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FIGURAS BÍBLICAS
¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!
Salmo 4,7
Melitón de Sardes
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INDICE
PRESENTACIÓN 5
I. LOS ORÍGENES 9
1. Adán y Eva: Esposos y padres primordiales 9
2. Caín y Abel: Los primeros hermanos 21
3. Noé: El nuevo origen 29
II. PATRIARCAS 33
1. Abraham 33
2. Isaac: Figura de Cristo 40
3. Jacob 45
4. José 48
III. EL ÉXODO 51
1. Moisés 51
2. Aarón 62
3. Josué 64
IV. JUECES 67
1. Gedeón 67
2. Sansón 70
3. Samuel 73
V. EL REINO 77
1. Saúl 77
2. David 80
3. Salomón 94
VI. PROFETAS 97
1. Elías y Eliseo 97
2. Amós y Oseas 100
3. Isaías y Miqueas 104
4. Sofonías, Nahum, Habacuc y Jeremías 109
5. Ezequiel 112
6. Ageo, Zacarías, Malaquías, Abdías, Joel y Jonás 115
VII. RENOVADORES A LA VUELTA DEL EXILIO 119
1. Vuelta del exilio 119
2. Esdras y Nehemías 121
3. Daniel 125
XIII. LOS SABIOS DE ISRAEL 127
1. Job 129
2. Tobías 133
IX. FIGURAS FEMENINAS 135
1. María: bendita entre las mujeres 135
2. Mujeres estériles 136
3. Débora, Judit y Ester 138
4. Mujeres de la genealogía de Jesús 141
3
PRESENTACIÓN
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Fiel al concilio, Juan Pablo II escribe en la encíclica Veritatis
splendor:
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el presente, además de ser prefiguración constante del futuro. La Escritu-
ra ilumina el momento presente del pueblo y, por ella, los creyentes pue-
den conocer en cada momento la voluntad de Dios. Así es como escucha
el creyente la Escritura en la liturgia.
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I. LOS ORÍGENES
Las primeras páginas del Génesis nos dicen: «Y creó Dios al hom-
bre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó»
(Gen 1,27). El hombre, en su bipolaridad referencial de varón y mujer, es
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imagen de Dios. "Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza:
llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al
amor. Dios es amor (1Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión
personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamen-
te en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la
vocación del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fun-
damental e innata de todo ser humano" (FC 11).
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b) Adán y Eva
Así como el primer relato parte su explicación del caos que se ob-
serva en el mundo, éste segundo supone, como punto de arranque, un
desierto árido y seco, que Dios irá transformando en jardín encantador,
donde el hombre aparece como dueño y señor. A partir de ahí la descrip-
ción adquiere una fuerza singular. La soledad del hombre produce en
Dios por vez primera la impresión de que algo no estaba bien en su obra
creadora: «No es bueno que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayu-
da adecuada» (2,18).
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para él una compañera, con la que compartir su dignidad de ser y vida.
Por eso, el autor la hace nacer del costado del hombre: ella es de su
misma carne, emparentada con él. Esta expresión no es biológica, sino
antropológica: su significación abarca al hombre entero: «¿no es carne
nuestra?», dirán de José sus hermanos. La consanguinidad -concarnidad-
es expresión de parentesco, familiaridad, comunión. Acaba de brotar una
comunidad más fuerte que ninguna otra, por eso «el hombre abandona
padre y madre y se une a su mujer»; los dos se sienten identificados en
una sola carne y en un solo corazón.
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hace propio, si no participa en él vivamente» (n. 10). La diversidad
sexual, hombre y mujer, es la que hace posible el amor y la unidad. Al ser
la mujer totalmente otra, desigual, exige al hombre -y lo mismo a la mujer-
salir de sí mismo e ir hacia ella hasta hacerse con ella una sola carne en
el amor oblativo de sí mismo en el encuentro sexual. El amor y la unidad
es la finalidad y el fruto de la diversidad. El hombre, cabeza de la mujer,
amándola, ama su propio cuerpo. La mujer, esplendor y gloria del hombre,
se somete y entrega gozosamente al amor del hombre, que se da a ella
en el amor. No se trata de dominio o poder, sino del lenguaje sacramental
del cuerpo, imagen del amor de Dios a su pueblo y de la respuesta en
fidelidad y obediencia del pueblo a la alianza con Dios.
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c) El hombre creado para la fiesta
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tiempo. Dar importancia al tiempo, celebrar el tiempo, lo santo de la crea-
ción, es vivir; no es poseer sino ser; no es someter sino compartir. Pero,
en realidad, sabemos qué hacer con el espacio, pero no con el tiempo.
Ante el tiempo el hombre siente un profundo temor cuando se enfrenta a
él. Por ello, para no enfrentarse al tiempo, el hombre se refugia en las co-
sas del espacio, se afana en poseer cosas, llenar el vacío de su vida con
cosas. ¿Es el afán de poseer un antídoto contra el miedo que crece hasta
ser terror ante la muerte inevitable? La verdad es que para el hombre es
imposible evitar el problema del tiempo, que no se deja dominar con la
posesión de las cosas. Sólo podemos dominar el tiempo con la celebra-
ción del tiempo. Por ello, la Escritura se ocupa más del tiempo que del
espacio. Presta más atención a las generaciones, a los acontecimientos
que a las cosas. Le interesa más la historia que la geografía. Sin que esto
signifique despreciar el espacio y las cosas. Espacio y tiempo están inter-
relacionados. No se puede eludir uno o despreciar el otro. Las cosas son
buenas. Pasar por alto el tiempo o el espacio es estar parcialmente ciego.
La tarea del hombre es conquistar el espacio y santificar el tiempo. Con-
quistar el espacio para santificar el tiempo. En la celebración del sábado
nos es dado participar de la santidad que está encerrada en el corazón
del tiempo.
d) Pecado de Adán
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se vivirá con su carga de "miedo", "vergüenza", "concupiscencia", "divi-
sión" interior y en relación al otro, como "dominio" sobre el otro; con su
carga de dolor y muerte, que es como paga siempre el pecado.
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abrirán los ojos y seréis como dioses". El hombre cree a quien le adula y
desconfía de Dios, a quien considera su rival. El pecado ha transformado
la relación que unía al hombre con Dios. Todo ha cambiado entre el hom-
bre y Dios. Aún antes de que Dios intervenga (Gen 3,23), Adán y Eva,
que antes gozaban de la familiaridad divina (Gen 2,25), "se esconden de
Yahveh Dios entre los árboles" (3,8). La iniciativa fue del hombre; él es el
que ya no quiere nada con Dios, que le tiene que buscar y llamar; la ex-
pulsión del paraíso ratificará esa voluntad del hombre; pero éste compro-
bará entonces que la advertencia no era mentira: lejos de Dios no hay
acceso posible al árbol de la vida (3,22); no hay más que muerte.
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te llevará hacia tu marido y él te dominará" (3,16). En lo sucesivo esta rup-
tura se extenderá a los hijos de Adán (4,8); luego, se establece el reinado
de la violencia y de la ley del más fuerte, que celebra el salvaje canto de
Lamec (4,24).
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Lo mismo que "al principio" Dios conduce la mujer al hombre, así
Dios unirá a su Hijo con la Iglesia, su Esposa, haciendo de ella su cuerpo.
En la plenitud de los tiempos, con la llegada del Mesías, tiene inicio una
nueva creación (2Cor 5,17) con un nuevo progenitor, un nuevo Adán, de
quien el primero no había sido más que tipo o figura (Rm 5,14); Cristo es
el Adán definitivo (1Cor 15,45-47). También Cristo, nuevo Adán, tiene una
esposa, la comunidad cristiana (Ef 5,25-27). En 2Cor 11,3 aparece el pa-
ralelismo entre la Iglesia y Eva. Este simbolismo nupcial, aplicado a la
alianza de Cristo con su Iglesia, llena todo el Nuevo Testamento. El Reino
de Dios se nos describe constantemente bajo la alegoría de las bodas o
como el banquete que prepara el rey por el matrimonio de su hijo. 1
Todo fiel es liberado del pecado por el bautismo, que lo hace re-
montarse más allá del pecador Adán, hasta la filiación divina de Cristo,
que "existe antes de todas las cosas" (Col 1,17). La gracia, que el fiel en-
cuentra en Cristo, es mucho más grande que el mal causado por la falta
de Adán (Rm 5,15-17).
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esta tierra todavía virgen. Teniendo esta imagen ante los ojos, se com-
prende el simbolismo de este texto de Máximo de Turín, obispo del s. V:
Adán nació de una tierra virgen. Cristo fue formado de la Virgen María. El
suelo materno de donde el primer hombre fue sacado, no había sido aún
desgarrado por el arado. El seno maternal de donde salió el segundo no
fue jamás violado por la concupiscencia. Adán fue modelado de la arcilla
por las manos de Dios. Cristo fue formado en el seno virginal por el Espí-
ritu de Dios. Uno y otro, pues, tienen a Dios por Padre y a una virgen por
madre. Como el evangelista dice, ambos eran "hijos de Dios" (Lc 3,23-
38).
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1,19). María, como sierva de Dios, participa en la salvación, acogiendo en
su seno al Salvador, y acompañándolo fielmente hasta la hora de la cruz.
Con aceptación plena de la voluntad de Dios, María declara: "He aquí la
sierva del Señor, hágase de mí según tu palabra". Es la expresión de su
deseo de participar en el cumplimiento del designio de Dios. Con su obe-
diencia se pone al servicio del plan de salvación, que Dios la ha anuncia-
do.
"De nuevo dio a luz a su hermano, a Abel" (Gén 4,1-2). Abel nace
como hermano y, con su nacimiento, convierte a Caín en hermano. Pero
hermandad no es igualdad, sino diferencia. Si Adán y Eva, hombre y mu-
jer, están llamados a ser una sola carne, los hermanos se desprenden de
esa unidad de los padres con su diversidad. La diferencia hace posible el
amor, el salir de sí mismo para ir al otro, aceptándolo como es. Pero la
diferencia hace posible también el odio, el cerrarse en sí mismo, negando
al otro por el simple hecho de ser otro, distinto. El odio puede llegar a de-
sear eliminar al otro. La diferencia sitúa a los hombres en trance de liber-
tad: romper el círculo del propio yo para dar cabida al tú en la propia vida,
o defender el yo levantando muros para defenderse del tú, negándole el
derecho a la existencia junto a nosotros: "Abel era pastor de ovejas y Caín
era labrador. Pasado un tiempo Caín presentó de los frutos del campo
una ofrenda al Señor. También Abel presentó ofrendas de los primogéni-
tos del rebaño. Dios aceptó complacido la oblación de Abel, pero no se
fijó en la ofrenda de Caín. Caín se irritó sobremanera y caminaba con el
rostro abatido" (Gén 4,2-5).
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El menor es preferido al mayor. La elección de Dios es libre y gra-
tuita, pero siente predilección por los humildes. Es algo que se repite en el
Génesis: Isaac preferido a Ismael; Jacob a Esaú; Raquel a Lía. Lo mismo
aparecerá en toda la Escritura. Caín no acepta la gratuidad de la acción
de Dios. Se le puede decir lo que dice Jesús en el Evangelio a los prime-
ros obreros de la viña, descontentos, porque el dueño dio el mismo salario
a los obreros de la última hora: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo
que quiera con lo mío? ¿Por qué ves con malos ojos el que yo sea bue-
no? Así es como los últimos serán primeros y los primeros últimos" (Mt
20,15).
Caín, advertido por Dios del riesgo que corre, podría haber domi-
nado su pasión, pero no quiere hacerlo, da rienda suelta a su concupis-
cencia, alimenta su envidia y sigue sus sugerencias. Se deja guiar, no por
Dios que le incita a la reconciliación, sino por la pasión que le lleva al cri-
men. La envidia y la ira prevalecen sobre la palabra de Dios. Así invita a
su hermano a salir al campo, a alejarse de todo testigo, para perpetrar su
maldad. Lo comenta San Ambrosio:
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ladrón rehuye el día como a testigo de cargo, el adúltero se avergüenza
de la luz, el fratricida huye de la fecundidad.
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abruma a Caín. Su misma conciencia le hará huir sin descanso: "El mal-
vado huye sin que lo persigan" (Pr 28,1).
b) La sombra de Caín
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La Veritatis splendor de Juan Pablo II es la más amplia actualiza-
ción de esta página "emblemática" del Génesis. El capítulo primero es un
comentario del texto de Caín y Abel. Frente al evangelio de la vida, pro-
clamado al principio con la creación del hombre a imagen de Dios para un
destino de vida plena y perfecta, entra la muerte por la envidia del diablo y
por el pecado de los primeros padres. Y entra de un modo violento a
través de la muerte de Abel causada por su hermano Caín. "Esta página
emblemática del Génesis, dice el Papa, cada día se vuelve a escribir, sin
tregua y con degradante repetición, en el libro de la historia de los pue-
blos. La pregunta del Señor ¿Qué has hecho? se dirige también al hom-
bre contemporáneo para que tome conciencia de la amplitud y gravedad
de los atentados contra la vida, que siguen marcando la historia de la
humanidad; para que busque las múltiples causas que los generan y ali-
mentan".
Negando a Dios, han ido cayendo todas las razones éticas para
apoyar sobre ellas el valor de la vida. Si la vida no tiene en Dios su princi-
pio y su fin, pierde todo significado y valor. El hombre, que en su deseo de
autonomía, niega a Dios, abre el camino a la muerte. En el corazón del
hombre entra el deseo de suplantar al hermano y así se llega a darle
muerte. Caín es el protagonista de esta historia de violencia y muerte. Es
la descripción paradigmática de la historia de la humanidad. La civilización
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nace con Caín. Sus descendientes son los constructores de la ciudad,
forjadores del hierro y del cobre, inventores de las artes... El hombre, en
su independencia de Dios, comienza la construcción de su mundo, va tras
el progreso, hasta querer alcanzar el cielo, añadiendo ladrillo a ladrillo en
la construcción de la torre de Babel. Pero la codicia y la violencia, fruto de
la envidia anidada en el corazón, crece "como una fiera agazapada a la
puerta de casa" (Gén 4,7), dispuesta a lanzarse contra el hombre. El
hombre, sin Dios, para defender su vida, es capaz de matar a quien se
acerque a su casa, a quien quiera entrar en su vida. El otro, por el simple
hecho de ser "otro", ya es visto como enemigo.
