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CONFERENCIA DEL EPISCOPADO ESPAÑOL

COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS

CON VOSOTROS ESTÁ


CATECISMO PARA PREADOLESCENTES
manual del educador - guía doctrinal

http://www.mercaba.org/EDUCADOR/003-023_indice_general.htm

ÍNDICE GENERAL

• Prólogo.

• Nota importante.

• Abreviaturas y siglas.

• INTRODUCCIÓN GENERAL.

CAPITULO I. Temario general del Catecismo para preadolescentes:


"
Con vosotros está" y "Manual del educador: Guía doctrinal".

CAPITULO II. Justificación del temario del Catecismo para


preadolescentes:

1. Características generales.
2. Características del contenido.
3. Algunas características del lenguaje y del método de exposición.

CAPITULO III. La catequesis en la preadolescencia: 11-14 años. Algunas


orientaciones catequéticas y pedagógicas.

1. Características generales de la educación en la fe de los preadolescentes.


2. El "Manual del educador: 1. Guía doctrinal", el Catecismo "Con vosotros está"
y la Catequesis.

3. Líneas generales de orientación pedagógicas y catequéticas para el uso del


Catecismo.

INTRODUCCIÓN AL CATECISMO

Tema 1. Buscando la luz.

o Caminantes.
o ¿Quién soy yo?
o Mi vida de fe.

PRIMERA PARTE: CRISTO ESTA CON NOSOTROS

CAPITULO I. Cristo ha resucitado y vive.

Tema 2.-Cristo vive.

o Resucitado.
o Entre nosotros.
o Testigos de su resurrección.

CAPITULO II. ¡Convertíos! Al encuentro de Cristo por los caminos del Dios
vivo.

Tema 3.-En la alianza encontramos a Cristo: donde los hombres reconocen a


Dios. Donde los hombres se aman.

Tema 4.-En el éxodo nos encontramos a Cristo: donde el hombre es liberado de


los ídolos y poderes que le asedian y esclavizan.

Tema 5.-Encontramos a Cristo en el desierto: donde los hombres experimentan


las dificultades de la liberación. Don-de el hombre se pone en diálogo con Dios.

Tema 6. Nos encontramos con Cristo en la tentación: cuando en las


encrucijadas de la vida aceptamos la llamada de Dios.

Tema 7.-Encontramos a Cristo en los pobres: que en ellos quiere ser servido.

Tema 8.-Cristo está en los profetas enviados por Dios: en los que llevan su
palabra. Encontramos a Cristo cuando cumplimos la Palabra de Dios.

Tema 9.-Nos encontramos con Cristo cuando hacemos nuestra su actitud de


Siervo de Yahvé: el camino de los justos injustamente perseguidos.
Tema 10.-Cristo está en la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza: en medio de los
que se reúnen ,en su nombre.

Tema 11.-Encontramos a Cristo en la fiesta, en la paz, en la alegría: una paz


que el mundo no puede dar, una alegría que nadie nos puede quitar.

CAPITULO III. En Cristo nos encontramos con el misterio de Dios.

Tema 12.-Nos encontramos con Dios en Cristo.

SEGUNDA PARTE: CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE DIOS

CAPITULO I. Cristo es el Señor de mi vida y de la Historia.

Tema 13.-Los primeros cristianos proclaman que Jesús es el Señor.

Tema 14.-Nacido de mujer que no conoció varón.

Tema 15.-Años de vida oculta de Jesús.

Tema 16.—Vida pública de Jesús. Bautismo. Predicación. Signos.

Tema 17.—¿Quién es Jesús? Mesías. Siervo. Señor. Hijo del Hombre. Hijo de
Dios.

Tema 18.—Misterio Pascual de Jesús. Paso de este mundo al Padre: Pasión y


Glorificación de Jesús, nuestro Redentor.

CAPITULO II. Dios Padre y el Espíritu. La Santísima Trinidad.

Tema 19.-El rostro de Dios Padre.

Tema 20.-La hora del Espíritu ha llegado.

Tema 21.-El misterio de Dios: Dios es amor y amor entre personas. La


Santísima Trinidad.

TERCERA PARTE: CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL HOMBRE.


"Por nosotros los hombres y por nuestra salvación."

DEL HOMBRE VIEJO AL HOMBRE NUEVO

CAPITULO I. Un "paso" que transforma al hombre.


Tema 22.—Introducción: Del hombre viejo al hombre nuevo.

o En proceso de conversión.
o Por la fuerza del Espíritu.
o La conciencia moral y la libertad del hombre.

CAPITULO II. Bajo el dominio del pecado. El hombre viejo.

Tema 23.—Convencidos de pecado por el Espíritu: Conciencia de pecado a la


luz de la fe.

Tema 24.—El pecado.

o La experiencia del mal. El pecado, la raíz más pro-funda de la


miseria 'humana.

o La raíz de todo pecado: el pecado original. La triple ruptura: con


Dios, con los otros, consigo mismo. Con-secuencias universales del pecado.

Artículo 1.-Impacto del pecado en los diversos órdenes de la vida.

Tema 25.-Sin la gracia, no podernos amar al prójimo con amor auténtico.

Tema 26.-Sin la acción del Espíritu, no podemos colaborar verdaderamente con


los demás: explotación y utilización del hombre.

Tema 27.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos servir al prójimo con amor


verdadero. Dominio del hombre sobre el hombre.

Tema 28.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos adorar al Dios verdadero en


espíritu y en verdad.

Artículo 2.-Algunos problemas concretos.

Tema 29.-Sin el don del Espíritu, no es posible establecer una relación entre
hombre y mujer, según el designio de Dios. El desprecio dél otro sexo.

Tema 30.-Sin la gracia de Dios, no podemos establecer una relación adecuada


con las cosas. En una sociedad de con-sumo.

Tema 31.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos vencer la tentación de la


violencia.

Tema 32.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos respetar de verdad el derecho y


la dignidad del otro. El menosprecio de la dignidad y derechos del hombre.

CAPITULO III. La conversión.


Tema 33.-Mi situación puede cambiar: la conversión. La gracia nos transforma y
hace capaces de amar de verdad a Dios y al prójimo.

TERCERA PARTE: CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL HOMBRE.


"Por nosotros los hombres y por nuestra salvación." (Continuación.)

DEL HOMBRE VIEJO AL HOMBRE NUEVO

CAPITULO IV. Nacidos del agua y del Espíritu. El hombre nuevo.

Artículo 1.—El hombre nuevo, configurado con Cristo: Vida de gracia.

Tema 34.—El Hombre Nuevo, configurado con Cristo por el don y la acción del
Espíritu Santo. La vida de gracia.

Artículo 2.—.El hombre nuevo vive conforme a la palabra de Dios: Moral de


gracia.

Tema 35.—De la vieja Ley al Evangelio. El Espíritu, ley del cristiano.

Tema 36.—Amarás al Señor con todo tu corazón (1.°, 2.° y 3.° Mandamientos).
La Oración.

Tema 37.—Mi padre, mi madre, mis hermanos (4.° Manda-miento).

Tema 38.—El muy difícil amor al enemigo (5.° Mandamiento).

Tema 39. Limpieza de corazón (6.° y 9.° Mandamientos).

Tema 40.—No se puede servir a Dios y al dinero (7.° y 1d.° Mandamientos).

Tema 41.—Caminar en la verdad (8.° Mandamiento).

Artículo 3.—El hombre nuevo nace de la comunidad y vive en ella: La


Iglesia.

Tema 42.—La Iglesia universal, "un pueblo reunido en virtud de la unidad del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Tema 43.—Somos Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo. Iglesia santa.

Tema 44.—Nacemos a la fe en una comunidad. La Iglesia es Madre.

Tema 45.—Vivir en comunión. Iglesia una.

Tema 46.—La apostolicidad de la Iglesia. Constitución jerárquica del Pueblo de


Dios.
Tema 47.—La Iglesia, pueblo carismático. Vocación. Vida religiosa.

Tema 48.—Signo en medio de las naciones. Luz de las gentes.

Tema 49.—La actividad misionera de la Iglesia. Evangelizar a todos los pueblos.


Iglesia católica.

Tema 50.—Pueblo de promesas y comunidad de esperanza.

Tema 51.—María, Virgen y Madre de Dios. Madre e Imagen de la Iglesia.

Artículo 4.—El hombre nuevo nace y vive por la celebración del misterio de
Cristo: Los Sacramentos.

Tema 52.—La Iglesia celebra la presencia de Cristo bajo la acción del Espíritu.

Tema 53.-Bautismo: Nacimiento a la fe.

Tema 54.-Confirmación: El Espíritu nos hace testigos.

Tema 55.-Eucaristía: La Cena del Señor.

Tema 56.-Penitencia: Conversión y Reconciliación.

Tema 57.-Unción de los enfermos: La esperanza cristiana en el dolor de la


enfermedad y de la muerte.

Tema 58.-Sacerdocio Ministerial: Al servicio de la misión de Cristo y de la


Iglesia.

Tema 59.-Matrimonio: El amor humano vivido bajo el signo del Espíritu.

CUARTA PARTE: CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL MUNDO

DE LA CREACIÓN A LA NUEVA CREACIÓN

CAPITULO I. Entre el don y la esperanza.

Tema 60.-Introducción: De la creación a la nueva creación.

o De mi pasado a mi futuro.
o Por el camino de la fe y de, la conversión.

CAPITULO II. Cristo nos descubre el misterio de la creación.

Tema 61.-La creación, regalo de Dios.


o El mundo y la vida, regalo de Dios.
o La Creación en nuestras manos: colaboradores de Dios.
o Por el mundo y la vida doy gracias a Dios.

Tema 62.—En el encuentro con Cristo hemos sido nuevamente creados.

Tema 63.-El Espíritu, consumador del mundo.

Artículo único.—Algunos problemas concretos.

Tema 64.—El mal en el mundo. El mundo que oculta la gloria de Dios.

Tema 65.—El amor, fuerza creadora y transformadora del mundo.

Tema 66.—Nuestra fe cristiana ante un mundo en génesis. El gozo del


descubrimiento. La ciencia y la técnica de nuestro mundo.

CAPITULO III. Cristo nos descubre el misterio de la nueva creación.


Vivimos en esperanza: Los novísimos.

Tema 67.—Abrid vuestros ojos a las señales del fin.

Tema 68.—Importa estar vigilantes.

Tema 69.—Ni compromiso sin fe, ni fe sin compromiso.

Tema 70.—Hay una esperanza para el mundo. Hay una esperanza para ti.
¡Resucitaremos!

Tema 71.—Sólo Dios conoce y juzga de verdad al hombre. Dios juzga mi vida.
El juicio final.

Tema 72.—La muerte, fin de la vida terrena, fija al hombre en su opción ante
Dios. El Infierno: El pecado eternizado.

Tema 73.—El purgatorio: La madurez lograda después de la muerte.

Tema 74.—Un cielo nuevo y una tierra nueva.

PRÓLOGO

Este "Manual del educador" ha sido preparado por la Comisión Episcopal de


Enseñanza y Catequesis y aprobado por la Conferencia Episcopal Española
pensando en las personas que, por su vocación y misión dentro de la Iglesia,
deben participar en la educación cristiana de los preadolescentes (11-14 años
de edad). Corresponde esta educación a los padres cristianos, a los sacerdotes,
profesores cristianos de centros de educación general básica, catequistas,
monitores o promotores de grupos en parroquias o asociaciones de Iglesia, etc.

El presente "Manual del educador" es ante todo una guía doctrinal. No se tratan
aquí con amplitud aspectos antropológicos, psicológicos, sociológicos y
pedagógicos que requieren una exposición adecuada en "Guías" especiales que
redactarán en su día bien los organismos de la propia Comisión Episcopal de
Enseñanza y Catequesis, bien los autores privados con la aprobación de los
Obispos.

La presentación de este desarrollo doctrinal de carácter orientador, en la etapa


actual de la vida de la Iglesia en España_ era una necesidad sentida no sólo por
los Obispos, sino también por quienes se sienten llamados a educar en la fe a
los preadolescentes. Por una parte, se echaba de menos una presentación
teológica de los temas del Mensaje cristiano, que por su estructura interna,
permitiera un tratamiento catequético de los mismos adaptado a los
interrogantes, aspiraciones y mentalidad del hombre de hoy, y, en concreto, de
los miembros más jóvenes de la Iglesia, dentro de la plena fidelidad a la
revelación divina. Por otra, llegan a veces a manos de los educadores diversos
escritos teológicos o incluso libros destinados a la enseñanza religiosa, en los
que no se respeta suficientemente la integridad de la doctrina católica o la
jerarquía de las verdades reveladas con relación al fundamento de la fe, o no se
recoge con la amplitud deseable, en puntos importantes para la catequesis, la
reflexión teológica más sana y más segura de los últimos años, cuando esta
reflexión ha crecido a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Era pues
necesario ofrecer a los educadores cristianos orientaciones concretas y positivas
sobre el contenido del Mensaje que debe ser transmitido en la formación
religiosa de las generaciones más jóvenes.

En este "Manual del educador" se ha puesto especial interés en presentar la


doctrina de la fe católica, según el Magisterio de la Iglesia. Se han evitado, en lo
posible, aquellos temas que parecen más alejados del núcleo central de la
revelación divina o aquellas teorías que pueden ser legítimamente discutidas
entre los teólogos, pero que no parecen todavía maduras para ser incorporadas
a la enseñanza de la fe cristiana al pueblo de Dios. En la catequesis cristiana se
ha de procurar ante todo educar en la fe de la Iglesia.

En este "Manual" se ha huido de los desarrollos de tipo sistemático abstracto


que no son los más adecuados para la catequesis. En cambio, se recurre
constantemente a la Sagrada Escritura. La abundancia de textos bíblicos
permitirá al educador ampliar por su cuenta, en la lectura directa de los textos
citados, su conocimiento de la revelación divina y descubrir nuevas posibilidades
del uso de la Biblia en la catequesis, en las celebraciones de la Palabra, en la
reflexión de grupos, etc. De este modo la educación en la fe cristiana será más
fiel a las orientaciones pastorales del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada
Escritura como alimento cotidiano de la fe.

Aunque se ha procurado que este "Manual", por su estructura y estilo, fuera


asequible a todos los educadores, habrá algunos para quienes resulte
demasiado elevado o demasiado amplio. En todo caso, no dejará de ser útil para
cuantos se preocupan de la formación de educadores. Sin duda, es ésta una de
las tareas más urgentes de la Iglesia en la España actual.

El educador cristiano que ha de ayudar a los preadolescentes a progresar en la


vida de fe puede preparar sus sesiones de formación religiosa utilizando y
consultando tanto el "Catecismo" que van a usar los preadolescentes ("Con
vosotros está"), como el presente "Manual". En éste se desarrollan con más
amplitud, en sus aspectos teológicos, los mismos temas que en el "Catecismo"
tienen un tratamiento pedagógico adaptado a la edad de 11-14 años. La lectura
personal de cada uno de los temas, la oración, la reflexión en común con otros
educadores, ayudarán a cada catequista o educador a realizar de una manera
más eficiente y más viva —más testimonial— esta misión de la Iglesia: anunciar
a Jesucristo como Salvador de los hombres a las nuevas generaciones.

MAURO RUBIO REPULLÉS


Obispo de Salamanca.

Presidente de la Comisión Episcopal


de Enseñanza y Catequesis

NOTA IMPORTANTE
Para escribir este "Manual del Educador: Guía doctrinal" se han consultado
obras recientes de teólogos, escrituristas, catequetas, etc. La preocupación
mayor de quienes participaron en la preparación de este "Manual" no era la
originalidad, sino el mejor servicio a la fe del pueblo de Dios. El criterio seguido
ha sido no sólo el del valor científico de cada trabajo consultado, sino también su
orientación catequética o su calidad pedagógica.

La obra a la que se ha recurrido con mayor frecuencia ha sido la de LEON-


DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Ed. Herder, Barcelona, 1975.

Para la redacción de los diversos temas se han tenido en cuenta, entre otros, los
autores siguientes:

ALFARO, J. FLORISTÁN, C. PALENZUELA, A.


ALONSO DÍAZ, J. FRANCO, R. PANNENBERG, W.
ALSZEGHY, Z. FRIES, H. PAOLI, A.
ARON, R. FROMM, E. PEDROSA, V. M.
ARROYO, M. GARCÍA SUÁREZ, A. PIKAZA, J.
AUDINET, J. GIBLET, J. RAHNER, K.
BENOIT, P. GODIN, A. RATZINGER, J.
BENZO, M. GÓMEZ CAFFARENA, J. RENCKENS, H.
BESRET, B. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, REY, B.
BOISMARD, M. E. O. RICHARDSON, A.
BORNKAMM, G. GONZÁLEZ FAUS, J. I. ROF CARBALLO, J.
BOROBIO, D. GONZÁLEZ LUCINI, F. ROYÓN, E.
BOURGEOIS, H. GONZÁLEZ RUIZ, J. M. RUIZ BUENO, D.
BOUYER, L. GRASSO, D. RUIZ DE LA PEÑA, J. L.
BRIEN, A. GUERRERO, J. R. SALAS, A.
CAMBIER, J. GUILLET, J. SCHANZ, J. P.
CAMPS, J. HAAG, H. SCHEIFLER, J. R.
CÁMARA, H. HARING, B. SCHILLEBEECKX, E.
CAZELLES, H. HAMMAN, A. SCHLIER, H.
CENCILLO, L. HORTELANO, A. SCHOONENBERG, P.
CERFAUX, L. JEREMÍAS, J. SCHUTZ, R.
COLOMB, Jh. KASPER, W. SEBASTIÁN, F.
CONGAR, Y. KÜNG, H.LAPPLE, A. SETIÉN, J. M.
CULLMANN, O. LORIMIER, J. SIERRA BRAVO, R.
DANIELOU, J. LARRABE, J. L. SOLANO, J.
DE FRUTOS, M. LATOURELLE, R. SPICQ, C.
DE GROOT, A. LÁZARO, R. TENA, P.
DE LA CALLE, F. LAVIA, M. TEILHARD DE CHA R-DIN, P.
DE LA POTTERIE, I. LE DU, J. TILLARD, J. M. R.
DE LUBAC, H. LÓPEZ DÍAZ, V. TRESMONTANT, C.
DESCAMPS, A. LÓPEZ, J. TRILLING, W.
DÍEZ ALEGRÍA, J. M. LOSADA, J. VANIER, J.
DUQUOC, Ch. LYONNET, S. VAN IMSCHOOT, P.
DURRWELL, F. X. MALDONADO, L. VERGOTE, A.
ERRANDONEA, J. MARTÍN VELASCO, J. VIDAL, M.
ESTEPA, J. M. MOLLER, Ch. VON GEBSATTEL, V.
FARNÉS, P. MOLTMANN, J. VON RAD, G.
FARRÁS, M. MONLOUBOU, L. WALGRAVE, Jh.
FLICK, M. MOUNIER, E. YANES, E.
FLÓREZ GARCÍA, G. ORTEMANN, C. ZALBA, M.

Han sido utilizadas también las siguientes obras: Catecismo Romano, Ed. BAC,
Madrid, 1956.

— Nuevo Catecismo para Adultos y Suplemento, Ed. Herder, Barcelona, 1969.

— Nuevo Catecismo Católico, Ed. Herder, Barcelona, 1971.

— Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, Ed. Paulinas, Madrid,


1974.

ABREVIATURAS Y SIGLAS
SAGRADA BIBLIA

Las abreviaturas con que se citan los libros bíblicos son las siguientes:

Joel Jl
Génesis Gn Amós Am
Éxodo Ex Abdías Ab
Levítico Lv Jonás Jon
Números Nm Miqueas Mi
Deuteronomio Dt Nahúm Na
Josué Jos Habacuc Ha
Jueces Je Sofonías So
Rut Rt Ageo Ag
Samuel 1 S, 2 S Zacarías Za
Reyes 1 R, 2 R Malaquías Ml
Crónicas 1 ,Cro, 2 Cro Mateo Mt
Esdras Esd Marcos Mc
Nehemías Ne Lucas Le
Tobías Tb Juan Jn
Judit Jdt Hechos de los Apóstoles Hch
Ester Est Romanos Rm
Macabeos 1 M, 2 M X
Corintios 1 Co, 2 Co
Job Jb Gálatas Ga
Salmos * Sal Efesios Ef
Proverbios Pr Filipenses F1p
Eclesiastés (Qohélet) Qo Colosenses Col
Cantar Ct Tesalonicenses 1 Ts, 2 Ts
Sabiduría Sb Timoteo 1 Tm, 2 Tm
Eclesiástico (Sirácida) Si Tito Tt
Isaías Is Filemón Flm
Jeremías Jr Hebreos Hb
Lamentaciones Lm Epístola de Santiago St
Baruc Ba Epístolas de Pedro 1 P, 2 P
Ezequiel Ez Epístolas de Juan . 1 Jn, 2 Jn,
Daniel Dn 3 Jn
Oseas Os Epístola de Judas Judas
Apocalipsis Ap

* Numeración de los Salmos


o Existen dos numeraciones de los Salmos: una de la Biblia hebrea;
otra, de la versión griega de la Biblia, llamada de los LXX, y de la traducción
latina de la misma, hecha por San Jerónimo, llamada "Vulgata". Las dos
numeraciones coinciden sólo en los salmos: 1.2.3.4.5.6.7.8 y 148.149.150.
o La Iglesia utiliza, en sus libros litúrgicos, la numeración de los LXX
y de la "Vulgata".
o Aunque las ediciones modernas de la Biblia numeran los salmos
según el original hebreo, en este Catecismo seguimos la numeración oficial de la
Iglesia, es decir, la utilizada en los libros litúrgicos.

LIBROS LITÚRGICOS
ICA = Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos, 1976.
RBN Ritual del Bautismo de Niños, 1970.
RC Ritual de la Confirmación, 1976.
OGMR Nuevas normas de la Misa. Ordenación General del Misal Romano,
1969.
RP = Ritual de la Penitencia, 1975.
RU Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, 1974.
RM Ritual del Matrimonio, 1971.
RE Ritual de Exequias, 1971.

COLECCIÓN DE DOCUMENTOS
AAS = Acta Apostolicae Sedis.
DS Denzinger-Schónmetzer, Enchiridion Symbolorum, Definitionum et
Declarationum.
RJ = Rouót de Journel, Enchiridion Patristicum.
PG Migne, Patrologiae graecae cursus completus.
PL Migne, Patrologiae latinae cursus completus.

CONCILIO VATICANO II
(1962-1965)
Las abreviaturas con que se citan los documentos del Concilio son las
siguientes:
LG = Lumen gentium Constitución dogmática sobre la Iglesia.
DV = Dei Verbum Constitución dogmática sobre la divina revelación.
SC = Sacrosanctum Concilium Constitución sobre la sagrada liturgia.
GS = Gaudium et spes Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual.
CD = Christus Dominus Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos.
PO = Presbyterorum ordinis Decreto sobre el misterio y vida de los presbíteros.
OT = Optatam totius Decreto sobre la formación sacerdotal.
PC = Perfectae caritatis Decreto sobre la adecuada renovación de la vida
religiosa.
AA = Apostolicam actuositatem Decreto sobre el apostolado de los seglares.
OE = Orientalium Ecclesiarum Decreto sobre las Iglesias Orientales católicas.
AG = Ad Gentes divinitus Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia.
UR Unitatis redintegratio Decreto sobre el ecumenismo.
IM = Inter mirifica Decreto sobre los medios de comunicación social.
DH = Dignitatis humanae Declaración sobre la libertad religiosa.
GE = Gravissimum educationis Declaración sobre la educación cristiana de la
juventud.
NA = Nostra aetate Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las
religiones no cristianas.

OTROS DOCUMENTOS OFICIALES


MM = Mater et magistra. Juan XXIII, 1961.
PT = Pacem in terris. Juan XXIII, 1963.
ES = Ecclesiam suam. Pablo VI, 1964.
MF = Mysterium Fidei. Pablo VI, 1965.
PP = Populorum progressio. Pablo VI, 1967.
EM = Eucharisticum mysterium. Pablo VI, 1967.
CPD = El Credo del Pueblo de Dios. Pablo VI, 1968.
HV = Humanae Vitae. Pablo VI, 1968.
DCG = Directorio General de Pastoral Catequética. Sgda. Congregación del
Clero. Roma, 1971. Traducción bilingüe: Secretariado Nacional de Catequesis,
1973.
OA = Octogessima Adveniens. Pablo VI, 1971.
DCN = Divinae Consortium Naturae. Pablo VI, 1971.
SM = El Sacerdocio Ministerial. II Sínodo de los Obispos, 1971.
ICP La Iglesia y la Comunidad Política. Documento de la XVII Asamblea
Plenaria del Episcopado Español, 1973.
ME = Declaración "Mysterium Ecclesiae" sobre la doctrina católica acerca de la
Iglesia. Sgda. Congregación de la Doctrina de la Fe, 1973.
MC = Marialis cultus. Pablo VI, 1974.
ASE = El Apostolado Seglar en España. Orientaciones fundamentales. Comisión
Episcopal de Apostolado Seglar, 1974.
ML = Misterio Pascual y acción liberadora. Documento de Trabajo de la
Conferencia Episcopal Tarraconense, 1974.
EN = Evangelii Nuntiandi. Pablo VI, 1975.
CES = Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual. Sgda.
Congregación de la Doctrina de la Fe, 1975.
GD = Gaudete in Domino. Pablo VI, 1975
RIS La Reconciliación en la Iglesia y en la Sociedad. Carta Pastoral Colectiva
del Episcopado Español, 1975.

OTROS DOCUMENTOS
DDH = Declaración Universal de los Derechos Humanos. ONU, 1948.
DDN = Declaración de los Derechos del Niño. ONU, 1949.

CAPITULO I
Temario general del Catecismo para preadolescentes:
"
Con vosotros está" y "Manual del educador: Guía doctrinal".
INTRODUCCIÓN AL CATECISMO: Buscando la luz.

PRIMERA PARTE: Cristo está con nosotros.

SEGUNDA PARTE: Cristo nos descubre el misterio de Dios.

TERCERA PARTE: Cristo nos descubre el misterio del hombre: "Por nos
otros los hombres y por nuestra salvación."

o Introducción: Del hombre viejo al hombre nuevo.

o Bajo el dominio del pecado. El hombre viejo.

o Nacidos del agua y del Espíritu. El hombre nuevo.

o El hombre nuevo, configurado con Cristo: Vida de gracia.

o El hombre nuevo vive conforme a la Palabra de Dios: Moral de


gracia.

o El hombre nuevo nace de la comunidad y vive en ella: La Iglesia.

o El hombre nuevo nace y vive por la celebración del Misterio de


Cristo: Los Sacramentos.

CUARTA PARTE: Cristo nos descubre el misterio del mundo.

o Introducción: De la creación a la nueva creación.

o Cristo nos descubre el misterio de la Creación.

o Cristo nos descubre el misterio de la Nueva Creación. Vivimos en


esperanza: Los Novísimos.

* En el Indice de la obra se puede ver el Temario general especificado, con la


serie completa de los temas (aquí).

CAPITULO II. Justificación del temario del Catecismo para


preadolescentes:
1. Características generales.
2. Características del contenido.
3. Algunas características del lenguaje y del método de exposición.

• En este apartado se tiene presente el Temario general especificado, con la serie completa de los
temas, que aparecen en el Índice de la obra

Las notas de pie de página se refieren al "Directorio General de Pastoral Catequética" (DCG) y al
Concilio Vaticano II. Las que van incluidas en el texto se refieren al TEMARIO O ESTRUCTURA
TEMÁTICA GENERAL ESPECIFICADA.

1. CARACTERÍSTICAS GENERALES

1.. Característica: La estructura temática es orgánica.

En ella se presenta el contenido complejo del objeto de la fe, de forma que todo
esté armoniosa y estrechamente ligado entre sí (1).

Al servicio de esta estructura orgánica se han escogido los siguientes núcleos


temáticos:

• CRISTO ESTA CON NOSOTROS.

• CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE DIOS.

• CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL HOMBRE: "Por nosotros los


hombres y por nuestra salvación."

• CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL MUNDO.

2.a Característica: La estructura temática es jerárquica.

La conexión y armonía de todas y cada una de las partes del contenido pretende
que la estructura temática esté organizada conforme a una jerarquía de
verdades. Unas se apoyan en otras como más principales y son iluminadas por
ellas (2).

La articulación de la materia en torno a los citados núcleos temáticos obedece a


un propósito de fidelidad a la jerarquización de los contenidos del Mensaje.

1. DCG 39.
2. DCG 43.

3.a Característica: Contenido total del Mensaje Cristiano.


La estructura temática intenta presentar el mensaje cristiano en su totalidad (3),
con fidelidad a la Sagrada Escritura, a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia.

4a Característica: Dimensión histórica del misterio de la Salvación.

El temario pone de relieve el carácter histórico del misterio de la Salvación (4)


Manifestado en Cristo (5), así corno privilegia expresiones y contenidos bíblicos.
La orientación bíblica de la estructura temática es una de sus características
más generales, secundando así una de las orientaciones básicas del Concilio
Vaticano II.

5.a Característica: Hacia el encuentro personal con Dios.

El Catecismo pretende dar una información de las verdades objetivas de la fe.


Pero esto no es suficiente. El Catecismo ha de ayudar también al encuentro
personal con Dios. Este planteamiento es coherente con la naturaleza misma del
acto de fe. La fe, en efecto, tiene, por una parte, una dimensión cognoscitiva y,
por otra parte, es una adhesión personal y libre a Dios, manifestado en Cristo.

6.a Característica: Consideración seria del hombre.

El Catecismo ha de ayudar al creyente a dar una respuesta generosa a la


Palabra de Dios. Pero esta respuesta no puede darla el creyente dejando al
margen de la misma su vida humana concreta, los problemas de los hombres
con quienes convive, etc.

Por ello, el Catecismo asume la experiencia que vive el preadolescente en el


mundo de hoy.

3. DCG 38.
4. DCG 44.
5. DCG 40. "Cristocentrismo de la catequesis".

El temario, en efecto, se hace eco de los problemas del mundo contemporáneo


(6), para tratarlos en la manera y medida adecuadas a la capacidad de vivencia
y comprensión por parte de los preadolescentes. Junto a la fidelidad a Dios, se
considera seriamente al hombre (7). Esta característica general responde a esa
otra orientación básica del Concilio Vaticano II: función de la Iglesia en medio del
mundo actual.

7.a Característica: No todos los elementos del Catecismo tienen la misma


importancia.

Consecuentemente, en todo Catecismo hay una orientación pedagógico-


catequética de fondo. En éste también. Y al servicio de la misma, y de algún
modo como guía y parte del mismo Catecismo, se ha elaborado también el
presente "Manual del Educador: 1. Guía doctrinal".
Tal orientación pedagógico-catequética necesariamente reviste al Catecismo de
un carácter insoslayable: no todos los elementos que en él aparecen tienen la
misma importancia, aunque todos sean pastoralmente necesarios o
convenientes para el acto catequético. En ningún modo se pretende que, en el
aprendizaje y memoria de la fe, se otorgue la misma importancia a los textos de
la Sagrada Escritura, Sagrada Liturgia, definiciones de fe y enseñanzas del
Magisterio, a los testimonios de la Historia de la Iglesia, etc., que a los datos y
testimonios tomados de las ciencias y de la historia humanas, o de la
experiencia cotidiana, etc. (8).

2. CARACTERÍSTICAS DEL CONTENIDO

1.a Característica: Consideración de las experiencias e interrogantes más


importantes del preadolescente a la luz de la fe.

En la Introducción, Tema 1, el Temario o estructura temática, pretende: a) dirigir


la atención del preadolescente hacia sus experiencias de mayor importancia y
amplitud; b) plantear a la luz del Evangelio los interrogantes que surgen de las
mismas (9). Hay que advertir que no se parte de estas experiencias pres

6. GS 1.
7. DCG 30, 32, 33, 34, 36. 37b. 38bc, 83.
8. Cfr. DCG Introducción.
9. DCG 74.

cindiendo de la fe. Todo lo contrario. Se parte de realidades que vive el


preadolescente o el catequista o la comunidad misma, en tanto que vividas
desde la fe de la Iglesia. Estas experiencias, desarrolladas en el Tema 1, son las
siguientes:

• El cambio y el crecimiento: éste se produce en todos los niveles de su


personalidad. Se pretende que en el fondo de esa experiencia el preadolescente
perciba y viva su condición de caminante y peregrino sobre la tierra (Pág. 87).

• La búsqueda de la identidad: el conjunto de todos los cambios del


preadolescente afecta al sentimiento de identidad que anteriormente tenía. Se
pretende que en el fondo de esa experiencia viva el problema de la propia
identidad como problema abierto, que sólo Dios puede definitivamente es
clarecer (Pág. 89).

• La búsqueda de Dios mediante la maduración en la fe: se presenta la


búsqueda de Dios como el problema más decisivo para todo hombre y que no
puede ser resuelto sino en una relación cada vez más profunda de fe con Dios.
La existencia entera del creyente está en juego en la maduración de su fe,
correspondiente a cada una de las etapas de su vida (Pág. 91).
2.a Característica: Mensaje fundamental cristiano y primer desarrollo del mismo.

En la PRIMERA PARTE, titulada Cristo está con nosotros, se presenta el


Mensaje fundamental cristiano y se le da un primer desarrollo.

Cristo vive. Tema 2.

Se comienza con esta proclamación kerigmática del misterio de Cristo, porque


justamente la catequesis es una exposición desde la fe actual de la Iglesia en
Cristo, que vive resucitado. No es propiamente el desarrollo catequético de una
Cristología que tendrá después su lugar adecuado, sino un anuncio-invitación
para una iniciación o renovación de la fe en Cristo-Salvador (10). Esto dará
sentido a todo lo que se expondrá a lo largo del conjunto del Catecismo. Toda la
PRIMERA PARTE, con su proyección sobre el resto del Temario del Catecismo,
manifiesta explícitamente la dimensión cristocéntrica del mismo. Cristo aparece,
desde el primer momento, como centro vivo de la catequesis (11)..

10. Cfr. DCG 6.


11. DCG 40 y 52.

Al encuentro de Cristo por los caminos del Dios vivo.

Temas 3-11 (12).

Para encontrarnos con Cristo es necesario situarnos en el itinerario de fe del


Pueblo de la Antigua Alianza continuado en la Iglesia, Pueblo de la Nueva
Alianza. El encuentro con Cristo en la fe de la Iglesia se describe recurriendo a
algunas experiencias de fe que nos ofrece la Sagrada Escritura. El Antiguo
Testamento es prefiguración del Nuevo Testamento: "toda la Escritura da
testimonio de El" (Jn 5, 39) y nos conduce a El; y a su vez el Nuevo Testamento
es plenitud del Antiguo (13).

Estos temas (3-11) ofrecen unos caminos de acceso a Cristo, aún no


específicamente sacramentales. Es decir, aquí no se trata todavía del encuentro
con Cristo a través de los sacramentos. Se trata de presentar unos caminos de
iniciación o de profundización en la vida de fe. Esta vida de fe es ya de por sí un
encuentro con Cristo.

Dios, que se comunicó a sus amigos y a su Pueblo en el Antiguo y en el Nuevo


Testamento a través de unos determinados acontecimientos y experiencias, se
sigue comunicando hoy a través de nuestras experiencias humanas actuales,
cuando éstas son vividas desde la fe (14). También hoy como ayer, el hombre,
en su itinerario hacia el encuentro con Dios en Cristo, vive en situación de
éxodo, tentación, desierto... Se podría haber elegido una gama más amplia de
experiencias bíblicas de fe. Pero ésta nos ha parecido suficiente.

Este encuentro del hombre con Dios en Cristo a través de la experiencia


humana creyente actual guarda analogía y está en continuidad' con la
experiencia de fe del Antiguo y del Nuevo Testamento. Se destaca finalmente
como lugar privilegiado del encuentro con Cristo —y sin el cual los demás no
tienen sentido— la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios.

Se procura además tener en cuenta que la presentación del mensaje evangélico


no puede hacerse ignorando que Dios creador y salvador ha sembrado ya en el
corazón de los hombres, a quienes se anuncia el Evangelio, sentimientos,

12. A propósito de este epígrafe, hacemos a continuación algunas observaciones que pueden ser
válidas también con referencia a otros núcleos temáticos del Catecismo.
13. Cfr. DV 4, 8, 15, 16.
14. Cfr. OS 11 y DV 8.

valores y experiencias que les preparan para el encuentro con Cristo por la fe.
La evangelización debe explicitar estos valores evangélicos corno "semillas del
Verbo" y "preparación evangélica" (15). Si esto es aplicable a la evangelización
de los que no han recibido el bautismo, a fortiori hay que tenerlo en cuenta en la
catequización de los bautizados. Esta "explicitación" de los va lores evangélicos
que encontramos en la vida de los hombres no consiste en tratar de deducir la
revelación divina de la experiencia humana, sino en ayudar a descubrir, a la luz
de la revelación, la acción de Dios en la vida de los hombres. Esta ayuda la
presta el catequista, actuando como creyente, en nombre de la Iglesia (16).

Conviene volver a llamar la atención sobre aquel aspecto del Catecismo, que
tiene especial importancia en relación con este tema: la perspectiva de historia
de la salvación, que explica la especial atención que se concede a algunos
temas del Antiguo Testamento, leídos desde la fe del Nuevo Testamento.

No se debe perder de vista nunca que "la economía cristiana, por ser la Alianza
nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública
antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo, nuestro Señor (Cfr. 1 Tm 6, 14;
Tt 2, 13)" (17). Pero importa advertir que los acontecimientos "pasados" de la
"historia salutis" son también en algún sentido acontecimientos actuales: es el
mismo Dios que actuó en el pasado el que ahora actúa y se nos comunica y
suscita en nosotros actitudes semejantes a las que suscitó en otro tiempo en el
Antiguo y Nuevo Testamento. La historia de la salvación es también una realidad
de hoy que alcanzará su plenitud con la venida de Cristo Resucitado al final de
los tiempos.

Nos encontrarnos con Dios en Cristo. Tema 12. Este tema:

a. por una parte, subraya cómo el encuentro con Cristo implica encuentro del
hombre con Dios. Implícitamente se afirma la mediación de Cristo en la
revelación y comunicación de Dios al hombre,
b. así, al mismo tiempo, introduce en el desarrollo de las restantes partes del
Catecismo:

15. Cfr. LG 16 y 17; Pablo VI, Evangelii nuntiandi [EN] 53, 55, 70.
16. Cfr. Pablo VI, EN 60.
17. DV 4.
o Cristo nos descubre el Misterio de Dios (SEGUNDA PARTE).

o Cristo nos descubre el Misterio del hombre (TERCERA PARTE).

o Cristo nos descubre el Misterio del mundo (CUARTA PARTE).

El desarrollo específico de la Cristología se encuentra en la SEGUNDA PAR TE,


Temas 13-18, en el contexto de la revelación que Cristo hace del misterio de
Dios (Págs. 177-230).

3.a Característica: Presentación del Misterio de Cristo en relación con el


Misterio trinitario de Dios.

En la SEGUNDA PARTE, titulada Cristo nos descubre el misterio de Dios, la


estructura temática presenta el Misterio de Cristo en relación con el Misterio de
la Trinidad, expuesto éste (a) en la perspectiva de la historia de la salvación y (b)
en sí mismo.

Este procedimiento de exponer primero la manifestación e intervención de las


Personas divinas en la historia de la salvación y después las Personas en sí
mismas, aparte de sus ventajas pedagógico-catequéticas, es más fiel al curso
mismo de la pedagogía de Dios en el proceso de la relevación (18). Todo esto
se expone en los cuatro momentos siguientes:

• Cristo es el Señor de mi vida y de la historia (Pág. 1 77). Este momento


con tiene el desarrollo específico de la Cristología, según queda indicado más
arriba (19). Este desarrollo se realiza en los Temas 13-18.

No se reduce a una Cristología de la persona de Jesús y sus dos naturalezas, y


las consecuencias de su acción redentora, sino que se presta especial atención
a los misterios de la vida del Señor y su significación cristológica, es decir, en
orden a conocer quién es Jesús, cuál es su misión y cuál es su obra.

• El rostro de Dios Padre (Pág.233). Aquí aparece cómo se ha ido


manifestando el Padre a través de una historia de salvación (20) que culmina en
Cristo, su gran revelador, "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15): Tema 19.

18. DCG 41 (por Cristo al Padre en el Espíritu) y 47.


19. DCG 50-54.
20. DCG 44.

• La hora del Espíritu ha llegado (Pág. 241). Aquí aparece la promesa y el


envío del Espíritu, hecha por Cristo, y su función santificadora (21): Tema 20.

• El misterio de Dios: Dios es amor y amor entre personas (Pág. 255). Aquí
se propone una síntesis del misterio trinitario en sí mismo (22): Tema 21.
4.a Característica: Estrecha conexión del Misterio de Dios y de Cristo con la
existencia y con el fin último del hombre.

En la TERCERA PARTE, titulada Cristo nos descubre el misterio del hombre:


"Por nosotros los hombres y por nuestra salvación", y en la CUARTA PARTE,
titulada Cristo nos descubre el misterio del mundo, la estructura temática
presenta la estrechísima conexión del misterio de Dios y de Cristo con la
existencia y con el fin último del hombre (23).

• En la TERCERA PARTE Cristo nos descubre el misterio del hombre como


tal hombre.

• En la CUARTA PARTE, Cristo nos descubre el misterio del mundo como


realidad creada por Dios en tanto incluye al hombre: su origen, su desarrollo, su
estado final, su consumación en la creación nueva.

 Estas dos consideraciones de la existencia humana como tal y en cuanto


incluida en la realidad creada y destinada a la consumación, son
complementarias entre sí.

 Así se expone conforme a la pedagogía de Dios en la revelación la estrecha


conexión entre la creación y la Redención: Dios Padre Creador de todas las
cosas es el Padre de Cristo-Salvador. El mensaje cristiano, pues, sobre la
existencia humana y el fin último del hombre está recogido y presentado según
dos grandes consideraciones complementarias entre sí.

21. DCG 60.


22. DCG 47.
23. DCG 42.

5.a Característica: Cambio del Hombre Viejo al Hombre Nuevo: el pecado, la


conversión, la gracia, los mandamientos, la iglesia, los sacramentos.

Cristo nos descubre el misterio del hombre: "Por nosotros los hombres y por
nuestra salvación" (TERCERA PARTE).

En este gran apartado se presentan los dos estados que, según la interpretación
cristiana de la existencia, configuran el ser y la vida del hombre: el pecado y la
gracia, o expresados/ en categorías paulinas, el hombre viejo y el hombre
nuevo, respectivamente.

En la Introducción de esta TERCERA PARTE se presenta de un modo general el


paso del hombre viejo al hombre nuevo; se subraya como necesaria la fuerza
del Espíritu, así como el hecho de la conciencia moral y de la libertad del
hombre: Tema 22.

A. En la sección dedicada al HOMBRE VIEJO aparece, pues, la doctrina de la fe


sobre el pecado. Temas 23-33, págs. 279-351.
- la acción del Espíritu en el reconomiento del propio pecado,

- la naturaleza y los efectos del pecado,

- el pecado original,

- la conversión o el posible rechazo de la misma (24).

B. En la sección dedicada al HOMBRE NUEVO (Temas 34-59. Tomo II, págs.


19-333) se expone : la configuración del hombre nuevo en Cristo-Jesús por el
don y la acción del Espíritu Santo (25). Todo lo referente a la vida de gracia,
conducta cristiana, inserción del cristiano en la Iglesia y celebración de los
sacramentos se aborda con una fundamentación y una dinámica cristo lógicas y
en último término trinitarias.

El hombre nuevo configurado con Cristo:

a) nace y vive por el don y la acción del Espíritu Santo,

b) en la obediencia a la Palabra de Dios,

24. DCG 62.


25. DCG 60.

c) dentro de la comunidad, y

d) en la celebración de los Sacramentos (26).

a) Vida de gracia.—El hombre nuevo configurado en Cristo por el don y la acción


del Espíritu Santo: Tema 34, págs. 19-40.

A partir de una nueva referencia al Kerigma cristiano, se presenta:

1. la doctrina sobre las Bienaventuranzas como rasgos de la vida cristiana,


2. las virtudes teologales como actitudes fundamenta les del cristiano,
3. la vida de gracia, el don del Espíritu Santo y el mérito.

b) Moral de gracia.—El hombre nuevo vive conforme a la Palabra de Dios:


Temas 35-41. págs. 43-117.

La palabra de Dios es iluminadora de la vida del hombre y reveladora de un plan


de Alianza, concretado primero en el Decálogo y llevado a su plenitud por Cristo
en el programa evangélico del Sermón de la Montaña. En este apartado se
expone la Moral Cristiana (27). Los Diez Mandamentos serán presentados
dentro de una dinámica que conduce al Sermón de la Montaña.

c) La Iglesia.—El hombre nuevo nace y crece en la comunidad eclesial: Temas


42-51. págs. 121-209 (28).
1. Se presenta la Iglesia en relación con la Trinidad.
2. Asimismo se la presenta en relación con el misterio de Cristo.

26. AG 14 y 15.
27. DCG 63.
28. DCG 65-68.

3. Se desarrollan los distintos aspectos del misterio de la Iglesia en relación


con las notas de la Iglesia.
4. A imitación del Concilio Vaticano II se incluye también aquí la Mariología.
5. Los temas de la Tradición y la Escritura se tratan al hablar de la Iglesia,
Pueblo de Dios; el tema del Magisterio, al hablar de la Apostolicidad de la
Iglesia.

d) Los sacramentos.—El hombre nuevo nace y vive por la celebración del


misterio de Cristo en los sacramentos (29): Temas 52-59, págs. 213-333.

6.a Característica: Presentación del origen y destino del mundo a la luz de la fe.

En la CUARTA PARTE, titulada Cristo nos descubre el misterio del mundo, se


presenta la visión cristiana del mundo en su origen y en su destino: la creación y
la nueva creación.

En la Introducción de esta parte se establece, de modo general, la relación entre


ambas: Tema 60, págs. 339-341.

A. LA CREACIÓN: Temas 61-66, págs. 345-376 (30). La Creación es


presentada en el contexto de la historia de la salvación: tiene su origen en el
amor del Padre, está fundamentada en Cristo y orientada hacia El y hacia el
Padre, por la acción del Espíritu.
B. LA NUEVA CREACIÓN: LOS NOVÍSIMOS: Temas 67-74, págs.
379-429 (31). Desde la fe en Jesús Resucitado, el futuro es vivido con
esperanza y vigilancia. Aquí se presenta el misterio de la Nueva Creación, junto
a las demás realidades escatológicas del mensaje cristiano.

7.a Característica: Algunas constantes fundamentales.

Hay ciertos temas fundamentales que aparecen con frecuencia a lo largo de


todo el catecismo: el Padre, Cristo, el Espíritu Santo, la gracia, la caridad, el
bautismo, la vida de fe, etc.

29. DCG 55-59.


30. DCG 51. (3 I) DCG 69.

3. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DEL LENGUAJE Y DEL MÉTODO DE


EXPOSICIÓN.
1a Característica: Algunas peculiaridades del lenguaje.

En la exposición de los temas se recurre con frecuencia al lenguaje bíblico. Se


evitan los términos teológicos de carácter técnico-escolástico, no porque no
parezcan estimables, sino porque no son —según parece— los más adecua dos
para la enseñanza catequética hoy. Se usan con frecuencia expresiones que se
refieren a relaciones interpersonales o actitudes vitales humanas para designar
realidades de orden sobrenatural: v. gr. "encuentro con Cristo", "vivir en
comunión", "entrega personal a Dios", "respuesta a la llamada de Dios",
etcétera. Las analogías sacadas del mundo de las relaciones entre las personas
pü,:ccen ser más adecuadas para expresar catequéticamente el misterio de Dios
en Jesucristo, y más próximas al lenguaje bíblico.

Las expresiones teológicas y bíblicas introducidas recientemente en el len guaje


teológico se usan pocas veces, y siempre en un contexto que haga fácil su
comprensión. Su número es reducido: "Kerygma", "Carisma", "Koinonía",
"Sacramento" (aplicado analógicamente a Cristo y a su Iglesia), "Testimonio",
etcétera.

Se tiene como criterio usar, en general, el término "Dios" en vez de `Yahvé". En


el uso de algunas palabras y expresiones conviene tener en cuenta el con texto
general en que aparecen. Así, a veces, en vez de decir "discípulos de Cristo", "el
cristiano", etc., se dice "el creyente" sin más puntualizaciones. Mientras no se
haga constar explícitamente otra cosa, este término es equivalente al de
"creyente cristiano", y supone una actitud de fe en el sentido bíblico de una fe
viva, que implica la esperanza y la caridad, la vida de gracia, y, por tanto, "las
buenas obras", "el cumplimiento del Decálogo", etc.

Cuando hablamos de la actitud del cristiano con respecto a las realidades crea
das, valores humanos, derechos humanos, compromiso en lo temporal, etc., se
ha de entender siempre en una perspectiva sobrenatural. No se confunde lo
natural con lo sobrenatural, sino que, según el designio de Dios, en la presente
situación histórica del hombre, las realidades creadas no pueden ser concebidas
como totalmente ajenas al proyecto de Dios de hacer que el universo y la
historia tengan en Cristo su culminación y su sentido último. Así lo propone el
Concilio Vaticano II (32).

(32) GS 22, 26d, 32, 38, 39, 45... y en el DCG 8, 26 y 28.

No se debe confundir "lo natural" en sentido teológico con "la acción en lo


temporal". Ni se debe reducir, en sana teología, lo sobrenatural a la vida de
oración, al culto, etc. El hombre histórico está destinado a la visión beatífica, y
podemos pensar que en su conducta honesta está presente con su gracia el
Espíritu Santo, inclinándole a la fe y a la caridad según Dios. El cristiano, que
actúa como creyente en las realidades temporales, actúa ya en la órbita de lo
sobrenatural.
2.a Característica: Actitud de búsqueda dentro de la comunión de fe con la
Iglesia.

Unos términos que para muchos resultan incómodos son "descubrir", "des
cubrimiento", sustituyendo a expresiones de significación meramente intelectual
como "conocer", "aprender", etc. En este sentido se preguntará alguno: "¿Cómo
es posible proponer como objetivo catequético a un niño o a un joven, por
ejemplo, el que descubra el significado de la vida oculta de Jesús, etc.? Si ya
tiene fe y conoce lo que Dios ha revelado, no tiene nada que descubrir. Por otra
parte la revelación nos viene de Dios, no la descubrimos nosotros".

Para comprender el sentido en que se utilizan estas expresiones, es preciso


tener en cuenta que, en el lenguaje catequético y pastoral de nuestros días, el
término "descubrir" no se usa casi nunca en el sentido de que alguien invente o
descubra por primera vez algo que nadie hasta ahora había descubierto. En este
sentido, lo que Dios nos ha revelado por Jesucristo y la Iglesia nos enseña no es
una invención del hombre, ni propiamente un descubrimiento humano. Pero el
uso actual de este término en catequesis tiene otros significados:

- Para el cristiano, que por primera vez adquiere noticia o cae en la cuenta de
determinados aspectos o exigencias del mensaje cristiano, tal conocimiento
tiene carácter de "descubrimiento". Aunque se trate de algo ya conocido o
revelado, es sin embargo para él un verdadero descubrimiento.

- Se utiliza también con frecuencia el término "descubrir", cuando el método de


enseñanza seguido para transmitir determinadas verdades ya conocidas o
reveladas, es un método activo. En efecto, en vez de una comunicación
magisterial. un método activo hace que el alumno, leyendo la Sagrada Escritura
o los textos del Magisterio, reflexionando de manera personal sobre las
exigencias con cretas de su vida de fe, etc., llegue a conocer más plenamente y
de modo personal, ciertos aspectos del misterio cristiano.

Este modo de conocer tiene para el alumno, para el catequizando, carácter de


verdadero "descubrimiento", Hablar de "ayudar a descubrir" en vez de "enseñar"
es sugerir una metodología activa, que suscita la reflexión personal y el
compromiso vital de la persona, a la que se quiere educar en la fe.

- Cualquier tipo de meditación religiosa con la que el cristiano trata de ver con
mayor claridad algunas exigencias del mensaje cristiano para sí mismo, para su
vida, para la vida de los demás, es un esfuerzo por "descubrir".

De este modo, se pone también de manifiesto que el conocimiento de que se


trata debe tener un carácter vital, iluminador para la vida de la persona; es algo
más totalizante y comprometedor que la simple adquisición pasiva de
información más amplia o de conocimientos en un sentido intelectualista.

- El término "descubrir" hace también referencia a la "verdad" en tendida como


"desvelamiento" de la realidad. No es tanto la relación de una persona con un
conjunto de conceptos y juicios recibidos del pasado o de los demás, sino sobre
todo una relación personal, original, con la realidad, que al ser percibida tenderá
a ser expresada con imágenes, conceptos, juicios, raciocinios, lenguaje
audiovisual, etc.

Cuando se habla de "descubrir", de "descubrimiento" de la ver dad, se pone la


atención sobre todo en el encuentro primero del hombre —de la persona en
cuanto tal, no sólo de su facultad intelectiva-- con la realidad, encuentro
cognoscitivo y valorativo con lo real, antes de la posterior elaboración de juicios
y sistemas de pensamiento ("aletheia" = verdad, significó originariamente
desvelación, quitar el velo o cubridor, des cubrimiento). Esto no se opone a la
verdad entendida como juicio. El juicio presupone este "descubrimiento"; y el
"descubrimiento" conduce al juicio, o lo incluye. Ni impide esto que se trate de
verdades que ya otros descubrieron; pero que para el sujeto que reflexiona son
un descubrimiento.

- En el lenguaje pastoral y catequético, se alude con este modo de hablar al


contacto que, por la fe y la gracia, tiene el creyente no sólo con los conceptos y
juicios con los que se formula la fe de la .Iglesia, sino con la realidad misma a la
que estas fórmulas se refieren: la relación personal del creyente con Dios por me
dio de Jesucristo en la Iglesia.

Este encuentro eclesial con Jesucristo presupone escuchar con fe viva la


palabra de Dios, orar, participar en la celebración de la Eucaristía, llevar una
conducta conforme con el Evangelio, vivir en comunión con la fe de la Iglesia. En
todo ello hay muchas afirmaciones de carácter intelectual, explícitas o implícitas,
pero el verdadero creyente no se detiene en los meros enunciados formales.

- Además, a lo largo de la exposición de los temas catequéticos, sin olvidar los


aspectos indicados, se procura tener en cuenta la noción bíblica de verdad, que
también va más allá de la mera de limitación conceptual. Verdad y falsedad en la
Biblia no tienen un valor puramente intelectual, sino un sentido religioso que
abarca la vida y las obras, y, en definitiva, la entrega personal a Cristo (33). Esta
entrega del hombre a Cristo lleva consigo la re pulsa del error y de los falsos
doctores (34). Pero es, sobre todo, la conformidad de pensamiento y de acción
con una verdad que es vida. Se trata de una verdad que es comunión con el
Padre por el Hijo en el Espíritu Santo (35).

- Al presentar los aspectos más personales, o, si se quiere, más subjetivos de la


fe cristiana, fácilmente se advertirá en todo el contexto del Catecismo que
siempre se da por supuesto que se trata de una relación personal con Cristo en
la Iglesia, en comunión de fe con la Iglesia una, santa, católica y apostólica,
regida por el Papa y los Obispos. No ha parecido necesario recordarlo con
mayor frecuencia, teniendo en cuenta lo que ya se dice en la parte dedicada a la
Iglesia.

- A veces aparece el término "descubrir", referido al proceso de la fe del Pueblo


de Dios en el A. Testamento o de la de los Apóstoles en el N. Testamento, que
poco a poco van descubriendo, p. e., que Dios interviene en la historia, que
Jesús es más que un profeta, etc.

33. Cfr. 2 Ts 2, 10-12; 1 Jn 3, 18-19; Jn 4, 23; 8, 12.32; 14, 6.


34. Cfr. Rin 16, 17; Ef 4, 14; 1 Tm 1, 3; 6, 3; Ap 2, 14.20; 2 Tm 4, 3; 2 P 2, 1.
35. Cfr. Pablo VI, EN 44.

No faltará quien piense que este modo de hablar excluye la acción reveladora de
Dios. No es cierto. Cuando Dios se comunicó a determinados hombres —
profetas, apóstoles, escritores inspirados, etc.— lo hizo mediante la reflexión y
experiencia de éstos, reflexión y experiencia iluminadas por el Espíritu Santo y
referidas a sucesos y personas, en los que Dios intervino de modo especial,
para darse a conocer a los hombres y salvarles.

3ª Característica: Los textos del Magisterio eclesiástico.

Se cita con frecuencia el Concilio Vaticano II y el "Credo del Pueblo de Dios" de


Pablo VI. También se citan textos conciliares de Nicea, de Trento, etc.
Probablemente con más frecuencia que en otros Catecismos precedentes. Pero
algún lector pensará sin duda que se debiera haber citado más textos de
Concilios antiguos y menos textos del C. Vaticano II. Esta apreciación procede
del supuesto de creer que el Catecismo tiene que ser una especie de resumen
de la teología de los manuales. Un Catecismo no tiene que estar centrado en
presentar las "pruebas" de una serie de tesis de teología previamente
formuladas. La finalidad principal de un Catecismo en el aspecto doctrinal es
mostrar la fe de la Iglesia. Para ello basta con recoger algunos textos
representativos del Magisterio más reciente, que, además, tiene la ventaja de
que ha surgido como respuesta a los interrogantes de nuestro tiempo.

Por otra parte, la elección de textos del Magisterio en catequesis no se hace sólo
por su valor "probativo", sino teniendo en cuenta, sobre todo, su "expresividad ".
Hay textos excelentes para un manual de teología, que son inaceptables en un
material catequético. Ni es necesario que un texto del Magisterio en un libro de
catequesis diga de nuevo con palabras del Papa, de Concilios o de Obispos,
como "prueba" o confirmación, lo que ya antes se dijo como doctrina. Lo que ya
se dice con suficiente claridad con palabras del Magisterio no es preciso que
aparezca siempre repetido en paráfrasis o en párrafos introductorios.

4.a Característica: El catecismo presupone la temática de la catequesis de


infancia, pero no aborda todavía la temática propia de la catequesis de adultos.

Otra característica de este material catequético —y de todos— es que no se


puede decir todo en cada una de sus partes. Esta advertencia que aparece
innecesaria no lo es para quienes piensan que, cuando falta tal o cual matiz en
un párrafo, es que el autor niega lo que allí no se dice. Es posible que en
algunos casos esté justificada la demanda de explicitación de tal aspecto que
debiera tratarse y no se trata. Pero no se debe olvidar que la presente obra se
sitúa en una fase que supone que el alumno ha adquirido ya ciertas nociones en
etapas precedentes de la catequesis de infancia, y que, por otra parte, este
mismo catequizando no está todavía en condiciones de abordar el tratamiento
de una serie de cuestiones, que tienen su lugar más adecuado en una
catequesis de adultos.

El mismo Manual del educador no debe ser considerado como un Catecismo de


adultos, sino como un instrumento teológico-pedagógico, que puede servir de
ayuda al adulto para su acción como educador de preadolescentes, con el fin de
que éstos puedan llegar a ser algún día adultos en la fe.

No será difícil encontrar una notable convergencia entre el objetivo global del
presente Catecismo y el texto de Pablo VI, últimamente publicado:

"El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una
verdad que hace libres y que es la única que procura la paz de corazón: esto es
lo que la ,gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad
acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la
verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y
de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los
árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores" (36).

(36) EN 78.

CAPITULO III
LA CATEQUESIS EN LA PREADOLESCENCIA: 11-14
AÑOS. ALGUNAS ORIENTACIONES CATEQUÉTICAS Y
PEDAGÓGICAS.

1. Características generales de la educación en la fe de los preadolescentes.


2. El "Manual del educador: 1. Guía doctrinal", el Catecismo "Con vosotros
"
está y la Catequesis.
3. Líneas generales de orientación pedagógicas y catequéticas para el uso
del Catecismo.
1. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA EDUCACIÓN EN LA FE DE LOS
PREADOLESCENTES

Dentro de la complejidad que supone educar hoy en la fe a los muchachos y


muchachas de 11 a 14 años, es necesario prestar atención a los siguientes
aspectos:

a. Consideración de la vida entera de los preadolescentes. Las experiencias


más importantes de la preadolescencia.
b. Creación de unas actitudes cristianas propias de la vida del
preadolescente.
c. Educación en la fe de forma dinámica, existencial y significativa.
d. Adquisición de un conocimiento vital y orgánico del Mensaje Cristiano.

A. Consideración de la vida entera de los preadolescentes. Las


experiencias más importantes de la preadolescencia

1. Atención seria a la vida integral del preadolescente

Toda educación en la fe "debe preocuparse por orientar la atención de los


hombres hacia sus experiencias de mayor importancia, tanto individuales como
sociales" (37). Por tanto, la catequesis de todas las edades habrá de tener en
cuenta las situaciones en que el hombre se encuentra, los acontecimientos por
los que atraviesa, el contexto sociocultural en que vive, sus relaciones con los
demás y con el mundo, y, consecuentemente, los intereses e interrogantes, las
esperanzas y angustias, las reflexiones y decisiones profundas, que todas esas
experiencias suscitan en los hombres, como personas individuales y como

(37) DCG 74 a).

colectividad. Considerado así el hombre, la Buena Nueva puede iluminar y dar


sentido cristiano a toda la existencia humana: personas, ambientes concretos,
actividades, etc. (38).

Esta atención a las experiencias humanas de mayor importancia a la hora de


educar en la fe adquiere un relieve especial cuando se trata de los
preadolescentes. En efecto,

"La edad de la preadolescencia —dice el DCG 83— tiene como nota


característica el laborioso nacimiento de la subjetividad. Por lo que es necesario
que en esta edad no continúe la enseñanza simple y objetiva propia de los
niños..."

Según todo lo dicho, la catequesis de los preadolescentes no puede prescindir


de las realidades vitales que les afectan, de los interrogantes y aspiraciones que
éstas les plantean, en definitiva, de las experiencias fundamentales que viven.
Estas, a la luz de la Palabra de Dios, cobrarán significado cristiano, serán
transformadas en actitudes de fe y harán de los preadolescentes discípulos de
Cristo más conscientes, con una adhesión más libre y personal a su Persona y a
su Mensaje.

2. Experiencias fundamentales de la etapa preadolescente

Los muchachos y muchachas comprendidos entre los 11 y 14 años viven un


momento evolutivo caracterizado, en gran parte, por los siguientes rasgos
específicos :

a. La experiencia del crecimiento y del cambio: cambios biológicos y


psicológicos; cambios en las relaciones sociales, en especial con los adultos, los
iguales y las personas de otro sexo; cambios ideológicos y religiosos... El
preadolescente vive este crecimiento y estos cambios generalmente con un
cierto sentimiento de incomprensión y de soledad sobre todo en relación con los
adultos.

Experimenta especialmente el crecimiento en su cuerpo. Toma conciencia de su


sexo. Necesita comprender lo que le pasa. Siente el conflicto en sus pulsiones
sexuales.

Esta experiencia de crecimiento - cambio la viven todos los preadolescentes, de


uno y otro sexo, de cualquier ambiente cultural, económico, social, religioso... y
de cualquier zona o región geográfica del país.

(38) Cfr. Pablo VT, EN 18. DCG 74 a).

Más aún, nuestros preadolescentes viven su crecimiento y sus cambios en me-


dio de un mundo que, a su vez, se transforma rápidamente. Esta transformación
del mundo —sentida de modo especial por los preadolescentes de zonas
urbanas— acelera el ritmo evolutivo de los mismos, estimulándoles a vivir más
intensamente, a tener más, a superarse a sí mismos para adaptarse a los
cambios, labrarse un puesto en la sociedad, etc.

Este crecimiento y este cambio, vividos en un cierto aislamiento y soledad, a la


vez que con un anhelo prematuro de superación, constituyen para el
preadolescente una experiencia importante, que debe ser tomada muy en
cuenta en la catequesis de esta edad.

b. La experiencia de una primera búsqueda adulta de la propia identidad. Sin


duda, ésta es la vivencia más fundamental de este período de la vida. Los
cambios que el preadolescente va percibiendo y experimentando tanto en su
cuerpo y ser profundos como én el mundo exterior afectan seriamente a su
personalidad.

El preadolescente vive en un terreno de nadie. Se ha ido despojando de los


valores que fundamentaban su personalidad infantil —es la "edad de la
ruptura"— y aún no ha descubierto e interiorizado los valores que vertebran la
personalidad adulta. "¿Quién soy yo?" —se pregunta más o menos
conscientemente—. Se ha iniciado en el preadolescente la búsqueda de la
propia identidad, que oculta en su subsuelo otra experiencia más profunda,
también más o menos consciente, que es la búsqueda del sentido de la propia
vida.

Los preadolescentes irán descubriendo su propia identidad, su yo personal, sus


posibilidades. Percibirán el conflicto entre una interiorización progresiva de la
personalidad con la consiguiente tendencia a la introversión y la necesidad de
manifestarse y ser aceptado al exterior:

- entre el ansia de independencia y la dependencia, necesaria o culpable,


caminarán hacia la auténtica libertad;

- entre el egoísmo y la generosidad, se abrirán paso hacia el verdadero amor;

- entre la inseguridad y el deseo de arriesgarse por crecer, llegarán a aceptar las


dificultades, como verdadero cauce de crecimiento;

- entre el anhelo de sobrevivir y la desorientación de lo que hay que hacer,


lograrán recuperar la confianza en otras personas, los adultos;

-entre el sufrimiento ante la dura realidad de la vida y la conciencia dolo-rosa de


la propia limitación, llegarán a aceptar con paz las propias limitaciones, físicas y
morales;

-entre la búsqueda anhelante de la verdad y la justicia y el riesgo de optar por


una y otra, descubrirán la grandeza de obrar la verdad y practicar la justicia;

-entre el deseo de vivir en paz y la necesidad de defenderse, devolviendo mal


por mal, experimentarán la alegría del perdón;

-entre el deseo de comunicación y colaboración con los otros y la tendencia al


aislamiento por la incomprensión ajena, llegarán a descubrir el gozo de la
convivencia.

c. La experiencia de la búsqueda de la propia identidad, vivida en relación con


los otros y con el mundo. Los preadolescentes viven esta búsqueda de su nueva
personalidad en relación con los demás y con el mundo —dimensiones social,
histórica y cósmica del hombre—, lo cual afecta de manera importante esta
búsqueda laboriosa de su identidad:

— La vida del preadolescente en relación con los otros:

Esta relación con los demás es vivida entre dos polos o tensiones: la
comunicación y encuentro con los otros y la soledad y enclaustramiento en sí
mismo.
• A la tendencia a comunicarse acompañan el deseo de compartir la
alegría, el esfuerzo y el trabajo, los bienes, el amor y la amistad; la búsqueda
común de la verdad y la justicia, etc. Es decir, el preadolescente anhela un
encuentro armonioso con los demás. Todo ello crea problemas de la
adaptabilidad al medio: familia, colegio, compañeros, normas de autoridad.

• Por el contrario, en su tendencia al aislamiento, confluyen actitudes de


rechazo, desprecio, violencia, individualismo, ignorancia de los derechos y
dignidad de los otros, materialismo, etc.

Necesita amigos. Es exigente en la selección de los mismos. Sensible a las


decepciones. Se encuentra bien con la pandilla.

Pues bien, si el enclaustramiento en sí mismo, no suficientemente superado,


lleva al preadolescente a vivir una falsa identidad, el encuentro y la
comunicación felizmente alcanzados le llevan a lograr una más plena y auténtica
personalidad que le colma de confianza, alegría y sentido de la vida.

— La vida del preadolescente en relación con el mundo:

El preadolescente vive necesariamente los acontecimientos de su existencia


dentro del dinamismo del universo —humanidad y cosmos—, es decir, vive su
pasado, su presente y, en cierto modo, su futuro inmersos en el pasado,
presente y futuro del mundo. Los preadolescentes intuyen que su vida está
vinculada a la historia universal y a la naturaleza cada vez más conocida y
manejada por el hombre.

En este contexto, el preadolescente busca denodadamente cómo y dónde des-


arrollar toda la fuerza creadora que brota de su ser; siente un deseo incontenible
de saber y de descubrir los secretos de la naturaleza y de la humanidad; está
abierto a todo lo nuevo y distinto que el mundo le presenta, vive el presente y el
futuro con sus interrogantes y exigencias, a veces con un gran optimismo e
impaciencia, a veces con cierta preocupación, pero siempre como una aventura
que se le brinda realizar.

Siendo esto así, el encuentro de los preadolescentes consigo mismos será


fomentado cuando los adultos, especialmente los educadores, les ayuden —en
la medida de lo posible—: a prepararse cultural y profesionalmente para el
futuro, contando con la propia colaboración de los preadolescentes; a
responsabilizarse y a cooperar, ya desde los años más jóvenes, a hacerse
cargo, de algún modo, de la mejora del mundo que les rodea, y a sentirse
acompañados, en medio de sus optimismos y preocupaciones, por el realismo
sereno y estimulante de los adultos en esa apertura idealizada al futuro de la
humanidad y de la tierra.

d. La experiencia de la búsqueda de la propia identidad cristiana. Los


preadolescentes viven también la búsqueda de su nueva personalidad
implicando en ella .su relación con lo trascendente, con Dios. Desde niños han
oído hablar de El e incluso se han sentido más o menos familiarizados con Dios
en el seno de su familia, en la escuela, en la parroquia, a través de las normas y
costumbres de nuestra cultura y sociedad.

Ahora empiezan a insinuarse en su interior ciertos interrogantes sobre Dios y su


relación con el hombre y el mundo, sobre Jesucristo, la Iglesia, la práctica
sacramental, las leyes morales cristianas; sobre la verdadera religión entre las
varias que existen en la humanidad; incluso sobre el propio origen y destino.

La religiosidad del preadolescente va acusando el impacto de su proceso de


maduración y crecimiento en medio del mundo cambiante. Es decir, el
preadolescente busca también —de forma concomitante a la búsqueda de su
identidad humana— quién es él desde el punto de vista religioso.

Se desmoronan poco a poco los fundamentos de su religiosidad infantil, y busca


una primera justificación de su fe cristiana. Un cierto racionalismo teórico y un
cierto indiferentismo práctico aparecen en su vida.

En esta búsqueda del preadolescente de su nueva forma de ser y vivir como


cristiano, los educadores y adultos cercanos habrán de evitar la disociación
entre la formación humana y la cristiana. El preadolescente es uno, una unidad
personal y el éxito del encuentro consigo mismo, del hallazgo del sentido de su
vida está en que descubra que las experiencias que van vertebrando su naciente
personalidad no son ajenas, más aún, están potenciadas por la vida divina, que
Cristo nos revela como una realidad presente y transformadora en el corazón de
todo hombre. La nueva personalidad humana y cristiana de los preadolescentes
se construye al mismo tiempo y en perfecta simbiosis.

No hace falta recordar que cuando alguien se pregunta algo sobre Dios o se
plantea cualquier otro interrogante religioso, no por eso deja de ser creyente; al
contrario, sus mismas preguntas y planteamientos son pasos sinceros
encaminados a un encuentro más personal con Dios y el mundo cristiano y, por
tanto, a un encuentro serio con su nueva personalidad de cristiano.

B. Creación de unas actitudes cristianas propias en la vida del


preadolescente

Aunque el preadolescente sienta que el mundo religioso de la infancia va


alejándose, en realidad en la etapa actual va a fundamentar actitudes cristianas
vividas en la etapa infantil, integrándolas en su nueva personalidad cristiana
naciente.

Los preadolescentes conseguirán descubrir y vivir esa primera identidad


personal cristiana, si logran vivir de forma inicial, algunas actitudes cristianas
propias de su edad. que de alguna manera se han insinuado más arriba.

He aquí algunas de las más importantes actitudes cristianas que se han de


suscitar en la etapa preadolescente y que deben ser inicialmente educadas:
o aceptar su realidad corporal en desarrollo, en concreto su realidad
sexual, que le configura al ser humano como hombre o mujer en su existencia;
iniciarse en la vivencia de una auténtica libertad cristiana;

o abrirse a la práctica del amor evangélico;

o vivir una confianza recuperada en las personas, que Dios


Providente ha puesto a nuestro lado;

o aceptar, con la paz que da el Espíritu, las limitaciones propias;

o iniciarse en una práctica realista de la verdad y de la justicia,


apoyados en la gracia;

o practicar el perdón evangélico, hasta sentir la alegría de perdonar;

o lograr experimentar el gozo de convivir, de compartir, de colaborar,


sabiéndose impulsados por el Espíritu de Dios;

o iniciarse en la responsabilidad que Dios nos ha encomendado de


re-construir nuestro mundo según los valores del Reino de Dios;

o adquirir una actitud realista ante el futuro del mundo, sabiendo que
Cristo es Señor de la Historia y de nuestra vida;

o vivir la relación con Dios, con Cristo Resucitado y con el Espíritu


como con Personas que ayudan al hombre a lograr su plena realización y su
convivencia más fraterna;

 vivir la relación con Dios, con Cristo y con el Espíritu sobre todo en actitud de
adoración y reconocimiento obediente a los planes de Dios sobre nosotros y el
mundo;

o dejarse llevar del Espíritu para aceptar la Iglesia de Cristo, a pesar


de sus defectos, como la comunidad en que maduramos como hijos de Dios y
hermanos de los hombres;

o lograr un conocimiento orgánico, todavía global, pero más detallado


que en etapas anteriores, del Mensaje Cristiano.

C. Educación en la fe de forma dinámica, existencial y significativa

1. Catequesis dinámica

La catequesis debe orientar su acción a lograr discípulos de Cristo que vivan en


comunidades cristianas, formen la Iglesia Universal e instauren en nuestra tierra
el Reino de Dios. Pero esta acción catequética ha de realizarse en este "aquí y
ahora" de nuestro mundo y convertirse en agente de cambio:

• de la vida del preadolescente de cualquier ambiente cultural y condición


social. Con el anuncio de la Palabra de Dios, la catequesis le ayudará a
transformar su propia existencia, convirtiéndose al Señor Jesús al descubrir en
El el sentido de su vida, y a conocer el Misterioso Designio de Dios sobre el
hombre, la historia y el mundo (39).

• del mundo que viven los preadolescentes. Les educará en una recta
apreciación de los cambios actuales a la luz de la fe y a llevar a cabo aquellas
acciones que —según la edad— puedan mejorar el mundo según el Designio de
Dios "en Cristo" (40).

Una catequesis que favoreciera el inmovilismo humano y religioso de la vida


individual del preadolescente, de la comunidad humana y -del mundo sería
deshumanizadora y, por lo tanto, tergiversaría su misión de promover la
maduración humana y cristiana de los preadolescentes.

2. Catequesis existencial

La Salvación que anuncia la catequesis como Buena Noticia puede ser


experimentada por el preadolescente hoy, si éste acoge el anuncio con sencillez
de corazón "corno Palabra que salva" (41). En efecto, la catequesis anuncia una
Palabra que se cumple, el Hecho de la Salvación.

Por esto, todo acto de catequesis se convierte en un acorna cimiento salvador


hoy y no en una mera transmisión de saberes cristianos. El Concilio Vaticano II
puntualiza que

"es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que
hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre, pero el hombre entero, cuerpo
y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad" (42).

39. Cfr. DCG 83; 21-26; 30.


40. Cfr. DCG 21, 23, 84, 85, 97.
41. Pablo VI, EN 23.
42. GS 3.

Por eso, para que la catequesis sea un acontecimiento salvífico hoy para los
preadolescentes, para que la gracia salvadora penetre toda su existencia, los
educadores tomarán en serio esas experiencias personales y sociales de los
preadolescentes, que les configuran como tales preadolescentes y que se han
ex-puesto más arriba.

Interpelado en sus experiencias de más importancia, el preadolescente


descubrirá que Cristo tiene mucho que ver con el sentido de su vida, se abrirá
con simplicidad de corazón a su Buena Nueva y se sentirá estimulado a
transformar la propia conducta (43).
3. Catequesis significativa

El anuncio del Mensaje de la Salvación ha de hacerse a los preadolescentes en


un lenguaje capaz de dar ese nuevo sentido —el sentido cristiano— a su vida.

"La misión de la catequesis no puede quedar restringida a la repetición de


fórmulas tradicionales, sino que pide que estas mismas fórmulas sean
comprendidas y, donde sea preciso, incluso expresadas fielmente de otras
maneras, con un lenguaje acomodado a la capacidad de los oyentes. Este
lenguaje, sin embargo, será diferente según la diversidad de las edades,
condiciones sociales de los hombres, culturas humanas y formas de civilización
(Cfr. DV 8; CD 14)" (44).

Por otra parte, para lograr un lenguaje significativo se ha de alentar a los


preadolescentes —con el tacto necesario— a manifestar lo que acontece en su
intimidad con nuevas formas de expresión propias del grupo y adecuadas a su
edad, verbales y no verbales. Toda vida que no se expresa, de algún modo
muere.

Las expresiones de fe que se realicen en la catequesis son los signos del


impacto que la Palabra anunciada y reflexionada por el grupo de
preadolescentes ha causado en el corazón de éstos.

Según sea el lenguaje y expresiones utilizadas en la catequesis, el impacto


significativo del Mensaje quedará reforzado o disminuido; adquirirá o perderá
valor para transformar, desde la fe, la existencia de los preadolescentes.

43. Cfr. DCG 74.


44. DCG 34.

D. Adquisición de un conocimiento vital y orgánico del Mensaje Cristiano

1. ¿Un conocimiento religioso de carácter objetivo?

"La edad de la preadolescencia tiene como nota característica el laborioso


nacimiento de la subjetividad. Por lo que es necesario que en esta edad no
continúe la enseñanza simple y objetiva propia de los niños; evítese también
proponer problemas y temas que pertenecen a la adolescencia" (45).

En efecto, la etapa preadolescente, como período entre la niñez y la


adolescencia, no participa ni del pacífico razonamiento y feliz memoria de la
primera ni del uso formal del razonamiento y la capacidad de reflexión de la
segunda.

2. Hacia un conocimiento vital y orgánico del Mensaje de la Salvación


Sin embargo, no se debe minusvalorar la capacidad reflexiva y razonadora de
los 11-14 años, afectada sin duda por el narcisismo, cierta pasividad, los antojos
y las preocupaciones personales que caracterizan a esta etapa. El
preadolescente, con un pensamiento sumergido todavía en lo concreto, se abre
ya inicialmente al conocimiento sistemático, sin llegar al grado de abstracción
que adquirirá a partir de los 14 años.

De aquí que sus conocimientos cristianos han de estar muy en relación con la
experiencia concreta interior y exterior y la organización de los mismos ha de
tender a ser ya sistemática, pero modestamente sistemática y global. Quedaría
frustrado el educador en la fe que intentara, a priori, que sus catecúmenos de 11
a 14 años llegaran a adquirir no ya el contenido bíblico-teológico de los dos
volúmenes de este "Manual del Educador: 1. Guía doctrinal", sino ni siquiera
toda la doctrina cristiana del Catecismo "Con vosotros está", destinado a los
preadolescentes, tal como se encuentra sistematizada en el mismo.

El educador, fiel a la situación cultural y religiosa del grupo de preadolescentes,


ayudará a sus miembros a adquirir con la ayuda del Catecismo aquel
conocimiento sistemático del Mensaje Cristiano de que el grupo sea capaz. "La
catequesis —dice el Directorio General de Pastoral Catequética, número 38—
parte de una muy sencilla proposición de la estructura íntegra del Mensaje
cristiano (valiéndose también de fórmulas sucintas o globales), y la

(45) DCG 83.

propone de manera adecuada a las diversas situaciones culturales y espirituales


de los catequizandos. Con todo, de ninguna manera puede detenerse en esta
exposición inicial, sino que debe recordar la necesidad de proponer el contenido
de una manera cada vez más amplia y explícita, de modo que cada fiel y la
comunidad cristiana lleguen a un conocimiento cada vez más profundo y vital del
mensaje cristiano y juzguen (disciernan) las situaciones concretas o
comportamientos de la vida humana a la luz de la revelación."

2. EL "MANUAL DEL EDUCADOR: GUÍA DOCTRINAL", EL CATECISMO


"CON VOSOTROS ESTA" Y LA CATEQUESIS

Para simplificar y precisar la nomenclatura de los instrumentos catequéticos


elaborados para las edades de 11 a 14 años, conviene distinguir entre el
presente instrumento, destinado a los educadores y titulado "Manual del
Educador: Guía doctrinal" y el instrumento destinado a los preadolescentes, el
Catecismo propiamente dicho, titulado "Con vosotros está".

A. El "Manual del Educador: Guía doctrinal"

En el apartado B de esta Introducción General se ha expuesto ampliamente el


contenido, la estructura y las características del mismo.
B. El Catecismo "Con vosotros está"

1. El contenido del Catecismo

El Catecismo recoge lo más fundamental del "Manual del Educador: Guía


doctrinal". Dados los destinatarios del Catecismo no era posible —ni es
necesario— recoger en él íntegramente el contenido doctrinal destinado a los
educadores.

El Catecismo abarca 74 temas, paralelos a los del "Manual del Educador: Guía
doctrinal".

2. Desarrollo de los Temas

Cada tema del Catecismo se desarrolla en varias fases:

Desarrollo analítico y progresivo del tema, con los siguientes elementos:

— experiencia humana y/o cristiana

— textos bíblicos

— textos litúrgicos y patrísticos

textos del magisterio

— testimonios cristianos (o de valor y significación para la fe) vocabulario


cristiano

— lenguaje de la imagen

Síntesis doctrinal: ésta, con un lenguaje adaptado a la edad de los destinatarios,


presenta de modo más sistemático lo expuesto en las primeras fases o
desarrollo inductivo.

3. La experiencia humana y/o cristiana

Esta es, en primer lugar, alguna de las experiencias más fundamentales del
preadolescente expuestas más arriba, que están en la base de su personalidad.

A veces esa experiencia pertenece al mundo religioso de los mismos


preadolescentes o de algún adulto. Una catequesis que intente descubrir la
simbiosis existente entre Mensaje Cristiano y vida humana no tiene por qué
empezar a reflexionar sólo sobre experiencias de la vida ordinaria vividas más o
me-nos profundamente por el preadolescente. Una experiencia de fe, p. e., las
celebraciones periódicas de la Eucaristía por parte de un grupo o una revisión de
compromisos cristianos, son una experiencia humana de primera ley y pueden
ser objeto de una o varias sesiones de catequesis.
En segundo lugar, en el apartado experiencia se lleva al preadolescente a
reflexionar sobre la misma experiencia suya, pero tal como la viven los adultos,
cualquier adulto. Es la constatación, matizada, de que la experiencia
preadolescente pertenece al patrimonio de la experiencia común de la
humanidad.

4. Los textos bíblicos

La Sagrada Biblia es utilizada en el Catecismo —también en el "Manual del


Educador"— no únicamente, pero sí primordialmente, como "el libro de
experiencias de fe" que, avalado por la inspiración divina e interpretado por la
Iglesia, nos adentra en el sentido de fe cristiana con que aquellos personajes y
aquel pueblo bíblicos vivieron nuestras p-opias experiencias desde la dimensión
creyente. Jesús de Nazaret, el Hijo del Padre, hecho "uno de nosotros", es, sin
duda, el protagonista de estas experiencias por El vividas bajo la luz y guía del
Espíritu del Padre. El es la clave principal de interpretación y del sentido
cristiano de la vida humana no sólo por sus obras, sino también por sus
palabras.

La Biblia también es, fundamentalmente, Revelación, fuente del conocimiento


del Misterio de nuestra Salvación, realizado en Cristo Jesús.

5. Los textos litúrgicos

Lo mismo que la Biblia, los textos de la Liturgia no ion utilizados en el Catecismo


tanto en calidad de "lenguaje litúrgico" estereotipado en los siglos cuanto como
la profesión de fe, en que la Iglesia ha ido cristalizando, a lo largo del tiempo, su
experiencia, su vida de fe en su Esposo Resucitado, Vivo y Salvador de todo
hombre en Ella y por medio de Ella. Son textos sagrados que traducen la vida de
la Esposa con el Esposo, vivida desde la fe en medio de los avatares del mundo,
y que hoy sigue profesando la Iglesia, con la lozanía de los primeros siglos de su
historia.

6. Los textos patrísticos y los del Magisterio eclesial

Los pasajes de los Santos Padres unos expresan la propia experiencia de fe,
como en el caso de San Agustín o de San Ignacio de Antioquía; otros aportan
las enseñanzas de la Iglesia.

El Magisterio de la Iglesia se hace presente en el Catecismo, especialmente con


los textos del Concilio Vaticano II, sin olvidar otros Concilios Ecuménicos y
Documentos recientes. El Concilio Vaticano II es una última expresión solemne
de la fe de la Iglesia y del Mensaje Cristiano, elaborada expresamente para
nuestro tiempo. De ahí su profusión en el Catecismo.

7. Las testimonios cristianos de la Historia de la Iglesia de ayer y de hoy

Se corre el peligro de abandonar esta fuente primordial de la Catequesis. Los


testimonios de la vida de los santos de todos los tiempos y de los cristianos
"edificantes" de hoy son realidades históricas que nos dan signos manifiestos de
que el Señor vive y de que su Espíritu está en acción prolongando la Vida de
Cristo en los que creen en El. Estos testimonios, que dan credibilidad al
cristianismo y a la Iglesia que los "produce", son elementos catequéticos
importantísimos para los preadolescentes. Ellos quieren comprobar si aún
merece la pena vivir como cristianos.

A estos testimonios cristianos explícitos se añaden, a veces, textos y hechos


procedentes de hombres que no participan o no han participado de nuestra
comunión eclesial, pero que manifiestan una gran hondura religiosa o una fuerte
sinceridad en la búsqueda de Dios o en la adhesión a Jesucristo.

8. El vocabulario cristiano

Quiere ofrecer a los destinatarios definiciones descriptivas de términos que


expresan realidades bíblicas, litúrgicas y teológicas fundamentales para unos
preadolescentes cristianos y, a la vez, expone algunos términos pertenecientes
a la cultura cristiana que enriquecen el bagaje cultural religioso de los
muchachos y muchachas de 11-14 años, aún en período escolar obligatorio.

9. El lenguaje de la imagen

No sería adecuado hoy, en la era de la imagen, publicar un Catecismo sin


emplear la imagen al servicio del Mensaje Cristiano. Las imágenes no quieren
sólo embellecer las páginas del Catecismo; ellas mismas son un lenguaje
fundamental, al menos quieren serlo; ellas refuerzan el lenguaje bíblico, litúrgico,
patrístico, etc. Utilizando de este modo la imagen gráfica, la Iglesia recupera su
pedagogía plástica de las catacumbas, catedrales e iglesias artísticas de su vieja
historia.

10. La síntesis doctrinal

Junto a los textos del magisterio y al vocabulario cristiano, la síntesis doctrinal


quiere aportar y estimular ese conocimiento del Misterio de Cristo, del que
ningún tipo de catequesis, aún la "catequesis antropológica", puede prescindir.
No basta la experiencia religiosa y las actitudes de fe que son fundamento de la
vida cristiana (46). Es preciso conocer lo que creemos, para funda-mentar la fe
personal, para comunicarla a otros y para "estar siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que pida razón de vuestra esperanza" (1 P 3, 15).

11. La introducción y las preguntas finales de cada tema

Con el fin de situar ya desde el principio al preadolescente y al grupo en el


corazón del tema que se va a abordar, se han encabezado los temas con unas
líneas introductorias a modo de resumen anticipado del mismo.

De la misma manera, con el fin de que los preadolescentes puedan volver sobre
el contenido del tema y retener conocimientos sustanciales del Mensaje
Cristiano, se ha añadido al final un breve cuestionario que invita a realizar esta
tarea, en algún modo, de descubrimiento y aprendizaje de los principales
aspectos del tema.

12. Equilibrio entre las fuentes y lenguajes de la Catequesis

En el Catecismo se ha procurado mantener un equilibrio entre las fuentes y


lenguajes de la Catequesis: Biblia, Liturgia, SS. Padres, Magisterio de la Iglesia,
la vida de los cristianos, "los signos de los tiempos" (47).

13. Catecismo y cultura actual

La cultura de nuestro tiempo, que está viviendo el preadolescente, no podía


estar ausente del Catecismo. Para ello, en su elaboración se han tenido en
cuenta:

• algunas categorías del pensamiento actual: por ejemplo, encuentro,


diálogo, experiencia, aspiración, valor, etc;

• ciertos pasajes de escritores y poetas de nuestra literatura y algunos


elementos de nuestro arte contemporáneo;

• el uso del lenguaje simbólico, especialmente en relación con abundantes


pasajes bíblicos, por evocaciones de celebraciones litúrgicas y muy
particularmente por medio del lenguaje visual;

• el empleo de fotografías documentales, etc.

46. DCG 24.


47. Cfr. DCG 45, 13-15.

C. Catecismo y Catequesis

1. Aspectos comunes

Si se recuerdan los elementos que hoy entran en la acción misma de catequizar,


en el acto catequético, se observará que coinciden prácticamente con los
elementos con que se desarrollan los temas del Catecismo.

2. Las diferencias

Sin embargo, uno y otra, tienen una diferencia radical. El Catecismo, de suyo,
permanece estático; la Catequesis es eminentemente dinámica. No es la
Catequesis para el Catecismo, sino, por el contrario, el Catecismo para la
Catequesis. El Catecismo es un instrumento, la Catequesis un proceso para
madurar en la fe.

Aunque en uno y en otra muchos elementos empleados son los mismos: la


experiencia humana, la Biblia, la Liturgia, el lenguaje de la imagen, etc., sin
embargo, en la Catequesis, estos elementos se utilizan con un dinamismo
constante de adaptación a las necesidades de los grupos de preadolescentes en
sus diversas situaciones de cultura, de fe, etc.

El Catecismo, por el contrario, por ser oficialmente el único Libro de Fuentes de


Fe para estas edades, incorpora todos esos elementos, pero de manera
uniforme para todos los preadolescentes españoles, como el sedimento del
Mensaje Cristiano que la comunidad adulta ha ido viviendo y acuñando durante
siglos en expresiones, fórmulas, oraciones, etc., y que ahora ofrece a los
miembros jóvenes de la Iglesia, no sin antes haber estudiado y descubierto
cómo ese Mensaje puede hacerse significativo para ellos hoy, como lo es para
ella y lo fue en otros tiempos de su historia.

3. El Catecismo, estimulante del proceso catequético

Esto supuesto, si el Catecismo no debe condicionar la Catequesis obligando a


ésta a exponer únicamente lo que en él se dice y la forma como en él se dice, es
de justicia decir que el Catecismo, tal como está elaborado, estimula el proceso
de la Catequesis hacia una creatividad insospechada, permaneciendo la
Catequesis fiel al mensaje de cada uno de los temas del Catecismo.

Es oportuno recordar que el Catecismo, como instrumento al servicio de la


Catequesis, no pretende ser sólo un arsenal, un medio para una buena
información doctrinal. El Catecismo, ante todo, ha de ayudcu al encuentro
personal con Dios, a la adquisición de una visión de, la vida desde la fe y a la
creación de unas actitudes cristianas que lleven al preadolescente a una
actuación de compromiso evangélico en el mundo. Un aspecto de todos estos
factores educativos es la aceptación de la doctrina revelada.

4. La interacción entre experiencias humanas y experiencias de fe. Hacia un


sentido cristiano de la vida

Uno de los elementos del Catecismo que más favorecerá la acción misma de la
Catequesis es lo que se podría llamar "interacción de experiencias de fe". Con el
fin de que los preadolescentes logren no sólo el conocimiento del Misterio de la
Salvación tal como lo propone la Iglesia, sino especialmente el encuentro con
Dios y el sentido cristiano de la vida, se ha intentado realizar en cada tema del
Catecismo una relación fecunda e iluminación mutua entre

o las experiencias vitales de los preadolescentes y las mismas


experiencias vividas por los adultos y

o las experiencias de fe del Pueblo de Israel, la vida de Cristo


Salvador y las experiencias de fe de los creyentes en Jesús Resucita-do: los
primeros cristianos y los cristianos de toda la Historia de la Iglesia hasta hoy.
A esta relación fecunda e iluminación mutua se llama interacción de
experiencias, la cual conduce al descubrimiento del significado cristiano de la
existencia.

3. LÍNEAS GENERALES DE ORIENTACIÓN PEDAGÓGICAS


Y CATEQUÉTICAS PARA EL USO DEL CATECISMO

A. Una Programación adecuada

El Catecismo es el Libro de Fuentes de Fe, que presenta una síntesis vital del
Mensaje Cristiano en función de los preadolescentes.

Ahora bien, siendo éste un instrumento que se dirige en principio a todos los
muchachos y muchachas de 11-14 años del país, es decir, a una etapa evolutiva
que abarca ordinariamente tres años, el educador en la fe ha de realizar una
programación adecuada y elegir una metodología facilitadora del proceso
educativo. Una programación adecuada requiere:

1. Reflexionar seria y profundamente tanto en el Mensaje Cristiano des-arrollado


en el Catecismo —conocimiento de su estructuración interior— como sobre el
grupo de preadolescentes a los que se dirige su tarea de educación en la fe,
estudiando sus características: edad, sexo, nivel religioso, cultura, social,
económico, vivencia de fe, etc., y deteniéndose en conocer los problemas
concretos, las expresiones vivenciales, etc., que presenta el grupo en el
momento de iniciar la, catequesis.

Apoyándose en dichos aspectos, el educador dosificará y organizará el con-


tenido del Mensaje del modo más conveniente a lo largo del curso y, si le es
posible, a lo largo de los tres años de la etapa preadolescente.

2. Determinar con precisión y claridad los objetivos catequéticos propios de la


preadolescencia, de forma que cualquier actividad en las diversas sesiones de
catequesis y las sesiones mismas tiendan a conseguirlos a lo largo de todo el
curso o incluso a lo largo de toda la etapa.

3. Buscar los materiales y concretar las actividades que puedan facilitar la


consecución de los objetivos, sobre todo la respuesta personal que a la Palabra
de Dios han de dar los preadolescentes.

B. La metodología catequética

En cuanto a la metodología que facilite el proceso educativo de la fe con los


preadolescentes, podrá tenerse en cuenta lo que el Directorio General de
Pastoral Catequética dice a este propósito: "Una enseñanza concreta
iluminadora de la vida y obra de santos y de hombres beneméritos, así como la
consideración de la vida actual de la Iglesia, pueden suministrar un sólido
alimento a los catequizandos de esta edad" (48).

Según esto, en cada sesión de Catequesis, conviene tener presentes los


siguientes puntos:

1. Presentar a los preadolescentes los interrogantes, problemas, expresiones


más vivas, etc., del aspecto de la experiencia que se aborda en el tema que se
va a desarrollar. Se trata de ayudar a que ellos se hagan más conscientes de
cómo aquella experiencia se da en sus vidas. Pero esta toma de conciencia a
cerca de su propia experiencia no se puede quedar sólo en ellos; ha de ponerse
en relación con la experiencia de los adultos. De ahí, la pauta que viene a
continuación.

(48) DCG 83.

2. Abrirles hacia el mundo de los adultos, para que reflexionen y descubran


cómo la experiencia propia está presente también en los demás. La experiencia
de los preadolescentes es parte integrante de la experiencia de todos los
hombres.

3. Llevar a los preadolescentes a descubrir su experiencia y la de los de-más en


una perspectiva cristiana.

El contacto con la Palabra de Dios, viva en los textos bíblicos, litúrgicos, y del
Magisterio, en los testimonios de los creyentes de épocas pasadas y del
momento actual que aparecen en los temas del Catecismo o son aportados por
unos y otros en la Catequesis, conducirán de hecho a los preadolescentes a
interpretar desde la fe su vida y la de los demás, así como a profundizar en esa
experiencia de fe y a practicarla en la vida de cada día.

El grado en que se producirá todo este proceso de maduración en la fe


dependerá del nivel cristiano del grupo de preadolescentes. Con alguna
frecuencia los educadores se encontrarán muchachos y muchachas que entran
casi por vez primera en un verdadero contacto con la Buena Nueva.

4. Suscitar expresiones de fe y, en concreto, el compromiso cristiano.

La experiencia de fe vivida en la Catequesis se traduce en los preadolescentes


en actitudes y expresiones cristianas. Si una experiencia, que no se expresa de
alguna manera, queda en cierto modo estéril, no enriquece a la persona, la
Catequesis tenderá a suscitar en el grupo cuál podrá y deberá ser la respuesta
ante la Palabra de Dios presentada y reflexionada en las sesiones de
Catequesis, en los distintos temas del Catecismo.

Dicho de otra manera, la Catequesis llevará a que la fe cristiana madurada en la


Catequesis sea expresada de forma festiva (celebraciones litúrgicas, de la
Palabra, etc.), testimonial (compromisos individuales o comunitarios, campañas,
etc.), e intelectual. Estas respuestas "expresivas de la fe" no serán fruto de una
actitud impositiva por parte del educador, sino de un clima educativo cristiano y
eclesial, en donde los preadolescentes pueden ir viviendo y expresando su fe.

En resumen:

Para utilizar el Catecismo de modo adecuado, como un instrumento que ayude


en la tarea de la educación en la fe, el educador tendrá muy presente:

- evitar la utilización del Catecismo como un libro "válido", sin más, para
cualquier grupo de preadolescentes, como un recetario indiscriminado, como un
medio fácil para "improvisar" las sesiones de Catequesis;

- hacer una seria reflexión sobre el Catecismo para penetrar en su dina-mismo


pedagógico y catequético, en el itinerario que en cada uno de los temas se
propone, es decir, en sus elementos fundamentales: objetivo, experiencia del
preadolescente y del adulto, Mensaje Cristiano y expresiones de la experiencia
de fe;

- ser fieles y libres: Supuestos estos dos aspectos, cabe señalar, por una parte,
la fidelidad al instrumento, pero, por otra, la! libertad para utilizarlo.
Normalmente, el margen de libertad debe estar en proporción directa al esfuerzo
personal de preparación realizado por el educador y a la capacitación
catequizadora adquirida por el mismo y verificada en la Iglesia.

INTRODUCCIÓN AL CATECISMO

Tema 1. BUSCANDO LA LUZ.

o Caminantes.

o ¿Quién soy yo?


o Mi vida de fe.

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Presentar, como punto de partida, los profundos interrogantes ,que el crecimiento y el cambio, la
identidad personal y la búsqueda de Dios suscitan en todo hombre y, a su medida, también en el
preadolescente.

 Estos profundos interrogantes sólo pueden ser iluminados en el contexto de una experiencia de fe.

CAMINANTES

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente tome conciencia:

• de los interrogantes que el cambio provoca.

• de que es posible orientarse dentro del cambio: este cambio tiene un sentido. El hombre está de
paso hacia alguna parte: Alguien nos puso en camino.

• de que dicho sentido sólo puede ser percibido plenamente a la luz de aquella experiencia de
encuentro con Dios que constituye al hombre como creyente.

El crecimiento y el cambio

1. De los once a los catorce años, el preadolescente deja de ser niño para
emprender un camino que conduce a la juventud y a la adultez. La gran realidad
de este momento es el crecimiento y, por ello, el cambio, un cambio que afecta a
todos los niveles de la personalidad.

Niveles del crecimiento y del cambio

2. A nivel físico, el preadolescente abandona su cuerpo de niño. A nivel afectivo,


aparecen nuevas pulsiones, sentimientos y deseos. Además, por el vacío que
siente ante lo desconocido, aparece frecuentemente una profunda ansiedad e
incertidumbre.

Cambio necesario y profundo


3. El cambio se produce de forma ineludible, es decir, quiérase o no. Además,
llega más allá de lo que normalmente el propio preadolescente desearía. Cae
todo un mundo, su mundo, el mundo infantil, y con él se viene abajo el
sentimiento de identidad que hasta entonces tenía. Es un cambio en
profundidad. No sabe exactamente a qué atenerse con respecto a sí mismo.

El cambio, ley de la vida humana y del cosmos

4. Con ello, el preadolescente participa de una ley general de la vida humana, la


ley del cambio. Un ejemplo: el compuesto bioquímico humano se renueva en su
totalidad cada diez años, aproximadamente. La ley del cambio se extiende a la
realidad entera y ella manifiesta el profundo dinamismo de la historia y del
cosmos.

El mensaje del cambio

5. Lo que directamente percibimos nosotros son los cambios. En plural. Nos


afectan los cambios interiores (físicos, intelectuales, afectivos); nos afectan
también los cambios exteriores (acontecimientos, personas, situaciones). A
través de todos los cambios podemos llegar a percibir el denominador común a
todos ellos: la realidad del cambio. El cambio nos revela un elemento inherente
al destino humano: su condición transitoria. El hombre es un ser que, siempre
idéntico a sí mismo, está de paso: permanece cambiando. Es un ser que viaja
hacia alguna parte.

Significado cristiano del cambio

6. En la historia de Israel, tal como aparece en la Escritura, la vida nómada de


los orígenes encierra un significado profundo. La condición nómada es la que
precede a la instalación en la tierra de Canaán. El Israel definitivo del Nuevo
Testamento continuará comprendiendo el sentido de peregrinación de la
existencia humana, reviviendo la experiencia del Exodo. Liberado de la fijación
idolátrica al mundo presente, la vida nómada es la condición propia del hombre
que vive de la fe: permanece nómada en su alma, extranjero y peregrino sobre
la tierra. Está disponible para seguir el camino que Dios le propone al hombre.
Está en marcha hacia alguna parte. Porque Alguien le puso en camino.

¿QUIEN SOY YO?

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Ayudar a que el preadolescente experimente:


 que el hombre por sí mismo no puede llegar a saber con exactitud quién es. El hombre es un misterio
que, en su nivel más hondo se "escapa" al hombre mismo.

 Que sólo Cristo es la clave definitiva del Misterio humano: "Cristo manifiesta plenamente el hombre
al hombre" (GS 22).

Cambio e identidad

7. El conjunto de todos los cambios que afectan al preadolescente termina


quebrantando la conciencia de identidad que anteriormente tenía. Ahora, sin
"saberlo" normalmente, no "sabe" ciertamente a qué atenerse: ¿cómo soy yo?,
¿cuáles son mis defectos, mis posibilidades, mis aptitudes, mi personalidad? En
definitiva, ¿quién soy yo?

Crisis profunda

8. El preadolescente va a vivir durante esta etapa, con momentos de mayor o


menor intensidad, una de las crisis profundas de la vida del hombre, la crisis de.
la identidad, crisis que, una vez superada, dejará en su personalidad una huella
duradera. Esta huella condicionará, para bien o para mal, su manera de ser y de
actuar en, relación con los demás y en medio de la sociedad y del mundo.

Adultos: división de opiniones

9. De una forma u otra, la crisis preadolescente irá siendo superada. La crisis


pasará. Sin embargo, el preadolescente irá descubriendo dentro de sí y a su
alrededor que hay interrogantes que no tienen fácil respuesta. Que los propios
adultos se hallan divididos, cuando se trata de identificar lo que es
específicamente humano: ¿qué es el hombre? ¿Un mecano, un robot, puro
fuego de artificio, un objeto de placer, un animal más, un semidios...?

Ser hombre: problema abierto

10. Quizá un día termine haciendo el descubrimiento de que el hombre tampoco


sabe exactamente a qué atenerse con respecto a sí mismo. Que posee un
misterio que le desborda, que se le escapa. El problema sigue abierto.

Sólo Dios

11. El hombre debe aceptar y vivir la experiencia de no saber exactamente, en el


fondo, quién es, si no es a la luz de la fe. El hombre que realiza en su vida la
experiencia de la fe, conoce en verdad quién es Dios y sabe quién es, en el
fondo, el hombre. Sólo Dios puede esclarecer plenamente el misterio humano.

"Y aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jo 3, 2)

12. La persona humana se realizará plenamente en el futuro definitivo,


preparado por Dios. Conocemos por la fe el prototipo del hombre, Jesucristo.
Nuestra búsqueda de plenitud humana se alimenta de la contemplación de
Jesucristo y del diálogo con él. Los cristianos confesamos que Cristo, siendo
nuestro camino hacia Dios (Jn 14, 6), nos otorga la gracia de llegar a ser el
hombre, tal como Dios lo ha pensado y decidido. Cristo "manifiesta plenamente
el hombre al propio hombre" (GS 22).

MI VIDA DE FE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Que el preadolescente tome conciencia de su propia búsqueda de Dios, experiencia en


la que participan todas las religiones de la tierra.

o Que el preadolescente haga el examen de su propia fe afrontando estos dos hechos:

o la progresiva ruptura con formas de vivencia religiosa infantil,

o la pluralidad de imágenes de Dios.

 Que el preadolescente tome conciencia del alcance de la respuesta de la fe cristiana y de la


experiencia personal de esa fe. Proclamamos una palabra que se cumple.

Cambio, identidad, religiosidad. Dios es profundamente necesario

13. En medio de todos los cambios que transforman al mundo y al hombre, y en


medio de todos los procesos que al final dejan abierto el problema de la
identidad humana, todas las religiones de la tierra son, en algún modo, una
respuesta a la necesidad que el hombre manifiesta en su búsqueda de Dios. En
esta búsqueda, Dios aparece como punto de referencia profundamente
necesario en la vida del hombre.

"Señor, nos has hecho para ti..." (San Agustín)

14. Así lo ha cantado uno de nuestros poetas: "Todo mi corazón, / ascua de


hombre, / inútil sin tu amor, / sin Ti vacío, / en la noche te busca. / Le siento que
te busca, / como un ciego, / que extiende al caminar sus manos llenas / de
anchura y de alegría" (Leopoldo Panero).

Se conmueve la vivencia infantil de lo religioso

15. En la preadolescencia, aunque lenta e insensiblemente, el niño comienza a


ser mayor en todos los aspectos de su vida. Su religiosidad irá acusando el
impacto ineludible del proceso de maduración y crecimiento. No es raro que
aparezca cierto racionalismo teórico y cierto indiferentismo práctico. Comienza a
conmoverse la visión infantil de lo religioso.

Al hacerme mayor, dejé las cosas de niño

16. San Pablo contrapone su mayoría de edad con una época que
necesariamente quedó atrás: "Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía
como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con
las cosas de niño" (1 Co 13, 11). Y aun poseyendo una madurez religiosa fuera
de lo común, todavía esperaba otra etapa en la que desapareciese
definitivamente lo imperfecto.

Brotes de madurez

17. Los preadolescentes que tienen fe, tienden a concebir a Dios como un
compañero, sienten que Dios los puede hacer mejores, que les afecta
personalmente. Alcanzan, además, una etapa preliminar de madurez en la que
pueden ir progresando en ciencia y vida religiosa, sin conflictos.

Interrogantes: imágenes de Dios, religiones

18. El preadolescente irá percibiendo las diferencias profundas del mundo adulto
en torno a lo religioso. Podrá reconocer, tras hechos y actitudes, las diversas
imágenes que los hombres tienen de Dios: la imagen de un Dios ausente, que
para nada se ocupa de los hombres. La imagen de un Dios terrible, enemigo de
la felicidad humana. La imagen de un Dios amante, que actúa en el corazón de
la historia, porque no olvida al hombre. Percibirá asimismo, de algún modo, la
pluralidad de les religiones (hinduísmo, budismo, islamismo, judaísmo,
cristianismo...). Y antes o después, todo ello acabará planteando al
preadolescente, sobre todo en el último período de esta etapa vital, una serie de
cuestiones (vgr. ¿Todas las religiones son verdaderas? ¿No lo es ninguna?
¿Dónde está la verdad?), cuestiones que tendrán respuesta si, como creyente,
camina en verdad hacia la opción libre y personal de su adhesión al mensaje
revelado.

La adhesión de la fe reclama una seria opción personal y libre e implica


una relación viva del hombre con Dios

19. En un asunto vital, como es la adhesión de la fe, el hombre ha de


comportarse con una seria responsabilidad, de manera más consciente y libre
que en otros aspectos, también vitales, de su existencia ,humana. El creyente
puede y debe buscar iluminación y apoyo en sus hermanos, en la comunidad
cristiana. Nuestra fe es la fe de la Iglesia: somos creyentes en cuanto que somos
miembros de la comunidad creyente. El mensaje de fe —las verdades reveladas
— ha sido confiado gratuitamente por Cristo a la Iglesia para que lo transmita
con fidelidad a lo largo de la historia de los hombres (Cfr. DV 7). Pero nuestra fe
es, al mismo tiempo, personal. El creyente ha de profundizar personalmente los
motivos de su opción religiosa. Pero además en la base de esta adhesión de fe
hay, sobre todo, una dimensión de conocimiento concreto, existencial, personal:
una relación vivida del hombre con Dios. En este sentido puede decirse que mi
experiencia personal de la fe es insustituible (Sobre la fe, cfr. Tema 34).

La adhesión de la fe es fruto de la acción interior y gratuita del Espíritu.

20. El Espíritu Santo mueve a cada hombre a aceptar sin violencias —con
suavidad— el misterio de la intimidad divina y del plan salvífico de Dios, con
luces e inspiraciones interiores. Pero, al mismo tiempo, asiste constante a la
Iglesia, haciéndola objetivamente creíble, de suerte que pueda ser reconocida
como "custodia y maestra de la Palabra revelada" (Vaticano I, Const. Dogm. "Dei
Filius": DS 3012. Ver también DS 3009-3010 y 3014). Como una enseña izada
entre las naciones (Cfr. Is 11, 12), luz de las gentes y sacramento universal de
salvación (Cfr. "Dei Filius": DS 3014); Vaticano II, (LG 1, 48), la Iglesia invita a
todos los hombres a que acojan la Luz verdadera de la que ella es servidora
(Cfr. DV 10); y a quienes son ya miembros de su comunidad los anima a
permanecer firmes en su fe y fieles a su vocación.

Esta adhesión se vive en la Iglesia, Comunidad apostólica que testimonia,


con signos auténticos y accesibles a la experiencia, la presencia en ella de
Cristo y de su Espíritu

21. La Iglesia testimonia visiblemente con signos auténticos la presencia, en ella,


de Cristo y de su Espíritu: está siempre pronta a dar respuesta a quien le pida
razón de su esperanza (Cfr. 1 P 3, 15. Ver "Dei Filius": DS 3009; 3013-3014).
Pero todo creyente debe poder dar también cuenta personalmente de la fe que
profesa, celebra y vive, esto es, de la relación concreta y existencial que
mantiene con el Dios de su corazón (Cfr. Sal 72, 26). Todo cristiano,
compartiendo reflexiva y libremente el influjo del Espíritu de Dios en su
interioridad, confiesa en el seno de la Iglesia: "Jesús es el Señor" (1 Co 12, 3); y,
con Pablo, debe al mismo tiempo juzgar que "Todo lo estimo pérdida,
comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor" (Flp 3,
8).

La Palabra de Dios permanece operante en medio de vosotros

22. Cristo inaugura su predicación proclamando que el Reino de Dios está en


medio de vosotros. Igualmente la Iglesia, cuando continúa su misión, anuncia
una Palabra viva y eficaz (Hb 4, 12), no una palabra de hombre, sino la Palabra
de Dios que permanece operante en medio de vosotros (1 Ts 2, 13; cfr. Is 55,
10-11; Sal 94; Ez 12, 25.28).

CAPITULO I
CRISTO HA RESUCITADO Y VIVE.

Tema 2. CRISTO VIVE

o Resucitado.

o Entre nosotros.

o Testigos de su resurrección.

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente llegue a descubrir vitalmente:

—.que humanamente no hay una esperanza en la que el hombre pueda ser salvo.

— que por la fe se nos ha dado esa esperanza y en ella el 'sentido de la vida: se llama
Cristo Resucitado.

Quiero vivir, ¿dónde está el sentido de mi vida?

23. El preadolescente por encima de todo quiere vivir. Pero hay momentos en
que se siente no aceptado o no se acepta él mismo en su propia realidad. No
percibe por ningún lado el sentido de la vida. Sin embargo, para vivir, que es su
vocación más honda, necesita encontrar un sentido a la vida. Porque una vida
sin sentido ¿es vida?

El sentido de la vida no lo encontramos en superficie

24. Estamos profundamente convencidos de que la vida tiene un sentido. Pero al


mismo tiempo cambiamos muchas veces de opinión sobre este sentido. El
sentido hondo de la vida no lo encontramos en la superficie de las cosas.

Noticia no esperada: los ídolos caen

25. Puede ocurrir que un día descubramos con sorpresa que aquellas cosas en
que nosotros poníamos toda nuestra confianza se nos vienen abajo. A esas
cosas la Escritura las llama ídolos, falsas imágenes de Dios, dioses falsos. Los
ídolos son creación del egoísmo humano, en los que el hombre pretende
encontrar equivocadamente la respuesta del sentido de la vida (dinero, poder,
sexo). Todos estos ídolos están destinados a caer.

Al descubierto las ilusiones que ocultan la verdadera situación


26. Al denunciar la caída de los ídolos, la Escritura no pretende dar una mala
noticia, sino poner al descubierto todas las ilusiones, que perjudican al hombre y
le ocultan su verdadera situación: la necesidad que tiene de ponerse delante de
Dios, porque sólo Dios puede salvar su vida, dándola plenitud y verdadero
sentido.

No hay salvación más que en Jesucristo

27. Por consiguiente, no hay ninguna realidad humana en la que el hombre


pueda salvarse. La verdadera salvación no es del orden de lo meramente
humano. Toda esperanza puesta en realidades mundanas acaba por
defraudarnos. La esperanza que no falla está fuera de nuestro alcance, nos es
dada; es una esperanza gratuita, regalada. El fundamento y meta de la
esperanza de salvación humana se llama Cristo, Cristo resucitado: "Bajo el cielo
no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" (Hch 4, 12).

Obra de Dios que no creeréis aunque os la cuenten: sin ídolos, con


esperanza

28. Sólo en el nombre de Cristo Resucitado podemos vivir sin ídolos. Y con
esperanza. "Por tanto, sabedlo bien, hermanos, se os anuncia el perdón de los
pecados por medio de él, y que todo el que crea queda justificado por su medio
de todo lo que no pudísteis ser justificados por la ley de Moisés. Cuidado con
que os suceda lo que dicen los Profetas: Mirad, burlones, desmayaos de
espanto, porque en vuestros días haré una obra tal, que si os la cuentan no la
creeréis" (Hch 13, 38-41).

No busquéis entre los muertos al que vive: Cristo ha resucitado

29. Cristo ha resucitado, Cristo es el Señor. Las reacciones primarias ante el


acontecimiento son de asombro, sorpresa, duda, incredulidad (Lc 24,
11.12.16.21.37.41; Hch 2, 13.15). Pero por encima de todos estos sentimientos
se impone una convicción más fuerte: "¿Por qué buscáis entre los muertos al
que vive? No está aquí. Ha resucitado" (Lc 24, 5-6).

Jesús es el Señor

30. San Pablo dice: "Os recuerdo ahora, hermanos, el Evangelio que os
proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados... Porque lo
primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue ésto: que Cristo
murió por nuestros pecados, según, las Escrituras..., que se le apareció a Cefas
y más tarde a los Doce" (1 Co 15, 1-5; cfr. Rm 10, 9; Le 24, 34). Esta predicación
es hecha por los Apóstoles no sólo como notificación de un hecho histórico, sino
sobre todo como proclamación del acontecimiento salvador de Dios en favor de
los hombres. Este Jesús, que por nosotros murió y que ha resucitado, es
reconocido como Señor. El día de Pentecostés decía San Pedro: "Dios resucitó
a este Jesús y todos nosotros somos testigos... Por lo tanto, todo Israel esté
cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificásteis, Dios lo ha
constituido Señor y Mesías" (Hch 2, 32.36). Según el testimonio de los
Apóstoles, los acontecimientos posteriores a la Pascua manifiestan a Jesús
como Señor de la historia, esto es, como Dios. Los Apóstoles proclaman acerca
de Jesús de Nazaret lo que los judíos proclamaban de Dios: es el Señor (Cfr. Jn
21, 7).

"Habiendo sido muerto, he aquí que vivo para siempre"

31. El Apocalipsis de San Juan pone en labios de Jesús resucitado estas


palabras: "Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin"
(Ap 22, 13; 1, 8; 21, 6). "Al verla —dice el autor—, caí a sus pies como muerto.
El puso la mano derecha sobre mí y dijo: No temas: Yo soy el Primero y el
Ultimo, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los
siglos" (Ap 1, 17-18). Cristo es el Señor de los que viven y de los que mueren:
"Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos" (Rm 14,
9). Nos-otros somos, pues, contemporáneos de Cristo. En adelante, vivir para
Dios es vivir para Cristo: "ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno
muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos
para el Señor" (Rm 14, 7-8). Unidos por la fe a Cristo resucitado, los primeros
discípulos dieron testimonio de que Jesús vive.

¿No reconocéis que Cristo está en vosotros?

32. Cristo ha resucitado, Cristo es el Señor. Nosotros podemos reconocer, por la


fe, en nuestra propia vida el "señorío", el dominio, el poder de Jesús Resucitado,
como los primitivos creyentes, como los creyentes de nuestro tiempo. Es el
Señor y lo manifiesta. Puedes ser testigo tú mismo. A cualquiera de nosotros
puede ir dirigida esta pregunta de Pablo: "Poneos a la prueba, a ver si os
mantenéis en la fe, someteos a examen; ¿no sois capaces de reconocer que
Cristo Jesús está entre vosotros?" (2 Co 13, 5). Los cristianos podemos ser
"testigos" enraizándonos en la fe que nos han transmitido los primeros testigos y
participando en los misterios sacra-mentales de salvación que ellos nos han
legado: los creyentes alcanzan su seguridad acudiendo a la doctrina de los
Apóstoles y a la fracción del pan que acontecen en el seno de la comunidad
fraterna que es comunidad de oración (Cfr. Hch 2, 42).

CAPITULO II
¡CONVERTIOS! AL ENCUENTRO DE CRISTO POR LOS
CAMINOS DEL DIOS VIVO
OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente tome conciencia:

o de que el encuentro con Cristo se realiza a través de nuestra


conversión a El.

o de que nuestra conversión a Cristo implica el descubrimiento y la


interiorización del significado de salvación para nuestra propia vida de las grandes
experiencias bíblicas.

Señorío de Cristo y conversión del hombre: aspectos inseparables del


acontecimiento cristiano

33. El gran acontecimiento cristiano reúne dos elementos inseparables. No


siempre caemos en la cuenta de la profunda relación de ambos. Esos dos
elementos son: 1) Cristo vive a pesar de la muerte y ha sido constituido Señor
de todo. Señor de la Historia, y en esta Historia interviene eficazmente. 2) La
aceptación por la fe de este acontecimiento lleva con-sigo la propia conversión.

Juan Bautista, Jesús, Pedro, Pablo... destacan ambos aspectos

34. De hecho, no obstante la diversidad de los tiempos, de los lugares y de los


auditorios, las predicaciones de Juan Bautista, de Jesús, de Pedro o de Pablo
ofrecen todas un mismo esquema y una misma orientación: Anunciar el
acontecimiento y llamar a la conversión (Cfr. Mt 3, 2; 4, 17; Hch 2, 36.38; 3,
15.19; 5, 31; 10, 40-43; 13, 30.38-39).

Sin conversión no llega a nosotros el Reino de Dios

35. El hombre pecador está alejado de la presencia de Dios. Dios no puede


acercarse al hombre para reinar en él, si el hombre no se vuelve a El, se
convierte a El. En esta conversión está en juego toda su vida.

Una conversión gratuita, signo de la presencia del Reino de Dios

36. La conversión del hombre es una obra de iniciativa gratuita y amo-rosa de


Dios. Por esto su anuncio es Buena e inaudita Noticia. El hombre, en efecto,
está sometido a señores demasiado poderosos como para que pueda cambiar
por sí mismo. Cuando el hombre se convierte y cambia, entonces es que el
Reino de Dios ha aparecido en medio de nosotros. La fuerza de Dios se
manifiesta en contraste con la debilidad del hombre.

Señorío de Cristo, conversión del hombre y experiencia bíblica: la


experiencia bíblica conduce al encuentro de Cristo

37. Hay que evitar el examinar de modo abstracto tanto la conversión propia
como la presencia de Cristo en la historia. Es necesario descubrir estas
realidades de manera muy concreta. A través de la significación de las grandes
experiencias bíblicas, que son realidades concretas, el discípulo de Jesucristo
entiende vitalmente los caminos de su conversión y de su encuentro con Dios en
Cristo. Cuando los acontecimientos y las palabras de la Sagrada Escritura son
proclamados y ahondados en el seno de la comunidad, el creyente avanza en su
camino de descubrimiento del Señor. La Escritura vivida conduce a Cristo, da
testimonio de El (Jn 5, 39).

La vida de fe, encuentro con Cristo en la trama de la vida cotidiana

38. El hombre que se convierte, se vuelve a Dios con la totalidad de su vivir


humano. Orienta hacia Dios sus deseos, sus proyectos, su experiencia humana.
El cristiano que permanece fiel a Jesucristo, vive su vida de relación con Dios en
Jesucristo en la trama misma de la vida cotidiana (Cfr. 1 Co 10, 31; 1 P 4, 10-11;
Col 3, 1 7; Flp 2, 3-4). El cristiano ha de seguir a Cristo en el modo como El vivió
la existencia ordinaria de los hombres (Cfr. Pablo VI. EN 29, 31, 35, 47).

Vida de fe y experiencia humana

39. El cristiano, cuando actúa como creyente, lleva una vida que en muchos
aspectos es semejante a la de los demás hombres: trabajo, esfuerzo, reflexión,
diálogo, amistad, cooperación, lucha, etc. Esta vida es también, al mismo
tiempo, una experiencia de fe. No en el sentido de que la realidad de Dios pueda
ser percibida directamente por nosotros. La realidad de Dios no puede ser
percibida directamente en nuestra actual condición, pero sí podemos entrar en
contacto con Dios a través de signos. Como dice San Pablo, ahora vemos como
en un espejo, todavía no vemos cara a cara (Cfr. 1 Co 13, 12). No obstante, la
vida de fe es, en un grado mayor o menor, una vida de relación consciente,
plenamente humana, con Dios Padre por medio de Jesucristo. En este sentido,
hablamos de "experiencia de fe".

Esta actitud de fe viva, consciente, del hombre que trabaja, que lucha, que
dialoga, que hace el bien, etc., proviene de la acción oculta del Espíritu Santo en
el corazón del hombre y de la libre cooperación del hombre en el seno de la
comunidad creyente que es la Iglesia. Esta existencia humana vivida desde la fe
no se reduce a situaciones extraordinarias o excepcionales (Cfr. LG 41, 34, 35;
cfr. DCG 26, 33, 34, 72, 74, 75).

El Hijo de Dios "ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9)

40. Cuando presentamos a los demás el mensaje evangélico no podemos


olvidar que Dios creador y salvador ha sembrado ya en el corazón de los
hombres sentimientos, actitudes, valores, reflexiones, experiencias que les
preparan para el encuentro con Cristo en la fe (Cfr. LG 16 y 17; Pablo VI, EN 53,
55, 70). El Espíritu Santo actúa ya en el alma de los que jamás han oído hablar
de Cristo, y sobre todo en la de aquellos que están especialmente vinculados
con Cristo por el bautismo. No podemos "deducir" la revelación divina de la
experiencia humana, nuestra o ajena. Pero, a la luz de la revelación divina que
la Iglesia proclama, sí podemos y debemos reconocer la acción de Dios en la
vida de los hombres. Iluminado por la fe, el discípulo de Cristo sabe que el Hijo
de Dios ilumina a todo hombre (Jn 1, 9).

Dios continúa hablando al hombre de hoy

41. El encuentro con Cristo en la fe de la Iglesia es fruto de la acción del Espíritu


Santo que, mediante el testimonio de fe de los cristianos y la proclamación de la
palabra de Dios, continúa suscitando hoy en el corazón de los hombres actitudes
de fe y de amor semejantes a las que nos muestran el Antiguo y el Nuevo
Testamento. Para describir este encuentro con Cristo por la fe podemos recurrir
a la experiencia de fe que nos ofrece la Sagrada Escritura. Para nosotros,
miembros de la Iglesia en el siglo XX, los acontecimientos y palabras de la
Sagrada Escritura no se refieren sólo al pasado. Dios, que se comunicó a sus
amigos y a su pueblo en el Antiguo y en el Nuevo Testamento a través de unos
determinados acontecimientos y experiencias, se sigue comunicando hoy —el
mismo Dios— a través de nuestras experiencias humanas actuales cuando
éstas son vividas desde la fe, o bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo
(Cfr. GS 11; DV 8). Después de constituida definitivamente la revelación divina
—concluye con la muerte del último apóstol— no hay que esperar ya una nueva
revelación pública de Dios al hombre. Pero Dios continúa hablando al hombre,
por medio de la Iglesia (proclamación de la palabra de Dios, testimonio de fe y
de caridad, etc.) y en el corazón de cada hombre, a través de la experiencia
humana actual, de cada uno o de la comunidad humana, interpretada la
experiencia a la luz de la fe (Cfr. GS 11 y DV 8; sobre la relación entre Biblia y
Tradición, cfr. Tema 43).

Las Escrituras dan testimonio de Cristo

42. Hoy, como ayer, el hombre, en su itinerario hacia Dios, vive en situaciones
de éxodo, de tentación, de desierto, etc. Este encuentro del hombre con Dios en
la fe de la Iglesia, a través de la experiencia humana actual, guarda analogía y
está en continuidad con la experiencia de fe del Antiguo y del Nuevo
Testamento. Cuando nos encontramos con Cristo nos situamos en el itinerario
de fe del pueblo de la Antigua Alianza, continuando en el pueblo de la Nueva
Alianza que es la Iglesia. La reflexión cristiana sobre las experiencias de fe del
Antiguo y del Nuevo Testamento, siempre en relación con nuestra experiencia
humana actual, nos permiten un encuentro de fe más consciente con Cristo-
Jesús como clave de la historia de salvación: "Estudiáis las Escrituras pensando
encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mí" —dice
Jesús—(Jn 5, 39; cfr. Lc 24, 27; DV 14-17).

Desde la fe de la Iglesia

43. El cristiano, al tratar de comprender hoy su vida de fe, o el itinerario del


encuentro del hombre con Cristo, en la experiencia humana actual, lo ha de
hacer desde la fe de la Iglesia en Cristo Jesús. A veces se trata de una fe
implícita que es necesario explicitar. El creyente, porque conoce ya a Jesucristo,
por la palabra de los Apóstoles, trasmitida por la Iglesia, sabe a la luz de esta fe,
que cuando el hombre se encuentra con los que anuncian la palabra de Dios, se
encuentra con Cristo; que cuando realiza obras de amor con los pobres se
encuentra con Cristo; que cuando padece persecución por la justicia con
paciencia evangélica, está en el camino de Cristo... Pero sobre todo sabe que el
encuentro con Cristo se realiza en la Iglesia. Cristo está presente en la
proclamación de la palabra, en la vida de la Iglesia, y de modo del todo singular
en la Eucaristía. Los demás caminos para el encuentro con Jesús, el Señor, no
tienen sentido sin la Iglesia, cuerpo de Cristo y pueblo de Dios.

Itinerarios del encuentro con Cristo

44. Vamos a tratar a continuación de algunos de estos itinerarios del encuentro


del hombre con Cristo. Se podría haber tratado de algunos otros. Pero los que
aquí se indican son suficientes. No hablamos en estas páginas que siguen
propiamente del encuentro "sacramental" con Cristo, —aunque se alude
brevemente a la Eucaristía—, sino sobre todo del encuentro con Cristo por la fe.
Por esto, las expresiones "Cristo está presente en los pobres" y otras
semejantes no deben entenderse en un sentido "localista", aunque siempre
hagan referencia a una relación real del hombre creyente con Cristo-Jesús.

Las grandes experiencias bíblicas

45. Las grandes experiencias bíblicas que vamos a considerar son estas:

Alianza: Encontramos a Cristo, donde los hombres reconocen a Dios, donde los
hombres se aman.

Exodo: Jesucristo está donde el hombre es liberado de los ídolos y poderes que
le asedian y esclavizan.

Desierto: Jesucristo está donde los hombres experimentan las dificultades de la


liberación. Donde el hombre se pone en diálogo con Dios.

Tentación: Nos encontramos con Cristo, cuando en las encrucijadas de la vida


aceptamos la llamada de Dios.

Pobreza: Encontramos a Cristo en los pobres; en ellos quiere ser servido.

Profecía: Cristo está en los profetas enviados por Dios: En los que llevan su
palabra. Encontramos a Cristo cuando cumplimos la Palabra de Dios.

Actitud de Siervo: Nos encontramos con Cristo cuando hacemos nuestra su


actitud de Siervo de Yahvé, el camino de los justos injustamente perseguidos.

Iglesia: Cristo está en medio de los que se reúnen en su nombre.

Alegría: Encontramos a Cristo en la fiesta, en la paz, en la alegría, una paz que


el mundo no puede dar. una alegría que nadie nos puede quitar.
Tema 3. EN LA ALIANZA ENCONTRAMOS A CRISTO: DONDE LOS
HOMBRES RECONOCEN A DIOS. DONDE LOS HOMBRES SE AMAN

OBJETIVO CATEQUÉTICO

— Anunciar que Cristo está donde los hombres se respetan y se aman, como señal y consecuencia del
amor con que Dios ama a los hombres y les es fiel.

Consideramos la Alianza, a la vez, como proyecto de Dios y su fiel aceptación por el hombre. El amor
que sostiene, alimenta y lleva a plenitud una moral de alianza y comunión es resumen de la ley y los
profetas. Vivir en alianza significa, en su sentido más profundo, amar fielmente.

El preadolescente, como todo hombre, necesita amar y ser amado

46. La alianza no es sólo una experiencia bíblica, sino que corresponde también
a la experiencia social. Los hombres, en efecto, se ligan entre sí con pactos y
contratos, acuerdos entre grupos o individuos que quieren prestarse ayuda:
alianzas de paz, hermandad, amistad, matrimonio. Expresan la necesidad que el
hombre tiene de estar con otros. El hombre —también el preadolescente— no
puede vivir solo. Necesita amar y ser amado. Necesita de los demás. El
preadolescente conoce ya por experiencia lo que significa la ayuda mutua y el
ponerse de acuerdo, el respeto a las leyes del juego, etc. En definitiva, lo que
significa para él el otro, la familia y el grupo.

Vivir en Alianza significa amar

47. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la palabra Alíanza sirve


para definir las relaciones de Dios y de los hombres. Para que aparezca su
contenido es necesario hablar de filiación. hermandad, solidaridad, fidelidad,
unidad, amor. La experiencia religiosa de la Alianza implica todo esto.

Amar es salir de sí, entrar en comunión

48. La Alianza, como el amor que significa, hace siempre referencia a otro.
Significa el amor de Dios a los hombres, el amor de los hombres a Dios y el
amor de los hombres entre sí. La unidad en el amor hace pareja humana, grupo,
comunidad, pueblo.

El amor de Dios va por delante de nosotros

49. Alianza significa primero el amor de Dios a los hombres: "El nos amó
primero" (1 Jn 4, 19). Cuando Abraham sale de Ur de Caldea, nace una nueva
religión, la religión de la Alianza; Abraham comienza a experimentar que Dios no
está ausente de la historia de los hombres: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). En
adelante, esta fe significará no ya sólo el admitir la existencia de Dios, sino creer
que Dios está presente y actúa de modo personal y amoroso en la historia
humana. Tanto en Israel coreo en la Iglesia esta experiencia fundamental de la
religión bíblica se expresará ordinariamente con la siguiente fórmula: estar con
(Ex 3, 14; Mt 28, 20; Jn 14, 20). Alianza es, por tanto, presencia eficaz y fiel de
Dios.

Amor a Dios, amor al prójimo: moral de Alianza

50. Alianza significa también el amor de los hombres a Dios y el amor de los
hombres entre sí. Una de las principales expresiones de las exigencias de la
Alianza es el Decálogo. El mensaje profundo del Decálogo es que la vida
humana no puede desarrollarse como tal fuera del amor. El Decálogo es
expresión de una moral de Alianza, una moral comunitaria que Jesús resumirá
en dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. "De estos dos
mandamientos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22, 40).

Amarás a Dios con todo tu corazón: primero y principal mandamiento

51. El amor a Dios es el primero y principal mandamiento. Como se dice en el


libro del Deuteronomio: "Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente
uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las
repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino,
acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente
una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales " (6, 4-9).
Todo buen judío recuerda estas palabras a diario, y el cristiano continúa
manteniendo esta creencia fundamental.

Idolatría, pecado contra la Alianza: romper con los ídolos, reverso del
mayor mandamiento

52. Mandamiento no fácil, pues ¿qué es lo que el hombre ama con todo su
corazón? Sea lo que sea, eso es su dios. Por ello, lo opuesto a la fe es la
idolatría. La Biblia es, en cierto sentido, la historia de un pueblo que ha de
abandonar sus ídolos. Esta historia comienza con Abraham, que "seivía a otros
dioses" (Jos 24, 2ss; Jdt 5, 6ss), antes de conocer a Yahvé. La idolatría es, en el
fondo, un pecado contra la Alianza. Romper con los ídolos es la otra cara del
mayor de los mandamientos: "No seguiréis a dioses extranjeros, dioses de los
pueblos vecinos. Porque el Señor tu Dios es un Dios celoso en medio de ti" (Dt
6, 14).

En lucha contra los ídolos, tarea permanente

53. La ruptura con los ídolos no es cosa hecha de una vez por todas, sino una
tarea permanente. La idolatría renace siempre bajo diferentes formas: en cuanto
el hombre deja de amar a Dios se convierte en esclavo de las realidades
creadas: dinero (Mt 6, 24), vino (Tt 2, 3), voluntad de dominar al prójimo (Col 3,
5; Ef 5, 5), poder político (Ap 13, 8), placer, envidia y odio (Rm 6, 19; Tt 3, 3);
incluso la observancia material de la ley (Ga 4, 8ss) se convierte en ídolo.

Impacto de la idolatría sobre la vida humana. Los desórdenes sociales,


pecado contra la Alianza

54. La idolatría viene a ser una realidad sumamente concreta, pues todo esto es
engendrado por el abandono de Yahvé: violencias, rapiñas, juicios inicuos,
mentiras, adulterios, impurezas, perjurios, homicidios, usura, derechos
atropellados; en una palabra, toda clase de desórdenes sociales. Así lo había
percibido el profeta Oseas: "No hay verdad, ni misericordia, ni respeto a Dios,
sino perjurio, mentira, asesinato, robo, adulterio, vengando sangre con sangre"
(4, 2).

El segundo mandamiento es semejante al primero. "Amarás al prójimo


como a ti mismo" (Lv 19, 18)

55. La lección es capital: quien pretenda construirse a sí mismo,


independientemente de Dios, lo hará ordinariamente a expensas de otros,
particularmente de los pequeños y de los débiles. El pecado contra Dios se
concreta en pecados contra el prójimo. Por ello, dice Cristo, el segundo
mandamiento es semejante al primero (Mt 22, 39); y por ello, el segundo
mandamiento condensa también toda la Ley y los Profetas (Mt 7, 12; Ga 5, 14).
El amor es "la ley en su plenitud" (Rm 13, 10).

Una virtud sin amor, virtud inútil

56. Los maestros espirituales y los psicólogos han señalado la existencia de


virtudes falsas y virtudes verdaderas. Algunos hombres practican aparentemente
el sacrificio y la austeridad, respetan escrupulosamente los imperativos de la ley
moral tal como ellos la conciben, evidencian "virtudes" admirables, pero son, de
hecho, y en el fondo de sí mismos, seres áridos, como plantas por las que no
pasa la savia. No hay vida en ellos. No aman. En realidad, bajo la máscara de la
virtud desarrollan un desprecio de los demás y de la vida.

Un "samaritano" puede cumplir realmente la Alianza

57. La parábola del buen samaritano (Le 10, 30-37) no sólo responde a la
pregunta escéptica del legista sobre "¿quién es mi prójimo?" (10, 29), sino que
pone de manifiesto la profunda paradoja de una virtud sin amor: el cumplimiento
riguroso, pero material, de la ley no ha servido al sacerdote y al levita para
comprender que el sentido más profundo de esa ley es el amor. El contraste es
evidente, porque pasa por allí un samaritano, un hombre despreciado como
heterodoxo de la religión judaica, y —sin los rodeos del "virtuoso" de oficio,
sencillamente— sintió compasión del herido y realmente fue el guarda de su
hermano. El samaritano vivió la Alianza, porque en el momento justo respondió a
la pregunta que Dios hace a todo hombre: ¿Dónde está tu hermano (Gn 4. 9).

Sin amor, de nada sirve el resto

58. San Pablo señala enérgicamente la inutilidad de las obras humanas, si falta
el verdadero fondo de la Alianza, el amor: "Ya podrías yo hablar las lenguas de
los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy mas que un metal que
resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y
conocer todos los secretos y todo el saber; podría yo tener fe como para mover
montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo
que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve" (1
Co 13, 1-3). Las características de este amor son descritas por Pablo a
continuación: "El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se
engrie; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se
alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (1 Co 13, 4-8).

Es imposible amar a Dios y aborrecer al hermano

59. Se engañaría, por tanto, a sí mismo el que descuidase el segundo


mandamiento a causa del primero. "Si alguno dice: "Amo a Dios" y aborrece a su
hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no
puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de El este mandamiento:
quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4, 20-21).

El amor fraterno conduce al pleno reconocimiento de Cristo

60. Dios es siempre fiel. Su fidelidad es anunciada de edad en edad (Sal 88, 2).
Su palabra no falla (Rm 9, 6). Israel, en cambio, con toda la humanidad,
quebranta muchas veces la alianza de amor que Cristo ha comenzado con el
hombre. En Cristo, no obstante, se inicia un nuevo pueblo de Dios, una alianza
nueva y definitiva entre Dios y los hombres. Cristo es la realización plena del
misterio de amor de Dios a los hombres y la respuesta perfecta del amor de los
hombres a Dios. Todos somos llamados a asociarnos al misterio de Cristo por la
fe, el bautismo, la eucaristía y la carida fraterna. Unidos a Cristo y, en El, al
Padre, nos amamos unos a otros con un amor que es fruto del Espíritu Santo. El
auténtico amor fraterno es ya una participación en el misterio de la Nueva
Alianza (Mt 25, 3lss). Bajo el impulso del Espíritu, el amor fraterno conduce al
pleno reconocimiento de Cristo como Señor y Salvador, presente en la Iglesia.

Cristo está donde los hombres se respetan y se aman en Dios

61. Dice el evangelio que habrá sorpresas cuando el Hijo del Hombre se siente
en su trono para juzgar la historia de los hombres: "Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos
forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que cada
vez que lo hicísteis con unos de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicísteis" (Mt 25, 37-40). Aun sin ser conscientes de que se lo hacen a El mismo,
a El mismo se lo hacen. La buena voluntad, seria y desinteresada con que
servimos al prójimo, es fruto de la acción del Espíritu Santo.

La Eucaristía, sacramento de la Nueva Alianza, realizada en Cristo

62. La alianza de Dios con los hombres, realizada en la pasión, muerte y


resurrección de Jesucristo, se perpetúa en los sacramentos de la Iglesia y, de
modo del todo singular, en el sacramento de la Eucaristía. La acción y presencia
de Jesucristo a través de los signos sacramentales tiene unas características
especiales. Estos signos sacramentales no sólo significan sino que realizan de
manera efectiva, por la acción de Cristo, la santificación del hombre: "la Iglesia
nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo cuanto a
él se refiere en toda la Escritura (Le 24, 27), celebrando la Eucaristía, en la cual
"se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte" y dando
gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable (2 Co 9, 15) en Cristo Jesús,
para alabar su gloria (Ef 1, 12) por la fuerza del Espíritu Santo". "Para realizar
una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la
acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del
ministro "ofreciendo ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que
entonces se ofreció en la cruz", sea sobre todo bajo las especies eucarísticas.
Está presente con su virtud en los sacramentos..." (SC 6 y 7; sobre la presencia
sacramental de Cristo, cfr. Temas 52-59; sobre la Eucaristía, en concreto, cfr.
Tema 55).

Tema 4. EN EL ÉXODO NOS ENCONTRAMOS A CRISTO: DONDE EL


HOMBRE ES LIBERADO DE LOS ÍDOLOS Y PODERES QUE LE ASEDIAN Y
ESCLAVIZAN

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar que Cristo está donde el hombre es auténticamente liberado de los ídolos y poderes que le
asedian y esclavizan.

Proclamar a Cristo en el auténtico proceso salvífico de liberación integral de los hombres. La acción
liberadora de Cristo es incompatible con la actitud de quienes se resisten a la acción del Espíritu Santo,
que les mueve constantemente a la conversión y a la renovación. Es preciso estar en camino, en
situación personal de éxodo.

Un nuevo sentimiento: nacido para la libertad. "Quiero ser libre"


63. El preadolescente se encuentra en un momento evolutivo en que parece
dispuesto a abandonar progresivamente toda dependencia infantil. La libertad
comienza a manifestarse como una de sus aspiraciones más profundas. Será
sumamente sensible a .todo aquello que se relacione positiva o negativamente
con el desarrollo de este nuevo sentimiento. Surgirán dudas, ambigüedades,
dificultades. Pero poco a poco se irá consolidando un hecho oscuramente
presentido: haber nacido para la libertad. Como todo hombre, por el mero hecho
de serlo.

Dificultades exteriores e interiores

64. Sin embargo, esa aspiración aparece constantemente amenazada desde


fuera y desde dentro. Durante mucho tiempo, la reivindicación de su "mayoría de
edad" frente a los padres, que le siguen tratando "como a un niño", será el
verdadero trasfondo de las fricciones familiares. Por otra parte, irá descubriendo
que él mismo no siempre hace aquello que, sin embargo, querría: "tengo que
estudiar, pero no soy capaz de despegarme de la tele", "ya no soy un niño, pero
a veces deseo que me sigan mimando", "no siempre me atrevo a decir mi
opinión", "me dejo llevar y actúo sin estar convencido"...

Libertad, dimensión interior de uno mismo

65. Así aparece el binomio libertad-esclavitud como una dimensión interior de lo


que uno mismo es, como un aspecto importante de la propia personalidad:
Seremos verdaderamente libres no cuando nuestros días carezcan de alguna
zozobra y nuestras noches de algún desvelo y alguna congoja, sino más bien
cuando estas cosas nos asedien por todas partes y nos sobrepongamos a ellas,
sin ataduras.

Los poderes de este mundo, señores que esclavizan al hombre

66. Sin ataduras... Pero ¿qué cosas atan verdaderamente al hombre? ¿Dónde
están esos poderes? ¿Cuáles son esos ídolos? Dice la Escritura que son las
mismas realidades creadas las que esclavizan al hombre, cuando éste deja a un
lado los caminos de Dios: el dinero (Mt 6, 24), el poder (Mc 10, 41 ss; Ap. 13, 8),
el placer, la envidia y el odio (Rm 6, 19; Tt 3, 3) e incluso la observancia
puramente material de una ley (Ga 4, 8ss) y, también, el miedo a la muerte (Hb
2,14-15), a la que el hombre no puede mirar de frente y necesita taparla con
muchas cosas. Es, en definitiva, una desesperada voluntad de poder lo que
esclaviza al hombre.

Voluntad de poder frente a Dios mismo. Doble esclavitud: la de los débiles;


la de los poderosos

67. El comienzo del Génesis pone en claro los efectos de la voluntad de poder
que levanta al hombre frente a Dios mismo4 Caín usa de su fuerza para matar a
su hermano, y Lamec se venga sin medida (Gn 4,8.23-24);1a violencia llena la
tierra (6, 11). Esa pretensión lleva al hombre a una doble esclavitud. Los
poderosos esclavizan a los débiles; los mismos poderosos se esclavizan,
sometiéndose a poderes malignos, demoníacos: "Sus propias culpas enredan al
malvado y queda cogido en los lazos del pecado" (Pr 5, 22; cfr. 1 1 , 6).

La opresión del hombre por el hombre: en vez de una relación de amor,


una relación de fuerza y de dominio

68. La opresión del hombre por el hombre aparece tan pronto como los hombres
olvidan que su poder les viene de Dios (Rm 13, 1; 1 P 2, 13; Jn 19, 11) y que
deben respetar en todo hombre la imagen de Dios mismo (Gn 9, 6). Así David,
hiriendo con la espada a Urías el hitita y quitándole su mujer, se imaginaba
seguramente no haber ofendido más que a un hombre, y éste extranjero: había
olvidado que Dios se constituye garante de los derechos de toda persona
humana (Cfr. 2 S 11-12). Expulsado Dios del centro de la vida humana, la
relación que se establece entre hombre y hombre no es una relación de amor,
sino de opresión y dominio.

La opresión del hombre por el miedo: el miedo del hombre, pozo sin fondo
que no puede ser realmente llenado

69. El hombre padece una desesperada voluntad de poder. Necesita salvarse a


sí mismo. Por encima de todo. A toda costa. Dará muchos palos de ciego.
Ciegamente, frenéticamente. Intentará mil modos, ensayará mil caminos antes
de aceptar que él, por propia cuenta, no tiene salvación. En el fondo, el hombre
tiene miedo. Prefiere engañarse, esclavizarse con mil cosas, alienarse en todo
aquello que le oculta su verdadera situación. Por el miedo que tiene a la muerte,
vive el hombre esclavizado de por vida (Hb 2,14-15). Pablo ha percibido con
seguridad el secreto de toda existencia que se desarrolla fuera de la fe: radica
en el temor, aunque éste sea enmascarado. A los romanos, a los gálatas y a
todos nosotros habla Pablo de una misma experiencia, que sólo el Espíritu de
Dios puede superar: la experiencia de un espíritu de esclavitud y de temor,
síntoma común que conduce al reconocimiento de una oculta situación de
condena (Ga 4, 3; Rm 8, 14-16).

Una situación de la que el hombre no puede salir: el mundo y la vida del


hombre, convertidos en cárcel. Esa es la obra del pecado

70. La situación del hombre pecador está bloqueada: peca y le vemos entregado
a la debilidad de una naturaleza carnal; se halla sin fuerzas, y se entrega al
pecado que le solicita y agrava su flaqueza. Incesantemente, la Ley hace
resonar en sus oídos la sentencia de muerte. Ningún camino le libra de su
condenación. Si avanza, sigue el camino de toda carne hacia el pecado y la
muerte. El mundo entero en el que está sumergido comparte su pecado (Rm 8,
20) y se cierra sobre él como una cárcel (Cfr. Ga 3, 22; Rm 11, 32), en la que
hacen guardia el Pecado, la Muerte y la Ley, potencias cósmicas personificadas
en el pensamiento dramático de San Pablo. Tras ellas se perfilan otros poderes,
los del Príncipe de este mundo.
Salir de (= éxodo) esa situación es don de Dios: Dios ama al hombre, actúa
en su historia, abre un camino de liberación

71. Ahora bien, ¿cómo salir de esa situación? Para ello es necesario, en primer
lugar, que el hombre tome conciencia de su verdadera situación. No hay
verdadera conversión que no vaya acompañada del reconocimiento de una
situación de pecado. Ello es ya obra de la gracia de Dios. En segundo lugar, es
preciso que el hombre renuncie a su voluntad de independencia, que consienta
en dejarse guiar por Dios, en dejarse amar, con otras palabras, que renuncie a lo
que constituye el fondo mismo de su pecado. Sin embargo, el hombre se hace
cargo de que esto se halla fuera de su poder. Es necesario que Dios actúe en el
corazón de su propia historia. Y se abrirá un camino donde no existe: en el mar,
en el desierto. En la muerte. En el corazón de Abraham...

Los caminos de Dios, problema clave de la experiencia religiosa. Abraham


fue el primero

72. El creyente no se contenta con generalidades de orden moral. Su


compromiso religioso le lleva mucho más lejos. Abraham se puso en camino
siguiendo el llamamiento de Dios (Gn 12, 1-5); desde entonces comenzó una
inmensa aventura, en la cual el gran problema consiste en reconocer los
caminos de Dios y seguirlos. Caminos desconcertantes ("Vuestros caminos no
son mis caminos", Is 55, 8), pero que conducen a realizaciones maravillosas.

El éxodo, un camino donde no los hay: en el mar, en el desierto. Un


acontecimiento que marca el nacimiento de un pueblo a la fe, fe en Yahvé,
Señor de la Historia, liberador del hombre

73. El éxodo es de todo ello el ejemplo típico. Entonces experimenta el pueblo lo


que es marchar con su Dios (Mi 6, 8). Dios mismo se pone al frente para abrir el
camino, y su presencia se sensibiliza de múltiples formas (Ex 13,21-22).El mar
no le detiene: "Tú abriste camino por las aguas, un vado por las aguas
caudalosas" (Sal 76, 20). Israel queda a salvo de su perseguidor, el poderoso
Faraón egipcio. Viene luego la marcha por el desierto (Sal 67, 8) y Dios abre
también un camino para su pueblo y lo sostiene como un hombre sostiene a su
hijo; le procura alimento y bebida; "busca un lugar para acampar" y procura que
nada le falte (Dt 1, 30-33). El éxodo marcó el verdadero nacimiento del pueblo
de Dios como tal, como pueblo y como pueblo creyente, y vino a ser el tipo y la
prenda de todas las liberaciones efectuadas por Dios en favor de su pueblo.

El exilio, un camino que va a la inversa del éxodo

74. El desprecio de los caminos de Dios, diseñados en sus grandes líneas en el


Decálogo, es un extravío (Dt 31, 17) que conduce a la catástrofe. Su última
consecuencia será el exilio (Lv 26, 41), camino que va a la inversa del éxodo (Os
11, 5). Fue necesaria la duración del destierro (Jr 29) para que el pueblo y sus
dirigentes adquieran conciencia de su incurable perversión (Jr 13, 23; 16,12-13).
Las amenazas de los profetas tomadas hasta entonces a la ligera se realizaban
al pie de la letra. El exilio aparecía así, como el castigo de las faltas tantas veces
denunciadas: faltas de los dirigentes que, en lugar de apoyarse en la alianza
divina, habían recurrido a cálculos políticos demasiado humanos (Is 8, 6; 30, 1-2;
Ez 17, 19ss); faltas de los grandes, que en su codicia habían roto con la
violencia y el fraude la unidad fraterna del pueblo (Is 1, 23; 5, 8; 10, 1); faltas de
todos, inmoralidad e idolatría escandalosas (Jr 5, 19; Ez 22), que habían hecho
de Jerusalén un lugar de abominación.

Conversión y esperanza de retorno a la libertad, una libertad gratuita

75. Pero Dios no se conforma con la situación en que queda colocado su pueblo
(Lv 26,44-45); de nuevo hay que preparar en el desierto un camino para el Señor
(Is 40, 3); él mismo lo abrirá (Is 43, 19) y de todas las montañas hará caminos (Is
49, 11) para un retorno a la libertad. El anuncio del castigo por parte de los
profetas va acompañado constantemente de una llamada a la conversión y de
una promesa de renovación (Os 2, 1-2; Is 11, 11; Jr 31). La misericordia divina
se manifiesta aquí como la expresión de un amor celoso: aun castigando, nada
desea Dios tanto como ver reflorecer la ternura primera (Os 2, 16-17). Por lo
demás, el retorno de Babilonia no será menos gratuito que el éxodo de Egipto;
más aún, la misericordia de Dios aparece todavía más en el retorno del exilio,
puesto que éste era el resultado final de los pecados del pueblo.

Experiencia universal de la esclavitud: paganos y judíos de ayer, masas


humanas de hoy

76. La experiencia de Egipto, como la de Babilonia, contiene un mensaje


fundamental sobre la propia condición humana. Es el siguiente: Todo hombre
vive y permanece en una esclavitud radical, en la medida en que Dios, Señor de
la historia, no se hace camino de liberación para el. Es una experiencia de todos:
paganos de otro tiempo que se sentían regidos por la fatalidad, y judíos que se
negaban a confesarse esclavos (Jn 8, 33), pero también masas humanas de hoy
día, que aspiran confusamente a una liberación total.

Llamados por Dios a la libertad del Evangelio de Jesús

77. Sin embargo, "Hermanos, vuestra vocación es la libertad" (Gal 5, 13): éste es
uno de los aspectos esenciales del evangelio de Jesús: él vino a anunciar a los
cautivos la liberación, a devolver a los oprimidos la libertad (Le 4, 18). Pero esta
libertad no debe convertirse en pretexto para el libertinaje (Ga 5, 13). La libertad
de Cristo es otra: Cristo vino a proclamar los mandamientos que liberan: sed
pobres, sed pacíficos, sed misericordiosos, sed limpios de corazón, haced obras
de paz, dejaos perseguir por la justicia, entrad así desde ahora en el reino de los
cielos (Cfr. Mt. 5, 3-11).

Una conversión real y realmente liberadora, signo de la presencia del


Reino de Dios entre los hombres
78. Alguien podrá decir: "He ahí un programa que nadie puede cumplir." Y es
cierto. El hombre está "vendido como esclavo al pecado" (Rm 7, 14), no puede
liberarse a sí mismo. Ni siquiera puede cumplir la Ley, mucho menos cumplirá el
programa evangélico del Sermón de la Montaña. Pero la conversión es efecto de
la irrupción gratuita del Reino de Dios en medio de la historia humana. Y si la
conversión comienza a ser realidad (y realidad liberadora), entonces es que el
Reino de Dios, como anunciaba Jesús, está en medio de nosotros (Mt 4, 17). No
obstante, la realidad auténtica de esa liberación no podrá ser detectada con
certeza por los hombres: pertenece al secreto de Dios.

El término del éxodo pertenece al futuro. Un camino en medio del pecado,


de la ley (exterior) y de la muerte

79. Así pues, lo que el hombre no puede lo puede el Espíritu de Dios que
prometió Jesús (Jn 3). El prosigue en cada creyente y en el mundo un inmenso
proceso de liberación que sólo se consumará al final. El verdadero éxodo
pertenece al futuro: cuando superadas las fronteras del pecado y de una ley
exterior que no podía salvar al hombre, sea superada también la última frontera
que esclaviza, la frontera de la muerte (1 Co 15, 25-28). Así la existencia entera
es un inmenso éxodo que concluye, como el éxodo (misterio pascual) de Cristo,
con el "paso" de este mundo al Padre (Jn 13, 1; 8, 23), quien en medio del mar y
en medio del desierto abrirá un camino donde tampoco lo hay: abrirá un camino
decisivo en medio de la muerte.

En situación personal de éxodo

80. Dios conoce nuestra opresión (Ex 3, 7ss); nos invita como a Abraham (Gn
12, 1), a salir, a dejar, a caminar continuamente. El quiere "abrir las prisiones
injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos,
romper todos los cepos" (Is 58, 6), liberar al hombre de toda fijación infantil y
secretamente idólatra a las seguiridades del mundo presente, abrir los ojos a su
propio futuro y a un elemento inherente al destino humano: su condición
peregrina. Una cosa importante: cuando el hombre es libre, cuando no depende
de nada, entonces está disponible para responder a la acción de Dios en su
propia historia. Se encuentra, como en otro tiempo Israel, en situación personal
de éxodo.

Cristo, nuevo Moisés del pueblo cristiano en éxodo

81. En muchas ocasiones el Nuevo Testamento compara a Cristo con Moisés,


que guió al pueblo de Israel en su éxodo. Pero, sobre todo, la Carta a los
Hebreros nos dice: "Por lo dicho, hermanos santos que compartís el mismo
llamamiento celeste, considerad al enviado y sumo sacerdote de la fe que
profesamos: a Jesús, fiel al que lo nombró, como lo fue Moisés en la entera
familia de Dios... Moisés ciertamente fue fiel, como criado, en la entera familia de
Dios; su misión era transmitir lo que Dios dijera. Cristo, en cambio, como hijo
que es, está al frente de la familia de Dios; y esa familia somos nosotros, con tal
que mantengamos firme esa seguridad y esa honra que es la esperanza...
¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e
incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo..., dado que dice: "Si hoy ois su
voz, no endurezcáis el corazón como en el tiempo de la rebeldía." ¿Quiénes se
rebelaron al oírlo? Ciertamente todos los que salieron de Egipto por obra de
Moisés... Temamos, no sea que, estando aun en vigor la promesa de entrar en
su descanso, alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad" (Hb 3, 1-
19; 4, 1).

Tema 5. ENCONTRAMOS A CRISTO EN EL DESIERTO: DONDE LOS


HOMBRES EXPERIMENTAN LAS DIFICULTADES DE LA LIBERACIÓN.
DONDE EL HOMBRE SE PONE EN DIÁLOGO CON DIOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar que Cristo está en los hombres que experimentan las dificultades de la liberación.

Proclamar que el Espíritu abre caminos donde aún no hay ninguno.

Presentar la experiencia bíblica del desierto:

 El desierto es una "tierra que Dios no ha bendecido". Es lugar de paso, no de permanencia.

 El desierto es el lugar de la tentación y del encuentro del hombre con Dios.

La incomodidad de la crisis o el precio del crecimiento

82. El preadolescente se encuentra en crisis de crecimiento. Camina hacia la


mayoría de edad. Pero el crecimiento tiene su precio de miedo, de inseguridad,
de riesgo. La incomodidad de la crisis se manifiesta diversamente. Con la crisis
aparece la confusión; no se acierta a elaborar una clara jerarquía de valores; se
vive como muy difícil la elección de una vocación, de un camino.

No hay liberación sin dificultades ni futuro sin doloroso abandono del


pasado

83. Con ello el preadolescente puede ir comprendiendo por propia experiencia la


verdad de determinadas expresiones elementales, como éstas: "No hay atajo sin
trabajo", "no hay crecimiento sin crisis", "no hay ganaacia sin riesgo". En
definitiva, no hay liberación sin dificultades, ni tampoco hay futuro sin doloroso
abandono de realidades y experiencias del pasado.

El desierto, experiencia bíblica ante las dificultades de la liberación


84. Con ello el preadolescente tiene la oportunidad de vivir en propia carne la
experiencia bíblica del desierto. Porque el desierto, en la Escritura, más que un
lugar geográfico es una experiencia profundamente religiosa y profundamente
humana, que se produce siempre en una circunstancia típica: cuando el hombre
experimenta las dificultades de la propia liberación.

