es una cosa de niños, adolescentes y disfraces rocambolescos que se ha extendido en muchos países al calor de campañas de modas y a imitación, como tantas veces, de lo que viene de los Estados Unidos. Pero Halloween es mucho más y su simbolismo profundo nos afecta y toca a todos. Es la noche de los espíritus y de los antepasados, el cruce entre lo conocido y lo desconocido: celebración de fantasmas, duendes y seres misteriosos.
Los orígenes de la Fiesta de Halloween se
pierden en la noche de los tiempos y con seguridad fue celebrada en toda Europa desde hace milenios. “Hallow” significa santo o veneración. Es una fiesta de origen celta, pagana, como tantas otras vinculada a las estaciones del año; el momento en el que las confederaciones de grandes Druidas se reunían en un gran festival para intercambiar conocimientos y para trasmitir las tradiciones al pueblo. Halloween señala el comienzo de la época más oscura del calendario, el fin la recogida de las cosechas, cuando la naturaleza muere y descansa. Es el tiempo para escuchar viejas leyendas al calor de los fuegos sagrados; tiempo sin tiempo porque está dedicado a los que se han ido pero que en su esencia de espíritus vivos nos pueden ayudar y guiar.
El cristianismo recogió esta tradición pagana aplicando el mismo criterio
sincrético con el que cristianizó templos y costumbres antiguas. Por esa razón celebramos el 1 de noviembre el Día de Todos los Santos, y el 2 el de Todas las Almas o Fieles Difuntos. En Latinoamérica, el Día de los Muertos es una de la fechas centrales de la cultura mejicana, con su calaveras disfrazadas y sus celebraciones multicolores, allí donde lo tétrico se hace kitsch y comienza a ser divertido, con sus desfiles de muertos, sus banquetes y sus ataudes andantes. Pocas veces el desparpajo del contacto con la muerte es más evidente que en México. El Halloween más reconocible hoy en día es el norteamericano, el de sus grandes urbes, con Nueva York a la cabeza, recorrida por multitudes de seres estrafalarios vestidos con atuendos terroríficos o con evocaciones de personajes del cine o de la música, ya desaparecidos. Es la noche de las brujas, los fantasmas, los hombres lobo, los vampiros, los seres galácticos que ha imaginado la gran pantalla, el regreso que nunca falla de Elvis Presley, Marilyn Monroe, J. F. Kennedy, sin faltar a la cita piratas, mosqueteros y por supuesto los héroes del cómic, con Batman y Superman encabezando la marcha. Para los pequeños, el gran momento es la tarde y noche de la víspera del 31 de octubre, cuando los niños van de casa en casa asustando y gastando bromas a los vecinos con su frase talismán del ¿trick or treat?: ¿un regalo o una broma? Antiguamente se preparaban dulces especiales para recibir a los niños, y de ahí nuestros Huesos de Santo, que son los únicos seres inocentes que los espíritus respetan esa noche. Pero en la noche todos los gatos son pardos, y muchas veces estas bromas, en manos de adolescentes, se convierten en auténticos actos de terror verdadero. Muchas películas contemporáneas están situadas en esta noche mágica y terrible donde todo puede ser posible. Pero lo tradicional es acudir a cualquiera de las numerosas fiestas que se organizan en la Gran Manzana o en otros ciudades, donde el disfraz y la oscuridad permiten libertades que el día nos tiene prohibidos.
Pero hay algo interesante en la extensión y recuperación de Halloween en
el mundo occidental. Nuestro tiempo es simétrico, ordenado por las formas puras de la tecnología, marcado por lo geométrico, por lo digital, por lo plano, por lo claro y lo lumínico de nuestro confort. De los terrores medievales hemos pasado al jolgorio posmoderno. Halloween es el regreso a lo gótico, a lo retorcido, pero también el regreso a la infancia, a lo innominado y desconocido de las largas noches de temores infantiles. Halloween es el sueño de una noche de otoño y su celebración nos permite tocar, aunque sea por una noche, el misterio de lo telúrico, el poder de lo oculto, todo aquello que la modernidad ha relegado e iluminado, cortando nuestro vínculo con el ciclo de la naturaleza y la tierra. Celebrar Halloween es volver a tener miedo, volver a sentirlo, y volver a sentirnos vulnerables, inseguros, frágiles e impredecibles.