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ENTRE LA RETÓRICA DE LA PARTICIPACIÓN Y LA PRÁCTICA DEL

SILENCIAMIENTO
La criminalización de la protesta en el Ecuador

Juan Pablo Aguilar Andrade1

… el nuevo delegado que ahora hace las veces del duque,


sea por culpa de su nueva situación y del deslumbramiento
que ella le da, sea porque cree que el público
es un caballo al que el gobernante que le monta …
debe hacerle sentir con premura la espuela,
para que se entere de que puede montarle;
sea que la tiranía esté en la esencia del poder … no sé nada de ello …
lo cierto es que el nuevo gobernador ha ido a desenterrar contra mí
todas nuestras viejas leyes penales, que, como armaduras
deslustradas, yacían colgadas tan largo tiempo en la pared …
Para hacerse un nombre juraré que me aplica esas leyes
caídas en letargo … De seguro que es por hacerse un nombre.

William Shakespeare, Medida por medida, acto I, escena II

LA REPRESIÓN EN EL “ESTADO PARTICIPATIVO”

El primer artículo de la Constitución de Montecristi establece que la


soberanía radica en el pueblo, quien la ejerce por medio de los órganos del
poder público y de las formas de participación directa constitucionalmente
establecidas. Esto, unido a la forma en que el texto Constitucional regula
esas formas de participación directa, ha llevado a autores como Juan Pablo
Morales (2008: 161) a hablar de un salto cualitativo en materia de
participación, pues gracias a los mandatos de la norma suprema se abriría
“la posibilidad de que las personas, en forma individual o colectiva, se
involucren activamente en la toma de decisiones, planificación y gestión de
los asuntos públicos”.

He manifestado en ocasiones anteriores (AGUILAR, 2009, 2010-1 y 2010-2)


que muchas de las supuestas novedades en realidad no son tales, pues
existían ya en anteriores textos constitucionales, y que lo que se ha
producido más bien es una lamentable reducción de lo público a lo estatal,
que lleva a la pretensión de cooptar la participación e institucionalizarla por
medio de una nueva función del Estado, la de Transparencia y Control
Social.

Esto, sin embargo, poco importaría y no pasaría de ser una nueva ilusión
incumplida, si no viniera acompañado por lo que cada vez con más
intensidad y frecuencia se va presentando como una forma cotidiana de
ejercicio del poder: la utilización de las leyes penales para controlar y
desactivar la actuación de quienes no comparten el punto de vista del titular
del Ejecutivo.

No hay todavía un estudio detallado del tema ni un análisis de casos y


expedientes, pero entra cada vez más en el ámbito de lo normal conocer,
por medio de la prensa, que movilizaciones o conflictos sociales han sido
1
Abogado. Profesor de la Facultad de Jurisprudencia de la Pontificia Universidad
Católica del Ecuador.

1
enfrentadas por el gobierno encarcelando a los involucrados o montando
procesos judiciales en los que la acusación se centra en los que el Código
Penal califica como delitos de sabotaje y terrorismo (artículos 156-166).

El 26 de noviembre de 2007 habitantes de Dayuma, en la provincia de


Orellana, obstaculizaron la vía hacia el pozo Auca de Petroproducción para
protestar por los que consideraban incumplimientos del Gobierno nacional a
un acuerdo firmado dos años antes. Rafael Correa respondió declarando el
estado de emergencia (Decreto Ejecutivo 770, Registro Oficial 231 de 13 de
diciembre de 2007) y disponiendo, en abierta violación al artículo 24
número 11 de la Constitución entonces vigente, que de haber infracciones
tipificadas por la Ley de Seguridad Nacional, se las juzgue conforme el
Código Penal Militar, sin reconocer fuero alguno (artículo 5).

El 30 de noviembre las fuerzas especiales del Ejército, rompiendo puertas y


ventanas, irrumpieron en varios domicilios y detuvieron a veinticinco
personas, entre las que se encontraba la Prefecta de la provincia,
Guadalupe Llori, bajo la acusación de terrorismo organizado (CEDHU: 2007:
11).

Los encauzados pudieron salir en libertad como consecuencia de la amnistía


declarada por la Asamblea Constituyente en marzo de 2008 (segundo
suplemento del Registro Oficial 343 de 22 de mayo de 2008), pero en el
caso de la Prefecta Llori una serie de maniobras legales y una acusación de
peculado, que al final se estableció como infundada, la mantuvieron en
prisión hasta septiembre de 2008 (EL UNIVERSO, 23 de septiembre de
2008).