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"Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo". No es sólo
la sangre de Abel, el primer inocente asesinado, que clama a Dios, fuente
y defensor de la vida. También la sangre de todo hombre asesinado des-
pués de Abel es un clamor que se eleva al Señor. De una forma absolu-
tamente única, clama a Dios la sangre de Cristo, de quien Abel en su
inocencia es figura profética, como nos recuerda la carta a los Hebreos:
"Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del
Dios vivo... al mediador de una nueva Alianza, y a la aspersión purificado-
ra de una sangre que habla mejor que la de Abel" (12,22.24)... La sangre
de Cristo es la sangre que redime, purifica y salva; es la sangre del me-
diador de la nueva Alianza "derramada por muchos para el perdón de los
pecados" (Mt 26,28). Esta sangre, que brota del costado abierto de Cristo
en la cruz, habla mejor que la de Abel, pues se hace intercesora ante el
Padre por los hermanos, es fuente de redención perfecta y don de vida
nueva. La sangre de Cristo, mientras nos revela la grandeza del amor del
Padre, manifiesta qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué in-
estimable es el valor de su vida. Nos lo recuerda el apóstol Pedro: "Sab-
éis que habéis sido rescatados no con algo caduco, oro o plata, sino con
una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo"
(1Pe 1,18-19).
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amado". El no matarás, en Cristo, se interioriza y así alcanza su plenitud,
transformado en "estar dispuesto a perder la vida por los otros". Esto es
ser cristiano. Esta es la verdad del evangelio, la buena noticia de la estima
que Dios tiene del hombre. Cristo ha dado su vida por nosotros. Nada
puede justificar la muerte de una persona por la que Cristo ha derramado
su sangre.
Quien habla sin tino, hiere como espada (12,18). Lengua perversa rompe
el alma (15,4).2
Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo:
no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha,
ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la
túnica, déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla, ve-
te con él dos. A quien te pida, da; y al que desee que le prestes algo, no
le vuelvas la espalda (Mt 5,38-42).
2
Lease en la carta de Santiago (3,1-11) un resumen de toda esta tradición.
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amor: "En esto hemos conocido el amor: en que El dio su vida por noso-
tros" (1Jn 3,16). Y concluye el texto: "También nosotros debemos dar la
vida por los hermanos". La vida, como don gratuito, se manifiesta plena-
mente en el amor y "no hay mayor amor que éste: dar la vida por los ami-
gos" (Jn 15,13). No es la idolatría de la vida lo que la da valor y plenitud.
La vida se realiza dándose: "El que quiera salvar su vida, la perderá; pero
el que pierda su vida por mí y el evangelio, la salvará" (Mc 8,35). El discí-
pulo de Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo, no vive ya para sí, sino
para Cristo y para los hombres. Su vida es un testimonio del amor de Dios
a los hombres. El martirio es la plenitud de la vida.
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Al ver el Señor cómo crecía en la tierra la maldad del hombre se
arrepintió de haberle creado. Con el corazón afligido se dijo: "Borraré de
la superficie de la tierra al hombre que he creado. Y con él suprimiré todo
lo que creé para él: cuadrúpedos, reptiles y aves" (Gén 6,5ss). Con este
lenguaje humano nos describe la Escritura el ambiente de corrupción de
los hombres. Una maldad sin límites por su intensidad y por su extensión
domina el corazón del hombre. Malicia interna, que sólo Dios ve, pero que
se desborda al exterior en forma de violencia, crueldad y pasiones desen-
frenadas. Sin embargo Dios no se deja vencer por el mal. "Noé halló gra-
cia a los ojos del Señor" (Gén 6,8). Con razón, al nacer, su padre le dio el
nombre de Noé, pues se dijo: "Este nos consolará de nuestro trabajo y de
la fatiga de nuestras manos a causa del suelo que Dios maldijo" (Gén
5,29). Bajo la mirada propicia de Dios, Noé, el hombre justo entre sus con-
temporáneos, caminó con Dios, en íntima comunión con él. El Señor abrió
su corazón a Noé:
Veo que todo viviente tiene que terminar, pues por su culpa la tierra está
llena de crímenes; los voy a exterminar con la tierra. Tú fabrícate un arca
de madera resinosa con compartimientos, y calafatéala por dentro y por
fuera. Sus dimensiones serán: trescientos codos de largo, cincuenta co-
dos de ancho y treinta codos de alto. Haz una ventana a la altura de un
codo; una puerta al costado y tres cubiertas superpuestas. Voy a enviar
el diluvio a la tierra, para exterminar a todo viviente que respira bajo el
cielo; todo lo que hay en la tierra perecerá. Pero hago un pacto contigo:
Entra en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres. Toma una pareja
de todo viviente, es decir, macho y hembra, y métela en el arca, para que
se conserve la vida contigo: pájaros por especies, cuadrúpedos por es-
pecies, reptiles por especies; de cada uno entrará una pareja contigo pa-
ra conservar la vida. Reúne toda clase de alimentos y almacénalos para ti
y para ellos (Gén 6,13-21).
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de paciencia con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que to-
dos lleguen a la conversión. Pero el día del Señor llegará como un ladrón:
en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elemen-
tos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consu-
mará" (2Pe 3,9-10).
b) El diluvio
Noé entró en el arca con sus hijos, su mujer y las mujeres de sus
hijos. El Señor cerró el arca por fuera. Y el diluvio vino sobre la tierra. El
segundo día de la creación Dios había puesto el firmamento como muro
de separación entre las aguas superiores e inferiores. Ahora revientan las
fuentes del océano y se abren las compuertas del cielo. Así está lloviendo
sobre la tierra cuarenta días con sus noches. El agua al crecer levanta el
arca sobre la tierra. El agua crece sin medida hasta cubrir las montañas y
el arca flotaba sobre el agua. Todo ser que respira sobre la tierra perece.
Sólo se salva Noé y los que están con él en el arca.
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c) Noé, prefiguración de Cristo
Con el fin del diluvio gracias a la ruah o viento propicio que Dios
hace soplar, lo mismo que al comienzo de la creación (Gén 1,2), se le
abre al mundo el camino de una nueva creación a partir de Noé, nuevo
Adán. Noé, el justo como Abel, reconoce en su salvación la mano de Dios,
edifica un altar y ofrece un holocausto al Señor. Aspiró el Señor el agra-
dable olor de la ofrenda de Noé y dijo en su corazón: "No volveré a mal-
decir a la tierra a causa del hombre".
30
Con admiración proclama el Eclesiástico: "El justo Noé fue un
hombre íntegro, al tiempo de la ira se hizo reconciliación. Gracias a él
quedó en la tierra un resto y por su alianza cesó el diluvio; con señal per-
petua se sancionó su pacto de no destruir otra vez a los vivientes" (44,17-
18). Con otras palabras lo repite el libro de la Sabiduría: "Cuando perec-
ían los soberbios, la esperanza del mundo se refugió en una barquichue-
la, que pilotada por tu mano, trasmitió al mundo la semilla de una nueva
generación" (14,6).
II. PATRIARCAS
1. ABRAHAM
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a) La torre de Babel
El Señor vio todo esto y sintió dolor por el hombre, obra de sus
manos. Pero, después de la experiencia del diluvio, el Señor no pensó ya
en destruirlos. El arco iris en el cielo le recordaba el "aroma de los holo-
caustos de Noé y la palabra de su corazón: Nunca más volveré a herir al
hombre como ahora he hecho" (Gén 8,21). El Señor se limitó a interrumpir
su loca empresa, confundiendo sus lenguas. El Señor dijo: "¡Ea, bajemos
y confundamos su lengua!".
La torre, vista desde los hombres, era altísima. Pero, desde el cie-
lo, el Señor, para darse perfectamente cuenta de lo que ocurría, tuvo que
"descender para ver" (Gén 11,5). Es la ironía de las grandes obras del
orgullo humano que, ante el Señor, no son más que sueños fatuos.
¡Cuanto más pretende subir a los cielos más se precipita en el abismo!
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llamó Babel, porque en él el Señor confundió la lengua de toda aquella
gente.
b) Vocación de Abraham
33
presentar ningún derecho, pues ni siquiera es su Dios. Es un Dios que
irrumpe en su vida sin que le haya invocado. Las promesas se fundan
únicamente en el designio de gracia de Dios, que es "bondad y fidelidad",
como confiesa la fe de Israel. Bondad es hésed, don gratuito, gracia. Por-
que Dios es hésed (Ex 34,6-7), amor gratuito, por eso promete grandes
cosas; y porque es fiel, cumple lo prometido. La bondad y la fidelidad, en
la plenitud de los tiempos, se hará evangelio: buena nueva de salvación
gratuita plenamente cumplida.
c) Sacrificio de Isaac
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Abraham preparó tres medidas de flor de harina, corrió a los esta-
blos y escogió un ternero tierno y hermoso. Cuando todo estuvo adereza-
do, él mismo tomó cuajada y leche, junto con las tortas y el ternero guis a-
do, y se lo presentó a los tres huéspedes, manteniéndose en pie delante
de ellos. Acabado el banquete, el ángel preguntó: ¿Dónde está Sara, tu
mujer?
Dijo Yahveh a Abraham: "¿Por qué se ha reído Sara? ¿Es que hay
algo imposible para Yahveh? Cuando vuelva a verte, en el plazo fijado,
Sara habrá tenido un hijo".
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d) Abraham, prototipo del creyente
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ción, por el desierto, la tierra prometida y el destierro se concretiza en el
resto de Israel, en María, la hija de Sión, madre del Salvador. María es la
culminación de la espera mesiánica, la realización de la promesa. El Se-
ñor, haciendo grandes cosas en María "acogió a Israel su siervo,
acordándose de su misericordia, como había prometido a nuestros pa-
dres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (Lc 1,54-55).
Así toda la historia de la salvación desemboca en Cristo, "nacido de mu-
jer" (Ga 4,4). María es el "pueblo de Dios", que da "el fruto bendito" a los
hombres por la potencia de la gracia creadora de Dios.
Abraham sube al monte con Isaac, su único hijo, y vuelve con to-
dos nosotros, según se le dice: "Por no haberme negado a tu único hijo,
mira las estrellas del cielo, cuéntalas si puedes, así de numerosa será tu
descendencia". La Virgen María sube al Monte con Jesús, su Hijo, y des-
cenderá con todos nosotros, porque desde la cruz Cristo le dice: "He ahí a
tu hijo" y, en Juan, nos señala a nosotros, los discípulos por quienes El
entrega su vida. María, acompañando a su Hijo a la Pasión, nos ha recu-
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perado a nosotros los pecadores como hijos, pues estaba viviendo en su
alma la misión de Cristo, que era salvarnos a nosotros.
-¡Abraham! ¡Abraham!
Respondió Abraham:
-Heme aquí.
38
Abraham e Isaac emprendieron su viaje juntos, codo con codo.
Iban en silencio, inmerso cada uno en sus pensamientos. Era un silencio
denso, cargado de resonancias. Así por tres días, padre e hijo siguieron
caminando hacia el Moria, sin comunicarse una sola palabra entre ellos.
Caminan en busca del lugar fijado por el Señor. Al tercer día, al-
zando los ojos, Abraham descubrió el lugar que sin duda el Señor había
elegido. Abraham dijo a los siervos:
Los dos siervos se quedaron allí, como les mandó Abraham. En-
tonces Abraham tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo
Isaac y él tomó el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo
a su padre Abraham:
-¡Padre mío!
Abraham respondió:
-El Señor proveerá, si no... pienso que tú mismo podrías ser elegi-
do como cordero del holocausto.
39
-Haré con gozo y alegría de corazón todo cuanto te ha ordenado el
Señor.
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Abraham apretó el cuchillo y lo levantó para sacrificar a su hijo. Y
Dios, sentado en su trono, alto y exaltado, contemplaba cómo los corazo-
nes de padre e hijo formaban un solo corazón. Entonces los ángeles se
congregaron en torno al Señor y también ellos rompieron a llorar, dicien-
do:
-¡Abraham, Abraham!
-¡Heme aquí!
41
-¡Bendito eres Tú, Señor, que devuelves la vida a los muertos!
El Señor le respondió:
Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le
aman, de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los
que de antemano conoció, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo,
para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que pre-
destinó, los llamó; a los que llamó, los justificó (Sant 2,21); a los que justi-
ficó, los glorificó. ¿Qué decir a todo esto? Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, si-
no que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿como no nos dará
con El todo lo demás? ¿Quién se atreverá a acusar a los elegidos de
Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién podrá condenar? ¿Acaso Cristo
Jesús, el que murió por nosotros? Más aún, ¿el que fue resucitado y está
a la diestra de Dios intercediendo por nosotros? (Rm 8,28-34).
42
Cristo Jesús, después de celebrar, como Abraham, un banquete,
salió con sus siervos, los apóstoles, hacia Getsemaní. Abraham, manda a
sus siervos que se queden en las faldas del monte; Jesús también dirá a
los apóstoles: "quedaos aquí, mientras yo voy allá a orar" (Mt 26,36). Isa-
ac carga con la leña para su holocausto, Cristo carga con el madero de la
cruz. Isaac pide ser atado de pies y manos; Cristo es clavado de pies y
manos a la cruz. El verdadero cordero, que sustituye a Isaac, es Cristo,
"el Cordero de Dios que carga y quita el pecado del mundo" (Jn 1,29;Ap
5,6): "Sabéis que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada
de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre
preciosa, como de cordero sin tacha ni mancilla, Cristo, predestinado an-
tes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a cau-
sa vuestra" (1Pe 1,18-21)
3. JACOB Y ESAÚ
Esaú y Jacob son hermanos, como Caín y Abel, más que Caín y
Abel: son hermanos gemelos, nacidos del mismo seno y en el mismo par-
to. Y ya en el vientre de su madre comenzó el drama de su existencia. Ya
en el seno de la madre parece que no pueden estar juntos, los embriones
se rozan, se empujan entre sí: "Cuando Isaac tenía cuarenta años, tomó
por esposa a Rebeca. Isaac oró a Dios por su mujer, que era estéril. El
Señor le escuchó y Rebeca, su mujer, concibió. Pero los hijos chocaban
en su vientre y ella dijo: Si es así ¿vale la pena vivir?" (Gén 25,22). Cuan-
do llegó el parto, resultó que tenía gemelos en el vientre. Esaú nació an-
tes; detrás salió su hermano, agarrando con la mano el talón de Esaú, y lo
llamaron Jacob.