El desierto, experiencia de todos los días

85. El Salmo 94 (7-11) actualiza para Israel la experiencia del desierto. El


desierto no es algo que pertenece a una historia pasada. Es de todos los días, y
todos los días Israel, en una forma u otra, se ve confrontado con el desierto,
sometido a la prueba y a la encrucijada de obedecer al plan de Dios o endurecer
su corazón como en los días antiguos.

El desierto, tierra inhóspita; lugar de paso, no de permanencia; lugar


donde no hay camino, pero lugar que debe cruzarse

86. El desierto es una tierra inhóspita, "tierra que Dios no ha bendecido", lugar
donde no hay camino, como en el mar. Simbólicamente, el desierto se opone a
la tierra habitable y fértil como la maldición a la bendición. El desierto es, pues,
una tierra maldita. Ahora bien, Dios quiso hacer pasar a su pueblo por esta
"tierra espantosa" (Dt 1, 19), para hacerle entrar en una "tierra que mana leche y
miel". En efecto, el desierto es un lugar de paso, no de permanencia; lugar
donde no hay camino, pero lugar que debe cruzarse.

El desierto, lugar de la tentación y de la prueba; ¿se fía el hombre de Dios?

87. En el fondo, el desierto es el lugar de la tentación y, al mismo tiempo, el


lugar del encuentro del hombre con Dios. Es el lugar de la tentación, el lugar de
la prueba, donde queda al descubierto lo que hay en el corazón del hombre: si el
hombre se fía realmente de Dios, si vive de su Palabra: "Recuerda el camino
que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto;
para humillarte para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus
preceptos, o no. El te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó
con el maná —que tú no conocías ni conocieron tus padres— para enseñarte
que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto sale de la boca de Dios" (D4
8, 2-3). (Humillar significa aquí el reconocimiento de la necesidad que el hombre
tiene de Dios para vivir.)

El desierto, lugar del encuentro del hombre con Dios. La lección del maná,
el alimento del desierto

88. El desierto es, también, el lugar del encuentro del hombre con Dios. Dios
está en medio de su pueblo cuando éste cruza el desierto. Dios le manda el
maná, el alimento del desierto: cuida de que su pueblo no desfallezca. El maná
proporcionaba el sustento día a día. No quedaba asegurado el día de mañana: si
alguno tomaba doble provisión, ésta se pudría. La lección del maná es un
elemento fundamental en la experiencia israelita del desierto y, en general, de la
experiencia religiosa de Israel a lo largo de su historia: el hombre ha de confiar
en Dios y no en su propia fuerza (Dt 8, 17-18).

El desierto, lugar del encuentro del hombre con Dios. La acción de Yahvé,
saldo favorable. Dios abre caminos donde no existen: "Yahvé provee"

89. En mirada retrospectiva, el pueblo puede reconocer con asombro la acción


de Dios, pues la amenaza aniqiuiladora del desierto ha quedado despojada de
su terrible aguijón al paso del pueblo. El Deuteronomio lo expresa en bella
fórmula: "Tus vestidos no se han gastado, no se te han hinchado los pies
durante estos cuarenta años" (Dt 8, 4). Lo que podía haber sido la tumba del
pueblo (Ex 17, 3), lo convirtió Yahvé en un lugar de paso hacia una tierra
espléndida, habitable, fértil (Dt 8, 7-10). La explicación es solamente ésta: Dios
abre caminos donde no existen. Abraham expresa esta misma fe de otra forma:
"Yahvé provee" (Gn 22, 1-14).

La reacción de un pueblo que no se fía de Yahvé. Los "pecados del


desierto"

90. El desierto, como la cruz y el dolor, se experimenta con un test que revela lo
que hay en el corazón del hombre. El hombre describe en esa situación su
verdadera orientación profunda. Pablo recuerda a la comunidad de Corinto que
la experiencia del desierto dejó al descubierto a un pueblo codicioso del mal; era
un pueblo que no se fiaba de Yahvé. Pablo recuerda también cuáles son los
"pecados del desierto" en los que se concreta la reacción desconfiada del
pueblo: idoltría y fornicación, tentar a Dios, murmuración (1 Co 10. 6-10).

Los pecados del desierto. Idolatría y fornicación

91. El relato del becerro de oro (Ex 32) resume la actitud idolátrica de Israel a
través del desierto: Israel no acepta a Yahvé como Yahvé es; prefiere un dios a
su alcance, hecho a imagen y semejanza propia, cuya ira pueda ser aplacada
con sacrificios, aunque no marque un camino para la propia historia: querría no
estar a la escucha de Dios, sino tener a Dios a su servicio. En definitiva, Israel
no aguanta el desierto y plasma todo su deseo de tierra fértil en el símbolo de la
fertilidad que es el toro, y en los festejos y orgías sexuales propios del viejo culto
pagano: "Sentóse el pueblo a comer y a beber y se levantó a divertirse" (1 Co
10, 7-8; Ex 32, 6; Nm 25, I ss).

Los pecados del desierto. "Tentar a Dios"

92. El "tentar a Dios" puede adquirir formas diferentes: o bien el hombre quiere
salir de la prueba intimando a Dios a ponerle fin (Cfr. Ex 15, 22-25 y 17, 1-7) o
bien se pone en una situación sin salida: "para ver si" Dios es capaz de sacarlo
de ella; o también se obstina, a pesar de los signos evidentes, en pedir otras
"pruebas" de la voluntad de Dios (Sal 94, 9; Mt 4, 7). Todo, en definitiva, se
reduce a no creer en el Dios que traza caminos en la historia y preferir las
seguridades de su precaria situación en el país de Egipto.
Los pecados del desierto. La murmuración

93. Lo que había en el corazón del pueblo se manifiesta frecuentemente a través


de la murmuración: desde las primeras etapas el pueblo se cansa y habla contra
Dios y contra su plan: ni seguridad, ni agua, ni carne... La murmuración aparece
una y otra vez en los relatos del desierto (Ex 14, 11; 16, 2-3; 17, 2-3; Nm 14,
2ss; 16, 13ss; 20. 4-5; 21, 5). El pueblo echa de menos la vida ordinaria: vale
más una vida de esclavos que la muerte que amenaza; el pan y la carne, más
que el insípido maná.

La rebeldía de un pueblo frente a Dios. Una equivocación radical

94. Los pecados del desierto dejan al descubierto la rebeldía de un pueblo de


dura cerviz: "Habéis sido rebeldes al Señor, desde el día que os conocí" (Dt 9,
24), dice Moisés. Y el salmo 94 se expresa en términos semejantes: "Durante
cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: 'Es un pueblo de corazón
extraviado, que no reconoce mi camino' " (Sal 94, 10). Lo que pierde a Israel es
la equivocación radical de confundir, o mejor, identificar el camino de Dios con el
camino del éxito, y ése será siempre en la historia de la religión el gran
obstáculo a la constancia de la fe. La lucha de Moisés, el portavoz de Dios, será
contra esta "manía de éxito" espectacular en Israel.

Cristo ha colgado en la cruz lo que suele recibir el nombre de vida, porque


la vida del hombre está en otra parte

95. Desierto y cruz son, en cierto sentido, realidades equivalentes. "El que quiera
seguirme —dice Jesús— que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día
y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por mi causa, la salvará" (Lc 9, 23-24). Dice también: "Lo mismo
que Moisés elevó la serpiente de bronce en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna" (In 3, 14-
15). Efectivamente, Jesús ha colgado sobre la cruz todo lo que suele recibir el
nombre de vida, la "manía del éxito". Y a través de esa señal, necia para el
griego y escandalosa para el judío (1 Co 1, 23), ha desenmascarado el equívoco
que ciega a la humanidad: la confianza en la propia fuerza, y no en la fuerza de
Dios (Dt 8,17-18). Porque sólo Dios pone un camino en nuestro desierto y
senderos en nuestros páramos (Is 43, 19).

Tema 6. NOS ENCONTRAMOS CON CRISTO EN LA TENTACIÓN: CUANDO


EN LAS ENCRUCIJADAS DE LA VIDA ACEPTAMOS LA LLAMADA DE DIOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Proclamar que Dios está en las verdaderas encrucijadas de los hombres. Conviene
saber esperar, saber confiar.

o Mostrar que Cristo supera la tentación con la misma naturalidad con que posee el
Espíritu.

o Presentar el paralelismo entre la tentación de Israel, la de Cristo y nuestras propias


tentaciones.

o Analizar la tentación del creyente: pan, duda, poder.

En situación de encrucijada ¿Dónde está la seguridad? ¿Qué hacer?

96. Las dificultades del momento evolutivo que atraviesa (soledad, confusión,
inseguridad...) colocan al preadolescente de forma más o menos consciente, en
una profunda situación de encrucijada: ¿Dónde está la seguridad? ¿Dónde está
la vida? ¿Dónde está Dios? ¿Aparece por alguna parte? ¿Qué quiere decir eso
de que Cristo es el camino, la verdad, la vida? ¿Qué hacer?

La búsqueda de la seguridad, una constante en la vida humana. Una


encrucijada para todo hombre: Dios o los ídolos

97. El preadolescente puede ir descubriendo que esa búsqueda de la seguridad


es una constante en la vida de los hombres. El hombre comúnmente no soporta
la inseguridad. Por ello desea prepararse para llevar una vida más humana en el
futuro. Pero, a veces, como el pueblo de Israel, prefiere ser esclavo a vivir
inseguro. Entonces busca asegurar su vida por doquier. De cualquier modo, a
cualquier precio, como sea. Asegurar todo lo asegurable. Y aparecen en el
horizonte humano los ídolos, que hacen sus propias ofertas. Abiertamente o no,
todo hombre se encuentra una y otra vez ante la encrucijada: Dios o los ídolos.

La tentación en el desierto, una experiencia que se repite. De Israel a Jesús

98. Los evangelios nos hablan de tentaciones en el desierto. Es significativo que


se hable del desierto. Este es, en efecto, el lugar del encuentro con Dios y
también de la tentación. Jesús reproduce la peregrinación por el desierto del
pueblo de Israel. El pueblo fue tentado en el desierto y sucumbió a la tentación.
Jesús la resiste con la misma naturalidad con que posee el Espíritu, mediante
palabras tomadas de la situación de Israel (Dt 8, 3; 6, 16; 6, 13).

Israel y Jesús, frente a frente. ¿Dónde estamos nosotros?

99. Donde el pueblo olvidó entonces su misión y, de espaldas a Dios, deseaba


volver a las ollas de Egipto, dice Jesús que el hombre vive también de toda
palabra que sale de la boca de Dios.
Donde el pueblo quiso tentar a Dios y arrancarle un milagro, se niega El a
ófrecer un aparatoso espectáculo.
Donde el pueblo se afanó por los ídolos del mundo, rechazó Jesús el señorío
mundano que el diablo le ofrecía en compensación si se postraba ante él.

La escala de valore invertida: no éxito sino servicio y una alegría nueva en


el mundo

100. Obrar un milagro en provecho propio, pedir a Dios un espectáculo exterior


impresionante, pretender dominio terreno: he ahí tres caminos que El no quería
seguir. Son tres cosas al alcance de quienes quieren triunfar. Jesús sabía que
había venido a invertir la escala de los valores. Lo que en el mundo pasa por
sabiduría y gloria, es lo que El precisamente tenía que evitar. Por ello dice a
Pedro, que no acepta el primer anuncio de la Pasión: "Tus pensamientos no son
los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16, 23). El bautismo de Jesús no
significaba éxito, sino servicio. Permanecer fiel a su misión fue todo su gozo. Un
gozo nuevo en nuestro mundo. Y he aquí que vinieron ángeles y le servían.

La tentación del pan, obstáculo en el camino de Cristo. "No solo de pan


vive el hombre"

101. La primera tentación se refiere al pan (Mt 4, 2-4). Como toda tentación,
pone a prueba la fe. Jesús es el Hijo de Dios y confía en su Padre; y es,
además, el Siervo de Yahvé al servicio de todos los hombres (Cfr. Mt 3, 16-17; Is
42, 1). Jesús es tentado en su confianza en Yahvé, así como en su misión.
Jesús percibe que en este caso el pan, la seguridad del pan, es un obstáculo
tanto en su camino de Siervo como en su condición de "Hijo amado en quien se
complace el Padre". La actitud profunda de Cristo aparece breve y claramente
delineada en las siguientes palabras: "No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4).

Tras la experiencia de Egipto, Israel se sintió a sí mismo como el


primogénito de Yahvé (Ex 4, 22-23). Pero Israel, ¿confiaba en Yahvé?

102. Estas palabras del Deuteronomio, utilizadas por Jesús, aluden a la


circunstancia en que el pueblo a través del desierto se ve acosado por el hambre
y la sed. Según él Deuteronomio, Dios intentaba probar a Israel, humillarle por el
hambre, que apareciera, si de hecho Israel se fiaba de su Dios, lo que había en
su corazón (Cfr. Dt 8, 2-5). De hecho, los israelitas reaccionaron con un intento
de "probar" y "tentar" al mismo Dios (Ex 17, 2). Forzaron a Moisés a pedir a Dios
un "signo" y plantearon, faltos de fe, la cuestión: "¿Está el Señor entre
nosotros?" (Ex 17, 7). Las pruebas que de sí mismo les había dado Dios
anteriormente, no habían arraigado suficientemente en su corazón.

La tentación del alero del templo, provocación de una situación limite,


como solución al problema de fondo: ¿Está Yahvé con nosotros o no?

103. La segunda tentación (Mt 4, 5-7) es ligeramente diferente de la primera. En


el fondo coinciden, porque ésta es también una prueba de la fe. De hecho,
supone un momento de profunda turbación, como el que aparece en la
interpelación que el profeta Jeremías hace a Dios: "¡Ay! ¿Serás tú para mí como
un espejismo, aguas no verdaderas?" (Jr 15, 18). Esta tentación, sin embargo,
consiste en provocar una situación límite para ver si Dios le saca al hombre de
ella y resolver así la inquietante pregunta: ¿Está el Señor entre nosotros o no?
(Ex 17, 7).

Tentar a Dios, falsa solución. "No tentarás al Señor, tu Dios"

104. Jesús descalifica a quienes, para creer, exigen un signo, y éste


espectacular (Me 8, 12; Jn 6, 30-31; Lc 11, 29; 17, 20). Percibe que todo eso es
tentar a Dios, desconfiar de El, utilizarle para seguridad propia. Jesús acepta los
signos que el Padre le ordena hacer, no exige otros (Jn 14, 10. 31). Su actitud es
firme y remite también aquí a la experiencia histórica de Israel: "No tentaréis al
Señor vuestro Dios" (Dt 6, 16).

La tentación del triunfo personal, camino desechado por Dios para salvar
al mundo. "Al Señor, tu Dios, adorarás, sólo a El darás culto"

105. La tercera tentación se refiere al triunfo personal (Mt 4, 8-10), según lo que
el mundo entiende por triunfar. Pero no es ese el signo que El tiene que dar al
mundo, sino este otro: el signo del amor de Dios en la figura del Siervo de
Yahvé, es decir, manifestar el amor de Dios al mundo, siendo El, el Hijo amado,
el servidor de todos (Rm 5, 8; 1 Jn 4, 10). También esta tentación remite a la
historia de Israel. A pesar de que estaba ya avisado (Dt 6, 10-12), el pueblo hizo
de la tierra prometida un lugar de instalación idolátrica. Olvidó a Yahvé que le
sacó de Egipto, pues por encima de todo buscaba la prosperidad material. La
actitud de Jesús supone que sólo Dios debe ser buscado con todo el corazón. "A
Yahvé, tu Dios, servirás, sólo a El le darás culto" (Dt 6, 13).

Confianza en el Padre. "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia; y


todo lo demás se os dará por añadidura"

106. La actitud de Cristo ante la encrucijada de la tentación manifiesta el


verdadero corazón de su evangelio: la confianza incondicional en el Padre, que
no ha abandonado al hombre, sino que continúa cerca de él. "No andéis
agobiados pensando qué váis a comer, qué váis a beber o con qué os váis a
vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial
que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el Reino de Dios y su
justicia; lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 31-33). Poder vivir esta
confianza ya es don de Dios, don del Espíritu, signo de que su reino está en
medio de nosotros. Confiar en el Padre es la gran certeza que el mundo necesita
para poder sobrevivir a la caída de sus falsas seguridades.
Tema 7. ENCONTRAMOS A CRISTO EN LOS POBRES: QUE EN ELLOS
QUIERE SER SERVIDO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Anunciar que Cristo está en los pobres y en ellos quiere ser servido.

o Presentar la pobreza como un mal que se ha de combatir, una tara que no debe darse
en medio de un pueblo fraterno.

o Destacar que el Evangelio es una buena noticia para los pobres.

o Presentar la pobreza evangélica como una condición socioeconómica y una actitud del
alma.

La pobreza, dato constante de la experiencia humana común, en el


horizonte del preadolescente

107. La pobreza, antes de ser experiencia bíblica, es un dato constante de la


experiencia humana común. Pobre es aquel que se halla oprimido bajo el peso
de una miseria actual o permanente: pobreza económica, enfermedad, prisión,
opresión, falta de acceso a la cultura. Ser pobre es sufrir la experiencia de una
situación deficitaria. De uno u otro modo, el preadolescente encuentra dentro y
fuera de sí ese dato constante. Frecuentemente se siente a sí mismo
incomprendido, aislado, solo. Desgraciado, pobre, sin recursos. Se siente
inseguro. Por otra parte, va adquiriendo conciencia progresiva del aspecto duro
y serio de la realidad que le rodea (familia, grupo, sociedad).

La pobreza, dato constante de la experiencia bíblica. En el cortejo de los


pobres, no cesa de clamar al cielo la sangre de Abel

108. La pobreza es, también, un dato constante de la experiencia bíblica. Los


pobres, a menudo olvidados en todas partes, ocupan en la Biblia un puesto
importante. Basta evocar aquí el sombrío cortejo que desfila por la Biblia,
principalmente por el Salterio. En él estamos escuchando —como quien dice—
la sangre de Abel que no cesa de clamar al cielo, la queja de las personas
buenas que no aceptan su suerte violenta. Y al mismo tiempo, los acentos de
piedad y amor que les responden, desde Nehemías (Ne 5) al Eclesiástico (Si 4,
1-6) y a la Carta de Santiago (St 2).

La pobreza, un mal que hay que combatir en medio de un pueblo fraterno

109. Sin duda alguna, la Biblia nos presenta la pobreza como un mal que hay
que combatir. Esta orientación tiene su fuente en el corazón de la religión
mosaica. Israel fue constituido entonces como un pueblo fraternal en el que no
debería existir esta tara. El Deuteronomio establecerá una serie de medidas
para luchar contra la pobreza: el año de liberación para las deudas y los
esclavos hebreos, la prohibición de prestar a interés, la prohibición de conservar
una prenda tomada al pobre, la obligación del diezmo trienal en favor de los
desgraciados, el pago cotidiano de los obreros, el derecho de rebusca y
espigueo; todo ello a tenor de la siguiente exhortación: "Nunca dejará de haber
pobres en la tierra: por eso yo te mando: abre la mano a tu hermano, al pobre, al
indigente de tu tierra" (Dt 15, 11).

La pobreza, signo vivo del pecado de los hombres

110. Efectivamente, la pobreza en sí es mala, es signo vivo del pecado de los


hombres. El pobre grita que el mundo no responde al proyecto de Dios. El pobre
revela al .mundo de la forma más realista el pecado del hombre. La experiencia
enseña que la miseria es a menudo consecuencia de la pereza (Pr 6, 6-11; 10,4-
5)o del desorden (13, 18; 21, 17), o también que la misma se convierte en
ocasión de pecado (30, 8-9). Pero otro hecho se impone también con no menos
evidencia: muchos pobres son, sobre todo, víctimas de la suerte o de la injusticia
de los hombres que se aprovechan de su debilidad o de su necesidad para
explotarlos. Estos desheredados hallaron en los profetas a sus defensores
natos.

Los profetas, defensores de los derechos de los pobres

111. Después de Amós, que ruge contra los crímenes de Israel (Am 2, 6ss; 4, 1;
5, 11), los portavoces de Yahvé denuncian sin tregua "la violencia y el bandidaje "
(Ez 22, 29) que infestan el país: fraudes desvergonzados en el comercio (Am 8,
5ss; Os 12, 8), acaparamiento de las tierras (Mi 2, 2; Is 5, 8), esclavitud de los
pequeños (Jr 34, 8-22; Ne 5, 1-13), abuso del poder y perversión de la justicia
misma (Am 5, 7; Is 10,1-2; Jr 22, 13-17). Una de las misiones del Mesías será la
de defender los derechos de los míseros y de los pobres (Is 1 1 , 4; Sal 71, 2ss)
"juzgará con justicia a los débiles y sentenciará con rectitud a los pobres de la
tierra".

El Mesías de los pobres. Enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva

112. Más aún, al comenzar Jesús su programa evangélico con la


bienaventuranza de los pobres (Mt 5, 3; Lc 6, 20), quiere hacer que se
reconozca en ellos a los privilegiados del reino que anuncia. Jesús aparece así
como el Mesías de los pobres, enviado a anunciarles la buena noticia: "El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado
para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones
desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la
libertad, para proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61, 1-2; Lc 4, 18-19).

Los pobres, clientes del Reino de Dios

113. "Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a
preguntar por medio de dos de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro. Jesús le respondió: Id a anunciar a Juan lo que
estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les
anuncia el evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 2-6).

Advertencia severa para los ricos. La acumulación de riqueza, culto


idólatra

114. Si el Evangelio es una buena noticia para los pobres, es —por lo mismo—
una piedra de escándalo para los instalados y los ricos. En efecto, para la
inmensa mayoría de los hombres la riqueza es objeto de un culto idólatra en lo
más secreto de sus corazones. La acumulación de riquezas es un esfuerzo por
escapar a la angustia de la muerte, de la inestabilidad, de la inseguridad, de la
dependencia; un esfuerzo para asegurarse contra el riesgo, una búsqueda de
consistencia, de arraigo, de autonomía.

El rico pretende escapar a la condición humana auténtica, que ha de


vivirse con espíritu de nómada

115. El rico nos aparece en la Sagrada Escritura como aquel que pretende
escapar a la condición nómada mediante la construcción de ciudades, de
palacios y mediante la acumulación de riquezas. Cierra así los ojos a un
elemento inherente a su ser de hombre, su condición de peregrino. El hombre es
un ser inacabado, un ser que viaja hacia alguna parte. Instalarse no es bueno
para él. La riqueza es precisamente una tentativa de instalarse aquí. Es una
negación de su vocación de peregrino hacia la vida eterna.

El pobre permanece nómada en su alma

116. El pobre, por el contrario, por la fuerza misma de las cosas, está en
condición de no tener nada a qué apegarse. Está disponible, pronto a viajar.
Permanece nómada en su alma. No puede rendir un culto idólatra a riquezas
que no posee. No puede instalarse ni puede aspirar a instalarse para siempre en
medio de unas riquezas acumuladas... Está en mejores condiciones objetivas
que el rico con respecto al designio que Dios tiene sobre el hombre. Está más
disponible para adentrarse por el camino que Dios propone al hombre.

La pobreza en la Biblia, una condición socio-económica y una actitud de


alma

117. Así pues, la pobreza de que habla la Biblia no se reduce solamente a una
condición económica y social, sino que tiene, sobre todo, un alcance y un
significado religiosos: es, en lo más hondo, una disposición interior, una actitud
del alma. Lucas, probablemente, transcribe la frase original de Jesús:
"Bienaventurados los pobres." El evangelio de Mateo, en cambio, habrá añadido
las siguientes palabras: "en el espíritu". El autor de este último evangelio se
propuso así, sin duda alguna, advertir que no bastaba con ser pobre de hecho
para tener parte en esa bienaventuranza de que habla Jesús, ya que, de algún
modo, es necesario prestar un consentimiento libre a esa pobreza, en cuyo
defecto el hombre, pese a versa privado forzosamente del goce de las riquezas,
estaría en realidad apegado a las mismas, fijado en ellas (Cfr. Lc 6, 20; Mt 5, 3).

Los pobres de espíritu, los que ponen su confianza en Dios

118. Para esbozar la fisonomía completa de los "pobres de espíritu" hay que
notar también la conciencia que tienen de su miseria personal en el plano
religioso, de su necesidad de auxilio divino. Lejos de manifestar la suficiencia
ilusoria del fariseo confiado en su propia justicia, comparten la humildad del
publicano de la parábola (Lc 18, 9-14). Por el sentimiento de su indigencia y de
su debilidad se asemejan así a los niños y, como a éstos, les pertenece el reino
de Dios (Cfr. Lc 18, 15ss; Mt 19, 13-24).

Cristo está en el lugar de cada pobre

119. Pero hay todavía algo importante. El pobre es sacramento de Cristo. Cristo
está en el lugar de cada pobre. Por ello, el servicio de los pobres es expresión
de nuestro amor a Jesús: en ellos le socorremos verdaderamente a El. Porque
"os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40). 0 también: "Porque tuve hambre y
me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me
hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25, 35-36).

El encuentro con Cristo en los hermanos más pobres

120. Así pues, Dios, en Cristo, se nos hace particularmente cercano en los
hermanos que sufren. Jesús fue inapelablemente explícito al comunicarnos los
criterios a que se atendrá el juicio último: "Entonces los justos le contestarán:
Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de
beber?, ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?,
¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: Os
aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 37-40). No se trata de situaciones excepcionales. En
nuestra vida ordinaria encontramos cada día al prójimo que sufre. Cada uno de
nosotros si sabe abrir su corazón al hermano, que pasa por dificultades y
problemas, descubre en él la llamada de Cristo.

Tema 8. CRISTO ESTA EN LOS PROFETAS ENVIADOS POR DIOS: EN LOS


QUE LLEVAN SU PALABRA. ENCONTRAMOS A CRISTO CUANDO
CUMPLIMOS LA PALABRA DE DIOS
OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Anunciar que Cristo está en los que llevan su palabra, en los cuales quiere ser
escuchado.

o Presentar la experiencia profética como puro don de Dios, dado para todo tiempo.

o Descubrir a Cristo en el "verdadero" profeta que denuncia la injusticia y anuncia la


salvación de Dios.

Atraído por la verdad y la justicia y tentado por intereses opuestos

121. El preadolescente puede ir descubriendo la valentía y el desinterés, que en


determinadas ocasiones supone decir la verdad y optar por lo que es justo. Por
otro lado, puede ir tomando conciencia de la cobardía y de los intereses que se
ocultan detrás de cada mentira y cada injusticia. Puede ir experimentando que,
como todo hombre, se encuentra profundamente atraído por la verdad y la
justicia, pero profundamente tentado por intereses opuestos a esa aspiración.

El profeta, un hombre para todo tiempo

122. Desde esta experiencia se acercará mucho más a la verdadera figura del
profeta, tantas veces deformada y reducida a la vulgar caricatura de un extraño
adivino de otro tiempo, cuya especie ha desaparecido para siempre de nuestro
mundo. El Concilio Vaticano II (LG 35) ha recordado que la Iglesia tiene en el
presente una misión profética y que, por tanto, cualquiera de sus miembros
puede participar de ella.

El profeta, un hombre que vive la verdad que anuncia

123. El profeta es un hombre que vive la verdad que anuncia. Más allá incluso
de su opción por la verdad y la justicia, posibilitándola, está la acción de Dios en
su propia vida y en medio de la historia. Esta acción de Dios va directamente
encaminada a la conversión del hombre. Sin embargo, su mensaje profético
irrumpe en un mundo .que se construye sobre otros cimientos: Dios no actúa en
la historia (la historia no tiene Señor) y, además, el hombre no puede cambiar.
Esta experiencia universal y permanente, común, deja al descubierto la
condición pecadora del hombre.

El Profeta acepta una dinámica que le desborda. Dios le impulsa a hablar,


incluso a pesar suyo

124. El profeta se siente desbordado por la verdad que anuncia. Lo hace incluso
a pesar suyo. Así lo vive Jeremías: "La palabra del Señor se volvió para mí
oprobio y desprecio todo el día. Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más
en su nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los
huesos: intentaba contenerlo, y no podía" (Jr 20, 8-9). Jonás, antes de ir a Nínive
a donde Dios le envía, saca un pasaje de barco en dirección contraria para
marcharse a Tarsis (a los ojos de los hebreros, "el fin del mundo" entonces
conocido). Jonás pretende sustraer a una misión comprometida, huyendo lo más
lejos posible (Jon 1, Iss).

La vocación profética es irresistible. ¡Ay de mí, si no evangelizare! (Pablo)

125. La vocación profética es irresistible. Amós pone la siguiente comparación:


como cuando ruge el león todo el mundo teme, así cuando Dios habla,
cualquiera profetiza (3, 8). Pablo tiene conciencia de que anunciar el Evangelio
no es para él ningún motivo de gloria, según lo humanó. Es algo a lo que no
puede renunciar: "¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi
propio gusto eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío, es que me
han encargado este oficio" (1 Co 9, 16-17).

El profeta, con un puesto preciso en el pueblo de Israel

126.En el pueblo de Israel, rey, sacerdote, profeta son durante largo tiempo
como los tres ejes de la sociedad de Israel, bastante diversos para ser a veces
antagónicos, pero normalmente necesarios los unos a los otros. Mientras existe
un Estado se hallan profetas para iluminar a los reyes: Natán, Elías, Eliseo,
sobre todo Isaías, y por momentos Jeremías. Les incumbe decir si la acción
emprendida es la que Dios quiere, si tal política se encuadra exactamente dentro
de la historia de la salvación.

El profetismo puro don de Dios, objeto de promesa, pero dado libremente

127. Sin embargo, el profetismo en el sentido estricto de la palabra no es una


institución como la realeza o el sacerdocio: Israel puede procurarse un rey (Dt
17,14-15), pero no un profeta; éste es puro don de Dios, objeto de promesa (Dt
18, 14-19), pero otorgado libremente. Esto se percibe bien en el período en que
se interrumpe el profetismo (1 M 9, 27; cfr. Sal 73, 9): Israel vive entonces en la
espera del profeta prometido (1 M 4, 46; 14, 41). En estas circunstancias se
comprende la acogida entusiasta dispensada por los judíos a la predicación de
Juan Bautista (Mt 3, 1-12).

Vocación profética: indignidad, gratuidad, misión

128. La llamada de Dios despierta en Jeremías la conciencia de su debilidad (Jr


1, 6); en Isaías, la del pecado (Is 6, 5). En la conciencia de su indignidad, el
profeta percibe mejor la gratuidad y la fuerza de Dios. Como después escucharía
Pablo: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Co 12, 9). Dios
llama siempre para una misión, al servicio de la cual queda el profeta (Jr 1, 9;
15, 19; Is 6, 6ss; Ez 3, lss).

El profeta anuncia en nombre de Dios una palabra que se cumple. El


sentido de la historia

129. El profeta queda al servicio de la Palabra de Dios. Su misión viene definida


en este importante pasaje del Deuteronomio: "Suscitaré un profeta de entre sus
hermanos, como tú (Moisés), pondré mis palabras en su boca y les diré lo que
yo le mande" (D(18, 18). El verdadero profeta, dice a continuación, anuncia
siempre una palabra eficaz, una palabra que se cumple (18, 21-22).Y así
interpreta el sentido de la historia y de los acontecimientos desde la perspectiva
más profunda, desde la acción de Dios. Amós ha expresado esto
admirablemente: "No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos los
profetas" (Am 3, 7).

Los profetas, centinelas de la Alianza

130. Los profetas son los centinelas de la Alianza: denuncian el pecado del
hombre y anuncian la acción salvadora de Dios. Representan siempre la
esperanza e invitan a la conversión: vuelta del hombre hacia Dios y hacia el
hermano. Los profetas vigilan, pues, el cumplimiento de la Alianza y denuncian
las claudicaciones del pueblo en el orden religioso y moral.

Los profetas anuncian la salvación de Dios y su gloria

131. Los profetas anuncian la acción salvadora de Dios y su gloria, el resplandor


de un Dios vivo que actúa en medio de los hombres. Dios manifiesta su gloria
por sus misteriosas intervenciones, sus juicios, sus signos (Nm 14, 22; Ex 14,
18; 16, 7). Viene en ayuda de los que confían en El. La gloria es entonces
sinónimo de salvación (Is 35, 1-4; 44, 23). El Dios de la alianza pone su gloria al
servicio de su amor y de su fidelidad: El salva y levanta a su pueblo (Sal 101, 17;
cfr. Ex 39, 21-29). El profeta sabe que su labor no es sólo anunciar el castigo.
Debe edificar y plantar (Jr 1, 10), debe proclamar la salvación del pueblo
atribulado. Dios es ante todo salvador.

Arrebatados por el celo de la gloria de Dios

132. Los profetas son arrebatados por el celo de la gloria de Dios. Isaías la
contempla bajo el aspecto de una gloria regia (Is 6, lss). Es un fuego devorador,
que pone al descubierto la impureza de la criatura, su nada, su radical fragilidad.
La gloria de Dios no triunfa destruyendo, sino purificando y regenerando, y
quiere invadir toda la tierra. Ezequiel proclama la libertad transcendente de la
gloria, que en la época del destierro abandonará el templo en señal de
reprobación (Ez 9-11) y que luego irradiará sobre una comunidad renovada por
el Espíritu (36, 23ss; 39, 21-29). Como el salmista, el profeta se consume de
celo ante el olvido de la Palabra de Dios: "me consume el celo, porque mis
enemigos olvidan tus palabras" (Sal 118, 139; cfr. Sal 68, 10). Para los tiempos
mesiánicos, los profetas anuncian que la gloria de Dios alcanzará una dimensión
universal: "Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para
ver mi gloria" (Is 66, 18; cfr. Sal 96, 6; Hb 2, 14). Sobre este fondo esperanzador
se destaca la figura sin apariencia ni esplendor (Cfr. Is 52, 14; 53, 2) de quien,
sin embargo, está encargado de hacer irradiar la gloria de Dios hasta las
extremidades de la tierra (Cfr. Is 49, 1-6).

Un culto meramente exterior, claudicación del pueblo en el orden religioso


133. Los profetas condenan la hipocresía de una religión exterior que olvida la
justicia y los pobres. Es en Oseas donde encontramos estas enérgicas palabras:
"¿Qué he de hacer contigo, Efraím? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? Vuestro
amor es como nube mañanera, como rocío matinal que pasa. Por eso les he
hecho trizas por los profetas, les he matado por las palabras de mi boca. Porque
yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (6,
4-6).

"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón..."

134. En Isaías se denuncia la vaciedad de un ayuno sin sentido: "Es que el día
en que ayunábais, buscábais vuestro negocio y explotabais a todos vuestros
trabajadores. Es que ayunáis para litigio y pleito y para dar puñetazos al
desvalido" (Is 58, 3-4). Cristo confirma el veredicto del profeta: "Este pueblo
me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mt 15, 8). También
El declara la inutilidad de una religión meramente exterior: "No todo el que me
diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7, 21).

Transgresiones del pueblo en el orden moral

135. Los profetas denuncian las transgresiones del pueblo en el terreno moral:
los atentados contra la vida humana, la violación de la fidelidad matrimonial, las
diferencias escandalosas entre ricos y pobres, la opresión

que sufren los débiles, la rapacidad de los poderosos, la tiranía de los


acreedores sin entrañas, los fraudes de los comerciantes, la venalidad de los
jueces, la avaricia de los sacerdotes y falsos profetas, la tiranía de las clases
dirigentes. Los profetas anuncian que "una sociedad así" no puede subsistir (2 S
12, 1-7; Is 3, 15; Am 2, 6-8; 8, 4-6; Mi 3, 11; Is 5, 8; Jr 6, 7).

La persecución, condición de la existencia profética

136. No es de extrañar que la palabra de los profetas de Israel tropiece con una
resistencia violenta. Es esta una condición de la existencia profética que
experimentaron también Cristo y sus discípulos. Es este un hecho de
experiencia verificable hoy como ayer. Los judíos del tiempo de Cristo, en cuanto
tales, no eran ni mejores ni peores que los demás hombres. Al no tolerar al
profeta, el mundo está manifestando su pecado (Mt 23, 29ss;,Lc 12, 1-12; 6, 26).

Jesús, el profeta anunciado en las Escrituras

137. Jesús aparece en medio de una corriente profética, representada por


Zacarías (Lc 1, 67), Simeón (Lc 2, 25ss), la profetisa Ana (Lc 2, 36) y, por
encima de todos, Juan el Bautista. Aunque la figura profética de Jesús es
distinta de la de Juan (Mt 9, 14), se reconocen en él muchos rasgos que le
sitúan en la línea de los grandes profetas: anuncia la salvación de Dios y la
urgencia de la conversión (Mt 3, 2.8); traduce la ley en términos de existencia
vivida (Lc 10, 29ss); revela el contenido de los "signos de los tiempos" (Mt 16,
2ss) y anuncia su fin (Mt 24-25); su indignación se dirige contra la hipocresía
religiosa (Mt 15, 7) y anuncia un culto en espíritu y en verdad (Jn 4, 21-24).
Experimenta el rechazo de aquella Jerusalén que había matado a los profetas
(Mt 23, 37ss). La muchedumbre dará espontáneamente a Jesús el título de
profeta (Mt 16, 44; Le 7, 16; Jn 4, 19; 9, 17). Aún más: muchos verán en él al
profeta anunciado en las Escrituras (Jn 6, 14; 7, 40). Sin embargo, el misterio de
Jesús desborda en todos los sentidos la tradición profética: El es el Mesías, el
Hijo del hombre, el Hijo de Dios (Cfr. Tema 16).

Cristo está en los que llevan su palabra y en ellos quiere ser escuchado

138. Anunciar la palabra de Cristo es anunciar la Palabra de Dios y, al propio


tiempo, participar en su misión profética. Más aún, Cristo está en los que llevan
su palabra y en ellos quiere ser escuchado: "quien a vosotros os escucha, a mi
me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mi me rechaza; y quien me rechaza
a mi rechaza a quien me ha enviado" (Lc 10, 16; cfr. Mt 28, 19). Cristo actúa hoy
y continúa su función profética en la del Pueblo de Dios: "El Pueblo santo de
Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su
testimonio vivo, sobre todo, con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el
sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre" (LG
12). Cristo, está presente en la voz de su Iglesia.

El Espíritu de Jesús se derrama sobre toda carne

139. La venida de Cristo, lejos de eliminar el carisma de profecía, provocó la


extensión del mismo, como había sido anunciado (Nm 11, 29; Jl 3, 1-4). El día
de Pentecostés, Pedro declara cumplida esta profecía: el Espíritu de Jesús se
ha derramado sobre toda carne (Cfr. Hch 2, 14-21). Al presente, esta profecía se
sigue cumpliendo. El Concilio Vaticano II ha reconocido solemnemente esta
realidad, al proponer la doctrina sobre los carismas: "El Espíritu Santo no sólo
santifica y conduce al Pueblo de Dios mediante los sacramentos y ministerios y
lo adorna con virtudes, sino que distribuye gracias también especiales entre los
fieles de cualquier condición, repartiendo a cada uno según quiere (1 Co 12, 11)
sus dones, con los que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras
o deberes que sean provechosos para la renovación y mayor edificación de la
Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le otorga la manifestación del
Espíritu para la común utilidad (1 Co 12, 7). Estos carismas, tanto los
singularísimos como los más modestos y más ampliamente difundidos, han de
ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy aprópiados y útiles a las
necesidades de la Iglesia" (LG 12).

Los obispos, sucesores de los apóstoles, portadores de la Palabra de Dios

140. Pero el carisma de la profecía es concedido de modo especial a los


obispos. Ellos "han sucedido, por institución divina, a los Apóstoles como
Pastores de la Iglesia, de modo que quien escucha, escucha a Cristo y quien los
desprecia, desprecia a Cristo y a quien le envió" (Cfr. Lc 10, 16) (LG 20). Cristo,
pues, está de manera especial en quienes con autoridad apostólica llevan su
palabra. En ellos quiere ser escuchado.

Tema 9. NOS ENCONTRAMOS CON CRISTO CUANDO HACEMOS


NUESTRA SU ACTITUD DE SIERVO DE YAHVE: EL CAMINO DE LOS
JUSTOS INJUSTAMENTE PERSEGUIDOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Buscar a Cristo en el justo injustamente perseguido.

Destacar la función del Siervo de Yahvé en medio del mundo. El mundo no tolera al justo, y en ello
manifiesta su pecado: el justo sale del círculo de la violencia con una actitud nueva en el mundo: el
amor al enemigo.

Destacar la fuerza transmutadora del Siervo de Yahvé.

Tomar conciencia de que cualquiera de nosotros puede ser siervo, si el Espíritu de Dios está con él.

La agresión y el ataque, experiencia diaria

141. En la experiencia preadolescente aparece en múltiples ocasiones la réplica


violenta ante la agresión de un compañero. Una y otra vez se oye decir que "el
bueno es tonto". Por otro lado, la incomprensión y la acusación de los mayores
aumenta en relación directa con el desarrollo de la preadolescencia. El
preadolescente lleva el peso de una sociedad que no comprende su momento
evolutivo y que, por ello, lo descalifica y desprecia. ¿Qué hacer? ¿Cómo
reaccionar?

La violencia como defensa, recurso común

142. Ante cualquier tipo de agresión, el hombre normalmente reacciona


defendiéndose. Es la reacción instintiva, natural. Aparece el contraataque, la
venganza, la ley del Talión, como formas de defensa del individuo y de la
sociedad. La experiencia común del hombre manifiesta una fe ciega en la
violencia, como requisito necesario para andar por la vida y como suprema
solución para determinadas situaciones y conflictos.

La escalada de la violencia y su círculo: ¿Cómo romperlo? ¿Existe otra


salida?
143. Sin embargo, la violencia engendra violencia. Tras la agresión viene la
reacción vengadora, que provoca a su vez una nueva agresión más violenta. Y
así sucesivamente. ¿Cómo romper este círculo de la violencia? ¿Quién puede
romperlo? De hecho, en un mundo violento todo parece indicar que no existe
otra salida y que todo lo demás es debilidad, virtud de enfermos. Como dice el
libro de la Sabiduría, nuestro mundo cree ciegamente en esto: "Sea nuestra
fuerza la norma del derecho, pues lo débil —es claro— no sirve para nada" (Sb
2, 11).

El siervo de Yahvé, figura única y respuesta sorprendente. Servicio a


Yahvé. El peso del pecado del mundo: injusticia y violencia sobre sus
hombros

144. Como tantas veces, también aquí los caminos de Dios no coinciden con los
caminos de los hombres. Dios ha suscitado en la Escritura y en la historia la
figura única del Siervo de Yahvé, figura incomparable que asume en sí mismo la
doble función —complementaria— del servicio a Yahvé (= cumplimiento de su
voluntad, Hb 10, 7) y de cargar sobre sus hombros todo el peso del pecado del
mundo. El Siervo representa una respuesta (de antemano absolutamente
inimaginable) a ese doble drama de la sociedad: el de la injusticia y el de la
violencia.

Siervo de Yahvé es el que cumple la voluntad del Padre

145. La Escritura llama "Siervo de Yahvé" a aquél a quien Dios llama a colaborar
en la historia de salvación del mundo y viene a servir a este designio. El servicio
que Yahvé quiere no se limita a un culto ritual, sino que se extiende a la entrega
de toda la vida, que —como la de Jesús— se manifiesta en dependencia radical
de la voluntad del Padre: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has
preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni, víctimas expiatorias. Entonces
yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh, Dios!, para hacer tu
voluntad" (Hb 10, 5-7; cfr. Sal 39, 7-9; Mt 16, 21; Le 24, 26; Jn 14, 30).

Siervo de Dios, y de los hombres, en oposición a una decisión diabólica:


"No serviré"

146. Sirviendo a Dios, Jesús (el Siervo prototipo) sirve a los hombres. Y
sirviendo a los hombres, sirve a Dios. "Yo estoy en medio de vosotros como el
que sirve" (Lc 22, 27), dice Jesús. Y dice también: "El que quiera ser grande, sea
vuestro servidor; y el que quiera ser primero sea esclavo de todos. Porque el
Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida
en rescate por todos" (Mc 10, 43-45). El Siervo de Yahvé impugna directamente
la decisión diabólica "no serviré".

El siervo de Yahvé es el cordero de Dios, que carga con el pecado del


mundo
147. El Siervo de Yahvé carga sobre sus hombros el peso del pecado del
mundo. Este misterio profundo lo ha mostrado Juan el Bautista como la gran
clave de la figura histórica de Jesucristo: "Al día siguiente, al ver a Jesús que
venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo" (Jn 1, 29). El símbolo del Cordero de Dios viene a ser, también para el
evangelista San Juan, clave de interpretación del misterio histórico de Cristo.
San Juan funde en una sola realidad la imagen del Siervo (Is 53), que carga con
el pecado de los hombres, y el rito del cordero pascual, símbolo de la salvación
de Israel. Jesús será el Siervo que experimenta sobre sus hombros el peso del
pecado del mundo y, a la vez, el Cordero que será sacrificado el día de Pascua
en beneficio de todos los hombres (Ex 12, lss; Jn 19, 36).

Entre la espada y la pared, punto crucial. El dolor del Siervo deja patente el
virus del pecado

148. El Siervo de Yahvé es un hombre cogido entre la espada y la pared. De ahí


su dolor. Se encuentra en el punto crucial donde interfieren y chocan el pecado
del hombre y el plan salvador de Dios. Dios tiene un plan sobre la historia
humana, que el Siervo de Yahvé lleva obedientemente hacia adelante, pero que
el mundo no puede tolerar. Al perseguir al inocente, el mundo manifiesta su
pecado. El mundo no se acepta pecador, pero —más que ningún otro— el dolor
del justo injustamente perseguido hace patente el pecado del mundo. Por decirlo
así, el dolor del Siervo de Yahvé es como el colorante que inequívocamente
vuelve visible ese virus del mundo que es el pecado.

Un compromiso muy serlo

149. Frecuentemente, la figura bíblica del Siervo de Yahvé queda desvirtuada en


formas aberrantes, como la resignación pasiva, enfermiza, carente de
compromiso. La actitud del Siervo de Yahvé no es esta resignación enfermiza. El
Siervo asume el compromiso de promover entre los hombres la justicia y el
derecho, y rechaza claramente el camino de la violencia. Considera
absolutamente beneficioso para el mundo romper en todo momento el círculo
infernal de la misma, a cualquier precio. El Siervo es un hombre pobre, nómada
de alma, sin intereses que defender superiores a la misión que procede de Dios.
El Siervo es profundamente libre con respecto al mundo, profundamente esclavo
de la voluntad de Dios. La historia de los profetas, servidores de Yahvé, muestra
hasta qué punto la Palabra de Dios, viva y eficaz, puede comprometer a un
hombre.

Paradoja histórica: la caza del profeta, una costumbre en Jerusalén

150. Asimismo, la historia de los profetas muestra hasta qué punto un hombre,
armado solamente con la Palabra de Dios, puede incomodar a los poderosos:
"Ha devorado vuestra espada a vuestros profetas, como el león cuando estraga"
(Jr 2, 30), dice el profeta Jeremías. Y conocida es la afirmación de Jesús:
"Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te
envían" (Mt 23, 37). Con ello se produce una paradoja histórica: la caza del
profeta viene a ser una costumbre en la ciudad más religiosa de la Tierra.

El siervo, abominado de las gentes

151. Isaías sabe que el Siervo es "el abominado de las gentes" (49, 7),
"despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros" (Is 53, 3).
Jeremías tiene conciencia de encontrarse comprometido, entre la espada y la
pared, entre la Palabra de Dios y el pecado del mundo: "Me sedujiste, Señor, y
me dejé seducir; me forzaste y me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día,
todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar "Violencia",
proclamando "Destrucción". La palabra del Señor se volvió para mi oprobio y
desprecio todo el día. Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su
nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos:
intentaba contenerlo y no podía" (Jr 20, 7-9).

En contra de la injusticia. Precisamente el mundo le odia, porque no es del


mundo

152. El Siervo deja de serlo, si colabora con la injusticia. Precisamente por eso
el mundo le odia. Porque no es del mundo (Jn 15, 19). El libro de la Sabiduría
refleja así todo ese odio: "Acechemos al justo que nos resulta incómodo: se
opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende
nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo
del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una
vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley
y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras: declara dichoso el fin de
los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son
verdaderas... Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien
se ocupa de él" (Sb 2, 12-20).

El peso del pecado del mundo. El Siervo, solitario en su misión: "De mi


pueblo no hubo nadie conmigo" (Ls 63, 3)

153. La injusticia, la violencia, el pecado del mundo, tienen su propio peso, peso
que experimenta el Siervo de Yahvé. Y con todo, dice Isaías: "El soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos
leproso, herido de Dios y humillado; pero El fue traspasado por nuestras
rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó
sobre El, sus cicatrices nos curaron" (Is 53, 4-5). El Siervo, como profeta, tiene la
responsabilidad de haber visto y ante esta responsabilidad se queda solo, lo cual
también pesa: "Miraba sin encontrar un ayudante, buscaba sin encontrar quien
me apoyara" (Is 63, 5).

El dolor por el dolor no tiene sentido


154. Es necesario explicar a nuestros contemporáneos, como sin duda era
también necesario explicar a los compañeros de Jesús —el Siervo prototipo—
que el Maestro no iba guiado por ningún amor morboso al dolor y a la muerte, ni
por ninguna especie de complacencia en el fracaso, en su camino libre y
voluntario, consciente, a la muerte, que los romanos acostumbraban a reservar
para los rebeldes y criminales: la crucifixión. Precisamente por querer llevar
hasta el final la tarea que se había fijado, asume Jesús las consecuencias de
esa tarea, que no es posible llevar a cabo sin tropezar con una resistencia
violenta, furiosa, asesina.

Un dolor positivo

155. El dolor del Siervo tiene un sentido: él soporta el castigo que nos trae la
paz (Is 53, 5). Su dolor es positivo, creador. Podría defenderse por la fuerza, sí,
pero la negativa a utilizar ante una agresión otra agresión no es más que el
reverso de una conducta positiva, creadora, terapéutica. La vida humana
necesita continuamente de gestos semejantes: "Yo no me resistí ni me eché
atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban las mejillas, a los que mesaban
mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos" Os 50, 5-6). Fue
necesario para que todo hombre (preocupado por defenderse) tuviera en el
Siervo el estímulo de una conducta nueva ante la violencia y el pecado.

El amor doliente o la ausencia de réplica

156. El dolor del inocente, silencioso, sin réplica, refleja como ningún otro —por
significativo contraste— el pecado del injusto agresor, el cual —liberado de la
necesidad de contra réplica—, tiene la aportunidad de percibir, como en un
espejo, su propio pecado. La estampa histórica de Cristo perseguido puede
reconocerse a través de este pasaje profético de Isaías: "Como cordero llevado
al matadero, como oveja ante el esquilador,

enmudecía y no abría la boca" (Is 53, 7). La ausencia de réplica refleja, al propio
tiempo, la justicia del Siervo doliente, una justicia que no es de este mundo,
pues este mundo no puede amar a su enemigo.

Una justicia nueva en el mondo. No devolver mal por mal

157. Esa justicia es una justicia nueva en el mundo, es la justicia proclamada por
Cristo en el Sermón de la Montaña: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente
por diente. Yo, en cambio, os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te
requiera para caminar una milla, acompáñale dos, a quien te pide, dale, y al que
te pide prestado, no lo rehuyas" (Mt 5, 38-42).

Una justicia nueva en el mundo. Amarás a tu enemigo

158. Y también: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu


enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los
que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que
hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo
también los publicanos?" (Mt 5, 43-47).

El abominado de las gentes, luz de las naciones

159. Así resulta que el "abominado de las gentes" viene a enseñar a las
naciones lo que es realmente justicia, una justicia semejante a la de Dios (Mt 5,
48). Como dice San Mateo, Jesús es el siervo que anuncia la justicia a las
naciones y cuyo nombre es su esperanza (Mt 12, 18-21; Is 42, 1-4). 0 como dice
el profeta Isaías: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que
mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (Is 49, 6).

También nosotros debemos llevar la cruz

160. La Iglesia siempre, también en el mundo actual, está llamada a ser Siervo
de Yahvé: "También nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo
echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia" (GS 38).
Llevamos la cruz a imitación de Cristo, sin olvidar que sólo El ha sido real y
plenamente el verdadero Siervo de Yahvé. También nosotros debemos llevar la
Cruz. "Como Cristo llevó a cabo la obra de la redención en medio de la pobreza
y la persecución, así la Iglesia está llamada a recorrer el mismo camino, a fin de
comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo Jesús, existiendo en
la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo (F1p 2,
6-7), y, por nuestra causa, se hizo pobre, siendo rico (2 Co 8, 9): así la Iglesia,
aunque tenga necesidad de medios humanos para cumplir su misión, no fue
instituida para buscar gloria terrena, sino para proclamar —también con su
propio ejemplo— la humildad y la abnegación... La Iglesia "marcha peregrinando
entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (S. Agustín),
anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El retorne (Cfr. 1 Co 11,
26). Es fortalecida, sin embargo, por la fortaleza del Señor resucitado a fin de
vencer con paciencia y amor' sus aflicciones y dificultades, tanto las internas
como las exteriores, y revelar al mundo su misterio. Con fidelidad, aunque entre
penumbras, hasta que se manifieste en todo su esplendor al fin de los tiempos"
(LG 8).

Cualquiera de nosotros puede ser siervo, si el Espíritu de Dios está con él

161. Sin embargo, es necesario decir que ninguno de nosotros puede ser Siervo,
si el Espíritu de Dios no desciende sobre él y le da la fuerza y le sostiene: "Mirad
a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi
Espíritu" (Is 42, 1). El Siervo sabe por qué puede hacer lo que hace: "Mi Dios era
mi fuerza" (Is 49, 5; 50, 7.9). María, la Madre de Jesús, "la esclava del Señor"
(Lc 1, 38), se muestra como egregia discípula de Cristo, el Siervo, y paradigma
de la Iglesia servidora.
Persiguen a Cristo mismo quienes persiguen a sus servidores

162. Los servidores de Dios son ahora ya los servidores de Cristo (Rm 1, 1; Ga
1, 10; Flp 1, 1). Son sus enviados que correrán una suerte semejante a la suya
(Mt 10, 24-25). "Cuando os arresten no os preocupéis de lo que vais a decir o de
cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis
vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" (Mt
10, 19-20). En adelante, perseguirán al mismo Cristo quienes persigan a sus
servidores. Esta fue la experiencia de Pablo (Hch 9, 5).

Tema 10. CRISTO ESTÁ EN LA IGLESIA, PUEBLO DE LA NUEVA ALIANZA:


EN MEDIO DE LOS QUE SE REÚNEN EN SU NOMBRE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Anunciar que Cristo está en medio de los que se reúnen en su nombre.

o Revisar nuestra experiencia comunitaria de la fe.

o Descubrir que Pentecostés frente a Babel es misterio de fe, comunicación y comunidad.

Nacido para vivir juntos, pero de hecho profundamente separados. En la


concha del propio egoísmo

163. Tanto en la experiencia del adulto, como en la del preadolescente,


encontramos, por un lado, la necesidad de la relación mutua, la búsqueda de la
amistad auténtica, el deseo de colaborar con otros. Por otro, sin embargo, nos
encontramos con la dura experiencia de la incomunicación y de la
incomprensión, del aislamiento y el repliegue sobre uno mismo, del
individualismo erigido en norma de vida. Así se establece una contradicción en
el centro mismo de la vida humana: hemos nacido para vivir juntos, pero vamos
descubriendo que, en realidad, los hombres vivimos profundamente separados,
encerrados cada uno en la concha del propio egoísmo.

El pecado, quiebra de una moral de alianza

164. La experiencia bíblica del pecado comporta siempre la experiencia de una


ruptura. Si la fe engendra una moral de alianza, el pecado produce la división de
la comunidad humana. Así, roto el orden religioso de la vida, se rompe al mismo
tiempo el orden moral, y viceversa. Rota la alianza con Dios, se rompe también
la alianza entre los hombres, y viceversa. El segundo mandamiento es
semejante al primero (Mt 22, 39). La ruptura del orden moral supone la
instalación en el propio egoísmo y la ruptura del amor al hermano, a quien
vemos (1 Jn 4, 20) y en quien debemos descubrir al mismo Cristo (Cfr. Mt 25,
39-40. 44-45).

Babel, Jerusalén: dos ciudades, dos experiencias frente a frente

165. Babel es el nombre hebreo de Babilonia, ciudad del embrollo, ciudad del
mal, ciudad de la nada. Babilonia es en la Escritura una ciudad-símbolo. Como
Jerusalén, pero al revés. La ciudad histórica de Babilonia cayó mucho antes del
advenimiento del Nuevo Testamento. Pero a través de ella el pueblo de Dios
adquirió conciencia de un misterio de iniquidad que está constantemente en
acción aquí en la tierra: Babilonia y Jerusalén, erguidas una frente a otra, son las
dos ciudades entre las que se reparten los hombres, la ciudad de Dios y la
ciudad de Satán.

El pecado deshace a Babilonia como pueblo. Lección histórica permanente

166. Frente a Babel, el hombre bíblico asiste a una trascendental experiencia


histórica (Gn 11, 119). En definitiva, el misterio del mal deshace a Babilonia
como pueblo: al igual que Nínive, se ha complacido en su propia fuerza (Cfr. Is
47,7-8. 10; 3, 7-14). Se ha erguido ante Yahvé con soberbia e insolencia (Jr 50,
29-32; cfr. is 14,13-14). Ha multiplicado los crímenes: hechicería (Is 47, 12),
idolatría (Is 46, 1; Jr 51, 44-52), crueldades de toda suerte... Ha llegado a ser
verdaderamente el templo de la malicia (Za 5, 5-11), la "ciudad de la nada" (Is
24, 10-12).

Babel, misterio de idolatría. Ciudad sin Dios.

167. El relato del Génesis (11, 1-9) presenta de forma sencilla la equivocación
profunda de Babel. El pecado colectivo de Babel se describe como una rebeldía
que sigue las trazas y participa del primer pecado del hombre: el pecado de
Adán. Los hombres quieren "alcanzar el cielo" por su propio poder, pretenden
llegar a ser "como dioses", pero sin Dios. Babel es el símbolo de la soberbia
humana, que quiere alcanzar la plenitud de la vida, prescindiendo de Dios, de
espaldas a El. Esta pretensión involucra a Babel en una situación idolátrica,
cuyas engañosas consecuencias se manifiestan después. Mientras tanto,
Babilonia se levanta como potencia temerosa, que hace de su fuerza su dios (Ha
1, 11).

Babel, misterio de confusión, de incomunicación. Ciudad del embrollo

168. Rota la alianza con Dios, se rompe la alianza entre los hombres. Se
sustituye la fe por la idolatría, pero la soberbia (idolátrica) de unos hombres que
construyen su ciudad sin Dios tiene como fruto un misterio de incomprensión, de
incomunicación, de confusión: "Voy a bajar y a confundir su lengua, de modo
que uno no entienda la lengua del prójimo" (Gn 11, 7). Los ídolos que se crea la
vanidad y el egoísmo de los hombres (Cfr. Sb 14, 14) impiden inexorablemente
la comunicación entre los mismos. Babel, que en realidad significa "puerta de
Dios", vino a ser paradójicamente ciudad de confusión, "la ciudad del embrollo".

Babel, misterio de dispersión. Ciudad desierta

169. La dispersión es el resultado final que completa el proceso: idolatría,


incomunicación, dispersión. "Desde allí los dispersó el Señor por la superficie de
la tierra" (Gn 11, 9). Es la hora del juicio contra toda Babel: se ha dictado
sentencia contra la ciudad del mal. Esta sentencia es después comunicada con
júbilo por los profetas (Is 21, 1-10; Jr 51, 11-12), contra la Babilonia
contemporánea. Los ejércitos de Jerjes lo ejecutarán hacia el 485 antes de
Cristo. De Babilonia "no quedará piedra sobre piedra". Babilonia viene a ser una
ciudad vacía, abandonada, evitada: una ciudad desierta, la ciudad de la nada.

La infidelidad histórica de Jerusalén, nueva Babel. El sentido del destierro

170. Por su infidelidad histórica, sin embargo, también Jerusalén ha participado


del misterioso destino de Babel. Fue necesaria la persistencia de la catástrofe
para que el pueblo y sus dirigentes adquieran conciencia de su incurable
perversión (Jr 13, 23; 16, 12-13).

La infidelidad histórica de Jerusalén. El anuncio de un relevo. Pérdida de


su función histórica

171. La "viña de Yahvé" se había convertido en un plantío bastardo y sería


después saqueada y arrancada (Is 5); la "esposa de Yahvé" se había hecho
adúltera, y sería despojada de sus arreos y duramente castigada (Os 2; Ez 16,
38); el "pueblo elegido" se había vuelto indócil y rebelde, y sería expulsado de su
tierra y dispersado entre las naciones (Dt 28, 63-68). Jerusalén, cabeza del
Pueblo de Dios, ha olvidado su misión histórica, por ello ha de escuchar de parte
de Dios la comunicación de un relevo: otros pueblos la sustituirán. San Pablo
(Cfr. Rm 9, 25-26) ve cumplida en los gentiles la profecía de Oseas: "Y en el sitio
donde los llamaban "No-es-mi-pueblo" les llamarán "Hijos de Dios vivo"... Me
compadeceré de "No-compadecida", y diré a "No-es-mi-pueblo": Tú eres mi
pueblo, y él dirá: Tú eres mi Dios" (Os 2, 1.25).

Una piedra de tropiezo, el mayor de todos los errores. Al rechazar a Cristo,


Jerusalén renuncia a la salvación

172. La destrucción de Jerusalén, sobre la que los Profetas hacen su reflexión


religiosa, es todavía figura que encontrará su cumplimiento en el destino de la
Jerusalén que se enfrenta a Jesús: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a
tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis
querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver
hasta el día que exclaméis: Bendito el que viene en nombre del Señor" (Lc 13,
34-35).
"Al acercarse y ver la ciudad dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieras en este
día lo que conduce a la paz! Pero, no: está escondido a tus ojos. Llegará un día
en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te
arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no
reconociste el momento de mi venida" (Lc 19, 41-44).

He aquí el mayor de todos los errores históricos de Jerusalén: rechazar la


salvación que Dios le ofrece gratuitamente en Jesucristo. En el año 70 fue
arrasada y, con ella, destruido su templo (la peculiar presencia de Dios en la
Ciudad Santa).

Los gentiles convocados a formar el Israel de Dios

173. Como ocurrió en la primera destrucción, también a partir de esta segunda


se altera la función histórica de Jerusalén (Sión): ahora serán convocados los
gentiles a formar el Israel de Dios (Cfr. Ga 6, 16). Los gentiles que no eran "su
pueblo" serán llamados "hijos de Dios". "¿Qué diremos, pues? —se interroga
Pablo—: Que los gentiles, que no buscaban la justicia, han hallado la justicia —
la justicia de la fe—, mientras Israel, buscando una ley de justicia, no llegó a
cumplir la ley. ¿Por qué? Porque la buscaba no en la fe, sino en las obras.
Tropezaron contra la piedra de tropiezo, como dice la Escritura: He aquí que
pongo en Sión una piedra de tropiezo y roca de escándalo; mas el que crea en
él, no será confundido" (Rm 9, 30ss).

De un resto del viejo pueblo elegido saldrá la nueva Jerusalén, universal,


sin fronteras

174. Dice San Pablo: "Entonces me pregunto: ¿habrá Dios desechado a su


pueblo? También yo soy israelita descendiente de Abrahán, de la tribu de
Benmajín. Dios no ha desechado al pueblo que él eligió. Recordáis sin duda
aquello que cuenta la Escritura de Elías, cómo interpelaba a Dios en contra de
Israel: Señor, han matado a tus profetas y derrocado tus altares; me he quedado
yo solo y atentan contra mi vida." Pero, ¿qué les responde la voz de Dios?: "Me
he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal." Pues lo
mismo ahora, en nuestros días, ha quedado un residuo escogido por pura
gracia" (Rm 11, 1-5). Ese resto será el depositario de las promesas hechas a
Israel y el que constituirá con muchos gentiles, venidos de lejos, la nueva
Jerusalén.

La nueva Jerusalén es la Iglesia, cuerpo de Cristo resucitado, donde se


restaura la unidad con Dios y la unidad entre los hombres

175. La Nueva Jerusalén es la iglesia. La Iglesia entraña un misterio, oculto en


otro tiempo en Dios, pero hoy descubierto y en parte realizado (Ef 1, 9-10; Rm
16, 25-26). Misterio de un pueblo que posee como garantía la ley del Espíritu,
inscrita en los corazones (Rm 8, 2; Jr 31, 33-34; Ez 36, 27), aunque está todavía
constituido por pecadores. Misterio de' un pueblo que viene a ser el cuerpo de
Cristo resucitado (Ef 1, 22-23), misterio desconocido en otro tiempo que supone
como una "nueva creación" (2 Co 5,17-18; Ga 6,15), en la que se restaura la
Alianza con Dios (Rm 5, 12ss) y la unidad y reconciliación entre los hombres (Jn
11, 52; Ef 2, 15ss).

La Iglesia, nueva Jerusalén, fruto directo de la Pascua de Cristo

176. La Iglesia, Nueva Jerusalén, antitipo de Babel, es "lugar de convocación"


para la humanidad entera, "convocación santa" (Ex 12, 16; Lv 23, 3; Nm 29, 1).
Prefigurada en la asamblea del Horeb (Dt 4, 10), de las estepas de Moab (Dt 31,
30) o de la tierra prometida (Js 8, 35; Jc 20, 2), la Iglesia es fruto directo de la
pascua de Cristo. Los Padres repiten con frecuencia que la Iglesia es la Nueva
Eva, nacida del costado de Cristo durante el sueño de la muerte, como Eva
naciera del costado de Adán dormido.

Pentecostés, la gran experiencia eclesial. Época abierta.

177. La Iglesia es cuerpo vivo de Cristo resucitado, porque en ella habita el


Espíritu prometido por Jesús. La presencia y experiencia del Espíritu es el gran
testimonio que la Iglesia tiene acerca de Cristo. El Espíritu se manifiesta en
acción ya el día de pascua (Jn 20, 22), pero es el día de Pentecostés cuando
tiene lugar la gran experiencia eclesial (Hch 2, 4) con miras al testimonio de los
doce (Hch 1, 8) y a la manifestación pública de la Iglesia; así este día es como la
fecha del nacimiento de la Iglesia, que, después de Pentecostés, crece
rápidamente. Es importante destacar que el día de Pentecostés, como el día de
Pascua, es toda una época que queda abierta para el mundo y que sólo
alcanzará su plenitud y consumación al fin de la historia.

Pentecostés, contrapunto de Babel. El Espíritu supera la división de los


hombres. Una alianza nueva

178. Con el acontecimiento de Pentecostés (Hch 2, 1-13) queda superada la


división de los hombres. El Espíritu se reparte en lenguas de fuego sobre los
apóstoles de modo que se oiga el evangelio en las lenguas de todas las
naciones y "toda lengua proclame: 'i.Tesucristo es Señor'!, para gloria de Dios
Padre" (Flp 2, 11). Así los hombres serán reconciliados por el lenguaje único del
Espíritu, que es el amor. Pentecostés es, pues, el contrapunto de Babel. En
Pentecostés queda superada la división de los hombres sobre la base de una
Nueva Alianza inscrita en los corazones.

El Espíritu congrega a las gentes que estaban dispersas, hace de ellos un


pueblo. La Iglesia, misterio de fe, de comunicación y de comunidad

179. Así por el Espíritu, la Iglesia es la verdadera Jerusalén, soñada por Dios,
"lugar de reunión" para la humanidad entera, antitipo de Babel, cuyo misterio es
diametralmente opuesto. El misterio del pecado deshace a Babilonia como
pueblo, disgrega a un pueblo que era uno. El misterio de Pentecostés hace un
solo pueblo de muchos, de gentes venidas de todas partes: un pueblo sin
fronteras, universal (Hch 2, 5-11). Si Babilonia es misterio de idolatría, de
incomunicación y de dispersión, Pentecostés (y la Nueva Jerusalén) es misterio
de fe, de comunicación y de comunidad.

Pentecostés e Iglesia, misterio de fe. El cumplimiento de una promesa, el


Espíritu de Dios y de Cristo Jesús. Una alianza de parte de Dios

180. Si el misterio de Babel radicaba en la idolatría, el misterio de Pentecostés


radica en la fe: fe en Cristo, muerto y resucitado, de quien da testimonio la
acción del Espíritu, prometido de antemano (Jn 14, 16). "Judíos y vecinos todos
de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Estos no
están borrachos, como suponéis; no es más que media mañana. Está
sucediendo lo que dijo el profeta Joel: En los últimos días —dice Dios—
derramaré mi Espíritu sobre todo hombre" (Hch, 2, 14-17). Pentecostés entraña
la experiencia de una nueva Alianza, ofrecida por Dios al mundo.

Pentecostés e Iglesia, misterio de comunicación. Una alianza por encima


de todas las barreras

181. Si el misterio de Babel conducía a la confusión y al embrollo ("hombres de


un mismo pueblo que no se entienden"), el misterio de Pentecostés supera la
división de los hombres, fruto del pecado, y aparece una maravillosa experiencia
de comunicación ("gentes venidas de cualquier parte que entran en
comunicación"): "Entre nosotros hay partos, 'necios y elamitas, otros vivimos en
Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia,
en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno
les oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua" (Hch 2, 9-
11).

Pentecostés e Iglesia, misterio de comunidad. Un nuevo pueblo, fruto de


una nueva Alianza

182. Si el misterio de Babel conducía finalmente a la dispersión, el misterio de


Pentecostés tiene como fruto visible el nacimiento de un pueblo, en el que no
caben fisuras. La unidad de este pueblo es católica, como se dice desde el siglo
II; está hecha para reunir todas las diversidades humanas (Hch 10, 12ss; Ef 2,
14ss; 1 Co 12, 13; Col 3, 11; Ga 3, 28), para adaptarse a todas las culturas (1
Co 9, 20ss) y abarcar al universo entero (Mt 28, 19). Pentecostés es misterio de
comunidad, con lo que concluye el proceso inverso a Babel: fe-comunicación-
comunidad. La comunidad que surge de ahí es un Nuevo Pueblo, fruto de una
Nueva Alianza.

"Todos los creyentes vivían unidos"

183. Este Nuevo Pueblo es la Iglesia. Su primera manifestación se realiza en la


comunidad de Jerusalén, como fruto de la predicación de los Apóstoles: "Los
que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos
tres mil. Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida
común, en la fracción del pan y en las oraciones... Los creyentes vivían todos
unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían
entre todos, según la necesidad de cada uno" (Hch 2, 41-45). Así, desde el
principio, aparece ya lo que, en el Espíritu de Jesús, serán factores constitutivos
de la comunión eclesial: la Palabra, que convoca a la comunidad en la fe (Hch 2,
41); la Eucaristía, que realiza la unidad y es signo de ella (Hch 2, 42; cfr 1 Co 10,
17); el amor cristiano, que llega a la comunión de corazones y de bienes (Hch 2,
42.44; cfr 4, 32); la autoridad apostólica, como servicio que mantiene la unidad
visible de la Iglesia (Hch 2, 42; 20, 28).

La Iglesia es santa

184. La Iglesia es santa (Ef 5, 26). "Llamada Jerusalén de arriba y madre


nuestra (Ga 4, 26; cf. Ap 12, 17), es también descrita como esposa inmaculada
del Cordero inmaculado (cf Ap 19, 7; 21, 2.9; 22, 17), a la que Cristo amó y se
entregó por ella para santificarla (Ef 5, 25-26); la unió consigo en alianza
indisoluble e incesantemente la alimenta y cuida (Ef 5, 29)" (LG 6).

Y al mismo tiempo, todavía Iglesia que alberga en su seno a pecadores

185. Es cierto, sin embargo, que la Iglesia es todavía Iglesia que alberga en su
seno a pecadores (1 Co 5, 1.-12); éstos se encuentran desgarrados en su
interior entre su pecado y las exigencias del llamamiento que los ha hecho entrar
en la asamblea de los "santos" (Hch 9, 13). A ejemplo de Cristo, la Iglesia no los
rechaza, sino que les ofrece el perdón y la purificación (Jn 20, 23; St 5, 15-16; 1
Jn 1, 9), sabiendo que la cizaña puede todavía convertirse en trigo en tanto la
muerte no haya anticipado para cada uno la "siega" (Mt 13, 30).

"Si bien Cristo santo inocente, inmaculado (Hb 7, 26) no experimentó el pecado
(2 Co 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (Cfr. Hb
2, 17), la Iglesia, por abrazar en su propio seno a pecadores, siendo
simultáneamente santa y necesitada de continua purificación, avanza siempre
por el camino de la penitencia y la renovación" (LG 8).

Una revisión de nuestra experiencia comunitaria de la fe

186. Es de destacar en amplios ambientes el carácter marcadamente


individualista de nuestra religiosidad. Es necesario promover el sentido
comunitario de la vida de fe. El Concilio Vaticano II nos recuerda: "Quiso, sin
embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados
entre sí, sino constituirlos, en un pueblo que le conociera en verdad y le sirviera
santamente" (LG 9). La renovación constante de la Iglesia supone también un
esfuerzo de revisión de nuestra experiencia comunitaria de la fe, según lo que
dice San Pablo: "Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois
conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados
sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la
piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando
hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os váis
integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu" (Ef 2,
19-22).

La Iglesia, misterio abierto a nuestra experiencia. Cristo está en medio de


los que se reúnen en su nombre

187. En la última cena, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: "Para que todos
sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). Unidos los
hombres en el misterio de Dios: he ahí el misterio de la Iglesia, un misterio que
queda abierto a nuestra experiencia, porque "donde dos o tres están reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). La presencia de Cristo
en la Iglesia se realiza, de modo especial, en el sacramento de la Eucaristía. El
pan y el vino se transforman realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. La
Iglesia, en su misma estructura, es radicalmente comunidad de los que están
unidos entre sí, porque participan del mismo pan que es Cristo (Cfr. 1 Co 10, 17;
cfr. Tema 55).

Tema 11. ENCONTRAMOS A CRISTO EN LA FIESTA, EN LA PAZ, EN LA


ALEGRÍA: UNA PAZ QUE EL MUNDO NO PUEDE DAR, UNA ALEGRÍA QUE
NADIE NOS PUEDE QUITAR

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Anunciar que Cristo está en la fiesta, en la paz, en la alegría.


o Descubrir la dimensión gozosa y festiva del Mensaje Cristiano.
o Revisar si nuestra vida de fe transmite la alegría y la paz de Jesús.

Creados para ser felices

188. Todos tenemos sed de alegría, de comunicación, de convivencia fraterna,


de felicidad. Esperamos con ilusión el fin de semana, las vacaciones, la salida al
campo y al mar, la visita a una ciudad. Deseamos que llegue la fiesta del pueblo
o del barrio, el cumpleaños, la fiesta familiar, la reunión con los amigos. Desde la
infancia a la ancianidad, el deseo de felicidad es una llamada que brota
constantemente en el corazón humano. Hemos sido creados para ser felices: la
alegría, la paz, el encuentro con los hermanos, la celebración, la fiesta, entran
de lleno en el proyecto creador y salvador de Dios.

El juego y la fiesta, en el plan de Dios


189. Dios no aplasta al hombre, sino que estimula sus fuerzas creadoras. El ser
humano crea no sólo por medio del trabajo, sino también en el juego y en la
fiesta. El hombre se realiza no sólo como horno faber, trabajador, sino también
como homo ludens, hombre que juega, que se eleva por encima de las
necesidades inmediatas de su existencia, que se libera de las tareas rentables
para disfrutar de la convivencia y de la fiesta. La exhortación de Jesús a no
andar agobiados por la vida muestra un rasgo esencial del ser humano
redimido.

Las alegrías de la vida humana, bendición de Dios

190. Las alegrías de la vida humana son parte integrante de las promesas y
bendiciones de Dios: la alegría incontenible de vivir, la alegría del esposo y de la
esposa, la alegría de los hijos, la alegría del deber cumplido, la alegría de la obra
bien hecha, la alegría limpia de la pureza, la alegría compartida de la amistad, la
alegría del servicio generoso a los otros.

La felicidad espera a quien escucha la voz de Dios

191. El Deuteronomio, recogiendo diversos temas de la predicación profética,


expresa de modo concreto la felicidad que espera a quien escucha la voz de
Dios: "Bendito seas en la ciudad, bendito seas en el campo, bendito el fruto de tu
vientre, el fruto de tu suelo, el fruto de tu ganado, las crías de tus reses y el parto
de tus ovejas; bendita tu cesta y tu artesa, bendito seas al entrar, bendito seas al
salir; que el Señor te entregue ya vendidos los enemigos que, se alcen contra ti:
saldrán contra ti por un ca-mino, y por siete caminos huirán; que el Señor mande
contigo la bendición, en tus graneros y en tus empresas, y te bendiga en la tierra
que va a darte el Señor tu Dios" (Dt 28, 3-8).

Un mínimo de bienes materiales es necesario

192. Este carácter sumamente concreto de la felicidad humana supone que, al


menos, un mínimo de bienes materiales son necesarios para realizarla. En esta
perspectiva se sitúa la oración del sabio: "Aleja de mí falsedad y mentira; no me
des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y
reniegue de ti, diciendo: ¿Quién es el Señor?; no sea que, necesitado, robe y
blasfeme el nombre de mi Dios" (Pr 30, 8-9). Como la felicidad, la desgracia
humana se realiza también de un modo sumamente concreto. Por ello, dice
Pablo V'I, los hombres deben "unir sus fuerzas para procurar al menos un
mínimo de alivio, de bienestar, de seguridad, de justicia, necesarios para la
felicidad de las numerosas poblaciones que carecen de ella. Tal acción solidaria
es ya obra de Dios y corresponde al mandamiento de Cristo" (Exhortación
apostólica Gaudete in Domino [GD]).

... Pero no basta para alcanzar la felicidad y la alegría verdaderas

193. Un mínimo de bienes materiales es necesario, pero no hasta para alcanzar


la felicidad y la alegría verdaderas. La experiencia de nuestro mundo lo
manifiesta especialmente. En nuestros días "la sociedad tecnológica ha logrado
multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la
alegría. Porque la alegría tiene otro origen. Es espiritual. El dinero, el "confort", la
higiene, la seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la
aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de muchos. Esto
llega a veces hasta la angustia y la desesperación que ni la aparente
preocupación ni el frenesí del gozo presente o los paraísos artificiales logran
evitar. ¿Será que nos sentimos impotentes para dominar el progreso industrial y
planificar la sociedad de una manera humana? ¿Será que el porvenir aparece
demasiado incierto y la vida humana demasiado amenazada? ¿O no se trata
más bien de soledad, de sed de amor y de compañía no satisfecha, de un vacío
mal definido? Por el contrario, en muchas regiones, a veces bien cerca de
nosotros, el cúmulo de sufrimientos físicos y morales se hace oprimente: ¡tantos
hambrientos, tantas víctimas de combates estériles, tantos desplaza-dos!" (GD).

Sin la alegría del conocimiento vivo de Dios

194. El hombre, abandonado a sí mismo, no puede dominar su propio corazón ni


controlar las fuentes de la felicidad, de la alegría, de la paz. El problema es
prófundo. "Es el hombre, en su alma, el que se encuentra sin recursos para
asumir los sufrimientos y las miserias de nuestro tiempo. Estas le abruman; tanto
más cuanto que a veces no acierta a comprender el sentido de la vida; que no
está seguro de sí mismo, de su vocación y destino trascendentes. El ha
desacralizado el universo y, ahora, la humanidad; ha cortado a veces el lazo vital
que lo unía a Dios. El valor de las cosas, la esperanza, no están suficientemente
asegurados. Dios le parece abstracto, inútil: sin que lo sepa expresar, le pesa el
silencio de Dios... Se puede hablar aquí de la tristeza de los no creyentes,
cuando el espíritu humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y por tanto
orientado instintivamente hacia El como hacia su bien supremo y único, queda
sin conocerlo claramente, sin amarlo y, por tanto, sin experimentar la alegría que
aporta el conocimiento, aunque sea imperfecto, de Dios y sin la certeza de tener
con El un vínculo que ni la misma muerte puede romper. ¿Quién no recuerda las
palabras de San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está
inquieto hasta que repose en Ti"?" (GD).

La venida de Jesús, una gran alegría para todo el pueblo

195. La alegría plena del conocimiento vivo de Dios se centra en la Buena


Nueva de Jesús: por su venida, por su Día, ya se alegró Abrahán: "Vuestro
padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría" (Jn 8,
56). La venida de Jesús crea un clima de gozo indescriptible. María recibe el
anuncio jubiloso del ángel que invita a la alegría: "Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo..." (Le 1, 28). La misma alegría inunda a su prima
Isabel„ cuyo hijo Juan salta de gozo en el seno materno (Le 1, 44). María
proclama las alabanzas del Señor que obra maravillas en favor de los pobres:
"
'Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
salvador" (Lc 1, 46). Los ángeles de Dios anuncian la gozosa noticia del
nacimiento de Jesús: "No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría
para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el
Mesías, el Señor" (Le 2, 10-11). Este acontecimiento colma la esperanza de los
justos: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz",
dice Simeón (L 2, 29; 'cfr. Mt 13, 17; Lc 2, 23-38).

Invitados a un banquete de bodas

196. En la persona de Jesús está ya presente el Reino de Dios (Mc 1, 15; Lc 17„
21). Ahora se hacen realidad todas las promesas y esperanzas que anunciaron
los profetas: ha llegado la "plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4; Ef 1, 10), la hora de
la gran cena (Le 14, 16-17). "El Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece a un
rey que celebraba la boda de su hijo" (Mt 22, 2). Cuando Jesús comienza su
predicación, Juan el Bautista se llena de alegría al oír la voz del Esposo (Jn 3,
29); mientras el Esposo está presente, sus amigos permanecen en fiesta y no
pueden ayudar (Le 5, 34). Al banquete de bodas, todos los invitados han de
llegar con el traje de fiesta (Mt 22, 11-12).

La alegría del Reino de Dios

197. Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios en medio de felicitaciones, de


congratulaciones, de bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Sería una contradicción
anunciar la Buena Noticia en medio de la tristeza. La expresión bienaventurados
(dichosos), no sólo contiene una promesa, sino también una felicitación. Es la
alegría de los hombres que entran en el Reino, vuelven a él o trabajan en él, y la
alegría del Padre que los recibe. Es la alegría que siente Jesús con los niños
que quieren acercarse a El, con la acogida que se da a la Palabra, la liberación
de los posesos, la conversión de una mujer pecadora o de un publicano, la
generosidad de una pobre viuda, la manifestación del Reino de Dios a los
pequeños, el anuncio de la Buena Noticia a los pobres, de la vista a los ciegos,
de la libertad' a los oprimidos (Le 4, 18). Los milagros de Jesús y sus palabras
de perdón son también fuente de alegría y de paz: toda la ,gente se alegraba de
las máravillas que hacía y daba gloria a Dios (Le 13; 17; Mt 9, 8).

Alegría desbordante

198. La alegría del discípulo por haberse encontrado el Reino de Dios es


desbordante. Tanto es así, que, todo queda subordinado a este descubrimiento;
en adelante, todo gira en torno a él: "El Reino de los Cielos se parece a un
tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno
de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo" (Mt 13, 44). La
alegría del discípulo de Jesús subyace a todas las decisiones e, incluso, a todas
las renuncias. Brota también en medio de los insultos y de las persecuciones (Mt
5, 11-12, Hch 5, 41), y se hace incontenible cuando el discípulo descubre el
poder de la Buena Nueva que anuncia (Le 10, 17), el Reino de Dios en acción.
En la tarea de la evangelización, al tiempo de la cosecha, se alegra el
sembrador, lo mismo que el segador (Jn 4, 36).
El himno de la alegría: el Reino de Dios manifestado a los pequeños.
"¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!"

199. En cierta ocasión, los setenta y dos discípulos volvían entusiasmados junto
a Jesús, pues hasta los demonios se les sometían en su nombre. Jesús les dice
que deben alegrarse por un motivo mayor: porque sus nombres están escritos
en los cielos (Le 10, 17-20). Jesús entona entonces el "himno de la alegría",
pues la Buena Noticia del Reino de Dios se manifiesta por medio de El a los
pequeños: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha
entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar" (Le 10, 21-22).
Los discípulos son dichosos, pues a ellos se les revela el Reino de Dios: "Y
volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que
vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que
veis vos-otros y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron" (Le 10, 23-24; Ofr.
8, 10).

La alegría de la conversión

200. La alegría del Evangelio brota pujante ante el acontecimiento de la


conversión. Es la alegría del pastor que encuentra la oveja perdida (Le 15, 4-7),
o la de la mujer 1que, al fin, halla la dracma (15, 8-10), o la del padre que
celebra con una gran fiesta la vuelta del hijo que estaba perdido (15, 11-32). De
cada conversión se alegrarán los discípulos, como se alegran en el cielo el
Padre y los ángeles: "Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no
necesitan convertirse" (Le 15, 7).

La alegría pascual, una alegría que nadie os puede quitar

201. La alegría cristiana brota también frente al dolor y la cruz. Por la cruz va
Jesús al Padre; los discípulos deberían alegrarse de ello, si le amaran y si
comprendieran el sentido de su partida: "Os conviene que yo me vaya; porque si
no me voy no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo
enviaré" (Jn 16, 7). Gracias al don del Espíritu, vivirán de la vida de Jesús (Jn
14, 16-20); entonces su tristeza se cambiará en alegría, una alegría que nadie
se la podrá quitar, la alegría pascual: "Pues sí, os aseguro que lloraréis y os
lamentaréis vosotros mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz,
siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se
acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a. veros y se alegrará
vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría" (Jn 16, 20-22).

La alegría de una nueva presencia de Cristo resucitado en nuestra


condición humana actual
202. "Sucede que, aquí abajo, la alegría del Reino, hecha realidad, no puede
brotar más que de la celebración conjunta de la muerte y de la resurrección del
Señor. Es la paradoja de la condición cristiana que esclarece singularmente la
de la condición humana: ni las pruebas, ni los sufrimientos quedan eliminados de
este mundo, sino que adquieren un nuevo sentido, ante la certeza de compartir
la redención llevada a cabo por el Señor y de participar en su gloria. Por eso el
cristiano, sometido a las dificultades de la existencia común, no queda, sin
embargo, reducido a buscar su camino a tientas, ni a ver en la muerte el fin de
sus esperanzas. En efecto, como ya lo anunciaba el profeta: El pueblo que
caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras y una luz
les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo... La alegría pascual no es
solamente la de una transfiguración posible: es la de una nueva presencia de
Cristo resucitado, dispensando a los suyos el Espíritu para que habite en ellos
(GD).

La alegría cristiana, don del Espíritu de Jesús

203. La palabra de Jesús produce su fruto: los que creen en él tienen en sí


mismos su alegría colmada (Jn 17, 13); su comunidad vive en una alegría
sencilla (Hch 2, 46) y la predicación de la Buena Nueva es en todas partes
fuente de gran alegría (8, 8); el Bautismo llena a los creyentes de un gozo que
viene del Espíritu (13, 62; cfr. 8, 39; 13, 48; 16, 34) y que hace que los apóstoles
canten en medio de las persecuciones (16, 23-25). El gozo es, en efecto, fruto
del Espíritu (Ga 5, 22) y una nota característica del Reino de Dios (Rm 14, 17).

Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero

204. El mundo camina, según el plan de Dios, hacia la plenitud del Reino que ha
comenzado ya en la persona de Jesús, hacia una gran fiesta que no tiene fin: la
fiesta de las bodas del Cordero. Quienes participen en ella darán ,gloria a ,Dios
con cantos de triunfo y de alegría: "Oí después en el cielo algo que recordaba el
vocerío de una gran muchedumbre; cantaban: Aleluya. La victoria, la gloria y el
poder pertenecen a nuestro Dios... Con alegría y regocijo démosle gloria, porque
han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha
concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura —el lino son las buenas
acciones de los santos. Luego me dice: Escribe. Dichosos los invitados al
banquete de bodas del Cordero" (Ap 19, 1.7-9).

"La paz os dejo, mi paz os doy"

205. Alegría y paz son una misma cosa. La alegría, por sí sola, sería algo
superficial y pasajero. Sin la paz, sin la alegría, en la Igelsia no se transmite
nada; tampoco el Evangelio. Cuando nos abandonan, debemos interrogarnos:
"Sería muy extraño que esta Buena Nueva, que suscita el aleluya de la Iglesia,
no nos diese un aspecto de salvados" (GD). Como la alegría, la paz nos la da
Jesús: "La Paz os dejo, mi Paz os doy; No os la doy como la da el mundo" (Jn
14,27). "A la luz de la fe y de la experiencia cristiana del Espíritu, esta paz, que
es un don de Dios y que va en constante aumento como un torrente arrollador,
hasta tanto que llega el tiempo de la "consolación", está vinculada a la venida y
a la presencia de Cristo" (GD).

Una paz que el mundo no puede dar

206. La paz de Jesús se extiende a las regiones heridas de nuestro ser, a esa
amargura que pesa y hostiga, a esas plagas donde fermentan los sentimientos
contradictorios, los espejismos de la duda y de la división interior. La paz de
Cristo no elimina pruebas ni sufrimientos. Pero éstos ya no nos desbordan; son
dominados en el interior del hombre, quedando en acción las fuerzas vivas. La
paz no es insulsa tranquilidad, pasividad interior o huida del prójimo. No hay paz
en el olvido del prójimo, pues todos los días suena la misma pregunta: ¿Qué has
hecho de tu hermano? Es ilusoria la paz que no suscita la comunicación y la
unidad fraterna. Pacificado, el hombre es conducido al prójimo.

El secreto de Jesús: el Padre le ama. Estad siempre alegres: Dios nos ama.

207. Es preciso "destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva


dentro de sí y que le es propia... Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa
alegría, esa disponibilidad, se debe al amor inefable con que se sabe amado por
su Padre. Después de su bautismo a orillas del Jordán, este amor, presente
desde el primer instante de su Encarnación, se hace manifiesto: Tú eres mi hijo
amado, mi predilecto. Esta certeza es inseparable de la cónciencia de Jesús. Es
una presencia que nunca lo abandona" (GD). Jesús vive alegre: el Padre le ama.
Todos estamos llamados a participar de esta alegría de Jesús: "Les he dado a
conocer y les daré a conocer tu Nombre, para que el amor que me tenías esté
con ellos, como también yo estoy en ellos" (Jn 17, 26). Nuestra alegría y paz
más profundas proceden del mismo hecho: Dios nos ama. Desde ahí podemos
acoger la invitación de San Pablo: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito, estad ale-gres" (Flp 4, 4).

La alegría de las Bienaventuranzas

208. "Esta alegría de estar dentro del amor de Dios comienza ya aquí abajo. Es
la alegría del Reino de Dios. Pero es una alegría concedida a lo largo de un
camino escarpado, que requiere una confianza total en el Padre y en el Hijo, y
dar una preferencia a las cosas del Reino. El mensaje de Jesús promete ante
todo la alegría; esa alegría exigente ¿no se abre con las bienaventuranzas?:
"Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de los Cielos es vuestro.
Dichosos vosotros los que ahora pasáis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos vosotros los que ahora lloráis, porque reiréis" (GD).

La alegría en la Iglesia y en el corazón de los santos

209. La alegría no ha cesado de brotar en la Iglesia y, especialmente, en el


corazón de los santos. El primer puesto corresponde a la Virgen María, llena de
gracia, la Madre del Salvador. Ella, mejor que ninguna otra criatura, ha
comprendido que Dios hace maravillas, es fiel a sus promesas y ensalza a los
humildes. Ella recapitula todas las alegrías, vive la perfecta alegría prometida a
la Iglesia (ls 61, 10). Volviendo los ojos hacia la que es madre de nuestra
esperanza y madre de la gracia, los cristianos la invocamos confiadamente
como causa de nuestra alegría. "Después de María, la expresión de la alegría
más pura y ardiente la encontramos allá donde la Cruz de Jesús es abrazada
con el más fiel amor, en los mártires... La fuerza de la Iglesia, la certeza de su
victoria, su alegría al celebrar el combate de los mártires, brota al contemplar en
ellos la gloriosa fecundidad de la Cruz" (GD). La alegría cristiana la encontramos
también en los Padres de la Iglesia y en muchos santos cuya felicidad nos
conmueve.

Un canto de alabanza en el corazón de todos los cristianos: Hemos


encontrado a Cristo

210. Igualmente, la alegría del Evangelio aparece en todos aquellos cristianos


cuya vida es un continuo canto de alabanza al Padre y de acción de gracias á El
por el don que nos ha hecho en la persona de su Hijo Jesucristo. En definitiva, el
motivo más profundo de nuestra alegría, el que los resume todos, es aquél que
Andrés no puede callar y que comunica a su hermano Simón Pedro: Hemos
encontrado a Cristo (Jn 1, 41).

CAPITULO III
EN CRISTO NOS ENCONTRAMOS CON EL MISTERIO
DE DIOS

Tema 12. NOS ENCONTRAMOS CON DIOS EN CRISTO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Anunciar que en Cristo nos encontramos con el propio misterio de Dios. Desde el
misterio de Dios se ilumina el misterio del hombre. Cristo es el verdadero rostro de Dios para los
hombres y verdadero rostro del hombre para Dios.

o Presentar los diversos interrogantes y reacciones que en todo tiempo suscita el


misterio de Cristo.

o Destacar que la Iglesia primitiva adquiere conciencia definitiva del misterio de Cristo
como fruto directo de su Pascua. A la luz de dicha experiencia, los discípulos fue-ron pasando de la
admiración por Jesús a la adoración.
¿Quién es éste?

211. "Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó


un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se
acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: ¡Señor, sálvanos, que nos
hundimos! El les dijo: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! Se puso en pie, increpó a los
vientos y al lago, y vino una gran calma. Ellos se preguntaban admirados:
¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agud le obedecen!" (Mt 8, 23-27).

¿Qué dice la gente...?

212. Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus
discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?" Ellos con-testaron:
Unos dicen que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de
los profetas (Mt 16, 13-14). El pueblo reconoce en Jesús a un profeta. Pedro ha
llegado más lejos: le ha sido dado a comprender que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios vivo. Jesús les recomienda silencio. El pueblo espera un mesías
político, pero Jesús no va a responder a semejante expectativa (Jn 18, 36). Sus
caminos son diferentes (Mt 16, 2lss).

Los interrogantes de hoy y de siempre

213. También hoy, como hace veinte siglos, la figura de Jesús suscita profundos
interrogantes: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Un gran hombre del pasado? ¿Un
revolucionario? ¿Un' profeta? ¿Un mito? ¿Un guerrillero? ¿Un hermano para
cada hombre? ¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquél sin el cual nada
tendría sentido?

Y vosotros... ¿quién decís que soy yo?

214. Tras el sondeo de lo que dice la gente, Jesús hace la pregunta directa: "Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16, 15). Decir supone aquí confesar,
reconocer el misterio de Cristo o, por el contrario, negarlo. En el camino de los
hombres hacia Cristo hay un punto en el que uno deja de ser espectador, para
comenzar a ser protagonista de una lucha en la que de nada sirven los términos
medios: "el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo,
desparrama" (Lc 11, 23).

"Tú eres el Cristo..."

215. A la pregunta de Jesús, Pedro responde resueltamente, con la luz que


procede de lo alto: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Discernir
quién es Jesús es para Pedro, Nicodemo, el centurión, los endemoniados,
Tomás..., etc., una cuestión planteada a partir de la presencia gratuita del
misterio de Cristo. Cada cual lo comprende a su modo y a diferente nivel, según
la situación o condición de cada uno.

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: la admiración


216. Así, por ejemplo, el pueblo percibe en él un profeta. Nicodemo ve en Jesús
un maestro venido de parte de Dios, porque nadie puede hacer esos signos, si
Dios no está con él (Jn 3, 2). El centurión ha creído que Jesús tiene poder sobre
la enfermedad, que le está sometida y le obedece, como los soldados acatan
órdenes superiores (Mt 8, 5-13). Los discípulos, ante la tempestad calmada,
descubren algo tan extraordinario y trascendente que sólo lo pueden formular en
forma de pregunta: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!" (Mt
8, 27). El Padre celestial re-vela a Pedro la respuesta certera y exacta que no
puede provenir "de la carne ni de la sangre": Tú eres el Mesías, el Hijd de Dios
vivo (Mt 16, 16-17).

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: el escándalo de lo


cotidiano

217. Por otro lado, quienes vieron y oyeron a Jesús de Nazaret tropezaron a
veces con el hecho de haberle conocido desde hacía mucho tiempo en su vida
cotidiana. ¿Cómo comprender entonces el misterio de un hombre a quien hemos
conocido de niño y de adolescente?: "Fue a su ciudad y se puso a enseñar en la
sinagoga. La gente decía admirada: ¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos
milagros? ¿No es el hijo del carpintero?... Y aquello les resultaba escandaloso.
Jesús les dijo: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta" (Mt 13, 54-
57).

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: un discernimiento a través


de la repulsa

218. Existe también un conocimiento negativo, un discernimiento en el odio, una


intuición a través de la repulsa, de lo que es en el fondo Jesús de Nazaret. Esta
es la experiencia de los endemoniados. Vinieron a su encuentro dos
endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie podía pasar
por aquel camino. Y se pusieron a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de
Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?" (Mt 8, 29; cfr. Mc 5, 1-20;
Le 8, 26-39).

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: una resistencia profunda y


dolorosa

219. Es una verdad comprobada por la propia experiencia; el hecho de que el


Misterio absoluto de Dios se nos revela en el hombre Jesús, nos desconcierta;
sus pretensiones de adherirnos incondicionalmente a El para la salvación, nos
iluminan y al mismo tiempo encuentran en nosotros misteriosas resistencias. Es
posible que detectemos también en nosotros esa resistencia hacia la persona de
Cristo.

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: la adoración, fruto de la


Pascua
220. La Iglesia primitiva adquiere conciencia definitiva de la identidad de Jesús
como fruto directo de su Pascua. Si su condición anterior de siervo había dejado
patente hasta qué punto Jesús había sido uno de nosotros, semejante en todo
menos en el pecado, la experiencia pascual de la resurrección deja al
descubierto su condición trascendente: es el Señor, lo mismo que Yahvé.
A la luz de la experiencia pascual, los discípulos accedieron a la clara conciencia
de la condición divina de Jesús. Ante el misterio del Cristo, los Apóstoles y la
Iglesia apostólica de todos los tiempos se rinden en actitud de adoración y
hacen suya la profesión de Tomás: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28).

Misterio de la pre-existencia de Jesús

221. La Iglesia apostólica, al reconocer a Jesús como Señor, profundiza, bajo la


acción del Espíritu de Verdad, en el misterio de la pre-existencia de Jesús. Jesús
es el Señor del mundo venidero, Señor de vivos y muertos, es el último, y por
ello es el primero, el origen de todo, el Señor del universo (Ap 1, 8; 21, 6; 22,
13).

Jesús de Nazaret ha existido desde siempre "en su condición divina" (F1p 2, 6):
él es "el Hijo Unico" que Dios, por amor, ha entregado al mundo "para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16).

Jesús de Nazaret existió con anterioridad a Abrahán: "Abrahán, vuestro padre,


saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría" (Jn 8, 56). El
pudo decir con toda verdad: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30).

Jesús de Nazaret es la Palabra que, "en el principio", "estaba con Dios" y "era
Dios" (Jn 1, 1); es el Hijo, por quien Dios "ha hablado en estos últimos tiempos",
"resplandor de su gloria e impronta de su esencia" (Cfr. Hb 1, 1-4). Es esa
Palabra la que "se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1, 14).

El secreto de Jesús de Nazaret sólo lo conoce el Padre y aquellos a quienes se


les revela: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que
el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera
revelar"( Mt 11, 27).

Cristo, verdadero rostro de Dios para los hombres y verdadero rostro del
hombre para Dios

222. El Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, es, según el Concilio de


Calcedonia, "verdaderamente Dios y verdaderamente hombre", "consustancial
con el Padre, por lo que se refiere a la divinidad, y consustancial con nosotros
por lo que se refiere a la humanidad", "Uno sólo y mismo Hijo Unigénito, Dios
Verbo, Señor Jesucristo (DS 301-302). Afirma, pues, que Cristo es verdadero y
entero Dios, y entero y verdadero hombre en un mismo sujeto personal. Así,
Cristo es, a la vez, el verdadero rostro de Dios para los hombres y el verdadero
rostro del hombre para Dios (Cfr. Tema 17).

Cristo, revelador del misterio de Dios


223. Cristo es el verdadero rostro de Dios para los hombres, "imagen de Dios
invisible" (Col 1, 15), el intérprete perfecto del Padre (Jn 1, 18). Por ello nos dice
en el evangelio de San Juan:."quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,
8). Revelador del misterio de Dios, como Amor (1 Jn 4, 16) y Amor entre
personas. Revelador del Espíritu. En Cristo se manifiesta la gratuidad y la
misericordia de Dios para con el hombre (Jn 3, 16).

Cristo, revelador del misterio del hombre

224. Cristo es el verdadero rostro del hombre para Dios, Cristo es revelador del
hombre. El hombre se encuentra a sí mismo, cuando vive en el amor, en éxodo,
en confianza, en misericordia, en servicio y a la escucha de Dios, en comunidad
de fe; recobra su identidad como imagen de Dios, cuando vive como hijo del
Padre, rescatado del poder del pecado y de la muerte. El hombre se humaniza a
medida que se hace semejante al Padre y a Cristo --hijo del Padre—, por la
fuerza del Espíritu. Cristo, el Hombre Nuevo, "revela plenamente el hombre al
hombre" (GS 22). El es "imagen de Dios" y, también, prototipo del hombre, pues,
dice San Pablo, Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8,
29).

SEGUNDA PARTE
CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE DIOS

CAPITULO I. Cristo es el Señor de mi vida y de la Historia.

Tema 13.-Los primeros cristianos proclaman que Jesús es el Señor.

Tema 14.-Nacido de mujer que no conoció varón.

Tema 15.-Años de vida oculta de Jesús.

Tema 16.—Vida pública de Jesús. Bautismo. Predicación. Signos.

Tema 17.—(,Quién es Jesús? Mesías. Siervo. Señor. Hijo del Hombre. Hijo de
Dios.

Tema 18.—Misterio Pascual de Jesús. Paso de este mundo al Padre: Pasión y


Glorificación de Jesús, nuestro Redentor.
CAPITULO II. Dios Padre y el Espíritu. La Santísima Trinidad.

Tema 19.-El rostro de Dios Padre.

Tema 20.-La hora del Espíritu ha llegado.

Tema 21.-El misterio de Dios: Dios es amor y amor entre personas. La


Santísima Trinidad.

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Presentar el Misterio de Dios como la realidad más profunda que puede experimentar el hombre
creyente. Esta experiencia supone:

-proclamar y aceptar, con fe, que Cristo es el Señor de mi vida y de la historia.

-reconocer a través de Cristo —el Hijo— el verdadero rostro de Dios Padre,

-aceptar en nosotros la presencia eficaz del Espíritu que Dios Padre y su Hijo Jesucristo nos envían
gratuitamente.

CAPITULO I. CRISTO ES EL SEÑOR DE MI VIDA Y DE LA HISTORIA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente:

— descubra a Cristo como Señor de su vida y de la historia, a fin de vivir en comunión con El.

Tema 13. LOS PRIMEROS CRISTIANOS PROCLAMAN QUE JESÚS ES EL


SEÑOR

OBJETIVO CATEQUÉTICO

-Presentar al preadolescente la experiencia que los primeros cristianos tienen de Jesús Resucitado
como Señor de la historia. El Señor desvela y transforma la realidad más profunda del sentido de su
vida.

-Anunciar al preadolescente que esta experiencia hoy se cumple en los creyentes y proponerle que, por
el don de la fe, también él puede, en cierta medida, participar de esta experiencia de Cristo como Señor
de la historia y de su vida: el Señor continúa enviando la luz y la fuerza de su Espíritu y ofreciendo a los
creyentes el verdadero —y siempre nuevo— sentido de la vida.
Una fe fundamental: Yahvé es el Señor de la historia y está con su pueblo

1. El pueblo de Israel descubrió una cosa muy importante, tan importante como
para que ocupara con todo derecho el centro de la vida del pueblo. En principio,
parecían casualidades. Pero no, se fue imponiendo la buena noticia por sí
misma: Dios actúa eficazmente en medio de los acontecimientos y es
reconocido como Señor de la historia. La historia tiene su Señor.

Su nombre es Yahvé: "Soy el que soy" (Ex 3, 14), el Señor. El Dios verdadero es
un Dios trascendente, a quien el hombre no puede verdaderamente nombrar.
"Yo soy el Señor... Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que
sepáis que soy el Señor vuestro Dios, el que os saca de debajo de las cargas de
los egipcios; os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y
Jacob, y os la daré en posesión:

Yo, el Señor" (Ex 6, 6-8). El Dios verdadero estaba siempre con su pueblo: su
nombre evoca toda la gesta divina de la liberación del pueblo elegido, con sus
atributos de bondad, misericordia, fidelidad, poder. "Yo soy el Señor, este es mi
nombre, no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos" (Is 42, 8). El
Dios verdadero opone su existencia sin restricción a la "nada" de los ídolos. Con
esta fe monoteísta de fondo, que afirma que el Dios único estará siempre con su
pueblo y manifestará eficazmente su presencia, emprende Moisés la aventura
del éxodo.

Los primeros cristianos proclaman que Jesús es el Señor

2. Los primeros cristianos son constituidos como tales en virtud de una


experiencia semejante, referida a Jesús de Nazaret. Jesús de Nazaret, un
hombre ejecutado por la turbia justicia del mundo, ha sido establecido Señor de
la Historia. Jesús ejerce el señorío en ella lo mismo que Yahvé. Algo ciertamente
inconcebible para un judío: en el propio corazón del monoteísmo hebraico
aparece un hombre a quien los acontecimientos posteriores a la Pascua
manifiestan como Señor, esto es, como Dios.

3. El Dios de los antiguos Patriarcas y de Moisés y de los Profetas ha


manifestado su Nombre de un modo máximo por medio de Jesús: "He
manifestado tu Nombre a los hombres, que me diste de en medio del mundo" (Jn
17, 6). Para los hebreos el nombre de una persona se identifica con lo que la
persona misma es. Jesús es "Yo soy": "... si no creéis que Yo Soy, moriréis por
vuestros pecados" (Jn 8, 24). La aplicación de este nombre a Jesús es la
profesión de que él es el único Salvador, hacia el cual tendían toda la fe y la
esperanza del Antiguo Israel.

Jesús de Nazaret es el "Dios-con-nosotros" (Emmanuel) de la profecía de Isaías


(cc. 7-12); es la "presencia" de Dios en su Pueblo, confirmada ya de un modo
definitivo. En él se cumple la Promesa: "Pondré entre ellos mi santuario para
siempre" (Ez 37, 26). La visión del Apocalipsis contempla la consumación del
ideal del Exodo que se ha alcanzado ya: "Esta es la morada de Dios con los
hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y
será su Dios" (Ap 21, 3); "... Santuario no vi ninguno (En la Ciudad Santa),
porque es su Santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero" (Ap 21, 22).
Un acontecimiento está en la base de estas profesiones de fe: ;Jesús de
Nazaret ha resucitado!

Encuentro y reconocimiento del Señor en medio de unos hechos que no


son casualidades, sino signos

4. Los enemigos de Jesús no aceptan unos hechos que consideran en el mejor


de los casos como casualidades; en el peor, como trampa y engaño. Los
amigos, sin embargo, y otros muchos, perciben signos de su resurrección: Jesús
se deja ver por ellos, los cuales comienzan a ser los primeros testigos. La
resurrección no es un gesto de espectacularidad teatral percibido por cualquier
observador, sino un acontecimiento que es captado en el ámbito interpersonal
de la fe. Es un encuentro en el que Jesús es suficientemente reconocido a
través de unos acontecimientos, en medio de los cuales tiene a bien
manifestarse.

Porque Cristo Resucitado no es sólo un cadáver reanimado, reconducido a


continuar la existencia interrumpida del pasado, es "primicias de los que
durmieron" (1 Co 15, 20), y, por tanto, con El se inicia una existencia nueva y
plena, a la que todos estamos llamados. Por una parte hay una continuidad
entre la vida de Jesús Resucitado y su existencia anterior. Por otra hay una
discontinuidad; la resurrección es una vida nueva y plena, no sometida a las
leyes de este mundo nuestro.

Y, sin embargo, los Apóstoles tienen conciencia de que Cristo vive Resucitado,
es el mismo que sufrió y murió en la cruz. Hay una identidad entre su existencia
terrena y su existencia gloriosa totalmente libre.

Signos históricos del hecho real de la resurrección

5. La tumba vacía y el testimonio de las apariciones del resucitado son hechos


que la historia no puede ignorar. Es verdad que el suceso mismo de la
resurrección ha acontecido solamente ante Dios, pero El se ha dignado
manifestarlo de una manera evidente para los primeros discípulos, "a los
testigos, que él había designado" (Hch 10, 41).

La Iglesia apostólica no considera la Resurrección como una pura experiencia


subjetiva ni como la mera irrupción del Cristo vivo en la interioridad de los
Apóstoles. Los relatos de las apariciones nos transmiten no experiencias
puramente subjetivas de los Apóstoles, sino el testimonio de unos hombres
sorprendidos que han vuelto a encontrar a Aquél, con quien conviviron largo
tiempo. Para los Apóstoles, la Resurrección es una realidad misteriosa. En
cuanto misteriosa y portadora de un mensaje de salvación, sólo el Espíritu
introduce en ella: pertenece a la fe y sólo es asequible desde la fe. La fe
cristiana de todos los siglos se apoya firmemente en el testimonio de la fe
apostólica.

Jesús ayer, hoy y por siempre

6. Así pues, Jesús Resucitado no es, para la primera comunidad, un mero


recuerdo: es "el que estuvo muerto y volvió a la vida" (Ap 2, 8); "Jesucristo es el
mismo ayer y hoy y siempre" (Hb 13, 8). Y es la fuente del Espíritu que inaugura
la vida nueva: en su nuevo modo de existencia, se mantiene el costado
traspasado (Cfr. Jn 20, 20.25.27), del que brotaron las aguas vivas del Espíritu
(Cfr. Jn 19, 34). No hay ruptura ni solución verdadera de continuidad entre su
cuerpo resucitado y el cuerpo en que se realizaron los sucesos salvíficos:
"
Destruid este templo y en tres días lo levantaré... Pero él hablaba del templo de
su cuerpo" (Jn 2, 19.21).

Jesús no es reconocido de pronto

7. En los relatos de apariciones del Señor, nos llama la atención el que los
discípulos no lo reconozcan de pronto. Por otra parte, comprueban que es El.
Esto tiene un profundo sentido. Naturalmente, es, ante todo, una prueba más de
que la imagen del Señor Resucitado les viene de la realidad y no es creación de
su fantasía. Necesitan tiempo hasta reconocerlo. Pero esto nos hace ver algo
aún más profundo que atañe al mismo Jesús: su novedad. Jesús no es ya
enteramente el mismo.

Jesús ha cambiado profundamente. Su identidad se hace presente con un


modo de presencia distinto

8. Sus apariciones no significan que quiera continuar unas semanas más su vida
terrena, sino que inician ya a sus discípulos y a su Iglesia en una nueva manera
de su presencia. El hecho de que súbitamente puede ser visto en medio de sus
discípulos no significa sólo que puede entrar "con las puertas cerradas", sino
que está siempre presente, aunque no lo vean. El Señor resucitado es ya la
nueva creación prometida, que ha comenzado a irrumpir entre nosotros. Las
apariciones son índices de su presencia permanente.

Reconocido en su palabra

9. A María en el huerto, a los discípulos en el cenáculo, sobre un monte y a las


orillas del mar, se les manifiesta en su palabra. Esto nos llama señaladamente la
atención en el relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús. Se les junta en
persona en el camino, pero esto parece no decirles nada. Sin embargo: "¿No
ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?" (Le 24, 32). En la palabra encontraron al Señor.

Reconocido en la fracción del pan

10. Una segunda manera de darse a conocer es un gesto preciso: la "fracción


del pan" en Emaús. Que Jesús celebrara entonces la eucaristía con los
discípulos de Emaús o no la celebrara es punto irrevelante. En ambos casos
este gesto tenía el sentido de aludir a la eucaristía, en que en adelante se daría
a conocer. También el pescado que Jesús come, alude a ella, pues en la
primitiva Iglesia se juntaba a la celebración eucarística dicha comida. Son
indicaciones de su presencia en la eucaristía. Así, pues, al aperecerse
visiblemente, nos ilustró sobre su presencia invisible.

Reconocido en el Espíritu y en la función sacramental de la Iglesia

11. Por lo mismo sopló también sobre sus discípulos y les dio el Espíritu Santo,
por el que en lo sucesivo nos uniríamos con El. En las apariciones se habla
igualmente del oficio pastoral de Pedro y del perdón de los pecados. Todo esto
son modos de la presencia permanente de Jesús.

Jesús es reconocido solamente por los creyentes

12. Esta presencia de Jesús será reconocida por la fe. También esto nos hacen
ver las apariciones. Ya vimos cómo los discípulos de Emaús sólo lo
reconocieron cuando la fe comenzó a abrir su corazón. El verdadero
reconocimiento no se lo dieron los ojos corporales, sino los de la fe. Es una idea
consoladora el que también a los testigos oculares se les exija la fe. No están,
pues, tan lejos de nosotros, que recibimos la señal del profeta Jonás, es decir,
primero la predicación de Jesús (Lc 11, 30) y luego el mensaje de su
resurrección (Mt 12, 40), en la actual predicación de la Iglesia. No basta una
simple mirada para percibir la realidad de la resurrección de Cristo, la nueva
creación. Para ello es menester algo más radical: el hombre nuevo.

Dios levanta para siempre la cabeza humillada de Jesús

13. Los primeros cristianos comprenden, a través de todo ello, que lo que
comienza a renovar la historia universal no es una obra humana, sino una acción
de Dios, que levanta para siempre la cabeza humillada de Jesús. Así lo cantan
en un himno, de entonces: "El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por
eso, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de
modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la Tierra, en
el Abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios
Padre" (F1p 2, 6-11).

Los primeros cristianos se vuelven "locos"

14. Una cosa es importante: es el impacto que el acontecimiento del señorío de


Cristo produce en la vida de los que le reconocen. Cambia el sentido de la vida y
su manera de comprender el pasado y el futuro. Captan el por qué de muchos
acontecimientos: así los de Emaús comprenden por qué ardía su corazón por el
camino, cuando Jesús les explicaba el sentido de las Escrituras (Lc 24, 32). Los
primeros cristianos se vuelven "locos": todo lo ponen en común (Hch 2, 42-44). Y
los que habían conocido anteriormente a Pablo, quedaban atónitos cuando en
las sinagogas le oían predicar a Jesús de Nazaret: "¿No es éste el que se
ensañaba en Jerusalén contra los que invocan ese nombre?" (Hch 9, 20).

Señor de mi vida

15. Cristo ha sido constituido Señor; Señor de la Historia, pero también Señor de
mi vida. De nada serviría lo primero, si no fuera verdad lo segundo: Cristo seria
algo abstracto y lejano. También aquí, creer no es meratnente admitir la
existencia de Dios y de Cristo, sino creer que Dios en Cristo interviene dentro de
la historia humana concreta: "Ser cristiano yo" significa "vivir que Cristo ha sido
constituido Señor también para mí".

Tema 14. NACIDO DE MUJER, QUE NO CONOCIÓ VARÓN

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Presentar al preadolescente que Jesús, constituido Señor para nuestra Salvación, fue
verdaderamente hombre. Es uno de los nuestros.

o Que el preadolescente descubra que la concepción virginal es un signo de que Cristo


no es enteramente de este munlo —"de esta creación"—. El origen de su concepción tiene en su raíz la
acción milagrosa del Espíritu Santo: "por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo
hombre (Credo de la Misa).

o Que el preadolescente, sabiendo por la historia de la salvación y por su propia fe


cristiana que para Dios nada hay imposible, descubra con gozo en este singular acontecimiento, nuevo
e insólito, las maravillas de la acción salvífica de Dios.

Siervo y Señor, es decir, hombre y Dios. Luz definitiva de la Pascua de


Cristo

16. Jesús, constituido Señor para nuestra salvación, fue verdaderamente


hombre. El asumió la condición humana, siendo de verdad uno de nosotros. Más
aún, asumió la condición de Siervo y fue ejecutado como un delincuente. Así
apuró el cáliz de la dura condición de hombre. Hasta la muerte, una muerte
afrentosa (F1p 2, 6ss). Pero fue constituido Señor, pues no era posible que este
Siervo experimentara la corrupción (Hch 2, 24ss). La resurrección de Jesús
manifiesta su divinidad, al mismo tiempo que la justicia de su causa. Su
condición de Siervo manifiesta su humanidad y también hasta qué punto él
asumió la realidad de la común existencia humana.
Nacido de mujer, que no conoció varón; nacido de Israel, de Adán, de Dios

17. Siervo y Señor, es decir, verdaderamente hombre y verdaderamente Dios.


Este esquema binario, que se manifiesta definitivamente a raíz de la Pascua y
que constituye una de las más antiguas formulaciones cristológicas, contiene la
clave según la cual debe ser interpretado el misterio histórico de Jesús. Ya
desde el nacimiento. Así las genealogías nos presentan la humanidad de Jesús,
profundamente vinculada a la historia de Israel y a la historia del mundo. La
concepción virginal, en cambio, nos presenta el primer signo de su trascedente
misterio.

El nacimiento y su circunstancia: como nacen los pobres

18. "Por entonces salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un
censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino
gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También
José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret,
en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su
esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí, le llegó el tiempo, del
parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, porque no tenían sitio en la posada" (Lc 2, 1-7).

De Israel y de Adán: el mensaje de las genealogías

19. Las genealogías definen de una manera concreta la verdadera humanidad


de Cristo. Jesús, como todo hombre, nace en medio de una larga historia que le
ha precedido y a la que está profundamente vinculado.. Ni Mateo ni Lucas
presentan un elenco completo. Escogen, según lal perspectiva de cada cual, los
hitos generalógicos más significativos que preparan el nacimiento de Cristo. Así
ponen de relieve, respectivamente, que Jesús pertenece, en realidad y verdad, a
Israel y a la humanidad (Cfr. Mt 1, 1-17; Lc 3, 23-38).

En el centro de la historia de Israel

20. Efectivamente, Mateo, cuyo evangelio tiene a los judíos por destinatarios,
presenta a Cristo profundamente enraizado en la historia de Israel. Su
genealogía sigue la sucesión dinástica y legal. Jesús aparece como el verdadero
heredero de la promesa hecha a Israel: toda la historia de este pueblo aparece
centrada en él y él es solidario de esta historia. Mateo muestra, en la persona y
en la obra de Jesús, el cumplimiento de las Escrituras y el sentido más profundo
de la historia de Israel.

En el centro de la historia humana

21. Por su parte, Lucas, que escribe para los gentiles, presenta a Cristo
profundamente vinculado con la historia de la humanidad. Su genealogía sigue
la línea de la descendencia natural. Jesús está, como Adán, en la misma raíz de
la historia humana. El es el depositario de la esperanza del mundo. Y así toda la
historia humana aparece centrada en El.
Su origen se enraíza en el Espíritu de Dios. Mensaje de la concepción
virginal

22. Así como las genealogías señalan la vinculación de Cristo a la historia de


Israel y a la humanidad entera, la concepción virginal manifiesta que Cristo no es
enteramente de esta huranidad, sino que el origen de su concepción es obra
exclusiva de la acción del Espíritu Santo. Tomando carne verdadera en las
entrañas de la Virgen María, es concebido, sin intervención de varón, "por obra
del Espíritu Santo". No pertenece totalmente a esta creación (Cfr. Hb 9, 11): fruto
primero de la nueva creación (Nuevo Adán), en él se dan las primicias de una
renovación no ya absoluta, porque Cristo es del mundo y de los hombres, pero
sí, en sentido profundamente cierto, una renovación que inaugura el ámbito de la
novedad total y definitiva: Cristo tiene un origen que es más que humano (Cfr. Mt
1, 18-25). El Espíritu Santo viene sobre María y el poder del Altísimo la cubre
con su sombra (Cfr. Lc 1, 35) y la Palabra (no nacida de carne, ni de deseo
carnal, ni de deseo de hombre: cfr. Jn 1, 13) se hace hombre en su seno, que
permanecerá siempre sellado por una perfecta integridad. La tradición cristiana
llamará a María: "la-siempre-Virgen".

La tradición de la mujer estéril

23. El acontecimiento único de la concepción virginal se produce en el seno de


una historia donde ha sido lentamente preparado. De grandes figuras del
Antiguo Testamento se confiesa que fueron fruto de la acción de Dios. Tras
ardientes deseos, tras oración y promesa de Dios, dio finalmente fruto un
matrimonio hasta entonces estéril. Así nacieron los antepasados de Israel Isaac
y Jacob, así Sansón, Samuel. Así también, cercano ya a Jesús, su precursor,
Juan Bautista. El niño de la casa de Acaz, el Emmanuel, signo de la fidelidad de
Dios en tiempos adversos (Cfr. Is 7, 14-17), supone un paso más en la tradición
de los niños del antiguo Israel nacidos de mujer estéril.

La solemnidad del oráculo, el nombre simbólico del niño, muestran que el


profeta entrevé en este nacimiento una intervención singular de Dios en orden a
la instauración del reino mesiánico. La antigua interpretación judía y también la
versión de los Setenta de este enigmático anuncio es un indicio más del alcance
extraordinario que se le concede durante siglos. Los relatos de Mateo y Lucas lo
verán cumplido en la concepción virginal de Jesús.

Moisés e Israel: salvados de las aguas por voluntad de Dios

24. Por su parte, Moisés, nacido en circunstancias difíciles, fue


significativamente "salvado de las aguas". Como, de modo semejante, después
lo fuera el pueblo entero de Israel. Israel es un pueblo "salvado de las aguas"
por la fe en Yahvé. En ese acontecimiento el pueblo toma conciencia de que
Dios ocupa un lugar —y éste, importante, central— en medio de su historia. Dios
visita a su pueblo, proclamará mucho después Zacarías, el padre de Juan
Bautista. La historia de Israel, como la de sus personajes más representativos,
es un fruto que revela una raíz profunda, poderosa, fecunda: la acción de Dios.
Todo ello confluye en la dei fe Isabel, fe que profesa el pueblo entero: "para Dios
nada hay imposible" (Lc 1, 37).

En la encrucijada de dos tradiciones

25. El nacimiento de Cristo, si bien con características propias, queda


enmarcado en el significativo contexto de las dos tradiciones precedentes: a), la
concepción virginal de Jesús se inscribe —superándola— en la vieja tradición de
las mujeres estériles de Israel; b), la cruel represión del movimiento mesiánico,
producido en torno al nacimiento de Jesús, pone en peligro la vida del niño. Al
escapar de las manos de Herodes, Jesús es —como Moisés y como el pueblo—
salvado de las aguas, de la persecución y de la muerte (Cfr. Mt 2, 13-18).

Expectativas mesiánicas Simeón, un hombre que vio en profundidad

26. Simeón recoge las expectativas mesiánicas que realmente rodean el


nacimiento de Cristo. El toma conciencia de que se halla delante del Mesías.
Desde ese momento no le importa ya morir, su vida ha adquirido pleno sentido,
"porque —dice— mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante
todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel".
Aunque el misterio le Jesús le desbordara, Simeón ha percibido que el Mesías
viene bajo la figura del Siervo sufriente, "puesto para que muchos en Israel
caigan y se levanten; será como una bandera discutida" Por ello le anuncia a
María que una espada le atravesará.el alma. María y José quedan abiertos al
misterio: "estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2, 25-35).

Hijo de la promesa, como ninguno

27. En efecto, entre todos los hijos que fueron dados a Israel como fruto de una
promesa, Jesús representa la cima más alta. Cuando él vino al mundo, había
todo un pueblo que pedía su nacimiento; una larga historia lo había prometido.
Era hijo de la promesa como ningún otro. El más profundo anhelo del género
humano encontró en él su cumplimiento. Esta misma es la razón por la que tal
cumplimiento sobrepasa las posibilidades humanas mucho más que la venida al
mundo de cualquier otro hombre. No hay nada en el seno de la humanidad, ni en
la fecundidad humana que pueda engendrar a aquel de quien depende toda
fecundidad humana y todo el desarrollo de nuestra estirpe, pues todo ha sido
creado en él.

Testimonio de San Mateo y de San Lucas

28. Este misterio del grandioso regalo que Dios ha hecho a los hombres en la
persona de Jesús, lo podemos ver también señalado por el acontecimiento —
igualmente lleno de misterio— de la concepción virginal de Jesús, que nos
presentan en su evangelio San Mateo y San Lucas: Jesús no ha sido
engendrado por intervención de un hombre, sino que fue concebido por obra del
Espíritu Santo, y nació de una mujer joven, llena de gracia y elegida por Dios
para ser la Madre de su Hijo.
Fe de la Iglesia

29. Esta enseñanza del Evangelio fue recogida por todas las antiguas
profesiones de fe y por la ininterrumpida tradición de los padres de la Iglesia y
del magisterio; con el cual todos nosotros confesamos que Jesús "fue concebido
por obra y gracia del Espíritu Santo, y nació de Santa María la Virgen" (Símbolo
de los Apóstoles).

Para Dios no hay nada imposible

30. La historia de Israel, como la de sus personajes más representativos (¡sobre


todos, Cristo!) es un fruto que revela una raíz profunda, poderosa, fecunda: la
acción de Dios. No sólo la naturaleza, la existencia, la vida, es don de Dios, sino
también la historia. Dios se manifiesta en medio de los acontecimientos. Por ello,
la fe de Isabel, de María, de la Iglesia, nuestra propia fe, es ésta: "para Dios
nada hay imposible" (Le 1, 37).

Tema 15. AÑOS DE VIDA OCULTA DE JESÚS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

-Que el preadolescente descubra cómo los años oscuros de Jesús se desarrollan bajo el signo de lo
cotidiano participando plenamente de la condición humana.

-Que el preadolescente experimente esta encarnación de Cristo como una presencia redentora y
liberadora en nosotros, que nos cura, nos vivifica y nos salva de nuestra pobreza y oscuridad.

La Pascua de Cristo, en el primer plano del Evangelio

31. Los años de vida oculta constituyen una amplia etapa en la vida de Jesús.
Desde el nacimiento en Belén hasta el bautismo en el Jordán. Casi toda su vida.
Con todo, no es esta etapa, sino el acontecimiento de la Pascua, lo que ocupa el
primer plano del Evangelio. La primera indicación que hallamos en las capas
más antiguas; del Nuevo Testamento no se refiere a su juventud, ni siquiera al
curso general de su vida, sino a lo que fue culminación de su existencia: su
muerte y su liberación de ella por obra de Dios Padre, es decir, su Resurrección.
Lo que cuenta ante todo es que ahora vive. Este acontecimiento ilumina toda la
vida de Jesús. Pero, los evangelistas no han tenido especial preocupación por
narrar con detalle todos los sucesos de la vida del Señor.

Escasez de datos sobre los años de vida oculta de Jesús


32. Podríamos preguntarnos si no sería deseable que estuviésemos mejor
informados sobre algunos pormenores históricos en torno a los años ocultos de
Jesús. En efecto, el conocimiento de un personaje histórico parece exigir, y más
en nuestra mentalidad de hoy, una información amplia sobre los orígenes de su
formación espiritual y cultural. Ya en los primeros siglos se sintió la necesidad de
llenar esta laguna inventando leyendas acerca de la infancia de Jesús
(Evangelios apócrifos). Es una curiosidad inspirada por el amor y deseo de
conocer mejor al Señor.

No es un obstáculo a nuestra fe

33. En definitiva, la escasez de datos sobre los años ocultos de Jesús no es


impedimento para nuestra fe. Los Evangelios no tratan simplemente de construir
una biografía en el sentido moderno de esta palabra, como si se pretendiera
fundamentalmente ofrecer información sobre alguien que vivió y murió. Los
Evangelios nos hablan, ante todo, de alguien que ha vencido a la muerte. Los
evangelistas nos aportan unos hechos históricos que poseen en sí una fuerza
salvadora que afecta a todos los hombres y que, por tanto, constituyen el objeto
de un Mensaje permanente que nos es comunicado por alguien que vive.

Condición humana de Jesús: Pobre de Yahvé. Familia, nacimiento,


costumbres

34. Es importante destacar que no es sólo la escasez de datos lo que hace


oscura esa larga etapa de la vida de Jesús, sino, sobre todo, las circunstancias
de su vida. Jesús, como los "pobres de Yahvé", vivió oscuramente.

María no es más que una humilde mujer aldeana, "la esclava del Señor"; pero,
sin embargo, sobre ella descansa la gloria de Dios. El nacimiento de Jesús tiene
lugar en medio de unas condiciones relativamente dramáticas; sin embargo, los
ángeles del Señor cantan su gloria. Jesús y María se atienen a todas las
costumbres cultuales y rituales de Israel, manteniendo su condición de pobres;
pero los herederos de los "pobres de Yahvé", en quienes las esperanzas de
salvación están siempre tan vivas, saben reconocer al rey mesiánico, que es la
luz del mundo.

Obediencia, maduración. Bajo el signo de lo cotidiano

35. Jesús se pierde entre la muchedumbre y anuncia a sus padres, extrañados,


algo de la grandeza de su misterio personal "¿No sabéis que yo debía estar en
la casa de Padre?" (Le 2, 49); luego se sumerge en la obediencia cotidiana y en
una vida sencilla durante muchos años. No sabemos ya nada de él, a no ser
que, por haberse asemejado tan profundamente a sus compatriotas, suscitó la
incredulidad general cuando empezó a revelarse como profeta (Le 4, 16-30).

Bajo la figura del siervo


36. Los capítulos que dedica Lucas a la infancia de Jesús muestran como en
parábola, ejemplificado, aquel versículo del Magnificat: "Derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes" (Lc 1, 52). Son las

"Deduce en cuánto te tasó..."

palabras que resumen la fe de los "pobres de Dios". La oscuridad en la vida de


Jesús se explica, por tanto, de la siguiente manera: Es el heredero de los
pobres, su figura más perfecta, el siervo descrito por Isaías en los capítulos 52-
53. El mesianismo de Jesús es el de este Siervo de Yahvé.

37. Muchos creyentes han comentado con admiración la oscuridad mesiánica de


Jesús. Citamos algunos: "Deduce, de todo lo que se dejó hacer por ti, en cuánto
te tasó, y así su benignidad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más
pequeño se hizo en humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y
cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. 'Ha
aparecido, dice el Apóstol, la bondad y la humanidad de Dios, nuestro
Salvador'... Grandes y manifiestas son la bondad y la humanidad de Dios, y gran
indicio de benignidad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el
nombre de Dios" (San Bernardo).

Se sometió a la condición de aquellos a quienes amaba

38. "El Hijo del Hombre vino en persona a la tierra, se revistió de humanidad y
sufrió voluntariamente la condición humana. Quiso someterse a las condiciones
de debilidad de aquellos a quienes amaba, porque quería ponernos a nosotros a
la altura de su propia grandeza" (Clemente de Alejandría).

La densidad de la condición humana, modo concreto de la encarnación

39. Conocida es la frase de San Ireneo: Dios se encarna a fin de habituarse al


hombre y que el hombre se habitúe a Dios. San Ireneo quiere indicar que Dios
se hace humano, para que el hombre se haga divino. Pero este intercambio no
es algo abstracto, sino bien concreto. La encarnación es verdaderamente la
humanización de Dios en su Hijo. No puede haber encarnación si el Hijo no
entra en toda la densidad de la condición humana.

La etapa de los años de vida oculta, exigencia de la Encarnación

40. Los años de vida oculta de Jesús nos invitan a pensar en su humanidad
concreta: él fue realmente hombre, con todas las limitaciones que lleva consigo.
Como dice San Juan, "la Palabra se hizo carne" (Jn 1, 14). Más allá de toda
apariencia y docetismo, Jesús tiene toda la realidad de nuestra condición y, en
ella, vive la lenta maduración que exige nuestro destino humano. Los años de
oscuridad y de maduración de que habla San Lucas, nos hacen desconfiar una
vez más de toda invención o fábula que venga a escamotear el "escándalo" de
la Encarnación (Cfr. 2 Jn 1, 7): Jesús de Nazaret nos ha proporcionado el rostro
humano de Dios, asumiendo la condición más común de los hombres.
Hubiera sido un extraño

41. Si hubiera utilizado sus poderes sobrenaturales en beneficio propio, para su


propio interés, no habría sido totalmente uno de nosotros, no habría participado
plenamente de la condición humana. No habría sido un compañero nuestro.
Habría hecho trampa, valga la expresión: un Dios que viene a nosotros por un
tiempo limitado y se toma la libertad de escapar a las leyes de la existencia
humana. Hubiera sido un extraño.

"Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los


hombres"

42. Los años de vida oculta de Jesús y su condición de Siervo nos revelan, de
forma incomparable, la humanidad del Hijo de Dios: hasta qué punto se hizo uno
de nosotros, "en todo exactamente como nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4,
15). Como un niño cualquiera de su edad, "Jesús iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios le acompañaba"
(Le 2, 40). Tras el episodio del templo, hecho que manifiesta el despertar de la
más sublime vocación (2, 49), Jesús baja con sus padres a Nazaret y vive sujeto
a ellos (2, 51). El "iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y
los hombres" (2, 52).

Tema 16. VIDA PUBLICA DE JESÚS. BAUTISMO. PREDICACIÓN. SIGNOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente

-descubra la predicación de Jesús como buena noticia para todos aquellos que reconocen su limitación,
su insuficiencia y su pecado.

-descubra que la misma persona de Jesús, revelador del Padre, es la buena noticia.

-experimente cómo esta buena nueva se puede cumplir en él mismo.

-descubra cómo el cumplimiento de la buena noticia se realiza ya a través de unos signos, unos
milagros. Jesús anuncia una palabra que se cumple.

Los comienzos: misión, vocación, bautismo

43. Los evangelios describen los comienzos de la vida pública de Jesús de


modo que en ellos expresan el núcleo esencial de su misión, de su vocación.
Tales comienzos están presididos por un hecho que desde la más antigua
tradición es transmitido con insistencia: su bautismo de manos de Juan en el
Jordán. El hecho es narrado de forma que las imágenes exteriores apuntan a
una realidad que jamás se podrá expresar adecuadamente con palabras.

Hijo de Dios y Siervo de los hombres: "...a quien prefiero"

44. Se trata de expresar la relación del Padre con Jesús y de la fuerza del
Espíritu. Esta relación es expresada en términos del Antiguo Testamento: "Tú
eres mi Hijo amado, mi predilecto" (Mc 1, 11). Así se evoca la figura del Siervo
de Yahvé, al que están consagrados algunos cánticos del libro de Isaías. Allí se
lee: "Mirad a mi siervo..., mi elegido, a quien prefiero" (Is 42, 1). Y en otro
pasaje: "el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes" (ls 53. 6).

Vocación de servicio. Sin condiciones, hasta la muerte

45. El bautismo de Jesús es expresión de su solidaridad con el pueblo pecador,


que se dispone a recibir el reino de Dios, anunciado como inmineme por Juan. El
bautismo es, además, un signo del servicio de Jesús, de su sumisión y hasta de
su muerte. Más adelante, aludirá Jesús por dos veces al final de su existencia
terrena con la palabra "bautismo" (Mc 10, 38; Le 12, 50). El Hijo amado se
consagra como siervo, como humilde y pequeño, como cordero que lleva los
pecados del mundo. Tal es su vocación.

Un bautismo para todos los creyentes futuros

46. En la narración del bautismo se expresa también la relación del Espiritu


Santo con Jesús: "Vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una
paloma" (Mc 1, 10). De modo semejante prosigue también el cántico del Siervo
de Yahvé: "Sobre él he puesto mi Espíritu..." (ls 42, 1). Por este bautismo del
Espíritu, cobra nuevo significado el bautismo de agua de Juan: se convierte en
símbolo del bautismo del Espíritu para todos los creyentes futuros.

Sumergido en el Jordán, en lugar nuestro

47. Así celebra este acontecimiento la Liturgia de Oriente en la vigilia de la


Epifanía: "Hoy inclina el Señor la cabeza ante la mano del precursor; hoy lo
bautiza Juan en las ondas del Jordán; hoy oculta el Señor en el agua las culpas
de los hombres; hoy es atestiguado desde lo alto como hijo amado de Dios; hoy
santifica el Señor la naturaleza del agua". Se inmerge en la corriente del Jordán
no para purificarse a sí mismo, sino para preparar nuestra regeneración.

La tentación, oposición al bautismo

48. Los Evangelios nos hablan de tentaciones contra la vocación de Jesús (Mt 4,
1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13; cfr. Tema 6). Además de estas tentaciones
narradas al comienzo de la vida pública de Jesús nos cuentan la tentación
ocurrida en medio de su actividad pública, por ejemplo, cuando reveló por vez
primera la forma de su muerte, el bautismo definitivo, que sería su muerte:
"Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permitas. Dios, Señor!
Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista,
Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios"
(Mt 16. 22-23). La petición bienintencionada de Pedro se oponía a la misión de
Jesús; era una tentación de su adversario Satán.

Tras el arresto de Juan, comienza a predicar Jesús. En Galilea, allende el


Jordán

49. Así, pues, habiendo recibido el Espíritu y superando toda tentación contra su
propia misión, Jesús inaugura su predicación justamente en el momento en que
Juan había sido arrestado. Comienza a predicar en Galilea. "Así se cumplió lo
que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país de Neftalí, camino del
mar, al otro lado del Jordán, Galilea da los gentiles. El pueblo que habitaba en
tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos,
porque está cerca el Reino de los Cielos" (Mt 4, 14-17). 0 como dice San
Marcos: "Se ha cumplido el ptazo; está cerca el Reino de Dios: Convertíos y
creed el Evangelio" (Mc 1, 15).

El mundo postrado en tinieblas necesita una intensa luz

50. El fondo del corazón humano alimenta siempre la espera de una buena
noticia. A lo largo de la historia los hombres han ido materializando esta espera,
y así se han ido entregando a la búsqueda de la "piedra filosofal", del "vellocino
de oro" o de los "paraísos terrestres". Nuestro mundo todavía puede soñar la
novedad radical siguiendo la inmensa ruta de los "viajes espaciales". Y cada
persona, desde su rincón, espera durante mucho tiempo un mañana mejor. En
definitiva, el pueblo postrado en tinieblas necesita una intensa luz.

El reino de Dios no viene aparatosamente: ya está entre vosotros

51. Jesús anuncia una radical novedad: el Reino de Dios. Y, sin embargo, se
abstiene de las fantásticas descripciones con que entonces se engañaba la
imaginación popular. No desenvaina ninguna espada, ni derriba ninguna estrella
del cielo. El Reino de Dios no es algo que sobrevenga y caiga desde fuera, de
una manera externa y accidental, como un aerolito o como una catástrofe. El
reino de Dios es una realidad que se está forjando en el seno de la humanidad.
Preguntado por los fariseos cuándo había de llegar el Reino de Dios, Jesús
contestó: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que
está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc
17. 20-21).

El Reino de Dios oculto

52. El judaísmo, tornando al pie de la letra los oráculos escatológicos del Antiguo
Testamento, se representaba la venida del Reino como algo fulgurante e
inmediato. Jesús lo entiende de otra manera. El Reino viene cuando se dirige a
los hombres la Palabra de Dios. Debe crecer, como una semilla sembrada en el
campo (Mt 13, 3-9.18-23). Crecerá por su propio poder como el grano (Mc 4, 26-
29). Fermentará y levantará al mundo, como la levadura echada en la masa (Mt
13, 33). Sus humildes comienzos contrastan así con el futuro que se le promete.
Las parábolas del Reino de Dios vienen a decir que lo que importa no es el
efecto exterior que deslumbra a los hombres, pero no les nutre, sino la acción de
Dios, que está oculta en el cotidiano quehacer, en la vida ordinaria de los
hombres.

Ha comenzado ya en la persona de Jesús

53. Lo más sorprendente del mensaje de Jesús es que anuncia un Reino que ha
comenzado ya en su propia persona. Mientras los videntes apocalípticos
hablaban sobre cosas que caían fuera de ellos mismos, Jesús lleva el Reino de
Dios en sí mismo. "Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los
ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes
desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron"
(Lc 10, 23-24). El Reino de Dios no es para Jesús una visión lejana. El mismo
Jesús está en medio de él, empeñado en la lucha contra otro reino: "Si yo echo
los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado
a vosotros" (Lc 11, 20).

Jesús lleva en sí mismo la cercanía de Dios. Una autoridad que no tiene


par

54. Jesús hace sentir sin rodeos, a todo el que se le acerca .con corazón
sincero, la cercanía de Dios. Así lo percibe Nicodemo y le dice a Jesús: "nadie
puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él" (Jn 3, 2). Jesús
lleva en sí mismo la cercanía de Dios. Ello da a su persona una autoridad
serena, que no tiene par: "La gente estaba admirada de su enseñanza, porque
les enseñaba con autoridad y no como los escribas" (Mt 7, 28-29). Jesús
completa todo lo que le precede y enseña con palabras que durarán más que el
cielo y la tierra, destinados a pasar (Me 13, 31).

Jesús, el verdadero templo

55. Jesús es el verdadero templo, el templo nuevo y definitivo, que no está


hecho por mano humana, en el cual la Palabra de Dios establece su tienda entre
los hombres, como en otro tiempo lo hiciera con el Pueblo de Israel, en el
desierto (Ex 25, 8ss): "Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros" (Jn
1, 14). Con su muerte, el templo de su cuerpo será destruído, pero, con su
resurrección, será reedificado (Jn 2, 19): su mismo cuerpo, signo vivo de la
presencia divina aquí en la tierra, conocerá un nuevo estado transfigurado, que
le permitirá hacerse presente en todos los lugares, liberado ya de los
condicionamientos del espacio y del tiempo. Jesús es la nueva y definitiva
morada de Dios para loa hombres.

El Reino de Dios es inseparable de la conversión del hombre


56. Jesús enfoca su predicación en la línea de los grandes profetas, que
prepararon su venida. Asimismo, salvando la diversidad de los tiempos, de los
lugares y de los auditorios, las predicaciones de Juan Bautista, de Jesús, de
Pedro o de Pablo ofrecen todas un mismo esquema y una misma orientación:
llaman a la conversión y anuncian un acontecimiento. El Reino de Dios es
inseparable de la conversión del hombre.

La palabra de Jesús frente a la experiencia del mundo

57. Ahora bien, la predicación de Jesús incide en un mundo, donde reina de


modo manifiesto la experiencia contraria. Si su predicación proclama como
presente el Reino de Dios y llama a la conversión, el mundo vive justamente lo
contrario: no existe ningún Señor y, además, el hombre no puede cambiar.
Quedan, pues, alienadas, frente por frente, la Palabra de Jesús y la experiencia
del mundo. El mundo prescinde de Dios, desconoce su acción en la historia y no
experimenta necesidad de conversión.

La conversión como buena noticia: El Reino de Dios en acción

58. Sumamente importante esto: la predicación de Jesús exige conversión no


únicamente exhortando a los hombres a vivir como deben, sino anunciándoles
que el Reino de Dios está ya presente y en acción. En virtud de este
acontecimiento de la llegada del Reino de Dios, la conversión le es ofrecida al
hombre gratuitamente, de balde. Es una posibilidad de vida nueva que se abre
por gracia con la venida del Reino. El cumplimiento del Sermón de la Montaña
(programa de Jesús) es anunciado a hombres que no pueden cumplir la Ley. Si
tal anuncio no fuera hecho en un régimen de gracia, no sería recibido como
buena nueva, sino como mala noticia. Sería como cargar un peso sobre los
hombros de quienes ya se doblan.

La fuerza de Dios se despliega en la debilidad del hombre

59. En efecto, el hombre está sometido a señores muy poderosos, como para
que —por su propia fuerza— pueda cambiar: "ninguno (de vosotros) cumplís la
Ley" (Jn 7, 19), dice Jesús a los judíos (y le quieren matar). El hombre,
ciertamente, necesita "nacer de lo alto" (Jn 3, 3.7). Ahora bien, si el hombre
cambia, si el hombre sigue un proceso serio de conversión, entonces es que el
Reino de Dios ha aparecido en medio de nosotros (Cfr. Le 11, 20). La fuerza de
Dios se despliega en la debilidad del hombre (2 Co 12, 9).

Anunciar a los pobres la buena nueva

60. Por ello la buena nueva es anunciada a los pobres, es decir, a todos
aquellos que tienen conciencia de su limitación e insuficiencia. Así cumple Jesús
la profecía de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a
los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista" (Lc 4, 18). Esta Escritura se
cumplió un día en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 21) y en toda la vida pública de
Cristo. Inspiración semejante refleja la respuesta que Jesús da a los enviados de
Juan: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los
inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio" (Lc 7, 22).

Exigencias para entrar, desde ahora, en el Reino de Dios

61. El Reino es el don de Dios por excelencia, el valor esencial que hay que
adquirir a costa de todo lo que se posee (Mt 13, 44ss). De ahí se sigue que es
necesaria una decisión; hay que convertirse, buscar continuamente el rostro de
Dios (Cfr. Sal 104, 4), abrazar las exigencias del Reino. El Reino no es algo que
se pueda considerar como un salario debido en justicia: Dios contrata libremente
a los hombres en su viña y da a sus obreros lo que le parece bien (Mt 20, 1-16).

Sin embargo, si bien todo es gracia, los hombres deben responder a esta gracia:
se requiere un alma de pobre (Mt 5, 3), una actitud de niño (Mt 18, 1-4; 19, 14),
una búsqueda activa del Reino y de su justicia (Mt 6, 33), la perseverancia en
medio de las persecuciones (Mt 5, 10; Hch 14, 22; 2 Ts 1, 4-5), el sacrificio de
todo lo que se posee (Mt 13, 44ss), una justicia mayor que la de los fariseos (Mt
5, 20); en una palabra, el cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 7, 21),
especialmente en lo que toca al amor fraterno (Mt 25, 34-40). Todo esto se exige
a quien quiera entrar ya desde ahora en el Reino de Dios.

Jesús perfecciona e interioriza la ley

62. Las exigencias del Reino de Dios las encontramos resumidas en el Sermón
de la Montaña. No se trata de leyes minuciosamente formuladas, ni de un
reglamento impersonal. Jesús nos pone delante del Dios vivo. El perfecciona e
interioriza la Ley, que hasta entonces se había quedado en lo exterior.

Todas las modificaciones que Jesús introduce aparecen formuladas del


siguiente modo: "No sólo... sino también". No sólo el homicidio, sino también la
simple palabra de odio. No sólo el adulterio, sino también la simple mirada y
deseo, y el pensamiento que se consiente. Lo mismo sucede cuando exige que
se diga la verdad, sin necesidad de juramento, en el mandato de no vengarse, y,
finalmente, en la invitación a un amor que no excluya a nadie, ni aún a los
enemigos, imitando la perfección del Padre, que hace salir el sol y envía su lluvia
sobre justos y pecadores (Mt 5, 43-48).

El don del Espíritu

63. Ante el Sermón de la Montaña, el hombre tiene delante la voluntad de Dios


sin velos ni tapujos. La primera reacción del corazón generoso es de asombro y
gozo: "Sí, así es; así debe ser, esto es vida...". Pero inmediatamente surge la
pregunta: "¿Es esto posible?". Y pensamos: "esto no se puede cumplir al pie de
la letra". Precisamente por eso no se puede convertir en simple ley. Sin
embargo, es voluntad de Dios, es la alegría del Reino. Y, de hecho, muchos lo
van experimentando: son aquellos que acogen con fe el Don del Espíritu.
El hombre, en el punto de una opción: acogida o rechazo del reino de Dios

64. La predicación del Reino de Dios sólo ejerce su fuerza salvadora si el


hombre responde con la fe. El Evangelio es "una fuerza de salvación de Dios
para todo el que cree" (Rm 1, 16). Conduce al punto de una opción. No caben
términos medios. Es preciso decidir. Como dice Jesús: "El que no está conmigo,
está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11, 23).

El rechazo humano del Evangelio tiene su prototipo en la actitud cerrada de


Jerusalén ante la predicación de Jesús: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a
tus hijos, como la gallina a sus pollitos bajo las alas! ¡Pero no habéis querido!"
(Lc 13, 34). San Pablo experimentará, como Jesús, el rechazo dado a su
predicación y dirá: "Pero no todos han prestado oído al Evangelio..." (Rm 10,
16).

Jesús anuncia y ofrece el perdón de Dios

65. Jesús fue enviado por su Padre, no como juez, sino como Salvador (Jn 3,
17ss; 12, 47). Invita y suscita la conversión en todos los que la necesitan (Lc 5,
32; 19, 1-10), revelando que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar
(Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt 18, 12ss). Jesús no sólo
anuncia este perdón a quien se reconoce pecador, sino que, además, lo ejerce;
da testimonio con sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Mt 9,
5ss; cfr. Jn 5, 27). A los pecadores que se veían excluidos del reino de Dios por
la mezquindad de los fariseos, proclama el Evangelio de la iisericordia infinita.
Jesús los acoge y come con ellos (Lc 19, 1-10; 15, 2). Los que alegran el
corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino aquellos que
reconocen su pecado (Le 18, 9-14), aquellos que son como la oveja o la dracma
perdida y hallada (Le 15, 7-10). El corazón de Dios Padre, que mostraba Jesús,
en cada uno de sus actos, quedó retratado para siempre en la parábola del hijo
pródigo: el Padre está acechando el regreso de su hijo y, cuando lo descubre de
lejos, siente compasión y corre a su encuentro (Lc 15, 20).

Encontrar a Dios Padre en el centro de la vida

66. Jesús es el revelador de Dios como Padre. En su vocabulario hay una


palabra que lo resume todo: Abba. Es una palabra infantil y confiada, una de las
primeras que afloran en la boca humana: papá, abba. Esta palabra aramaica es
un diminutivo. Así llamaba Jesús a Dios. Y además nos enseña a nosotros a
hacer lo mismo. Para ello nos envía su Espíritu: "Ese Espíritu y nuestro espíritu
dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16). Jesús revela
que el hombre puede acudir siempre a Dios en el cotidiano quehacer, tal como
es, con sus miserias y necesidades. Confiar en el Padre, encontrar a Dios en el
centro de la vida, es para Jesús el verdadero corazón del Evangelio.

El núcleo de la ley
67. El amor a Dios y el amor al prójimo son constantes fundamentales en la
predicación de Jesús, que no pueden separarse. Ambos mandamientos
constituyen el núcleo de la Ley. Un fariseo, con ánimo de ponerle a prueba, le
preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? El le dijo:
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley
entera y los profetas" (Mt 22, 36-40).

Alcance universal

68. La predicación de Jesús, radica en Palestina, desborda netamente el


particularismo judío. Tiene alcance universal. La salvación comienza, sin duda,
por los judíos (Cfr. Jn 4, 22), pero el pueblo que se congregará para formar el
Reino de Dios procede de todas partes. El caso del centurión romano es
elocuente. Jesús queda admirado y dice no haber encontrado en Israel una fe
tan grande (Cfr. Mt 8, 10). Y añade: "Os digo que vendrán muchos de Oriente y
Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos;
en cambio, a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas. Allí
será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 8, 11-12).

Gracia de Dios que transforma al hombre

69. En resumen, según las enseñanzas de Jesús, la realidad del Reino de Dios
no consiste sólo en una elevación moral del hombre, sino, sobre todo, en el don
de la gracia divina que transforma radicalmente al hombre; consiste,
primordialmente, en la presencia vivificante del Espíritu. Dios se da al hombre.

Les anunciaba la palabra con muchas parábolas

70. Para su predicación, Jesús utiliza frecuentemente la parábola, nanación


destinada a ilustrar una verdad por medio de analogías y comparaciones: "Con
muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su
entender" (Mc 4, 33). Así, de modo sencillo, explica Jesús la génesis, desarrollo
y crecimiento del Reino de Dios. "El Reino de Dios es semejante"... a un poco de
levadura que termina fermentando toda la masa; a un grano de mástaza, la más
pequeña de todas las semillas, que —cuando crece— viene a ser la mayor de
las hortalizas; a una semilla destinada a crecer; a un tesoro escondido en el
campo; a una red... Jesús les hablaba en parábolas a las gentes para que se
cumpliese el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré
lo secreto desde la fundación del mundo" (Mt 13, 34-35).

"¿Por qué les hablas en parábolas...?"

71. Jesús se hace entender por medio de parábolas. Sin embargo, hay un
pasaje evangélico en que parece que la parábola no pretende la comunicación
con los que la escuchan. Es éste: "Se acercan a Jesús los discípulos y le
preguntan: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les contestó: A vosotros se os
ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos, y a ellos no. Porque
al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo
que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin
oír ni entender" (Mt 13 10-13; cfr. Mc 4, 10-12; Lc 8, 9-10).

Muchos se quedan en el umbral de la parábola: Tienen embotado el


corazón. Están fuera

72. En quienes se quedan en el umbral de la parábola, Jesús ve cumplida la


profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin
ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han
cerrado los ojos: para no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni entender con el
corazón ni convertirse para que yo los cure" (Mt 13, 14-15). Jesús no se alegra
por ello ni lo desea, sino que, al contrario, lo deplora. Sencillamente, llama la
atención sobre un hecho. Efectivamente, muchos no penetran en el sentido de la
parábola: tienen embotado el corazón, duros los oídos, cerrados los ojos. Están
fuera del reino de Dios (Mc 4, 11).

El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente


ligadas

73. En la predicación de Jesús, los hechos acompañan a las palabras. Jesús


anuncia una palabra que se cumple. Esto es, los signos acompañan a la
predicación. Es ésta, por lo demás, una característica de la historia de la
salvación que alcanza su plenitud en Cristo. Tal característica es señalada por el
Concilio Vaticano Il: "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación
manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a
su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En
definitiva, el estilo de Cristo es ese que utiliza en la sinagoga de Nazaret: `"Hoy
se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Le 4, 21). Es decir, Cristo cumple
con su misión salvadora el Reino de Dios que anuncia.

Los milagros, como acontecimientos del reino de Dios

74. Los milagros de Jesús se inscriben dentro de la perspectiva de la


inauguración del Reino de Dios, anunciado por su predicación. Los milagros son
la palabra de Dios hecha acontecimiento. Frecuentemente, el hombre moderno
se pregunta sobre la relación entre milagro y orden físico, es decir, si los
milagros suceden "fuera de las leyes de la naturaleza". En realidad, la Biblia no
nos explica nunca la relación entre milagro y naturaleza, sino la que hay entre
milagro y Dios. Para los hombres que escriben la Biblia, el milagro es una
experiencia de la intervención de Dios en los sucesos.

El milagro no es una intervención arbitraria y extraña de Dios

75. Nadie nos obliga a considerar los milagros como una intervención arbitraria y
extraña de Dios, como si Dios impidiera el curso de su propia creación. Por el
contrario, el milagro no va contra las fuerzas de la creación, sino que hace brillar
de manera maravillosa el señorío de Dios sobre la naturaleza y la historia, en la
dirección de una plenitud por la que la creación entera gime y sufre dolores de
parto (Rm 8, 22). Como dice Jesús: "Mi Padre sigue actuando, y yo también
actúo" (Jn 5, 17).

Ignoramos lo que Dios puede hacer con el mundo y con nosotros

76. Por ello, en el milagro, lo menos importante es lo que pueda haber de


suspensión de leyes de la naturaleza. El milagro es ante todo una manifestación
de Dios, un signo a través del cual el creyente rastrea la presencia de la nueva
creación, cuya plenitud es Jesucristo resucitado. De este modo el creyente
descubre insospechadas posibilidades que Dios reserva para el hombre y para
el mundo.

Los milagros sirven a la predicación, en cuanto la muestran eficaz

77. Los milagros de Jesús son parte de su predicación. Son el cumplimiento de


su palabra. Donde su predicación o al menos su persona no es acogida con
algún grado de fe, Jesús no obra milagros, por ejemplo, ante un grupo de
hombres cerrados ya de antemano, como sus paisanos de Nazaret, los fariseos
o Herodes. Si es cierto que una vez se lee: "Creedme... Si no, creed a las obras"
(Jn 14, 11), también leemos que Jesús no tenía mucha confianza en quienes
sólo creían por razón de los milagros (Jn 2, 23-24). Y el mismo dice de los
hermanos del rico glotón: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán
caso ni aunque resucite un muerto" (Le 16, 31).

Donde no hay fe no es percibido el milagro. Sin violentar la condición


humana

78. Por parte del hombre, la fe es acogida recepción de la palabra predicada. Si


el milagro es la palabra cumplida, se sigue entonces que, donde no hay fe, no
es percibido el sentido profundo del milagro. Por ello dice Jesús: "Dichosos los
que crean sin haber visto" (Jn 20, 29). Esos son, efectivamente, los que verán.
El Reino de Dios no viene aparatosa ni espectacularmente. El Reino viene,
como Jesús, bajo la figura del Siervo, sin dejarse sentir, sin triunfalismos, sin
apariencias. Los milagros que Jesús lleva a cabo para manifestar el sentido de
su palabra no atentan en nada contra la condición humana de su presencia en el
mundo, y por tanto contra su misión de siervo. No pretenden establecer de
antemano el "paraíso", sino orientar a los hombres hacia lo que anuncia su
mensaje, revelar el poder de liberación del reino de Dios que llega.

El milagro como signo mesiánico acerca de Jesús

79. Con sus milagros, manifiesta Jesús que el Reino mesiánico anunciado por
los profetas está presente en él (Mt 11, 2ss). Pero no es el acontecimiento
milagroso aislado lo que da testimonio de Cristo, sino el acontecimiento, en
cuanto que referido a su Palabra, implica el cumplimiento de la misma. La Iglesia
naciente consideró los milagros como consideró las parábolas y otros gestos del
Señor (por ejemplo, el lavatorio de pies en la última cena; cfr. Jn 13, 1-16). es
decir, como revelaciones o señales para aquellos a quienes se había dado a
conocer los misterios del Reino de Dios (Mc 4, l l ss).