Aunque el caso Dayuma fue presentado como especial pues, según el


entonces Ministro de Gobierno Fernando Bustamante, la extrema violencia y
la provocación de sectores interesados en producir el caos justificaba la
actuación gubernamental (DÁVALOS), el recurso al Código Penal y la
acusación de sabotaje y terrorismo se han convertido en una constante
respuesta de las autoridades ante la protesta ciudadana.

Quienes se oponen a la explotación minera saben ya, por ejemplo, que un


juicio por sabotaje y terrorismo puede ser la consecuencia de cualquier
movilización. Los casos no son pocos y una buena muestra puede verse en
la carta que la Federación Internacional y la Comisión Ecuménica de
Derechos Humanos dirigieron en febrero de 2009 al Grupo de Trabajo de la
ONU sobre detenciones arbitrarias (FIDHU/CEDHU: 2009): órdenes de prisión
en Morona Santiago y Azuay y procesos en curso en esas provincias, en
Pichincha e Imbabura, muestran que no nos encontramos frente a casos
aislados sino ante una clara y consistente política de gobierno para
sancionar penalmente la protesta y, aunque en uno de los procesos se ha
obtenido una sentencia absolutoria de primera instancia, en otro el
resultado ha sido la condena de los enjuiciados.

A esto deben sumarse los procesos penales contra varios dirigentes del
Confederación de Nacionalidades Indígenas, la acusación contra los
supuestos participantes en los disturbios en La Concordia y la prolongada
prisión de Marcelo Rivera; en estos casos, actos con diversos niveles de
violencia se convirtieron, por obra de los fiscales, en ejemplos de terrorismo.
En el caso de Marcelo Rivera, su abogado defensor ha presentado una queja

2
por la presencia en la audiencia de formulación de cargos del Subsecretario
Coordinador de la Política y de funcionarios del Ministerio de Gobierno, así
como por la entrevista del primero de los mencionados con el fiscal y la
jueza.

LA HERENCIA DE LA JUNTA MILITAR

Los delitos de sabotaje y terrorismo existen en el Ecuador por obra y gracia


de la Junta Militar de los años sesenta y responden, indudablemente, a la
doctrina de la seguridad nacional. El hecho de que se los haya ubicado en el
Código Penal entre los delitos contra la seguridad del Estado, es una buena
muestra de ello.

El Código Penal vigente al empezar la década de los sesenta (suplemento


del Registro Oficial 1202 de 20 de agosto de 1960) sancionaba la
obstaculización de las vías o los daños instalaciones de servicios públicos,
pero lo hacían con la debida proporcionalidad, con prisión de un máximo de
cuatro días, considerando que se trataba de simples contravenciones.

El 17 de marzo de 1965, la Junta Militar de Gobierno promulgó, en el


Registro Oficial 459, sin considerandos ni exposición de motivos, varias
reformas al Código Penal, entre las que se incluía la incorporación de un
capítulo denominado “De los Delitos de Sabotaje y Terrorismo”. Entre estos
delitos se encontraban la paralización de servicios de salud (prisión de uno a
cinco años); la destrucción, deterioro, inutilización, interrupción o
paralización de servicios públicos (reclusión de ocho a doce años); el afectar
la recolección, producción, transporte, almacenaje o distribución de
materias primas (prisión de uno a tres años); la agresión terrorista contra
funcionarios públicos o sus propiedades (tres a seis años de reclusión) y la
amenaza terrorista (prisión de tres meses a un año), sin que se defina el
alcance del término “terrorista”.

Irónico resulta que entre los delitos adicionales a los de sabotaje y


terrorismo la Junta Militar haya incluido, sancionándolo con reclusión de
cuatro a ocho años, el alzamiento contra el gobierno para desconocer la
Constitución, deponer al Gobierno o disolver el Congreso, cosa que
precisamente habían hecho los autores de la norma y.

En la codificación promulgada durante la última dictadura de Velasco Ibarra


(suplemento del Registro Oficial 147 de 22 de enero de 1971), que es la hoy
vigente, el Código Penal incorporó el capítulo de los delitos de sabotaje y
terrorismo con los textos aprobados por la Junta Militar. El incremento de
penas establecido al final de la última dictadura de las Fuerzas Armadas
(Registro Oficial 621 de 4 de julio de 1978) fue dejado sin efecto no bien
reinstaurado el orden democrático (Registro Oficial 36 de 1 de octubre de
1979); los tipos penales de sabotaje y terrorismo, sin embargo, se
mantuvieron incólumes y el texto dictatorial de los sesenta sigue siendo ley
de la República.

LA PROTESTA COMO DELITO

En los delitos de sabotaje y terrorismo importa menos el tipo penal en sí,


que la lógica que está detrás de él. Esto porque sin duda hay expresiones
de violencia que merecen una sanción, pero esta última no debe pensarse a

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partir de la idea de castigar la disidencia, ni del supuesto de la intocabilidad
de un poder dispuesto a vengarse de cualquiera que lo cuestione.

