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Alta Gracia. Las comunas de Los Cedros y Santa Ana suscribieron un convenio de trabajo
conjunto con la Municipalidad de Alta Gracia para desarrollar tareas culturales y turísticas.
El primer objetivo es la recuperación del monumento que recuerda a la aviadora Miryam
Stefford, ubicado sobre ruta provincial 5.
Para restaurar el ala que Raúl Baron Biza hizo construir en homenaje a su fallecida esposa, los
municipios solicitarán el respaldo del Gobierno provincial. El monumento se encuentra en
pésimo estado de mantenimiento.
Mario Bonfigli, intendente de Alta Gracia, destacó la importancia de las gestiones tendientes a
lograr la adquisición de las tierras que hoy están en poder de Camino de las Sierras, grupo
concesionario de la ruta.
Por su parte Julio Ocho, asesor municipal, definió como esencial la unificación de criterios y la
voluntad política que manifestaron las localidades para jerarquizar el ingreso al corredor
turístico del área de Paravachasca.
Sobre ruta provincial Nº 5, entre Córdoba y Alta Gracia, en el paraje llamado Los
Cerrillos, se encuentra el mausoleo que fuera mandado a construir por su esposo Raúl Barón
Biza en homenaje a su esposa Myriam Stefford, la primera aviadora que trató de realizar un
viaje uniendo las que en ese entonces eran 14 provincias Argentinas.
Es un monumento funerario de 82 metros de altura, más alto que el Obelisco Porteño y con
15 m. de base. Construido en cemento con forma de ala de avión, donde a seis metros de
profundidad está la cripta en que descansan los restos de la aviadora. Cuenta también con
una escalera en su interior de más de un centenar de peldaños y que termina en la parte más
elevada del mismo, donde el visitante posee acceso a dos ventanas para observar el paisaje
circundante.
Rosa Margarita, Rossi Hoffman, nació en Suiza en 1905, se inició como actriz en el teatro
de Viena para después filmar varias películas para el sello alemán UFA. Para entonces, ya
utilizaba su nombre artístico de Myriam Stefford. Conoció a los 20 años en Viena a Raúl
Barón Biza, nacido en Villa María en 1889, se casaron en 1930 para radicarse en nuestro
país al año siguiente. Por pedido de su esposo ella dejó la actuación pero tomó cursos de
piloto de aviación en la provincia de Bs. As.
Inició su raid por las 14 capitales argentinas saliendo de Bs. As. en el avión “Chingolo I”
y tras dos aterrizajes de emergencia en Santiago del Estero y Jujuy, siguió viaje a San
Juan con otro avión, “Chingolo II”, cuando sufre otro accidente en Marayes, donde
muere junto con su copiloto Luis Fuchs el 26 de agosto de 1931.
Para evocar su memoria, Barón Biza le encarga al ingeniero Fausto Newton la
construcción de un mausoleo. Trabajó un centenar de obreros polacos y fue inaugurado
en 1935.
Detrás del monumento se encontraba el motor del avión y un bronce con un pequeño poema
escrito por la aviadora.
Debajo de un olivo cercado torpemente con un alambrado y por su propia voluntad sin
ninguna identificación, está enterrado Barón Biza, ya que consideraba que solamente ella era
importante y merecedora de recuerdo. Las tierras circundantes eran de su propiedad y esa es la
razón de erigir en dicho lugar el monumento.
Hasta hace poco tiempo había olivares a su alrededor, pero casi todos han sido quitados por lo
que sólo pueden verse unos escasos ejemplares. En la actualidad se encuentra en estado de gran
abandono, la puerta de ingreso está cerrada con candado por lo que no se puede acceder a su
interior. Las placas alusivas y el motor del avión en que perdió la vida fueron retirados para
mayor seguridad.