El milagro, anticipación del Reino

80. Para el forastero los milagros eran meros portentos, los hechos de un
taumaturgo entre muchos. Para el creyente eran ante todo acciones admirables
de Dios, anticipaciones del Reino de Dios. Como mera maravilla, el milagro no
tiene valor religioso y, además, tal sensacionalismo es rechazado por Jesús. El
milagro está en relación inmediata con el reino de Dios que Cristo anuncia, con
su persona y con su misión. En definitiva, la incapacidad de muchas hombres
para percibir el verdadero significado de los milagros de Jesús es considerada
por El como equivalente al rechazo de su evangelio y, en último término como
un aspecto del escándalo general al que está expuesto el misterio central de su
persona.

81. Es interesante destacar que Jesús comienza a realizar milagros después de


recibir el Espíritu en el bautismo. Ungido de Espíritu y poder, inaugura la Nueva
Creación (Mt 3, 16), arroja su semilla anticipando lo que está llamada a ser la
humanidad entera. El es el nuevo Adán, el Hombre Nuevo en medio de un
mundo que declina hacia la muerte.

Los apóstoles repiten las acciones salvadoras de Jesús

82. Cuando los apóstoles reciben el Espíritu, repiten asimismo las acciones
salvadoras de Jesús: "Ellos se fueron a pregonar por todas partes y el Señor
cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban" (Mc
16, 20). Los apóstoles toman conciencia de que Jesús está con ellos, según su
promesa.

Dios actúa y Jesús sigue actuando

83. En la Iglesia de hoy, como en la Iglesia naciente (Hch 2, 43; 3, 12ss), Jesús
continúa actuando y haciendo milagros. Hoy como ayer este lenguaje es
incomprendido por el espíritu soberbio o arreligioso, pero lo percibe el que
sabiendo que nada es imposible para Dios se abre a los requerimientos de la fe
y del amor, cuando el contexto religioso del hecho indica que Dios ha hecho
señas.

Tema 17. QUIEN ES JESÚS: MESÍAS, SIERVO, SEÑOR, HIJO DEL HOMBRE,
HIJO DE DIOS
OBJETIVO CATEQUETICO

Que el preadolescente, conducido por la fe de la Iglesia,

 descubra como actitud básica de Jesús su confianza incondicional en el Padre.

 perciba la libertad de Jesús ante las personas y los acontecimientos como expresión de su entrega
total al Padre.

 se acerque al misterio de la persona de Jesús y descubra en El al Hijo único del Padre y Siervo de
Yahvé, que sirve a Dios y salva a los hombres en medio de la humillación, del dolor y la muerte.

 procure vivir personalmente la actitud de Jesús de confianza y servicio.

Interrogantes de todo tiempo

84. Como veíamos en otra parte (Tema 12), la figura de Jesús suscita profundos
interrogantes en todo tiempo: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Un gran hombre del
pasado? ¿Un profeta? ¿Un revolucionario? ¿Un hermano para cada hombre?
¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquél sin el cual nada tendría sentido?
¿Qué dice la Escritura sobre El? ¿Cuál es la fe profesada por la Iglesia acerca
de El?

El misterio de Jesús a través de su misión y de su acción

85. El Nuevo Testamento nos presenta a Jesús en acción. Más en concreto, en


misión recibida del Padre. Como punto de partida esta acción y esta misión,
pretendemos acercarnos a un misterio que desborda los esquemas y
dimensiones de nuestro mundo, pues ante Jesús se dobla ahora toda rodilla
(F1p 2, l0). No se trata de escrutar la psicología de Jesús, sino de describir la
manera cómo procedía, de adivinar en su manera de ser una apartura hacia el
misterio presentido en los acontecimientos reveladores... Se trata de captar en lo
más vivo el comportamiento de Jesús y descubrir sus sentidos. Se trata de
acercarnos a su misterio a través de su misión y de su acción. Y en medio de su
ambiente y de su mundo.

Jesús, realmente hombre

86. Uno de los rasgos más sorprendentes de la imagen evangélica, de Jesús es


la presencia intensa de lo corporal. Jesús es realmente hombre. Jesús
experimenta hambre, come, tiene sed, se cansa, se siente asediado por la
multitud, duerme, suspira, llora, suda como sangre, muere... (Cfr. Mc 11, 12; 2,
16; Lc 24, 43; Jn 4, 6-7; Mc 3, 9; 4, 38; 6, 34; Lc 19, 41; 22, 44).

Jesús, en medio de la naturaleza


87. Jesús aparece, además, inmerso en el contexto de su tierra, que desfila por
sus palabras. La naturaleza inanimada: cielo y tierra; sol, luna, estrellas, mar y
olas; nube de poniente y viento sur; arena y roca; lluvias y vientos, relámpagos;
fuentes que brotan... (Cfr. Mt 5, 34-35; Lc 21, 25; 12, 54 ss; Mt 16, 2ss; 7, 24-27;
24, 27; Jn 4, 14). El mundo vegetal: árbol, frutos, uvas, espinas, higos, cardos,
mieses, lirios, caña, semilla, cizaña, mostaza, higuera, vid... (Cfr. Mt 7. 16-20; Jn
4, 35; Mt 6, 28-30; 11, 7; Mc 4, 26-29; Mt 13, 21-32; Lc 13, 6-9; 15, 16; Mt 23, 23;
Jn 12, 24). La naturaleza animal: pajarillos, peces, serpientes, ovejas, lobos,
víboras, palomas, perros, cuervos, polilla, buey. asno, gallina, polluelos, zorro,
mosquito, camello, cordero, cabrito, gallo, gusano... (Cfr. Mt 10, 29; 7, 10.15; 23,
33; 12; 40; 10, 16; 15, 26; Lc 12, 24.33; 13, 15.32.34; 15, 16. 23; 17. 37; Mt 23,
24; 25, 32; Jn 13, 38; Mc 9, 48; Lc 10, 19).

Profesiones, situaciones y clases sociales

88. Más interés aún que por la naturaleza de las cosas, demuestra Jesús por las
actividades y el modo de vivir de los hombres que le rodean. Por sus palabras
pasan, finamente observadas, todas las profesiones, las situaciones y las clases
sociales: sembradores, escribas, segadores, médicos, alguaciles, magistrados,
jueces, testigos, pleiteantes, viñadores, pecadores, arquitectos, pastores,
hilanderas, amasadoras, posaderos, porteros, administradores, cobradores de
impuestos, reyes, negociantes, dueños y arrendatarios; siervos, ricos y pobres...
(Cfr. Mc 4, 3-20; Mt 23, 3; Jn 4, 35-38; Mt 9, 12; Lc 12, 58; Jn 8, 37; Lc 18, 1-5 ,1
13. 6-9; Mt 13, 48; 7, 26; Jn 10, 2-14; Mt 6, 28; 13, 33; Lc 10, 35; Jn 10. 3; Mt 25,
27; Le 16, 1-8; 18. 10-13; 19, 11-27; Mc 12, 1-12; 10, 44; Lc 16, 19-31).

En medio del mundo sin ser del mundo. La originalidad de Jesús

89. Los evangelios, con sencillez y claridad y como con cercanía, dejan
vislumbrar la singularidad que se manifiesta en la manera de situarse Jesús ante
su ambiente. En efecto, todo el mundo en que vive Jesús, todo su mundo en
torno, está dibujado en pinceladas directas y auténticas. Sacerdotes y doctores
de la ley, fariseos y publicanos, ricos y pobres, sanos y enfermos, justos y
pecadores, todos están insertos claramente en el gran acontecimiento que
supone —para cada uno a su manera— el encuentro con Jesús. Y lo
sorprendente es que Jesús está totalmente en medio de ese mundo tan
vivamente descrito y, sin embargo, no es del mundo (Jn 17, 14.16; 8, 23).

Jesús domina la situación en consonancia con los hombres con quienes


se encuentra

90. Cada una de las escenas descritas en los evangelios nos pinta la maestría
admirable con que Jesús domina la situación, en consonancia con los hombres
con quienes se encuentra. De ello nos hablan numerosos discursos y disputas,
en que penetra en el interior de sus adversarios, rebate sus objeciones,
responde a sus preguntas... (Mt 22, 34).
También en su encuentro con necesitados salen de El fuerzas maravillosas; los
enfermos se estrujan en torno a El, sus familiares y amigos le piden ayuda. A
menudo escucha Jesús la petición, pero también puede rechazarla, hacer
esperar o poner a prueba a los que piden. No raras veces se niega y busca la
soledad (Mc 1, 35ss); pero a menudo se adelanta a hacer el bien, con tal que los
necesitados se abandonen a El con entera confianza (Mt 8, 5ss; Le 19. 1 ss).

En vivo contraste con lo que las gentes suponen y esperan

91. En su libertad, rompe las estrechas fronteras que han levantado las
tradiciones y determinadas ideas. Lo que se ve también claramente en el trato
con sus discípulos. Los llama con palabra de mandato, soberana (Mc 1. 16ss);
pero también amonesta y disuade a más de uno para que no le siga (Le 9. 57ss;
14, 28ss). La conducta y el proceder de Jesús están una y otra vez en el más
vivo contraste con lo que las gentes esperan de El o esperan para sí. Como
cuenta Juan (6. 15), Jesús huye de la muchedumbre que quiere proclamarlo
rey... Los dos hijos de Zebedeo hubieron de experimentarlo cuand3 Jesús
rechazó sus ambiciosos deseos.

Jesús fue algo más que un judío piadoso

92. Efectivamente. la originalidad de Jesús se manifiesta en su modo de situarse


ante la religión y ante su ambiente. Por lo que a la religión se refiere, la
educación religiosa judía, perceptible en su mensaje, no fue determinante hasta
el punto de que se pueda describir a Jesús como un "hassid", es decir, como un
judío piadoso. Sin duda alguna, lo fue Jesús; pero, si hubiera sido simplemente
un judío piadoso, 'no hubiera levantado ninguna oposición. Sin embargo, Jesús
fue discutido por su actitud religiosa ante la ley y el culto.

Jesús, la ley y las acusaciones farisaicas

93. Jesús, aunque se muestra muy respetuoso de la Ley, mantiene su autoridad


imperativa e incluso, en algunos aspectos, da una interpretación del
mandamiento más rigurosa de lo habitual (Mt 5, 17-20); sin embargo, critica con
toda libertad, en materia de observancia ritual, usos consagrados por seculares
tradiciones piadosas y, cuando se presenta la ocasión, se libera a sí mismo y a
sus discípulos de tal observancia. En efecto, la conducta práctica de Jesús está
en la base de sus controversias con los fariseos. Los fariseos acusan a sus
discípulos de no respetar las observancias rituales (Mc 7, 2); Jesús los defiende
reduciendo esas tradiciones religiosas a tradiciones meramente humanas.
Tradiciones que importan muy poco al lado de los mandamientos de Dios, que a
veces los fariseos interpretaban de modo que lesionaban los derechos del
prójimo (Mc 7, 9-14).

El sábado "hecho para el hombre"

94. Los fariseos reprochan a los discípulos de Jesús no ser muy respetuosos
con el sábado (Mt 12, 1-8): Jesús irónicamente les recuerda la gran libertad de
David, y les da a entender que si David había usado de tanta libertad en favor de
sus compañeros, con mayor razón podrán tenerla los que acompañan al Hijo del
Hombre. Jesús, en efecto, es mayor que el templo. Pero los fariseos no se
contentan con atacar a Jesús en sus discípulos. Le acusan de que El ta rebién
viola el sábado (Mt 12, 9-14; Le 13, 10-17; Jn 5, 9), o de que no observa la
pureza legal, pues ha tocado a un leproso y a un cadáver (Mc 1, 41; 5, 41; Le 7,
14).

La libertad de Jesús no es arbitraria

95. La libertad que Jesús se toma en relación con determinadas prescripciones


legales no es arbitraria. Jesús pone en evidencia la estupidez de la estrechez
legal de una forma sencilla y directa: "Supongamos que uno de 'vosotros tiene
una oveja, y que un sábado se le cae en una zanja, ¿la agarra y la saca o no?"
(Mt 12, 11). Y en la parábola del samaritano (Lc 10, 30-37) desenmascara la
hipocresía de una religiosidad que pone la ley por encima del prójimo: la
observancia cuidadosa de todas las prescripciones legales no sirve al sacerdote
ni al levita para descubrir en el herido la figura del prójimo. Para Jesús, la ley
alcanza su sentido en el doble mandamiento del amor a Dios y al hombre (Mt 7,
12; 22, 37-40; Mc 12, 28-34). ¡Doble mandamiento inseparable! En definitiva, la
ley no es una norma última, un absoluto: "El sábado se hizo para el hombre y no
el hombre para el sábado" (Mc 2, 27). La libertad de Jesús se ofrece como
libertad para los demás. La ley está en función del prójimo.

Jesús y el culto. No basta la sola participación externa en el culto

96. La libertad de Jesús se muestra también en su actitud ante el culto.


Evidentemente, Jesús es un judío piadoso que sigue la religión de su pueblo:
frecuenta la sinagoga, acude al templo con ocasión de las fiestas. Pero Jesús no
tiene miedo de prescindir de ciertas costumbres cultuales. Y, sobre todo, Jesús
enseña que no es la sola participación externa en el culto lo que salva al
hombre: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (Mt 7,
21).

Jesús y el culto: en función de los dos grandes mandamientos

97. El cumplimiento de la voluntad del Padre se manifiesta así como el


verdadero centro de la religión y del culto. En la línea de los grandes profetas,
que El supera y lleva a consumación, Jesús promueve la integración del culto en
la vida. Por ello el sentido del culto depende también de la propia relación con el
prójimo: "Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo
de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y vete
primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5, 23-25). El culto queda falsificado
cuando se convierte en un tranquilizante para la dureza de nuestro corazón.
Jesús condena una religiosidad que sólo sirviera para justificar la mala conducta
de sus hipócritas participantes.

El verdadero culto en espíritu y en verdad


98. Jesús da un giro a la misma concepción vigente de lo "sagrado". Hay formas
de religiosidad que tienden a reducir lo sagrado a normas, ritos, lugares, cosas
que le sirven al hombre para descargar en ellos la verdad y la fuerza de su
relación religiosa con Dios. Con Jesús ha llegado el tiempo en que los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). En
efecto, es el don del Espíritu el que permite conocer y adorar a Dios como
Padre. Este es el culto "en verdad" que va a carecterizar el nuevo tiempo
mesiánico y que excede, supera y hace superfluo todo culto religioso anterior, en
concreto, el que tenía lugar en el templo de Jerusalén. Este es un punto central
del mensaje del Nuevo Testamento.

En medio de su ambiente. "Como quien tiene autoridad..."

99. La originalidad de Jesús se manifiesta también en su modo de situarse ante


su ambiente: la familia, los "influyentes", los amigos, la política. En cada
situación Jesús va manifestando su singular misión mesiánica: unas veces
extraña, otras interpela, otras admira. Siempre desborda. Jesús hace sentir sin
rodeos a todo el que se le acerca la inmediatez de Dios. El mismo lleva consigo
esta inmediatez: "El Reino de Dios ya está dentro de vosotros" (Lc 17, 21),
"¡dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 6). Ello da a su persona una
autoridad serena, que no tiene par: "Se quedaron asombrados de su doctrina,
porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad" (Mc 1, 22).

La misión por encima de la familia. "Ocupado en las cosas de mi Padre..."

100. La figura mesiánica de Jesús desborda a su propia familia. Desde los


acontecimientos que rodearon su nacimiento, "su padre y su madre estaban
admirados por lo que se decía del niño" (Lc 2, 33). Cuando a los doce años lo
encuentran en el templo sentado en medio de los doctores, tras una angustiosa
búsqueda, sus padres quedaron sorprendidos por el hecho y, además, tampoco
comprendieron la respuesta que les dio (Lc 2, 42-50). En definitiva, Jesús se
debe a su propia misión, por encima de su familia. Por ello, "su madre y sus
hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21).

Imprecaciones contra los "bien considerados". A favor de los pobres

101. Jesús conoce la mezquindad de los "bien considerados" en la sociedad de


entonces: los fariseos, los saduceos, los ricos. Las imprecaciones que lanzó
sobre ellos dejan entrever una extraordinaria indignación (Lc 11, 39ss; Mt 23; Lc
6, 24). Es cierto que entre ellos hay excepciones y Jesús las reconoce
abiertamente (Nicodemo, José de Arimatea, Zaqueo...). Jesús condena en ellos
su actitud presuntuosa (Lc 18, 9-14) y su papel social y religioso (Mt 23). Su
indignación es una toma de postura en favor de los pequeños y de los pobres.
Los "bien considerados", los "autosuficientes" quieren convertir a Dios en su
prisionero. Jesús les arrebata a Dios. Y al quedar Dios en libertad, su libertad es
también la liberación del hombre.

Acogida evangélica a "los despreciados". Al encuentro de los pecadores


102. Jesús prefiere a los "despreciados" de la sociedad: ellos no pretenden
imponer sus caminos para llegar a Dios. Lo dejan libre. Pero no tienen sitio en la
sociedad. Son unos parias, aunque no todos sean pobres, ni mucho menos.
Pero el hombre tiene más necesidad de reconocimiento social que de dinero.
Esos "marginados" son, en primer lugar, los publicanos, hombres de fama
dudosa, cobradores de impuestos y supuestos ladrones. Son odiados y
detestados, como todas las personas dedicadas al fisco. Son también las
mujeres de mala vida. Jesús no es esclavo de los prejuicios sociales: la libertad
con que se separa de los prejuicios no es arbitraria, sino necesaria para cumplir
su misión. A diferencia de los "influyentes", los despreciados de la sociedad
adquieren fácilmente concienoia de su incapacidad e insuficiencia de cara a la
salvación para poner su esperanza en la gratitud y misericordia de Dios.

Un lugar para la amistad

103. Los evangelistas no ocultan el hecho de que Jesús tenía amigos. La


muchedumbre tse admira al ver cómo quería a Lázaro. Ni ocultan tampoco sus
amistades femeninas: Marta, Maríá y quizá Magdalena. Jesús no manifiesta el
menor desprecio hacia la mujer, ni en sus palabras ni en sus actos. Jesús es
libre frente a la presión social y frente a los juicios más o menos severos sobre la
mujer. Su conducta se refleja en su doctrina (Lc 8, 1-4; 10, 38ss; Jn 11, 1-44).

A la mujer, la misma consideración que al hombre

104. Jesús muestra una estima de la mujer realmente excepcionales en la


antigüedad. En contraste con el desprecio rabínico, Jesús concede a la mujer la
misma consideración que al hombre. Dialoga largamente con la Samaritana,
ante el asombro de sus discípulos; un grupo de mujeres le asiste en sus viajes
con los apóstoles; se hospeda en casa de Marta y María, conversando con
ellas... Jesús muestra especial compasión por el sufrimiento de la mujer; se
apiada de la viuda de Naim, que ha perdido a su hijo único, y le dice: "No llores",
resucita al muchacho y se lo entrega a su madre; cura a la hemorroisa en medio
de la multitud; al hablar de la ruina de Jerusalén, se compadece especialmente
de las embarazadas y de las que crían; se preocupa desde la cruz por remediar
la soledad en que queda su madre. Defiende, en fin, a la mujer frente al duro
juicio de los hombres: así en el caso de la adúltera, de la pecadora, de María
Magdalena; así también cuando dice: "Los publicanos y las prostitutas os llevan
la delantera en el camino del Reino de Dios" (Mt 21, 31; cfr. Jn 4, 27; Lc 8, 1-3;
10, 38-42; Mt 20, 20-23; Lc 23, 27-31; Jn 20, 11-18; Lc 7, 11-15; Mc 5, 25-34; Mt
24, 19; Jn 19, 26-27; 8, 1-11; Lc 7, 36-50: Jn 12, 1-11).
"
Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis"

105. En cuanto a los niños, tienen igualmente un puesto en el corazón de Jesús.


El conoce los juegos infantiles; impide que sus discípulos aparten de El a los
niños; los abraza y los pone como ejemplo a los adultos; afirma que quien acoge
a los niños, y a los hombres semejantes a ellos, a El le acogen; condena a quien
los escandaliza; afirma que sus ángeles ven siempre el rostro de Dios y que
Dios no quiere que ninguno se pierda; defiende a los que le aclaman a su
entrada en Jerusalén (cfr. Mt 11, 16-19; Mc 10, 13-16; Mt 18, 5. 6. 10. 14; 21,
15ss).

Decepción en los medios políticos. Ni colaboracionista ni resistente. Y, sin


embargo, "criminal político"

106. En relación con la política de su tiempo, Jesús no se muestra ni


colaboracionista ni resistente. Jesús no teme al poder (es duro con Herodes) y
obra según su misión, sin tener para nada en cuenta unas normas de prudencia
política que serían claudicaciones (Lc 13, 31-34). Pero Jesús se niega además a
verse metido en una resistencia armada contra el poder ocupante. A pesar de
todo, los jefes judíos hicieron condenar a Jesús como criminal político: "Ha
pretendido ser el rey de los judíos" (Jn 19, 19-21). Por razones de uno u otro
signo, la actuación mesiánica de Jesús no pudo evitar la decepción y la
hostilidad de los medios políticos.

Profeta y maestro con autoridad propia

107. Jesús es el hombre que anuncia la llegada del Reino de Dios. Es, por tanto,
un profeta. Pero al mismo tiempo es totalmente distinto de un profeta. De un
profeta se esperaba que, por una sentencia introductoria, dijera de quién
procedía su mensaje: "Así dice Jahvé". Jesús habla por cuenta propia, con plena
autoridad: "En verdad os digo..." Es todo un maestro (rabí). En efecto, Jesús
discute con sus discípulos, con otros maestros, anda errante y enseña en las
sinagogas. Pero su manera de instruir es totalmente nueva: un rabí tenía
obligación de alegar la Escritura o la autoridad de otros maestros; en Jesús, Dios
instruye inmediatamente. Incluso la Escritura es completada por El y, en
realidad, corregida: "... Habéis oído que se dijo..." "Yo os digo."

Jesús, un profeta que vivió como el pueblo

108. Los evangelistas nos refieren que los fariseos acusaban a Jesús de hablar
como un profeta, pero sin vivir como un profeta, y comparaban su manera de
vivir con la de Juan. Juan y sus discípulos ayunaban. Mantenían de este modo la
imagen tradicional de la existencia profética. Jesús vive como el pueblo. Durante
el ministerio de la predicación, fue la aristocracia civil y religiosa la que más se
escandalizó. Un profeta no podía ser un hombre como los demás. Jesús no
resulta digno de crédito. Más bien es peligroso: trastorna el orden definido,
desconcierta las ideas de los demás, rompe las reglas del juego religioso y
social.

Un profeta "que come y bebe..."

109. "¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la
plaza que gritan a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos
cantado lamentaciones y no habéis llorado. Porque vino Juan, que ni comía ni
bebía, y dicen: Tiene un demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y
dicen: Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt
11, 16-19).

Un profeta pobre

110. En su modo de vivir Jesús comparte la inseguridad de los pobres y esa otra
inseguridad propia de quien anuncia el Reino de Dios: "Mientras iban
caminando, uno le dijo: Te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las
zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene
donde reclinar la cabeza" (Le 9, 58).

El celibato de Jesús, opción mesiánica

111. El celibato es un punto en que Jesús no siguió la orientación común de la


vida de los hombres. No hubo en El una falta de aprecio del amor humano, ni
tampoco una renuncia a valores humanos que estuvieran en oposición a valores
sobrenaturales. Cristo hizo una opción entre diversas posibilidades mesiánicas:
no escogió el camino del poder y del dominio, sino el de la debilidad y el
desvalimiento, la ruta silenciosa de una situación vital plenamente humana, que
él vivió a fondo en la significativa posibilidad del celibato. Tal proyecto de vida
dejó sus manos completamente libres para el desempeño de su misión: el
anuncio incondicional del Reino de Dios.

El celibato de Jesús, signo del reino. Una experiencia que se repite

112. Todo aquel que, por la fuerza exclusiva del Reino de Dios, renuncia
espontánea y desinteresadamente a todo, experimenta la fórmula "no necesario,
pero sumamente conveniente", como una pálida traducción de su experiencia
personal. Para él, se trata realmente de un "no poder ser existencialmente de
otro modo". Quien vive la experiencia misma, sabe que ese "deber" es mucho
más fuerte que cualquier orden o cualquier ley. Es la experiencia primitiva de un
apóstol de Cristo, que —vuelto "loco" por haber encontrado el "tesoro escondido"
en el campo de su propia historia— queda ciego para la ,posibilidad,
objetivamente aún abierta, de una vida conyugal: "... y hay quienes se hacen
eunucos por el Reino de los Cielos. El que pueda con esto, que lo haga" (Mt 19,
12).

Libertad insólita, personalidad excepcional, misión arraigada en la


esperanza bíblica

113. En el contexto socio-religioso de su tiempo, Jesús se muestra como un


hombre libre, libre delante de Dios y para Dios; libre delante de los hombres y
para los hombres. Esta libertad es insólita, y los contemporáneos de Jesús lo
reconocían en sus dudas al tratar de definir su personalidad. Algunos veían en
El un "profeta"; otros sospechaban que tenía relaciones con el príncipe de los
demonios. Los evangelistas hablan de una división de opiniones. Cada uno
percibía más o menos conscientemente que esta libertad no tenía fundamento
en sí misma: manifestaba una "realidad" cuyos contornos nadie llegaba a fijar.
Presentían una personalidad excepcional, con origen en un lugar inalcanzable.

Jesús, Mesías, bajo la figura del Siervo

114. Jesús actualiza la función mesiánica optando, en su bautismo y en su


desierto, por el servicio a Dios y a los hombres aun en medio de la humillación,
el dolor y la muerte. El es realmente el Siervo, anunciado por el profeta Isaías:
"Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he
puesto mi espíritu" (Ls 42, 1). El es, como profetizó Juan Bautista, el Cordero de
Dios que lleva sobre sí el peso de nuestros pecados y dolencias (Jn 1, 29; Is 53,
4ss), y al propio tiempo, aquél sobre quien desciende el Espíritu para
comunicarlo al mundo (Jn 1, 33). Jesús es el Mesías bajo la figura del Siervo:
"El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó
obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 6-8).

Jesús, Mesías, manifestado como Señor

115. Jesús cumple su misión confiando en que el Padre no le dejará en la


estacada de la humillación, del dolor y de la muerte. En Jesús toma cuerpo
como en ningún otro la esperanza de Oseas: "Dentro de dos días nos dará la
vida, y al tercer día nos levantará" (6, 2). Efectivamente, tras un breve tiempo, el
Siervo Jesús es glorificado: "Dios lo levantó, sobre todo y le concedió el Nombre-
sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el
Cielo, en la Tierra, en el Abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!,
para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11). Por su resurrección, e' Mesías se
manifiesta como Señor, esto es, como Dios.

El Hijo del hombre, título mesiánico preferido por Jesús

El Hijo del hombre: Siervo y Señor, Hombre y Dios

El Hijo del hombre: de Siervo a Señor. ¡Un procesado... "sobre las nubes

del cielo"!

La clave profunda de "la personalidad" de Jesús:

Hijo de Dios

116. El título hebreo de Mesías (en griego, Cristo; su significado: Ungido) alude
al rey tanto tiempo esperado, que reemplazaría el dominio extranjero por la
soberanía de Dios. Era un título peligroso, pues iba ligado con estrechas
expectaciones nacionalistas, Para indicar su mesianidad, Jesús mismo escogió
una palabra que en las ideas de las gentes tenía menos que ver con la
dominación terrena: el Hijo del hombre. En los evangelios este título aparece
siempre en la boca de Jesús. Su reino no era de este inundo (In 18, 36).
117. "Hijo del hombre" es una expresión muy rica, pues. a la par que la grandeza
de Jesús, indica también la humildad insólita de su mesianidad. En virtud de la
sugerente fuerza significativa de la expresión, aparece claramente la solidaridad
de Jesús con el destino humano, así como su condición divina. Procede de la
profecía de Daniel (Dn 7). A un pueblo creyente, perseguido a muerte por
poderes que son descritos como bestias, se le anuncia una esperanza, un
salvador "como un Hijo de hombre que viene sobre las nubes del cielo", a quien
se le da un reino que no será dest,uido jamás.

118. Tras la confesión de Pedro en Cesárea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios vivo", Jesús toma dos precauciones para no ser mal interpretado. La
primera es que no se lo digan a nadie. La segunda es comenzar a decirles que
"el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días"
(Mc 8, 31). Jesús anuncia, pues, su doble misión de Siervo, primero, y de Señor,
después. El resucitará: "desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado
a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo" (Mt 26,
64). A Caifás no se le escapa el significado mesiánico y divino de esta confesión:
"Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado.
¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué
decidís?, y ellos contestaron: Es reo de muerte" (Mt 26, 65-66).

119. Jesús no blasfemó: ;Es el_ Hijo de Dios! Lo es desde siempre. Ningún título
expresa mejor el misterio de su persona. Ahí radica la clave profunda de su
"personalidad". Cristo asume su función mesiánica bajo la forma del Siervo,
porque tiene conciencia de sí mismo como lo que es, HIJO DEL PADRE, y
consiguientemente confía en El: "El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni
me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que
me mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor
me ayuda, por eso no sentía los ultrajes. Por eso endurecí el rostro como
pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado" (Is 50, 5-7).

Confianza incondicional en el Padre: actitud básica, actitud filial

120. En efecto, la actitud básica de Cristo, que fundamenta todas las demás, es
su confianza incondicional en el Padre. Jesús vive en profunda comunión con El
(Mt 11, 25-27). Jesús es "el Hijo" (Mt 24, 36; 21, 33ss). Su actitud filial le lleva a
una profunda obediencia a la voluntad de Dios (Hb 5, 7ss; 10, 5-7), voluntad que
aparece configurada en un plan de salivación y que se manifiesta en
acontecimientos de la propia historia.

Confiar en el Padre: Clave del Evangelio de Jesús

121. Esta confianza en el Padre constituye el fondo del Sermón de la Montaña y


es, por tanto, el verdadero corazón del Evangelio (Mt 6, 25ss). En la oración
cristiana nos dirigimos a Dios confiadamente como Padre (Mt 6, 9ss). Confiar en
el Padre es una de las claves del evangelio de Jesús. Buscar el Reino de Dios y
el cumplimiento de su voluntad en nosotros viene a ser lo verdaderamente
importante (Mt 6, 33). Este es el sacrificio de la Nueva Alianza (Hb 10, 5-7).

"El Padre y Yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30). Jesús es el Hijo de Dios

122. En el Antiguo Testamento, hijo de Dios era un título usado frecuentemente


para expresar una relación especial del hombre con Dios. Pero en Jesús esta
denominación recibió una grandeza inesperada y una significación única: es "el
Hijo" (Me 13, 32; Mt 24, 36; 21, 33ss), igual al Padre: "los judíos acosaban a
Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. Les respondió Jesús: Mi padre
sigue actuando y yo también actúo. Por eso los judíos tenían más ganas de
matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre
suyo, haciéndose igual a Dios" (Jn 5, 16-18). Según San Juan, todo el Evangelio
se ordena a esto: "que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios" (Jn 20,
31).

Hijo de Dios: con significación única a partir de la resurrección de Jesús.


Fe de la Iglesia

123. Antes de la resurrección de Jesús, el misterio insondable del Hijo único de


Dios, se mantenía en penumbra, y, en alguna ocasión, en claroscuro (piénsese
en el significativo episodio de la transfiguración). A la luz de la resurrección la
Iglesia de todos los tiempos proclama la confesión de fe del Concilio de Nicea
heredero de los anteriores símbolos incipientes y de las fórmulas de fe del
Nuevo Testamento: "Creo en Dios Padre..., y en Jesucristo, su único Hijo,
nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios
verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza
que el Padre, por quien todo f ue hecho." Tanto el Nuevo Testamento como la
constante fe de la Iglesia nos presenta el misterio de Jesucristo, no simplemente
como el de un hombre en el que Dios está presente, sino como el de un hombre
que es idénticamente la persona divina del Hijo de Dios.

Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios en persona

124. El Nuevo Testamento presenta a Jesús como verdaderamente Dios y


verdaderamente hombre: de un mismo y único sujeto se dicen cosas propias de
Dios y cosas propias de un hombre. De Jesús, el Hijo de Dios, las confesiones
de fe de la Iglesia proclaman que uno y el mismo sujeto es "verdadero Dios" y
"verdadero hombre", nacido de Dios en lo que tiene de Dios y nacido de María
en lo que tiene de hombre. Sin duda, Jesús ama a Dios. Pero su unión con Dios
no radica sólo en ese amor. Tampoco consiste únicamente en que Dios ame a
Jesús y con su Espíritu llene y conduzca su vida como no lo ha hecho con la de
ningún otro hombre. El "hombre" Jesús de Nazaret no es otro sujeto junto al Hijo
de Dios, a la Palabra de Dios, al Señor. Se identifica con El, en el sentido de que
es un "mismo sujeto" con El: el Hijo de Dios nacido como hombre de María,
muerto y resucitado por nosotros. Desde tal identificación previa, Jesús ama
filialmente a Dios Padre y se relaciona con El con una libertad e inmediatez
como ningún otro hombre lo ha hecho.
El Hijo de Dios, implicado realmente en la historia de los hombres

125. El lenguaje con el que la Iglesia expresa su fe en Jesucristo, no es el fruto


de una pura y simple especulación teológica que nada o muy poco tuviera que
ver con el pensamiento bíblico. Cuando la Iglesia confiesa que Jesús de Nazaret
es un único sujeto, una única persona, el Hijo eterno de Dios, en quien culmina
la unión de Dios y del hombre, quiere ser fiel a la Revelación y a la fe cristiana:
Dios mismo, por medio de Aquel que es su Hijo único y su Palabra (y no a través
lle otro, una pura y simple criatura) ha entrado y se ha implicado realmente en la
historia de los hombres, se ha comprometido de veras con ellas y con la
creación entera, sale a nuestro encuentro y nos ofrece la salvación.

"Dios envió a su Hijo, nacido de mujer"

126. La Iglesia reconoce a María como Madre de Dios justamente porque su Hijo
Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, "de la misma naturaleza que el
Padre".
A Nestorio, que se negaba a reconocer en María la Madre de Dios, le escribe su
amigo Juan, obispo de Antioquía. de este modo: "Suprimida esta expresión
'Madre de Dios' y su significado, se seguiría que Dios no sería aquel, que se ha
sometido por nosotros a esta inefable economía (historia de la salvación). No
sería, pues, la Palabra de Dios, quien anonadándose a sí mismo para tomar la
condición de esclavo, nos habría dado esta prueba admirable de amor.
Significaría ello tanto como desconocer la insistencia de las Escrituras en llamar
nuestra atención hacia este amor, cuando ellas nos muestran al Hijo eterno y
único de Dios viniendo a nacer de la Virgen. Este es el sentido clarísimo de lo
escrito por el Apóstol: Dios envió a su Hijo, nacido de mujer." Unicamente si Dios
mismo ha nacido y muerto, como hombre, en Jesús de Nazaret, es decir, si ha
asumido realmente como propio nuestro destino, podemos creer que Jesús de
Nazaret es Dios mismo que, amorosamente fiel a su creación, se da a sí mismo
al mundo y al hombre y los salva para sí. Sólo si Dios mismo se ha hecho
hombre, puede el hombre entrar en comunión con Dios. De no ser así, no
tendría sentido nuestra total vinculación con Jesucristo, como el Señor.

La Encarnación: "La Palabra de Dios se hizo carne"

127. La tradición de la Iglesia llama encarnación a b unión de Dios y el hombre


en un único sujeto o persona: el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret. El prólogo del
evangelio de San Juan proclama: "La Palabra (de Dios) se hizo carne" (Jn 1, 14)
en Jesús, cuya historia narra el autor en el cuerpo de su obra. Con ello no quiere
decir el evangelista que el Dios eterno vino a ser algo así como el alma del
cuerpo de Jesús. "Carne" en oposición a "espíritu", significa, en el lenguaje de la
Biblia, el hombre entero en cuanto débil y mortal. El autor del cuarto evangelio
afirma, pues, que quien era desde siempre la Palabra de Dios, la Vida y la Luz
eterna, vino a ser en Jesús de Nazaret hombre débil y mortal. Ante el hecho de
la encarnación se realiza un profundo discernimiento de los espíritus: "Podréis
conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo,
venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2).
Cristo ha venido a ser el Señor del hombre y aun de la creación entera y reclama
nuestra fe y entrega total, porque, Hijo eterno de Dios, se hizo hombre, sin dejar
de ser Dios, naciendo de una mujer (Cfr. Ga 4, 4), despojándose de su rango,
tomando la condición de esclavo y rebajándose hasta la muerte de cruz (Cfr.
F1p 2, 6-8). El Hijo de Dios no sería Señor de los hombres, meta y prototipo
hacia el que todos tienden, si no hubiese asumido para sí una existencia
humana en un mundo como el nuestro o si al asumirla hubiese perdido su ser
divino. No hubiese sido entonces la encarnación aquel acto de amor generoso y
salvador que San Pablo proponía como estímulo de generosidad 'a sus
cristianos de Corinto: "(Nuestro Señor Jesucristo), siendo rico, se hizo pobre por
amor nuestro, para que vosotros fuéseis ricos por su pobreza" (2 Co 8, 9).

Jesús, ni semidios ni semihombre, sino plenamente Dios y plenamente


hombre

128. Uno y el mismo Hijo de Dios es en Jesús de Nazaret "verdadero Dios" y a


la vez "verdadero hombre". Podemos, pues, confesar tanto que el Hijo eterno de
Dios es este hombre nacido de María como que Jesús de Nazaret es el Hijo
eterno de Dios. Pero no por ello sostiene la fe cristiana que Cristo sea algo así
como un ser intermedio entre dios y hombre o como el resultado de una fusión
entre Dios y el "hombre" Jesús o que Dios ejerza en El la misma función que
nuestra alma ejerce en nuestro cuerpo. Después de la encarnación, Dios sigue
siendo Dios, y el hombre, hombre, por más que este hombre, lleno del Espíritu
de Dios, viva completamente entregado a su impulso soberano. Uno y el mismo
Cristo, Hijo único de Dios y Señor, es Dios y hombre, "sin confusión, sin cambio,
sin división, sin separación" entre su realidad divina y su realidad humana. Las
características de cada una de estas realidades no han quedado anuladas, sino
más bien conservadas por la unión de lo divino y humano en la única persona
del Hijo de Dios. Esta es la fe del Concilio de Calcedonia (DS 302).

El Hijo de Dios es realmente hombre

129. No sería fiel a la fe de la Iglesia considerar al "hombre" Jesús a la manera


de un instrumento inerte en manos de Dios. La conciencia, el saber, la libertad,
la alegría, la angustia, el dolor y el amor humanos del Jesús de las narraciones
evangélicas no son una pura y simple apariencia de una intervención de Dios en
nuestro mundo. La Iglesia defendió siempre la verdad e integridad de lo humano
en Cristo: sólo se salvó lo que Dios asumió (Ireneo, Atanasio, Sínodo de
Alejandría, Dámaso Papa, Concilio de Roma del 382). Dios no destruye lo que
quiere salvar, sino lo afirma, libera y exalta. En Cristo lo humano, aun durante su
existencia humilde, débil y mortal, llegó a una conciencia y libertad
excepcionales.
Conforme a la fe de la Iglesia. por la encarnación Dios ha asumido para sí,
uniéndola a la persona de su Hijo, la realidad humana, entera, individual e
histórica de Jesús da Nazaret. Lo humano de Jesús es del Hijo de Dios, pero no
como una cosa lo es de su propietario. El alcance de la unión de la encarnación
va mucho más allá. Dios asume para sí en la persona de su Hijo lo humano de
Jesús de tal manera que, justamente por esa unión, el Hijo eterno de Dios viene
a ser verdaderamente un hombre. Esa unión le da realmente a Dios una
verdadera y nueva manera de ser, la del hombre. Nada de lo humano le falta a
Jesús; antes bien, su realidad de Hijo de Dios salvaguarda y lleva a plenitud su
misma realidad humana. Aquí el hombre es verdadera, original y propiamente
"Imagen del Dios invisible" (Col 1, 15).

Tema 18. MISTERIO PASCUAL DE JESÚS. PASO DE ESTE MUNDO AL


PADRE: PASIÓN Y GLORIFICACIÓN DE JESÚS, NUESTRO REDENTOR

OBJETIVO CATEQUETICO

 Que el preadolescente descubra el misterio pascual de Jesús como el paso de la humillación y de la


muerte a la glorificación y la vida.

 Que el preadolescente trate de profundizar personalmente en el misterio pascual de Jesús, misterio


de muerte y resurrección, de descenso y de subida, de humillación y levantamiento: que procure
comprender, en su vida de fe, que este Misterio posibilita la reconciliación de Dios con el hombre y la
victoria total sobre el mal y, consiguientemente, da todo su sentido y eficacia a la lucha de nuestra
propia vida, también en sus manifestaciones y experiencias diarias.

 Que el preadolescente experimente en su vida de fe la necesidad de la fuerza de Dios, de la


confianza inquebrantable en el Padre, para vencer el miedo al sufrimiento, a las dificultades y a la
muerte.

El proceso de Jesús en el orden religioso. Condenado como un blasfemo

130. "Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso


testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar
de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos
que dijeron: Este ha dicho. Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en
tres días. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: ¿No tienes nada que
responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti? Pero Jesús callaba.
Y el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Más aún, yo os
digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del
Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo. Entonces el sumo
sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad
tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís; Y ellos
contestaron: Es reo de muerte" (1vIt 26, 59-66).

El proceso de Jesús en la esfera civil. Motivaciones de interés político


131. Los judíos no podían ejecutar a nadie (Jn 18, 31), pues los romanos se
habían reservado el derecho de vida y muerte. Por ello, Jesús fue conducido al
pretorio, para que la autoridad romana pusiera fin al proceso. El gobernador
Poncio Pilato reconoció en Jesús un hombre justo (Jn 18, 38; Lc 23, 22), pero
pesaron decisivamente sobre él motivaciones de orden político: a) El fuero judío:
`"Los judíos le contestaron: Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley tiene
que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios" (Jn 19, 7). b) La amistad del
César: "Los judíos gritaban: Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el
que se declara rey está contra el César" (Jn 19, 12).

Causa oficial de la condena: delincuente político

132. "Entonces se lo entregó para que lo crucificaran" (Jn 19, 16). El Salmo 21
alcanza cumplimiento pleno: "Me taladran las manos y los pies, puedo contar
mis huesos" (v. 17-18). "Encima de la cabeza colocaron un letrero con la
acusación: Este es Jesús, el Rey de los judíos. Crucificaron con él a dos
bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda" (Mt 27, 37-38). La corrupción
del orden religioso y del orden civil dio como resultado conjunto la ejecución de
Jesús. Como un malhechor entre dos malhechores. Causa oficial de la condena:
delincuente político.

Bautismo de muerte y pecado del mundo. "Me han odiado sin motivo"

133. Jesús acepta las últimas consecuencias de su bautismo. Son el cáliz que
tiene que beber. Son las aguas en las que debe ser sumergido (Mc 10, 38-39; Lc
12, 50): "Me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he
entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente" (Sal 68, 3). 0 también:
"La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay"
(Sal 68, 21). Todo el odio de un mundo pecador se ceba sobre Jesús; se percibe
en el inocente un enemigo que debe morir. Así se cumple lo que está escrito en
la Ley: Me han odiado sin motivo (Jn 15, 25).

El cumplimiento de un salmo: "Repártense entre sí mis vestiduras y se


sortean mi túnica" (Sal 21, 19)

134. "Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo


cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: No la rasguemos,
sino echemos a suerte y ver a quien le toca. Así se cumplió la Escritura: "Se
repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica" (Jn 19, 23-24; cfr. Mt 27, 35;
Mc 15, 24; Le 23, 34).

"Al verme se burlan de mí"

135. "Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: "Tú, que
destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo
de Dios, baja de la cruz. Los sumos sacerdotes, con los escribas y los ancianos,
se burlaban también diciendo: A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No
es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado
en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de
Dios? Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban" (Mt 27,
39-44; cfr. Mc 15, 29-32; Lc 23, 35-37). También así se cumplió el salmo 21:
"Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del
pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al
Señor que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere" (Sal 21, 7-9).

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

136. "Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda
aquella región. A media tarde, Jesús gritó: "¡Elí, Elí! ¿lamá sabaktaní?". (Es
decir: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?) (Mt 27, 45-46; cfr.
Mc 15, 33-34). Este no es un grito de desesperación, sino el comienzo del Salmo
21 (v. 2). Es la oración angustiosa del justo perseguido a muerte, pero oración
también esperanzada: "En ti confiaban nuestros padres; confiaban, y los ponías
a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste...
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme" (Sal
21, 5-6.20). Es la proclamación abierta y potente de que todo lo que está
sucediendo a su alrededor supone el cumplimiento de la Palabra de Dios.

"Tengo sed"

137. "Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Había allí un jarro lleno de
vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo,
se la acercaron a la boca" (Jn 19, 28-29; cfr. Mt 27, 48; Mc 15, 36; Le 23, 36). La
identificación del Salmo 21 resulta sencilla: "Mi paladar está seco lo mismo que
una teja y mi lengua pegada a mi garganta" (v. 16).

Muerte de Jesús. No podía ya bajar más abajo

138. "Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Está cumplido. E inclinando la cabeza,
entregó el espíritu" (Jn 19, 30). San Lucas añade que murió dando un fuerte grito
y diciendo: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cfr. Sal 30,
6). Con este gesto supremo Jesús desciende a lo más profundo, donde puede
caer un hombre, al reino de la muerte. Jesús muere realmente. Esto es lo que
dice especialmente el Símbolo Apostólico con esta expresión cuyo significado no
siempre se entiende bien: "Descendió a los infiernos". Jesús no podía ya bajar
más abajo. La muerte del hombre en general no es nunca un acontecimiento
puramente biológico. La muerte, después del pecado, constituye la más
profunda de todas las humillaciones: la muerte es la señal de una humanidad no
rescatada, de una humanidad abandonada a su propia suerte, de una
humanidad pecadora (Rm 5, 12). En Virtud de la muerte de Cristo, el morir, con
toda su humillación, puede transformarse en cumplimiento de fe en Dios y
confianza en El y por tanto convertirse en cauce de salvación.

Resurrección de Jesús: no era posible que Jesús se quedara en la muerte


139. Lo que pasó después es proclamado por Pedro el día de Pentecostés como
el centro del anuncio cristiano: "Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús
Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio
los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y
sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de gentiles, lo
matásteis en una cruz. Pero Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la
muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio... Dios resucitó
a este Jesús y todos nosotros somos testigos. Ahora exaltado por la diestra de
Dios ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha
derramado. Esto es lo que vais viendo y oyendo" (Hch 2, 22-24.32-33).

Resurrección, Ascensión, Pentecostés: tres aspectos de un solo misterio,


la glorificación de Jesús

140. El misterio de la Resurrección de Jesús (su victoria sobre la muerte) es


inseparable del misterio de su Ascensión (su exaltación a la derecha de Dios) y
está íntimamente unido al misterio de Pentecostés (la acción del Espíritu que da
testimonio a favor de El). Son estos tres aspectos de un único misterio: la
glorificación de Jesús. En la liturgia las tres fiestas correspondientes son
celebradas en el contexto unitario del tiempo pascual.

Ascensión: quien descendió a lo más bajo, fue levantado a lo más alto

141. "Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar
el reino de Israel? Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y
las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu
Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en
Jerusalén y en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Dicho
esto lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras
miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de
blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El
mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto
marcharse" (Hch 1, 6-11).

Ascensión: Cristo, presente en nuestro mundo

142. Jesús pasa de este mundo al Padre (Jn 13, 1). Se va "sobre las nubes al
cielo" (la "nube" es un símbolo bíblico que indica la presencia de Dios). Quien
había descendido a lo más bajo, fue levantado a lo más alto: sentado a la
derecha del Padre (Mc 14, 62). Con ello, Jesús no abandona nuestro mundo,
sino que de un modo nuevo se hace presente en él: "Me voy y vuelvo a vuestro
lado" (Jn 14, 28).
Así lo proclama la liturgia en el prefacio de la Ascensión: "Porque Jesús, el
Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido
(hoy), ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, como mediador
entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos. No se ha ido para
desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza
nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente
esperanza de seguirlo en su Reino". En su ascensión, Jesús no marcha a un
lugar lejano, sino que participa en alguna manera del modo de presencia según
el cual Dios está en medio del inundo. El Reino de Dios se realiza sobre nuestro
mundo concreto, el mundo en que vivimos.

El misterio pascual: un movimiento de descenso y de subida

143. Jesús pudo arrostrar su propia muerte y esperar con segura confianza que
en ella había de triunfar su Padre. De ello dan testimonio sus palabras ante el
sanedrín (Mc 14, 62), o las tres solemnes predicciones de su misterio pascual,
tal como nos la relatan los sinópticos (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34 y par.). Jesús
nos describe su destino con un ritmo a tres tiempos: el Hijo del hombre es
desechado por el pueblo y entregado a los gentiles; luego es atormentado,
humillado, inmolado; y al tercer día resucita. El anuncio de la resurrección al
término de la pasión no tiene por única finalidad iluminar el cuadro con una
ráfaga de luz. A los ojos de Jesús la resurrección forma parte de su misión junto
con la muerte; por eso está vinculada a su destino mesiánico y así se lo explica
a sus discípulos: "Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que
tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los sumos sacerdotes
y de los ancianos, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Mt 16,
21).

El tercer día: una esperanza cierta, como la aurora

144. A pesar de todos sus esfuerzos, los hombres no pueden suprimir el


sufrimiento, ni tampoco pueden vencer la muerte. Ante esta experiencia
desconcertante, Jesús confía en Dios, tiene la seguridad de que el Padre le
librará: "Yahvé da muerte y vida, hace bajar al seol y retornar" (1 S 2, 6). Dios
saca de la muerte la vida. Esta es la confianza del pueblo creyente, que aparece
de diversos modos en el Antiguo Testamento (Cfr. Ez 37; Jon 2, lss; Jb 19, 25-
26; Dn 12, 2; 2 M 7; 12, 43-46) y que subyace en este texto del profeta Oseas:
"En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de El.
Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su
sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como
lluvia tardía que empapa la tierra" (Os 6, 2-3). Para Oseas, sin embargo, los
crímenes de Israel hacen presuntuosa y vana esta confianza: el pueblo carece
del verdadero conocimiento de Dios; su amor es efímero y falso. Dios les dejará
de su mano (Cfr.Os 6, 4.6; 5, 15).
En Jesús, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre, la confianza no será
vana, sino que se cumplirá totalmente: al tercer día resucitará (Mt 16, 21; 17, 23;
20, 19). Para quien vaya en pos del conocimiento de Dios, siguiendo a Jesús,
Dios le prepara un "tercer día" más allá del dolor y de la muerte. Tras un breve
tiempo, es liberado todo aquel que cumple la voluntad de Dios. Esta esperanza
es tan cierta como la salida del sol.

El cumplimiento más profundo de lo que estaba escrito


145. Varios salmos (15, 21, 29, 30, 34, 39, 40, 48, 54, 68, 101, 108, 117) refieren
sufrimientos similares a los de Cristo y una liberación providencial que prefigura
su resurrección. Ahora bien, como e] Antiguo Testamento no llegó a percibir sino
tardíamente la supervivencia del hombre tras la frontera de la muerte, esta
plenitud de vida no pudo ser expresada perfectamente. Palpita en los salmos
una intuición que no pueden reproducir enteramente, y se queda a mitad de
camino. Esta profundísima tendencia irradia por doquier. Esta intuición no se
manifestó claramente hasta la plenitud de la revelación. Jesús cumplió en sí los
salmos de liberación, lo mismo que cumplió las profecías sobre el reino de Dios;
en la medida en que realizó el sentido más profundo de lo que estaba escrito. La
liberación en el umbral de la muerte se convierte, por obra suya, en liberación
más allá del umbral de la muerte. Así se cumplieron en El los salmos,
alcanzando su consumación el sentido último al que se orientaban.

Cara y cruz del misterio pascual: unidas en una misma hora

146. San Juan nos ayuda a descubrir que los dos aspectos opuestos del misterio
pascual (descenso-subida, sombra-luz, humillación-glorificación) se hallan
ineludiblemente unidos en la misma hora. Unas veces tiembla Jesús ante esta
hora, otras suspira por ella como por su gloria y su gozo. Cierto que las más de
las veces aparece bajo un aspecto severo (Jn 7, 30; 8, 20; 12, 27). Si Jesús la
llama una hora de gloria (17,1), no se deduce de ello que la muerte en sí misma
no sea en absoluto para San Juan un abatimiento. La pasión es la hora del
príncipe de este mundo (14, 30), el tiempo de la humillación que teme Jesús (12,
27). Si la hora es magnífica, lo es por razón no de la muerte misma, sino de la
gloria a que pasa Jesús en su muerte. "Ha llegado la hora de que sea glorificado
el Hijo del hombre" (12, 23).

Sobre el fondo del éxodo: una brecha abierta por Dios más allá de la
muerte

147. El misterio pascual de Jesús se desenvuelve sobre el fondo del éxodo. En


el contexto de la pascua judía, Jesús celebra su muerte como un paso, como un
éxodo: "He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros
antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se
cumpla en el Reino de Dios" (Lc 22, 15-16). Los cantos de liberación y acción de
gracias (Salmos 112-117) que cierra la celebración de la Pascua judía adquieren
entonces una dimensión inenarrable de confianza incondicional en Dios Padre,
más allá de la propia muerte: "Empujaban y empujaban para derribarme, pero el
Señor me ayudó; el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación" (Sal
117, 13-14).

La victoria de Cristo sobre la muerte, una victoria para todos

148. Para los discípulos la muerte de Jesús fue un escándalo; podía ser la
prueba de que Cristo no era el "redentor" esperado: "nosotros esperábamos,
dicen los de Emaús, que él fuera el futuro liberador de Israel" (Le 24, 21).
Iluminados por la acción del Espíritu y hechos testigos de la resurrección (Hch 1,
8; 2, 32), comprenden que la pasión y la muerte de su maestro, lejos de fustrar
el plan salvador de Dios, lo realizan "según las Escrituras" (1 Co 15, 4). La
muerte de Cristo, aparentemente una derrota, era en realidad una victoria no
sólo para El, sino para la humanidad y para el mundo: "la piedra que desecharon
los arquitectos, es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha
sido un milagro patente" (Sal 117, 22-23; cfr. Mt 21, 42; Hch 2, 33).

Redimidos por la muerte de Jesús

149. Jesús nos ha rescatado mediante su muerte. La palabra hace recordar


cómo Dios rescató a Israel de Egipto. En ambos casos la palabra "rescate" es
una imagen: la realidad expresada es que Dios salva. El gran misterio consiste
en que el Reino de Dios se ha difundido aún cuando los hombres dimos muerte
a Jesús, el Inocente, "y una muerte de cruz" (Flp 2, 8). En el mayor pecado brilló
el mayor amor. Así hemos sido redimidos por la muerte de Jesús, de forma que
"donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un
árbol, fuera en un árbol vencido" (Prefacio de la cruz).

El juicio del mundo

150. Por su muerte y resurrección, Jesús es vencedor del mundo, de ese mundo
que, como dice San Juan, no le ha conocido (Jn 1, 10) y le ha odiado (Jn 15,
18). Jesús no es del mundo (Jn 8, 23; 17, 14), por eso le odia el mundo. Odio
loco que domina aparentemente el drama evangélico, odio que provoca
finalmente la condena a muerte de Jesús. Pero en este mismo momento se
invierte la situación: entonces tiene lugar el juicio del mundo y la caída de su
príncipe (Jn 12, 31), porque Jesús, dejando este mundo, vuelve al Padre (Jn 16,
28), donde está sentado junto a El (Jn 17, 5), y desde donde dirige la historia.
Desde entonces el Espíritu hace la revisión del proceso de Jesús, mostrando a
sus discípulos que el pecado está de parte del mundo, que la justicia está de
parte de Jesús, y que el verdadero condenado, en ese proceso, es el príncipe
de este mundo (Cfr. Jn 16, 8211; Cfr. Tema 20).

La nueva alianza, realizada en la sangre de Cristo

151. El marco pascual de la última cena (Mt 26, 2; Jn 11, 55ss; 12, 1; 13, 1)
establece una relación intencionada entre la muerte de Cristo y el sacrificio del
cordero pascual. Jesús viene a ser nuestra pascua (1 Co 5, 7; Jn 19, 36), el
cordero inmolado (1 P 1, 19; Ap 5, 6), inaugura en su sangre la nueva alianza
(1 Co 11, 25), realiza la expiación de los pecados (Rm 3, 24ss), la reconciliación
entre Dios y los hombres (2 Co 5, 19ss; Col 2, 14). La muerte de Jesús, su
sangre, no es tanto ofrenda a Dios cuanto ofrenda de Dios. Jesús da su sangre
no a un Padre que reclama castigo, sino a nosotros. La sangre de Dios es
derramada en favor nuestro. Por ella estamos unidos: la nueva alianza es en su
sangre. Así lo dice Jesús en la cena de despedida: "Esta es mi sangre, sangre
de la Alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28;
cfr. Ex 24, 8).
Incorporados al misterio de la muerte y resurrección de Cristo

152. Jesús ha entrado totalmente en este mundo nuestro marcado por el pecado
y la muerte. Se ha hecho uno de nosotros, para que nosotros seamos como El.
Se ha convertido en hombre maldito colgado del madero para librarnos a
nosotros de la maldición que supone la violación de la Ley (Cfr. Ga 3, 10-14; 2
Co 5, 21; 1 P 2, 21-25). Jesús coge el mal por su raíz, por el pecado. Y lo hace
así por su obediencia hasta la muerte: "sus cicatrices nos curaron" (Is 53, 5).
Hasta el fracaso deja de ser un destino solitario, puesto que significa que somos
sumergidos en la muerte de Cristo. Por el Bautismo entramos en este misterio
(cfr. Rm 6, 3ss) y cuantas veces celebramos la Eucaristía participamos de él:
"Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la
muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 26; cfr. 11, 23ss). No se le quita al
dolor su amargura, pero sí su fatalidad. Debemos ante todo asumir el dolor hasta
el final, beber el cáliz (Cfr. Mc 10, 38-39), confiando, como Jesús, que nosotros
también seremos liberados. Los cristianos creemos que la muerte y la desgracia
no son lo último, un destino oscuro, pues Dios nos hace ver que de ahí puede El
sacar la vida y la felicidad.

Una situación objetiva y nueva en las relaciones del hombre con Dios

153. Por la muerte y resurrección de Cristo se crea una situación objetiva nueva
en las relaciones del hombre con Dios. La muerte de Cristo abre a todos los
hombres el camino del encuentro definitivo con Dios, da a todos la posibilidad de
participar plenamente de la vida y del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El misterio pascual de Jesús, en la lucha diaria del creyente

154. El misterio pascual de Jesús debe abrirse paso cada día en la vida del
creyente como el fundamento único de la esperanza, como la garantía de que
podemos superar el fracaso, sobre todo, el aparente fracaso de la muerte. Ese
misterio nos sostiene en las dificultades de nuestra vida diaria, como sostuvo a
Pablo en su lucha cotidiana: "Continuamente damos prueba de que somos
ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros,
golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer;
procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu
y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios. Con la
derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de la
honra y afrenta, de mala y buena fe. Somos los impostores que dicen la verdad,
los desconocidos conocidos de sobra, los penados nunca ajusticiados, los
afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los
necesitados que todo lo poseen" (2 Co 6, 4-10).

Fe inquebrantable ante el horror de la cruz: "Tú levantas mi cabeza"

155. La vida del creyente está señalada por la cruz, necedad para unos,
escándalo para otros (1 Co 1, 23). "En el país donde crece el peor de los
árboles, la cruz, no hay nada digno de alabanza", decía un pensador no
cristiano. El creyente, sin embargo, acepta la cruz de Cristo, no en cuanto la cruz
sea un lugar de dolor, sino porque en ella se manifiesta la fuerza de Dios (1 Co
1, 18) : Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, dice Pablo,
pues así también la vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne (2 Co 4, 10).
En el misterio pascual de cada día experimentamos hasta qué punto es realidad
operante esta fe inquebrantable en el Padre: "Tú levantas mi cabeza" (Sal 3, 4).

CAPITULO II
DIOS PADRE Y EL ESPÍRITU.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD

• EL ROSTRO DE DIOS PADRE.

• LA HORA DEL ESPÍRITU HA LLEGADO.

• EL MISTERIO DE DIOS: DIOS ES AMOR Y AMOR ENTRE PERSONAS.

Tema 19. EL ROSTRO DE DIOS PADRE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente:

• descubra a Dios Padre, lleno de misericordia, de ternura, de fidelidad y de amor,

• descubra cómo el cristiano ha de superar el miedo y la angustia, abriéndose a la confianza en el


Espíritu de nuestro Padre que está con nosotros.

Jesús, el mejor intérprete del Padre. El misterio religioso del hombre

156. Jesús ha mostrado que el gran misterio religioso del hombre consiste en
reconocer a Dios como Padre en el corazón de la propia vida. ¿Qué significa
esto? Dios es el gran misterio del hombre, "a Dios nadie le ha visto jamás" —
dice San Juan (1, 18)—. Y dice también: "El Hijo único que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer". En efecto, Jesús es el gran revelador, el
mejor intérprete del Padre. Cada acontecimiento de su vida deja al descubierto
el rostro de Dios. Sólo Jesús pudo revelarnos definitivamente quién es realmente
Dios y sólo El lo continúa haciendo: "Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél
a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27). Se trata de un conocimiento vital
y salvador.

Vivir como esclavos bajo el peso del temor. Experiencia profunda

157. Cuando Pablo habla a las primeras comunidades cristianas de haber vivido
como esclavos bajo los elementos del mundo y les recuerda que no han recibido
un espíritu de esclavos para recaer en el temor (Ga 4, 3-6; Rm 8, 14-16), se
refiere a una experiencia profunda que los destinatarios han vivido o están
viviendo: el peso esclavizante de un temor que no puede ser alejado. En este
terreno, Pablo se mueve con seguridad. Percibe el secreto mejor ¡guardado de
una existencia vivida de espaldas a Dios: ese secreto radica en el temor, aunque
éste permanezca enmascarado. A los romanos, a los gálatas y a nosotros nos
ayuda Pablo a reconocer en nuestra experiencia de esclavitud y de temor
nuestra secreta situación de condena.

Nadie puede vivir a Dios como Padre si no vive la vida con confianza:
como don de Dios

158. En esa raíz de la propia existencia se manifiesta la originalidad y la fuerza


propia de la fe. Tendemos a conjugar la imagen que tenemos de Dios y la
imagen que tenemos del mundo y de la vida. Nuestra relación con Dios como _
Padre, y nuestra confianza filial en El, implica reconocer el mundo y la vida como
don de Dios. La confianza en Dios es fuente de la confianza "básica" para poder
vivir. Es difícil vivir a Dios como Padre, si no se vive la realidad entera como don
de Dios. Con confianza. Más aún, esto condiciona la configuración de la propia
identidad, de forma que podría decirse: "Dime qué imagen tienes de Dios (o de
la vida) y te diré quién eres."

De espaldas a Dios, la vida humana se agosta

159. Los psicólogos dicen que el sentimiento de identidad se desarrolla viviendo


en confianza. Y se vive en confianza cuando sentimos que alguien está con
nosotros, nos acepta, nos ama. E inseparablemente, cuando también somos
nosotros todo esto para quienes nos rodean. Sin embargo, una y otra vez surgen
interrogantes que sitúan la vida humana en una tensión abierta entre la
confianza y el temor. El aburrimiento, el tedio y la angustia nacen en nosotros de
sentir el fondo de nuestra propia inconsistencia. La angustia corroe todas las
cosas del mundo y pone al descubierto todas las ilusiones. Sin embargo, la
angustia nos ha servido a los hombres con mucha frecuencia, para ponernos
delante de Dios. De espaldas a Dios, la vida humana se agosta. Como dice el
profeta Jeremías: "Doble mal ha hecho mi pueblo a mí me dejaron, Manantial de
aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no
retienen" (2, 13). Si el hombre quiere alcanzar su salvación, habrá de renunciar a
su autonomía idolátrica y abrirse a la acción salvadora de Dios. Entonces la vida
será ante todo el fruto siempre nuevo de un don que viene de Dios. En realidad,
la fe nos libera de la ilusión, de creer que podemos fundar nuestra existencia
personal en virtud de nuestra propia decisión. Tal ilusión viene a ser una
pretensión idolátrica que destruye al hombre mismo.

Jesús, revelador definitivo del plan de Dios. Una historia de amor

160. Jesús, el revelador de Dios, funda su misión en las decisiones del Padre,
que se le van manifestando en el interior de los mismos acontecimientos: Mi
alimento es hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34; Le 22, 42; Jn 14, 10-31).
Jesús invita a todos a abrirse como niños al plan de Dios (Mc 10, 15), un plan
preparado desde toda la eternidad y manifestado progresivamente en la historia
humana, un plan que le devuelve al hombre la confianza de que en todas las
cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm 8, 28).

El comienzo del plan de Dios: "El espíritu de Dios aleteaba sobre la


superficie de las aguas..."

161. El plan de Dios es una historia de amor. Ya desde sus comienzos. la


creación es un gesto de amor por parte de Dios. Acoger el mensaje cristiano de
la creación es creer en el amor. Es poner el amor en el principio mismo del ser,
es explicar el origen del mundo a partir de una generosidad misteriosa. Es
concebir el mundo como un don, considerar toda la realidad como dependiente
de una benevolencia vigilante. Utilizando una imagen expresiva, la del ave que
aletea sobre el nido donde nacerán sus polluelos, el relato bíblico de la creación
(Gn 1, 1 ss) presenta la acción de Dios amorosa y vigilante sobre la realidad
llamada por El a la existencia.

Ante el pecado del hombre, el amor de Dios se manifiesta como


misericordia

162. La historia humana aparece desde sus orígenes como historia de pecado.
Los primeros capítulos del Génesis (2-11) describen abundantemente el impacto
del pecado en medio de un mundo que, en cuanto salido de las manos de Dios,
era bueno (Gn 1, 4.10.12.18.21.25.31). El pecado domina de forma casi
absoluta, es "señor del mundo": entregados a la dureza de su propio corazón,
los hombres caminan según sus designios (Sal 80, 13). En este contexto, Dios
llama a Abraham a una experiencia de fe y amistad y lo que hizo con él piensa
hacerlo con todas las naciones de la tierra (Gn 12, 3). Ante el pecado del
hombre, el amor de Dios aparece como misericordia: "Tenía mis manos
extendidas todo el día hacia un pueblo rebelde y provocador" (Rm 10, 21; Ts 65,
2).

Dios actúa en la historia gratuitamente. "Me manifesté a quienes no


preguntaban por mí"
163. El rostro de Dios Padre se manifiesta en la historia de Israel. Dios actúa en
ella. También en la historia humana. Siempre de forma gratuita. Es significativo
que Abraham fuera llamado por Dios cuando era incircunciso, cuando no era
creyente. Esto lo tiene muy presente Pablo (Rm 4, 9-12), pues Abraham es así
figura de todos los creyentes, llamados por Dios cuando éramos enemigos (Rm
5, 6-11; 2 Co 5, 18). Así se cumple la palabra del profeta Isaías: "Fui hallado de
quienes no me buscaban; me manifesté a quienes no preguntaban por mí" (Is
65, 1; Rm 10, 20).

Como a la niña de sus ojos

164. Israel ha experimentado especialmente la acción amorosa de Dios. Yahvé


se reveló como padre de Israel en el éxodo: "Lo encontró en una tierra desierta,
en una soledad poblada de aullidos: lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a
las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada revolhndo sobre los
polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas. El Señor
sólo los condujo, no hubo dioses extraños con él" (Dt 32, 10-12).

Como quien alza a un niño contra su mejilla

165. Toda la historia de Israel está presidida por el amor de Dios. Oseas expresa
gráficamente su inmensa ternura: "Cuando Israel era joven le amé, desde Egipto
llamé a mi hijo. Cuando le llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales,
ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraím, le alzaba en brazos; y
él no comprendía que yo le curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor
le atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y
le daba de comer" (Os 11, 1-4).

"Yo no te olvidaré... En mis palmas te llevo tatuada"

166. Isaías compara el amor de Yahvé, que no olvida, al amor de una madre:
"¿Puede una madre olvidarse de su criatura. no conmoverse por el hijo de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te
llevo tatuada" (Is 49, 15-16).

Los ángeles son servidores de Dios, enviados para cooperar como


ministros de la salvación de Cristo en nuestro favor

167. El amor de Dios y su presencia en la historia de los hombres se manifiesta


también a través de enviados, mensajeros o ángeles. La Escritura habla a
menudo de los ángeles. Ellos son cooperadores de la bondad de Dios, espíritus
inteligentes y libres, fuerzas poderosas del bien, que nos asisten en nuestra
peregrinación terrestre: "¿Qué son todos (los ángeles) sino espíritus en servicio
activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación?" (Hb 1,
14). Cristo, por ser "el Principio", "el primero en todo" (Col 1, 18), es el Señor de
los Angeles: "tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es
el nombre que ha heredado" (Hb 1, 4); Dios le otorgó (a Jesús) el Nombre que
está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble (F1p
2, 9-11). Cuanto se dice de los ángeles en la Escritura proclama el alegre
mensaje de que Dios se ocupa y preocupa de mil maneras de nosotros. Su
existencia es una verdad de la doctrina católica (Cfr. Pablo VI, CPD 8).

Jesucristo, máxima prueba de amor por parte de Dios

168. La prueba suprema del amor nos la da Dios en la persona de Jesucristo.


Dios ha amado tanto este mundo pecador que ha enviado a quien quiere, a su
Hijo muy amado, aun sabiendo que sería rechazado, sacrificado: "Cuando
nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por
los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de
bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 6-8).

Confiar en Dios Padre, centro del mensaje de Jesús

169. La revelación de Dios como Padre está en el centro del mensaje de


Jesucristo. El secreto de la vida humana consiste en llegar a confiar en Dios.
Son los "pequeños", los que, humildes, creen y confían, los que descubren su
acción y su presencia (Mt 11, 25), los que acogen la llegada del Reino de Dios,
los que piden el cumplimiento de la voluntad del Padre: "Padre nuestro dd1
cielo, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo" (Mt 6, 9-10).

Delante de Dios, tal como somos y como vivimos

170. Jesús nos enseña que el hombre puede acudir siempre al Padre, tal como
es en lo profundo de su vida, con sus miserias necesidades ordinarias: "Danos
hoy el pan nuestro de cada día, Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros
hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación,
sino líbranos del maligno" (Mt 6, 11-13). Quienes así se presentan delante de
Dios saben también qué cosa es la fundamental: "Sobre todo, buscad el Reino
de Dios y su, justicia, lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 33).

El corazón de Dios Padre. Entre el respeto a la libertad del hijo y la


misericordia

171. El corazón de Dios Padre lo manifiesta Jesús de forma incomparable en la


parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), parábola que podría llamarse del padre
misericordioso. En realidad, la figura principal es el padre. En el contexto del
Evangelio, Dios no aparece como el padre que atranca la puerta para que los
hijos no salgan de noche, sino como luz que alumbra, como brújula que orienta
al hombre en sus opciones, que no lo abandona en el ejercicio arriesgado de la
libertad, y que crea nuevas perspectivas de liberación, rehaciendo los epílogos
que parecían desastrosos.

Paternidad de Dios, crecimiento y maduración del hombre


172. La paternidad de Dios no es una paternidad opresora que reduce al hombre
a la pasividad, a una dependencia infantil, al mero sentimiento de culpabilidad, a
la anulación de su propia personalidad. Por el contrario, la paternidad de Dios
vivida con los sentimientos de Cristo y bajo la acción del Espíritu, ayuda al
hombre a ser más responsable, más libre, más consciente. Dios Padre, al
ofrecernos su perdón, suscita en nosotros una esperanza liberadora. Todas las
etapas del hijo pródigo, desde la partida hasta el regreso, son rescatadas por el
abrazo del Padre. El regreso a la casa del Padre es el redescubrimiento del
sentido de las cosas y de los acontecimientos. La paternidad de Dios no se
opone —antes al contrario— al más profundo desenvolvimiento del hombre.
Dios es Creador y Salvador.

La confianza evangélica, escándalo para el hombre

173. Jesús nos invita a confiar en el Padre y a no ser esclavos de la


preocupación angustiada: "No os agobiéis por el mañana, porque el mañana
traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos" (Mt 6, 34). La
confianza en el cuidado de Dios providente es una característica del espíritu
evangélico. Esta confianza en Dios resulta escandalosa para quienes viven
agobiados por la preocupación por tantas cosas: acumulación de riquezas,
aumento de comodidades, salud y enfermedad, guerra y paz, y, finalmente, la
muerte.

Por el miedo a la muerte, vivimos esclavizados de por vida

174. La muerte... Muchos pensadores afirman que, para poder escapar a la


preocupación de la muerte, el hombre se aturde, juega, se divierte, se consagra
"a los negocios": y todo para olvidar. Esto mismo percibe el autor de la Carta a
los Hebreos, cuando dice que el hombre, por el miedo que tiene a la muerte,
vive esclavizado de por vida (Hb 2, 15).

No andéis agobiados...

175. Es sorprendente la insistencia evangélica de Jesús: "No estéis agobiados


por la vida pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo pensando con
qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el
vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin
embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que
ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al
tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los
lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto,
estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo
y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por
vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o
qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas
cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre
todo, buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.
Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio
agobio. A cada día le bastan sus disgustos" (Mt 6, 25-34; cfr. Mt 10, 19; Me 13,
11; Lc 12, 11).

Confiar en el Padre, don del Espíritu. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra
flaqueza" (Rm 8, 26)

176. Sucede, sin embargo, que al hombre le falta valor para vivir confiadamente.
Necesita de la fuerza del Espíritu para que pueda vivir con corazón de hijo para
con Dios Padre. La acción del Espíritu viene a ser la prueba de la filiación:
"Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres
también heredero por voluntad de Dios" (Ga 4, 6-7). En efecto, "los que se dejan
llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un
espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu
dan un testimonio concorde; que somos hijos de Dios, y si somos hijos, también
herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rm 8, 14-17).

Somos realmente hijos de Dios por la fe en Cristo

177. La filiación adoptiva era ya uno de los privilegios de Israel (Rm 9, 4), pero
ahora los cristianos son hijos de Dios, en un sentido mucho más fuerte, por la fe
en Cristo (Ga 3, 26; Ef 1,5). La fe viva supone en ellos una verdadera
regeneración (Tt 3, 5; cfr. 1 P 1, 3; 2, 2) que los hace partícipes en la vida del
Hijo. Tal es el sentido del bautismo, por el que el hombre adquiere una vida
nueva (Rm 6, 4), renace del agua y del Espíritu (Jn 3, 3.5). A los que creen en
Cristo, en efecto, Dios les hace capaces de ser hijos suyos n Jn 1, 12). Esta vida
de hijos es para nosotros una realidad actual, aun cuando el mundo lo ignore (1
Jn 3, 1). Vendrá un día que se manifestará abiertamente y entonces seremos
semejantes a Dios porque le veremos tal cual es (1 Jn 3, 2). Unidos a Jesucristo
por la fe, por el bautismo, por la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de
la vida de Dios y nos transforma realmente en hijos de Dios.

El Padre da el espíritu a todos los que se lo piden

178. El Padre concede el LDm del Espíritu a todos los que se lo piden: "Pedid y
se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe,
quien busca, halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando
el hijo le pide pan le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una
serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión? Si vosotros, que sois
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?" (Lc 11, 9-13).

Himno al amor de Dios. "Dios está con nosotros". Sin miedo a nada.
Abiertos al futuro

179. Por el Don del Espíritu Santo comprendemos que Dios está con nosotros,
superamos todo tipo de miedo y podemos cantar con San Pablo este himno al
amor de Dios: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que
no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. ¿cómo no
nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está
a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos
del amor de Cristo?: ¿la aflición?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?,
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa
nos degüellan cada día. nos tratan como a ovejas de matanza. Pero, en todo
esto, vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido
de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni
potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor
de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8, 31-39).

Confiar en Dios Padre y vivir fraternalmente con los demás hombres

180. Vivir con confianza en Dios Padre no es posible sin vivir fraternalmente con
los demás hombres. También desde esta perspectiva, el segundo mandamiento
de la Ley es semejante al primero (Mt 22, 39): "Entonces clamarás al Señor y te
responderá, gritarás y te dirá: Aquí estoy. Cuando destierres de ti la opresión, el
gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y
sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se
volverá medio día" (Is 58, 9-10).

"Amad a vuestros enemigos... Así seréis hijos de vuestro Padre que está
en el cielo"

181. Si Dios es nuestro Padre, entonces todos somos hermanos. Según el


Evangelio de Jesús, quedan incluidos también los enemigos: "Habéis oído que
se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo:
Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y
manda la lluvia a justos e injustos" (Mt 5, 43-45). Sólo aquel que no excluya a su
enemigo puede decir con verdad: El mundo es la casa de todos. Todos somos
hermanos. Dios es nuestro Padre.

Tema 20. LA HORA DEL ESPÍRITU HA LLEGADO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente:
 descubra que la presencia y acción del Espíritu son don de Dios, totalmente gratuito, que hace
posible que el hombre sea más hombre y aún más que hombre, es decir, que pueda vivir su vida
humana íntegramente y también pueda vivir a la vez en plenitud, desbordando sus propias
posibilidades, por la participación de la misma naturaleza y vida divinas (Cfr. 2 P 1, 4).

 experimente, en su vida de creyente, cómo la presencia del Espíritu en nosotros, es presencia de


amor gratuito y nos da la capacidad de amar gratuitamente, desinteresadamente.

"¿Podrán revivir estos huesos?" (Ez 37, 3)

182. "Entonces me dijo: Hijo de Adán, esos huesos son toda la Casa de Israel.
Ahí los tienes diciendo: Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza
se ha desvanecido; estamos perdidos. Por eso profetiza diciéndoles: Esto dice el
Señor: Yo voy a abrir vuestros sepulcros, os voy a sacar de vuestros sepulcros,
pueblo mío... Infundiré mi espíritu en vosotros para que reviváis, os estableceré
en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago —oráculo del
Señor—" (Ez 37, 11-14).

La plenitud que se escapa o el paraíso perdido

183. "Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido;


estamos perdidos" (Ez 37. 11). Israel ha llegado hasta el fondo de una situación
desoladora, en la que se vive como ilusoria toda esperanza. La vida queda lejos.
El camino, cerrado. Es "como una enfermedad de las cosas", una experiencia de
debilidad que alcanza a todo hombre: "Toda carne es hierba y su belleza como
flor del campo: se agosta la hierba, se marchita la flor" (Is 40, 6-7).

La carne, nombre de la debilidad humana

184. La Escritura expresa la debilidad radical del hombre con una palabra:
carne. La carne es, primeramente, lo que nosotros llamamos "el cuerpo", pero el
cuerpo sometido a la muerte, el cuerpo que se halla en constante amenaza" (Gn
6, 3; Is 40, 6). La carne, o "la carne y la sangre" (Mt 16, 17; 1 Co 15, 50). son
también todas las construcciones del hombre. Las más impresionantes son nada
en presencia de Dios. La carne es siempre debilidad (Jr 17, 5ss; Jb 10, 4ss).
Dios es espíritu. Dios lo puede todo sobre el mundo, el cual no puede nada sin
El. nada contra El. Incluso Egipto, símbolo humano del poder y de la fuerza, es
carne, debilidad, todo un gigante con pies de barro: "En cuanto a Egipto, es
humano, no divino, y sus —'':ll o.. carne, y no espíritu" (ls 31, 3).

La carne, el pecado de un falso apoyo

185. La carne expresa también la condición pecadora del hombre, que pretende
afirmarse a sí mismo de espaldas a Dios, olvidando la Ley y los profetas, que
advierten: "Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes" (Is 7, 9) y, sobre todo, a
Cristo, que llevó a su culmen, desbordándolos por superación, a la Ley y a los
Profetas. También afirmaron los Profetas: "Maldito quien confía en el hombre, y
en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un
cardo en la estepa, no verá llegar el bien: habitará la aridez del desierto. tierra
salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su
confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa
raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde: en año de
sequía no se inquieta, no deja de dar fruto" (Jr 17. 5-8).

Vivir según la carne

186. La carne tomada como norma de la existencia le impone al hombre su


tiranía; reduce a su esclavitud a los que obedecen a la "ley del pecado" (Rm 7.
25). Con insolencia (Col 2, 23) manifiesta entonces sus deseos (Rm 8, 5 ss), sus
apetencias (Rm 13, 14; Ga 3, 3; 5, 13.16-17), produce obras malas (Ga 5, 19),
hace carnal hasta el entendimiento mismo (Col 2. 18; cfr. 1 Co 3, 3). El cuerpo
también —si bien de suyo puede ser carnal y espiritual— cuando está dominado
por la carne se llama el cuerpo de la carne (Col 2, 11), se identifica con el
cuerpo del pecado (Rm 6, 6) y es. en verdad, carne de pecado (Rm 8. 3).

¿Según la carne o según el espíritu? No hacéis lo que quisierais: dos


fuerzas opuestas

187. "Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne, pues la


carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un
antagonismo tal que no hacéis lo que quisiérais. En cambio, si os guía el
espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley. Las obras de la carne están
patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades,
contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias,
borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne,
que los que así obran no herederán el Reino de Dios. En cambio, el fruto del
Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad,
amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la Ley. Y los que son de Cristo
Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos" (Ga 5. 16-24).

Experiencia de la propia incapacidad: "La carne no sirve para nada" (Jn 6,


63)

188. Las obras de la carne, esto es, de quien vive según la carne, manifiestan la
condición pecadora del hombre y su incapacidad para entrar, por sí mismo, en el
Reino de Dios: "lo de la carne es carne; lo del Espíritu, es espíritu. No te
asombres que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto" (Jn 3. 6), dice Jesús a
Nicodemo. Por sí mismo, el hombre de la carne es incapaz de reconocer a Dios
y a Jesucristo en el centro de la propia vida y, al mismo tiempo, de amar gratuita
y desinteresadamente al hermano.

Creemos y amamos por don de Dios. La fe y amor son de Dios

189. Nadie cree por propia cuenta, nadie ama por propia cuenta. Se cree y se
ama verdaderamente por la gracia de Dios. San Pablo nos hace saber que
"nadie puede decir: ';Jesús es Señor'', sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co
12, 3). Y San Juan: "Todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es
de Dios" (1 Jn 4, 2). Así como también: "Todo el que ama ha nacido de Dios" (4,
7). En definitiva, creemos y amamos por don de Dios. La fe y el amor son de
Dios, no nuestros; y, al mismo tiempo, la gracia de Dios los hace "nuestros": el
Espíritu Santo que habita en nosotros enraiza en nuestro espíritu esos valores
como dones gratuitos, de suerte que el hijo de Dios vive realmente la vida divina
y colabora en ella, la comparte.

No tenemos un retrato del Espíritu. La Escritura lo presenta siempre en


acción

190. Este don de la gracia de Dios es radicalmente fruto de la presencia activa


del Espíritu Santo en nosotros. La Escritura utiliza la palabra espíritu (ruah en
hebreo, pneuma en griego, spiritus en latín)' para expresar ambas realidades: los
dones de Dios y el Espíritu Santo. Originariamente, espíritu significa soplo del
viento y aliento vital. El Espíritu de Dios no es ni lo uno ni lo otro. Se usan éstas
y otras imágenes para representarlo de algún modo. Es inmaterial. La Sagrada
Escritura no nos presenta en ninguna parte un retrato, ni siquiera una
descripción del Espíritu. El Espíritu no tiene rostro, ni siquiera un nombre
susceptible de evocar una figura humana. No oodemos situarnos ante la faz del
Espíritu, contemplarlo, seguir sus gestos. La Escritura nos lo presenta siempre
en acción, actuando en nuestros corazones. "Lo conocéis porque vive con
vosotros y está con vosotros" (Jn 14, 17). Conocer al Espíritu es experimentar su
acción, dejarnos invadir por su influencia, hacernos dóciles a sus impulsos; es
pretender que El sea, de modo cada vez más consciente para nosotros, la fuente
de nuestra vida.

Como el viento

191. El Espíritu —y todo el que nace del Espíritu— es como el viento: "el viento
sopla donde quiere, y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde
va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3, 8). En efecto, en el viento
hay algo misterioso. No podemos apresarlo. No se cansa. El viento pertenece a
la escolta de Dios. Lleva al Señor sobre sus alas (Ez 1, 4; Sal 17, 11). Y corre a
transmitir sus órdenes hasta las extremidades de la tierra (Sal 103, 4; 146, 18).
Viene del cielo y actúa sobre la tierra y la transforma. Unas veces la deseca con
su soplo abrasador (Ex 14, 21; Is 30, 27-33; Os 13, 15), otras barre todas las
obras humanas como si fueran paja (Is 17, 13; 41, 16; Jr 13, 24; 22, 22), y otras
trae lluvia sobre el suelo reseco y le devuelve la fertilidad (1 R 18, 45). A la tierra,
inerte y estéril, se contrapone el viento por su ligereza alada y por su poder de
vida y fecundidad.

Como el aliento de vida

192. Como el viento penetra la tierra, así el aliento vital penetra la carne. Como
el viento, la respiración es igualmente una imagen del Espíritu. Así como el
viento trae la vida a la tierra reseca, así también el soplo respiratorio
(aparentemente frágil y vacilante) es la fuerza que vigoriza y da agilidad al
cuerpo y a su masa, y le hace vivo y activo (Gn 2, 7; Sal, 103, 29-30; Jb 33, 4;
Qo 12, 7).

Como el agua

193. El Espíritu es también como el agua. Como el agua que purifica:


"Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras
inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os
infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os
daré un corazón de carne" (Ez 36, 25-26).
Como el agua que fecunda la tierra reseca: "Voy a derramar mi aliento sobre tu
estirpe y mi bendición sobre tus vástagos. Crecerán como hierba junto a la
fuente, como sauces junto a las acequias" (Is 44, 3-4).
Como el agua que apaga la sed: "El último día, el más solemne de las fiestas,
Jesús en pie gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que
beba. (Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.)
Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él"
(Jn 7, 37-39).

Como el fuego

194. El Espíritu es también como el fuego. Como el fuego encendido en la


palabra profética de Elías: "Entonces surgió un profeta como un fuego cuyas
palabras eran horno escendido" (Si 48, 1).
O en las entrañas de Jeremías: "Había en mi corazón algo así como fuego
ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía"
(Jr 20, 9).
Como fuego en la predicación valiente de los primeros cristianos: "se les
aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre
cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" (Hch 2, 3-4).
"Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos
quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía"
(Hch 4, 31).

Como el aceite

195. El Espíritu es también como el aceite. Para una tierra rica en olivos como la
"tierra prometida" (Dt 6, 11; 8, 8), el aceite aparece como símbolo de la
bendición divina (Dt 7, 13; Jl 2, 19; Os 2, 24).
El aceite no es sólo alimento indispensable, como el trigo y el vino, sino también
ungüento que perfuma el cuerpo (Am 6, 6), fortifica los miembros (Ez 16, 9),
suaviza las llagas (Is 1, 6), alimenta continuamente la llama que alumbra (Ex 27,
20; Mt 25, 3-8).
Si el aceite es símbolo de la bendición divina, los ungidos con aceite (el rey y el
sumo sacerdote) tienen la bendición de Dios y, con ella, la misión de iluminar al
pueblo y guiarlo por el camino de la salvación. El aceite de la unción es signo
exterior de la acción del Espíritu que transforma al elegido (1 S 10, 1-6; 16, 13).
A diferencia del agua, que se desliza sobre la piedra y se evapora, el aceite la
impregna. Así sucede con el Espíritu: puede cambiar ios corazones más duros
(Ez 36, 26).

Antiguo Testamento: una fuerza divina en beneficio del pueblo

196. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios —si bien todavía no ha sido


revelado como una persona divina— es percibido como una fuerza divina que
transforma personalidades humanas y las hace capaces de gestos
excepcionales al servicio del pueblo de Israel. La misma fuerza física de Sansón
se llama fuerza del Espíritu de Dios, en cuanto unió al pueblo (Jc 13, 25; 14, 6-
19; 15, 14).
La inspiración profética era don del Espíritu de Dios (1 S 10, 6; Ez 11, 5; Za 7,
12).
La sabiduría de los ancianos que administraban justicia venía del Espíritu de
Dios (Nm 11. 17).
El rey es el ungido por el Espíritu de Dios (1 S 16, 13).

La espera de un Espíritu dado a todos

197. En los casos citados, Dios daba su Espíritu a ciertas personas elegidas.
Pero también se esperaba un don del Espíritu :que se comunicaría al pueblo
entero. Un día fue corriendo un joven a decirle a Moisés cómo dos hombres
estaban profetizando, pero no en la tienda sagrada, sino simplemente en el
campamento. Y Josué reaccionó con esta exclamación: "—Señor mío, Moisés,
prohíbeselo." Moisés le respondió: "¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo
del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" (Nm 11, 28-29). ¡Todo
el pueblo animado por el Espíritu de Dios! Esto mismo lo anunció el profeta Joel
para los tiempos mesiánicos: "Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días" (Jl 3, 2).

Lo que Jesús hará: el Espíritu de Dios en los corazones de los hombres

198. Todo el pueblo estará animado del Espíritu de Dios. Joel pensaba en
visiones proféticas y en fenómenos especiales de que gozarían todos. Ezequiel
prevé un efecto más ordinario, pero más profundo: "Os daré un corazón nuevo y
os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y
os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según
mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36. 26-27). Y
Jeremías: "Una alianza nueva... Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus
corazones" (Jr 31, 31-33). El Espíritu realizará una instrucción suave e interior y
favorecerá una experiencia amorosa de la voluntad de Dios. Estos textos de
Ezequiel y de Jeremías son cimas espirituales del Antiguo Testamento, y
describen a aquel Espíritu que Jesús dará para la expansión de su obra
salvadora. El Espíritu de Jesús será el que realice la acción última en la
instauración del Reino de Dios.

Jesús, poseído por el Espíritu


199. La acción del Espíritu se manifiesta de muchas maneras en la vida de
Jesús. Así, en el bautismo, recibido de manos de Juan: "En un bautismo general,
Jesús también se bautizó. Y mientras oraba, se abrió el ciclo, bajó el Espíritu
Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el
amado, el predilecto" (Lc 3, 21-22). Lleno del Espíritu Santo. Jesús es conducido
por el mismo Espíritu (como en otro tiempo Israel) al desierto (Le 4, 1). La acción
del Espíritu en la vida de Jesús se manifiesta también en la predicación: "Jesús
volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la
comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan" (Lc 4, 14-15). Ungido
por el Espíritu del Señor, anuncia a los pobres la Buena Nueva (Le 4, 18). Lleno
de gozo en el Espíritu, bendice al Padre (Le 10, 21). Sus milagros que tienen en
jaque al mal y a la muerte, la fuerza y la verdad de su palabra, su familiaridad
inmediata con Dios son pruebas de que sobre él reposa el Espíritu (Cfr. Is 61, 1),
sin medida (Jn 3, 34) y de que es, a la vez, el Mesías que salva, el profeta
esperado y el siervo muy amado.

Una promesa repetida insistentemente. "Os lo he dicho antes de que


suceda..." (Jn 14, 29)

200. En las circunstancias dramáticas de la última cena, Jesús hace una


comunicación importante a sus discípulos: El se va, por el odio y el pecado del
mundo, pero enviará el Espíritu de Dios, que llevará adelante la obra de Jesús
(Jn 16, 12-13) y curará con su fuerza divina la debilidad humana de los
discípulos (15, 27), debilidad dejada al descubierto por el pánico de la
persecución: "mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis
cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo" (Jn 16, 32). Jesús hace la
comunicación en el momento oportuno": "no os dije esto desde el principio,
porque estaba yo con vosotros" (16, 4). y lo anuncia "antes de que suceda para
que, cuando suceda, creáis" (14, 29). Aquella noche de despedida, Jesús insiste
una y otra vez en la venida del Espíritu. San Juan relata cinco momentos, cinco
promesas acerca del Espíritu.

El Espíritu estará con vosotros

201. Primera promesa: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté
siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo,
porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con
vosotros y está con vosotros" (Jn 14, 16-17). Jesús promete el Espíritu con la
fórmula ordinaria de la Alianza (Estar con), fórmula que aparece en el Exodo
referida a Yahvé (Ex 3, 12.14) y en el Evangelio referida a Jesús (Mt 28, 20). Por
esta Alianza realizada en el Espíritu, cada creyente queda vinculado
personalmente con el Padre y con Jesús, su Unico Hijo, hecho hombre. Frente a
la incomprensión y el odio del mundo, el creyente no se queda solo (Jn 14, 18).
El día que se cumpla esta promesa, dice Jesús, "entonces sabréis que yo estoy
con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14, 20).

El Espíritu de la verdad continúa la obra de Jesús


202. Segunda y quinta promesas: "El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el
Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo
que os he dicho" (Jn 14, 26). "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no
podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os
guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que
oye y os comunicará lo que está por venir. El me glorificará, porque tomará de lo
mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho
que tomará de lo mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-15).

El Espíritu, defensor de Jesús y acusador del mundo

203. Tercera y cuarta promesas: "Cuando venga el Defensor, que os enviaré


desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará
testimonio de mí" (Jn 15, 26). Lo que os digo es la verdad: os conviene que yo
me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si
me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba
de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen
en mí; de una justicia, porque me voy al Padre y no me veréis; de una condena,
porque el Príncipe de este mundo está condenado" (Jn 16, 7-11). El contexto de
estas promesas es judicial: el Espíritu aparecerá como defensor de Jesús y
como acusador del mundo.

Un inmenso proceso religioso enfrenta a Jesús con el mundo. El Espíritu


actuará a favor de Cristo

204. La acción del Espíritu se produce en el contexto de un proceso. Del


proceso que enfrenta a Jesús con el mundo y que conduce a la condenación del
mundo y a la exaltación de Cristo sobre la cruz. En este inmenso proceso
religioso en el que Jesús y el mundo se hallan frente a frente, es en el que el
testimonio del Paráclito adquire auténtico y profundo sentido: ante la hostilidad
del mundo, los discípulos de Jesús se hallarán continuamente expuestos al
escándalo, sentirán la tentación de desertar, experimentarán la duda y el
desaliento. Precisamente en esa hora intervendrá el Espíritu de verdad, el
defensor de Jesús: El dará testimonio de Jesús en el interior de la conciencia de
los discípulos. El los confirmará en su fe y les dará toda su seguridad cristiana.

Amplitud de la causa iniciada por o contra Cristo

205. Se trata, pues, de un proceso que sigue abierto y continúa en la existencia


de los discípulos presentes y futuros. Lo recoge el evangelista San Juan. San
Juan no se preocupa por determinar cuáles serán históricamente los tribunales
que condenarán a los discípulos; estos tribunales humanos desaparecen
totalmente detrás de una potencia única, misteriosa, sin rostro: el mundo. Este
tema del "mundo" nos hace calibrar toda la amplitud de la causa que se ha
iniciado por o contra Cristo. Esta lucha supera ampliamente la oposición de los
judíos contra Jesús durante su vida terrena; se prolonga más allá, en la
oposición a la Iglesia.
El Espíritu hará la revisión del proceso seguido contra Jesús

206. Durante su vida terrena, Jesús había sido rechazado por los judíos e iba a
ser condenado durante la pasión. El Paráclito hará la revisión de este proceso y
mostrará a los discípulos que el pecado está de parte del mundo, que la justicia
está de parte de Jesús, y que el verdadero condenado, en esta confrontación
religiosa, es el príncipe de este mundo (Cfr. Jn 16, 8-1 1).

Los Hechos de los Apóstoles, el Evangelio del Espíritu

207. La persecución de Jesús puso al descubierto la debilidad de los discípulos


(Jn 16, 32), de modo que también en esto se cumplió la Escritura que dice:
"Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31). Pero
después de su muerte redentora, el Espíritu fluye sobre ellos y ellos comienzan
a experimentar su acción y su fuerza. Lo narran los Hechos de los Apóstoles,
que son como el Evangelio del Espíritu.

Los hechos de Jesús reviven entre los suyos

208. En la Iglesia se repiten los gestos de poder y gracia que Jesús había
llevado a cabo en el Espíritu, durante su vida mortal: los cojos andan (Hch 3, 1-
10; 5, 12-16; 14, 8-10), los muertos resucitan (9, 40; 20, 10), los corazones se
convierten (2, 41; 5, 14; 10, 44-48; 15, 7-9.12), la palabra de Dios es anunciada
con valentía (4, 13; 5, 20; 9, 27; 14, 3; 28, 31), las amenazas y persecuciones
son arrostradas con paz y alegría (5, 41; 7, 55; 20, 17-38; 21, 10-14).

Actitudes, gestos y reacciones más profundas. La fisonomía del propio


Jesús

209. Así las actitudes mismas de Jesús, sus gestos característicos, sus
reacciones más profundas reviven entre los suyos. Es imposible pensar que la
raíz de esto se encuentra en la persistencia de costumbres adquiridas mediante
el contacto con Jesús, en una voluntad deliberada de reproducir su existencia.
Lejos de eso, mientras Jesús estuvo con los suyos, tuvo que echar mano de
toda su autoridad y de la fuerza de su personalidad para conservarlos en torno a
El, en medio de tantos desvíos e incomprensiones.
Hoy, que ya no le ven y que por la suerte que El sufrió saben los peligros a que
se exponen, vemos que los discípulos —espontáneamente— siguen las huellas
marcadas por Jesús, y se asombran de que se les conceda el poder participar
en sus padecimientos. La raíz de esta experiencia (que es propiamente la
experiencia cristiana) San Pablo nos la dará en una fórmula inolvidable: "Vivo
yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Todas las páginas de
los Hechos de los Apóstoles lo ilustran: el Espíritu que anima a los cristianos es
el Espíritu mismo de Jesús. Este Espíritu con su acción ayuda a reproducir en
los discípulos de Jesús de hoy y de siempre la misma fisonomía, la del propio
Jesús.

La hora del Espíritu y de una nueva alianza, profunda, universal


210. La Iglesia primitiva pone particular énfasis en la gran manifestación del
Espíritu que tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta judía que conmemoraba la
alianza del Sinaí. Ha llegado la hora del Espíritu y la de una nueva alianza
realizada en los corazones, una alianza para todos sin excepciones, una alianza
que supera las divisiones de los hombres y las barreras de los pueblos, lenguas
y culturas. Los apóstoles han perdido el pánico a la persecución y anuncian con
valentía, fuerza y poder la buena noticia de Jesús.

Quedaron todos llenos del Espíritu Santo

211. "Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.


De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso,
que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas
lenguas como de fuego que, dividiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos;
quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse... Partos, medos y damitas;
habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia,
Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y
prosélitos, cretenses y árabes... Todos estaban estupefactos y perplejos y se
decían unos a otros: ¿Qué significa esto? Otros, en cambio, decían: ¡Están
llenos de mosto!"

El por qué de ese estallido: ¡La buena noticia de Jesús!

212. Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo:
Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad
atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis,
pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los
últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán
sus hijos y sus hijas... Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno,
hombre a quien Dios acreditó entre vosotros con milagros, prodigios y señales
que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a
este, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de
Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos, a éste,
pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades (Muerte), pues no era
posible que quedase bajo su dominio... A este Jesús Dios le resucitó, de lo cual
todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del
Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros véis y oís...
Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús a quien vosotros+, habéis crucificado"

Creyeron unas tres mil personas "¿Qué hemos de hacer?"

213. "Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás
apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y
que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la
promesa es para vosotros y para vuestros hijos. y para todos los que están
lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro... Los que acogieron su Palabra
fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas."

Los comienzos de la Iglesia

214. "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunidad


fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderó de todos,
pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes
vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y
repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al
templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan
por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba
cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2. 1-47).

Frutos del Espíritu

215. Es como un nuevo renacimiento del hombre. Poi la fuerza del Espíritu el
hombre se vuelve más libre, más consciente, más irradiante, más personal. El
Espíritu de Dios es poseedor de una energía vital capaz de transfigurar nuestras
relaciones, de acercarnos a lo más íntimo y deseable de nuestro ser, de saciar
nuestra sed de dignidad y plenitud personal, de colmar nuestro deseo de infinito,
de introducirnos en la esfera del Dios viviente y vivificante... Las manifestaciones
y frutos del Espíritu son, a la vez, de inagotable variedad y de continuidad
profunda: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). También son fruto del Espíritu los
carismas, que contribuyen al crecimiento y edificación de la Iglesia: "así uno
recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según
el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro,
por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a
aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la
diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas" (1 Co 12, 8-10).

El mayor fruto del Espíritu: el amor. El amor no acaba nunca

216. El mayor carisma del Espíritu es el amor: "Ambicionad los carismas


mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las
lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un
metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de
profecía y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para
mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas
todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me
sirve. El amor es paciente, afable, no tiene envidia, no presume ni se engríe; no
es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de
la injusticia, sino que goza de la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites,
espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de
profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se
acabará" (1 Co 12, 31-13, 8).
La hora del Espíritu, también para el mundo de hoy

217. La acción del Espíritu es una realidad que brota a borbotones como fruto de
la Pascua de Cristo. Desde entonces, la hora del Espíritu ha llegado. También
para el mundo de hoy. El mensaje cristiano proclama un hecho actual, que no
envejecerá jamás: el Espíritu Santo está en acción, dando testimonio de Cristo:
"Si en la actualidad, dice San Agustín, la presencia del Espíritu Santo no se
manifiesta con semejantes milagros, ¿cómo será posible que sepa cada uno que
ha recibido el Espíritu? Que cada uno interrogue a su propio corazón: si ama a
su hermano, el Espíritu de Dios está en él..."

Un hombre nuevo: ¡Podrán revivir estos huesos!

218. La acción del Espíritu transforma al hombre de la carne en un hombre


nuevo, hombre del Espíritu (Cfr. Rm 8, 8-9). Sitúa al hombre en una relación
significativamente nueva con respecto a Dios, con respecto a los demás, con
respecto al mundo e incluso con respecto a sí mismo. La experiencia del Espíritu
como presencia eficaz en la vida del creyente transforma profundamente la
imagen que el hombre tiene de Dios, de los demás, del mundo, de sí mismo. Es
como un nuevo nacimiento del hombre (Jn 3, 3.5.7), como llegar a descubrir que
todo se ha vuelto posible, como el cumplimiento de un sueño en el que la suerte
humana cambia de signo (Sal 125, 1): ¡Podrán revivir estos huesos!

Tema 21. EL MISTERIO DE DIOS: DIOS ES AMOR Y AMOR ENTRE


PERSONAS. LA SANTÍSIMA TRINIDAD

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente:

o descubra que Dios es amor, su misterio no es un misterio de soledad, sino de


comunión vital, de comunidad de vida,

o comprenda cómo el Amor hace que personas distintas sean una sola realidad,

o adore el misterio del Dios Uno en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Un Dios vivo y amante

219. La Biblia no es un tratado científico sobre Dios. Presenta a Dios en tanto


que interviene en los acontecimientos humanos y naturales y habla al hombre
abriéndole su voluntad, su juicio, su gracia, su amor. Recoge, de este modo, una
profunda experiencia de Dios promovida en el hombre por Dios mismo. Nos
invita, pues, no sólo a hablar de Dios, sino, sobre todo, a escucharle cuando
habla y a responderle confesando su gloria y acogiendo su acción. Todo el que
escucha su palabra y se abre a su voluntad divina, percibe y proclama la gloria
de Dios.

Por los caminos del Dios viviente: "Hazme saber el camino a seguir,
porque hacia ti levanto mi alma" (Sal 142, 8)

220. El gran misterio consiste en reconocer los caminos de Dios y seguirlos,


pero, como dice el libro de la Sabiduría, "pues, ¿qué hombre conoce el designio
de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los
mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo
mortal es lastra del alma y la tienda terrestre abruma la mente pensativa.
Apenas adivinamos lo terrestre y con trabajo encontramos lo que está a mano:
pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo; ¿quién conocerá tu designio, si tú no
le das la sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron
rectos los caminos de los terretres, los hombres aprendieron lo que te agrada y
la sabiduría los salvó" (Sb 9, 13-18).

Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios

221. En efecto, Dios es el más profundo misterio. Los creyentes anunciamos lo


que ni el ojo vio ni el oído oyó: "Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El
Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. ¿Quién conoce lo íntimo del
hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues lo mismo, lo
íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 10-11).

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob

222. No obstante, Dios ha decidido salir al encuentro del hombre. El Dios de


Abrahán, de Isaac y de Jacob es un Dios vivo que interviene, actúa en la
historia humana y en la naturaleza y se da a conocer a los hombres liberándolos
de dioses y poderes que les asedian y esclavizan.

Reconocer los caminos de Yahvé, Señor de la historia: "Yo estoy contigo"

223. El Dios que sale al encuentro del hombre es el Dios de Moisés. Moisés
recibe de Dios una misión: liberar a su pueblo del poderoso Faraón egipcio. Esto
le parece disparatado, imposible: "¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para
sacar a los israelitas de Egipto?" (Ex 3, 11). "Yo estoy contigo" (3, 12), es la
respuesta de Dios. Moisés comienza la aventura del Exodo, fiándose de esta
palabra de Dios. Poco después, él y todo el pueblo experimentarán que Dios
cumple lo que anuncia, que Dios actúa en su historia, que Dios está con ellos,
que Dios les ama.
"Estar con" es la fórmula ordinaria de la Alianza. Amar a Dios es estar con Dios.
Amar al hermano es estar con el hermano. Dios está con nosotros. Dios nos
ama: "¿Puede una madre olvidarse de su criatura, no conmover-se el hijo de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te
llevo tatuada (oh Sión)" (Is 49, 15-16).

Reconocer los caminos de Jesús, Señor de la historia: "Yo estoy con


vosotros"

22. Dios está con nosotros. Dios nos ama. El Dios de Abrahán, Isaac, Jacob,
Moisés es el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. De tal manera amó Dios
al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito (Jn 3, 16). Jesús es el Hijo
Unigénito del Padre. Las confesiones de fe de la Iglesia primitiva proclaman
Señor a Jesús, como en la Antigua Alianza el mismo Yahvé fue denominado
Señor. Jesús también promete a los suyos su asistencia eficaz en la tarea de
comunicar el evangelio a los pueblos: "Yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del inundo" (Mt 28, 20). Los apóstoles comienzan la aventura de la
predicación, fiándose de esta palabra de Jesús. En seguida reconocen que la
palabra de Jesús se cumple, que Jesús actúa en medio de ellos, que está con
ellos, que colabora con ellos (Me 16, 20).

Jesús, Dios vivo, presente entre nosotros

225. Jesús es el Dios vivo que se hace presente entre nosotros. Su presencia no
es accesible a la carne (Mt 16, 17), ni reservada a un pueblo (Col 3, 11), ni
ligada a un lugar (Jn 4, 21): es el don del Espíritu (Rm 5, 5; Jn 6. 63).

El Espíritu Santo estará con vosotros

226. El Espíritu es la gran promesa de Jesús a sus apóstoles: "Yo le pediré al


Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros" (Jn 14, 16). Y
también: "él dará testimonio de mí" (Jn 15, 26). El Espíritu estará con ellos, como
dijo Jesús (utilizando también aquí la fórmula ordinaria de la Alianza). Y no, sólo
el Espíritu, sino Jesús y el Padre, pues el día en que se cumpla esta palabra
"entonces sabréis —dice Jesús—que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y
yo con vosotros" (Jn 14, 20).

El Espíritu Santo, don de Dios

227. Jesucristo resucitado, en unión con el Padre nos envía su Espíritu Santo. El
Espíritu nos hace verdaderos hijos de Dios. El Espíritu es el don del Padre, de
cuya vida El nos hace partícipes. Por la acción del Espíritu somos capaces de
transfigurar nuestras relaciones, de amarnos unos a otros, de vivir como hijos de
Dios (Ga 4, 6; Rm 8, 15-16. 26). El conocimiento de Dios, propio de los que han
nacido de Dios, se relaciona con la experiencia del amor fraterno: "todo el que
ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor" (1 Jn 4, 7-8).

Dios es amor

228. "Dios es amor. Estos dos nombres, Ser y Amor, expresan de manera
inefable la misma esencia divina de Aquel que se nos quiso manifestar a Sí
mismo y que, habitando la luz inaccesible, está en sí mismo sobre todo nombre
y sobre todas las cosas e inteligencias creadas" (Pablo VI, CPD 9). Tal es el
secreto... Tal es el secreto al que se tiene acceso sólo por medio de Jesucristo
(1 Jn 4, 8-16). En Jesucristo reconocemos el amor que Dios nos tiene: "Quien
confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y
nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios
es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4,
15-16). La fe en Jesucristo y la caridad fraterna manifiestan que permanecemos
en Dios y Dios en nosotros.
En el Antiguo Testamento Dios se manifiesta lleno de amor por nosotros: "Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.
Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y
pecado" (Ex 34, 6). El amor a Dios es el gran mandamiento (Dt 6, 5; Mt 22, 37).
Én Jesucristo Dios nos revela plenamente su amor. Al entregar Dios a la muerte
por nosotros a su Hijo muy amado (Mc 1, 11; 12, 6) nos demostró (Rm 5, 8) que
su actitud definitiva para con nosotros consiste en amar al mundo (Jn 3, 16) y
con esta entrega suprema e irrevocable nos ama con el amor que tiene a su
Hijo; nos hace el don de su amor, es decir, el don del Espíritu Santo, en quien se
unen amorosamente el Padre y el Hijo.

Imagen de Dios: nuestra vida en este mundo imita lo que es Jesús (cfr 1Jn
4, 17). El misterio divino de amor interpersonal

229. El hombre ha sido hecho a imagen de Dios. El hombre es eminentemente


imagen de Dios cuando ama, pues Dios es amor. Podemos amar nosotros,
"porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19). Ahora bien, el amor humano no es
posible sino en relación a otros. Por esto, podemos afirmar que cuando amamos
a los demás reflejamos hondamente este amor de Dios. Dios es amor y por
consiguiente, amor entre personas. El misterio de Dios no es un misterio de
soledad, sino de comunión de amor. En Dios, el que ama (el Padre), el amado
(el Hijo) y el don del amor (el Espíritu Santo) viven en comunión la misma
insondable riqueza divina.

Padre, Hijo y Espíritu Santo: el misterio de la unidad y Trinidad de Dios

230. La distinción real de las Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no
sólo no se opone a que Dios sea uno, sino que precisamente las tres personas
divinas son el Dios uno a causa de las relaciones y vínculos mutuos que se dan
entre ellas: "Los mutuos vínculos que constituyen a las tres Personas desde toda
la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida
íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello
que nosotros podemos entender según, el modo humano" (Pablo VI, CPD 9); "en
en las tres Personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí, la vida
y felicidad del Dios enteramente Uno..., se consuman de manera máximamente
excelente" (CPD 10).

La Santísima Trinidad en el Nuevo Testamento


231. Algunos pasajes del Nuevo Testamento presentan a tres sujetos
personales que, en íntima conexión entre sí, son el agente único de la obra de la
Revelación de Dios y de su comunicación al hombre. Entre otros podemos citar:
"La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
esté siempre con todos vosotros" (2 Co 13, 13). Gracia ("jaris"), amor ("ágape") y
comunión ("koinonia") son tres dimensiones de una única realidad: Revelación
de Dios y participación del hombre en ella. Esa única realidad es atribuida aquí,
como a su único origen a la vez al Señor, a Dios y al Espíritu Santo. El don de
Cristo es revelación del amór de Dios, nombre con el que San Pablo designa de
ordinario al Padre, y consiguientemente el Amor del Padre en dicho don se hace
presente y efectivo para los cristianos en la comunicación del Espíritu Santo. Los
tres sujetos personales divinos, origen de la única acción reveladora y salvadora
de Dios, son presentados como iguales y en íntima conexión entre sí.
"Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu...: un mismo Dios que uura
todo en todos" (1 Co 12. 4-11). Frente a los muchos y diversos dones, dice San
Pablo, hay un único Espíritu; frente a las muchas prestaciones de servicios a la
comunidad, hay un único Señor de ella; y frente a las muchas y diversas
funciones hay un único Dios Padre, activo en todo. El Espíritu, Jesús el Señor, y
Dios Padre están contemplados aquí en la más estrecha unidad; los tres sujetos
personales-divinos obran lo mismo, pues carisma o don, servicio y función son
tres dimensiones de una misma realidad. Además, así como Dios obra con
entera libertad en todo, también "el Espíritu del Señor" (2 Co 3, 18) da con
entera libertad sus dones (1 Co 12, 11). Es, pues, inequívocamente una realidad
personal.
En Mt 28, 19 leemos: "Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo." En el
Bautismo se dedica religiosamente el bautizado al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo; pero no se vincula religiosamente un hombre a una cosa, sino a una
persona; nuestro texto afirma que el Bautismo vincula al bautizado a tres sujetos
personales. Otros pasajes del Nuevo Testamento agrupan también a Dios
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la obra del Bautismo (Tt 3, 4-7). Dios nos ha
salvado por el baño de la regeneración. Tres son los sujetos aquí de la definitiva
y plena comunicación de Dios al hombre.
Es la misma fe que, relacionada con el lenguaje de las doxologías cultuales, se
recoge en el Apocalipsis: "me mostró el río de agua viva (cfr. Jn 4, 14: ríos de
agua viva = Espíritu)... que salía del trono de Dios (Padre) y del Cordero" (22, 1).

La Santísima Trinidad en los símbolos de la Iglesia y la Liturgia

232. La fe de la Iglesia expresada en los Símbolos, Reglas y Profesiones de fe,


está en continuidad con el contenido de la revelación bíblica sobre este Misterio.
La formulación teológica (expresada fundamentalmente en los Credos o
Símbolos) sobre la Trinidad de personas en Dios, ha ido elaborándose a lo largo
de los siglos con ayuda de conceptos filosóficos, y ha sido defendida contra
negaciones y falsas interpretaciones. Cuanto más sutiles han sido éstas, más
necesidad ha habido de afinar las nociones empleadas para guardar siempre la
fidelidad al misterio revelado.
En el Credo de la Misa (Símbolo Nicenoconstantinopolitano) en que coinciden
todas las confesiones cristianas, confesamos:
Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso... En un solo Señor, Jesucristo, Hijo
único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de
Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma
naturaleza que el Padre...
En el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria...
Una vía más catequéticamente apropiada es la de la liturgia que se mantiene en
mayor proximidad a las expresiones bíblicas del Misterio trinitario: Al final de la
plegaria eucarística se proclama: "Por Cristo, con El y en El, a Ti Dios Padre
Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los
siglos de los siglos. Amén." La actitud del hombre más apropiada para el acceso
a este Misterio es la Adoración. En realidad, el Misterio de la Santísima Trinidad
es el Misterio de la Fe Cristiana visto desde su aspecto más divino. Por lo que si
el Misterio Cristiano es siempre insondable, el Misterio Trinitario es el Misterio
insondable por excelencia.

Las relaciones mutuas entre las Divinas Personas son dinámicas. Toda
actividad divina es común a las tres personas: Ellas constituyen un solo
principio de acción

233. Estas relaciones y mutuos vínculos que constituyen a las tres divinas
personas desde toda la eternidad son la vida íntima y dichosa de Dios mismo,
por tanto no son relaciones estáticas, sino entrañadamente dinámicas. El Padre,
Principio sin principio, porque de ninguno otro trae su origen, engendra al Hijo; el
Hijo nace del seno del Padre; y del Padre y del Hijo como único principio
procede el Espíritu Santo. La generación y nacimiento del Hijo y la aspiración y
procedencia del Espíritu Santo son eternas.

Por estos mutuos vínculos el Padre está todo en el Hijo, y también en el Espíritu;
el Hijo está todo en el Padre y también en el Espíritu; y el Espíritu está
enteramente en el Padre y en el Hijo. Y consiguientemente las Tres Personas
son un único Poder, un único Saber, un único Querer, único origen de cualquier
otra realidad diversa de Dios.

El amor del Padre, fuente de la misión de las Divinas Personas "Pro Mundi
Vita"

234. Jesús en la última Cena afirma explícitamente su procedencia de Dios y su


vuelta al Padre: "Salí del Padre y he venido al mundo. Otra vez dejo el mundo y
me voy al Padre" (Jn 16, 28). Y en estos mismos términos de procedencia y
misión, Jesús nos revela la condición del Espíritu, al decir: "El Espíritu Santo que
enviará el Padre en mi nombre..." (Jn 14, 26); "cuando venga el Defensor, que
os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, El
dará testimonio de mí" (Jn 15, 26). La procedencia y la misión del Hijo y del
Espíritu Santo cumplen entre nosotros el designio salvador del Padre; esto es: la
Historia de la Salvación es prologación y manifestación de la misma vida
trinitaria. Mediante el envío del Hijo, por el don del Espíritu Santo, el "amor
fontal" del Padre se ha comunicado al hombre y al mundo para recogerlos en sí,
a través del Hijo y del Espíritu y salvarlos (Cfr. AG 2ss).

Que todos sean uno, para que el inundo crea

235. Dios es el único ser que no está dividido. Es puro don, es amor. Jesús ora
para que nosotros seamos también "una sola cosa", reflejo de la unidad trinitaria.
Nuestra unidad será un testimonio que convenza al mundo, radicalmente
necesitado del don de la concordia pacífica: "Que todos sean uno, como Tú,
Padre, en mí y yo en Ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21): Esta es la raíz de la unidad de
la Iglesia: "Toda la Iglesia aparece como una muchedumbre reunida por la
unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). Así se expresa el
Concilio Vaticano II, citando a San Cipriano de Cartago. También el Concilio
Vaticano II, al tratar de la actividad misionera de la Iglesia, contempla toda la
misión eclesial como vocación entrañada en la naturaleza misma de la
comunidad de Cristo "por-que (la Iglesia) tiene su origen en la misión del Hijo y
en la misión del Espíritu Santo, según el proyecto de Dios Padre" (AG 2).

El camino de los creyentes hacia el Dios vivo

236. El conocimiento recto y más pleno de la realidad divina, Dios nos lo otorga
al revelarse como Padre, Hijo y Espíritu Santo, "de cuya vida eterna estamos
llamados por la gracia a participar" (Pablo VI, CPD 9). Pero importa advertir que
el Dios uno y trino, revelado por Jesucristo, es el mismo Dios que se manifestó a
los Padres de Israel, que no conocieron, sin embargo, las profundidades de su
vida misteriosa, desveladas para nos-otros por el Espíritu de Dios y de Cristo
(Cfr. 1 Co 2, 11-14). De igual modo muchos creyentes no cristianos, también hoy
"pueden testificar con nosotros ante los hombres la unidad de Dios, aunque no
conozcan el misterio de la Santísima Trinidad" (Pablo VI, CPD 9).

Las huellas del Dios vivo en las obras creadas

237. El Dios uno y trino, origen y realidad última para los creyentes, es también
fundamento de todos los seres creados: los hombres que no participan de la fe
revelada por Jesucristo pueden, aunque trabajosamente, descubrir y reconocer
a Dios como origen y fin de su propia existencia. La Iglesia, siguiendo la
tradición bíblica (Sb 13, 1-9; Rm 1, 18-23), ha profesado, a lo largo de la su
historia, que el hombre, por la contemplación sapiencial de las obras creadas,
puede conocer al Dios vivo como origen y fin de todas las cosas.
El Concilio Vaticano II reitera así, resumiéndola, la enseñanza del Vaticano I, al
proclamar: "Confiesa el Santo Concilio que Dios, principio y fin de todas las
cosas, puede ser conocido con certeza, a partir de las cosas creadas, por la luz
natural de la razón humana (cfr. Rin 1, 20); con todo, enseña que hay que acudir
a la revelación para que todos (los hombres), también en la actual condición del
género humano, puedan conocer con facilidad, con certeza firme y sin mezcla
de error alguno aquellas realidades divinas que de suyo no son inaccesibles a la
razón humana" (DV 6).
TERCERA PARTE
CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL HOMBRE.
"Por nosotros los hombres y por nuestra salvación."
DEL HOMBRE VIEJO AL HOMBRE NUEVO

CAPITULO I. Un "paso" que transforma al hombre.

Tema 22.—Introducción: Del hombre viejo al hombre nuevo.

o En proceso de conversión.
o Por la fuerza del Espíritu.
o La conciencia moral y la libertad del hombre.

CAPITULO II. Bajo el dominio del pecado. El hombre viejo.

Tema 23.—Convencidos de pecado por el Espíritu: Conciencia de pecado a la


luz de la fe.

Tema 24.—El pecado.

o La experiencia del mal. El pecado, la raíz más pro-funda de la


miseria 'humana.

o La raíz de todo pecado: el pecado original. La triple ruptura: con


Dios, con los otros, consigo mismo. Con-secuencias universales del pecado.

Artículo 1.-Impacto del pecado en los diversos órdenes de la vida.

Tema 25.-Sin la gracia, no podernos amar al prójimo con amor auténtico.

Tema 26.-Sin la acción del Espíritu, no podemos colaborar verdaderamente con


los demás: explotación y utilización del hombre.

Tema 27.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos servir al prójimo con amor


verdadero. Dominio del hombre sobre el hombre.

Tema 28.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos adorar al Dios verdadero en


espíritu y en verdad.

Artículo 2.-Algunos problemas concretos.


Tema 29.-Sin el don del Espíritu, no es posible establecer una relación entre
hombre y mujer, según el designio de Dios. El desprecio dél otro sexo.

Tema 30.-Sin la gracia de Dios, no podemos establecer una relación adecuada


con las cosas. En una sociedad de con-sumo.

Tema 31.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos vencer la tentación de la


violencia.

Tema 32.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos respetar de verdad el derecho y


la dignidad del otro. El menosprecio de la dignidad y derechos del hombre.

CAPITULO III. La conversión.

Tema 33.-Mi situación puede cambiar: la conversión. La gracia nos transforma y


hace capaces de amar de verdad a Dios y al prójimo.

DEL HOMBRE VIEJO AL HOMBRE NUEVO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Proclamar:

o que Cristo nos descubre el misterio del hombre;

o que sólo a la luz, y bajo el influjo del Espíritu, el hombre reconoce su pecado;

o que Cristo hace posible el renacimiento del hombre a través del Espíritu.

CAPITULO I
UN "PASO" QUE TRANSFORMA AL HOMBRE

Tema 22. INTRODUCCIÓN: DEL HOMBRE VIEJO AL HOMBRE NUEVO

OBJETIVO CATEQUÉTICO
Descubrir que a lo largo de la vida del creyente se realiza un verdadero proceso de conversión, de
renacimiento por la fuerza del Espíritu. Este proceso transforma al creyente de hombre viejo en hombre
nuevo.

 EN PROCESO DE CONVERSIÓN.

En una relación nueva con respecto a Dios, a los demás, al mundo y a si


mismo

1. El nuevo nacimiento y la consiguiente experiencia religiosa, que transforma al


hombre de la carne en hombre del Espíritu (Rm 8, 8-9), que reproduce la imagen
de Jesús (Rm 8, 29), coloca al hombre en una relación nueva con respecto a
Dios, a los demás, al mundo e incluso a sí mismo. La acción del Espíritu divino
en la vida del creyente transforma profundamente la manera como el hombre
comprende a Dios, al mundo, a los demás y a sí mismo.

Del hombre viejo al hombre nuevo. En proceso de conversión

2. Por ello dicho cambio es vivido en el cruce de dos coordenadas esenciales a


toda antropología: a) la persona en relación con los otros; b) la persona en
relación con el mundo. La primera coordenada (antropológico-existencial: ser
con los otros) es principal, no exclusivamente interpersonal. El creyente es el
hombre que se sabe en relación con Dios y sus hermanos. Es el hombre de la
Alianza. En el cumplimiento de las exigencias de la misma, que realizó Cristo,
consisten toda la Ley y los profetas. Dicho cumplimiento no es tanto una
conquista por parte del hombre, cuanto su acogida a una dinámica de gracia que
procede en último término del Padre. De hecho, nos encontramos en un régimen
de gracia, que

culmina en la presencia eficaz del Espíritu prometido por Cristo. Toda existencia
humana se desenvuelve entre el rechazo de ese régimen de gracia, rechazo que
configura al hombre, según la concepción bíblica, como hombre viejo, y la
aceptación de la oferta del Padre que renueva, vivifica y salva lo que estaba
perdido (hombre nuevo).
Este cambio profundo se llama conversión. Desde sus orígenes, la Iglesia
distingue claramente entre conversión primera, conversión segunda y con-
versión continua. La conversión primera es propia de quien abraza la fe por
primera vez (Cfr. Hch 2, 38). La conversión segunda es la de aquellos que por el
pecado pierden la gracia bautismal y han de ser de nuevo justificados por el
sacramento de la penitencia. A este sacramento, los Santos Padres le llamaron
con propiedad "la segunda tabla después del naufragio que supone el perder la
gracia" (Jn 20, 22-23; cfr. Concilio de Trento, DS 1542). La conversión continua
es propia de los justos que frecuentemente han de orar con humildad y verdad:
"Perdónanos nuestras ofensas" (Mt 6, 12; cfr. DS 1536). En definitiva, la vida del
cristiano es todo un proceso de conversión en un hombre nuevo por la continua
acogida al don del Espíritu.
El pecado, condición histórica del hombre ante Dios

3. El pecado, en efecto, configura al hombre corno hombre viejo. Sin embargo, el


hombre no reconoce por sí mismo que es pecador. Es preciso que venga el
Espíritu para que convenza al mundo de pecado (Jn 16, 8) y el hombre pueda
reconocer su pecado contra Dios (Sal 50. 6). Airadas las cosas desde Dios, y su
designio salvador, todo lo humano está bajo el signo del pecado o bajo el signo
de la gracia. El pecado constituye pues una de las dos formas de estar y vivir
históricamente ante Dios. El pecado lleva consigo caída, oscuridad y ceguera, y
se manifiesta en la corrupción de órdenes fundamentales de la vidas familia,
trabajo, política, religión. El pecado es la rebelión humana contra el orden de
cosas configurado, según el designio original de Dios, como Alianza, por
relaciones de fidelidad y de amor; y, consiguientemente, el pecado toma cuerpo
en una determinada forma de desarrollo histórico a través del cual Dios ya en el
presente condena al hombre (Rm 1, 18).

El pecado: no a Dios, serie de rupturas, callejón sin salida

4. Toda una serie de rupturas descoyunta y deshace la realidad tal como había
proyectado Dios originalmente. El corte de la religación del hombre con Dios es
la raíz que origina y mantiene cualquiera otra ruptura. "Al negarse con frecuencia
a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación
a su fin último, y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia
persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación... El
pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud" (GS 13). Su
pretensión fracasa; el pecado, lo divide en sí mismo, lo empequeñece,
desviándolo de la plenitud a la que estaba destinado y, además, lo coloca en
una situación de la que no puede salir por sí mismo. Así, el pecado lleva consigo
una negación frente a Dios, las consiguientes rupturas y una situación como de
un callejón sin salida. La Biblia expresa este estado de cosas con diversas
imágenes.

En proceso de conversión: de la sed al agua de la vida

5. El pecado aparece como sequía y agostamiento de una tierra destinada por


Dios a ser fértil y productiva: "Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron,
Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas; cisternas agrietadas que el
agua no retienen" (Jr 2, 13). El pecado deja al hombre con tal sed que nada ni
nadie fuera de Dios puede apagarla. La llamada a la conversión lo es a apagar
esa sed: "¡Oíd, sedientos todos, acudid por agua!" (Is 55, 1). Es la llamada que
hace Jesús a la Samaritana: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te
pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva...; el que beba del agua que
yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de
él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4, 10-14).

En proceso de conversión: de la ceguera a la luz


6. El pecado aparece también en la Sagrada Escritura como ceguera total que
incapacita al hombre para ver la acción de Dios en medio de la naturaleza y de
la historia. En este sentido, todos los hombres somos ciegos de nacimiento.
Nuestra ceguera original debe ser curada lavándonos en la piscina del Enviado,
es decir, en la piscina de Cristo, que custodia celosamente la Iglesia: Bautismo y
Penitencia. Y nuestros ojos inútiles se abrirán al horizonte de la fe: a Cristo, Luz
del Mundo. Jesús concedió la vista al ciego de nacimiento. "Escupió en la tierra,
hizo barro con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la
piscina de Siloé (que significa Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista" (Jn 9,
6-7). La llamada a la conversión es una llamada a la luz, Cristo nos ofrece la
curación de nuestra ceguera. "Jesús añadió: Para un juicio he venido yo a este
mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, queden ciegos" (Jn 9, 39).

En proceso de conversión: de la muerte a la vida

7. Como los pasajes evangélicos de la Samaritana y del ciego de nacimiento, el


pasaje de la resurrección de Lázaro pertenece a la antigua liturgia catecumenal
y, dentro de ella, a la de los domingos más antiguos de la Cuaresma (tercero,
cuarto y quinto). Quien se encuentra en proceso de conversión es un hombre
que está pasando de la muerte a la vida. Es un hombre que, como Lázaro, se
encontraba muerto y ante cuya tumba dijo Jesús: "Quitad la losa". Marta, la
hermana del muerto, le dijo: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días".
Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?". Entonces
quitaron la losa. Y dicho esto, gritó con voz potente: "Lázaro, ven afuera". El
muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas y la cara envuelta en un
sudario. Jesús les dijo: "Desatadlo y dejadlo andar" (Jn 11, 39-44). De forma
semejante, el hombre que nace a la fe es un hombre a quien Dios ha hecho salir
de su sepulcro y ha recuperado para la vida. Así se cumple la profecía de
Ezequiel para los tiempos mesiánicos: "Esto dice el Señor: Yo mismo abriré
vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra
vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor; os infundiré mi
espíritu y viviréis" (Ez 37, 12-14).

• POR LA FUERZA DEL ESPIRITU

En proceso de conversión por la fuerza del Espíritu

8. De la sed al agua viva. De la ceguera a la luz. De la muerte a la vida. El paso


del hombre viejo al hombre nuevo, la conversión del corazón, es un nuevo
nacimiento por la fuerza del Espíritu. Como dice Jesús a Nicodemo: "En verdad,
en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el
Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es
espíritu; No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. El
viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a
dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu" (Jn 3, 5-8).
El mensaje cristiano llama a la conversión, pero no se contenta sólo con exhortar
al cumplimiento de unos deberes morales, sino lleva de suyo consigo el don del
Espíritu que crea el corazón nuevo prometido por los profetas para los tiempos
mesiánicos. Por ser regalo de Dios el Espíritu creador del corazón nuevo, la
conversión del corazón le es ofrecida al hombre gratuitamente, es decir, de
balde: "¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid,
comprad y comed, sin plata y sin pagar vino y leche!" (Is 55, 1).

El Espíritu obra en el corazón

9. El Espíritu obra en el interior del hombre, en su conciencia religiosa y moral.


La Escritura, además del término conciencia (Rm 14, 5; 1 Co 10, 25-29), utiliza
frecuentemente la palabra corazón y también la palabra Espíritu. En nuestra
manera de hablar, el corazón se considera ligado a la vida afectiva. Para el
hebreo se trata de algo mucho más amplio. El corazón es lo más íntimo del
hombre; ahora bien, en lo más íntimo se encuentran los sentimientos, pero
también los recuerdos y los pensamientos, los razonamientos y los proyectos. El
corazón del hombre designa entonces toda su personalidad vista como un todo,
desde el fondo de su ser, desde su centro viviente y original.

El problema religioso se juzga en el corazón del hombre

10. Así el problema religioso del hombre radica en el corazón. Israel fue
comprendiendo cada vez mejor que no es suficiente una religión exterior. Para
hallar a Dios hay que buscarlo "con todo el corazón" (Dt 4, 29). Israel
comprendió, al fin, que debía fijar su corazón en Dios (1 S 7, 3) y amarle con
todo el corazón (Dt 6, 5), viviendo con entera docilidad a su ley. Pero toda su
historia es una clara prueba de su impotencia radical para realizar tal ideal. Es
que el mal se le ha instalado en su mismo corazón. Este pueblo tiene un
corazón rebelde y contumaz (Jr 5, 23), un corazón incircunciso (Lv 26, 41), un
corazón doble (Os 10, 2). En lugar de poner su fe en Dios, ha seguido la
inclinación de su mal corazón (Jr 7, 24; 18, 12), y así han caído sobre él
calamidades sin cuento. Ya no le queda sino desgarrar su corazón (Jl 2, 13) y
presentarse delante de Dios con un corazón quebrantado y humillado (Sal 50,
19), rogando al Señor que les cree un corazón puro (Sal 50, 12).

Un cambio de corazón, un cambio profundo. Un nuevo nacimiento

11. "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios,
fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al
hombre" (Mt 15, 19-20). En esta situación resulta necesario un corazón nuevo,
una conciencia nueva, una personalidad nueva. Los profetas anuncian para el
futuro mesiánico un cambio radical, un cambio de corazón (Jr 31, 33; 32, 39; 24,
7; Ez 18, 31). Dios mismo realizará ese cambio: "Os daré un corazón nuevo,
infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36, 26).
El Nuevo Testamento entiende este cambio del corazón en el sentido de nuevo
nacimiento, nueva creación. El hombre nuevo es de Dios (Jn 8, 47), nace de
Dios (Jn 1, 13; 1 Jn 5, 18), participa de la naturaleza divina (2 P 1, 4), está
destinado a reproducir la imagen del Hijo resucitado y a ver a Dios (Rm 8, 29).
Toda la tradición de la Iglesia ha llamado "gracia" a este nuevo ser. Es la gracia
que constituye al creyente en hijo adoptivo de Dios. Es la gracia creada,
consecuencia del don del Espíritu (gracia increada).

El problema religoso del hombre, problema de "oído"

12. Para la Escritura, actitud primordial del hombre creyente es la actitud de


escucha: ¡Escuchad la palabra de Dios! (Am 3, 1; Jr 7, 2; Dt 6, 4; Mc 12, 29; 4,
3.9). En el centro de las relaciones entre Dios y el hombre, tal como nos las
presenta la Sagrada Escritura, está la palabra de Dios al hombre, que éste debe
escuchar y acoger en su corazón y en el seno de la comunidad fraterna. Ahí está
en juego la vida entera del creyente: escuchar la voz del Señor. Como dice el
salmista: "Ojalá escuchéis hoy su voz" (Sal 94, 7), palabras que glosará
ampliamente la Carta a los Hebreos (3, 7-1 1).

¡Un pueblo sordo oirá...!

13. Ahora bien, escuchar y acoger la palabra de Dios no es sólo prestarle un


oído atento sino abrirle el corazón (Hch 16, 14), ponerla en práctica (Mt 7, 24ss),
es obedecer. Tal es la obediencia de la fe que requiere la predicación oída (Rm
1, 5; 10, 14ss). Pero el hombre no quiere escuchar (Dt 18, 16.19), y en eso está
su drama. Es sordo a las llamadas de Dios; su oído y su corazón están
incircuncisos (Jr 6, 10; 9, 25; Hch 7, 51). Tal es el pecado de los judíos que
denuncia Jesús: "(Vosotros) no podéis escuchar mi palabra... El que es de Dios
oye lo que Dios dice; por eso vosotros no lo oís. porque no sois de Dios" (Jn 8,
43.47). En efecto, sólo Dios puede abrir el oído de su discípulo (Is 50, 5), para
que le obedezca (Sal 39, 7-9). Así, en los tiempos mesiánicos los sordos
comprenderán la palabra de Dios y la obedecerán (Is 29, 18; 35, 5; 42, 18ss; 43,
8; Mt 11, 5). Es lo que la voz del cielo proclama a los discípulos: "Este es mi Hijo
muy amado, escuchadle" (Mt 17, 5).

Rechazar la palabra del Señor es embotar el propio corazón y endurecer el


oído

14. Rechazar la palabra del Señor, endurecer el propio corazón y oscurecerse la


conciencia, son una misma cosa. Escuchar la voz del Señor y abrir el corazón a
Dios es lo mismo que creer en el sentido pleno que esta palabra tiene de
ordinario en la Biblia y es lo opuesto a la idolatría. La fe en Dios se opone al
servicio de los ídolos, pues este servicio no deja

oír la voz de Dios, endurece el corazón y oscurece la conciencia. Así se cumple


una y otra vez la profecía de Isaías: "Oíd con vuestros oídos, sin entender; mirad
con vuestros ojos, sin comprender. Embota el corazón de ese pueblo, endurece
su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su
corazón no entienda, que no se convierta y sane" (Is 6, 9-10; Mt 13, 14-15).
• LA CONCIENCIA MORAL Y LA LIBERTAD DEL HOMBRE

La conciencia debe ser obedecida y formada

15. La conciencia es "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que
éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de
aquella" (GS 16). Solamente a través de su propia con-ciencia, aún errónea,
llega al hombre el conocimiento de cualquier exigencia moral y religiosa. Por la
conciencia han de pasar todos los requerimientos de Dios y del prójimo. Es
camino ineludible. Por ello la conciencia propia debe ser escuchada. La Iglesia
ha enseñado constantemente que la con-ciencia obliga siempre aunque pueda
ser errónea, porque todo lo que no procede de "la buena fe" es pecado (Rm 14,
23). Pero precisamente por este carácter insoslayable de la obediencia a la
propia conciencia le urge al hombre formarse una "recta conciencia" (Cfr. GS
16), es decir, con-forme a la norma moral objetiva. El hombre fiel a Dios busca
sinceramente qué es lo que honestamente debe hacer. La fidelidad a la
conciencia implica fidelidad a la verdad. Esta urgencia es tanto más imperativa
para el creyente cuanto que su propia existencia de creyente encuentra su
sentido en la docilidad a la Palabra de Dios.

El hombre, en manos de su propia decisión

16. El paso de la condición de hombre viejo a la de hombre nuevo es libre. Dios


ha hecho libre al hombre para que pueda escoger la vida. aún a riesgo de que a
veces prefiera la muerte. Como dice el Concilio Vaticano II, "Dios ha querido
dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque
espontáneamente a su Creador y adhiriéndose libremente a éste, alcance la
plena y bienaventurada perfección" (GS 17). El hombre es libre porque es un ser
personal. Por voluntad divina el hombre es protagonista y artífice de su propia
realización humana, responsable de su propia existencia. Gracias al riesgo de la
libertad, el hombre puede ser, de veras, hijo de Dios, y consiguientemente
también de veras, hombre. Jesús, el hombre libre, es el prototipo y origen de
toda libertad plena a través de su Espíritu.

La libertad humana, ineludible responsabilidad ante Dios y los hombres

La libertad del hombre ante el bien y el mal (Dt 30, 15ss; Ga 6, 7-8) implica una
ineludible responsabilidad: "Mira: Hoy te pongo delante la vida y el bien, la
muerte y el mal... Elige, pues, la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al
Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida" (Dt 30,
15.19-20). El hombre puede apartarse del amor fraterno, puede separarse de
Dios, puede pecar. La libertad humana puede degradarse. Es una limitación
propia de la libertad humana. Dios, en cambio, sólo es capaz de amar. El
hombre está llamado a darse a sí mismo a Dios. La respuesta al amor de Dios
ha de ser una respuesta de amistad. Ahora bien, la verdadera amistad es libre.
El pecado —y su consecuencia, la condenación— consiste en rechazar
libremente la amistad que Dios ofrece gratuitamente al hombre para siempre.
Dominio de si mismo. Al servicio de Dios y de los otros

17. La libertad no es sólo ausencia de coacción interna o externa. El hombre


está llamado a alcanzar un dominio de sí mismo, a ser verdadera-mente dueño
de sus actos. Para ello deberá luchar contra los poderes que le esclavizan: el
egoísmo, el apetito de placer, el afán de riqueza y poder, la presión del
ambiente. La maduración de la libertad humana está en vencer los propios
egoísmos y darse a los demás. El amor verdadero es raíz y término de la
libertad humana. Pero esta liberación no es posible sin la gracia de Cristo. La
auténtica libertad humana supone que el hombre, con la ayuda de la gracia de
Dios, se esfuerza por ser fiel a su conciencia, fiel a la verdad, fiel a los derechos
y deberes de la persona humana, fiel a Jesucristo. La verdadera libertad es, ante
todo, capacidad de escucha y atención a los requerimientos de Dios y del
prójimo. San Pablo afirma: "Hermanos, habéis sido llamados a la libertad, sólo
que no toméis de la libertad pretexto para la carne: antes al contrario, servíos
por amor unos a otros" (Ga 5, 13).

Condicionantes de la conciencia y de la libertad

18. El hombre en el ejercicio de su libertad puede quedar limitado por diversos


factores de distinta naturaleza como la fuerza física de otros que le impidan
actuar, las amenazas, las torturas, o cualquier forma de influir en la conducta
ajena por el terror, el miedo, las drogas, las enfermedades que perturban
seriamente la capacidad de reflexión y decisión, el atractivo del placer, el
dominio del erotismo, el soborno, las experiencias que se han vivido desde la
infancia, el ejemplo o el escándalo que se haya recibido, y otros factores que
condicionan la responsabilidad y la lucidez y rectitud de la conciencia. Algunos
factores influyen más directamente en la capacidad de juicio, como puede ser la
mala información, la ignorancia, las ideas dominantes en el ambiente en que se
vive, la tradición del grupo a que se pertenece, las idologías más influyentes en
la clase social o en el sector profesional en el que cada uno está integrado, el
poder de los grupos de presión, etc. Este conjunto de factores desorientan con
frecuencia la conciencia, la oscurecen y condicionan en mayor o menor grado la
capacidad concreta de decisión de cada persona. El hombre es más libre cuanto
más independiente es del influjo de estos factores.

No juzgar por las apariencias. Vivir comunitariamente. Promover la


auténtica libertad de los hombres

19. La atenta consideración de las diversas circunstancias que condicionan el


ejercicio de la libertad humana debe llevarnos a tres consecuencias importantes
para nuestra vida cristiana. Primera: ser muy cautos y prudentes a la hora de
juzgar la conducta de nuestro prójimo. Jamás debemos atenernos a las meras
apariencias. Hemos de recordar siempre la palabra de Jesús: "No juzguéis y no
seréis juzgados". Segunda: No podemos pretender vivir cristianamente sin
contar con el apoyo de la comunidad humana y cristiana. El nivel moral de la
sociedad en que se vive favorece o dificulta la libertad de ;sus miembros. Esta es
una de las razones por las que el Señor ha dispuesto que nuestra vocación
cristiana ha de realizarse en el seno de una comunidad de fe, de esperanza y de
caridad. La Iglesia es, en el plan de Dios, una respuesta comunitaria en el orden
de la gracia opuesta a las estructuras sociales en las que se hace presente el
poder del pecado. Según el designio de Dios, la Iglesia es constitutivamente un
espacio de libertad y una liberación del hombre. Tercera: los cristianos, como
miembros de la Iglesia, deben sentirse llamados a promover la auténtica libertad
de los hombres y para ello deben juzgar a la luz del Evangelio las ideologías
vigentes y las situaciones concretas para liberar las conciencias de toda ilusión y
de toda verdadera alienación.

CAPÍTULO II
BAJO EL DOMINIO DEL PECADO. EL HOMBRE VIEJO.

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Anunciar que sólo a la luz del Espíritu el hombre se reconoce pecador y que, por
consiguiente, se encuentra en una situación de la que no puede salir por sí mismo.

o Presentar el pecado como una historia de infidelidades y rupturas.

Tema 23. CONVENCIDOS DE PECADO POR EL ESPIRITU: CONCIENCIA DE


PECADO A LA LUZ DE LA FE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Anunciar que sólo delante de Dios el hombre adquiere conciencia de pecado.

 Descubrir nuestra situación de pecado y aceptar con docilidad y confianza el juicio de Dios sobre el
propio pe-cado.

Aversión del hombre a reconocer sus propios fallos

20. El preadolescente manifiesta con frecuencia aversión a reconocer sus


propios fallos. Una y otra vez, en actos y actitudes, la disculpa salta como un
resorte. También el adulto muestra una capacidad ilimitada de auto-justificación
que le impide llegar a una aceptación de la realidad objetiva de los propios fallos,
injusticias, impurezas, egoísmos. Se trata, pues, de una falsa justificación, que
debe ser evitada del mismo modo que debe serlo la falsa acusación de sí
mismo, originada por un insano sentimiento de culpabilidad.

Sólo delante de Dios el hombre adquiere conciencia del pecado.

21. El creyente es el hombre que vive en relación con Dios. Sólo delante de Dios
puede adquirir el hombre conciencia de pecado. En la medida en que creemos
en Dios vamos reconociendo, a la vez, el propio pecado, el pecado de la
humanidad y el pecado del mundo. Hay en el corazón humano como una
profunda aversión a reconocerse pecador, aversión que sólo la presencia eficaz
del Espíritu va lentamente dominando con una pedagogía inseparable de la
pedagogía de la fe. Como bien se ha dicho, no puede uno verse pecador sino
por comparación, no se ve uno pecador sino por gracia de Dios, no se conoce a
uno a sí mismo sino conociendo a Dios, no sabe uno lo que tendría que ser sino
cuando conoce Yo que Dios le propone ser, no sabe uno lo que le falta hasta
que se lo dan. Dice el libro de los Proverbios: "Al hombre le parecen rectos todos
sus caminos, pero es Yahvé quien pesa los corazones" (21, 2).

Una personalidad de pecador, un cuerpo de pecado. Pasa desapercibida la


raíz más profunda de la miseria humana

22. El pecado arraiga profundamente y se hace como connatural al hombre,


estableciendo en él una personalidad de pecador, un cuerpo de pecado (Rm 6,
6). El pecado endurece los oídos, cierra los ojos y embota el corazón (Mt 13,
15), y así pasa desapercibida la raíz más profunda de la miseria humana.
Porque el pecado consiste también en no reconocer el propio pecado. Como
dice San Juan: "Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos
sinceros. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos
perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no
hemos pecado, le hacemos mentiroso y no poseemos su palabra" (1 Jn 1, 8-10).
La aversión a reconocer el propio pecado se manifiesta con especial sinuosidad
en el caso de la hipocresía farisaica (Cfr. Mt 23, 23ss) y llega a su extremo en la
actitud demoníaca.

Padecemos los efectos, pero ¿vemos el pecado?

23. El hombre padece sus propios crímenes y miserias; padece las guerras, que
parecen brotar como por necesidad y como si nadie las quisiera; padece la
acumulación de bienes económicos, con la ambición, la soberbia y las grandes
fachadas de falsedad que hay detrás de ella; padece también el
envenenamiento de la atmósfera social por la lucha de clases y una fe ciega en
el recurso de la violencia; padece profundas contradicciones y equívocos: en el
seno de una Europa que se decía culta y cristiana han muerto —no hace tanto
tiempo— millones de personas en las cámaras de gas; padece el hombre una
incapacidad profunda para romper el círculo del propio egoísmo y amar.
El incumplimiento del Decálogo señala e identifica al hombre viejo

24. Frente a la ceguera del hombre para reconocer su propio pecado, la Palabra
de Dios levanta acta de acusación por medio del Decálogo "para que toda boca
enmudezca y el mundo entero se reconozca reo delante de Dios" (Rm 3, 19). El
Decálogo señala al hombre como pecador, le identifica como hombre viejo. Todo
aquello que, saliendo de dentro del corazón, supone una transgresión del
Decálogo, mancha y desfigura al hombre. Como dice Jesús: "de dentro del
corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones,
robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15,
19-20; cfr. Ga 3, 19ss).

Todos somos pecadores

25. Todos somos pecadores: "todos, judíos y gentiles, están bajo el dominio del
pecado; así dice la Escritura: Ninguno es justo, ni uno solo, no hay ninguno
sensato, nadie que busque a Dios. Todos se extraviaron, igualmente obstinados,
no hay uno que obre bien, ni uno solo. Su garganta es un sepulcro abierto,
mientras halagan con la lengua, con veneno de víboras en sus labios. Su boca
está llena de maldiciones y fraudes, sus pies tienen prisa para derramar sangre;
destrozos y ruinas jalonan sus caminos, no han descubierto el camino de la paz.
El temor de Dios no existe para ellos" (Rm 3, 10-18). "Todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios" (Rm 3, 23). Por la palabra de Dios y la fe en Cristo
llegamos a reconocernos pecadores. Alcanzar la verdad sobre uno mismo es
don de Dios. Que el mundo sea convencido de pecado es señal de la acción del
Espíritu (Jn 16, 8).

Aceptar esperanzadamente el juicio de Dios sobre el propio pecado

26. Sólo desde la fe que nos hace capaces de una nueva experiencia, se puede
aceptar la verdad sobre el pecado humano. Y además esperanzada-mente, sin
derrotismos; sabemos que "a los que aman a Dios todo les sirve para el bien"
(Rm 8, 28). San Pablo subraya las seguridades de la fe cuando escribe: "Si Dios
está por nosotros, ¿quién contra nosotros...? Dios es quien justifica, ¿quién
condenará?" (Rm 8, 31.33). El mismo reconocimiento del propio pecado viene a
ser signo evangélico, "buena noticia".

Tema 24. EL PECADO

• LA EXPERIENCIA DEL MAL. EL PECADO, LA RAÍZ MÁS PROFUNDA DE


LA MISERIA HUMANA
OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

— Que Dios no es el responsable de la presencia del mal en el mundo, sino el hombre.

— Que Dios ama a este mundo pecador y que la cruz es signo de este amor.

Experiencia del mal: ¿Quién es el responsable?

27. El preadolescente vive ocasiones en que puede tener experiencias de


sufrimiento, dolor, injusticia, enfermedad, muerte. En definitiva, aparece para él,
como para cada hombre, la experiencia del mal. Ante esta experiencia, surge
una y otra vez, desde lo más profundo del corazón humano la inquietante
pregunta: ¿quién es el responsable? Esta pregunta no es pura y simplemente
teórica; sino la formulación disfrazada de una sospecha dolorosa, que surge del
fondo de nuestro corazón y a la que vence siempre la fe: ¿será Dios el
responsable del mal del mundo?

Una reacción extrema e impía ante el mal del mundo: "No hay Dios"

28. La experiencia del mal parece desvirtuar la primera enseñanza bíblica, a


saber, que el mundo y la vida son don de Dios, y constituye una objeción
insistentemente dirigida al propio corazón de la fe: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8.16).
Si esto es así, ¿cómo es posible el mal? Por eso esta experiencia del mal
desencadena a veces la afirmación impía: No hay Dios (Sal 10, 4; 13, 1), esta es
la relación de algunos contemporáneos nuestros ante el mal: Dios no es justo,
no es bueno (tolera el sufrimiento de los inocentes), luego no existe. En este
contexto se produce otra gran proclamación bíblica (Gn 2 y 3), la de la justicia y
la inocencia de Dios ante el mal del mundo. El relato yahvista del pecado de la
primera pareja, recogido en el Génesis, está orientado principalmente a
proclamar y confesar que Dios no tiene la culpa. La raíz más profunda de la
miseria humana no está en Dios, sino en el hombre mismo. Y en forma figurada
reproduce el drama original, cuyas consecuencias vienen a decidir la condición
del hombre y toda su historia.

Se introdujo el pecado y la muerte en el inundo. Así se introduce todavía


hoy

29. Según las primeras páginas del Génesis, entre el mundo de nuestra
experiencia y la creación originaria no hay una continuidad perfecta: en un lugar
se produce una fractura. Era el mundo bueno, muy bueno al salir de las manos
de Dios (Gn 1 y 2). Se ha introducido un elemento perturbador: el pecado del
hombre (Gn 3). El pecado, rebeldía del hombre contra el designio salvador de
Dios, constituye la raíz más profunda de la miseria humana. Con este relato,
busca la Biblia no tanto especular sobre los orígenes de la historia, cuanto
iluminar la vida del hombre en orden a su conducta, mostrándole cómo vino la
desgracia y la miseria al mundo y sigue viniendo aún hoy y cómo de ellas es el
hombre y no Dios el responsable.

El dolor y la cruz, escándalo para los judíos, necedad para los griegos

30. El carácter desconcertante de la experiencia

Artículo 1.-Impacto del pecado en los diversos órdenes de la vida.

Tema 25.-Sin la gracia, no podernos amar al prójimo con amor auténtico.

Tema 26.-Sin la acción del Espíritu, no podemos colaborar verdaderamente con


los demás: explotación y utilización del hombre.

Tema 27.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos servir al prójimo con amor


verdadero. Dominio del hombre sobre el hombre.

Tema 28.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos adorar al Dios verdadero en


espíritu y en verdad.

Tema 25. SIN LA GRACIA, NO PODEMOS AMAR CON AMOR AUTÉNTICO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

• que por el pecado del hombre la relación personal de amor tiende a reducirse y de hecho se
reduce machas veces a relación de dominio y de fuerza;

• que el hombre apoyado sólo en sus propias fuerzas es incapaz de amor al prójimo con los
sentimientos de Cristo, estó es, con un amor realmente auténtico y desinteresado. El amor verdadero es
un don de Dios.

Egocentrismo, rasgo típico preadolescente

52. El egocentrismo es un rasgo típico del preadolescente. Supone un


encerrarse en sí mismo, un replegarse sobre sí y al mismo tiempo, una postura
de rechazo para el otro, una cerrazón instintiva, una repulsa a la forma de ser o
de manifestarse el otro; repulsa quizá motivada por determinadas incapacidades
físicas, sociales, intelectuales. Estos rechazos, evidentes en los grupos de clase
o en las pandillas de amigos, marcan fuertemente con un signo negativo la
postura de unos preadolescentes hacia otros y son ocasión de grandes
sufrimientos por parte del no aceptado. El egocentrismo preadolescente es una
etapa que debe superarse en el desarrollo paulatino de la personalidad. La plena
superación de este egocentrismo, dentro de las exigencias del Evangelio, sólo
se logrará bajo el influjo del Espíritu Santo.

La persona egoísta, básicamente incapaz de amar a los demás y a sí


misma

53. Toda actitud humana que de alguna manera cierra al individuo sobre sí
mismo, que no favorece su apertura e integración, que fomenta el aislamiento o
la soledad es un camino que no conduce hacia la propia identidad. Es una
actitud egoísta. La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo
para sí misma, no siente satisfacción en dar, sino únicamente en tomar.
Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede
obtener de él. Carece de interés por las necesidades ajenas y de respeto por la
dignidad e integridad de los demás. No ve más que a sí misma, juzga a todos
según su utilidad; es básicamente incapaz de amar de verdad. Pero el egoísta
no sólo es incapaz de amar a los demás; ni siquiera puede amarse de verdad a
sí mismo.

Lo contrario del amor fraterno

54. El excluir a alguien de nuestro amor se opone directamente al mandato del


Señor, cuando dice: ama a tu prójimo como a ti mismo. El amor fraterno es el
amor incondicional a todos los seres humanos: el amor al desvalido, al pobre, al
desconocido, al enemigo, es su signo distintivo. Amar a los de nuestra propia
carne y sangre no es hazaña alguna. Los animales aman a sus vástagos y los
protegen. El desvalido ama a su dueño, porque en el fondo depende de él; el
niño ama a sus padres, pues los necesita. El amor fraterno sólo comienza a
desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines
personales. "Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No
hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos,
¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?" (Mt
5, 46-48).

Dios ama al frágil e inseguro ser humano. Sin acepción de personas

55. En forma harto significativa, en el Antiguo Testamento, el objeto central del


amor del hombre es el pobre, el extranjero, la viuda y el huérfano y,
eventualmente, el enemigo nacional, el egipcio y el edomita. Al tener compasión
del desvalido el hombre comienza a desarrollar el amor a sus hermanos; y al
amar a su hermano, se ama también a sí mismo y a todo el que necesita ayuda:
amar al frágil e inseguro ser humano, a quien Dios ama: "No endurezcáis
vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de
señores, Dios grande, fuerte y terrible, no es parcial ni acepta soborno, hace
justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, porque forasteros fuisteis en la
tierra de Egipto" (Dt 10, 16-19). La carta de Santiago, en el Nuevo Testamento,
insiste en estas ideas: "Hermanos, no juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo
glorioso con la acepción de personas... Si mostráis favoritismos, cometéis un
pecado" (2, 1.9).

Amplitud del amor cristiano al prójimo

56. El sermón de la montaña nos revela toda la amplitud del amor cristiano al
prójimo: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo, en cambio,
os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la
mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la
túnica, dale también la capa; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado no le
rehúyas. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los
que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que
hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt
5, 38-45).

¿Necedad, utopía o incapacidad no confesada?

57. La razón humana, si se toma sólo a sí misma como punto de partida, viene a
decir cosas como éstas: "Yo (y mi familia) tengo razón; yo no puedo prescindir
de esto o de lo otro"; "La caridad bien entendida empieza por uno mismo" (en
realidad, quiere decir que comienza, sigue y termina en uno mismo). O también:
"El que me la hace, me la paga", "Perdono, pero no olvido", "Por ahí no paso". El
mundo considera necedad y utopía la modalidad evangélica de amar. En ello se
revela su incapacidad de amar así, aunque dicha incapacidad no sea confesada
y reconocida. En realidad, todos somos principiantes en el amor. El egoísmo, a
insinceridad, la incapacidad e inmadurez interiores hacen de nosotros inexpertos
que tienen que ir aprendiendo siempre. El hombre, si se apoya sólo en sus
propias fuerzas, es incapaz de amar al prójimo con los sentimientos de Cristo y
según la ley del Espíritu.

Incomunicación y lucha en el ámbito del amor y de la familia

58. Esta incapacidad de amar llega a ser tan honda en el hombre que penetra
incluso en el árnbito más íntimo de la vida humana: el amor conyugal, la familia.
Por el pecado la relación personal de amor queda desvirtuada en relaciones
instintivas y ciegas, de deseo y dominio, de predominio y fuerza: "Tendrás ansia
de tu marido y él te dominará" (Gn 3, 16). El pecado introduce la contradicción y
la incomunicación en el orden de la familia y del amor humanos.

