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La meditación
Existen numerosas modalidades para meditar y cada una de ellas se adapta mejor a cada
tipo de persona. Por lo tanto la búsqueda de un método de meditación debe ser libre y
desprejuiciada. Hay quienes prefieren la meditación en quietud y silencio y hay quienes la
prefieren activa y con música. Hay quienes deciden meditar en solitario y quienes lo hacen
en grupo. Están los que buscan sumergirse en el vacío y los que trascienden a través del
júbilo y la celebración. Cuando comprendemos la esencia de la práctica meditativa en sí
misma, que es abrirnos a la fusión absoluta en la consciencia de unidad, las formas pierden
importancia y lo verdaderamente relevante es descubrir en qué ámbito meditativo fluimos
con más facilidad.
En el imaginario colectivo, la meditación sigue estando asociada, en menor o mayor
grado, a prácticas complejas orientadas hacia objetivos esotéricos o supramundanos. En
general, solemos creer que la meditación nos llevará a realidades “superiores”, a estados de
consciencia sobrenaturales o a la percepción de fenómenos extraordinarios; cuando no al
desarrollo de “poderes paranormales”. Nuestra concepción de meditación dista muchísimo
de estas expectativas fantaseadas. Consideramos que la meditación debe ser sacada del
ámbito de lo oculto, de lo misterioso y puesta donde le corresponde y donde más útil
resulta: la vida cotidiana.
El milagro de lo cotidiano
La meditación y el ego
La auténtica meditación consiste en una entrega absoluta al Misterio del Eterno Presente,
al Milagro del Instante. Es un rendirse ante el hecho de que podremos hacer lo imposible
para preservar todo lo que tenemos (contratando todos los seguros -físicos, psicológicos o
“espirituales”- que el mercado nos quiere vender), pero en última instancia, nuestro corazón
puede dejar de latir en este instante y todo nuestro mundo desaparecerá en el acto. En la
auténtica meditación, la contemplación de esta realidad es absoluta, sin escapatorias,
evasiones ni consuelos, y produce, paradójicamente, una exquisita experiencia de entrega,
abandono y descanso. Dado que hagamos lo que hagamos sólo el Misterio puede
sostenernos, entonces nos entregamos y descansamos en Él-Ella. ¿Existe acaso otra opción?
Meditar consiste en descansar en la misma dimensión de la que hemos huido toda la vida:
la profundidad abismal del momento presente. Esto es lo que denomino la Magia del
Instante.
¿Qué ocurre entonces con el ego durante la meditación? Simplemente que la vive como a
una muerte, una desaparición, un abismo infinito. Él ha sido entrenado durante decenas de
milenios para vigilar y sobrevivir, y de pronto le decimos que se relaje, se entregue, se rinda.
“¿De qué me están hablando? Yo no fui creado para esto”, responde el ego.
En muchas tradiciones el ego es definido y, lo que es peor aún, tratado como el enemigo
de la meditación, el enemigo del camino espiritual. ¿Es justo esto?. ¿Es justo entrenar a un
soldado para que sea el vigía de la vida y luego condenarlo porque no puede dormir
durante la noche?. ¿Es justo condenar a una cebra que no puede descansar más de diez
minutos seguidos pues vive rodeada de leones?. Los caballos no tienen ego, y sin embargo
suelen dormir de pie, pues así pueden huir más rápido si aparece un peligro. Es decir que el
ego no es esa calamidad exclusivamente humana que nos encanta condenar y sobre la cual
proyectamos todos nuestros problemas. En cierta forma, está presente en toda forma de
vida. Cuando decimos que por culpa del ego el hombre es el único animal que desperdicia
su juventud trabajando y ahorrando para su vejez, nos olvidamos de la labor incesante de
las hormigas, los horneros, las ardillas, los osos polares o los castores, que juntan alimentos o
almacenan grasas en verano para prepararse para el invierno. La vida tiende, siempre
infructuosamente, a perpetuarse. El ego humano es sólo una manifestación muy sofisticada
de este impulso vital básico y universal. Rechazar esta fuerza de vida no nos llevará nunca a
la paz de la meditación.
“Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa.
La paciencia todo lo alcanza.
Dios no se muda.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Sólo Dios basta”.
Cuando el ego se asume como función de un Ser original infinitamente más vasto y sabio
y comienza a escucharlo, puede aprender a entrar y salir de estos dos mundos, a fin de
funcionar operativa y efectivamente en la existencia cotidiana y poder descansar en la
consciencia trascendente. Recién en el despertar del chakra coronario, se hace comprensible
la dimensión de la confianza básica que anticipábamos en el chakra raíz. Ambos polos se
reúnen.