Se observa que la puerta fue abierta y la tumba violada, presuntamente en busca de las joyas
que de acuerdo a antiguas versiones habrían sido depositadas debajo del sarcófago. Hasta hace
más de 10 años quizás 15, había actividad comercial a su alrededor, hasta que el mausoleo fue
cerrado con candado. Tampoco se encuentra la placa de mármol negro con la leyenda:
"Maldito sea el violador de esta Tumba", que antecede a la enorme tapa del mismo color
que cubría el cajón.
Desde muchos kilómetros antes, los automovilistas que recorren la ruta que une Alta Gracia
con Córdoba sienten una especie de respetuosa curiosidad ante esa raya vertical de granito y
mármol. Preñada de extrañas sugerencias, y simulando ser la gigantesca ala de un avión,
señala el sitio en donde la pasión de un hombre hizo construir un fastuoso sepulcro para
la mujer que más amó en su vida.
Es el monumento que Raúl Barón Biza hizo, levantar, en los campos de una estancia que
fue de su propiedad, a la memoria de su esposa, Myriam Stefford, una hermosa austríaca
de 25 años que halló su muerte en Marayes, provincia de San Juan, el 26 de agosto de
1931, cuando su pequeño avión, "Chingolo II" se precipitó a tierra en momentos en que
llevaba a cabo su raid denominado: “14 Provincias”.
Pero Barón Biza no se limitó a testímoniar su amor por la esposa muerta, haciendo construir
ese monumento, (que tiene ochenta y dos metros de altura y, una escalera caracol en su
interior, con doscientos treinta y siete escalones que llegan hasta la "punta del ala").
La Parte considerada “básica" del monumento no es otra cosa que una enorme cripta
abovedada. Hay que descender unos treinta escalones por unos oscuros pasadizos para
poder llegar hasta el sepulcro donde descansan los restos de Myriam Stefford. Allí no hay,
luz eléctrica ni linternas. Un anciano que durante años montaba guardia en el lugar, facilitaba
la curiosidad del viajero entregándole un precario farol a querosene.
Una leyenda sobre el granito, estampada por el propio Barón Biza, advierte:
"Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta
las águilas".
Otra leyenda, sobre la misma losa que cubre los restos de la aviadora, produce un escalofrío:
Nadie lo sabe, pero lo cierto es que en abril de 1975, un grupo de expertos, con el auxilio de
modernos equipos electrónicos, detectaron la presencia de ciertos dispositivos bajo el
sepulcro..
¿Qué tiene de extraño que un personaje como Barón Biza haya enterrado las joyas de su
mujer junto a sus restos, colocando explosivos?
Ese hecho, ese detalle, tal vez marque algo del perfil de ese hombre, odiado, querido,
despreciado, estimado, que se había iniciado en el radicalismo y que, sin embargo, en 1930 fue
revolucionario. Barón Biza sufrió la cárcel, y hasta el exilio. Se batió a duelo en varias
ocasiones y en la década del ‘40 sus libros: "El derecho a matar", "Punto Final" y “Alma y
Carne”, le valieron las más severas críticas, una admonición de la Iglesia y el título de
"amante de la pornografía" o "discípulo de Vargas Vila".
En 1935 contrajo matrimonio con Clotilde Sabattini, hecho que marcó la ruptura de una
amistad personal que había mantenido con el padre, el prestigioso médico y dirigente radical
Amadeo Sabattiní.
De este matrimonio nacieron tres hijos: Carlos, Jorge y María Cristina. El 29 de octubre de
1950 se produjo un gravísimo incidente en la casa del doctor Amadeo Sabattini, en Villa
María, en el que resultó herido de bala Alberto, hermano de Clotilde, y el propio Barón
Biza, quien luego de permanecer un tiempo en el hospital, fue llevado a la cárcel de
Encausados.
Se llegó así a mediados de agosto de 1964, cuando Barón Biza protagonizó un hecho de
ribetes, trágicos atentando contra quien había sido su segunda esposa. Citó a la ex esposa
a su departamento, y ella acudió a la cita acompañada por sus dos abogados para
finalizar los trámites de su divorcio. Barón Biza, solícito, preguntó a los visitantes si
deseaban beber whisky antes de entrar en detalles. La respuesta fue afirmativa. Sirvió el
primer vaso para uno de los abogados; entregó otro, al segundo; y luego se acercó con un
vaso lleno a su esposa, arrojándole el contenido sorpresivamente, al rostro. Pero no era
whisky: era ácido muriático. La mujer lanzó un grito desgarrante y se llevó las manos
desesperadamente a la cara.