Un corazón de piedra

59. El pecado destruye, disgrega. Introduce la división en medio de los hombres:


en cada uno de ellos se oculta un corazón de piedra que debe ser quitado,
sustituido por uno de carne: "Esto dice el Señor: Os reuniré de entre los pueblos,
os recogeré de los países en los que estáis dispersos, y os daré la tierra de
Israel. Entrarán y quitarán de ella todos sus ídolos y abominaciones. Les daré un
corazón íntegro e infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón
de piedra y les daré un corazón de carne para que sigan mis leyes y pongan por
obra mis mandatos; serán mi pueblo y yo seré su Dios" (Ez 11, 17-20).

El amor es de Dios. La era del corazón nuevo, corazón de carne

60. Tener un corazón de carne significa amar: amar a la manera evangélica, a la


manera de Dios. "El amor es de Dios" (1 Jn 4, 7). El amor es, pues, don de Dios:
"Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (id). Adán descartó ese
amor, queriendo usar contra la voluntad de Dios lo que le estaba destinado
como don. Este es también nuestro pecado, el pecado actual del mundo y el
pecado de todos los tiempos. Si somos hombres que amamos como nos enseña
Jesucristo, lo somos no por nuestros méritos, sino por una donación de Dios,
que no está a nuestro alcance. En realidad, ¿cómo seríamos nosotros
misericordiosos como el Padre celestial (Le 6, 36), si no nos lo enseñara el
Señor (1 Ts 4, 9), si no lo derramara el Espíritu en nuestros corazones (Rm 5, 5;
15, 30)? Jesús es quien inaugura la nueva era que anunciaban los profetas: La
era del corazón nuevo, corazón de carne.

Tema 26. SIN LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU, NO PODEMOS COLABORAR


VERDADERAMENTE CON LOS DEMÁS: EXPLOTACIÓN Y UTILIZACIÓN
DEL HOMBRE

OBJETIVO CATEQUETICO

Anunciar:

que, por el pecado del hombre, el trabajo se convierte en una realidad dura y esclavizante, deja de ser
signo de creación y de servicio;

que el hombre, por sí mismo, está incapacitado para colaborar verdaderamente con los otros; su trabajo
sigue entonces la ley de la competición considerando al otro como rival;

que todos estamos llamados a colaborar y a participar en la acción transformadora de un mundo que
Dios ha creado para todos.

El preadolescente ¿incapacitado para colaborar? ¿Educados para la


competición?

61. Cierta dificultad del preadolescente para colaborar con los demás —
condición que puede ir siendo superada por él— no pocas veces resulta
favorecida y reforzada por una educación competitiva. Así, la experiencia del
preadolescente encuentra la rivalidad frente al compañero de clase, de juego, de
barrio, la persecución del propio interés y del mejor puesto, el individualismo
insolidario. Esta experiencia se inscribe en el contexto más amplio de la
experiencia humana común. Un tipo de preadolescente insolidario y rival frente a
. Ios demás corresponde a un tipo de sociedad que fomenta el individualismo
insolidario y la rivalidad. Una tal sociedad no educa, realmente, para el amor,
sino para la rivalidad.

Sociedad competitiva: el otro como rival

62. La dificultad del adolescente para colaborar con los demás, favorecida por tal
género de educación, configura toda la vida futura del hombre, y en especial su
actividad laboral. El mundo del trabajo está presidido muy de ordinario
frecuentemente por la misma ley de la competitividad. Esta competitividad llega
a ser lucha sin entrañas, en la que "el otro" es percibido como rival, sin más
consideraciones. No importa el hombre por sí mismo, sino el dinero, el negocio,
el capital, el éxito personal, el poder; como dice el libro de la Sabiduría: "Piensa
que la existencia es un juego de niños y la vida un concurrido y lucrativo
mercado: ganar por todos los medios, dice, aun malos, es lo que importa" (Sb
15, 12).

El poder del pecado en el mundo del trabajo

63. Anteriormente (núm. 65) se expusieron las consecuencias del pecado,


descrito en Gn 3, para el trabajo y para las relaciones sociales que surgen de él.
En la Sagrada Escritura, el trabajo es uno de los órdenes de la actividad humana
en que más ampliamente despliega el pecado su poder. Arbitrariedad, violencia,
injusticia, rapacidad hacen del trabajo no sólo un peso abrumador, sino objeto de
odio y causa de divisiones y conflictos. Obreros privados de su salario (Is 58, 3;
St 5, 4), poblaciones sometidas a prestaciones forzosas por un gobierno
enemigo (2 S 12, 31), y también por el propio soberano (1 S 8, 10-18; 1 R 5, 27;
12, 1-14), esclavos condenados al trabajo y a los golpes (Si 33, 25-29). Este
mundo del trabajo lo conoció Israel en la forma más inhumana en Egipto: trabajo
forzado a un ritmo agotador, bajo la vigilancia despiadada en medio de una
población hostil, en provecho de un gobierno enemigo, trabajo organizado
sistemáticamente para aniquilar al pueblo y quitarle toda capacidad de
resistencia (Ex 1, 8-14; 2, 11-15; 5, 6-18); se trata ya del mundo de los campos
de concentración, del campo de trabajo.

Relaciones laborales como relaciones de fuerza

64. Pervertido el orden del trabajo, la humanidad ha dejado de ser una


fraternidad de trabajadores, ligada con vínculos de solidaridad. Los bienes
económicos, acumulados en exceso por individuos, regiones y naciones, dividen
y enfrentan a los hombres. De este modo, las relaciones sociales quedan
configuradas en relaciones de dominio, opresión y violencia. "En un momento en
que el desarrollo de la vida económica, orientada y ordenada de una manera
racional y humana, podría permitir una atenuación de las desigualdades
humanas, con demasiada frecuencia trae consigo un endurecimiento de ellas y,
a veces, un retroceso en las condiciones de vida de los más débiles y el
desprecio de los más pobres... y mientras un pequeño número de hombres
dispone de un muy grande poder de decisión, otros están privados de toda
iniciativa y de toda responsabilidad, frecuentemente en condiciones de vida y de
trabajo indignas de la persona humana... Entre las naciones económicamente
más avanzadas y las otras naciones se va creando una oposición cada día más
grave que puede poner en peligro la misma paz del mundo" (GS 63).

Algunos desórdenes actuales en el mundo del trabajo

65. Algunos desórdenes del mundo del trabajo en los que aparece actualmente
el poder del pecado: incumplimiento de deberes profesionales; injusticias en los
salarios y en el rendimiento laboral; discriminaciones sociales contra los más
débiles; despido arbitrario de trabajadores; abusos de la competencia: limitación
en el derecho de defensa de sus legítimos intereses a sectores del mundo del
trabajo.
Otros desórdenes sociales son la evasión de cargas fiscales o sociales o su
desproporción; las nuevas formas de usura; abusos respecto al alojamiento;
desinterés por las necesidades vitales de los más débiles, falta de acogida a los
inmigrados; manipulación de los medios de comunicación social y exigir lo
imposible a los dirigentes de la sociedad en todos los órdenes.

Participar en la acción transformadora de un mundo que Dios ha creado


para todos

66, Estamos llamados a colaborar y a participar en la acción transformadora, de


un mundo que Dios ha creado para todos. El mundo es la casa de todos. Todos
somos hermanos. Dios es nuestro Padre: "Dios ha destinado la tierra y cuanto
ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los
bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa y bajo la égida de la
justicia y con la compañía de la caridad... Por tanto, el hombre no debe tener las
cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino
también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente,
sino también a todos los demás" (GS 69). Desde este llamamiento podemos
apreciar todo el alcance de la perversión del orden del trabajo y de las relaciones
sociales fundadas sobre él.

Tema 27. SIN EL ESPÍRITU DE CRISTO NO PODEMOS SERVIR. DOMINIO


DEL HOMBRE SOBRE EL HOMBRE
OBJETIVO CATEQUÉTICO:

Anunciar:

— que la autoridad, cuando se ejerce bajo la seducción del pecado, pierde su sentido de servicio. Por el
pecado del hombre la autoridad muchas veces se degrada y se transforma en un simple medio de
dominio o de provecho propio.

— que el hombre por sus propias fuerzas se encuentra incapacitado para servir. Sólo por la acción de
Dios el hombre puede estar al auténtico servicio del hombre, recuperando su verdadero rostro.

Incapacitados para servir, unidos para dominar

67. El preadolescente necesita del grupo o pandilla; en ella descubre sus


posibilidades, desarrolla su creatividad, va perfilando la imagen de sí mismo. El
educador debe ser consciente de que el grupo es fundamental en la vida del
preadolescente; en el grupo encuentra la aceptación que posiblemente no
encuentra en otros ambientes (familia, colegio...). La pandilla, sin embargo,
puede degenerar en formas antisociales, que se desarrollan en el grupo cerrado
y agresivo. La pandilla se convierte en una escuela de aprendizaje del
enfrentamiento y de la lucha con los demás y de diversos aspectos de la
delincuencia precoz (es importante el influjo sobre el preadolescente de las
películas de violencia, con cuyos héroes violentos tiende fácilmente a
identificarse). El preadolescente queda incapacitado para el verdadero servicio,
se une para el dominio y la violencia.

Dominio del hombre sobre el hombre: la carcoma social de una


convivencia pacífica

68. Esa incapacidad para servir y esa tendencia profunda al dominio de los
demás se manifiesta también en la sociedad adulta. Con consecuencias y
repercusiones mucho más serias. Los grupos cerrados de la sociedad adulta
desarrollan una delincuencia no siempre denunciada como la carcoma de una
convivencia pacífica. Lo mismo sucede entre las naciones, donde el
nacionalismo y la ambición imperialista de cualquier cuño vienen a deshacer la
convivencia entre los pueblos.

La autoridad como servicio, no como poder y mando en provecho propio

69. El pecado corrompe también el concepto y ejercicio de la autoridad. Esta


corrupción es de la mayor trascendencia en el orden individual y colectivo
(social, político y religioso). La Escritura la denuncia, por ejemplo, en Sb 6, 1-6.
Pero el trastorno de las relaciones sociales por la perversión de la autoridad y el
poder aparece en toda su verdad, si lo apreciamos desde las exigencias del
Evangelio.
El Evangelio de Jesús (Mc 10, 35-45) nos coloca en el corazón del problema. El
deseo de poder de los hijos del Zebedeo indigna al resto de los apóstoles que, a
su vez, mantienen la misma aspiración. Jesús, llamándoles, les dice: "Sabéis
que los que son tenidos cono jefes de las naciones las gobiernan como señores
absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre
vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros será vuestro
servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos, que
tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida
como rescate por muchos".
Jesús señala la profunda contradicción existente entre la actitud evangélica de
servicio a los demás y una interpretación de la autoridad como poder y mando
en provecho propio. En nuestro tiempo, la autoridad como servicio tiene en el
orden social y político un nombre: la participación (GS 31).

El creyente ante el abuso de autoridad y la idolatría del poder político

70. La corrupción del poder culmina cuando éste se ejerce contra los creyentes
(los "santos"), los pobres de Yahvé (Jn 16, 2; Mt 10, 17 ss.; Lc 6, 26). El capítulo
7 del libro de Daniel —esbozo de teología de la historia aplicable a cualquier
tiempo— pone de manifiesto la dura condición histórica del creyente ante esta
forma de idolatría que hace del poder una bestia. En este relato, las bestias (que
simbolizan reyes, naciones, imperios...) atacan a "los santos del Altísimo" (vv.
18-25); éstos resisten en todo tiempo a la idolatría de la bestia, expresada
incomparablemente en Ap 13, 4: "¿Quién como la Bestia?". Pero, en tales
circunstancias, surgirá siempre un enviado de Dios que asuma y encarne la
función de Miguel, que significa ¿Quién como Dios? Ambos gritos recorren la
historia de los hombres de un extremo a otro del tiempo.

La Bestia y el Hijo del Hombre, frente a frente: "¡No serviré!" "¡Serviré!"

71. La Bestia no sirve a nadie. Encarna históricamente el grito satánico: ¡No


serviré! Es la suprema manifestación de poder ("señores absolutos", Mc 10, 42),
poder que termina oprimiendo al hombre, particularmente a los débiles y
pequeños. El Hijo del Hombre ha venido, por lo contrario, a servir y en este
servicio al hombre que, en el fondo, es amor, el hombre recupera su verdadero
rostro. La paradoja evangélica consiste en que el hombre se humaniza sirviendo,
es decir, amando. Y así cumple la voluntad de Dios, se diviniza.

Cristo, sirviendo, revela el rostro más perfecto de lo humano

72. En el mensaje simbólico del sueño de Daniel (cap. 7) las figuras del Anciano
y del Hijo del Hombre (figuras humanas) aparecen como contrapunto dialéctico
de esas otras figuras no humanas o, mejor, inhumanas, bestiales: sólo lo divino
es profundamente humano y el hombre, cuando se aparta de Dios, se degrada
hasta la condición de bestia. La expresión semita "Hijo del Hombre" equivale
ordinariamente a Hombre. Según ello, la definición propia del hombre no es la
bestia, sino el Hijo del Hombre. Cristo, de una forma inconcebible para el mundo
(isirviendo!), deja al descubierto el rostro más perfecto de lo humano: "Cristo
revela plenamente el hombre al hombre" (GS 22). Desde ahí podemos rastrear
lo hondo de la perversión en el modo de entender y ejercer los hombres el poder
y la autoridad.
Tema 28. SIN LA GRACIA DEL ESPÍRITU, NO PODEMOS ADORAR AL DIOS
VERDADERO EN ESPÍRITU Y EN VERDAD

OBJETIVO CATEQUETICO:

Anunciar:

que por el pecado del hombre la relación con Dios se desvía, se desfigura, se corrompe;

que el hombre, abandonado a sí mismo, se encuentra incapacitado para creer, para adorar al verdadero
Dios en espíritu y en verdad;

que un culto grato a Dios lleva consigo fidelidad a las exigencias de la alianza.

Desfiguración de lo religioso: religiosidad meramente exterior

73. El preadolescente puede dejarse cautivar por falsos y superficiales centros


de interés: personas o cosas se convierten en auténticos ídolos, que el
preadolescente asume como modelos de identificación. Es notable, por ejemplo,
la facilidad con que el chico se identifica con el héroe de muchas películas
violentas. O la chica que se constituye en "fan" del cantante de moda. En el
plano religioso, la experiencia preadolescente puede adoptar formas falsas de
religiosidad que constituyen un obstáculo en el desarrollo integral de la propia
personalidad. Así, por ejemplo, el preadolescente puede centrar su religiosidad
en una moral concebida de una manera negativa y represiva, exterior, influida
muchas veces por el comportamiento de los adultos. Esto puede dar lugar a ver
a Dios como un obstáculo que impide al hombre ser verdaderamente libre; como
un estorbo que hay que eliminar de la vida.

Ídolos que ocupan el lugar del verdadero Dios

74. La experiencia adulta manifiesta mucho más claramente los extremos


viciosos de una religiosidad desviada, desfigurada, corrompida. En primer lugar,
los centros de interés que dirigen realmente la vida de los hombres: dinero,
poder, sexo..., constituyen para muchos una especie de idolatría práctica. Idolos
son las mismas realidades creadas en tanto en cuanto pasan a ocupar el lugar
central de la vida humana, pretendiendo el hombre encontrar en ellos el sentido
de su vida; vienen a ocupar de hecho el lugar del verdadero Dios. Quien vive sin
Dios no puede quedar en el vacío: vive entregándose, tal vez
inconscientemente, a otras realidades que susti tuyen a Dios.
Religiosidad vacía

75. Se dan, a veces, en la sociedad, por el influjo del pecado, formas de vida
religiosa centradas en un culto meramente exterior. Constituyen una religión y un
culto separados de la vida, con olvido del Dios vivo y verdadero, del amor al
prójimo, sin corazón y sin entrañas para el otro. Bajo la capa de un culto ofrecido
al verdadero Dios, el hombre satisface superficialmente cierta necesidad de vida
religiosa aunque el verdadero centro de interés de su vida vaya por otra parte,
muy lejos del deseo auténtico de hacer la voluntad de Dios. Busca en el rito una
seguridad que le tranquiliza y adormece. Y así puede acumular, incluso
obsesivamente, prácticas religiosas vacías.

Dios no se deja engañar

76. Antes del pecado las relaciones del hombre con Dios se muestran sencillas.
Después del pecado, el hombre pretendía aplacar a Dios con sacrificios de
animales, pero sin verdadera conversión del corazón. Sin embargo, Dios no se
deja engañar: Dios no acepta cualquier culto. Y el mismo pueblo experimenta el
vacío de un culto formalista y sin corazón: "—¿Para qué ayunar, si no haces
caso? ¿mortificarnos, si tú no te fijas?" (Is 58, 3).
A veces, el rito religioso corre el peligro de convertirse en simple práctica que
pretende enmascarar y sustituir la conversión del corazón. Frente a tal
desviación, los profetas recordaron siempre las condiciones de un culto
auténtico.

"Buscábais vuestro negocio"

77. La Escritura señala ese vacío religioso: "Mirad: el día de ayuno buscáis
vuestro interés, y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y
disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en
el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que
el hombre se mortifica? Mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y
ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?" (Is 58, 3-5).

Fidelidad del corazón, condición de un culto auténtico

78. El culto de Israel vendrá a ser espiritual en la medida en que él adquiera


conciencia del carácter interior de las exigencias de la alianza: Esta es la
insistente predicación de los profetas. Esta fidelidad del corazón es la condición
de un culto auténtico y la prueba de que Israel no tiene más Dios que a Yahvé
(Ex 20, 2 ss.). Por ello, continúa el profeta (Isaías) diciendo: "El ayuno que yo
quiero es éste —oráculo del Señor—: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los
cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir
tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves
desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la
aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás
irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá, gritarás, y
te dirá: Aquí estoy..." (Is 58, 6-9).
"Cuando extendéis las manos, cierro los ojos"

79. En otro pasaje del profeta Isaías, dice Dios algo semejante: "No me traigáis
más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no
los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una
carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque
multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de
sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad
de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido;
defended al huérfano, proteged a la viuda" (Is 1, 13-17).

La justicia ha sido olvidada

80. Durante el reinado de Jeroboam II (783-743), Dios habla por medio de Amós,
el profeta de la amenaza. Todo estaba tranquilo, sereno, próspero. El lujo se
extendía por la corte de Samaría, cuando llega el profeta venido del Sur. No
tiene ningún título humano para hablar. No tiene más que una obligación
apremiante: la de ser portavoz de Dios. Amós se alza contra el desarrollo
solemne de las ceremonias cultuales que contrastan con las injusticias sociales
y la opresión de los pobres. La justicia y el derecho no son observados. El
profeta no les echa en cara el haber olvidado los ritos de arrepentimiento. Más
bien parece indicar que los han practicado con exceso (Am 4, 4; 5, 5.21). Pero
¿eso es convertirse? La verdadera conversión exige un cambio de vida que
ponga fin a la injusticia (Am 8, 4-8). Más aún, supone una interiorización que
permita volver a encontrar a Dios (Am 5, 4.6).

Vanidad del culto por la corrupción de los corazones

81. Los profetas no desechan los ritos, sino que piden que se les dé su
verdadero sentido. Samuel afirma que Dios desecha el culto de los que
desobedecen (1 S 15, 22). Amós e Isaías lo repiten fuertemente (Am 5, 21-26; Is
1, 11-20; 29, 13), y Jeremías proclama en pleno templo la vanidad del culto que
se celebra en él, denunciando la corrupción de los corazones (Jr 7, 4-15; 21 ss.).
Ezequiel, el profeta sacerdote, anunciando incluso la ruina del templo,
contaminado por la idolatría, describe el nuevo templo de la nueva alianza (Ez
37, 26 ss.), que será el centro cultual del pueblo fiel (Ez 40-48). El profeta del
retorno indica cómo aceptará Dios el culto de su pueblo; es preciso que sea una
comunidad verdaderamente fraterna (Is 58, 6-13; 66, 1 ss.). El libro de los
Proverbios se manifiesta en términos semejantes: "Si uno cierra los oídos a la
ley, hasta su oración será aborrecible" (Pr 28, 9).

Religiosidad al servicio de los intereses políticos

82. Los profetas, a la vez que el formalismo ritual, combaten la confusión del
orden religioso en relación con el ámbito político. Este es otro aspecto de la
corrupción del orden religioso: uncirse al yugo de los intereses políticos. En el
Nuevo Testamento el libro del Apocalipsis, usando un lenguaje simbólico,
denuncia cómo lo religioso queda, a veces, al servicio de lo político. "Vi luego
otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como de cordero, pero
hablaba como una serpiente. Ejerce todo el poder de la primera Bestia en
servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes adoren a la primera
Bestia..." (Ap 13, 11-12).
Esta visión alegórica tiene su fuente de inspiración en el profeta Daniel. Las
bestias de Daniel, subiendo del mar, representan los sucesivos imperios. Por su
parte, las dos bestias del Apocalipsis simbolizan los dos componentes del
imperio: El poder político y una falsa orientación del sentimiento religioso. La
visión de San Juan es aguda. Tertuliano explicará como invención diabólica esa
confusión entre la política y la religión que persigue a los cristianos por el crimen
de lesa majestad.

"En sus días no fue zarandeado por príncipe..."

83. La conciencia del creyente bíblico es irreductible ante la confusión y


absorción de lo religioso en aras de lo político. El libro del Eclesiástico, por
ejemplo, presenta al profeta Eliseo del siguiente modo: "Cuando Elías en el
torbellino quedó envuelto, Eliseo se llenó de su espíritu. En sus días no fue
zarandeado por príncipe, y no pudo dominarle nadie" (48, 12). La libertad e
independencia en el desempeño de su misión es signo y garantía de su
autenticidad profética. Por su parte, el Salmo 74 lamenta la intrusión y
avasallamiento de poderes políticos en el terreno de lo religioso, cuyo símbolo
es el templo: "En el lugar de tus reuniones —reza el salmista— rugieron tus
adversarios, pusieron sus enseñas, enseñas que no se habían conocido, en el
frontón de la entrada" (Sal 73, 4).

El dinero, peligro de corrupción del orden religioso

84. Junto al poder, también el dinero es un peligro de corrupción del orden


religioso. Así lo denuncia el profeta Miqueas: "Escuchadlo, jefes de Jacob,
príncipes de Israel: vosotros que abomináis la justicia y defraudáis el derecho,
edificáis con sangre a Sión, a Jerusalén con crímenes. Sus jueces juzgan por
soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero. Y
encima se apoyan en el Señor, diciendo: ¿No está el Señor en medio de
nosotros? No puede sucedernos nada malo. Por vuestra culpa será arado Sión
como un campo; Jerusalén será una ruina; el monte del Templo, un cerro de
maleza" (Mi 3, 9-12; cfr. Is 1, 23).

"No podéis servir a Dios y al dinero"

85. Jesús denuncia de diversas maneras el poder corruptor del dinero. Así lo
hace dirigiéndose a los escribas, cuando dice de ellos que "devoran la hacienda
de las viudas so capa de largas oraciones" (Le 20, 47). Lo hace increpando a los
ricos: "Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que un rico
entrar en el Reino de los Cielos" (Mt 19, 24). De una forma general y
programática hace Jesús la denuncia del dinero en su discurso evangélico del
Sermón de la Montaña: "Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque
despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no
hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6, 24).

La levadura de los fariseos

86. Para Jesús la corrupción del orden religioso se manifiesta de una manera
especial en la "levadura de los fariseos" (Mc 8, 15). "Vosotros los fariseos,
limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y
maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera ¿no hizo también lo de dentro? Dad
limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo. ¡Ay de vosotros, los fariseos,
que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres,
mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar
sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de
honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois
como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!" (Lc 11, 39-44).

¡Ay de vosotros, también, maestros de la ley...!

87. "Un maestro de la ley intervino y le dijo: Maestro, diciendo eso nos ofendes
también a nosotros. Jesús replicó: ¡Ay de vosotros también, maestros de la ley,
que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las
tocáis ni con un dedo! ¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas,
después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron
vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis
sepulcros... ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis quedado con la
llave del saber: vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los
que intentaban entrar!" (Lc 11, 45-52).

Incapacitados para adorar al Dios verdadero

88. El hombre tiene necesidad dé Dios. Pero cuando el hombre no adora al


verdadero Dios, termina adorando ídolos. Esta es la experiencia bíblica. Por otra
parte, la corrupción del orden religioso de la existencia revela una y otra vez
hasta qué punto el hombre, abandonado a sí mismo ("la carne y la sangre"), se
encuentra incapacitado para creer, para adorar al Dios verdadero en espíritu y
en verdad.
"Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén
daréis culto al Padre. Vosotros dáis culto a uno que no conocéis; nosotros
adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero
se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto
así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad"
(Jn 4, 21-24).

Creer con fe viva

89. El verdadero culto a Dios implica una fe viva. Esta fe incluye la actitud de
apoyarse solamente en Dios, el Dios vivo y verdadero, la Roca inquebrantable.
Es no murmurar contra otros, como el pueblo de Israel en el desierto, sino tener
paciencia cuando la acción salvadora de Dios tarda en aparecer. Es no tener
miedo ante las dificultades del éxodo liberador, no recurrir a los ídolos vanos
como a un apoyo suplementario en medio de la prueba. Creer supone ser fuerte
con la fortaleza misma de Dios, que nos anuncia con toda certeza: "Si no os
apoyáis en mí, no seréis firmes" (Is 7, 9). Creer lleva a ver más allá de la corteza
opaca de los acontecimientos de la historia y llega hasta el Dios que los dirige;
es ir resolviendo el problema fundamental de toda vida auténticamente religiosa:
comporta reconocer los caminos de Dios y seguirlos. Creer comporta vivir en
actitud de oración, atención y vigilancia, como el salmista: "Indícame el camino
que he de seguir, pues levanto mi alma a ti" (Sal 142, 8).

Cristo establece el culto que en verdad agrada a Dios

90. Jesucristo es quien viene a tributar el verdadero culto grato a Dios. El vivió
cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre (Jn 4, 34). Jesús consagró
su vida a la gloria del Padre. El Padre se complace en El (Mt 17, 5). Jesús se
ofreció enteramente en la cruz como víctima por los pecados de los hombres:
"Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!,
para hacer tu voluntad. Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni
ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley.
Después añade: aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para
afirmar lo segundo" (Hb 10, 5-9).
Cristo resucitado continúa ofreciendo al Padre el sacrificio de la cruz que se
perpetúa en la celebración de la Eucaristía. En la Eucaristía los discípulos de
Jesús podemos participar de sus sentimientos para con el Padre (1 Co 10, 14-
17). Por la fuerza del Espíritu Santo podemos dar a Dios un culto auténtico, "en
espíritu y verdad" (Jn 4, 23; Rm 8, 26). "No todo el que me dice 'Señor, Señor'
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre
que está en el cielo" (Mt 7, 21). Jesús nos enseñó cómo tiene que ser el
verdadero culto a Dios: humilde (Lc 18, 10-14), lleno de caridad y verdad (Mt 5,
23). Toda la vida del cristiano debe ser un verdadero culto a Dios (Rm 12, 1; 1
Co 10, 31; Ef 2, 21; 5, 19; Col 3, 16; 1 P 2, 5).

Artículo 2.-Algunos problemas concretos.

Tema 29.-Sin el don del Espíritu, no es posible establecer una relación entre
hombre y mujer, según el designio de Dios. El desprecio dél otro sexo.

Tema 30.-Sin la gracia de Dios, no podemos establecer una relación adecuada


con las cosas. En una sociedad de consumo.
Tema 31.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos vencer la tentación de la
violencia.

Tema 32.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos respetar de verdad el derecho y


la dignidad del otro. El menosprecio de la dignidad y derechos del hombre.

Tema 29. SIN EL DON DEL ESPÍRITU, NO ES POSIBLE ESTABLECER UNA


RELACIÓN ENTRE HOMBRE Y MUJER, SEGÚN EL DESIGNIO DE DIOS. EL
DERECHO DEL OTRO SEXO

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

Anunciar:

o que por el pecado del hombre, el plan de Dios de hacer del hombre y mujer "una sola
carne" es obra constantemente amenazada por las tendencias egoístas de la persona humana, que con
frecuencia se deja llevar por sus malas inclinaciones, rompiendo la alianza querida por Dios;

o que la relación sexual entre hombre y mujer debe ser redimida: dejar de ser relación de
fuerza, dominio y satisfacción egoísta para llegar a ser relación de amor auténtico y generoso.

Hacia la propia identidad en el plano sexual

91. El momento evolutivo preadolescente, desde el punto de vista de la identidad


sexual o de descubrimiento de sí mismo, es de aprendizaje. Dicho momento
está directamente ordenado a superar la confusión, propia de esta etapa de
desarrollo evolutivo. Ese aprendizaje es vivido de forma ambivalente: el
preadolescente experimenta a la vez atracción y temor o angustia. Esto se da
tanto en el chico, como en la chica, aunque existen rasgos y manifestaciones
diferenciales correspondientes a cada sexo.

La sociedad no apoya adecuadamente el momento evolutivo


preadolescente

92. La sociedad y la familia, con relativa frecuencia, no constituyen un clima que


ayude de modo positivo a este momento evolutivo del preadolescente. Si se
toman en cuenta estudios sociológicos recientes, este contexto no positivo se ha
acentuado y hecho más general en nuestro tiempo, especialmente en las
grandes aglomeraciones urbanas el preadolescente se siente progresivamente
menos aceptado conforme avanza su edad (13-14 años). Este desajuste
aumenta la dificultad subjetiva que ya de por sí tiene el muchacho para afrontar
su propio crecimiento.
Dos extremos: ignorar la realidad sexuada del preadolescente, establecer
una disociación entre amor y sexo

93. Por un lado, la sociedad favorece el sentimiento de culpabilidad del


preadolescente con un tipo de educación que parece ignorar la realidad sexuada
del mismo, realidad que comienza a manifestarse con fuerza. Por otro, la
llamada sociedad de consumo, fomenta la atracción erótica, pero estableciendo
una disociación entre amor y sexo, haciendo de este último un objeto y un
producto de mercado. Con frecuencia se reduce la sexualidad a la genitalidad.
Se trataría, por tanto, de evitar dos extremos: 1), ignorar la realidad sexuada del
preadolescente; 2), favorecer de hecho una disociación del sexo como elemento
no integrado en el desarrollo de la personalidad total.

Incapacidad para establecer una relación adecuada entre chico y chica

94. La tensión atracción-angustia, que el preadolescente lleva dentro como


rasgo evolutivo, adquiere caracteres de conflicto en el contexto de una sociedad
contradictoria y equívoca, que no logra integrar en sí misma ambos polos. El
preadolescente puede reaccionar ante el conflicto, o bien replegándose sobre sí
mismo en soledad, idealización, ensoñación, ensimismamiento..., o bien
ostentando desprecio y hostilidad hacia el otro sexo y hacia el amor en general.
Esto se vuelve anormal, cuando persiste y acaba por suprimir toda vida afectiva
auténtica. Se desarrolla una incapacidad para establecer una relación normal y
adecuada entre chicos y chicas.

El prójimo no es un instrumento al servicio del propio egoísmo

95. Muchos llegan a confundir el deseo sexual con el amor, y piensan que se
ama cuando se desea físicamente. Esta es la idea falsa del amor que aparece
con frecuencia en la publicidad, en la literatura erótica, en el cine, etc. Con ello
se reduce la relación profunda del amor humano auténtico entre personas de
distinto sexo a la esfera de la simple atracción instintiva y egoísta. Otros piensan
que el modo de superar la separación es manifestar, sin ningún dominio de sí
mismo, los propios impulsos agresivos, con exhibición de enojo, odios, etc. De
este modo piensan dar pruebas de intimidad. No es auténtico un amor que hace
del prójimo un simple instrumento del propio egoísmo o que no respeta en todo
momento su dignidad como persona.

Amor erótico y amor fraterno. El eros, ser mortal

96. En realidad, si el deseo de unión física no está estimulado por el amor, si el


amor erótico no es a la vez amor oblativo, libre de egoísmos posesivos, jamás
conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio. La atracción
sexual crea por un momento la ilusión de la unión, pero —sin amor auténtico—
la unión deja a los desconocidos tan separados como antes. A veces los hace
avergonzarse el uno del otro, y aun odiarse recíprocamente, porque —cuando la
ilusión se desvanece— sienten su separación más agudamente que antes. El
eros, separado del amor, se manifiesta al final como caduco: el eros es un ser
mortal, se ha dicho acertadamente. El amor auténtico entre hombre y mujer no
puede realizarse fuera del matrimonio. La unión física entre varón y mujer sólo
es legítima y digna dentro del mismo (Cfr. Tema 39).

Ruptura de la Alianza entre hombre y mujer

97. En el Génesis, la separación entre hombre y mujer se manifiesta ya en la


acusación que el hombre hace: "La mujer..." (3, 12) es quien tiene la culpa. Esta
acusación es el primer síntoma, la primera fisura que deja al descubierto una
realidad profunda: la ruptura de la alianza entre hombre y mujer. El plan de Dios
de hacer de ambos "una sola carne" (2, 24) se deshace y resquebraja también
por el pecado. El pecado introduce entre ellos la fuerza de la división y el deseo
de la posesión egoísta" "Tendrás ansia de tu marido y él te dominará" (3, 16).

La relación entre hombre y mujer necesita ser redimida

98. En el clima paradisíaco, el encuentro de hombre y mujer tiene lugar en la


simplicidad: "Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían
vergüenza uno de otro" (Gn 2, 25). Pero el pecado, separación de Dios,
introduce entre ellos la distancia y el miedo. Ahora la relación sexual es ya
antigua. No deja de ser fundamentalmente buena, pero ha caído bajo la
influencia de la fuerza de división que es el pecado. En realidad, dicha relación
necesita ser redimida.

Tema 30. SIN LA GRACIA DE DIOS, NO PODEMOS ESTABLECER UNA


RELACIÓN ADECUADA CON LAS COSAS. EN UNA SOCIEDAD DE
CONSUMO

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

Anunciar:

o que por el pecado el hombre no acierta a establecer una relación adecuada con las
cosas (bienes materiales, riquezas, dinero...) ;

o que la codicia es contraria al amor del prójimo y al amor de Dios. La codicia infringe
una herida al prójimo y constituye una verdadera idolatría, ofendiendo, por tanto, al Dios de la Alianza.

El preadolescente, ¿aprendiz de consumista?

99. Los preadolescentes de hoy están afectados en mayor o menor grado por
las características propias de la que se ha dado en llamar sociedad de consumo.
Se advierte con frecuencia en ellos una valoración exagerada de los aspectos
materiales. El entorno social, los medios de comunicación y la publicidad
contribuyen a ello. Esta especie de educación para el consumo estorba las
posibilidades de hacer una ordenación jerárquica de valores tan necesaria para
una correcta formación de la identidad personal. El preadolescente corre así el
riesgo de convertirse en un simple aprendiz de consumista.

Sociedad de consumo: una relación inadecuada con las cosas

100. La sociedad de consumo es una forma de vida que no sólo supone una
teoría concreta de las realidades económicas, sino que implica, al menos de
hecho, una concepción de la totalidad de la existencia. No se define
exclusivamente por el consumo de productos, sino también por un aumento en
el grado de deshumanización: así da origen a un tipo de hombre
desinteriorizado, materializado, cerrado en el círculo de la producción y del
consumo. El "consumismo" comienza allí donde acaba la satisfacción de las
necesidades para una vida digna. Se crean nuevas necesidades que son
presentadas como imprescindibles, pero que son superfluas. Pasan a segundo
plano las necesidades realmente importantes. La persona se convierte así en
una máquina no sólo productora, sino además consumidora de los productos
que fabrica. El mismo hombre acaba por materializarse y convertirse en objeto,
en cosa, en una pieza más del engranaje frenético y esclavizante de la sociedad
de consumo. Por tener más el hombre prefiere ser menos: no acierta a
establecer una relación adecuada con las cosas (bienes materiales, riqueza,
dinero).

La codicia, avidez violenta

101. La experiencia bíblica, desde un contexto distinto, ilumina, sin embargo, las
raíces más profundas del consumismo de hoy. Más allá de los
condicionamientos sociológicos, encontramos en el hombre la sed de poseer
cada vez más sin ocuparse de los otros, e incluso muchas veces a sus
expensas. Esto es lo que la Biblia entiende por codicia: la codicia coincide
ampliamente con la avidez y la perversión del deseo, pero parece acentuar
algunos de sus caracteres: es una avidez violenta y casi frenética (Ef 4, 19),
especialmente contraria al amor del prójimo, sobre todo al amor de los pobres, y
que, en primer lugar, va dirigida a los bienes materiales: la riqueza, el dinero...
La codicia inflige una herida al prójimo y constituye una verdadera idolatría,
ofendiendo, por tanto, al Dios de la Alianza.

La codicia, contraria al amor al prójimo

102. La codicia aparece directamente opuesta al amor al prójimo, sobre todo de


los pobres, a los que la Ley protege contra ella (Ex 20, 17; 22, 24; Dt 24, 10-22).
Mientras que Yahvé prescribe: "No endurezcas el corarón" Dt 15. 7), el codicioso
es un malvado con el alma desecada (Si 14. 9), que se muestra despiadado (27,
1). Profetas y sabios de Israel denuncian los atentados contra los derechos del
prójimo inspirados por la codicia. Esta conduce al mercader con frecuencia falto
de conciencia (Si 26, 29-27, 2), a falsear las balanzas, a especular y hacer
dinero de todo (Am 8, 5ss), al rico a hacer extorsiones (5, 12), a acaparar las
propiedades (Is 5, 8; Mi 2, 2-9), a explotar a los pobres (Ne 5, 1-5; Am 2, 6),
incluso negando el salario merecido (Jr 22, 13), al jefe y al juez a proceder por
cohecho (Mi 3, 11; Pr 28, 16), para violar el derecho (Is 1, 23; 5, 23; Mi 7, 3). Los
jefes codiciosos, cautivados por su interés, como lobos que desgarran su presa,
recurren incluso a la violencia para aumentar sus lucros (Jr 22, 17) y afirmar su
voluntad de dominio (Ez 22, 27)

La codicia, en eI fondo, una idolatría

103. El Antiguo Testamento presiente su carácter idolátrico y la tradición


yahvista presenta con la fisonomía de la codicia (Gn 3, 6) al acto por el que
Adán y Eva queriendo ser como dioses (3, 5) negaron a Dios su confianza y su
dependencia propias de criaturas. El Génesis sugiere así que la codicia es el
origen de todo pecado. El pecador, queriendo poseer solo para sí mismo lo que
viene del amor de Dios para su servicio, pone un bien creado y, finalmente, se
pone él mismo en lugar de Dios. Por esto, el comentario que la Biblia hace sobre
el precepto de no codiciar (Ex 20, 17) identifica a los paganos, pecadores por
excelencia, con "los que codician". Pablo, por su parte, pensando probablemente
en el relato del Génesis, reduce al mismo precepto toda la Ley (Rm 7, 7) y
resume todos los pecados de la generación del desierto en la codicia (i Co 10,
6), expresión del repudio de la experiencia espiritual propuesta por Dios (Dt 8, 3;
Mt 4, 4). El codicioso, que corre tras bienes precarios (Si 6, 2), siempre
insatisfecho (Pr 27, 20; Qo 4, 8), será castigado por su desprecio de Dios y por
las injusticias infligidas al prójimo. La codicia acaba por matar al que la tiene (Pr
1, 19), mientras que el que aborrece la codicia prolongará sus días (28, 16).

"Dónde está tu tesoro, allí está tu corazón"

104. En el Nuevo Testamento la codicia se presenta también como opuesta al


amor: el codicioso sacrifica a los otros a sí mismo y, si es necesario, con
violencia: "Codiciáis y no tenéis; matáis", dice Santiago (4, 2). La codicia
aparece también como opuesta a la fe, como idolatría (Le 16, 13ss; Col 3, 5); es
ocupar totalmente con los bienes creados un corazón que sólo pertenece a Dios:
"No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde
los ladrones abren boquetes y los roban. Amontonad tesoros en el cielo, donde
no hay polilla ni carcoma que se los roan, ni ladrones que abran boquetes y
roben. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón" (Mt 6, 19-21).

"Aunque uno ande sobrado, la vida no depende de sus bienes"

105. "Dijo uno del público a Jesús: Maestro dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia. El le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o
árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Mirad: guardaos de toda clase de
codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y
les propuso una parábola: Un hombre tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar
cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo
siguiente: dérribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré
allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo:
Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y
date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo
que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y
no es rico ante Dios" (Lc 12, 13-21).

Muchedumbres enteras carecen de las cosas indispensables

106. Como se ha dicho anteriormente, el pecado corrompe la relación del


hombre con las cosas. En esa relación manifiesta también su corazón egoísta e
insolidario. El Concilio Vaticano 1I se hace eco profético de un problema grave
de nuestro mundo. Muchedumbres enteras carecen aún de las cosas
indispensables: "Mientras una ingente multitud carece aún de las cosas
indispensables, algunos, también en las regiones menos desarrolladas, viven
opulentamente o malgastan los bienes. El lujo y la miseria coexisten. Mientras
unos pocos gozan de la máxima posibilidad de elegir, muchos carecen, casi por
completo, de toda posibilidad de actuar con iniciativa y responsabilidad propia,
encontrándose muchas veces en condiciones de vida y de trabajo indignas de la
persona humana" (GS 63).

Deben desaparecer las grandes desigualdades económicas

107. Y frente a un mundo que lucha frenéticamente en la competición del confort


y del lujo, denuncia las grandes desigualdades económicas como una situación
que no satisface a las exigencias de la justicia y de la equidad: "Para satisfacer a
las exigencias de la justicia y de la equidad, se ha de intentar enérgicamente
que, salvaguardados de los derechos de las personas y la índole peculiar de
cada pueblo, las ingentes desigualdades económicas que existen ahora y que
muchas veces aumentan, acompañadas de discriminaciones individuales y
sociales, desaparezcan lo antes posible" (GS 66).

El poseer no es el fin último del hombre. La codicia, subdesarrollo moral

108. El Papa Pablo VI decía en la Encíclica Populorum Progressio: "Así, pues, el


tener mis, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último.
Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que el hombre sea
más hombre, lo encierra como en una prisión desde el momento en que se
convierte en el bien supremo, que impide mirar más alla. Entonces los
corazones se endurecen y los espíritus se cierran; los hombres ya no se unen
por amistad, sino por interés, que pronto les hace oponerse unos a otros y
desunirse. La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para
el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza; para las naciones,
como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un
subdesarrollo moral" (PP 19).
Tema 31. SIN EL ESPÍRITU DE CRISTO, NO PODEMOS VENCER LA
TENTACIÓN DE LA VIOLENCIA

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

Anunciar:

 que por el pecado del hombre aparece en el mundo el problema de la violencia. Este tiene como raíz
el egoísmo, el deseo de dominio sobre los demás y, al mismo tiempo, el miedo a ser dominado por los
otros;

 que el hombre, por sí mismo, se encuentra incapacitado para con sus solas fuerzas rechazar la
tentación de la violencia. La figura del Siervo de Yahvé pone ante los ojos de los creyentes la única
salida al problema de la violencia.

El héroe violento, ¿modelo de identificación?

109. Desde el punto de vista social, la educación que hoy el muchacho está
recibiendo en la televisión, en el cine y a través del comportamiento de los
mismos adultos, contribuye a que piense que la agresividad antisocial, es decir,
la violencia, es el recurso normal y eficaz en las relaciones humanas. A menudo,
el único recurso posible. De este modo, el prisma a través del cual observa las
relaciones entre los hombres está hecho de agresividad y violencia. Ante esta
situación el preadolescente intentarla en muchas ocasiones identificarse con el
modelo de la violencia (el héroe violento) como el único capaz de solucionar sus
propios conflictos en el grupo y con los adultos.

El dominio de los otros, intento constante

110. En la historia humana nos encontramos con este hecho: el intento


constante del hombre por dominar a sus semejantes en provecho propio, incluso
sin que ellos se den cuenta. El egoísmo, el deseo de dominio sobre los demás y,
al mismo tiempo, el miedo a ser dominado por los otros, es muchas veces la raíz
de la mentira, de la simulación, del fraude, de la coacción, de la violencia moral
disimulada, de la manipulación egoísta y de las guerras.

La espiral de la violencia

111. La violencia es fruto muchas veces de la injusticia, implantada en muchos


rincones de la tierra; la rebelión contra esa situación injusta, y la represión por
parte del orden establecido, como respuesta a la rebelión. La violencia del
mantenimiento de una situación injusta engendra irremisiblemente la aparición
de movimientos de resistencia violenta y éstos, a su vez, provocan una acción
represiva cada vez más violenta. Este es el engranaje de la violencia, el círculo
de la violencia: agresión, reacción vengadora, rencor y nueva agresión, odio y
represalias de nuevo, y así sucesivamente, inacabablemente.

Quien a espada mata, a espada muere

112. El ejemplo y la palabra de Jesús nos apartan del camino de la violencia.


"Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los
que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja
al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: Envaina la espada: quien usa
espada, a espada morirá" (Mt 26, 50-52). Jesús enuncia aquí una ley histórica:
aquellos que empuñan la espada y desencadenan la violencia, perecen por la
agresión, ya que ésta se vuelve contra ellos mismos.

La violencia, destrucción de la vida social. El siervo de Yahvé

113. La violencia se percibe también a través de su efecto mayor: la destrucción


de la vida social. En este caso el término va asociado frecuentemente con otro
que significa explotación, opresión, devastación, ruina. Los profetas se lamentan
del estado de violencia en que se halla sumergido el pueblo (Am 3, 10; Jr 6, 7;
20, 8; Is 60, 18). Y recurren a Yahvé, único que puede remediar este estado de
injusticia. Así, constantemente, se oyen los gritos de los oprimidos que quieren
ser liberados de los hombres violentos (2 S 22, 3; Sal 17, 49; 139, 2-5). Estas
víctimas ponen su esperanza en una réplica de la misma naturaleza: que el
hombre violento sea presa del infortunio, que se le devuelva golpe por golpe (Sal
139, 12). Sin embargo, poco a poco, se irá imponiendo por su fuerza moral la
figura única del Siervo de Yahvé, que ha renunciado definitivamente a la
violencia: "Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como
cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no
abría la boca" (ls 53, 7).

Dios condena progresivamente toda violencia injusta

114. Indudablemente, Dios condena toda violencia injusta. Pero lo hace


progresivamente, teniendo en cuenta las diferentes épocas en que vive su
pueblo. Así se apropia la ley del Talión (Ex 21, 24), que representa un progreso
considerable con respecto a los tiempos de Lamec, quien se venga sin medida
(Gn 4, 23ss). El Dios del Antiguo Testamento no es un Dios cruel, es un Dios
con entrañas. Se pone de parte del pueblo oprimido en Egipto (Ex 3, 9) y le
exige un comportamiento semejante con el débil: "No vejarás al forastero;
conocéis la suerte del forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto"
(Ex 23, 9). Dios se constituye, pues, en defensor de las víctimas de la injusticia
de los hombres,'y más en particular del huérfano, de la viuda, del pobre (Dt 24,
20). Pero surge una dificultad: ¿No aparece en el Antiguo Testamento la imagen
terrible de un Dios guerrero, que extermina a los primogénitos de Egipto (Ex 12),
se pone a la cabeza del combate (2 S 5, 24), aprueba la fuerza vengadora y
destructora de Sansón (Jc 15, 16) y su celo va hasta el extremo de matar al
transgresor de la Alianza?
Progreso de la revelación y maduración religiosa del hombre

115. En la lectura de la Escritura, se ha de tener en cuenta que existe un


progreso en toda la revelación, condicionado por el momento de maduración
religiosa del hombre y por su "dureza de corazón". Así sucede con otros
problemas, como el del juramento (Mt 5, 33-37), o el del "acta de repudio" (Mt
19, 7-8): "Al principio no fue así." El corazón de Dios no cambia. Su verdadero
rostro se manifiesta progresivamente a los hombres. Y se manifiesta en plenitud
en el evangelio de Cristo. Sería ilegítimo servirse de un momento precedente del
progreso de la Revelación para tomar posiciones veterotestamentarias en
nombre del Nuevo Testamento.

"Hasta setenta veces siete"

116. Frente a la violencia que reina en el mundo, Jesús se muestra más radical
que el Antiguo Testamento. La ley del Talión requería la equidad en la
venganza, que restablece la justicia lesionada; Jesús exige el perdón (Mt 6,
12.14ss; Mc 11, 25) hasta setenta veces siete (Mt 18, 22). A todos les ordena:
"Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mt 5, 44; Le 6,
27). A sus discípulos les dice: "No hagáis frente al que os agravia" (Mt 5, 39).
Jesús no formula un juicio sobre el acto de violencia, cuya causa pueda ser
conforme a derecho, sino que señala un camino que trasciende todo derecho, el
de quien —en orden de gracia— tiene la fuerza de actuar conforme al
Evangelio. Quien no devuelve mal por mal, pone las cosas en un plano
totalmente nuevo.

"Mi gente habría combatido." El reino de Dios no se instaura por medios


violentos

117. Jesús fue por delante. Resiste a la tentación de instaurar el Reino de Dios
por medios violentos: no quiere dominar a los hombres por la fuerza (Mt 4, 8ss),
se niega a ser un político revolucionario (Jn 6, 15) y a obtener la gloria sin pasar
por el sacrificio de la cruz (Mt 16, 22ss). En el huerto de los Olivos renuncia al
derecho que tiene de ser defendido por la violencia: "¡Dejad! ¡Ya basta!" Va
hasta el extremo de curar a su adversario (Le 22, 49ss). Y ante Pilatos declara la
diferencia de procedimiento propia de su Reino:

"Mi reino no es de este mundo.


Si mi reino fuera de este mundo,
mi guardia habría luchado
para que yo no cayera en manos de los judíos" (Jn 18, 36).

La bienaventuranza de los perseguidos. El juicio, en las manos de Dios.


Oferta presente de reconciliación

118. ¿Por qué, pues no resistir al malvado? No por ninguna técnica de no


violencia, sino por el espíritu de amor, único medio de obtener la reconciliación
entre el violento y su víctima. El Reino de Dios no se establece con la fuerza.
Como anuncia el profeta Isaías: "Fundirán sus espadas para hacer rejas de
arado y sus lanzas para hacer hoces" (Is 2, 4). A diferencia de los jefes de las
naciones, que hacen pesar sobre ellas su poder y su dominio, el discípulo de
Jesús debe hacerse el servidor de los otros (Mt 20, 25). Cuando Jesús se bate
en retirada, como el Siervo de Dios ante la maldad de sus enemigos (Mt 12,
15.18-21; 14, 13; 16, 4) se remite a Dios y realiza la bienaventuranza de los
perseguidos (Mt 5, 10ss), profetizada en los cantos del Siervo (Is 50, 5; 53, 9).
Pero cuando perdona a los que lo crucifican injustamente (Lc 23, 34), cuando
exige a su discípulo que ofrezca la otra mejilla, Jesús no sólo remite al juicio de
Dios (1 P 2, 23), ,sino que ofrece al violento una reconciliación que puede ser
obtenida ya desde ahora.

La carrera de armamentos, gravísima plaga de la humanidad

119. En relación con el problema de la violencia y de la guerra, el Concilio


Vaticano II denuncia en el momento presente la "carrera de armamentos" como
una "gravísima plaga de la humanidad", que, además, "perjudica
intolerablemente a los pobres": "Hay que declarar una vez más: la carrera de
armamentos es una gravísima plaga de la humanidad y perjudica
intolerablemente a los pobres. Y es muy de temer que si continúa, termine por
ocasionar todas las fatales catástrofes para las que ya prepara los medios... La
divina Providencia requiere de nosotros con insistencia que nos liberemos de la
antigua esclavitud de la guerra. Si no queremos hacer este esfuerzo, no
sabemos a dónde iremos a parar por este mal camino en que nos hemos
metido" (GS 81).

¡Todos contra la guerra!

120. El Concilio convoca a todos a un esfuerzo común en contra de ese viejo


azote, que esclaviza a la humanidad, la guerra: "Es, pues, evidente que hemos
de hacer un esfuerzo para preparar con todas las fuerzas los tiempos en que,
con el consentimiento de las naciones, pueda ser proscrita totalmente toda clase
de guerra" (GS 82). Sin embargo, se reconoce el servicio que prestan las
fuerzas armadas a la seguridad y a la paz de las naciones, así como el derecho
de la autoridad pública a mantener un eficaz dispositivo de defensa que
garantice la necesaria protección de los ciudadanos contra agresiones
exteriores. "Los que al servicio de la patria, se hallan en el ejército, considérense
instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien
esta función contribuyen realmente a estabilizar la paz" (GS 79).

La objeción de conciencia

121. Pero dice también el Concilio sobre los objetores de conciencia: "Parece
equitativo que las leyes provean humanitariamente al caso de quienes por
objecciones de conciencia se niegan a emplear las armas, con tal que acepten
otra forma de servir a la comunidad" (GS 79).

No basta una paz impuesta, sino una paz fundada en la reconciliación de


los ánimos
122. El uso de la violencia por parte de las fuerzas armadas puede ser necesario
en algunos casos para defensa y protección de los ciudadanos. Pero la
verdadera paz no se construye con las armas. Como ha dicho Pablo VI: "No
basta reprimir las guerras, suspender las luchas, imponer treguas y armisticios,
definir confines y relaciones, crear fuentes de intereses comunes, paralizar las
hipótesis de contiendas radicales mediante el terror de inauditas destrucciones y
sufrimientos; no basta una paz impuesta, una paz utilitaria y provisoria; hay que
tender a una paz amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de
los ánimos" (Mensaje para la celebración de la Jornada de la Paz, 1." enero
1975).

Tema 32. SIN LA GRACIA DEL ESPÍRITU, NO PODEMOS RESPETAR DE


VERDAD EL DERECHO Y LA DIGNIDAD DEL OTRO. EL MENOSPRECIO DE
LA DIGNIDAD Y DERECHOS DEL HOMBRE

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

Anunciar:

o que por el pecado del hombre se da en el mundo la negación de la dignidad y derechos


del hombre;

o que el hombre, por sí mismo, se encuentra incapacitado para respetar el derecho y la


dignidad del otro;

o que por el don del Espíritu ni siquiera el enemigo pierde su dignidad: el enemigo debe
ser amado.

Respetar y sentirse respetado

123. El momento evolutivo del preadolescente es fuertemente egocéntrico. En él


se revela una profunda incapacidad para ponerse en el punto de vista del otro.
En definitiva, para comprender al otro. Dicho momento es una etapa que ha de
ser superada en el proceso y desarrollo de la personalidad. Lo anormal radica
en que el individuo quede fijado en dicho momento. A ello puede contribuir cl
ambiente y un tipo de educación que, de por sí, no conduce al respeto de la
dignidad del otro en cuanto persona. El mismo preadolescente frecuentemente
se siente marginado por el mundo adulto: no se siente respetado. Y esto le
"educa" negativamente. Le prepara, frente al compañero, para el abuso, el
pisoteo y la zancadilla. No es educado para el respeto de los derechos ajenos y
tampoco en el conocimiento de los derechos propios. Aflora entonces un instinto
de sobrevivir y sobreponerse al otro que no conduce a la convivencia, sino a la
lucha con el otro.
Los derechos humanos, ¿utopías?

124. Frecuentemente, el mismo mundo adulto permanece egocéntrico, incapaz


de salvar la barrera que le separa del otro. Incapaz, por tanto, de aceptar al otro
con toda su dignidad y todos sus derechos. Por consiguiente, incapaz de educar
en este sentido. Ante ello, la preocupación por promover los derechos humanos
debe estar presente en los medios informativos, en programas educativos, en
planificaciones políticas, en planteamientos laborales y en la acción educativa y
pastoral de la Iglesia. Sin embargo, los derechos humanos, no pocas veces y en
la práctica, son rechazados como utopías. Y con ellos se rechaza la dignidad del
hombre.

Signo de nuestro tiempo

125. La promoción de los derechos humanos, no obstante, ha venido a ser un


signo de nuestro tiempo, discernido y sancionado por el Magisterio de la Iglesia
como acción del Espíritu en nuestro mundo.

La Iglesia detecta y discierne este signo de nuestro tiempo

126. La Iglesia jerárquica, en el ejercicio de su ministerio profético, re-coge las


voces —en ocasiones concordes y firmes; a veces, más o menos aisladas o
fluctuantes— de los espíritus más clarividentes y avisados que, en el curso de la
historia, proclaman los derechos del hombre basados en la dignidad inalienable
de su ser personal libre. La Iglesia, a la luz del Evangelio, discierne lo que hay
de verdadero y noble en esas reivindicaciones y, después de someterlas a
purificación y examen, las propone como orientaciones de la conducta
auténticamente humana y cristiana e incluso las presenta como exigencias de un
comportamiento que pretenda seguir las huellas trazadas por Jesús.

La Iglesia proclama con autoridad los derechos humanos

127. La Iglesia no puede ser indiferente, en absoluto, a la proclamación de esos


derechos por múltiples motivos:

Porque en esa proclamación subyace siempre, de modo más o me-nos explícito,


una concepción de lo que es hombre, y la Iglesia, aleccionada por la revelación
divina, conoce el fundamento de la dignidad del hombre y posee la clave de su
vocación auténtica: el hombre es imagen de Dios, llamado a ser hijo suyo y
redimido por la sangre de Cristo.

Porque la Iglesia profesa que la redención tiene una específica eficacia en la


instauración en Cristo de todos los ámbitos humanos (Cfr., entre otras muchas
enseñanzas solemnes: GS 38; AA 5, y CPD 27). A partir de la convicción
cristiana de que la sociedad ha de ser ordenada según la concepción del
hombre que se inspira en el Evangelio, la Iglesia ha denunciado, por ejemplo, en
los tiempos más recientes, las concepciones que intentan estructurar el orden
social sobre determinismos materialistas, liberalismos capitalistas, estatismos
totalitarios, sistemas todos ellos opuestos al desarrollo de la persona humana,
llamada a la libertad de los hijos de Dios.

Porque la Iglesia, al profundizar los datos tradicionales sobre el pecado original,


descubre la realidad del "pecado del mundo" (Jn 1, 29); comprende entonces
que los pecados de unos hombres influyen en la conducta moral de otros; que
las deslealtades de un pecador se contagian en torno suyo y que esas
reacciones epidémicas "producen" estructuras pecaminosas, subversiones de
valores morales en el ámbito de la familia, de las relaciones profesionales, de la
sociedad, en suma. Por ello, ante la dimensión social del pecado, la Iglesia juzga
con autoridad las circunstancias ambientales que cohiben los derechos
fundamentales de la persona humana, señalando siempre que su origen más
profundo y último radica en la soberbia y el egoísmo de los hombres' (Cfr. GS
25).

Porque "la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la


interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el
Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por
esto la evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las
diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y
deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar..., sobre la vida
comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el
desarrollo" (Pablo VI, EN 29).

¿En qué momentos la Iglesia debe proclamar esos derechos?

128. La Iglesia jerárquica, sin embargo, no puede en todo momento concreto


puntual de la historia discriminar la validez o la nocividad de determinadas
reivindicaciones que, en una encrucijada determinada, se pro-ponen aquí y allá.
En esas situaciones conflictivas, dependientes de multitud de factores y con
causas contingentes, la Iglesia espera, antes de dar su juicio evangélico, para no
arrancar precipitadamente ef trigo bueno junto con la cizaña. El Concilio
Vaticano II se refiere a esta actitud sobria y prudente de los Pastores en el
siguiente texto: "A la conciencia bien formada de los seglares corresponde lograr
que la ley divina se inscriba en la vida de la ciudad terrena. De los sacerdotes,
los laicos esperen luz e impulso espiritual. Pero no piensen que sus Pastores
están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta
en todas las cuestiones que surjan, aunque éstas sean graves. No es esa su
misión" (GS 43).

Todos los miembros del pueblo cristiano, iluminados interiormente por el Espíritu
de Dios y guiados por las orientaciones de los pastores, deben discernir en cada
caso las exigencias concretas del Evangelio , (Cfr. Pablo VI, Octogessima
adveniens, 5).

A continuación se irán presentando algunos derechos humanos más


importantes, confirmados por el Magisterio de la Iglesia:
Derecho de reunión y de
asociación
— "De la intrínseca sociabilidad de
129. "Toda persona tiene los seres humanos surge el
derecho a la libertad de reunión y derecho de reunión y de
de asociación pacífica. Nadie asociación, como también el
puede ser obligado a pertenecer derecho de dar a las asociaciones
a una de-terminada asociación" la estructura más conveniente para
(Declaración Universal de obtener sus objetivos y el derecho a
Derechos Humanos [DDH], 20, moverse dentro de ellas por la
12). propia iniciativa y responsabilidad
para que las asociaciones alcancen
la finalidad deseada" (Juan XXIII,
PT 23; cfr. GS 73, b).
Derecho de participación
política
— "Es perfectamente conc o r d e
130. "Toda persona tiene con la naturaleza humana que se
derecho a participar en el constituyan estructuras político-
gobierno de su país, jurídicas que ofrezcan a todos los
directamento o por medio de ciudadanos, sin discriminación
representantes libremente alguna y con perfección creciente,
escogidos" (DDH 21, 1). posibilidades efectivas de tomar
parte libre y activamente en la
— "La voluntad del pueblo es la fijación de los fundamentos
base de la autoridad del poder jurídicos de la comunidad política,
público; esta voluntad se en el gobierno de la cosa pública,
expresará mediante elecciones en la determinación de los campos
auténticas que habrán de de acción y de los límites de las
celebrarse periódicamente, por diferentes instituciones y en la
sufragio universal e igual y por elección de los gobernantes.
voto secreto que garantice la Recuerden, por tanto, todos los
libertad del voto" (DDH 21, 3). ciudadanos el derecho y el deber
que tienen de votar con libertad
para promover el bien común" (GS
75; cfr. PT 26).
Derecho de participación
laboral
— "Entre los derechos
131. "Toda persona tiene fundamentales de la persona
derecho a fundar sindicatos y a humana debe contarse el derecho
sindicarse para la defensa de sus de los obreros a fundar libremente
intereses" (DDH 23, 4). asociaciones que representen
auténticamente al trabajador y
puedan colaborar en la recta
ordenación de la vida económica,
así como también el derecho de
participar libremente en las
actividades de las asociaciones sin
riesgos de represalias" (GS 68).
Derecho a la educación

132. "Toda persona tiene — "Hoy día es posible liberar a


derecho a la educación. La muchísimos hombres de la miseria
educación debe ser gratuita, al de la ignorancia. Por ello uno de los
menos en lo concerniente a la deberes más propios de nuestra
instrucción ele-mental y época, sobre todo de los cristianos,
fundamental. La instrucción es el de trabajar con ahínco para
elemental será obligatoria. La que tanto en la economía como en
instrucción técnica y profesional la política, en el campo nacional
habrá de ser generalizada; el como en el internacional se den las
acceso a los estudios superiores normas fundamentales para que se
será igual para todos en función reconozca en todas partes y se
de los méritos respectivos" (DDH haga efectivo el derecho de todos a
26, 1). la cultura, exigido por la dignidad de
la persona sin distinción de raza,
sexo, nacionalidad, religión o
condición social" (GS 60).

El trabajo infantil, un problema

133. Para muchos, en concreto preadolescentes y niños, su única escuela es


todavía el trabajo físico, como dice el libro de Las Lamentaciones: "Han
arrastrado la muela los muchachos, bajo la carga se han doblado los niños" (Lm
5, 13). "El trabajo infantil sigue siendo un problema que se plantea tanto en los
países desarrollados como en los que se encuentran en vías de desarrollo.
Empleados en labores agrícolas, industriales, artesanas o de otra índole,
multitud de niños se ven privados de la educación a que tienen derecho" (El
Correo de la Unesco, octubre 1973, pp. 8-9). "El niño debe estar protegido
contra toda forma de negligencia, de crueldad y de explotación. No debe estar
sometido al tráfico, bajo cualquier forma que sea. El niño no debe ser admitido al
empleo antes de tener una edad mínima apropiada; no debe, en ningún caso,
estar sujeto o autorizado a tomar una ocupación o un empleo que perjudique su
salud o su educación, o que dificulte su desarrollo físico, mental o moral"
(Declaración de los Derechos del Niño [DDN] 9).

El respeto a los derechos humanos, objetivo educativo

134. Tanto los individuos como las instituciones deben promover, mediante la
enseñanza y la educación, el respeto a los derechos humanos: "La educación
tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el
fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades
fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas
las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de
las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz" (DDH
26, 2; cfr. DDN 10).
Derecho de expresión e
información
— "Todo ser humano tiene el
135. "Todo individuo tiene
derecho natural al debido respeto
derecho a la libertad de opinión y
de su persona, a la buena
de expresión; este derecho
reputación, a la libertad para buscar
incluye el de no ser molestado a
la verdad y, dentro de los límites del
causa de sus opiniones, el de
orden moral y del bien común, para
investigar y recibir informaciones
manifestar y defender sus ideas...
y opiniones y el de difundirlas, sin
y... para tener una objetiva
limitación de fronteras, por
información de los sucesos
cualquier medio de expresión"
públicos" (PT 12).
(DDH 19).

Derecho a no ser sometido a


torturas ni a penas o tratos
crueles, inhumanos o
degradantes
— "Cuanto ofende a la vida
136. "Nadie será sometido a humana es en sí mismo infamante.
torturas ni a penas o tratos Cuanto atenta contra la vida...;
crueles, inhumanos o cuanto viola la integridad de la
degradantes" (DDH 5). persona humana, como, por
ejemplo, las mutilaciones, las
— Nadie será sometido a torturas morales o físicas, los
esclavitud ni a servidumbre; la conatos sis-temáticos para dominar
esclavitud y la trata de esclavos la mente ajena; cuanto ofende a la
están prohibidas en todas sus dignidad humana, como son las
formas (DDH 4). condiciones infrahumanas de vida;
las detenciones arbitrarias, las
deportaciones, la esclavitud, la
prostitución, la trata de blancas y de
jóvenes, o las condiciones laborales
y degradantes que reducen al
operario al rango de mero
instrumento de lucro, sin respeto a
la libertad y a la responsabilidad de
la persona humana; todas estas
prácticas y otras parecidas son en
sí mismas infamantes, degradan la
civilización humana, deshonran
más a sus auto-res que a sus
víctimas y son total-mente
contrarias al honor debido al
Creador" (GS 27, e).
Derecho a una vida
verdaderamente humana
"
Toda persona tiene derecho a un — "Es, pues, necesario que se
nivel de vida adecuado que le facilite al hombre todo lo que éste
asegure, así como a su familia, la necesita para vivir una vida
salud y el bienestar, y en especial verdaderamente humana, como
la alimentación, el vestido, la son el alimento, el vestido, la
vivienda, la asistencia médica y vivienda, el derecho a la libre
los servicios sociales necesarios; elección de estado y a fundar una
tiene asimismo derecho a los familia, a la educación, al trabajo, a
seguros en caso de enfermedad, la buena fama, al respeto, a una
invalidez, viudez, vejez u otros adecuada información, a obrar de
casos de pérdida de sus medios acuerdo con la norma recta de su
de subsistencia por conciencia, o la protección de la
circunstancias independientes de vida privada y a la justa libertad
su voluntad" (DDH también en materia religiosa" (GS
25, 1). 26, b).

Derecho a la libertad religiosa

138. "Toda persona tiene — "Este Concilio Vaticano declara


derecho a la libertad de que la persona humana tiene
pensamiento, de conciencia y de derecho a la libertad religiosa. Esta
religión; este derecho incluye la libertad consiste en que todos los
libertad de cambiar de religión o hombres han de estar inmunes de
de creencia, así como la libertad coacción, tanto por parte de
de manifestar su religión o su personas particulares como de
creencia, individual y grupos sociales y de cualquier
colectivamente, tanto en público potestad humana, y esto de tal
como en privado, por la manera, que en materia religiosa ni
enseñanza, la práctica, el culto y se obligue a nadie a obrar contra su
la observancia" (DDH 18). conciencia ni se le impida que
actúe conforme a ella en privado y
en público, so-lo o asociado con
otros, dentro de los límites debidos.
Declara, además, que el derecho a
la libertad religiosa está realmente
fundado en la dignidad misma de la
persona humana..." (DH 2).

El otro es respetado cuando se le ama

139. Es frecuente pensar en los derechos que nosotros tenemos y exigir a los
demás que nos respeten tales derechos. El cristiano, cuando proclama los
derechos humanos, debe pensar sobre todo en su deber de respetar los
derechos de los demás. Deberes y derechos son correlativos. Reivindicar
derechos y olvidarse de los deberes propios es deshacer con una mano lo que
se construye con la otra. El primero y fundamental deber para con el prójimo es
reconocerle sus derechos. Nuestra preocupación por los derechos del prójimo y
por la justicia social nace del reconocimiento de la dignidad del hombre, creado
a imagen de Dios. El amor fraterno incluye la justicia. Así, el Evangelio asume y
defiende los derechos humanos. Pero va más allá de lo que es simplemente
justo.

En la Sagrada Escritura, sobre todo en el Nuevo Testamento, se pone de relieve


que sólo se respeta verdaderamente el derecho y la dignidad del otro cuando se
le ama. Jesús mismo, mientras vivía en nuestro mundo, echó los fundamentos y
enunció la ley de la nueva comunidad fraterna: Reiteró y perfeccionó los
mandamientos concernientes a las relaciones entre hermanos (Mt 5, 21 ss). El
mandamiento de la nueva ley es el amor, el amor a todos: "ya se trate de ese
anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado
injustamente, o de ese desterrado, o de ese niño nacido de una unión ilegítima
que debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió o de ese hambriento
que recrimina nuestra con-ciencia recordando la palabra del Señor: Cuantas
veces hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (GS
27; cfr. Mt 25, 40).

Don del Espíritu: ni siquiera el enemigo pierde su dignidad; debe ser


amado

140. "El precepto se extiende a todos los enemigos. Es el mandamiento de la


Nueva Ley: Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, hacer el bien a los que
os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian" (GS 28; cfr. Mt 5, 43-44).
Para el Evangelio ni siquiera el enemigo pierde su dignidad, aunque se
equivoque contra nosotros: debe ser amado. Este tipo de amor sólo se ha
cumplido en Cristo, y ahora puede ser realidad en todos aquellos que acogen el
don de su Espíritu.

CAPITULO III. La conversión.


Tema 33. MI SITUACIÓN PUEDE CAMBIAR: LA CONVERSIÓN. LA GRACIA
NOS TRANSFORMA Y NOS HACE CAPACES DE AMAR

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

Anunciar:

• que la situación del hombre puede cambiar por medio de la conversión;


• que la conversión es un cambio profundo, en el corazón: "un corazón nuevo y un espíritu
nuevo". Algo que sólo puede venir de la iniciativa de Dios. Un don que en último término procede del
Padre;

• que cerrarse a esta acción del Espíritu que nos invita al cambio es el peor de los pecados.

¿Le es posible al hombre cambiar?

141. El preadolescente se encuentra en una situación de aislamiento, no está


seguro de su identidad. Su interrogante más profundo, ante esta realidad que no
le gusta, será: ¿Puedo ser diferente? ¿Puedo cambiar? ¿Cómo salir de esta
situación? ¿Es posible?

A todo hombre le gusta cambiar, ser diferente, mejorar, pero ¿por qué no se
decide a cambiar? ¿Qué es lo que le impide ser distinto de como es? Le gustaría
confiar en los demás y, sin embargo, se defiende de ellos con violencia. Quisiera
amar a los otros y por otro lado les rechaza. Podría servir a la humanidad para
que fuera feliz y, por otra parte, intenta dominarla. Querría amar a Dios y, sin
embargo, se sirve de El; se fabrica sus propios ídolos. Ante las dificultades que
experimenta, surge la pregunta: ¿le es posible al hombre cambiar?
"
Nicodemo: Habría que nacer de nuevo."
"
Jesús: Tenéis que nacer de lo alto."

142. Nicodemo es maestro en Israel. De todo lo que dice y hace Jesús, ha


entendido solamente una cosa: que Dios está con él y que, por tanto, es todo un
maestro. Pero le resultan las palabras de Jesús verdaderamente extrañas:
¡Nacer de lo alto! "¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede
por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer? ¿Cómo puede
suceder eso?" (Jn 3, 4.9). Nicodemo se asombra de que Jesús venga diciendo:
Tenéis que nacer de lo alto. La buena nueva de un nacimiento del Espíritu le
resulta un lenguaje absolutamente desconocido.

Dios quiere que el mundo se convierta y se salve

143. El hombre, por sí solo, no puede cambiar hasta el punto de alcanzar la


condición de hijo de Dios. Sin embargo, la respuesta que Cristo da a Nicodemo
anuncia al hombre, metido en esa situación irredenta, la posibilidad de salir de
ella: "Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él" (Jn 3, 17). El corazón de Dios no es el corazón del
hombre, y el Santo no gusta de destruir (Os 11, 8-9), lejos de querer la muerte
del pecador, quiere su conversión para poder prodigar su perdón, porque sus
caminos no son nuestros caminos, y sus pensamientos rebasan nuestros
pensamientos en toda la altura del cielo (Is 55, 7-9).

La misión de Jesús frente a la dureza de corazón


144. Cristo ha venido al mundo para llamar a los pecadores a la conversión (Le
5, 32): este es el aspecto esencial del Evangelio. Por lo demás, el hombre, que
toma conciencia de su estado de pecador. puede volverse a Jesús con
confianza, pues "el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los
pecados" (Mt 9, 6ss). Pero el mensaje de conversión tropieza con la dureza del
corazón humano bajo todas sus formas: desde el apego a las riquezas (Mc 10,
21-25) hasta la soberbia seguridad de los fariseos (Lc 18, 9).

Bajo el signo de Jonás. Un plazo para la higuera estéril

145. Jesús se alza como el "signo de Jonás" en medio de una generación mala,
con disposiciones peores para con Dios que en otro tiempo Nínive (Lc 11, 29-
32). Así eleva contra ella una requisitoria llena de amenazas: los hombres de
Nínive la condenarán el día del juicio (Lc 11, 32); Tiro y Sidón tendrán una suerte
menos rigurosa que las ciudades del Lago (Lc 10, 13ss). La impenitencia actual
de Israel es, en efecto, señal del endurecimiento del corazón (Mt 13, 15ss). Si
los oyentes impenitentes de Jesús no cambian de conducta perecerán a
semejanza de la higuera estéril: "Uno tenía una higuera plantada en su viña, y
fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves:
tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera., y no lo encuentro.
Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó:
Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver
si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás" (Lc 13, 6-9).

Convertirse: un corazón nuevo, un hombre nuevo

146. Convertirse es romper con todo lo que separa de Dios, abandonar el mal
camino que aleja de El, según la fórmula de Jeremías: "Volveos cada cual de su
mal camino" (Jr 18, 11). Convertirse es cambiar profundamente, adquirir "un
corazón nuevo y un espíritu nuevo", como anuncia Ezequiel (Ez 18, 31). Tal
conversión supone una nueva creación, un hombre nuevo (Col 3, 10), algo que
sólo puede venir de la iniciativa de Dios, aunque exige al mismo tiempo una
decisión auténtica por parte del hombre, como dice el profeta Jeremías: "Hazme
volver y volveré, pues tú, Yahvé, eres mi Dios" (Jr 31, 18).

Desde Cristo, convertirse es convertirse a Cristo

147. Jesús comienza su predicación a la manera de los grandes profetas:


"Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos" (Mt 4, 17). Sin embargo, a
pesar de las apariencias, hay un hecho que supone una novedad decisiva: el
Reino de Dios se encarna en su Persona. En adelante, pues, convertirse es
convertirse a Cristo. Quien no cree en Cristo, se está condenando a sí mismo:.
"El que cree en él, no es condenado; pero el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Y la condenación está
en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas" (Jn 3, 18-19).

Jesús invita a la conversión y la suscita


148. Jesús no sólo invita a la conversión a todos los que la necesitan (Lc 5, 32),
sino que suscita esta conversión (Zaqueo, Lc 19, 1-10), revelando que Dios es
un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nada se
pierda (Mt 18, 12 ss.). Jesús no sólo anuncia ese perdón al que se abre a la fe
con arrepentimiento y humildad (Lc 7, 47-50 y 18, 9-14), sino que además lo
ejerce y testimonia con sus obras. Dispone de este poder reservado a Dios de
perdonar los pecados (Mc 2, 5-11). Cristo ama como Dios, perdona como Dios y
crea como Dios. Cuando Cristo concede al hombre el perdón de Dios,
transforma realmente al hombre y, en cierto modo, lo crea de nuevo. Sólo el
Espíritu de Dios —que es también Espíritu de Cristo— puede hacer que surja un
hombre distinto: el hombre que se deja guiar por el Espíritu de Dios y que se
convierte así en hijo de Dios (Rm 8, 14) y hermano de los hombres (Mt 18, 21
ss.; 22, 39-40).

La fe y la conversión, don del Padre

149. La fe y la conversión suponen un don que, en último término, procede del


Padre. Jesús recuerda esto a quienes murmuran, se escandalizan y no creen.
Esto es algo así como el abecedario evangélico: "Nadie puede venir a mí, si no
se lo concede el Padre" (Jn 6, 65). Es lo primero que hay que saber o, mejor, lo
primero que hay que aceptar y reconocer. Quien no da ese paso, se queda
fuera. No se trata tanto de una conquista del hombre, cuanto de la aceptación y
acogida de un plan y de una historia de salvación que, en último término,
procede del Padre (Jn 6, 37 ss.).

La conversión algo progresivo y dinámico

150. La conversión se realiza en el contexto de una historia de salvación. Según


ello, no aparece como algo puntual y estático, sino como algo progresivo y
dinámico. Como dice San Pablo: "Todos nosotros nos vamos transformando,
conforme a la acción del Señor" (2 Co 3, 18). En el lenguaje parabólico del
Evangelio, el Reino de los Cielos, que aparece en medio de nosotros
inseparablemente de la conversión del hombre, es semejante a una semilla
destinada a crecer (Mt 13, 31-32).

Cambio progresivo de sentimientos y de costumbres

151. El Concilio Vaticano II, hablando de evangelización y conversión, distingue


entre una conversión inicial y un cambio progresivo de sentimientos y de
costumbres que paulatinamente debe manifestarse después (durante el
catecumenado): "Esta conversión hay que considerarla ciertamente inicial, pero
suficiente para que el hombre perciba que, arrancado del pecado, es introducido
en el misterio del amor de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación
personal con El en Cristo. Puesto que, por la acción de la gracia de Dios, el
nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por
la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al
nuevo hombre perfecto en Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio
progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con sus
consecuencias sociales y desarrollarse paulatinamente durante el
catecumenado" (AG 13).

La gracia nos transforma y hace capaces de amar

152. Si la situación de cada uno puede cambiar por medio de una conversión es
porque Cristo nos ha redimido con su pasión, muerte y resurrección. En virtud de
su acción redentora Cristo nos ofrece la gracia del perdón de Dios y el don del
Espíritu Santo. Cristo está presente en la Iglesia y actúa especialmente a través
de la proclamación que la Iglesia hace de la palabra de Dios y particularmente
en los sacramentos. Por la gracia de Cristo podemos superar nuestra
incapacidad para amar a Dios por encima de todas las cosas, liberamos de
nuestros pecados, convertirnos, vivir como hijos de Dios. El Espíritu Santo,
enviado por el Padre y por el Hijo, no sólo nos inclina a responder con
generosidad a la llamada de Dios sino que, si correspondemos a la gracia de
Dios, nos transforma en lo más profundo de nuestro ser y nos hace
verdaderamente partícipes de la vida de Dios y Dios mismo se entrega a
nosotros como un don.

CAPITULO IV. NACIDOS DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU. EL HOMBRE NUEVO.

ARTICULO 1.—EL HOMBRE NUEVO, CONFIGURADO CON CRISTO: VIDA


DE GRACIA

ARTICULO 2.—EL HOMBRE NUEVO VIVE CONFORME A LA PALABRA DE


DIOS: MORAL DE GRACIA

ARTICULO 3.—EL HOMBRE NUEVO NACE DE LA COMUNIDAD Y VIVE EN


ELLA: LA IGLESIA

ARTICULO 4.—EL HOMBRE NUEVO NACE Y VIVE POR LA CELEBRACIÓN


DEL MISTERIO DE CRISTO: LOS SACRAMENTOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

— que Cristo hace posible el renacimiento del hombre a través 'de su Espíritu.
Por sí mismo, el hombre no puede hacerlo. Con el don del Espíritu es posible ser
hombre nuevo.
ARTICULO 1.-EL HOMBRE NUEVO, CONFIGURADO
CON CRISTO: VIDA DE GRACIA

Tema 34. EL HOMBRE NUEVO, CONFIGURADO CON CRISTO POR EL DON


Y LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO. LA VIDA DE GRACIA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

o que por la fe y la vida de gracia el hombre adquiere una nueva identidad: es un hombre
nuevo, configurado con Cristo por el don del Espíritu;

o que Cristo viene a proclamar el mensaje liberador de las Bienaventuranzas como señal
que identifica al hombre nuevo;

o que este hombre nuevo pertenece, ya desde ahora, al Reino de Dios y ha nacido a la Fe,
a la Esperanza y al Amor;

o que el hombre nuevo, configurado con Cristo por la fe y la vida de gracia, vive
conforme a la Palabra de Dios, nace de la comunidad y vive en ella, y celebra el misterio de Cristo en los
Sacramentos.

La crisis de identidad

1. El preadolescente, inquieto ante las transformaciones que vive, se interroga


sobre sí mismo y abandona la seguridad de la etapa anterior. El entorno también
le cuestiona, percibe en los adultos un trato distinto, una actitud crítica ante su
actual situación. El preadolesoente se enfrenta, en estos momentos, con una de
las crisis más importantes en la vida del hombre, la crisis de identidad,
encrucijada, que ,una vez franqueada dejará en su personalidad una huella
duradera.

¿Quién soy yo? ¿Qué quiero llegar a ser?

2. Para comprender la inquietud que domina la vida del preadolescente es


preciso tener en cuenta que en esta edad, y a lo largo de toda la adolescencia
se concentran, de algún modo, los interrogantes sobre el valor de las etapas
recorridas y la desorientación del hombre sobre lo que quiere llegar a ser. Se
pregunta muchas veces: ¿cómo soy yo? ¿Cuáles son mis defectos, mis
posibilidades, mis aptitudes, personalidad? En definitiva, ¿quién soy yo? ¿Qué
quiero llegar a ser? Es una etapa oportuna para reflexionar sobre la propia
vocación.
¿Qué es el hombre?

3. De una u otra forma, la crisis preadolescente irá siendo superada. La crisis


pasará. Sin embargo, el preadolescente irá descubriendo dentro de sí, y a su
alrededor, que hay interrogantes que no tienen fácil respuesta. Que los propios
adultos se hallan divididos, cuando se trata de identificar lo que es
específicamente humano: ¿Qué e,s el hombre? ¿Un mecano, un robot, un
animal más, un semidios...? Un día terminará por descubrir que el hombre no
podrá nunca conocerse del todo: es siempre para sí mismo un problema abierto
o un misterio insondable.

Identidad y vida de fe

4. El hombre que acepta con fe viva la revelación de Dios tiene una nueva luz
,para saber quien es Dios y quien es el hombre. Dios nos ha hablado de nuestro
origen y de nuestro destino. Nos ha mostrado nuestro camino. Quiere hacer de
nosotros, en Cristo Jesús, un hombre nuevo. Sólo Dios puede esclarecer
plenamente el misterio del hombre: su situación presente, sus aspiraciones
profundas, su libertad, su pecado, su dolor, su muerte, su esperanza de vida
futura. El cristianismo construye su identidad personal en la vida de fe,
esperanza y caridad. El creyente afirma su personalidad al profundizar en su
relación personal con Cristo.

Dios dirige la historia

5. Tanto el Viejo como el Nuevo Testamento anuncian un hecho que conmueve


los cimientos de la experiencia humana común: el hecho es que Dios actúa en la
historia. Su acción es muchas veces inadvertida. Como dice el salmista: "por el
mar iba tu camino, por las inmensas aguas, tu sendero, y no se descubrieron tus
pisadas" (Sal 76, 20). Desde Abraham al último de los profetas, éste es uno de
los aspectos más profundos y característicos de la historia de Israel: Dios dirige
la historia sin suprimir ni limitar la libertad de los hombres. Dios no nos abandona
(Cfr. Is 49, 15ss). A veces Dios interviene en ella de manera significativa y
manifiesta. Israel tuvo experiencia de esta intervención misericordiosa de Dios:
"Cuando el ,Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos
llenaba de risas, la lengua de cantares" (Sal 125, 1-2).

El gran acontecimiento: Jesús ha resucitado. Cristo es el Señor

6. El Nuevo Testamento nos presenta una nueva intervención de Dios,


verdaderamente inaudita, inesperada: "Todo Israel esté cierto de que al mismo
Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías"
(Hch 2, 36). Este es el gran acontecimiento de la historia de salvación: un
muerto, Jesús, condenado y ejecutado por la justicia de los hombres, ha sido
constituido Señor de la historia. ¡Al igual que a Yahvé le corresponde el Nombre-
que-está-sobre-todo-nombre! Este es el kerygma (mensaje, proclamación) del
Nuevo Testamento.
El amanecer de un nuevo día que no se cerrará jamás

7. La Iglesia primitiva tiene experiencia de esto, pues se le ha dado el reconocer


a Jesús en los múltiples signos que se producen como fruto de su pascua. Su
misterio pascual ha inaugurado para el mundo entero el amanecer de un nuevo
día, el día de la resurrección, el "tercer día". El "tercer día" no es un día solar de
calendario, sino todo un período, el tiempo que sigue a la resurrección de Jesús.
El "tercer día" es un día que queda abierto y que no se cerrará jamás (Cfr. Tema
18). Es el propio futuro del hombre el que ha quedado inaugurado con la
resurrección de Jesús y su constitución como Señor de la historia. En Jesucristo
ha aparecido así el verdadero prototipo del hombre. "Cristo manifiesta
plenamente el hombre al hombre" (GS 22). El es, por antonomasia, el hombre
nuevo (Ef 2, 15).

El nacimiento de un nuevo hombre

8. Pablo sabe por experiencia que el que se ha encontrado con Cristo es como
si hubiera vuelto a nacer, una criatura nueva, un hombre nuevo (2 Co 5, 17). El
confiesa que ha encontrado el verdadero y definitivo sentido de su vida gracias
al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús; ya nadie ni nada podrá separarle
de ese amor (Rm 8, 35-39): en un sentido profundamente cierto en el encuentro
con Cristo ha sido recreado. La pro, fundidad de la relación interpersonal de
Pablo con Cristo queda expresada de forma difícilmente superable en la
siguiente fórmula: "Vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).

Pablo, un hombre nuevo

9. El descubrimiento de este acontecimiento saca a Pablo "fuera de sí", derriba


sus viejos centros die interés, invierte su jerarquía de valores, quebranta los
cimientos de su mundo: "Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré
pérdida comparado con Cristo, más aún, todo lo estimo pérdida, comparado con
la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y
todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia
mía —la de la ley— sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene
de Dios y se apoya en la fe" (Flp 3, 7-9). Pablo es un hombre nuevo,
radicalmente transformado, está poseído totalmente por Jesús, con el que se ha
encontrado ya para siempre y de cuyo mensaje será el pregonero más fiel.
Proclamará no su palabra, sino la Palabra de Dios viva y operante en los
creyentes (1 Ts 2, 13).

Cristo sigue creando hombres nuevos: en la cruz ha quebrantado la fuerza


de la carne

10. Cristo, que transformó a Pablo y a los Apóstoles, continúa hoy


transformando y renovando a todos aquellos que se convierten y se unen a El
por la fe y por el bautismo. Cristo renueva y vivifica constantemente a la Iglesia
que es su cuerpo.
Cristo, con su muerte redentora, venció el pecado y nos hizo capaces de vivir,
no según la carne, sino según el espíritu, opuesto a la carne; "Lo que no pudo
hacer la ley, reducida a la impotencia por la carne, lo ha hecho Dios: envió a su
Hijo encamado en una carne pecadora como la nuestra, haciéndolo víctima por
el pecado, y en su carne condenó el pecado. Así, la justicia que proponía la ley
puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos dirigidos por la carne, sino
por el Espíritu" (Rm 8, 3-4). San Pablo usa con frecuencia el término carne o la
expresión vivir según la carne no en el sentido de pecados de lujuria, sino en un
sentido más amplio: la carne, sede de las pasiones y pecados, destina a la
corrupción y a la muerte, hasta el punto de ser como una personificación del
Mal, enemiga de Dios y hostil al Espíritu de Dios. Cristo, asumiendo la condición
humana, menos en el pecado, ha dado muerte en la cruz al mismo pecado.

"El que es de Cristo ha sido hecho nueva criatura." El bautizado, un ser


creado en Cristo-Jesús

11. La obra que se ha realizado en la muerte y resurrección de Cristo no es sólo


la victoria sobre el pecado; es una nueva creación, es el comienzo de puna
humanidad nueva. El hombre nuevo por excelencia es Cristo. Si Adán fué el jefe
de la primera creación, Cristo es el primer hombre de la nueva humanidad (Cfr.
Rm 5, 12-21; 1 Co 15). Si el hombre ha sido creado a imagen de Dios, Cristo-
Jesús es la imagen de Dios en un sentido pleno (Cfr. 1 Co 15, 49; Rm 8, 29; Col
1, 15-20).

Por la fe y el bautismo los cristianos participan de la muerte y resurrección de


Cristo (Rm 6), se unen a su victoria sobre el pecado y se incorporan a la nueva
humanidad que se inicia en Cristo: "De suerte que el que es de Cristo ha sido
hecho nueva criatura" (2 Co 5, 17). Un bautizado es un ser creado en Cristo
Jesús (Ef 2, 10).

Por el bautismo somos de Cristo. El cristiano debe seguir a Cristo

12. El bautismo nos vincula a Cristo de modo especial: hemos sido hechos una
cosa con El (Cfr. Rm 6,5), hemos quedado injertados en El. El es la vid y
nosotros los sarmientos (Jn 15, 5). Somos miembros suyos (1 Co 12, 12ss.).
Somos de Cristo ,para siempre.

Por razón de esta especial incorporación del bautizado a Cristo, el cristiano ha


de llevar una conducta propia de un miembro de Cristo (Cfr. 1 Co 6, 15-19; 12 y
13): "Los que son de Cristo Jesús han crucificado, su carne con sus pasiones y
sus deseos" (Ga 5, 24). El cristiano debe seguir a Cristo, participar de sus
sentimientos (Flp 2, 5), imitarle. Por el bautismo nacemos del agua y del Espíritu,
nacemos de lo alto, nacemos de nuevo (Cfr. Jn 3, 3.5.7ss.). Cristo nos hace
partícipes de la vida divina, nos concede el don de la gracia santificante. Esta
vida de gracia se realiza y manifiesta como vida de fe, de esperanza y de
caridad.
El encuentro con Cristo en el bautismo, fundamento de una moral de
hombre nuevo, raíz de una moral de gracia

13. Este pertenecer a Cristo definitivamente y haber sido asociados a su muerte


y resurrección en virtud del bautismo, es para el cristiano fundamento de una
moral propia de hombres nuevos, contraria al hombre viejo dominado por el
pecado, una moral de gracia. La muerte y resurrección de Cristo ha de
traslucirse permanentemente en la conducta moral del cristiano.

"Andemos en una vida nueva"

14. "¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo,
fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con El en
la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si
hemos quedado incorporados a él por una muerte como la suya, lo estaremos
también por una resurrección como la suya. Comprendamos que nuestro
hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, destruida nuestra personalidad de
pecadores y nosotros libres de la esclavitud al pecado; porque el que muere ha
quedado absuelto del pecado.

Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con El;
pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere
más; la muerte ya no tiene dominio sobre El. Porque su morir fue un morir al
pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo
vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Que
el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal, ni seáis súbditos de los
deseos del cuerpo. No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado como
instrumentos para la injusticia; ofreceos a Dios como hombres que de la muerte
han vuelto a la vida, y poned a su servicio vuestros miembros, como
instrumentos para la justicia. Porque el pecado no os dominará: ya que no estáis
bajo la ley, sino bajo la gracia" (Rm 6, 3-14; cfr. 1 Co 6, 15-19; Col 2, 11-13).

¡Conflguraos con Cristo! ¡Despojaos del hombre viejo! ¡Revestíos del


nuevo!

15. El designio de Dios es que nos configuremos con su Hijo, como modelo y
prototipo (Cfr. Rm 8, 28-30; 2 Co 3, 18). Esto se inicia con el bautismo. Se
logrará plenamente, en cuerpo y alma, el día de la resurrección, cuando Cristo
haya transfigurado este cuerpo de bajeza conforme a su cuerpo glorioso (Flp 3,
21). Entonces deberá revestirse del hombre celestial (1 Co 15, 49). Pero entre
tanto, a lo largo de su vida, el cristiano trata de asemejarse a Cristo por su amor
y pureza de vida, según la exhortación de Pablo: "Sed imitadores de Dios, como
hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros"
(Ef 5, 1-2; cfr. Col 3, 12-15). Configurarnos con Cristo es revestirnos del hombre
nuevo, lo cual implica despojarnos del hombre viejo: "En consecuencia, dad
muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la
pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el
castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andábais también vosotros,
cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso; ira,
coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis
engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y
revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su creador, hasta
llegar a conocerlo" (Col 3, 5-10).

Para vivir esta moral de gracia, Cristo resucitado concede a su Iglesia el


don del Espíritu Santo

16. Para que seamos capaces de vivir según esta moral de gracia, moral de la
nueva alianza y seamos hombres nuevos en Cristo Jesús, según el designio de
Dios, Jesucristo resucitado concede a su Iglesia el don del Espíritu Santo. De
este modo se cumple lo anunciado por los profetas, como dice Pedro el día de
Pentecostés: "En los últimos días —dijo Dios—derramaré mi Espíritu sobre todo
hombre: Profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y
vuestros ancianos soñarán sueños; y sobre mis siervos y siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días y profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y signos
abajo en la tierra" (Hch 2, 17-19). El Espíritu se nos concede en virtud de la
resurrección de Cristo: "El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie
gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. (Como
dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva). Decía esto
refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no
se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (Jn 7, 37-39).
El Espíritu Santo ha sido enviado por el Padre y por el Hijo para dar testimonio
de Cristo, y para que a su vez den testimonio de Cristo los Apóstoles: "Cuando
venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que
procede del Padre, él dará testimonio de mí: y también vosotros daréis
testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" (Jn 15, 26-27).

El Espíritu Santo suscita en nosotros tendencias contrarias a las de la


"carne"

17. El Espíritu Santo suscita en nosotros tendencias contrarias a las de la carne:


"Porque los que se dejan dirigir por la carne, tienden a lo carnal; en cambio, los
que se dejan dirigir por el Espíritu, tienden a lo espiritual. Nuestra carne tiende a
la muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es
rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo
puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero
vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios
habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo" (Rm 8,
5-9). "Las obras de la carne están patentes: fornicaciones, impurezas, libertinaje,
idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades,
partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os
prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el Reino de
Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, compren, Sión,
servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la
Ley" (Ga 5, 19-23).
El Espíritu Santo nos transforma realmente en hijos de Dios y coherederos
con Cristo

18. El Espíritu Santo nos transforma realmente en hijos de Dios. El nos guía
para que vivamos como miembros del Cuerpo de Cristo (Cfr. 1 Co 12, 4) y como
hijos de Dios. En efecto, "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios. Pues no recibísteis un espíritu de esclavitud para recaer en el
temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace
exclamar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio
concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser
también con él glorificados" (Rm 8, 14-17).

Disponibilidad ante la acción del Espíritu Santo: deseo de hacer, como


Jesús, la voluntad del Padre

19. El Espíritu Santo es maestro interior y principio de una vida propiamente


divina en nosotros (Cfr. Jn 3, 5). El discípulo de Cristo, para configurarse
plenamente con Cristo, ha de ser fiel al Espíritu Santo. Ha de estar abierto a la
acción del Espíritu, aunque a veces no sepa claramente a donde le lleva: "El
viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a
dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu" .(Jn 3, 8). Esta es la
experiencia de Pablo, cuando se dirige a Jerusalén sin saber lo que allí sucederá
(Hch 20, 22); o la de Felipe, cuando toma el camino de Jerusalén a Gaza (Hch 8,
26ss.).

Esta actitud de disponibilidad presupone el deseo firme de querer ante todo,


como Jesús, hacer la voluntad del Padre (Mt 26, 42; Lc 22, 42; Jn 4, 34; 6, 38).
El hombre nuevo tiene por religión y por ética el cumplimiento de la voluntad de
Dios (Cfr. Hb 10, 7). Este es el deseo que expresamos cada día en la oración
que nos enseñó Jesús: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6,
10). Es también el deseo entonado en este salmo: "Indícame el camino a seguir,
pues levanto mi alma a ti" (Sal 142, 8). Para conocer la voluntad de Dios, el
cristiano necesita que el Padre le dé la "gran cosa", el don del Espíritu (Cfr. Lc
11, 12; Hch 1, 14).

La fidelidad al Espíritu, inseparable de la fidelidad a la Palabra de Dios.


Cristo, "camino, verdad y vida"

20. La fidelidad al Espíritu es inseparable de la fidelidad a la Palabra de Dios, tal


como la interpreta y proclama¡ la Iglesia vivificada por el mismo Espíritu de Dios
(Cfr. Lc 10, 16; Jn 16, 13). El hombre necesita la palabra de Dios como necesita
el alimento (Cfr. Mt 4, 4). Pero Dios nos ha hablado de muchas maneras y por
último nos ha hablado por medio de su Hijo (Hb 1, 1). Jesucristo es, en persona,
la Palabra misma del Padre (Jn 1, 14). El es para nosotros "camino, verdad y
vida" (Jn 14, 6). Para vivir como hijos de Dios, como hombres renovados por el
Espíritu, debemos seguir a Jesús (Mt 16, 24; Jn 12, 26), escucharle (Mt 17, 5),
cumplir los mandamientos de Dios (Le 18, 20ss.), practicar las enseñanzas y
mandatos de Jesús (Jn 15, 1-14); en especial, vivir según el espíritu de las
bienaventuranzas (Mt 5-7) y el mandamiento nuevo del amor fraterno (Jn 13,
34), reproducir en nosotros la imagen de Cristo (Rm 6 y 8, 29), dejándonos guiar
por la sabiduría de Cristo crucificado (Cfr. 1 Co 1, 17-30; 2, 2ss.), apoyándonos
en la cruz victoriosa de Cristo, en quien encontramos la resurrección y la vida
(Cfr. Jn 11, 25).

Situación y conducta del hombre nuevo. Las bienaventuranzas, una


llamada y una exhortación

21. Entre las enseñanzas de Jesús sobre la situación y la conducta del hombre
nuevo, del hombre que pertenece ya al Reino de Dios, destaca el mensaje de
las bienaventuranzas (Mt 5-7; Lc 6, 20ss.). En la literatura judía y griega hay una
profusión de "bienaventuranzas", pero casi siempre en forma de máximas de
sabiduría humana. Proclaman bienaventurados a los hombres privilegiados que
tienen una mujer virtuosa, hijos ejemplares, éxitos, buena suerte, o bien, en
inscripciones funerarias, a los que terminaron felizmente su camino aquí abajo.
Los sabios israelitas del Antiguo Testamento afirman además que el camino
para alcanzar esta felicidad está en Dios: "Dichosos los que esperan en El" (Is
30, 18). "Dichoso el hombre que confía en ti" (Sal 83, 13).

Las bienaventuranzas de Jesús no son máximas de sabiduría, sino —como la


enseñanza de los profetas— una llamada y una exhortación. Jesús, en el
sermón de la montaña habla de los pobres y afligidos que no tienen nada que
esperar de este mundo, pero que lo esperan todo de Dios; los que en su ser y en
su conducta son mendigos ante Dios; los misericordiosos que abren su corazón
a los otros; los artífices de paz que triunfan de la fuerza y die la violencia con la
reconciliación, los que no se encuentran a gusto en un mundo lleno de astucias,
etc. Desde ahora, los dichosos de este mundo no son ya los ricos, los
satisfechos, aquellos que son alabados por los hombres, sino los que tienen
hambre, los que lloran, los pobres, los perseguidos (Cfr. 1 P 3, 14; 4, 14). El
mensaje de las bienaventuranzas se dirige a todos los hombres. Se les invita a
tomar las actitudes de mansedúmbre, paciencia y humildad, a renunciar a la
violencia y a no oponerse al mal con el mal.

El anuncio de un don y la proclamación de una exigencia: "El Reino de


Dios está cerca; convertíos." (Mc 1, 15)

22. La palabra de Jesús, prometiendo la bienaventuranza, no es sólo el anuncio


de un consuelo para la otra vida; significa también que el reino de Dios viene a
nosotros. Todas las bienaventuranzas se orientan al reino inminente de Dios:
Dios quiere estar presente y estará presente en todos los que tienen necesidad
de El, para cada uno en particular; Dios les consolará, les saciará, tendrá
misericordia de ellos, les llamará hijos suyos; les dará la tierra como heredad, les
manifestará su rostro. Va a establecer su reino en favor de ellos. Y este reino
está cerca. Las bienaventuranzas evangélicas no son sólo la proclamación de
una exigencia, sino ante todo el anuncio de un don. La auténtica felicidad
humana no se encuentra en la satisfacción de los propios egoísmos o en las
posesiones y bienes de este mundo, sino en el camino de la generosidad, del
amor, de la entrega total en las manos de Dios. Dios se entrega al hombre como
un don. Jesús nos llama a vivir ya en conformidad con esta situación de
salvación que El nos ofrece de parte de Dios. La gracia precede a la exigencia.

Jesús vivió personalmente el espíritu de las bienaventuranzas. Jesús está


en el centro de las bienaventuranzas evangélicas

23. Jesús quiso encarnar las bienaventuranzas viviéndolas personalmente,


mostrándose manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). Cuando el Evangelio le
llama a alguien bienaventurado, lo hace siempre en referencia a Jesús (Cfr. Le
1, 48; 11, 27). Jesús llama bienaventurados a los que escuchan la palabra de
Dios (Le 11, 28), a los que creen sin haber visto (Jn 20, 29), a Simón, a quien el
Padre reveló que Jesús es el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 17), a los que han visto a
Jesús (Mt 13, 16), a los discípulos que, esperando el retorno del Señor, serán
fieles, permanecerán vigilantes (Mt 24, 46) y perseverarán dedicados por
completo los unos a los otros (Jn 13, 17; cfr. Ap 1, 3; 22, 7; 16, 15; 19, 9; 20, 6).

La alegría del tesoro escondido

24. Un aspecto importante del sermón de la montaña es la alegría. La alegría es


una característica esencial del Evangelio. La expresión bienaventurados
(dichosas), no sólo contiene una promesa, sino también una felicitación. Jesús
anuncia la llegada del Reino de Dios en medio de felicitaciones, de
congratulaciones, de bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Sería una contradicción
anunciar la Buena Noticia en medio de la tristeza: "El Reino de los Cielos se
parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a
esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo"
(Mt 13, 44). El "ir", el "vender", el "comprar" se debe a la alegría de haber
descubierto en la propia vida la acción de Dios. Esa alegría subyace a todas las
decisiones y, también, a todas las renuncias. Brota en medio de los insultos y de
las persecuciones (Mt 5, 11-12) y se hace incontenible cuando el discípulo
experimenta el poder de la Buena Nueva que anuncia (Le 10, 17). Por encima
de todo, el verdadero motivo de la alegría evangélica es éste: "Vuestros nombres
están inscritos en el cielo" (Le 10, 20).

Entrad desde ahora en el Reino de Dios

25. Cristo vino a proclamar los mandamientos que liberan: "Dichosos los pobres
en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán
consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de
los Cielos" (Mt 5, 3-10).
Actitudes básicas de la existencia cristiana: fe, esperanza y caridad

26. Si las bienaventuranzas nos describen la orientación global de la existencia


cristiana, las actitudes básicas de esta existencia cristiana son las virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad. La existencia cristiana integra todas las
dimensiones del hombre (su relación al mundo, a los demás hombres y a Dios) y
las unifica en Cristo. Es vivir de Cristo y para Cristo: ser en Cristo. Lo decisivo
para el cristiano es Cristo mismo, su aparición en la historia, su muerte y
resurrección. Este acontecimiento ha dado a la existencia humana (personal y
comunitaria), y a la historia un sentida nuevo y definitivo: el hombre está llamada
a tomar posición ante Cristo, a estar con El o contra.El (Le 11, 23). El dilema que
se presenta al hombre es o aceptar la gracia de Dios y por tanto aceptar el ser
salvado por Cristo, o por el contrario, rechazar el don de la salvación y pretender
salvarse a sí mismo, prescindiendo de Dios y prescindiendo de Cristo. Es la
situación de alianza creada por Dios y no por el hombre. El hombre está llamado
a responder al don de Dios con una actitud de fe, de esperanza y de caridad.

Ya en sus primeras cartas, San Pablo sintetiza toda la existencia cristiana en "la
fe, esperanza y caridad" (1 Co 13, 13; 1 Ts 1, 3; 5, 8). Estas son las actitudes
básicas de la existencia cristiana. La Iglesia de Cristo, dentro de la cual el
cristiano responde al don de Dios, es la comunidad de fe, de esperanza y de
caridad: "Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la
tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo
visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos" (LG 8). Desde
el siglo XIII se las llama virtudes teologales porque tienen por objeto a Dios
mismo: la fe es creer a Dios y creer en Dios; la esperanza es esparar a Dios y
esperar en Dios; la caridad es amar a Dios y amar por amor a Dios.

La actitud de fe: plena aceptación de Dios, reconocimiento de Cristo,


obediencia al Evangelio, comunión con la Iglesia

27. La fe es ante todo la plena aceptación de Dios tal como El se nos revela. En
el Antiguo Testamento, la actitud de fe se caracteriza por la confianza en Dios.
El hombre que cree en Dios, se fía de su palabra, da crédito a sus promesas de
salvación y se apoya en El como en una roca. La fe es la confianza del hombre
en la fidelidad y en la gracia de Dios (Cfr. Ex 4, 28-31; 14, 31; Dt 1, 32; Is 7, 9).

En el nuevo Testamento, la actitud de fe se caracteriza por el reconocimiento de


que las promesas de Dios se han cumplido en Jesucristo. La resurrección de
Cristo pone fin a las promesas de Dios e inaugura el comienzo de una nueva
etapa, cuya plenitud esperamos. El cristiano, creyendo en la muerte y
resurrección de Cristo, reconoce que la salvación y el perdón nos viene de Dios.
Creer es aceptar la verdad, la realidad de lo que Dios nos ha revelado en Cristo
resucitado (1 Co 15, 12-20). La adhesión del hombre al mensaje cristiano es
obediencia al Evangelio. La fe se identifica a veces con la sumisión (Rm 1, 5; 15,
18; 16, 26; 1 Co 15, 28). El hombre no se salva por sí mismo. Su salvación es
don de Dios en Cristo Jesús. La respuesta 'de la fe es aceptación del amor de
Dios; es aceptar la gracia de Dios revelada y cumplida en Cristo. La fe es
conocer a Cristo. Conocer a Cristo quiere decir aceptar su testimonio,
reconocerle como revelador del Padre; en una palabra, creer en El. La salvación
del hombre, la vida eterna consiste en conocer a Cristo y, en Cristo, al Padre
(Cfr. Jn 1, 10-13; 3, 11-16.32-36; 8, 24-30; 17, 3.21.23). La fe es adhesión
personal a Cristo: venir a El, seguirle, oír su voz, recibir su testimonio, vivir así
de su misma vida (Jn 1, 12; 3, 11-12.32-36; 5, 40-43; 7, 37-38; 8, 12.47; 17, 8;
12, 47-48). La fe es reconocer que Jesús es el Hijo de Dios, que ha recibido todo
del Padre y que el Padre está en El. La fe es sumisión del hombre a Cristo; no
es sólo creer en Cristo, sino creer a Cristo (Jn 5, 38.46; 6, 36; 8, 31.46.47; 10,
37-38); es aceptar sus enseñanzas y confiar en El, entregarse a El. Para el
creyente, Cristo es el centro de la propia existencia (F1p 2, 21; 3, 8). Y a través
de Cristo, entrega total al Padre. El cristiano vive esta adhesión de fe en
comunión con la fe de la Iglesia (Ef 4, 5.13).

Por la fe, el hombre se confía libre y totalmente a Dios

28. La fe cristiana es respuesta a la palabra de Dios, conocimiento de la verdad


revelada, adhesión libre de nuestra voluntad, confianza en Dios, entrega de toda
nuestra persona a Dios, por medio de Jesucristo. El Concilio Vaticano II describe
así la actitud de fe: "Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe
(Rm 16, 26; cfr. Rm 1, 5; 2 Co 10, 5-6), por la que el hombre se entrega libre y
totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y
de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El. Para
profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios que previene y ayuda, y los
uxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios,
abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la
verdad" (DV 5).

Fidelidad a la Palabra de Dios, proclamada por la Iglesia

La certeza del creyente descansa en Dios. Creemos lo que Dios nos ha


revelado. Creemos a Dios. Creemos lo que Dios nos ha manifestado por medio
de su Hijo Unigénito. Creemos lo que los Apóstoles, guiados por el Espíritu
Santo, nos transmiten en la Iglesia como revelado por Dios. La fe implica ser
fieles a lo que Dios nos ha dicho, con una fidelidad que no se reduzca sólo a la
aceptación intelectual de la doctrina sino que sea sobre todo plena adhesión de
toda nuestra persona a Dios en Cristo Jesús. Este deseo de absoluta fidelidad a
la palabra de Dios, como exigencia radical de la fe, aparece en el Nuevo
Testamento con singular relieve. Se denuncia con especial energía el error y el
peligro de error (Cfr. Rm 16, 17; Ef 4, 14; 1 Tm 1, 3; 6, 3; Ap 2, 14.24). La
comunidad cristiana debe estar en guardia contra los falsos doctores (Cfr. 2 Tm
4, 3; 2 P 2, 1). El Apóstol San Pablo llega a decir: "Pues bien, si alguien os
predica un Evangelio distinto del que os hemos predicado, seamos nosotros
mismos o un ángel del cielo, ¡sea maldito!" (Ga 1, 8). La fidelidad a la palabra de
Dios implica unidad ene la fe y en la caridad (Ef 4, 4ss.; 1 Co 1, 13ss.). La Iglesia
una, santa, católica, y apostólica contiene íntegra esta revelación de Dios. Es
"columna y base de la verdad" (1 Tm 3, 15).
La esperanza cristiana: confianza sin limites en la promesa de Dios
cumplida en Cristo

29. En el Nuevo Testamento la fe cristiana va con frecuencia unida a la


esperanza. San Pablo propone como ejemplar la fe de Abraham: Abraham creyó
a Dios, se apoyó en Dios, puso en El su confianza (Rm 4, 3; Ga 3, 6). La fe y la
esperanza se entrecruzan (Cfr. Rm 4, 17.24-25). La) esperanza,
inseparablemente vinculada a la fe, es un aspecto fundamental de la vida
cristiana (Rm 12, 12; Ef 1, 12). Los que no creen en Cristo se caracterizan por la
falta de esperanza (1 Ts 4, 13; Ef 2, 12). La esperanza cristiana es confianza sin
límites eu la promesa de Dios cumplida en la resurrección de Cristo; es esperar
la salvación como participación en la gloria de Cristo; es aguante paciente y
perseverante que se mantiene firme en medio de los sufrimientos; es ayuda
apoyada en la certeza del amor y del poder salvador de Dios presente en Cristo-
Jesús (Rm 5, 2.5; 8, 15.23-25; 12, 12; 15, 5.17; 1 Co 1, 7-8; 15, 19; 2 Co 1, 6; 3,
4.12; Ga 5, 5; Ef 3, 12; Flp 1, 20; 3, 3.20-21; Col 1, 27; 1 Ts 3, 13). "Nuestra
esperanza es Cristo" (1 Tm 1, 1; Col 1, 27; 2 Tm 1, 12).

El cristiano vive la esperanza en relación personal con Cristo, el Hijo de Dios que
se hizo hombre por nosotros, y por nosotros murió y resucitó como primogénito
de la humanidad, primicia die los que mueren, el cual intercede ahora por
nosotros ante el Padre (Rm 4, 25; 5, 15-17; 6, 10-11; 8, 3.10.29.32).

La esperanza cristiana surge de la presencia del Espíritu en el corazón del


creyente (Rm 15, 13; 8, 23; Ga 5, 5). El don del Espíritu no es solamente prenda
y comienzo de la salvación venidera, sino también principio vital de la misma: el
cristiano recibe desde ahora la comunión de vida con Cristo como participación
anticipada en su gloria (Rm 6, 11; 8, 11.14-17. 23-24; Ga 2, 20; 4, 6; 6, 8). La
esperanza cristiana anticipa ya desde ahora la plenitud de vida que el creyente
recibirá en la resurrección (Col 2, 12; 3, 1; Ef 2, 6).

La actitud de caridad: el amor a Dios

30. Fe y esperanza cristiana se relacionan íntimamente con la caridad, con el


amor a Dios y al prójimo. Sin amor, la fe y la esperanza están muertas (St 2,
17.26). La caridad es el más excelente de todos los dones de Dios (1 Co 13).

En el Nuevo Testamento aparece con especial relieve el amor con que Dios nos
ama (Rm 5, 8; 8, 31-39; Ef 1, 3-6; 2, 4-5). A este amor de Dios debe
corresponder nuestro amor filial a Dios (Cfr. Rm 8, 28; 1 Co 2, 9; 8, 3): "El que
no quiera al Señor, fuera con él" (1 Co 16, 22). El amor de Cristo hacia nosotros
nos apremia; por eso el cristiano debe vivir para Cristo (2 Co 5, 14-15; Ga 2, 20;
Ef 5, 1-2).

El Padre ama a Cristo, su Hijo Unigénito, y en Cristo ama a los hombres. Cristo
corresponde al amor dél Padre con la entrega de su vida por la salvación de la
humanidad (Jn 3, 16; 5, 20; 10, 15.17.30; 13, 1). El Padre expresa su amor a los
hombres dándonos a su Hijo unigénito que se entrega por nosotros a la muerte.
Nosotros debemos corresponder al amor de Dios amándole con todo nuestro
corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro ser, por encima dé todas las
cosas. Hemos de amar a Dios como verdaderos hijos de Dios, y por tanto con un
amor semejante al amor con que le ama Jesucristo. Jesús nos ha enseñado
cómo hemos de amar a Dios. Nuestro amor a Dios es participación del amor con
que Cristo ama al Padre. El amor cristiano a Dios toma forma concreta en el
amor a Jesús, ya que El es el Hijo de Dios igual al Padre (Jn 17, 21-23).

Dios nos amó primero. Llamados a la comunión de amor y de vida con el


Padre y con el Hijo

31. Es Dios quien ha tomado la iniciativa del amor supremo en el don de su Hijo
(1 Jn 3, 16; 4, 8-16; cfr Jn 3, 16). "Dios es amor" (1 Jn 4, 8.16). Nuestro amor a
Dios es también gracia de Dios, don que Dios nos concede por medio de su Hijo
y del Espíritu Santo. La comunión de amor y de vida que hay entre Cristo y el
cristiano que ama a Dios, es participación en la comunión de amor y de vida que
hay entre Cristo y el Padre en el Espíritu Santo. Dice San Juan: "Eso que hemos
visto y oído os lo' anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión
que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 3).

La actitud de caridad: el amor al prójimo

32. El amor hacia el prójimo se funda en la paternidad universal de Dios (Mt 5,


45-48; 7, 7-11; 6, 30). La actitud cristiana de amor fraterno se inspira en este
amor universal y desinteresado de Dios (Mt 5, 38-47; 6, 12-15; 7, 2-12). Quien
ama a Dios, ama a quienes Dios ama y como Dios ama. Pero la motivación
específicamente cristiana es que todo hombre es hermano de Cristo; lo que se
hace en favor de los hombres se hace a Cristo mismo (Mt 25, 40.45). El amor de
Cristo a los hombres es el fundamento y el ejemplar supremo del amor cristiano
al prójimo (2 Co 8, 9.14; Flp 2, 1-9; Ef 4, 32; 5, 1-2; Col 3, 12-14). El amor y
servicio a Cristo ha de expresarse y concretarse en el amor y servicio al prójimo.
En la persona de Cristo se centra y unifica la actitud del cristiano para con Dios
para con los hombres.

El amor a Dios, inseparable del amor al prójimo

33. En la respuesta del hombre al Dios que es amor, la primacía corresponde a


Dios mismo (1 Jn 4, 21; 5, 1), pero de tal modo que el amor a Dios y al prójimo
constituyen una unidad indivisible: "Todo el que ama (a los hermanos), ha nacido
de Dios y conoce (ama) a Dios. Quien no (los) ama, no conoce a Dios" (1 Jn 4,
7-8). "Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no
ve" (1 Jn 4, 20; cfr. 3, 17). El amor al prójimo se funda en el amor del Padre al
damos su propio Hijo, Cristo (1 Jn 4, 11.19); es el amor que viene de Dios (1 Jn
4, 7.16; 3, 17). Si amamos a Dios de verdad, amamos a quienes Dios ama, a
nuestros prójimos.

Al responder al amor de Dios con el amor del prójimo, el hombre participa en la


vida misma del Dios-amor. Quien ama al prójimo "ha nacido de Dios", "conoce a
Dios", "Dios está en él y él en Dios" (1 Jn 1, 3.6-7); "Si nos amamos unos a
otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su
plenitud" (1 Jn 4, 12); "Dios es amor y quien permanece en el amor permanece
en Dios y Dios en él" (1' Jn 4, 16). La caridad es el fruto más excelente de la
acción del Espíritu Santo en el corazón de los discípulos de Jesucristo: con la
práctica concreta del amor cristiano a Dios y al prójimo se inicia la comunión de
amor y de vida con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que va a constituir
nuestra patria definitiva con todos los bienaventurados.

La fe, esperanza y caridad, actitudes permanentes de la existencia


cristiana. El cristiano fiel vive por Cristo, como Cristo vive por el Padre

34. La vida de fe, esperanza y caridad del cristiano es la respuesta al Dios-amor


que se ha revelado en Jesucristo. Es entrega del hombre a Dios por medio de
Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo. Es comunión d'e vida y de amor del
hombre con Dios Padre y con Jesucristo en el Espíritu Santo. Es participación
misteriosa del hombre en la vida que Jesús, el Hijo de Dios tiene en común con
el Padre y con el Espíritu. El cristiano que es fiel vive poe Cristo, como Cristo
vive por el Padre (Cfr. Jn 6, 57; 5, 26; 3, 15; 10, 10; 6, 35-58). Cristo es vida del
cristiano (Cfr. Jn 1, 4; 11, 25; 14, 6). El Nuevd Testamento no reduce la
existencia del cristiano a los actos de fe, de esperanza, de amor a Dios, sino que
presenta la fe, la esperanza y la caridad como actitudes permanentes de la
persona (Cfr. Rm 4, 5.11.24; 8, 23-39). Cristo vive en el creyente por la fe (Ga 2,
20; 3, 26; Ef 3, 17), una fe que no es sólo conocimiento, sino entrega personal a
Cristo. La presencia permanente del Espíritu de Cristo en el creyente crea en él
una actitud de amor filial para con Dios (Rm 5, 5; 8, 11.14-16; Ga 4, 6; Ef 3, 16-
19). La fe operante en la caridad pertenece a la nueva creación, es decir, al
hombre nuevo creado en Cristo, vivificado y guiado permanentemente por su
Espíritu (Ga 5, 5.16.22; 6, 15; Ef 2, 10. 21-22; 4, 24; 2 Co 5, 17; Col 3, 9-11; 1
Co 3, 16; 6, 19). El verdadero discípulo de Cristo permanece fiel a su palabra y a
su amor (Jn 8, 31; 15. 4-7.9-10). La adhesión a Dios por medio de una fe viva
implica el ser y permanecer en Dios y en Cristo, el nacer de Dios (1 Jn 2, 4-
6.23.24.29; 3, 6.9.10.24; 4, 6.7.12.13.15.16; 5, 1).

La gracia santificante: vida nueva en Cristo-Jesús. Quien peca gravemente,


pierde la vida de gracia

35. San Pablo expresa así esta realidad de nuestra comunión con Cristo: "Estoy
crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,
19-20). Esta vida en Cristo tiene que ser para nosotros una vida en Dios (Ga 2,
19; 2 Co 5, 15; Rm 6, 11.13). El don del Espíritu Santo suscita en el corazón del
hombre una vida nueva de comunión con Cristo en la fe, en la esperanza y en la
caridad. Esta vida nueva, permanente, interior, real, del hombre en Cristo es lo
que se denomina gracia santificante o gracia habitual. Es unan participación en
la naturaleza divina (2 P 1, 4). Esta vida divina en nosotros es incompatible con
el pecado grave. Quien peca gravemente, pierde la vida de la gracia. El pecado
es muerte para el pecador. El pecador que se convierte de sus pecados y se
vuelve a Dios, no sólo recibe el perdón de Dios, sino además el don de la gracia.
Por la gracia el hombre se convierte de injusto en justo, de enemigo en
amigo de Dios

36. Por la comunicación de la vida de gracia, el pecador queda verdaderamente


justificado, transformado realmente en justo delante de Dios, mediante la acción
del Espíritu Santo: "Según su propia misericordia nos ha salvado: con el baño
del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo
derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro
Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la
vida eterna" (Tt 3, 5-7). El Concilio de Trento enseña expresamente: "La
justificación no es sólo remisión de los pecados, sino también santificación y
renovación del hombre interior, por la voluntaria recepción de la gracia y los
dones, de donde el hombre se convierte de injusto en justo, y de enemigo en
amigo, para ser heredero según la esperanza de la vida eterna" (DS 1528). Esta
vida divina en nosotros es un don gratuito de Dios; es el comienzo de la
comunión de vida y de amor que tendremos con Cristo glorioso más allá de la
muerte.

Unidos a Cristo, hijos de Dios y coherederos con Cristo

37. La vida de gracia es un revestirse de Cristo (Ga 3, 27; Col 3, 9ss; Ef 4, 22ss;
Rm 8, 29). Por su inserción en Cristo, como el sarmiento en la vid, el cristiano
vive la vida de Cristo, la vida de la gracia, la vida de fe, esperanza y caridad (Jrt
15, 1-8; 17, 23-26; Ga 3, 26). A su vez, el cristiano, por la vida de fe, esperanza
y caridad, se enraizará más en Cristo, en su gracia vivificante. En esta comunión
con Cristo alcanzamos la verdadera filiación divina. Cristo es, al mismo tiempo,
el Hijo unigénito del Padre (Jn 1, 14; 3, 16) y el primogénito entre muchos
hermanos (Rm 8, 29). En Cristo nuestro hermano somos hijos del Padre que
está en los cielos. Cristo nos da su Espíritu que nos transforma realmente en
hijos de Dios (Rm 8, 15; Ga 4, 6; 1 P 1, 23). Esta filiación divina nos hace
partícipes del mismo destino de Cristo: "Y si somos hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rm 8, 17; Ga 4, 7; Ef 1, 13-14. 17-
18; Col 3, 24; 1 P 1, 3-4).

El Espíritu Santo habita en nosotros

38. Si vivimos unidos a Cristo por la vida de fe, esperanza y caridad, el Espíritu
Santo habita en nosotros (Ga 4, 4-6; Rm 8, 12-16; cfr. Tema 19). "Así, unos y
otros podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu. Por él (Cristo)
también vosotros os vais integrando en ia construcción para ser morada de Dios,
por el Espíritu" (Ef 2, 18.22; 1 Co 3, 16-17; 6, 19-20).

Dios nos ama de manera singular

39. En virtud de esta participación en la vida divina, Dios nos ama de manera
singular. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm: 5, 5). El Padre nos ama en unión del
Hijo en el Espíritu Santo (Cfr. Jrx 14, 26; 15, 26; 16, 7). San Juan dice: "Mirad
qué amor nos ha tenido el Padre para llamamos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos
de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando ,se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 1-
2).

La efusión del Espíritu en nuestros corazones nos permite tener parte en el amor
con que se aman el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo (1 Jn 3, 24; 4, 13.16).
Somos amados por el Padre y vivimos en comunión con el Padre y con el Hijo:
"El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de
Dios" (Jn 16, 27). "Yo en ellos y tú en mí." (Jn 17, 23), dice Jesús en la oración al
Padre. Y también: "Les he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para
que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos" (Jn
17, 26; cfr. Jn 17, 6-8.19.22.24).

La vida de gracia: participamos en la vida del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo.

40. La justificación por la vida de gracia es una participación en la vida misma de


Dios: "El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a
él y haremos morada en él" (Jn 14, 23; cfr. Rm 5, 5). Las especiales relaciones
del hombre que vive en gracia con Cristo y con el Padre son relaciones de
verdadera amistad: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya
no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros
os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer" (Jn 15, 14-15). San Pablo se expresa así: "Ya no sois extranjeros ni
forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia
de Dios" (Ef 2, 19); "La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sea en todos vosotros" (2 Co 13, 13).

Las obras buenas que realiza el hombre que vive en gracia tienen carácter
meritorio

41. La conducta del hombre que vive en gracia de Dios es una conducta que
debe estar informada ,por la fe, la esperanza y la caridad. La vida de gracia es
un don gratuito de Dios que se nos concede por medio de Jesucristo y en unión
con el Espíritu Santo. Nos la comunica Jesucristo principalmente por medio de
los ,sacramentos, y a través de toda la vida de la Iglesia. Esta vida de gracia es
germen y anticipación de la vida eterna; crece y se desarrolla en nosotros aquí
en la tierra por la acción gratuita del Espíritu Santo y por nuestra libre
cooperación al don de Dios. Las obras buenas que realiza el hombre que vive en
gracia de Dios tienen carácter meritorio. Si por una parte son fruto de la gracia
de Cristo, en nosotros, por otra parte son obras verdaderamente nuestras.
Nuestra vida de fe, esperanza y caridad, siendo un don de Dios, es al mismo
tiempo una verdadera realización de nuestro ser personal. Para expresar la
relación entre nuestra conducta recta y la vida eterna, Jesús emplea con
frecuencia el término recompensa (Cfr. Mt 6, 4.18; Mc 10, 21; Mt 24, 47; 25,
21.23; 19, 28-29). En la parábola de los obreros de la viña aparece claro que
esta recompensa sigue siendo siempre un don de la bondad y del amor de Dios
(Mt 20, 8.14; 16, 27).

"¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno sólo
recibe el premio?" (1 Co 9, 24)

42. San Pablo nos exhorta a que nos esforcemos por obtener la recompensa
como el corredor en el estadio por conseguir la corona de la victoria (1 Co 9, 24;
3, 8; Rm 2, 6; 2 Tm 4, 8; Col 3, 23-24). El autor de la carta a los Hebreos dice a
propósito del servicio dado a los santos: "Dios no es injusto para olvidarse de
vuestros trabajos y del amor que le habéis demostrado sirviendo a los santos
ahora igual que antes" (Hb 6, 10; cfr. 6, 12; 10, 35; 11, 6.26; Ap 22, 12). El objeto
del mérito es la vida eterna, el estar con Dios para siempre. Dios personalmente
se convierte en recompensa del hombre. También es objeto de mérito el
aumento de la gracia. Cualquier obra realmente meritoria ha de realizarse en
Cristo, con Cristo y por Cristo. Los cristianos hemos sido creados en Cristo para
dedicarnos a las buenas obras (Ef 2, 10). El es la verdadera causa de nuestros
méritos. Para esto no es necesario que seamos plenamente conscientes de lo
que Cristo realiza por nosotros. Cuando servimos al prójimo con generosidad
servimos a Cristo aunque no pensemos en ello (Cfr. Mt 25, 40). Nunca podemos
gloriamos de nuestras buenas obras delante de Dios, sino sólo en el Señor (1
Co 1, 31), que es quien produce las buenas obras en nosotros (Cfr. Ef 2, 10; Ga
5, 22; 2 Ts 2, 16-17; 2 Co 9, 8; Col 3, 17). Dios, al otorgar mérito a nuestras
buenas obras, lo hace a los dones que hemos recibido ya gratuitamente de El
(Cfr. Concilio de Trento, DS 1548, 1574, 1576, 1581, 1583). Estas buenas obras
son, ante todo, obras en la imitación de Cristo, que brotan y crecen de la raíz del
amor y de la gracia, obras que se orientan espontánea y directamente a Dios y
al prójimo.

Con la muerte termina el tiempo de merecer para la vida eterna

43. El tiempo de trabajar para la vida eterna es la etapa dé nuestra vida en la


tierra. Es el tiempo de la sementera que termina con la muerte. En el tiempo de
la cosecha ya no hay nada nuevo que hacer (2 Co 5, 10; Ga 6, 7-10; Concilio de
Trento, DS 1535, 1545). Quien está en estado de enemistad con Dios no puede
merecer oon sus obras buenas ni la vida eterna ni el aumento de gracia. Es la
vida de gracia, la gracia de nuestra unión con Cristo, infundida por el Espíritu
Santo en nosotros, la que nos hace gratos a Dios y hace meritorias nuestras
buenas obras. Las obras buenas que hace el hombre en pecado, le acercan a
Dios, no por mérito del hombre, sino por gracia y misericordia de Dios. La
conversión y la justificación son pura gracia y no mérito (Cfr. Rm 4, 4-5; DS
1532). Quien muere en pecado grave, no tiene la vida de gracia, no vive en
estado de amistad con Dios y, por tanto, no podrá jamás entrar en la vida eterna.
Quedará excluido para siempre del cielo (Cfr. Mt 25, 12.30.41). El morir en
gracia de Dios es un don de la misericordia de Dios que debemos pedir a Dios
Padre, por medio de Jesucristo, todos los días de nuestra vida. A quien hace lo
que está de su parte, Dios no le niega su gracia.
El hombre nuevo vive conforme a la Palabra de Dios

44. La vida de fe, esperanza y caridad nace y se desarrolla con la obediencia a


la Palabra de Dios. El hombre nuevo vive conforme a la Palabra de Dios. El
hombre nuevo nace de Dios. Es el que recibe su Palabra (Jn 1, 12), el que la
escucha. La Palabra de Dios es su Manifestación; se ha cumplido en Cristo:
Cristo es la mejor exégesis del Padre; en Cristo, la Palabra se hizo carne y puso
su morada entre nosotros (Jn 1, 14). El resto de la Escritura, la Ley y los
Profetas, es presentado desde la óptica del Nuevo Testamento, donde el
Antiguo alcanza no su abolición, sino su cumplimiento (Mt 5, 17), esto es, su
consumación, su consecución de la meta terminal, donde se condensa y sublima
todo cuanto fue dicho anteriormente. Y el Nuevo Testamento es presentado
desde la óptica del Sermón de la Montaña, una de las síntesis más significativas
de las exigencias prácticas del Buen Anuncio de Jesús.

El hombre que nace del Sermón de la Montaña, ese sí que es hombre nuevo,
recuperado: al recobrarse, se manifiesta desconocido, distinto. Por la presencia
eficaz de Jesús en medio de nosotros y la comunicación de su Espíritu, se
vuelve posible el cumplimiento de las bienaventuranzas a quien no podía cumplir
la ley. Escuchar la palabra de Dios no es sólo prestarle un oído atento, sino
abrirle el corazón (Hch 16, 14), ponerla en práctica (Mt 7, 24ss). Es ser como la
buena tierra que, acogiendo la semilla de la Palabra, responde a la voluntad del
Sembrador (Mt 13, 3ss).

El hombre nuevo nace de la comunidad y vive en ella

45. La vida de fe, esperanza y caridad nace y se desarrolla en el seno de la


Iglesia. El hombre nuevo nace de la comunidad y vive en ella. Vive en comunión
con los hermanos. Es el hombre de la Alianza. Nace a la fe —y vive— en el
contexto de una Alianza con Dios y entre los hombres. El hombre nuevo es un
hombre comunitario, es Pueblo de Dios (1 P 2, 10; LG II), Cuerpo de Cristo
resucitado (Ef 1, 22-23; LG 7), Iglesia (Mt 16, 18; 1 Co 1, 2; LG I), pueblo
jerarquizado (Mt 10, 1-42; In 21, 15-17; LG III) y pueblo carismático a la vez (1
Co 12, 4ss; LG 12), signo en medio de las naciones de cuanto es verdadera
salvación y justicia, sacramento universal de salvación (LG 1), pueblo de
promesas y comunidad de esperanza (LG VII), pueblo que honra a María, Virgen
y Madre de Dios, como imagen consumada de lo que él mismo está llamado a
ser (LG VIII).

El hombre nuevo nace y vive por la celebración del misterio de Cristo

46. La vida de fe, esperanza y caridad nace y se desarrolla en el encuentro del


hombre con Cristo, de una manera especial, a través de los Sacramentos. El
hombre nuevo nace y vive por la celebración del Misterio de Cristo, bajo la
acción del Espíritu. El hombre nuevo es el hombre de la Celebración, de la
Liturgia, de la Fiesta. Los grandes momentos de la vida de fe están
significativamente configurados por la presencia eficaz del Espíritu. Son los
sacramentos. El Bautismo, sacramento del nacimiento a la fe; la Confirmación,
sacramento del testimonio de la fe; la Penitencia, sacramento de la
reconciliación, misterio de misericordia y de conversión; la Eucaristía,
sacramento del Pan de Vida y celebración de la Pascua del Señor; la Unción de
los enfermos, sacramento de la esperanza cristiana frente al dolor de la
enfermedad y de la muerte; el Orden, sacramento del servicio a la comunidad de
los creyentes; el Matrimonio, sacramento del amor humano, signo de fidelidad
definitiva y de paternidad sabia y responsable (Cfr. LG 11).

ARTICULO 2.—EL HOMBRE NUEVO VIVE CONFORME A LA PALABRA DE


DIOS: MORAL DE GRACIA

Tema 35.—De la vieja Ley al Evangelio. El Espíritu, ley del cristiano.

Tema 36.—Amarás al Señor con todo tu corazón (1°, 2° y 3º. Mandamientos). La


Oración.

Tema 37.—Mi padre, mi madre y mis hermanos (4.° Mandamiento).

Tema 38.—El muy difícil amor al enemigo (5.° Mandamiento).

Tema 39.—Limpieza de corazón (6° y 9º. Mandamientos).

Tema 40.—No se puede servir a Dios y al dinero (7.° y 10º. Mandamientos).

Tema 41.—Caminar en la verdad (8º. Mandamiento).

OBJETIVO CATEQUETICO

Anunciar :

— que el hombre nuevo vive conforme a la Palabra de Dios, manifestada en la persona de Cristo y en su
Evangelio.

Tema 35. DE LA VIEJA LEY AL EVANGELIO. EL ESPÍRITU, LEY DEL


CRISTIANO

OBJETIVO CATEQUÉTICO
— Descubrir y reconocer en la experiencia de la lucha interior entre lo que se es y lo que se quiere
ser, la propia incapacidad para lograr ese ideal.

Anunciar:

• que el Evangelio asume y supera el Decálogo (la Ley y los Profetas);

• que el Evangelio es Buena Noticia porque es una situación totalmente nueva para el hombre, es
una situación de gracia y de don.

Una lucha, una división interior

1. Cada persona lleva dentro de sí una imagen ideal de sí mismo que le dice
cómo debe ser. La realidad de cada día, sin embargo, es bien distinta: aparecen
los fracasos, los fallos, las limitaciones. En distintos órdenes de la vida (trabajo,
conocimiento, vida espiritual...) el hombre tiene la tendencia a superarse. Una
vez conseguida una meta, desea ir más allá, y se propone metas superiores. En
el orden moral el hombre siente clon frecuencia la contradicción entre lo que en
conciencia sabe que debe ser su conducta y lo que realmente es. Se debate en
una lucha interior en la que no podrá salir victorioso con sus propias fuerzas.

"El bien que quiero hacer, no lo hago"

2. San Pablo expresa esta división interior en estos términos: "querer lo bueno lo
tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer, no lo hago; el mal
que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que
no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que habita en mí.
Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las
manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi
cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y
me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de
mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de
nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias" (Rm 7, 18-25).

"Sin mí, no podéis hacer nada"

3. Toda persona tiende al bien, pero encuentra en sí misma una cierta


incapacidad, una esclavitud, de la que es, al propio tiempo, responsable y
víctima. Como dice el Concilio Vaticano Il, "toda la vida de los hombres,
individual o colectiva, se nos presenta como una lucha realmente dramática,
entre el mal y el bien, entre las tinieblas y la luz. Más aún, el hombre se
encuentra incapacitado para resistir eficazmente por sí mismo a los ataques del
mal, hasta sentirse como aherrojado entre cadenas" (GS 13). Tomar conciencia
de esta situación fundamental es el punto de partida, realista y esencial, para la
profundización religiosa. Si no se reconoce la propia incapacidad, difícilmente se
confesará la necesidad de la salvación y de la gracia. "Sin mí, no podéis hacer
nada", dice Jesús (Jn 15, 5).
Impotencia de la naturaleza y de la ley para justificar a los hombres.
Función de la ley

4. Tal incapacidad se manifiesta como la impotencia de la naturaleza y de la Ley


para justificar a los hombres, para calmar, por propia cuenta, la insaciable sed
de dignidad, de paz y de justicia que brota del corazón humano (Cfr. GS 39).
Como dice el Concilio de Trento, hasta tal punto una humanidad sin Cristo es
"sierva del pecado" (Rm 6, 20) que "no sólo los paganos por la fuerza de la
naturaleza, mas ni siquiera los judíos por la misma letra de la Ley de Moisés
podían librarse o levantarse de tal estado, si bien en ellos no estaba extinguido
el libre albedrío aunque sí atenuado y desviado en sus fuerzas" (DS 1521). Más
aún, el Concilio de Trento declara anatema a todo aquel que dijere "que el
hombre puede quedar justificado ante Dios por sus obras, realizadas ya por las
fuerzas de la naturaleza humana, ya por la doctrina de la Ley, sin la gracia divina
que viene por Jesucristo" (DS 1551).

En esta situación, la función de la Ley es doble: da el conocimiento del pecado


(Rm 3, 20) y, además, remite hacia Cristo (Ga 3, 24).

Con la gracia podemos y debemos cumplir los mandamientos

5. La impotencia de la naturaleza y de la Ley para justificar a los hombres no


significa que el hombre no deba observar los mandamientos. Con la gracia
podemos y debemos cumplirlos. Así lo dice también el Concilio de Trento:
"Nadie..., aunque esté justificado, debe considerarse libre de la observancia de
los mandamientos. Nadie debe usar aquella expresión temeraria y prohibida por
los Padres, bajo anatema, de que la observancia de los preceptos de Dios es
imposible al hombre justificado. Pues Dios no manda cosas impasibles, sino que
al mandar te invita a hacer lo que puedes y a pedir lo que no puedes, y te ayuda
para que puedas. Sus mandamientos no son pesados (1 Jn 5, 3), su yugo es
suave y su carga ligera (Mt 11, 30). Los que son hijos de Dios aman a Cristo, y
los que le aman, corno él mismo atestigua, guardan sus palabras (Jn 14, 23),
cosa que les es posible con la ayuda de Dios" (DS 1536).

El Evangelio de Jesús

6. El Antiguo Testamento nos habla de la Ley dada por Dios al pueblo de Israel
en el monte Sinaí. Es el Decálogo, la Ley de la Antigua Alianza de Dios con su
pueblo. El Decálogo es resumen de las normas fundamentales de conducta que
deben ser observadas por todo hombre de conciencia recta. A lo largo de la
historia del pueblo de Israel, se fueron introduciendo múltiples interpretaciones y
preceptos que muchas veces reducían la Ley de Dios a un formalismo legalista.

La actitud de Jesús frente a la Antigua Ley es clara: "No penséis que he venido a
abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,
17). Si se opone a la tradición de los antiguos, cuyos promotores son los
escribas y fariseos (Cfr. Mt 5, 20), es porque esa tradición, al menos de hecho,
lleva á los hombres a violar la Ley, y a anular la Palabra dé Dios (Mc 12, 28-34).
Sin contradecir en modo alguno, el ideal moral del Decálogo, Jesús lo explica, lo
interpreta y lleva a la perfección a la que se orientaban sus tendencias
germinales. Así sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el
sábado (Mc 2, 23-27), la fidelidad del corazón (Mt 5, 27-28), la profunda
sinceridad cristiana (Mt 5, 33-37), el amor al enemigo (Mt 5, 38ss).

En el Evangelio subsiste y se confirma el ideal moral de los mandamientos:


"hasta la última i"

7. Con Jesús permanece el ideal moral del Antiguo Testamento, que debe ser
cumplido hasta la última i: "Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes
que pase una i o un ápice de la Ley, sin que todo se haya cumplido" (Mt 5, 18).
Con el Nuevo Testamento, ciertamente, se vienen abajo las normas jurídicas y
cultuales pertenecientes a las instituciones de Israel, pero el ideal moral de los
Mandamientos no sólo subsiste, sino que se confirma en su dimensión más
sustancial y genuina que, al ser substraída, se purifica de los posibles lastres
contraídos en el curso histórico: los lastres de las tradiciones humanas. El Nuevo
Testamento resume el ideal moral antiguo en el precepto del amor, que es la
consumación y la plenitud de la Ley.

"En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos"

8. El Decálogo, núcleo de la Ley mosaica, don de Dios a su pueblo, conserva


todo su valor en la Nueva Ley. En el plan de Dios el Decálogo no estaba
destinado sólo al Israel según la carne, sino también al Israel según el Espíritu.
Cristo recuerda estos mandamientos, los completa y perfecciona (Mt 5, 17; Mc
10, 17-21). La polémica de San Pablo contra la Ley no afecta a estos deberes
esenciales para con Dios y para con el prójimo. San Pablo recuerda los
mandamientos divinos sobre el culto que se debe a Dios: condena la idolatría, la
participación en las fiestas paganas (Cfr. 1 Co 8, 4; Ga 4, 8; Rm 1, 23ss; 1, Co
10, 19). Y los mandamientos llamados de la segunda tabla, es decir, los que se
refieren al prójimo, se resumen, según San Pablo, en la caridad fraterna, pues el
que ama al prójimo ha cumplido la Ley. En efecto, "el no cometerás adulterio, no
matarás, no robarás, no envidiarás, y los demás mandamientos que hay, se
resumen en esta frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su
prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera" (Rm 13, 9-10).

Par su parte, la primera carta de San Juan subraya la relación esencial que
existe entre el conocimiento de Dios y la práctica de sus mandamientos: "Quien
dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad
no está en él" (1 Jn 2, 4). Por el contrario, "quien guarda su Palabra, ciertamente
el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud" (1 Jn 2, 5). El conocimiento de
Dios y la comunión de amor y de vida con El no se dan sino en el que cumple
sus mandamientos. "Quien guarda sus mandamientos, permanece en Dios y
Dios en El" (1 Jn 3, 24). Amar a Dios implica amor al prójimo. Y el amor al
prójimo no es verdadero si no radica en el amor a Dios: "En esto conocemos que
amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos" (1
Jn 5, 2-3). Amar a Dios es cumplir los mandamientos y, en especial, la caridad
fraterna.

Más allá de la ley y de los profetas un ideal mayor insuperable

9. El Evangelio de Jesús 'presenta un ideal mayor que el del Antiguo


Testamento. Va más allá de la Ley y los profetas. Es la prolongación de ley
divina llevada a las últimas consecuencias. Es la perfección y el cumplimiento de
la Ley. El estilo del Evangelio es éste: "Habéis oído que se dijo..., pues yo os
digo".

"Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás..."

10. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será
procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será
procesado. Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el
sanedrín y, si lo llama renegado, merece la condena del fuego. Por tanto, si
cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu
hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda' ante el altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt 5,
21-24).

"Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio..."

11. "Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el


que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su
interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un
miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer,
córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al
infierno" (Mt 5, 27-30).

"Está mandado: el que se divorcie de su mujer, que le de acta de


repudio..."

12. "Está mandado: el que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.


Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer —excepto en caso de unión
ilegal— la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete
adulterio" (Mt 5, 31-32).

"Habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falsos."

13. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: NO jurarás en falso y cumplirás tus
votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es
el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén,
que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures po' tu cabeza, pues no puedes volver
blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de
ahí viene del Maligno" (Mt 5, 33-37).

"Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente..."
14. "Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo:
No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla
derecha, preséntale la otra; al qud quiera ponerte pleito para quitarte la túnica,
dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale
dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas" (Mt 5, 38-42).

"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu


enemigo..."

15. "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.


Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir
su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si
amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también
los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 43-48).

Una situación religiosa totalmente nueva. El tiempo de la gracia

16. Jesús inaugura una situación religiosa totalmente nueva. Con El comienza
una nueva era para el hombre: el tiempo de la Gracia. Con El termina el viejo
tiempo del Antiguo Testamento: "La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan;
desde entonces se anuncia el Reino de Dios" (Lc 16, 16). 0 como dice San Juan:
"La Ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo" (Jn 1, 17).

La ley grabada en el corazón

17. La era del Evangelio es radicalmente distinta de la era Mosaica. El Evangelio


no es un código de leyes ni un conjunto de normas que regula la vida desde el
exterior. El Evangelio entraña un dinamismo nuevo, un principio interior de
acción, una ley grabada en el corazón. Es el cumplimiento de la Nueva Alianza,
anunciada por los Profetas: "Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que
haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la
alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de
Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del
Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos
días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus
corazones" (Jr 31, 31-33).

Una fuerza interior, un dinamismo nuevo, el don del Espíritu

18. El Evangelio es lo que ninguna ley puede ser por sí misma: "Una fuerza de
Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1, 16). La moral evangélica
radica fundamentalmente en la gracia y en el amor (Ga 5, 14; Rm 13, 8-10), y el
amor no es una norma exterior de conducta, sino una fuerza interior, un
dinamismo nuevo, el don del Espíritu. Esta nueva situación del hombre ante la
Ley había sido anunciada por los profetas: "Os daré un corazón nuevo y os
infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os
daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según
mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36, 26-27).

La libertad del cristiano. El Espíritu Santo, ley del cristiano

19. Así, el cristiano, animado por el Espíritu que procede de Jesús y del Padre,
se encuentra liberado de toda ley en lo que la ley tiene de imposición al hombre
desde el exterior. Esto no significa que el cristiano menosprecie la ley; antes
bien, se siente llamado a ir más allá de la letra de la ley. Una madre que ama a
su hijo cumple con sus deberes de madre sin necesidad de una norma que le
recuerde sus obligaciones. Comparando el Antiguo Testamento con el Nuevo,
Santo Tomás de Aquino dice que "la Nueva Ley es principalmente la gracia
misma del Espíritu Santo que se da a los cristianos" (Suma Teológica, I-II, q 106
a 1). Lo principal en la ley del Nuevo Testamento es la gracia del Espíritu Santo
que se nos concede por la fe viva en Jesucristo. Las demás realidades del
Nuevo Testamento como, por ejemplo, los sacramentos y los mismos escritos
sagrados (evangelios, cartas de San Pablo, etc.) se ordenan a esta vida de
gracia y fidelidad al Espíritu Santo. La ley de gracia que el Espíritu Santo
imprime en el corazón del cristiano no es sólo una indicación de lo que debe
hacer, sino fuerza y ayuda para hacerlo.

Huir del mal por amor

Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, enseña que el Espíritu Santo


perfecciona interiormente nuestro espíritu comunicándonos un dinamismo
interior que nos lleva a rechazar el mal porque es un mal, y no sólo porque esté
prohibido. En este sentido el Espíritu Santo es fuente de libertad: "El que obra
por sí mismo, obra libremente; pero el que recibe el movimiento de otro, no obra
libremente. El que evita un mal, no porque es un mal, sino en virtud del precepto
del Señor, no es libre. Por el contrario, el que evita el mal porque es un mal, ése
es libre. Esta es la obra del Espíritu Santo que perfecciona interiormente nuestro
espíritu comunicándole un dinamismo nuevo, de modo que huya del mal por
amor, como si lo mandase la ley divina; de este modo es libre, no porque no esté
sometido a la ley divina, sino porque el dinamismo interior le inclina a hacer lo
que prescribe la ley divina" (In 2 Co 3, 17, lect 3).

El por qué de las leyes cristianas

20. Surge ahora una pregunta: si el cristiano ha sido liberado de la ley en tanto
que es ley, entonces ¿por qué subsisten leyes en el cristianismo? El principio
paulino permanece: "La ley no ha sido instituida para los justos, sino para los
pecadores" (1 Tm 1, 9). Si todos los cristianos fueran justos, no habría
necesidad de leyes. La ley, en general, no interviene más que para denunciar un
desorden existente. Por ejemplo, cuando los cristianos comulgaban
frecuentemente, jamás la Iglesia les ha obligado bajo pena de pecado a
comulgar una vez al año. En virtud de una exigencia interior cumplían con
sobreabundancia, como una madre obedece al precepto del Decálogo que le
prohibe matar a su niño. Pero, en la medida en que la exigencia interior deja de
urgir, cuando no se hace sentir, la ley se yergue proclamando la obligación y
advirtiendo que en el creyente ha cesado dé animar la fuerza del Espíritu.
Entonces juega la ley para el cristiano el mismo papel que, para el judío, la Ley
mosaica.

"Habéis sido llamados a la libertad"

21. San Pablo nos dice: "Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una
libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros
por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: Amarás al prójimo
como a ti mismo. Pero, atención, que si os mordéis y devoráis unos a otros,
terminaréis por destruiros mutuamente" (Ga 5, 13-15). El cristiano es un hijo (Ga
3, 26; Rmm 8, 14-16), no un esclavo (Ga 4, 1-3); respira una atmósfera de
confianza, vive en el amor (1 Jn 4, 18). La vocación cristiana es una vocación a
la libertad. Pero esta libertad es para el amor e implica ruptura con los propios
egoísmos: no una libertad para que se aproveche la carne, sino una
participación en la propia libertad de Cristo.

En el camino del amor

22. El auténtico y recto ejercicio de la libertad acontece en el mutuo servicio del


amor, se da en la vinculación amorosa a los otros y se nutre de la generosidad.
La vida de fe en Cristo Jesús lleva al cristiano a ponerse a disposición de los
demás para ayudarles en todo. La libertad del cristiano no consiste sólo en ser
dueño de sí mismo, sino en ponerse por entero a la disposición de Dios y del
prójimo, prescindiendo de su egoísmo personal. La mutua pertenencia de unos a
otros, en la que se afianza la libertad ganada por Cristo, es una pertenencia
mutua en el camino del amor, de un amor profundamente respetuoso de la
dignidad del prójimo. El amor, como fruto del Espíritu (Ga 5, 22) y energía de la
fe (Ga 5, 6), es la liberación real del hombre respecto de sí mismo. En esa
libertad cristiana se cumple la ley, por sorprendente que esto parezca (Ga 5, 14;
Rm 13, 9). La libertad cristiana es disponibilidad de nuestra persona para cumplir
los mandamientos divinos, en cuanto que son una manifestación de la voluntad
de Dios. Estamos situados en el amor de Cristo, sumergidos en Cristo por el
bautismo (Rm 5, 5) y llamados al amor de Cristo. En este amor radica la
verdadera libertad del cristiano (Cfr. LG 9).

La moral del cristiano, fruto de la gracia

23. La moral cristiana es fruto del Espíritu. El comportamiento reclamado por el


Evangelio no puede ser presentado simplemente como una tarea que corra sólo
de nuestra cuenta. No es la fuerza del hombre la que hace posible la moral
cristiana, sino la fe como acogida a un régimen de gracia que procede del Padre
y que se manifiesta como fruto del misterio pascual de Cristo. La semilla que
produce el fruto es la Palabra de Dios, y el hombre es la tierra —buena, mala,
regular— que responde o se resiste a la voluntad del Sembrador (Mt 13, 3ss).
La alegría de vivir según el Evangelio

24. El Evangelio es Buena Noticia. Al escuchar el programa evangélico de


Jesús, la muchedumbre (no unos pocos) queda admirada: "Y sucedió que
cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedó asombrada de su doctrina"
(Mt 7, 28). Hoy el asombro continúa. Ciertamente, no hay ideal más alto.
Responde a las aspiraciones más profundas del hombre y a su insaciable sed de
dignidad, de paz y de justicia. Además, Jesús anuncia el cumplimiento del ideal
evangélico como gracia a quienes por sí mismos ni siquiera pueden cumplir la
ley. Con su cumplimiento brota en el corazón humano la alegría, la paz, la
bienaventuranza. Como un eco que no cesa, resonarán siempre las palabras de
Jesús: "Bienaventurados..., bienaventurados..., bienaventurados..." (Mt 5, 3-12).

Tema 36. AMARÁS AL SEÑOR CON TODO TU CORAZÓN (1°, 2.° Y 3.°
MANDAMIENTOS). LA ORACIÓN

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

o que Dios, cercano, presente, amante, sale al encuentro del hombre y en el contexto de
un diálogo, le da a conocer su Ley;

o que el primer y gran Mandamiento de la Ley de Dios dice: Amarás a Dios con todo tu
corazón, lo cual significa que Dios debe ser buscado con todo el corazón;

o que la oración es expresión del reconocimiento de Dios en el centro de la propia vida.

Al encuentro de un Dios compañero de viaje. Tras las huellas de Dios

25. Aquellos preadolescentes que creen con fe interiorizada y libre, tienden a


concebir a Dios como compañero y amigo, sienten que Dios los vuelve mejores,
que los afecta personalmente. Su aspiración es acercarse a un Dios que está
con ellos, que camina con ellos, que les ama. Reconocen dentro de sí la
búsqueda de Dios, búsqueda inquietante y latente en todo hombre. El Dios que
el hombre busca es un Dios presente, cercano, amante. No un Dios ausente,
lejano, que para nada se ocupa de los hombres. Ni tampoco un Dios terrible,
enemigo de la felicidad humana.

Un Dios cercano, con rastros y con huellas, amante


26. El Dios de Israel es cercano, con rastros y con huellas, que el pueblo
creyente puede reconocer. Está cerca de él, pues le ama. Así lo proclama
Moisés: "Vosotros sois testigos de lo que el Señor hizo en Egipto contra el
Faraón, sus ministros y todo su país: aquellas grandes pruebas, que vieron
vuestros ojos, aquellos grandes signos y prodigios; pero el Señor no os ha dado
inteligencia para entender ni ojos para ver ni oídos para escuchar, hasta hoy. Yo
os he hecho caminar cuarenta años por el desierto: no se os gastaron los
vestidos que llevabais, ni se os gastaron las sandalias de los pies; no comisteis
pan ni bebisteis vino ni licor: para que reconozcáis que yo, el Señor, soy vuestro
Dios" (Dt 29, 1-5).

Un Dios que enseña al hombre a caminar

27. El Dios de Israel se ocupa y preocupa de mil maneras por el hombre; como
dice el profeta Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi
hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: sacrificaban a los baales e
incensaban a los ídolos. Y con todo yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole en
mis brazos, mas no supieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los
atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza un niño contra su
mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer" (Os 11, 1-4).

La ley en el contexto de un diálogo: "Escucha, Israel"

28. Los verdaderos senderos del desierto por los que Dios enseña a ca-minar
son los del corazón. Hay un lazo esencial entre la rectitud del corazón y su
presencia, entre la ley y la vida (Dt 30, 15-20). La ley, ante todo, es un don y una
llamada suya. El núcleo primero de la ley mosaica, el Decálogo, no se expresa
en forma impersonal, sino dentro de un diálogo indicado en estas palabras:
"Escucha, Israel" (Dt 5, 1; 6, 4). Su punto de partida se propone desde el
principio del Decálogo; es el Dios Amor y Salvador: "Yo soy el Señor, tu Dios,
que te saqué de Egipto, de la esclavitud" (Ex 20, 2; Dt 5, 6). Todo lo que sigue
es ratificado y explicado en función de esta realidad primera. Aun cuando los
preceptos coincidan con la ley natural o con los mandamientos de los códigos
orientales contemporáneos, la atmósfera es completamente nueva; es la línea
del amor. El Evangelio vendrá no para abolir esta ley de amor, sino para llevarla
a la plenitud (Mt 5, 17).

"Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón"

29. Los mandamientos divinos orientan la existencia entera del hombre hacia
Dios. Miran al corazón. Dios debe ser buscado con todo el corazón. Jesús llamó
el mayor y primer mandamiento el que nos manda amar a Dios con todo nuestro
ser (Cfr. Mt 22, 38). El Deuteronomio lo expone así: "Escucha Israel: El Señor
nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán
en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y
yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo,
serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus
portales" (Dt 6, 4-9). Jesús añade que el segundo mandamiento es semejante a
éste: "amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos
penden toda la ley y los profetas" (Mt 22, 39-40).

"No tendrás otros dioses frente a mí. No tomarás en falso el nombre de


Dios. Guarda el día del sábado"

30. En el Decálogo, los mandamientos que se refieren más directamente a Dios


se concretan y especifican del siguiente modo:

• "No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos: figura alguna de
lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la fierra.'
No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un
dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos,
cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me
aman y guardan mis preceptos" (Dt 5, 7-10): Primer mandamiento.

• "No pronunciarás el nombre del Señor tu Dios en falso, porque no dejará


el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso" (Dt 5, 11): Segundo
mandamiento.

• "Guarda el día del sábado, santificándolo; como el Señor tu Dios te ha


mandado. Durante seis días puedes trabajar y hacer tus tareas; pero el día
séptimo es día de descanso dedicado al Señor tú Dios. No harás trabajo alguno,
ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu
ganado, ni el forastero que resida en tus ciudades, para que descansen, como
tú, el esclavo y la esclava. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que te sacó
de allí el Señor tu Dios con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso te
manda el Señor tu Dios guardar el día del sábado" (Dt 5, 12-15): Tercer
mandamiento.

Un amor no correspondido

31. Los profetas, amigos y confidentes de Dios (como lo habían sido los
patriarcas desde Abrahán a Moisés), son amados y se saben amados
personalmente por El. Oseas, luego Jeremías y Ezequiel revelan que Dios es el
esposo de Israel. El pueblo israelita, sin embargo, no cesa de ser infiel; el amor
apasionado y exclusivo de Dios es correspondido únicamente con ingratitud y
traición. Pero el amor es más fuerte que el pecado, aun cuando deba sufrir (Os
11, 8): Dios decide recrear en Israel un corazón nuevo capaz de amar de verdad
(Os 2, 21ss; Jr 31, 3.20.22; Ez 16, 60-63; 36, 16-38).