43
dió sus derechos de primogénito. Sabéis que más tarde quiso heredar la
bendición, pero fue excluido, pues no obtuvo la retractación por más que
la pidió hasta con lágrimas" (Hb 12,15-17).
Son años en los que Dios, Señor de la historia, prepara las doce
tribus de su pueblo, la descendencia de Abraham. Jacob se casa con Lía
y Raquel y engendra los doce hijos, origen de Israel. Con la bendición del
padre, Jacob se abre al futuro; huyendo del odio sale en busca del amor y
la fecundidad. Es el hilo de la historia que Dios ha trazado para Jacob y
su descendencia. En el camino de su huida Dios sigue sus pasos, aunque
Jacob no lo sepa. En su huida llega a Betel y Dios se le aparece: "Llegan-
do a un cierto lugar, como se había puesto el sol, Jacob se dispuso a
hacer noche. Tomó una piedra, la puso como almohada y se echó a dor-
mir. Y tuvo un sueño. Soñó con una escalera apoyada en tierra, cuya cima
tocaba los cielos. Los ángeles subían y bajaban por ella. Y Dios, que es-
taba sobre ella, le dijo: Yo soy el Dios de tu padre Abraham y el Dios de
Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia,
que se multiplicará como el polvo de la tierra. Mira que yo estoy contigo;
te guardaré por dondequiera que vayas y te volveré a este lugar. Se des-
pertó Jacob y dijo: Realmente está el Señor en este lugar y yo no lo sabía.
44
Tomó la piedra que le había servido de almohada, la colocó a modo de
estela y derramó aceite sobre ella y llamó a aquel lugar Betel. Jacob pro-
nunció un voto: Si Dios está conmigo y me guarda en este camino que
estoy haciendo y me da pan para comer y vestido con que cubrirme, y si
vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios y
esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios" (Gén 28,10ss).
Hay que notar que ve dormido ángeles el que apoya la cabeza en la pie-
dra (Cristo). Los que se alejan de la actividad presente pero no miran
hacia arriba, pueden dormir, pero no pueden ver ángeles. Porque desde-
ñan apoyar la cabeza en la piedra, por eso duermen con el cuerpo, no
con el afán, porque no apoyan la cabeza en la piedra, sino en la tierra.
Y habiéndose quedado solo, alguien luchó con él hasta rayar el alba. Pe-
ro viendo que no le podía, le tocó en la articulación femoral, y se dislocó
el fémur de Jacob mientras luchaba con aquel. Este le dijo: "Suéltame
que ha rayado el alba". Jacob respondió: "No te soltaré hasta que no me
hayas bendecido". Dijo el otro: "¿Cuál es tu nombre?". "Jacob", respondió
él. "En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado
con Dios y has vencido". Jacob preguntó: "Dime, por favor tu nombre".
"¿Para qué preguntas por mi nombre?". Y le bendijo allí mismo. Jacob
llamó a aquel lugar Penuel, pues se dijo: "He visto a Dios cara a cara, y
he quedado con vida". El sol salió, pero él cojeaba (Gén 32,23ss).
45
Reconocida su debilidad, Jacob se transforma en Israel, el que se
apoya en Dios. Esta es la bendición de Dios. El cambio de nombre expr e-
sa el cambio de ser y de vida. Ahora puede pasar el río, enfrentarse a su
hermano y recibir su abrazo de paz. Abrazado a él, reconciliados, Jacob le
dice a Esaú: "He visto tu rostro benévolo y es como ver el rostro de Dios".
En el perdón y reconciliación del hermano, Jacob ha visto reflejado el ros-
tro de Dios. Era de noche cuando comenzó el combate. Pero con la ben-
dición de Dios ha despuntado el alba. Un nuevo día, una nueva vida ama-
nece para Jacob-Israel, "fuerte con Dios".
4. JOSÉ
46
ños José se da a conocer como "sabio y prudente". Su interpretación se
realiza. Esto le llevará hasta el Faraón, a quien interpreta dos sueños. Y
también se gana la confianza del Faraón, que le pone al frente de todo
Egipto. Dios está guiando los pasos de José para llevar a cabo su plan de
salvación.
47
Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero aho-
ra no os aflijáis ni os pese haberme vendido; porque para salvar vidas me
envió Dios por delante. Llevamos dos años de hambre en el país y nos
quedan cinco más sin siembra ni siega. Dios me envió por delante para
que podáis sobrevivir en este país. No fuisteis vosotros quienes me en-
viasteis acá, sino Dios, que me ha hecho ministro del Faraón, señor de
toda su corte y gobernador de Egipto. Ahora, daos prisa, subid a casa de
nuestro padre y traedle acá sin tardar (Gén 45,1ss).
Dios juega con los proyectos de los hombres y sabe mudar en bien
sus designios torcidos. No sólo se salva José, sino que el crimen de los
hermanos se convierte en instrumento del plan de Dios: la llegada de los
hijos de Jacob a Egipto prepara el nacimiento del pueblo elegido.
48
cosas interviene Dios para bien de los que han sido llamados según su
designio" (Rm 8,28).
III. EL ÉXODO
1. MOISÉS
Moisés crece en la corte del Faraón hasta que, ya mayor, fue a visi-
tar a sus hermanos y comprobó su penosa situación. Herido en su c o-
razón, Moisés comienza a actuar por su cuenta, intentando defender a
sus hermanos, que no le comprenden ni aceptan. Moisés tiene que huir al
desierto. Allí Dios se le aparece, le revela su nombre y su designio de sal-
vación. Le envía a liberar a su pueblo de manos del Faraón. En vano se
excusa el elegido: "¿Quién soy yo para presentarme al Faraón y sacar de
Egipto a los israelitas?". Dios, al revelarle su nombre, le da la fuerza para
desempeñar su misión: "Yo estaré contigo".
49
baño al fondo del desierto" (Ex 3,1), hasta el Horeb y allí se le reveló el
Santo, bendito sea, desde en medio de la zarza, como está escrito: "Se le
apareció el ángel de Yahveh a manera de llama de fuego en medio de
una zarza" (Ex 3,2).
50
Por ello, desde entonces y por siempre, fueron recordados y celebrados
en el culto. El credo de Israel mantiene en vigencia actual el hecho y lo
celebra: Yahveh ha salvado portentosamente a su pueblo. Lo que ha pa-
sado una vez es promesa y garantía del presente y del futuro, fundamento
de la fe y de la esperanza. Esto se formula de una manera particular-
mente expresiva en el proverbio del águila: "Vosotros habéis visto lo que
he hecho con Egipto y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he
traído hacia mí; ahora, si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis
mi propiedad entre todos los pueblos. Ciertamente, toda la tierra es mía,
pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y un pueblo cons a-
grado" (Ex 19,4-6).
Para el creyente la historia está marcada por las visitas del Señor,
en tiempos, días, horas, momentos privilegiados. El Señor vino, viene sin
cesar, vendrá con gloria y majestad. Estos encuentros con el Señor en el
devenir de la historia señalan el "día del Señor" como kairós de salvación.
La celebración conmemora y anuncia el día del Señor, la intervención de
Dios en la historia. Todas las intervenciones de Dios, unidas a la ce-
lebración de la liberación de Egipto, hacen esperar su intervención defini-
tiva en el futuro con la llegada del Mesías, que nos libera de la muerte
51
para dar a Dios el verdadero culto en espíritu y verdad (Jn 4,23s). Esta
salvación definitiva (escatológica) aparece como una nueva creación (Is
65,17), un éxodo irreversible (Is 65,22), una victoria total sobre el mal re-
cobrando de nuevo el paraíso (Is 65,25).
52
ción a otra. Al comienzo de la vida de todo hombre encontramos el salir
del seno materno como experiencia primordial, como salida del lugar c e-
rrado, que supone, al mismo tiempo, pérdida de la seguridad, para poder
comenzar la vida. Esta situación la encontrará frecuentemente el hombre,
tentado, por ello, de renunciar al riesgo de la libertad por temor a la inse-
guridad. La experiencia del salir, al nacer, se repite en las fases sucesivas
del crecimiento humano: salir de la propia familia para formar una nueva,
salir de un ambiente conocido, de una situación dada... Particularmente
interesantes son las trasposiciones al campo de la experiencia espiritual:
salir de sí mismo. La mística la ha usado frecuentemente: "En una noche
oscura... salí sin ser notado" (S. Juan de la Cruz).
53
misión sacerdotal en medio de las naciones. El Deuteronomio nos da una
visión global del tiempo del desierto: "Acuérdate de todo el camino que
Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el de-
sierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu c orazón: si
ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre,
te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para
mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de
todo lo que sale de la boca de Dios. No se gastó el vestido que llevabas ni
se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años. Reconoce, pues,
en tu corazón que, como un padre corrige a su hijo, así el Señor tu Dios te
corregía a ti. Guarda, por tanto, los mandamientos del Señor tu Dios si-
guiendo sus caminos y temiéndolo" (Ex 8,2-6).
54
cuando comíamos pan hasta hartarnos. Vosotros nos habéis traído a este
desierto para matar de hambre a toda esta asamblea" (Ex 16,2s).
55
El camino de la vida, que Dios muestra a su pueblo en el desierto,
se resume en el Shemá: "Yahveh nuestro Dios es el único Dios. Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas". Por ello, cuando el hombre niega al único Dios y busca la felici-
dad por su cuenta, murmurando en su corazón contra el designio de Dios,
negándole para, en su autonomía, no depender de El, creyéndose más
inteligente que El y por tanto no entregándole su vida, entonces el hombre
experimenta la desnudez y el miedo, que le obligan a venderse a los po-
deres del señor del mundo, entregándole todas sus fuerzas. Sin Dios no
hay fiesta. Por eso el hombre sin Dios se construye sus dioses, su becerro
de oro, para poder vivir la fiesta, que le es necesaria: "Aarón (con el oro
de los israelitas) hizo un molde y fundió un becerro. Entonces ellos excla-
maron: Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto.
Viendo esto Aarón, erigió un altar ante el becerro y anunció: Mañana
habrá fiesta ante Yahveh" (Ex 32,5). El hombre se vende a la obra de sus
manos y celebra sus éxitos, en la pseudofiesta de la diversión y del des-
canso como recuperación de fuerzas para seguir sirviendo al ídolo de la
producción, que le esclaviza unciéndole a la maquinaria de la industria. Es
el monstruo del dinero, de la técnica, del consumo, del aturdimiento. El
hombre se vende al dinero, al poder, a la gloria, a la ciencia.
El camino del Desierto fue el itinerario escogido por Dios para llevar
al pueblo a una vida de comunión con El, en alianza con El. La conclusión
de la alianza en el Sinaí es la teofanía grandiosa, que hace sentir al pue-
blo la presencia de Dios en medio de ellos: "La nube cubrió el monte. La
gloria de Yahveh descansó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por
seis días. Al séptimo día, llamó Yahveh a Moisés de en medio de la nube.
La gloria de Yahveh aparecía a la vista de los hijos de Israel como fuego
devorador sobre la cumbre del monte. Moisés entró dentro de la nube y
subió al monte. Y permaneció Moisés en el monte cuarenta días y cuaren-
ta noches" (Ex 24,15-8). Entonces Yahveh entregó a Moisés las tablas
con las Diez Palabras, que Yahveh había escrito (Ex 24,12):
3
Targum del Cantar 1,11.
56
No tomarás en falso el nombre de Yahveh tu Dios.
Recuerda el día del sábado para santificarlo.
Honra a tu padre y a tu madre,
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso contra tu hermano.
No codiciarás la casa, la mujer..., de tu prójimo" (Ex 20).
4
Cat.Ig.Cat., nn.2061-2063.
57
alianza y la respuesta del pueblo, da a la alianza una relación comunitaria
profundamente personal. Y mediante la acción de rociar a la comunidad
con la sangre de la alianza, que pertenece a Dios, Dios mismo la declara
alianza de sangre, esto es, el lazo más estrecho e indisoluble mediante el
cual Dios se puede unir con los hombres.
En el Sinaí, el pueblo liberado por Dios hizo alianza con El. Yahveh
otorga su alianza al pueblo, que la acepta con su fe (Ex 14,31). Dios, que
ha hecho a Israel objeto de su elección y depositario de una promesa, le
revela su designio de alianza: "Si escucháis mi voz y observáis mi alianza,
seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra,
pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación cons a-
grada" (Ex 19,5s). Yahveh, en la fórmula de la alianza del Sinaí, se pre-
senta así: "Yo soy Yahveh, tu Dios, que te he sacado de Egipto, de la ca-
sa de esclavitud". Yo soy el que está contigo, salvándote. En mi actuar
salvador me conocerás siempre. En la plenitud de los tiempos, en la reve-
lación plena de Dios a los hombres, el nombre de Dios es JESÚS: "Yah-
veh salva". Este es "el nombre sobre todo nombre" (Flp 2,10).
Y, cuando Moisés bajaba con las dos tablas de piedra, a causa del
pecado de Israel sus manos se hicieron pesadas y se le cayeron las ta-
blas y se rompieron.5 Pues cuando Moisés cogió las tablas y empezó a
bajar, las palabras escritas en las tablas sostenían las tablas y al mismo
Moisés. Pero cuando las palabras vieron los tambores y las danzas en
torno al becerro, las palabras escritas huyeron y volaron de las tablas.
5
Targum del Cantar 1,14.
58
Estas entonces quedaron con todo su peso en las manos de Moisés y
Moisés ya no pudo sostenerse a sí mismo y, mucho menos, sostener el
peso de las tablas; las arrojó de sus manos y se rompieron, como está
escrito: "Y las rompió al pie del monte" (Ex 32,19). Moisés dijo a Aarón:
¿Qué has hecho con este pueblo? Lo has dejado suelto, como a mujer a
quien se le sueltan los cabellos en razón del adulterio.
