Templo de Avia

[556 ]
- --
e
- -....;..-.-
-
-
-~ --
......--=

-- -
Un jinete venía a todo galope . ..

[557 ]
,\
MONTEIRO LoBATO

para que los chicos viniesen a profanarlo? ¡Nunca! ¿Dejar allí


las estacas con las esculturas de los trabajos de Hércules? ¡No!
Emilia tomó la palabra:
-Podemos demoler el templo, arrancar las estacas y ha-
cer una gran hoguera en honor a Palas.
-¡ Feliz idea! exclamó una voz conocida. Todos miraron.
Era Minervino, el "aparece y desaparece". Estaba nuevamente
entre ellos.
-.¿Llegas del Olimpo?
-Sí. Acabo de estar con Palas. Mi diosa está encantadí-
sima contigo, Emilia. Anda contando los cuentos de la "hechi-
cerita" a todas las diosas del OlImpo.
-¿Y Hera?
- j Ah, Hera está cada vez más indignada y furiosa! Le ha
dirigido mil quejas a su divino esposo, pero Zeus le contesta
con una risita y se calla. Conoce la esposa que tiene. Los Doce
Trabajos que por medio de Euristeo la diosa impuso a Heracles
resultaron otras tantas derrotas. Hera ya no sabe lo qué ~nven­
tal'. Y se va a enfurecer mucho más con esa hoguera que vais
a encender en honor de Palas.
-Pues.. que se enfurezca, gruñó Emilia. Ya estoy harta
de esa diosa. Para mí es lo mismo que si no existiera. Y cam-
biando de asunto: "¿ Cómo es tu verdadero nombre, Miner-
vino? Porque este nombre dé Minervino fué una inven-
ción mía".
-¿De dónde te vino,la idea?
-De Minerva, que será el futuro nombre de Palas en
Roma, como explicó el vizconde. Como tu aparecías como el
mensajero de Palas, la futura Minerva, yo inventé ese nombre
de Minervino. ¿Cuál es tu nombre verdadero?
-Belerofonte ...
Emilia se frotó los ojos con el mayor de los aSOIhoros.
-¿Aquél héroe que se nos apareció allá en el Benteveo
Amarillo montado en Pegaso?
-El mismo ...
El espanto de Emilia seguía.

[558 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Pero la cara, el aspecto, los modales de Belerofonte no


se te parecen, Minervino ...
-Es que el mensajero de Palas cambia de aspecto según
las circunstancias.
Emilia dudó. ¿Sería el mismo Belerofonte? Y para cazarlo
en falta, le preguntó:
-Entonces, dime: ¿cuál es el otro héroe que estaba en
aquella ocasión? ¿El vestido de lata?
-Don Quijote de la Mancha, era como ustedes le llama-
ban. Tenía un escudero gordiflón, muy comilón, Sancho' Panza,
creo ...
Emilia se quedó encantada. ~o cabía la menor duda: aquél
Minervino era el mismo Belerofonte de entonces, el hermoso
héroe griego que surgiera en la quinta montando el caballo
de alas.
-¿ y dónde está Pegaso? ¿Sabe que Perucho lo vió nacer
del cuerpo degollado de Medusa? ¿Degollado por Perseo?
-Sí. El mismo me lo contó todo. 4

Estaban rememorando aspectos de la estadía de Belero-


fonte en la quinta, cuando distrajo su atención un tropel. Un
caballero llegaba al galope. "¿Quién será?"
Era uno de los guardias del palacio de Euristeo. Llegó, saltó
del caballo y se dirigió hacia Hércules con la cara muy afligida.
-Señor héroe, le dijo apresuradamente. Vengo a pedir
socorro. En palacio reina el terror. Su l'4ajestad Euristeo y su.
ministro Eumolpo, siguen apavorados frente a la horrenda pre-
sencia de Cerbero en la sala del Trono. N o pueden salir de
miedo al monstruo y los guardas no se animan a entrar en so-
corro del soberano. Vine a galope para rogarte que vuelvas y'
saques del palacio aquel fantasma.
Hércules se echó a reír apiadado.
- j Miedo de Cerbero! exclamó. Pero si Cerbero ya no es·
Cerbero, el antiguo y terrible guardián del reino del Hades. NO'
pasa de ser una sombra de lo que fué. Está vencido, destruído
por dentro.
-Pero no sale de allí, señor héroe y con los cuatro ojos