Dios, una elección radical

32. El Deuteronomio, promulgado en el momento en que el pueblo parece


preferir definitivamente el culto de los ídolos al amor del Dios (2 R 22), recuerda
incesantemente que el amor de Dios a Israel es gratuito (Dt 7, 7-8), y que Israel
debe "amar a Dios con todo su corazón" (6, 5). Este amor se expresa en actos
de adoración y de obediencia (11, 13; 19, 9) que suponen una elección radical,
un desprendimiento costoso (4, 15-31; 30, 15-20). Este amor sólo es posible si
Dios en persona viene a circuncidar el corazón de Israel y a hacerlo capaz de
amar (30, 6).

Dios se dirige al corazón de cada uno

33. Después del destierro es cada día más honda la convicción israelita de que
Dios se dirige al corazón de cada uno. Dios no ama sólo a la colectividad (Dt 4,
7) o a sus jefes (2 S 12, 7-8), sino a cada judío, sobre todo al justo (Sal 36, 25-
29), al pobre y al pequeño (Sal 112, 5-9). Y hasta poco a poco se esboza la idea
de que el amor de Yahvé se extiende, más allá de los judíos, también a los
paganos (Jon 4, 10-11) e incluso a toda criatura (Sb 11, 23-26).

Amor recíproco: Dios ama al hombre y el hombre debe amar a Dios

34. Este amor de Dios al hombre exige reciprocidad, el amor del hombre a Dios:
el cumplimiento del primer gran mandamiento de la ley: amar a Dios con todo el
corazón. Jesús realiza el diálogo filial con Dios y da su testimonio delante de los
hombres. Se entrega totalmente al Padre desde los comienzos (Lc 2, 49; cfr. Hb
10, 5ss), viviendo en oración y en acción de gracias (Mc 1, 35; Mt 11, 25) y
sobre todo en perfecta conformidad con la voluntad divina (Jn 4, 34; 6, 38), está
incesantemente a la escucha de Dios (5, 30; 8, 26.40), lo cual le asegura que es
escuchado por El (11, 41-42; 9, 31).

Amar a Dios con todo el corazón es cumplir su voluntad

35. Cumplir la voluntad del Padre es para Jesús tan necesario como el alimento:
"
Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra" (Jn
4, 34). Cumplir la voluntad de Dios es el verdadero sacrificio, la ofrenda de la
vida entera: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado uri
cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que
está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad" (Hb 10, 5-
7). Jesús muestra su amor al Padre realizando la obra que el Padre le ha
ordenado: "el mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre
me ha ordenado" (Jn 14, 31).

Necesitamos un corazón nuevo que pueda amar a Dios, confiar en él,


apoyarse en él

36. La cruz es para los hombres la suprema tentación de la infidelidad, de la


desconfianza. Para Jesús, sin embargo, el Calvario fue el lugar donde se
manifestó el amor perfecto, el instante único del "más grande amor" (Jn 15, 13).
Entonces da todo, sin reserva, a Dios (Le 23, 46), y a todos los hombres sin
excepción, sin discriminaciones (Mc 10, 45; 14, 24; 2 Co 5, 14-15; 1 Tm 2, 5-6).
La adhesión al amor divino no es cuestión de razonamiento humano, de
conocimiento según la carne (2 Co 5, 16). Necesitamos un corazón nuevo que
pueda amar a Dios, confiar en El, apoyarse en El (Is 7, 9). Hace falta el don del
Espíritu, que crea en el hombre un corazón nuevo (Jr 31, 33-34; Ez 36, 25-27).
El Espíritu, derramado en Pentecostés, hace comprender desde dentro, con un
verdadero conocimiento religioso, lo que Jesús les ha dicho acerca del Padre.
Todo hombre tiene necesidad del Espíritu para poder llamar "Padre" a Dios, para
dirigirse a El con la confianza de un hijo: "Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un
testimonio concorde: que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16).

"Al Señor tu Dios adorarás..." "No olvides al Señor": primer mandamiento

37. En el desierto, Jesús es tentado por el diablo contra el primer mandamiento


de la Ley. Tiene delante de sí "todos los reinos del mundo y su gloria" (Mt 4, 8).
Le dice el tentador: "Todo esto te daré si te postras y me adoras" (4, 9). La
respuesta de Jesús es: "Al Señor tu Dios adorarás, y a El sólo darás culto" (4,
10). Es la Palabra dada a Israel en una situación semejante: "Cuando el Señor tu
Dios te introduzca en la tierra que juró a tus padres —a Abrahán, Isaac y Jacob
— que te había de dar, con ciudades grandes y ricas que tú no has construido,
casas rebosantes de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú
no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, comerás hasta
hartarte Pero cuidado: No olvides al Señor que te sacó de Egipto, de la
esclavitud. Al Señor tu Dios temerás, a El sólo servirás, sólo en su nombre
jurarás" (Dt.6, 10-13).

"Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y


verdad"

38. Jesús recuerda aquí lo que nunca debe ser olvidado y lo que, en su
evangelio, es central y debe ser buscado por encima de todo: "Sobre todo
buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,
33). Jesús recuerda quién debe ser realmente adorado y cómo: Dios, con todo
el corazón. La adoración es la expresión, a la vez, espontánea y consciente,
obligada y voluntaria del hombre ante la proximidad y la grandeza de Dios. Esta
adoración exige el compromiso de todo el ser: es adoración en espíritu y en
verdad, como dice Jesús a la samaritana: "Se acerca la hora, ya está aquí, en
que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad,
porque el Padre desea que le den culto así" (Jn 4, 23).

Damos culto a Dios por medio de Jesucristo

39. Nuestro deber primordial es tributar a Dios culto filial de adoración y amor. A
El nos debemos por entero. Sólo a El hemos de adorar. "Dios no puede
compartir su gloria con ningún otro" (Is 42, 8; 48, 11). Dios manifestó su gloria,
su majestad y santidad de diversas maneras en el Antiguo Testamento y de
modo especial en Jesucristo. La transfiguración del Tabor reveló a los discípulos
la gloria del Padre y la de Cristo (Le 9, 32). "Hemos visto su gloria —dice San
Juan—, gloria como del Unigénito del Padre" (Jn 1, 14). Debemos vivir adorando
a Dios, glorificándole, dándole gracias. Jesucristo es el único que da al Padre
una acción de gracias, una adoración y un culto, dignos del Padre,
especialmente con su muerte y resurrección (Cfr. Hb 4, 14; 5, 10; Ap 5, 12-13).
Nosotros damos culto a Dios uniéndonos a Jesucristo, en la oración, en la
participación en la Eucaristía y en los demás sacramentos y con una conducta
verdaderamente evangélica (Cfr. 1 P 2, 5). La celebración de la Eucaristía
constituye el momento culminante en que Dios Padre es glorificado por Cristo.
La Iglesia da culto a Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, y por medio de
Jesucristo, que es nuestra cabeza. Nuestro culto cristiano es siempre
participación en el de Cristo. Por el bautismo participamos de su sacerdocio, y
unidos a El en la Eucaristía, damos gloria a Dios Padre (Cfr. 1 P 2, 4-10; Ap 1, 6;
5, 10).

Culto interior, culto litúrgico, la vida como culto

40. Este culto cristiano a Dios ha de ser ante todo interior, de corazón, con fe y
amor. Pero se expresa también a través de los signos sacramenta-les que Cristo
ha establecido, y por medio de todas las formas de oración litúrgica, que la
Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, propone a todos los fieles cristianos. Toda
la vida del cristiano ha de ser como un permanente culto a Dios (Hb 10, 22-25;
13, 15-17; F1p 4, 18; Rm 15, 25-31; 2 Co 9, 11-15). Para ello es necesario un
cumplimiento fiel del Evangelio.

El culto a Dios, a Jesucristo, a la Virgen, a los Santos

41. Sólo Dios es merecedor del culto de adoración, pues sólo El es santo, sólo
El es Altísimo. Suya es la gloria. También debemos dar culto de adoración a la
humanidad de Cristo, porque es la humanidad del Hijo de Dios; está llena de la
gloria de la divinidad. Un culto especial es el culto con que la Iglesia honra a la
Virgen María, Madre de Dios, que está en el cielo en cuerpo y alma. Damos
también en la Iglesia un culto de veneración a los santos que viven ya para
siempre con Dios, porque en ellos se refleja la gloria y la santidad de Dios. Al
honrar a los santos y a la Virgen María glorificamos a Dios, que es la fuente de
toda santidad.

El culto a las imágenes

42. Entre las expresiones del culto a Dios ha tenido siempre mucha importancia
en el pueblo cristiano el culto a las imágenes y a las reliquias de los santos.
Siempre se ha entendido en la Iglesia esta veneración a las imágenes como un
culto dirigido a Dios mismo, a Jesucristo —imagen del Padre—, a la Virgen y a
los santos. El Concilio IV de Constantinopla (869-870), dice: "Decretamos que la
sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo, Libertador y Salvador de todos,
sea adorada con honor igual al del libro de los Sagrados Evangelios. Porque así
como por el sentido de las sílabas que en el libro se ponen, todos
conseguiremos la salvación; así por la operación de los colores de la imagen,
sabios e ignorantes, todos percibirán la utilidad de lo que está delante, pues lo
que predica y recomienda el lenguaje con sus sílabas, eso mismo predica y
recomienda la obra que consta de colores..." (DS 653). Y el Concilio II de Nicea
(787), dice: "Porque el honor de la imagen, se dirige al original (S. Basilio), y el
que adora una imagen, adora a la persona en ella representada" (DS 600).
Pecados contra el primer mandamiento

43.Los pecados que más directamente se oponen al culto debido a Dios son,
entre otros:

• la idolatría o culto a los ídolos, el culto al diablo (Cfr. Dt 32, 17; 1 Co 10,
20; Ef 5, 5);

• la superstición: la adivinación, la astrología, la magia, el espiritismo, las


formas de culto falso a Dios como la confianza excesiva en un determir do
número de oraciones para obtener infaliblemente la salud, el uso mecánico de
objetos religiosos como reliquias o imágenes para lograr con toda certeza
determinados efectos, etc;

• el sacrilegio: profanación de las personas consagradas a Dios, de los


lugares sagrados; la profanación de otras realidades sagradas, vgr., la in-digna
celebración de los sacramentos: "Quien come el pan y bebe el' cáliz del Señor
indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor...; el que sin
discernir come y bebe el cuerpo del Señor se come y bebe su propia
condenación" (1 Co 11, 27-29) .

"No blasfemarás contra Dios"

44. Lo opuesto de la adoración y de la alabanza que debe el hombre a Dios es la


blasfemia, el insulto dirigido a Dios. Si toda injuria inferida a un hombre merece
ser condenada (Mt 5, 22), mucho más lo ha de ser la injuria hecha a Dios
mismo. Por ello dice la ley: "No blasfemarás contra Dios, ni maldecirás al
principal de tu pueblo" (Ex 22, 27). La presencia de un solo blasfemo en el
pueblo de Dios contamina a la comunidad entera. En el Antiguo Testamento se
lapida al blasfemo (Lv 24, 16). La blasfemia, hecha de manera libre y consciente,
es un grave pecado contra Dios y el signo supremo de la impiedad humana.

La blasfemia contra Jesús, contra el Espíritu, contra la Iglesia

45. En el Nuevo Testamento, la blasfemia se dirige también contra Jesús: los


judíos le difaman y calumnia (Jn 8, 49) y en la cruz le abruman de blasfemias
(Me 15, 29). El es, por encima de todos, el siervo ultrajado, que puede decir con
verdad: "Llevo en mi seno todos los insultos de los pueblos" (Sal 88, 51). Si esto
fuera solamente una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonaría (Cfr. Mt
12, 32), por razón de la ignorancia (Cfr. Lc 23, 34; Hch 3, 17; 13, 27). Sin
embargo, otras veces se trata de algo peor. Así sucede cuando los fariseos
atribuyen a Satanás los signos que manifiestan la acción del Espíritu de Dios en
Jesús (Mt 12, 24). Esto es ya una blasfemia contra el Espíritu, que no será
perdonada (Mt -12, 31-32), pues se trata de un rechazo voluntario de la
salvación divina, un pe-cado contra la luz. Finalmente, la blasfemia puede ir
dirigida contra la Iglesia, Cuerpo de Cristo Resucitado. Así Pablo era un
blasfemo y un perseguidor de la Iglesia (1 Tm 1, 13); después, lo son los judíos,
cuando se oponen con blasfemias a la predicación de Pablo (Hch 18,6).
Asimismo, la hostilidad del imperio romano y de todo poder que, en el curso de
la historia, persiga a la Iglesia es una actitud que se expresa en blasfemia (Ap
13, 1-6; 17, 3).

El respeto al nombre de Dios

46. Contra el culto debido a Dios y contra la veneración con que hemos de usar
el nombre de Dios se peca gravemente con la blasfemia. La blasfemia es el
insulto directo a Dios, a Jesucristo, al Espíritu, a la Iglesia, a la Virgen María o a
los Santos, con la intención de que recaiga sobre Dios. Para que sea pecado
grave es necesario que el que blasfema al usar gestos, acciones o palabras que
significan desprecio a Dios lo haga de una manera consciente, plenamente libre,
a sabiendas de que lo que dice tiene un significado injurioso para Dios. El fiel
discípulo de Jesucristo usa siempre el nombre de Dios con la reverencia,
respeto y amor con que lo usa Jesucristo y la Iglesia.

A vosotros os basta decir si o no

47. En el segundo mandamiento se prohíbe tomar en falso el nombre de Dios.


También este mandamiento es llevado a su cumplimiento más perfecto por
Jesús: "Habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y cumplirás
tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que
es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jesrusalén,
que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver
blanco o negro un solo pelo. A vos-otros os basta decir sí o no. Lo que pasa de
ahí viene del Maligno" (Mt 5, 33-37).

"No pronunciarás el nombre del Señor tu Dios en falso": segundo


mandamiento

48. Como en la mayoría de las religiones, en el Antiguo Testamento los hombres


recurren al juramento para garantizar solemnemente el valor de su palabra (Gn
21, 22-24; 24, 2-9; Ex 22, 7.10). Toman el Nombre de Dios como garantía, lo
cual —en el mundo bíblico— es como tomar a Dios mismo por testigo de lo que
dicen o prometen. En este ambiente se comprende que Israel atribuya con
frecuencia juramentos a Yahvé mismo para expresar la garantía de sus
promesas o la fidelidad de su Palabra (Gn 22, 16; 26, 3; Dt 4, 31; 7, 8). El
Decálogo condena el perjurio, esto es el juramento en falso: "No pronunciarás el
nombre del Señor tu Dios en falso" (Dt 5, 11; Ex 20, 7). Los profetas denuncian
celosamente las transgresiones de este mandamiento (Os 4, 2; Jr 5, 2; 7, 9; Ez
17, 13-19; Ml 3, 5). Después del destierro, se despierta la sensibilidad con
respecto a otro abuso: la frecuencia de los juramentos, que multiplica los riesgos
de perjurio: "el que jura y toma el Nombre a todas horas no se verá limpio de
pecado" (Si 23, 10). El juramento es reservado para las ocasiones solemnes.

Un nuevo camino: abstenerse de jurar. La sinceridad fraterna


49. Jesús ataca la casuística sutil de los escribas, mediante la cual éstos eluden
las exigencias del juramento, una vez hecho. Jesús condena este modo de
proceder, pues está en juego el respeto que el hombre debe a Dios (Mt 23, 16-
22). Ante el sumo sacerdote que le conjura solemnemente a decir si El es el
Cristo, el Hijo de Dios, Jesús consiente en responder (Mt 26, 63-64). Sin
embargo, Jesús no recurre nunca al juramento para asegurar la autoridad de su
doctrina; se limita a introducir sus afirmaciones más solemnes con su fórmula
habitual: En verdad, en verdad os digo. En el sermón de la montaña señala a los
suyos un nuevo camino: que se abstengan de jurar (Mt 5, 33-37). La palabra de
los discípulos no debe buscar otra garantía que la sinceridad fraterna (Cfr. St 5,
12).

Licitud del juramento y renuncia evangélica al mismo

50. Para que el juramento sea un acto conforme al Decálogo es necesario que
se haga, ante todo, según verdad, es decir, la afirmación debe ser verdadera.
Asimismo debe hacerse siempre en conformidad con la justicia y, también, con
auténtica necesidad. En la profesión de fe propuesta por el Papa Inocencio III
(1198-1216) a los valdenses, que negaban fuera lícito jurar según verdad, se
dice: "No condenamos el juramento; antes bien, con puro corazón, creemos que
es lícito jurar con verdad y juicio y justicia" (DS 795). La licitud del juramento
según verdad no se oponen a la renuncia evangélica del mismo en nombre de la
sinceridad cristiana. La moral cristiana presenta situaciones análogas. Por
ejemplo, la del derecho a la legítima defensa. Así se podría decir también: "No
condenamos la legítima defensa; es lícita en caso de necesidad." El
reconocimiento de este derecho es compatible con la renuncia evangélica al
mismo (Cfr. Mt 26, 52; In 18, 36). En la Iglesia y en la sociedad civil se hace uso
del jura-mento en ocasiones muy solemnes y especiales. Pero sin verdadera
necesidad no se debe recurrir al juramento. El juramento no tiene sentido
religioso sino cuando quienes lo hacen tienen verdadera fe en Dios. El juramento
es una verdadera invocación a Dios. Por ello es pecado jurar en falso, sin
necesidad o contra la justicia.

El voto, promesa especial hecha a Dios

51. El voto es otra forma de invocar el nombre de Dios. Es una promesa


deliberada, reflexiva y consciente, hecha a Dios libremente, de una obra buena,
una conducta mejor, una limosna, un sacrificio personal, una oración, etc.,
siempre que entre dentro de nuestras posibilidades. La Sagrada Escritura nos
muestra ejemplos de personas que hicieron algún voto o promesa especial a
Dios (Cfr. Gn 28, 20ss; 1 S 1, 10ss). Por el voto el hombre se compromete de
modo especial delante de Dios, y consagra a Dios su propia persona o los
bienes recibidos de El. En la vida de la Iglesia tienen especial importancia los
votos o promesas con que los religiosos se consagran a Dios (Cfr. LG 44). Quien
promete algo, contrae la obligación de cumplirlo. Por ello no se puede echar en
olvido aquello que se le ha prometido a Dios como voto.

La santificación del sábado: tercer mandamiento


52. La santificación del sábado es una expresión del "primero y principal"
mandamiento de la Ley (Mt 22, 38): Amarás a tu Dios con todo tu corazón. Dios
es reconocido y celebrado como el centro de la vida humana. El nombre del
sábado designa un descanso efectuado con cierta intención religiosa. En la
Biblia está ligado al ritmo sagrado de la semana, que se cierra con un día de
reposo, de regocijo y de reunión para el culto divino (Gn 2, 1-3; 2 R 4, 23; is 1,
13). Tal es el sentido del domingo: día de fiesta, día de llevar una vida más
humana, día de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, día de respirar
en la atmósfera de Dios. Jesús nos enseñó que "El sábado se hizo para el
hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27).

Jesús, más allá del rigorismo farisaico

53. El reposo del sábado era concebido por la ley en forma muy estricta:
prohibición de encender fuego (Ex 35, 3), d'e recoger leña (Nm 15, 32), de
preparar alimentos... (Ex 16, 23). En tiempo de Cristo los esenios lo observan en
todo su rigor, a la vez que los doctores fariseos elaboran sobre el particular una
casuística minuciosa. Jesús no abroga la ley del sábado: en tal día frecuenta la
sinagoga y aprovecha la ocasión para anunciar el Evangelio (Le 4, 16). Pero
ataca el rigorismo formalista de los fariseos (Mc 2, 27); el deber de caridad es
anterior a la observancia material del reposo (Mt 12, 1-8; Lc 13, 10-16; 14, 1-5).

El domingo, "Día del Señor"

54. Los discípulos siguieron en principio observando el sábado (Mt 28, 1; Mc 15,
42; 16, 1; Jn 19, 42). Poco a poco, el primer día de la semana, día de la
resurrección de Jesús, viene a ser el día de culto de la Iglesia, considerado
como día del Señor (Hch 20, 7; Ap 1, 10). Este día no se escogió para suplantar
el sábado, sino para conmemorar el acontecimiento decisivo de la historia de
salvación, la resurrección del Señor, el día de Pascua. El domingo, en efecto, la
comunidad cristiana celebra la victoria del Señor y su presencia en la reunión
eucarística, donde damos gracias al Padre y anunciamos la venida gloriosa del
Señor: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la
muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).

El domingo, día de alegría y de liberación del trabajo

55. Todos los miembros de la Iglesia tienen el deber de participar en la


celebración de la Eucaristía cada domingo. "En este día los fieles deben reunirse
a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía,
recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a
Dios, que los hizo nacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de
entre los muertos (1 P 1, 3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que
debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también
día de alegría y de liberación del trabajo" (SC 106). El domingo debe ser día de
descanso, de meditación de la Sagrada Escritura, de oración, de convivencia
fraterna, de alegría, de ayuda caritativa al prójimo.
El domingo, día de la Iglesia

56. El domingo es el día del Señor y también el día de la Iglesia. En cada


celebración eucarística dominical se expresa más plenamente la Iglesia, como
asamblea convocada por Dios en torno al altar, como reunión de los que
participan del mismo pan que es Cristo: "Siendo muchos, somos un solo pan y
un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 17). Es el día
de la edificación del pueblo de Dios; de renovar el mutuo perdón entre los
cristianos y la caridad fraterna, especialmente con los más débiles; y es el día de
recordar las necesidades de la Iglesia (Cfr. 1 Co 16, 2).

La oración, expresión del reconocimiento de Dios en el centro de la vida


humana

57. También la oración es expresión del reconocimiento de Dios en el centro de


la vida humana. Dios presente, cercano, amante: "En él vivimos, nos movemos y
existimos" (Hch 17, 28), un Dios Padre, tal como nos lo revela Jesús. Dirigirse al
Padre con confianza, como hijo, supone una actitud profunda: querer, como
Jesús, que se cumpla su voluntad y su plan, no el nuestro. Nuestra actitud en la
oración no debe ser la de pretender que se haga nuestra voluntad y que sea
Dios quien la cumpla. Hemos de buscar ante todo la voluntad de Dios y
disponernos nosotros a cumplirla. Esta fue siempre la actitud de Jesús. Es un
don del Espíritu de Jesús el que podamos desear en cada momento el
cumplimiento de la voluntad del Padre: El es quien nos hace exclamar: ¡Abba
(Padre)! (Rin 8, 15). El Padrenuestro es la oración cristiana, la oración de la
confianza, la oración de los hijos: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu
nombre, venta tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos
hoy el pan nuestro del mañana, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros
hemos perdonado a los que nos han ofendido; nd nos dejes caer en tentación,
sino líbranos del maligno" (Mt 6, 9-13).

Jesús, hombre de oración

58. Al igual que los discípulos (Le 11, 1-4) necesitamos que Jesús nos enseñe a
orar. Jesús es hombre de oración. No se limita a una sola forma de orar. Con
sus discípulos cumple la celebración litúrgica prescrita a su pueblo (Mt 26, 30).
En la sinagoga rezaba los salmos y oraciones como cualquier israelita. Pero
Jesús ora también con sus propias palabras, s: dirige a su Padre con la más
absoluta espontaneidad (Le 10, 21). Para orar busca con frecuencia la soledad
del monte y de la noche (Le 6, 12). Jesús elige lugares especiales para orar, ora
frecuentemente en la montaña (Mt 14, 23), solo (Le 9, 18), incluso cuando todo
el mundo le busca (Mc 1, 37). La oración de Jesús se relaciona con su misión:
en el desierto (Mt 4, 1ss), en el momento del bautismo (Le 3, 21), antes de la
elección de los roce (Le 6, 12ss), en la Transfiguración (Le 9, 29), antes de la
enseñanza del Padre-nuestro (Le 11, 1), en la última cena (Jn 17), y sobre todo
en el huerto, inmediatamente antes de la pasión (Mc 14, 36; Hb 5, 7).

Los Apóstoles siguen el ejemplo y las enseñanzas de Jesús


59. Los Apóstoles "estaban siempre en el templo bendiciendo 'a Dios" (Le 24,
53; Hch 5, 12). Pedro hace oración a la hora sexta (Hch 10. 9); Pedro y Juan van
a orar a la hora nona (Hch 3, 1). Con la oración comunitaria se preparan los
discípulos de Jesús para recibir el don del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch 1,
14). San Pablo dice que ora "sin cesar" en todo tiempo (Rm 1, 10; Ef 6, 18; 2 Ts
1, 3.11), "noche y día" (1 Ts 3, 10). Concibe la oración como un combate, una
lucha (Rm 15, 30; Col 4, 12). Una de las notas características de la oración de
San Pablo es la acción de gracias. La alabanza a Dios (F1p 4, 6).

En lugar oculto. Sin palabrería. "Pedid y se os dará"

60. Jesús dice a sus discípulos que no recen como los fariseos para ser vistos
por la gente, sino en un lugar oculto (Mt 6, 5-6), que en la oración eviten la
palabrería (6, 7-8), que insistan en la oración, como el amigo importuno (Le 11,
5-8), que recen con perseverancia, sin desfallecer (Le 18, 1-8), que la oración
siempre es eficaz: "Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla, y
al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan,
le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un
huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el
Espíritu Santo a los que se lo piden?" (Lc 11, 9-13) .

Pidamos el Don del Espíritu Santo "

61. Lucas habla del Espíritu, donde Mateo habla de "cosas buenas" : ... ¿cuánto
más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?" (Mt 7, 11;
cfr. Le 11, 9-13). El Espíritu Santo es la "cosa buena" por excelencia.
Frecuentemente, los hombres pedimos muchas cosas; lo que se nos asegura es
el Espíritu, la "Gran Cosa". Pedimos muchas veces en nombre propio, pero lo
que quiere el Padre es que pidamos en nombre de Cristo: "Hasta ahora no
habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis para que vuestra alegría
sea completa" (Jn 16, 24). Es preciso que nuestra oración se vaya centrando en
lo verdaderamente importante. No siempre sabemos lo que pedimos (Me 10,
38). Suavemente, la oración transforma a la persona y entonces la misma
oración se va purificando. Así la samaritana es llevada desde sus propios
deseos al deseo del don de Dios (Jn 4, 10). Y las multitudes al alimento que
perdura en la vida eterna (Jn 6, 27).

Hablemos con Dios Padre todos los días

62. El cristiano debe hablar todos los días con Dios Padre, por medio de
Jesucristo, y guiado interiormente por el Espíritu Santo. Para hablar con Dios
nos ayuda mucho la lectura de la Sagrada Escritura. En la Escritura, interpretada
y proclamada por la Iglesia, escuchamos la palabra de Dios, su llamada. Con
nuestra oración respondemos a esta palabra de Dios. El cristiano puede hablar
con Dios de muchas maneras:
• con la oración que Jesucristo nos ha enseñado (el Padrenuestro) y con
otras oraciones que la Iglesia nos enseña (el Ave María, la Salve, el Credro...);

• con los salmos, inspirados por Dios, y de los que usó el propio Jesucristo
y los Apóstoles para orar;

• con las oraciones que la Iglesia usa en las celebraciones litúrgicas: las
preces de la misa...;

• con la oración espontánea con la que cada uno puede dirigirse a Dios
como a un Padre, y a Jesucristo como a un amigo.

A Dios podemos hablarle:

• dándole gracias por los beneficios que nos concede constantemente;

• alabando su bondad, su misericordia sin límites, su sabiduría; --


adorándole, reconociendo su grandeza, su poder, su presencia;

• pidiéndole por nuestras necesidades espirituales y materiales, por el


advenimiento del Reino de Dios;

• suplicándole perdón por nuestras culpas, etc.

La oración, dimensión fundamental de la vida cristiana

63. La oración es una dimensión fundamental de la vida cristiana. Donde calla la


oración desaparece la vida de fe. La Iglesia se manifiesta como signo de Cristo
no sólo cuando proclama la palabra de Dios y confiesa la fe recibida de los
Apóstoles, o cuando celebra la Eucaristía y practica la caridad fraterna, sino
también y de modo especial cuando dialoga con Dios, cuando hace oración. En
medio de una sociedad en la que muchos hombres sólo dan importancia a las
actividades económicas, o las ideas morales que resultan útiles para una mejor
distribución de los bienes materiales, es necesario que los cristianos demos
testimonio de nuestra fe en Dios, imitando a Jesucristo y a los Apóstoles y a los
santos de todos los tiempos en la oración.

La oración, si es auténtica, lleva al hombre a abrirse como ser libre ante la


libertad infinita ,de Dios. La oración implica nuestra total disponibilidad en las
manos de Dios. El hombre que ora no dimite de sus responsabilidades; asume
plenamente su existencia humana, pero sintiéndose libre dentro de una libertad
interior —la libertad de Dios— que le ha elegido con amor, y le ha llamado a una
entrega libre y total a Dios mismo. La oración supone una permanente apertura
a todas aquellas realidades que reflejan la presencia de Dios, una mirada de fe
sobre la acción de Dios en el mundo. Es un diálogo con Dios que se nos
muestra siempre como el Dios-amor que nos ama a nosotros y a nuestros
prójimos, y que nos invita a amarles como El les ama. Quien no habla con Dios,
quien no ora, no conoce a Dios con un conocimiento de amistad. Dios es amor y
para conocerle es preciso dialogar con El, escucharle en silencio, atender a su
llamada. Sin diálogo con Cristo es imposible tener los sentimientos de Cristo
para con el Padre y para con los hombres.

Oración comunitaria y oración espontánea. "En el lugar secreto"

64. El Concilio Vaticano II, siguiendo las huellas de Jesús y de toda la tradición
cristiana, nos recuerda la estrecha vinculación existente entre la oración litúrgica
que acontece cuando dos o tres se congregan en el narrobre de Cristo (Cfr. Mt
18, 20) y la oración que el creyente, en soledad, expresa con sus propias
palabras: "Con razón se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de
Jesucristo. En ella..., el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público íntegro... La liturgia es la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana
toda su fuerza... El cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar
también en su habitación para orar al Padre en lo secreto; más aún, debe orar
sin tregua..." (SC 7. 10.12).

Tema 37. MI PADRE, MI MADRE Y MIS HERMANOS (4.° MANDAMIENTO)

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

• que el mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre" es un mandamiento de vida;

• que apara el discípulo de Cristo, su familia va más allá de los lazos de sangre, nación y raza.

Entre la autonomía y la dependencia

65. El preadolescente quiere a sus padres y necesita sentirse querido por ellos.
Pero con frecuencia vive respecto a sus padres y educadores en una tensión
que les hace oscilar entre la autonomía y la dependencia. Por un lado, necesita
caminar por propia cuenta, romper los lazos que tan estrechamente le vinculan
al ambiente ordinario (familiar y educativo), aspira profundamente a ser mayor y
a ser considerado como tal. Por otro lado —y alternativamente— siente la
necesidad de ser protegido, apoyado, "como si fuera un niño".

El camino hacia la mayoría de edad

66. La aventura de una gradual emancipación coloca al preadolescente en una


situación de tensión y a veces de rivalidades. Esto le produce en ocasiones una
sensación de culpabilidad y de vacilación. Pero al mismo tiempo experimenta la
necesidad de afirmar su propia personalidad de manera autónoma, la necesidad
de llegar a ser él mismo para amar de una manera más personal y responsable,
sin dependencia sicológica infantil. Esto no significa que sea posible la
eliminación de toda dependencia. El hecho mismo del nacimiento y la vida toda
del niño y del adulto depende en muchos aspectos de otros hombres. Pero el
problema que en adelante se le planteará cada día con mayor fuerza al
preadolescente es el de lograr una autonomía sicológica, dentro de las normales
interdependencias de la vida social, y por otra parte aceptar libremente, con
sentido de responsabilidad las normas de convivencia dictadas por la conciencia
moral y por las personas llamadas a ejercer la autoridad en la vida familiar y
social.

La figura paterna: punto de referencia clave de la propia identidad

67. El padre es un punto de referencia clave de la propia identidad del hijo.


Después de la primera infancia, el papel del padre será desempeñado, no sólo
por los propios padres sino por un número de personas que actúa fuera del
ámbito familiar, y que influyen de manera decisiva en la evolución del niño: los
educadores y otras personas que en cierto modo amplían y completan la función
de los padres. Unos y otros deben ayudar al niño y al joven en la maduración de
su personalidad. Deben proteger y garantizar su propia identidad.

Una voz orientadora, primer elemento del sentido de identidad del hombre.
La función maternal, necesaria en la vida de todo hombre

68. No será inútil recordar la importancia de la función paternal para la formación


de la identidad, pues hoy día asistimos a una dimisión de los padres y
educadores. La tensión del hombre para encontrar un padre es una de las más
profundas y fundamentales de toda su vida: la búsqueda de una imagen de
fuerza y sabiduría a la que unir la propia vida. Y la identidad necesita, para
construirse, de identificaciones válidas y de la confirmación de los adultos, lo
cual no es posible si los padres y los educadores no cumplen sus funciones. El
padre es el guardián de la identidad. El niño encuentra en el rostro amable de la
madre y en la orientación firme del padre, el reconocimiento de quién es él y el
sentido de su crecimiento y de su identidad. El papel de la madre durante la
infancia es prever y proteger. La madre es el primer mundo del hombre: la
regularidad de la respuesta materna constituye el primer orden del mundo del
niño. El padre contribuye al desarrollo de la personalidad del niño, mostrándose
con su autoridad, no como una amenaza sino como un guía. El padre y la madre
se complementan. Esto supone una presencia real, física y sicológica de los
padres junto al niño.

"Honra a tu padre y a tu madre": cuarto mandamiento

69. Muchos pretenden una convivencia humana prescindiendo de los padres.


Pretenden instaurar una fraternidad sin padres. La Escritura nos revela que
honrar padre y madre es un mandamiento de vida. El crecimiento y desarrollo
de la persona humana se destruye o queda gravemente dañado cuando falta en
la vida del hombre, sobre todo en su infancia, en su adolescencia y juventud, el
afecto y la atención aducativa de los padres. Los padres —y por extensión los
educadores— tienen una función imprescindible en el desarrollo armónico de la
personalidad: "Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días y, te
irá bien en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar" (Dt 5, 16). Algo semejante
dice el libro del Eclesiástico: "En obra y palabra honra a tu padre y vendrá sobre
ti toda clase de bendiciones. La bendición del padre hace echar raíces, la
maldición de la madre arranca lo plantado. No busques honra en la humillación
de tu padre, porque no sacarás honra de ella; la honra de un hombre es la honra
de su padre, y la deshonra de la madre es vergüenza de los hijos. Hijo mío, sé
constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque
chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas" (Si 3, 8-13).

Jesús nos lleva a cumplir con autenticidad el cuarto mandamiento

70. Jesús exige el cumplimiento del cuarto mandamiento, que en su época ha


sido deteriorado, desvirtuado, por la tradición farisaica. Algunos fariseos y
escribas acusan a Jesús de que sus discípulos quebrantan la tradición de los
mayores, pues no se lavan las manos antes de comer. Jesús responde que hay
tradiciones humanas que suplantan a los mandamientos de Dios, y que llevan
finalmente a los hombres a la transgresión de tales mandamientos: "Dios dijo:
Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su padre o a su madre, tiene
pena de muerte. En cambio, vosotros decís que el que le declara a su padre o a
su madre: Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo, ya no está
obligado a sustentar a su padre; así, en nombre de nuestra tradición, habéis
invalidado el mandamiento de Dios. ¡Hipócritas!..." (Mt 15, 1-11). Las tradiciones
religiosas, instituidas como un conjunto de medios para unirse más con Dios,
dejan de ser medios y se convierten en fin. Jesús rechaza tal perversión en el
plano de los principios. Y en cuanto a la aplicación farisaica sobre el lavarse las
manos antes de comer, Jesús responde diciendo que no es lo que entra por la
boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale del corazón (Cfr. Mt 15, 8-
20).

Más allá de los lazos de la sangre

71. Ahora bien, la Escritura no nos ofrece argumentos para defender un


paternalismo patológico, que sofoque la vida y el crecimiento del otro, que no le
permita conquistar su libertad y progresiva independencia, caminar poco a poco
hacia la propia identidad. El evangelio de Lucas está particularmente atento a
este despertarse a la mayoría de edad, a este emerger de un ser dependiente,
de una vida todavía sin definición, decidida hasta el presente por el padre. La
infancia de Cristo culmina con el episodio de la iniciativa tomada por Jesús con
ocasión del viaje a Jerusalén (Lc 2, 41-52). No se trata de una rebelión, sino del
despertar de una responsabilidad: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de
mi Padre?" (2, 49). Es la primera manifestación de su futura vocación y misión.
Jesucristo, en determinadas ocasiones manifiesta gran libertad frente a los
vínculos de la sangre, a los que concedemos a veces una importancia exclusiva.
Jesucristo da mayor importancia a los lazos de orden espiritual, resultantes de
una opción personal y libre.

"El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi


madre"

72. Un día, su propia madre y sus parientes (aquellos que en las lenguas
semíticas son llamados "hermanos") no podían acercarse a El y deseaban verle.
Una vez más, Jesús manifiesta una independencia soberana, distanciándose
visiblemente de este tipo de vínculos. Subordina los lazos físicos, biológicos,
anexos de un orden diferente y superior, a lazos espirituales. Otorga así su
importancia "relativa", referencial, a los vínculos de índole biológica y concede la
primacía a un nuevo ámbito de intercomunicación personal, resultante de una
filiación libremente aceptada: "Llegaron su madre y sus hermanos y desde fuera
lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: Mira, tu madre
y tus hermanos están fuera y te buscan. Les contestó: ¿Quiénes son mi madre y
mis hermanos? Y paseando la mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y
mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi
hermana y mi madre" (Me 3, 31-35).

"¡Dichosos los que escuchan las Palabra de Dios y la cumplen!"

73. En otra ocasión, mientras El enseñaba, una mujer dijo lo que cualquier otra
mujer hubiera dicho y pensado. Y Jesús respondió, mostrando el valor primordial
de la obediencia a la palabra de Dios: "Mientras él decía estas cosas, una mujer
de entre el gentío, levantó la voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los
pechos que te criaron! Pero él repuso: Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la
Palabra de Dios y la cumplen!" (Lc 11, 27-28). María, su madre, era —para
Jesús— más grande por encamar en su vida la voluntad del Padre que por
haber ofrecido su carne y sangre para que el Hijo de Dios se encarnase.

Condición necesaria para seguir a Jesús

74. Llegado el caso, para seguir a Jesús, puede ser necesario sobreponerse a
los lazos humanos familiares. Jesús es primero: Grandes multitudes iban
caminando con El y, volviéndose hacia ellas, les dijo: "El que quiere a su padre o
a su madre más que a mí, no es digno de mi; y el que no coge su cruz y me
sigue, no es digno de mí" (Mt 10, 37-38).

La responsabilidad de los padres

75. El padre y la madre, cuando celebraron el sacramento del matrimonio


prometieron recibir con acción de gracias a sus hijos, cuidar de ellos y darles la
educación adecuada. Los padres tienen el deber de procurar a sus hijos el
alimento, el vestido, un ambiente familiar sano, una formación y educación lo
más completa posible. Deben sobre todo llevar una vida que sea ejemplar para
los hijos. Deben iniciarles en la vida cristiana. Los padres son responsables de
los hijos hasta que éstos hayan crecido y puedan ellos mismos formar una
nueva familia. A medida que los hijos van creciendo la atención de los padres se
ejerce de diversa manera. Poco a poco van los padres dejando a sus hijos una
responsabilidad cada día más amplia. Actualmente son muy importantes las
reuniones de padres y educadores para estudiar en común el modo de ayudar a
sus hijos en sus problemas.

La responsabilidad de los hijos

76. Como los padres tienen sus deberes, así también los hijos tienen sus tareas
en la familia. Si los hijos no se preocupan de nada, y no colaboran de manera
responsable según su capacidad en la solución de los problemas del hogar, los
padres habrán de sobrellevar una carga superior a la necesaria. Si los hijos que
puedan hacerlo no ayudan a los padres en sus tareas, la vida de familia
resultará a veces excesivamente pesada. Cada familia es diferente: en unas hay
ancianos, en otras hay muchos hermanos, en otras hay un solo hijo, en otras
hay alguien que está enfermo, en otras hay algún niño subnormal, en otras el
padre está ausente... En todas las familias hay muchas oportunidades cada día
para practicar la caridad fraterna, la comprensión mutua, la colaboración. Los
hijos pueden contribuir de muchas maneras a que la vida de familia sea
agradable, alegre. Cada uno de los hijos tiene sus derechos en la familia. Pero
es preciso también que cada uno sepa respetar a los demás y sobre todo sepa
escuchar a sus padres. Los hijos deben a los padres amor y obediencia. En la
familia, todos los hijos deben procurar la alegría de los padres y hermanos.

La atención a los ancianos

77. Es cada día mayor el número de personas que alcanza una edad avanzada.
Los ancianos se encuentran a veces con problemas que hacen más dura su
ancianidad: muchos ya no pueden trabajar, muchos están enfermos o se
encuentran solos, abandonados, etc. Todos los miembros de la sociedad deben
sentirse responsables de la atención a los ancianos. Están especialmente
obligados a ello los hijos. Es necesario que también el Estado se ocupe de los
ancianos; debe crear servicios suficientes para que a ningún anciano le falte la
atención y la ayuda necesaria.

La integración de los deficientes mentales

78. La integración de los deficientes mentales es uno de los problemas


pendientes de nuestra sociedad. Los responsables de la educación, del trabajo,
de la economía, han de preocuparse aún más d. integrar a estos hermanos que
son parte de la familia humana. A pesar de hermosas declaraciones de principio
y de numerosas iniciativas que merecen toda admiración y apoyo, nuestra
sociedad corre el riesgo de marginar a los deficientes mentales y a todos
aquellos cuya integración exige una gran dosis de imaginación creadora, de
amor desinteresado y de esperanza. Esta es la señal más significativa de una
familia plenamente humana, de una sociedad verdaderamente civilizada y, con
mayor razón, de una Iglesia auténticamente cristiana. Más aún, estos deficientes
que nos tienden la mano, ¿seguro que no tienen también un mensaje que
damos?

La obediencia a la autoridad legítima

79. La vida de relación con los demás no se circunscribe al ámbito familiar. El


centro de estudios, o el lugar del trabajo, son también verdaderas comunidades
humanas en las que nos vemos en la necesidad de relacionarnos con los
demás. En todos estos ambientes es necesario observar unas normas de
convivencia. Desde niño crece cada hombre dentro de unas normas previas.
Pertenece a una familia conducida por os padres. En la escuela debe aceptar la
dirección del profesor en el trabajo escolar. En el taller, el aprendiz tiene
maestros y jefes. En el trabajo hay unas personas encargadas de la dirección y
existen unas normas. Vivimos, además, todos inmersos en la sociedad en la que
hay un Estado organizado, con un conjunto de leyes que regulan muchos
aspectos de la vida del hombre. El cristiano debe aceptar estas normas y
cumplirlas siempre que no vayan contra la conciencia recta. (Sobre el abuso del
poder y de la autoridad, cfr. Tema 27). La obediencia a las normas justas es una
manera de colaborar en la convivencia pacífica y de servir al prójimo. Jesús nos
dio ejemplo de obediencia. "El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a
obedecer" (Hb 5, 8). Jesús supo anteponer el cumplimiento de la voluntad del
Padre a los deseos de María y de José. Pero, precisamente por hacer la
voluntad del Padre, obedeció a José y a María: "El bajó con ellos a Nazaret y
siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús
iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc
2, 51-52).

El amor a la patria

80. Unas de las formas de amor al prójimo que se relaciona con el cuarto
mandamiento es el amor a la patria. El Concilio Vaticano II dice: "Cultiven los
ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez
de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda la
familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, pueblos y
naciones" (GS 75).

Más allá de los lazos de la nación y de la raza

81. La Palabra de Dios sitúa al hombre más allá de los lazos de la nación y de la
raza. Si hemos comprendido bien lo que es Israel, en el pensamiento teológico
de los profetas hebreos, desde Amós hasta Juan —hasta Jesús— no se puede
decir que alguien pertenezca a Israel, a la semilla de Abraham, como se
pertenece, por derecho de nacimiento, a la nación francesa, inglesa, alemana o
española. El Dios de Israel, según el profeta Amós, afirma la libertad soberana,
absoluta, del lazo que le vincula a su pueblo Israel. No es cuestión de biología,
sino de espíritu. La alianza no es una relación natural, desborda el ámbito de la
naturaleza: "¿No sois para mí como etíopes, hijos de Israel —oráculo del Señor
—. Si a vosotros os saqué de Egipto, saqué a filisteos y sirios de Quir" (Am 9, 7).
"No os hagáis ilusiones pensando: Abrahán es nuestro padre"

82. Asimismo, Juan, que vivía como monje en el desierto de Judá y practicaba la
inmersión en las aguas del Jordán —aquel a quien conocemos con el
sobrenombre de "el Bautista"— impugnó la idea que los judíos de tiempos de
Jesús se habían forjado acerca de la filiación que les vinculaba a Abrahán.
También en este caso, el profeta judío, al igual que Amós ocho siglos antes,
enseña la libertad soberana de Dios y la índole espiritual, y no biológica del
vínculo real que une a los miembros del pueblo de Dios con Abrahán: "Por aquel
tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando:
Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Este es el que anunció el
profeta Isaías, diciendo: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del
Señor, allanad sus senderos. Juan llevaba un vestido de piel de camello, con
una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán;
confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos
fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: Camada de víboras,
¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide
la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando: Abrahán es nuestro padre,
pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de A brahán de estas piedras"
(Mt 3, 1-9).

El pueblo de Dios, llamado a la universalidad

83. Una cosa es el hijo según el orden biológico, y otra muy diferente el hijo
según el orden espiritual y libre. Según los profetas, Israel proviene del orden
espiritual. De ahí que sea un pueblo llamado a la universalidad, a la catolicidad,
más allá de las peculiaridades nacionales y raciales. Jesús, como ningún otro,
ha enseñado la universalidad de la vocación a entrar en la economía de esa
humanidad nueva, cuyo primer exponente fue Abrahán. Ante la fe del centurión
romano, dijo Jesús a los que le seguían: "Os aseguro que en Israel no he
encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y
Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos;
en cambio, a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas. Allí
será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 8, 10-12).

Todos convocados al amor

84. Ya el Antiguo, pero de modo peculiar el Nuevo Testamento convoca a todos


al amor. Sólo el amor puede hacernos hermanos a todos los hombres. Sólo en el
amor podemos abrirnos a una familiaridad universal. San Pablo, en la Carta a
los Efesios, convoca a todos al amor; en concreto a padres y a hijos, cuando
dice: "Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es
justo. Honra a tu padre y a tu madre, es el primer mandamiento al que se añade
una promesa: Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra. Padres, vosotros no
exasperéis a vuestros hijos: criadlos, educándolos y corrigiéndolos como haría el
Señor" (Ef 6, 1-4; cfr. Col 3, 20-25). En realidad, los padres son plenamente
honrados por sus hijos cuando son amados por ellos. Y son plenamente padres
cuando aman generosamente a sus hijos, sin egoísmo. La figura madura del
padre es una figura presente, familiar, cercana, disponible, acogedora. La
madurez de la figura paterna (padres o educadores) supone una vocación de
generosidad y de renuncia. Como bien se ha dicho: "Ser para los demás un
camino que se utiliza y se olvida."

Tema 38. EL MUY DIFÍCIL AMOR AL ENEMIGO (5.° MANDAMIENTO)

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

• que el mandamiento "No matarás" incluye también el de conservar y cuidar la vida propia y de
los demás;

• que el distintivo de los cristianos no es sólo el "no matarás", sino el "Amarás a tu enemigo";

• que Jesús concede el don del Espíritu Santo para que sepamos perdonar y amar a nuestros
enemigos.

La enemistad destruye la vida

85. Sentimientos de alegría y de cariño compartido hacen experimentar a los


preadolescentes el bien de la relación armoniosa con los otros. Esto lo viven
particularmente en los grupos de amigos. Sin embargo, esa armonía se rompe
en muchos momentos: aparecen los enfados, las riñas y peleas, las envidias, las
malquerencias, la situación se vuelve tensa, agobiante, insoportable. ¿Cómo
salir de ella? ¿Cómo superar esa ruptura? ¿Cómo recuperar aquella amistad?
Logro difícil, pero la experiencia de la reconciliación ("volver a ser amigos")
supone un gozo que da a la relación y a la vida un nuevo significado más rico y
profundo en el nivel de la comunicación interpersonal. La enemistad con los
otros destruye la vida en uno mismo y en los demás; cuando es la vida —y la
vida en plenitud— lo que da la felicidad.

Optar por la vida

86. La vida es algo que no nos cansamos de admirar. Ya la vida de una planta
es una maravilla, cuánto más la de un animal, que por sus sentidos se acerca
más al hombre. Cuanto más alto está un animal en la escala zoológica, tanto
más preludia la realidad suprema de la creación: ¡La vida humana! El hombre
evita instintivamente todo lo que daña a la vida: frío, calor, humedad... Se ha
encontrado remedio para muchas enfermedades. Intentamos prolongar la vida lo
más posible. El cuidado de la vida, propia y ajena, está grabado profundamente
en nosotros. No obstante, podemos hacer de la vida objeto de libre elección o de
repudio. Y bajo el pretexto de defender la vida podemos llegar a destruirla:
aborto, droga, eutanasia, manipulación, violencias, terrorismo, venganza,
homicidio, suicidio... Todo esto corresponde a fuerzas impulsivas de destrucción
y de muerte que luchan en el interior del hombre contra el deseó instintivo de
vida. ¿Le es posible al hombre superar esta tensión y optar decidida e
incondicionalmente por la vida?

Dios ha optado por la vida

87. La simpatía de Dios está al lado de la vida. Dios ha optado por la vida. Por
encima de todo quiere que el hombre viva. Toda vida viene de Dios, pero la vida
del hombre viene de El en forma muy especial: para hacerlo alma viva "sopló
Dios en su nariz un aliento de vida" (Gn 2, 7; Sb 15, 11). Dios toma bajo su
protección la vida del hombre y prohibe el homicidio (Gn 9, 5-6), aunque sea el
de Caín (Gn 4, 11-15).

Caín: Envidia, odio, homicidio. Proceso permanente

88. Caín es un caso-tipo, que se repite a lo largo de la historia humana, y


muestra un proceso permanente que lleva al hombre a la destrucción de la vida:
lleno de envidia, tiende a la supresión del otro y al homicidio. El esquema
envidia-odio-homicidio se aplica siempre en el mismo sentida. La agresión y el
crimen es el triste final del proceso envidia-odio.

"No matarás": quinto mandamiento

89. Dios nos ha dado un mandamiento que indica el respeto profundo que se
debe a la vida de cada ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios: "No
matarás" (Dt 5, 17). Dios ha brindado a la humanidad la creación. Pero a nadie
ha constituido dueño dé la vida humana, ni de la propia ni de la ajena. El
homicidio, el suicidio, el aborto, la eutanasia... son crímenes contra la vida. La
vida humana procede de Dios, es de Dios, la protege Dios.

Pecados contra la vida humana

90. "Cuanto atenta contra la vida, homicidios de cualquier clase, genocidios,


aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado; cuanto viola la integridad de la
persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o
físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a
la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de la vida, las
detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata
de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes que reducen
al obrero al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la
responsabilidad de la persona: todas estas prácticas y otras parecidas son
infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que
a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador" (GS 27).
Entre los pecados más graves contra la vida humana en el mundo de hoy hay
que señalar el terrorismo y los secuestros. Las víctimas del terrorismo y los
secuestros son siempre inocentes. No hay ninguna causa política o social que
justifique estos procedimientos.

La legítima defensa, la guerra y la pena de muerte

91. Hay situaciones en las que de antiguo se tiene por lícito quitar la vida a un
hombre: las de legítima defensa. Si yo trato de quitar la vida a otro injustamente,
éste puede quitarme la vida a mí si no dispone de otro medio para defender su
propia vida.

En relación con el quinto mandamiento se presentan dos casos en los que al


cristiano se le plantean especiales dificultades de conciencia. Uno es el caso de
la guerra; otro, el de la pena de muerte.

La guerra debe ser sustituida

92. En la antigüedad la guerra era considerada como un fenómeno natural. Fue


San Agustín en el siglo IV el primero que se planteó el problema de la guerra
como una cuestión de conciencia. A lo largo de los siglos, los teólogos no han
cesado de reflexionar sobre el problema moral de la licitud de la guerra. Siempre
se ha admitido la licitud de la guerra como defensa contra un agresor injusto.
Pero a medida que ha aumentado el poder destructor de las armas modernas
resulta más difícil cualquier guerra. El Papa Pío XII propone ya una enseñanza,
seguida después por sus sucesores y por el Concilio Vaticano II, según la cual la
guerra no es el instrumento adecuado para resolver los conflictos. La guerra,
como instrumento de solución de los problemas internacionales o nacionales,
debe desaparecer. Hay que recurrir a la negociación, a los pactos, y sobre todo
a una educación de las conciencias en el deber moral de trabajar positivamente
por la paz.

Los limites de la legítima defensa

93. El Concilio Vaticano II admite como legítima todavía hoy la guerra en


defensa contra un agresor injusto: "Mientras exista el riesgo de guerra y falte una
autoridad internacional competente y provista; de medios eficaces, una vez
agotados todos los recursos pacíficos de diplomacia, no se podrá negar el
derecho de legítima defensa a los gobiernos" (GS 79). Pero condena como un
crimen toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de
ciudades y regiones enteras: "El horror y la maldad de la guerra se acrecientan
inmensamente con el incremento de las armas científicas. Con tales armas las
operaciones bélicas pueden producir destrucciones enormes e indiscriminadas,
las cuales, por tanto, sobrepasan excesivamente los límites de la legítima
defensa... Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción
de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un
crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin
vacilaciones" (GS 80).
La objeción de conciencia

94. En relación con el tema de la guerra se plantea hoy el problema de los que
rehúsan el servicio militar por razones de conciencia. Sobre esta cuestión los
obispos españoles han presentado al pueblo cristiano la siguiente reflexión: "Los
Obispos españoles queremos recordar ante todo que el mandamiento
evangélico del amor fraterno, de donde ha de brotar la conversión individual y
colectiva y el "d'esarme de las conciencias", fue rubricado con el testimonio
supremo de Cristo con la entrega de su vida. Es, por otra parte, derecho de la
autoridad pública mantener un eficaz dispositivo de defensa para garantizar la
necesaria protección de los ciudadanos contra agresiones exteriores, derecho
del que se deriva el de establecer, si así lo exige el bien común, el servicio
militar obligatorio.

Al mismo tiempo creemos necesario subrayar la importancia que tiene para la


realización del bien común, como realidad auténticamente humana, el que los
ciudadanos puedan obrar en el respeto y en la fidelidad a sus exigencias éticas
más profundas."

Elaboración de fórmulas legislativas integradoras y generosas

95. "La conciliación de una y otra realidad ha de ser un objetivo a lograr


mediante la elaboración de fórmulas legislativas integradoras y generosas.
Estamos, en fin, seguros de que la sociedad ha de saber valorar en su justa
medida las voces que denuncian los riesgos de una guerra que en las actuales
circunstancias amenaza ser total e indiscriminada, voces que además hacen
notar la contradicción que supone el empleo de armamentos y gastos bélicos de
ingentes recursos, indispensables para atender las necesidades más perentorias
de la subsistencia y del desarrollo de los pueblos. El caso de los objetores de
conciencia que tengan estas motivaciones no puede identificarse ni recibir el
mismo tratamiento que el de los simples desertores. Consecuentes con estas
premisas y con las enseñanzas del Concilio Vaticano II nos parece razonable
que las leyes tengan en cuenta, con un sentido humano de equidad, el caso de
los que se niegan a tomar las armas por motivos de conciencia, con tal que
acepten servir a la comunidad humana de otra manera (GS 79).

La autoridad pública que así obra, a la vez que, con ponderado criterio, permite
servir a la comunidad humana en forma distinta del servicio militar, habrá de
proteger a la sociedad frente al recurso fraudulento a los imperativos de la
conciencia por motivaciones menos nobles" (XIX Asamblea Plenaria de la
Conferencia Episcopal Española, 26 de noviembre a 1 de diciembre de 1973).

La pena de muerte

96. La pena de muerte se ha justificado a lo largo de la historia por su valor de


ejemplaridad, por lo que tiene de justo castigo por delitos especialmente graves,
y como medio de defensa necesario de la sociedad contra ciertos delincuentes.
Los argumentos tradicionales en favor de la pena de muerte dan por supuesto
que ante ciertos delitos especialmente graves la sociedad no dispone de otro
medio eficaz para salvaguardar de manera adecuada estos valores de
ejemplaridad, de castigo justo, de defensa contra los criminales. En este caso el
derecho de la autoridad pública es superior y diferente al derecho de los
individuos.

Buscar otros caminos que el de la eliminación por la muerte

97. En la actualidad, muchos sociólogos, juristas y moralistas, tanto cristianos y


creyentes como no creyentes, estiman que la pena de muerte no es hoy
necesaria para salvaguardar los valores que con ella se pretende proteger. No
parece que el aumento o la disminución de la delincuencia dependa
necesariamente de que exista o no exista la pena de muerte. La conciencia,
cada día más viva, de la dignidad de cada hombre Domo fin en sí mismo lleva a
muchos a rechazar la pena de muerte, concebida como un medio. La autoridad
civil, para el cumplimiento de la función, debo buscar otros caminos distintos que
el de la eliminación por la muerte, ya se haga por razones de ejemplaridad o por
otras diversas.

Urgencia evangélica de caridad y de perdón

98. Cristo no abolió expresamente la pena de muerte, ni la guerra, ni la


esclavitud, ni habló de la necesidad de cambiar las leyes de la sociedad civil.
Los hombres de su tiempo no hubieran comprendido estos planteamientos. Pero
de sus enseñanzas se desprende que el cristiano no puede inspirarse en el
deseo de venganza, aun cuando esta venganza la realizara el Estado en nombre
de los individuos; ni puede el cristiano acogerse al principio de la legítima
defensa como si éste fuera la última palabra para resolver los conflictos entre los
hombres. El mensaje cristiano es, ante todo, un mensaje de caridad y de perdón,
que va más allá de toda argumentación ética: "amad a vuestros enemigos" (Mt
5, 44).

Fe en Jesucristo reconciliador

99. Animados por el Espíritu, creemos, porque confiamos en la eficacia de la


salvación de Jesucristo que obra ya en nosotros y en nuestra historia,
"
pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los
cielos" (Col 1, 20), que hemos •de poder lograr, por otros caminos, nuestras
aspiraciones justas en el ámbito político-social, con tal de que ninguno, autoridad
o pueblo, pretenda poseer la exclusiva de la justicia y trate de imponerla a
cualquier precio.

Pablo VI, sin referirse expresamente a la pena de muerte, exhorta a todos a


evitar todo recurso a la violencia: "la Iglesia no puede aceptar la violencia, sobre
todo la fuerza de las armas —incontrolable cuando se desata—ni la muerte de
quienquiera que sea, como camino de liberación, porque sabe que la violencia
engendra inexorablemente nuevas formas de opresión y de esclavitud, a veces
más graves que aquellas de las que se pretende liberar" (EN 37; cfr. Tema 31).
Urgentísima una nueva sensibilidad sobre la paz: educación, opinión
pública

100. El Concilio Vaticano II considera urgentísima la necesidad de "una nueva


educación de las mentes y una nueva inspiración de la opinión pública. Quienes
se entregan a la obra de la educación, sobre todo de los jóvenes, o son
formadores de la opinión pública, consideren como un gravísimo deber suyo
éste de formar las mentes a una nueva sensibilidad sobre la paz. Conviene que
todos cambiemos nuestros corazones, mirando siempre al entero universo y a
los deberes que podemos cumplir todos a una, para que el hombre se mejore"
(GS 82).

Cuidarás de la vida

101. El Evangelio prescribe no sólo "no matar", sino además "cuidar de la vida".
Esto implica el cuidado de evitar todo lo que dañe la vida humana, toda herida,
ora provenga de maldad, de negligencia humana o de necedad.

Jesús anuncia la vida. Para Jesús, la vida humana es cosa preciosa, "más que
el alimento" (Mt 6, 25); salvar una vida prevalece incluso sobre el sábado (Mc 3,
4).

Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos (Mc 12, 27). El cura y devuelve la
vida, como si no pudiera tolerar la presencia de la muei`te (Jn 11, 1-44). El es la
verdadera vida, se puede decir que es la vida a secas (Mt 7, 14; 18, 8-9).

Por tanto, la droga, el alcoholismo, el, excesivo trabajo o, también, el trabajo


prematuro, la infracción de las normas de tráfico (que puede convertirse en un
juego con la vida humana, propia y ajena)... son formas concretas de no cuidar
de la vida.

La atención a la salud

102. El hombre tiene el deber de cuidar de su propia vida, de su salud y de la


vida y salud de los demás hombres. Por medio de nuestros padres hemos
recibido de Dios nuestra vida. De ella somos responsables ante Dios. Nadie
puede lícitamente causar daño grave a su propio cuerpo o al de los demás.
Todos estamos obligados a ayudar al que padece algún defecto corporal o al
que está en peligro de perder su propia vida. Una muestra de sensibilidad
cristiana es no hacer burla de los defectos físicos del prójimo. Todos tenemos la
obligación moral de cumplir las normas que han sido establecidas para la
seguridad de las personas, para prevenir accidentes de trabajo, accidentes de
carretera, etc. Se debe cumplir las garantías exigidas por la autoridad pública
sobre productos alimenticios, medicinas, etcétera. El Estado tiene la obligación
de procurar que existan en la sociedad los servicios médicos necesarios; que a
nadie falte la atención médica en caso de enfermedad o accidente.

Procurar el bien de los demás hombres


103. A todos los miembros de la comunidad humana les incumbe el deber de
procurar con su trabajo profesional, con las diversas actividades técnicas,
económicas, artísticas, científicas, etc., el bien de los demás hombres. "Una cosa
hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el
conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos
para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a
la voluntad de Dios... los hombres y mujeres que mientras procuran el sustento
para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en
servicio de la sociedad, oon razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan
la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo
personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia" (GS 34; cfr. GS
67).

"Amad a vuestros enemigos"

104. Jesús nos lleva más allá de la letra del quinto mandamiento: "Habéis oído
que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os
digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a
su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el sanedrín, y si lo llama
renegado, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu
ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas
contra tí, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu
hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt 5, 21-24).

La línea de conducta cristiana, incluso con los que nos hacen daño, es el amor:
"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu .prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo,
en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os
persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir
su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si
amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también
los publicanos?" (Mt 5, 43-46).

Este mandamiento destaca entre las exigencias más nuevas de Jesús. El mismo
tuvo enemigos, le dieron muerte y El, en la cruz, les perdonó (Lc 23, 34). Así
debe hacerlo el discípulo, a imitación de su maestro (1 P 2, 23). El amor al
enemigo es signo distintivo del cristiano.

Actitud reconciliadora

105. El cristiano, como Jesucristo, debe perdonar. San Pablo, siguiendo las
enseñanzas y ejemplos de Jesús, nos dice: "Bendecid a los que os persiguen;
bendecid, sí, no maldigáis. Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran,
llorad. Tened igualdad de trato unos con otros: no tengáis grandes pretensiones,
sino poneos al nivel de la gente humilde. No mostréis suficiencia. No devolváis a
nadie mal por mal. Procurad la buena reputación entre la gente; en cuanto sea
posible y por lo que a vosotros toca, estad en paz con todo el mundo. Amigos,
no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la
Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo merecido. En vez de eso, si tu enemigo
tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: así le sacarás los
colores a la cara. No te dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien"
(Rm 12, 14-21).

El hombre que ama a su enemigo aspira a convertirlo en amigo. En esta actitud


Dios mismo le precedió: "Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10). La norma suprema del cristiano en
sus relaciones con los demás es la caridad: "El amor es paciente, afable; no
tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se
irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la
verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin
límites" (1 Co 13, 4-7).

Vencer el muro de la enemistad con el poder de Jesús

106. La enemistad es un signo del reinado de Satán, el enemigo por excelencia


(Gn 3, 15). Enemigo de los hombres y enemigo de Dios, siembra en la tierra la
cizaña por lo cual estamos todos expuestos a sus ataques (Mt 13, 39). Pero
Jesús dio a los suyos poder sobre todo poder que venga del enemigo (Lc 10,
19). Este poder les viene del combate en que Jesús triunfó por su misma
derrota, habiéndose ofrecido a los golpes de Satán a través de sus enemigos y
habiendo vencido a la muerte con la muerte. Así derribó el muro de la enemistad
que cruzaba por la humanidad (Ef 2, 14-16).

La Cruz, lugar de reconciliación

107. En tanto llega el día en que Cristo, para poner a todos sus enemigos bajo
sus pies, destruya para siempre a la muerte, que es el último enemigo (1 Co 15,
25-26), el cristiano combate con Jesús contra el viejo enemigo del género
humano (Ef 6, 11-17). En torno a él, algunos se conducen como enemigos de la
Cruz de Cristo (F1p 3, 18), pero él sabe .que la Cruz lo lleva al triunfo. Esta cruz
es el lugar fuera del cual no hay reconciliación con Dios ni entre los hombres.

Pasar de la muerte a la vida amando a los hermanos

108. Jesús, a quien los discípulos reconocieron como la palabra creadora


misma, jamás destruye, nunca mata, no hiere; el cura, regenera, crea. Quien
ama, ha pasado de la muerte a la vida. Quien no ama, es enemigo de; la vida.
Es un homicida y permanece en la muerte, dice San Juan: "nosotros hemos
pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El
que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida.
Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna" (1 Jn 3, 14-15).

Un amor muy difícil para nosotros, que procede de Dios

109. El amor al enemigo, difícil para el hombre, procede de Dios. Es la obra de


Dios en nosotros, "el amar es de Dios" (1 Jn 4, 7). En efecto, ¿cómo seríamos
nosotros misericordiosos (como el Padre celestial) si no nos lo enseña el Señor,
si no lo derrama el Espíritu en nuestros corazones? (1 Ts 4, 9; Rm 5, 5; 15, 30).
Y ese amor, venido, de Dios, conduce a Dios. Mientras esperamos la venida del
Señor, el amor es nuestra actividad esencial, según la cual seremos juzgados
(Mt 25, 31-46). El amor de Dios (y del cristiano) es universal, no excluye a nadie,
ni siquiera al enemigo; y es absoluto, no tiene excepciones, rige en todo
momento.

El daño a la vida espiritual del prójimo: el escándalo

110. En cierto modo se puede relacionar también con el quinto mandamiento el


tema del escándalo en el sentido de que aquel que escandaliza causa daño a la
vida espiritual del prójimo. Con la palabra escándalo se designa en la Biblia, en
sentido literal, a la piedra, lazo o trampa, etc., que se le pone al ciego o al
caminante para que tropiece (Lv 19, 14; Sal I40. 9); pero se usa sobre todo con
sentido moral. Según Santo Tomás, se da escándalo cuando alguien con
palabras o hechos moralmente menos rectos es ocasión de ruina espiritual para
otro o le induce de algún modo a pecar (Cfr. Suma Teológica II-II, q. 43 a. 1).

El influjo de la conducta del que da escándalo en el que lo padece depende de


diversas circunstancias: la ignorancia o debilidad moral de las personas a las
que se escandaliza (escándalo de los débiles), la gravedad de la acción
escandalosa, el nivel cultural y moral de la sociedad en que se vive, etc.
Pecados que en una época o en un determinado ambiente son gravemente
escandalosos, en otras épocas o lugares influyen poco en la conducta de los
demás.

Es siempre especialmente grave el pecado del que directamente se propone


hacer pecar a los demás (escándalo diabólico). En cambio no hay obligación de
evitar aquel tipo de escándalo que procede exclusivamente de la malicia del que
se dice escandalizado (escándalo farisaico). Los fariseos se escandalizaban de
la conducta de Jesús y de sus discípulos.

"¡Ay del mundo por sus escándalos!"

111. En su predicación, Jesús llama la atención sobre la gravedad del escándalo


de aquellos que apartan a los demás de la fe: "Al que escandalice a uno de esos
pequeños que creen en mí, más le convendría que le colgasen al cuello una
rueda de molino y lo sepultaran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo por los
escándalos! Porque es irremediable que sucedan escándalos, pero ¡ay del
hombre por quien viene el escándalo!" (Mt 18, 6-7). En los tiempos de la
tribulación escatológica se multiplicarán los escándalos, la seducción, la
persecución, etc. (Mc 13, 5-13). Hasta el fin del mundo habrá escándalo; pero
los que dan escándalo serán castigados con penas terribles (Cfr. Mt 13, 41; Lc
17, 1).

Evitar el escándalo de los débiles

112. San Pablo exhorta a los cristianos a evitar el escándalo de los débiles. Los
cristianos podían comer legítimamente lo sacrificada a los ídolos, siempre que
no hubiera en ello ninguna intención de participar en el culto idolátrico, pero
debían abstenerse de ello si su conducta podía inducir a pecado a los cristianos
poco instruidos o más débiles en la fe, que fácilmente podrían imitarles pero con
conciencia de pecar. No tener en cuenta la debilidad del prójimo, su falta de
formación, etc., es un pecado contra el hermano por el cual Cristo dio su vida (1
Co 8, 1-13; Rm 14, 13; cfr. 2 Co 11, 29).

Luchar contra los escándalos de nuestro tiempo

113. Los Santos Padres, los Papas y Obispos han hablado muchas veces del
pecado de escándalo. El Concilio Vaticano II ha denunciado como pecado de
escándalo las desigualdades económicas y sociales (GS 29), la distancia entre
la fe y la conducta en la vida de muchos cristianos (GS 43), los gastos invertidos
en la carrera de armamentos mientras existen tantos pueblos que sufren
pobreza y miseria (GS 81), la separación entre las distintas Iglesias que
profesan la misma fe en Cristo (UR 1). El Papa Pablo VI, como los Papas
anteriores, han denunciado el escándalo de la pornografía, los espectáculos
inmorales, la literatura que corrompe la fe o las costumbres, las diversiones
pecaminosas, etc. Quien comete pecados de escándalo tiene el deber de hacer
lo que está de su parte por reparar el mal que hizo con su conducta.

Tema 39. LIMPIEZA DE CORAZÓN (6.° Y 9.° MANDAMIENTOS)

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Ayudar al preadolescente a tomar progresivamente conciencia de la fuerza e impulsos que en sí


mismo se despiertan, y a integrarlos en la construcción de su personalidad.

 Presentar los Mandamientos 6º. y 9º. del Decálogo: "No cometerás adulterio", "No codiciarás la mujer
de tu prójimo".

 Presentar el ideal evangélico de Jesús sobre la sexualidad y el matrimonio: una fidelidad total, de
corazón, posibilitada desde la fe. Hacia la glorificación de Dios a través del propio cuerpo.

Educación sexual para niños y jóvenes

114. Niños y jóvenes tienen derecho a ser informados, y educados en todos los
campos. El silencio —si todavía hoy fuera posible— sobre las realidades de la
vida sexual sería un error: una educación verdadera debe favorecer el desarrollo
de todo el hombre. El Concilio Vaticano II dice que niños y jóvenes "deben ser
instruidos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación
sexual" (GE 1). Y más recientemente, Pablo VI orienta en este mismo sentido a
padres y educadores: "Sin ambajes ni vueltas atrás se trata de favorecer una
educación que ayude al niño y al adolescente a tomar progresivamente
conciencia de la fuerza, de los impulsos .que en ellos se despiertan, y a
integrarlos en la construcción de su personalidad" (A los equipos de Notre Dame,
4 de mayo de 1970).

Un cuerpo que cambia

115. El cuerpo del preadolescente se transforma. Nuevas formas dan lugar poco
a poco a una distinta constitución anatómica, a la que acompañan diversos
fenómenos fisiológicos. La estatura aumenta. En el chico, sus músculos
adquieren más fuerza y volumen; en la chica, sus formas corporales aparecen
ya casi como las de la mujer adulta. Estas transformaciones hacen que el
preadolescente se encuentre con un cuerpo que cambia, un cuerpo diferente al
cual se ha de habituar y con el cual ha de establecer una relación adecuada.

Nuevos pensamientos, nuevos sentimientos

116. Aparecen también en el preadolescente nuevas formas de razonar, nuevos


modos de comprender las cosas. Su inteligencia llega en esta edad casi al final
de su evolución. Nacen asimismo nuevos sentimientos, nuevos deseos, a los
que matizan las pulsiones sexuales, más intensas en esta edad que en las
anteriores.

El preadolescente y las tendencias sexuales

117. El instinto sexual se manifiesta con mayor intensidad. A medida que avanza
en edad, el preadolescente experimenta que las tendencias sexuales pueden
alterar el equilibrio emocional y espiritual que aparecía tan seguro en la etapa
anterior de su vida.

En relación con los iguales de distinto sexo, el preadolescente comienza a sentir


una fuerte atracción, al mismo tiempo que experimenta un cierto miedo, derivado
de su propia inseguridad. Lograr una autenticidad en la relación chico-chica, en
la que se compromete ya de un modo acentuado la persona como ser sexuado,
supone una auténtica conquista que es necesario llevar a cabo para no dificultar
el desarrollo normal de la personalidad. El preadolescente, que alcanza una
etapa terminal desde el punto de vista fisiológico y genital, aún ha de recorrer un
camino de maduración psicológica y afectiva que le capacite para el
establecimiento de una relación personal de amor.

La sexualidad humana, integrada en el contexto del amor

118. La vida sexual humana debe manifestarse como una posibilidad de diálogo
y de comunicación. La sexualidad aparece entonces integrada en el contexto
interpersonal del amor. La relación sexual implica, aún más que muchos otros
gestos humanos, una decisión que afecta a toda la persona, una opción de la
que depende el futuro de la misma. De ahí que sea algo radicalmente serio,
incompatible con toda componenda: o someterse al círculo vicioso de la
experiencia sexual egoísta, o seguir el camino de una entrega personal y total al
otro. El verdadero amor se compromete para siempre.

La sexualidad, una dimensión fundamental de la vida humana

119. La sexualidad es una de las dimensiones fundamentales de la vida


humana: "La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea,
está de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre
los factores que caracterizan la vida de los hombres. A la verdad en el sexo
radican las notas características que con.,tituyen a las personas como hombres
y mujeres en el plan biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte
en su evolución individual y en su inserción en la sociedad (Sagrada
Congregación para la doctrina de la fe, Declaración acerca de ciertas cuestiones
de ética sexual [CES], 1). En el plan de Dios, hombres y mujeres están llamados
a la colaboración, a la mutua comprensión, a promover el amor fraterno entre los
hombres, y por lo que se refiere al uso de la función sexual, ésta logra "su
verdadero sentido y su rectitud moral tan sólo en el matrimonio legítimo" (CES
5).

El plan de Dios: "Una sola carne"

120. A partir del hombre y de la mujer, Dios forma un ser único, "una sola carne"
(Gn 2, 24). Dios creó al hombre como varón y como mujer (Gn 1, 27); en su
humanidad, varón y mujer son de igual categoría y dignidad ("hueso de mis
huesos y carne de mi carne", Gn 2, 23), pero no de igual constitución. Están
referidos el uno al otro. Por la cooperación de ambos puede desplegarse
plenamente la vida humana. Jesús empleará la misma fórmula del Génesis para
subrayar la unidad de la pareja matrimonial: "Ya no son dos, sino una sola
carne" (Mt 19, 6). Como dice el Concilio Vaticano II: "Dios no creó al hombre
solo, sino que desde el principio "los creó varón y mujer" (Gn 1, 27); su unión
crea la primera forma de sociedad personal. De modo que el hombre, por su
íntima naturaleza, es un ser social; sin relación con los demás no puede ni vivir
ni desarrollar sus capacidades" (GS 12).

Doble función de la sexualidad humana: Alteridad, fecundidad. En un


contexto social

121. Desde el principio de la Escritura, la diferencia sexual del hombre y de la


mujer aparece vinculada a dos funciones fundamentales: a) La alteridad de los
sexos; ordenada a redimir la soledad del hombre: "No está bien que el hombre
esté solo. Voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18); b) La
fecundidad, ordenada a la transmisión de la vida y al dominio del universo:
"Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" (Gn 1, 28). Estas dos
funciones de la sexualidad humana sitúan al individuo en un contexto social.

Bondad y valor de la relación sexual matrimonial


122. La bondad y el valor de la relación sexual en el matrimonio nunca fueron
puestos en duda en la Biblia. Así lo manifiesta el libro de los Proverbios: "Goza
con la esposa de tu juventud: cierva querida, gacela hermosa, que siempre te
embriaguen sus caricias y continuamente te deleite su amor" (5, 18-19; cfr. Ct 4,
1ss; 6, 4ss; Ez 24, 15ss; Si 26, 16ss). Por su parte, Pablo, contra los deseos
ilusorios de continencia manifestados por los corintios, les recuerda el deber de
las relaciones sexuales: "El marido dé a su mujer lo que debe y lo mismo la
mujer al marido; la mujer ya no es dueña de su cuerpo, lo es el marido; y
tampoco el marido es dueño de su cuerpo, lo es la mujer" (1 Co 7, 3-4). El
Concilio Vaticano II, eco reciente de la doctrina tradicional de la Iglesia,
manifiesta la dignidad de la relación sexual matrimonial con estas palabras: "Los
actos por los que los espososi se unen íntima y castamente entre sí son
honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan
y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima
de gozosa gratitud" (GS 49).

Un misterio que no debe ser mancillado

123. El plan de Dios, que consiste en hacer del hombre y de la mujer "una sola
carne", es un misterio de alteridad y fecundidad que no puede ser mancillado y
violado. Así lo dice el profeta Malaquías: "... Yahvé es testigo entre ti y la esposa
de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que ella era tu compañera y la
mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser que tiene carne y aliento de
vida? Y este uno, ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues,
vuestro espíritu; no traicionéis a la esposa de vuestra juventud. Pues yo odio el
repudio, dice Yahvé Dios de Israel, y al que encubre con su vestido la violencia,
dice Yahvé Sebaot. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición"
(MI 2, 14-16).

"No cometerás adulterio." "Avergonzaos de la fornicación": sexto


mandamiento

124. Con la prohibición del adulterio, el Antiguo Testamento lleva a cabo una
defensa de la vida matrimonial y de la familia. "No cometerás adulterio", dice el
Decálogo (Dt 5, 18; Ex 20, 14; cfr. Jr 7, 9; Ml 3, 5). El adulterio recibe en la ley
una definición restringida: es el acto que viola la pertenencia de una mujer a su
marido, o a su prometido (Lv 20, 10; Dt 22, 22-23). La mujer aparece más como
propiedad del hombre (Ex 20, 17) que como una persona que forma con él una
sola cosa en la fidelidad de un amor mutuo (Gn 2, 23-24). Este rebajamiento de
la mujer está vinculado a la poligamia, que se remonta a los tiempos de Lamec
(Gn 4, 19). La poligamia será tolerada durante largo tiempo (Dt 21, 15; cfr. 17,
17; Lv 18, 18). Sin embargo, los libros sapienciales, que muestran la gravedad
del adulterio (Pr 6, 24-29; Si 23, 22-26), invitan al hombre a reservar su amor a
la mujer de su juventud (Pr 5, 15-19) y a condenar la prostitución, aunque ella no
haga al hombre adúltero (Pr 23, 27; Si 9, 3-6; 41, 22).

Contra todas las formas del mal


125. Con la prohibición del adulterio, comenta el Catecismo Romano, prohíbe
Dios todo pecado deshonesto e impuro. Explícitamente lo afirman San Ambrosio
y San Agustín. E igualmente lo confirman con absoluta evidencia las Sagradas
Escrituras; consta en muchos de sus pasajes que Dios castiga, además del
adulterio, otras especies de pecados deshonestos. En el Génesis, por ejemplo,
se nos narra la sentencia de Judá contra su nuera; en el Deuteronomio se
prohíbe a las israelitas convertirse en prostitutas; Tobías exhorta a su hijo para
que se guarde de toda fornicación, y el Eclesiástico dice: "Avergonzaos de la
fornicación..., de fijar la mirada sobre mujer ajena" (41, 17.23).

"No codiciarás la mujer de tu prójimo": noveno mandamiento. El deseo


culpable

126. Ya en el Antiguo Testamento el pecado afecta no sólo al hecho del


adulterio, sino también al deseo. El deseo incuba el pecado. Así, David,
cediendo a su deseo, se apodera de Betsabé (2 S 11, 2ss), y desencadena una
serie de desgracias y atropellos. Los dos ancianos desean a Susana hasta
perder la cabeza (Dn 13, 8-20). El libro del Eclesiástico aconseja avergonzarse
de mirar a mujer prostituta y de clavar los ojos en mujer casada (41, 22-23). Y el
Decálogo, apuntando al corazón, prohibe el deseo culpable: "No codiciarás la
mujer de tu prójimo" (Dt 5, 21).

"Lo que Dios unió no lo separe el hombre"

127. Respecto al Antiguo, el Nuevo Testamento representa, también aquí, la


continuidad y, a un mismo tiempo, la superación. Jesús condena el adulterio,
suprimiendo las concesiones que Moisés hubo de hacer ante la dureza de
corazón de su pueblo: "Se le acercaron unos fariseos y le preguntaron para
ponerlo a prueba: ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo? El
les respondió: ¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y
mujer, y dijo: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá
a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos sino
una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Ellos
insistieron: ¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse? El les
contestó. Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras
mujeres; pero al principio no era así. Ahora os digo yo que si uno se divorcia de
su mujer —no hablo de unión ilegal— y se casa con otra comete adulterio" (Mt
19, 3-9).

"Está mandado... Pues yo os digo"...

128. En el sermón de la montaña Jesús se expresa de forma semejante,


haciendo resaltar más la novedad del Evangelio: "Está mandado: El que se
divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. Pues yo os digo: el que se
divorcie de su mujer —excepto en caso de unión ilegal— la induce al adulterio, y
el que se case con la divorciada comete adulterio" (Mt 5, 31-32).

Experiencia de fe, experiencia de gratuidad


129. Los discípulos perciben perfectamente la novedad del programa evangélico
de Jesús y la viven como algo que los supera y desborda: "Si esa es la situación
del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse" (Mt 19, 10). Jesús remite a la
experiencia de fe, que es experiencia de gratuidad: "No todos pueden con eso,
sólo los que han recibido ese don" (19, 11). Y aún hay cosas más difíciles —
añadirá Jesús— que se vuelven posibles en la experiencia de fe, el carisma de
la virginidad: "Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los
hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los
Cielos. El que pueda con esto, que lo haga" (Mt 19, 12).

El pecado nace en el corazón del hombre

130. Además, Jesús lleva a su plenitud la línea que, comenzada en el Antiguo


Testamento, recoge esa dimensión interior del pecado que es el deseo incubado
en el corazón: "Porque del corazón salen los designios perversos, los
homicidios, adulterios, inmoralidades, robos, testimonios falsos, calumnias. Eso
es lo que mancha al hombre..." (Mt 15, 19-20). Es de notar que el hebreo habla
del corazón en un sentido má9 amplio que nosotros, que lo reducimos a la vida
afectiva. Para el hebreo el corazón es lo más íntimo del hombre, donde nacen
los recuerdos, los sentimientos, los pensamientos, los razonamientos y los
proyectos. Esta dimensión interior del pecado es, para Jesús, tan importante y
grave como la dimensión exterior de los actos. Por ello la complacencia
deliberada y voluntaria en pensamiento y deseos lujuriosos es pecado grave. El
pecado se realiza ya en el corazón del hombre.

La fidelidad es problema de corazón

131. Si el pecado nace en el corazón del hombre, es el corazón la raíz que


necesita ser saneada. La defensa evangélica de la vida matrimonial no se queda
solamente en la prohibición del adulterio, sino, que llega a su raíz más profunda:
la fidelidad es problema de corazón. Es el corazón del hombre, el hombre
entero, el que se manifiesta en cada uno de sus gestos. Por ejemplo, en la
mirada o en la acción: "Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio.
Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido
adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo.
Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano
derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro
que ir a parar entero al infierno" (Mt 5, 27-30).

El amor, fuente de la fidelidad

132. El amor es la fuente de la fidelidad, el secreto de la vida humana. En efecto,


dice San Pablo: "no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás,
y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso
amar es cumplir la ley entera" (Rm 13, 9-10).

"Cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor"


133. El mismo San Pablo, sobre todo en el ambiente de corrupción del puerto de
Corinto, se ve precisado a atacar todas las formas del mal: "No os llaméis a
engaño, los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones,
codiciosos, borrachos, difamadores, o estafadores no heredarán el reino de
Dios" (1 Co 6, 9-10). Y en diversos lugares insiste particularmente en la
fornicación: "Huid de la fornicación" (1 Co 6, 18); "esta es la voluntad de Dios:
vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros
sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como
hacen los gentiles que no conocen a Dios" (1 Ts 4, 3-5), "la fornicación y toda
impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los
santos" (Ef 5, 3).

La masturbación

134. Las experiencias sexuales pueden adoptar con frecuencia en


preadolescentes y adolescentes la forma de autoerotismo, masturbación o
sexualidad solitaria. A veces se da también en adultos, sobre todo si, por alguna
razón, permanece en ellos la inmadurez de la adolescencia, un desequilibrio
psíquico o hábitos contraídos. Los trastornos afectivos y algunas situaciones
neuróticas provocan frecuentemente manifestaciones de autoerotismo, que
alcanza, a veces, un carácter compulsivo claramente patológico. La
masturbación habitual, en muchos casos, viene a ser una especie de droga
como huida de una existencia a la que no se encuentra sentido, o que resulta
conflictiva y dolorosa.

El juicio negativo sobre la masturbación, tradicional en la moral católica, tiene su


más sólido fundamento en el carácter imperfecto e insatisfactorio de la
sexualidad solitaria. La sexualidad humana, en efecto, además de la finalidad
biológica de la reproducción, tiene en el plano integralmente humano, un'
carácter esencial de expresión del amor. La sexualidad solitaria se opone a la
dignidad esencial de la persona humana. No es extraño que deje ordinariamente
un sentimiento de profundo vacío y soledad. Más aún: con frecuencia ese
sentimiento de frustración empuja a la búsqueda urgente de relaciones sexuales
improvisadas, es decir, a desórdenes más serios y comprometedores. La
masturbación constituye en sí un grave desorden moral.

"La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual fuera de las
relaciones conyugales normales contradice esencialmente a su finalidad, sea
cual fuere el motivo que lo determine... La psicología moderna ofrece diversos
datos válidos y útiles en tema de masturbación para formular un juicio equitativo
sobre la responsabilidad moral y para orientar la acción pastoral. Ayuda a ver
cómo la inmadurez de la adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá
de esa edad, el desequilibrio psíquico o el hábito contraído pueden influir sobre
la conducta, atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya
siempre falta subjetivamente grave. Sin embargo, no se puede presumir como
regla general la ausencia de responsabilidad grave. Eso sería desconocer la
capacidad moral de las personas" (CES 9).
Actitud bondadosa y comprensiva, sin reducir desmesuradamente la
responsabilidad de las personas

135. ¿Qué tratamiento pastoral es el adecuado para personas, especialmente


jóvenes, que practican habitualmente la masturbación? Sería un gravísimo error
ciertamente inculcarles un fuerte sentimiento de culpabilidad capaz de destruir
todo estímulo de vida y de producir un permanente complejo de inferioridad e
incapacidad. No se olvide que la irrupción de la sexualidad es vivida como algo
misterioso y amenazador, que domina y humilla. Para no pocos jóvenes la
necesidad de liberarse de un asfixiante sentimiento de culpabilidad ha sido el
factor desencadenante de un proceso que les ha llevado a romper con una fe
religiosa que parecía respaldar dicho sentimiento.

Tampoco sería educativo destruir en los jóvenes su capacidad para la


superación moral, anulando en ellos todo sentido de responsabilidad personal.
No es lícito hacer vanos los mandamientos de Dios. Jesucristo fue intransigente
con el mal y misericordioso con los hombres.

Se impone, pues, una actitud bondadosa y comprensiva, sin que ello suponga
reducir desmesuradamente la responsabilidad de las personas (Cfr. CES 10).

Es preciso abrir horizontes a dichos jóvenes hacia expresiones más plenas de


generosidad y de responsabilidad, hacia una afectividad más madura y hacia
tareas culturales, profesionales, sociales y religiosas que den sentido a sus
vidas.

La homosexualidad

136. En algunos ambientes se dan casos de relaciones sexuales entre personas


del mismo sexo. Esto se explica por falta de normal evolución sexual, razones
de educación falsa, hábitos contraídos, malos ejemplos y, quizás en algún caso,
por factores de constitución patológica. La homosexualidad constituye uno de los
trastornos más profundos de la conducta sexual. ¿Qué juicio moral merece la
homosexualidad? No se trata, claro está, del hecho de tener inclinaciones
homosexuales, pues su adquisición no es voluntaria, y no puede ser, por tanto,
objeto de juicio ético. Se trata del hecho de dejarse llevar por tales inclinaciones;
es decir, cuando no han adquirido el carácter de una irrefrenable compulsión
neurótica. La moral cristiana fundamenta su rechazo de la homosexualidad en
que tal práctica está en contradicción con la estructura y finalidad anatómica,
fisiológica y psicológica de la sexualidad integral de la persona humana. Por eso,
dicha práctica es en sí gravemente desordenada y no puede recibir aprobación
en ningún caso (Cfr. CES 8).

Actitud pastoral comprensiva y eficaz

137. En cuanto a la actitud pastoral ante la homosexualidad, las personas


homosexuales "deben ser acogidas con comprensión, y deben ser sostenidas en
la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social.
También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia" (CES 8).

Es preciso lograr que el invertido no se considere un ser aparte, segregado de la


sociedad humana, hay que hacerle sentir que su problema es uno entre tantos
de los que afligen al hombre, ante el que cabe también una actitud ética. Es
preciso también paliar su vacío afectivo mediante una acogida sincera en una
comunidad que le incorpore sin prevenciones y mediante el desarrollo de
actividades profesionales, culturales, sociales, asistenciales y religiosas que le
hagan sentirse útil en las múltiples esferas de la vida, que no tienen que estar
condicionadas por su problemática peculiar.

Hombres y mujeres, muchachos y muchachas, niños y niñas

138. En la familia y en la calle, en el trabajo y en las recreaciones están juntos


hombres y mujeres, muchachos y muchachas. Esto es bueno, porque los sexos
se completan mutuamente. El joven conoce las cualidades de la muchacha, la
muchacha las del joven. Se ayudan mutuamente y aprenden a respetarse y
estimarse. Ellos y ellas juegan juntos de niños, sin prestar particular atención a
que son distintos.

Luego viene un tiempo en que por lo general los chicos no quieren saber nada
de las chicas y hasta les parecen tontas y necias. También las muchachas se
separan de los muchachos, que a su juicio son rudos, alborotadores y
sinvergüenzas. Pero este tiempo pasa rápidamente. Al comenzar la madurez,
vuelven a mirarse uno a otro y hasta traban auténticas amistades.

El joven y la joven

139. Más tarde, de esa amistad nace con frecuensia el amor: muchachos y
muchachas no quieren separarse nunca. En esta época del amor los jóvenes se
muestran tiernos uno con otro. Se quieren, se percatan de sus fuerzas sexuales
y se alegran de pensar que pronto serán marido y mujer. Querrían, sobre todo,
unirse entera y carnalmente en su amor, como lo hacen los casados.

Sin embargo, esa unión exigiría una gran responsabilidad del uno con el otro,
responsabilidad que sólo puede asumirse en el matrimonio. Sólo por el
consentimiento irrevocable al contraer matrimonio quedan los novios unidos ante
Dios y ante los hombres. Además, la unión carnal se ordena a la generación de
nueva vida. Un hijo sólo puede nacer y crecer en al matrimonio, con el padre y la
madre y en un verdadero hogar. Por eso sólo en el matrimonio está el amor
sexual conforme con la voluntad de Dios y con la naturaleza del hombre.

Según la enseñanza permanente de la Iglesia, todo acto genital humano debe


mantenerse dentro del cuadro del matrimonio; la unión carnal no puede ser
legítima sino cuando se, ha establecido una definitiva comunidad de vida entre
un hombre y una mujer (Cfr. CES 7).

La castidad cristiana es una forma de libertad


140. Los muchachos y muchachas no deben tener entre sí trato carnal ni buscar
en el pecado solitario satisfacción a su placer. Como miembros que son del
Cuerpo de Cristo, deben ser castos. La castidad es virtud que exige dominio de
sí mismo, lucha permanente contra la inclinación al mal. La castidad es una
forma de libertad espiritual, una fuente de verdadera y profunda alegría. El joven
y la joven pueden lograr esta liberación ;por la gracia de Jesucristo (Cfr. Rm 7,
23).

La castidad cristiana es una manifestación del triunfo de Jesucristo resucitado en


nosotros, un signo de la presencia santificadora del Espíritu Santo en nuestra
alma y en nuestro cuerpo. La castidad cristiana generosa y alegre es un camino
de maduración de la personalidad: supone superación del propio egoísmo,
capacidad de sacrificio por el bien de los demás, nobleza y lealtad en el servicio
a un ideal elevado. Es una excelente preparación para un matrimonio según el
plan de Dios.

Para ser castos hemos de apoyarnos en Cristo

141. Para ser fieles a Dios en la castidad es necesario apoyarnos en Cristo: "...
hoy también, y más que nunca, deben emplear los fieles los medios que la
Iglesia ha recomendado siempre par mantener una vida casta: disciplina de los
sentidos y de la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas,
guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso
frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.

Los jóvenes, sobre todo, deben empeñarse en fomentar su devoción a la


Inmaculada Madre de Dios y proponerse como modelo la vida de los santos y de
aquellos otros fieles cristianos, particularmente jóvenes que se señalaron en la
práctica de la castidad.

En particular es importante que todos tengan un elevado concepto de la virtud


de la castidad, de su belleza y de su fuerza de irradiación. Es una virtud que
hace honor al ser humano y que le capacita para un amor verdadero,
desinteresado, generoso y respetuoso de los demás" (CES 12).

Elementos necesarios para la gravedad moral del pecado

142. El sexto mandamiento se rige por las mismas normas y principios generales
que regulan el resto de la moral. Como en los demás casos, sólo se comete un
pecado mortal cuando hay conciencia de que la materia es grave y se da la
necesaria deliberación y la libertad requerida por parte del inidividuo.

La sexualidad humana, integrada en el contexto de la experiencia de fe

143. La sexualidad humana alcanza su nivel más profundo cuando queda


integrada en el contexto de la vida de fe. El respeto al propio cuerpo se traduce
en gloria de Dios y cumplimiento de su voluntad. Es la voluntad de Dios la que
resplandece a través del cuerpo, esto es, de la vida humana en cada una de sus
dimensiones (Cfr. Hb 10, 5-7), también la sexual.
En la experiencia de fe, la moral sexual depende ya de la relación directa que el
cuerpo tiene con el Señor. Nuestros cuerpos son miembros de Cristo y templos
del Espíritu. Así lo vio San Pablo: "¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo? y ¿voy a quitarle un miembro a Cristo para hacerlo
miembro de una prostituta? ¡Ni pensarlo! ¿No sabéis que unirse a una prostituta
es hacerse un cuerpo con ella? Lo dice la Escritura: Serán los dos una sola
carne. El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación.
Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo. Pero el que
fornica, peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo? El habita en vosotros, porque lo habéis recibido de
Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio
por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestros cuerpos!" (1 Co 6, 15-20).

Maduración humana y cristiana: exigencias del amor humano

144. Ningún logro como el del amor. Es algo que no tiene precio. Como dice el
Cantar de los Cantares: "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las
riquezas de su casa, se haría despreciable" (8, 7). Ahora bien, el logro humano
del amor se prepara no sólo por la adquisición de unos conocimientos, sino en
un clima de auténtico, desarrollo que se manifiesta en la amistad, la alegría, el
dominio de sí mismo, el respeto al otro, el sentido de responsabilidad y la
experiencia de la oración. Por lo que a la sexualidad se refiere, el equilibrio de la
persona no se consigue solamente por la información sobre las realidades de la
vida sexual. Requiere la educación de la afectividad, la formación del carácter, el
descubrimiento del sentido de la propia existencia y el desarrollo de una; vida de
fe.

En cualquier situación el hombre ha de amar

145. El matrimonio es, ciertamente, una de las formas de vida a través de las
cuales se realiza la persona humana, si realmente está orientada y sostenida por
un amor profundo y generoso (Cfr. GS 49). Sin embargo, la persona humana
también puede realizarse plenamente a través de otras formas de vida que no
son la del matrimonio; por ejemplo, en el celibato, consagrado o simplemente
aceptado. Para ello es necesario que quienes han elegido o aceptado una vida
de celibato, entreguen también su vida al bien de los demás. En cualquier
situación el hombre ha de amar. Esta es su fundamental vocación. El cuerpo no
sirve sólo para la unión sexual. En el cuerpo se manifiesta la bondad del
hombre, su sinceridad, el compromiso de proclamar la verdad; a través del
cuerpo realiza el hombre su entrega al servicio de los demás; en suma, el
cuerpo expresa de mil modos lo que hay en el hombre, mejor, lo que el hombre
es. El hombre ha de servir a los demás con todo su ser espiritual y corporal.
Contribuye a la transformación del mundo y al bien de la sociedad, con todo su
ser. Su vida puede ser fecunda de muchas maneras, con su trabajo inteligente,
con su servicio a los demás.

Hombre y mujer casados o célibes, expresiones complementarias del


Reino de Dios
146. Si se renuncia al matrimonio, no se renuncia por ello a la personalidad
masculina o femenina. La condición sexual del hombre en su doble función de
alteridad y fecundidad (creativa) no puede ser negada, sino orientada. Aunque
no todas las posibilidades sexuales se ejerciten, no disminuye por ello la
personalidad, o la dignidad del hombre o de la mujer. Conviene además recordar
que el sexo no se reduce exclusivamente a la dimensión genital, ni menos aún al
placer. Las diversas cualidades del cuerpo, del corazón, de la inteligencia, etc.,
del hombre y la mujer configuran y distinguen la personalidad de cada uno. El
hombre y la mujer, el célibe y el casado, son insustituibles para expresar de
manera complementaria la vocación humana y la plenitud del Reino de los
Cielos (Cfr. Mt 19, 10-12).

Hacia la plenitud humana por el camino evangélico

147. Tanto los casados, como los célibes están llamados a una vida santa. La
conducta del cristiano debe orientarse en un caso y en otro, no de acuerdo con
el automatismo del instinto o según los imperativos del egoísmo humano, sino
según las exigencias liberadoras de la castidad evangélica. La plena realización
de la vocación humana y el secreto de la felicidad auténtica no consiste en vivir
para el placer, sino para los otros y para Dios. Lograremos nuestra plenitud
humana si andamos generosamente el camino evangélico de las
Bienaventuranzas.

Tema 40. NO SE PUEDE SERVIR A DIOS Y AL DINERO (7.° Y 10.°


MANDAMIENTOS)

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Presentar el 7° y 9.0 Mandamientos del Decálogo, que son: No robarás ni codiciarás


nada que sea de tu prójimo,

o Anunciar: que Jesús, en el Evangelio, nos invita no sólo a no robar y no codiciar, sino a
dar y a compartir cuanto tenemos con los otros. El cristianismo lleva consigo la necesidad de una
comunidad de corazones; y la comunidad de corazones contiene una exigencia de efectiva comunidad
de bienes.

La posesión de bienes materiales no lo es todo. El hombre busca algo


infinitamente más valioso

148. A veces encontramos en el preadolescente un deseo de bienestar, de


comodidades y satisfacciones materiales. Muchos, por el influjo del ambiente en
que viven, desean tener siempre a su disposición cantidades importantes de
dinero, como signo de independencia; gastan fácilmente sin valorar el trabajo de
sus padres, o sin acordarse de lo que supone para muchos hombres ganar con
su trabajo el sustento suyo y de su familia. Al mismo tiempo se dan también en
el preadolescente el deseo de la alegría compartida con los amigos, el gozo de
ser útil a los otros, la satisfacción de ver un trabajo terminado o una dificultad
vencida. Siente muchas veces el atractivo de un ideal de servicio a los demás,
de cooperación, de sacrificio por el bien del prójimo. Ni poseer bienes
materiales, ni conquistar placeres satisface plenamente al hombre.

El afán de posesión de bienes materiales, un pozo sin fondo

149. Hay quienes ponen toda su confianza y seguridad en la posesión de bienes


materiales; pero quienes se mueven por el amor a Dios y al prójimo se sienten
más felices y más seguros cuando comparten sus bienes con el prójimo. No
esperan la felicidad de la acumulación de riquezas. Su deseo es darse a los
demás, hacer el bien. Nuestra cultura económica tiende a incapacitarnos para
pensar... Es éste un problema particularmente grave de nuestro tiempo. El afán
de encontrar la seguridad en la posesión de bienes es un pozo sin fondo, que
deja al hombre siempre insatisfecho. No se sacia. Pretende poseerlo todo y
poseerlo siempre. ¡Un imposible!

"No codiciarás los bienes ajenos": décimo mandamiento

150. Ante el deseo del hombre de poseer cada vez más, sin ocuparse de los
otros, el Antiguo Testamento presenta el mandamiento del Decálogo que dice:
"No codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno:
nada que sea de tu prójimo" (Dt 5, 21).

Distintas formas de robo, inspiradas por la codicia

151. Numerosos pasajes de la Escritura denuncian los atentados contra el


prójimo, inspirados por la codicia. La codicia conduce a distintas formas de robo.
Así, lleva al comerciante a falsear las balanzas, a especular y a hacer dinero de
todo (Am 8, 5-6; Si 26, 29; 27, 1-2); al rico a hacer extorsiones y acaparar
propiedades (Am 5, 12; Is 5, 8; Mi 2, 2), a explotar a los pobres (Ne 5, 1-5; 2 R 4,
1; Am 2, 6), incluso negando el salario merecido (Jr 22, 13); al jefe y al juez a
exigir cohechos (Is 33, 15; Mi 3, 11; Pr 28, 16), a violar el derecho (Is 1„ 23; 5,
23; Mi 7, 3).

La codicia, opuesta al amor del projimo

152. La codicia es directamente opuesta al amor del prójimo y, sobre todo, de


los pobres, a los que la ley debe proteger (Ex 20, 17; 22, 24; Dt 24, 10-21).
Mientras que Yahvé prescribe: "No endurezcas tu corazón" (Dt 15, 7), el
codicioso es un hombre que tiene el alma seca (Si 14, 8-9), pues no tiene
compasión (27, 1). Los jefes codiciosos, cautivados por su interés, como lobos
que desgarran su presa, recurren incluso a la violencia para aumentar sus
ganancias (Ha 2, 9; Jr 22, 17) y afirmar su voluntad de dominio (Ez 22, 27).

"No robarás": séptimo mandamiento

153. Según este desarrollo bíblico, la codicia de los bienes ajenos del décimo
mandamiento conduce a la transgresión del séptimo, que dice: "No robarás" (Dt
5, 19). Hay formas enmascaradas de robar. Es mal adquirida, en efecto, la
riqueza que acaba por excluir de los bienes de la tierra a la masa de los
hombres, reservándolos a algunos privilegiados (Is 5, 8; Jr 5, 27-28).

"Revestís vuestras paredes y desnudáis a los hombres"

154. "Vosotros revestís vuestras paredes y desnudáis a los hombres. El pobre


desnudo gime en tu puerta, y ni le miras siquiera. Es un hombre desnudo quien
te implora y tú sólo te preocupas de los mármoles con que cubrirás tus
pavimentos. El pobre te pide dinero y no lo obtiene: es un hombre que busca
pan y tus caballos mascan el oro bajo sus dientes. Te gozas en los adornos
preciosos, mientras otros no tienen que comer. ¡Qué juicio más severo te estás
preparando, oh rico! El pueblo tiene hambre y tú cierras los graneros, el pueblo
implora y tú exhibes tus joyas. ¡Desgraciado quien tiene facultades para librar a
tantas vidas de la pobreza y no quiere! Las vidas de todo un pueblo habrían
podido salvar las piedras de tu anillo" (San Ambrosio, Libro de Nabuthe, PL 14,
1394).

La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y


absoluto

155. El Papa Pablo VI dice en la encíclica Populorum Progressio, tras hacer


referencia al pasaje bíblico de 1 Jn 3, 17: "Sabido es con qué firmeza los Padres
de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a
los que se encuentran en necesidad: "No es parte de tus bienes —así dice San
Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha
sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para
todo el mundo y no solamente para los ricos." Y también: "... la propiedad
privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay
ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia
necesidad cuando a los demás les falta lo necesario. En una palabra: el derecho
de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común,
según la doctrina tradicional de los Padres de la Iglesia y de los grandes
teólogos" (PP 23).

No es posible servir a Dios y al dinero. "¡Ay de vosotros los ricos!"

156. El Evangelio es muy duro en relación con las riquezas. El "¡ay de vosotros,
los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo!" (Le 6, 24), suena a condenación
severa. El Evangelio del Reino anuncia el don total de Dios; para recibirlo hay
que darlo todo; para adquirir la perla preciosa, el tesoro único hay que venderlo
todo (Mt 13, 45-46), pues no se puede servir a dos señores (Mt 6, 24). El dinero
es un amo implacable: ahoga la palabra del Evangelio (Mt 13, 22); hace olvidar
lo esencial, la soberanía de Dios (Le 12, 15-21); detiene en el camino del
evangelio a los corazones mejor dispuestos (Mt 19, 21-22). El rico que tiene en
este mundo sus bienes (Lc 16, 25) y su consuelo (6, 24) no puede entrar en el
Reino: sería más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja (Mt 19, 23-24).
Sólo los pobres son capaces de acoger la buena nueva (Is 61, 1; Lc 4, 18; 1,
53). He aquí el camino que Jesús propone a sus seguidores: "El que no renuncia
a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío" (Lc 14, 33). El que sirve a Dios,
da su dinero a los pobres; el que sirve al dinero, lo guarda para apoyarse en él.
La distancia entre el Decálogo .y el Evangelio es aquí muy mar-cada.

No sólo "no robarás", sino que además, darás, compartirás

157. No sólo "no robarás", sino que además darás. Renunciar a la riqueza no es
necesariamente dejar de ser propietario. Incluso entre los allegados a Jesús
hubo algunas personas acomodadas, y un hombre rico de Arimatea fue el que
recibió en su tumba el cuerpo de Jesús (Mt 27, 57). El evangelio no quiere que
se deshaga uno de su fortuna como de un peso molesto; lo que pide es que la
comparta con los pobres ,(Mt 19, 21; Lc 12, 33; 19, 8); haciéndose amigos con el
dinero injusto pueden también los ricos esperar que Dios les abra el difícil
camino de la salvación (Lc 16, 9). Como a Zaqueo (Le 19, 8), Jesús pide a todos
un signo (suficientemente claro y variable según los casos) de que el verdadero
dios de cada uno no es el dinero. Muchos, no obstante, son invitados a dejarlo
todo (Mt 19; 21; Lc 12, 33). Lo escandaloso no es que haya un rico Epulón y un
pobre Lázaro, sino que Lázaro quiera alimentarse con las migajas que caen de
la mesa del rico y no se le dé nada (Le 16, 21).

Quien posee, es bueno cuando da

158. San Juan Crisóstomo nos exhorta a ser generosos y a menospreciar las
riquezas: "¿Cómo puede ser bueno el que posee riqueza? No puede así
afirmarse eso, sino que es bueno cuando da a los otros. Es bueno cuan-do no
tiene, cuando se la da a los otros, entonces es bueno. Mientras guarda, no
puede ser bueno. Ahora bien, ¿cómo puede ser bueno algo que, retenido,
muestra que somos malos y, desechado, buenos? Luego lo que nos hace
parecer buenos no es el tener, sino el no tener riquezas. Luego la riqueza no es
un bien. Y si pudiendo tomarla la dejas, entonces te muestras bueno" (Homilía
XII, 3 y 4, PG 62, 562).

El Nuevo Testamento, tiempo del Don. Cuando se ha recibido mucho de


Dios, todo cálculo resulta escandaloso

159. El Nuevo Testamento, poniendo plenamente de relieve la generosidad de


Dios, trastornó las perspectivas humanas. Es verdaderamente el tiempo del don
(Jn 4, 10; Rm 5, 7ss). El don a los demás adquiere así un significado y una
amplitud jamás conocida. La codicia que se opone a la actitud de dar debe
combatirse siempre. Ahora debe ser superada ya la máxima "doy para que me
des" (Lc 14, 12ss). Cuando se ha recibido tanto de Dios, todo cálculo y toda
estrechez de corazón resultan escandalosos. "Da a quien te pida" (Mt 5, 42).
"Habéis recibido gratis, dad gratis" (Mt 10, 8). El cristiano está llamado a
considerar todo como riquezas de las que sólo es administrador y que le han
sido confiadas para el servicio de los demás (1 P 4, 10-11). La generosidad con
los demás es también una gracia, fruto del amor que procede de Dios.

Cada cual dé según el dictamen de su corazón. Dios ama al que da con


alegría

160. "El que siembra escasamente, dice Pablo a los Corintios, escasamente
cosecha, y el que siembra a manos llenas, a manos llenas cosecha. Cada cual
dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios
ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia a
fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante
para toda obra buena. Como dice la Escritura: Re-partió a manos llenas; dio a
los pobres, su justicia permanece eternamente. Aquel que provee de simiente al
sembrador y de pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra sementera
y aumentará los frutos de vuestra justicia. Sois ricos en todo para toda largueza,
la cual provocará por nuestro medio acciones de gracias a Dios" (2 Co 9, 6-11).

¡Bienaventurados los pobres! Vuestro es el Reino de Dios

161. Al comenzar Jesús su predicación inaugural con la bienaventuranza de los


pobres: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (Lc 6,
20; Mt 5, 3), quiere hacer que se reconozca en ellos a los privilegiados del Reino
que anuncia (St 2, 5). Como lo cantaba María, la humilde sierva del Señor (Lc 1,
46-55), ha llegado ya la hora en que se van a realizar las promesas de otros
tiempos: "Los pobres comerán y que-darán saciados" (Sal 21, 27), son
convidados a la mesa de Dios (Cfr. Lc 14, 21). Jesús aparece así como el
Mesías de los pobres (Is 61, 1; Lc 4, 18; Mt 11, 5). En realidad, fueron sobre
todo los humillados los que acudieron a Jesús (Mt 11, 25; Jn 7, 48-49).

Amarán dando, compartiendo

162. Todo esto sólo puede ser comprendido por el hombre nuevo. Este nace de
Dios y descubre el valor real de las cosas. Sin ese renacer, las riquezas se
vuelven en manos del hombre frutos de iniquidad (Lc 16, 9), y el vender los
bienes y darlos a los pobres no sirve de mucho: "Aunque repartiera todos mis
bienes, y entragara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me
aprovecha" (1 Co 13, 3). Toda acción que no termine en el amor está viciada de
raíz: Amarás dando.

Destino universal de los bienes

163. Según la enseñanza de la Iglesia, "Dios ha destinado la tierra y cuanto ella


contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes
creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la guía de la justicia y con
la compañía de la caridad" (GS 69). Aunque los hombres tienen derecho a
poseer bienes y a disponer de ellos libre-mente, dentro de alguna de las formas
de la propiedad privada, jamás deben perder de vista el destino universal de los
bienes que poseen. "Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas
exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también
como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino
también a los demás" (GS 69). Por ello, "quien se halla en situación de
necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para
sí" (GS 69).

Según la doctrina de los padres y doctores de la Iglesia todos estamos obligados


a ayudar a los pobres y no sólo con los bienes superfluos, sino también con los
bienes que consideramos como necesarios para nosotros: "Alimenta al que
muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas (Cfr. Gratiani, Decretum
c. 21 dist 86)" (GS 69). Se ha de ayudar a los pobres, tanto a los individuos
como a los pueblos pobres, de modo que ellos lleguen a ser capaces de
ayudarse a sí mismos y de lograr por su propia actividad responsable el
desarrollo económico y social. Una de las formas de contribuir hoy a la más justa
distribución de los bienes y ser-vicios es procurando que se promulguen leyes
fiscales justas y pagando los impuestos.

Las diversas formas de propiedad privada

164. Todos los hombres tienen derecho a acceder a la propiedad y a otras


formas de dominio privado de los bienes; y la sociedad tiene el deber de
favorecer las circunstancias y fomentar los medios para que este derecho se
convierta en realidad. Cuando la Iglesia defiende este derecho de pro-piedad
privada piensa, sobre todo, en el derecho de aquellos que no poseen.

"La propiedad, como las demás formas de dominio privado sobre los bienes
exteriores, contribuye a la expresión de la persona y lo ofrece ocasión de ejercer
su función responsable en la sociedad y en la economía. Es por ello muy
importante fomentar el acceso de todos, individuos y comunidades, a algún
dominio sobre los bienes externos.

La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a


cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y
familiar y deben ser considerados como ampliación de la libertad humana. Por
último, al estimular el ejercicio de la tarea y de la responsabilidad, constituyen
una de las condiciones de las libertades civiles.

Las formas de dominio o propiedad son hoy diversas y se diversifican cada día
más. Todas ellas, sin embargo, continúan siendo elemento de seguridad no
despreciable aun contando con los fondos sociales, derechos y servicios
procurados por la sociedad. Esto debe afirmarse no sólo de las propiedades
materiales, sino también de los bienes inmateriales, como la capacidad
profesional.
El derecho de propiedad privada no es incompatible con las diversas formas de
propiedad pública existentes" (GS 71).

Por razones de bien común la autoridad pública tiene el derecho de decidir la


expropiación forzosa de determinados bienes, supuesta la compensación
adecuada. Por lo demás, toca a la autoridad pública "impedir que se abuse de la
propiedad privada en contra del bien común (GS 71).

El valor del trabajo humano. El deber y el derecho al trabajo. Remuneración


del trabajo

165. Para respetar los derechos de las personas sobre los bienes materia-les se
ha de tener en cuenta que entre los distintos elementos de la actividad
económica el más importante de todos es el trabajo. El trabajo humano es una
expresión de la persona humana y tiene por ello un valor singular. "El trabajo
humano que se ejerce en" la producción y en el comercio o en los servicios es
muy superior a los restantes elementos de la vida económica, pues estos últimos
no tienen otro papel que el de instrumentos.

Pues el trabajo humano, autónomo o dirigido, procede inmediatamente de la


persona, la cual marca con su impronta la materia sobre la que trabaja y la
somete a su voluntad. Es para el trabajador y para su familia el medio ordinario
de subsistencia; por él el hombre se une a sus hermanos y les hace un servicio,
puede practicar la verdadera caridad y cooperar al perfeccionamiento de la
creación divina. No sólo esto. Sabemos que, con la oblación de su trabajo a
Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio
al trabajo una dignidad sobresaliente laborando con sus propias manos en
Nazaret. De aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, así
como el derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar,
según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar
la oportunidad de un trabajo suficiente. Por último, la remuneración del trabajo
debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano
material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la
productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien
común.

La actividad económica es de ordinario fruto del trabajo asociado de los


hombres; por ello es injusto e inhumano organizarlo con daño de algunos
trabajadores" (GS 67).

La participación de los trabajadores en las decisones económicas

166. En relación con los derechos de las personas sobre los bienes materiales
tiene hoy especial importancia el derecho de los trabajadores a participar en las
decisiones de la empresa y en general en las decisiones de política económica:

"En las empresas económicas son personas las que se asocian, es decir,
hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios. Por ello, teniendo en
cuenta las funciones de cada uno, propietarios, administradores, técnicos,
trabajadores, y quedando a salvo la unidad necesaria en la dirección, se ha de
promover la activa participación de todos en la gestión de la empresa según
formas que habrá que determinar con acierto. Con todo, como en muchos casos
no es a nivel de empresa, sino en niveles institucionales superiores, donde se
toman las decisiones económicas y sociales de las que dependen el porvenir de
los trabajadores y de sus hijos, deben los trabajadores participar también en
semejantes decisiones por sí mismos o por medio de representantes libremente
elegidos" (GS 68).

El derecho de asociación de los trabajadores

167. Para que sean convenientemente respetados los derechos de los


trabajadores es necesario que los trabajadores se asocien. El derecho a la
asociación es un derecho fundamental.

"Entre los derechos fundamentales de la persona humana debe contarse el


derecho de los obreros a fundar libremente asociaciones que representen
auténticamente al trabajador y puedan colaborar en la recta ordenación de la
vida económica, así como también el derecho de participar libremente en las
actividades de las asociaciones sin riesgo de represalias. Por medio de esta
ordenada participación, que está unida al progreso en la formación económica y
social, crecerá más y más entre todos el sentido de responsabilidad propia, el
cual les llevará a sentirse colaboradores, según sus medios y aptitudes propias,
en la tarea total del desarrollo económico y social y del logro del bien común
universal" (GS 68).

El derecho a la huelga

168. Un aspecto importante de la defensa de los derechos de los trabajadores


es la huelga:

"En caso de conflictos económico-sociales hay que esforzarse por encontrarles


soluciones pacíficas. Aunque se ha da recurrir siempre primero a un sincero
diálogo entre las partes, sin embargo, en la situación presente, la huelga puede
seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los
derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadotes. Búsquense,
con todo, cuanto antes, caminos para negociar y para reanudar el diálogo
conciliatorio" (GS 68).

Comunidad de corazones y comunidad de bienes

169. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, en la descripción que se hace


de la vida de la comunidad primitiva (Hch 2, 42-45; 4, 32-35), se nos presenta
como un valor genuinamente cristiano la comunidad de bienes que alcanza "a
cada uno según sus necesidades". Con esto no se anula el derecho de
propiedad privada, pero sí se insinúa cuál es el ideal de vida más conforme con
el Evangelio. Lo fundamental es la comunidad de corazones, fundada en
Jesucristo. La fe común en Jesucristo, la unión con Cristo por el Bautismo y por
la Eucaristía, exigen una caridad fraterna en virtud de la cual se reconozca a
todos la igual dignidad de hijos de Dios, y reine entre todos un amor profundo.

Esta comunión espiritual debe expresarse también en la tendencia a la


comunidad de bienes en el orden material. La colecta en favor de los santos,
que San Pablo propone a la comunidad de Corinto (Cfr. 2 Co 8 y 9), no supone
una venta de los bienes para repartir su precio y consumirlo, pero sí exige poner
los propios bienes al servicio de las necesidades de la comunidad. Es una de las
consecuencias de nuestra condición de miembros del cuerpo de Cristo (1 Co 12,
26). Este espíritu evangélico en el mundo actual debe manifestarse
especialmente en la realización de la justa distribución de bienes y servicios, en
la eliminación de las desigualdades injustas, en la atención especial a los más
necesitados, y en la solidaridad y amor mutuo entre los miembros de la
sociedad. La vida cristiana implica comunidad de corazones y tiende a crear una
efectiva comunidad de bienes.

Una generosidad, según la cual los hombres seremos juzgados

170. La verdadera riqueza no es la que se posee, sino la que se da, pues este
don atrae la generoscidad de Dios, unel al que da y al que recibe y da al mismo
rico la ocasión de experimentar que hay "más dicha en dar que en recibir" (Hch
20, 35). Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, acoger al forastero,
vestir al desnudo, atender al enfermo, ocuparse del prisionero... son obras de
misericordia, según las cuales cada uno de los hombres será juzgado (Mt 25,
31-46). Estos actos humanitarios, aparentemente de orden temporal, realizan la
máxima dimensión religiosa: la relación personal e inmediata con Cristo, camino
único para llegar a Dios.

Tema 41. CAMINAR EN LA VERDAD (8.° MANDAMIENTO)

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Presentar el 8.0 Mandamiento del Decálogo, "No darás falso testimonio contra tu prójimo", "No
mentirás".

 Anunciar que Jesús, en el Evangelio, nos invita no sólo a no dar falso testimonio, sino a perdonar
siempre, y no sólo a no mentir, sino a caminar en la verdad, can sencillez, sin hipocresía. Jesus nos
invita a ser de la verdad. Es un modo importante de amar al hermano.

La sinceridad, condición indispensable. Idealización y fantasía


171. El preadolescente comienza a valorar la sinceridad como condición
indispensable para una buena relación con el otro. Estima a quien se manifiesta
como es. Cuando hay sinceridad en la relación mutua, surge la comunicación, el
diálogo, la cooperación. Sin ella, no es posible la amistad, el amor, el encuentro
con los otros. Probablemente, la sinceridad que el preadolescente exige a los.
demás es mayor que la que él mismo es capaz de aportar. La realidad es dura
para él. Entonces, la salida fácil consiste en negarla. Con ello trata
inconscientemente de reconstruir de modo ideal las situaciones y también las
personas. Se refugia así en la idealización y la fantasía.

La máscara, una situación ficticia, inauténtica, falsa

172. Por la sinceridad caminamos hacia la verdad, a la que profundamente


aspiramos. Esto supone una lucha constante con la máscara que podemos
ponemos en la relación con los demás e incluso ante nosotros mismos. No nos
mostramos como somos, sino según la representación, el papel que tenemos
que hacer ante los demás. La máscara establece al individuo en una situación
ficticia, inauténtica. Motivaciones falsas (ambiente, prestigio social, querer
aparentar) pueden decidir sobre opciones muy importantes: profesión, amigos,
estado de vida. La máscara es un modo de no caminar en la verdad.

La mentira, fraude en la relación con el otro

173. Junto a la máscara (generalmente menos consciente) aparece la mentira, el


desacuerdo entre lo que se manifiesta y lo que se piensa o se siente. La mentira
es un fraude en la relación personal. Es algo que impide una relación auténtica,
destruye la relación con el otro, a quien se ve como enemigo y de quien uno se
defiende o se sirve.

"No darás testimonio falso contra tu prójimo": octavo mandamiento

174. La Ley y los profetas llevan a efecto una defensa de la verdad en las
relaciones humanas. La mentira y el falso testimonio son un pecado contra la
Alianza: destruyen la convivencia entre los hombres. En el Antiguo Testamento,
la prohibición de la mentira atiende originariamente a un contexto social preciso:
el del falso testimonio en los procesos. Así surge el precepto del Decálogo: "No
darás testimonio falso contra tu prójimo" (Dt 5, 20; cfr. Ex 20, 16).

Esta mentira, dicha bajo juramento, es además una profanación del nombre de
Dios (Lv 19, 12). Este sentido restringido subsiste en la enseñanza moral de los
profetas y de los sabios (Pr 12, 17; Za 8, 17).

No mentirás

175. La defensa de la verdad, que lleva a efecto el Antiguo Testamento,


desborda el marco particularmente grave y solemne de los procesos judiciales
para afectar también al de la vida ordinaria (Os 4, 2; 7, 1; Jr 9, 7; Na 3, 1). "El
Señor aborrece el labio embustero" (Pr 1-2, 22); a El no se le puede engañar (Jb
13, 9). El mentiroso camina hacia su ruina (Sal 5, 7; Pr 12, 19). Como dice el
libro del Eclesiástico: "La mentira es una infamia para el hombre, no se cae de la
boca de los necios; mejor es el ladrón que el embustero: los dos heredarán la
perdición; el mentiroso vive deshonrado y siempre lo acompaña su afrenta" (Si
20, 24-26). Así, con unas y otras palabras, la Ley y los profetas vienen a decir:
no mentirás.

No sólo no dará falso testimonio contra tu prójimo, sino que además


perdonarás

176. Una vez más, el Evangelio asume y supera las perspectivas del Decálogo:
no sólo "no darás testimonio, falso contra tu prójimo", sino que, además,
"disculparás, perdonarás". Este progreso había sido preparado en los siglos
inmediatamente precedentes a Jesús. Así, por ejemplo, el libro del Eclesiástico
presenta como necesario el perdonar al prójimo para obtener el perdón de Dios:
"
Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No
tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es
carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?" (Si 28, 2-5). El libro de
la Sabiduría completa esta lección recordando al justo que en sus juicios debe
tomar como modelo la misericordia del Señor (Sb 12, 19.22).

Es preciso perdonar siempre

177. La parábola del deudor inexorable inculca con fuerza la necesidad del
perdón (Mt 18, 23-35); en ella insiste Jesús (Mt 6,14-15) y nos invita a recordarla
cada día: "Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los
que nos han ofendido" (Mt 6, 12). Con ello, nos insta a ser misericordiosos,
como el Padre es misericordioso (Lc 6, 35-38; Mt 5, 43-48). En el Evangelio, el
perdón no es sólo una condición previa de la vida nueva, sino uno de sus
elementos esenciales; Jesús prescribe, por tanto, a Pedro que perdone sin
cesar: "Hasta setenta veces siete" (Mt 18, 22).

No sólo no mentirás, sino que además caminarás en la verdad con


sencillez

178. No sólo "no mentirás", sino que, además, "caminarás en la verdad", con
sencillez, sin hipocresía. En el Nuevo Testamento formula Jesús la obligación de
una sinceridad total: "A vosotros os baste decir sí o no" (Mt 5, 37; St 5, 12), y
Pablo hace de ello su regla de conducta (2 Co 1, 17ss.). Así vemos reiteradas
las enseñanzas del Antiguo Testamento, aunque con una motivación más
profunda: "No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo con
sus obras. Y revestíos del nuevo" (Col 3, 9-10); "dejaos de mentiras, hable cada
uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros" (Ef 4, 25). La
mentira sería una vuelta a la naturaleza pervertida; iría contra nuestra
solidaridad en Cristo. Se comprende que, según los Hechos, Ananías y Safira al
mentir a Pedro mintieran en realidad al Espíritu Santo (Hch 5, 1-11). La
perspectiva de las relaciones sociales queda desbordada cuando entra en
juego la comunidad cristiana.
La convivencia civil auténtica se funda en la verdad

179. La convivencia fraterna entre los miembros de la sociedad debe apoyarse


en la verdad. El Papa Juan XXIII decía: "la convivencia civil sólo puede juzgarse
ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana, si se funda en la
verdad. Es una advertencia del apóstol San Pablo: Despojémonos de la
mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos
miembros unos de otros (Ef 4, 25). Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual
reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes
que tiene para con los demás" (Juan XXIII, PT 35).

El derecho a la información

180. Uno de los aspectos fundamentales de una convivencia social fundada en


la verdad es hoy la información objetiva: "El hombre exige, además, por
derecho natural el débido respeto a su persona, la buena reputación social, la
posibilidad de buscar la verdad libremente y dentro de los límites del orden
moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una
profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los
sucesos públicos" (Juan XXIII, PT 12). Los informadores tienen obligación de dar
una información lo más exacta posible de aquellos acontecimientos de la vida
pública, cuyo conocimiento es necesario para que los ciudadanos se formen una
opinión recta y actúen en consecuencia de acuerdo con las exigencias de la
justicia y del bien común. Causa daños graves a la comunidad la información
falsa, la deformación tendenciosa de los hechos, las insinuaciones calumniosas,
la falta de respeto a la vida privada, la calumnia, la difamación, los ataques a los
valores morales y religiosos, etc. Los que reciben la información deben tener
suficiente espíritu crítico para formarse una opinión sólidamente fundada en la
verdad de los hechos y en los criterios morales conforme con el Evangelio.

Sin hipocresía

181. Caminar en la verdad supone alejarse de la hipocresía; son hipócritas


aquellos cuya conducta no expresa los pensamientos del corazón. Jesús los
llama ciegos (Mt 23, 25-26). El hipócrita, a fuerza de querer engañar a los otros,
se engaña a sí mismo y se vuelve ciego para con su propio estado, siendo
incapaz de ver la luz. El hipócrita parece obrar para Dios, pero, en realidad, obra
para sí mismo. Engaña al prójimo para conquistar su estima, para hacerse notar.
Deseoso de quedar bien, sabe elegir entre los preceptos o disponerlos con una
casuística sutil. Así puede filtrar el mosquito y tragarse el camello (Mt 23, 24). La
hipocresía es una tentación permanente (1 P 2, 1-2). El hipócrita no ama a Dios,
tampoco a los demás, ni siquiera se ama verdaderamente a sí mismo.

"La verdad os hará libres"

182. Jesús nos dice: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32). El hombre que miente,
o el que no es sincero consigo mismo o con los demás, trata de defender sus
propios intereses, busca una autojustificación, y en todo caso es esclavo del
parecer de los demás, no pretende dar gloria a Dios sino su propia gloria (Cfr. Jn
5, 44). El hombre que ama la verdad no busca la aprobación de lo que hace,
sino que desea sinceramente ajustar su conducta a la luz de Dios, diciendo la
verdad, haciendo la verdad, siendo verdad. La fidelidad a la verdad, es una
actitud fundamental de la personalidad verdaderamente madura. El amor
auténtico a la verdad implica amor a los demás: amarles tal como ellos son,
reconocer la dignidad de cada persona a pesar de sus pecados y limitaciones.
Quien se aparta conscientemente de la verdad, rompe la coherencia de su
propia unidad interior. Para el cristiano, la plenitud de la verdad es Cristo. El es
"
el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6).

Caminar en la verdad, don de Dios. Si amamos, somos de la verdad

183. Caminar en la verdad es don de Dios, don del Espíritu. Jesús concluye su
revelación, anunciando a sus discípulos la venida del Paráclito. El es, según dice
Jesús insistentemente, el Espíritu de la verdad (Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Guía
hasta la verdad completa (16, 13), y hace posible en nosotros el cumplimiento
del amor. Si amamos somos de la verdad. Como dice San Juan: "Hijos míos, no
amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto
conoceremos que somos de la verdad" (1 Jn 3, 18-19).

ARTICULO 3.—EL HOMBRE NUEVO NACE DE LA


COMUNIDAD Y VIVE EN ELLA: LA IGLESIA
Tema 42.—La Iglesia universal, "un pueblo reunido en virtud de la unidad del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Tema 43.—Somos Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo. Iglesia santa.

Tema 44.— Nacemos a la fe en una comunidad. La Iglesia es Madre.

Tema 45.—Vivir en comunión. Iglesia una.

Tema 46.—La apostolicidad de la Iglesia. Constitución jerárquica del pueblo de


Dios.

Tema 47.—La Iglesia, pueblo carismático. Vocación. Vida religiosa.

Tema 48.—Signo en medio de las naciones. Luz de las gentes.

Tema 49.—La actividad misionera de la Iglesia. Evangelizar a todos los pueblos.


Iglesia católica.
Tema 50.—Pueblo de promesas y comunidad de esperanza.

Tema 51.—María, Virgen y Madre de Dios. Madre e Imagen de la Iglesia.

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar al preadolescente:

• que el hombre nuevo vive en comunión con los hermanos, es un hombre comunitario;

• que nace a la fe y vive en el contexto de una alianza entre Dios y entre los hombres;

• que la Iglesia, en cuanto Pueblo Santo de Dios, comunión de los hombres en Cristo, obra del
amor salvador de Dios en Cristo, participa de la misión del Señor para la vida del mundo.

Tema 42. LA IGLESIA UNIVERSAL, "UN PUEBLO REUNIDO EN VIRTUD DE


LA UNIDAD DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO"

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente tome conciencia de que:

• la salvación es, ante todo, una iniciativa divina;

• la salvación nos viene de Dios por medio de Jesucristo en la Iglesia;

• la Iglesia es radicalmente comunión de Dios con el hombre en Cristo;

• la Iglesia procede del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La comunión entre los
miembros de la Iglesia en Cristo-Jesús es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. La
unidad del misterio trinitario de Dios es fundamento de la unidad de la Iglesia.

¿Dios tiene un plan sobre mi vida?

1. No es raro encontrarnos con afirmaciones tan contrapuestas como las


siguientes. Unos dicen: "Todo es absurdo". Otros: "Todo tiene un sentido". Unos
dicen: "El mundo está regido por un destino ciego, inexorable". Otros: "Dios tiene
un plan sobre mi vida". También nos encontramos con interrogantes tan
fundamentales como éstos: "¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor,
del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten
todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede
dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después
de esta vida temporal?" (GS 10).
Respuestas no cristianas

2. Son muchos los que, arrastrados por un materialismo práctico, no se plantean


este tipo de preguntas. Otros piensan hallar su descanso en una interpretación
de la realidad propuesta de múltiples maneras. Otros esperan del solo esfuerzo
humano la verdadera y plena liberación de la humanidad. Y no faltan quienes,
desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de
quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se
esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo (Cfr.GS 10).

Dios toma la iniciativa de la salvación del hombre

3. Antes de que el hombre pensara en liberarse de sus limitaciones


fundamentales, ya Dios había decidido ofrecerle algo que el hombre no podía
sospechar: la posibilidad de participar en la felicidad y en la vida misma de Dios
para siempre. "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2, 4). La
razón está en el amor que Dios tiene al mundo, amor que ha manifestado
enviando a su Hijo Jesucristo. Así lo dice Jesús a Nicodemo: "Tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que
creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16). Dios ha tomado la iniciativa
de la salvación del hombre. Por ello, Dios intervino en la historia, eligiendo al
pueblo de Israel y comunicándole poco a poco su plan de salvación que en
Cristo y por medio de la Iglesia ofrecerá después a todos los hombres. En
efecto, el Padre "estableció convocar a quienes creen en Cristo en la Santa
Iglesia, que ya fue prefigurada desde el comienzo del mundo, preparada
admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la antigua Alianza,
constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y
que se consumará gloriosamente al final de los tiempos" (LG 2).

El plan de Dios, esbozado en el Antiguo Testamento

4. Por la acción de Dios en medio de la historia, Israel llega a comprender que


Dios tiene un plan sobre el mundo. La historia humana no se desenvuelve según
los impulsos de un destino ciego, sino que está polarizada de un extremo a otro
por un término, señalado antes de la creación del mundo. Por ello dice el libro de
la Sabiduría que Dios lo dispuso todo "con peso, número y medida" (Sb 11, 20).

En efecto, oculto durante mucho tiempo, el plan de Dios fue esbozado en la


revelación del Antiguo Testamento: elección de los antepasados de Israel,
promesa de una posteridad y de una tierra, cumplimiento de la promesa a través
de los acontecimientos providenciales que dominan el éxodo, la alianza del
Sinaí, el don de la Ley, la conquista de Canaán. El plan de Dios es la realidad
fundamental que los profetas dan a conocer al pueblo de Dios: "No hará cosa el
Señor sin revelar su plan a sus siervos los profetas" (Am 3, 7). La oración de
Israel se nutre del conocimiento del plan de Dios, revelado a través de los
hechos (Sal 76; 77; 104; 105). Israel, en suma, se comprende a sí mismo como
implicado en un drama que está en curso, cuyo desenlace sólo le es
parcialmente conocido y hacia el cual Dios hace caminar a la historia: "De
antemano yo anuncio el futuro; por adelantado, lo que aún no ha sucedido. Digo:
Mi designio se cumplirá, mi voluntad la realizo" (Is 46, 10). El plan de Dios es la
salvación, una salvación que será ofrecida a Israel y, con él, a todas las
naciones (Is 2, 1-4; Za 8, 20ss; 14, 16; Is 56, 6-8; 60, 11-14), una salvación que
Dios, en su amor, va dando a conocer, iluminando así el sentido de la existencia.

Jesús, en el centro del plan de Dios. La plenitud de los tiempos

5. Con Jesús, el plan de Dios llega a su etapa decisiva, la plenitud de los


tiempos. Jesús, el enviado del Padre (Mt 15, 24; Jn 6, 57; 10, 36) obra
constantemente en función de ese plan: en cumplimiento de la voluntad del
Padre (Jn 4, 34; 5, 30, 6, 38), y de las Escrituras (Lc 22, 37; 24, 7.26.44; Jn 13,
18; 17, 12; 19, 28.36; 20, 9). Si predica la buena nueva del reino (Mt 4, 17.23), si
cura a los enfermos y arroja a los demonios, es para significar que él es el que
había de venir (Mt 11, 3ss) y que el reino de Dios ha llegado ya (Mt 12,28). El
plan de Dios alcanza una nueva etapa que se sitúa entre la plenitud de los
tiempos y el fin de los siglos: la etapa de la evangelización de los pueblos. Jesús
confía el desarrollo de esta misión a la Iglesia: "Se me ha dado pleno poder en el
cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20).

El plan de Dios, realizado en la Iglesia

6. La Iglesia lleva adelante el plan de Dios. El Evangelio que ella proclama ante
la faz del mundo es el de la salvación acaecida en Jesús, muerto y resucitado,
salvación accesible desde ahora a todos aquellos que crean en su nombre (Hch
2, 36-39; 4, 10ss; 10, 36; 13, 23). San Pablo no hace otra cosa sino anunciar el
plan de Dios en su totalidad (Hch 20, 27). Para los que Dios ama, este plan se
desarrolla conforme a ciertas etapas preparadas de antemano: "sabemos que en
todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que
han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció,
también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los
llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos
también los glorificó" (Rm 8, 28-30).

"Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra"

7. En el himno que abre la carta a los Efesios (Ef 1, 3-14), San Pablo proclama
gozosamente el plan divino de la salvación realizado en la Iglesia, misterio de
elección, de redención, de perdón, de gracia, de bendición, de glorificación;
misterio que nos revela el plan amoroso de Dios Padre, tomado de antemano y
realizado en la plenitud de los tiempos por medio de Cristo: "Por él, por su
sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su
gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos
a conocer el Misterio de su Voluntad. Este es el plan que había proyectado
realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo
todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1, 7-10). Cristo Resucitado,
silenciosamente, como el imán atrae los gránulos de plomo, atrae todo hacia sí,
según las líneas de un trazado progresivamente visible.

La Iglesia, comunión de Dios con el hombre en Jesucristo. La Iglesia,


culminación del misterio de Cristo

8. Según el plan de Dios, Cristo ha sido constituido también "Cabeza suprema


de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef 1,
22-23; cfr. Col. 2, 9-10). De esta manera, en Jesucristo, la Iglesia, es misterio de
comunión entre Dios y los hombres. La Iglesia es ya, en germen, la Nueva
Jerusalén, que contempla el libro del Apocalipsis: "Esta es la morada de Dios
con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con
ellos" (Ap 21, 3). La Iglesia en su aspecto más fundamental es la comunidad de
vida resultante de la participación de los hombres en la gracia de Cristo. En este
sentido, aunque la Iglesia no puede añadir nada a la gracia de Dios, representa,
sin embargo, la culminación del misterio de Cristo (Cfr. LG 7; GS 32d; 40b; 42a).
Por la fe y los sacramentos entramos en comunión con Cristo salvador,
participamos de su muerte y resurrección (Cfr. Rm 6), quedamos constituidos
hijos de Dios y convertidos en miembros de su cuerpo que es la Iglesia (Cfr.Ga
3, 26-29; Me 16, 16; In 3, 3; 6, 53). Estos miembros se unen entre sí en Cristo
Jesús, de una manera especial, por la participación en la Eucaristía. "La unidad
de los fieles que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se
realiza por el sacramento del pan eucarístico (cfr. 1 Co 10, 17)" (LG 3).

La Iglesia, comunión de los hombres entre sí

9. En la persona de Cristo y en su Cuerpo que es la Iglesia, Dios restaura la


unidad de los hombres. Judíos y gentiles son reconciliados y forman un solo
pueblo, el pueblo de Dios. Así Cristo "es nuestra paz. El ha hecho de los dos
pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el
odio" (Ef 2, 14). Aquí, San Pablo alude al muro que separaba el atrio de los
gentiles y el de los judíos en el Templo de Jerusalén (Cfr. Hch 21, 28-29).
Barreras seculares y viejas divisiones son superadas en la unidad de Cristo, que
hace de todos "un solo Hombre Nuevo" (Ef 2, 15): "ya no hay distinción entre
judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en
Cristo Jesús" (Ga 3, 28).

El Espíritu Santo une a los hombres en Cristo; vínculo de unión entre los
miembros de la Iglesia

10. La comunión de todos en el Cuerpo de Cristo se hace posible por la


intervención del Espíritu Santo. El Espíritu, enviado por el Padre y por el Hijo,
nos transforma en hijos de Dios, haciéndonos partícipes de la condición filial de
Jesucristo; infunde en nosotros los sentimientos del mismo Cristo y nos une en
comunión de vida y de amor con El y con el Padre (Cfr. Rm 8, 14-17; Jn 7, 39;
Flp 2, 1-5; Jn 14, 17; 20, 22). "Allí donde está la Iglesia, allí está también el
Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda su
gracia" (S. Ireneo, Adv. Haer III, 24, 1). El Espíritu Santo, que es el vínculo de
unión entre el Padre y el Hijo es también la fuerza que une entre sí a los
discípulos de Cristo en la unidad de la fe y de la caridad. "El Espíritu habita en la
Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cfr. 1 Co 3, 16; 6, 19), y
en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cfr. Ga 4, 6; Ro 8, 15-
16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cfr. Jn 16, 13), la unifica en comunión y
ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y
la embellece con sus frutos (cfr. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza
del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la
unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al
Señor Jesús: ¡Vén! (cfr. Ap 22, 17)" (LG 4).

La Iglesia universal es como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del


Padre y del Hijo del Espíritu Santo"

11. Por tanto, según lo desarrollado en los párrafos precedentes, la Iglesia no es


el resultado de una iniciativa de los discípulos de Jesús, sino un don gratuito que
procede del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un don que manifiesta al mundo
y a cada hombre el plan divino de la salvación. El Concilio Vaticano II recuerda
en repetidas ocasiones este carácter trinitario de la Iglesia; lo expresa en
particular con el siguiente texto de San Cipriano: "Y así la Iglesia universal
aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (LG 4; cfr. GS 24c). Por ser la Iglesia Cuerpo de Cristo, que nos
hace participar en su vida de Hijo de Dios, es, por esto mismo, un misterio de
comunión con la Trinidad: "por medio de El los unos y los otros tenemos acceso,
en un solo Espíritu, al Padre" (Ef 2, 18). La unidad de las tres divinas personas
es el fundamento de la unidad de la Iglesia (Cfr. Ef 4, 4.5.6).

El Padre, por medio de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo,


congrega constantemente a su pueblo, la Iglesia

12. En la liturgia se expresa con frecuencia esta relación íntima de la Iglesia con
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así en la Plegaria Eucarística JI!, el
celebrante, dirigiéndose al Padre, dice: "Santo eres en verdad, Señor, y con
razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor
nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas
a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso". Y después de la consagración, añade:
"Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por
cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el
Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un
solo cuerpo y un solo espíritu". El Padre, por medio de Jesucristo, y con la fuerza
del Espíritu. Santo, congrega y une constantemente a la Iglesia.
Tema 43. SOMOS PUEBLO DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO, IGLESIA
SANTA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

 que Dios "eligió a Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente,
revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo" (LG 9).
Todo esto sucede como figura y preparación de la Nueva Alianza;

 que la Alianza nueva y la revelación completa se hacen en Cristo, el cual nos convoca, a judíos y
gentiles, a formar el nuevo Pueblo mesiánico. La Iglesia es Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo.

Llegamos a ser lo que somos en medio de un pueblo

13. Todo hombre nace en el contexto de una familia, de un pueblo, de una


sociedad. Así vive y llega a ser lo que es en un mundo complejo de relaciones y
en medio de un pueblo que tiene un pasado, un presente y un futuro. Quien no
pertenece a un pueblo no tiene identidad.

Somos creyentes en medio del pueblo de Dios. Iglesia santa

14. La identidad del creyente se realiza también en el seno de un pueblo, el


Pueblo de Dios: "Dios ha dispuesto salvar y santificar a los hombres, no por
separado, sin conexión alguna entre sí, sino constituyéndolos en un pueblo que
le conociera en la verdad y le sirviera santamente" (LG 9). El Pueblo de Dios
tiene un pasado (Israel), un presente (la Iglesia Santa, Nuevo Israel) y un futuro
(un inmenso proyecto de comunión para todos los hombres).

15. El pueblo de Israel tiene conciencia profunda de su peculiaridad en medio de


los demás pueblos. Dicha conciencia surge al reconocer la acción de Dios en su
historia. La Palabra de Dios, hecha acontecimiento, constituye a las tribus
nómadas salidas de Egipto en pueblo, el pueblo de Dios. Se cumple fielmente la
Palabra de Dios dicha a Moisés: "Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo
te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta
montaña" (Ex 3, 12). Israel queda constituido definitivamente como Pueblo de
Dios en la Asamblea del Desierto, reunida para dar culto a Yahvé, el Dios vivo,
el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Desde entonces es la Asamblea de Yahvé
(Nm 20, 4; Ne 13, 1).

Israel, pueblo elegido de Dios

16. En la acción de Dios, Israel toma conciencia de ser Pueblo elegido: "Tú,
Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien
cogí en los confines del orbe, a quien llamé en sus extremos, a quien dije: Tú
eres mi siervo, te he escogido y no te he rechazado. No temas, que yo estoy
contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios" (Is 41, 8-10). Dios elige a Israel no
por su nombre, su fuerza o sus méritos (Dt 7, 7; 8, 17; 9, 4), sino por amor (Dt 7,
8; Os 11, 1).

Israel, pueblo de la alianza

17. Al tomar conciencia viva de la acción de Dios en su seno, Israel va


conociendo de manera cada día más profunda su condición de pueblo elegido,
convocado por Dios. Esta conciencia se afianza con la Alianza: "Pondré mi
morada entre vosotros y no os detestaré. Caminaré entre vosotros y seré
vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Yo soy el Señor vuestro Dios, que os
saqué de Egipto, de la esclavitud, rompí vuestras coyundas, os hice caminar
erguidos" (Lv 26, 11-13; cfr. Dt 29, 12; Jr 7, 23; Ez 11, 20).

Israel, pueblo santo, testigo del Dios único, en medio de las naciones

18. De este modo se establece un vínculo absolutamente .peculiar entre Dios y


una comunidad humana. Israel viene a ser el pueblo santo, consagrado a Yahvé,
reino de sacerdotes (Ex 19, 6), propiedad personal suya (Dt 7, 6; 14, 2), su
herencia (Dt 9, 26), su rebaño (Sal 79, 2; 94, 7), su viña (Is 5, 1; Sal 79, 9), su
hijo (Ex 4, 22; Os 11, 1), su esposa (Os 2, 4; Jr 2, 2; Ez 16, 8). Israel viene a ser
testigo del Dios único en medio de las naciones (Is 44, 8), pueblo mediador por
el que se reanuda el vínculo entre Dios y el conjunto de la humanidad, de modo
que se eleve a Dios la alabanza de la tierra entera (Is 45, 14-15.23ss).

Israel, pueblo pecador

19. Pero el pueblo de Israel no mantiene su fidelidad al Dios de la alianza. Es


pueblo de dura cerviz (Ex 32, 9; 33, 3; Dt 9, 13), p.'ceblo de protesta contra
Yahvé (Ex 15-17; Nm 14-17), pueblo idólatra (Ex 32; Dt 9, 12-21), esposa infiel
(Os 2; Jer 2-4; Ez 16), viña que produce agraces (Is 5, 2.4.7).

Un resto fiel continuará la misión de Israel

20. Una y otra vez los profetas denuncian la transgresión de la Alianza e invitan
al pueblo a la conversión. Pero Israel y sus dirigentes sólo tomarán conciencia
de la gravedad de su pecado merced a la experiencia catastrófica del destierro,
que echa por tierra todas sus ilusiones (Jr 5, 19; 13, 23; 16, 12-13; Is 1, 2-3; 2, 5-
8; Ez 17, 19ss). No obstante, Dios rico en piedad y leal, es fiel a sí mismo y a
sus promesas. Del destierro volverá un resto, que continuará la misión de Israel:
"Mas ahora, en un instante, el Señor nuestro Dios nos ha concedido la gracia de
dejarnos un Resto y de darnos una liberación en su lugar santo: nuestro Dios ha
iluminado así nuestros ojos y nos ha reanimado en medio de nuestra esclavitud.
Porque esclavos fuimos nosotros, pero en nuestra esclavitud Dios no nos ha
abandonado" (Esd 9, 8-9).

Un nuevo éxodo, una nueva marcha por el desierto, un nuevo retorno, una
nueva alianza
21. Toda la historia del pueblo pasa a ser símbolo de los acontecimientos
futuros: se producirá un nuevo éxodo con la liberación de la esclavitud (Jr 31,
11), ,una nueva marcha por el desierto acompañada de prodigios (Os 2, 16), un
nuevo retorno a la tierra prometida (Ez 37, 21), una nueva alianza: "No como la
alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de
Egipto: Ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del
Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos
días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus
corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar
uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque
todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando
perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados" (Jr 31, 31-34).

Un nuevo pueblo, abierto a la humanidad entera

22. Al mismo tiempo se ensanchan las fronteras del pueblo de Dios, pues las
naciones van, a unirse a Israel (Is 2, 2ss); tendrán parte con él en la bendición
prometida a Abrahán (Jr 4, 2; cfr. Gn 12, 3) y en la alianza, cuyo mediador será
el siervo de Yahvé (Is 42, 6); tras el destierro, como pueblo nuevo, Israel es
llamado abiertamente a rebasar el marco nacional.

La Iglesia, nuevo Israel: de toda tribu, nación y lengua

23. De este modo participa del misterio de Israel toda la humanidad: Dios elige a
sus predilectos entre las naciones "procurándose entre los gentiles un pueblo
para su nombre" (Hch 15, 14). Esto se cumple en la Comunidad de la Nueva
Alianza, la Iglesia, compuesta por hombres y mujeres de toda tribu, nación y
lengua (Ap 5, 9; 7, 9; 11, 9; 13, 7; 14, 6): "Ya no hay distinción entre judíos y
gentiles. Esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo
Jesús" (Ga 3, 28).

La Iglesia, el nuevo pueblo anunciado por los profetas

24. Desde el principio, los cristianos tienen conciencia de ser el Nuevo Pueblo
anunciado por los profetas. Así, lo que se dijo de Israel en el pasado, se dice
ahora de la Iglesia: Pueblo de Dios (Tt 2, 14; cfr. Dt 7, 6), raza elegida, nación
santa, pueblo adquirido (1 P 2, 9; cfr. Ex 19, 5; Is 43, 20-21), rebaño (Hch 20, 28;
1 P 5, 2; Jn 10, 16), esposa del Señor (Ef 5, 25; Ap 19, 7; 21, 2). Por la nueva
alianza, realizada en el Espíritu de Jesús, Dios crea un nuevo pueblo en el que
se cumple plenamente la palabra de la Escritura: "Vosotros seréis mi pueblo y
yo seré vuestro Dios" (2 Co 6, 16; cfr. Lv 26, 12; Hb 8, 10; Jr 31, 33; Ap 21, 3).

La historia de Israel, símbolo de los nuevos acontecimientos que vive la


Iglesia

25. La historia de Israel se convierte en símbolo de los nuevos acontecimientos


que vive la Iglesia de Jesús. Este es el nuevo Moisés que dirige a su Pueblo en
el Exodo (Cfr. Hch 3, 15-22). Es el verdadero Cordero Pascual, inmolado por
nosotros y cuya sangre nos purifica; es el verdadero Maná que ha bajado del
cielo (Jn 6, 30-58). Jesús es el verdadero heredero de David que inaugura un
nuevo Reino (Lc 1, 32-33; Mc 11, 10; Jr 23, 5-6). Los acontecimientos de
salvación que vive el nuevo pueblo de Dios se expresan en los escritos del
Nuevo Testamento en categorías y términos que recuerdan la experiencia de fe
del viejo Israel. Al designar a la Iglesia con la expresión "pueblo de Dios" (Cfr.
Rm 9-11; 1 P 2, 4-10; 5, 1-4), se pone de manifiesto la continuidad que existe
entre la Iglesia y el Antiguo Testamento, si bien, al tratarse de un pueblo cuya
cabeza es Cristo, se afirma también su novedad como pueblo de la Nueva
Alianza. La Iglesia es pueblo llamado por Dios, consagrado a Dios, pueblo
sacerdotal constituido para la glorificación y la alabanza del Señor (Ap 1, 6; 5, 9-
10; 1 P 2, 4-10; Rm 12, 1). Es una comunidad de hombres, cuyos miembros son
fundamentalmente iguales, aun cuando desempeñen oficios diferentes. Es un
pueblo en marcha: va realizando el plan de Dios a través del tiempo de manera
progresiva. La comunión con Dios que la Iglesia realiza en el tiempo no se
consumará cabalmente hasta el final (Ap 21, 3; 1 Co 15, 28).

Elementos constitutivos del nuevo Pueblo de Dios

26. La Iglesia, nuevo pueblo mesiánico, "tiene por cabeza a Cristo, que fue
entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación (Rm 4, 25) y
teniendo ahora un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en
los cielos. La condición de este pueblo es la dignidad y libertad de los hijos de
Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por
ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cfr. Jn
13, 34). Y tiene en último lugar, como fin, el dilatar más y más el reino de Dios,
incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos El
mismo también le lleve a su consumación" (LG 9).

Germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación

27. "Este pueblo mesiánico..., aunque no incluya a todos los hombres


actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para
todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de
salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de
verdad, se sirve también de él como de instrumento de la redención universal y
lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5, 13-
16)" (LG 9).

El pueblo de la Nueva Alianza posee íntegramente la revelación divina,


recibida de Jesucristo y de los Apóstoles

28. El nuevo pueblo de Dios conserva, medita y trasmite íntegramente la


revelación divina. Lo que Dios ha comunicado a los hombres por medio del
pueblo de la antigua alianza y por medio de Jesucristo y de los Apóstoles, ha
sido confiado a la Iglesia, el pueblo de la Nueva Alianza. A través de la Iglesia,
Dios comunica en nuestros días a todos los hombres lo que en otro tiempo nos
manifestó. El pueblo de la Nueva Alianza, la Iglesia, posee íntegramente la
revelación divina recibida de Jesucristo y de los Apóstoles. Misión suya es
comunicarla a todos los hombres. Esta revelación de Dios se contiene en la
Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia.

Revelación divina en el Antiguo Testamento: historia de salvación recogida


en la Escritura

29. El pueblo de la Antigua Alianza había recorrido los caminos de Dios: el


éxodo, la alianza, el desierto, la tentación. Dios hizo primero su alianza con
Abrahán (Cfr. Gn 15, 18); después, por medio de Moisés (Cfr. Ex 24, 8), la hizo
con el pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y verdadero. De este modo
Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue
comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los profetas y fue
difundiendo este conocimiento entre las naciones (Cfr. Sal 21, 28-29; 95, 1-3; Is
2, 1-4; Jr 3, 17). Esta economía de salvación "anunciada, contada y explicada
por los escritores sagrados, se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros
del Antiguo Testamento; por eso dichos libros inspirados conservan para
siempre su valor y su autoridad" (DV 14; cfr. Rm 15, 4). El fin principal de esta
etapa de la historia de salvación era "preparar la venida de Cristo, redentor
universal, y de su reino mesiánico, anunciarla proféticamente (cfr. Le 24, 44; Jn
5, 39; 1 P 1, 10), representarla con diversas imágenes (cfr. 1 Co 10, 11). Los
libros del Antiguo Testamento, según la condición de los hombres antes de la
salvación establecida por Cristo, muestran a todos el conocimiento de Dios y el
modo como. Dios, justo y misericordioso, trata a los hombres. Estos libros,
aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la
pedagogía divina" (DV 15).

Unidad de la Sagrada Escritura: Antiguo y Nuevo Testamentos

30. La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, medita la historia de salvación en su etapa


de Antiguo Testamento relacionándola con el Nuevo Testamento. "Dios es el
autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que en el Antiguo
se contuviera de manera latente el Nuevo y el Nuevo manifestara claramente el
Antiguo. Pues, aunque Cristo estableció con su sangre la Nueva Alianza (cfr. Lc
22, 20; 1 Co 11, 25), los libros del Antiguo Testamento, incorporados a la
predicación evangélica, alcanzan y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo
Testamento (cfr. Mt 5, 17; Lc 24, 27; Rm 16, 25-26; 2 Co 3, 14-16) y a su vez lo
iluminan y lo explican" (DV 16).

Revelación divina en el Nuevo Testamento: Cristo y los Apóstoles. Los


escritos del Nuevo Testamento

31. La revelación divina alcanza su pleno desarrollo en el Nuevo Testamento, la


nueva etapa de la historia de salvación: "La palabra de Dios, que es fuerza de
Dios para la salvación del que cree (cfr. Rm 1, 16), se encuentra y despliega su
fuerza de modo excelente en el Nuevo Testamento. Cuando llegó la plenitud de
los tiempos (cfr. Ga 4, 4), la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena
de gracia y de verdad (cfr. Jn 1, 14). Cristo estableció en la tierra el reino de
Dios, se manifestó a sí mismo y a su Padre con obras y palabras, llevó a cabo
su obra muriendo, resucitando y enviando el Espíritu Santo. Levantado de la
tierra atrae a todos hacia sí (cfr. Jn 12, 32 gr.), pues es el único que posee
palabras de vida eterna (cfr. Jn 6, 68). A otras edades no fue revelado este
misterio como lo ha revelado ahora el Espíritu Santo a los Apóstoles y Profetas
(cfr. Ef 3, 4-5 gr.) para que prediquen el Evangelio, susciten la fe en Jesús
Mesías y Señor y congreguen la Iglesia. De esto dan testimonio divino y perenne
los escritos del Nuevo Testamento" (DV 17).

Revelación divina en el Nuevo Testamento, recogida en la tradición


recibida de los Apóstoles

32. Los Apóstoles y sus sucesores, el Papa y los Obispos, y toda la Iglesia, son
portadores de la revelación divina. "Dios quiso que lo que había revelado para
salvación de todos los pueblos, se conservara íntegro y fuera trasmitido a todas
las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación (cfr. 2 Co 1,
20 y 3, 16-4, 6), mandó a los Apóstoles a predicar a todo el mundo el Evangelio
Domo fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta,
comunicándoles así los bienes divinos, el Evangelio prometido por los profetas,
que El mismo cumplió y promulgó con su boca. Este mandato se cumplió
fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus
instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y
palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos
Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la
salvación inspirados por el Espíritu Santo.