Cabe preguntarse si la quema de llantas en la vía pública, acto típico de


cualquier protesta estudiantil, merece la pena de uno a tres años de prisión
prevista por el artículo 129 del Código Penal, cuando el ejercicio arbitrario
del poder para privar de la libertad a una persona se sanciona con seis
meses a dos años (artículo 180) y la pena no sobrepasa los seis meses
cuando se atenta contra libertades o derechos constitucionales (artículo
213). A juzgar por las sanciones previstas, colocar obstáculos en la vía
pública es para el Código Penal tan grave como agredir e incapacitar
permanentemente a una persona para el trabajo (artículo 466) o el
abandono de un niño que termina con la mutilación o la muerte de éste
(artículos 476 y 477).

Todo lo dicho si no se sostiene que lo que ha ocurrido en realidad es una


interrupción del servicio público de transporte, pues en ese caso el acusado
termina enfrentando la pena del artículo 158 del Código Penal (de ocho a
doce años de reclusión mayor ordinaria), igual que si fuera culpable de
peculado (artículo 257) o de homicidio simple (artículo 449).

La falta de proporcionalidad de las penas establecidas para los llamados


delitos de sabotaje y terrorismo salta a la vista y solo se explica por su
verdadero propósito: asignar a la protesta consecuencias tales que
desalienten el disenso e impongan la obediencia. No se trata tan solo de
penalizar el uso de la violencia o la afectación a las personas, ni se piensa
en que la reparación de los daños puede ser una alternativa más adecuada;
lo que se pretende, únicamente, es sumisión, acatamiento y castigo a la
disidencia.

Impedir la “aplicación de restricciones desproporcionadas que puedan ser


utilizadas para inhibir o reprimir expresiones críticas o disidentes” es,
precisamente, la recomendación que en relación con este tema hizo, en su
informe de 2009, la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, 2010: 451-452).
Esto porque, según el mismo informe, en países como los nuestros “la
protesta pública puede convertirse en el único medio que realmente
permite que sectores tradicionalmente discriminados o marginados del
debate público puedan lograr que su punto de vista resulte escuchado y
valorado” (CIDH, 2010: 451).

En el caso del Ecuador, un estudio de Tatiana Larrea (2007) muestra que la


participación es percibida por los ecuatorianos como una de las facultades
que tienen en el sistema democrático. “Sin embargo, la participación se
limita al reclamo. Las experiencias que conocen son las manifestaciones, las
movilizaciones, las huelgas, las protestas y los derrocamientos
presidenciales … Otro tipo de participación que no sea la denunciante es
desconocida” (LARREA, 2007: 71).

Desde el retorno a la democracia no han faltado casos en que los delitos de


sabotaje y terrorismo han sido invocados, tanto por funcionarios públicos
como por empresarios privados; lo novedoso de la situación actual está en
el hecho de haber convertido esa invocación en instrumento de gobierno y

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transformado el enjuiciamiento penal en respuesta común e incluso única
del Estado ante las manifestaciones de descontento.

Rafael Correa, que dio nueva vida al olvidado artículo 230 del Código Penal
(ofender con amenazas, amagos o injurias al Presidente de la República), ha
resucitado también el espíritu con que fueron concebidos los delitos de
sabotaje y terrorismo en la época de oro de la seguridad nacional.

No solo eso: el titular del Ejecutivo considera necesario perfeccionar el


instrumento heredado de la dictadura. No otra cosa puede pensarse si se
revisa el proyecto de reformas al Código Penal recientemente presentado
ante la Asamblea Nacional (oficio DPR-O-10-81 de 9 de julio de 2010,
ingresado el 16 de los mismos mes y año), cuyo artículo 3 pretende
incrementar la pena por interrupción del tránsito, que de uno a tres años
pasaría a un mínimo de dos y un máximo de tres años, equiparándose así
con la tortura (artículo 204) y el abigeato (artículo 555).

Sin duda, la teoría jurídica permite sostener la inaplicabilidad de los delitos


a los que vengo haciendo referencia. Sin embargo, la ponderación entre, por
ejemplo, el derecho al libre tránsito y el derecho a la libre expresión, no
puede tener más que eficacia puntual, y eso si nos encontramos frente a
jueces receptivos; el problema de fondo tiene que ver, no con argumentos
jurídicos convincentes y bien construidos, sino con decisiones políticas. “La
imposición de una pena, nos recuerda Jacques Verguès, no es una cuestión
de principios sino de conveniencia política” (2009: 88).