[559 ]
MONTEIRO LoBATO

que le quedan mira hacia el rey de un modo que aterra a nues-


tro soberano. Y como nadie se atreve a sacarlo de la sala, vine
hasta aquí volando en busca de socorro.
Hércules, siempre sonriendo, ordenó a Perucho y al viz-
conde que fueran en busca de Cerbero. Perucho saltó sobre
Medio-y-Medio, tomó al vizconde a la grupa y partieron a ga-
lope para la ciudad. El caballero los acompañó.
Llegados a palacio, Perucho fué hacia dentro. En la sala
del Trono todo estaba como antes: Euristeo encogido en su
trono y a su lado Eumolpo, pálido y trémulo. El mastín de
Hades los miraba con unos ojos sin expresión y por eso mismo
más terribles para los dos cobardes. Perucho, que había lle-
vado un rollo de cuerda, se acordó de las palabras de su abuela
sobre "la virtud de la prudencia", y le hizo un gesto al vizconde
para que atara la cuerda a uno de los collares' de Cerbero. El
marIa suspiró, pero cumplió la orden: ató la cuerda al collar de
Cerbero, sin que el monstruo opusiera la menor resistencia.
En seguida, Perucho tiró de él para afuera. Volvió a cabalgar
en Medio-y-Medio y tomó el camino del campamento. La mul-
titud aglomerada en las calles asistió maravillada a aquella
extrañísima escena: un chico subido en un centaurito, con una
araña con galera en la grupa, llevando por el cabestro al mons-
truo más impresionante para la imaginación de los griegos
-Cerbero, Cerbero, CERBERO, el terrible guardián del reino de
los muertos.
- y ahora, exclamó Emilia cuando los vió llegar al cam-
mento, ¿qué vamos a hacer con este bicho?
Hércules dijo que lo mejor era matarlo y enterrarlo por
allí. Emilia se opuso. Quería llevarlo para enseñárselo a Na-
ricita.
¿y Medio-y-Medio? Emilia deseaba llevarlo para el mundo
moderno, pero el vizconde se opuso. Aseguró que iba a ser una
fuente de complicaciones en la quinta de doña Benita, además
que no tenían el derecho de privarlo de su patria nativa. El
punto de vista del marlito venció.
Muy bien. Ahora la hoguera y el sacrificio a la diosa Palas.

[560 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

Pe.rucho demolió el Templo de Avia y amontonó todo el


material con pasto bien seco y lo encendió con el último
fósforo de la caja de fósforos de la canastita de Emilia. Minutos
después una linda hoguera enviaba hacia el Olimpo negras co-
lumnas de humo.
Emilia se adelantó y, elevando los ojos al cielo, dijo con voz
de sacerdotisa:
- j Palas, divina Palas, nosotros te agradecemos los bene-
ficios y ayuda constante con que nos honraste en nuestras
aventuras! j Eres la diosa más bella y la más bondadosa de to-
das! ¡ No andas persiguiendo a los grandes héroes, como una
tal que yo conozco! ¡Te ruego que te aparezcas un día por
casa para regocijo y glona de doña Benita y Naricita! Tu men-
sajero Belerofonte conoce las señas; ya nos honró con su pre-
sencia allá en los días en que también estaba Don Quijote. Ese
es uno muy precisado de tu ayuda, gran Palas. Es un héroe
todo lo contrario de Heracles: en vez de pegar, le pegan siem-
pre. Pero con tu ayuda, gran diosa, dará cuenta hasta del mago
Festón que tanto lo persigue. He dicho.
Todos aplaudieron el discursito. Belerofonte le dió un beso
en la frente, por cuenta de Palas.

DESPEDIDAS

Todo estaba ya pronto para el regreso. Emilia abrió una


vez más la canastita para hacer balance de la cosecha. No fal-
taba nada. La cerró de nuevo con la llavecita que le colgaba del
cuello con un cordón.
-Por mí, podemos partir.
Perucho midió las pitadas de los polvos de pirlimpimpín
y le dió una a cada uno. Pero antes de aspirar aquello se te-
nían que despedir del héroe.
¡Ah, qué conmovedora fué la despedida!
-Hércules, dijo Perucho, vamos a partir, pero llevamos
en el corazón la imagen de nuestro gran amigo y bondadoso