Para que este Evangelio se conserve siempre vivo y entero en la Iglesia, los
Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos, "dejándoles su cargo en el
magisterio" (S. Ireneo, Adv Haer III, 3; PG 7,848). Esta Tradición, con la
Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina
contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara
a cara, como El es (cfr. 1 Jn 3, 2)" (DV 7).

La tradición viva de la Iglesia hoy: "La Iglesia con su enseñanza, su vida,


su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree"

33. La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, tiene el deber de conservar, conocer cada
día con mayor profundidad y transmitir esta predicación de los Apóstoles. Es un
elemento constitutivo y esencial de la Iglesia. "La predicación apostólica,
expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por
transmisión continua hasta el fin del tiempo. Por eso los Apóstoles, al transmitir
lo que recibieron, avisan a los fieles que conserven las tradiciones aprendidas de
palabra o por carta (cfr. 2 Ts 2, 15) y que luchen por la fe ya recibida (cfr. Judas
3). Lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una
vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así, la Iglesia, con su
enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es
y lo que cree.
Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu
Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones
transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su
corazón (cfr. Lc 2, 19.51), cuando comprenden internamente los misterios que
viven, cuando las proclaman los Obispos, sucesores de los Apóstoles en el
carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud
de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios"
(DV 8).

Dios continúa hablando a los hombres de hoy por medio de la Iglesia

34. Por medio de esta Tradición viva de la Iglesia, Dios continúa hablando a los
hombres de hoy. No comunica una revelación nueva, distinta de la que concluyó
con la muerte del último Apóstol. No hay que esperar otra revelación pública,
antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (Cfr. 1 Tm 6, 14;
Tt 2, 13; DV 4). Pero Dios continúa comunicando a los hombres hoy, .por medio
de la Iglesia, lo que nos comunicó en Jesucristo y por los Apóstoles. "Dios, que
habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo
amado; así, el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la
Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad
plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cfr.. Col 3,
16)" (DV 8). La continuidad de la Tradición, su actualidad viva, la comprensión
que la Iglesia tiene de ella, es obra del Espíritu Santo. Testimonios de esta
tradición viva de la Iglesia se encuentran principalmente en los escritos de los
santos Padres y en los textos litúrgicos.

Tradición y Escritura, íntimamente relacionadas

35. Tradición y Escritura están entre sí íntimamente relacionadas. "La Tradición


y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma
fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada
Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu
Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y por el
Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a sus sucesores, para que
ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la
difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente
de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así ambas se han de recibir y
respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9).

El Magisterio de la Iglesia interpreta, en nombre de Jesucristo, la Tradición


y la Escritura. El Magisterio de la Iglesia, al servicio de la Palabra de Dios

36. Esta palabra de Dios contenida en la Escritura y en la Tradición viva de la


Iglesia es el alimento de la fe del pueblo de Dios. El oficio de interpretarla de
manera auténtica corresponde al Magisterio de la Iglesia. "La Tradición y la
Escritura constituyen el depósito de la palabra de Dios confiado a la Iglesia. Fiel
a dicho depósito, el pueblo santo entero unido a sus Pastores en la doctrina de
los Apóstoles persevera en la comunión, en la fracción del pan y en las
oraciones (cfr. Hch 2, 42 gr.), de modo que se realiza una singular cooperación
entre los fieles y los Pastores en conservar, practicar y profesar la fe recibida.

El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida


por Tradición ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya
autoridad se ejerce en nombre de,, Jesucristo. Este Magisterio no está por
encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar solamente lo que
ha sido transmitido, en cuanto que por mandato divino y con la asistencia del
Espíritu Santo, la escucha devotamente, la custodia celosamente y la expone
fielmente, y de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado
por Dios para ser creído" (DV 10). El mismo Espíritu de Dios que inspiró a los
autores sagrados en la redacción de las Sagradas Escrituras, y que mantiene a
la Iglesia fiel a la Tradición recibida de los Apóstoles, asiste al Magisterio de la
Iglesia y sostiene la fe de los miembros de la Iglesia.

La Iglesia, Pueblo de Dios santificado y santificador

37. A los ojos de la fe, la Iglesia es santa en cuanto que es el pueblo de Dios
cuya íntima estructura es la comunión de Dios con los hombres en Jesucristo.
En efecto, "creemos que es indefectiblemente santa, pues Cristo, el Hijo de Dios,
quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el único Santo, amó a la
Iglesia como a su Esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla
(cfr. Ef 5, 25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don
del Espíritu Santo para gloria de Dios" (LG 39). De un modo más preciso habría
que decir que la Iglesia es santa por un doble título: a) en el sentido de que ella
es Dios mismo santificando a los hombres en Cristo por su propio Espíritu (a
este aspecto la teología lo ha llamado la santidad "objetiva" o "santificante" de la
Iglesia); b) la Iglesia es santa, por otra parte, en el sentido de que ella es la
humanidad en vías de santificación por Dios (es el misterio de la participación o
aspecto de la santidad "subjetiva"). Los primeros miembros de la Iglesia
adoptaron el nombre de "santos" (Hch 9, 13) incluso antes de utilizar el de
"cristianos". Con ello se reconocían a sí mismos como hombres llamados por
Dios a la santidad (Cfr. 1 Ts 4, 3; Ef 1, 4); hombres trabajados en este sentido
por la gracia de Dios, y hombres que se esfuerzan por responder personalmente
a esa llamada.

Iglesia santa y necesitada de purificación

38. Según la fe de la Iglesia, los pecadores mismos forman parte de la


comunidad eclesial, salvo en caso de apostasía o de exclusión dictada por la
autoridad legítima por razones gravísimas. En cierto modo, excepción hecha a la
Virgen María, todos los miembros de la Iglesia son en este mundo pecadores (1
Jn 1, 8; St 3, 2). Esta presencia en su seno de miembros pecadores es un
paralelismo más de la condición actual de la Iglesia con la historia de Israel.
"Mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Hb 7, 26), no conoció el pecado
(cfr. 2 Co 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cfr.
Hb 2, 17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo
tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda
de la penitencia y de la renovación" (LG 8).

Entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, la Iglesia


camina hacia su plenitud final

39. Al igual que Israel, la Iglesia que camina sufre las persecuciones que vienen
de los poderes terrenos que encarnan la bestia diabólica (Ap 13, 1-7; cfr. Dn 7).
"La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos
de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cfr. 1 Co 11, 26). Está
fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y
caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar
al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se
manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos" (LG 8).

La Iglesia, cuerpo de Cristo

40. San Pablo expresa la relación de los cristianos con Cristo y de los cristianos
entre sí contemplándola como el cuerpo de Cristo. Esta profunda penetración del
misterio cristiano toma algunos rasgos, sobre todo en la carta a los Romanos
(12, 4-5) y primera a los Corintios (12, 12-30) del apólogo clásico que compara la
sociedad humana con un cuerpo que es uno en sus diversos miembros. Pablo
verá a Cristo como principio aglutinador y vivificador de los que han acogido con
fe la predicación apostólica: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso
comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con
el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo
cuerpo, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 16-17). Esta
comunidad que reúne a tantos hombres diferentes por la raza, fortuna,
educación, ambiente cultural y social, no es una comunidad sino en Cristo y en
su Espíritu. "En ese cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes,
quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos, de un
modo arcano, pero real" (LG 7; cfr. Santo Tomás, Suma Teológica III, q. 62 a. 5
ad 1).

Diversidad de miembros, pero un solo Espíritu

41. Entre los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia hay diversidad de
vocaciones, carismas, oficios. Todos deben complementarse entre sí, y actuar
para la común edificación y el crecimiento del cuerpo de Cristo. Entre todos los
miembros de la Iglesia debe haber una profunda caridad (Cfr. 1 Co 12-14).
Todos deben unirse cada día más íntimamente a Cristo: "Es necesario que todos
los miembros se hagan conformes a El hasta el extremo de que Cristo quede
formado en ellos (cfr. Ga 4, 19). Por eso somos incorporados a los misterios de
su vida, configurados con El, muertos y resucitados con El, hasta que con El
reinemos (cfr. Flp 3, 21; 2 Tm 2, 11; Ef 2, 6; Col 2, 12)" (LG 7 e). El Espíritu
Santo vivifica y unifica todo el cuerpo. Cristo nos concedió "participar de su
Espíritu, quien siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo
vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por
los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el
cuerpo humano" (LG 7, g).

La Iglesia, esposa de Cristo

42. La Iglesia ha sido también descrita en el Nuevo Testamento como Esposa de


Cristo. Es una imagen frecuente en el Antiguo Testamento para expresar las
relaciones entre Dios y su pueblo. En esta imagen se llama la atención sobre el
mutuo amor entre Cristo y la Iglesia: Cristo se entregó por ella hasta la muerte.
La Iglesia se sabe amada por Cristo (Cfr. Ef 5, 25). El verdadero discípulo de
Cristo debe amar a la Iglesia como Cristo la ama. Y al mismo tiempo,
sintiéndose miembro de esta Iglesia, amada de Cristo, debe corresponder al
amor de Cristo con generosidad (Cfr. Ap 22, 17). Si al contemplar a la Iglesia
como cuerpo de Cristo advertimos claramente la unión íntima y vital que hay
entre Cristo y la Iglesia, al contemplarla como esposa vemos de manera más
clara la distinción que existe entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia manifiesta en
este caso una personalidad colectiva, distinta de Cristo, aunque unida a El por la
fe viva y el amor. La Iglesia es al mismo tiempo Pueblo de Dios, Cuerpo de
Cristo, Esposa de Cristo. En el Nuevo Testamento se la describe también con
otras imágenes: rebaño en el que cada oveja es conocida personalmente por el
Pastor que da su vida por ella (Jn 10, 1-20); templo del Espíritu Santo (Cfr. 1 P
2, 5; 1 Co 3, 9; Ap 21, 2-3; Ef 2, 19-22) la nueva Jerusalén que es libre (Ga 4,
26); la vid verdadera (Jn 15, lss; Mt 21, 33; 1 Co 3, 9; Rm 11, 16-25). Cada una
de estas descripciones pone de relieve un aspecto especial de la Iglesia como
misterio de comunión del hombre con Dios en Cristo-Jesús (Cfr. LG 6).

Hacia una más profunda experiencia comunitaria de la fe

43. El Concilio Vaticano II, para expresar el misterio de la Iglesia, privilegia la


realidad bíblica —que es más que mera metáfora o imagen— de Pueblo de
Dios, sin separarla, por otra parte, de la de Cuerpo de Cristo. Este Pueblo de
Dios, pueblo universal, se concreta en comunidades de fe. Frente al
individualismo y a la masificación, la renovación conciliar nos convoca a una
más profunda experiencia comunitaria de la fe. El apostolado individual "debe
desarrollarse de modo que, al mismo tiempo, se acentúe el dinamismo
comunitario de la vida cristiana a través de la vinculación a comunicades
cristianas concretas. Los seglares deben, pues, encontrar el camino de inserción
responsable y activa en comunidades eclesiales" (Comisión Episcopal de
Apostolado Seglar, El apostolado seglar en España, 1).

El misterio de la Iglesia, un hecho vivido

44. "El misterio de la Iglesia no es simple objeto del conocimiento teológico;


debe ser un hecho vivido, del que, aun antes de su clara noción, el alma fiel
puede tener experiencia casi connatural; y la comunidad de los creyentes puede
hallar la íntima certeza de su participación en el Cuerpo místico de Cristo..."
(Pablo VI, Ecclesiarn Suam, 33).
Tema 44. NACEMOS A LA FE EN UNA COMUNIDAD. LA IGLESIA ES
MADRE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar al preadolescente:

 que el hombre nuevo nace en una comunidad de fe;

 que nacer de nuevo supone acoger la Palabra de Dios bajo la influencia del Espíritu. Quienes son
bautizados de niños, son bautizados en la fe de la Iglesia; después han de ir acogiendo personalmente
la gracia del Bautismo. En todo caso, la Palabra de Dios es como una semilla depositada en el corazón
del hombre y destinada a crecer en el seno materno de la comunidad eclesial.

La madre, tierra fecunda de la que nacemos

45. La madre ocupa un lugar único y primordial en la vida ordinaria de los


hombres. Ella es la tierra fecunda de la que nacemos. Ella es Eva, es decir,
madre de los vivientes (Gn 3, 20). Su amor materno presenta dos aspectos
fundamentales: uno es el cuidado y la responsabilidad absoluta-mente
necesarios para la conservación de la vida del niño y su crecimiento. El otro va
más allá de la mera conservación; es la actitud que engendra en el niño el amor
a la vida.

Como una tierra que mana leche y miel

46. La misma idea se expresa en este simbolismo bíblico. La madre es como la


tierra prometida una tierra que mana leche y miel (Ex 3, 8). No es una tierra
adusta donde simplemente se sobrevive, sino una tierra fértil y espaciosa donde
además se hace dulce el vivir. Una madre debe ser una persona feliz, amante de
la vida. El amor de la madre a la vida es contagioso, lo mismo que su ansiedad.

Jerusalén, ciudad madre en Israel

47. La madre constituye un símbolo utilizado frecuentemente en la historia de la


salvación para expresar lo .que es Jerusalén y la Iglesia. Jerusalén, centro de la
tierra prometida, es en Israel la ciudad madre por excelencia (2 S 20, 19), de la
que sus hijos obtienen alimento y protección. Y, sobre todo, la justicia y la fe en
Yahvé, como Señor de los acontecimientos de su historia.

La Iglesia, nueva Jerusalén, madre de pueblos


48. Como Rebeca, a quien se desea una descendencia inmensa (Gn 24, 60),
Jerusalén vendrá a ser madre de pueblos; será la verdadera patria de los
paganos, nacidos aquí o allá (Cfr. Sal 86, 4-5). Hacia ella se lanzan corno
palomas hacia el palomar todos los pueblos de la tierra (Is 60, 1-8; 2, 1-5). Pero
la Jerusalén histórica, replegándose sobre sí misma, se cierra a esta maternidad
universal proyectada por Dios. Por ello será sustituida por otra Jerusalén que
será verdaderamente "nuestra madre" (Ga 4, 26). Esta ciudad nueva es la
Iglesia, que fecundada por el Espíritu, engendra a los hombres como hijos suyos
e hijos de Dios en la experiencia de fe. La Iglesia se concreta en cada
comunidad cristiana en particular (2 Jn 1). Está destinada a dar a Cristo la
plenitud de su cuerpo y a reunir a todos los pueblos en la unidad de la fe y en el
conocimiento pleno del Hijo de Dios (Ef 4, 13). Para esto es preciso nacer de
nuevo.

En el seno de la comunidad eclesial se gesta el hombre nuevo

49. El simbolismo del nuevo nacimiento es bastante común en las religiones de


la humanidad, pero en la Escritura expresa realidades de orden peculiar. En
efecto, al nacimiento natural del hombre opone el Nuevo Testa-mente un
nacimiento "de lo alto" (Cfr. Jn 3, 3). Nuestro nuevo nacimiento es consecuencia
de una "semilla" de Dios depositada en nosotros (1 Jn 3, 9), la Palabra de Dios,
es decir, Cristo (1 Jn 2, 14; 5, 18). Acoger la predicación del evangelio es, por
tanto, acoger la Palabra de Dios. Acoger la Pa-labra de Dios es ser concebido
como hombre nuevo. Como dice Santiago, "Dios nos engendró por su propia
voluntad, con Palabra de verdad" (St 1, 18), palabra sembrada en nosotros que
debemos recibir con docilidad (Cfr. St. 1, 21). Desde que es acogida, la Palabra
de Dios es una semilla destinada a crecer. Esta semilla crece en el seno
materno de la comunidad eclesial. Así, el que se prepara al bautismo no es un
individuo aislado; vive en una Comunidad que lentamente le va gestando hacia
su nacimiento como hombre nuevo. La institución catecumenal responde a esta
función maternal de la Iglesia. En el caso ordinario del Bautismo de los niños, la
educación y desarrollo de la fe ha de ser, lógicamente, posterior.

Nacemos a la fe incorporándonos a una comunidad creyente

50. El hombre que nace a la fe, se convierte en creyente en virtud de la acción


maternal de la Iglesia que, con el testimonio de fe y caridad de los cristianos, la
predicación, los sacramentos, etc., y con la fuerza del Espíritu Santo, suscita la
vida de la fe y la hace crecer. Nacemos a la vida de fe por la acción de la
comunidad y en el seno de la comunidad. Pero la fe de cada uno de los
miembros de la Iglesia no es sólo un acto individual. Es participar de la fe de la
Iglesia. El hombre que secunda la predicación apostólica y se convierte a la fe
se incorpora a la comunidad creyente congrega-da por el Padre en Jesucristo y
mediante el Espíritu Santo. Convertirse a la fe viva en Cristo Jesús, anunciado
por los enviados de Jesús, es asociarse a la comunidad de fe que es la Iglesia.
Nacemos a la fe en una comunidad de fe. El creyente que desde niño ha sido
educado en la fe, crece como creyente en el seno de la Iglesia participando de la
fe de toda la Iglesia (Cfr. Hch 2, 47; 2, 41; Ef 4, 1-6; 1 Co 10, 17). Esta Iglesia
Madre en la que nacemos no es sólo la comunidad local. Es la Iglesia universal,
una, santa, católica y apostólica presente en cada comunidad local.

La comunidad eclesial da a luz al hombre nuevo

51. El proceso de gestación del hombre nuevo concluye en el nacimiento. Así el


bautismo, sacramento de la fe, es el misterio por el que un hombre nace a la fe:
La Iglesia celebra este acontecimiento como una gran fiesta suya. El Espíritu ha
abierto su seno y le ha nacido un nuevo hijo, que lo es también de Dios. El
cristiano debe amar a la Iglesia con amor filial. Como dice San Cipriano: "Para
que uno pueda tener a Dios por Padre, que tenga antes a la Iglesia por Madre."

Como niños recién nacidos en busca de la mayoría de edad

52. Con el nacimiento del hombre nuevo, no termina la función materna de la


Iglesia. Los bautizados son como niños recién nacidos que deben crecer hasta
la mayoría de edad: "como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura,
a fin de que, por ella, crezcáis para- la salvación, si es que habéis gustado que
el Señor es bueno" (1 P 2, 2). La Iglesia ha de suscitar y alimentar el gozo, fruto
del Espíritu Santo, el gozo de la celebración (especialmente de la Eucaristía), el
gozo de las Bienaventuranzas, el gozo de la fraternidad cristiana. "Ved; ¡qué
dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!" (Sal 132, 1).

La Iglesia es Madre

53. "¡Alabada sea esta gran Madre llena de majestad, en cuyas rodillas yo lo he
aprendido todo!", exclama un cristiano contemporáneo. San Agustín, por su
parte, expresa así la maternidad de la Iglesia: "La Iglesia es para nosotros una
Madre... Espiritualmente es de ella de quien hemos nacido. Nadie podrá
encontrar un acogimiento paternal junto a Dios, si desprecia a su madre la
Iglesia". Y el Concilio Vaticano II dice: "La Iglesia, cumpliendo fielmente la
voluntad del Padre, se convierte en Madre por la Palabra de Dios fielmente
recibida: por la predicación y por el Bautismo, engendra una vida nueva e
inmortal a los hijos concebidos del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64).

Tema 45. VIVIR EN COMUNIÓN. IGLESIA UNA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

• que la Iglesia es una comunión, el Pueblo de Dios congregado y unido por estrechos vínculos
espirituales (Cfr. DCG 66;
• que la comunión es el signo distintivo de los cristianos. Por la acción del Espíritu, el amor
cristiano tiene un dinamismo comunitario, que une a los discípulos de Jesús entre sí;

• que el particularismo, individual o de grupo (sectarismo) se opone a la comunión eclesial.

Vivir en comunión, distintivo del hombre nuevo

54. El hombre nuevo es un hombre comunitario: vive en comunión con Dios y


con los hermanos. Sin comunión no hay hombre nuevo. La comunión es el signo
distintivo del cristiano y la realización del mayor de los mandamientos: "Os doy
un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, igual que yo os he amado,
amaos también entre vosotros. La señal por lo que conocerán todos que sois
discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13, 34-35).

Como levadura en la masa

55. Existe, pues, un signo para reconocer a los discípulos de Jesús: se aman
entre sí, como El los ha amado. Su presencia eficaz en medio del mundo no
requiere medios espectaculares, ricos o poderosos. Son la levadura en la masa
(Mt 13, 33) para hacer surgir de un mundo dividido por nuestros odios, errores e
inercias, un mundo nuevo animado por la fuerza creadora del amor.

El amor cristiano tiene un dinamismo comunitario

56. El amor fraterno al que Jesús nos convoca, lleva a superar divisiones y
enfrentamientos entre los hombres. Por la acción del Espíritu, el amor cristiano
tiene un dinamismo comunitario, une a los discípulos de Jesús entre sí (aunque
éstos sean de distintas lenguas, pueblos, razas) y los constituye en Pueblo de
Dios, en Iglesia. Hace de ellos un cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Así, la Iglesia
no es el resultado de una mera determinación de los hombres, sino obra de
Jesucristo, que, mediante el Espíritu, la establece como comunión en la caridad
fraterna. Esta comunión en la caridad es inseparable de la comunión en la fe. La
fe es la raíz de la vida comunitaria cristiana. Los miembros de la Iglesia estamos
unidos unos con otros por nuestra unión común con Cristo por la fe y el
Bautismo que inaugura la trayectoria y vida sacramentales que alcanzan su
momento supremo en la Eucaristía. De la fe baustismal, si es una fe viva, nacen
los frutos de la caridad fraterna y de la unidad eclesial.

Un inmenso proyecto de comunión para todos los hombres

57. La humanidad entera está llamada a reunirse en un solo pueblo. Es el


Pueblo de Dios, la Iglesia. Según el plan de Dios, la Iglesia es un inmenso
proyecto de comunión para todos los hombres. Como dice el Concilio Vaticano
II: "Dios ha dispuesto salvar y santificar a los hombres, no por separado, sin
conexión alguna entre sí, sino constituyéndolos en un pueblo que le conociera
en la verdad y le sirviera santamente" (LG 9).
Fundamento de la comunión: "Un solo señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos"

58. Para vivir este misterio de comunión no es preciso pertenecer a una nación,
a una raza, a una civilización, a una clase social o a un partido político
determinado. La Iglesia no se funda sobre ninguna de estas bases, sino sobre
estas otras: "Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo
trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo" (Ef 4, 5-6).

No es fácil vivir en comunidad

59. No siempre resulta fácil la convivencia y la comunión entre los hombres.


Frecuentemente nos entendemos y soportamos mal. Nos molestamos
mutuamente. No compartimos unos con otros lo que tenemos. Nos dañamos
mutuamente y somos unos para otros fuente de tristeza o de enfermedad. Día a
día es necesario recordar las palabras de San Pablo: "Sed buenos,
comprensivos, perdonándonos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo" (Ef
4, 32).

Acogida fraterna frente al anonimato

60. Junto a la discordia, el anonimato es contrario a la comunión eclesial. La


Iglesia no es una agrupación de miembros anónimos y yuxtapuestos; su misterio
se concreta en comunidades de fe, donde cada hermano es llamado por su
nombre, donde cada miembro tiene un nombre de fraternidad cristiana. La
relación de fraternidad se determina, sobre todo, por la calidad de la acogida que
cada uno dé a los demás, acogida que consiste tanto en la solicitud como en la
discreción. Sólo la ausencia total de comunión es más penosa y más negadora
de las consecuencias de la adhesión vital a Jesucristo que una vinculación a la
Iglesia en que uno se ve integrado por la fuerza y sin nombre propio.

La comunidad de los corazones, exigencia de la alianza

61. Ya en el Antiguo Testamento, la Alianza exige el amor fraterno, la comunión


de los corazones. El amor fraterno es amor a todos los seres humanos. El
israelita, para ser fiel al Dios de la Alianza, debe considerar a cada miembro de
su pueblo como "hermano" (Dt 22, 1-4; 23, 20) y prodigar su solicitud con los
más desheredados: el forastero, el huérfano y la viuda (24, 19ss). El amor
fraterno no es excluyente. A este amor se refiere la Biblia, cuando dice: Ama a tu
prójimo, como a ti mismo. (Lv 19, 18; Mt 22, 39).

La comunión de los corazones, dimensión fundamental de la iglesia de


Jesús

62. La comunión de los corazones es una dimensión fundamental de la Iglesia


de Jesús. La unión fraterna de los primeros cristianos queda reflejada en Los
Hechos de los Apóstoles: "En el grupo de los creyentes todos pensaban y
sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio, nada
de lo que tenía" (Hch 4, 32). Esta comunión entre ellos se realiza en primer lugar
en la fracción del pan (2, 42). En la Iglesia de Jerusalén se traduce por la puesta
en común de los bienes (4, 32; 5, 1-11); en otras, en la colecta que recomienda
San Pablo (2 Co 8, 1-15; cfr. Rm 12, 13). La comunión se manifiesta también en
la ayuda material aportada a los predicadores del Evangelio (Ga 6, 6; F1p 2, 25),
en las persecuciones sufridas juntos (2 Co 1, 7; Hb 10, 33; 1 P 4, 13) y en la
colaboración prestada para la difusión de la Buena Nueva (F1p 1, 5). Esta
comunión es expresada en la Sagrada Escritura también en otras múltiples
manifestaciones.

La comunión no es mero sentimiento de simpatía, ni uniformidad


monolítica. Es un nuevo nivel de realidad

63. La comunión no es un mero sentimiento de simpatía que nos une


afectuosamente a quienes piensan, sienten y se comprometen por nuestros
mismos ideales y tarea. No es la uniformidad monolítica ni la quietud de la
inercia. La comunión es un nuevo nivel de realidad, revelada y ofrecida por
Cristo a los hombres, sólo asequible desde la fe y en la fe. Supone una nueva
creación, un nuevo ser, una participación comunitaria, misteriosa y gratuita en la
vida de Dios, que es Amor.

La comunión de los corazones, participación del misterio interpersonal de


Dios

64. La comunión de los corazones es participación del misterio interpersonal de


Dios. Dios es Amor (1 Jn 4, 8). Es el cumplimiento en medio de los hombres de
la oración y deseo de Cristo: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo
en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú
me has enviado" (Jn 17, 21). Así la Iglesia aparece como "un pueblo reunido en
virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4).

La comunión de los santos

65. Esta realidad, tan vital para la Iglesia, ha sido expresada en el Símbolo
Apostólico con la fórmula "Comunión de los Santos" (DS 30). Esta fórmula
abarca dos sentidos: "Comunión de los santos" y "comunión en las cosas
santas". "Comunión de los santos" supone la íntima unión espiritual de los
creyentes entre sí, su implicación mutua en toda acción eclesial y la participación
de cada uno de los bienes de Cristo de que gozan los demás (especialmente en
las riquezas de los hermanos que han arribado ya a la vida eterna). Pero esta
intercomunicación vital que tiene lugar entre los miembros de la familia de Dios
obtiene una manifestación privilegiada y un principio frontal de comunidad en la
"
comunión de las cosas santas", esto es, en la incorporación viva a la asamblea
fraterna y litúrgica, en la que se comulga con las realidades sacras: las
Escrituras Santas, los Sacramentos, las colectas en favor de los necesitados
(que también son una diakonía y una acción sagrada (Cfr. 2 Co 9, 12), etc.

Comunión interior, exterior, sacramental


66. La comunión es —dice San Buenaventura— interior, exterior y sacramental:
"La comunión es triple: la primera es puramente espiritual, es la comunión según
el amor interior; la segunda es corporal, es la comunión según las relaciones
exteriores; la tercera se sitúa entre las dos, es la comunión según la recepción
de los sacramentos y muy especialmente el sacramento del altar... Nadie puede
ni debe ser excluido de la primera... todo excomulgado está excluido de la
comunión sacramental" (IV Sent. d. 18, p. 2, a. 1, q. 1 contra 1).

El Papa y los Obispos, centro visible de comunión, "Un cuerpo de Iglesias"

67. La Iglesia una está formada por muchos miembros, esparcidos a lo ancho
del mundo (San Cipriano). La totalidad indivisa de la Iglesia —la Iglesia universal
—, es, en formulación feliz de los Santos Padres, "un cuerpo de Iglesias" (LG 23
y nota 34). La unidad de ese cuerpo eclesial deberá estar asegurada por la
unidad de todos los Pastores responsables de las Iglesias locales que, bajo el
influjo del Espíritu —,principio unificador indefectible—, "mientras gobiernan bien
la propia Iglesia, en cuanto es una porción de la Iglesia universal, contribuyen
eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico" (ibídem). El Sucesor de Pedro, el
Papa, es el garante central, el principio visible de la comunión universal de las
Iglesias y el. lugar de cohesión de "un episcopado único e indiviso" (LG 18).

Como dice el Concilio Vaticano II: "El Romano Pontífice, como sucesor de
Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los
Obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte, los Obispos son,
individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus iglesias
particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base
de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso cada Obispo
representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia
en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad" (LG 23).

Unidad en la diversidad

68. Para la comunión eclesial no constituye obstáculo la existencia de un sano


pluralismo en las iglesias locales. Dice el Concilio Vaticano II: "Dentro de la
comunión eclesiástica existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de
tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de
Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias
legítimas y simultáneamente vela para que las diferencias sirvan a la unidad en
vez de dañarla" (LG 13). Tal pluralidad en el interior de una fuerte unidad de
comunión ha sido siempre la tradición apostólica de la Iglesia.

La diversidad de las iglesias particulares enriquece a la Iglesia universal

69. Este criterio orientador ha sido tomado por la Iglesia en su actividad


misionera por medio de la cual actualiza constantemente la catolicidad: "Las
Iglesias nuevas, radicadas en Cristo y edificadas sobre el fundamento de los
Apóstoles, asumen en intercambio admirable todas las riquezas de las naciones
que han sido dadas a Cristo en herencia (Cfr. Sal 2, 8): Reciben de las
costumbres y tradiciones, de la sabiduría y doctrina, de las artes e instituciones
de sus pueblos todo lo que puede servir para confesar la gloria del Creádor, para
ensalzar la gracia del Salvador y para ordenar debidamente la vida cristiana" (AG
22).

Las Iglesias particulares, con sus típicas peculiaridades, enriquecen la vitalidad


del Cuerpo de Cristo en la medida en que se reconocen ellas mismas como "una
sola cosa" en la totalidad de la fraternidad cristiana, "imbuida más y más del
sentir de Cristo y de la Iglesia": "Permanezca la íntima comunión de las Iglesias
nuevas con toda la Iglesia, aportando a su tradición los elementos de la propia
cultura, a fin de aumentar, con un cierto efluvio mutuo de energías, la vitalidad
del Cuerpo Místico" (AG 19). "Y si en algunas regiones se hallan algunos de
estos que se resisten a abrazar la fe católica porque no pueden acomodarse a la
forma especial que allí ha tomado la Iglesia, se desea que se atienda
especialmente a dicha situación hasta que todos los cristianos puedan juntarse
en una sola comunidad"(AG 20).

La Iglesia, sacramento de reconciliación

70. La comunión choca con la realidad del pecado en el mundo y en la misma


Iglesia; por eso, la vida de comunión en la Iglesia tiene necesariamente el
carácter de reconciliación. Tal es el ministerio confiado por Cristo a la Iglesia.
Ella es signo de comunión a través de la reconciliación: "La Iglesia... es signo y
sacramento de la reconciliación en el mismo Cristo. En su seno alcanzan
expresión sensible y real las más altas y profundas aspiraciones de los hombres
a la fraternidad. La Iglesia descubre a los hombres la perfecta comunión a la que
están destinados. En tanto que ella misma, como Pueblo de Dios que peregrina
en la tierra, expresa y anticipa esa comunión, a pesar de su propia debilidad y de
los pecados de sus miembros. La promesa de Jesús y la presencia del Espíritu
garantiza que la Iglesia realizará siempre la comunión en grado suficiente para
ser signo válido de la fraternidad definitiva" (Carta colectiva del Episcopado
Español, La reconciliación en la Iglesia y en la Sociedad [RIS], 6).

Factores constitutivos de la comunión eclesial

71. Los principios constituyentes de la comunión eclesial son: el Espíritu del


Señor (Hch 2, lss; 1 Co 12, 11); la Palabra que convoca a la comunidad en la fe
(Hch 2, 41); la Eucaristía, que realiza la unidad y es signo de ella (Hch 2, 42; 1
Co 10, 17); el amor cristiano (1 Co 13, 1-7; Hch 4, 32); la autoridad eclesial como
servicio que mantiene la unidad visible de la Iglesia (Mt 16, 18; 18, 18; Jn 21,
15ss; Hch 20, 28). La comunión es una tarea permanente a la que contribuyen
especialmente: el arrepentimiento de los pecados contra la unidad (UR 7), la
conversión permanente de todos (LG 8; UR 6), la oración constante (UR 8), el
conocimiento mutuo y el diálogo (UR 9).

Comunión en la fe
72. La unidad de la Iglesia es ante todo unidad en la fe. San Pablo lo describe
así: "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la
vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un
Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo"
(Ef 4, 4-6). Nada más opuesto al pensamiento de Jesucristo que la división entre
los cristianos (Cfr. Jn 17, 23). La fidelidad a Jesucristo se opone a toda
tendencia cismática o herética. Ya en sus comienzos la Iglesia tuvo clara
conciencia de que la ruptura de la unidad de la fe era un gravísimo pecado
contra Dios. Por ello abundan en el Nuevo Testamento las exhortaciones a no
apartarse de la fe recibida y las advertencias contra los falsos doctores (Cfr. 1
Tm 1, 3-7; 4, 7; 6, 4.20; 2 Tm 2, 14-23; 4, 4; Tt 1, 13; 3, 9; 2 Ts 2, 15). La ruptura
de la unidad en la fe implica ruptura con Dios, en cuya palabra se funda nuestra
fe. El deseo de ser fieles a la palabra de Dios lleva consigo la voluntad firme de
mantenerse en comunión con la fe de la Iglesia. Cada cristiano ha de asociar su
acto de fe personal a la fe de la Iglesia entera. El "yo creo" de cada uno, para ser
auténtico, ha de estar integrado en el "nosotros creemos" de toda la Iglesia.

Participar en la misma Eucaristía, aceptar la autoridad apostólica del Papa


y los Obispos, practicar la caridad fraterna

73. Los cristianos podemos manifestar esta comunión en la misma fe de muchas


maneras. De modo especial lo hacemos cuando participamos en la celebración
de la Eucaristía y demás sacramentos. Las oraciones y ritos establecidos por la
jerarquía de la Iglesia para las celebraciones litúrgicas son una expresión de
esta fe común de todo el pueblo de Dios. La fe común en Cristo nuestro
Salvador, profesada en conformidad con la Tradición viva de la Iglesia, implica la
aceptación de la autoridad apostólica del Papa y de los Obispos, y lleva a todos
los miembros de la comunidad cristiana a la práctica de la caridad fraterna.

Iglesia, Eucaristía, comunión

74. La palabra comunión, es un término utilizado frecuentemente —y no por


casualidad— en un contexto eucarístico. Iglesia y Eucaristía son realidades
íntimamente unidas. La Iglesia, habitualmente dispersa por el mundo, se reúne,
refuerza su unión, se expresa y se realiza como comunión, y la afirma ante todos
los hombres, en la celebración de la Eucaristía. Mediante el gesto y las palabras
proclama entonces su verdadero nombre: comunión. Toda Eucaristía es signo
indisoluble de comunión y, a la vez, medio eficaz de realizarla. Se establece así
en la celebración una tensión entre lo que la Iglesia es de hecho y lo que está
llamada a ser. En la Doctrina de los Doce Apóstoles aparece esta antigua
oración eucarística por la reunión de la Iglesia:

"Como este fragmento estaba disperso sobre los montes


y reunido se hizo uno,
así sea reunida tu Iglesia
de las confines de la tierra en tu reino" (9, 4).

Los Mandamientos de la Iglesia, en función de la comunión eclesial


75. La docilidad con la que hay que obedecer al Espíritu Santo para mantenerse
en la comunión eclesial, lleva consigo, entre otras exigencias, la fiel observancia
de los Mandamientos de la Iglesia, los cuales son disposiciones de la autoridad
eclesial. Son particularmente conocidos los ya formulados en el Catecismo de
San Pedro Canisio (1555), y que ahora aparecen formulados así: "Los
mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco: El primero,
oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. El segundo, confesar
los pecados mortales al menos una vez al año y en peligro de muerte y si se ha
de comulgar. El tercero, comulgar por Pascua de Resurrección. El cuarto,
ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. El
quinto, ayudar a la Iglesia en sus necesidades."

El particularismo individual o de grupo, opuesto a la comunión

76. El particularismo, individual o de grupo (sectarismo), se opone al misterio


eclesial de la comunión. Por ello conviene tener siempre presente esta doble
llamada de atención: "No viváis solitarios, replegados sobre vosotros mismos,
como si ya estuviérais justificados, sino reuniéndoos en un mismo lugar inquirid
juntos lo que a todos en común conviene" (Carta de Bernabé, IV, 10). "No faltan
quienes por una errónea concepción de la Iglesia tienden a aislarse, con su
grupo, del resto de la comunidad cristiana" (Carta colectiva del Episcopado
Español, RIS 4).

Sectarismo de grupo, problema actual

77. En el texto precedente, la Conferencia Episcopal Española denuncia el


sectarismo de grupo como problema actual. Al igual que en la Iglesia primitiva,
los cristianos siguen experimentando tentaciones de división entre ellos, a pesar
del acontecimiento de Pentecostés en el que el Espíritu Santo crea la unidad y el
entendimiento mutuo desde la diversidad (Hch 2, 1-13), La división de grupo
pretende justificarse tras el nombre de alguno de los más directos discípulos de
Jesús: Pedro, Pablo, Apolo. San Pablo contesta con su energía característica:
"¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?" (1 Co 1, 12-
13).

La comunión con los no católicos

78. Con los no católicos la unidad no es completa (LG 15), precisamente porque
la comunión resulta deficiente en alguno de sus elementos esenciales. Pero, a
pesar de ello, el Espíritu Santo está promoviendo la búsqueda de una comunión
plena entre todos los cristianos. Es un ideal realizable al que tienden los
discípulos de Jesucristo porque poseen muchos elementos que, dinámicamente,
los empujan a esta comunión (Cfr. UR 3). "La Iglesia se reconoce unida por
muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de
cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de
comunión bajo el sucesor de Pedro" (LG 15). E incluso quienes, por no haber
conocido la Buena Nueva, no son en modo alguno discípulos de Jesucristo,
también poseen elementos en sus vidas que pueden ordenarles a su
incorporación a la comunión en el Pueblo de Dios (Cfr. LG 16). Los cristianos
deben pedir constantemente a Dios Padre por la unidad de todos los que
profesan la fe en Jesucristo para que constituyan un único rebaño bajo un solo
pastor, según la voluntad de Cristo.

La única iglesia de Cristo: una, santa, católica y apostólica, subsiste en la


Iglesia católica

79. Los cristianos que constituyen Iglesias separadas de la Iglesia católica


pertenecen a dos grandes grupos. En primer lugar las Iglesias orientales.
Durante mucho tiempo vivieron en comunión de fe, de vida sacramental con la
Iglesia romana, aceptando la autoridad del Papa. Coinciden con la Iglesia
católica en la casi totalidad de las enseñanzas relativas a la fe, en los
sacramentos, en vida espiritual. El punto principal de su discrepancia con la
Iglesia católica es que no reconocen el primado de jurisdicción del Papa como
pastor de la Iglesia universal. El segundo grupo es el de las Iglesias y
comunidades separadas en Occidente (Protestantes). Muchas de estas Iglesias
y comunidades eclesiales se distinguen unas de otras entre sí no sólo por su
organización, sino también por su doctrina.

Se distinguen también de la Iglesia católica en puntos importantes que la Iglesia


católica romana, considera irrenunciables porque pertenecen a la revelación
divina. Pero en todas ellas hay muchos aspectos de orden doctrinal, espiritual,
litúrgico y pastoral que coinciden con los de la Iglesia católica. Los católicos
creemos que la única Iglesia de Cristo, que en el símbolo confesamos como
una, santa, católica y apostólica, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el
sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él. El católico ha de ser fiel
a esta fe si quiere ser fiel a Dios; ha de esforzarse además por vivir de acuerdo
con la fe de la Iglesia católica. Al mismo tiempo ha de tratar con respeto y amor
a los cristianos que pertenecen a otras Iglesias; ha de colaborar fraternalmente
con ellos en el ejercio de la caridad y ha de pedir con frecuencia al Señor que
mueva los corazones de todos para alcanzar la unidad querida por Cristo (Cfr.
LG 8 y 15; UR 12; OE 30).

La comunión eclesial, don dd Espíritu

80. La enseñanza conciliar pone el acento en la humildad con que los católicos
han de vivir su vocación, don inmerecido —gratuito— del Espíritu: "Recuerden
todos los hijos de la Iglesia que su alta condición no ha de atribuirse a los
propios méritos, sino a una particular gracia de Cristo: si no respondiesen a ella
de pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor
severidad" (LG 14). También se insiste en que una incorporación a la visibilidad
de la Iglesia que no supusiese al mismo tiempo la entrega interior al amor de
Cristo no sería suficiente para ser acogidos en la salvación cristiana: "No se
salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no
perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia "en cuerpo ",
pero no "de corazón" (LG 14 y San Agustín, Bapt. c. Donat. V. 28, 39: PL 43,
197: "Certe manifestum est, id quod dicitur, in Ecciesia intus et foris, in carde,
non in corpore cogitandum").

Tema 46. LA APOSTOLICIDAD DE LA IGLESIA. CONSTITUCIÓN


JERÁRQUICA DEL PUEBLO DE DIOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

• el carisma de la autoridad como un servicio a todo el Pueblo de Dios. Que esta autoridad como
servicio es don del Espíritu;

• que la autoridad, como servicio, tiene la misión de ser centro de unión del Pueblo de Dios.

Todo grupo necesita un centro de unidad

81. Todo grupo necesita, de algún modo, una organización. Un grupo amorfo no
puede sobrevivir mucho tiempo. Poco a poco, cada miembro del mismo va
descubriendo su papel junto a los demás. Así surge un conjunto orgánico de
funciones o servicios, que caracteriza y expresa la vida del grupo. El grupo no
puede estar dividido. Necesita realizar su propia unidad. Esto se hace posible en
torno a una o varias personas que asumen la responsabilidad de ser centro de
unión. Es lo que, normalmente, se llama autoridad.

Autoridad como servicio

82. El riesgo de toda autoridad consiste en olvidar su función de centro de


unidad del grupo o de la sociedad, para convertirse en instrumento de dominio.
Jesús enseñó a sus apóstoles a mirar su función de autoridad como un servicio:
los jefes de las naciones quieren que se les mire como a bienhechores y
señores; pero ellos, siguiendo su ejemplo, deberán hacerse servidores de todos
(Mc 10, 42ss).

Los apóstoles y sus sucesores tienen una autoridad recibida de Cristo, pero han
de ejercerla siempre al servicio de la fe y de la caridad de todo el pueblo de
Dios. Su oficio es servir a todo el pueblo de Dios promoviendo la comunión en la
fe y en la caridad. La palabra "ministerio" con que se designa la función de los
obispos, sacerdotes y diáconos en la Iglesia alude a esta idea de servicio. Su
vida ha de ser la de fieles servidores de Cristo, de quien han recibido la misión, y
la de servidores del pueblo de Dios y de todos los hombres a imitación de Cristo.
La Iglesia, por voluntad de Cristo, pueblo gobernado por los Obispos,
sucesores de los Apóstoles.

83. La autoridad en la Iglesia no surgió, como en las demás sociedades


humanas, como la respuesta a una necesidad sentida por el grupo o la
comunidad de los seguidores de Cristo. La autoridad en la Iglesia ha sido
establecida por Cristo; no se fundamenta en una delegación o designación de la
comunidad, sino en Cristo mismo. El instituyó a la Iglesia como sociedad
orgánica y jerárquica, animada por el Espíritu Santo y gobernada por los
obispos, sucesores de los Apóstoles, en comunión con el Papa, sucesor de
Pedro y cabeza visible de toda la Iglesia. Por voluntad de Cristo también los
demás miembros de la Iglesia tienen una responsabilidad, según su vocación,
en el servicio a todo el pueblo de Dios y a todos los hombres. El Espíritu Santo
"
llena y dirige con los diversos dones jerárquicos y carismáticos y embellece con
sus frutos a la Iglesia, a la que conduce hacia toda la verdad y la unifica por
medio de la comunión y los ministerios" (LG 4). La Iglesia es un pueblo
orgánicamente estructurado, un pueblo jerarquizado.

La autoridad como servicio pastoral

84. En la antigüedad, a los reyes se les llamaba frecuentemente pastores: la


divinidad les había confiado el servicio de reunir y de cuidar las ovejas del
rebaño. Eran "pastores de hombres". La imagen del pastor que conduce su
rebaño, profundamente arraigada en la experiencia de los antepasados de Israel
(arameos nómadas: Dt 26, 5), expresa admirablemente dos aspectos,
aparentemente contrarios y con frecuencia separados, de la autoridad ejercida
sobre los hombres. El pastor es a la vez un jefe y un compañero. Su autoridad
no se discute, está fundada en la entrega y en el amor.

Israel, rebaño de Dios

85. Israel es el rebaño de Dios (Sal 99, 3; 22; Mi 7, 14). Yahvé confía las ovejas
de su propio rebaño a sus servidores: los guía por mano de Moisés (Sal 76, 21)
y para evitar que la comunidad del Señor esté sin pastor, designa a Josué como
jefe después de Moisés (Nm 27, 15-20); saca a David de entre las manadas de
ovejas de su padre para que apaciente a su pueblo (Sal 77, 70ss; 2 S 7, 8; 24,
17). Mientras que en otros pueblos los reyes reciben el título de pastor, éste no
se da explícitamente a los reyes de Israel. Ciertamente, se les atribuye este
papel (1 R 22, 17; Jr 23; 1-2; Ez 34, 1-10), pero en realidad el título está
reservado al Mesías, nuevo David.

Jesús, el Buen Pastor

86. En la persona de Jesús se cumple la esperanza del buen pastor. El profeta


Ezequiel había anunciado: "Les daré un pastor único que las pastoree: mi siervo
David; él las apacentará, él será su pastor" (Ez 34, 23). Jesús se presenta como
el buen pastor enviado por el Padre. "Yo soy el buen pastor", dice Jesús (Jn 10,
11). Es el mediador único, la puerta de acceso a las ovejas (10, 7) y que permite
ir a los pastos (10, 9-10). Una nueva existencia se funda en el conocimiento
mutuo del pastor y de las ovejas (10, 3-4.14-15), amor recíproco fundado en el
amor que une al Padre y al Hijo (14, 20; 15, 10; 17, 8-10.18-23). Jesús es el
pastor perfecto, ,porque da su vida por las ovejas (10, 15.17-18). Las ovejas
dispersas, que él reúne, vienen del aprisco de Israel y de las naciones (10, 16;
11, 52). El "pequeño rebaño" de los discípulos que ha reunido (Lc 12, 32) será
dispersado, pero, según la profecía, el pastor que habrá de ser herido lo reunirá
en la Galilea de las naciones (Mt 26, 31-32; cfr. Za 13, 7).

Jesús confía a ciertos hombres su misión pastoral

87. Jesús confía a ciertos hombres la misión que El ha recibido del Padre (Mt 28,
18-20; Jn 20, 21-23). A ejemplo suyo, deben buscar la oveja extraviada (Mt 18,
12ss), vigilar contra los lobos devoradores que no tendrán consideraciones con
el rebaño (Mt 10, 16; 7, 15; Hch 20, 28ss), apacentar a la Iglesia de Dios con el
arranque del corazón, en forma desinteresada (Cfr. Ez 34, 2-3), haciéndose
modelos del rebaño. Así lo entendieron los Pastores de la primera cristiandad:
"Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a
la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino
con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino
convirtiéndoos en modelos del rebaño" (1 P 5, 2-3). Esta misión es
particularmente ejercida por los Apóstoles, siguiendo a su Maestro, que no ha
venido a ser servido, sino a servir y dar su vida (Mc 10, 42-45), que ha estado en
medio de nosotros como quien sirve (Lc 22, 27).

Jesús escoge a doce

88. Entre el gran número de discípulos que seguían a Jesús (Lc 6, 17; 10, 1),
después de haber dirigido su oración al Padre, escogió a doce, a fin de que le
acompañasen y, en su día, recibiesen el encargo de anunciar el Reino de Dios
(Mc 3, 13-19). El hecho de haber elegido a doce evoca las doce tribus de Israel y
significa que sobre los Doce se alza el Nuevo Pueblo de Dios. Así lo expresa de
modo especial este pasaje del evangelio de San Mateo: "Os sentaréis también
vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mt 19, 28).
Reciben una enseñanza particularmente íntima del Maestro: explicación de las
parábolas (Mt 13, 10-11; Mc 4, 34), secretos del Reino Escatológico (Mc 13, 3-
4), anuncios de su muerte y resurrección (Mc 8, 31-33; 9, 30-32; 10, 32-34; Mt
26, 1-2). Asimismo, son testigos de las intimidades del corazón de Cristo (Jn 14-
17).

Los Apóstoles, testigos de la Resurrección, enviados a continuar la misión


de Jesús

89. A estos doce y a otros cooperadores en la primitiva Comunidad cristiana, el


Nuevo Testamento les da el nombre de apóstoles. Todos coinciden en haber
sido elegidos por Jesús de modo peculiar, ser testigos de su Resurreccción y
haber sido enviados por El para "convertir a todos los pueblos en discípulos
suyos, santificarlos y gobernarlos y así propagar la Iglesia, sirviéndola bajo la
guía del Señor" (LG 19) (Cfr. Mt 28, 16-20; Mc 16, 15; Lc 24, 45-48; Jn 20, 21-
23). Todos son enviados, tras la Resurrección de Jesús, en su nombre y con su
misión tal como El la había recibido del Padre. "Para el desempeño de esta
misión, Cristo Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo, y lo envió desde
el cielo el día de Pentecostés, para que,, confortados con su virtud, fuesen sus
testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, los pueblos y los reyes
(Cfr. Hch 1, 8; 2, 1 ss; 9, 15)" (LG 24).

Jesús: Profeta, Sacerdote, Rey

90. Los Apóstoles reciben la misión de Jesús, Profeta, Sacerdote y Rey.


Maestro-Profeta, tal como el Pueblo le denominaba (Jn 13, 13; 6, 14). Sacerdote
(o más bien, Sumo Sacerdote, como dice la Carta a los Hebreos, 4, 13-15), que
se ofrece a Sí mismo en Sacrificio por el pecado del mundo (Jn 6,51; Lc 22, 19;
Ap 5, 9). Pastor-Rey-Señor, el auténtico Pastor Bueno (Jn 10, 11-15; cfr. Ez 34,
1-31 y Jr 23, 1-3), el Rey cuyo estilo no es como el de los reyes de este mundo
(Jn 18, 37; 19, 19; 6, 15), el Señor que posee todo dominio sobre el Universo
(Flp 2, 11).

Los Apóstoles proclaman la buena noticia, santifican a los nuevos fieles,


dirigen la comunidad cristiana

91. Por ello, los Apóstoles tienen, como Jesús, una función de profetas,
sacerdotes y guías del Pueblo de Dios. Proclaman la Buena Noticia. Es la misión
primordial, según San Pablo (1 Co 1, 17; 9, 16). Buscarán colabodores para la
acción caritativa, reservándose la tarea de la Palabra (Hch 6, 1-4). Santifican a
los nuevos fieles mediante el sacramento del Bautismo (Mc 16, 16; Hch 2, 41; 8,
36-38), la celebración de la Eucaristía (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-26; Hch 2, 42), el
perdón de los pecados (Jn 20, 21-23), la imposición de manos como transmisión
de un don del Espíritu Santo (1 Tm 5, 22; 2 Tm 1, 6-7). Dirigen la Comunidad
cristiana, no a la manera despótica, sino como quien "sirve" (Mc 10, 41-44; Lc
22, 25-26; Hch 1, 17.25; 20, 24; 21, 19). Así dirigen la Comunidad de Jerusalén
desde el día de Pentecostés (Hch 2, 37-42), aunque no dejan de escuchar las
intervenciones de los "ancianos" y de toda la Asamblea, incluso en asuntos tan
graves como los que se plantean en el "Concilio de Jerusalén" en relación con el
valor de las prácticas judías (Hch 15, 9. 22-29). En casos de conflicto, como los
problemas surgidos en Corinto ante la diversidad de carismas (1 Co 12-14),
hacen valer su autoridad.

Cristo ejerce su función de Cabeza y Pastor invisiblemente por medio del


Espíritu y visiblemente por medio del colegio apostólico

92. Jesucristo, antes de dejar visiblemente a su Iglesia le concede un Don


interior, el Espíritu Santo, que será su principio de vida, y un don exterior, el
cuerpo apostólico. Cristo seguirá siendo cabeza y pastor de "su" Iglesia (Cfr. Mt
16, 18). Pero en adelante ejercerá su función de cabeza y pastor invisiblemente
por medio del Espíritu Santo, y visiblemente por medio del cuerpo apostólico, el
conjunto de los Obispos presidido y guiado por el sucesor de Pedro. En el Nuevo
Testamento el término "apóstol" se usa a veces en un sentido amplio. Pero en
muchos casos se refiere de modo especial al grupo de los doce, a Matías, que
sustituye a Judas, y a Pablo. Los doce fueron llamados y elegidos por Cristo
mismo (Cfr. Lc 6, 13-16). Matías fue objeto de una elección especial en la que
intervienen directamente los once (Hch 1, 15ss). Pablo reivindica el título de
Apóstol porque también él fue especialmente elegido por Cristo (Cfr. Rm 1, 1;
11, 13; Hch 26, 16), también él vio a Jesucristo resucitado (1 Co 15, 8), también
él recibió de Cristo la misión de ser su testigo (Rm 1, 5; Ga 1, 16) y los demás
apóstoles le reconocieron oficialmente el valor de su título de apóstol cuando le
tendieron' la mano en señal de comunión (Ga 2, 9).

Los Apóstoles cumplen el mandato del Señor

93. Los Apóstoles aparecen en el conjunto de la comunidad cristiana primitiva


como un grupo especial. Han recibido de Cristo unos poderes especiales (Mt 28,
18-20; Jn 20, 21-23; Mc 16, 15; Jn 14, 16; 16, 15; 17, 18); y sobre todo el Do. del
Espíritu Santo el día de Pentescostés (Hch 1, 8; 2, 1-36). Actúan desde el
principio organizando la vida de la comunidad cristiana. Intervienen en la
sustitución de Judas (Hch 1, 15-26), organizan los diferentes ministerios:
ministerio de la palabra (Hch 2, 42), ministerio sacramental (Hch 2, 42; 8, 14-17),
ministerio pastoral (1 Co 14, 26 ss). Los Apóstoles actúan en nombre del Señor
en las diversas actividades apostólicas: en la predicación de la palabra (Hch 4,
17; 12-16; 9, 15, etc.), en la administración de los sacramentos (Hch 8, 12-17;
10, 48; 1 Co 11, 23), y en las decisiones que toman en el ámbito doctrinal, moral
o disciplina) (1 Co 5, 4-5; 7, 10), en los milagros que hacen (Hch 3, 6, 16). San
Pablo expresa de este modo el sentido de su tarea apostólica: "Que la gente
sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de
Dios" (1 Co 4, 1). Toda la Iglesia tiene como fundamento a los Apóstoles: "Estáis
edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús
es la piedra angular" (Ef 2, 20).

Los Apóstoles transmiten a sus sucesores los poderes recibidos de Cristo


para la supervivencia de la Iglesia hasta el fin de los siglos

94. Cristo quiso que los Apóstoles tuvieran sucesores en su tarea jerárquica.
Estos sucesores son los Obispos. Según la voluntad de Cristo la Iglesia fundada
por El debe durar tanto como el mundo (Cfr. Mt 28, 20; 16, 17ss; Lc 24, 49; Jn
14, 16-17; Mt 13), y por tanto también debe durar hasta el fin de los tiempos
aquella potestad que Cristo confió a los Apóstoles y sin la cual la Iglesia no
podría seguir siendo fuente de vida. Algunos de los poderes que los Apóstoles
recibieron de Cristo estaban relacionados de modo exclusivo con su función de
fundadores de la Iglesia, y por tanto eran poderes que no se podían transmitir
(vgr. el ser testigos directos de la resurrección de Cristo). Pero Cristo concedió a
los Apóstoles otros poderes que por su naturaleza están vinculados a la
estructura y a la supervivencia de la Iglesia: el poder de predicar la palabra de
Dios con autoridad de administrar los sacramentos, de gobernar el pueblo de
Dios.
Mediante la predicación y el Bautismo transmitido por los Apóstoles
quedamos incorporados a la comunidad de los discípulos de Cristo, la
Iglesia

95. Jesús, después de su resurrección, antes de subir al cielo, dijo a los


Apóstoles: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mt 28,
18-20). Nuestra fe consiste en creer en Jesús acogiendo el testimonio de los
Apóstoles. Mediante la predicación y el Bautismo transmitidos• por los Apóstoles
quedamos incorporados a la comunidad de los discípulos de Jesús,
transformados en miembros de su Iglesia. Jesús nos perdona nuesros pecados,
a través del ejercicio del poder de perdonar los pecados que El dio a los
Apóstoles: "Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (In 20, 21-23). La
Iglesia celebra la Eucaristía recibida de los Apóstoles (1 Co 11, 23; Mt 26, 26-29;
Mc 14, 22-25; Lc 22, 14-20).

Los colaboradores y sucesores de los Apóstoles, en el mismo oficio


apostólico establecido por Cristo

96. La actitud de los Apóstoles es consecuente con la voluntad de Cristo que


quiere que permanezca para siempre en la Iglesia aquella vida de comunión en
la fe, en los sacramentos y en la caridad, a cuyo servicio ha instituido el
ministerio apostólico. Al principio los Apóstoles dirigen personalmente o
mediante colaboradores enviados por ellos, las nuevas comunidades cristianas
(Hch 8, 14; 11, 22; 15, 22). Poco a poco buscan colaboradores en cuyas manos
dejan el cuidado de estas iglesias, confiriéndoles por medio del rito de la
imposición de las manos (1 Tm 4, 14; 5, 22), los poderes que Cristo mismo les
había confiado (Cfr. Hch 20, 28; 1 P 5, 2; 1 Tm 3, 5. 15; 4, 6; 5, 17; 2 Tm 1, 6; 4,
2; Tt 1, 5; 2, 15). Para designar a estos colaboradores se emplean diversos
nombres: ancianos o presbíteros, epíscopos o inspectores (obispos), diáconos
(Cfr. Hch 6, 1:6; 11, 30; 14, 23; 15, 23; 20, 17. 28; 21, 18; F1p 1, 1; 1 Tm 3, 1-
7.8-13; 5, 17; Tt 1, 5). Hoy no sabemos con exactitud el alcance de estos
términos; pero sí' aparece claro que los Apóstoles buscan unos colaboradores
que después serán sus sucesores en la misma tarea. Los sucesores de los
apóstoles reciben sus poderes apostólicos en una Iglesia ya constituida por
Cristo y por los Apóstoles. Por medio dé los Apóstoles, es Cristo mismo quien da
estos poderes a los sucesores.

Los Obispos sucesores de los Apóstoles. Iglesia apostólica

97. "La misión divina que Cristo confió a los Apóstoles debe durar hasta el fin de
los tiempos (Mt 28, 20), ya que el evangelio que ellos deben transmitir es
constantemente el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esta razón, los
Apóstoles se preocuparon de establecer sucesores en esta sociedad
jerárquicamente estructurada" (LG. 20). Así los Apóstoles, cual si hicieran
testamento, encargaron a sus colaboradores el contemplar y afianzar la obra
que ellos habían comenzado y determinaron también que, al morir ellos, otros
hombres de confianza recogieran su ministerio (S. Clemente Romano, Ad Co 44,
2).

Los que hoy designamos como "Obispos" —responsables de las Iglesias


particulares— fueron señalados, desde los comienzos, como los auténticos
sucesores de los Apóstoles en el ministerio de modo que S. Ireneo, testigo
excepcional de las Iglesias de oriente y occidente, puede decir a finales del siglo
II: "Podemos contar a aquellos que han sido puestos por los Apóstoles como
Obispos y sucesores suyos hasta nuestros días" (Adv haer. III, 3, 1; PG 7,
848A). A través de estos sucesores de los Apóstoles se manifiesta y conserva la
tradición apostólica en todo el mundo (Cfr. Adv haer. III, 2, 2; PG 7, 847; cfr. LG
20). La Iglesia es conducida en su peregrinación por la acción del Espíritu Santo
y de los sucesores de los Apósles: "El Señor Jesús dispuso el ministerio
apostólico y prometió el Espíritu Santo en forma tal que uno y otro actuasen
asociadamente en la actualización de la obra salvífica en todas partes y para
siempre" (AG 4).

La auténtica Iglesia de Cristo viene históricamente de Cristo y de los


Apóstoles. Cristo, Cabeza de la Iglesia

98. En la Iglesia del siglo II los Obispos aparecen ya por todas partes al frente de
las comunidades cristianas y la fe común de la Iglesia hasta hoy reconoce que
los Obispos son los sucesores de los Apóstoles. La sucesión apostólica viene de
Cristo a los Apóstoles, de los Apóstoles a los primeros Obispos, y de estos a sus
sucesores hasta hoy. No es que cada Obispo suceda a cada Apóstol, sino el
conjunto de los Obispos, presididos por él Papa, sucede al conjunto de los
Apóstoles presididos por Pedro. La Iglesia de Cristo es aquella que Cristo mismo
ha fundado y que se prolonga históricamente desde Cristo hasta nosotros,
conducida desde el principio por los Apóstoles y sus sucesores bajo la acción
del Espíritu Santo. Ha sido fundada de una vez para siempre sobre el
fundamento de los Apóstoles y nadie puede asignarle otro fundamento (Cfr. Ef.
2, 20; 1 Co 3, 10-11; Ap 21, 14). Esta Iglesia continúa siendo el Cuerpo de Cristo
(Cfr. Ef 4, 1-16; 5, 29-30). Cristo es hoy Cabeza de la Iglesia y actúa en ella por
medio del Espíritu y del conjunto de los Obispos.

La Iglesia, fiel a la tradición apostólica

99. La Iglesia conducida por los sucesores de los Apóstoles, e interiormente


guiada e iluminada por el Espíritu Santo, conserva las enseñanzas, las
recomendaciones, los mandatos, las instituciones de los Apóstoles, transmite el
mensaje de Jesús tal como le ha sido entregado por los Apóstoles. La Iglesia
conserva y transmite íntegramente lo que Dios nos ha comunicado a través de
toda la historia de salvación y últimamente por medio de Jesucristo y de los
Apóstoles. Los libros del Nuevo Testamento redactados bajo la inspiración del
Espíritu Santo contienen el mensaje de Jesús según la enseñanza de los
Apóstoles. Pero antes de los escritos existió la enseñanza oral del propio Jesús
y de los Apóstoles. Escritura y Tradición están inseparablemente unidas. La
Palabra de Dios está en la Escritura y en la Tradición. La Iglesia conserva las
Sagradas Escrituras y la Tradición recibida de los Apóstoles, las medita
constantemente y hace de ellas el alimento de su fe, y de su vida, siempre bajo
el impulso del Espíritu Santo. La Tradición viva de la Iglesia se manifiesta a lo
largo de los siglos en la liturgia de la Eucaristía y demás sacramentos, en los
escritos de los Santos Padres, en la vida de fe y caridad del pueblo cristiano, en
las normas disciplinarias, en la vida de los grandes Santos, en el magisterio del
Papa y de los Obispos, etc.

Los Obispos, continuadores de la misión de Cristo

100. La Iglesia, fundada por Jesucristo en los Apóstoles, continúa hoy siendo
apostólica. Hay elementos apostólicos que se hallan en la Iglesia del siglo xx
como en la del siglo lv o en la del siglo 1. Uno de ellos es la jerarquía, por ello
denominada "apostólica". Tradicionalmente este servicio apostólico, ejercido por
los Obispos, presenta las siguientes dimensiones: servicio de la Palabra
(Magisterio Profético), servicio de la celebración Litúrgica (Sacerdocio) y servicio
de la Comunidad Eclesial (Gobierno Pastoral). Así lo señala el Concilio Vaticano
II en diversas ocasiones, pero especialmente en la Constitución Lumen Gentium
(25, 26, 27).

Aunque todos los ministerios edificadores de la Iglesia dimanan, de un modo u


otro, del carisma apostólico como de su fuente, el testimonio de la tradición ha
centrado su atención en un singular ministerio que ocupa el primer lugar entre
todos y que condensa lo más nuclear del oficio y misión de los Apóstoles: es "el
oficio de aquellos que, constituidos en el episcopado, a través de una sucesión
que transcurre desde el principio, poseen los vástagos de la semilla apostólica"
(LG 20). El apostolado de los Doce no se agota en el ministerio de los Obispos,
pero este ministerio es heredero genuino de la misión apostólica de los testigos
de la Resurrección y encierra en sí lo que hay de más sustancial en el oficio
encomendado por Cristo a los Apóstoles.

Los presbíteros, colaboradores de los Obispos

101. Los presbíteros (comúnmente llamados "sacerdotes") son colaboradores de


los Obispos y así participan de su ministerio eclesial. "Los presbíteros, aunque
no tienen la cumbre del Pontificado y dependen de los Obispos en el ejercicio de
su potestad, están, sin embargo, unidos con ellos en el honor del sacerdocio y,
en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos
sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote
(Cfr. Hb 5, 1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el evangelio y apacentar a los
fieles y para celebrar el culto divino" (LG 28).

Los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles


102. También los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles,
suponiendo su ministerio una referencia intrínseca al episcopado: los presbíteros
pueden ser llamados sacerdotes de segundo orden del Colegio episcopal (Cfr.
LG 28; PO 2, 7; CD 28). Por el don recibido en la sagrada ordenación se
constituyen en cooperadores y consejeros necesarios de los Obispos "en el
ministerio y en la función de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios"
(PO 7). Su oficio no es una derivación del sacerdocio de los Obispos, sino una
participación del único sacerdocio de Cristo, confiado a los Apóstoles, que, en su
caso concreto, se configura como ministerio que ha de ejercerse en colaboración
subordinada al sacerdocio episcopal. Los presbíteros, por otra parte, están
llamados a realizar su misión comunitariamente sobre la base de "la fraternidad
sacramental" (PO 8). Un presbítero está destinado, por su misma condición, a
integrarse en un presbiterio congregado en virtud de la ineludible vinculación al
Obispo de la Iglesia local.

Cristo, presente en la persona de los Obispos y de los presbíteros


asociados al Obispo

103. Los sucesores de los Apóstoles son representantes ministeriales de Cristo.


Cristo continúa presente en su Iglesia de muchas maneras, y entre ellas, a
través del ministerio de los Obispos y de sus colaboradores los presbíteros: "En
la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor
Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles... Estos
pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo
y los dispensadores de los misterios de Dios (Cfr. 1 Co 4, 1)" (LG 21; PO 5). La
función de la Jerarquía es suplir la presencia visible de la humanidad de Cristo.
Los miembros de la Jerarquía, por ser los representantes ministeriales de Cristo,
con autoridad y poder recibido de Cristo para hablar y actuar en su nombre, son
un elemento constitutivo de la Iglesia. Cristo es anunciado a los hombres de hoy,
se comunica a los hombres a través de los sacramentos y de la vida de fe y de
caridad de los cristianos, por medio de la Iglesia, y especialmente por medio del
ministerio de los Obispos y sus colaboradores los presbíteros.

Los diáconos, en comunión con el Obispo y su presbiterio, al servicio del


Pueblo de Dios

104. "En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la
imposición de las manos "no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio".
Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su
presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y
de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la
autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y
distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia,
llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y
exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los
sacramentos. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración,
recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: "Misericordiosos,
diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de
todos" (LG 29).

El Papa, sucesor de San 'Pedro, centro de comunión universal, cabeza del


Colegio Episcopal

105. Entre los diversos servicios pastorales destaca, por su particular


significado, el del Papa, sucesor de Pedro, centro de comunión universal (Cfr.
Concilio Vaticano I, DS 3056-3058), cabeza del Colegio Episcopal. "Así como
por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles forman un solo
Colegio Apostólico, de modo semejante se unen entre sí el Romano Pontífice,
sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles"(LG 22).

El Papa, cabeza visible de la Iglesia universal

106. La persona del Pontífice Romano, sucesor de Pedro, es cabeza del Colegio
Episcopal, y cabeza visible de toda la Iglesia. Así lo enseñó solemnemente el
Concilio Vaticano I: "Para que el episcopado mismo fuese uno e indiviso, y la
multitud entera de los creyentes se mantuviese en la unidad de la fe y de la
comunión gracias a la íntima y recíproca cohesión de los pontífices poniendo
(Cristo) al bienaventurado apóstol Pedro a la cabeza de los demás. apóstoles,
instituyó en su persona el principio perenne y el fundamento visible de esa
unidad. Sobre su solidez se levantaría el templo eterno, y sobre la firmeza de su
fe se elevaría la Iglesia, cuya grandeza debe llegar hasta el cielo" (DS 3051). El
Concilio Vaticano II reafirma esta misma doctrina: "Esta doctrina sobre la
institución, perpetuidad, poder y razón de ser del primado romano y de su
magisterio infalible, el santo Concilio la propone de nuevo como objeto de fe
inconmovible a todos los fieles" (LG 18).

"Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"

107. Cristo anuncia su intención de edificar su Iglesia sobre Pedro,


considerándolo como la piedra angular y anunciándole que le confiará la
responsabilidad total de la casa de Dios aquí en la tierra ("yo te daré las llaves
del reino de los cielos... todo lo que ates..., etc.). A la profesión de fe de Pedro,
Jesús responde con esa promesa solemne: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!,
porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está
en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los
Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo." (Mt 16, 17-19).

"Apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas"

108. Después de la resurrección, Cristo cumple su promesa, confiando a Pedro


el cuidado de toda la Iglesia: "Después de comer dice Jesús a Simón Pedro:
Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le contestó: Sí, Señor, Tú
sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis corderos. Por segunda vez le
pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? El le contesta: Sí, Señor, tú sabes
que te quiero. El le dice: Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta:
Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por
tercera vez si lo quería y le contestó: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te
quiro. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas." (Jn 21, 15-17.) Jesús no dice que
vaya a cesar El como pastor de su rebaño, o que sus ovejas no vayan a ser
suyas. El sigue siendo el único pastor del rebaño, como también el único
fundamento del edificio, la única cabeza del cuerpo, el único salvador del
mundo. Pero confía ahora a Pedro el cuidado de su propio rebaño. Pedro es
responsable de la totalidad del rebaño, cabeza también de los demás apóstoles.

Pedro, jefe y cabeza del Colegio de los Apóstoles

109. En la Iglesia primitiva Pedro se conduce indiscutiblemente como jefe y


cabeza del Colegio de los Apóstoles, y así es reconocido por los Apóstoles y por
toda la Iglesia: en la elección de Matías (Hch 1, 15), en la predicación del reino
(Hch 2, 14; 3, 12-26; 4, 5-22) en las primeras conversiones (Hch 2, 37), en la
comparecencia ante el sanedrín (Hch 10, 8; 5, 29) en la cuestión de la admisión
de los gentiles a la Iglesia (Hch 10 y 11), en el Concilio de Jerusalén (Hch 15, 7-
22). Pedro suele encabezar las listas de los Apóstoles y siempre nominalmente,
aún en el caso en que se designe a los demás de manera global (Cfr. Hch 1, 13;
2, 14.37; 5, 29, etc.).

En el Papa permanece el oficio de Pedro como Pastor de la Iglesia


universal

110. Dado que la Iglesia que Cristo funda sobre Pedro, como sobre una roca, es
una Iglesia que debe durar hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 18-20), y puesto
que Pedro es mortal (Jn 21, 19), tiene que haber unos sucesores en su función
de fundamento y de pastor supremo de la Iglesia. En caso contrario, la Iglesia de
hoy no sería la Iglesia fundada por Cristo, y vendría a ser un edificio sin
fundamento (Cfr. Mt 16, 18), un rebaño sin pastor (Cfr. Jn 21, 17). Es
históricamente cierto que Pedro vino a Roma y sufrió el martirio en esa ciudad.
Desde entonces, el Obispo de la Iglesia de Roma se ha presentado siempre y ha
sido siempre reconocido en la Iglesia como el sucesor de Pedro y, por tanto,
como pastor de la Iglesia universal. Ya durante los siglos u y iii, Roma se
convierte en. el centro de la "Catholica", centro de toda la Iglesia, al que se
recurre y que rige la totalidad del mundo cristiano. A mediados del siglo V, el
Papa San León formula con claridad la doctrina del primado romano: "Así como
permanece lo que Pedro ha creído en Cristo, así también permanece lo que
Cristo ha instituido en Pedro..." (Sermo 3, 2; PL 34, 146).

"La colegialidad es corresponsabilidad" (Pablo VI)

111. La cooperación activa de todos los Obispos con el Papa en la tarea de


apacentar al Pueblo de Dios es lo que se llama colegialidad episcopal. "La
colegialidad es corresponsabilidad" (Pablo VI, AAS, 1969, 718). El Colegio de los
Obispos, que sucede al Colegio de los Apóstoles, "junto con su Cabeza, el
Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y
plena potestad sobre la Iglesia universal" (LG 22). "Este Colegio, en cuanto
compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios;
y en cuanto agrupado bajo una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo" (LG
22). Por ello, ni el Primado supone una especie de monarquía absoluta ni la
colegialidad un simple parlamento democrático. Siempre habrá que recordar que
la "estructuración" de la Iglesia es misteriosamente original y que conduciría a
callejones sin salida todo intento de captar su ser más profundo tomando como
punto de partida los modelos de las sociedades y poderes humanos: monarquía,
república, dictadura, democracia, etc. En la Iglesia, Cristo es el único Señor y
nadie decide sino El a través de unos ministerios de los que El es exclusiva
fuente vital.

La colegialidad, a través de la historia

112. A través de la historia se manifiesta la colegialidad de los Obispos en los


vínculos de la unidad, caridad y paz, en la convocatoria de Concilios y Sínodos
para decidir en común sobre problemas trascendentales para la Iglesia, en la
presencia de varios Obispos en la ordenación episcopal de un nuevo Prelado
(Cfr. LG 22).. San Ignacio de Antioquía escribe a las iglesias de Asia y Roma, a
comienzos del siglo II; los Obispos dan cartas de recomendación a sus fieles
para los Obispos de otras regiones, se comunican los nombres de nuevos
Obispos y los de aquéllos que han caído en la herejía o cisma; incluso se envía
pan eucarístico como símbolo supremo de comunión en la fe.

La colegialidad, signo de comunión

113. La conciencia de colegialidad aparece en esta carta del Papa Ceslestino I


al Concilio de Efeso: "Es santo y merece la debida veneración el Colegio en que
ahora debe manifestarse la reverenda de aquella amplia congregación de los
Apóstoles... El cuidado del ministerio de la predicación ha llegado en común a
todos los sacerdotes del Señor (los Obispos); hemos recibido un mandato
universal; quien a todos ellos así ordenó en común, quiso que también nosotros
lo hiciéramos... Haya una sola alma con un solo corazón para todos. Cuando es
herida la fe, que es una, duélase mejor aún, llore esto con nosotros todo el
Colegio" (PL 58, 505-506).

El Magisterio Episcopal, al servicio de la Palabra de Dios y de la infalibidad


de la Iglesia

114. Para que todos los fieles tengan siempre la garantía de que el mensaje de
Jesús es bien interpretado en la Comunidad, existe el Magisterio Episcopal,
encargado de interpretar auténticamente la Palabra de Dios oral o escrita. Su
función consiste en escuchar devotamente, custodiar celosamente y explicar
fielmente, con la asistencia del Espíritu Santo, esa Palabra, no estando por
encima de ella, sino a su servicio (DV. 10). De esta manera, la totalidad de los
fieles, que es infalible cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos
presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres, se ve
fortalecida con la actuación del Magisterio, mediante la cual no acepta ya una
palabra de hombres, sino la verdadera Palabra de Dios (Cfr. LG 12).

Infalibidad del Colegio Episcopal

115. Su Magisterio es especialmente garantía para todo el Pueblo de Dios


"cuando todos juntos, conservando el vínculo de la comunión entre sí y con el
sucesor de Pedro, vienen a estar de acuerdo en una sentencia como
definitivamente obligatoria al enseñar de manera auténtica cosas de fe y
costumbres; entonces proponen de manera infalible la doctrina de Cristo" (LG
25).

Infalibidad del Papa

116. En el Papa, Cabeza del Colegio Episcopal, reside de modo singular el


carisma de la infabilidad de la Iglesia, cuando, como Pastor y Maestro de todos
los cristianos, por razón de su ministerio apostólico y la asistencia divina
prometida a Pedro, proclama con acto definitivo —"ex cathedra"— la doctrina de
fe y costumbres (Concilio Vaticano 1, DS 3065-3075; LG 25).

Asistencia del Espíritu

117. El Magisterio de la Iglesia es resultado, sí, de la adecuada investigación


teológica sobre las fuentes de la Revelación, de la observación cuidadosa sobre
la fe de la Iglesia, de la coordinación manifestada especialmente en el Concilio
Ecuménico; pero, sobre todo, y en último término, del Espíritu Santo presente en
su Iglesia asistiendo a los Apóstoles que perviven en sus sucesores, conforme a
la palabra de Jesús a Pedro (Le 22, 32) y a todos los Apóstoles (Mt 28, 20). El
Espíritu será quien los lleve a la verdad completa (In 16, 13; 14, 16-17).

Como un licor precioso

118. Por la acción del mismo Espíritu, al servicio eclesial del Magisterio nunca le
faltará la adhesión de la Comunidad Cristiana. El Espíritu conserva y aumenta la
unidad en la fe de toda la grey de Cristo (Cfr. LG 25). La unidad en una misma
fe, fruto del Espíritu, es guardado como un licor precioso, en expresión de San
Ireneo: "De la Iglesia recibimos la predicación de la fe y, bajo la acción del
Espíritu de Dios, la conservamos como un licor precioso guardado en un frasco
de buena calidad, licor que rejuvenece y hace rejuvenecer incluso al vaso que lo
contiene" (Adv. haer. 3, 3, 2).

Tema 47. LA IGLESIA, PUEBLO CARISMÁTICO. VOCACIÓN. VIDA


RELIGIOSA
OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

o que en la comunidad eclesial, como en un cuerpo, cada miembro tiene una función
particular y propia, necesaria para todos los demás;

o que el carisma es fruto de la acción del Espíritu, y de la vida de fe de la Iglesia;

o que su vida, como la de todo hombre, es una vocación dada por Dios para una misión
concreta.

En el grupo, cada uno tiene su función

119. En un grupo humano bien conjuntado, cada miembro tiene una función
propia en relación con los otros. No es un número más. Todos necesitan de
todos. Cada uno tiene su papel y en él sirve a los demás. Sin embargo, cuando
cada cual se busca a sí mismo y no pone sus cualidades al servicio de los otros,
sino que prescinde de ellos, el grupo se divide, se deteriora o desaparece.

En la comunidad de fe cada miembro tiene su función

120. La Iglesia vive su fe en forma comunitaria, a veces en comunidades


humanas pequeñas y siempre en comunión con la Iglesia universal. En la
comunidad eclesial, como en un cuerpo, cada miembro tiene una función
particular y propia, necesaria para el conjunto: "El cuerpo tiene muchos
miembros, no uno solo. Si el pie dijera: no soy mano, luego no formo parte del
cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: no soy ojo,
luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el
cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo
olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él
quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los
miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede
decir a la mano: no te necesito, y la cabeza no puede decir a los pies: no os
necesito" (1 Co 12, 14-21).

Comunidad y carismas

121. En la comunidad de Corinto, la acción del Espíritu, Don de Dios por


excelencia, había suscitado una abundante profusión de dones (carismas), que
manifestaban la vitalidad de la Iglesia. Sin embargo, la actitud individual y
exhibicionista de algunos miembros traía el peligro de sembrar la anarquía en la
comunidad. Esto motiva la intervención de San Pablo en su primera carta a los
Corintios (12-14).

Todo carisma procede del Espíritu


122. Ante este problema, San Pablo da unos criterios que tienen valor
permanente. En primer lugar, recuerda que todo carisma procede del Espíritu,
como de su fuente: "Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu: hay
diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones,
pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el
Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría;
otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien por el mismo
Espíritu recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste
le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos
y malos espíritus. A uno la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular
como a él le parece." (1 Co 12, 4-11.)

Para el bien de la comunidad

123. Los carismas no se dan para poder etiquetarlos, catalogarlos, evaluarlos


como un haber del que se tiene asegurada la posesión celosa. No se dan para
uno mismo, sino para los demás: "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el
bien común" (1 Co 12, 7; cfr. 14, 12).

La importancia del carisma en relación con el servicio que presta

124. La importancia del carisma se establece según el servicio que presta a la


comunidad. Así, por ejemplo, Pablo, supuesta la caridad, muestra especial
preferencia por la profecía, proclamación de la Palabra de Dios: "Esmeraos en el
amor mutuo; ambicionad también los dones del Espíritu, sobre todo el de
profetizar. Mirad, el que habla en lenguas extrañas no habla a los hombres, sino
a Dios, ya que nadie lo entiende; llevado del Espíritu dice cosas misteriosas. En
cambio, el que profetiza habla a los hombres, construyendo, exhortando y
animando. El que habla en lenguaje extraño se construye él solo, mientras que
el que profetiza, construye la iglesia" (1 Co 14, 1-4).

La caridad supera a todos los carismas

125. El más alto de los dones comunicados por el Espíritu es el amor cristiano,
la caridad. No ,se trata de una primacía relativa entre distintos dones que tienen
todos ellos un determinado valor. Es la primacía de lo absoluto. Ese amor es el
que hace que cualquier otro don, carisma, vocación, actividad o compromiso,
tenga valor o sea nada: "Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los
ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos
que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y
todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no'
soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar
vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene
envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no
lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El
amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?,
enmudecerá. ¿El saber?, se acabará" (1 Co 13, 1-8).

El carisma es fruto de la vida de fe

126. El cárisma es fruto de la vida de fe: nace cuando un miembro determinado


de la Iglesia acoge la acción del Espíritu. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el
corazón de los fieles como en un templo (Cfr. 1 Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y
da testimonio de su adopción como hijos (Cfr. Ga 4, 6; Rin 8, 15-16.26). Guía la
Iglesia a toda la verdad (Cfr. In 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la
provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece
con sus frutos (Cfr. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del
Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la
unión consumada con su esposo" (LG 4). Los carismas, "tanto los
extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con
gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la
Iglesia" (LG 12).

Acción carismática del Espíritu en la Iglesia

127. Los Santos Padres recogen, de muchas maneras, la acción carismática del
Espíritu Santo en la Iglesia. Así San Ireneo, que relaciona la presencia eficaz del
Espíritu con la maternidad de la Iglesia, comunidad de gracia: "Donde está la
Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios allí está la
Iglesia y la Comunidad de gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso no participan
de El quienes no son alimentados al pecho de la madre ni reciben nada de la
pura fuente que mana del Cuerpo de Cristo" (S. Ireneo).

Diversidad de carismas

128. La vitalidad de la Iglesia se manifiesta en la plenitud de sus carismas.


Donde el Espíritu actúa, brota la vida de fe en una constante actividad creadora.
La Escritura no pretende darnos ,una enumeración exhaustiva de los carismas,
aunque se refiere a ellos repetidamente (1 Co 12, 8 ss, 28 ss; Rm 12, 6 ss; Ef 4,
11; cfr. 1 P 4, 11). Sin embargo, es posible reconocer su diversidad a través de
los diferentes servicios surgidos en el seno de la comunidad. Así ciertos
carismas se refieren a distintos ministerios: apóstoles, profetas, doctores,
evangelistas, pastores (1 Co 12, 28; Ef 4, 11). Otros se refieren a diversas
actividades útiles a la comunidad: servicio, exhortación, obras de misericordia...
Existen también carismas extraordinarios. El Nuevo Testamento atestigua su
presencia llamativa en los comienzos de la Iglesia: expulsiones de demonios,
curaciones, hablar en lenguas...

Discernimiento de espíritus, carisma importante

129. Ante la diversidad de carismas o dones del Espíritu, es necesario el


carisma de discernimiento de espíritus (1 Co 12, 10) a fin de probarlo todo y
quedarse con lo bueno (1 Ts 5, 12. 19-21). Deben los pastores de la Iglesia
"reconocer los servicios y carismas de los fieles" (LG 30); "el juicio de su
autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad
en la Iglesia" (LG 12). Los criterios de discernimiento son fundamentalmente
dos, como indica San Pablo: La fe en Jesucristo Resucitado, como Señor..
"
Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es bajo la acción del Espíritu Santo"
(1 Co 12, 3; 1 In 4, 2-3). Y también: El carácter de "servicio" que debe
acompañar a todo carisma auténtico. Se trata de edificar la Iglesia, crear
comunidad (1 Co 12, 7; 14, 1-33).

Carisma y vocación

130. Con frecuencia el don del Espíritu, o carisma, tiene todos los caracteres de
una llamada. Es lo que dentro de la Iglesia entendemos por vocación: una
llamada de Dios que invita al hombre a un género de vida especial, y de una
manera permanente. La respuesta a la vocación exige una entrega total. Son
ejemplos típicos de vocación, la vocación para la vida religiosa o para el
ministerio sacerdotal. Pero no se debe restringir la realidad de la vocación a
esos casos clásicos: "La vida de todo hombre es una vocación dada por Dios
para una misión concreta" (Pablo VI, Populorum Progressio, n. 15). Nuestro Dios
es esencialmente un Dios vivo que llama, que inicia el diálogo con el hombre,
que escoge a personas para hacer avanzar la historia de la salvación con su
actividad, su testimonio y su estilo de vida.

En el pueblo de Israel Dios llama a una misión concreta

131. Dios llama a Israel desde los límites de la tierra (Is 41, 8). Suscita en medio
del pueblo a diversos enviados suyos; los llama para una misión que transforma
su persona hasta lo más profundo del ser. Por eso se dice que los llama por su
nombre o que les cambia el nombre (Gn 17, 5; 32, 29). Así son llamados los
patriarcas, como Abrahán (Gn 12, 1); los reyes como Saúl y David (1 S 10, 1; 16,
12); los sacerdotes, como Aarón (Hb 5, 4; cfr. Ex 28, 1); los profetas, como
Moisés (Ex 3, 10.16), Amós (Am 7, 15), Isaías (Is 6, 9), Jeremías (Jr 1, 7),
Ezequiel (Ez 3, 1.4). Así es llamado, de algún modo, el pueblo entero, a quien se
invita a permanecer a la escucha de Dios (Dt 4, 1; 5, 1; 6, 4; 9, 1; Sal 49, 7; Is 7,
13; Os 2, 16; 4, 1).

Misión única de Jesús

132. Jesús tiene una misión única, por la cual el Padre sencillamente le presenta
al mundo. Su destino no es propiamente efecto de una vocación, sino de su
mismo Ser único. De todos modos, sobre El se derrama el Espíritu en plenitud
(Lc 3, 22; 4, 16-22; Mt 3, 16-17; Mc 1, 10).

Jesús llama a anunciar el evangelio

133. Jesús llama a sus seguidores: los Doce (Mc 3, 13), otros discípulos (Lc 9,
59-62), las multitudes. Sus invitaciones son claras: "El que quiera seguirme..."
(Mt 16, 24; Jn 7, 17), pero no siempre correspondidas: "Muchos son llamados,
mas pocos escogidos." Hay quienes se hacen sordos, a pesar de la insistencia
(Mt 22, 1-14). Estas llamadas comportan, en determinados casos, una misión
especialmente responsable sobre el mundo entero: es la misión apostólica (Mt
28, 18-20).

La vida cristiana es una vocación

134. La Iglesia primitiva comprendió inmediatamente que la existencia cristiana


era una vocación. Pedro llama "vocación" a la nueva fe en Jesús (Hch 2, 39).
Pablo se siente llamado (Hch 9, 1-19) y trata de responder conscientemente a
esa vocación (Rm 1, 1; 1 Co 1, 1; Ga 1, 11-24). Los cristianos serán "los santos
por vocación" (Rm 1, 7) a la cual deben corresponder con una vida en el Espíritu
(Rm 8, 1-17). Toda la Comunidad cristiana es "llamada", "elegida" (2 Jn 1, 1) y
todos sus miembros deben unir sus voces en la respuesta al Esposo,
aguardando su vuelta: ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 20). La vocación es
radicalmente comunitaria (Col 3, 15; Ef 4, 1-2), nace en la Comunidad y se
ordena a edificarla (1 Co 12).

Vocación de todo cristiano

135. El Concilio Vaticano II señala la vocación general de los cristianos:


vocación a formar parte de su Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios (LG 2; 13); a la
unidad en Cristo (LG 3; UR 2); a ejercer su sacerdocio común, que se actualiza
tanto por medio de los sacramentos como a través de las virtudes (Cfr. LG 11); a
dar testimonio de su fe y esperanza por doquier (LG 10); a la acción apostólica y
misionera (AA 1; AG 23); a la santidad, según su estado (LG 39-41); a la
renovación interior bajo la acción del Espíritu (AG 15; UR 7; LG 4; AG 4).

La vocación sacerdotal

136. Particularmente, el Concilio habla también de vocaciones específicas: el


ministerio sacerdotal, la vida religiosa y la acción propia del laicado. Por lo que a
la vocación sacerdotal se refiere, "es menester que en las predicaciones, en la
catequesis, en la prensa, se expliquen claramente las necesidades de la Iglesia
tanto local como universal; póngase a viva luz el sentido y excelencia del
ministerio sacerdotal, como quiera que en él se aúnan tan grandes goces con
tan grandes cargas y, sobre todo, como enseñan los Padres, en él puede darse
a Cristo el testimonio máximo de amor" (PO 11).

La vocación religiosa

137. La vocación religiosa recuerda, de modo especial, que estamos en este


mundo de paso y que "el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios
sin el espíritu de las bienaventuranzas" (LG 31). "La profesión de los consejos
evangélicos aparece como signo que puede y debe atraer eficazmente a todos
los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la
vocación cristiana. Porque, al no tener el Pueblo de Dios una ciudadanía
permanente en este mundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que
deja más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor
a todos los creyentes los bienes celestiales —presentes ya en esta vida— y
sobre todo da un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la
redención de Cristo y anuncia de antemano la resurrección futura y la gloria del
Reino Celestial" (LG 44).

La vocación propia de los seglares

138. "A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino
de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven
en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del
mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su
existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que
desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico,
contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de
fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente
mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la
caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar
las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal
modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la
gloria del Creador y del Redentor" (LG 31).

Vocación de los seglares al apostolado

139. Los seglares tienen una vocación misionera en el mundo. Están llamados,
como miembros vivos, a contribuir al crecimiento de la Iglesia (LG 33). Su
responsabilidad inmediata arranca del Bautismo, y especialmente de la
Confirmación, sello del Espíritu. Ser cristiano es una sola cosa con ser apóstol
(AA 1-3). Para esta acción apostólica, el Espíritu distribuye sus dones
libremente, dones que han de ser utilizados para edificación de la Iglesia entera
(AA 3-4). Los seglares pueden ser llamados a una colaboración más directa con
la jerarquía, como los que ayudaban a San Pablo (F1p 4, 3; Rm 16, 3-4), incluso
de manera asociada (AA 18-21).

"Negociad hasta que vuelva" (Lc 19, 13)

140. En la comunidad cristiana todos los hermanos son responsables. Cada uno
aporta la contribución de sus propios dones y talentos. Los cristianos son
aquellos a quienes Jesús confía el hacer fructificar sus dones para el desarrollo
de su Reino. El Reino de los Cielos "es como un hombre que al irse llamó a sus
empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de
plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó"
(Mt 25, 14-15).
Tema 48. SIGNO EN MEDIO DE LAS NACIONES. LUZ DE LAS GENTES

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

• que el nuevo Pueblo de Dios es signo en medio de las naciones, luz de las gentes;

• que él, como creyente, ,puede escuchar gozosamente estas palabras de Jesús: "Vosotros sois
la luz del mundo" (Mt 5, 14)..

Buscando el sentido último de nuestra vida humana

141. El hombre se pregunta muchas veces por el sentido de su vida: ¿Hacia


dónde caminamos? ¿Cuál es nuestra misión en la tiara? ¿Qué significación tiene
el amor? ¿Cómo responder a los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa
y del dolor? ¿Cómo satisfacer los deseos más profundos del corazón humano?
En definitiva, ¿qué es el hombre? Ciertamente, "todo hombre resulta para sí
mismo un problema, percibido con cierta oscuridad. Nadie en ciertos momentos,
sobre todo en los acontecimientos más importantes de la vida, puede huir del
todo el interrogante referido. A este problema sólo Dios da respuesta plena y
totalmente cierta, Dios que llama al hombre a pensamientos más altos y a una
búsqueda más humilde de la verdad" (GS 21). El hombre, envuelto en oscuridad
sobre su propia existencia, busca la luz.

Luz y tinieblas

142. El simbolismo de la luz es abundantemente utilizado en la Sagrada


Escritura. La luz es símbolo de vida, felicidad, alegría, verdad, liberación,
salvación mesiánica; las tinieblas lo son de muerte, desgracia y lágrimas. La
oposición entre luz y tinieblas viene a significar el enfrentamiento dramático del
bien y del mal, de Cristo y de Satán (Cfr. 2 Co 6, 14-15; Col 1, 12-13; Hch 26,
18; 1 P 2, 9; Le 22, 53; 16, 8; 1 Ts 5, 5; Ef 5, 7-8; Jn 12, 36). En el Antiguo
Testamento, es luz todo lo que ilumina el camino hacia Dios: la Ley, la
Sabiduría, la Palabra de Dios (Qo 2, 13; Pr 4, 18-19; 6, 23; Sal 118; cfr. Rm 2,
19). En el Nuevo Testamento, la luz es Cristo: "La 1`uz verdadera que alumbra a
todo hombre" (Jn 1, 9), la nube luminosa que guía al caminante (Cfr. Jn 8, 12; Ex
13, 21-22; Sb 18, 3).

"Resplandecerá en las tinieblas tu luz y lo oscuro de ti será como


mediodía" (Is 58, 10)

143. Los egipcios experimentaron las tinieblas el día en que actuó Yahvé en
favor de Israel (Ex 10, 21). El pecador tropieza en las tinieblas (Is 59, 9-10) y ve
que su lámpara se apaga (Pr 13, 9; 24, 20). Para un mundo pecador el día de
Yahvé es de tinieblas, no de luz: "Volverá el rostro a lo alto, oteará la tierra y sólo
habrá angustia y tinieblas, cerrazón oscura y ráfagas de niebla. ¿No hay
oscuridad donde hay angustia?" (Is 8, 21-23). Sin embargo, el día de Yahvé
tiene también otra faz de luz, de gozo y de liberación, para el resto creyente,
humillado y angustiado. Así sucedió en la aventura del Exodo: "En vez de
tinieblas, diste a los tuyos una columna de fuego, guía .a través de rutas
desconocidas y sol inofensivo en su gloriosa emigración" (Sb 18, 3). Dios ilumina
los pasos del hombre: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi
sendero" (Sal 118, 105). Dios es luz y salvación para el creyente: "El Señor es
mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?" (Sal 26, 1). Si el hombre es justó, Dios
le conduce hacia el gozo de un día luminoso (Is 58, 10; Sal 35, 10; 96, 11; 111,
4).

La nueva Jerusalén, luz de los pueblos

144. En el Antiguo Testamento, la promesa de la luz alimenta la esperanza


mesiánica: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban
tierra de sombras, y una luz les brilló" (Is 9, 1). El alba que amanecerá para la
nueva Jerusalén será maravillosa; Dios mismo iluminará personalmente a los
suyos (60, 19-20) y las naciones caminarán a su luz: "¡Levántate, brilla,
Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las
tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el
Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al
resplandor de tu aurora" (60, 1-3).

El siervo de Yahvé, alianza del pueblo y luz de las naciones

145. El libro de la Consolación (Is 40-55) presenta frecuentemente a Israel bajo


la imagen de un siervo de Yahvé, elegido para ser su testigo ante las naciones.
Pero los cuatro "cantos del Siervo de Yahvé" (42, 1-9; 49, 1-6; 50, 4-11; 52, 13-
53, 12) introducen en escena a un siervo misterioso, que en algunos rasgos se
asemeja al Israel-siervo, pero que se distingue de él y se le contrapone en otros
que le designan como persona. Este Siervo será alianza del pueblo y luz de las
naciones: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y
conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que
mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (Is 49, 6; cfr. 42, 6).

Jesús: La gran luz

146. La profecía del Siervo de Yahvé se cumple plenamente en Jesús. Cuando


Jesús comienza a predicar en Galilea, da cumplimiento a la esperanza
mesiánica: "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz
grande; a los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló "
(Mt 4, 15-16). Galilea de los gentiles es símbolo de las naciones (:paganas): un
pueblo que necesita la luz y la encuentra en la predicación de Jesús. Esta luz se
hará :particularmente intensa, única, en la exaltación del Siervo, en la
resurrección de Jesús, que "después de resucitar el primero de entre los
muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles" (Hch 26, 23). Dios sale al
encuentro del hombre, enviándole a su Hijo Unigénito. Cristo enviado por el
Padre se presenta como la luz del hombre: "Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12; cfr. Jn
1, 9; 9, 39; 12, 35; 1 Jn 2, 8). La venida de Cristo corno luz de los hombres
obliga a los hombres a pronunciarse a favor o en contra (Jn 3, 19-21; 7, 7; 9, 39;
12, 46). Cristo, luz de los hombres, está presente en su Iglesia: "Yo estaré con
vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20; cfr. Jn 14, 18-23).

Jesús, signo levantado en medios de las naciones

147. Jesús es signo levantado en medio de los pueblos: "Aquel día la raíz de
Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será
gloriosa su morada" (Is 11, 10). Es el "sol de justicia" (M1 3, 20), es decir, el
Siervo elegido que enseñará a las naciones lo que Dios entiende por justicia (Is
42, 1); es el manso y humilde de corazón (Mt 11, 29), que anuncia la salvación a
los pobres, a los que tienen hambre, a los que lloran, a los que son perseguidos
por causa de la justicia, a los misericordiosos (Cfr. Le 4, 18-19; 6, 20-38; Mt 5, 1-
12): a los que llevan dentro de sí el espíritu de las bienaventuranzas. Jesús,
haciendo suya la misión de Siervo, contradice la expectación mesiánica
triunfalista e inaugura la verdadera salvación con el gran signo de su elevación
en la cruz (Jn 12, 32-33; 3, 14-15), el signo eficaz que proporciona el
resurgimiento de muchos (Le 2, 34), el estandarte levantado en lo alto para la
reunión de los hija de Dios dispersos (Jn 11, 52).

"Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre"

148. Jesús hace plenamente' visible la acción salvadora de Dios. En su


humanidad se hace patente el misterio de Dios. Así se lo dice a Felipe: "Quien
me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No
crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo
por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras.
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras" (Jn
14, 8-12). Así el encuentro con Jesús por la fe viva es encuentro con Dios.
Jesús, en su misma condición de hombre, es signo o sacramento del encuentro
con Dios. Si los sacramentos son signos sensibles que significan la vida de
gracia y la confieren al hombre bien dispuesto, se puede decir que Jesús,
hombre como nosotros e Hijo de Dios, es el sacramento primordial. En el
hombre Jesús Dios se hace presente entre nosotros. A través de la humanidad
de Cristo se nos concede la participación en la vida divina, la vida de gracia.

La Iglesia, luz de las gentes

149. Jesús, por ser el Hijo de Dios hecho hombre, es el centro de la humanidad
en su relación con Dios. La gracia de Cristo está orientada hacia los hombres.
Cristo quiere comunicar a los hombres la vida divina que El recibe del Padre; es
el supremo signo eficaz de la gracia. La Iglesia a su vez es signo o sacramento
de Cristo Resucitado. La comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia, es
signo visible de la presencia invisible de Jesús entre los hombres. Por medio de
la predicación de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos,
especialmente de la Eucaristía, y de la caridad fraterna, Cristo actúa en la Iglesia
y, en virtud de la acción oculta del Espíritu, se comunica a los hombres. De esta
manera, la Iglesia viene a ser, como Jesús, "luz de las gentes", "signo levantado
en medio de las naciones". El Concilio Vaticano II presenta el misterio de la
Iglesia como radicado en la claridad de Cristo: "Cristo es la luz de los pueblos.
Por ello este sacrosanto sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea
ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el evangelio a toda
criatura (cfr. Mc 16, 15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz
de la Iglesia" (LG 1).

En la Iglesia se hace visible y real la salvación de la humanidad, como expresión


y efecto de la gloria del Señor Resucitado. Como Cristo recibe la vida del Padre,
la Iglesia recibe la vida de Cristo por su Espíritu. Cristo se da en la Iglesia y obra
en ella por el Espíritu Santo. La acción de Cristo glorioso y del Espíritu Santo en
la Iglesia son inseparables. Cristo obra enviando su Espíritu y el Espíritu vivifica
a la Iglesia como enviado por Jesucristo Resucitado y por el Padre.

La Iglesia, signo levantado en medio de las naciones

150. La Iglesia está llamada a ser, en Cristo Jesús, alianza de la humanidad y


signo levantado en medio de las naciones: "Al edificar, día a día, a los que están
dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu, hasta
llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la Liturgia... presenta a la
Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones
(Is 11, 12) para que debajo de él se congreguen en la unidad los hijos de Dios
que están dispersos hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor (Jn 10, 16)"
(SC 2). Asimismo, "como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y
persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino
a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres" (LG 8; cfr. GS 38;
LG 42).

La Iglesia, sacramento universal de salvación

151. La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de


la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (Cfr. LG 1).
"Se la. compara por una notable analogía al misterio del Verbo Encarnado, pues
así como la naturaleza asumida sirve al Verbo Divino como de instrumento vivo
de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación
social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica para el acrecentamiento
de su cuerpo (Cfr. Ef 4, 16)" (LG 8). Así "todo el bien que el Pueblo de Dios
puede dar a la familia humana, al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva
del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación que manifiesta
y, al mismo tiempo, realiza el misterio de amor de Dios al hombre" (GS 45).

En la Iglesia se hace visible y real la gracia de Cristo. Los hombres participan del
misterio salvífico de Cristo en cuanto pertenecen a la comunidad visible de la
salvación que es la Iglesia. Cristo glorioso comunica su vida a los hombres por el
Espíritu y nos da su Espíritu en la Iglesia. En los sacramentos el cristiano se une
con la Iglesia y en la Iglesia con Cristo. El encuentro personal del hombre con
Cristo tiene lugar en la Iglesia.

La Iglesia, humana y divina, visible e invisible

152. La Iglesia consta de elementos visibles e invisibles. Por medio de sus


elementos visibles significa y realiza la salvación invisible, la transformación
interior del hombre asociándolo a Cristo. El elemento interior, la vida de gracia,
la fe, la esperanza, la caridad, la unión íntima con Dios en Cristo-Jesús es el
más importante: "Propio es de la Iglesia ser a la vez humana y divina, visible y
dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación,
presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en
ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la
acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cfr. Hb
13, 14)" (SC 2; cfr. LG 8).

La Iglesia, misterio de unión con Dios

153. La Iglesia, sacramento universal de salvación, siendo humana, no es del


mundo. Como Cristo, puede decir: El que cree en mí, no cree er, mí, sino en el
que me ha enviado (Jn 12, 44). Si ella existe es para proclamar ante la
humanidad entera que ella está ya salvada por Jesucristo y que debe y puede,
por la gracia, llegar a ser plenamente eso que ya es realmente: Misterio de
unión con Dios. Su apariencia inmediata ha de llevar a los hombres a una
dimensión oculta en virtud de una significación misteriosa que nosotros no
siempre dominamos.

Estar en el mundo, sin ser del mundo

154. La presencia de la Iglesia en el mundo ha de mantener esta tensión: Estar


en el mundo, sin ser del mundo. Así lo pide Jesús en su oración al Padre: "No
ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del
mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Jn 17, 15-16). Manteniendo esa
tensión, la comunidad cristiana aparecerá como signo vivo, signo que choca,
sorprende o convoca a los que están fuera. A este respecto, es sumamente
importante el testimonio de la Iglesia primitiva recogido en la Epístola a
Diogneto: "Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra,
ni por su habla, ni por sus costumbres... Adaptándose en vestido, comida y
demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de
un tenor de peculiar conducta admirable y, por confesión de todos,
sorprendente... Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el
mundo" (5-6).

"Vosotros sois la luz del mundo"

155. "La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los
deseos más profundos del corazón humano, cuando reivindica la dignidad de la
vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus
destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz,
vida y libertad para el progreso humano" (GS 21). Por ello, cada creyente puede
escuchar gozosamente, como dirigidas a él, estas palabras de Jesús: "Vosotros
sois la luz del mundo" (Mt 5, 14).

Tema 49. LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA. EVANGELIZAR A


TODOS LOS PUEBLOS. IGLESIA CATÓLICA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

o que evangelizar implica despertar la esperanza de todos los hombres y, en especial, de


los más cansados y agobiados;

o que es misión esencial de la Iglesia anunciar la buena nueva, evangelizar a todos los
pueblos;

o que la vocación cristiana es también vocación al apostolado y que el Espíritu acompaña


en esta vocación hasta el fin de los tiempos.

El hombre, expuesto al cansancio de la vida

156. El cansancio, la fatiga, los agotamientos corporales y mentales de todo


género, constituyen problemas particularmente típicos de nuestro tiempo.
Nuestro mundo tan empeñado en crear un "habitat" confortable y feliz para los
hombres es, de hecho, un mundo que cansa. Quizá por sus ruidos, sus
velocidades, sus urgencias..., o quizá, simplemente, por sentirse este mundo
nuestro incierto y amenazado. En todo caso, el cansancio de la vida es algo más
que la suma de los cansancios físicos contabilizados, de personas y de cosas
que nos cansan. De hecho, el hombre existe permanentemente expuesto al
cansancio de la vida.

Una tensión entre el proyecto y la incapacidad

157. La experiencia humana concreta se constituye en sí misma por deseos sin


límites y, al mismo tiempo, por una fragilidad elemental para realizarlos; por un
proyecto ambicioso y la imposibilidad de llevarlo a cabo. La vivencia de lo
negativo de la fragilidad y de la imposibilidad inclina fácilmente al hombre a la
decepción, incluso a la duda de que su proyecto de vida sea, al fin y al cabo, una
ilusión inútil.
El Evangelio, una llamada a los cansados y agobiados de todo tiempo

158. El cansancio no es característica exclusiva de nuestro tiempo, sino una


experiencia de alcance universal y permanente. El evangelio dirige una llamada
a los cansados y agobiados de todo tiempo: "Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso. Porque
mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mt 11, 28-30).

Despertar la esperanza de los hombres

159. Jesús comienza despertando la esperanza de los hombres. Sacude su


adormecimiento, su resignación, su desesperanza, anunciándoles que, a la
puerta, está el Reino de Dios tanto tiempo esperado. La buena nueva es que los
tiempos se han cumplido y que la acción salvadora de Dios va a manifestarse,
que ya se está manifestando en Jesús. Para nosotros, hombres del siglo XX, la
buena nueva es que el Reino de Dios continúa en gestación en el mundo de los
hombres y que podemos poner las esperanzas de nuestra vida en el desarrollo y
realización plena del Reino de Dios.

La Buena Nueva de Jesús: El Reino de Dios está cerca

160. "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed
en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). Esto es lo esencial del mensaje. De este modo,
Jesús sitúa su predicación en la línea de los grandes profetas; todos ellos llaman
a la conversión y anuncian un acontecimiento, la acción de Dios. Pero esta vez
la persona misma del mensajero se convierte en el centro de la buena nueva. El
Evangelio es Jesús (Cfr. Mc 1, 1). Con El se hace presente el Reino de Dios (Mt
12, 28). Así se ve a las muchedumbres correr presurosas en torno al mensajero
de la Buena Nueva y esforzarse por retenerlo. Pero el Evangelio debe ser
anunciado en todas partes: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles
el reino de Dios, para eso me han enviado" (Lc 4, 43).

La respuesta al Evangelio: Conversión y fe

161. La respuesta al Evangelio será conversión y fe: "Convertíos y creed en la


Buena Nueva" (Mc 1, 15). Jesús anuncia una gracia de perdón (Mc 2, 10.17), de
renovación (Mc 2, 21-22). Espera del hombre que, reconociendo y confesando
su pecado, ponga su vida en función del Evangelio: "Mirad, el que quiera salvar
su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la
salvará" (Mt 8, 35). El que abandone todo a causa de Jesús y del Evangelio
recibirá desde ahora el ciento por uno, aun con persecuciones (Mc 10, 29-30).

El anuncio de la salvación liberadora

162. "Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese
gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es
sobre todo liberación del pecado y del Maligno, dentro de la alegría de conocer a
Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a El. Todo esto tiene su
arranque durante la vida de Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte
y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia
hasta ser plenamente realizado el día de la Venida final del mismo Cristo, cosa
que nadie sabe cuando tendrá lugar, a excepción del Padre (cfr. Mt 24, 36; Hch
1, 7; 1 Ts 5, 1-2)" (Pablo VI, EN 9).

Un sencillo y profundo mensaje, y una enseñanza más desarrollada.


Kerygma y catequesis

163. En los escritos del Nuevo Testamento encontramos la Buena Nueva


anunciada de dos formas: la de un sencillo y profundo mensaje que Jesús lanzó
a todos los vientos, anunciando el Reino de Dios y exhortando a la conversión y
a la fe; y la de una enseñanza más desarrollada que, como Maestro, dio a sus
discípulos. A estas dos formas, que se remontan al mismo Jesús, corresponden
dos actividades esenciales a toda evangelización: la actividad kerygmática
(kerygma: mensaje, proclamación) y la actividad catequética.

Jesús, enviado del Padre

164. Jesús se presenta a los hombres como el enviado de Dios por excelencia,
el mismo que habían anunciado los profetas (Is 61, lss; 42, 6-7; 49, 5-6). La
parábola de los viñadores homicidas subraya la continuidad de su misión con la
de los profetas, marcando al mismo tiempo la diferencia fundamental: el padre
de familia, después de haber enviado a sus servidores, envía finalmente a su
hijo (Mc 12, 2-8). Por eso acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar
a Aquel que le ha enviado (Lc 9, 48; 10, 16). Esta conciencia de su misión deja
entrever la relación misteriosa del Hijo y del Padre: "El que cree en mí, no cree
en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha
enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en
tinieblas... Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me
ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es
vida eterna" (Jn 12, 44-49).

"Como el Padre me envió, también yo os envío"

165. La misión de Jesús continúa en la de sus propios enviados, los Doce, que
por esta razón llevan el nombre de apóstoles. En efecto, la misión de los
Apóstoles enlaza de la forma más estrecha con la de Jesús: "Como el Padre me
ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20, 21). Esta palabra ilümina el sentido
profundo del envío final de los Doce por Cristo Resucitado: "Id por todo el mundo
y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16, 15; cfr. Mt 28, 19-20).
La misión de Jesús alcanzará así a todos los hombres gracias a la misión de sus
Apóstoles que continúa operante en la misión de la Iglesia de todos los tiempos,
ya que los Doce fueron el inicio de todo el Pueblo de Dios, del conjunto de los
creyentes y de sus pastores auténticos: "Los apóstoles fueron los gérmenes del
Nuevo Israel y, al mismo tiempo, el &rigen de la jerarquía sagrada" (AG 5).
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra"

166. Para cumplir su misión, los Apóstoles y todos los que anuncian el Evangelio
no están solos y abandonados a sus propias fuerzas, sino que la realizan con la
fuerza del Espíritu: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta
los confines de la tierra" (Hch 1, 8; cfr. Jn 20, 21ss; 1 P 1, 12). La misión del
Espíritu es así inherente al misterio mismo de la Iglesia, cuando ésta anuncia la
palabra para cumplir la misión recibida de Jesús. La misión del Espíritu, que da
testimonio de Jesús Resucitado (Jn 15, 26), viene a ser así el centro de la
experiencia cristiana y el "alma de la Iglesia".

La Buena Nueva que anuncia la Iglesia: Cristo ha resucitado. Convertíos

167. La misión de Cristo es recibida por la Iglesia naciente y puesta en práctica


de modo inmediato. La Buena Noticia es que Jesús ha resucitado: "Dios ha
constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch
2, 36). La resurrección de Crist$ pasa así a ser el centro del Evangelio. Ante ello,
es menester convertirse e incorporarse por el Bautismo a la comunidad de
creyentes (Hch 2, 38-41; 3, 19). La Buena Nueva va acompañada de los signos
prometidos por Jesús (Mc 16, 17; Hch 4, 30; 3, 12-16; 8, 6-7; 19, 11-12). Se
propaga en una atmósfera de pobreza, de sencillez, de fraternidad y de gozo
(Hch 2, 46; 5, 41; 8, 8.39). El Evangelio encuentra por todas partes corazones
que están en armonía con él, deseosos de oír la palabra de Dios (Mt 13, 8.12),
deseosos también de saber lo que hay que hacer en consecuencia (Hch 2, 37;
16, 30).

La Iglesia ha nacido con este fin: Evangelizar

168. Cristo vino para anunciar y realizar entre los hombres la Buena Noticia. La
Iglesia nació y vive únicamente para evangelizar a los hombres, a todos los
hombres. Ella es el sacramento universal de salvación: la anuncia y realiza. Su
renovación constante tiene aquí su objetivo: potenciar su actividad misionera
universal, buscar nuevos cauces por los que los hombres conozcan, acepten y
vivan el plan de Dios, despojarse de todo aquello que impide, en cada momento,
la evangelización, realizar todo aquello que pueda hacer más creíble la verdad
del Evangelio. Dice el Concilio Vaticano II: "La Iglesia ha nacido con este fin:
propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer
así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de
ellos, ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad del
Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la
Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras"
(AA 2).

La vocación cristiana es vocación también al apostolado. "¡Ay de mí, si no


evangelizare!"
169. La Iglesia la formamos todos los creyentes en Cristo. A todos nos compete
la responsabilidad de evangelizar, como dice San Pablo: "Anunciar el Evangelio
no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe.
Y, ¡ay de mí, si no evangelizare!" (1 Co 9, 16). "La vocación cristiana es por su
misma naturaleza vocación también al apostolado. Así como en el conjunto de
un cuerpo vivo no hay miembros que se comportan de forma meramente pasiva,
sino que todos participan en la actividad vital del cuerpo, de igual manera en el
cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, todo el cuerpo crece según la
operación propia de cada uno de sus miembros (Ef 4, 16). No sólo esto. Es tan
estrecha la conexión y trabazón de los miembros en este cuerpo (Cfr. Ef 4, 16),
que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del
cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo" (AA 2).

Hacia una comunidad evangelizada y evangelizadora

170. "Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la
participación en la fe, se reúnen, pues, en el nombre de Jesús para buscar
juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la
vez evangelizada y evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y proclamad la
Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los
cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las
excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9). Estas
son las maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia lengua (cfr.
Hch 2, 11). Por lo demás, la Buena Nueva dél reino que llega y que ya ha
comenzado es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la
han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación pueden y deben
comunicarla y difundirla" (Pablo VI, EN 13).

Evangelizar, misión de las comunidades eclesiales

171. La Iglesia universal se concreta en comunidades eclesiales más pequeñas


(diócesis, parroquia, grupos de cristianos, movimientos apostólicos, familias
cristianas, etc.): De todas ellas hay que decir, guardando la proporción, lo que el
Concilio señala de la diócesis: "En ella está y obra la Iglesia de Cristo que es
una, santa, católica y apostólica" (CD 11).

Toda comunidad debe, por tanto, ser misionera, por ser condensadamente,
presencia eficaz de la única Iglesia de Cristo. Las actitudes de campanario son
una traición al ser cristiano de una comunidad y el medio más eficaz de
autodestrucción: "La gracia de la renovación en las comunidades no puede
crecer, si no expande cada una los campos de la caridad hasta los confines de
la tierra y no tiene de los que están lejos una preocupación semejante a la que
siente por sus propios miembros" (AG 37).

Pablo VI dice: "Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la


Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para
predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores
con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su
Muerte y Resurrección gloriosa" (EN 14).

La Universalidad, referencia a la totalidad

172. La universalidad, anunciada por los profetas (Gn 22, 18; Ga 3, 16; Is 2, 2ss;
54, lss; Mi 4, lss; Za 8, 20; Ml 1, 11; Sal 2, 7ss; 71, 8-17; etc.) y encomendada
por Jesús a sus discípulos (Mt 28, 18ss), ha chocado siempre con la tentación
de secta. La actitud sectaria se caracteriza por la falta de referencia a la
totalidad. La secta no refiere los aspectos particulares del mensaje al conjunto
de la Revelación; no sitúa los hechos particulares de la vida en una estructura de
conjunto; no manifiesta la relación de la Iglesia con la totalidad del mundo, la
cultura, la historia humana.

La Iglesia de Cristo es católica

173. La realidad de la Iglesia en su vertiente universalista no es algo vago o


puramente ideal, sino que tiene rostro concreto en esta comunión de fe y
caridad, de participación en los mismos sacramentos, que es inseparable de la
unión de fe con el Papa y los Obispos. Por ello la expresión "Iglesia católica"
tiene una significación concreta, que no es sustituible por lo que tiene de
abstracción la fórmula más vaga de "Iglesia universal". La Iglesia, fundada por
Cristo, es católica. "Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que,
conociendo que la Iglesia Católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo
como necesaria, sin embargo, se negaran a entrar o a perseverar en ella" (LG
14).

El Pueblo de Dios, para todos los hombres

174. "Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de
Dios. Por lo cual este pueblo sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a
todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad
de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos
que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (Cfr. Jn 11, 52)... El único
Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas
reúne sus ciudadanos... La Iglesia... no disminuye el bien temporal de ningún
pueblo; antes, al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas las purifica, fortalece
y eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que
tienen de bueno. Pues es muy consciente de que ella debe congregar esa unión
de aquel Rey, a quien han sido dadas en herencia todas las naciones (Cfr. Sal 2,
8). Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del
mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a
recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la
unidad de su Espíritu (Cfr. S. Ireneo, Adv. Haer. 16, 6; 22, 1-3)" (LG 13).

Plenamente consciente del plan salvador de Dios realizado por medio de


Jesucristo
175. El plan salvador de Dios no se refiere solamente al hecho de la salvación,
sino también al modo de realizarla a través de Cristo: Dios "quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un
solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús " (1
Tm 2, 4-5). 0 como dice el Evangelio de San Juan: "Esta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17, 3).
Dios quiere que todos los hombres se salven siendo plenamente conscientes de
su plan salvador realizado por medio de Jesucristo (Cfr. AG 7). La Iglesia, en su
actividad misionera, discierne y asume las "semillas de la Palabra" sembradas
por Dios en medio de todos los pueblos. Pero se siente urgida "a hacerse
presente de modo plenamente actual" en medio de las gentes por la predicación
explícita del Evangelio, "por los Sacramentos y demás medios de gracia, de
manera que les haga patente el camino libre y seguro para la total participación
en el misterio de Cristo" (AG 5). La Iglesia sabe que a ella le incumbe "el deber
de propagar la fe y la salvación de Cristo" (AG 5), aportando los bienes de la
Alianza definitiva a todos los hombres y naciones, no de manera esporádica y
ocasional, sino de modo estable y pleno.

Los que inculpablemente desconocen el Evangelio

176. La salvación de Dios alcanza también a los que inculpablemente


desconocen el Evangelio y se esfuerzan, ayudados por la gracia, en conseguir
una vida recta, siguiendo el dictamen de la propia conciencia: "Los que
inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con
sinceridad a Dios, y se esfuerzan en cumplir con las obras de su voluntad
conocida por el dictamen de su conciencia, pueden conseguir la salvación
eterna. La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a
los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de
Dios y, sin embargo, se esfuerzan ayudados por la gracia divina, en conseguir
una vida recta. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que hay en los
paganos, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los
hombres, .para que al fin tengan vida" (LG 16). Los esfuerzos con los que los
hombres buscan de muchas maneras a Dios, para ver de dar con El, si es
posible, y encontrarlo, aunque no está lejos de cada uno de nosotros (Hch 17,
27) necesitan ser iluminados y sanados, si bien es verdad que, por benevolente
designio de la Providencia divina, pueden alguna vez considerarse como
pedagogía o preparación para el Evangelio (Cfr. AG 3).

El Evangelio ilumina el misterio humano

177. El anuncio de la Buena Noticia no sólo busca el establecimiento de unas


relaciones filiales del hombre con Dios, sino también provoca en el hombre un
verdadero conocimiento de sí mismo, de su dignidad personal, de la dignidad de
los demás, del valor de las cosas, del sentido de las circunstancias y situaciones
humanas: vida, trabajo, alegría, sufrimiento, enfermedad, muerte, esperanza.
Dios es la verdadera raíz de los derechos humanos, la fuente del verdadero
compromiso en la transformación del mundo, el quicio de la verdadera paz, de la
justicia, de la unidad. El verdadero humanismo será una utopía mientras no se
funde en el Evangelio: Cristo "manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre" (GS 22).

"Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"

178. La llegada de la Buena Noticia a los hombres que aún no la conocen —¡son
tantos!, la mies es mucha (Lc 10, 2)— se realiza en la actividad misionera de la
Iglesia. En esta misión la Iglesia no sustituye a Cristo. Cristo, presente
eficazmente en la Iglesia, sigue evangelizando hoy en medio de nosotros:
"Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,
20).

Tema 50. PUEBLO DE PROMESAS Y COMUNIDAD DE ESPERANZA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

• que la Iglesia es Pueblo de Promesas y Comunidad de Esperanza. El Don del Espíritu contiene
todas las promesas;

• que la esperanza de la Iglesia está enraizada en una vida de fe y de amor, traducida en acciones
de justicia y de paz; esperanza que se vive en medio de las dificultades del tiempo presente.

En plena tensión hacia el futuro

179. El preadolescente se encuentra con una gran dificultad de adaptarse a la


realidad que le rodea. Esta realidad se le presenta llena de tropiezos, de
escollos. Entonces tiende a evadirse, a soñar con un mundo distinto y, sobre
todo, con una relación respecto a los otros llena de alegría y concordia. Sueña
con un futuro donde estas dificultades no existan. Vive en plena tensión hacia el
futuro.

El camino hacia una plenitud oscuramente presentida

180. El futuro ejerce una fascinación universal. El hombre es el ser que se


identifica con su proyecto, un ser abierto al futuro. El carácter fascinante del
futuro radica, sobre todo, en la promesa de novedad que encierra. El hombre
tiende instintivamente al porvenir porque intuye, más o menos reflejamente, que
su presente no está lleno, que su existencia está marcada por el doloroso
estigma de la finitud. Si la imagen y el estímulo del futuro es capaz de reactivar
las energías del presente, ello es debido a que el hombre se percibe como un
ser deficitario, limitado, en camino hacia una plenitud oscuramente presentida.

Hemos nacido en un pueblo de promesas y esperanzas

181. Para unos, la realidad entera está abocada a la muerte. Dicen: "Hemos sido
arrojados al mundo. El hombre es un ser para la muerte. " Para otros, la realidad
está fundamentada en la naturaleza. Dicen: "Sólo la naturaleza existe, y existe
infinitamente. Los individuos pasan, la naturaleza permanece." Para los
creyentes, la realidad es, en último término, personal; está fundamentada en
Dios. Y dicen: "Hemos nacido en un Pueblo de promesas y esperanzas, de
futuro definitivo y estable, firme y estable como la fidelidad de Dios" (Cfr. Sal 88,
2-3).

Israel, un pueblo nacido de la promesa

182. La historia de Israel nace en torno a una promesa. El objeto de la promesa


es sencillo: una tierra y una posteridad numerosa (Gn 12, 1-2). Con Abrahán
comienza así la historia de la esperanza bíblica, el cual, "apoyado en la
esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas
naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia" (Rin 4, 18).
Israel se constituye como pueblo tras la aventura del éxodo en virtud de una
promesa de Dios hecha a Moisés: "Moisés replicó a Dios: —¿Quién soy yo para
acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto? Respondió Dios: —Yo
estoy contigo" (Ex 3, 11-12). En el destierro, cuando Israel ha perdido su rey, su
capital, su templo, su honra, despierta Dios su esperanza con nuevas promesas
por medio de los profetas: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino
por el desierto, ríos en el yermo" (Is 43, 18-19).

Todas las promesas de Dios han tenido su sí en Jesús. El Reino de Dios, la


gran promesa

183. En Jesús, el Mesías esperado, todas las promesas de Dios han tenido su sí
(2 Co 1, 20). El es, además, portador de nuevas promesas. Inaugura su
predicación anunciando la gran promesa: "Después que Juan fue preso, marchó
Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca" (Mc 1, 14-15). En las bienaventuranzas
promete este Reino a los pobres y a los perseguidos (Mt 5, 3-10; Lc 6, 20-23).
Elige discípulos, a quienes llama y promete una milagrosa pesca de hombres
(Mt 4, 19), el cientopor uno y la participación en el señorío de Cristo (Cfr. Mt 19,
27-29). Promete a Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre
el poder del infierno (Mt 16, 18-19).

El Don del Espíritu contiene todas las promesas

184. El Reino de Dios, presente en Jesús, se hace posible por el Don del
Espíritu. El Espíritu es la promesa del Padre (Lc 24, 49), dice Jesús. Llenando el
universo y manteniendo unidas todas las cosas (Cfr. Sb 1, 7), contiene también
todas las promesas (Cfr. Ga 3, 14). Para que el Espíritu sea dado, Jesús debe
acabar su obra en esta tierra (Jn 17, 4), amar a los suyos hasta el fin (13, 1; Lc
22, 19-20). Entonces se le abren todos los tesoros de Dios y puede prometer
todo (Jn 14, 13-14). Este todo es el "Espíritu de verdad. El mundo no puede
recibirlo porque no lo ve ni lo conoce" (Jn 14, 17).

Los cristianos herederos de la promesa

185. Los cristianos, recibiendo el Espíritu, están en posesión de todas las


promesas (Hch 2, 38-39) y, desde el momento en que los gentiles han recibido
también el Don del Espíritu (10, 45), han venido a ser "partícipes de la Promesa
de Jesucristo, por el Evangelio" (Ef 3, 6). Como se dice en la Carta a los
Gálatas: "Tened, pues, entendido que los que viven de la fe, esos son los hijos
de Abrahán. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe,
anunció con antelación a Abrahán esta buena nueva: En ti serán bendecidas
todas las naciones. Así pues, los que viven de la fe son bendecidos con Abrahán
el creyente" (3, 7-9).

La Iglesia, en camino hacia una patria mejor. "La renovación del mundo
está irrevocablemente decretada"

186. Los creyentes del Antiguo Testamento esperaban al Salvador. Los


creyentes del Nuevo ya hemos visto cumplida esta promesa en Jesucristo
muerto y resucitado. Pero esperamos todavía la plena manifestación del misterio
de Cristo. La esperanza cristiana está orientada hacia Jesucristo resucitado,
hacia la venida definitiva de su reino. Quienes perseveran fieles hasta el fin
participarán en la gloria de Jesucristo. Mientras tanto, los cristianos son todavía
peregrinos de una patria mejor (Hb 11, 16), a la que tienden, a ejemplo de
Abrahán, por la fe y la perserverancia (6, 12-15). La Iglesia, fortalecida con las
promesas (Mt 16, 18-19) y con la presencia de Jesús (28, 20), debe acabar de
realizar la esperanza de los profetas, abriendo a las naciones su reino y su
esperanza (8, 11; 28, 19). Como dice el Concilio Vaticano II, "la. plenitud de los
tiempos ha llegado, pues, a nosotros (Cfr. 1 Co 10, 11), y la renovación del
mundo está irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa
realmente en este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de
verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48).

El tiempo de la Iglesia: Entre el ya y el todavía no

187. La tensión escatológica de la Iglesia entre lo que ya vive del Reino de Dios
y lo que todavía no se ha manifestado la expresa San Agustín de este modo:
"Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo... Y así como Él ascendió sin
alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con El, aun cuando no se haya
realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido. El fue
exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos
que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio
testimonio cuando exclamó: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Así como
"tuve hambre, y me disteis de comer..." ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre
la tierra de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos
unimos a El, descansemos ya con El en los cielos? Mientras El está allí, sigue
estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con
El allí. El realiza aquello con su Divinidad, su poder y su amor; nosotros, en
cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como El con la divinidad, sí que
podemos con el amor, si va dirigido a El" (Sereno de Ascensione Dni. 98, 1-2;
PLS 2, 494).

La Iglesia, constituida ya en sus rasgos esenciales: "Creo en la Iglesia una,


santa, católica y apostólica"

188. La Iglesia de Jesucristo está ya constituida en sus rasgos esenciales, pero


al mismo tiempo, es una realidad dinámica, viviente, en crecimiento. El Espíritu
Santo la mantiene fiel a sí misma y al mismo tiempo la mueve interiormente a
una fidelidad cada día mayor, y a un desarrollo más vigoroso, más fructífero.
Esta es la Iglesia que confesamos en el Símbolo: Creo en la Iglesia Una, Santa,
Católica y Apostólica (Concilio de Constantinopla, a. 381). Quien pretenda
comprender qué es la Iglesia deberá comprender el significado de estas notas o
propiedades de la misma. Son una expresión de su profundo misterio. Están
relacionadas entre sí. Se implican mutuamente, íntimamente. Cada una de estas
propiedades se debilita y pierde su propio valor, si se la subraya separándola de
las demás. Son inseparables.

Mutua implicación de las propiedades de la Iglesia

189. La unidad de la Iglesia es apostólica, es decir, arranca de los Apóstoles, y


se fundamenta en la continuidad del ministerio apostólico de los Obispos que
viven al servicio de la unidad en la fe y en la caridad. Esta unidad es católica: no
limitada a un lugar, a una raza, a una clase social, a un segmento de la historia
de la Iglesia, sino abierta a su misión universal, y apta de suyo para abarcar el
desarrollo humano en el tiempo y en el espacio. La unidad es santa: se realiza
más allá de toda organización humana, por la acción del Espíritu Santo que es
principio de comunión, y de caridad fraterna.

La santidad de la Iglesia es católica: se realiza en una variedad inmensa de


vocaciones; es apostólica: procede de la venida histórica de Dios en nuestra
carne, y se difunde con la ayuda de ministerio apostólico; es una y conduce a la
unidad por obra del mismo y único Espíritu.

La catolicidad es una: es el mismo Espíritu el que en todas partes, y dentro de


la variedad de vocaciones y carismas, sostiene la comunión en la misma fe y en
los mismos sacramentos. Tratando de las Iglesias orientales, dice el Concilio
Vaticano II: "La tradición transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas
formas y maneras. Por esto, desde los mismos momentos de la Iglesia, fue
explicada diversamente en cada sitio por la distinta manera de ser y la diferente
forma de vida" (UR 14). La catolicidad es apostólica, sostenida por el mismo
Colegio apostólico. Es 'santa, procede de la multiforme acción del mismo
Espíritu.

La apostolicidad es una: jerarquizada en el único Colegio apostólico; todos los


Obispos unidos entre sí y con el Papa como cabeza, son sucesores del Colegio
de los Apóstoles. Es católica, al servicio de la misión universal de la Iglesia hasta
el final de los tiempos. Es santa, por proceder de la acción misma del Señor y de
su Espíritu, más allá de toda seguridad humana o histórica de continuidad.

Estas cuatro propiedades esenciales de la Iglesia son realidades a la vez ya


existentes, y al mismo tiempo abiertas a un desarrollo ulterior. Son dinámicas y
misioneras: Cualquier actividad auténtica de la Iglesia ha de reflejarlas.
Constituyen, pues, un sano criterio de discernimiento.

Las propiedades de la Iglesia revelan la relación que mantiene con el


misterio de Cristo

190. Si las propiedades dan a conocer la esencia o realidad profunda de la


Iglesia con la cual se identifican, revelan además la relación íntima que la Iglesia
mantiene con el misterio de Cristo. En realidad, existe una continuidad entre
Cristo y la Iglesia: es todo el misterio de Cristo el que se refleja en la Iglesia, su
esposa y su cuerpo. Se podrían considerar las propiedades de la Iglesia como la
expresión, la consecuencia y el fruto de la única mediación de Cristo (1 Tm 2, 1-
6): unidad, porque existe un solo mediador; santidad, porque nos restablece y
nos introduce en la comunión con el Dios santo; catolicidad, porque es el
sacramento eficaz del amor salvífico de Dios hacia todos los hombres y para
todo el hombre (Cfr. 1 Tm 2, 4); apostolicidad, porque todo procede de
Jesucristo, "hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por
todos" (1 Tm 2, 6). La misión de Cristo continúa en el ministerio apostólico de la
Iglesia (In 17, 18).

La esperanza de la Iglesia, enraizada en una vida de fe y de amor

191. La esperanza de la Iglesia enraíza en una vida de fe y de amor, traducida


en acciones de justicia y de paz. "La esperanza del cristiano proviene de saber
que el Señor está obrando con nosotros en el mundo, continuando en su
Cuerpo, que es la Iglesia —y mediante ella en la humanidad entera— la
redención consumada en la Cruz, y que ha estallado en victoria la mañana de la
Resurrección; le viene, además, de saber que también otros hombres colaboran
en acciones convergentes de justicia y de paz, porque bajo una aparente
indiferencia existe en el corazón del hombre una voluntad de vida fraterna y una
sed de justica y de paz que es necesario satisfacer" (Pablo VI, Octagessima
adveniens, 48).

El Espíritu y la Iglesia dicen: "¡Ven, Señor Jesús!" (Cfr. Ap 22, 17-20)


192. Cristo Resucitado, rodeado de cristianos, vive triunfante en la patria
definitiva (Ap 5, 11-14; 14, 1-5; 15, 2ss). De allí bajará su esposa, la Nueva
Jerusalén (Ap 21, 2). Ella todavía está en la tierra, donde participa del drama de
la esperanza en medio de las dificultades del tiempo presente, una esperanza a
la que tiende sin cesar, aceptando vivir en un mundo que está muy lejos de su
realización. Al final del Libro del Apocalipsis promete el esposo: "Sí, pronto
vendré" Y la esposa le responde: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20). La esperanza
cristiana no hallará jamás mejor expresión, puesto que es en el fondo el deseo
ardiente de un amor que tiene hambre de la presencia del Señor.

Tema 50. PUEBLO DE PROMESAS Y COMUNIDAD DE ESPERANZA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

• que la Iglesia es Pueblo de Promesas y Comunidad de Esperanza. El Don del Espíritu contiene
todas las promesas;

• que la esperanza de la Iglesia está enraizada en una vida de fe y de amor, traducida en acciones
de justicia y de paz; esperanza que se vive en medio de las dificultades del tiempo presente.

En plena tensión hacia el futuro

179. El preadolescente se encuentra con una gran dificultad de adaptarse a la


realidad que le rodea. Esta realidad se le presenta llena de tropiezos, de
escollos. Entonces tiende a evadirse, a soñar con un mundo distinto y, sobre
todo, con una relación respecto a los otros llena de alegría y concordia. Sueña
con un futuro donde estas dificultades no existan. Vive en plena tensión hacia el
futuro.

El camino hacia una plenitud oscuramente presentida

180. El futuro ejerce una fascinación universal. El hombre es el ser que se


identifica con su proyecto, un ser abierto al futuro. El carácter fascinante del
futuro radica, sobre todo, en la promesa de novedad que encierra. El hombre
tiende instintivamente al porvenir porque intuye, más o menos reflejamente, que
su presente no está lleno, que su existencia está marcada por el doloroso
estigma de la finitud. Si la imagen y el estímulo del futuro es capaz de reactivar
las energías del presente, ello es debido a que el hombre se percibe como un
ser deficitario, limitado, en camino hacia una plenitud oscuramente presentida.
Hemos nacido en un pueblo de promesas y esperanzas

181. Para unos, la realidad entera está abocada a la muerte. Dicen: "Hemos sido
arrojados al mundo. El hombre es un ser para la muerte. " Para otros, la realidad
está fundamentada en la naturaleza. Dicen: "Sólo la naturaleza existe, y existe
infinitamente. Los individuos pasan, la naturaleza permanece." Para los
creyentes, la realidad es, en último término, personal; está fundamentada en
Dios. Y dicen: "Hemos nacido en un Pueblo de promesas y esperanzas, de
futuro definitivo y estable, firme y estable como la fidelidad de Dios" (Cfr. Sal 88,
2-3).

Israel, un pueblo nacido de la promesa

182. La historia de Israel nace en torno a una promesa. El objeto de la promesa


es sencillo: una tierra y una posteridad numerosa (Gn 12, 1-2). Con Abrahán
comienza así la historia de la esperanza bíblica, el cual, "apoyado en la
esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas
naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia" (Rin 4, 18).
Israel se constituye como pueblo tras la aventura del éxodo en virtud de una
promesa de Dios hecha a Moisés: "Moisés replicó a Dios: —¿Quién soy yo para
acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto? Respondió Dios: —Yo
estoy contigo" (Ex 3, 11-12). En el destierro, cuando Israel ha perdido su rey, su
capital, su templo, su honra, despierta Dios su esperanza con nuevas promesas
por medio de los profetas: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino
por el desierto, ríos en el yermo" (Is 43, 18-19).

Todas las promesas de Dios han tenido su sí en Jesús. El Reino de Dios, la


gran promesa

183. En Jesús, el Mesías esperado, todas las promesas de Dios han tenido su sí
(2 Co 1, 20). El es, además, portador de nuevas promesas. Inaugura su
predicación anunciando la gran promesa: "Después que Juan fue preso, marchó
Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca" (Mc 1, 14-15). En las bienaventuranzas
promete este Reino a los pobres y a los perseguidos (Mt 5, 3-10; Lc 6, 20-23).
Elige discípulos, a quienes llama y promete una milagrosa pesca de hombres
(Mt 4, 19), el cientopor uno y la participación en el señorío de Cristo (Cfr. Mt 19,
27-29). Promete a Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre
el poder del infierno (Mt 16, 18-19).

El Don del Espíritu contiene todas las promesas

184. El Reino de Dios, presente en Jesús, se hace posible por el Don del
Espíritu. El Espíritu es la promesa del Padre (Lc 24, 49), dice Jesús. Llenando el
universo y manteniendo unidas todas las cosas (Cfr. Sb 1, 7), contiene también
todas las promesas (Cfr. Ga 3, 14). Para que el Espíritu sea dado, Jesús debe
acabar su obra en esta tierra (Jn 17, 4), amar a los suyos hasta el fin (13, 1; Lc
22, 19-20). Entonces se le abren todos los tesoros de Dios y puede prometer
todo (Jn 14, 13-14). Este todo es el "Espíritu de verdad. El mundo no puede
recibirlo porque no lo ve ni lo conoce" (Jn 14, 17).

Los cristianos herederos de la promesa

185. Los cristianos, recibiendo el Espíritu, están en posesión de todas las


promesas (Hch 2, 38-39) y, desde el momento en que los gentiles han recibido
también el Don del Espíritu (10, 45), han venido a ser "partícipes de la Promesa
de Jesucristo, por el Evangelio" (Ef 3, 6). Como se dice en la Carta a los
Gálatas: "Tened, pues, entendido que los que viven de la fe, esos son los hijos
de Abrahán. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe,
anunció con antelación a Abrahán esta buena nueva: En ti serán bendecidas
todas las naciones. Así pues, los que viven de la fe son bendecidos con Abrahán
el creyente" (3, 7-9).

La Iglesia, en camino hacia una patria mejor. "La renovación del mundo
está irrevocablemente decretada"

186. Los creyentes del Antiguo Testamento esperaban al Salvador. Los


creyentes del Nuevo ya hemos visto cumplida esta promesa en Jesucristo
muerto y resucitado. Pero esperamos todavía la plena manifestación del misterio
de Cristo. La esperanza cristiana está orientada hacia Jesucristo resucitado,
hacia la venida definitiva de su reino. Quienes perseveran fieles hasta el fin
participarán en la gloria de Jesucristo. Mientras tanto, los cristianos son todavía
peregrinos de una patria mejor (Hb 11, 16), a la que tienden, a ejemplo de
Abrahán, por la fe y la perserverancia (6, 12-15). La Iglesia, fortalecida con las
promesas (Mt 16, 18-19) y con la presencia de Jesús (28, 20), debe acabar de
realizar la esperanza de los profetas, abriendo a las naciones su reino y su
esperanza (8, 11; 28, 19). Como dice el Concilio Vaticano II, "la. plenitud de los
tiempos ha llegado, pues, a nosotros (Cfr. 1 Co 10, 11), y la renovación del
mundo está irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa
realmente en este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de
verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48).

El tiempo de la Iglesia: Entre el ya y el todavía no

187. La tensión escatológica de la Iglesia entre lo que ya vive del Reino de Dios
y lo que todavía no se ha manifestado la expresa San Agustín de este modo:
"Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo... Y así como Él ascendió sin
alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con El, aun cuando no se haya
realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido. El fue
exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos
que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio
testimonio cuando exclamó: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Así como
"tuve hambre, y me disteis de comer..." ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre
la tierra de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos
unimos a El, descansemos ya con El en los cielos? Mientras El está allí, sigue
estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con
El allí. El realiza aquello con su Divinidad, su poder y su amor; nosotros, en
cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como El con la divinidad, sí que
podemos con el amor, si va dirigido a El" (Sereno de Ascensione Dni. 98, 1-2;
PLS 2, 494).

La Iglesia, constituida ya en sus rasgos esenciales: "Creo en la Iglesia una,


santa, católica y apostólica"

188. La Iglesia de Jesucristo está ya constituida en sus rasgos esenciales, pero


al mismo tiempo, es una realidad dinámica, viviente, en crecimiento. El Espíritu
Santo la mantiene fiel a sí misma y al mismo tiempo la mueve interiormente a
una fidelidad cada día mayor, y a un desarrollo más vigoroso, más fructífero.
Esta es la Iglesia que confesamos en el Símbolo: Creo en la Iglesia Una, Santa,
Católica y Apostólica (Concilio de Constantinopla, a. 381). Quien pretenda
comprender qué es la Iglesia deberá comprender el significado de estas notas o
propiedades de la misma. Son una expresión de su profundo misterio. Están
relacionadas entre sí. Se implican mutuamente, íntimamente. Cada una de estas
propiedades se debilita y pierde su propio valor, si se la subraya separándola de
las demás. Son inseparables.

Mutua implicación de las propiedades de la Iglesia

189. La unidad de la Iglesia es apostólica, es decir, arranca de los Apóstoles, y


se fundamenta en la continuidad del ministerio apostólico de los Obispos que
viven al servicio de la unidad en la fe y en la caridad. Esta unidad es católica: no
limitada a un lugar, a una raza, a una clase social, a un segmento de la historia
de la Iglesia, sino abierta a su misión universal, y apta de suyo para abarcar el
desarrollo humano en el tiempo y en el espacio. La unidad es santa: se realiza
más allá de toda organización humana, por la acción del Espíritu Santo que es
principio de comunión, y de caridad fraterna.

La santidad de la Iglesia es católica: se realiza en una variedad inmensa de


vocaciones; es apostólica: procede de la venida histórica de Dios en nuestra
carne, y se difunde con la ayuda de ministerio apostólico; es una y conduce a la
unidad por obra del mismo y único Espíritu.

La catolicidad es una: es el mismo Espíritu el que en todas partes, y dentro de


la variedad de vocaciones y carismas, sostiene la comunión en la misma fe y en
los mismos sacramentos. Tratando de las Iglesias orientales, dice el Concilio
Vaticano II: "La tradición transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas
formas y maneras. Por esto, desde los mismos momentos de la Iglesia, fue
explicada diversamente en cada sitio por la distinta manera de ser y la diferente
forma de vida" (UR 14). La catolicidad es apostólica, sostenida por el mismo
Colegio apostólico. Es 'santa, procede de la multiforme acción del mismo
Espíritu.
La apostolicidad es una: jerarquizada en el único Colegio apostólico; todos los
Obispos unidos entre sí y con el Papa como cabeza, son sucesores del Colegio
de los Apóstoles. Es católica, al servicio de la misión universal de la Iglesia hasta
el final de los tiempos. Es santa, por proceder de la acción misma del Señor y de
su Espíritu, más allá de toda seguridad humana o histórica de continuidad.

Estas cuatro propiedades esenciales de la Iglesia son realidades a la vez ya


existentes, y al mismo tiempo abiertas a un desarrollo ulterior. Son dinámicas y
misioneras: Cualquier actividad auténtica de la Iglesia ha de reflejarlas.
Constituyen, pues, un sano criterio de discernimiento.

Las propiedades de la Iglesia revelan la relación que mantiene con el


misterio de Cristo

190. Si las propiedades dan a conocer la esencia o realidad profunda de la


Iglesia con la cual se identifican, revelan además la relación íntima que la Iglesia
mantiene con el misterio de Cristo. En realidad, existe una continuidad entre
Cristo y la Iglesia: es todo el misterio de Cristo el que se refleja en la Iglesia, su
esposa y su cuerpo. Se podrían considerar las propiedades de la Iglesia como la
expresión, la consecuencia y el fruto de la única mediación de Cristo (1 Tm 2, 1-
6): unidad, porque existe un solo mediador; santidad, porque nos restablece y
nos introduce en la comunión con el Dios santo; catolicidad, porque es el
sacramento eficaz del amor salvífico de Dios hacia todos los hombres y para
todo el hombre (Cfr. 1 Tm 2, 4); apostolicidad, porque todo procede de
Jesucristo, "hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por
todos" (1 Tm 2, 6). La misión de Cristo continúa en el ministerio apostólico de la
Iglesia (In 17, 18).

La esperanza de la Iglesia, enraizada en una vida de fe y de amor

191. La esperanza de la Iglesia enraíza en una vida de fe y de amor, traducida


en acciones de justicia y de paz. "La esperanza del cristiano proviene de saber
que el Señor está obrando con nosotros en el mundo, continuando en su
Cuerpo, que es la Iglesia —y mediante ella en la humanidad entera— la
redención consumada en la Cruz, y que ha estallado en victoria la mañana de la
Resurrección; le viene, además, de saber que también otros hombres colaboran
en acciones convergentes de justicia y de paz, porque bajo una aparente
indiferencia existe en el corazón del hombre una voluntad de vida fraterna y una
sed de justica y de paz que es necesario satisfacer" (Pablo VI, Octagessima
adveniens, 48).

El Espíritu y la Iglesia dicen: "¡Ven, Señor Jesús!" (Cfr. Ap 22, 17-20)

192. Cristo Resucitado, rodeado de cristianos, vive triunfante en la patria


definitiva (Ap 5, 11-14; 14, 1-5; 15, 2ss). De allí bajará su esposa, la Nueva
Jerusalén (Ap 21, 2). Ella todavía está en la tierra, donde participa del drama de
la esperanza en medio de las dificultades del tiempo presente, una esperanza a
la que tiende sin cesar, aceptando vivir en un mundo que está muy lejos de su
realización. Al final del Libro del Apocalipsis promete el esposo: "Sí, pronto
vendré" Y la esposa le responde: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20). La esperanza
cristiana no hallará jamás mejor expresión, puesto que es en el fondo el deseo
ardiente de un amor que tiene hambre de la presencia del Señor.

ARTICULO 4.—EL HOMBRE NUEVO NACE Y VIVE POR LA CELEBRACIÓN


DEL MISTERIO DE CRISTO: LOS SACRAMENTOS

Tema 52.—La Iglesia celebra la presencia de Cristo bajo la acción del Espíritu.

Tema 53.—Bautismo: Nacimiento a la fe.

Tema 54.—Confirmación: El Espíritu nos hace testigos.

Tema 55.—Eucaristía: La Cena del Señor.

Tema 56.—Penitencia: Conversión y Reconciliación.

Tema 57.—Unción de los enfermos: La esperanza cristiana en el dolor de la


enfermedad y de la muerte.

Tema 58.—Sacerdocio Ministerial: Al servicio de la misión de Cristo y de la


Iglesia.

Tema 59.—Matrimonio: El amor humano vivido bajo el signo del Espíritu.

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar que el Hombre Nuevo nace y vive por la celebración del misterio de
Cristo en los Sacramentos.

Tema 52. LA IGLESIA CELEBRA LA PRESENCIA DE CRISTO BAJO LA


ACCIÓN DEL ESPÍRITU

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:
• que el Hombre Nuevo celebra gozosamente en el Espíritu la presencia del Señor Resucitado;

• que los Sacramentos son los grandes momentos de la vida de fe, en los que el hombre se
encuentra realmente con Cristo.

Celebrar la vida de fe

1. El hombre nuevo, hombre que nace de la Palabra de Dios (Cfr. Temas 35-41)
y vive en comunión con los hermanos (Cfr. Temas 42-51), vive y celebra la
presencia de Cristo bajo la acción del Espíritu. Es el hombre de la Celebración,
de la Liturgia, de la Fiesta: celebra la vida cristiana, el acontecimiento de la
salvación, la experiencia de fe. En la liturgia la Iglesia celebra los grandes
momentos de la vida de fe, significativamente configurados por la acción del
Espíritu. Son los Sacramentos. En efecto, la Iglesia, heredera de los Apóstoles,
que proclama incesantemente el Evangelio de la salvación, celebra la obra
salvadora de Cristo —su misterio pascual— en los Sacramentos, en torno a los
cuales gira toda su vida litúrgica (Cfr. SC 6).

Celebrar el encuentro con Dios en Cristo

2. La vida de fe supone una relación del hombre con Dios, una relación de
persona a persona, un encuentro personal, una comunión del hombre con Dios.
Contando con la iniciativa generosa, condescendiente, gratuita, por parte de
Dios, el hombre creyente se pone en relación viva con El, que mediante esa
relación se convierte para nosotros en el Dios vivo. Por el pecado el hombre
pierde esta relación viva con Dios, esta relación de hijo a Padre, y no la puede
recuperar por sí mismo (Cfr. Temas 22-33), sino en el encuentro con Cristo:
"
Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre ni al Padre le conoce bien nadie sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27).

Jesús de Nazaret es destinado por el Padre a ser en su humanidad el acceso


único al misterio de Dios (Cfr. Temas 13-21). El es el único mediador, el
sacramento original del encuentro del hombre con Dios: "Porque hay un solo
Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos " (1 Tm 2,5-
6). Cristo es Dios de una manera humana y hombre de una manera divina. Sólo
El nos puede enviar el Espíritu de parte del Padre (Jn 15, 26).

Celebrar el encuentro con Cristo en la Iglesia

3. La Iglesia es signo visible de la presencia invisible de Jesús entre los


hombres. Nos encontramos con Cristo en la Iglesia. Por medio de la predicación
de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la caridad
fraterna, Cristo actúa en la Iglesia y, en virtud de la acción oculta del Espíritu, se
comunica a los hombres. Por su unión con Cristo, mediante el Espíritu, la Iglesia
es sacramento universal de salvación, sacramento de Cristo (AG 1; GS 45). La
Iglesia no es sólo un medio de salvación. Es la salvación misma de Cristo, es
decir, forma corporal de esa salvación en cuanto se manifiesta en el mundo. Es,
pues, como dice San Pablo, "el cuerpo de Cristo" (Cfr. Tema 43). 0 como dice el
Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios "constituido por Cristo para ser una
comunión de vida, caridad y verdad, es asumido por El como instrumento de
redención universal" (LG 9).

Celebrar el encuentro con Cristo en los sacramentos

4. En el contexto del misterio de la Iglesia como sacramento universal de


salvación, los sacramentos son actos personales del mismo Cristo que significan
y realizan la Salvación de Dios en el plano de la visibilidad terrestre de la Iglesia.
Tal es el núcleo auténtico de la presencia de Cristo a modo de misterio. Se basa,
pues, en el hecho de que los sacramentos son actos personales de Cristo, como
dice Pío XII de acuerdo con la tradición en su encíclica Mystici Corporis: "Es
Cristo el que bautiza, el que perdona, el que ofrece" (AAS 35 (1943) 218). La
Iglesia, bajo la acción del Espíritu, celebra esta presencia de Cristo en cada uno
de los sacramentos. Como dice el Concilio Vaticano II: "Cristo está siempre
presente en su Iglesia, sobre todo en las acciones litúrgicas... Está presente con
su fuerza en los sacramentos de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo
mismo quien bautiza" (SC 7). Los sacramentos no son cosas. Inscritos en el
nivel visible de las realidades sensibles y de las acciones humanas, son
encuentros reales de los hombres con el Señor exaltado en la gloria. Quien
celebra los sacramentos puede hacer suyas estas palabras: "Cristo, te me has
manifestado cara a cara: te encuentro en tus sacramentos" (San Ambrosio,
Apología del profeta David, 12, 58). El Cristo glorioso, en el ejercicio de su
sacerdocio eterno (Cfr. SC 7), se nos hace accesible en los sacramentos y se
convierte "para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Hb 5,
9).

Celebrar los grandes momentos de la vida de fe

5. Los sacramentos son signos de vida por los que Cristo quiere unirse a
nosotros. Ellos constituyen los grandes momentos de la vida de fe, que la
comunidad creyente celebra gozosa y festivamente. La Iglesia enumera siete.
Siendo un mismo Espíritu el que actúa en todos (Cfr. 1 Co 12, 11), la diversidad
de los sacramentos corresponde a diversas situaciones de la vida del creyente,
que suponen, en cierto modo, un nuevo comienzo. Así, el Bautismo es el
sacramento del nacimiento a la fe; la Confirmación, el sacramento del testimonio
de la fe; la penitencia, el sacramento de la reconciliación, misterio de
misericordia y de conversión; la Eucaristía, el sacramento del Pan de Vida y
celebración de la Pascua del Señor; la Unción de los Enfermos, el sacramento
de la esperanza cristiana frente al dolor de la enfermedad y de la muerte; el
Orden, el sacramento del servicio a la comunidad eclesial; el Matrimonio, el
sacramento del amor humano. signo de fidelidad definitiva y de paternidad
responsable.

Los sacramentos, tiempos de salvación en los que Cristo sale a nuestro


encuentro
6. Los sacramentos no se refieren al hombre en general, sino al hombre
creyente. En ellos no se trata de celebrar acontecimientos meramente naturales,
como el nacimiento, la mayoría de edad, el matrimonio o la muerte. Esto lo
hacen las llamadas religiones naturales. El Antiguo Testamento, como religión
histórica, efectúa ya un giro decisivo en la liturgia comparada de las religiones:
celebra la acción liberadora de Dios en medio de la historia. Por su parte, los
sacramentos de la Nueva Alianza se refieren a momentos transcendentales en
la vida del hombre creyente. En ellos se celebra la acción de Cristo Resucitado
en medio de situaciones humanas, como la búsqueda de Dios, la crisis del
sentido de la vida, el sentimiento de culpa, el amor, la libertad, el dolor, la
enfermedad, la muerte.

Lo importante es que momentos decisivos de la vida humana se convierten en


tiempos de salvación, en los que Cristo, misteriosa y realmente presente en
medio de nosotros, sale a nuestro encuentro en signos sencillos que pertenecen
a nuestro mundo. Así, los sacramentos son prolongación terrestre del Cuerpo
del Señor. Como dice San León Magno, "lo que era visible en Cristo, ha pasado
a los sacramentos de la Iglesia" (Sermón 74, 2).

En acciones y gestos elementales de nuestro existir

7. Estos encuentros del Señor con nosotros en momentos decisivos de nuestra


fe se expresan, significan y realizan en acciones y gestos elementales de
nuestra existencia: salir del agua, comer el pan, beber el vino, ungir con óleo,
imponer las manos, pronunciar un sí, confesar la propia culpa. En la celebración
comunitaria de la fe, estas realidades del existir humano pasan a ser signos de
la nueva creación que ha inaugurado ya el Señor Resucitado. Así, bautizarse no
es tomar un baño ni celebrar la eucaristía es saciar el cuerpo. El bautizado se
baña ya en un mundo nuevo y en un mundo nuevo se alimenta la comunidad.

Signos que expresan y realizan la relación efectiva con Dios

8. El gesto litúrgico tiene un parentesco muy estrecho, por una parte, con la
palabra, y, por otra, con la acción. Y no es una casualidad que estas dos
características de lo humano se den en estrecha conexión con gestos de
encuentro, como los del amor. Es decir, que el sentimiento tiende a hacerse
realidad en el gesto para llegar a ser sentimiento efectivo. La palabra que
precede y sigue al gesto lo manifiesta absolutamente y, sin ella, no puede éste
alcanzar su pleno poder expresivo ni su realización puede ser asumida
personalmente.

De manera semejante se expresa la fe y se hace realidad en la palabra y en el


gesto, precisamente porque también es un encuentro con otro: Dios. El gesto
litúrgico y la palabra de la celebración presentan, por tanto, una particularidad
esencial que les es común: la de ser signo que expresa y realiza la relación
efectiva con Dios; el gesto litúrgico es la fe en acto y, como tal, compromete toda
la persona.
Antiguo Testamento: celebrar las maravillas de Dios

9. Ya en el Antiguo Testamento la liturgia expresa y actualiza la relación efectiva


con Dios. La acción liberadora de Dios en el Exodo no es simplemente un
acontecimiento del pasado: la liturgia judía de la Pascua precisa el sentido
siempre actual de esta liberación. De generación en generación, cada israelita
debe considerarse a sí mismo como liberado de Egipto: "No es solamente a
nuestros antepasados a quienes el Santo, Bendito sea, ha libertado; nos ha
liberado a nosotros con ellos" (Haggada). En la noche de Pascua, la mesa
familiar y la necesidad cotidiana de comer adquiere un sentido excepcional y
evoca concretamente todo el significado histórico de Israel. Esa mesa, singular
como ninguna de las mesas, celebra gozosamente la forma concreta y
verdadera según la cual Dios está inscrito para Israel en el corazón de la
historia. Dios alimenta la fe de su pueblo con el memorial de las maravillas
pasadas (Sal 110, 4) y el don de los signos presentes. En la cena judía de la
Pascua, cada uno relata su historia, y, todos juntos, celebran la historia común
de Israel.