Esto es imposible de lograr cuando una parte del ego (disfrazada de sabiduría espiritual)
se enfrenta al resto del ego y lo trata como a un enemigo. El Ser nunca se opone al ego.
Toda lucha interna es siempre entre partes disociadas del ego mismo. La meditación es la
fusión del ego con el Ser original, y esto sólo se logra mediante la comprensión y el amor.
Pero ¿qué precisamos comprender para alcanzar esta armonía?: los condicionamientos
filogenéticos (de la especie) y ontogenéticos (relativos al ser individual) del ego, sus
disfunciones, sus memorias traumáticas que le impiden relajarse y entregarse. Para ello es
necesaria la terapia, no las condenas.
Es preciso decirlo con toda claridad: así como la terapia no lleva a la iluminación, la
meditación no sana la neurosis. Es más, usada por un ego neurótico (y sólo en este caso)
puede convertirse en otra forma de disociación, de evasión de la realidad y por lo tanto
empeorar la enfermedad. Son necesarios ambos métodos. Sin esta comprensión, para
muchas personas la meditación es sólo una fantasía, una evasión, no una auténtica práctica
transformadora. Por ello es imprescindible el estudio del ego, pues sólo así podremos
sanarlo. No se puede sanar lo que no se conoce. No se puede conocer lo que no se ama.
Sin embargo, antes de internarnos en el estudio del ego, sus disfunciones, su patología y
su sombra, como síntesis de este capítulo, es fundamental que mantengamos siempre
presente todo lo que hemos expuesto acerca del Núcleo Primordial, pues esta memoria será
nuestro faro para orientarnos en nuestra tarea como terapeutas, coaches, counselors o
docentes.
El Núcleo Primordial encarna, como una verdadera memoria molecular, la información
cósmica que es nuestra mucho antes de que las experiencias traumáticas filogenéticas e
infantiles nos lleven a disociar nuestras capacidades básicas.
Esta memoria ancestral es nuestra conexión inmediata con el Universo, con la libertad,
con la trascendencia de todo límite circunstancial. Mantener viva la memoria de lo que
fuimos (y seguimos siendo) antes de que apareciera la patología, ilumina nuestro camino de
regreso a la Fuente, sobre todo en los momentos de mayor oscuridad y confusión. Cuando
digo antes, no lo hago en términos históricos. No se trata de que el Núcleo Primordial deje
de existir tras el desarrollo de lo patológico. Siempre está presente, esperando su
oportunidad para emerger ante cada chispazo de memoria. La luz está siempre ahí, sólo es
preciso abrir las ventanas para que entre.
El Núcleo Primordial es nuestra ancla, nuestro cable a tierra, nuestro faro y el viento que
nos posibilita el vuelo, todo al unísono. Sólo en la plena consciencia de este Núcleo
trascendente podemos asentarnos para dar el salto hacia la libertad, sobre todo cuando a
nuestro alrededor todo parece decir que no es posible, que no hay salida, que no tenemos
esperanzas.
Precisamente en los momentos de mayor oscuridad, es preciso recordar que el Núcleo
Primordial es un océano en el que no es preciso esforzarnos para mantenernos a flote (como
hace el ego) sino en el que podemos entregarnos a la profundidad (como hace el alma). Es
una puerta que después de haber empujado por mucho tiempo, descubrimos que se abría
hacia adentro.
Como trabajadores del desarrollo humano, es fundamental e indispensable que hayamos
alcanzado al menos a atisbar esta presencia universal y sagrada en nuestro propio interior, en
la Magia del Instante. Sólo desde esta propia experiencia podremos encontrar las fuerzas y la
confianza necesarias para internarnos en las dimensiones sombrías de la existencia junto a
nuestros consultantes, coachees o pacientes.
Atravesar la sombra no es una tarea que pueda hacerse desde un concepto teórico o
desde una creencia. Cuando el Ser llega a estas dimensiones sólo se sostiene en la experiencia
auténticamente vivida. Únicamente quien ha echado raíces en la vivencia directa de lo
sagrado en sí mismo, puede sostenerse y acompañar a otros en el viaje a las tinieblas.
Nuestra propia y personal experiencia del Núcleo Primordial, es decir del Flujo Universal,
latiendo en nuestros corazones, construye nuestra confianza, nuestra fe como terapeutas.
Mantengamos esto en mente al internarnos en la exploración del ego y sus
perturbaciones, y sobre todo, en nuestra práctica cotidiana.