PARA TERMINAR, EL PRINCIPIO

La política de criminalización de la protesta no responde a un sorpresivo


cambio de rumbo del gobierno; es, más bien, el resultado de un proceso de
silencios complacientes e inédita indulgencia que, por esas paradojas de la
historia, dio su primer paso importante, me parece, el 10 de diciembre de
2007, día de los derechos humanos.

En esa fecha, la Constituyente de Montecristi conoció los hechos de


Dayuma, a los que se hizo referencia anteriormente, y resolvió que el pleno
de la Asamblea no era el espacio para tratarlos. Los procesos judiciales
deben seguir adelante porque solo por medio de ellos se puede saber quién
es culpable y quién inocente, sostuvo María Paula Romo, mientras Pedro de
la Cruz afirmó que la Asamblea debía dedicarse a resolver los problemas
estructurales y no temas puntuales. María Molina recogió, pintándolo de
otro color, el viejo argumento de la derecha: hay que cuidarse de la
manipulación del tema de los derechos humanos; y Trajano Andrade negó a
“quienes antes violaron los derechos humanos” la posibilidad de reclamar al
gobierno. Gabriel Rivera hizo un llamado a cerrar filas alrededor del
Presidente: “que a nadie le quepa la menor duda del férreo e irrenunciable
apoyo de estos asambleístas del Movimiento País hacia nuestro Presidente,
porque es el buque insignia de la revolución ciudadana” (ASAMBLEA
NACIONAL CONSTITUYENTE, 2007).

En “El Juicio de Núremberg”, la película de Stanley Kramer, Abby Mann, el


guionista, nos presenta el diálogo final entre Ernst Janning (Burt Lancaster),
el juez alemán condenado a cadena perpetua, y Dan Haywood (Spencer
Tracy) el juez norteamericano que lo condenó.

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Créame, dice Janning, nunca me imaginé que podía llegarse a tanto abuso.

La primera vez que usted condenó a un inocente sabiendo que lo era, le


contesta Haywood, ya llegó a eso.

En el Ecuador llegamos a la criminalización de la protesta, a las


persecuciones, procesos penales y sentencias de las que estamos siendo
testigos, y a las que vendrán en el futuro, el 10 de diciembre de 2007,
cuando un grupo de asambleístas prefirió no ver los atropellos contra los
que siempre había reclamado y sacrificó los derechos de las personas en el
altar de las conveniencias políticas.

Quito, agosto de 2010

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Aguilar Andrade Juan Pablo, 2009, “La cuarta función del Estado. Análisis de
una ficción”, en VV.AA., La Nueva Constitución del Ecuador. Estado,
derechos e instituciones, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar –
Corporación de Estudios y Publicaciones.

Aguilar Andrade Juan Pablo, 2010-1, “La participación institucionalizada”, en


Aportes Andinos, Revista Electrónica del Programa Andino de Derechos
Humanos, número 26, www.uasb.edu.ec/padh_contenido.php?
pagpath=1&swpath=infb&cd_centro=5&ug=ig&cd=2647.

Aguilar Andrade Juan Pablo, 2010-2, “Derechos de participación y derecho a


participar”, en VV.AA., ¿Estado Constitucional de Derechos. Informe sobre
derechos humanos. Ecuador 2009, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar,
Ediciones Abya-Yala, pp. 223-235.

Asamblea Nacional Constituyente, Acta 007, 10 de diciembre de 2007.

CEDHU, 2007, “Dayuma: criminalización de la protesta social”, en Derechos


del Pueblo, Quito, número 162, p. 11.

CIDH, 2010, Informe Anual de la Comisión Interamericana de Derechos


Humanos 2009. Informe de la Relatoría Especial para la Libertad de
Expresión, en http://www.cidh.org/pdf%20files/RELEAnual%202009.pdf.

Dávalos Pablo, “Dayuma en el corazón”, en


http://icci.nativeweb.org/dayuma%20en%20el%20corazon.htm.

FIDHU/CEDHU, 2009, “Carta al Grupo de Trabajo de la ONU sobre


detenciones arbitrarias”, 19 de febrero, en http://cedhu.org/index.php?
option=com_content&task=view&id=584&Itemid=58.

Larrea Tatiana, 2007, ¿En qué pensamos los ecuatorianos al hablar de democracia?,
Quito, Corporación Participación Ciudadana.

Morales Viteri Juan Pablo, 2008, “Los nuevos horizontes de la participación”,


en VV.AA., Constitución del 2008 en el contexto andino, Quito, Ministerio de
Justicia y Derechos Humanos.

6
Verguès Jacques, 2009, Estrategia judicial en los procesos políticos,
Barcelona, Anagrama.

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