Nuevo Testamento: celebrar la resurrección de Jesús. "Con El también


habéis resucitado."

10. También en el Nuevo Testamento la liturgia prolonga, actualiza y celebra las


maravillas de Dios en la historia de la salvación. La acción liberadora de Dios
alcanza su cumbre resucitando a Cristo: la comunidad cristiana celebra la
actualidad siempre nueva de este acontecimiento, la mayor de las maravillas de
Dios. De generación en generación, cada creyente debe considerarse a sí
mismo como liberado de la muerte: "sepultados con él en el bautismo, con él
también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre
los muertos" (Col 2, 12). Así lo cantamos los cristianos en la noche de Pascua:
"Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende
victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido
rescatados?" En esa noche que brilla a sus ojos como el día, la Iglesia celebra
gozosamente la forma concreta y verdadera según la cual Cristo Resucitado
está inscrito para la humanidad en el corazón de la historia.

Dimensión bíblica de las signos sacramentales

11. La comprensión del simbolismo sacramental no puede desligarse del


contexto bíblico del que dependen esos signos. Es verdad que entre los ritos de
la Antigua Alianza y los sacramentos cristianos existe una discontinuidad. Sin
embargo, los nuevos ritos tenían para la generación apostólica una significación
muy rica por su conexión con la historia dé Israel y sus decisivas experiencias. A
la luz de esos ritos se esclarecía el sentido último de las imágenes y símbolos de
las páginas bíblicas, bajo los que se expresaban las maravillosas iniciativas de
Dios liberador de su pueblo. "No quiero que ignoréis, hermanos —dice Pablo—
que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y
todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el
mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues
bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Todo esto les
sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos
ha tocado vivir en la última de las edades" (1 Co 10, 1-4.11). La pedagogía de
los sacramentos no puede olvidar resonancias que las catequesis patrísticas,
inspirándose en los escritos apostólicos, desarrollaron con una admirable
intuición.

La Eucaristía, fuente y cima de la vida de la Iglesia

12. La Eucaristía es el punto culminante hacia el cual tiende todo el culto de la


Iglesia: "aparece como fuente y cima ae toda evangelización" (PO 5, 2). En la
Eucaristía, Cristo, muerto y resucitado, se une a su. Iglesia y la une a El; en la
Eucaristía la "edifica" verdaderamente como cuerpo suyo (1 Co 10, 17). Por eso
también todos los demás sacramentos tienen como centro al resucitado, Señor
de la Iglesia; por eso el día de la resurrección es el día del culto de su pueblo
(Hch 20, 7; 1 Co 16, 2; Ap 1, 10); por eso la predicación no busca más que
despertar y fortalecer la fe en ese Señor muerto y resucitado (Hch 10, 40ss); por
eso la lectura de la Escritura ha de dar testimonio de El (Cfr. Jn 5, 39); por eso la
profesión de fe es confesión de su señorío actual (Jn 20, 28; 2 Co 13, 5), por eso
la confesión de los pecados revela el ministerio de la reconciliación, obra suya (2
Co 5, 18); por eso la oración es ante todo una súplica para que venga (Ap 22,
17.20), que venga gloriosamente al fin de los tiempos, pero que anticipe ya esa
venida con su presencia en la Iglesia congregada.

Los signos sacramentales y la liturgia

13. La Iglesia ha situado la celebración de los signos sacramentales dentro de


una ambientación ritual que los prepara y prolonga. Entre los ritos propiamente
esenciales y los restantes existe una continuidad que conviene subrayar. El
ambiente ritual de la celebración no constituye un conjunto de meras ceremonias
honoríficas que rodean al sacramento. Por el contrario, precisa el signo
sacramental, lo despliega y hace resonante su significación.

Esos ritos están puestos al servicio del signo sacramental: imitando la economía
sagrada del mismo signo, lo explican y explotan sus riquezas. Son gestos y
oraciones que han buscado su inspiración en la Biblia y que se esclarecen a
través de los escritos sagrados. Por medio de ellos, el sacramento se extiende
dilatando su propio poder evocador. En esta perspectiva ritual se provoca y
estimula el clima intenso de fe en el que se han de celebrar los sacramentos.

El sacramento, signo eficaz de la gracia

14. El sacramento es un signo eficaz de la gracia, un signo que efectivamente


opera la gracia que significa. El Concilio de Trento definió que los sacramentos,
supuestas las disposiciones requeridas en el sujeto que los recibe, significan y
realizan la gracia ex opere operato (Cfr. DS 1606-1608). Esta expresión técnica
significa, por una parte, que la gracia sacramental no depende de la santidad del
ministro y que la fe del sujeto no se apodera de la gracia, como de cosa propia:
Cristo queda soberanamente libre e independiente frente a todo mérito humano.

Por otra parte, ex opere operato quiere decir que nos hallamos en presencia de
un acto del mismo Cristo. Ex opere operato y eficacia a partir del misterio de
Cristo significan la misma cosa. Cristo Resucitado, en medio de la comunidad
eclesial, comunica infaliblemente la gracia.

Gracia y carácter

15. Los dones divinos que proporcionan los sacramentos son tan varios como
los signos que los simbolizan. Unos se dirigen más directamente a edificar la
vida personal del cristiano, otros miran más a la realización de una misión
comunitaria. Dentro de esa diversidad, todos los sacramentos tienen en común
el dispensar el don de la gracia de Dios, obra del Espíritu Santo que configura al
creyente con Cristo Jesús y que vincula a Dios por el amor. El encuentro con
Cristo en los sacramentos es un encuentro con Dios y la gracia es precisamente
esa comunión personal con Dios. La gracia santificadora implica una relación
vital con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: la incorporación al Cuerpo de Cristo
y, por tanto, la participación en la muerte y resurrección del Señor realiza
nuestra comunión personal con el Dios uno y trino. El Espíritu nos recrea en
Cristo, como hijos del Padre en el Hijo.

Siendo un mismo Espíritu (Cfr. 1 Co 12, 11) el que actúa en los siete
sacramentos, es la misma gracia de santificación la que los siete otorgan pero, a
través de cada uno de ellos, el don de Dios se ordena específicamente a las
necesidades particulares y a las concretas misiones del cristiano. La gracia
sacramental es la gracia del Espíritu Santo que se nos da en función de una
situación vital determinada, cristiana y eclesial.

Tres sacramentos —Bautismo, Confirmación y Orden— no pueden recibirse más


que una vez. Estos tres sacramentos sellan con una marca definitiva a quienes
participan en ellos. El lenguaje eclesiástico designa esta marca con el nombre
de carácter. La palabra evoca el oficio del grabador que, por medio de un buril,
fija una imagen o inscripción sobre el metal. El carácter se relaciona con la
imagen, con la semejanza. También se relaciona con el sello que es la impronta
marcada por el anillo en la cera caliente para testimoniar un contrato irreversible.

El carácter, "signo espiritual e indeleble" (Trento: DS 1609), asimila al creyente


con Cristo —con su sacerdocio profético y real —y supone en el que ha sillo
sellado con él una particular vinculación con la comunidad visible de la Iglesia.

La respuesta creyente a los sacramentos

16. Cristo, en los sacramentos, sale al encuentro de hombres determinados y


concretos: el sacramento es la señal de esa aproximación iniciada por Cristo, la
manifestación sensible de su voluntad gratuita de encuentro. Ningún mérito del
hombre puede exigir la gracia sacramental: el don de Dios es absolutamente
gratuito. Sin embargo, la libertad humana puede abrirse generosamente para
acoger la salvación que se le ofrece o cerrarse a ella o entorpecer el influjo
santificador que los sacramentos están llamados a realizar.

Es necesario comprender en profundidad cómo se conjugan estas dos


realidades: de una parte, los actos de Cristo en las celebraciones sacramentales
son plenamente libres frente a las exigencias de los hombres; de otra parte, el
hombre adulto ha de querer participar en el sacramento y cooperar con el don de
la fe y llevar a cabo una conversión a fin de que el amor del Señor que le sale al
encuentro le invada y no se quede reducida al inicio de un gesto salvador: la
sangre derramada de Cristo puede llegar a resultar estéril si alguien se niega a
acogerla. La teología clásica habla de sacramentos nulos o inválidos y de
sacramentos infructuosos. Esto quiere decir que, no obstante, la gratuidad del
don divino, y a pesar de que, en los signos sacramentales, Cristo ofrece su
salvación por haberlo decidido libremente, los creyentes han de disponerse a
celebrar los sacramentos actualizando personalmente su fe y su libertad. Este es
el sentido del catecumenado y las preparaciones penitenciales.

Cuando a la acción de Cristo y de su Iglesia se une el corazón bien dispuesto


del creyente, de manera que el signo exterior no implique ficción alguna respecto
de las disposiciones internas, entonces el signo sacramental se convierte en don
efectivo de gracia y cumple su pleno sentido de signo: en esas circunstancias, el
sacramento es signo auténtico, bajo ningún aspecto engañoso. La cooperación a
la gracia sacramental es aún más necesaria después de la celebración de los
sacramentos, pues éstos crean una semejanza con Cristo y una relación vital
con Dios que han de manifestarse en la existencia cotidiana, para la que el
sacramento procura una gracia propia. Los sacramentos son una fuente de
exigencias y compromisos que recorren toda la vida y conducta cristianas.

Cristo confió los sacramentos a la Iglesia

17. El hecho de que las acciones sacramentales puedan identificarse con actos
personales del mismo Cristo supone que los sacramentos tienen su origen en
Cristo: de no ser así, aquella identificación sería vana y presuntuosa. La Iglesia
custodia fielmente los signos sacramentales que le transmitieron los Apóstoles:
ella es la depositaria única de esta herencia del Señor y sólo en su comunión
pueden ser auténticamente celebrados. A ella corresponde también determinar
los signos concretos de algunos sacramentos, es decir, gestos y palabras que
han sido dejados por Cristo a su iniciativa. Así, por ejemplo, la Iglesia precisó el
signo del sacramento del Orden (Cfr. Const. Apost. "Sacramentum Ordinis" de
Pío XII, DS 3857-3861) y, recientemente, Pablo VI determinó elementos
esenciales de la Confirmación y de la Unción de los Enfermos.

Estas decisiones de la Iglesia no suponen arbitrariedad alguna en los signos


sacramentales, ya que éstos, más allá de las posibles variaciones, expresan
siempre la realidad oculta que Cristo intentó al instituirlos. Con mayor razón, la
ambientación ritual en que ha de realizarse la celebración de los sacramentos no
está rígidamente fijada. Se ha desarrollado a lo largo de los tiempos y, quedando
a salvo siempre el signo sacramental esencial (la sustancia de los sacramentos),
puede seguir modificándose.

El Concilio de Trento declaró expresamente "que la Iglesia ha tenido


perpetuamente la potestad de establecer o cambiar en la administración de los
sacramentos, dejando a salvo su sustancia, aquello que, según la variedad de
circunstancias, tiempos y lugares, juzgase que era más conveniente a la utilidad
de los que los reciben o a la veneración de los mismos sacramentos" (DS 1728).
La Iglesia conserva los sacramentos como un tesoro recibido y, al mismo
tiempo, realiza su transmisión a impulsos del dinamismo propio de su condición
de organismo vivo: entrega los sacramentos a las sucesivas generaciones en el
seno de su tradición, nunca envejecida y decrépita, sino, por el contrario,
siempre actual y fecunda.

La Iglesia Madre es fiel a su Esposo único y es fiel a sus hijos. Estos, en cada
época, cultura o situación, han de aproximarse al lenguaje de los signos
salvíficos como hombres lúcidos y conscientes que puedan ser realmente
interpelados por su fuerza comunicativa. De ahí, la lealtad flexible de la Iglesia
en la celebración histórica de los sacramentos de la fe.

"Servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios."

18. La Iglesia celebra los sacramentos a través de ministros, servidores de


Cristo (Cfr. 1 Co 4, 1), que, como embajadores del Señor (Cfr. 2 Co 5, 20), son
signos por medio de los cuales el mismo Cristo actualiza su salvación. La Iglesia
es la dispensadora única de los misterios sacramentales porque, en los
Apóstoles, recibió el mandato y la misión de Cristo para celebrarlos a lo largo de
la historia. Esta misión afecta directamente a los sucesores de los Apóstoles, el
Sucesor de Pedro y el Colegio Episcopal. Los restantes ministros actúan como
cooperadores suyos y en íntima comunión con ellos: "los obispos gozan de la
plenitud del sacramento del orden y de ellos dependen en el ejercicio de su
potestad los presbíteros... y los diáconos. Los obispos son, así, los principales
dispensadores de los misterios de Dios, así como los moderadores, promotores
y custodios de toda la vida litúrgica en la Iglesia que se les ha confiado" (CD 15).

El ministro no actúa en nombre propio, sino en nombre de Cristo y de la


Iglesia

19. Los ministros de los sacramentos no son autómatas, sino hombres que,
consciente y voluntariamente, se hacen disponibles para la acción santificadora
de Cristo intentando con seriedad responsable cumplir su voluntad de salvación.
La intención que vincula al ministro con la Iglesia en la que Cristo se hace
presente sacramentalmente no queda suprimida por la eventual conducta
pecadora del mismo, porque "no purifica Dámaso, ni Pedro, ni Ambrosio, ni
Gregorio. Nosotros somos los ministros, pero los sacramentos son tuyos.
Comunicar los dones divinos no procede de las fuerzas humanas, sino de ti,
Señor" (San Ambrosio, Sobre el Espíritu Santo, 1, prol.). Ni siquiera desaparece
la fuerza de esa intención por el hecho de que el ministro esté separado de la
comunión visible de la única Iglesia de Cristo, pues no puede buscarse
sinceramente a Cristo sin que, al mismo tiempo, se encuentre de algún modo a
su Esposa.

Las acciones del ministro, con todo lo que suponen de libertad y libre decisión,
no dependen de la propia santidad ni del talante religioso y humano del servidor
de Cristo: no se puede esperar la salvación de un hombre.

El ministro no actúa en nombre propio, sino en nombre de Cristo y de la Iglesia:


esta misteriosa condición se aprecia de manera singular en las celebraciones
sacramentales en las que se muestra admirablemente que todos los ministros,
en su conjunto, constituyen un signo único del único sacerdote: Cristo Jesús. La
intención de realizar lo que quiere la Iglesia es algo imprescindible en quien, por
definición, permanece al servicio de la misión de Cristo y de la Iglesia.

Tema 53. BAUTISMO: NACIMIENTO A LA FE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

— Presentar el Sacramento del Bautismo como la celebración del nacimiento a la fe, de la primera
acogida al don del Espíritu y de la incorporación a la Iglesia.

Los sacramentos de la iniciación cristiana

20. El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los tres sacramentos de la


iniciación cristiana. Por ello, los hombres "libres del poder de las tinieblas,
muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de la adopción
filial y celebran con todo el Pueblo de Dios el memorial de la muerte y
resurrección del Señor" (AG 14). Los tres sacramentos de la iniciación cristiana
se ordenan y relacionan entre sí con el fin de conducir a su plenitud a los
creyentes en Cristo que "ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la
Iglesia y en el mundo" (LG 31).

El Bautismo, primer sacramento de la nueva alianza

21. El Bautismo es el primer sacramento de la Nueva Alianza. Jesús lo propuso


como vía de acceso para alcanzar la vida eterna. Así se expresó en su
conversación con Nicodemo: "Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de
Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios." (In 3, 5). El evangelio de Mateo
concluye con el mandato misionero que Jesús resucitado confía a sus
Apóstoles; en ese mandato, el Bautismo se enlaza estrechamente con el ingreso
en la comunidad de los discípulos de Cristo: "Id y haced discípulos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
(Mt 28, 19).

El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra el lugar central que ocupa el
Bautismo en las primeras actividades misioneras: los que creen en

la predicación apostólica, reciben el agua purificadora: "Estas palabras les


traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué
tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y bautizaos
todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y
recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para
vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro,
aunque estén lejos. Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba
diciendo: Escapad de esta generación perversa. Los que aceptaron sus palabras
se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil." (Hch 2, 37-41).

Conversión y bautismo se describen como elementos unidos en la iniciación de


la fe cuando se relatan las vocaciones de Pablo (9, 18), del eunuco etíope (8, 26
ss), de Cornelio (10, 47-48), de Lidia y su casa (16, 14-15), del carcelero de
Filipos y los suyos (16, 29-33), etc. Por otra parte, las cartas apostólicas
(Gálatas, Romanos, 1 Pedro, 1 Juan, etc.), no sólo aluden al bautismo, sino que
se extienden profundizando en su misteriosa realidad y en las exigencias que
implica en orden a la conducta cristiana.

Cristo purificó a su Iglesia mediante el baño del agua de la palabra

22. El signo bautismal consiste en una ablución de agua cuyo profundo sentido
sacramental se determina por la fórmula: "Yo te bautizo en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo". La ablución por inmersión fue presumiblemente
la práctica normal en la Iglesia primitva (Cfr. Hch 8, 38-39; Ef 5, 26; Tt 3, 5). Esta
forma de bautismo perduró hasta el siglo xüi y aún se da, en Occidente, en los
siglos xv y xvi. Sin embargo, ya a principios del siglo tt, la Didajé (de origen sirio)
menciona específicamente el bautismo con agua derramada —por infusión— si
el de inmersión no fuera posible. Cuando se generalizó la costumbre de reservar
un lugar especial para los bautismos, estos baptisterios —desde el principio del
siglo tv— consistían en piscinas excavadas en el suelo. No obstante, la
superficialidad de esas piscinas, así como los grabados de las catacumbas,
sugieren que fue práctica común deramar el agua sobre la cabeza del bautizado,
mientras éste permanecía de pie en la piscina.

El actual Ritual del Bautismo de Niños (RBN) determina: "Tanto el rito de la


inmersión —que es más apto para significar la muerte y resurrección de Cristo—
como el rito de la infusión pueden utilizarse con todo derecho" (n. 37). El Ritual
de la Iniciación Cristiana de los Adultos (ICA) describe que quien preside la
celebración bautismal "tocando al elegido, le sumerge del todo o sólo la cabeza
por tres veces, le bautiza invocando una sola vez a la Santísima Trinidad: N. yo
te bautizo en el nombre del Padre (le sumerge por primera vez) y del Hijo (le
sumerge por segunda vez) y del Espíritu Santo (le sumerge por tercera vez)" (n.
220).

El Bautismo y el Antiguo Testamento

23. Las antiguas catequesis cristianas han descubierto en el agua bautismal


multitud de resonancias de temas bíblicos fundamentales. Las semejanzas y
afinidades que concurren en esas diversas consideraciones son indicio de que
nos encontramos en presencia de una enseñanza común. Esta se remonta a los
más remotos orígenes de la Iglesia.

Puede verse un ejemplo característico en el siguiente texto de San Cirilo de


Jerusalén: "Si se quiere saber por qué la gracia se fi por el agua (...) hojéense las
divinas Escrituras y allí se encontrará (...). Antes de que criatura alguna se
sometiera a la elaboración de los seis días, "el Espíritu de Dios era llevado sobre
las aguas". El agua es el principio del mundo y el Jordán el principio de los
Evangelios. Israel fue liberado del Faraón por el mar y el mundo es liberado del
pecado por el baño del agua en virtud de la Palabra de Dios (...). Después del
diluvio, fue establecida un alianza con Noé (...). Elías es llevado al cielo no sin
que el agua intervenga, pues su carro marcha hacia el cielo después de haber
atravesado el Jordán" (Catequesis 3, 5).

El Bautismo y el Nuevo Testamento

24. No sólo se relacionan con el bautismo los maravillosos sucesos salvíficos del
Antiguo Testamento. Los acontecimientos de la vida de Cristo se contemplan
también como figuras de su vida gloriosa en la Iglesia. Los Padres de la Iglesia
enumeran toda una serie de gestos de Cristo relacionados con el agua en los
que encuentran ecos bautismales: el bautismo en el Jordán (Mt 3, 13-17; Mc 1,
9-11; Lc 3, 21-22; Jn 1, 32-34), las bcdas de Caná (Jn 2, 1-12), el pozo de Jacob
(Jn 4, 5-42), la curación del paralítico en la piscina de Bezatá (Jn 5, 1-18), el
caminar sobre las aguas (Mc 6, 45-52; Mt 14, 22-33; Jn 6, 16-21), la curación del
ciego de nacimiento en la piscina de Siloé (Jn 9, 1-41), el lavatorio de los pies
(Jn 13, 1-15), etc.

Una fuente abierta para lavar el pecado

25. La reflexión sobre estas referencias simbólicas y tipológicas permiten


profundizar en la teología del Bautismo. La significación más obvia del agua se
orienta a la purificación de la suciedad, a la limpieza. En los escritos proféticos
se habla ya de la renovación de los espíritus que se realizará en los tiempos
mesiánicos por la efusión de aguas puras y el brotar de nuevas fuentes:
"Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras
inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os
infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y
os daré un corazón de carne." (Ez 36, 25-26). "Aquel día se alumbrará un
manantial, a la dinastía de David, y a los habitantes de Jerusalén, contra
pecados e impurezas." (Za 13, 1). El tema del agua viva con que el evangelio de
San Juan alude al bautismo (3, 5; 4, 10-11; 7, 37-39; 19, 34-35) conecta con
estas imágenes proféticas. En la misma línea, las catequesis patrísticas
comentan la curación del pagano Naamán, enfermo de lepra, después de
lavarse en el río Jordán (2 R 5; cfr. Lc 4, 27): los antiguos Padres veían en la
lepra un símbolo del pecado.

El Espíritu de Dios sobre las aguas

26. En la simbología bautismal, ocupa un lugar privilegiado el pasaje bíblico que


presenta al Espíritu de Dios incubando las aguas primordiales: "Al principio creó
Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la
tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas." (Gn 1, 1-2).

El Bautismo cristiano es bautismo en agua y en Espíritu (Cfr. Jn 3, 5). Juan, el


Precursor, bautizaba solamente en agua para la conversión: "Yo os bautizo con
agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y
no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego."
(Mt 3, 11; cfr. Hch 19, 4).

El Bautismo de Jesús, con respecto al de Juan, asume el agua —elemento


antiguo— y aporta la novedad de la efusión del Espíritu: la conversión humana,
simbolizada en la ablución, es fecundada por el Espíritu que hace surgir un
milagro de Dios, "el que no nazca de nuevo..." (Jn 3, 3).

La vida empezó en las aguas

27. Para la mentalidad del autor sagrado, la vida empezó en las aguas; las
aguas, por mandato del Señor, producen la vida: "Pululen las aguas un pulular
de vivientes..." (Gn 1, 20). La antigua tradición de la Iglesia reconoce la
verdadera energía vivificante del agua en la fuente bautismal: "Somos pececillos
y en el agua nacemos... y no tenemos otro modo de salvarnos sino
permaneciendo en el agua" (Tertuliano, Sobre el Bautismo 1, 2). La misma
temática se desarrolla en torno al denso texto de Ez 47, 1-12: un agua brota "del
lado derecho del templo" (el costado traspasado de Cristo) y su corriente
desemboca en el mar de las aguas pútridas que, a su contacto, son saneadas:
"Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán
vida, y habrá peces en abundancia. Las riberas del río misterioso, regadas por
"aguas que manan del santuario" se convierten en un vergel —en el Paraíso
—, cuyos cuatro ríos prefiguraban, para los Padres, el Bautismo por el que se
recobra la primitiva integridad perdida: "Estás fuera del paraíso, oh catecúmeno,
compañero de destierro de Adán... Ahora se abre la puerta, entra allí de donde
saliste: no tardes" (San Gregorio de Nisa).

El agua bautismal, seno materno de la Iglesia

28. Las aguas fecundas, engendradoras de vida, conducen a la visión de la


piscina bautismal como el seno donde la Iglesia Madre, bajo la acción del
Espíritu, concibe a los hijos de Dios y los alumbra: "lo mismo que en el
nacimiento carnal, el seno de la madre recibe una semilla que la mano divina
forma según el orden original, así sucede en el bautismo, donde el agua es un
seno para el que nace, pero la gracia del Espíritu en ella es la que forma al
bautizado con miras a un nuevo nacimiento, transformándolo completamente"
(Teodoro de Mopsuestia, Homilías catequéticas 14, 9).

Israel, salvado de las aguas, se convierte a Dios

29. El simbolismo más profundo de las aguas es celebrado por la tradición de la


Iglesia al comparar el Bautismo con el paso de Israel a través del Mar Rojo. El
agua evocaba ya a la conciencia judía la experiencia de un paso, de una
prueba, de un trance: el pueblo de Israel había nacido de las aguas para la fe en
Yahvé. Dios, Señor de los acontecimientos, cambió para los israelitas en aguas
de vida lo que eran aguas de muerte: "Los hizo atravesar el mar Rojo y los guió
a través de aguas caudalosas" (Sb 10, 18).

El agua —instrumento de juicio para los egipcios— inauguró la liberación de los


hebreos y su constitución como pueblo propio de Yahvé, pueblo con quien
Yahvé pacta su alianza: "Vosotros seréis mi pueblo" (Lv 26, 12). A través del
éxodo, Israel es conducido entre prodigios a la tierra prometida. Desde
entonces, convertirse es volverse a Yahvé, buscar continuamente su rostro (Sal
104, 4), el rostro de Aquel que salva de las aguas de muerte (Cfr. Sal 123, 4-5;
68, 15-16; Hch 27, 21 ss).

"Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo."

30. Posteriormente, la decisiva experiencia del retorno del destierro babilónico


se concebirá Como la inauguración de un nuevo éxodo: para interpretarlo
religiosamente, se apelará al gran suceso pretérito: "¿No os acordáis de lo
pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo?" (Is 43, 18). El Señor, "que abrió
camino en el mar y senda en las aguas impetuosas" (Is 43, 16), asegura que, en
su fidelidad, repetirá las iniciativas salvadoras: "Mirad que realizo algo nuevo; ya
está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo;
me glorificarán las bestias del campo, los chacales y las avestruces, porque
ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo,
de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza." (Is
43, 19-21).

La pascua de Cristo

31. La acción salvadora que Yahvé realizó en Israel, a lo largo de su historia,


alcanza su consumación en ros misterios pascuales de Cristo: El es el definitivo
cordero inmolado y el que, al ser inmolado, pasa el verdadero Mar Rojo logrando
la auténtica liberación. Por su muerte, Jesús alcanza la victoria decisiva contra
Satán y las fuerzas del mal, destruye los poderes de la muerte y, en su
resurrección, abre el camino que conduce a la "herencia incorruptible,
inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos" para los que aceptan su
alianza, para los que creen y esperan en El (Cfr. 1 P 1, 3-5).
Inmersión-emersión, misterio pascual

32. El bautizado se une misteriosamente a la Pascua de Cristo: a través del


agua, se salva y deja tras de sí la esclavitud del pecado, entra en la Nueva
Alianza y se pone en marcha hacia la tierra prometida. El Bautismo determina
una línea divisoria en la vida del hombre, supone una novedad tan radical como
supuso para el pueblo de Israel la salida de Egipto. Hay un antes y un después:
muertos al pecado, los bautizados resucitan a una vida nueva. No es posible el
retorno a Egipto. El hombre viejo es crucificado con Cristo y su condición
pecadora es destruida en la muerte del Señor (Cfr. Rm 6, 6). El hombre pecador
cruza, por el Bautismo, las aguas de la propia muerte para que de ellas surja un
hombre nuevo y distinto. El bautizado en el Espíritu es un hombre salvado de las
aguas para la fe en el Padre, en el Hijo y en el mismo Espíritu.

El rito bautismal, articulado en los dos momentos de inmersión y emersión, no


sólo evoca la gesta salvadora de la liberación de Egipto, sino que es el signo de
la realidad que cumplió definitivamente aquella figura: el descenso a la piscina,
la inmersión y la salida del agua significan que el cristiano ha muerto y ha sido
sepultado con Cristo para resucitar con El. Jesús mismo habló de su muerte en
términos de "bautismo": El debía ser "sumergido" en un abismo de sufrimientos:
"El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con
que yo me voy a bautizar." (Mc 10, 39).

En el Nuevo Testamento, el simbolismo de la inmersión-emersión aparece fijado


en sus rasgos esenciales. La inmersión significa la purificación del pecado (Ef 5,
26), la muerte al hombre viejo (Rm 6, 2-11; Ef 4, 22-23; Col 3, 9). La emersión
simboliza la comunicación del Espíritu Santo, que da al hombre la filiación
adoptiva y le convierte en un hombre nuevo mediante un nuevo nacimiento (Tt 3,
4-7; Ef 4, 24; Col 3, 10; Rm 6, 4).

El texto siguiente de San Cirilo de Jerusalén expresa admirablemente el sentir


de la tradición cristiana sobre esta temática: "Se os ha llevado junto a la santa
piscina como Cristo desde su cruz al sepulcro cercano (...) Por tres veces habéis
sido introducidos en el agua y habéis salido, simbolizando así el triduo de Cristo
en el sepulcro (...) En el mismo acto, moríais y nacíais; el agua saludable venía a
ser a la vez vuestro sepulcro y vuestra madre (...) Un mismo momento ha
realizado estos dos acontecimientos: vuestro nacimiento ha coincidido con
vuestra muerte" (Catequesis 20, 4).

El sentido del Bautismo, expresado en los ritos litúrgicos

33. Ya desde sus comienzos, y progresivamente, la Iglesia ha reflexionado con


intensidad en torno al signo bautismal y ha expresado su meditación en una gran
riqueza de elementos simbólicos que ha incorporado a la administración de este
sacramento de iniciación. Entre ellos, conviene destacar algunos a través de los
cuales se comprende mejor el significado profundo del Bautismo.

La señal de la Cruz
34. Cuando la Iglesia acoge a los bautizados, traza sobre ellos el signo de la
cruz, señal del cristiano, distintivo de la nueva condición que van a recibir. La
Cruz, signo de la redención, es signo de la fe cristiana que el candidato pide a la
Iglesia. Signado y sellado con la cruz, el bautizando comienza a ser incorporado
al misterio pascual de Cristo, misterio de muerte y resurrección que permanece
vivo en la Iglesia.

Los exorcismos y la renuncia a Satanás

35. El Bautismo arranca al hombre del poder de Satán, príncipe de este mundo
(Cfr. Jn 12, 31; 16, 11) y concede la luz y la energía para emprender una lucha
contra las fuerzas de las tinieblas, lucha que ha de durar toda la vida. Los
exorcismos rituales manifiestan expresivamente la condición abnegada de la
vida cristiana: lucha entre la carne y el espíritu, enfrentamiento con los acechos
del Maligno, lugar primordial de la renuncia para conseguir las bienaventuranzas
del Reino de Dios, necesidad constante de la gracia del Espíritu. Los exorcismos
ocuparon pronto un puesto de preferencia en la liturgia bautismal.

La Traditio Apostolica, de Hipólito, prescribe: "A partir del día en que son
elegidos (los catecúmenos), que se les impongan cada día las manos
exorcizándolos" (Traditio, 20). La teología de los exorcismos supone que el
hombre, abandonado a sus fuerzas, no puede despegarse del poder del Maligno
que le cautiva y desborda. Es Cristo mismo quien combate para apartar del
Príncipe de las Tinieblas a quien va a hacer miembro suyo por el Bautismo:
frente a la situación desesperada de esclavitud e impotencia Cristo ofrece una
salvación que jamás podrá proporcionar al hombre un género de liberación
meramente humana (psicológica, sociológica, económica...).

Entre los ritos inmediatamente preparatorios al Bautismo, la renuncia a Satanás


y la adhesión a Cristo resaltan con gran expresividad el sentido más radical de
este sacramento: la muerte a todas las fuerzas del mal y la conversión a Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo.

La entrega del símbolo de fe y de la oración dominical

36. Desde la antigüedad, las entregas (traditiones) del Símbolo y del


Padrenuestro se insertan como elementos importantes de la celebración del
Bautismo. La Iglesia entrega a los bautizandos el compendio de su fe y de su
oración. El Bautismo es el signo eficaz de que se ha recibido la fe y todo el
dinamismo que ella comporta: inauguración de una vida nueva en el Espíritu que
abre el acceso al Padre. La entrega litúrgica del Símbolo es la celebración de la
transmisión de la fe que el nuevo cristiano habrá de profesar adhiriéndose
vitalmente —con toda su mente, con todo el corazón, con todas sus energías—
al mensaje de la salvación que se contiene en la fórmula simbólica.

La entrega del Símbolo es manifestación de la tradición de la Iglesia que, en la


celebración sacramental, se hace presente y operante en toda la plenitud de su
sentido. La entrega del Símbolo, además, conecta con una de las exigencias
que el Bautismo instaura en el cristiano: la necesidad de penetrar y profundizar
en el mensaje salvífico, del cual el Símbolo es una síntesis elemental, pero, al
mismo tiempo, complexiva. En este momento litúrgico se actualiza también la
catequesis como realización viva de la tradición oral de la Iglesia.

Por otra parte, transmitir la fe implica también iniciar a la oración, enseñar a orar.
Los bautizandos piden a la Iglesia lo que los discípulos pidieron a Jesús: "Señor,
enséñanos a orar" (Lc 11, 1; cfr. 11, 1-13). Al entregar la oración del Señor
(Padrenuestro), la Iglesia celebra la iniciación a la oración de los nuevos
creyentes. El Padrenuestro es la oración específica de los creyentes, es decir,
de los que ponen su confianza en el Padre, porque son hijos (Cfr. 1 In 3, 1; Rm
8, 14-27; Ga 4, 4-7).

La unción con el óleo de los catecúmenos

37. Las catequesis patrísticas comentan el rito de la unción con óleo junto con el
gesto del despojamiento de los vestidos, simbolismo este último que alude a la
muerte del hombre viejo: "No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del
hombre viejo con sus obras y revestíos del nuevo que se va renovando como
imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo" (Col 3, 9-10; cfr. Ef 4, 22-24).
Como los atletas que entraban a la lucha o competición eran frotados con aceite,
también los que van a ser bautizados son ungidos con óleo: es ésta una unción
para la lucha con Satanás. El elegido entra en la Iglesia militante y su principal
lucha será contra las fuerzas del mal. Para ella necesita una especial fortaleza,
simbolizada en esta unción. Esta unción se hace con miras a las luchas
corrientes de la vida cristiana, pero especialmente con miras al combate decisivo
contra Satanás en que consiste el mismo Bautismo. La bajada a las aguas
bautismales es, en efecto, bajada a las aguas de la muerte, a imagen de Cristo,
y combate decidido contra ella.

La vestidura blanca

38. Después del Bautismo propiamente dicho, los bautizados son revestidos con
una túnica blanca: han sido revestidos de Cristo como nuevas criaturas y habrán
de conservar sin macha el nuevo vestido hasta que se presenten ante el tribunal
de Nuestro Señor Jesucristo. Estos vestidos blancos representan la antítesis de
los viejos vestidos abandonados antes del Bautismo. El mismo Bautismo se
designa muchas veces como vestido de incorruptibilidad, vestido de luz. Se trata
a la vez de la pureza y de la incorruptibilidad del cuerpo. La vestidura blanca es
símbolo de la resurrección de los cuerpos y de la participación en la gloria de
Cristo Resucitado.

La luz pascual

39. Los bautizados reciben también una luz encendida en el cirio pascual. Han
sido transformados en luz de Cristo y como hijos de la luz habrán de recorrer el
camino hasta llegar al encuentro del Señor. Los Padres de Oriente han llamado
al Bautismo iluminación, pues es el sacramento que comunica el personal
conocimiento de Cristo, la "luz del mundo" (Jn 8, 12). Para la Iglesia primitiva el
Bautismo es, en efecto, una iluminación (Cfr. Hb 6, 4; 10, 32; 1 P 2, 9). San
Pablo ruega a los cristianos de Colosas que den con alegría gracias a Dios
Padre, "que os ha hecho capaces de compartir la herencia de los santos en la
luz" (Col 1, 12). El mismo tema se encuentra en el primitivo himno bautismal que
se recoge en la Carta a los Efesios: "Despierta tú que duermes, levántate de
entre los muertos y Cristo será tu luz" (Ef 5, 14).

La unción con el Santo Crisma

40. Cuando el sacramento de la Confirmación no se celebra inmediatamente


después del Bautismo, a continuación de la ablución, se unge a los nuevos
bautizados en la cabeza con el más precioso de los tres óleos, el crisma
(christós = ungido) de la salvación. Las fórmulas rituales expresan el sentido de
esta unción: significa la agregación al Pueblo de Dios de un nuevo miembro de
Cristo sacerdote, profeta y rey.

Dimensiones teológicas del Bautismo

41. Las perspectivas bíblica y litúrgica del Bautismo permiten ahondar en sus
significados más profundos, esto es, en la conexión del Bautismo con las
grandes realidades de la vida cristiana: la fe, la esperanza, el amor, la
superación del pecado, la gracia, la Iglesia...

El Bautismo. sacramento de la fe

42. El Bautismo es el signo eficaz del nuevo nacimiento, cuyo proceso se inicia
cuando el hombre, por la gracia de la fe, acoge la Palabra de Dios y responde al
Evangelio de Cristo. "Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la
verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos
a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una
semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la Palabra de Dios viva y
duradera, porque toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se
agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para
siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos" (1 P 1, 22-25). "Por
propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos
como la rimicia de sus criaturas" (St 1, 18).

El Bautismo supone previamente participar en la comunidad viva de fe que es la


Iglesia o, al menos, ser acogido por esa comunidad que se compromete a
cultivar ininterrumpidamente la fe de aquellos miembros que recibieron el don
sacramental sin una respuesta actualmente consciente al Evangelio. "No hay
nada que la Iglesia estime tanto ni hay tarea que ella considere tan suya como
reavivar en los catecúmenos o en los padres y padrinos de los niños que se van
a bautizar una fe activa, por la cual, uniéndose a Cristo, entren en el pacto de la
nueva alianza o la ratifiquen. A esto se ordenan, en definitiva, tanto el
catecumenado y la preparación de padres y padrinos como la celebración de la
Palabra de Dios y la profesión de fe en el rito bautismal" (Ritual del Bautismo de
niños [RBN] 3).

El catecumenado, restaurado por el Concilio Vaticano II, "dividido en varias


etapas" (SC 64) pone muy claramente de manifiesto la ineludible necesidad de
iniciar a los bautizandos adultos "en el misterio de la salvación, en el ejercicio de
las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse _ en
los tiempos sucesivos" (AG 14).

Por lo que se refiere al Bautismo de los niños debe subrayarse que "para
completar la verdad del sacramento conviene que los niños sean educados en la
fe en que han sido bautizados. El mismo sacramento recibido será el
fundamento y la fuente de esta educación. Porque la educación en la fe, que en
justicia se les debe a los niños, tiende a llevarles gradualmente a comprender y
asimilar el plan de Dios en Cristo, para que finalmente ellos mismos puedan
libremente ratificar la fe en que han sido bautizados" (RBN 9).

El Bautismo, muerte al pecado

43. En cuanto la ablución bautismal significa un baño purificador, opera


eficazmente la limpieza de todo pecado. El Bautismo, al incorporar al hombre a
la muerte de Cristo, lava —destruye— los pecados que se hayan cometido en la
vida pasada y extirpa hasta la misma raíz del pecado, que es la culpa original.
En el Bautismo de niños, que no han podido cometer por sí mismos ningún
pecado, la Iglesia dirige a Dios esta plegaria en la oración de exorcismo: "te
pedimos que estos niños, lavados del pecado original, sean templo tuyo y que el
Espíritu Santo habite en ellos" (RBN 119). "En los renacidos nada odia Dios"
enseñó el Concilio de Trento (DS 1515). Las referencias a Adán, padre de una
raza esclavizada por el pecado, son habituales en las catequesis patrísticas.
"Has recibido el bautismo, el nuevo nacimiento —dice Teodoro de Mopsuestia—.
Has venido a ser otro, has nacido otro. Ya no perteneces a Adán (...) hundido
bajo el pecado. Por el contrario, perteneces a Cristo" (Homilías Catequéticas, 14,
25).

El Bautismo, nacimiento a la vida de Dios

44. Incorporados a Cristo resucitado, los bautizados comienzan a participar de la


naturaleza divina (Cfr. 2 P 1, 4): son engendrados como hijos de Dios: "Mirad
qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!...
Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen
permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios (1 Jn 3, 1.9).

El Bautismo configura al nuevo cristiano con el mismo Cristo, el Hijo Unico y


Amado y, por ello comporta la exigencia de conformar la existencia entera de
acuerdo con la imagen de Cristo, muerto y resucitado, en un constante
despliegue de la vida teologal gratuitamente recibida. La unión y semejanza con
Cristo conduce a la comunión y semejanza con la Santa Trinidad, en la que el
cristiano ha sido santificado: "La invocación de la Santísima Trinidad sobre los
bautizandos hace que los que son marcados con su nombre le sean
consagrados y entren en la comunión con el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo.
Las lecturas bíblicas, la oración de los fieles y la triple profesión de fe están
encaminadas a preparar este momento culminante" (RBN 5).

El Bautismo, incorporación a la Iglesia

45. Por el Bautismo, los hombres son incorporados a la Iglesia: "(Cristo)


inculcando expresamente la necesidad de la fe y del bautismo (Cfr. Mc 16, 16;
Jn 3, 5) confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la cual entran
los hombres como por una puerta, a través del bautismo" (LG 14). Incorporados
al Pueblo de Dios por el Bautismo, los cristianos constituyen un "sacerdocio
sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo " (1 P
2, 5). Los bautizados, "por el carácter son destinados al culto de la religión
cristiana" y a "profesar ante los hombres la fe que recibieron de Dios por medio
de la Iglesia" (LG 11). "Este efecto indeleble, expresado por la liturgia latina en la
misma celebración con la crismación de los bautizados en presencia del pueblo
de Dios, hace que el rito del Bautismo merezca el sumo respeto de todos los
cristianos y no esté permitida su repetición cuando se ha celebrado válidamente,
aun por hermanos separados" (RBN 4).

Sacerdocio profético y real

46. La incorporación a la Iglesia hace que los bautizados participen del único
sacerdocio de Cristo por un sacerdocio que llamamos común, íntimamente
ordenado al sacerdocio de los ministros: "los creyentes, en virtud de su
sacerdocio regio, concurren a la obligación de la Eucaristía, y lo ejercen al recibir
los sacramentos, en la oración y la acción de gracias, con el testimonio de una
vida santa, con la abnegación y la caridad opertiva" (LG 10). En estrecha
relación con la incorporación a Cristo Sacerdote a través del Bautismo se
encuentra la misión profética de los bautizados, a quienes el mismo Señor
"constituye en testigos dotándolos del sentido de la fe y de la gracia de la
palabra para que la virtud del Evangelio brille en su vida diaria, familiar y social"
(LG 35). Por el mismo Bautismo, reciben los discípulos de Cristo una "libertad
regia" por la que se conforman con la realeza de Cristo, su Señor, venciendo en
sí mismos el reino del pecado y sirviendo a Cristo en sus hermanos,
conduciéndolos así humilde y pacientemente hacia aquel Rey a quien servir es
reinar (Cfr. LG 36).

El Bautismo, exigencia de plenitud de vida cristiana

47. La vida nueva recibida en el Bautismo está llamada a desarrollarse y crecer.


El cristiano, inserto en el Cuerpo de Cristo, es impulsado por el dinamismo de
este organismo misterioso a tender, en comunión con los demás miembros, "al
Hombre perfecto, a la medida de Cristo, en su plenitud" (Ef 4, 13). "Los
seguidores de Cristo, llamados y justificados en Cristo nuestro Señor, no por sus
propios méritos sino por designio y gracia de El, en el Bautismo de la fe han sido
hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza y, por lo mismo, santos.
De ahí se sigue que, con la ayuda de Dios, han de conservar y perfeccionar en
su vida la santidad que recibieron" (LG 40). El Bautismo es la prenda visible de la
vocación, la realización histórica de una predilección eterna de Dios.

La presencia del Espíritu Santo en el cristiano, como en un templo, es el


imperativo constante de una vida santa. Cristo, de quien el bautizado es
revestido, ha de manifestarse progresivamente en la existencia del creyente a
través de una identificación cada vez más visible de sus sentimientos, trabajos,
dolores, alegrías y actividades con los de Cristo Jesús. Unidos por el vínculo de
la fe única y del Bautismo único, todos los creyentes forman un solo cuerpo de
hermanos: la caridad fraterna es una exigencia de la gracia bautismal. El
despliegue de la vida teologal se inscribe en las mismas dimensiones del
misterio pascual. "Fluye de ahí la clara consecuencia de que todos los fieles, de
cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a
la perfección de la caridad, santidad mediante la cual se promueve aún en la
sociedad terrena una modalidad de vida más humana" (LG 40).

El Bautismo y la comunidad eclesial

48. Nadie puede bautizarse a sí mismo. El cristiano no es un individuo aislado:


recibe la fe y el sacramento de la fe en el seno de una comunidad que se
compromete a introducir y formar en la vida de fe a los que son llamados por
Dios a integrarse en su Pueblo (RBN 12). El mandato de bautizar se dirige a
toda la Iglesia aunque urge de una manera especial a quienes se encuentran
ligados con los batizandos por lazos de particular intimidad y a los ministros
jerárquicos. "La preparación al Bautismo y la formación cristiana es tarea que
incumbe muy seriamente al pueblo de Dios, es decir, a la Iglesia, que transmite y
alimenta la fe recibida de los Apóstoles. A través del ministerio de la Iglesia, los
adultos son llamados al Evangelio por el Espíritu Santo, y los niños son
bautizados y educados en la fe de la Iglesia" (RBN 11). Esta responsabilidad de
la Iglesia debe expresarse en la participación activa en las celebraciones
bautismales: en ellas la comunidad cumple un verdadero oficio litúrgico. La
institución de los padrinos se inscribe en esta misma perspectiva y pone de
manifiesto la solicitud de la comunidad por la perseverancia en la fe y en la vida
cristiana de los nuevos cristianos. Según costumbre muy antigua de la Iglesia,
no se admite a un' adulto al Bautismo sin un padrino y también debe haberlo en
el Bautismo de un niño para que, cuando sea necesario, ayude a los padres a fin
de que el niño llegue a profesar con integridad la fe y a expresarla en su vida.
Sin embargo, "el ministerio y las funciones de los padres en el Bautismo de los
niños está muy por encima del ministerio y funciones de los padrinos" (RBN 15).
Ellos, en efecto, desempeñan un verdadero ministerio cuando piden
públicamente que sea bautizado el niño y cuando realizan los gestos litúrgicos
que les corresponden en la celebración (signación, profesión de fe, etc.).

"Es ministro ordinario del Bautismo el obispo, el presbítero y el diácono " (RBN
21). "Por ser los obispos los principales administradores de los misterios de Dios,
así como también moderadores de toda la vida litúrgica en la Iglesia que les ha
sido confiada, corresponde a ellos regular la administración del Bautismo, por
medio del cual se concede la participación en el sacerdocio real de Cristo" (RBN,
22).

"No habiendo sacerdote ni diácono, en caso de peligro inminente de muerte,


cualquier fiel, y aun cualquier hombre que tenga la intención requerida, puede, y
algunas veces hasta debe, conferir el Bautismo. Pero si no es tan inmediata la
muerte, el sacramento debe ser conferido, en lo posible, por un fiel... Es muy
importante que, aún en este caso, esté presente una comunidad reducida o, al
menos, que haya, si es posible, uno o dos testigos" (RBN 26).

Bautismo de adultos y catecumenado

49. Los adultos que se acercan al Bautismo han de hacerlo en un acto libre y
responsable que supone la, adhesión a la fe de la Iglesia y la decisión de una
conversión sincera de su vida, que, a partir de ahora, se orientará al Dios vivo y
a sus designios de salvación. La institución del catecumenado se destina
precisamente a preparar al candidato para el Bautismo, despertando en él las
actitudes debidas y probando la autenticidad del paso que va a dar. El Concilio
Vaticano II, al restaurar el catecumenado, ha incorporado elementos muy ricos y
valiosos a la práctica y liturgia bautismales de la Iglesia. El catecumenado "no es
una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado
convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen
con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos oportunamente en el
misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los
ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos sucesivos; introdúzcanse
en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14).

El Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos, por el que se ha llevado a


ejecución la disciplina catecumenal solicitada por el Concilio, señala las distintas
etapas de instrucción y maduración que se suceden en este tiempo de
preparación al Bautismo. Son las siguientes: a) La primera etapa, por parte del
candidato, exige búsqueda y, por parte de la Iglesia, constituye la primera
evangelización. Es la fase pre-catecumenal. b) La segunda etapa, propiamente
catecumenal, se dedica a la catequesis integral y acaba el día en que se celebra
la elección (o iluminación). c) La tercera etapa coincide normalmente con la
preparación cuaresmal a la celebración de la Pascua y de los sacramentos de
iniciación: es la fase de preparación inmediata al Bautismo, llamada también de
purificación. d) La última etapa: realizada en el tiempo pascual, se dedica a la
catequesis mystagógica: profundización en la nueva experiencia de los
sacramentos y de la comunidad. Se guardan así los rasgos esenciales del
antiguo catecumenado. Las distintas etapas se santifican con los ritos sagrados
que se han descrito anteriormente y que se distribuyen en tres grandes
momentos: la acogida por parte de la Iglesia (primera adhesión, signación);
combate contra el mal e iniciación a la vida cristiana (escucha de la Palabra de
Dios, catequesis, exorcismos, elección, escrutinios, entregas del Símbolo y de la
Oración del Señor); Bautismo propiamente dicho (renuncia a Satanás, adhesión
a Cristo, entrada en el baptisterio, unción con óleo, inmersión o derramamiento
del agua, revestimiento de la túnica blanca, entrega de la luz pascual,
crismación, catequesis mystagógica).

Enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado

50. En profunda relación con el catecumenado, recientemente restaurado, la


maduración en la fe de los bautizados requiere fomentar en las circunstancias
actuales una catequesis que de algún modo reproduzca las etapas
catecumenales. Así lo propone Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii
Nuntiandi: "Sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los
niños, se viene observando que las condiciones actuales hacen cada día más
urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para
un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco
a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él" (EN 44).

El Bautismo de los niños

51. La Iglesia, que recibió la misión de evangelizar y de bautizar, ya desde los


primeros siglos, bautizó no solamente a los adultos, sino también a los niños de
los cristianos en la seguridad de que entraban a formar parte del Pueblo de Dios
y en la esperanza de que, llegados a la edad responsable, habrían de desarrollar
la fe que les había sido infundida, haciéndose conscientes de lo que significa ser
elegidos para asociarse a Cristo por el sacramento del agua y del Espíritu. "En
aquellas palabras del Señor: El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios, siempre entendió la Iglesia que no había de privar del
Bautismo a los niños, porque consideró que son bautizados en la fe de la misma
Iglesia, proclamada por los padres, padrinos y demás presentes. Ellos
representan tanto a la Iglesia local como a la comunidad universal de los santos
y de los fieles; es decir, a la Madre Iglesia, que toda ella, en la totalidad de sus
miembros, engendra a todos y a cada uno" (RBN 8). Pablo VI formuló así esta
tradición de la Iglesia en su Profesión de fe: "Hay que administrar el bautismo
también a los niños, que todavía no han podido cometer por sí mismos ningún
pecado, de modo que, privados de la gracia sobrenatural en el nacimiento,
nazcan de nuevo, del agua y del Espíritu Santo, a la vida divina en Cristo Jesús"
(CPD 18).

Desarrollo gradual de la gracia del Bautismo

52. El Bautismo de los niños es una admirable manifestación de la gratuidad del


don de Dios, pues no se les exige acto alguno de conversión y de fe personal,
de que los niños no son capaces. El Bautismo de los niños se fundamenta en el
acto redentor de Cristo que es fiel hasta la muerte y en lo que esa fidelidad
testimonia, esto es, la decisión salvífica de Dios en favor del hombre.

El niño recibe el sacramento del Bautismo como recibe cuanto necesita para su
desarrollo vital: en dependencia de los adultos. Es cierto que la personalidad que
dormita todavía no es apta para un encuentro consciente y libre. Pero la madre
no retira a su hijo sus cuidados y su amor por el hecho de que el niño sea
incapaz de un encuentro personal. La madre habla con el niño y juega con él,
como si pudiera ser comprendida. Este conjunto de actitudes, cada gesto de
amor materno, es como una espera: lb espera de una respuesta, el deseo de
despertar una personalidad. La conciencia del niño se abrirá progresivamente al
mundo de las cosas y de las personas y progresivamente responderá al amor de
la madre.

La Iglesia también, cuando bautiza a un niño otorgándole el don de Dios, espera


con amor la respuesta que se dará más tarde como fruto de una asimilación
personal y gradual de la gracia del Bautismo. Toda una serie de solicitudes y
cuidados por parte de la familia cristiana y de la comunidad entera procurará que
el crecimiento espiritual del niño sea una colaboración paulatina con la acción
del Espíritu Santo que misteriosamente trabaja su interioridad. He ahí donde se
inserta la necesaria catequesis eclesial.

El Bautismo de los niños significa admirablemente la gratuidad de la


salvación

53. El Bautismo de los niños (y los otros sacramentos que ellos pueden recibir)
muestra el valor inmenso del don de Dios, que, en el ámbito salvífico, antecede
a toda acción humana, también cuando se trata de adustos. Un acto de fe es
siempre la respuesta del hombre a una obra que Dios realiza en nosotros de
antemano, anticipándose con todo su amor y soberanía. Si el Bautismo de los
niños significa admirablemente la gratuidad de la salvación, la negación de ese
Bautismo sería una contradicción del sentido más profundo de la redención, de
la salvación cristiana: "Ha aparecido la bondad de Dios nuestro Salvador y su
amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino
que según su propia misericordia nos ha salvado: con el baño del segundo
nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó
copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt 3, 4-
6).

El Bautismo de los niños en la fe del pueblo de Dios

54. Por otra parte, el Bautismo de los niños pone de relieve la condición
comunitaria de la Iglesia —todo el Pueblo es propiedad de Dios y avanza bajo su
influjo paternal— y manifiesta la solidaridad que se da entre sus miembros: los
niños que no son capaces de realizar un acto propio de fe, son bautizados en la
fe de la Iglesia, en el seno de una comunidad creyente y comprometida en
suscitar y alentar la fe personal de sus nuevos hijos (Cfr. Concilio de Trento, DS
1626).

"La comunidad cristiana, viva representación de la Iglesia madre, debe sentirse


solidariamente responsable del crecimiento de la Iglesia, considerando como
misión de todos el comunicar por los sacramentos la vida de Cristo a nuevos
miembros y el ayudarles luego a alcanzar la madurez y plenitud de esa vida... El
niño, en efecto, tiene derecho al amor y la solicitud de la comunidad, tanto antes
como después de la celebración del sacramento" (RBN 12-13).
Los niños que mueren sin bautizar

55. ¿Cuál es el destino final de los niños que mueren sin bautizar? A través del
curso de los siglos, la Iglesia ha comprendido cada vez más claramente que,
para responder a esta cuestión, hay que acudir a estas verdades contenidas en
su Mensaje de Salvación: 1.a) Dios quiere que todos los hombres se salven (1
Tm 2, 4-6). En ese designio de salvación universal también entran, sin duda, los
niños, a los que el Evangelio presenta como objeto de la predilección divina (Mt
19, 13-14; 18,10); 2.a) Cristo nació y murió por todos; 3.a) Nadie se condena si
no es por pecados personales.

A partir de estas verdades, se funda la persuasión —llena de esperanza


cristiana— de que Dios, por caminos que sólo a El le son conocidos (vais sibi
notis: cfr. AG 7), recibe en la feliz intimidad de su vida divina a los niños que
mueren sin haber recibido el Bautismo: así se cumple su propósito de salvación
que es serio, fiel, no excluyente y gratuito. Aunque nosotros no podamos
determinar cuáles son, en concreto, esos caminos providenciales, sí podemos
fomentar la convicción de que los niños muertos sin el Bautismo se encuentran
en el ámbito salvador de Cristo: ellos están en el Señor Jesús. La Iglesia no los
olvida en su plegaria litúrgica y suplica así por ellos en su oración oficial:
"
Unámonos en caridad para encomendar este niño a la misericordia de Dios, y
pidamos para sus padres la fortaleza de sobrellevar cristianamente su dolor"
(Ritual de Exequias [RE] 374; cfr. 56 y 62).

Tema 54. CONFIRMACIÓN: EL ESPÍRITU NOS HACE TESTIGOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

• Presentar el Sacramento de la Confirmación como la celebración de la presencia eficaz del


Espíritu, que conduce al creyente a la madurez de la fe y hace del mismo un testigo de Cristo Resucitado
en medio del mundo.

• Descubrir este Sacramento como el misterio de Pentecostés ofrecido a cada cristiano.

Bautismo, Confirmación, Eucaristía

56. La iniciación cristiana no queda concluida con el nacimiento a la fe celebrado


en el Bautismo, sino que es completada con los sacramentos de la Confirmación
y de la Eucaristía. "La participación de la naturaleza divina que los hombres
reciben como don mediante la gracia de Cristo tiene cierta analogía con el
origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles
renacidos en el Bautismo, se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y
finalmente son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna...

Con toda razón han sido escritas las siguientes palabras: "Se lava la carne para
que ,se purifique el alma; se unge la carne para que se consagre el alma; se
marca la carne para que también sea protegida el alma; se somete la carne a la
imposición de la mano para que también el alma sea iluminada por el Espíritu;
se alimenta la carne con el cuerpo y sangre de Cristo para que también el alma
se sacie de Dios" (Pablo VI, Divinae Consortium Naturae [DCN]).

Bautismo y Confirmación: momentos de una misma iniciación

57. Bautismo y Confirmación son dos momentos de una misma iniciación. El


Bautismo es el sacramento que la Iglesia propone al mundo para iniciarse de
manera decisiva en el conocimiento y amor de Jesucristo, y la Confirmación es
el sacramento que la Iglesia propone en su seno a los que ya son miembros
suyos, pero tienen que profundizar aún más en el misterio de la fe recibida en el
Bautismo. Ambos, Bautismo y Confirmación, son sacramentos del Espíritu y de
la vida en la Iglesia, pero el uno presenta la iniciación a la que está llamado el
mundo, mientras que el otro presenta la iniciación a la que están llamados los
que han recibido el Bautismo.

Nacer a la fe y ser testigo de ella

58. Bautismo y Confirmación, íntimamente unidos, durante mucho tiempo se


celebraron en una misma ceremonia. El Bautismo tiene una referencia directa al
misterio pascual de Cristo. La Confirmación se refiere más directamente al
misterio de Pentecostés, en el que, por la acción del Espíritu, se manifiestan las
riquezas de la Pascua de Cristo (Cfr. Jn 16, 7-15).

Pascua de Resurrección es el acontecimiento decisivo e inaugural que culmina


en Pentecostés, que es, por decirlo así, su expansión connatural. Ciertamente,
el Bautismo es ya un Bautismo en el Espíritu, pero la Confirmación celebra esa
plenitud que hace del cristiano un testigo de su fe, un enviado. Por el Bautismo
nacemos a la" fe; por la Confirmación, somos testigos de ella. "Con el
sacramento de la Confirmación los renacidos en el Bautismo reciben el Don
inefable, el mismo Espíritu Santo, por el cual son enriquecidos con una fuerza
especial y, marcados por el carácter del mismo sacramento, quedan vinculados
más perfectamente a la Iglesia, mientras son más estrictamente obligados a
difundir y defender con la palabra y las obras la propia fe como auténticos
testigos de Cristo" (DCN).

Jesús de Nazaret, ungido con el Espíritu Santo

59. El Nuevo Testamento deja bien claro en qué modo el Espíritu Santo asistía a
Cristo en el cumplimiento de su misión. Jesús, en efecto, después de haber
recibido el bautismo de Juan, vio descender sobre sí el Espíritu Santo (Mc 1,
10), que permaneció sobre El (Cfr. Jn 1, 32). Este es un pasaje importante de los
Evangelios que guarda estrecha relación con la iniciación cristiana. El Nuevo
Testamento considera este descenso del Espíritu como una unción. Así lo
proclama Pedro ante Cornelio y sus familiares: "Conocéis lo que sucedió en el
país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó
en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del
Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el
diablo; porque Dios estaba con él" (Hch 10, 37-38).

Lo mismo proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque él me ha ungido..." (Lc 4, 18). Jesús, confortado con su
presencia y ayuda, fue impulsado por el mismo Espíritu a dar comienzo
públicamente a su ministerio mesiánico.

"Recibiréis la fuerza del Espíritu... y seréis mis testigos."

60. Jesús prometió, además, a sus discípulos que el Espíritu Santo les ayudaría
también a ellos, infundiéndoles aliento para dar testimonio de la fe, incluso
delante de sus perseguidores. La víspera de su pasión aseguró a los Apóstoles
que enviaría de parte del Padre, el Espíritu de verdad (Jn 15, 26), el cual
permanecería con ellos para siempre (Jn 14, 16) y les ayudaría eficazmente a
dar testimonio de sí mismo (Jn 15, 27). Finalmente, una vez resucitado, Cristo
anunció la inminente venida del Espíritu y la misión evangelizadora de los
apóstoles: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza
para ser mis testigos en Jerusalén, en Samaría y hasta en los confines del
mundo" (Hch 1, 8).

Pentecostés: el Espíritu desciende sobre los Apóstoles

61. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles,


reunidos con María, Madre de Jesús, y con los demás discípulos: quedaron tan
llenos de El (Cfr. Hch 2,4), que, alentados por el soplo divino, comenzaron a
proclamar las maravillas de Dios. Pedro declaró que el Espíritu que descendió
así sobre los Apóstoles era el don de los tiempos mesiánicos (Cfr. Hch 2, 17-18).
Los que acogieron su predicación fueron bautizados, y recibieron también el Don
del Espíritu Santo (Hch 2, 38). Desde entonces, los Apóstoles, en cumplimiento
de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de
manos, el Don del Espíritu Santo, destinado a confirmar la gracia del Bautismo
(Cfr. Hch 8, 15-17; 19, 5-7).

Por el sacramento de la Confirmación, en la Iglesia continúa la gracia de


Pentecostés

62. La Carta a los Hebreos recuerda, entre los primeros elementos de la


iniciación cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de manos (Cfr.
Hb 6, 2). Es esta imposición de manos la que ha sido con toda razón
considerada por la tradición católica como el primitivo origen del sacramento de
la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia la gracia de
Pentecostés (Cfr. DCN).
Múltiples cambios, significado permanente

63. Ya desde los primeros tiempos, el Don del Espíritu Santo era celebrado en la
Iglesia con diversos ritos. Estos han ido sufriendo, tanto en Oriente como en
Occidente, múltiples modificaciones, pero han conservado siempre el significado
permanente de la comunicación del Espíritu.

"Sello del Don del Espíritu Santo" (Oriente).

64. En muchos ritos de Oriente parece que, ya antiguamente, prevaleció para la


comunicación del Espíritu Santo el rito de la crismación, el cual no se distinguía
aún claramente de los ritos bautismales. Tal rito conserva todavía hoy su vigor
en la mayor parte de las Iglesias orientales. Teodoreto de Ciro (siglo V, Siria)
dice en su Comentario al Cantar de los Cantares: "Los que han sido lavados...
recibirán, como un sello real, la unción espiritual del óleo, recibiendo bajo el
signo de este óleo la gracia invisible del Espíritu Santo" (n. 61). El ritual egipcio
(también siglo V) acompaña la unción con la antiquísima fórmula oriental: Sello
del Don del Espíritu Santo.

"Yo te marco con el signo de la Cruz y te confirmo con el crisma de


salvación. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo"
(Occidente).

65. En Occidente se encuentran testimonios muy antiguos sobre aquella parte


de la iniciación cristiana, en la que más tarde se ha reconocido claramente el
sacramento de la Confirmación. Efectivamente, después de la ablución
bautismal y antes de recibir el alimento eucarístico, se indican otros gestos a
realizar como la unción, la imposición de la mano y la signación ("consignatio"),
los cuales se hallan contenidos tanto en los documentos litúrgicos como en
muchos testimonios de los Padres. "Después de que el obispo haya impuesto la
mano, derramando con la mano óleo santificado y colocándolo sobre la cabeza
(del bautizado), que diga Yo te signo con el santo crisma en Dios Padre
todopoderoso y en Cristo Jesús y en el Espíritu Santo" (Hipólito, Tradición
Apostólica, 21, 5).

En el Pontifical Romano del siglo XII aparece por primera vez la fórmula que
después se hizo común: "Yo te marco (sello) con el signo de la cruz y te
confirmo con el crisma de salvación. En el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Cfr. Concilio de Florencia, Decreto para los Armenios, DS 1317;
cfr. Algunos testimonios del Magisterio de la Iglesia que, desde el siglo XIII,
manifiestan la importancia de la crismación, sin olvidar por eso la imposición de
las manos. (DCN).

"Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo" (Pablo VI).

66. Por tanto, en la celebración del sacramento de la Confirmación, tanto en


Oriente como en Occidente (aunque de modo diverso), el primer puesto lo
ocupó la crismación, que representa de alguna manera la imposición de las
manos usada por los Apóstoles. Y puesto que esta unción con el crisma significa
convenientemente la unción del Espíritu, Pablo VI confirma la existencia y la
importancia de la misma. "Acerca de las palabras que se pronuncian en el acto
de la crismación, dice Pablo VI, hemos apreciado en su justo valor la dignidad de
la venerable fórmula usada en la Iglesia latina; sin embargo, creemos que a ella
se debe preferir la fórmula antiquísima, propia del rito bizantino, con la que se
expresa el Don del mismo Espíritu Santo y se recuerda la efusión del Espíritu en
el día de Pentecostés (Cfr. Hch 2, 1-4.38). En consecuencia, adoptamos esta
fórmula traducida casi literalmente: ... Recibe por esta señal el Don del Espíritu
Santo" (DCN).

Gesto y palabras del rito de la Confirmación

67. En cuanto a la revisión del rito de la Confirmación, Pablo VI establece lo


siguiente para la Iglesia latina: "El sacramento de la Confirmación se confiere
mediante la unción del crisma en la frente, que se hace con la imposición de la
mano, y mediante las palabras 'Recibe la señal del Don del Espíritu Santo.' Sin
embargo, la imposición de las manos sobre los elegidos, que se realiza con la
oración prescrita antes de la crismación, aunque no pertenece a la esencia del
rito sacramental, hay que tenerla en gran consideración ya que forma parte de la
perfecta integridad del mismo rito y favorece la mejor comprensión del
sacramento. Está claro que esta primera imposición de las manos, que precede,
se diferencia de la imposición de la mano con la cual se realiza la unción crismal
en la frente" (DCN).

La imposición de manos, signo de bendición, liberación y consagración

68. La mano es, con la palabra, uno de los elementos más expresivos que posee
el hombre; de por sí, la mano simboliza ordinariamente el poder, la acción (Ex 14
,31; Sal 18, 2) y hasta el Espíritu de Dios (1 R 18, 46; Is 8, 11; Ez 1, 3; 3, 22).
Imponer las manos sobre alguien es más que levantarlas en alto, aunque sea
para bendecir (Lv 9, 22; Lc 24, 50), es tocar realmente al otro y comunicarle algo
de uno mismo. Por ello la imposición de manos como signo de bendición
expresa con mayor realismo el carácter de la bendición, que no es meramente
palabra, sino acto (Gn 48, 13-16).

Jesús bendice a los niños, imponiendo las manos sobre ellos, "porque de los
que son como éstos es el Reino de Dios..." (Mt 19, 13-15). La imposición de las
manos es también signo de liberación: las curaciones que realiza Jesús van
acompañadas de este gesto (Lc 13, 13; Mc 8, 23ss; Lc 4, 40); asimismo las que
realiza la Iglesia después de la Pascua (Mc 16, 18; Hch 9, 12; 28, 8). La
imposición de manos es también signo de consagración: indica que el Espíritu
de Dios toma posesión de un ser que El se ha escogido y le da autoridad y
aptitud para ejercer una función (Nm 8, 10; Dt 34, 9).

En la Iglesia naciente este gesto acompaña a la transmisión del Don del Espíritu
Santo. Así Pedro y Juan confirmaron a los samaritanos que no lo habían recibido
todavía (Hch 8, 17); Pablo hizo lo mismo en Efeso con aquellos discípulos que
hasta entonces sólo habían recibido el bautismo de Juan (Hch 19, 1-7).
Asimismo, la Iglesia impone las manos para una misión precisa, ordenada a
determinadas funciones (Hch 6, 6; 13, 3; 2 Tm 1, 6ss; 1 Tm 5, 22).

El cristiano participa de la misma unción de Cristo

69. El aceite penetra profundamente en el cuerpo (Sal 108, 18), le da fuerza,


salud, alegría y belleza. En el plano religioso, la unción de aceite, sobre todo el
aceite perfumado, es símbolo de alegría (Pr 27, 9; Is 61, 3) y honor (Sal 22, 5; Lc
7, 38.46; Mt 26, 6-13; Jn 12, 1-8), de curación (Mc 6, 13) y de consagración. En
este sentido son ungidos los reyes (1 S 10, 1; 16, 13; 1 R 1, 39), los sacerdotes
(Lv 8, 12; Ex 28, 41; 40, 15; Nm 3, 3) y, metafóricamente, los profetas (1 R 19,
16.19; 2 R 2, 9-15). La unción es un signo exterior de que una persona ha sido
elegida por Dios para ser instrumento suyo en medio de su pueblo. En este
sentido, el rey, el sacerdote y, también el profeta, son ungidos de Dios. La
tradición cristiana, a propósito del título de "Ungido" (= Cristo), habla de una
triple unción de Jesús como rey, sacerdote y profeta (Cfr. Tema 17). El es el
Ungido del Espíritu (Hch 10, 38; Lc 4, 18). El cristiano es un nuevo Cristo:
participa de su misma unción (2 Co 1, 21; 1 Jn 2, 20). Dios ha hecho penetrar en
él el mensaje del Evangelio, ha suscitado en su corazón la fe en la palabra de
verdad (Cfr. Ef 1, 13), palabra que es realmente crisma, aceite de unción que
permanece en el cristiano (1 Jn 2, 27) y le da el sentido de la verdad (Jn 14, 26;
16, 13; 1 Jn 2, 20).

Las catequesis patrísticas, a propósito de la Confirmación, aludían al siguiente


pasaje de San Pablo: "Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su
triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su
conocimiento. Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los
que se salvan y entre los que se pierden: para los unos, olor que de la muerte
lleva a la muerte; para los otros, olor que de la vida lleva a la vida. Ciertamente
no somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. ¡No!,
antes bien y como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo" (2 Co
2, 14-17).

El cristiano que ha sido ungido con el óleo perfumado, casi por su sola
presencia, da testimonio de Cristo en el mundo, en sus diarios contactos con los
hombres. Si el testimonio es auténtico, no puede dejar de operar la dramática
discriminación que provoca la predicación del Evangelio, por el hecho de ser
proclamada: el buen olor de Cristo da vida o produce la muerte, según sea
acogido o rechazado.

Con el sello de los elegidos de Dios

70. El sello es un símbolo de la persona (Gn 38, 18) y de su autoridad; así va


con frecuencia fijo en un anillo (Gn 41, 42; 1 M 6, 15), del que una persona no se
separa sino por motivo grave (Ag 2, 23; cfr. Jr 22, 24). El sello es como una
firma: garantiza la validez de un documento (Jr 32, 10), significa la propiedad de
una cosa (Dt 32, 34), indica el origen de una acción (1 R 21, 8). A veces tiene un
carácter secreto, como en el caso de un rollo sellado que nadie puede leer salvo
el que tiene derecho a romper el sello (Is 29, 11). El sello de Dios es un símbolo
poético de su dominio sobre las criaturas y sobre la historia (Jb 9, 7; Ap 5, 1; 8,
1). El simbolismo adquiere nuevo valor cuando Cristo se dice marcado con el
sello de Dios, su Padre (Jn 6, 27). De este sello participa también el cristiano,
cuando le marca Dios dándole el Espíritu (2 Co 1, 22; Ef 1, 13-14). Este sello es
la marca de los elegidos de Dios y su salvaguardia en el momento de la prueba,
de la cruz (Ap 7, 2-4; 9, 4). Gracias a él podrán mantenerse *fieles a la Palabra
de Dios; ésta, en efecto, sella la carta de fundación de la vida cristiana e invita a
los creyentes a ser fieles a la gracia de la elección (2 Tm 2, 19).

Ser cristiano es participar de la misma misión de Cristo

71. La imposición de mano, la unción y el sello (con la cruz) son gestos que
concurren en el momento culminante de la celebración del sacramento: la
crismación. Su sentido conjunto es recogido en esta monición del Ritual de la
Confirmación: "Hemos llegado al momento culminante de la celebración. El
Obispo les impondrá la mano y los marcará con la cruz gloriosa de Cristo para
significar que son propiedad del Señor. Los ungirá con óleo perfumado. Ser
crismado es lo mismo que ser Cristo, ser Mesías, ser Ungido. Y ser mesías y
cristo comporta la misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad y ser,
por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo". Quien
anteriormente ha sido elegido y bautizado, en virtud de la crismación es ahora
enviado: pasa a ser uno de los que llevan la palabra de Jesús. En él Jesús
quiere ser escuchado (Cfr. Tema 8).

Un hecho nuevo y decisivo: el don del Espíritu

72. Por el sacramento de la Confirmación se difunde en la Iglesia la gracia de


Pentecostés, en el que Cristo glorificado comunica su Espíritu. Los cristianos
reconocen en el Don del Espíritu un hecho nuevo y decisivo, anunciado por el
profeta Joel (3, 1-5), y que señala que los "últimos tiempos" han llegado, es
decir, el tiempo en que se cumplen plenamente todas las promesas de Dios:
gracias a Jesús Resucitado, Dios da a los hombres todo, hasta poner en sus
corazones su Espíritu. Así lo proclama Pedro el día de Pentecostés: "Pues bien,
Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos. Ahora exaltado por
la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido,
y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo" (Hch 2, 32-33). El
sacramento de la Confirmación es, por lo tanto, para cada cristiano el signo de
un don de Dios en orden a una vida plenamente lograda en el Espíritu y
totalmente activa en la Iglesia.

Ungidos con la fuerza del Espíritu

73. En la Confirmación somos realmente constituidos en poder por el Don del


Espíritu (Cfr. Hch .10, 38): participamos en la Iglesia visible de la plenitud del
Espíritu y de la misión propia de la Iglesia. Así participamos, en el misterio de
Pentecostés, del mismo Cristo. Por la Confirmación llegamos a ser miembros
plenamente iniciados en el misterio entero de la Iglesia: hijos de Dios en poder,
ungidos con la fuerza del Espíritu. La tradición cristiana afirma constantemente
que la Confirmación procura una gracia de fortaleza para la lucha. La
Confirmación configura al cristiano con Cristo profeta de la Nueva Ley y lo hace
testigo suyo ante los hombres, concediendo para esta misión una gracia de
fortaleza que puede llegar, si fuese necesario, hasta el martirio.

Sacramento de la madurez cristiana

74. La Confirmación es el acto sacramental mediante el cual Dios interviene en


la existencia de los bautizados para que su experiencia eclesial tome
concretamente su doble referencia a Cristo y al Espíritu, al misterio de Pascua y
al de Pentecostés, estrechamente ligados entre sí. Asimismo es el momento de
la iniciación cristiana en el que los neófitos descubren, a partir de un nuevo don
de Dios, que su vida eclesial es histórica, social y evangélica, al mismo tiempo
que espiritual, personal y libre. La Confirmación, que acaece en el interior del
campo y de la dinámica bautismal, señala las dos direcciones en las que se
realiza la madurez cristiana: la santidad personal y el testimonio.

Ser y actuar

75. La Confirmación surge, en el interior del marco bautismal, como un segundo


gesto de iniciación, como subrayando por segunda vez —pero ahora a partir del
comienzo de una plena experiencia eclesial— que si es preciso actuar, se trata,
en primer lugar, de ser, y de ser gracias a la intervención de Dios. Entonces se
puede vivir, poner en práctica, dar testimonio, descubrir nuevas formas de
experiencia eclesial, entrar con los demás cristianos en la misión común y la
participación fraterna. Como lo ha recordado el Vaticano II, si los confirmados
"se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe", es porque están
constituidos en Iglesia y dotados de "una fuerza especial del Espíritu Santo" (LG
11).

Sacramento de la evangelización

76. En la Confirmación, y en virtud de la misma, la actividad carismática del


Espíritu se prolonga visiblemente en la vida del ya plenamente iniciado. Sean
cuales fueren las formas que adopte esta actividad carismática, el confirmado se
incorpora a la misión de Cristo y de la Iglesia: la evangelización. Si la
celebración del sacramento es cumbre y remate de una evangelización, también
es fuente y punto de partida. Si una evangelización realizada en el pasado ha
hecho posible la Confirmación actual, es preciso que los confirmados de hoy
preparen a su vez una nueva evangelización. Si cada confirmado está invitado a
ser con todas sus fuerzas signo de fe y de Iglesia en su vida y su ambiente, es
para que a través de su propia existencia se continúe el proceso eclesial que le
condujo a la iniciación cristiana. La Confirmación consagra a cada cristiano a la
obra misma de Dios que trata de crear una humanidad nueva a semejanza de
Jesús (Cfr. Rm 8, 29).
Unidad de testigos, fidelidad al espíritu, dinamismo apostólico

77. La Confirmación —como la evangelización— requiere unidad de testigos. La


unidad eclesial que sella el Espíritu en la Confirmación aparece entonces como
una unidad con miras a la misión: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y
yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que
tú me has enviado" (In 17, 21). Desde el punto de vista de la Confirmación, el
pecado no es tanto la incredulidad o el compromiso con los ídolos del mundo,
como la infidelidad de los cristianos en el interior de la Iglesia y su falta de
apertura respecto al Don del Espíritu, sus divisiones, su escaso dinamismo, su
lento desarrollo.

Presencia del obispo en la celebración

78. Normalmente, el Obispo en persona preside la celebración del sacramento.


El es, en la diócesis, el sucesor de los Apóstoles, el responsable principal de
esta Iglesia local, de su crecimiento en el Espíritu, de su participación en la
misión de la Iglesia en el mundo. La presidencia del Obispo asocia la
celebración del sacramento al acontecimiento de Pentecostés y, por ello mismo,
a la vida y crecimiento de la Iglesia universal. Si el Obispo no puede presidir la
celebración personalmente, envía, para que actúe en su nombre, o designa, a
un presbítero especialmente nombrado (Cfr. otros casos: (Ritual de la
Confirmación [RC], 7 y 8).

El momento de la Confirmación

79. "Los catecúmenos adultos y los niños que en edad de catequesis son
bautizados deben ser admitidos también en la misma celebración del Bautismo,
como siempre ha sido costumbre, a la Confirmación y a la Eucaristía", si ello
puede hacerse. "Por lo que respecta a los niños, en la Iglesia latina la
administración de la Confirmación se acostumbra a diferir hasta los siete años,
más o menos. No obstante, por razones pastorales, sobre todo a fin de inculcar
con más fuerza la plena obediencia a Cristo y el testimonio cristiano, las
Conferencias Episcopales pueden determinar la edad que les parezca más apta,
de manera que este sacramento pueda darse en una edad más madura y
después de la conveniente preparación. En este caso, sin embargo, hay que
adoptar las oportunas cautelas para que, en caso de peligro de muerte o de
graves dificultades de otro tipo, los niños sean confirmados en el tiempo
oportuno, incluso antes del uso de razón para que no se vean privados de los
beneficios de este sacramento" (RC 11).

Perspectiva permanente de crecimiento. "¡Ven, Espíritu Santo!"

80. La Confirmación proyecta en la vida de la Iglesia una referencia constante al


Espíritu y una perspectiva permanente de crecimiento. La Iglesia de la
Confirmación no es todavía la Iglesia ya plenamente realizada, sino la Iglesia
que aún está en camino. La Confirmación no es un fin, sino un comienzo, el
principio de una nueva intensidad de vida cristiana que deberá crecer sin cesar.
Por la Confirmación, somos consagrados, de una vez por todas, a la obra que el
Espíritu realiza en el mundo. Por eso la Confirmación sólo se recibe una vez:
sella al cristiano con la realidad de cisiva del carácter. Es el sello de nuestra
pertenencia a Cristo, de su imagen grabada en nosotros. Ahora bien, al igual
que se es bautizado una sola vez, aunque nunca lleguemos a convertirnos del
todo a Cristo, de igual modo se es confirmado una sola vez, aunque debamos
esforzarnos constantemente por abrirnos plenamente al Espíritu. Por ello, los
cristianos no cesamos de clamar: "¡Ven, Espíritu Santo!".

Sacramento capital para la vida en el Espíritu

81. La Confirmación no es sacramento de escasa significación. Es un


sacramento capital para el porvenir del mundo, si la humanidad busca su sentido
en plenitud. ¿Quiénes somos nosotros? ¿Qué queremos? ¿A dónde vamos?
Cada uno de nosotros es una persona única, irreemplazable, libre. Pero...
¿quién es libre verdadera y plenamente? Hemos nacido para conocernos,
amarnos, servirnos, completarnos, ser felices juntos. Pero... ¿quién lo consigue
del todo? Hemos de reconocer que esta liberación personal y esta comunión
fraternal deben venir de más allá de nosotros mismos, porque son don de Dios:
"donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad" (2 Co 3, 17). Y también: "el
amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1 Jn 4,
7; cfr. 3, 24; 4, 13). En el seno de la historia humana, sólo la aventura del
Espíritu de Dios otorgado a los hombres tiene garantía del porvenir.

Tema 55. EUCARISTÍA: LA CENA DEL SEÑOR

OBJETIVO CATEQUÉTICO

— Presentar la Eucaristía como la celebración gozosa de la presencia real del Señor Resucitado entre
nosotros bajo el signo del pan y del vino.

— Destacar que la comunidad cristiana celebra en cada Eucaristía la actualidad siempre nueva del
sacrificio de la Muerte del Señor y su Resurrección gloriosa.

"Tu preparas ante mí una mesa."

82. La existencia cristiana, iniciada germinalmente por la incorporación bautismal


a la Iglesia, tiende por su propio dinamismo a la comunión plena que tiene lugar
en la Eucaristía: "el Bautismo es tan sólo, por sí mismo, un inicio y punto de
partida..., se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la incorporación íntegra en
la institución salvadora —tal como Cristo la quiso— y, finalmente, a la íntegra
inserción en la comunión eucarística" (UR 22).

Los antiguos ritos de la iniciación cristiana expresaban admirablemente la


connatural vinculación del Bautismo y la Eucaristía cuando los recién bautizados
marchaban en procesión desde el baptisterio al templo, mientras cantaban el
salmo 22, en el que se alude a la mesa preparada por el Buen Pastor para los
suyos: "purificado ya y adornado con sus ricos aderezos distintivos (la túnica
blanca, el cirio encendido, etc.) el pueblo avanza hacia el altar de Cristo... Se ha
despojado de los viejos vestidos pecaminosos y, rejuvenecido con la juventud
del águila, se apresura a entrar en el banquete celestial gritando con intenso
júbilo: 'Tú preparas ante mí una mesa"' (San Ambrosio, Sobre los misterios 8,
43).

La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, de las


Iglesias locales y del cuerpo de las Iglesias que es la Iglesia universal: "los
trabajos apostólicos se ordenan precisamente a que, una vez hechos hijos de
Dios por la fe y el bautismo, todos se congreguen, alaben a Dios en medio de la
Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (SC 10).

La Eucaristía, centro de la vida de la Iglesia

83. A partir del Bautismo y sobre todo de la Eucaristía, a la que el Bautismo se


dirige como a su cumbre, se estructura y gira toda la economía de los
sacramentos: la Confirmación perfecciona la incorporación primera; la Penitencia
y la Unción de los Enfermos restablecen la comunión vital de la comunidad
creyente y la llenan de esperanza; el Matrimonio manifiesta simbólicamente la
unión íntima de Cristo con la Iglesia que brota y se afianza en la Eucaristía; el
Orden se relaciona con el origen mismo de la celebración eucarística. "Los
demás sacramentos, lo mismo que todos los ministerios eclesiásticos y
actividades apostólicas, forman un todo ofgánico con la Sagrada Eucaristía y a
ella se orientan. En la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia" (PO 5). Ella es "el fin de todos los sacramentos" (Sto. Tomás de Aquino.
Sama Teológica 3, 73, 3, ad 3).

"Haced esto en conmemoración mía."

84. La Eucaristía es, en la vida de la Iglesia, el cumplimiento de un mandato


recibido de Jesús. La noche en que iba a ser entregado, cenando con sus
discípulos, Jesús les encomendó que hiciesen lo que El había hecho en aquella
comida: "Pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo,
que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el
cáliz, después de cenar, diciendo: Este cáliz es la Nueva Alianza sellada con mi
sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía" (1 Co 11, 24-25;
cfr. Lc 22, 19). La Iglesia en la celebración eucarística expresa su firme
convicción de que realiza lo mismo que Jesús realizó en la Cena última y de que
así permanece siempre fiel al testamento confiado: ella transmite lo que recibió
del Señor (Cfr. 1 Co 11, 23).
A lo largo de la historia, la predicación eclesiástica va haciendo entrega de esta
tradición a las sucesivas generaciones. He aquí dos hitos de esa transmisión:
"en la última Cena la noche en que iba a ser entregado para dejar a su amada
Esposa la Iglesia un sacrificio visible, por el que se hiciese de nuevo presente el
sacrificio cruento que una vez por todas tendría lugar en la cruz y su memoria
permaneciese hasta el fin de los tiempos..., entregó a los apóstoles su cuerpo y
su sangre bajo las apariencias de pan y de vino para que los tomasen, y a ellos
y a sus sucesores en el sacerdocio les ordenó con estas palabras que los
ofreciesen: 'Haced esto en conmemoración mía' " (C. Trento: DS 1740). "Nuestro
Salvador, en la última Cena, la noche en que era entregado, instituyó el
Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, por el cual iba a perpetuar a través
del tiempo hasta su retorno el Sacrificio de la Cruz y a confiar así a su amada
Esposa la Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de
piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual..." (SC 47).

En las plegarias eucarísticas la Iglesia dice también lo que ella intenta y entiende
cuando renueva los gestos del Señor en la víspera de su Pasión: suplica al
Padre que el Espíritu santifique el pan y el vino que ella ha presentado "de
manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
nos mandó celebrar estos misterios" (Plegaria Eucarística III) "y así celebramos
el gran misterio que nos dejó como alianza eterna" (Plegaria Eucarística IV).
Para esclarecer el sentido de la acción que los creyentes celebran en la
Eucaristía, la catequesis cristiana considera insuficientes los esfuerzos que
proceden de las comparaciones con los ritos sacrificiales de las religiones o de
las concepciones que alcanza la reflexión humana. La Iglesia penetra en este
misterio de fe contemplando los mismos signos con que ella renueva lo que
Jesús hizo por primera vez y profundizando en el contexto en que Jesús vivió y
en la intención que le inspiró cuando instauró la Nueva Pascua (Cfr.
Eucharisticum Mysterium [EM], 15).

"Comimos y bebimos con EL"

85. Comer y beber juntos es signo de convivencia íntima, de amistad, de


fraternidad. En la perspectiva bíblica, la comunidad en la comida y la bebida
tiene el sentido trascendente de compartir con Dios la intimidad familiar y, al
mismo tiempo, victoriosa. La alianza de Yahvé con su pueblo se sella con un
banquete: "Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de
Israel, y vieron al Dios de Israel: bajo los pies tenía una especie de pavimento
brillante como el mismo cielo. Dios no extendió la mano contra los notables de
Israel, que pudieron contemplar a Dios, y después comieron y bebieron" (Ex 24,
9-11). El sacrificio de comunión (Lv 3), rito central en el antiguo pueblo de Israel,
consistía en un banquete sagrado, una de cuyas partes consumían los fieles,
mientras que la otra se ofrecía a Yahvé: era la expresión culminante de la
comunidad de vida entre el pueblo y su Dios. Los profetas describirán los
tiempos y los triunfos del juicio escatológico mediante la imagen de un banquete:
"un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares
enjundiosos, vinos generosos" (Is 25, 6); "comeréis grasa hasta saciaros y
beberéis sangre hasta embriagaros: es el banquete que os he preparado" (Ez
39, 19).

Pablo, resumiendo en clave cristiana la intimidad de Yahvé con su pueblo


durante el éxodo, aludirá al alimento y bebida con que fue sostenido Israel en su
peregrinación: "Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la
roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo" (1 Co 10, 4).

Enlazando con la temática de los profetas, Jesús se referirá al Reino que


promete a los discípulos con la imagen de la mesa: "y yo os transmito el Reino
como me lo transmitió mi Padre a mí; comeréis y beberéis a mi mesa en mi
Reino" (Lc 22, 29-30). Como anticipo del Reino que vendrá y como señal de su
condición de Mesías, Jesús gustará de comer y beber con los pecadores (Cfr.
Mc 2, 16). Los apóstoles, en su predicación, proclamarán su familiaridad con el
Resucitado afirmando que comieron y bebieron con El: "a nosotros, que hemos
comido y bebido con él después de su resurrección" (Hch 10, 41).

Trasfondo del pan y del vino

86. El pan y el vino, alimento y bebida elementales, se relacionan


espontáneamente con las acciones de comer y beber. En el lenguaje de los
sabios, se introducirá la personificación de la Sabiduría invitando a un banquete
de pan y vino: "Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado" (Pr
9, 5).

El pan es considerado como el alimento principal, condición necesaria para


mantener la vida y desarrollarla. De alguna manera, designa la comida en
general. El pan, don de Dios, es para el hombre una fuente de fuerza (Sal 103,
14-15), un medio de subsistencia tan esencial que carecer de pan es carecer de
todo (Am 4, 6; cfr. Gn 28, 20). El pan y la vida se muestran como inseparables.
El pan es el símbolo de la vida, pues mantiene la corporeidad del hombre. En la
oración que Cristo enseña a sus discípulos, el pan resume todos los dones que
nos son necesarios (Lc 11, 3).

En la celebración de la Pascua judía, el pan tenía un simbolismo característico:


el pan ácimo era el alimento de los perseguidos, el pan de la miseria y de la
prisa, el pan que hubo que llevar y cocer antes de que fermentara (Ex 12,
34.39). El ritual judío de la Pascua desarrolla el sentido de este simbolismo:
"Este es el pan de miseria que nuestros antepasados comieron en Egipto: que
aquel que se sienta necesitado venga a celebrar la Pascua." El pan de la Pascua
remitía al Dios que actuó en la historia liberando a su pueblo oprimido. Pero
aquel acontecimiento, para los judíos, no pertenecía sólo al pasado; era una
experiencia religiosa de valor permanente: todo aquel que sea esclavo, ¡que
venga a celebrar la Pascual Dios pasa sa'vando. El pan de la Pascua evocaba
también el alimento del desierto, el maná, auxilio proporcionado por Dios y que
el hombre no hubiera podido alcanzar por sí mismo, auxilio que procede de la
iniciativa gratuita de Dios.
Juntamente con el pan, el vino forma parte del alimento cotidiano. Ambos son el
símbolo típico de la comida. El vino tiene la particularidad de regocijar el
corazón. Dios da no sólo el pan que fortalece, sino también el vino que alegra el
corazón del hombre (Cfr. Sal 103, 15; Jc 9, 13). Dios alimenta a su pueblo "con
la flor de la harina de trigo, y por bebida, con la sangre fermentada de la uva" (Dt
32. 14). El vino anima el cuerpo, lo mismo que la sangre. Existe una relación
estrecha entre ambos: están íntimamente vinculados a la vida. Las catequesis
de San Cirilo de Jerusalén dirán: "el vino es hermano de la sangre" (Catequesis
22, 2).

El vino constituye, además, uno de los elementos del banquete mesiánico,


donde tendrá lugar la auténtica acción de gracias en la que se podrá, con toda
verdad, levantar "la copa de la salvación" (Cfr. Sal 115, 13). En el lenguaje de
Jesús, el cáliz tiene también otro sentido: es una imagen de la pasión cercana.
Es lo que expresa Jesús cuando dice a los hijos de Zebedeo: "¿Sois capaces de
beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo
me voy a bautizar?" (Mc 10, 38). Como el bautismo de que habla, la copa
anuncia el dolor. Bautizar significa sumergir: Jesús será sumergido en un abismo
de sufrimientos y habrá de enfrentarse con la copa amarga a la que alude en su
oración en el huerto de los Olivos: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz.
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).

Pan y vino fueron presentados por Melquisedec, rey de Salén, el sacerdote del
Dios Altísimo cuando bendijo a Abrahán, librado de sus enemigos (Cfr. Gn 14,
18-20). La tradición patrística ha subrayado el carácter universalista del gesto de
Melquisedec. La ofrenda que se descubre en ese gesto puede ser presentada
en todo lugar: no se limita al pueblo de Israel ni se circunscribe al templo de
Jerusalén. Melquisedec, rey y sacerdote, se inscribirá en la tradición mesiánica
(Cfr. Sal 109, 4) y su figura se verá cumplida en Cristo (Hb 7).

La Pascua judía

87. Todo este conjunto de resonancias religiosas, albergadas en el transfondo


bíblico del pan y del vino, se entrecruzan en el marco de la Pascua judía y en
ella han de ser contempladas para entender más de cerca el sentido profundo
del misterio eucarístico. En la celebración pascual convergen, en efecto, los
grandes motivos temáticos de la liberación de los enemigos, de los sufrimientos
salvadores, de la plenitud de vida y fortaleza en la comunión íntima con Yahvé,
de la victoria universalista vinculada a los tiempos mesiánicos y escatológicos...
Jesús instauró su rito propio en el contexto de la Pascua; por ello, en esa
atmósfera, encuentran todo su nuevo y radical significado la fracción del pan y la
distribución de la copa que Jesús realizó cenando con sus discípulos. La fiesta
judía tenía su momento cumbre, su centro, en la comida del cordero inmolado.
Jesús se reúne para cenar con sus discípulos "el primer día de los Azimos,
cuando se sacrificaba el cordero pascual" (Mc 14, 12).

El cordero y su sangre derramada rememoraban la sangre con que se marcaron


en Egipto las puertas de las casas israelitas: "Y cuando entréis en la tierra que el
Señor os va a dar, según lo prometido, observaréis este rito. Y cuando os
pregunten vuestros hijos qué significa este rito, les responderéis: es el sacrificio
de la Pascua, cuando el Señor pasó junto a las casas de los israelitas, hiriendo a
los egipcios y protegiendo nuestras casas. El pueblo se inclinó y se prosternó"
(Ex 12, 25-27). La sangre del cordero evocaba otra sangre ligada a los grandes
sucesos liberadores de Israel: con sangre se ratificó la Alianza en el Sinaí:
Moisés, tomando la sangre de los animales sacrificados, derramó parte sobre un
altar y, después de leer ante el pueblo el libro de la Alianza, roció con sangre el
pueblo diciendo: "Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con
vosotros, sobre todos estos mandatos" (Ex 24, 8). La comida del cordero
inmolado en la Pascua judía conmemoraba de generación en generación la
liberación de Israel y la ratificación definitiva del antiguo pacto por la sangre.

Esta comida iba precedida de la fracción del pan, gesto tradicional de


introducción al banquete: el que presidía la mesa, el cabeza de familia o el que
hacía sus veces partía el pan y lo repartía a cada uno de los comensales. El
gesto conclusivo de la cena pascual consistía en la bendición de la copa: el uso
oriental de hacer circular durante las comidas una copa en la que beben todos,
es un símbolo de comunión; en el ritual de Pascua ,la copa que se toma
después de cenar (Cfr. Lc 22, 20) —la tercera copa, llamada copa de Elías—
simboliza la venida del Reino y es copa de maldición para las naciones
opresoras que no han creído en Yahvé y copa de liberación para los creyentes.

El ritual judío de la Pascua unía al gesto de la comida y la bebida explicaciones


evocadoras, plegarias y cantos, en los que se manifestaba el significado de los
gestos festivos. Sobre un ritmo, de letanía se alababa a Yahvé en una acción de
gracias que ponía de relieve cómo los beneficios de Dios superan siempre la
esperanza humana. Dayenou es el estribillo Titánico, esto es, "nos habría
bastado" : "¡Con cuántos favores nos ha colmado.!... Si hubiese dividido para
nosotros el mar sin habérnoslo hecho pasar a pie seco, eso nos habría bastado.
Dayenou... Si nos hubiera dado la Ley sin hacernos entrar en el país de Israel,
eso nos hubiera bastado. Dayenou..." (Haggada).

La celebración pascual era, para los judíos, un memorial, algo más que el
recuerdo subjetivo de un acontecimiento pasado: a lo largo del tiempo, se hacían
revivir ante Yahvé sus grandes hazañas en favor de su pueblo para moverlo a
mantener la fidelidad a sus promesas y disponerlo a continuar ejerciendo sus
intervenciones llenas de misericordia. El memorial de la Pascua situaba también
a cada judío fiel en el dinamismo de los acontecimientos, en la historia de la
salvación: cada uno es Abrahán, recibiendo de Dios la orden de abandonar su
patria y ponerse en camino; es Moisés, huyendo de Egipto y peregrinando por el
desierto... La liturgia judía precisaba el. significado siempre actual del éxodo
liberador: "Aquel que esté oprimido, venga a celebrar la Pascua."

La Pascua de la Nueva Alianza

88. Al cenar con sus discípulos antes de su pasión, Jesús sustituye el rito de la
antigua Pascua por uno nuevo: han llegado los días en que se va a establecer la
Alianza definitiva: "Mirad que llegan los días—oráculo del Señor— en que haré
con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza
que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto"
(Jr 31, 31-32). También esta alianza será sellada con sangre, pero no será ya la
sangre del cordero simbólico: Jesús conseguirá la redención eterna no con
sangre ajena, sino con su propia sangre (Cfr. Hb 9, 12.15.25).

La comida del cordero desaparece en el nuevo ritual, pues el verdadero Cordero


que Dios ha dado a los hombres para redimirlos es Jesús: "Este es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Jesús opone su propia
sangre a la que se derramó al salir de Egipto y a la que anualmente se
derramaba para celebrar el memorial de la liberación: "Porque ha sido inmolada
nuestra víctima pascual: Cristo" (1 Co 5, 7). Jesús, el Siervo de Yahvé (Is 53)
que, en su obediencia filial hasta la muerte, cargará con los pecados de los
hombres, ofreciéndose como el auténtico "cordero expiatorio" (Lv 14) y como
cordero pascual, está ahora presente en medio de sus discípulos: la atención se
aparta del precario cordero de la Pascua judía y la Nueva Pascua se vinculará a
la fracción del pan y a la bendición de la copa de la salvación. El pan de la
miseria y de la prisa será ahora el signo del Cuerpo sacrificado de Cristo, que es
el verdadero pan que Dios nos ha dado, el pan de vida, vivo y vivificante: "Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo" (Jn 6, 51).

La acción de la fracción del pan será una acción sacramental en el sentido


estricto del término, esto es, un gesto del mismo Cristo que la Iglesia renovará
en la celebración de la Eucaristía. Y el vino de su copa será el signo de la
sangre que será derramada por una muchedumbre, el vino de una copa de
bendición (Cfr. 1 Co 10, 16). La distribución del cáliz será la acción sacramental
que haga presente el gesto del Señor que lo dio a sus discípulos diciendo: "Este
cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre" (1 Co 11, 25). La Nueva Pascua
será el memorial de la muerte salvadora de Jesús aceptada por el Padre y la
acción de gracias que festeja la misericordia y la fidelidad de Dios, su
intervención decisiva en favor de los hombres.

La Eucaristía, sacrificio del Señor bajo el signo de un banquete

89. "La Misa o Cena del Señor es a la vez e inseparablemente:

• Sacrificio en que se perpetúa el Sacrificio de la Cruz.

• Memorial de la Muerte y Resurrección del Señor que dijo: "Haced esto en


memoria mía" (Lc 22, 19).

• Banquete sagrado en el que, por la comunión con el Cuerpo y la Sangre


del Señor, el Pueblo de Dios participa en los bienes del Sacrificio Pascual,
renueva la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, sellada de una vez para
siempre con la Sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y la esperanza el
banquete escatológico en el Reino del Padre, anunciando la muerte del Señor
"hasta que vuelva" (EM 3). El banquete eucarístico es el sacramento del
Sacrificio de la Cruz y de la Resurrección del Señor.

El sacrificio irrepetible del Señor

90. Jesús ofreció el sacrificio de su vida una vez para siempre (Cfr. Hb 7, 27; 9,
12.28; 1 P 3, 18). El suceso de su muerte constituyó un acontecimiento histórico
único e irreversible. Pero su muerte, aceptada por el Padre que lo resucitó de
entre los muertos y lo exaltó dándole el Nombresobre-todo-nombre, continúa
irradiando siempre su eficacia en la existencia gloriosa de Cristo: en un ahora
perenne se hace presente "para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros "
(Hb 9, 24). Jesús se ha realizado como Mediador por la obediencia filial de su
muerte y su sacrificio se ha incrustado, por decirlo así, en su propia existencia,
ha dejado en ella algo más que unas huellas transitorias, ha llevado a la
perfección su realidad humana y la ha consumado (Cfr. Hb 5, 9). Por la
obediencia de su muerte, Cristo es el mediador perfecto, el sacerdote único y la
oblación plenamente realizada: siempre vivo, "puede salvar definitivamente a los
que por medio de él se acercan a Dios..." (Hb 7, 25). Donde Cristo esté presente
actualizando su salvación eterna, allí está presente e irradiante el sacrificio de
su muerte agradable al Padre.

El memorial del sacrificio del Señor

91. En la última Cena, al dar a los Apóstoles su Cuerpo y Sangre bajo los signos
del pan y del vino, al entregarse a sí mismo en su total integridad (totus et
integer Christus: C. Trento, DS 1641), Jesús confió a su Iglesia el memorial de
su muerte irrepetible y siempre eficaz, la Eucaristía. Este memorial es un
banquete sagrado. Lo que los Apóstoles pudieron contemplar —mesa, pan, vino
— y la invitación de Jesús a que comieran y bebieran les situó en el ambiente de
una comida. Se trataba de una comida singular cuyos elementos conectaban
con las múltiples resonancias sacrificiales de la Pascua de la Alianza Antigua y
que venía a sustituirla, a mostrar su condición caduca y prefiguradora.

El memorial que Jesús entrega a sus discípulos no es sólo una evocación


subjetiva; tampoco es una simple imagen o una representación. Cuando Jesús
encomendaba a los Apóstoles que hiciesen hasta su retorno lo que El acababa
de realizar, les encargaba que celebrasen un banquete en el que se actualizaba
su muerte salvadora porque El mismo, en su existencia gloriosa, se actualizaría
realmente en él. Pablo recordaba a los cristianos de Corinto que al congregarse
para "comer la Cena del Señor", han de tener presente esto: "Cada vez que
coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que
vuelva" (1 Co 11, 20.26). El banquete de la Eucaristía hace presente al mismo
Cristo glorificado y vivo cuyo ser es inseparable de su obediencia hasta la
muerte, aquella obediencia por la que Jesús actuó el sacerdocio de la Alianza
Nueva y eterna, la obediencia por la que hizo de su muerte un sacrificio.

En su "acción de gracias", la Iglesia ofrece al Padre "el sacrificio vivo y santo", la


ofrenda del Cuerpo y Sangre de su Hijo bajo los signos del pan y del vino y en
ella Dios contempla la misma Víctima que en la inmolación única de la Cruz nos
reconcilió con El: "Dirige (Padre) tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y
reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad"
(Plegaria Eucarística III), "esta Víctima que tú mismo has preparado a tu Iglesia"
(Plegaria Eucarística IV), "el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida
eterna y cáliz de eterna salvación" (Plegaria Eucarística 1), "te ofrecemos,
Padre, el pan ae vida y el cáliz de salvación" (Plegaria Eucarística II).

Sacrificio y banquete

92. "El sacrificio y el banquete sagrado pertenecen a un mismo misterio de tal


manera que están íntimamente unidos. Pues el Señor se inmola en el mismo
sacrificio de la Misa cuando "comienza a estar sacramentalmente presente
como alimento espiritual de los fieles bajo las especies de pan y vino" (Pablo VI,
Mysterium Fidei). Y Cristo entregó a la Iglesia este sacrificio para que los fieles
participen de él espiritualmente por la fe y la caridad y sacramentalmente por el
banquete de la Sagrada Icornunión. Además, la participación en la Cena del
Señor es siempre Comunión con el Cristo que se ofrece en sacrificio al Padre
por nosotros" (EM 3).

La presencia de Cristo inmolado en la acción eucarística

93. Al celebrar la Eucaristía, la Iglesia congrega a los creyentes en torno a Cristo


que le prometió su presencia cuando dijo: "Donde dos o tres están reunidos eñ
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Esta promesa de Jesús
es eminentemente válida cuando se trata de la asamblea local de la Iglesia
Santa convocada para celebrar el Memorial del Señor (Cfr. Nuevas Normas de
la Misa. Ordenación General del Misal Romano [OGMR], 7). La presencia del
Señor se actualiza de modo particular en la asamblea cristiana cuando se
escucha su Palabra, "pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es
El mismo quien habla" (SC 7). En la persona del ministro que preside la
celebración se hace también presente Cristo "ofreciéndose ahora por ministerio
de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz" (C. Trento: DS
1743).

Pero la acción sagrada alcanza su vértice en la Plegaria Eucarística que el


sacerdote, que representa a Cristo, dirige a Dios en nombre de todo el pueblo
santo y de todos los circunstantes (Cfr. OGMR 10). Las palabras de la Plegaria
Eucarística determinan últimamente los gestos de la celebración. Es una oración
de acción de gracias y de consagración: en ella se alaba a Dios Padre,
agradeciéndole todos los dones que concede a los hombres en la creación y sus
intervenciones salvadoras en la historia de la humanidad que culminan en el
misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado. En esta Plegaria se implora la
efusión del Espíritu (epíclesis) para que los dones presentados —el pan y el vino
— sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En ella, con palabras y gestos de Cristo, se representa la última Cena en la que


Jesús encargó a los apóstoles que renovasen este misterio y, recordando
(anámnesis) los acontecimientos salvíficos del Señor —su pasión, resurrección y
ascensión al cielo—, se ofrece al Padre en el Espíritu Santo el sacrificio de
Cristo. En comunión con toda la Iglesia, celestial y terrena, se suplica que Dios
envíe su salvación, la remisión de los pecados y los bienes del Reino (Cfr.
OGMR 54-55).

En este momento que es el centro y la cumbre de toda la celebración, cuando la


Iglesia celebra lo que Jesús hizo en la Cena, sucede la singular presencia
propia del Memorial de la Eucaristía, el encuentro de Cristo con los creyentes en
la verdadera y gloriosa realidad de su existencia consumada de Sacerdote único
y de Oblación perfecta.

Fe de la Iglesia

94. "El pan y el vino —comenta San Cirilo de Jerusalén— te aparecen en su


estado puramente natural; no te detengas ahí, según la afirmación del Maestro,
son el Cuerpo y la Sangre de Cristo" (Catequesis 22, 6). Esta presencia de
Cristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino "se llama real no por su
exclusión, como si las otras no fuesen reales, sino por razón de su excelencia"
(Pablo VI, Mysterium Fidei).

La fe de la Iglesia en este misterio, profesada firmemente a lo largo de su


historia, fue expresada así en el Concilio de Trento: "Una vez consagrados el
pan y el vino, nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre,
está presente verdadera, real y sustancialmente en el Santo sacramento de la
Eucaristía bajo la apariencia de esas realidades sensibles" (DS 1636). "Por la
consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia
del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo Señor Nuestro, y de toda la
sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. Esta conversión ha sido
llamada justa y propiamente por la Santa Iglesia católica transustanciación" (DS
1642). Al permanecer "solamente íntegras las propiedades del pan y del vino,
que percibimos con nuestros sentidos" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 25),
la fe en el misterio de la conversión eucarística garantiza que el sacrificio de
Cristo se hace realmente presente en la Iglesia y testimonia que, en los
elementos creados, se da un ámbito de realidad que traspasa los límites de lo
que nuestros sentidos y nuestra ciencia humana experimentan: es en esa
profunda realidad donde el influjo divino opera por la acción del Espíritu la
admirable transformación eucarística.

"Tomad y comed", "tomad y bebed": comunión con el Señor resucitado

95. El Cuerpo y la Sangre del Señor, ofrecidos bajo los signos del pan y del vino
—signos de banquete pascual—, se destinan a ser recibidos por los creyentes
como alimento espiritual. El banquete eucarístico es la Cena nupcial del Cordero
inmolado: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19, 9).
La Iglesia invita con estas palabras a participar en el convite sagrado: "Este es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¡Dichosos los llamados a esta
Cena!"
En su condición gloriosa, la misma Carne de Cristo y su Sangre son entregadas
como verdadera comida y verdadera bebida en orden a la vida eterna: por medio
de este alimento, se establece una comunión personal entre el Señor
Resucitado y los cristianos: entramos con El y con el Padre, en el Espíritu, en
una relación de vida que ni siquiera la muerte podrá rescindir: "El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha
enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre" (In 6, 56-58).

La Eucaristía es así anticipación de la vida eterna y medicina de inmortalidad,


como afirma la más antigua tradición de la Iglesia. En la comunión sacramental
del Cuerpo y Sangi e de Cristo se consuma, alcanza su última perfección el
sacrificio eucarístico. "Los fieles participan más perfectamente en la celebración
por la comunión sacramental de la Eucaristía... La comunión, cuando se hace
bajo las dos especies, adquiere su forma plena en su aspecto de signo. Pues en
aquella forma (manteniendo los principios establecidos por el Concilio Tridentino,
según los cuales, bajo cualquiera de las do$ especies, se recibe a Cristo en su
total integridad y un verdadero sacramento) aparece más perfectamente el signo
del banquete eucarístico y se expresa con mayor claridad la voluntad que ratifica
el nuevo y eterno Testamento en la Sangre del Señor y el vínculo que existe
entre el banquete eucarístico y el banquete escatológico en el Reino del Padre
(Cfr. Mt 26, 27-29)" (EM 31-32).

La Comunión eucarística constituye para los creyentes el momento máximo en


la participación de la gracia salvadora y representa el elemento esencial de la
incorporación a la Iglesia. Esta, siguiendo la enseñanza apostólica, recuerda a
los cristianos que, antes de acercarse a la Comunión sacramental, cada uno
examine y purifique su conciencia —si es preciso, celebrando la Penitencia
sacramental—: "Examínese cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber
del cáliz porque el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su
propia sentencia" (1 Co 11, 28-29).

Aunque la Eucaristía es "remedio que nos libra de las culpas de cada día y nos
preserva de los pecados mortales" (C. Trento: DS 1638; cfr. DS 1740.1743), no
se debe olvidar que la participación plena en el misterio eucarístico por la
Comunión debe ser la ratificación de una voluntad de cumplir las exigencias de
vida y los imperativos de conducta que comporta el seguimiento de Cristo que
verdaderamente nos sale al encuentro.

La Eucaristía: sacrificio de la Iglesia y centro de su unidad

96. La celebración de la Eucaristía, acción eminente de Cristo en e] seno de su


comunidad, es también el sacrificio de la Iglesia que "esposa y ministro de
Cristo, cumpliendo con él el oficio de sacerdote y de hostia, lo ofrece al Padre y
se ofrece a sí misma toda entera con El" (EM 3). Todos cuantos participan en el
Memorial de la Nueva Alianza han de procurar una consciente lucidez para
unirse a los sentimientos y entrega generosa de Cristo Jesús, ofreciéndose a sí
mismos "al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino
juntamente con él" (SC 48). La existencia cotidiana, con sus trabajos, proyectos,
dificultades y alegrías, no es ajena al culto cristiano que tiene su manifestación
suprema en el sacrificio eucarístico: "También vosotros, como piedras vivas,
entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio
sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo" (1 P
2, 5), y se destinan a ser ofrecidos al Padre junto con la oblación del Cuerpo del
Señor (Cfr. LG 34). La Eucaristía es la cumbre de la vida cristiana, pero es
también la fuente de la que procede el amor operante y eficaz: "Los fieles de
Cristo, contemplando asiduamente en la fe el don recibido y guiados por el
Espíritu Santo, han de vivir su vida ordinaria en acción de gracias y produciendo
frutos más abundantes de caridad" (EM 38).

En la celebración de la Eucaristía corresponde un lugar específico a los Obispos


y los presbíteros: a ellos pertenece, por el carácter ministerial recibido en la
ordenación, actuar en la persona de Cristo, Cabeza de su Iglesia, y consagrar el
Cuerpo y la Sangre del Señor: "Es propio del sacerdote consumar la edificación
del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico" (LG 17); "el mismo Señor, con
el fin de que los fieles formaran un solo cuerpo, en el que no todos los miembros
desempeñan la misma función" (Rm 12, 4), constituyó a algunos de ellos
ministros que, en la sociedad de los creyentes, tuvieran la potestad sagrada del
Orden para ofrecer el Sacrificio y perdonar los pecados" (PO 2; cfr. Mysterium
Ecclesiae).

Ahora bien, toda legítima celebración de la Eucaristía es dirigida por el Obispo al


que ha sido confiada la misión de ofrecer a Dios el culto cristiano y de
administrarlo según los mandatos del Señor y las leyes de la Iglesia (Cfr. LG 26).
"En la celebración eucarística presidida por el obispo, rodeado de su presbiterio
y sus ministros, con la participación activa de todo el pueblo santo de Dios, se
encuentra la principal manifestación de la constitución jerárquica de la Iglesia"
(EM 42).

La Eucaristía significa y realiza la Iglesia. La Iglesia de Cristo está presente allí


donde una comunidad de cristianos se congrega para celebrarla en comunión
con su Obispo con el colegio episcopal y con el Sucesor de Pedro: esta
comunión se expresa siempre en las Plegarias Eucarísticas. "En cualquier altar,
bajo el ministerio del obispo o del sacerdote que hace las veces del obispo se
"manifiesta el símbolo de aquella caridad y unidad del Cuerpo místico, sin la cual
no puede haber salvación." En estas comunidades, muchas veces pequeñas y
pobres, que viven en la diáspora, está presente Cristo, en cuya virtud se reúne la
Iglesia una, santa, católica y apostólica" (EM 7).

La Eucaristía realiza la unidad de la Iglesia y es signo de ella: "Al participar


realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos
elevados a la comunión con El y entre nosotros. Porque el pan es uno, y así
nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos
todos el mismo pan (1 Co 10, 17). Así, todos nos convertimos en miembros de
ese Cuerpo (Cfr. 1 Co 12, 27), y cada miembro está al servicio de los otros
miembros" (Rm 12, 5)" (LG 7). Por esta unidad, rezó Jesús en la última Cena.
Esa unidad es esencial para el cumplimiento de la misión evangelizadora; más
aún, es el signo que el mundo entenderá: "Para que todos sean uno, como tú,
Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado" (In 17, 21). La unidad de los corazones, que
brota de la Eucaristía y es signo de ella, lleva también consigo a una efectiva
comunicación de bienes (Cfr. Tema 40).

Adoración de Cristo presente en la reserva eucarística

97. San Justino, en uno de los escritos cristianos más primitivos relativos a la
Eucaristía (data de mediados del siglo Il), después de describir el rito de la
celebración, señala que "las realidades eucaristizadas", es decir, el pan y vino
consagrados, "se envían a los ausentes por medio de los diáconos" (Apología
primera, 67). Encontramos aquí un antiguo indicio de la costumbre que se
introducirá en la Iglesia de custodiar con especial veneración los dones
eucarísticos para hacerlos llegar a quienes no pudieron tomar parte en la acción
sagrada, entre los que ocupan un lugar principal los enfermos y moribundos. La
Iglesia ha actuado así porque creyó siempre que la presencia verdadera del
Señor, acontecida en la celebración del Memorial de su Pascua, continúa,
también después, vinculada al pan y al vino consagrados.

Llevada por esta profunda convicción de su fe, la Iglesia adora en la reserva a


Cristo Resucitado, presente bajo los signos sacramentales, lo mismo que lo
adora mientras celebra su presencia en la acción eucarística, "pues no debe
dejar de ser adorado (este sacramento) por el hecho de haber sido instituido por
Cristo Señor para ser comido" (C. Trento: DS 1643). El tabernáculo es "como el
corazón vivo de nuestros templos" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 26): en
él ha puesto su Morada, ha acampado, la gloria del Resucitado al que pueden
honrar los creyentes como lo honraron las mujeres en la mañana de Pascua ("se
postraron ante él y le abrazaron los pies": Mt 28, 9) y en el que pueden
reconocer a su Señor y su Dios, como Juan, en el mar de Tiberíades ( "Es el
Señor", Jn 21, 7) o como Tomás en el cenáculo ( "¡Señor mío y Dios mío!", Jn 20,
28). En el tabernáculo permanece presente el Cordero que está en pie y, al
mismo tiempo, se manifiesta como degollado (Cfr. Ap 5, 6), del que brota el río
de aguas vivas del Espíritu (Cfr. Ap 22, 1), ante el que se postra en la liturgia
celestial el Reino de Sacerdotes (Cfr. Ap 5).

Cuando los fieles veneran a Cristo presente en la reserva eucarística recuerdan


con acción de gracias la celebración sacrificial en la que esta presencia tiene su
origen y alientan el deseo de unirse más íntimamente con Cristo, Pan de vida,
especialmente a través de la Comunión sacramental: es un mismo impulso el
que los acerca a la Comunión y el que los mueve a participar lo más plenamente
posible en todas las riquezas encerradas en el misterio pascual.

Así tratan de responder con generosidad a los bienes de la Alianza —la vida
divina— que Cristo, siempre presente entre nosotros hasta el fin de los tiempos,
infunde continuamente en los miembros de su Cuerpo. "Permaneciendo ante
Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí
mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo.
Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, extraen de este
trato admirable un crecimiento en su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan
las disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente
el Memorial del Señor y recibir con frecuencia el Pan que nos ha dado el Padre"
(EM 50).

La convivencia con Cristo glorioso, presente en la reserva de los templos,


conduce a la Iglesia a expresiones comunitarias de su experiencia de fe, que
admiten muy diversas modalidades: "Este culto de adoración se basa en
razones muy sólidas y firmes, sobre todo porque a la fe en la presencia real del
Señor le es connatural su manifestación externa y pública" (EM 49).

Un banquete extraordinario para todos los pueblos

98. Todas las narraciones de la institución de la Eucaristía señalan de una u otra


manera la relación de la misma con la venida gloriosa del Señor "hasta que
vuelva" (1 Co 11, 26). Por ello, en las reuniones de la Iglesia primitiva surge
espontánea esta oración de esperanza y de ansia ante la anunciada venida del
Señor: "Ven, Señor Jesús" (1 Co 16, 22; Ap 22, 20; cfr. Tema 74). La presencia
de Cristo en la Eucaristía nos introduce ahora ya en la vida de Dios, pero, sobre
todo, nos anuncia la participación plena en el banquete mesiánico, en el que se
saciarán todos los que tengan hambre (Cfr. Is 55, 1-2; Mt 5, 3.6; Lc 22, 30; Mt
26, 29; 8, 11). En efecto, al final de la história, Dios prepara un banquete
extraordinario para todos los pueblos. El arrancará el velo que oscurece
realmente el horizonte de los hombres, el paño que tapa a todas las naciones:
aniquilará la muerte para siempre (Cfr. Is 25, 6ss).

Tema 56. PENITENCIA: CONVERSIÓN Y RECONCILIACIÓN

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Presentar el Sacramento de la Penitencia como la celebración eclesial del


perdón y de la misericordia de Dios y de la conversión del hombre.

 Destacar que es un misterio de reconciliación que incluye la alegría de


perdonar y ser perdonado. La reconciliación es con Dios y con los hermanos.
El sentimiento de culpa, experiencia universal

99. Después de determinadas acciones, el hombre se siente culpable. Es una


experiencia universal. Este sentimiento se manifiesta de muchas formas y con
variados matices. A veces se trata de algo vago y confuso, cuya raíz no se llega
a determinar; en ocasiones acompaña a ciertas acciones, que racionalmente se
han considerado incluso inofensivas. Puede provenir de complejos oscuros, o,
por el contrario, de una acción libre realizada con lucidez de espíritu. No siempre
es fácil distinguir lo que es culpa (fruto de una acción libre) y lo que es producto
de las limitaciones y enfermedades humanas.

Necesidad de reparación

100. Del sentimiento de culpa nace la necesidad de reparación. El hombre que


se considera culpable busca no sólo aparecer como inocente ante los demás,
sino serlo, recuperando la integridad perdida. A menudo se intuye que la
reparación ha de ser dolorosa: no basta con decir "lo siento". Se comprende que
el cambio de la persona no es verdadero y profundo sin expiación dolorosa, a
través de la cual se recupere el equilibrio perdido. Esta necesidad de reparación
puede convertirse a veces en obsesión enfermiza que, en realidad, destruye al
individuo. Asimismo tampoco faltan personas que parecen no ser sensibles a
esta necesidad de reparar el mal que han ocasionado a otros y que se han
causado a sí mismos.

Pecado y conversión

101. La Biblia sitúa el pecado y la culpa en su verdadera raíz. Quien pretende


prescindir de Dios haciéndose centro de todo, se convierte, a la vez, en opresor
de sus hermanos: "¿No aprenderán los malhechores que devoran a mi pueblo
como pan ,y no invocan al Señor?" (Sal 52, 5). El pecado hiere a Dios al afectar
a los que Dios ama (2 S 12, 9-10); daña no sólo a quien lo comete, sino al
pueblo entero. El pecado es ruptura, negación del amor a Dios y a los otros. La
conversión, por el contrario, es vuelta al amor, reconciliación (Cfr. Temas 24 y
33).

Ante el pecado del hombre, el amor de Dios se manifiesta como


misericordia

102. La historia humana aparece desde sus orígenes como historia de pecado.
Los primeros capítulos del Génesis (2-11) describen abundantemente el impacto
del pecado en medio de un mundo que, en cuanto salido de las manos de Dios,
es bueno (Gn 1,44.10.12.18.21.25.31). El pecado domina de forma despótica, es
"
señor del mundo": entregados a la dureza de su propio corazón, los hombres
caminan según sus designios (Sal 80, 13). En este contexto, Dios llama a
Abrahán a la fe y a la amistad, y lo que hizo con él piensa hacerlo con todas las
naciones de la tierra (Gn 12, 3). Ante el pecado del hombre, el amor de Dios
aparece como misericordia: "No nos trata como merecen nuestros pecados, ni
nos paga según nuestras culpas" (Sal 102, 10). Y también: "Tenía mis manos
extendidas todo el día hacia un pueblo rebelde y provocador" (Rm 10, 21; Is 65,
2; cfr. Tema 19).

Misericordia y conversión

103. En el momento mismo en que los profetas anuncian las peores catástrofes,
consecuencia del pecado, conocen la ternura del corazón de Dios: "¿Es mi hijo
querido Efraín? ¿Es el niño de mis delicias? Siempre que lo reprendo, me
acuerdo de ello y se me conmueven las entrañas, y cedo a la compasión —
oráculo del Señor—" (Jr 31, 20; cfr. Is 49, 14ss; 54, 7). Si Dios mismo se
conmueve de tal manera ante la miseria que acarrea el pecado, es que desea
que el pecador se vuelva hacia El, que se convierta. Si de nuevo conduce a su
pueblo al desierto es porque quiere hablarle al corazón (Os 2, 16). Después del
destierro, se comprenderá que Yahvé quiere simbolizar con la vuelta a la tierra,
la vuelta a El, a la vida (Jr 12, 15; 33, 26; Ez 33, 11; 39, 25; Is 14, 1; 49, 13);
quiere, no obstante, que el pecador reconozca su error y se convierta: "Que el
malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y
El tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón" (Is 55, 7).

La conversión, vuelta a Dios

104. En el Antiguo Testamento la llamada a la conversión adquiere su plenitud


en la predicación de los profetas. Para éstos, tanto el pecado como la
conversión tienen un carácter de totalidad desconocido fuera del mundo bíblico.
El pecado no es meramente la transgresión de un precepto concreto de la ley,
sino que es una rebeldía contra Dios, un prescindir de El y, como sus relaciones
con Israel se comparaban con el matrimonio, el pecado se llama también
adulterio. La conversión no se tiene que limitar, por tanto, al arrepentimiento,
más o menos superficial, de un acto concreto, sino que es una "vuelta" a Yahvé
(Os 2, 9), "buscar a Yahvé" (Am 5, 4; Os 10, 12), "buscar su rostro" (Os 5, 15;
Sal 23, 6; 26, 8), "humillarse delante de él" (1 R 21, 29; 2 R 22, 19), "fijar su
corazón en él" (1 S 7, 3). Esto define lo esencial de la conversión, que implica un
cambio de conducta, una nueva orientación de todo el comportamiento, una
nueva actitud con relación a todo lo demás (Jr 26, 3), una confianza absoluta en
Dios, una renuncia a todo otro apoyo que pretenda ocupar su lugar (Os 14, 4; Is
7, 9), un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Ez 18, 31). Esta conversión es, con
todo, don de Dios (Ez 36, 26; cfr. Jr 31, 18).

Llamada a la conversión y anuncio del Reino

105. En el Nuevo Testamento vuelve a resonar el apremio y el carácter


totalizante de la conversión en la predicación del Bautista. Lo que pide es una
conversión de una vez y para siempre, no sólo de los pecadores, sino incluso de
aquellos que se consideraban como justos. Esta llamada a la conversión tiene
un acento especial de apremio por la inminencia del reino escatológico (Mt 3, 2).
El comienzo de la predicación de Jesús enlaza con la de Juan: "Convertíos,
porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 4, 17), pero no es simplemente una
repetición de la predicación del Bautista, sino que la supera por la relación de
ese reino con su misma persona (Mt 12, 41-42). De cualquier modo, la
conversión está indicada en la necesidad de hacerse como niños, que indica la
renovación total y la capacidad receptora para el don de Dios (Mt 18, 3). La
llamada a la conversión es inseparable del anuncio del Reino (Cfr. Tema 2). Se
trata de una conversión radical que ha de eliminar incluso aquello que puede
restringir la total conversión a Dios (Mt 5, 29) y que tiene de por sí un carácter
definitivo (Lc 9, 62).

Dios se goza en perdonar

106. Jesús no fue enviado por su Padre "para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él" (Jn 3, 17; 12, 47). El no ha venido a llamar a conversión
a los justos, sino a los pecadores, pues son los enfermos los que necesitan del
médico y no los sanos (Cfr. Lc 5, 32). La conversión es una gracia preparada
siempre por la iniciativa divina, por el pastor que sale en busca de la oveja
perdida (Lc 15, 4ss; cfr. 15, 8). La respuesta humana a esta gracia se manifiesta
en la parábola del hijo pródigo; esta parábola pone de relieve que Dios es un
Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15); su voluntad es que nada se pierda
(Mt 18, l2ss). El Evangelio de Jesús implica esta revelación desconcertante: "Os
digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc 15,
7). Así también Jesús manifiesta a los pecadores una actitud acogedora que
escandaliza a los fariseos (Mt 9, 10-13; Lc 15, 2), pero que provoca
conversiones admirables, como la de la pecadora (Lc 7, 36-50) y la de Zaqueo
(Lc 19, 5-9).

La Buena Noticia del perdón, misión de Jesús

107. Jesús no sólo anuncia la Buena Noticia del perdón de Dios, sino que,
además, lo ejerce y testimonia con sus obras, que dispone de este poder
reservado a Dios. Así sucede en el caso del paralítico: "¿Qué es más fácil decir:
tus pecados están perdonados, o decir levántate y anda? Pues para que veáis
que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo
dirigiéndose al paralítico: Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa. Se puso
en pie, y se fue a su casa" (Mt 9, 4-7). Cristo cumple su misión obteniendo para
los pecadores el perdón de su Padre. Por esta misión, El lo entrega todo, incluso
la vida (Mc 14, 24; Mt 26, 28). Verdadero Siervo de Yahvé (Cfr. Tema 9), justifica
a la multitud con cuyos pecados carga (1 P 2, 24; cfr. Mc 10, 45; Is 53, 11-12),
pues es el Cordero que quita los pecados del mundo (Jn 1, 29).

El perdón de los pecados, regalo de Pascua

108. Cristo Resucitado dejó a su Iglesia, como regalo de Pascua, su propio


poder de perdonar los pecados. Los Apóstoles experimentaban con fuerza la
presencia del Espíritu, que es descrito como una ráfaga de viento impetuoso
(Hch 2, 2), como un soplo: "Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo a quienes les perdonéis los pecados les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23; cfr.
Mt 16, 19; 18, 18). El Espíritu, que llena a los Apóstoles el día de Pentecostés,
manifiesta el poder salvador de Cristo Resucitado (Hch 2, 32-36); en su nombre
se convierten los corazones al oír la predicación de los Apóstoles (Hch 2, 37-43;
cfr. 4, 33); en su nombre los Apóstoles ejercen la misión de perdonar los
pecados y de dar el Espíritu Santo: "Estas palabras les traspasaron el corazón, y
preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer,
hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y bautizáos todos en nombre de
Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu
Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además,
para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos. Con estas y
otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: Escapad de esta
generación perversa. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día
se les agregaron unos tres mil" (Hch 2, 37-41). Así, la primera remisión de los
pecados se otorga en el Bautismo a todos aquellos que se convierten y creen en
el nombre de Jesús (Mt 28, 19; Mc 16, 16; Hch 2, 38; 3, 19).

Segunda conversión

109. La conversión sellada por el Bautismo se cumple de una vez para siempre;
su gracia no se puede renovar (Hb 6, 6). Ahora bien, los bautizados pueden
todavía recaer en el pecado: la comunidad apostólica no tardó en
experimentarlo. En este caso, la conversión (segunda) se hace necesaria, si se
quiere tener parte de nuevo en la salvación. El pasaje de Mateo (18, 15ss)
supone ya la existencia de una Iglesia experimentada en el ejercicio de la
autoridad y apoya la práctica del perdón en esta Iglesia con una frase de Cristo:
"Lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra,
quedará desatado en el cielo" (Mt 16, 19). En este contexto, las palabras atar y
desatar tienen con seguridad el sentido de separar de la comunidad
(excomunión) y recibir de nuevo en ella. Como esta comunidad es una
comunidad viviente, animada por la presencia del Espíritu, la reincorporación a
ella supone la revitalización del pecador y, por consiguiente, el perdón de los
pecados.

Nueva conversión después del Bautismo

110. En el Nuevo Testamento, los indicios de una práctica del perdón de


pecados graves no son frecuentes, como era de esperar, dado el fervor inicial y
la conversión al Evangelio en una edad adulta. Pero de todos modos no faltan.
Así, en 1 Co 5, 1-13, al incestuoso se le expulsa de la Iglesia; esta expulsión
tiene carácter medicinal, para que su espíritu se salve en el día del Señor. En 2
Co 2, 5-11 no se trata con seguridad del mismo pecador que en la primera, pero
ciertamente se trata de uno que había sido separado de la comunidad por una
falta grave y para éste pide el Apóstol a la misma comunidad que renueve la
comunión con él, es decir, que lo vuelva a recibir, perdonándole el pecado. En la
misma carta (12, 20-21) se habla de muchos pecados entre los cristianos, y
pecados graves: inmoralidad, libertinaje y desenfreno, cosas no raras en la
ciudad de Corinto. Sin embargo, el Apóstol espera que se conviertan de nuevo,
antes de que él llegue. Santiago, en su carta, tiene presente la posibilidad de la
apostasía y también de una nueva conversión (St 5, 19-20). Finalmente, en los
mensajes a las siete Iglesias, el libro del Apocalipsis contiene claras invitaciones
a la conversión, dirigidas a destinatarios que han incurrido en graves pecados
(Ap 2, 5.16.20ss).

Formas de remisión de los pecados en la Iglesia primitiva

111. Hasta el siglo vii, la Iglesia reconoce tres formas de remisión de los
pecados: 1) el Bautismo, que limpia al hombre de todo pecado cometido
anteriormente; 2) la penitencia cotidiana para los pecados menos graves: todo
cristiano debe hacer penitencia por tales pecados, mediante la oración, el ayuno,
la limosna... Además, en la liturgia cristiana existe desde un principio una
confesión general de los pecados, que sirve de purificación interior y de
preparación a la Eucaristía, según un uso que existía también en la tradición
judía (Lv 16, 21); 3) la penitencia pública, exigida para los pecados graves, entre
los que se cuentan el adulterio, el homicidio y la apostasía.

Testimonios más antiguos

112. Junto a los del Nuevo Testamento, los testimonios más antiguos que
tenemos sobre la práctica de la penitencia pública en la Iglesia primitiva
pertenecen a los llamados Padres Apostólicos. El Pastor de Hermas, libro escrito
en Roma a mediados del siglo está dedicado en gran parte al problema de la
segunda conversión. Esta obra establece claramente el principio de una sola
penitencia posterior al Bautismo, según la cual el cristiano que incurría en graves
pecados podía acogerse a ella una sola vez en la vida. Este principio viene a ser
característico en los primeros siglos de la Iglesia.

El proceso de la segunda conversión en la Iglesia antigua: hasta el siglo VII

113. En un principio, la confesión como manifestación de los pecados fue


realmente menos necesaria, ya que el pecado, o bien era público, o emergía
claramente, dada la constitución íntima y familiar de las primitivas comunidades
cristianas. El pecador era separado de la comunidad eclesial ("excommunicatio"
sacramental). La confesión como reconocimiento del propio pecado suponía, por
parte del pecador, la aceptación de su culpa, la cual se manifestaba pública y
eclesialmente con su ingreso en el orden de los penitentes. El Obispo fijaba un
período de penitencia que se adaptaba a la gravedad del pecado. Cumplida la
penitencia, que consistía en dar signos suficientes y satisfactorios de una
auténtica conversión, tenía lugar la celebración de la reconciliación con la vuelta
y reincorporación del pecador a la comunidad. A finales del siglo vi la institución
penitencial adquiere una forma definida, cuyos elementos esenciales aparecen
expresados en el Concilio Toledano del año 589 (PL 84, 353): Separación de la
comunión eclesial, inclusión en el llamado orden de los penitentes, repetidas
imposiciones de manos durante el tiempo de la penitencia, reconciliación con la
Iglesia y con Dios después de cumplido el tiempo legítimo de penitencia e
imposibilidad absoluta de repetir la penitencia en caso de recaída.
El cristiano que había cometido una falta grave debía confesarla, normalmente
en secreto, al Obispo o a su representante. La palabra de éste, lo que San
Agustín llama la correptio, dirigía la luz del evangelio hacia la acción cometida y
exhortaba al penitente a una plena conversión. Y aun en el caso en que los
cristianos pecaran públicamente sin hacer penitencia, la corre ptio debía en
cierto modo ir a buscarlos para invitarlos a la penitencia pública, al final del cual
serían reconciliados, en principio, por el Obispo. Si la confesión era secreta, todo
el resto del proceso penitencial era público, y la penitencia que el pecador debía
cumplir era previa a la reconciliación, a la absolución.

De la penitencia pública a la penitencia privada

114. En la práctica, la penitencia pública quedaba restringida a un número muy


limitado de cristianos a causa del rigor que llevaba en sí. En ocasiones, fue
considerada como una preparación directa para la muerte, no como un remedio
ordinario contra el pecado durante la vida. Estas y otras exigencias difíciles de la
disciplina penitencial hicieron de la penitencia algo a lo que se ponía mucho
reparo por la gran mayoría de los cristianos. Desde un punto de vista pastoral, la
situación llegó a ser extraordinariamente confusa e ineficaz. Situados en esta
perspectiva, podemos entender mejor las innovaciones posteriores.

Una postura más personal y flexible

115. Estos cambios habían sido lentamente preparados. En este sentido, son
interesantes los siguientes testimonios del Papa San León 'Magno (años 440-
461): "La multiforme misericordia de Dios ayuda de tal suerte a las caídas
humanas que no sólo se repara la esperanza de la vida eterna por la gracia del
bautismo, sino también por la medicina de la penitencia..., el perdón de Dios no
puede obtenerse sin las súplicas de los sacerdotes. Pues "el mediador entre
Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús" confió a los que presiden la Iglesia
la potestad de conceder a los que confiesan sus pecados la acción de la
penitencia y el admitirlos, una vez purificados por la satisfacción saludable, a la
comunión de los sacramentos por la puerta de la reconciliación... A aquellos que
imploran el remedio de la penitencia y luego el de la reconciliación en tiempo de
necesidad o cuando amenaza un peligro urgente, no se les ha de prohibir la
satisfacción ni negarles la reconciliación: porque ni podemos poner medida a la
misericordia de Dios ni circunscribir los tiempos ante quien la verdadera
conversión no tolera la demora de su perdón..." (DS 308-309). "Determino que
por todos los medios ha de removerse aquella presunción que atenta contra la
regla apostólica y que hace poco conocí que algunos han usado por usurpación
ilícita... es suficiente que el reato de las conciencias se comunique sólo a los
sacerdotes en confesión secreta... Es suficiente aquella confesión que se hace a
Dios en primer lugar y también al sacerdote, el cual ruega por los pecados de los
penitentes. Pues muchos podrán ser animados a la penitencia, si no se publica a
los oídos del pueblo la conciencia del que confiesa sus pecados" (DS 323).

En realidad, el rigorismo había comenzado a perder terreno en los siglos v y vi.


San Juan Crisóstomo (año 408) introduce un amplio sentimiento de misericordia.
Algunos de sus contemporáneos no participaron de esta opinión y condenaron a
Juan horrorizados de que mantuviera el perdón para los pecadores enseñando
lo siguiente: "Si pecas una segunda vez, haz penitencia una segunda vez, y
cuantas veces vuelvas a pecar, vuelve a mí y yo te curaré." Así, mientras la
penitencia pública va cayendo en desuso por su severidad y rigidez, comienza a
practicarse una forma de penitencia privada, que lentamente irá difundiéndose
por toda la Iglesia latina. Esta difusión es debida principalmente a la obra
misionera de los monjes irlandeses. Estos monjes, movidos por la necesidad de
atender a los fieles de las pequeñas comunidades locales más dispersas,
aplicaban la penitencia sacramental de una forma más personal y flexible.

Se mantienen los elementos esenciales

116. La penitencia privada no es sustancialmente una forma penitencial distinta


de la primitiva disciplina penitencial. El pecador, arrepentido, confiesa su pecado
a un sacerdote (no necesariamente al Obispo), que le impone una satisfacción
(al principio fue muy severa) y cuando ésta ha sido cumplida le concede la
absolución. La confesión de los pecados al sacerdote cobra tanta importancia en
esta época que, a partir del siglo vni, da nombre al sacramento de la Penitencia.
Es necesaria para que el confesor se haga cargo del estado de espíritu del
penitente, pero también se la considera como parte de la expiación. Por otro
lado, desde el siglo XI se acostumbra a conceder una "absolución" al final de la
confésión, aun antes de cumplir la satisfacción, con lo que desembocamos
rápidamente en la forma actual de administración de la Penitencia. En 1215 el IV
Concilio de Letrán impuso el precepto canónico actual de la confesión anual de
los pecados graves (DS 812).

Diferencias principales: carácter privado, reiteración

117. Las diferencias entre la penitencia privada y la disciplina primitiva consisten


principalmente en el carácter privado de la nueva forma penitencial y en la
reiteración de la misma, cuantas veces fuera necesaria sin necesidad de
integrarse en la clase oficial de los pecadores (orden de los penitentes),
sometidos a períodos regulares de penitencia según el tiempo litúrgico. La única
manifestación externa de la situación penitencial de aquél está en su abstención
temporal de la Eucaristía. Al hacerse privada la penitencia disminuye la
intervención expresa de la comunidad y la dimensión comunitaria del
sacramento.

Doctrina del Concilio de Trento

118. Un paso decisivo en la fijación de la práctica penitencial en la Iglesia tuvo el


Decreto sobre la penitencia del Concilio Tridentino. En realidad, el Concilio de
Trento no innovaba nada sobre este sacramento, sino que reducía a una síntesis
lo que constituía doctrina común en la Iglesia entera. La forma que la
celebración de la Penitencia tenía en aquella época quedó como paradigma de
la celebración del perdón: "La forma del sacramento de la penitencia, donde
reside principalmente su virtud, se contiene en las palabras del ministro: "Yo te
absuelvo, etc." A estas palabras la costumbre de la santa Iglesia añade
laudablemente algunas plegarias... La quasi materia de este sacramento son los
actos del mismo penitente, a saber: contricción, confesión y satisfacción" (DS
1673).

En cuanto a la confesión de los pecados el Concilio de Trento la declara


"necesaria por derecho divino" e incluye la obligación de manifestar todos los
pecados mortales, su número y especie, aun los ocultos (DS 1679-1683; 1706-
1707). La absolución del sacerdote es "un acto judicial", es decir, no una mera
declaración de que Dios ha perdonado el pecado, sino un acto operativo y
eficaz, a través del cual Dios perdona (DS 1684-1685; 1710).

Renovación del rito sacramental de la Penitencia: Concilio Vaticano II

119. El Concilio Vaticano II decidió la revisión de "el rito y las fórmulas de la


Penitencia, de manera que expresen más claramente la naturaleza y el efecto
del Sacramento" (SC 72). Fruto de la revisión establecida por el Concilio es el
nuevo Ritual de la Penitencia (RP). El Concilio actuó en este caso movido por la
misma intención que le llevó a la renovación del ritual de los restantes
sacramentos. Consciente de la importancia que tiene que los fieles comprendan
con facilidad los signos sacramentales, ha querido esclarecer y modificar
aquellos ritos que, con el correr de los tiempos, habrían difuminado de alguna
manera la naturaleza originaria, la finalidad y el núcleo esencial de los
sacramentos de la Iglesia. Así, adaptando los elementos rituales a las
circunstancias presentes de la vida eclesial, el Concilio se ha esforzado por
conseguir que los creyentes celebren "con la mayor frecuencia posible aquellos
sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida cristiana" (SC 59; cfr.
62).

La conversión sincera del corazón

120. El nuevo Ritual subraya la necesidad ineludible de la conversión que


implica el sincero dolor del corazón y la decisión de emprender un nuevo
camino. La conversión comunica todo su sentido y valor a la confesión de los
pecados que la Iglesia perdona, actualizando la salvación de Cristo, a través de
sus ministros. En el texto siguiente puede observarse cómo la conversión
sincera está en la raíz misma de todo el proceso penitencial que se celebra
sacramentalmente en la Iglesia: "El discípulo de Cristo que, después del pecado,
movido por el Espíritu Santo, acude al sacramento de la Penitencia, ante todo
debe convertirse de todo corazón a Dios. Esta íntima conversión del corazón,
que incluye la contrición del pecado y el propósito de una vida nueva, se expresa
por la confesión hecha a la Iglesia, por la adecuada satisfacción y por el cambio
de vida. Dios concede la remisión de los pecados por medio de la Iglesia, a
través del ministerio de los sacerdotes" (RP 6). De ahí que la Iglesia, en su
ministerio de evangelización, se sienta movida a urgir la predicación de la
penitencia como preparación para los sacramentos y, más en concreto, para
disponer a los creyentes a la celebración del sacramento de la Reconciliación
(Cfr. SC 9). Para valorar debidamente la penitencia sacramental es preciso que
exista un exacto sentido y una clara conciencia del pecado a partir de los cuales
se despierta el deseo de conversión y el aprecio auténtico de la salvación que
nos viene de Cristo por medio de la Iglesia.

De la contrición del corazón depende la verdad de la Penitencia

121. "Entre los actos del penitente ocupa el primer lugar la contrición, "que es un
dolor del alma y un detestar del pecado cometido con propósito de no pecar en
adelante' . En efecto, "solamente podemos llegar al Reino de Cristo a través de
la metanoia, es decir, de aquel íntimo cambio de todo el hombre —de hu manera
de pensar, juzgar y actuar— impulsado por la santidad y el amor de Dios, tal
como se nos ha manifestado a nosotros este amor en Cristo y se nos ha dado
plenamente en la etapa final de la historia" (Cfr. Hb 1, 2; Col 1, 19, y en otros
lugares; Ef 1, 23, y en otros lugares). De esta contrición del corazón depende la
verdad de la penitencia. Así pues, la conversión debe penetrar en lo más íntimo
del hombre para que le ilumine cada día más plenamente y lo vaya conformando
cada vez más a Cristo" (RP 6, a).

El pecado

122. El pecado ofende siempre a Dios (Cfr. DS 2291-2292). Por ello, el pecador
ha de retornar, movido por la gracia del Dios misericordioso, al Padre "que nos
amó primero" (1 In 4, 19), a Cristo muerto y resucitado por los hombres y al
Espíritu que se ha derramado copiosamente en nosotros (Cfr. RP 5). En virtud
de un misterioso designio de la voluntad divina, existe entre los hombres una tal
solidaridad que el pecado de uno daña también a los otros (Cfr. Pablo VI: Cónst.
Apost. Indulgentiarum doctrina, 1-1-1967). Para el cristiano, el horizonte del
pecado recibe una poderosa luz cuando es contemplado desde la Palabra de
Dios: su gravedad se muestra "como ruptura consciente y voluntaria de la
relación con el Padre, con Cristo y con la comunidad eclesial" (RP 43).
"
Por su acto personal y responsable, sus relaciones (del cristiano) con el Padre
se degradan, y su pecado perturba y debilita la comunión eclesial. En los
pecados colectivos, la acción pecaminosa del cristiano es, además, un
contratestimonio de su fe ante los hombres, y adquiere así una influencia
específica" (RP 42). En el proceso por el que el hombre alcanza, bajo la acción
del Espíritu, el reconocimiento de su personal condición pecadora, se pueden
observar niveles diversos de profundidad en relación con el núcleo más íntimo
de la personalidad, con el verdadero corazón humano: el nivel de los actos
manifiesta otros niveles más hondos: el de las actitudes y el de la opción
fundamental.

Actos, actitudes, opción fundamental

123. Se entiende por opción fundamental una de aquellas decisiones que


comprometen a una persona en su totalidad porque a través de ella el hombre
asumiría o ratificaría, desde el centro mismo de su personalidad, una actitud
radical en relación con Dios o con los hombres. "La opción fundamental es la
que define en último término la condición moral de una persona" (CES 10).

Esta radical decisión "de ordinario se expresa en situaciones, en actitudes, o en


un conjunto de actos" y también "puede manifestarse en actos singulares y
aislados" (RP 46).

Pecado mortal

124. "El pecado mortal hunde sus raíces en la mala disposición del corazón del
hombre (Cfr. Mt 15, 19-20), se sitúa en una actitud de egoísmo y cerrazón, se
proyecta en una vida construida al margen de las exigencias de Dios y de los
demás, y se concreta en una oposición de iniquidad frente a Cristo (Cfr. Mt 24,
12; 1 Jn 3, 4). El pecado mortal, por tanto, supone un fallo en lo fundamental de
la existencia cristiana —de ahí el nombre de ad mortem o mortal (Cfr. 1 Jn 5, 16;
St 1, 15)" (RP 46).

Pero estas condiciones no implican que todo pecado mortal suponga una
resistencia directa al precepto de la caridad o comporte una modificación
fundamental en el nivel de las opciones más profundas. Los actos singulares
pueden constituir una ruptura con relación a Dios Padre en la medida en que
gravemente contradigan sus preceptos e introduzcan un grave desorden en sus
designios salvadores. Más aún: la alteración de las opciones fundamentales en
el comportamiento humano acontece normalmente por el progresivo deterioro
que causan en él la concatenación de actos —tal vez aparentemente
superficiales— pero que, de hecho, disponen al espíritu a imprimir en su
trayectoria un giro radicalmente nuevo. En ocasiones, el momento mismo en que
se opta por el nuevo itinerario está sellado por un decisivo acto singular: "A cada
uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce: el deseo
concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando se comete, engendra muerte"
(St 1, 14-15).

Por eso, el que se apartó gravemente del amor de Dios necesita también un
tiempo de maduración para retornar a la casa paterna. El respeto debido a la
libertad humana comporta valorar la capacidad moral de los hombres y no
reducir desmedidamente su responsabilidad (Cfr. CES 9-10).

Pecado venial

125. "Esta voluntad de ruptura que constituye el pecado mortal, dista mucho de
los fallos y ligerezas de la vida cotidiana, que nos demuestran la imperfección y
la debilidad de nuestro amor a Dios y a los hermanos. Estos son los pecados
veniales, que nos atestiguan nuestra condición de pecadores (1 Jn 1, 8-2, 2),
pero que no nos excluyen del Reino de Dios" (RP 47). El reconocimiento sincero
de los pecados veniales, de la fragilidad y de las omisiones cotidianas conduce a
la claridad de conciencia porque ayuda a descubrir el auténtico fondo de nuestro
espíritu y las implicaciones que se dan entre nuestros pequeños egoísmos y las
opciones radicales de nuestra vida. El entramado de la conducta cotidiana
constituye el campo de cultivo donde se desarrollan gérmenes de cizaña que
debilitan las fuerzas espirituales. La turbia confusión del corazón se opone de
muy diversas maneras a las exigencias de Cristo; para seguirle con sinceridad,
hay que abrirse a su luz juzgadora: "Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no
camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).

La luz de Cristo busca iluminar los escondidos escondrijos del hombre para
hacer luminosa toda su existencia: "La lámpara de tu cuerpo es el ojo; cuando tu
ojo está sano, tu cuerpo entero tiene luz; pero cuando está enfermo, tu cuerpo
está a oscuras. Por eso mira a ver, no sea que la única luz que tienes esté
apagada" (Lc 11, 34-35).

La confesión de los pecados expresa la conversión

126. "La confesión de las culpas, que nace del verdadero conocimiento de sí
mismo ante Dios y de la contricción de los propios pecados, es parte del
sacramento de la Penitencia. Este examen interior del propio corazón y la
acusación externa debe hacerse a la luz de la misericordia divina. La confesión,
por parte del penitente, exige la voluntad espiritual mediante el cual, como
representante de Cristo y en virtud del poder de las llaves, pronuncia la
sentencia de absolución o retención de los pecados" (RP 6, b). La confesión de
los pecados no es una información que se da al ministro de la Iglesia, sino la
expresión personal y concreta de la conversión (Cfr. RP 64). "Para recibir
fructuosamente el remedio que nos aporta el sacramento de la Penitencia,
según la disposición del Dios misericordioso, el fiel debe confesar al sacerdote
todos y cada uno de los pecados graves que recuerde después de haber
examinado su conciencia. Además, el uso frecuente y cuidadoso de este
sacramento es también muy útil en relación con los pecados veniales. En efecto,
no se trata de una mera repetición ritual ni de un cierto ejercicio psicológico, sino
de un constante empeño en perfeccionar la gracia del Bautismo, que hace que
de tal forma nos vayamos conformando continuamente a la muerte de Cristo,
que llegue a manifestarse también en nosotros la vida de Jesús. En estas
confesiones los fieles deben esforzarse principalmente para que, al acusar sus
propias culpas veniales, se vayan conformando más y más a Cristo y sean cada
vez más dóciles a la voz del Espíritu" (RP 7, a y b).

La satisfacción, signo de conversión

127. La satisfacción de los pecados, el cambio de vida y la reparación de los


daños debe ser índice de la voluntad de conversión y del esfuerzo a quz se está
dispuesto en la nueva etapa que se inaugura con la reconciliación sacramental.
Para que la satisfacción tenga todo su sentido, debe tratar de reparar
operativamente el orden que destruyó y ser "medicina opuesta a la enfermedad"
que afligió al penitente. Para ser signo de auténtica conversión ha de tratarse de
algo realmente adaptado a la situación del penitente, tanto en la línea de la
superación personal como en la del servicio a los demás. "Así el penitente,
'olvidándose de lo que queda atrás' (F1p 3, 13), se injerta de nuevo en el
misterio de la salvación y se encamina de nuevo hacia los bienes futuros" (RP 6,
c; cfr. 65).

La absolución, signo del perdón

128. "Al pecador que manifiesta su conversión al ministro de la Iglesia en la


confesión sacramental, Dios le concede su perdón por medio del signo de la
absolución y así el sacramento de la Penitencia alcanza su plenitud. En efecto,
de acuerdo con el plan de Dios, según el cual la humanidad y la bondad del
Salvador se han hecho visibles al hombre, Dios quiere salvarnos y restaurar su
alianza con nosotros por medio de signos visibles" (RP 6, d). El sacerdote
absuelve al penitente con estas palabras: "Dios, Padre misericordioso, que
reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y derramó el
Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de
la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo."

Es este el momento decisivo en la reconciliación de los penitentes: la palabra


sacramental culmina la acción sacramental. Las mismas palabras de la
absolución, como ocurre en toda la economía sacramental, proclaman "la fe de
la Iglesia en este sacramento; uniéndose, con un acto personal, a esta fe
proclamada, el penitente recibe el perdón y la paz de Dios por el ministerio
eclesial" (RP 60). La fórmula de la absolución muestra de modo admirable que la
reconciliación entre Dios y los hombres es un acontecimiento de salvación en el
que se hacen presentes el amor del Padre, el misterio salvador de Cristo y la
comunicación del Espíritu Santo; de esta forma, el perdón sacramental se
manifiesta insertado en el misterio pascual de Cristo "del cual la penitencia,
como todos los sacramentos, recibe su poder" (SC 61); finalmente, aparece con
claridad la sacramentalidad de la acción penitencial: es en la Iglesia donde se
celebra la presencia del perdón de Cristo y, más en concreto, en el ministerio del
sacerdote, en el que se concentra la acción de la Iglesia cuando actúa como
signo personal de Cristo, cabeza de la Iglesia (Cfr. RP 60). "El gesto de
extensión de manos sobre la cabeza del penitente tiene a su favor toda la
práctica bíblica, continuada por la tradición de la Iglesia. Se trata de un signo de
bendición, de acogida, de reconciliación, de donación del Espíritu" (RP 63).

Presencia de la Sagrada Escritura en la celebración del sacramento

129. El Concilio Vaticano II, al trazar las grandes líneas de la renovación


litúrgica, subrayó que en las celebraciones sagradas debe manifestarse con
claridad "la íntima conexión entre la palabra y el rito" y que, para ello, "debe
haber lecturas de la Sagrada Escritura más abundantes, más variadas y más
apropiadas" (SC 35).

El nuevo Ritual de la Penitencia, promulgado por Pablo VI, pone en práctica este
principio general insertando orgánicamente en el mismo rito sacramental la
proclamación de la Palabra de Dios, tanto en las celebraciones colectivas como
en el rito de reconciliación de un solo penitente. De esta manera, se pone muy
de relieve la estrecha relación que existe entre la fe y el perdón de los pecados,
que constituye una de las afirmaciones básicas del Nuevo Testamento y una
vivencia constante de la Iglesia. La pastoral de la penitencia, por su misma
naturaleza, exige la predicación de "la palabra de la fe" (Rm 10, 8): en el ámbito
de la fe activa y eclesial, el penitente reconoce y confiesa su pecado, y
confiando en la fuerza del Espíritu y la ayuda de los hermanos, acomete la lucha
contra el mal y el esfuerzo constante por alcanzar el espíritu evangélico de las
bienaventuranzas: "por esta fe, en fin, podrá vivir la alegría de ser reconciliado
con Dios y con la Iglesia, por la acción de Cristo presente en ella, y la gracia del
Espíritu Santo" (RP 58; cfr. 55-57).

La lectura bíblica en el interior de la celebración sacramental muestra la iniciativa


divina en el proceso de conversión y reconciliación, introduce "a la acción
sacramental por la cual Dios comunica, en la visibilidad del signo eclesial, su
perdón y su paz" (RP 59) y propone particularmente como metas de plenitud de
vida los vestigios marcados por Cristo en sus palabras y, sobre todo, en la
oblación de su misterio pascual: "Pues para esto habéis sido llamados, ya que
también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que
sigáis sus huellas" (1P 2, 21). La Penitencia sacramental constantemente
"renueva y reproduce, a nivel del bautizado, el proceso catecumenal de
iniciación a la lucha cristiana" (RP 56).

La Penitencia sacramental, celebración en la comunidad de la Iglesia

130. El Concilio Vaticano II ha enseñado insistentemente que los sacramentos


son acciones de Cristo y de la Iglesia. Como consecuencia coherente, determinó
también que "siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia,
admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los
fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una
celebración individual y casi privada" (SC 27). Una catequesis sobre la
Penitencia sacramental implica que se destaque oportunamente la dimensión
eclesial del pecado, los aspectos de comunión que concurren en el signo
sacramental de la reconciliación y la participación de toda la Iglesia en el
proceso de la conversión (Cfr. RP 49).

Porque el pecado del cristiano afecta siempre a la Iglesia, pues retrasa el influjo
de su misión y oscurece su rostro ante los hombres, por esa razón "la
reconciliación no es sólo una invisible relación entre Dios y el pecador, sino que,
por voluntad de Cristo y por fidelidad al mismo hecho eclesial, implica una
relación visible con la Iglesia" (RP 52; cfr. 50). "Toda la Iglesia, como pueblo
sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de reconciliación que le
ha sido confiada por Dios. No sólo llama a la penitencia por la predicación de la
Palabra de Dios, sino que intercede por los pecadores y ayuda al penitente con
atención y solicitud maternal, para que reconozca y confiese sus pecados, y así
alcance la misericordia de Dios, ya que sólo él puede perdonar los pecados.
Pero, además, la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión y
absolución del penitente por el ministerio entregado por Cristo a los apóstoles y
a sus sucesores... Los presbíteros, en el ejercicio de este ministerio, actúan en
comunión con el obispo y participan de la potestad y función de quien es el
moderador de la disciplina penitencial" (RP 8 y 9). Y la comunidad entera, con
gran gozo, acoge de nuevo al hermano que "estaba muerto y ha revivido, estaba
perdido y lo hemos encontrado" (Lc 15, 32; cfr. RP 52).