Él emprendió una alocada carrera mientras los abogados hacían trasladar a la desdichada mujer
al Instituto del Quemado, desde donde fue derivada a una clínica particular. Fue sometida, con
el tiempo, a muchas intervenciones quirúrgicas pero no pudo reparar el daño producido por
el ácido.
Las crónicas de la época señalaban que su cadáver fue conducido a la morgue judicial, de
donde no fue reclamado, motivo por el cual se le dio sepultura en el cementerio de la
Chacarita. Sin embargo, no fue así.
El mismo anciano que guía a los visitantes del mausoleo, cuyo abandono llama la atención, se
encargó de suministrar la última sorpresa respecto de este personaje que acaparó tantas
leyendas.
En los que fueran jardines del monumento, se levantó un monolito que lleva empotrado el
motor del "Chingolo II”. Un poco más allá, en terreno abierto, llama la atención la
presencia de un viejo olivo rodeado por un grosero alambrado.
-El alambre no está por el olivo -responde el anciano-; protege el lugar donde está
enterrado Barón Biza.
Distintas consultas en Alta Gracia y en la ciudad de Córdoba confirman que Barón Biza
jamás estuvo enterrado en la Chacarita y, que, silenciosamente, sus restos fueron
sepultados debajo de ese olivo, a metros de los de Myriam Stefford. Con su primera
esposa comparte la tierra; con la segunda, ese sino trágico.
¿Mito o realidad?
Después de accidente, desolado, Raúl Barón Biza quiso honrar la muerte de su amada
esposa.
El estanciero mandó a construir en los mismos campos que servían de pista de aterrizaje del
“Chingolo I” un monumento de granito con el motor del “Chingolo II” incrustado en su parte
superior. Pero juzgó que eso no era suficiente.
Cuatros años después del accidente, encargó al Ingeniero Fausto Newton construir un
mausoleo extraño y audaz por su envergadura. En ese entonces se estaba levantando el
Obelisco y el millonario decidió que el suyo sería más imponente y fastuoso.
Lo más novelesco e inquietante no quedó a la vista del público, sino resguardado en las
entrañas mismas del coloso. La construcción tiene 15 m. de cimientos; primero se hicieron
seis; y allí fue empotrado el cofre con las joyas de la aviadora dentro de las cuales estaría
su famoso diamante de 45 quilates, denominado, “La Cruz de Sur”; luego se levantó el
resto, de modo que el tesoro fuera inexpugnable. Barón Biza colocó las joyas, valuadas en un
millón y medio de pesos, cuando el Dólar costaba veinte centavos, en un tubo de vidrio y las
envolvió en un pergamino con un breve texto en cursiva:
Lamentablemente, ya no quedan personas vivas que hayan sido testigos de este fúnebre y
doloroso episodio, pero eso es lo que dice la historia o algunos textos diferentes que llegan a
mí sin saber su exacta procedencia y de los cuales transcribo algunas partes.
Por causa de esta leyenda, es que el mausoleo ha sido víctima de cientos de violaciones por
parte de los inescrupulosos saqueadores de tesoros, se que hace unos años atrás, cuando aún no
estaba cerrado a los visitantes. Hubo personas que acudieron al lugar con sofisticados
detectores de metales y montones de ingenuos, que pensaban que rompiendo un poco el piso y
las paredes se iban a hacer del tan preciado botín. Barón Biza tomo buenos recaudos para
que eso no llegara a suceder.
Lo cierto es que para saber si debajo de ese imponente monumento hay algo, van a tener que
derribarlo y excavar nueve metros de hormigón y cortar varias toneladas de hierro.