Luego, al ver Moisés que la tribu de Leví no había tenido parte con
los otros, se armó de valor, agarró el becerro, lo quemó en el fuego, lo
molió como arena, lo espolvoreó en el agua y la dio a beber a Israel. A
todos los que de corazón habían besado al becerro, los labios se les dora-
ron, y la tribu de Leví los fue matando hasta que cayeron unos tres mil
hombres de Israel (Ex 32,28).
f) Moisés y Cristo
59
la obra salvadora de Cristo. El Espíritu de Cristo funda la Iglesia en cuanto
comunidad que continúa la obra salvadora de Cristo. La Iglesia es el pue-
blo de Dios, modelado conforme al Cristo crucificado y resucitado, me-
diante la operación constante del Espíritu Santo (2Cor 3,18).
60
2. AARÓN
61
conocido mi santidad en presencia de los israelitas, no haréis entrar a es-
ta comunidad en la tierra que les voy a dar" (Cfr Nm 20,1-13;Ex 17,1-7).
Teniendo tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús el Hijo de
Dios, mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un
Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas,
pues ha sido probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de al-
canzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna. Porque todo
Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor
de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrifi-
cios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y ex-
traviados, por estar también él envuelto en flaqueza. De igual manera
también Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y
súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la
muerte, fue escuchado por su actitud reverente y, aún siendo Hijo, con lo
que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se con-
virtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen
(5,14ss).
62
por nosotros: "Si alguno peca, tenemos a uno que aboga ante el Padre, a
Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, y
no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1Jn 2,1-
2).
3. JOSUÉ
63
(Nm 13,1ss). Caleb y Josué serán los únicos salidos de Egipto que en-
trarán en la tierra. Y con ellos la nueva generación, nacida en el desierto,
según la palabra del Señor: "A vuestros niños, de quienes dijisteis que
caerían cautivos, los haré entrar para que conozcan la tierra que vosotros
habéis despreciado" (Nm 14,30-31).
Elegido por Dios para suceder a Moisés como guía y jefe de Israel,
Josué es investido del Espíritu de Dios cuando Moisés le impone las ma-
nos. El Señor dijo a Moisés: "Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en quien
está el espíritu e impón la mano sobre él". Moisés dijo a Josué en presen-
cia de todo el pueblo: "Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a
este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, prometió dar a tus padres. Y
tú les repartirás la heredad. El Señor avanzará ante ti. El estará contigo,
no te dejará ni abandonará. No temas ni te acobardes" (Dt 31,7ss). Y Dios
confirmó la palabra de su profeta Moisés: "Sé fuerte y valiente, que tú has
de introducir a los israelitas en la tierra que he prometido. Yo estaré conti-
go" (Dt 31,23).
64
Los sabios de Israel recordarán con admiración las proezas de Jo-
sué: "Valiente fue Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés como profeta. El
fue, de acuerdo con su nombre, grande para salvar a los elegidos del Se-
ñor, para tomar venganza de los enemigos e introducir a Israel en su
heredad" (Si 46,1ss). Y, sin embargo, Josué, el primer Jesús, no era más
que una figura del otro Jesús, que había de venir para salvar a los elegi-
dos de Dios de la esclavitud del pecado y de la muerte y llevarles al ver-
dadero reposo del octavo día: "Porque si Josué les hubiera proporcionado
el descanso, no habría hablado Dios más tarde de otro día. Por tanto es
claro que queda un descanso sabático para el pueblo de Dios" (Hb 4,8-9).
Es el descanso de la patria celeste, tierra prometida en herencia a los
mansos (Mt 5,4), donde mana leche y miel, la comunión plena con Dios.
IV. JUECES
65
1. GEDEÓN
66
transfigura la creación, superando las leyes naturales, que rigen el mundo
caído por el pecado. Estos hechos son signos de la renovación escatoló-
gica de toda la creación.
67
tregó en manos de Gedeón, que les persiguió y derrotó. Madián quedó
sometido a los israelitas y ya no levantó cabeza. Con ello Israel estuvo en
paz los cuarenta años que aún vivió Gedeón.
2. SANSÓN
68
que confirmara su anuncio con un nuevo envío de su ángel. Y la segunda
vez también el esposo asiste a la aparición del ángel. Cuando se da cuen-
ta que ha estado en presencia del ángel le invade el temor y dice a su mu-
jer: "¡Vamos a morir, porque hemos visto a Dios!". Su mujer le replicó: "Si
el Señor hubiera querido matarnos, no nos habría comunicado una cosa
así". La palabra del Señor se cumplió y la mujer de Manóaj dio a luz un
hijo y le puso de nombre Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo con
el don de su espíritu.
69
a otra, siendo el hazmereír de toda aquella gente ebria de vino y de triun-
fo. Agotado le concedieron descansar a la sombra de la terraza sostenida
por columnas. Sansón invocó a Dios, se agarró a las dos columnas cen-
trales, sobre las que se apoyaba el edificio, y las sacudió con tanta fuerza
que la casa se derrumbó, quedando sepultado él mismo, junto con un
gran número de filisteos, entre los escombros: "Los filisteos que mató al
morir fueron más que los que había matado en vida" (Ju 16,30).
70
3. SAMUEL
71
De vuelta a casa, Elcana se unió a su mujer Ana y el Señor se
acordó de ella. Concibió y dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel,
diciendo: "Al Señor se lo pedí". Samuel, hijo de la esterilidad, es un don
de Dios. Nace por vocación de Dios para una misión singular.
A los tres años, después del destete, Ana volvió con el niño al san-
tuario, "para presentarlo al Señor y que se quedara allí para siempre". Al
presentar el niño al sacerdote Elí, Ana entonó su canto de alabanza: "Mi
corazón exulta en el Señor; me regocijo en su salvación. No hay santo
como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. La mujer estéril da a luz
siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. El Señor da la
muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta del polvo al desvalido"
(1Sam 2,1ss). A Dios le gusta el juego del columpio: lo fuerte baja y lo
débil sube. Lo fuerte lleva el signo de la arrogancia y de la violencia, mien-
tras lo débil se viste de humildad y confianza en Dios.
Samuel crecía, el Señor estaba con él y no dejó caer por tierra nin-
guna de sus palabras. Todo Israel supo que Samuel estaba acreditado
como profeta ante el Señor. Pero ocurrió que los filisteos se reunieron pa-
ra atacar a Israel. Los israelitas salieron a enfrentarse con ellos e Israel
fue derrotado una primera vez. Los israelitas se dirigieron a Silo a buscar
el Arca de la Alianza del Señor, "para que esté entre nosotros y nos salve
del poder enemigo". Los dos hijos de Elí fueron con el Arca. Cuando el
Arca llegó al campamento, todo Israel lanzó un gran grito que hizo retem-
blar la tierra. Entonces los filisteos se enteraron de que el Arca del Señor
había llegado al campamento. Presa del pánico se lanzaron a la batalla
con todo furor para no caer en manos de Israel. Los filisteos derrotaron de
nuevo a los israelitas, que huyeron a la desbandada. El Arca de Dios fue
capturada y los dos hijos de Elí murieron. Cuando le llegó la noticia a Elí,
éste cayó de la silla hacia atrás y murió. Por siete meses estuvo el Arca
en territorio filisteo, yendo de un sitio a otro, porque la mano de Dios cayó
con dureza sobre ellos y sobre su dios Dagón hasta que la devolvieron a
Israel.
72
Samuel está al frente del pueblo. Viendo que todo Israel añoraba al
Señor, Samuel les dijo: "Si os convertís de todo corazón al Señor y quitáis
de en medio los dioses extranjeros, sirviéndole sólo a El, El os librará del
poder filisteo". El pueblo confiesa arrepentido su pecado de infidelidad y
Samuel ora por ellos al Señor. El Señor acogió la confesión del pueblo y
la súplica de Samuel. Los filisteos quisieron atacar de nuevo a Israel, pero
el Señor mandó aquel día una gran tormenta con truenos sobre los filiste-
os, llenándolos de terror. Israel pudo derrotarlos. Samuel se fue a Ramá,
donde tenía su casa. Desde allí rigió a Israel.
En cuanto habéis visto que Najás, rey de los ammonitas, venía contra vo-
sotros, me habéis dicho: ¡No! Que reine un rey sobre nosotros, siendo así
73
que vuestro rey es Yahveh, Dios vuestro. Aquí tenéis ahora el rey que os
habéis elegido. Yahveh ha establecido un rey sobre vosotros. Si teméis a
Yahveh y le servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra las órde-
nes de Yahveh; si vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a
Yahveh, vuestro Dios, está bien. Pero si no escucháis la voz de Yahveh,
si os rebeláis contra las órdenes de Yahveh, entonces la mano de Yah-
veh pesará sobre vosotros y sobre vuestro rey (1Sam 12,12-15).
74
contra sí mismo, de la palabra de Dios. Es la figura del hombre de fe, que
acoge la palabra de Dios, y deja que esta se encarne en él y en la histo-
ria. Es la figura de Cristo, el siervo de Dios, que vive y se nutre de la vo-
luntad del Padre, aunque pase por la muerte en cruz.
V. EL REINO
1. SAÚL
Una vez que Dios acepta la petición del pueblo, Samuel unge rey a
Saúl. Saúl es descendiente de la tribu de Benjamín, la más pequeña de
las tribus de Israel y que, poco antes, ha sido casi eliminada, por el grave
delito de Guibeá. Saúl aparece en el campo, buscando unas asnas perdi-
das. El profeta Samuel le encuentra, le ofrece el pernil en la comida y una
estera para dormir en la azotea. Pero el retrato de Saúl es majestuoso;
entra en escena con toda solemnidad, como sobre un palco; su presencia
llena el escenario: "Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado
Quis, hijo de Abiel, de Seror, de Becorá, de Afiaf, benjaminita, de buena
posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un joven alto y apuesto; na-
die entre los israelitas le superaba en gallardía: sobresalía por encima de
todos, de los hombros arriba". Al verle, Samuel le reconoce como el de-
signado por Dios: "Este es, sin duda, el hombre que regirá a Israel". Al
despuntar el sol, Samuel acompañó a Saúl a las afueras del pueblo.
Tomó el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Y le
besó, diciendo: "El Señor te unge como jefe de su heredad, de su pueblo
Israel; tú gobernarás al pueblo del Señor, tú lo salvarás de sus enemigos".
Tras esta unción en las afueras del pueblo, al amparo del alba, sin
testigo alguno, Samuel convocó al pueblo en Mispá, sacó a Saúl de su
escondite, lo puso en medio del pueblo y dijo a los israelitas: "¿Veis al que
ha elegido Yahveh? No hay otro como él en todo el pueblo". El pueblo lo
aclamó:
75
-¡Viva el rey!
76
Amalec es la expresión del mal y Dios quiere erradicarlo de la tie-
rra. La palabra de Dios a Saúl es clara y perentoria. Pero Saúl es un ne-
cio, como le llama Samuel. Ni escucha ni entiende. Dios entrega en sus
manos a Amalec. Pero Saúl pone su razón por encima de la palabra de
Dios y trata de complacer al pueblo y a Dios, buscando un compromiso
entre Dios, que le ha elegido, y el pueblo, que le ha aclamado. Perdona la
vida a Agag, rey de Amalec, a las mejores ovejas y vacas, al ganado bien
cebado, a los corderos y a todo lo que valía la pena, sin querer extermi-
narlo; en cambio, exterminó lo que no valía nada. Entonces le fue dirigida
a Samuel esta palabra de Dios: "Me arrepiento de haber constituido rey a
Saúl, porque se ha apartado de mí y no ha seguido mi palabra".
77
Tu no lo desprecias. (Sal 51)
2. DAVID
a) Unción de David
78
Ozem y David. Pero sólo seis de ellos se presentan ante Samuel, ya que
el más pequeño no está con ellos en casa, sino que se halla en el campo
pastoreando el ganado.
Siguen pasando ante Samuel los seis hijos de Jesé, uno detrás de
otro. Todos son descartados. Samuel, en su infancia, durmiendo junto al
Arca en el templo, había aprendido a distinguir la voz del Señor. El sabía
que el Señor le había hablado claro: era un hijo de Jesé el elegido. Y
también sabía que el Señor no se contradice. ¿Cómo es que ha descarta-
do a todos los hijos que Jesé le ha presentado? De repente se le ilumina
el rostro y, dirigiéndose a Jesé, le pregunta: "¿No tienes otros hijos?".
Jesé responde: "Sí, falta el más pequeño que está pastoreando el reba-
ño". "¡Manda que lo traigan!, -exclama Samuel-. ¡No haremos el rito hasta
que él no haya venido!".
79
permanecer sobre David. Es el espíritu que se ha apartado de Saúl,
dejándole a merced del mal espíritu, que le perturba la mente.
b) David y Saúl
David roza suavemente las cuerdas del arpa y una dulce melodía
llena la tienda. Las palabras tiemblan en sus labios, pero siguen fluyendo
como agua que mana y se abre paso entre las rocas. La música, que Da-
vid arranca al arpa, se difunde por la habitación como alas protectoras.
Como cuando el viento cruza las ramas de los árboles y agita suavemente
sus hojas, que vuelan y descienden en lentos giros, así van volando las
notas y las palabras hasta serenar la mente turbada de Saúl. Sorprendido,
Saúl alza la cabeza y sus ojos desprenden un pequeño brillo de sosiego.
Con voz apenas audible dice: "Me conforta tu música. Pediré a tu padre
que te deje aún conmigo".
80
Con la música Saúl logra conciliar el sueño. Una corriente de sim-
patía une a los dos. De este modo David se queda a vivir con Saúl, que
llega a amarlo de corazón. Cada vez que le oprime la crisis de tristeza,
David toma el arpa y toca para el rey y le pasa la crisis. La música acalla
el rumor de los sentidos y alcanza la fibras del espíritu con su poder sal-
vador. De este modo, al son del arpa, el espíritu maligno pierde el punto
de apoyo y se ve obligado a salir, dejando calmado al enfermo. David con
su arpa es medicina para Saúl, pero su persona terminará siendo la ver-
dadera enfermedad de Saúl. Cada vez que David se presenta ante el rey
se mezclan en su corazón la piedad y el miedo. La espada, colgada a la
espalda del rey, brilla amenazadora. Saúl, oyendo el canto, se estremece,
se agita en su lecho, se incorpora y clava sus ojos apagados en los ojos
de David, dejando traslucir su locura, cargada de odio y envidia. Cuando
Saúl se siente bien despide a David, que vuelve a pastorear su rebaño.