[561 ]
MONTElRO LOBATO

compañero de tantas aventuras. Aprendimos a conocer el ma-


yor corazón que existió en esta Hélade, al héroe que es la ver-
dadera justicia con forma humana. .. y aquí Perucho se atra-
gantó.
Emilia tomó la palabra.
-Lelé, si yo fuera a decir todo cuanto siento, me quedaba
aquí hablando durante diez siglos. Tu fuiste la primera cria-
tura viva que realmente me satisfizo por completo. Conocí allá
en el sitio innumerables héroes de la fábula: Don Quijote, Be-
ler0fn nte, Peter Pan, el príncipe Codadad, Aladino, los enanos
de Blanca Nieve. Ninguno se compara contigo, Lelé, porque
ninguno, junto a la mayor fuerza tiene el más grande de los
corazones. Perucho se atragantó en su discurso y yo ya estoy
empezando a atragantarme. Tú, Lelé. .. y no pudiendo con-
tener las lágrimas, Emilia se echó a llorar y se lanzó a los bra-
zos del héroe. Hércules la recibió con los OJos también arraSla-
dos de lágrimas. El, el gran héroe nacional griego, que nunca
había llorado, estaba llorando ...
El vizconde se pasó disimuladamente la mano por los ojos
y tomó la palabra.
-Hércules, dijo. Permíteme que yo también alce mi dé-
bil y flaca voz para un saludo de despedida. En este gran mo-
mento, yo quisiera tener la elocuencia de Demóstenes o Cicerón
para decir todo cuanto me pasa por la mente. Pero la emoción
embarga mi voz. N o puedo continuar, lo mismo que Perucho
y Emilia tampoco pudieron ...
y el vizconde también se atragantó.
Belerofonte abrió la boca para hablar, pero no dijo nada.
También atragantadísimo. Hubo una larga pausa de silencio;
la pausa del atragantamiento general.
Cuando se serenaron, Hércules tomó la palabra y dijo:
-Amigos míos, no sé hablar. N o recibí la educación ...
Emilia miró a Perucho.
- ... que transforma a las criaturas. Mi educación fué
solamente física, como dice muy bien mi escudero. Me criaron
al aire libre; me enseñaron a desarrollar solamente los múscu-
[562 ]
¡Adiós, Hércules, gran amigo! . ..

[ 563 ]
MONTEIRO LOBA10

los y l~ agilidad. En cuanto a lo demás, quedé tal como nací:


un terreno baldío, como dice Emilia, en el que las plantas cre-
cen sin disciplina. Ella dice que un cerebro sin educación es
como un terreno en el que solamente hay yerbas. La educación
es lo que transforma ese terreno en cantero de cultivo de las
artes y ciencias útiles y bellas. Con vosotros aprendí mucho.
Mis conversaciones con Emilia, Perucho y el vizconde fueron
verdaderas lecciones de las que jamás me olvidaré. Siempre
conviví entre brutos -reyes crueles, dioses vengativos, héroes.
de mi mismo molde, gente "ineducada", como dice el vizconde.
Encontré por primera vez con vosotros "productos de la edu-
cación". En mi oficial Perucho vi un modelo de héroe de un
nuevo tipo. Aprecié mucho sus cualidades y sobre todo su pru-
dencia. ¿Por qué no descendió con nosotros a los infiernos? Por
prudencia y hoy advierto que la prudencia debe ser una de las
más bellas cualidades de lo que vosotros llamais "héroe mo-
derno".
Perucho bajó los ojos. Hércules prosiguió:
-Emilia me sedujo por su presencia de espíritu, por la
vivacidad y prontitud de su inteligencia, por su ingenio para
salir de todos los apuros. j Y qué ideas felices! Aquélla de cor-
tar la punta de una de las alas del buitre de Prometeo, fué "fe-
nomenal", como ella dice. Tan simples y expeditivas y no se
me ocurrirían aunque estuviera pensando cien años. Ciertas
cosas de la "dadora" están por encima de mi conocimiento. El
"figúrate", por ejemplo. Pienso y pienso en eso, y no lo com-
prendo. Vi, sentí, presencié los maravillosos efectos de ese "re-
curso supremo", pero confieso que no lo entendí. Emilia me
lo explicó con su admirable claridad, pero no lo entendí.
Emilia gruñó a Perucho. Hércules continuó:
-¿Y qué diré de mi escuderito? Hay en él un alma gene-
rosísima de gran héroe sobre la modestia exterior de un gran
sabio. Es el tipo del "héroe resignado". i Qué modesto y humil-
de es! No lo vi alabarse ni una sola vez. ¡Ejecuta las más peli-
grosas incumbencias sin la menor protesta!
-Eso no, exclamó Emilia. ¡Bien que suspira!