Cuando el mal espíritu asalta a Saúl, David es llamado y acude de nuevo
a su lado.
c) David y Goliat
Un día Jesé manda a David a visitar a sus hermanos. Les lleva tri-
go tostado y unos panes, y también unos quesos para el capitán del ejér-
cito. Cuando llega al campamento, las tropas se hallan dispuestas en
círculo, prontas para la batalla. Israel y los filisteos se encuentran frente a
frente sobre dos colinas separadas por el valle del Terebinto. Instintiva-
mente David dirige su mirada en primer lugar hacia el campamento
hebreo: contempla una gran cantidad de tiendas, pero nota que entre las
tiendas hay un ir y venir desordenado de soldados nerviosos y con el ros-
tro deprimido. Su corazón comienza a batir aceleradamente.
81
Volviéndose hacia la otra ladera, halla ante sí otro espectáculo
completamente diferente: las tiendas de los filisteos brillan con toda clase
de adornos, que en la distancia producen un efecto de magnificencia. Los
soldados están armados hasta los dientes, dándoles un aspecto de segu-
ridad y serenidad. Las armas de hierro forjado brillan a la luz del sol. Y los
soldados que no están de servicio cantan y se pasean sin preocupación
alguna, pero incluso los que están haciendo maniobras muestran su buen
humor. Todo presagia su victoria. David se pregunta: "¿Qué puede haber
pasado a nuestros soldados? Como si fuera la primera vez que se enfren-
tan a estos incircuncisos... ¿Por qué se sienten tan acobardados?"
82
referir a Saúl las palabras de David y el rey le manda a llamar. Cuando
David llega a su presencia, confirma al rey sus palabras: "Tu siervo irá a
combatir con ese filisteo". Saúl mide con la mirada a David y le dice con
conmiseración: "¿Cómo puedes ir a pelear contra ese filisteo si tú eres un
niño y él es un hombre de guerra desde su juventud?"
83
cucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es uno". Esta oración es el
escudo que envuelve a David, protegiéndolo mucho mejor que la coraza
de escamas a Goliat.
84
pen en gritos de júbilo por la grande e inesperada victoria, mientras que
los filisteos, desmoralizados por la muerte de su héroe, se dan a la fuga
desordenadamente. Los hombres de Israel se levantan y, lanzando el gri-
to de guerra, persiguen a los filisteos hasta sembrar el campo con su
cadáveres.
d) David perseguido
Esta aclamación provoca los celos del rey Saúl, envidioso del triun-
fo de David. Saúl no puede soportarlo: "Han dado a David diez mil y a mí
sólo mil. Sólo falta que le den el reino". En el corazón enfermo del rey el
canto suena como una estocada. David, a quien en realidad Dios ha dado
ya el reino, se transforma en el fantasma principal de su mente atormen-
tada. El joven, que con su arpa le liberaba de los fantasmas de su locura y
que con su honda le ha librado del peligro filisteo, se ha transformado
ahora en una amenaza más profunda que todos los males precedentes.
David es la encarnación, presente y real, del rechazo de Dios. Los celos le
trastornan la razón y la rivalidad se hace irracional en su lucidez.
85
cerró Samuel después de anunciarle a él que Yahveh le había abandona-
do...?
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ra para David. Jonatán y David se unen entre sí con un pacto de sangre.
Su unión queda sellada con el intercambio de traje y armas. La alianza
sellada ante el Señor vincula a ambos: si uno quebranta la lealtad, el otro
podrá matarlo sin recurrir a una instancia superior.
87
mano contra el ungido del Señor. Yahveh será quien le hiera, cuando le
llegue su día". David, el hombre según el corazón de Dios, rechaza la vio-
lencia y, una vez más, no se toma la justicia por su mano.
e) El pecado de David
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El rey ideal de Israel, aclamado por todo el pueblo, el hombre
según el corazón de Dios, se siente estremecer ante el mensaje. Pero, en
ese momento, no levanta los ojos al Señor, que le ha sacado del aprisco
del rebaño. David se siente aturdido. En las dos palabras del mensaje de
Betsabé hay un grito terrible. Su esposo está lejos. No se puede camuflar
el adulterio. Y el adulterio es castigado con la lapidación. David, por salvar
su honor, por "razones de estado", intenta por todos los modos encubrir
su delito. A toda prisa manda un emisario a Joab: "Mándame a Urías, el
hitita".
89
Muerto Urías, David puede tomar como esposa a Betsabé y así
queda resuelto el problema del hijo. La mujer de Urías, al oír que ha muer-
to su esposo, hace duelo por él. Y cuando pasa el tiempo del luto, David
manda a por ella y la recibe en su casa, haciéndola su mujer. Ella le dio a
luz un hijo.
Sin duda el chisme se difundió por toda la ciudad, pero todos guar-
daron silencio. Pero hay una voz que se levanta en medio del silencio
cómplice de los súbditos. Es el profeta, que alza la voz de Dios, a quien
ha llegado el grito de la sangre derramada. El Señor envía al profeta
Natán, quien se presenta ante el rey y le cuenta una parábola, como
quien le presenta un caso ocurrido, para que el rey dicte sentencia: "Hab-
ía dos hombres en una ciudad, el uno era rico y el otro pobre. El rico tenía
muchos rebaños de ovejas y bueyes. El pobre, en cambio, no tenía más
que una corderilla, sólo una, pequeña, que había comprado. El la alimen-
taba y ella iba creciendo con él y sus hijos. Comía de su pan y bebía en
su copa. Y dormía en su seno como una hija. Pero llegó una visita a casa
del rico y, no queriendo tomar una oveja o un buey de su rebaño para invi-
tar a su huésped, tomó la corderilla del pobre y dio de comer al viajero
llegado a su casa".
90
te con su mujer. Pues bien, no se apartará jamás la espada de tu casa,
por haberte burlado de mí casándote con la mujer de Urías, el hitita, y
matándolo a él con la espada ammonita. Yo haré que de tu propia casa
nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a
otro, que se acostará con ellas a la luz del sol. Tú lo hiciste a escondidas,
yo lo haré ante todo Israel, a la luz del día". Ante Dios y su profeta David
confesó:
91
acontecimientos. No es un libro de poemas. Los salmos son frecuente-
mente un grito de ayuda, lanzado en medio de la tribulación, con la ur-
gencia de la situación y la tensión del momento. Para descubrir el alma de
David es preciso prestar oído al son del arpa. Al son del arpa nos revela el
misterio de su corazón (Sal 49,5). Cuanto más vigorosamen te se puntean
las cuerdas del arpa más fuertes son sus sonidos, más resuenan sus to-
nos. Del mismo modo, cuanto más fuerte toca Dios el corazón de David
con la aflicción más fuerte y más bello es su canto. En la angustia, David
recurre a su arpa: "¡Despierta alma mía! ¡Despertad cítara y arpa!" (Sal
57,9). El alma es despertada y estimulada al mismo tiempo que el arpa y
la cítara.
Desde su pecado, David comprende que los juicios del Señor son
justos. Su arrogancia cede ante el Señor, que le hace experimentar la
muerte que ha sembrado su pecado. El niño, nacido de su adulterio, cae
gravemente enfermo. David, entonces, suplica a Dios por el niño, prolon-
gando su ayuno y acostándose en el suelo. Los ancianos de su casa le
suplican que se levante del suelo y coma, pero él se niega. En su lecho se
debate y suplica al Señor: Señor, he pecado y es justo tu castigo. Pero no
me corrijas con ira, no me castigues con furor. Ten piedad de mí que es-
toy postrado y sin fuerzas. Sé que necesito los dolores, que me mandas,
para desatar mi alma de los lazos del pecado. Pero mis huesos están
desmoronados, abatida mi alma, y tú, Yahveh, ¿hasta cuando? Estoy ex-
tenuado de gemir, cada noche lavo con mis lágrimas el lecho que manché
pecando con Betsabé. Mira mis ojos hundidos y apagados, y escucha mis
sollozos.
92
Cuando David se establece en su casa y Dios le concede paz con
todos sus enemigos, llama al profeta Natán y le dice: "Mira, yo habito en
una casa de cedro mientras que el Arca de Dios habita bajo pieles. Voy a
edificar una casa para el Señor". Pero aquella misma noche vino la pala-
bra de Dios a Natán: "Anda, ve a decir a mi siervo David: Así dice el Se-
ñor: ¿Eres tú quien me vas a construir una casa para que habite en ella?
Desde el día en que saqué a Israel de Egipto hasta hoy no he habitado en
una casa, sino que he ido de acá para allá en una tienda. No he mandado
a nadie que me construyera una casa de cedro. En cuanto a ti, David,
siervo mío: Yo te saqué de los apriscos, de detrás las ovejas, para poner-
te al frente de mi pueblo Israel. He estado contigo en todas tus empresas,
te he liberado de tus enemigos. Te ensalzaré aún más y, cuando hayas
llegado al final de tus días y descanses con tus padres, estableceré una
descendencia tuya, nacida de tus entrañas, y consolidaré tu reino. El, tu
descendiente, edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono
real para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Tu casa y
tu reino durarán por siempre en mi presencia".
93
Con el barro de David, profundamente pasional y carnal, circunda-
do de mujeres, hijos y personajes que reflejan sus pecados, Dios plasma
el gran Rey, Profeta y Sacerdote, el Salmista cantor inigualable de su
bondad: "Un hombre según su corazón". Ya los salmos exaltan al rey futu-
ro, el Mesías, el Rey salvador. David, el rey pastor encarna ya, en figura,
al Rey Mesías: potente en su pequeñez, inocente perseguido, exaltado a
través de la persecución y el sufrimiento, siempre fiel a Dios que le ha
elegido.
3. SALOMÓN
David, agotado más que por los años por las consecuencias de sus
pecados, se siente anciano, pronto para marchar a reunirse con sus pa-
dres. El salmo nos refleja su estado: Señor, has reducido mis días a un
palmo y mi vida no es nada ante ti; el hombre no dura más que un soplo,
sus días pasan como pura sombra. Por un soplo se afana, atesora sin
saber a quién legar sus bienes. Ahora, Señor, ¿qué esperanza me que-
da? Tú eres mi confianza, escucha mi oración, y no seas sordo a mi llan-
to, porque yo soy huésped tuyo, forastero como todos mis padres. Aplaca
tu ira, dame respiro, antes de que pase y no exista. (Sal 39)
94
tocaréis el cuerno y que todos griten: ¡Viva el rey Salomón! Luego subiréis
detrás de Salomón, y cuando llegue se sentará en mi trono y me sucederá
en el reino, porque lo nombro jefe de Israel y Judá". Benayas respondió
en nombre de todos: "Amén. Así habla Yahveh, Dios de mi señor el rey.
Como ha estado Yahveh con mi señor el rey, así esté con Salomón y
haga su trono más grande que el trono de mi señor el rey David". Al son
de flautas acompañaron a Salomón y lo sentaron en el trono de David.
95
esperanza eterna, pues a él está ligada la promesa del Señor. Cuando
todo parezca venirse abajo por culpa de los reyes malvados, Dios perdo-
na "en consideración a mi siervo David". Por amor a David mantiene su
descendencia en Judá, aunque Roboam haga méritos para perderlo todo.
Por amor a David, Dios pasa por alto los pecados de Abías y Jorán. Por
amor a David libra al pueblo de la invasión de Senaquerib. La promesa de
Dios es irrevocable. La lámpara de David sigue encendida ante el Señor
en Jerusalén hasta que llegue "el que ha de venir", el Mesías, "hijo de D a-
vid" (Mt 1,1).
VI. PROFETAS
96
1. ELÍAS Y ELISEO
Elías, único profeta fiel a Yahveh, se enfrenta en duelo con los cua-
trocientos cincuenta profetas de Baal. Pero no tiene miedo: el duelo es
entre Yahveh y Baal. La prueba, que Elías propone, consiste en presentar
la ofrenda de un novillo, él a Yahveh; los otros, a Baal. Colocarán la vícti-
ma sobre la leña, pero sin poner fuego debajo. "El dios que responda con
el fuego, quemando la víctima, ése es Dios" (18,24). Con gritos, danzas y
sajándose con cuchillos hasta chorrear sangre estuvieron invocando a
Baal sus profetas, de quienes se burlaba Elías. Al atardecer tocó el turno
97
a Elías. Levantó con doce piedras el altar de Yahveh, que había sido de-
molido, dispuso la leña y colocó el novillo sobre ella, derramando agua en
abundancia sobre él y la leña... Luego invocó al Señor: "Yahveh, Dios de
Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel
y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he hecho estas cosas"
(18,36). Al terminar su oración cayó el fuego de Yahveh que devoró el
holocausto y la leña. Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra y dije-
ron: "¡Yahveh es Dios, Yahveh es Dios!" (18,39). Y, a una indicación de
Elías, el pueblo se apoderó de los profetas de Baal y los degolló en el to-
rrente Cisón, al pie del Carmelo.
98
vuelve, ¿qué te he hecho?". Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y
los sacrificó; con el yugo y el arado de los bueyes coció la carne e invitó a
comer a sus gentes. Después se levantó, se fue tras Elías y entró a su
servicio.
6
Cfr. 2Re 4,42-44 y Mt 14,16-20;Lc 9,13;Jn 6,9-12; 1Re 5,1ss y Lc 4,27.
99
2. AMÓS Y OSEAS
100
gostas, una sequía, una plomada, unos frutos maduros, un terremoto son
signos donde el profeta descubre la actuación de Dios.
101
ridad a Israel; les llevará más bien al exilio: "Retornarán a la tierra de
Egipto y Asiria será su rey, pues se niegan a volver a mí" (11,5). Sin em-
bargo el amor de Dios por Israel es indestructible. Dios es incapaz de
abandonar al pueblo que ama entrañablemente (11,8). Oseas, campesino
como Amós, experto en leones, panteras y osos, no ha sido enviado a
anunciar la destrucción, sino a llamar a conversión para que Israel vuelva
al amor primero: "Cuando Israel era un niño, yo lo amé, y llamé a mi hijo
de Egipto. Yo fui quien enseñó a caminar a Efraím, lo alcé en mis brazos,
con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía a mí, me inclinaba y
le daba de comer" (11,1ss). Oseas añora el tiempo del desierto, tiempo de
los esponsales con Dios. A la esposa, comunidad de Israel, que ha roto la
Alianza, Dios le dice: "Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré
al corazón..., y me responderá allí como en los días de su juventud, como
el día en que la saqué de Egipto" (2,16;12,10).
102
Después de algún tiempo Gomer abandona a su marido, cayendo
de nuevo en la prostitución, que ahora es calificada de adulterio. Gomer
se ha entregado a otros amantes. Pero el profeta sigue amándola y por
encima de la ley del Deuteronomio (24,1), obedeciendo a la palabra de
Dios, Oseas hace volver junto a él a la esposa adúltera, que le ha aban-
donado y pertenece a otro. Se ocupa de ella afectuosamente, le manifies-
ta su cariño persistente y restablece la vida conyugal (c. 1-3).
103
po de los jueces: salvación, pecado, abandono al poder enemigo, arre-
pentimiento, perdón y salvación. Es la historia repetida de las relaciones
de Dios con Israel y, más en general, de Dios con el hombre. Oseas dice
literalmente: "Ella no es mi mujer (issah) y yo no soy su esposo ('is)" (2,4).
La realidad de la que habla el primer relato del Génesis «ser dos en una
sola carne» ha dejado de existir. No es Yahveh, sino Israel, por la dureza
de su corazón, el que ha tomado la iniciativa del divorcio, que Yahveh no
ha aceptado. Se contentará con rehusarle sus cuidados, "vestirla" (Ex
21,10), alimentarla, darla fecundidad, cosechas y fiestas, pero sólo como
medio para buscar a la infiel y llevarla a la alianza en fidelidad definitiva.
3. ISAÍAS Y MIQUEAS
104
plan de Dios choca con los planes humanos. Son planes que distan el uno
de los otros como el cielo y la tierra. Los planes de los hombres son in-
consistentes. El profeta toma conciencia del plan de Dios cuando es en-
viado con la misión de anunciarlo (6,9ss). Esta misión consiste en invitar a
los hombres a que abandonen los planes inútiles, a los que prestan tanta
atención, y que dirijan sus miradas al designio, el único eficaz, de Dios. El
plan de Dios, a primera vista, es extraño, misterioso, pero cuando se lo
comprende resulta admirable (28,29). La obra de Yahveh pasa, como la
del labrador, por la devastación, la aniquilación, la muerte; pero de ello
brota la vida (6,13).
105
pobres y adoración de los ídolos. Jerusalén, "la ciudad fiel se ha tornado
una prostituta" (1,21). Isaías contempla la aflicción de Dios, que se siente
abandonado por sus hijos: "Hijos crié y saqué adelante y ellos se rebela-
ron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su
amo, Israel no conoce, mi pueblo no discierne. Han abandonado al Señor,
han despreciado al Santo de Israel" (1,2s). El hombre ha llegado a ser
una carga y aflicción para Dios, que odia su culto, sus festividades, sus
celebraciones (1,11ss). Pero todas estas acusaciones no son más que la
expresión de su amor herido. Son "sus hijos" (1,2), aunque sean "hijos
rebeldes" (30,1). Su enfado dura un instante, no perdura para siempre. Y
en ese instante de ira el Señor invita a su pueblo a esconderse para no
perecer: "Vete, pueblo mío, entra en tus cámaras y cierra tus puertas tras
de ti, escóndete un instante hasta que pase la ira" (26,20). La aflicción de
Dios es lo que nos describe la canción de la viña de Dios, "Amigo" de Is-
rael (5,1-7; 27,2-5).
106
Se trata de recrear las relaciones conyugales. El Esposo de Israel
es el Creador. Yahveh es el Dios del comienzo absoluto, el Dios que r e-
nueva todo. Como Esposo de Israel, su Creador puede recrear radical-
mente la vida conyugal, por maltratada que esté: "Tu Redentor será el
Santo de Israel" (54,5). El nuevo matrimonio prolonga la alianza, estable-
cida una vez por todas, pero ahora constituye un comienzo absoluto. No-
vedad para el hombre, no para Dios, o si se quiere, es la novedad absolu-
ta del amor definitivo, idéntico, siempre igual a sí mismo. No he sido yo
quien te he dado carta de repudio, dice Dios, sino tú que por tus pecados
me has abandonado (50,1). Este matrimonio, restablecido por una crea-
ción, por una actuación salvadora de Dios, es un gesto que renueva todo
absolutamente, creando algo sorprendente: "¡Grita de júbilo, estéril que no
das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no has tenido los do-
lores, porque más son los hijos de la abandonada, que los hijos de la c a-
sada, dice Yahveh... Porque a derecha e izquierda te expandirás. Tus
hijos heredarán naciones y ciudades despobladas poblarán" (54,1.3).
107
símbolo nos proyecta Isaías a la salvación mesiánica y escatológica. Dios
es el Dios creador y señor de la historia: crea siempre algo nuevo y saca
la vida de la muerte.
Estas bodas, recreación del amor de Dios a los hombres, se reali-
zan en la cruz de Jesucristo. Es lo que ya anuncia Isaías en los cuatro
cánticos del Siervo de Yahveh. Sus sufrimientos y su agonía son los dolo-
res de parto de la salvación que, según el profeta, está por venir. El Señor
está por desnudar su brazo ante los ojos de todas las naciones (52,10). Si
el hombre sufre como castigo por sus pecados, Dios sufre como redentor
de los pecadores. Su Siervo tiene la misión de cargar con los pecados y
dolencias de los hombres para sanarlos: "Mirad, mi Siervo tendrá éxito.
Como muchos se maravillaron de él, porque estaba desfigurado y no pa-
recía hombre ni tenía aspecto humano... Le vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y desecho de los hombres, varón de dolores y sabedor de
dolencias, como uno ante quien se vuelve el rostro. ¡Eran nuestras dolen-
cias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo
tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Ha sido herido por nues-
tras rebeldías, molido por nuestras culpas. El cargó el castigo que nos
trae la salvación y con sus cardenales hemos sido curados..." (52,13ss).
Con gozo concluye Miqueas: "¿Qué Dios hay como tú, que perdo-
nas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá
por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compa-
108
decerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos
nuestros pecados" (7,18ss).
Jeremías, el gran profeta del siglo VII, se sabe llamado por Dios
desde el seno materno: "La palabra del Señor se reveló a mí diciendo:
Antes que te formara en el vientre te conocí, y antes que nacieras te con-
sagré; yo te constituí profeta de las naciones" (Jr 1,5). De nada le vale
apelar a su corta edad: "Yo le dije: ¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, que
soy un muchacho". El Señor le replica: "No digas: 'Soy un muchacho',
porque donde te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. No tengas mie-
do, pues yo estoy contigo para salvarte" (1,6ss). Jeremías describe su
llamada como seducción por parte de Dios: "Me sedujiste y me dejé se-
ducir" (20,7). La vocación de Dios sumerge a Jeremías en un dolorosa
soledad (15,17). Pero, como profeta, testigo de Dios, toma parte en el
consejo de Dios, donde es informado de sus secretos (23,18.22). Es Dios
mismo quien pone sus palabras en sus labios (1,9): imposible no hablar.
109
guera del hombre está el prodigio de la conversión, el pasillo abierto por
Dios a través del cual el hombre puede entrar si lo desea. Jeremías grita
en nombre de Dios: "Vuélvete, Israel apóstata; no estará airado mi sem-
blante contra vosotros, porque soy piadoso y no guardo rencor para siem-
pre" (3,12ss). Sin embargo, todos sus intentos son vanos. Lleno de orgu-
llo, de una vana sensación de seguridad, el pueblo desoye sus palabras.
Jeremías, sensible y amante de Dios y del pueblo, vive con el alma dolor i-
da, envuelto en la melancolía. Sus ojos de profeta contemplan cómo se
tambalean los muros de Jerusalén. Los días que ve venir son aterradores.
Llama, grita, urge al pueblo a arrepentirse, pero no es escuchado. Llama,
llora, se lamenta, pero le abandonan; queda solo con su alma llena de
espanto. El es consciente de la hora que vive el pueblo, tiene el oído
abierto al momento decisivo. Por ello lanza su palabra aterradora a su
pueblo, acusándolo de provocar la ira de Dios: "Los hijos de Israel y los
hijos de Judá no hacen más que provocarme a la ira por la obra de sus
manos, dice el Señor. La ciudad ha excitado mi ira y mi cólera" (32,30ss).
110
culpas y desenmascarar su iniquidad, Jeremías se encuentra con gente
que, después de haber cometido la iniquidad, tiene la osadía de afirmar:
"No estoy contaminada" (2,23), "soy inocente, yo no he pecado" (2,35).
Por ello, Jeremías no se limitará a afirmar la existencia del pecado, sino
que tiene que convencer al pueblo de la gravedad de sus acciones. En
contraste con las exquisitas manifestaciones primeras de amor, con imá-
genes cargadas de colores oscuros y fuertes describirá el libertinaje de la
esposa infiel (2,20-25). No se trata ya sólo del adulterio de Gomer, sino
"del furor de la pasión". El profeta se vuelve, ante tanto "libertinaje y osad-
ía", amenazante: "¿podrás volver a mí?".
111
claman contra él y tratan de matarlo (11,21). Con angustia confiesa: "Yo,
como cordero llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que
tramaban contra mí: 'cortemos el árbol en su lozanía, arranquémos lo de la
tierra de los vivos, que su nombre no se pronuncie más'" (11,19ss). Su
vocación llega a hacérsele intolerable, arrancando a Jeremías los más
terribles lamentos e imprecaciones: "¿No habría sido mejor no nacer?"
(20,14ss). El profeta necesita que Dios le conforte para mantenerse fiel a
su misión, que termina con el destierro a Egipto, "donde no se invoca el
nombre de Yahveh".
5. EZEQUIEL
112
Durante el asedio de la ciudad, muere su esposa. Como el celibato
de Jeremías, la viudez de Ezequiel es signo profético del exilio del pueblo.
Ezequiel se niega a llevarle luto para señalar la desgracia todavía mayor
que va a ocurrir (24,15ss). Ezequiel se encierra en su casa, donde se
queda mudo y atado con sogas; de este modo remeda en su persona el
asedio de la ciudad (3,24ss). Indefinidamente reclinado sobre un lado y
luego sobre otro, representa el estado de postración en que caerán los
dos reinos (4,4ss). Con la barba y los cabellos cortados sugiere el destino
trágico del pueblo (5,1-3). Cargándose con un saco de emigrante, anuncia
la marcha al destierro de los habitantes de Jerusalén (12,1ss). Se alimen-
ta con una comida miserable como signo de la suerte que espera a los
desterrados (12,17ss). Uniendo en su mano dos varas, que representan el
reino del Sur y el del Norte, anuncia la unificación futura de los dos reinos
(37,15ss). Palabra y gesto se unen para transmitir el mensaje del Señor.
La palabra y el gesto se hacen parábola elocuente en el anuncio del as e-
dio de Jerusalén (24,1ss). El gesto significa la eficacia de la palabra del
profeta. Dios no deja por mentirosos a sus profetas. En Dios palabra y
hecho son una misma realidad.
113
nocerán la señal de un Dios Señor de la historia. 7 La historia se hace teo-
fanía, revelación de Dios.
7
17,24;36,23.36;37,28;39,7
114
pueblos la fama de tu belleza, perfecta con las galas con que te había
ataviado, -oráculo del Señor-. Te engreíste de tu belleza y, amparada en
tu fama, fornicaste y te prostituiste con todo el que pasaba (9-15).
115
recogeré de en medio de los pueblos, os congregaré de los países en los
que habéis sido dispersados, y os daré la tierra de Israel. Yo os daré un
corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de su car-
ne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne para que caminen
según mis preceptos y así sean mi pueblo y yo sea su Dios" (11,17ss;
36,26).
Desde finales del siglo V a mediados del siglo III se suceden los
profetas posteriores al exilio: Ageo, Zacarías, Jonás, Malaquías, Abdías y
Joel. Son los profetas de la reconstrucción de Israel al retorno del exilio.
Con Ageo comienza una nueva era. Antes del destierro, los prof e-
tas anunciaban el castigo; durante el exilio, los profetas eran los consola-
dores del pueblo. A la vuelta del exilio, los profetas llaman al pueblo a la
reconstrucción del templo y de la comunidad de Israel. Ageo es el primero
en invitar a los repatriados a reconstruir el Templo: El Templo está en rui-
nas, su reconstrucción garantizará la presencia de Dios y la prosperidad
del pueblo.
116
Hijos de Sión, alegraos y festejad al Señor, vuestro Dios, que os da la llu-
via temprana y la tardía a su tiempo. Alabaréis al Señor que hace prodi-
gios por vosotros. Yo soy el Señor, vuestro Dios, y no hay otro, y mi pue-
blo no quedará defraudado. Además derramaré mi espíritu sobre todos:
vuestros hijos e hijas profetizarán" (2,21ss). "El Señor será refugio de su
pueblo, alcázar de los israelitas. Y sabréis que yo soy el Señor, vuestro
Dios, que habito en Sión, mi monte santo. Jerusalén será santa. Aquel día
los montes manarán vino, los collados fluirán leche, las acequias de Judá
irán llenas de agua y brotará un manantial del Templo del Señor, que re-
gará el valle de las Acacias" (4,16ss).
117
muerte del ricino hasta desear también su muerte. El Señor le dijo: "Tú te
lamentas por el ricino, que no cultivaste con tu trabajo, y que brota una
noche y perece a la otra y yo, ¿no voy a sentir la suerte de Nínive, la gran
ciudad, donde habitan más de veinte mil hombres?" (Jo 4,11).