[564 ]
LAS DOCE HAZAÑAS DE HÉRCULES

-Sí, suspira apenas. Pero ¿habrá algo más elocuente que


la humildad del suspiro? En situaciones en que el común de las
criaturas se debate, protesta, él suspira con toda discreción.
Tengo en los oídos todos sus suspirillos: cuando recibió la orden
de llevarle el anzuelo cebado al buitre de Prometeo, cuando
tuvo que agarrar la argolla del lazo en la aventura del toro de
Creta, cuando fué a mezclar opio en el agua del dragón de las
cien cabezas. .. Fué el único de nuestro grupo que sufri5 \.-.,
accidente, pues se quebró una pierna -¿y quién lo vió lagri-
mear y quejarse?
-No siente dolor, dijo Emilia. Es marlo ...
-Nosotros somos los que no sentimos el dolor de los de-
más, respondió Hércules. Si el vizconde es un ser vivo, claro
que tiene que sentir dolor. Cuando a la llegada Perucho me
propuso tomar al vizconde por escudero, me reí como era na-
tural. Juzgué que era una broma. Hoy, dudo que cualquier otro
escudero me hubiera ayudado tanto. Hasta podría asegurar que
uno o dos de mis Trabajos llegaron a su feliz ténnino gracias
a su discreta y oportuna actuación.
El vizconde, con la cabeza gacha, oía modestamente los
elogios del héroe. Hércules dijo aun muchas cosas elogiosas de
sus compañeros; luego volvió al tema de la educación.
Emilia lo interrumpió:
-No sigas, Lelé ... Ya conocemos tus ideas sobre el asun-
to. Son casi las tres. Queremos llegar a casa a la hora de la
merienda.
Hércules se calló. Perucho se acercó a estrecharle la mano.
El héroe lo abrazó. Después se acercó el vizconde con la mane-
cita levantada. Hércules lo abrazó dos veces. Después se acercó
Emilia con los dos brazos abiertos. Se colgó a su pescuezo, lo
abrazó y besó furiosamente. Parecía un sabiá picoteando una
naranja.
-¿Por qué no apareces allá en lo de doña Benita un día
de estos, Lelé? Consigue unas vacaciones de heroísmo y vente
a pasarlas con nosotros.
Hércules prometió que tal vez.
[565 ]
MONTEIRO LOBATO

Había llegado la hora. Perucho dió las últimas instruccio-


nes. Después ordenó que el vizconde restregase el pirlimpimpín
en los hocicos de Cerbero, que estaba allí con las cabezas caí-
das, amarrado a un árbol. El vizconde suspiró discretamente
y flié a cumplir la orden. Hércules sonrió, ponderando para sí
"la prudencia de los heroicitos modernos" ...
El vizconde restregó el polvo en los dos hocicos de Cer-
bero, sin que el pobre can se opusiera. Sonó un grueso chas-
quido, como de bordón de guitarra, y Cerbero desapareció ...
-¡ Ahora nosotros! gritó Perucho. ¡Adiós, Hércules, gran
amigo!
- j Adiós, Lelé! gritó Emilia.
-¡Adiós, cenit de la mitología griega! saludó científica-
mente el vizconde.
Hércules respondió con una sola palabra dirigida a todos:
-¡Adiós!. ..
Perucho canto: ¡Uno ... Dos ... TRES!... Sonaron tres
chasquidos al mismo tiempo y los tres compañeros de Hércules
desaparecieron como por encanto.

Medio-y-Medio no estaba presente en la despedida. Para


evitar escenas dolorosas, Hércules 10 había mandado lejos en
busca de la cena. Después que desaparecieron sus amiguitos
modernos, el gran héroe de la Grecia Antigua se quedó sentado
en una piedra, junto a las cenizas de la hoguera del sacrificio.
Sus ojos miraban sin ver.
Poco después el centaurito apareció a 10 lejos con los car-
neros de costumbre.
Volvía alegre como siempre y ansioso por reanudar con
Emilia la programación de sus aventuras en el Benteveo Ama-
rillo. Llegó. Esa vez traía tres cameros vivos.
Hércules le dijo:
-Suéltalos ...
Medio-y-Medio abrió mucho los ojos, pero comprendió en

[566 ]
MONTEIRO LoBATO

seguida qué había pasado. Soltó los carneros y con lágrimas


en los ojos se echó al lado de Hércules. Su cabeza se posó sobre
el regazo del héroe - y Hércules, el antiguo destruidor de cen-
tauros, se puso a acariciar los cabellos de aquel último compa-
ñerito que le quedaba ...

[567 ]
INDICE

Pág.

El León de Nemea . . 5
La Hidra de Lema. . 47
La Corza de los pies de bronce 97
El Jabalí de Erimanto .. .. .. 147
Las Caballerizas de Auglas .. .. .. .. .. .. .. 195
Las Aves del lago Estinialo .. .. .. .. .. .. .. 241
El Toro de Creta.. .. .. .. 283
Los Caballos de Diómedes . . 333
El Cinturón de Hipólita .. .. .. .. 383
Los Bueyes de Gerión .. .. .. .. .. .. .. 431
El Pomo de las Hespérides , 479
Hércules y Cerbero .. .. .. .. .. .. .. .. 525
ESTE
LIBRO SE
TERMINó DE
IMPRIMIR EL DIEZ
DE NOVIEMBRE DE MIL
NOVECIENTOS CUARENTA Y
SEIS EN LOS TALLERES
"E L G R A F 1 C O IMPRESORES",
SAN LUIS No. 3149, BUENOS AIRES.

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