***
118
Tras la multiplicación de los panes, que recordaba el maná del Éxodo y el
milagro de Eliseo, las gentes se pusieron a gritar: "Este es verdaderamen-
te el profeta que debía venir al mundo" (Jn 6,14). Al oír sus palabras las
gentes dijeron: "¡Este es realmente el profeta!" (Jn 7,52). Jesús no sólo
es la boca de Dios, sino la Palabra de Dios encarnada. Escucharle, aco-
gerle es escuchar y acoger al Padre que le ha enviado.
119
para llevar a su pueblo al destierro, ahora suscita a Ciro para devolver a
su pueblo a la tierra de sus padres. "El corazón del rey es una acequia a
disposición de Dios: la dirige a donde quiere" (Pr 21,1).
Dios guía la historia según sus planes. Por ello la anuncia de ante-
mano por sus profetas. Jeremías, con palabras y gestos, anunció el des-
tierro y la vuelta. Pero el gran cantor de la vuelta es Isaías, que vio en la
lejanía el destino de Ciro y lo anunció como salvador del pueblo de Dios.
El anuncia la buena noticia con toda su fuerza salvadora. La ciudad de
Jerusalén está esperando sobre las murallas la vuelta de los cautivos. Un
heraldo se adelanta al pueblo que retorna de Babilonia. Cuando los vigías
divisan a este mensajero, dan gritos de júbilo que resuenan por la ciudad
y se extienden por todo el país. "¡Qué hermosos son sobre los montes los
pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que
anuncia la salvación, que dice a Sión ya reina tu Dios. ¡Una voz! Tus vig-
ías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus propios ojos
ven el retorno de Yahveh a Sión. Prorrumpid a una en gritos de júbilo, s o-
ledades de Jerusalén, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha res-
catado a Jerusalén" (Is 52,7-9). "Súbete a un alto monte, alegre mensaje-
ro para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está
vuestro Dios. Ahí viene el Señor con poder" (Is 40,9).
120
bién a los israelitas, que habían conservado la esperanza suscitada por
los profetas. El retorno mismo es una experiencia salvífica. Como en la
liberación de Egipto, también ahora Dios acompaña a su pueblo, le abre
caminos, rehace su alianza con ellos, movido por su amor. Los que se
habían contagiado con los ídolos y habían perdido la esperanza en la sal-
vación se quedaron en Babilonia, lejos de Jerusalén, la santa ciudad de
Dios. Los ricos, que confiaban en sus riquezas, no vieron el milagro de la
presencia salvadora de Dios. Sólo los pobres de Yahveh, que confiaban
únicamente en El, se pusieron en camino y subieron a reedificar el templo
de Jerusalén.
2. ESDRAS Y NEHEMÍAS
a) Esdras, el escriba
121
cripción del escriba: "Se entrega de lleno a meditar la Ley del Altísimo;
escruta la sabiduría de sus predecesores y dedica sus ocios a estudiar las
profecías. Examina los relatos de autores célebres y penetra en los re-
pliegues de las parábolas. Busca el misterio de los proverbios y da vueltas
a las parábolas. Aplica su corazón a ir bien de mañana donde el Señor, su
Creador y ora ante el Altísimo: ante El abre su boca para pedir perdón por
sus pecados. Si el Señor lo quiere, él será lleno de espíritu de inteligencia.
Dios le hará derramar como lluvia las palabras de su sabiduría, y en la
oración dará gracias al Señor. Dios guiará sus consejos prudentes, y él
meditará sus misterios. Comunicará la enseñanza recibida y se gloriará en
el Señor. Muchos alabarán su inteligencia y su recuerdo perdurará por
generaciones. La comunidad comentará su sabiduría y la asamblea can-
tará su alabanza. Mientras viva, tendrá fama entre mil, que le bastará
cuando muera" (39,1ss).
b) Nehemías, el gobernador
122
Ante las noticias recibidas, Nehemías, como en otro tiempo Moisés,
abandona la corte de Artajerges, donde era copero del rey, para visitar a
sus hermanos, se interesa e intercede ante Dios por ellos. Su oración es
una confesión del pecado del pueblo con una súplica de perdón al Dios
fiel a la Alianza. Al llegar a Jerusalén inspecciona el estado de la muralla,
comprobando que estaba derruida y las puertas consumidas por el fuego.
Entonces se presentó a los sacerdotes, a los notables y a la autoridades y
les dijo: "Ya veis la situación en que nos encontramos. Jerusalén está en
ruinas y sus puertas incendiadas. Vamos a reconstruir la muralla de Jeru-
salén para que cese nuestra ignominia" (Ne 2,17). Todos se pusieron ma-
nos a la obra con entusiasmo, aunque pronto tuvieron que vencer las bur-
las y oposición de los samaritanos, que sembraban la vergüenza, el des-
ánimo y el miedo entre el pueblo. Uno decía: "¿Se creen estos estériles
judíos que van a resucitar unas piedras calcinadas?" (Ne 3,34). Otro
añadía: "Déjalos que construyan. En cuanto suba una zorra abrirá brecha
en la muralla de piedra". Nehemías no les replica, se vuelve a Dios y ora:
"Escucha, Dios nuestro, cómo se burlan de nosotros. Haz que sus insultos
recaigan sobre ellos y mándalos al destierro para que se burlen de ellos.
No encubras sus delitos, no borres de tu vista sus pecados, pues han
ofendido a los constructores" (Ne 3,36).
123
fue solemne y alegre "porque el Señor les inundó de gozo. La algazara de
Jerusalén se escuchaba de lejos" (Ne 12,43).
c) Renovación interior
124
En el libro de la Ley se encontraron con la fiesta, para ellos olvida-
da, de las Tiendas. Con gozo inaudito la celebraron, viviendo durante sie-
te días al aire libre bajo las tiendas de ramas de olivo, pino, mirto y palme-
ras. Durante los siete días Esdras siguió proclamando en voz alta el libro
de la Torá. El octavo día celebraron solemnemente la liturgia penitencial,
con ayuno, vestidos de saco y polvo. La asamblea confesó sus pecados y
los de sus padres ante el Señor, su Dios. Y Esdras, en nombre de todos,
rezó:
Tu, Señor, eres el único Dios, creador de todo, pues a todos das vida. Tú
eres el Dios que elegiste a nuestro padre Abraham e hiciste con él una
alianza. Viste luego la aflicción de nuestros padres en Egipto y les libe-
raste con grandes signos y prodigios. Bajaste al monte Sinaí y hablaste
con ellos desde el cielo. Les diste tu santa Ley por medio de Moisés. Pe-
ro ellos, olvidando tus prodigios, desoyeron tus mandatos. Pero Tú, Dios
del perdón, clemente y compasivo, paciente y misericordioso, no los
abandonaste. Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo y los in-
trodujiste en la tierra que habías prometido a sus padres. Pero indóciles,
se rebelaron contra ti, se echaron tu Ley a las espaldas, mataron a tus
profetas, que los invitaban a volver a ti. Los entregaste en manos de sus
enemigos, que los oprimieron. Pero en su angustia clamaron a ti y tu, por
tu gran compasión, los escuchaste y les enviaste salvadores, que los li-
braron de sus enemigos. Pero al sentirse tranquilos hacían otra vez lo
que repruebas. Te volvieron la espalda sin querer escucharte. Fuiste pa-
ciente con ellos durante muchos años hasta que los entregaste en manos
de los pueblos paganos. Mas por tu gran compasión no los aniquilaste,
porque eres un Dios clemente y compasivo. Ahora, Dios nuestro, tú que
eres fiel a la alianza, no menosprecies las aflicciones que nos han sobre-
venido desde el tiempo de los reyes asirios hasta hoy. Eres inocente de
cuanto nos ha ocurrido: ¡Nosotros somos culpables! (Ne 9,6ss).
125
3. DANIEL
Los más humildes, en cambio, los fieles del Señor, aunque pasen
por el fuego, el Señor no permitirá que se les queme un solo cabello de su
cabeza. Saldrán intactos de la prueba. Los tres jóvenes, Sidrac, Misac y
Abdénago, en medio del horno de fuego pueden cantar a Dios el himno
de toda la creación: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, a ti
gloria y alabanza por los siglos. Bendito tu nombre, santo y glorioso... Ala-
bad a Dios, todos sus fieles, porque es eterna su misericordia, dura por
los siglos de los siglos" (3,46ss).
126
En medio del festín sacrílego del rey Baltasar, Dios, Señor de la
vida y de los imperios, escribe con los dedos de su mano invisible el des-
tino de los señores de este mundo: Mené, Tequel y Parsin. Mené: Dios
ha medido tu reino y le ha puesto fin; Tequel: has sido pesado en la ba-
lanza y encontrado falto de peso; Parsin: tu reino ha sido dividido y entre-
gado a otras dos potencias (c. 5).
127
su fuerza. Me dijo: No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive;
estuve muerto, pero estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1,9ss).
128
amigos (Nm 16). El anatema en que incurre Akán recae sobre todo el
pueblo (Jos 7). El pecado de David atrae la peste sobre la nación (2Sam
24,1-17). La santidad de Noé lo salva a él y a "toda su casa" (Gén 7,1.13).
En Abraham "serán bendecidas todas las familias de la tierra" (Gén 12,3).
El libro entero de los Jueces sigue el esquema pecado-castigo-
conversión-salvación del pueblo.
Cuando el castigo sobreviene a una persona inocente, la justicia de
Dios queda a salvo apelando a la solidaridad de los hijos en las culpas de
los padres, hasta llegar a plasmar el refrán: "los padres comieron agraces
y los hijos sufren dentera" (Jr 31,29;Ez 18,2). Pero ya Jeremías protesta
contra él. La solidaridad del pueblo no puede eliminar la responsabilidad
personal. Jeremías afirma que "cada cual morirá por su culpa; quien coma
el agraz, tendrá dentera" (31,30). Yahveh explora el interior del hombre
"para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras"
(17,10). En su anuncio de la nueva alianza promete que el Señor inscri-
birá su ley en los corazones de cada hombre y no en las tablas de piedra,
de forma que todos y cada uno conozcan a Yahveh (31,31-34). Esta inte-
riorización de la ley lleva a la relación personal del hombre con Dios.
129
"una herida incurable"; esta situación le lleva a preguntarse si Yahveh no
será un "espejismo, aguas no verdaderas". Varios salmos recogen los
mismos interrogantes: ¿por qué Yahveh está lejos en la hora de la angus-
tia?; ¿hasta cuándo triunfarán los impíos y sufrirán los justos? Dios man-
tiene su fidelidad a la Alianza con su pueblo, ¿pero qué suerte corre el
justo, fiel a su Dios? Job es la expresión viva y dramática de estos interro-
gantes. Desde el principio Job aparece como inocente. Dios mismo lo tes-
timonia por dos veces ante Satán: "¿Te has fijado en mi siervo Job? No
hay nadie como él en la tierra" (1,8;2,3). ¿Qué sentido tiene su sufrimien-
to?
1. JOB
130
alza contra sus amigos, invocando como ellos la experiencia ajena, y la
propia. Job constata en su carne que los malvados medran, se divierten,
ven cómo sus bienes se multiplican (21,1.13), despojan al inocente impu-
nemente (24,1-17). Se trata de hechos tan evidentes que Job desafía a
sus amigos a desmentirle: "¿no es así?, ¿quién me puede desmentir?"
(24,25). Las razones de los amigos son, pues, vanas: "pura falacia"
(21,34).
Con su silencio y con sus palabras, los amigos no hacen otra cosa
que llevar al sufriente a penetrar en lo hondo de su corazón. La experien-
cia del anciano Elifaz, el celo del joven Sofar o la ciencia de Bildad no lo-
gran dar una respuesta al dolor del inocente. El drama se da entre Dios y
el hombre. A solas con Dios el hombre calla, grita, pide explicaciones, sa-
ca todo lo que está escondido en su interior, desconocido hasta para él
mismo. El misterio de Dios choca contra todos los razonamientos huma-
nos. El dolor descontrola los consuelos de la mente. El corazón herido
rompe el cerco de los labios y la lengua saca todo el dolor del sinsentido
de la vida: "Muera el día en que nací, la noche que dijo: han concebido un
varón" (3,3). Job maldice su nacimiento, más aún, su misma concepción.
Si la vida es sufrimiento, ¿por qué haber nacido? ¿Para qué dar a luz a un
desgraciado, a un hombre que ve cerrado su camino, porque Dios le tiene
cercado? "Pues sabed que es Dios quien me ha envuelto en sus redes,
quien me ha cerrado el camino, cubriendo de tinieblas mi sendero, des-
cuajando como un árbol mi esperanza" (19,6ss). Incapaz de ver el desig-
nio de Dios, la vida queda vacía de sentido. El silencio o ausencia de Dios
es peor que la muerte.
131
con Dios. El dolor del eclipse de Dios es lo que hace insoportable la situa-
ción presente. Sin la luz de Dios se ha apagado la gloria de Job, que an-
tes todos admiraban. El yo de Job se ha roto y se resiste a morir. La gloria
pasada se alza ahora como vanagloria. La memoria, que comenzó lleván-
dole a Dios, se enreda luego en el recuento de los propios méritos. Job
pasa del reconocimiento de Dios a la celebración de sí mismo, robando la
gloria a Dios. Por la boca del irreprochable Job sale todo su corazón fari-
seo: exalta su prestigio, autoridad y fama de hombre generoso; se arroga
lo que es propio de Dios: "mis palabras goteaban sobre los demás como
lluvia temprana, se las bebían como lluvia tardía, yo les guiaba y se deja-
ban conducir" (29,22ss), "yo era ojos para el ciego, pies para el cojo, pa-
dre de los pobres" (30,15s). 8 Frente a esta ilusión de gloria se alza el pre-
sente: la humillación y las burlas de que es objeto, el abandono en que se
encuentra, el sufrimiento y la angustia. Es Dios quien ha cambiado su
suerte. A Dios interpela Job con su grito de dolor. La súplica se transforma
en queja contra Dios: "Te pido auxilio y no me haces caso, espero en ti y
me clavas la mirada" (30,20).
132
recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las
azucenas olvidado". La fe conduce al hombre a renunciar a sus riquezas,
afectos, a perder la propia vida, cargando con la cruz de cada día (Lc
14,25ss). Ver a Dios con los propios ojos es la vida del hombre: "Esta es
la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que tú
has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).
133
sufrimiento abre el corazón del creyente a la comunión con Dios, como
felicidad plena, más allá de esta vida.
2. TOBÍAS
134
casa de mi padre" (Gén 24,40). Dios, que ha creado a Tobías para Sara
(6,18), envía al ángel Rafael, conduce a Tobías a través de muchas vicisi-
tudes a encontrarse con la mujer que Dios ha destinado para él. El matri-
monio de Tobías y Sara se vive en un ambiente de oración, de intimidad
personal y con la firme voluntad de darse el uno al otro total y definitiva-
mente. Según la redacción de la Vulgata, Raguel, el padre de Sara, a ins-
tancias del ángel, entregará su hija a Tobías, diciendo: "Yo creo que Dios
os ha hecho venir a mi casa precisamente para que ella se case con uno
de su linaje, conforme a la ley de Moisés, así que te la entregaré" (7,14).
"Y tomando a su hija de la mano derecha, la colocó en la mano derecha
de Tobías diciendo: El Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob
sea con vosotros. Que El os una y os llene de bendición" (8,11-15, Vul.).
Y, después de la primera noche, bendecirá a Dios, que ha protegido a su
hija y a su esposo, diciendo:
Bendito seas, oh Dios, con toda pura bendición y seas bendecido por los
siglos todos. Seas bendecido por haberme alegrado. Seas bendecido
porque has tenido piedad de este hijo único y de esta hija única. Concé-
delos, Señor, tu gracia y tu protección, hazles seguir su vida en la alegría
y en la gracia (Tb 8,17-19, Vul).
Por su parte, los dos esposos viven su unión como don del Señor y
bajo su bendición:
135
El y hasta que pase la tercera noche no usaremos de nuestro matrimonio"
(8,4; 6,16-22, Vulg.).
136
que hace estremecer a Abraham la vista de Cristo: "Vuestro padre Abra-
ham se alegró deseando ver mi día: lo vio y se regocijó" (Jn 8,56). En el
nacimiento milagroso de Isaac, el patriarca se alegra por el nacimiento de
su descendiente Cristo.
2. MUJERES ESTÉRILES
Toda la obra salvífica tiene a Dios por autor, pero la realiza median-
te algunos elegidos testigos de su actuar. Las mujeres estériles, que con-
ciben un hijo por la fuerza de Dios, son un signo singular del actuar gratui-
to de Dios, que es fiel a sus promesas de salvación. Por su maternidad
virginal María está situada en la línea de las mujeres, cuya esterilidad fue
especialmente bendecida por Dios, haciéndolas fecundas. Desde Sara, la
mujer de Abraham, hasta Ana, la madre de Samuel, y en el nuevo Testa-
mento Isabel, la madre de Juan Bautista, aparece la voluntad de Dios de
conceder a una mujer estéril un hijo predestinado a una misión particular.
En la esterilidad humana, Dios muestra que el hijo es fruto únicamente de
su designio y de su poder. En este contexto aparece la profecía de Isaías
sobre la virgen que concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrá por
nombre Emmanuel, Dios con nosotros.
137
En su deseo de virginidad, María se sentía orientada hacia un
estado de vida que, a los ojos de la gente, era igual a la esterilidad. De
ello encontramos un eco en el Magnificat, donde María habla de la situa-
ción de "humillación" de la sierva de Dios (Lc 1,48). En este versículo Mar-
ía repite las palabras de Ana, la madre estéril de Samuel, que había diri-
gido a Dios esta plegaria: "Si te dignas reparar en la humillación de tu
esclava" (1Sam 1,11). También Isabel, madre de Juan, era estéril, más
aún, llamada por todos "la estéril". Por ello dirá: "Esto es lo que ha hecho
por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los
hombres" (Lc 1,25). María, como Isabel, entra a formar parte de la larga
serie de mujeres "estériles" del Antiguo Testamento, que fueron madres
gracias a la bendición de Dios. "Así, pues, la estéril prepara el camino a la
Virgen" (San Juan Crisóstomo).
Todos estos casos de mujeres sin hijos bendecidas por Dios tie-
nen un sentido para la historia de la salvación. La maternidad virginal de
María es el término de esta historia de salvación: tanto en las estériles
como en la Virgen, la maternidad es un don singular de Dios: "para quien
nada es imposible" (Lc 1,37). Sólo Dios puede abrir el seno estéril a la
maternidad y, más maravilloso aún, sólo Dios puede hacer que una vir-
gen, sin dejar de ser virgen, sea madre. No sin motivo dirá el ángel a Mar-
ía: "El Señor está contigo". Sólo el Señor podía vincular la virginidad y
maternidad de María, Madre del Hijo de Dios.
138
Y Ana, consciente del don de Dios, entona el canto de alabanza a
Dios, preludio del Magnificat de María. El himno de Ana canta la victoria
del débil protegido por Dios: la mujer humillada es exaltada y exulta de
alegría, gracias a la acción de Dios. El núcleo del canto de Ana confiesa
el triunfo de Dios sobre la muerte: un seno muerto es transformado en
fuente de vida, devolviendo la esperanza a todos los desesperados: "Mi
corazón exulta en Yahveh, porque me he gozado con su auxilio. ¡No hay
Dios como Yahveh! El arco de los fuertes se ha quebrado, los que se
tambalean se ciñen de fuerza. La estéril da a luz siete veces, la de mu-
chos hijos se marchita. Yahveh da muerte y vida, hace bajar al Seol y re-
tornar, enriquece y despoja, abate y ensalza. Yahveh levanta del polv o al
humilde para darle en heredad un trono de gloria" (1Sam 2,1ss).
139
hecho" (v.27). Esta es la lógica de Dios, que sorprende a los potentes y
opresores. Es la conclusión del cántico: "¡Así perezcan todos tus enemi-
gos, oh Yahveh! ¡Y sean los que te aman como el sol cuando se alza con
todo su esplendor!" (v.31).
b) Judit
Nabucodonosor, rey de Asiria, quiere formar un gran ejército para
conquistar el reino de Media. Invita a tomar parte de la expedición a diver-
sos pueblos. Nadie presta oídos a su llamada. Nabucodonosor toma re-
presalias contra los pueblos que no han acogido su invitación. El general
Holofernes somete sin dificultad a todos, excepto al pueblo judío, que se
atrinchera en las montañas (Jd 4,1-8). Mientras el pueblo elegido ora a
Dios, Holofernes sitia Betulia, para penetrar en Judea. Holofernes desea
destruir todo culto local con el fin de erigir el culto universal a Nabucodo-
nosor. El santuario y la fe de Israel están condenados a desaparecer (6,1-
4). Pero Israel es propiedad de Dios, nación elegida y santa. Esto le hace
inexpugnable, mientras se mantenga fiel (5,5-21). Frente a esta tesis del
sabio Aquior, Holofernes defiende que el único dios es Nabucodonosor y,
por tanto, la fuerza triunfará sobre la debilidad.
140
Israel. Judit es situada en Betulia, es decir, en Betel, la "casa de Dios". En
Judit aparece el Dios de la revelación, que da la vuelta a la historia, exal-
tando al débil y humillando al potente: "No está en el número tu fuerza, ni
tu poder en los valientes, sino que eres el Dios de los humildes, el defen-
sor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, sal-
vador de los desesperados" (9,11). Judit es la judía fiel; Betulia es la casa
de Dios, viuda defendida por Dios que destruye, aplastando la cabeza de
su general Holofernes, a Nabucodonosor, encarnación del orgullo personi-
ficado. De este modo Judit es el prototipo de la debilidad que vence la
violencia, el mal, el Anti-cristo, como aparece en la catedral de Chartres y
en infinidad de obras de arte.
c) Ester
Mi Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi auxilio, que estoy sola
y no tengo otra ayuda sino en ti, y mi vida está en peligro. Yo he oído
desde mi infancia, en mi casa paterna, que Tú, Señor, elegiste a Israel de
entre todos los pueblos para ser herencia tuya para siempre, cumpliendo
en su favor cuanto prometiste. Ahora hemos pecado en tu presencia y
nos has entregado a nuestros enemigos porque hemos honrado a sus
dioses. ¡Justo eres, Señor! Mas no se han contentado con nuestra amar-
ga esclavitud, sino que han decretado destruir tu heredad, para cerrar las
141
bocas que te alaban y apagar la gloria de tu Casa y de tu altar. No entre-
gues, Señor, tu cetro a los que son nada. Que no se regocijen por nues-
tra caída, sino vuelve contra ellos sus deseos y el primero que se alzó
contra nosotros haz que sirva de escarmiento. Acuérdate, Señor, y date a
conocer en el día de nuestra aflicción... Dame valor y pon en mis labios
palabras armoniosas cuando esté en presencia del león. Líbranos con tus
manos y acude en mi auxilio, que estoy sola y a nadie tengo, sino a Ti,
Señor. Oh Dios, que dominas a todos, oye el clamor de los desespera-
dos, líbranos del poder de los malvados y líbrame a mí de mi temor (Est
4; texto griego).
De Dios ha venido todo esto. Porque haciendo memoria del sueño que
tuve, ninguna de aquellas cosas ha dejado de cumplirse: ni la pequeña
fuente, convertida en río, ni la luz, ni el sol, ni el agua abundante. El río es
Ester, a quien el rey hizo esposa y reina. A través de ella el Señor ha sal-
vado a su pueblo, nos ha librado de todos los males y ha obrado signos y
prodigios como nunca los hubo en los demás pueblos (c. 10; texto grie-
go).
142
4. MUJERES DE LA GENEALOGÍA DE JESÚS
143
Moab, uno de los pueblos surgidos de la relación incestuosa de Lot y sus
hijas y, por ello, despreciado por los hebreos; pero de Rut nació Obed,
abuelo de David, entrando así en la historia de la salvación, como ascen-
diente del Mesías. Betsabé, la mujer de Urías, el hitita, perpetró el adulte-
rio con David (2Sam 11), pero se hizo ascendiente de Jesús, dando a luz
a Salomón.
144
Rut salió al campo y se puso a espigar detrás de los primeros s e-
gadores que encontró. Quiso la suerte -¡Bendito sea el Señor de la suer-
te!- que Rut fuera a dar en una parcela de Booz, de la familia de Elimélek,
el esposo de Noemí. Algo tocó el corazón de Booz al ver y escuchar la
voz de Rut. Sin marido, sin fortuna, extranjera, Rut no es más que una
huérfana espigadora. Pero, aunque sea hija de idólatras, se ha refugiado
en Belén bajo las alas del Santo de Israel. Aconsejada por su suegra, en
la noche cálida y casta de junio, Rut descenderá a la era donde duerme
Booz, después de haber aventado la parva de cebada, haber comido y
bebido con la alegría de la cosecha. Con el pasmo en el corazón descu-
brirá los pies de Booz y se acostará junto a él. Y aquí entra en acción el
Santo, bendito sea, que desde la creación se encarga de combinar los
matrimonios, haciendo que se encuentren el hombre y la mujer creados el
uno para el otro según sus designios. En los montes de Judea, coronados
de estrellas, Booz se despertó sobresaltado de su profundo sueño y se
encontró, como en los orígenes Adán, con una mujer acostada a sus pies.
Son los designios misteriosos del Santo, que salva y lleva adelante
la historia por vías insondables, por encima de los pecados del hombre. Si
Rut es moabita, hija del incesto de la hija mayor de Lot, también Booz es
descendiente de Peres, el hijo de la unión medio incestuosa de Tamar
con su suegro, Judá, hijo del patriarca Jacob. Así es la genealogía del rey
David, que va desde Peres a Booz, que engendró a Obed, padre de Jesé,
del que nació David. En Israel se hará clásica la bendición de los ancia-
nos, incorporando a Rut a las madres del pueblo elegido: "Haga Yahveh
que la mujer que entra en tu casa (Rut) sea como Raquel y como Lía, las
dos que edificaron la casa de Israel" (Rut 4,11).
145
tieron en progenitores de David; y el trono davídico pasó a Salomón a
través de Betsabé. Las cuatro mujeres comparten con María lo irregular y
extraordinario de su unión conyugal. Nombrándolas Mateo en la genea-
logía llama la atención sobre María, instrumento del plan mesiánico de
Dios, pues fue "de María de quien nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16).
Esto sucede, dice Lutero, porque Cristo debía ser salvador de los extran-
jeros, de los paganos, de los pecadores. Dios da la vuelta a la cosas. Mar-
ía, en el Magnificat, canta este triunfo de lo despreciable, que Dios toma
para confundir lo que el mundo estima.
Las dos genealogías unidas nos dicen que Jesús es el fruto con-
clusivo de la historia de la salvación; pero es El quien vivifica el árbol, por-
que desciende de lo alto, del Padre que le engendra en el seno virginal de
María, por obra de su Espíritu Santo. Jesús es realmente hombre, fruto de
esta tierra, con su genealogía detallada, pero no es sólo fruto de esta tie-
rra, es realmente Dios, hijo de Dios, como señala la ruptura del último ani-
146
llo del árbol genealógico: "...engendró a José, el esposo de María, de la
que nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16).
¡Benditas son por ella todas las mujeres! El sexo femenino ya no está su-
jeto a la maldición; tiene un ejemplar que supera en gloria a los ángeles.
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Eva está curada. Alabamos a Sara, la tierra en que germinaron los pue-
blos; honramos a Rebeca, como hábil transmisora de la bendición; admi-
ramos a Lía, madre del progénitor según la carne; aclamamos a Débora,
por haber luchado sobre las fuerzas de la naturaleza (Ju 4,14); llamamos
dichosa a Isabel, que llevó en el seno al precursor, que saltó de gozo al
sentir la presencia de la gracia. Y veneramos a María, que fue madre y
sierva, y nube y tálamo, y arca del Señor... Por eso digámosle: "Bendita
tú entre las mujeres", porque sólo tú curaste el sufrimiento de Eva; sólo tú
secaste las lágrimas de la que sufría; sólo tú llevaste el rescate del mun-
do; a ti sola se confió el tesoro de la perla preciosa; sólo tú quedaste en-
cinta sin placer; sólo tú diste a luz al Emmanuel, del modo como él dispu-
so. "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,42)
(Proclo de Constantinopla).
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