Encuentro sacramental con Cristo

131. La Penitencia sacramental ha de realizarse como diálogo y encuentro, con


toda la riqueza que esto sugiere a nivel personal, eclesial y religioso. Para el
pecador que ha negado u olvidado las exigencias de su Bautismo, el encuentro
penitencial es decisivo para que su vida vuelva a ser historia de salvación. Es,
pues, un encuentro verdaderamente personal del hombre con Dios en el misterio
reconciliador de Cristo. La Penitencia es, así, un encuentro sacramental con
Cristo glorificado, encuentro misterioso, pero real y verdadero, plenitud en el
nivel de los encuentros humanos, que se hace visible en el signo del ministerio
de la Iglesia.

Varias formas de celebración de la penitencia sacramental

132. El nuevo Ritual de la Penitencia presenta tres formas distintas de


celebración:

a. Reconciliación de un solo penitente.


b. Reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual.
c. Reconciliación de muchos penitentes con confesión y absolución general.

La tercera forma de celebración tiene carácter excepcional y se rige por


disciplina propia. Por lo que se refiere a las dos primeras, una catequesis
inteligente deberá valorar las riquezas de la dimensión personal y de la
dimensión comunitaria que se entrecruzan en la Penitencia sacramental. De una
parte, "la celebración común manifiesta más claramente la naturaleza eclesial de
la penitencia. Ya que los fieles oyen juntos la palabra de Dios, la cual al
proclamar la misericordia divina, les invita a la conversión; juntos también
examinan su vida a la luz de la misma palabra de Dios y se ayudan mutuamente
con la oración. Después que cada uno ha confesado sus pecados y ha recibido
la absolución, todos a la vez alaban a Dios por las maravillas que ha realizado
en favor del pueblo que adquirió para sí con la sangre de su Hijo" (RP 22).

De otra parte, en la reconciliación de un solo penitente, persistiendo


fundamentalmente los elementos de la celebración en comunidad (Cfr. RP 73),
se ponen más de relieve valores que indudablemente contiene como la
intransferibilidad personal que comporta toda auténtica conversión a Dios en
Cristo y se dignifica con particular acento la actitud de Jesús, que curaba a los
enfermos: "poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando" (Lc 4, 40) y
como Buen Pastor, "va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera"
(Jn 10, 3). La praxis pastoral debe "velar por la complementariedad de aspectos.
Así, por ejemplo, en las celebraciones individuales, convendrá no perder el
elemento ritual que ayuda a conservar el sentido litúrgico; en la celebración
comunitaria, convendrá, en cambio, cuidar los tiempos de silencio y asegurar la
calidad del encuentro personal para la confesión y la absolución" (RP 54).

La Iglesia, en todo caso, insistiendo en la dimensión comunitaria de los


sacramentos, procura que se muestre claramente que el pecador reconciliado se
integra de nuevo en una comunidad que le ha acompañado en su conversión
"con su caridad, con su ejemplo y con sus plegarias" (LG 11) y, al mismo tiempo,
comprende que en la Penitencia sacramental se ofrece un cauce privilegiado
para educar la conciencia de los creyentes y para moverles al logro de una más
honda densidad de su existencia cristiana: esto es lo que induce a la Iglesia a
atender y escuchar personalmente a los penitentes porque sabe que se curan
mejor las heridas con un tratamiento individualizado y profundo que con la
terapéutica genérica de los remedios comunes. La Iglesia, en una palabra, trata
de evitar tanto la despersonalización de los cristianos como una concepción
privatista del pecado y del perdón que olvidase prácticamente la referencia al
contexto eclesial.

Tema 57. UNCIÓN DE LOS ENFERMOS: LA ESPERANZA CRISTIANA EN EL


DOLOR DE LA ENFERMEDAD Y DE LA MUERTE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Presentar la Unción de los Enfermos como la celebración de la presencia del Espíritu, que da
esperanza al creyente en medio de la enfermedad y de la muerte.

 Descubrir que el creyente, en esta situación, se asocia de una manera especial al misterio pascual de
Cristo.

Cristo en medio de la enfermedad

133. Cristo se encuentra con el creyente también en medio de su enfermedad.


La enfermedad supone una situación dura y crítica, en la que es puesta a prueba
la misma fe: "¿Por qué, Señor...?". El sacramento de la Unción de los Enfermos
significa y actualiza un rasgo esencial de la Iglesia el de ser la comunidad llena
de esperanza que triunfa incluso del aparente fracaso definitivo: la muerte.

La enfermedad, desgarro de sí, ruptura de la unidad personal


134. La enfermedad es una situación dura y crítica. Estar enfermo es estar en un
mundo diferente. Al verse invadida por la enfermedad, la persona humana
experimenta una especie de elemento hostil, que le hostiga obsesivamente, que
le ataca violentando sus tendencias, sus gustos, su voluntad. Es un
acontecimiento que se le impone a uno mismo, sin haberlo deseado. La fatiga, la
fiebre, el embotamiento, el dolor físico... invaden como intrusos el organismo
corporal. La enfermedad bloquea al hombre a pesar suyo, invade la conciencia
sin su consentimiento, domina y esclaviza la voluntad, amenaza con destruir
todo lo que se tiene e, incluso, lo que uno es. El enfermo siente la tentación de
considerar su cuerpo como un obstáculo, como un objeto exterior independiente
y enemigo. La enfermedad conduce a un desgarro de sí, a una ruptura de la
unidad personal: "mi cuerpo está contra mí". La enfermedad provoca también
una crisis de comunicación.

Crisis de comunicación con los demás

135. El sufrimiento obliga al enfermo a prestarse a sí mismo una atención tan


exclusiva, que disloca sus relaciones con los demás. Se siente como si fuera el
único en sufrir. Este repliegue sobre sí mismo se ve acentuado por el hecho de
encontrarse limitado a un horizonte cada vez más estrecho. El enfermo ha de
permanecer en una habitación, ha de guardar cama: sólo le son posibles unos
movimientos y unos pocos gestos. En último extremo, deberá ser ayudado para
comer, cambiarse, para satisfacer sus necesidades más elementales. Se siente
en una situación de dependencia que modifica profundamente el modo como
vivía antes su relación con los otros. Esta experiencia de dependencia es la más
inmediatamente penosa: sufre por percibirse como una carga para los demás,
por hallarse siempre en el lugar del que recibe. Por otra parte, la duración de la
enfermedad origina el espaciamiento de las visitas. El enfermo renunciará pronto
a retener a aquellos con quienes la comunicación ya no parece posible.

El enfermo palpa su propia fragilidad

136. La enfermedad conduce a una comprensión más profunda de uno mismo


como ser contingente. El enfermo palpa la fragilidad de su ser, que él creía hasta
ahora firme y seguro. Su cuerpo amenazado le descubre la existencia de la
contingencia; la cual se ve aún acentuada por la aparición brusca de la idea de
la muerte, que la curación no conseguiría más que retrasar. La enfermedad
manifiesta a la muerte como un destino inevitable.

¿Por qué...?

137. En medio del desconcierto que acompaña al dolor y a la enfermedad surge


frecuentemente la tentación de rebeldía frente a Dios: "¿Qué he hecho yo?, ¿por
qué a mí?, ¿por qué Dios me manda esto?"... En los casos más extremos se
producen reacciones semejantes a la de Job: "¿Por qué al salir del vientre no
morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos
pechos me dieron de mamar? Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo
mismo que los reyes de la tierra, que se alzan mausoleos; o como los nobles,
que amontonan oro y plata en sus palacios. Ahora sería un aborto enterrado,
una criatura que no llegó a ver la luz" (Jb 3, 11-16).

La enfermedad, un mal que debe ser combatido

138. Como la pobreza y la miseria, la enfermedad es un mal que debe ser


combatido. Es malo estar solo. Por ello entra dentro del plan salvador de Dios el
que el hombre luche ardientemente contra cualquier enfermedad y busque
solícitamente la salud. Los médicos y todos los que de algún modo tienen
relación con el enfermo han de hacer, intentar y disponer todo lo que consideren
provechoso para aliviar el espíritu y el cuerpo de los que sufren; al comportarse
así, cumplen con aquella palabra de Cristo que mandaba visitar a los enfermos,
queriendo indicar que era el hombre completo el que se confiaba a sus visitas
para que le ayudaran en su vigor físico y le confortaran en su espíritu (Cfr. Ritual
de la Unción [RU], 3 y 4).

Jesús vence al mal en todas sus manifestaciones

139. Los evangelios muestran claramente el cuidado corporal y espiritual con


que el Señor atendió a los enfermos: "recorría toda Galilea enseñando en las
sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y
dolencias del Pueblo" (Mt 4, 23). El encomienda a sus discípulos que procedan
del mismo modo: "Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad
enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis
recibido gratis, dadlo gratis" (Mt 10, 7-8). Jesús se presenta en el mundo como
quien vence al mal en todas sus manifestaciones: la enfermedad, el pecado, la
muerte.

Los milagros de curación, signos de esperanza

140. Jesús ve en la enfermedad un mal del que sufren los hombres, una
consecuencia del pecado, un signo del poder de Satán. Las curaciones que
Jesús realiza significan, a la vez, su triunfo sobre Satán y la presencia del Reino
de Dios entre nosotros (Cfr.Mt 11, 5). Si bien la enfermedad aún no desaparece
del mundo, no obstante la fuerza divina que finalmente la vencerá está desde
ahora en acción. Jesús, ante todos los enfermos que le dicen su confianza (Mc
1, 40; Mt 8, 2-6), manifiesta una sola exigencia: que crean, pues todo es posible
a la fe (Mt 9, 28; Mc 5, 36; 9, 23). Los milagros de curación confirman la
esperanza a la que toda la humanidad está llamada, esperanza que no será
confundida.

El sacramento de la Unción de los Enfermos

141. Junto a las curaciones que tiene a bien realizar, Jesús deja para la
humanidad sufriente por la enfermedad el sacramento de la Unción. Esbozado
ya en el evangelio de Marcos (6, 13) y proclamado en la carta de Santiago, fue
celebrado siempre por la Iglesia en favor de sus miembros a los que unge y por
los que ora, invocando el nombre del Señor para que los alivie y los salve.
"
¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que
recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la
oración de fe salvará al enfermo. y el Señor lo curará, y. si ha cometido pecado,
lo perdonará" (St 5, 14-15).

Tradición de la Iglesia en Oriente y Occidente

142. Pablo VI, en la Constitución Apostólica sobre el sacramento de la Unción


de los Enfermos, incluye esta breve historia del mismo:
"
Testimonios sobre la unción de los enfermos se encuentran, desde tiempos
antiguos, en la Tradición de la Iglesia, especialmente en la litúrgica, tanto en
Oriente como en Occidente. En este sentido, se pueden recordar de manera
particular la carta de nuestro predecesor Inocencio I a Decencio, Obispo de
Gubbio, y el texto de la venerable oración usada para bendecir el óleo de los
enfermos: "Envía, Señor, tu Espíritu Santo Paráclito", que fue introducido en la
Plegaria Eucarística y se conserva aún en el Pontifical Romano".
"
A lo largo de los siglos, se fueron determinando en la tradición litúrgica con
mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las partes del cuerpo del
enfermo que debían ser ungidas con el Santo Oleo, y se fueron añadiendo
distintas fórmulas para acompañar las unciones con la oración, tal como se
encuentran en los libros rituales de las diversas Iglesias. Sin embargo, en la
Iglesia Romana prevaleció desde el Medievo la costumbre de ungir a los
enfermos en los órganos de los sentidos, usando la fórmula: "Por esta santa
unción y por su bondadosa misericordia te perdone el Señor todos los pecados
que has cometido", adaptada a cada uno de los sentidos.

Concilios de Florencia, Trento y Vaticano II

143. "La doctrina acerca de la Santa Unción se expone también en los


documentos de los Concilios Ecuménicos, a saber, el Concilio de Florencia y,
sobre todo el de Trento y el Vaticano II.

El Concilio de Florencia describió los elementos esenciales de la Unción de los


Enfermos; el Concilio de Trento declaró su institución divina y examinó a fondo
todo lo que se dice en la carta de Santiago acerca de la Santa Unción,
especialmente lo que se refiere a la realidad y a los efectos del Sacramento: "Tal
realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es
que aún quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado; alivia y conforta
el alma del enfermo suscitando en él gran confianza en la divina misericordia,
con lo cual el enfermo, confortado de este modo, sobrelleva mejor los
sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmente las tentaciones
del demonio "que lo acecha al calcañar" (Gn 3, 15) y consigue a veces la salud
del cuerpo si fuera conveniente a la salud de su alma". El mismo Santo Sínodo
proclamó, además, que en las palabras del Apóstol se indica con bastante
claridad que "esta unción se ha de administrar a los enfermos y, sobre todo, a
aquellos que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar ya en fin de
vida, por lo cual es también llamada sacramento de los moribundos". Finalmente,
por lo que se refiere al ministro propio, declaró que éste es el presbítero.

Por su parte, el Concilio Vaticano II ha dicho ulteriormente: "La Extremaunción,


que puede llamarse también, y más propiamente, unción de los enfermos, no es
sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su
vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo empieza cuando el cristiano
comienza a estar en peligro de muerte por enfermedad o por vejez" (SC 73; cfr.
DS 1324; 1694-1700; 1716-1719).

Renovación de Pablo VI

144. Asimismo, Pablo VI, para que se adapte mejor a las condiciones de los
tiempos actuales, establece para el Rito Latino cuanto sigue: El Sacramento de
la Unción de los Enfermos se administra a los gravemente enfermos
ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente
bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y
pronunciando una sola vez estas palabras: "Por esta santa Unción y por su
bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para
que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad" (RU 143 y 221).

El signo sacramental de la Unción de los Enfermos

145. El simbolismo de la unción consiste en un gesto fraternal de asistencia que


evoca la acción de una persona atenta a la prueba por la que pasa el enfermo.
Expresa la solicitud de la comunidad cristiana para con aquel que sufre. Esta
solicitud misma revela el comportamiento de Cristo atento a la situación crítica
del hombre enfermo. El sacramento remite, así, por una parte a la comunidad
eclesial y, por otra, a la presencia eficaz de Cristo en medio de su Iglesia.

"La celebración del sacramento consiste primordialmente en lo siguiente: previa


la imposición de manos por los presbíteros de la Iglesia, se proclama la oración
de la fe y se unge a los enfermos con el óleo santificado por la bendición de
Dios: con este rito se significa y se confiere la gracia del sacramento. Este
sacramento otorga al enfermo la gracia del Espíritu Santo, con lo cual el hombre
entero es ayudado en su salud, confortado por la confianza en Dios y
robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de tal
modo que pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar
contra ellos e, incluso, conseguir la salud si conviene para su salvación
espiritual; asimismo, le concede, si es necesario, el perdón de los pecados y la
plenitud de la Penitencia cristiana. En la santa Unción, que va unida a la oración
de la fe (Cfr. St 5, 15), se expresa, ante todo, la fe que hay que hacer suscitar
tanto en el que administra como, de manera especial, en el que recibe el
sacramento; pues lo que salvará al enfermo es su fe y la de la Iglesia, que mira a
la muerte y resurrección de Cristo, de donde brota la eficacia del sacramento
(Cfr. St 5, 15) y entrevé el reino futuro cuya garantía se ofrece en los
sacramentos" (RU 5-7). Debe administrarse esta santa Unción a los creyentes
que, por enfermedad o avanzada edad, vean en grave peligro su vida. La
gravedad de la enfermedad se juzga, sin angustias, de acuerdo con un dictamen
prudente y probable de la misma. Si el enfermo convalece, puede celebrarse de
nuevo este sacramento y también puede repetirse si, en el curso de la misma
enfermedad, la situación llegara a ser crítica. Los ancianos, cuyas fuerzas se
debilitan seriamente, aun cuando no padezcan enfermedad grave, pueden
recibir la Unción y también los niños, con tal de que comprendan el sentido del
signo sacramental (Cfr. RU 8-12).

Sólo los sacerdotes —Obispos y presbíteros— son los ministros propios de la


Unción de los Enfermos. La presencia del Obispo cerca de los enfermos,
presidiendo una celebración o realizando una visita de consuelo, es un
testimonio claro de su misión de Pastor y de Padre. "La presencia del presbítero
junto al enfermo es signo de la presencia de Cristo, no sólo porque es ministro
de los sacramentos de la Unción, la Penitencia y la Eucaristía, sino porque es
especial servidor de la paz y del consuelo de Cristo" (RU 57, b).

Superación de la angustia, robustecimiento de la fe. El cristiano evangeliza


desde su enfermedad: el signo de la esperanza

146. "El hombre, al enfermar gravemente, necesita de una especial gracia de


Dios, para que, dominado por la angustia, no desfallezca su ánimo, y sometido a
la prueba, no se debilite su fe. Por eso Cristo robustece a sus fieles enfermos
con el sacramento de la Unción fortaleciéndolos con una firmísima protección"
(RU 5). Por la presencia eficaz del Espíritu de Jesús, la enfermedad pierde su
carácter más duro, desesperado, lacerante. Como la pobreza y la muerte (1 Co
15, 55), pierde su aguijón para convertirse en signo evangélico de paz, de
serenidad y de esperanza. El cristiano enfermo evangeliza desde su situación
deficitaria y dolorosa: "los enfermos, con su testimonio, deben recordar a los
demás el valor de las cosas esenciales y sobrenaturales y manifestar que la vida
mortal de los hombres ha de ser redimida por el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo" (RU 3). "Tanto en la catequesis comunitaria como en la
familiar, los fieles deben ser instruidos de modo que sean ellos mismos los que
soliciten la Unción, y llegado el tiempo oportuno de recibirla, puedan aceptarla
con plena fe y devoción de espíritu, de modo que no cedan al riesgo de retrasar
indebidamente el sacramento" (RU 13).

Dimensión comunitaria del sacramento

147. Este sacramento, como los demás, tiene un carácter comunitario que, en la
medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración. La enfermedad de
uno de sus miembros presenta a la comunidad eclesial una de las grandes
ocasiones para manifestarse como comunidad de amor. Durante la enfermedad
los lazos que vinculan a unos y otros no sólo no se rompen, sino que adquieren
un sentido nuevo y una nueva forma: "cuando un miembro sufre, todos sufren
con él" (1 Co 12, 26). En ciertos casos, será factible la presencia de algunos
miembros de la comunidad; en otros muchos, la comunidad se verá reducida a
la presencia de la familia; incluso no faltarán ocasiones en las que se hallarán
solos el ministro y el enfermo, en cuyo caso se hará comprender a este último
que allí mismo está la Iglesia (Cfr. RU 33; 57d; 74). La comunidad cristiana hará
comprender al enfermo que no es un peso, que no es un fracasado, que no está
solo, que no va hacia la nada, que Dios no le castiga, que Dios le perdona, que
será liberado, que no hay nada que le pueda apartar del amor de Dios y de
Cristo (Cfr. Rm 8, 31-35).

El sufrimiento se torna humano, es decir, con esperanza

148. Por la fe y el amor el creyente es liberado de las desgracias del cuerpo. Su


sufrimiento se torna humano, es decir, con esperanza. Sólo dentro de esta
perspectiva es posible comprender las audaces paradojas de San Pablo. No se
trata de juegos de palabras, sino expresión de la fuerza del cristiano que triunfa
por encima del sufrimiento: presionado por todas partes, pero no aplastado; no
sabiendo qué esperar, pero no desesperado; perseguido, pero no abandonado;
abatido, pero no aniquilado; tenido por moribundo y siempre vivo; por. afligido y
siempre alegre... (Cfr. 2 Co 4, 8ss; 6, 8ss).

Tema 58. SACERDOCIO MINISTERIAL: AL SERVICIO DE LA MISIÓN DE


CRISTO Y DE LA IGLESIA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

— Presentar el Sacramento del Sacerdocio Ministerial como la celebración de la presencia eficaz del
Espíritu que consagra de modo especial al creyente al servicio de la misión de Cristo y de la Iglesia.

— Destacar que este servicio es, ante todo, un don del Espíritu para la construcción del Reino de Dios.

Todos responsables en la Iglesia

149. Los miembros de la Iglesia están unidos a Cristo nor la fe y por el Bautismo.
Todos participan de alguna manera en la misión que Cristo recibió del Padre.
Todos deben contribuir al crecimiento de la Iglesia. Todos deben colaborar en la
difusión del Evangelio con el testimonio de su vida y de su palabra. Todos
pueden y deben ofrecer al Padre el sacrificio único de Cristo, participando
activamente en la celebración de la Eucaristía. Pero Cristo estableció su Iglesia
de manera que en ella hubiera quienes sirvieran a todo el pueblo de Dios con
una potestad especial para anunciar la palabra de Dios, celebrar los
sacramentos, conducir y gobernar a toda la Iglesia: Obispos, presbíteros y
diáconos. Cada uno según el grado en que ha sido ordenado representa a Cristo
en la Iglesia, y ejerce el ministerio propio en nombre de Cristo y al servicio del
pueblo de Dios.

Cristo eligió a los Apóstoles

150. Jesucristo eligió en primer lugar a los doce Apóstoles. En sustitución de


Judas, los once, iluminados por el Espíritu Santo, eligieron a Matías como
testigo y apóstol de Cristo, incorporándole al grupo. Igualmente Pablo recibió de
Cristo resucitado la misma misión y autoridad que los demás Apóstoles. A los
Apóstoles confió Cristo la plenitud de la misión que El recibió del Padre. Puso al
frente del grupo de los Apóstoles a Pedro. Este Colegio Apostólico constituido
por el conjunto de los Apóstoles presididos por Pedro recibieron una misión y
una potestad que había de permanecer hasta el fin de los tiempos. Los
Apóstoles fueron eligiendo colaboradores que les sucedieran en su oficio
apostólico hasta el fin de los siglos (Cfr. 1 Tm 5, 22). En algunos aspectos la
misión de los Apóstoles era intransferible: vgr. ellos fueron testigos directos de la
vida, muerte y resurrección de Cristo. Misión de los sucesores de los Apóstoles y
de toda la Iglesia ha sido trasmitimos con toda fidelidad el testimonio de los
Apóstoles.

El ministerio de los Apóstoles pertenece a la estructura misma de la


Iglesia, desde los orígenes

151. En los escritos del Nuevo Testamento aparece claro que a la estructura
original de la Iglesia pertenecen los Apóstoles y la comunidad de los fieles,
unidos entre sí por mutua conexión, bajo Cristo cabeza y bajo el influjo de su
Espíritu. Los Apóstoles tuvieron colaboradores en el ministerio (Cfr. Hch 6, 2-6;
11, 30; 13, 1; 14, 23; 20, 17; 1 Ts 5, 12-13; Flp 1, 1; Col 4, 11-12), y con el fin de
que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a
modo de testamento a sus inmediatos colaboradores el encargo de perfeccionar
y confirmar la obra comenzada por ellos (Cfr. Hch 20, 25-27; 2 Tm 4, 5; 1 Tm 5,
22; 2 Tm 2, 2; Tt 1, 5; Clemente Romano, Ad Cor 44, 3), encomendándoles que
atendieran a toda la grey, en medio de la cual les había puesto el Espíritu de
Dios (Cfr. Hch 20, 28). Así establecieron colaboradores y les dieron además la
orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su
ministerio (Cfr. Clemente Romano, ad Cor 44, 2; LG 20). Las cartas de San
Pablo muestran que él mismo era consciente de actuar en virtud de la misión y
del mandato de Cristo (Cfr. 2 Co 5, 18ss). Los poderes confiados al apóstol en
favor de las Iglesias eran entregados en cuanto comunicables a otros varones
(Cfr. 2 Tm 1, 6), los cuales a su vez quedaban obligados a entregarlos de nuevo
(Cfr. Tt 1, 5). "Aquella estructura esencial de la Iglesia, constituida por la grey y
los pastores expresamente designados (Cfr. 1 P 5, 1-4), fue siempre y sigue
siendo normativa en conformidad con la tradición de la misma Iglesia" (II Sínodo
'de los Obispos de 1971, el Sacerdocio ministerial. [SM]).

Los Obispos, sucesores de los Apóstoles


152. El sucesor de Pedro como cabeza del Colegio Apostólico es el Papa.
Sucesores de los Apóstoles son los Obispos. Desde los primeros tiempos de la
vida de la Iglesia, los Apóstoles y sus sucesores inmediatos, guiados por el
Espíritu Santo, y con potestad recibida de Cristo, establecieron otros ministerios,
siempre vinculados al ministerio apostólico. "Cristo, a quien el Padre santificó y
envió al mundo (In 10, 36), ha hecho participantes de su consagración y de su
misión a los obispos por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Ellos han
encomendado legítimamente el oficio de su ministerio en diverso grado a
diversos sujetos en la Iglesia (S. Ignacio, Mártir, Ad Ephes 5, 1). Así el ministerio
eclesiástico de divina institución es ejercitado en diversas categorías por
aquellos que ya desde antiguo se llamaron obispos, presbíteros, diáconos " (LG
28). En la Iglesia primitiva la distribución de los ministerios eclesiásticos no se
logró de golpe, sino que se fue desarrollando de manera progresiva, según las
necesidades. Muy pronto aparecen en la Iglesia no sólo los Obispos como
sucesores de los Apóstoles, sino también los presbíteros y diáconos como
colaboradores del ministerio apostólico, si bien la terminología que encontramos
en los escritos del Nuevo Testamento no corresponde con toda exactitud a la
actual terminología de la Iglesia.

El rito de la imposición de las manos

153. Los Apóstoles transmiten a sus colaboradores y sucesores mediante el rito


de la imposición de las manos (Cfr. 1 Tm 1, 18; 4, 14; 2 Tm 1, 6; 2, 2; Tt 1, 5), la
potestad y misión que ellos recibieron de Cristo. Por este rito de la imposición de
las manos Cristo comunica el "carisma de Dios" (2 Tm 1, 6), es decir, el don del
Espíritu que capacita a quien lo recibe para desempeñar el ministerio. Este
carisma ministerial se comunica de una vez para siempre; puede ser descuidado
o "reavivado". Esta imposición de manos se hace en la Iglesia primitiva
guardando un cierto ceremonial que fundamentalmente consiste en una oración
(Cfr. Hch 13, 3; 14, 23), en la entrega de la doctrina apostólica, próbablemente
mediante la recitación de alguna fórmula breve y en la confesión _de fe por parte
del elegido (Cfr. 1 Tm 6, 12).

La fórmula actual de la ordenación del Obispo

154. También en la Iglesia de hoy el rito del sacramento del Orden consiste en lo
fundamental, en una imposición de manos del Obispo y en una oración especial
del mismo. Suele celebrarse el sacramento del Orden dentro de la celebración
de la Eucaristía.

En la consagración u ordenación del Obispo suelen intervenir variosObispos


para significar que el nuevo consagrado se incorpora al Colegio Episcopal. El
Concilio Vaticano II enseña que con la consagración episcopal se confiere, la
plenitud del sacramento del Orden: "Este Santo Sínodo enseña que con la
consagración episcopal se confiere la plenitud del Sacramento del Orden, que
por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos
Padres "supremo sacerdocio" o "cumbre del ministerio sagrado". La ordenación
episcopal confiere también, junto con el oficio de santificar, el oficio de enseñar y
regir... con la imposición de las manos y las palabras consecratorias se confiere
la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter, de tal manera que
los obispos en forma eminente y visible hagan las veces de Cristo, Maestro,
Pastor y Pontífice y obren en su nombre" (LG 21).

En la oración consecratoria los Obispos consagrantes con las manos extendidas


sobre el elegido dicen, entre otras cosas: "... Derrama ahora también sobre este
siervo tuyo la fuerza que procede de Ti; el Espíritu Santo que comunicaste a tu
Hijo, Jesucristo, y que El transmitió a los Apóstoles, Quienes fundaron en todo
lugar lir Iglesia como santuario suyo, para alabanza y gloria de tu nombre. ¡Oh,
Padre!, conocedor de los corazones, concede a este hijo tuyo, elegido para el
Episcopado, apacentar tu pueblo santo, ejercer ante Ti, sin reprehensión, el
sumo sacerdocio, servirte día y noche e interceder siempre por el pueblo,
ofreciendo los dones de tu santa Iglesia. Que en virtud del sumo sacerdocio
tenga el poder de perdonar los pecados, según tu voluntad. Que distribuya los
ministerios de la Iglesia siguiendo tus designios; ate y desate todo vínculo
conforme al poder que diste a los Apóstoles..."

La fórmula actual de la ordenación del presbítero y del diácono

155. En la ordenación de los presbíteros el Obispo, con las manos extendidas


sobre los elegidos, dice: "... Por lo cual, Señor, concede también a mi humilde
ministerio esta misma ayuda, para 'mí más necesaria porque mayor es mi
fragilidad, te pedimos, pues, Padre Todopoderoso, que concedas a estos tus
siervos la dignidad del presbiterado; infunde en su interior el Espíritu Santo; que
reciban de ti, ¡oh Dios!, el ministerio de segundo orden, y que su vida sea
ejemplo para los demás. Sean sinceros colaboradores del Orden Episcopal, para
que la palabra del Evangelio llegue a toda la tierra, y todos los pueblos
congregados en Cristo formen el pueblo santo de Dios...". En la ordenación de
los diáconos el Obispo dice en su oración también con las manos extendidas
sobre los que reciben el sacramento: "... Derrama en ellos, Señor, el Espíritu
Santo, para que, robustecidos con la fuerza de su gracia septiforme, cumplan
con fidelidad el servicio del diaconado, resplandezcan en su vida todas las
virtudes: el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, la autoridad
moderada..."

Los presbíteros son verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento a


imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote

156. En virtud del sacramento del Orden los presbíteros son verdaderos
sacerdotes del Nuevo Testamento: "Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre
del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen de los Obispos, con
todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del
sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del
Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,
1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para
celebrar el culto divino" (LG 28).
En nombre de Cristo, predican el Evangelio, celebran el sacrificio del Nuevo
Testamento, perdonan los pecados, ofrecen oraciones por los hombres y guían
la familia de Dios: "Participando en el grado propio de su ministerio en el oficio
de Cristo, único Mediador (1 Tm 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero
su oficio sagrado lo ejercen sobre todo en el culto eucarístico o comunión, en
donde, representando la persona de Cristo y proclamando su Misterio, juntan
con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles (Cfr. 1 Co 11,
26), representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del
Señor, el único Sacrificó del Nuevo Testamento; a saber, el de Cristo, que se
ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada (Cfr. Hb 9, 14-28). Para con
los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan principalmente el ministerio de la
reconciliación y del alivio. Presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de
los fieles (Cfr. Hb 5, 1-4). Ellos, ejercitando, en la medida de su autoridad, el
oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una
fraternidad, animada y dirigida hacia la unidad, y por Cristo en el Espíritu, la
conducen hasta el Padre Dios" (LG 28).

Colaboradores del orden episcopal al servicio del Pueblo de Dios

157. Los presbíteros son, por su propia vocación y ministerio, colaboradores


natos del orden episcopal al servicio del Pueblo de Dios. Los presbíteros, en
cada comunidad de fieles, representan al Obispo; actúan en comunión de fe y
caridad con el Obispo. Bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen al Pueblo
de Dios y hacen visible la Iglesia universal. "Los presbíteros, como próvidos
colaboradores del orden episcopal, como ayuda e instrumento suyo llamados
para servir al pueblo de Dios, forman, junto con su obispo, un presbiterio
dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las congregaciones de fieles,
ellos representan al obispo, con quien están confiada y animosamente unidos, y
toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercitan en el diario
trabajo. Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey
del Señor a ellos confiada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y
prestan eficaz ayuda a la edificación del cuerpo total de Cristo (Cfr. Ef 4, 12)"
(LG 28).

Los presbíteros, unidos entre sí por la común ordenación y por la misma


misión

158. Los presbíteros están unidos entre sí por la común ordenación sagrada y
por la misma misión: "En virtud de la común ordenación sagrada y de la común
misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe
manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como
material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de
vida, de trabajo y de caridad" (LG 28).

Los diáconos sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la


palabra y de la caridad
159. También el ministerio del diaconado se confiere por el sacramento del
Orden. El ministerio diaconal fue establecido por los Apóstoles. Tuvo mucha
importancia en la Iglesia antigua. En siglos posteriores, en la Iglesia de rito latino
sólo se admitía al diaconado al que estaba dispuesto a llegar a ser sacerdote. El
Concilio Vaticano II ha abierto la posibilidad de desarrollar de nuevo este
ministerio según lo exijan las actuales necesidades de la Iglesia: "Teniendo en
cuenta que, según la disciplina actualmente vigente en la Iglesia latina, en
muchas regiones no hay quien fácilmente desempeñe estas funciones tan
necesarias para la vida de la Iglesia, se podrá restablecer en adelante el
diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía. Tocará a las
distintas conferencias episcopales el decidir, con la aprobación del Sumo
Pontífice, si se cree oportuno para la atención de los fieles, y en dónde, el
establecer estos diáconos.

Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado se podrá conferir a


hombres de edad madura, aunque estén casados, o también a jóvenes idóneos;
pero para éstos debe mantenerse firme la ley del celibato" (LG 29).

El ministerio diaconal

160. El Concilio Vaticano II describe así el ministerio diaconal: "En el grado


inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de manos
no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así confortados con la
gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo
de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio
propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, la
administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el
asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los
moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo,
presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los
ritos de funerales y sepelios. Dedicados a los oficios de caridad y administración,
recuerden los diáconos el aviso de San Policarpo: "Misericordiosos, diligentes,
procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor
de todos "(LG 29).

Jesucristo-Sacerdote

161. Tanto el sacerdocio de todo el Pueblo de Dios como el de aquellos


cristianos que han recibido además el sacerdocio ministerial, no son sacerdotes
por vía de adaptación del sacerdocio existente en otras religiones o incluso en el
Antiguo Testamento. El fundamento del sacerdocio del Nuevo Testamento es
Cristo.

En su entrega sacrificial

162. Jesucristo es sacerdote en su entrega sacrifical. Numerosos pasajes del


Nuevo Testamento hablan de la entrega sacrificial de Jesucristo. El ha venido "a
servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45). En la celebración de
la última cena, la Eucaristía aparece como la realidad de la ofrenda que de sí
mismo hará en la cruz: "Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros" (Lc
22, 19). "Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos" (Mc
14, 24). "Considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según
la tradición de vuestros padres, no con plata y oro, corruptibles, sino con la
sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha" (1 P 1, 18-19;
cfr. 1 Co 5, 7; Ga 2, 20; Ef 5, 25; Jn 6, 51; 17, 19; 1 Jn 2, 2). El sacerdocio de
Cristo es objeto de especial atención en la Carta a los Hebreos. Por el hacho de
haberse ofrecido a sí mismo, obedeciendo la voluntad del Padre, el autor de la
carta lo llama expresamente "pontífice" (Hb 2, 17; 3, 1; 4, 14; 7, 26) a quien Dios
ha constituido sacerdote para siempre (Hb 7, 20-21). Lo nuevo en el sacrificio de
Cristo es la entrega total de sí mismo aceptando libremente por amor la muerte
de cruz: "Por lo cual entrando en este mundo, dice: no quisiste sacrificios ni
oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Los holocaustos y sacrificios por
el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: heme aquí que vengo... para hacer,
oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7).

Sacrificio redentor

163. El Sacrificio de Cristo es redentor. Mediante el sacrificio en la entrega de sí


mismo realiza para su pueblo y para todos los hombres la expiación, el perdón,
la purificación, la santificación: "Ni por .la sangre de los machos cabríos y de los
becerros sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el santuario,
realizada la redención eterna... Por esto es el mediador de una alianza núeva, a
fin de que, por su muerte, para redención de las transgresiones cometidas bajo
la primera alianza, reciban los que han sido llamados las promesas de la vida
eterna" (Hb 9, 12-15; cfr. 2, 11.17; 8, 1ss; 10, 10.22.29; 13, 12). De este modo
fundó la "nueva alianza" entre Dios y su pueblo (Cfr. Hb 8, 8ss; 9, 15; 10, 16; 12,
24).

Jesucristo, verdadero y eterno sacerdote

164. El sacerdocio de Cristo sustituye definitivamente el sacerdocio del Antiguo


Testamento. Cuando el autor de la Carta a los Hebreos llama a Jesús "sacerdote
para siempre" (Hb 5, 6), no ve en este título una metáfora, sino una realidad. El
sacerdocio de Cristo ha sustituido definitivamente el sacerdocio del Antiguo
Testamento. El sacerdocio de Cristo es único y sin precedentes. Cristo ha
puesto fin al sacerdocio del Antiguo Testamento y a su culto. La ley y el culto
existentes antes de Cristo no son sino una sombra de la verdadera realidad que
es el sacrificio de Cristo (Hb 10, 1).

Jesucristo, sacerdote, maestro, pastor

165. Cristo, en cuanto sacerdote, es también pastor, maestro, testigo, etc. Este
sacerdocio de Cristo no puede ser considerado aisladamente,
independientemente de toda su obra salvífica, y de las demás funciones que
Cristo realiza. Cristo en cuanto pontífice es también el pastor de la Comunidad
de la nueva alianza: Dios "sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza
eterna, al gran pastor de las ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al
pastor y guardián de vuestras almas" (1 P 2, 25). Si la misión de los presbíteros
es apacentar el "rebaño de Dios" (1 P 5, 2), Cristo es el "pastor soberano" (Cfr. 1
P 5, 4), el testigo fiel (Ap 1, 5; 3, 14). Exaltado a la diestra de Dios El es nuestro
mediador (Rm 8, 34), es nuestro abogado ante el Padre (1 Jn 2, 1) y vive
siempre para interceder por nosotros. El sacerdocio de Cristo es manifestación
del amor redentor de Dios, plenitud de su ministerio profético y de su realeza.

Cuando Cristo actúa como Maestro, como Profeta, como Camino, Verdad y
Vida, como Cabeza, como Rey y como Pastor, lo hace siempre en orden a la
plena manifestación del amor de Dios en su muerte y resurrección. La acción
salvífica de Cristo en favor de los hombres se consuma en su pasión,, muerte y
resurrección.

Obispos, presbíteros y diáconos participan de la misión de Cristo

166. El ministerio del Obispo, del presbítero y del diácono es participación de la


misión de Cristo. Es Cristo mismo quien actúa por medio del Obispo, del
presbítero y del diácono cuando éstos ejercen el ministerio sagrado en su triple
función: enseñar, santificar y regir.

Cristo actúa como Maestro en la predicación de la palabra de Dios

167. Cristo actúa como Maestro cuando el Obispo, o el presbítero o el diácono


explican la Sagrada Escritura o predican de diversas maneras la palabra de
Dios. Corresponde de modo especial al Obispo la autoridad apostólica para
discernir cuál es la verdadera doctrina de la fe católica, la enseñanza auténtica
de los Apóstoles: "Entre los oficios principales de los obispos destaca la
predicación del Evangelio... Los obispos, cuando enseñan en comunión con el
Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos de la
verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y
adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su obispo en materia
de fe y de costumbres cuando él la expone en nombre de Cristo. Esta religiosa
sumisión de la voluntad y del entendimiento, de modo particular se debe al
magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable "ex cathedra"..."
(LG 25).

Cristo actúa como Sacerdote en la celebración de la fe

168. Cristo actúa como Sacerdote cuando el Obispo o el presbítero presiden la


celebración de la Eucaristía, o perdonan los pecados, o cuando el diácono
administra el Bautismo, etc. El grado supremo del sacerdocio corresponde al
Obispo : "El obispo, revestido como está de la plenitud del sacramento del
Orden, es "el administrador de la gracia del supremo sacerdocio", sobre todo en
la Eucaristía, oue él mismo distribuye, ya sea por sí, ya sea por otros, y que
hace vivir, crecer a la Iglesia. Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente
presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles que, unidos a sus
pastores, reciben también el nombre de Iglesias en el Nuevo Testamento... En
todo altar, reunida la comunidad bajo el ministerio sagrado del obispo, se
manifiesta el símbolo de aquella caridad y "unidad del Cuerpo Místico de Cristo,
sin la cual no puede haber salvación"... toda legítima celebración de la Eucaristía
la dirige el obispo, al cual ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina
Majestad el culto de la religión cristiana y de administrarlo conforme a los
preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia..." (LG 26). El presbítero preside la
celebración de la Eucaristía en nombre del Obispo. Sólo el presbítero —como
también el Obispo— puede actuar representando a la persona de Cristo para
presidir y realizar verdaderamente el banquete sacrificial, la Eucaristía, en la que
se hace realmente presente el Sacrificio de Cristo bajo las especies del pan y del
vino. Ni el diácono, ni ninguna otra persona que no sea el sacerdote (el
presbítero o el Obispo) puede presidir la Eucaristía, ni hacer que haya verdadera
Eucaristía. El Pueblo de Dios al participar en la Eucaristía se asocia a la oblación
de Cristo (Cfr. LG 28).

Cristo actúa como Pastor en la guía de la comunidad cristiana

169. Cristo actúa como Pastor y Cabeza, cuando el Obispo, el presbítero o el


diácono reúnen a todo el Pueblo de Dios en la unidad de la fe y de la caridad,
cuando guían y gobiernan la comunidad cristiana. En el ejercicio de su autoridad
ministerial actúan en nombre de Cristo, al servicio de la fe y de la caridad del
Pueblo de Dios, y siguiendo los ejemplos de Cristo con toda humildad y
mansedumbre. Corresponde de modo especial al Obispo el ministerio de regir a
todo el Pueblo de Dios: "Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo las
Iglesias particulares que se les han encomendado, con sus consejos, con sus
exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y con su
potestad sagrada que ejercitan únicamente para edificar su grey en la vérdad y
la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el
menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (Cfr. Lc. 22, 2627)" (LG
27). También los presbíteros ejercen su misión, en comunión con el Obispo, con
una autoridad que proviene de Jesucristo. Ejercen su ministerio al servicio del
Pueblo de Dios, para edificación de la Iglesia: "Los presbíteros, ejerciendo según
su parte de autoridad el oficio de Cristo, Cabeza y Pastor, reúnen., en nombre
del obispo, a la familia de Dios, como una fraternidad alentada unánime, y la
conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu (Cfr. LG 28). Mas para
el ejercició de este ministerio, lo mismo que para las otras funciones del
presbítero, se confiere la potestad espiritual, que, ciertamente, se da para la
edificación.

En la edificación de la Iglesia los presbíteros deben vivir con todos con exquisita
delicadeza a ejemplo del Señor. Deben comportarse con ellos no según el
beneplácito de los hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la
vida cristiana, enseñándoles y amonestádoles como a hijos amadísimos, a tenor
de las palabras del Apóstol: "Insiste a tiempo y destiempo, arguye, enseña,
exhorta con toda longanimidad y doctrina" (2 Tm 4, 2)" (PO 6).

El sacerdocio de todos los bautizados


170. Cuando consideramos el ministerio de la Iglesia, hemos de ver en ella no
sólo las diversas responsabilidades y funciones de los miembros, sino ante todo
el nosotros de un orden original creado por el Espíritu Santo, entre aquellos que
están unidos a Cristo y que oran al Padre; un nosotros que la Escritura llama
Templo del Espíritu, Cuerpo de Cristo. Es un pueblo sacerdotal. En efecto, todo
el Pueblo de Dios participa en el sacerdocio de Cristo. Cada uno de los
miembros de la Iglesia, participa, por el Bautismo, en el sacerdocio de
Jesucristo: "Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (Cfr. Hb 5, 1-5),
a su nuevo pueblo "lo hizo reino y sacerdote para Dios, su Padre" (Cfr. Ap 1, 6;
5, 9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio
santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio
de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las
maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (Cfr. 1 P 2, 4-10)"
(LG 10).

La vida del cristiano como sacrificio de alabanza a Dios

171. Esta condición sacerdotal de todo cristiano le obliga a hacer de su vida una
alabanza a Dios, una ofrenda, un sacrificio: "Por ello todos los discípulos de
Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Cfr. Hch 2, 42. 47) han de
ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (Cfr. Rm 12, 1),
han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere han de dar
razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (Cfr. 1 P 3, 15)" (LG 10).

Los cristianos, capacitados para recibir los sacramentos y dar culto a Dios

172. En virtud de esta participación en el sacerdocio de Cristo, todos los


cristianos están capacitados para recibir los sacramentos y para participar
activamente en el culto de la Iglesia, y están todos llamados a vivir en
conformidad con el Evangelio: "La condición sagrada y orgánicamente
constituida de la comunidad sacerdotal se actualiza tanto por los sacramentos
como por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo,
quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y regenerados
como 'hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe
que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la
confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una
fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor
compromiso a difundir y defender la fe con su palabra y sus obras como
verdaderos testigos de Cristo. Participando del sacrificio eucarístico, fuente y
cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos
juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión,
todos toman parte activa en la acción litúrgica no confusamente, sino cada uno
según su condición. Pero una vez saciados con el cuerpo de Cristo en la
asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo de Dios,
aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo
sacramento" (LG 11).
El sacerdocio ministerial es diferente del sacerdocio de los fieles "no sólo
en grado, sino esencialmente"

173. Esta participación común de los bautizados en el sacerdocio único de Cristo


difiere, según la tradición católica, "no sólo en grado, sino esencialmente", de la
participación de los ministros que han recibido el sacramento del Orden (o
sacerdocio ministerial): "Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada
potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio
eucarístico, ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles, en
cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación de la Eucaristía, y
lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias,
con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante" (LG
10).

Teniendo en cuenta esto, el Concilio Vaticano II ha subrayado la 'relación entre


fieles y ministros ordenados: "el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio
ministerial o jerárquico, aunoue diferentes esencialmente y no sólo en grado, se
ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del
único sacerdocio de Cristo" (LG 10).

El carácter sacerdotal

174. Por el sacramento del Orden, el Obispo, el presbítero y el diácono reciben


la misión y el sacerdocio de Cristo no de manera funcional, como si fuera sólo un
oficio o cargo análogo a los de la sociedad civil. Esta singular participación en el
sacerdocio de Cristo supone algo más profundo, que afecta a lo más hondo de
la persona, y la transforma en su mismo ser, del mismo modo que el sacerdocio
de Cristo pertenece al ser mismo de Cristo Mediador. El Concilio Vaticano II se
expresa así a propósito de los presbíteros: "El sacerdocio de los presbíteros... se
confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción
del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se
configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona
de Cristo cabeza" (PO 2).

El Concilio de Trento había afirmado, confirmando la tradición de los Padres,


que el sacramento del Orden, como el Bautismo y la Confirmación, imprime
carácter, esto es, un signo espiritual e indeleble, que no permite sea reiterado
(Cfr. DS 1,609). Este sello o carácter sacerdotal permanece en el sacerdote para
siempre. El sacerdote es siempre sacerdote. Por ello, el sacramento del Orden
no se puede repetir. Cristo sigue actuando a través del sacerdote aun cuando su
conducta no sea buena. Cuando el Obispo o el presbítero, actúan como
sacerdotes, es Cristo mismo quien actúa, sea cual sea la virtud personal de cada
uno de ellos. Por el carácter sacerdotal el hombre está consagrado a Dios de
manera especial, le pertenece plenamente; queda particularmente vinculado a
Cristo, a su persona y a su misión.

El carácter sacerdotal es un signo de la constante y libre iniciativa de Dios en la


obra de la salvación, independientemente de los méritos personales de los
ministros sagrados. El ministro sagrado es, ante la comunidad eclesial, signo
vivo de la iniciativa del amor de Dios en orden a la salvación ofrecida al hombre.
Nos encontramos en la línea de la alianza: Dios siempre fiel, siempre con el
brazo extendido, una vez que se ha comprometido; el hombre puede ser infiel,
pero siempre encontrará la fidelidad de Dios, si decide de nuevo buscarle.

El sacerdote, configurado con la misión de Cristo en autoridad y servicio

175. El Sínodo de Obispos de 1971 expuso las siguientes reflexiones en torno al


carácter sacerdotal: "Por la imposición de manos se comunica el don
imperecedero del Espíritu Santo (Cfr. 2 Tm 1, 16). Esta realidad configura y
consagra al ministro ordenado a Cristo Sacerdote (Cfr. PO 2) y le hace partícipe
de la misión de Cristo en su doble aspecto, a saber, de autoridad y de servicio.
Esta autoridad no es propia del ministro: es una manifestación exousiae (es
decir, de la potestad) del Señor, en razón de la cual el sacerdote cumple una
misión de enviado en la obra escatológica de reconciliación (Cfr. 2 Co 5, 18-20).
El mismo está al servicio de la conversión de las libertades humanas hacia Dios,
para edificación de la comunidad cristiana.

"La permanencia de esta realidad que marca una huella para toda la vida —
doctrina de la fe conocida en la tradición de la Iglesia con el nombre de carácter
sacerdotal— demuestra que Cristo asoció a sí irrevocablemente la Iglesia para
la salvación del mundo y que la misma Iglesia está consagrada definitivamente a
Cristo para cumplimiento de su obra. El ministro cuya vida lleva consigo el sello
del don recibido por el sacramento del orden, recuerda a la Iglesia que el don de
Dios es definitivo. En medio de la comunidad cristiana que vive del Espíritu, y no
obstante sus deficiencias, es prenda de la presencia salvífica de Cristo.

"Esta peculiar participación en el sacerdocio de Cristo no desaparece de ningún


modo, aunque el sacerdote sea dispensado o removido del ejercicio del
ministerio por motivos eclesiales o personales" (SM).

"...Como en persona de Cristo Cabeza" (PO 2)

176. El carácter del sacerdocio es una realidad dinámica. Se trata de la


configuración de toda la persona del ministro con Cristo, que le hace partícipe de
su misión como Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. En el cumplimiento de esta
misión, Cristo sigue realizando su mediación de único sacerdote: bajo las
diversas formas del sacerdocio ministerial, se manifiesta la acción personal del
mismo Cristo, como Cabeza de la Iglesia y Buen Pastor de su rebaño. Los
ministros sagrados no son simples delegados de la comunidad. El Obispo, el
presbítero, el diácono actúan no directamente en nombre de los fieles, sino en
nombre de Cristo. Indirectamente también representan a los fieles, a todos los
fieles, en cuanto que éstos constituyen el Cuerpo de Cristo. Como ministros de
Cristo-Cabeza no es su función suplir la presencia de Cristo, sino ser signos en
los que se actualiza su misma presencia. El sentido central del sacerdocio
ministerial de la Iglesia es el ministerio mismo de Jesucristo, que en virtud de la
ordenación sacramental continúa viviendo en el sacerdocio ministerial de la
Iglesia (Cfr. PO 6). Ese actuar como en persona de Cristo significa que el
sacerdote hace visible al mismo Cristo, recordando así a la comunidad que sólo
en el encuentro con Cristo y en la vinculación con El podrá llegar hasta Dios. Ahí
reside el fundamento de la autoridad del ministerio jerárquico: en Cristo. Es una
autoridad que incumbe a los ministros sagrados en cuanto representantes de
Cristo para la comunidad y, por tanto, una autoridad que ha de ser ejercida con
los sentimientos de Cristo.

La autoridad pastoral como servicio

177. El Obispo, el presbítero, el diácono, han de actuar en todo momento según


la enseñanza de Jesús: "Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan
como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de
ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros
será vuestro servidor, y el que quiera llegar a ser el primero entre vosotros será
esclavo vuestro; de la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido,, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos " (Mt 20, 25-28).
El ministro actúa en nombre de Jesús, con la autoridad de Jesús, en virtud de la
misión que El le ha encomendado; y ha de hacerlo, como Jesús, siguiendo en
todo su ejemplo. El sacerdocio de Jesús es entrega total a la gloria de Dios,
servicio de salvación para todos los hombres.

El sacerdote es un educador

178. Entre los ministros de la Iglesia está el sacerdote. El guía a la comunidad


cristiana con la predicación de la palabra de Dios, con sus consejos, con sus
orientaciones y ejemplos, con su actitud de diálogo, de acogida, de
comprensión, con su fidelidad a Jesucristo. Es, ante todo, un educador: "Por lo
cual, atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, el procurar
personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sean
conducidos en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio,
a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó" (PO 6).

Atención preferente a los pobres

179. El sacerdote deberá prestar atención preferente a los pobres y a los más
débiles: "Aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados a sí,
de una manera especial, a los pobres y a los más débiles, a quienes el Señor se
presenta asociado, y cuya evangelización se da como prueba de la obra
mesiánica" (PO 6; cfr. Mt 25, 34-45; Lc 4, 18).

La vocación sacerdotal

180. El Espíritu Santo es quien suscita los diversos carismas y ministerios (1 Co


12, 4-11). Nadie puede atribuirse ministerio alguno si no es elegido para ello, si
no le es dado. Nadie tiene derecho a exigir que se le conceda el ministerio
jerárquico. Ha de ser llamado por Dios. Es lo que entendemos por vocación. En
su discernimiento, la comunidad eclesial durante siglos ha desempeñado un
papel importante. Compete a los Pastores de la Iglesia valorar las posibilidades
concretas para que la comunidad intervenga, de algún modo, en la designación
del ministro o en el discernimiento de la vocación. Antes de admitir a un
candidato al sacerdocio siempre se tiene en cuenta su buena fama, el juicio que
la comunidad cristiana y los demás sacerdotes, etc.,. tienen de él, de su
conducta, de sus cualidades. La vocación sacerdotal presupone en el candidato
unas cualidades físicas, intelectuales, espirituales, de carácter, de conducta
ejemplar, de preocupación apostólica que le hagan apto para ejercer dignamente
el ministerio sagrado. La verdadera vocación sacerdotal exige del candidato al
sacerdocio una intención recta, evangélica, auténticamente eclesial, libre de
cualquier interés egoísta o ajeno a la misión de la Iglesia. Es preciso, además,
que el Obispo consienta libremente con admitirle al ministerio sacerdotal. Sin
este llamamiento del Obispo no hay verdadera vocación al sacerdocio en su
sentido pleno. A veces el aspirante al sacerdocio se ha sentido antes movido
interiormente o inclinado espiritualmente a elegir el sacerdocio como "su" camino
para realizarse como persona al servicio de la Iglesia y de los hombres; pero no
es necesario experimentar de manera sensible esta inclinación para que haya
vocación auténtica, con tal que tenga sincera y firme voluntad de ser fiel a Cristo
al elegir el sacerdocio.

A veces ha habido quienes han recibido el Orden sacerdotal sin verdadera


vocación, con gran daño para la Iglesia. Pero también hay que señalar que
muchos han sido, en verdad, llamados por el Señor, como el joven rico del
Evangelio, pero por falta de generosidad rehusaron la llamada de Dios o fueron
infieles a su vocación.

El celibato, imitación de Cristo

181. La perpetua y perfecta continencia por el reino de los cielos fue


recomendada por el Señor (Cfr. Mt 19, 12). En el decurso de los siglos fue
aceptada con alegría y generosidad por muchos fieles cristianos, que de este
modo quisieron imitar plenamente a Jesucristo. Fue siempre tenida en mucho
aprecio por la Iglesia especialmente para la vida sacerdotal. No es exigida por la
naturaleza misma del sacerdocio como aparece en la práctica de la Iglesia
primitiva (Cfr. 1 Tm 3, 2-5; Tt 1, 6) y en las iglesias orientales.

Pero en toda la Iglesia se vio siempre la perfecta castidad como muy conforme
con la misión propia del sacerdote. Con esto no se desconoce el valor propio del
matrimonio cristiano, como camino para expresar el amor de Cristo a su esposa
la Iglesia (Cfr. Ef 5, 25ss). Pero este amor de Cristo a su Iglesia y a todos los
hombres se expresa más plenamente a través de la virginidad o de la castidad
perfecta cuando ésta es elegida por amor a Cristo y a la Iglesia, "Los
presbíteros, pues, por la virginidad o celibato conservado por el reino de los
cielos, se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a El más
fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremente en El y por El al
servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la
obra de la regeneración sobrenatural, y con ello se hacen más aptos para recibir
más ampliamente la paternidad en Cristo" (PO 16).
El celibato es coherente con la misión del sacerdote

182. El celibato de los sacerdotes está totalmente de acuerdo con la vocación


que cada sacerdote tiene de seguir plenamente a Cristo, con las exigencias de
entrega incondicional a Cristo que implica el ministerio sacerdotal. Por el celibato
asumido como forma de imitación y seguimiento de Cristo, el sacerdote se
muestra plenamente disponible. Si el celibato va unido a la caridad y a la
humildad, a la oración y a la pobreza, y, sobre todo, a la alegría en el servicio a
la misión apostólica de la Iglesia, es un verdadero testimonio de fe viva en
Jesucristo, una manifestación del carácter radical del Evangelio. Si el celibato
nace del amor a Cristo y a los hombres es un camino de auténtica madurez
humana y de verdadera libertad, como lo muestra la vida de tantos santos y
fieles que, viviendo una vida célibe por Dios y por los hombres, se entregaron
plenamente a promover el progreso humano y cristiano. En la cultura actual, en
la que los valores del espíritu están tan apagados, el celibato del sacerdote nos
recuerda la presencia del Dios absoluto. Cuando el erotismo crece de manera
que se olvida el amor genuino entre los seres humanos, el celibato elegido por el
reino de Cristo es una llamada a la sublimidad del amor fiel.

El Sínodo de los Obispos de 1971 se expresó en estos términos: "El celibato


sacerdotal es, además, testimonio no sólo de una persona, sino que, por razón
de la comunión peculiar que vincula a los miembros del presbiterio entre sí,
reviste también un aspecto social en cuanto testimonio de todo el orden
sacerdotal que está destinado a enriquecer el pueblo de Dios."

La Iglesia tiene el deber y el derecho de determinar cuál es para el


sacerdote la forma de vida más conforme con el Evangelio

183. "La Iglesia tiene el derecho y el deber de determinar la forma concreta del
ministerio sacerdotal, y por tanto, también de escoger los candidatos más aptos,
dotados de ciertas cualidades humanas y sobrenaturales. Cuando la Iglesia
latina exige el celibato como condición indispensable para el sacerdocio (Cfr. PO
16), no lo hace porque piense que este modo de vida sea el único camino para
conseguir la santificación. Lo hace teniendo en cuenta seriamente la forma
concreta de ejercer el ministerio en la comunidad para edificación de la Iglesia.
"
Dada la íntima y multiforme coherencia existente entre la misión pastoral y la
vida célibe, se mantiene la ley vigente: en efecto, quien libremente quiere la
disponibilidad total, nota distintiva de esta misión, acepta libremente la vida
célibe. El candidato debe sentir esta forma de vida no como algo impuesto
desde fuera, sino más bien como la manifestación de su libre donación, que es
aceptada y ratificada por la Iglesia a través del obispo. De este modo, la ley se
convierte en tutela y defensa de la libertad con la que el sacerdote se da a
Cristo, y resulta como un "yugo suave" (SM).

Cristo y la comunidad eclesial


184. Entre Cristo, la Iglesia y los ministros sagrados existe una relación profunda
de amor y de unidad. Cristo, por medio de su Espíritu, reúne y construye
continuamente a su Iglesia. El es quien llama. Así lo reconoce Pablo escribiendo
a los romanos: "Entre los cuales os contáis vosotros, llamados a Jesucristo" (Rm
1, 6); lo mismo dice a los corintios: "Los llamados a ser santos" (1 Co 1, 2). Dios
es, además, quien da el crecimiento a la mies plantada por los Apóstoles (1 Co
3, 6). Este crecimiento en la fe es un acontecimiento comunitario, eclesial. Será
el mismo Cristo quien da cohesión y trabazón a todo el conjunto. Se realiza "el
crecimiento del Cuerpo para su edificación en el amor" (Ef 4, 16).

La comunidad cristiana se constituye como tal, cuando un grupo de hombres


responde afirmativamente a la llamada que Dios le dirige por medio del
testimonio y de la predicación de los Apóstoles o sus colaboradores; en otras
palabras, cuando se acepta explícitamente el don de la fe. La comunidad
eclesial incluye indefectiblemente la presencia eficaz de Cristo, el Señor. Cristo
se hace presente por su Espíritu y se constituye en el fundamento último de su
Iglesia. En cuanto cabeza de la Iglesia es, además, cabeza de la humanidad y
recapitulación del cosmos. La Iglesia es su cuerpo en continua realización y
desarrollo. El es la cabeza en plenitud (Cfr. Col 1, 15-18; LG 7).

Los ministros sagrados y la comunidad eclesial

185. Esta comunidad eclesial es en sí misma una comunidad estructurada. No


existe como Iglesia de Cristo si faltan en ella, en cuanto componentes
constitutivos, los ministros. Así lo vemos atestiguado en los escritos del Nuevo
Testamento, y así lo ha reconocido la tradición católica. Quienes han recibido el
sacramento del Orden mantienen también relación de total dependencia de
Cristo, el Señor. Es su Espíritu quien suscita los diversos carismas y ministerios
(1 Co 12, 4-11), quien imprime en los ordenados el sello espiritual del carácter y
les hace partícipes del sacerdocio de Cristo.

Cristo, la comunidad y el sacerdocio ministerial

186. Tanto la comunidad cristiana, la Iglesia, como los que en diverso grado
participan del sacerdocio de Cristo en virtud del sacramento del Orden se sitúan
en un estadio de dependencia común respecto a Cristo. Ni los que han recibido
el carácter sacerdotal son antes que la comunidad, ni ésta se constituye como
tal sin la presencia de quienes han recibido el ministerio jerárquico. Los
Apóstoles no fueron sólo jerarquía, sino que a la vez constituyeron la primera
comunión eclesial. Así dice el Concilio Vaticano II: "Los apóstoles fueron los
gérmenes del nuevo Israel y, al mismo tiempo, origen de la sagrada jerarquía"
(AG 5). Los escritores cristianos del siglo II y III se expresaban así: "Las Iglesias
de los apóstoles, los apóstoles de Cristo, Cristo de Dios" (Tertuliano, De praescr.
haer. XXI; Ignacio de Antioquía, Ad Magn, VIss, etc.).

Ministerio sacerdotal y comunidad mantienen entre sí una relación esencial. La


misión del Obispo y del presbítero tienen sentido en la comunidad eclesial, y
para la comunidad. Esta idea está claramente formulada por Pablo cuando habla
de la finalidad de los carismas. Todos ellos no tienen otro objetivo que el bien de
la comunidad, el provecho común (1 Co 12, 7; cfr. Ef 4, 12).

Promover la vida comunitaria

187. El ministerio sacerdotal tiene como exigencia interna el promover la vida


comunitaria, la unidad de la Iglesia. El sacerdote ha de entregarse a la
evangelización para hacer que los hombres se unan entre sí en Cristo-Jesús. No
vive el sacerdote para sí, ni sólo para la comunidad concreta que preside, sino
para toda la Iglesia. Su preocupación no se orienta sólo a transformar
interiormente a los individuos, sino a crear vida comunitaria. Dice el Concilio
Vaticano II: "El deber del pastor no se limita al cuidado particular de los fieles,
sino que se extiende propiamente también a la formación de la auténtica
comunidad cristiana. Mas para atender debidamente al espíritu de comunidad,
debe abarcar no sólo la Iglesia local, sino la Iglesia universal. La comunidad
local no debe atender solamente a sus fieles, sino que, imbuída también por el
celo misionero debe preparar a todos los hombres el camino hacia Cristo" (PO
6).

El Sínodo de los Obispos de 1971 se expresa así: "El sacerdote, por más que su
ministerio se ejerza dentro de una comunidad particular, sin embargo no puede
estar centrado exclusivamente en un grupo singular de fieles. Su ministerio
tiende siempre a la unidad de toda la Iglesia y a congregar en ella todas las
gentes. Cualquier comunidad singular de fieles tiene necesidad de la comunión
con el Obispo y con la Iglesia universal. De este modo el ministerio sacerdotal es
también esencialmente comunitario en torno al presbiterio y con el Obispo, el
cual, conservando la comunión con el sucesor de Pedro, forma parte del colegio
episcopal. Este es también aplicable a los sacerdotes que no están dedicados al
servicio inmediato de una comunidad o para aquellos que trabajan en territorios
lejanos y aislados."
"
Toda la vida y actividad del sacerdote ha de estar impregnada por el espíritu de
catolicidad, es decir, por el sentido de la misión universal de la Iglesia, de
manera que reconozca con complacencia todos los dones del Espíritu, les abra
el campo de su libertad y los oriente al bien común."

Raíz de la vida comunitaria, la celebración de la Eucaristía

188. El sacerdote debe promover la celebración de la Eucaristía, como raíz de la


vida comunitaria.

"No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la


celebración de la Sagrada Eucaristía; por ella, pues, hay que empezar toda la
formación para el espíritu de comunidad. Esta celebración, para que sea sincera
y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda de
unos para con otros, que a la acción misional y a las varias formas del testimonio
cristiano" (PO 6).
La vida comunitaria cristiana, germen de amor y de justicia en la sociedad

189. Esta vida de comunión eclesial que el sacerdote promueve es germen de


unidad, de amor, de justicia y de paz en la sociedad humana. El evangelio que
predica suscita en el corazón de los hombres actitudes de amor fraterno, de
servicio a los más pobres, de respeto a la justicia social, de diálogo fraterno.

El sacerdote, defensor de los derechos humanos

190. Siendo el mensaje de Cristo un mensaje de liberación, puede afirmarse que


toda la vida del sacerdote está dedicada a procurar a los hombres la libertad de
los hijos de Dios. Cristo salva al hombre de la esclavitud del pecado, y no sólo
del pecado individual, sino también de las manifestaciones colectivas del
pecado. Todas las formas de opresión y de injusticia son en su raíz oposición al
plan de Dios, pecado. El sacerdote, al anunciar a los hombres la salvación en
Cristo, llamándoles en nombre de Dios a la conversión, les ofrece la auténtica
liberación. El Sínodo de los Obispos de 1971 expone así este aspecto del
ministerio sacerdotal: "En verdad la palabra del Evangelio, que él mismo anuncia
en nombre de Cristo y de la Iglesia, y la gracia eficaz de la vida sacramental que
administra, deben liberar al hombre de sus egoísmos personales y sociales y
promover entre los hombres las condiciones de justicia, que sean signo de la
caridad de Cristo presente entre nosotros (Cfr. GS 58)." (Sínodo de los obispos
de 1971, El sacerdocio ministerial.)

El sacerdote, al servicio de la liberación de los hombres

191. Es también misión del sacerdote promover la justicia social siempre con
medios .onformes al Evangelio; y sobre todo, es tarea suya formar a los
cristianos seglares para que promuevan la justicia y la paz en el campo de la
economía, de la educación, de la política, etc.

"Los presbíteros, juntamente con toda la Iglesia, están obligados, en la medida


de sus posibilidades, a adoptar una línea clara de acción cuando se trata de
defender los derechos humanos, de promover integralmente la persona y de
trabajar por la causa de la paz y de la justicia, con medios siempre conformes al
Evangelio. Todo esto tiene valor no solamente en el orden individual, sino
también social; por lo cual los presbíteros han de ayudar a los seglares a
formarse una recta conciencia propia" (Sínodo de los obispos de 1971, El
sacerdocio ministerial).

Tema 59. MATRIMONIO: EL AMOR HUMANO BAJO EL SIGNO DEL


ESPÍRITU
OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Anunciar que el Sacramento del Matrimonio es la celebración del amor humano vivido
bajo la acción del Espíritu.

o Presentar este Sacramento como participación significativa del amor entre Cristo y su
Esposa, la Iglesia.

¿Fidelidad para siempre? ¿Fecundidad generosa?

192. El sacramento del Matrimonio celebra la realidad del amor humano, vivido
bajo la acción del Espíritu. Su celebración no es sólo un acto de sociedad, sino
reunión de la Iglesia de Cristo. La alegría de ese acontecimiento, decisivo en la
vida de los nuevos esposos, es alegría de la Iglesia. La Comunidad cristiana
celebra el cumplimiento gozoso de una palabra de fidelidad definitiva ("una sola
carne") y de fecundidad generosa ("sed fecundos y multiplicaos"). ¿Será posible
este signo en medio de un mundo egoísta donde la fidelidad para siempre
parece una utopía y donde la fecundidad generosa es vivida como un peso (Cfr.
Gn 3, 16), como una forma de complicarse la vida?

El amor humano también debe ser redimido

193. Según se ha dicho anteriormente (Cfr. Temas 25-28), el pecado penetra


todos los ámbitos de la vida, también en el más íntimo y profundo: el hogar
humano, la comunidad conyugal y la familia. El pecado destruye, disgrega,
introduce la división en medio de los hombres. Por el pecado, la relación
personal de amor queda desvirtuada en relaciones instintivas y ciegas, de deseo
y dominio, de predominio y fuerza: "Tendrás ansia de tu marido y él te dominará"
(Gn 3, 16). El pecado introduce la contradicción y la incomunicación en el orden
de la familia y del amor humano. Es, por tanto, un orden que también debe ser
redimido.

Necesidad de la redención, confesión de fe

194. En efecto, la comunidad conyugal y familiar debe ser restaurada según el


proyecto de Dios. El reconocimiento de esto supone ya toda una confesión de fe.
El relato de Gn 2-3 se aplica a cualquier pareja concreta. Según el plan de Dios,
marido y mujer están llamados a formar "una sola carne"; tal es la figura
paradisíaca y original del matrimonio: en el principio era así (Cfr. Mt 19, 8). El
pecado, sin embargo, provoca la pérdida de esa figura, la maldición y el
desamparo. El relato del Génesis muestra la realidad oculta de cada persona,
descubre lo que tal vez deja en penumbra la felicidad del primer enamoramiento,
lo que la convivencia matrimonial descubrirá después: el pecado se convierte en
origen de un padecimiento común, arrastrando a la persona más amada al
abismo de la propia indigencia. El relato del Génesis anuncia la necesidad de la
redención y ofrece una nueva posibilidad: la restauración y la reintegración de la
primitiva imagen de Dios en el hombre.

Oscurecimiento del amor humano

195. Por el pecado humano, la comunidad conyugal y familiar "no brilla en todas
partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la poligamia, la
epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el
amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el
hedonismo y los usos ilícitos contra la generación" (GS 47). Así aparece el
matrimonio desunido, disoluble, egoísta.

Oscurecimiento del matrimonio como signo cristiano

196. El mismo sacramento del Matrimonio se presenta frecuentemente


oscurecido: se procede al matrimonio con una preparación meramente
burocrática, haciéndola consistir muchas veces en el solo expediente; se
presenta el matrimonio como una mera "legalización" de la vida conyugal; se le
hace consistir exclusivamente en el contrato jurídico sin apenas relación a la
Alianza; se disocia el sacramento de la vida (Cfr. Ritual del Matrimonio, [RM] 24).

Matrimonio y mundo secularizado

197. El proceso moderno de la secularización, si bien subraya a veces en el


matrimonio el sentido de responsabilidad y autonomía, supone también una
ruptura fatal entre el amor humano y la acción de Dios. De este modo, la
secularización arrastra al matrimonio hacia un mundo exterior que está vacío de
la gracia de Dios. El matrimonio, con esto, pierde su fundamento religioso y el
radio de su disolubilidad y separabilidad crece proporcionadamente a esta
secularización.

El matrimonio, en la perspectiva de los designios de Dios

198. Frente a todo oscurecimiento, producido por el pecado, el cristiano debe ver
el matrimonio en la perspectiva de los designios de Dios: "No está bien que el
hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18). En las
primeras páginas del Génesis la comunión conyugal entre hombre y mujer está
llamada a ser una alianza de amor: "Abandonará el hombre a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24). La misma
diversidad y reciprocidad del varón y de la mujer, destinados a tal unión son
presentadas como una imagen expresiva de Dios, Creador de la vida: "Y creó
Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó.
Y los bendijo Dios y les dijo Dios: "Creced, multiplicaos" (Gn 1, 27-28).

"Del Señor ha salido este asunto..."

199 El matrimonio es una obra de Dios, del que proviene todo amor verdadero.
Un amor que puede haberse originado en circunstancias aparentemente
casuales, pero en las que el creyente reconoce la mano de Dios. Así lo hace el
criado de Abrahán enviado, según los usos de la época, a la casa de la novia,
para gestionar el matrimonio de Isaac con Rebeca: "Bendigo al Señor, Dios de
mi amo Abrahán, que me ha puesto en el buen camino para tomar a la hija del
hermano de mi amo para su hijo" (Gn 24, 48). Así lo reconocen también Labán,
hermano de Rebeca, y su padre Betuel, en la respuesta que dan al criado: "Del
Señor ha salido este asunto. Nosotros no podemos decirte está mal o está bien.
Ahí delante tienes a Rebeca. Tómala y vete, y sea ella mujer del hijo de tu amo,
como lo ha dicho el Señor Dios" (24, 50-51).

"Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles"

200. El matrimonio de Tobías y Sara es encomendado a Dios (Cfr. RM 145-146):


"Tomó Ragüel la mano de su hija y la puso en la de Tobías, diciendo: El Dios de
Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob esté con vosotros. Que él os una y
que os colme de su bendición" (Tb 7, 12); "Y Sara, a su vez, dijo: Ten compasión
de nosotros, Señor, ten compasión. Que los dos juntos vivamos felices hasta
nuestra vejez" (8, 10). Aquellos que abrazan el matrimonio de tal modo que
excluyen a Dios de su mente y de su corazón olvidan la advertencia del Salmo:
"Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor
no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas" (Sal 126, 1). Toda la
Escritura considera la unidad, la fidelidad, la edificación del hogar, como don de
Dios.

No sólo no cometerás adulterio, sino que serás fiel con todo el corazón

201. Jesús devuelve al matrimonio la perfección de los orígenes, atacando el


mal en su raíz; no se trata sólo de no cometer adulterio, sino de que los
esposos se amen de hecho con todo el corazón y durante toda su vida. El amor
al que están llamados los esposos es un amor total y para siempre. Pero el
matrimonio no es sólo un acontecimiento que afecta a la conducta individual de
los espossos. Es un hecho que repercute en la vida toda de la sociedad. La
familia que se inicia con el matrimonio es el núcleo de la vida de los hombres en
la sociedad. Los seres humanos —los hijos, los esposos— están llamados a
alcanzar su plenitud humana en la familia. Por ello el matrimonio tiene también
un carácter público, social, jurídico, en la Iglesia y en la sociedad civil. Este amor
estable, total, permanente, de los esposos hace del varón y de la mujer una sola
carne (unidad), para toda la vida (indisolubilidad). Esta unidad e indisolubilidad
del matrimonio se han de expresar públicamente, jurídicamente. Así lo exige el
bien de la familia. Pero la raíz de la fidelidad está en el corazón del hombre. Es
esta raíz la que necesita ser sanada por la conversión y la gracia del Espíritu.

Es el corazón del hombre, el hombre entero, el que se manifiesta en cada uno


de sus gestos, incluso en la mirada: "Habéis oído el mandamiento "no cometerás
adulterio". Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha
sido adúltero con ella en su interior" (Mt 5, 27-28).

Jesús suprime la antigua tolerancia mosaica


202. Jesús se opone a toda decadencia moral, incluso a la antigua tolerancia
mosaica, no permitiendo el divorcio en caso de adulterio: "Se le acercaron unos
fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ¿Es lícito a uno despedir a su
mujer por cualquier motivo? El les respondió: ¿No habéis leído que el Creador
en el principio los creó hombre y mujer y dijo: Por eso abandonará el hombre a
su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne?
De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que
no lo separe el hombre. Ellos insistieron: ¿Y por qué mandó Moisés darle acta
de repudio y divorciarse? El les contestó: Por lo tercos que sois os permitió
Moisés divorciaron de vuestras mujeres. Pero al principio no era así. Ahora os
digo yo que si uno se divorcia de su mujer —no hablo de unión ilegal— y se
casa con otra comete adulterio" (Mt 19, 3-9). El sentido más profundo del
matrimonio querido por Dios es la unidad entre varón y mujer.

En medio de un orden de gracia

203. "Los discípulos le replicaron. Si esa es la situación del hombre con la mujer,
no trae cuenta casarse. Pero él les dijo: No todos pueden con eso, sólo los que
han recibido ese don" (Mt 19, 10-11). Los discípulos comprendieron
perfectamente la exigencia moral de Jesús. Solamente olvidaban una cosa que
El les recuerda; a saber, que la exigencia de la Nueva Ley evangélica se
desarrolla en medio de un orden de gracia. Como enseña San Pablo, el
matrimonio entra en el ámbito de la vocación cristiana y aparece como un don
del Espíritu, destinado a la edificación de la Iglesia: "A todos les desearía que
vivieran como yo, pero cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado;
unos uno y otros. otro. Viva cada uno en la condición que el Señor le asignó, en
el estado en que Dios lo llamó. Esta norma doy en todas las Iglesias..." (1 Co 7,
7.17). Jesús considera el matrimonio como forma de vida propia de nuestra
existencia terrestre. En el cielo los hombres no se casan, y los resucitados serán
como ángeles (Mc 12, 25). La importancia del matrimonio para el reino de Dios
es relativa. (Cfr. Lc 14, 20; Mt 24, 38; Lc 17, 27; 1 Co 7).

El matrimonio, signo de amor y sacramento de Cristo

204. El matrimonio entra en la perspectiva de los designios de Dios consumados


por Cristo en la Iglesia. Los esposos realizan el plan de Dios, que consiste en
hacer de ambos una sola carne, amándose entre sí como Cristo ama a su
Iglesia, el cual se ha hecho uncí sola carne con ella: "Porque somos miembros
de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se
unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Es éste un gran misterio: y yo lo
refiero a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 30-32). Siendo ambos una sola carne, el
matrimonio viene a ser no sólo signo de amor, sino también signo visible de la
Alianza indisoluble entre Cristo y la Iglesia, sacramento eclesial del mismo
Cristo, que hace al matrimonio indisoluble también y generosamente fecundo.

Dios mismo es el autor del matrimonio


205. El matrimonio como sacramento se inicia con el consentimiento personal e
irrevocable de los esposos. Con el acto humano, libre, del esposo y de la
esposa, por el que cada uno de ellos decide darse por entero al otro y acepta a
su vez la entrega del otro, en orden a establecer la íntima comunidad conyugal
de vida y de amor, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la
ley divina. "Este vínculo sagrado, en atención al bien, tanto de los esposos y de
la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues el mismo
Dios es el autor del matrimonio, al que ha dotado con bienes y fines varios" (GS
48). "Por su índole natural, la misma institución del matrimonio y el amor
conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole" (GS 48).
"Así que el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino
unce sola carne (Mt 19, 6), se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren
conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente por la íntima
unión de sus personas y actividades. Esta íntima unión, como mutua entrega de
dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal
y urgen su indisoluble unidad" (GS 48).

Dios creador establece el matrimonio dentro del plan de la salvación que había
de revelarse plenamente en Cristo (Cfr. Mt 19, 8). Este vínculo sagrado entre el
varón y la mujer ha sido elevado por Cristo a la dignidad de sacramento. Es un
signo eficaz de la gracia. Cristo se hace especialmente presente en el momento
en que esposo y esposa expresan el mutuo consentimiento de su entrega
mutua. Los ministros de este sacramento son los propios esposos. Pero en
cuanto que es un sacramento, su celebración está regulada por la Iglesia.

El matrimonio, realidad eclesial

206. No se puede comprender el sacramento del Matrimonio cristiano


separándolo de la Iglesia. El matrimonio es una realidad eclesial, en la medida
en que los esposos están llamados a vivir con fe, esperanza y caridad, como
miembros de Cristo, en cuanto esposos cristianos. La vida conyugal cristiana ha
de estar informada por la fe, la esperanza y la caridad. Es una expresión de vida
eclesial. La Iglesia se realiza en el matrimonio cristiano.

A su vez, el matrimonio de los cristianos, es verdaderamente signo del amor de


Cristo a su Iglesia, en cuanto que se realiza en la Iglesia, en comunión 4e fe y de
caridad con la Iglesia de Cristo. El amor de los esposos cristianos contribuye a la
unidad de la Iglesia misma, pues es una de las realizaciones del amor unificador
de la Iglesia; contribuye al nacimiento y crecimiento de la Iglesia y es, al mismo
tiempo, fruto de la Iglesia. Así como en la Iglesia existe una íntima relación entre
sus elementos institucionales y la vida de fe, esperanza y caridad, así también
en el matrimonio debe haber una relación estrecha entre los aspectos
institucionales sociales, jurídicos, etc., del matrimonio y el amor de los esposos
informado por la fe, la esperanza y la caridad.

Como Cristo amó a su Iglesia


207. El amor matrimonial entra en la dinámica pascual del amor cristiano, un
amor que ama incluso en el sacrificio, la renuncia y la cruz: "El amor es paciente,
afable, no tiene envidia; no presume ni se engríe;, no es mal educado ni egoísta;
no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza
con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguarda
sin límites" (1 Co 13, 4-7). En el matrimonio cristiano los esposos se aman ya
como Cristo amó a su Iglesia, que se entregó a sí mismo por ella (Ef 5, 25-26;
Col 3, 18; 1 P 3, 1-7).

El matrimonio, camino de santificación cristiana

208. El amor entre los esposos representa y significa ante la sociedad el amor
con que Cristo ama a su Iglesia. Es un amor cuya fuerza y pureza nace de la
gracia de Cristo y del amor de Cristo hacia nosotros. "Porque así como Dios
antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de
fidelidad, así el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro
de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además,
permanece con ellos, para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con
perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El
auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por
la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir
eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime
misión de la paternidad y la maternidad. Por ello, los esposos cristianos, para
cumplir dignamente su deber de estado, están fortalecidos y como consagrados
por un sacramento especial; en virtud de él, cumpliendo su misión conyugal y
familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda
empapada en fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su pleno
desarrollo personal y a su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la
glorificación de Dios" (GS 48).

El cristiano, por la gracia matrimonial, alcanza una semejanza, con Cristo que va
más allá de la alcanzada por el Bautismo, queda vinculado ,de una forma nueva
al misterio de Cristo, que en la cruz se entregó por su Iglesia con amor. El
matrimonio cristiano se rige de una forma más intensa, nueva y singular, por el
amor informado, por la gracia, como es el amor que reina entre Cristo y la
Iglesia.

Generosidad, dominio de sí mismos, respeto mutuo.

209. El amor de Cristo a la Iglesia se expresó de manera especial en su Pasión


y Muerte. Si el matrimonio cristiano representa este amor de Cristo a la Iglesia,
los esposos cristianos no pueden perder de vista la perspectiva de la cruz en la
realización del matrimonio. El amor de Cristo es un amor generoso, ilimitado; es
una total donación de sí mismo hasta la muerte y muerte de Cruz (Cfr. Flp 2, 8).
La vida en común de los esposos cristianos exigirá muchas veces la ayuda
mutua para llevar con amor las dificultades, los sufrimientos y problemas de toda
la vida humana. Pero será necesario, sobre todo, un amor generoso hasta la
renuncia. El varón y la mujer no pueden realizarse como personas, y menos aún
como discípulos de Cristo, si no saben vencer su amor propio, su egoísmo
personal, sus caprichos individualistas, para el bien de la persona amada, y en
favor de la convivencia en el amor mutuo, y del mutuo reconocimiento pleno de
la dignidad personal de cada uno. Este amor generoso de los esposos
cristianos, vivido desde la fe, es un testimonio y manifestación del amor de
Cristo a su Iglesia. Por todo esto, las actitudes del joven y de la joven para un
matrimonio construido sobre el amor auténtico son la generosidad, el dominio de
sí mismos, el respeto mutuo.

Un amor que implica renuncia

210. El varón y sobre todo el cristiano, no puede realizarse como persona y


como esposo si no renuncia a la autonomía de sí mismo en favor de la mujer: él
adquiere su esposa dándose. Si no fuera sobre esta base y este don de sí
mismo, el matrimonio perdería su sentido profundo para degenerar en una
especie de engaño, violencia o rapto.

La mujer, plenitud del varón

211. También la mujer ayuda y salva al marido. Gracias a ella, por atracción
hacia ella, puede él "dejar a su padre y a su madre" (Gn 2, 24), es decir, hacerse
adulto, ser él mismo. Así como la Iglesia es la plenitud de Cristo también la
mujer es plenitud del varón, lo completa y enriquece. La mujer responde a la
donación del marido con receptividad y donación amorosa, con vencimiento de
su egoísmo, como la Iglesia responde a Cristo.

Las características propias del varón y la mujer están orientados a la


complementariedad y a la unión entre ambos. Pero la complementariedad entre
esposo y esposa no excluyen la igual dignidad personal del varón y la mujer: "Ya
no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres,
porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28).

Con su fidelidad, los esposos evangelizan

212. La indisolubilidad del vínculo matrimonial desborda el marco de lo


meramente jurídico y legal para hacerse realidad existencial y gracia de Dios con
el nombre concreto de una fidelidad que no muere. Desde esta situación los
esposos evangelizan; son signo en medio del mundo: "Siempre fue deber de los
esposos, pero hoy constituye la parte más importante de su apostolado
manifestar y demostrar con su vida la indisolubilidad y santidad del vínculo
matrimonial" (AA 11). A través de su amor se manifiesta "la presencia viva del
Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia" (GS 48).

De esta presencia viva del Salvador entre los hombres y de la misma naturaleza
de la Iglesia son testigos especiales aquellos que, siguiendo los consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, viven en virginidad consagrada.
Este estado de consagración también significa en medio del mundo el amor de
Cristo a su Esposa, la Iglesia (Cfr. Temas 39 y 47).
Vivir con gozo una fecundidad generosa

213. El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza


a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más
excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios
padres" (GS 50). Si, por el pecado humano, la fecundidad es vivida como un
peso (Cfr. Gn 3, 16), constituye todo un signo de la gracia de Dios llegar a vivir
con gozo una fecundidad generosa.

Paternidad responsable

214. Procrear, cuando de personas humanas se trata, no debe ser solamente


voz de la carne y de la sangre, sino amor verdadero humano. Más aún, los
esposos son "cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes.
Por eso, con responsabilidad humana y cristiana hacia Dios se esforzarán
ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto,
atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos
o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado
de vida tanto materiales como espirituales y, finalmente, teniendo en cuenta el
bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia.
Este juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos
personalmente" (GS 50).

Encíclica "Humane Vitae"

215. El Papa Pablo VI, en su encíclica Humanae vitae, ha abordado el problema


moderno de la regulación artificial de la natalidad: "De hecho, como atestigua la
experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales.
Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por
sí mismos distancian los nacimientos. La Iglesia, sin embargo, al exigir que los
hombres observen las normas de la ley natural, interpretada por su constante
doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial ("quilibet matrimonii usus") debe
quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV 11). "Esta doctrina, muchas veces
expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios
ha querido, y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos
significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador"
(HV 12). "Usufructuar (...) el don del amor conyugal respetado por las leyes del
proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida
humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador" (HV
13).

La familia, célula abierta al servicio de la sociedad y de la Iglesia

216. La familia no debe ser considerada como un organismo cerrado, sino como
célula abierta al servicio de la sociedad. Como dice el Concilio Vaticano II, "la
familia ha recibido directamente de Dios la misión de ser la célula primera y vital
de la sociedad. Cumplirá esta misión si por la mutua piedad de sus miembros y
la oración en común dirigida a Dios se ofrece como santuario doméstico de la
Iglesia; si, finalmente, la familia practica el ejercicio de la hospitalidad y
promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos
que padecen necesidad" (AA 11; cfr. RM 75 y 79).

Diferentes obras del apostolado familiar

217. "Entre las diferentes obras del apostolado familiar pueden mencionarse las
siguientes: adoptar como hijos a niños abandonadós, acoger con benignidad a
los forasteros, colaborar en la dirección de las escuelas, asistir a los jóvenes con
consejos y ayudas económicas, ayudar a los novios a prepararse mejor para el
matrimonio, colaborar en la catequesis, sostener a los esposos y a las familias
que están en peligro material o moral, proveer a los ancianos no sólo de lo
indispensable, sino también de los justos beneficios del desarrollo económico"
(AA 11).

La familia evangeliza en las condiciones comunes del mundo

218. El apostolado de los esposos y de las familias tiene singular importancia,


tanto para la Iglesia como para la sociedad (Cfr. AA 11). "Esta evangelización, es
decir, el mensaje de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y de la
palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el
hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo" (LG 35).

La familia, escuela del más rico humanismo

219. La visión cristiana del matrimonio se extiende a toda la vida familiar y a


todos los miembros de la familia. Todos los miembros de la Iglesia y de la
sociedad deben contribuir a que cada familia, y cada uno de sus miembros,
puedan tener una vida digna de personas humanas, tanto en el plano
económico, educativo, social, como, sobre todo, en el plano moral. Atacar la
unidad o la indisolubilidad del matrimonio, los valores morales cristianos de la
convivencia familiar es dañar gravemente a las personas precisamente en sus
dinamismos más vitales. Estimular el egoísmo mutuo en la relación entre los
miembros de cada familia es oponerse al plan de Dios y destruir uno de los
fundamentos de la vida humana. "La familia es escuela del más rico humanismo.
Para que puedan lograr la plenitud de su vida y misión, se requiere un clima de
benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una
cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. La activa
presencia del padre contribuye sobremanera a la formación de los hijos; pero
también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar, que necesitan
principalmente los hijos menores, sin dejar, por eso, a un lado la legítima
promoción social de la mujer. La formación de los hijos ha de ser tal que, al
llegar a la edad adulta, puedan con pleno sentido de responsabilidad seguir
incluso la vocación sagrada y escoger estado de vida; y si este es el matrimonio,
puedan fundar una familia propia en situación moral, social y económica
adecuada" (GS 52). "El poder civil ha de considerar obligación suya sagrada
reconocer . la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y
ayudarla, defender la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica"
(GS 52).

La familia, germen de reconciliación y de amor en la sociedad

220. La familia está llamada a ser, en la sociedad actual, un germen de


reconciliación y de amor: "La institución familiar, afectada hoy por un cambio
social que se refleja también en otros órdenes de la vida, exige de lbs esposos
cristianos'y ,de los hijos el esfuerzo de comprensión mutua y el espíritu de
sacrificio que no pocas veces requiere la convivencia humana. "Sí las diversas
sensibilidades de los miembros de la familia pueden dar origen a tensiones
espontáneas entre los esposos y entre las generaciones que componen el
hogar, también la permanente cercanía de todos ha de facilitar el diálogo
enriquecedor, tanto en el orden humano como en el espiritual.

En ese diálogo han de superarse los obstáculos que dificultan el buen


entendimiento, el reconocimiento de los deberes y derechos de cada uno, la
disponibilidad total al servicio de los otros, el respeto y la ayuda mutua en los
problemas morales y religiosos" (Conferencia Episcopal Española, Carta
colectiva sobre la reconciliación en la Iglesia y en la sociedad, n. 22).

CUARTA PARTE: CRISTO NOS DESCUBRE EL


MISTERIO DEL MUNDO
DE LA CREACIÓN A LA NUEVA CREACIÓN

CAPITULO I. Entre el don y la esperanza.

Tema 60.-Introducción: De la creación a la nueva creación.

o De mi pasado a mi futuro.
o Por el camino de la fe y de, la conversión.

CAPITULO II. Cristo nos descubre el misterio de la creación.

Tema 61.-La creación, regalo de Dios.

o El mundo y la vida, regalo de Dios.


o La Creación en nuestras manos: colaboradores de Dios.
o Por el mundo y la vida doy gracias a Dios.

Tema 62.—En el encuentro con Cristo hemos sido nuevamente creados.


Tema 63.-El Espíritu, consumador del mundo.

Artículo único.—Algunos problemas concretos.

Tema 64.—El mal en el mundo. El mundo que oculta la gloria de Dios.

Tema 65.—El amor, fuerza creadora y transformadora del mundo.

Tema 66.—Nuestra fe cristiana ante un mundo en génesis. El gozo del


descubrimiento. La ciencia y la técnica de nuestro mundo.

DE LA CREACIÓN A LA NUEVA CREACIÓN

CAPITULO I. ENTRE EL DON Y LA ESPERANZA.

OBJETIVO CATEQUETICO

Que el preadolescente descubra:

o que, desde la fe, el mundo y la vida del hombre en él son y se viven como don del
Padre (Creación);

o que su propio futuro y el futuro del mundo puede y ha de vivirlos con esperanza,
apoyado en las promesas de quien puede llevar a su plenitud todas las cosas (Nueva Creación).

Tema 60. INTRODUCCIÓN: DE LA CREACIÓN A LA NUEVA CREACIÓN

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Descubrir que, a lo largo de su vida, de su pasado a su futuro, el creyente marcha confiado y


esperanzado por el camino de la fe y de la conversión.

• DE MI PASADO A MI FUTURO

En una relación nueva con respecto a Dios, a los demás, al mundo y a sí


mismo

1. El hombre, en una u otra forma, se realiza en relación con Dios, los otros y el
mundo. El hombre, para poder ser lo que es, ha de entrar en relación con las
cosas mediante el conocimiento y el trabajo, por ejemplo; pero previamente a
cualquier relación de esta naturaleza, el hombre está ya en el mundo y es, en
cierto modo, uno entre los demás seres del universo. El espíritu emplaza al
discípulo de Cristo en una nueva manera de vivir en el mundo. La fe proyecta su
luz y abre perspectivas inéditas y originales sobre el mundo en que vive el
hombre y sobre las relaciones del hombre con el mundo de las cosas.

Estamos en cambio en medio de un mundo que se transforma

2. El preadolescente está dejando de ser niño y en camino hacia su juventud y


madurez. El preadolescente camina, como todo hombre, desde un pasado a un
futuro a través de un presente siempre en movimiento. Y como todo hombre, en
cada momento presente cuenta con su pasado para proyectar su futuro. Pero,
además, empieza a ser consciente de que vive en un mundo y en una historia
que se encamina también desde un pasado hacia un futuro. Al preadolescente
empieza a preocuparle, ante todo, su futuro y el futuro del mundo en el que se
desarrolla su vida.

• POR EL CAMINO DE LA FE Y DE LA CONVERSIÓN

De la creación a la nueva creación

3. En la Historia de la Salvación, pasado y futuro están en íntima conexión y


determinan el presente. El creyente vive de la esperanza en el cumplimiento
futuro de la salvación de Dios, porque se apoya en las promesas y maravillas
que Dios hizo en el pasado en favor de los suyos. Dios será "el último, porque ha
sido "el primero"; y es "el primero", porque habrá de ser "el último" (Cfr. Is 40-55).
El creyente sabe por la fe que el mundo, en el que vive el hombre y del que
forma parte, es radicalmente obra de Dios, obra del amor de Dios, don de Dios
(Creación). En el origen de todas las cosas está el amor gratuito y libre de Dios.
Obra de Dios es, incluso, nuestra capacidad de transformar el mundo en que
vivimos y de superarnos.

La Palabra de Dios ilumina no sólo el pasado, sino también el futuro del hombre
y del mundo. Dios le ha prometido al creyente llevar toda la realidad creada a su
plenitud en Cristo (Nueva Creación). Quien por amor está en el origen de todo,
aguarda, también, con la plenitud de su salvación, al hombre y al mundo en el
último futuro. Por ello la vida cristiana es vida de esperanza. Tanto en Israel
como en la Iglesia, la alabanza y la acción de gracias al Señor por sus maravillas
en el pasado y la esperanza ante el futuro prometido por El son actitudes,
íntimamente unidas entre sí, de la vida actual de fe del creyente y están
motivadas por la presencia y la acción de Dios en el corazón de la historia. En
último término, la vida del hombre se inscribe en la Historia de la Salvación, cuyo
comienzo y consumación está en el misterio insondable del amor de Dios.

El creyente, en situación de éxodo, en camino

4. En la historia de Israel, la vida nómada, que precede a la instalación en la


tierra de Canaán, encierra un significado profundo: manifiesta la condición
peregrina del hombre sobre la tierra. La vida nómada es símbolo de la condición
propia del hombre que nace a la fe. Está en situación de éxodo, se encuentra en
camino. Permanece nómada de corazón, extranjero y peregrino sobre la tierra.
Está disponible para seguir el camino que Dios le propone. Está en marcha,
esperanzado hacia la plena comunión con Dios, hacia la vida eterna.

El pasado como don de Dios

5. Para el creyente, la creación no constituye primariamente un objeto de


especulación sobre los orígenes del mundo y sobre su propio origen. La
creación, además de darle a conocer al creyente quién es el Dios comprometido
con su obra desde el principio y ofrecerle, de este modo, fundamento
inconmovible para la esperanza en el futuro prometido por Dios, le da motivos
para, desde la fe, apreciar el mundo y la vida fundamentalmente como don de
Dios y vivir desde esa apreciación: don de Dios encomendado al hombre, para
que el mundo y la vida sean ordenados por él a Dios. Esta perspectiva
veterotestamentaria de la creación queda confirmada, iluminada y completada
por el misterio de Jesús y su victoria sobre el pecado y la muerte (Hch 2, 22ss).
En Cristo el mundo y el hombre encuentran su consistencia y esperanza (Col 1,
17; Hch 4, 12).

El futuro, vivido con esperanza

6. Asimismo, el creyente vive desde la fe el futuro con esperanza. La Revelación


de las postrimerías del hombre tampoco está destinada a servir a la pura
especulación; quiere iluminarle su futuro al creyente desde la voluntad de
salvación de Dios. No se trata, pues, de un futuro cualquiera, sino del futuro
colmado por la plenitud reservada a los hijos de Dios, hacia la que está
orientada toda la creación (Rm 8, 19).

El mundo y la vida, desde la conversión

7. El modo como la fe ve la vida y el mundo está relacionado con la conversión


del hombre. Para la conversión no basta la pura especulación intelectual. El
cambio de mentalidad, exigido por la fe, afecta a toda la personalidad del
creyente y no sólo a su razón. Este estado de cosas implica que el hombre
teórico, el hombre de la razón pura, debe realizar un profundo cambio de
perspectiva, al adquirir una visión cristiana del mundo. Debe reconocer, además,
que tal visión le viene dada en la medida en que él mismo se vuelve a Dios con
todo su corazón (Dt 6, 4; Mt 22, 37).

CAPITULO II. CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE LA CREACION


OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Que el preadolescente descubra que, desde la fe en Cristo, el mundo y la vida son y se viven como
don del Padre (Creación).

 Que en el encuentro con Cristo somos nuevamente creados.

 Que sólo el Espíritu de Dios puede llevar al mundo a su plenitud.

Tema 61. LA CREACIÓN, REGALO DE DIOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra desde su experiencia de fe el mundo y la vida,

• como regalo de Dios al hombre;

• como tarea del hombre. Somos colaboradores de Dios;

• como inmensa liturgia de alabanza al Padre.

Las convicciones infantiles, sometidas a prueba

8. El preadolescente se pregunta a veces por el origen de su vida, de las cosas y


del mundo. Su confianza en el término feliz de los acontecimientos queda a
veces también decepcionada y sometida a prueba. Conoce personas mayores
que piensan que Dios, lejano y ausente, no se ocupa de los hombres y de sus
cosas, y viven conforme a esta creencia.

Por otra parte, el preadolescente va iniciándose en las ciencias, donde


encuentra tantas respuestas que satisfacen a su curiosidad y donde se
prescinde sistemáticamente de todo aquello que no sea comprobable conforme
a unos métodos científicos. El ámbito de la experiencia y del saber humano
queda artificialmente reducido al de lo empírico, determinado por un método,
que en este caso jugaría un papel parecido al de una red que, lanzada al agua,
no retuviese objetos por demasiado pequeños. Con ello, Dios y las realidades
absolutamente primeras y últimas del hombre y del mundo quedan fuera de la
consideración de las ciencias; no entran dentro de las condiciones que las
ciencias establecen de antemano para sus objetos.

El preadolescente observa que en el mundo de los mayores las ciencias y la


técnica son apreciadas como uno de los valores más altos, se tiene
injustificadamente a las ciencias como la única forma de saber válida y se
considera inexistente o también interrogante insoluble a Dios y cuanto trasciende
los límites que las ciencias, desde sus postulados y métodos, circunscriben
previamente dentro de la realidad inagotable. El origen y destino de los hombres
y del mundo empiezan a ser objeto de cavilaciones para los preadolescentes. Se
conmueven sus convicciones infantiles. Y, sin embargo, él se atreve aún a hacer
las grandes preguntas: "¿Quién hizo todas las cosas?" "¿Quién dio la vida a los
hombres?" "¿Cómo terminará esta vida y este mundo?"

Experiencia histórica de Israel: reconocimiento de Dios creador a través de


la fe en Dios salvador

9. La fe responde a esas preguntas insoslayables; pero lo hace considerando la


realidad desde una perspectiva distinta de la que pueda tomar cualquier otro
saber. En la fe de Israel —y en su culminación, la fe cristiana— no es lo primario
el pensamiento humano que, desde su poder original y autónomo, se hace con
la realidad. Es la realidad radical, Dios mismo, quien se apodera del
pensamiento, que, de este modo, queda iluminado. Israel descubre a Dios como
Señor de la naturaleza después de reconocerlo como Señor de la historia: llega
a la fe en Dios creador a través de su fe en El como salvador. Habiendo
reconocido en diversos sucesos del pasado a Dios que salva a su pueblo, ha
llegado a creer que la creación es también obra del amor de Dios. La creación
es el primer momento de la historia de la salvación. De este modo, el
pensamiento israelita de la creación no es el resultado de una especulación
sobre el ser y el origen de las cosas. Israel ha pasado por la experiencia del
señorío y de la salvación de Dios en diversos sucesos de su historia y esto ha
venido a ser el centro de su fe y de su visión de lo más profundo de la realidad:
Dios se manifiesta como amor fiel y el hombre se encuentra envuelto y sostenido
por este misterio de amor.

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra"

10. El relato bíblico, relato sacerdotal, cuya redacción definitiva se data hacia el
siglo v antes de Jesucristo, contiene, bajo formas literarias e imágenes de
aquella época, un mensaje de valor permanente acerca de Dios, acerca del
hombre y acerca del mundo. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La
tierra era algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían la superficie del abismo,
mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas" (Gn 1, 1-
2). Al hombre moderno le sorprenden estas imágenes. En realidad, el desierto y
el vacío, como las tinieblas sobre el abismo y las aguas, son imágenes que, por
su carácter negativo, quieren expresar la idea (que no llegará a formularse con
precisión antes de 2 M 7, 28) de creación a partir de la nada.

El autor sagrado expresa en un conjunto de imágenes lo que posteriormente


terminará expresándose en un término abstracto: la nada. De todos modos el
relato proclama la creación del universo entero por Dios, pues la expresión
misma "cielo y tierra" designa toda la realidad, conforme al modo de hablar
hebreo. Bajo una imagen también, la del pájaro que vuela sobre el nido donde
están sus polluelos, el relato bíblico presenta a Dios quien, mientras crea,
revolotea amorosamente sobre su obra.

Creación del mundo a partir de la nada

11. La madre de los siete hermanos Macabeos exhorta al menor a arrostrar


confiado en Dios el martirio: Quien le ha dado la vida, se la devolverá. Quien ha
creado todo de la nada, tendrá la última palabra. También aquí el Creador es el
Salvador (2 M 7, 28-29). Por primera vez aparece en el Antiguo Testamento un
término que expresa de un modo explícito aquello que frecuentemente había
quedado sugerido por imágenes: crear de la nada. Por la fe en la creación del
universo desde la nada, el creyente proclama que Dios trasciende su obra y es
su Señor. La acción creadora de Dios es enteramente soberana y libre: no
depende de nada ni de nadie, ni tampoco de ningún instrumento, ni está ligada
por condición alguna previa. Esta acción es exclusiva de Dios. La obra que
resulta de ella está del todo en manos del Creador y a El se ha de someter
enteramente. El capítulo primero del Génesis es, en forma narrativa y
doxológica, una interpretación del primer mandamiento (Ex 20, 2-3).

El Padre de Nuestro Señor Jesucristo, creador del mundo desde la nada

12. En el centro de la fe del Nuevo Testamento está la convicción de que el


mismo Dios que ha cumplido sus promesas de salvación en Jesucristo es el
Padre, Señor del cielo y d. la tierra (Mt 11, 25). El prólogo del Evangelio de San
Juan que al empezar a describir la obra liberadora de Cristo, tiene conciencia de
estar describiendo de nuevo el Génesis, proclama la creación del universo
desde la nada por la Palabra de Dios: "Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo
nada de cuanto existe" (Jn 1, 3). Cristo es justamente esa Palabra hecha carne
(Jn 1, 14). El Dios de las promesas, quien da la vida a los muertos y llama a las
cosas que no son, para que sean (Rm 4, 17). En el principio de todo está la
acción personal, plenamente libre y soberana de Dios. En el principio, la acción
de Dios Padre está ya orientando su obra entera hacia la plenitud de su
salvación.

El mundo y la vida, don de Dios

13. En las obras de su creación no sólo se deja ver el "poder eterno y divinidad"
(Rm 1, 20) de Dios, sino también su bondad. La creación es un acto de la
bondad insondable de Dios que llena, por ello, toda su obra (Sal 135, 1-9; 32, 5-
6; cfr. Gn 1, 9.21.25.31; 2, 3). Pero, además, no sólo por bondad crea Dios todas
las cosas y lo llena todo de su bondad; justamente por su misma acción de
crear, Dios ha empezado a condescender y a comunicarse a Sí mismo a sus
criaturas (syncatábasis, Orígenes). La fe del Nuevo Testamento en Jesucristo,
mediador de la creación (1 Co 8, 6; Col 1, 15ss; Jn 1, lss; Hb 1, 2-3), implica,
entre otras cosas, la afirmación de que Jesucristo, Don del Padre al mundo, es
la razón de ser, el sentido y la norma del universo. El mundo y la vida son, pues,
don de Dios. Por ello, creer en el misterio de la creación es creer en el amor de
Dios, reconocer su amor en el origen mismo del ser, comprender la realidad del
mundo como don de Dios, vivir toda realidad como dependiente del amor
siempre atento y solícito de Dios.

El hombre, creado a imagen de Dios

14. El autor sagrado de Gn 1 presenta a las distintas clases de seres creadas


sucesivamente por orden creciente de dignidad, hasta llegar el hombre, imagen
de Dios y rey de la creación. Tal ordenación es sumaria y no está establecida
según criterios científicos; no es su objetivo ofrecerle al creyente una exposición
científica de la génesis del universo, de la tierra y de la vida. El relato ordena los
seres jerárquicamente: los inferiores aparecen antes de los superiores y
referidos a éstos. En el vértice aparece el hombre. Por su origen, el hombre es,
en un sentido muy peculiar, criatura de Dios. También es polvo de la tierra (Gn
2, 7). Es hombre de la tierra (adam), pero está animado también por un alma
espiritual. Es imagen de Dios: "Y creó Dios el hombre a su imagen: a imagen de
Dios lo creó" (Gn 1, 27).

A pesar de su dependencia de la naturaleza y de sus miserias de todo orden, el


hombre refleja una grandeza que no le viene de él y constituye, sin embargo, lo
más íntimo de su ser. Resulta ser el hombre la imagen de una plenitud que lo
trasciende, pero sin la cual no sería lo que es. En el Salmo 8 se afirma del
hombre: "Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad;
le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies"
(Sal 8, 6-7). Por ser imagen de Dios, el hombre representa a Dios en el mundo y,
como su lugarteniente, ejerce su señorío en el mundo. Además, justamente
como imagen de Dios, puede el hombre entrar en diálogo con Aquel de quien es
imagen. Pero vistas las cosas desde el Nuevo Testamento, Jesucristo, el último
Adán, es propia y plenamente la imagen de Dios" (Col 1, 15).

Creced, multiplicaos

15. El hombre fue creado como varón y mujer: "Hombre y mujer los creó" (Gn 1,
27). Varón y mujer se completan mutuamente: deben buscarse uno a otro,
amarse mutuamente y juntos tener hijos. Esta es la voluntad de Dios; para ello
les ha dado el amor como participación de su amor y el poder de engendrar
nueva vida. "Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos" (Gn 1, 28). En la
generación de nuevos seres humanos colabora el hombre con el mismo Dios
Creador.

La creación en nuestras manos: colaboradores de Dios

16. Dios coloca al hombre en un mundo bello y bueno (Gn 2, 9), para que lo
habite, lo cuide, lo guarde y lo humanice. Al presentarle los animales, quiere
Dios que Adán ejerza su soberanía sobre ellos dándoles nombre (2, 19-20; cfr.
1, 28-29). Con ello se da a entender que la naturaleza no debe ser adorada, sino
dominada, sometida por el hombre. Dios ha dejado en sus manos la creación.
Posee el hombre una particular dignidad y responsabilidad: está llamado a
colaborar con Dios en el cuidado y ordenación del mundo con el fin de lograr que
éste sea verdaderamente humano. De. la colaboración del hombre depende que
el mundo y la vida humana manifiesten claramente la gloria de Dios.

El fin de la creación, la gloria de Dios padre

17. El relato sacerdotal de Gn 1 presenta la creación en el marco literario de la


semana que concluye con el descanso del sábado. El marco del relato es
litúrgico. Con ello, la creación entera aparece ordenada a un sábado. Si, según
el mismo relato, las cosas fueron apareciendo ordenadas al hombre, el hombre a
su vez aparece ordenado a Dios. Esta ordenación de la vida humana a Dios, la
celebra, a pequeña escala, el creyente en la liturgia semenal. A gran escala —
sugiere el autor sagrado— el hombre, con toda la creación, está ordenado a un
sábado. Está ordenado a Dios. Así, el mundo y la vida son no sólo don de Dios,
sino además y, por ello mismo, inmensa liturgia de alabanza al Padre. El fin de
todo el universo es la gloria del Creador, es decir la irradiación y comunicación
de su bondad. Esto se realiza ya y se realizará plenamente al final de los
tiempos por Jesucristo para la alabanza de la gloria de Dios Padre (Ef 1, 5-6).

Por la creación entera, alabamos y damos gracias al Padre

18. De muchas maneras, los salmos celebran la gloria de Dios Creador. El


salmo 148 canta la alabanza del Señor por la creación entera: "¡Aleluya! Alabad
al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto; alabadlo, todos sus ángeles,
alabadlo, todos sus ejércitos; alabadlo, sol y luna; alabadlo, estrellas lucientes;
alabadlo, espacios celestes, y aguas que cuelgan en el cielo. Alaben el nombre
del Señor, porque él lo mandó, y existieron" (Sal 148, 1-5). De generación en
generación los creyentes cantamos con el salmista: "¡Señor, dueño nuestro, qué
admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Sal 8, 2). Así, por el mundo y la vida,
por la creación entera, alabamos y damos gracias al Padre.

Creados para un sábado, para entrar en el descanso de Dios

19. La Escritura iluminará progresivamente el designio de Dios: el mundo ha


sido creado para un sábado, o lo que es lo mismo, para entrar en el descanso
de Dios. Esto que es proyecto de Dios y también profunda aspiración humana,
es concedido a todos aquellos que escuchan su voz y no endurecen su corazón
(Cfr. Nm 14, 21-23). Es la recompensa reservada a los creyentes. Así lo dice el
autor de la Carta a los Hebreos: "Es claro que queda un descanso sabático para
el pueblo de Dios." Y también: "Quien entra en el descanso de Dios, descansa
de los propios trabajos, como Dios descansó, de los suyos" (Hb 4, 9-10).

Llamados por Dios a la existencia en un acto de amor. Cada persona


humana es creación inmediata de Dios

20. Los hombres no hemos sido arrojados al mundo en virtud de un azar o de un


destino ciego, ni tampoco hemos sido abandonados a la propia suerte, sino
hemos sido llamados por Dios a la existencia en un acto de amor libre y
desinteresado. Y hemos sido llamados uno a uno, personalmente. Cada persona
humana es una realidad tan única, que al reflexionar sobre su origen tenemos
que reconocer de manera especial que Dios todavía sigue trabajando (Jn 5, 17).
Así, la aparición de un hombre es un momento sagrado en el que el poder
creador de Dios aparece con especial claridad. Todo esto implica la doctrina
católica sobre la creación inmediata del alma humana.

Aunque los padres transmitan a sus hijos el cuerpo con su código genético, Dios
es el Señor y Creador de la persona humana como tal, es decir, de "aquello " por
lo que cada hombre es íntima e inalienablemente él mismo y que le hace capaz
de entrar en relación personal con Dios y los otros hombres. Aunque cada
hombre venga de sus padres, resulta ser una realidad nueva, inédita en un
sentido muy particular; necesita de sus padres para aparecer en este mundo,
pero, en tanto que persona, cada hombre se refiere directamente a Dios como a
su Creador. La aparición de un ser humano resulta de una colaboración muy
peculiar de Dios y del hombre. Por ello podemos decir con el salmista: "Tú has
creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque
me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías
hasta el fondo de mi alma" (Sal 138, 13-14).

La fe de la Iglesia en Dios creador

21. La Iglesia ha creído, confesado y enseñado que Dios es el Creador y Señor


del universo. Esta afirmación es central en sus confesiones de fe y en su
litúrgica. Ya el llamado símbolo de los Apóstoles confiesa al Padre de Jesucristo:
"
Padre todopoderoso" (DS 2.11.30.41), palabras que apuntan, sin duda, a la
creación. La profesión bautismal de la fe empieza por la respuesta afirmativa a
esta pregunta: "¿Crees en Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la
tierra?"

El Concilio Vaticano I, inspirado en el Concilio IV de Letrán, enseña: "Este solo


Dios verdadero, por su bondad y omnipotencia —no para aumentar su felicidad
ni para lograr una perfección, sino para manifestar su perfección comunicando
bienes a las criaturas— por un designio libérrimo hizo de la nada, al comienzo
del tiempo, igualmente la una y la otra criatura, la espiritual y la temporal, es
decir, los ángéles y el mundo terrestre, después al hombre que, en cierto modo,
pertenece a la vez a estos dos niveles de lo real, al estar constituido de cuerpo y
de espíritu. Todo lo que ha creado, lo guarda y gobierna Dios por su providencia,
"desplegando su fuerza de un confín al otro del mundo y gobernándolo todo con
suavidad" (Cfr. Sb 8, 1). Pues "todo está al desnudo y al descubierto para sus
ojos" (Hb 4, 13), aun aquello que ha de suceder por la acción libre de las
criaturas" (DS 3002-3003).
Tema 62. EN EL ENCUENTRO CON CRISTO HEMOS SIDO NUEVAMENTE
CREADOS

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar:

o que en el encuentro con Cristo hemos sido creados;

o que el mundo tiene futuro, significación y sentido gracias a Cristo;

o que en Cristo, esperanza del mundo, tiene su origen, consistencia y destino el universo.

El pecado en la creación. La nueva creación en Cristo Jesáús, don de Dios

22. La creación es, en el proyecto de Dios, buena, ordenada al hombre (Gn 1,


28-31). En este mundo bueno —en tanto que salido de las manos de Dios— ha
irrumpido el pecado del hombre. Por el pecado, el hombre ha roto con Dios y se
ha quedado sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef 2, 12). Con ello, el
hombre, imagen de Dios en el mundo, se pierde a sí mismo y pierde al mundo,
lo vuelve extraño y aun hostil, lo deshumaniza:

Pero el Creador, por iniciativa de su amor plenamente libre, crea de nuevo al


hombre en su Hijo Jesucristo, para poder salvar toda su creación. Pablo advierte
a los fieles de Efeso: "Estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho
vivir con Cristo --por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo
Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra en todos los tiempos la
inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros,
sino que es un don de Dios, y tampoco se debe a las obras, para que nadie
pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús,
para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos"
(Ef 2, 4-10).

El último futuro del mundo ha quedado inaugurado con la resurrección de


Jesús

23. Por su resurrección de entre los muertos, Cristo es el Adán último (1 Co 15,
45), el hombre final, no en un sentido numérico, sino en un sentido cualitativo:
nadie podrá rebasarle y, a la vez, es el prototipo del hombre en camino hacia su
total liberación. En efecto, sobre Cristo resucitado, la muerte, introducida en el
mundo por el pecado, no tiene ya poder alguno (Rm 6, 9). Con la aparición del
último Adán en la resurrección de Jesús ha amanecido, no sólo para el hombre,
sino también para la creación entera, el nuevo día sin ocaso, el día de la
liberación, el "tercer día". Quebrantado el poder del pecado y de la muerte,
Cristo inicia la liberación de la creación sujeta a la decadencia, a la frustración y
a la muerte, para que pueda "entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios"
(Rm 8, 20-21). En Cristo, el hombre final, Dios desata la libertad impedida por
tantas esclavitudes y, por consiguiente, crea al hombre y al mundo reconciliados:
aquella obra suya que El declaró muy buena (Gn 1, 31).

En el encuentro con Cristo hemos sido hechos criaturas nuevas

24. Quien se ha encontrado con Cristo y ha quedado identificado con El es un


hombre nuevo, una criatura nueva y, en un sentido muy real, el término de una
nueva creación en Cristo (2 Co 5, 17). Al unirse con Cristo por el Bautismo (Ga
3, 27), el creyente participa de todo lo que El ha adquirido en favor de todos los
hombres (2 Co 5, 15-21). Vivificado por el Espíritu (Ga 5, 5-25), el cristiano no es
ni vive desde sí mismo (Flp 3, 9): todo lo que él es procede de Dios (2 Co 5, 18)
y únicamente Cristo da sentido final a su existencia y la "conforma" (2 Co 5, 15).
Podemos decir que quien, identificado con Cristo, vive desde Dios Padre en el
Espíritu, se hace otro hombre: cambia de un modo radical, es otro el centro de
su vida, se invierte su jerarquía de valores, se conmueven los cimientos de su
mundo. Pablo ha experimentado y expresado de un modo ejemplar lo radical de
su identificación con Cristo y de la novedad de su vida (Ga 2, 20; Flp 3, 7-9).

Cristo manifiesta plenamente el hombre al hombre

25. Jesucristo es el prototipo de la nueva humanidad recreada por Dios, es el


Hombre Nuevo. Cristo es la "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), cuyos rasgos
ha de reproducir el hombre en su resurrección gloriosa, al término de su
búsqueda: búsqueda que Dios suscita, sostiene, anima y dirige con una especie
de admiración y "pasión" paterna desde que creó las primeras nebulosas. Más
aún, Dios ha destinado desde toda la eternidad al hombre a conformarse con su
Hijo como prototipo (Rm 8, 28-30; cfr. Ef 1). Nuestra búsqueda incesante del
hombre futuro, sepámoslo o no, tiene a Cristo por término. Cristo "manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre" (GS 22).

Cristo reúne en sí todos los seres. Cristo es, en Dios, el creador del
universo

26. El Nuevo Testamento ha entendido lo ocurrido en Cristo y la comunidad


cristiana como una renovación del universo, como una nueva creación. Dentro
de este horizonte ha pensado el Nuevo Testamento en la creación primera y en
la acción providencial que conduce libremente al mundo desde una creación a la
otra. De este modo, para el Nuevo Testamento Cristo está en el corazón del
mundo de hoy, en El se han de reconciliar o recapitular y reunir todas las cosas
(Col 1, 20; Ef 1, 21-22) y, por consiguiente, Cristo estuvo en el principio de todo
(Ap 1, 8.17). Cristo es la esperanza del mundo (Ef 2, 11-12) y, a la vez, tiene en
El consistencia el múndo entero (Col 1, 17). Cristo es el mediador de la
redención e, igualmente, lo es de la creación" (1 Co 8, 6; Col 1, 16ss; Hb 1, 2-3;
Jn 1, 3.14). Pero no es Cristo como uno de esos muchos seres que se
imaginaban los griegos intermediarios y colocados a medio camino entre el ser
primero y el mundo material, sino quien reúne en sí a Dios y el universo y es en
Dios el Creador, el único principio de todos los seres.

Cristo, revelación definitiva del amor libre y gratuito de Dios en su acción


creadora

27. La absoluta liberalidad y espontaneidad del amor de Dios en su acción


creadora aparece del modo más patente posible en Jesucristo, su Hijo, en quien
Dios se ha comprometido personalmente y por puro amor con su obra que se le
había vuelto hostil (Rm 5, 8; Jn 3, 16; 1 Jn 4, 10). La comunicación de sí mismo
por parte de Dios a su creación culmina en Jesucristo, objetivo y arquetipo, en
vistas al cual quiso Dios crear,tiodas las cosas. Dios ama su creación de tal
modo que la orienta eficazmente hacia el encuentro de sí mismo y de su obra en
la unidad del universo consumada en Jesucristo, el Señor. Hasta ese
cumplimiento llegará la acción creadora de Dios. Nuestra fe en la intervención de
Jesucristo, el Señor, en el término y en el principio de la creación nos ayuda a
comprender mejor la libertad, el poder, la sabiduría de Aquel que amó el
primero.

Tema 63. EL ESPÍRITU, CONSUMADOR DEL MUNDO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

• que la creación no está acabada, sigue su marcha;

• que la plenitud, inaugurada por el Espíritu en Pentecostés, no ha alcanzado todavía su


consumación; sólo se realizará al final de los tiempos.

Como inacabado, en vía de crecimiento

28. El cambio es una ley de la vida. Todo lo que vive se transforma. El


preadolescente siente especialmente la realidad del cambio. No puede seguir
siendo el niño de siempre. Todo le empuja al cambio. Durante esta etapa, el
preadolescente queda como sin suelo. El que tenía como niño ha desaparecido.
Esto equivale a vivir en la inseguridad, y a encontrarse en situación de crisis,
como inacabado, en vía de crecimiento.
El estado actual del hombre implica algo de menos natural, de
inacabamiento, de irredención

29. Es un dato elemental de toda existencia humana, ya se encuentre en crisis


de crecimiento o de disminución, la experiencia de una limitación fundamental,
de una desolación, de una secreta convicción de la inseguridad de su ser, de
una especie de situación irredenta en la que está inmerso y de la que lucha por
evadirse. El hombre percibe su misterio y el de sus limitaciones inherentes y
elegidas; se siente asediado por esos poderes que le desbordan y a los que
difícilmente escapa: muerte, enfermedad, injusticia, tiranía... Esa vivencia
fundamental de todo existir humano, que percibe su propia debilidad, esa
angustia insuperable que carcome su ser, desemboca en la convicción de que el
estado actual del hombre implica algo de menos natural, de inacabamiento, de
irredención. Es la certeza de que no es posible desde dentro de sí la plenitud de
lo humano e histórico.

También la naturaleza se lamenta por un bien perdido

30. La naturaleza no es sólo maravillosa y suscita admiración. Es dramática.


Está también sujeta a la finitud y a la destrucción. Sufre y suspira con nosotros.
Atentos percibimos el sufrimiento de los animales, la destrucción y la
decadencia, la agresión, la huida, el miedo universal a la muerte. Pensadores y
poetas expresan de diverso modo la tristeza de la naturaleza: "Un velo de
tristeza se extiende sobre toda la naturaleza, una profunda, implacable
melancolía recubre toda vida." En el fondo, la naturaleza también se lamenta por
un bien perdido. Al fin y al cabo, el mundo es el cuerpo prolongado y
ensanchado del hombre.

La naturaleza, ligada al destino del hombre

31. El drama de la naturaleza está ligado al drama del hombre, así como la
plenitud de la naturaleza depende de la consumación del hombre. El mundo
material creado para él participa de su destino. Maldito a causa del pecado
humano (Gn 3, 17), el mundo se halla actualmente en un estado violento. El
pecado del hombre contamina la tierra. Según los profetas, las abominaciones
del pueblo profanan su mundo ambiente, que ha de sufrir por ello la cólera de
Yahvé (Jr 7, 20; 9, 10ss; Ez 6, 14; Is 13, 9-11). En justa correspondencia, el
mensaje de la salvación se dirige también a los cielos y a la tierra que serán
beneficiarios de las bendiciones divinas: "Pero esperamos, según nos lo tiene
prometido (Dios), nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia" (2 P
3, 13: cfr. Is 65, 17; 66, 22; Ez 36, 8-12).

Con dolores de parto

32. Como dice San Pablo, la naturaleza está sometida a la vanidad (idolatría) y a
la servidumbre de la corrupción y desde su ser más profundo anhela ser liberada
juntamente con el hombre. Pero la nueva creación en Cristo, anunciada por los
profetas (Cfr. Is 65, 17-21; 66, 22), se está gestan-do ya en el mundo presente y
será alumbrado por él, trabajado por el Espíritu de Cristo que suscita, sostiene y
dirige la colaboración humana: "La ansiosa espera de la creación desea
vivamente la revelación de los hijos de Dios. La Creación, en efecto, fue
sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en
la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar
en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera
gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros,
que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro
interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo" (Rm 8, 19-23).

El destino del hombre depende del Espíritu de Dios

33. La creación espera ansiosamente la manifestación de los hijos de Dios. Si la


naturaleza permanece ligada al destino del hombre (solidaridad hombre-mundo),
del Espíritu de Dios depende, a su vez, el destino del hombre (alianza hombre-
Dios). Aunque seamos una criatura nueva en Cristo, vivimos aún en las
condiciones de este mundo viejo destinado a pasar. Pero poseemos ya las
primicias del Espíritu. Para Pablo, la presencia del Espíritu de Cristo en nosotros
es la garantía de nuestra esperanza, según la cual se consumará el rescate de
nuestro cuerpo: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad" (Rm 8, 26; cfr.
8, 23-24). Y también: "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los
muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús
vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita
en vosotros" (Rm 8, 11).

Reconocer a Dios y amar de veras aun en las condiciones de este mundo,


primicias del Espíritu consumador

34. El hombre, abandonado a sus propias fuerzas, es incapaz de entrar en el


Reino de Dios: "Trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra y con
fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance; ¿quién, entonces, ha podido
rastrear lo que está en los cielos? ¿Y quién hubiera conocido tu voluntad, si tú
no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu Espíritu
Santo? Sólo así se enderezaron los caminos de los moradores de la tierra, así
conocieron los hombres lo que a ti te agrada y gracias a la Sabiduría se
salvaron" (Sb 9, 16-18). Tampoco por sí mismo el hombre puede alcanzar su
plenitud humana. No hay plenitud humana al margen de Dios: "La carne no sirve
para nada" (Jn 6, 63), "lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del
Espíritu, es espíritu" (Jn 3, 6). Por la fuerza del Espíritu, del que poseemos ya las
primicias, el hombre se vuelve capaz de reconocer a Dios en el centro de su
propia vida y, al mismo tiempo, de amar de veras.

El Don del Espíritu, promesa para la nueva creación

35. El Espíritu Santo, del que tenemos las primicias, es el Don y la Fuerza de
Dios, prometida por los profetas para los últimos tiempos, para los tiempos
mesiánicos. Dios infundirá su Espíritu a los suyos, les dará un "corazón nuevo"
poniendo su ley en el interior de éste, y aún cambiará las condiciones del mundo
en que han de habitar. De este modo, el Espíritu de Dios será el principio de la
Nueva Alianza (Ez 36, 27-28; Jr 31, 31). Esta efusión del Espíritu de Dios se
realizará por la mediación del Mesías (Is 11, 1-3; 42, 1; 61, 1).

La plenitud, inaugurada en Pentecostés

36. Cristo, teniendo en sí la plenitud del Espíritu (Mc 1, 10; Lc 4, 1) y constituido


Señor por su resurrección, comunica esa plenitud a otros hombres
renovándolos interiormente y haciendo de ellos una criatura nueva (Rm 8, 14-17;
Ga 3, 26ss; cfr. Jn 1, 12). Esta nueva creación ha sido inaugurada en
Pentecostés. El Espíritu que llena a los apóstoles el día de Pentecostés (Hch 2,
4) es el Don que les hace Cristo resucitado y manifiesta y lleva a cabo la victoria
sobre el pecado y la muerte (Cfr. Hch 2, 32-36; 4, 7-12). Los Apóstoles
convierten los corazones con su palabra, perdonan los pecados (Jn 20, 21 ss) y
por su mediación reciben los creyentes el Don de Dios, el Espíritu Santo (Hch 8,
17). La expansión de la Iglesia confirma la promesa de Jesús a sus discípulos:
hacen obras más grandes que las suyas y obtienen del Padre todo lo que piden
en nombre de su Hijo (Jn 14, 12ss; 16, 23-24).

Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra

37. Con la resurrección de Jesús, la hora del Espíritu ha llegado y la plenitud


inaugurada en Pentecostés, continúa ahora en el misterio de la Iglesia, en la
cual el Espíritu Santo actúa maravillosamente (Cfr. LG 44; 49). Consciente de
ello, la Iglesia pide confiadamente el Espíritu, que es para ella como su alma
(Cfr. LG 7): "Ven, Espíritu Creador, / visita las almas de tus fieles / llena con la
gracia de lo alto / los corazones que tú creaste" (Liturgia de Pentecostés, Himno
de Vísperas). "Mira el vacío del hombre / si tú le faltas por dentro; / mira el poder
del pecado / cuando no envías tu aliento" (Domingo de Pentecostés,
Secuencia). "Rey del cielo, Consolador, Espíritu de verdad, / tú que en todo
estás presente y lo llenas todo; / tesoro de bienes y fuente de vida, / ven y
haznos tu morada; / purifícanos y haznos salvos / tú, que eres la misma bondad"
(Liturgia bizantina, Invocación Rey del Cielo, Consolador).

El Espíritu, consumador del mundo

38. La plenitud, inaugurada en Pentecostés, no ha alcanzado todavía su


consumación, que sólo se realizará al final de los tiempos. Hacia este término
camina la historia, hacia esos nuevos cielos y esa nueva tierra que anunciaban
en otro tiempo las Escrituras (2 P 3, 13), que el Apocalipsis evoca
anticipadamente (Ap 21, 1-5): perspectiva grandiosa en la que el término de los
designios de Dios alcanza la perfección de los orígenes, después del largo
paréntesis que había abierto el pecado humano. He aquí que hago nuevas
todas las cosas (Ap 21, 5). Tal será la consumación final de un mundo
transfigurado por el Espíritu.

Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida


39. Como Jesucristo, el Hijo, está en el origen de todas las cosas, también el
Espíritu Santo, Consumador del universo, .es en Dios el Creador de todos los
seres. Esta ha sido la fe constante de la Iglesia. Entre las muchas expresiones
de esta fe podríamos citar la del can. 1.° del Concilio segundo de Constantinopla
que enseña, con el lenguaje tradicional de los Padres griegos, que las tres
Personas divinas están asociadas en su común acción creadora: Unica es la
divinidad y único es el poder del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. "Pues uno
es Dios el Padre, de quien son todas las cosas; uno el Señor Jesucristo, por
quien son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo, en quien son todas las cosas"
(DS 421). En el Amor personal del Padre a través de su Hijo, Jesucristo, tienen
origen y plenitud todos los seres.

ARTÍCULO ÚNICO.-ALGUNOS PROBLEMAS CONCRETOS

Tema 64. EL MAL EN EL MUNDO. EL MUNDO QUE OCULTA LA GLORIA DE


DIOS

OBJETIVO CATEQUETICO

Anunciar:

— que el mal oscurece, degrada y amenaza la creación. Nos encontramos en un mundo que oculta la
gloria de Dios creador;

— que sólo el Evangelio es el poder de Dios capaz de salvar su creación.

La tentación ante la experiencia del mal

40. De una u otra forma y en mayor o menor grado, empieza a experimentar el


preadolescente el sufrimiento, la injusticia, la enfermedad y aun la muerte. En
una palabra, le sale a su encuentro, como a todo hombre, la experiencia del mal.
La observación del mal en el mundo y, sobre todo, los ataques del mal en la
propia carne nos ponen al borde de nosotros mismos y nos sugieren la
sospecha de que el fundamento último de lo real es irracional y sin sentido, que
en su origen no hay un ser personal que ame su obra y la guarde y dirija
conforme a las exigencias del sentido y del bien. La experiencia del mal parece
negar una fundamental proclamación bíblica: el mundo y la vida son don de
Dios, y sugieren una objección dirigida al propio corazón de la fe: Dios es amor.
En este contexto, resuena la proclamación bíblica (Gn 2-3) de que Dios no es
culpable del mal que hay en el mundo: la raíz más profunda de la miseria
humana no está en Dios, sino en el hombre mismo (Cfr. Tema 24).

Este no es el mundo querido por Dios

41. Según la Escritura, el mundo de nuestra experiencia es un mundo


oscurecido, degradado por el pecado. En un mundo que —en cuanto salido de
las manos de Dios— es bueno (Gn 1 y 2), se ha introducido el pecado del
hombre (Gn 3). Con ello, se muestra no sólo cómo vino el pecado y el mal al
mundo, sino cómo viene todavía hoy. El pecado contamina la tierra y hace que
ésta sea, en realidad, maldita (Gn 3, 17-18). En el nombre de Dios, los profetas
condenan las abominaciones del pueblo, que profanan su mundo ambiente (Jr 7,
20; 9, 10ss; Ez 6, 14; Is 13, 9-11). Denuncian las diferencias escandalosas entre
ricos y pobres, la opresión que sufren los débiles, la rapacidad de los poderosos,
la ambición de los acreedores sin entrañas, los fraudes de los comerciantes, la
venalidad de los jueces, la avaricia de los sacerdotes y falsos profetas, la tiranía
de las clases dirigentes, la persecución del propio provecho a cualquier precio
en los más pequeños y en los más grandes (Is 3, 15; Am 2, 8; 6, 1-7; 5, 7-13; 8,
5; Mi 3, 11; Is 3, 2ss; Jr 6, 4ss). Este no es el mundo querido por Dios.

La fuerza del pecado en nuestro mundo

42. Conoceremos mejor la fuerza destructora y envilecedora del pecado si


vemos sus consecuencias en nuestro mundo contemporáneo. Los conflictos
sociales han llegado a tomar dimensiones mundiales. Mientras la riqueza, el
poder y la cultura se acumulan en una pequeña parte de la humanidad, la mayor
parte de ella está "privada de casi todas las posibilidades de iniciativa personal y
de responsabilidad, y aun muchas veces incluso viviendo en condiciones de vida
y de trabajo indignas de la persona humana" (PP 9; cfr. GS 63). "Los pueblos
hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La
Iglesia sufre ante esta crisis de angustia y llama a todos para que respondan con
amor al llamamiento de sus hermanos" (PP 3). Las aspiraciones legítimas de
muchos hombres quedan defraudadas. "Hacer, conocer y tener más para ser
más: tal es la aspiración de los hombres de hoy. Y, sin embargo, gran número
de ellos se ve condenado a vivir en' condiciones que hacen ilusorio este legítimo
deseo" (PP 6). Con ello, queda truncado el desarrollo integral del hombre y
queda dividido, desgarrado y enfrentado en sí mismo con violencia extrema el
propio hombre.

Un mundo que oculta la gloria de Dios Creador

43. Un mundo oscurecido y desfigurado por el pecado oculta la gloria de Dios


Creador (Cfr. Rm 3, 23). El sentido del mundo y de las cosas y la verdad de Dios
están aprisionados en la injusticia de los hombres.

Como dice San Pablo: "La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la
impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia;
pues lo que de Dios se puede conocer está en ellos manifiesto: Dios se lo
manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver
a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 18-20).

El mal en la naturaleza, interrogante sobre la actividad creadora de Dios

44. Además del pecado y de sus consecuencias, en el individuo y en la


sociedad, hay en el mundo otros males como inundaciones, terremotos, pestes y
demás, que no podemos atribuir a una intervención humana. Estos males
surgen por factores puramente naturales. Juzgamos de ordinario sucesos de tal
naturaleza como males, porque causan algún mal al hombre. Pero
independientemente de los males que al hombre puedan producir, nos es difícil
soslayar el pensamiento de que tales sucesos llevan consigo algo así como
destrucciones, despilfarros de seres y energía y también callejones sin salida en
el curso de la naturaleza. Tales sucesos pueden hacernos vacilar en la
convicción de que el curso entero del universo está dirigido inteligentemente
hacia su bien, conforme a un plan preconcebido. Aunque no del mismo modo
como el pecado oculta la gloria de Dios, en cierto sentido también estos otros
males ponen a veces para nosotros sobre la actividad creadora y providente de
Dios un interrogante.

El dualismo, respuesta al problema del mal, rechazado por la fe cristiana

45. A lo largo de la historia de las religiones y del pensamiento, se ha tratado de


encontrarle a este enigma y escándalo del mal una salida demasiado fácil, el
dualismo: la creencia de que dos principios igualmente originales han producido
todos los seres; el Dios bueno habría producido todo lo bueno y su oponente, el
principio malo, todo lo malo. Frente a todo dualismo, la Iglesia ha sostenido
constantemente su fe en un único Dios creador de todas las cosas desde la
nada. La acción creadora de Dios termina en el ser y bien de las cosas creadas.
Lo que "hay" de malo en ellas es algún fallo o defecto que las afecta. Por ello, el
mal no puede surgir en el mundo por una acción paralela a la acción creadora de
Dios. La razón del mal, como tal, hay que buscarla en la limitación y debilidad de
las cosas creadas.

El mal, riesgo de la creación

46. Los seres creados por Dios desde la nada pueden o bien decaer, entrar en
un callejón sin salida, o bien avanzar realizando aquellas virtualidades que les
son propias o que Dios les ofrece de nuevo gratuitamente. La creación lleva
consigo, por decirlo así, un riesgo. En la creación, Dios, movido por un amor
sobreabundantemente generoso, acepta el riesgo que trae crear muchos y
diversos seres: la exclusión de unos seres por otros. En el caso del hombre, éste
es un riesgo señalado. Al crear al hombre para una verdadera comunidad de
amor en Dios, tenía que crear Dios libre a cada hombre, con su propio centro de
conciencia y de interés y con su propia perspectiva sobre el universo y, por
consiguiente, correr el riesgo de que el hombre, individual y colectivamente, se
cerrase sobre sí mismo y acabase perdiéndose a sí y perdiendo al mundo. Dios,
creando seres diversos de sí mismo, se expone de veras. No hay amor
generoso dirigido a seres creados sin exposición y riesgo.

Dios vence el mal a fuerza de bien

47. A pesar del riesgo del mal en el mundo, Dios no deja de crear. No deja
vencer por el mal, sino vence al mal a fuerza de bien (Cfr. Rm 12, 21). Dios no
abandona el mundo a su propia suerte. Regresiones, callejones sin salida, fallos
y logros parciales a costa de grandes pérdidas no pueden ni siquiera detener el
impulso hacia adelante del proceso de la creación. La acción creadora tiene por
objetivo el establecimiento del Reino de Dios, en un cielo nuevo y en una tierra
nueva. Dios, según este designio previo, sustenta y dirige su obra hacia su plena
realización, en la consumación final de todas las cosas. El creyente hace frente
al enigma y escándalo del mal desde la promesa de Dios: "Mirad, yo voy a crear
un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá
pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear" (Is
65, 17-18; cfr. Ap 21; 2 P 3, 13).

En el Evangelio se manifiesta ya ahora la justicia de Dios, puesta en


entredicho por el mal en el mundo

48. Dios, por el poder salvador del Evangelio, ha iniciado ya la salvación


definitiva del hombre y del mundo caído. No es el Evangelio únicamente un
anuncio de la salvación venidera, sino el poder mismo de Dios que ya desde
ahora lleva a la salvación. "En él se revela la justicia de Dios" (Rm 1, 17). En
Cristo, Dios es fiel a su obra creada, la reduce a su señorío liberador, la salva.
De este modo, el Evangelio muestra la justicia de Dios en un mundo que se ha
separado de Dios por el pecado del hombre y, sin embargo, le pertenece
inalienablemente por la creación.

Unicamente puede el hombre vencer el escándalo del mal que pone en


entredicho la justicia y la gloria de Dios, si por la fe se entrega al designio
salvador de Dios, a su gracia y sabiduría.

Tema 65. EL AMOR, FUERZA CREADORA Y TRANSFORMADORA DEL


MUNDO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar :

— que el poder, la fuerza y la construcción del mundo están asociados a la mansedumbre y al amor;
— que, a pesar del mal y destrucción que existe en el mundo, la creación llegará a su plenitud sólo por
el Amor.

A la búsqueda de un amor que crea

49. El mundo es creado en virtud del amor. Y es destruido por la violencia y el


odio. El amor se opone al odio como la creación a la destrucción. La vida
humana se desarrolla en esa tensión. Para que el preadolescente pueda asumir
sin serios condicionamientos una actitud creativa y transformadora, es preciso
que él mismo, desde el nacimiento, se haya sentido acogido y amado. En la
familia despierta el niño como hombre y se percata de que está con los otros. La
familia es para él como el corazón del mundo, donde recibe los primeros
cuidados, el primer cariño, la primera sonrisa. Como dice el poeta clásico: "¡Ay
del niño a quien sus padres no han sonreído!" El amor es la fuerza creadora de
la vida.

El verdadero poder consiste en crear, no en destruir

50. Se da fácilmente por sentado que no es el amor, sino la violencia quien


conquista el mundo y lo domina, quien es capaz de estructurar, organizar, hacer
el mundo tal cual ha de ser. Bajo diversas influencias, se acaba por identificar la
fuerza con la violencia y el amor con la debilidad. La paradoja evangélica, sin
embargo, estriba en la pretensión de que, por el contrario, el amor es poderoso,
de que el poder verdadero no es violento, de que el hombre realmente fuerte es
manso, y que el hombre violento no es tan fuerte como pretende o como quisiera
serlo. El verdadero poder consiste en crear, no en destruir. Crear es signo y
prueba de poder.

¿En dónde radica la verdadera fuerza y la eficacia?

51.Debemos examinar detenidamente en dónde radica la verdadera fuerza, la


eficacia en las cosas de la vida, por ejemplo, en pedagogía o en política, y de
modo más general en la totalidad de las actividades humanas: si en la
mansedumbre o en la represión violenta, la destrucción y la matanza.
Examinemos a este respecto la historia de nuestro siglo y hagamos balance. El
balance de las dos últimas guerras mundiales, con diez millones de cadáveres la
primera y cuarenta millones la segunda, no arroja precisamente un saldo
positivo. Si el poder consiste en levantar montañas de cadáveres, no cabe duda
entonces de que los promotores de semejantes matanzas son hombres
poderosos.

Todavía continúa la pugna cósmica entre el el odio y el amor

52. La tensión entre las fuerzas de creación y de destrucción, de vida y de


muerte, se halla inserta en el desarrollo del universo. El universo se transforma y
madura en torno a nosotros bajo la influencia de ese doble movimiento, todavía
oculto casi en su totalidad. Las fuerzas cósmicas de la creación han ido poco a
poco integrando galaxias, luego estrellas y luego planetas. De modo semejante,
el Amor ha debido enfrentarse con fuerzas enormes, fuerzas surgidas del
pecado, fuerzas de distanciamiento y separación, para lograr primero familias,
luego pueblos, después naciones y en un futuro más o menos próximo,
supernacionalidades. Nos hallamos todavía en medio de una tensión donde
continúa la pugna cósmica entre el odio y amor.

Dios es creador. Llamando a las cosas a la existencia hace triunfar el amor

53. El Dios que se manifiesta en la Escritura es un Dios Creador. Llamando a las


cosas a la existencia, hace triunfar el amor. Coloca el amor en el origen mismo
del ser. Manifiesta así lo que es verdaderamente poder, el poder de quien da la
vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean (Rm 4, 17).
Creando el mundo por su palabra (Cfr. 2 Co 4, 6), triunfó sobre los poderes del
caos (Gn 1, 2). Esta operación primera la continúa ejerciendo en sus criaturas:
"En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28).

Dios condena progresivamente toda violencia

54. Dios es amigo de la vida. Por ello, condena progresivamente toda violencia.
Lo hace teniendo en cuenta las diferentes épocas en que vive su pueblo. Así se
apropia la ley del Talión (Ex 21, 24), que representa un progreso considerable
con respecto a los tiempos de Lamec, que se venga sin medida (Gn 4, 23-24). El
Dios del Antiguo Testamento no es un Dios cruel, es un Dios con entrañas de
misericordia. Se pone de parte del pueblo oprimido en Egipto (Ex 3, 9) y le exige
un comportamiento semejante con el débil (Ex 23, 9). Dios se constituye, pues,
en defensa de las víctimas de la injusticia humana, y, más en particular, del
huérfano, de la viuda y del pobre (Ex 22, 20ss). A su vez, poco a poco irá
diseñe. la figura única del siervo de Yahvé, que ha renunciado definitivamente a
la violencia (Cfr. Is 53, 7; Temas 9 y 30).

Jesús es la Palabra creadora misma

55. Jesús es la Palabra creadora misma: "Todo se hizo por ella y sin ella no se
hizo nada de cuanto existe" (Jn 1, 3). Jesús jamás destruye, no mata, no hiere a
nadie. El consuela, cura, regenera, crea y recrea. El es esencialmente creador.
Su misión es restauradora, redentora. Se emplaza en la perspectiva de Aquel a
quien en el Espíritu llamamos Padre y que es creador de todos los seres.

Amar es prolongar la acción creadora de Dios

56. Amar es prolongar la acción creadora de Dios y el mayor de todos los


mandamientos. Tal es la voluntad de Jesús: "Amaos los unos a los otros, como
yo os he amado" (Jn 13, 34-35; cfr. 15, 12-17). De un extremo al otro del Nuevo
Testamento el amor del prójimo aparece inseparable del amor de Dios: los dos
mandamientos son la plenitud de la Ley (Mc 12, 28-33). Vienen a ser uno solo
(Jn 15, 12; Ga 5, 14; 1 Jn 4, 20-21; 5, 2), que se extiende al enemigo mismo (Mt
5, 44). Este mandamiento, aunque antiguo por estar ligado con las fuentes de la
revelación (1 Jn 2, 7ss), es nuevo: Jesús inaugura la era anunciada por los
profetas, dando a cada uno el Espíritu que crea corazones nuevos. El amor,
venido de Dios, vuelve a Dios. Amando a nuestros hermanos, amamos al Señor
mismo (Mt 25, 40) y así se cumple en nosotros el plan creador y salvador de
Dios. El amor es algo absoluto y constituye lo único que permanecerá
eternamente (Cfr. 1 Co 13, 8-13). Sobre esta base se levanta ya el mundo
futuro.

La fuerza del amor se impondrá al fin

57. Jesús, como los profetas de Israel y el Apocalipsis, anuncia que,


formalmente, el dominio de mundo no estará en mano de los violentos, sino que
pertenecerá a todos aquellos que hayan cooperado a la acción creadora de
Dios, acción que opera poderosa y mansamente. La mansedumbre es
verdaderamente fuerte; ella alcanzará al fin la victoria y dominará la tierra:
"
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra" (Mt 5, 4). En la
pugna entre el amor y el odio, la fuerza del amor se impondrá al fin.

El amor creador obliga a la transformación de la naturaleza y de las


estructuras sociales, mediante el conocimiento científico y la técnica

58. El amor creador, hablando en general, no puede dispensarnos hoy de


conocer científicamente tanto la naturaleza como las estructuras sociales y,
desde este conocimiento, ponerlas al servicio de un mundo más humano. El
amor, si es creador de veras, no es un vago sentimiento ni se contenta con
buenas intenciones. El amor creador no huye de la realidad; la asume
seriamente, busca conocerla del modo más objetivo posible, eliminando toda
ilusión y proyección sobre ella, que la deformen al servicio de intereses y
apetencias egoístas.

La ciencia y la técnica sin amor deshumanizan el mundo y la soeiedaa; pero el


amor ha de valerse del saber científico y de la técnica para desplegar su fuerza
creadora. En particular, aunque el amor procure primariamente el crecimiento y
liberación de las personas, será necesario, aun para lograr este objetivo,
mejorar y, a veces, cambiar las estructuras sociales, dentro de las que se
realizan en una gran medida ese crecimiento y esa liberación.

Tema 66. NUESTRA FE CRISTIANA ANTE UN MUNDO EN GÉNESIS. EL


GOZO DEL DESCUBRIMIENTO. LA CIENCIA Y LA TÉCNICA DE NUESTRO
MUNDO
OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Invitar al preadolescente a que contemple con gozo las maravillas de un mundo en


génesis.

o Que el preadolescente descubra el valor de la ciencia y su riqueza; todo ello puede


llevar a la contemplación del Creador. La ciencia, con todo, tiene sus límites. De ninguna forma puede
ser idolatrada.

El gozo del descubrimiento. Las maravillas de un mundo en génesis

59. Hay en el preadolescente un infinito deseo de saber, un ansia de descubrir lo


oculto, lo que encierra algún misterio y se ofrece como velado a sus ojos.
Experimenta fácilmente el gozo del descubrimiento y la admiración por las
maravillas de un mundo en génesis, percibe con asombro lo infinitamente
grande de los espacios interestelares, lo infinitamente pequeño de las partículas
atómicas, lo infinitamente complejo de los organismos celulares, lo infinitamente
sencillo de los fenómenos naturales.

Historia de la vida e historia del hombre

60. La ciencia nos dice que a la historia del hombre antecede otra mucho más
larga: la "historia" de la vida. Naturalmente, la humanidad hubo de comenzar un
día con unos primeros hombres. Aunque la transición se muestra como gradual
ante una observación exterior, la hominización, sin embargo, representa
respecto del animal un modo de existir tan radicalmente nueva, que tuvo que
haber un momento determinado en que ciertos seres vivos dejaron de ser algo y
empezaron a ser alguien (Cfr. Pío XII, Humani Generis, DS 3896). El instante de
este comienzo ha desaparecido para siempre en la oscuridad de los tiempos.

Una visión dinámica del mundo

61. A la historia del hombre y al dinamismo de la vida, precede la génesis —la


evolución— del cosmos. La ciencia moderna ha descubierto en el
acontecimiento evolutivo la ligazón física entre todos los vivientes y, por
extensión, entre todo lo real. Este es el denominador común en el que coinciden
todas las investigaciones e hipótesis en torno al acontecimiento evolutivo. La
evolución es una de las grandes concepciones científicas que ha contribuido a la
formación de una nueva visión del mundo: una visión dinámica.

Una nueva situación de la cultura, una nueva época de la historia humana

62. El Concilio Vaticano II recoge la nueva situación de la cultura, creada por el


cambio profundo de las circunstancias de vida del hombre moderno en el
aspecto social y cultural. Se puede hablar incluso de una nueva época de la
historia humana. Tal situación ha sido preparada por el ingente progreso de las
ciencias naturales y de las humanas, incluidas las sociales; por el desarrollo de
la técnica, y también por los avances en el uso y recta organización de los
medios que ponen al hombre en comunicación con los demás. De aquí
provienen ciertas características de la cultura actual: las ciencias exactas
cultivan al máximo el juicio crítico; los más recientes estudios dé; la psicología
explican con mayor profundidad la actividad humana; las ciencias históricas
contribuyen mucho a que las cosas se vean bajo el aspecto de contabilidad y
evolución... (Cfr. GS 54).

Dos órdenes de conocimiento: Fe y razón. Autonomía legítima de ambos

63. En el diálogo de la fe con la ciencia, hemos de mantener un doble principio:


No buscar en la ciencia lo que sólo la fe nos puede dar y, a su vez, no buscar en
la fe lo que la ciencia nos puede ofrecer. El Vaticano II, "recordando lo que
enseñó el Concilio Vaticano I, declara que existen dos órdenes de conocimiento
distintos, el de la fe y el de la razón; y que la Iglesia no prohibe que las artes y
las disciplinas humanas gocen de sus propios principios y de su propio
método..., cada una en su propio campo; por lo cual, reconociendo esta justa
libertad, la Iglesia afirma la autonomía legítima de la cultura humana, y
especialmente la de las ciencias" (GS 59; cfr. 36).

La ciencia debe permanecer en su propio campo y reconocer sus limites

64. Según esta autonomía metodologógica, la ciencia debe permanecer en su


propio campo, sin rebasarlo, y reconocer, por tanto, sus límites. Ni la naturaleza
que muchos hombres contemporáneos creen dominar, ni la ciencia en la que se
apoyan como si fuese una religión o una filosofía, son ni toda la naturaleza ni
toda la ciencia. Lo que se entiende por ciencia, con frecuencia, lleva al hombre
de nuestro tiempo a reducciones y empequeñecimientos de realidades que no
pueden ser captadas por los métodos del saber científico.

El descubrimiento del acontecimiento evolutivo, permaneciendo en su


propio campo, no puede oponerse a la fe

65. Por lo que a la cuestión evolutiva se refiere, el hecho científico, como tal, no
da amparo a ninguna filosofía. Es filosóficamente neutro. Permaneciendo en su
propio campo, no puede oponerse a la fe. No sucede esto con las
interpretaciones materialistas y panteístas que históricamente han surgido en
torno al descubrimiento de la evolución.

La sabiduría humana, si desborda sus límites, se vuelve idolátrica

66. Cuando la sabiduría humana desborda sus límites, se vuelve idolátrica, vana
(Sal 13, 1; Rm 1, 21). Esto es lo que percibe y denuncia el creyente israelita ante
el influjo de la cultura griega, introducida en Israel con la dinastía macedónica de
los seléucidas, a la que pertenece Antíoco Epífanes, el verdugo de los
Macabeos (2 M 7). Los grandes mentores de la sabiduría griega, seducidos por
las maravillas de la naturaleza, la adoraron en cada uno de sus principales
elementos. Por ello, dice el libro de la Sabiduría: "Sí, vanos por naturaleza todos
los hombres que ignoraron a Dios y no fueron capaces de conocer por los
bienes visibles a Aquel-que-es, ni atendiendo a las obras, reconocieron al
Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire sutil, a la bóveda estrellada, al agua
impetuosa o a las lumbreras del cielo, los consideraron como dioses, señores
del mundo" (Sb 13, 1-2).

"Si llegaron a adquirir tanta ciencia..., ¿cómo no llegaron primero a


descubrir a su Señor?"

67. En nuestra época, con el avance extraordinario de la ciencia, no se adorará


al agua, por ejemplo, como elemento primordial y señor del mundo, pero sí
puede suceder que se adore, en su caso, a una primera nebulosa de hidrógeno.
La idolatría científica de nuestro tiempo aparece en esta expresión de un
materialista dialéctico: "El electrón es inagotable, lo mismo que el átomo. La
naturaleza es infinita y existe infinitamente". El libro de la Sabiduría se hace una
pregunta, que parece particularmente dirigida a muchos de nuestros
contemporáneos: ... "Si llegaron a adquirir tanta ciencia que les capacitó para
indagar el universo, ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor?" (13, 9).

El universo tiene su propio himno al Creador. Escuchemos

68. La creación es signo de la grandeza y del amor de Dios. El universo tiene su


propio himno al Creador. Es preciso saber escucharlo. No todos los hombres le
prestan oído. La Escritura dice que son inexcusables (Sb 13, 8; Rm 1, 20), pues
"
lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a
través de sus obras" (Rm 1, 20) y además "habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien, se ofuscaron en varios
razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se
volvieron estúpidos" (1, 21-22). Los Concilios Vaticano I y II enseñan que el
hombre "puede conocer ciertamente a Dios, principio y fin de todas las cosas,
con la razón natural, por medio de las cosas creadas" y que, gracias a la
revelación "todos los hombres, en la condición presente de la humanidad,
pueden conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error, las realidades
divinas, que en sí no son inaccesibles a la razón humana" (DV 6; cfr. DS 3004-
3005).

El himno del universo al Creador, escuchado por los santos

69. El himno del universo al Creador lo han escuchado los santos. En la


grandeza y hermosura de las criaturas han llegado a contemplar la gloria de su
Autor (Cfr. Sb 13, 5). Así lo canta San Juan de la Cruz: "Mil gracias derramando /
pasó por estos sotos / con presura / y yéndolos mirando / con sola su figura /
vestidos los dejó / de su hermosura." Esa misma huella de Dios es la que, ante
las flores de su jardín, le hace exclamar a San Ignacio de Loyola: "No me habléis
tan alto."

Francisco de Asís, hijo de Dios y hermano de toda la creación

70. San Francisco de Así, más allá de la sabiduría griega y de toda sabiduría
humana, vive como hijo de Dios y hermano de toda la creación. En él todas las
cosas quedan ordenadas a Dios y, por su voz, alaban al Creador: "Loado seas,
mi Señor, con todas tus criaturas, / especialmente el hermano sol, / el cual hace
el día y nos da la luz. / Y es bello y radiante con grande esplendor; / de Ti,
Altísimo, lleva significación. / Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las
estrellas; / en el cielo las has formado claras, y preciosas, y bellas. / Loado seas,
mi Señor, por el hermano viento, / y por el aire, y nublado, y sereno, y todo
tiempo, / por el cual a tus criaturas das sustentamiento. / Loado seas, mi Señor,
por la hermana agua., / la cual es muy útil, y humilde, y preciosa, y casta. /
Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, / con el cual alumbras la noche, / y
es bello, y jocundo, y robusto, y fuerte. / Loado seas, mi Señor, por nuestra
hermana madre tierra, / la cual nos sustenta y gobierna, / y produce diversos
frutos con coloridas flores y hierbas" (Del Cántico del Hermano Sol).

CUARTA PARTE: CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL MUNDO:


(Continuación)

DE LA CREACIÓN A LA NUEVA CREACIÓN

CAPITULO III. CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE LA NUEVA


CREACIÓN. VIVIMOS EN ESPERANZA: LOS NOVÍSIMOS

Tema 67.—Abrid vuestros ojos a las señales del fin.

Tema 68.—Importa estar vigilantes.

Tema 69.—Ni compromiso sin fe ni fe sin compromiso.

Tema 70.—Hay una esperanza para el mundo. Hay una esperanza para ti.
¡Resucitaremos!

Tema 71.—Sólo Dios conoce y juzga de verdad al hombre. Dios juzga mi vida.
El juicio final.

Tema 72.—La muerte, fin de la vida terrena, fija al hombre en su opción ante
Dios. El Infierno: El pecado eternizado.

Tema 73.—El purgatorio: La madurez lograda después de la muerte.

Tema 74.—Un cielo nuevo y una tierra nueva.

OBJETIVO CATEQUÉTICO
o Que el preadolescente descubra que, desde su vida de fe, puede vivir cara al futuro con
esperanza.

o Que el preadolescente descubra que la esperanza en la vida futura con Dios en el cielo
nos lleva a trabajar por el bien de los hombres aquí en la tierra.

Tema 67. ABRID VUESTROS OJOS A LAS SEÑALES DEL FIN

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Presentar el fin del mundo y sus señales como buena noticia para el creyente; como
seria advertencia para quienes viven de espaldas a Dios.

o Anunciar al preadolescente que las palabras de Jesús acerca del fin son una invitación
a la conversión.

o Despertar en el preadolescente una actitud de esperanza ante las señales que anuncian
el fin: Cristo vence, sobre todo, aquello que destruye al hombre y al mundo.

¿Cuándo?

1. "Jesús salió del templo; mientras iba de camino se le acercaron sus discípulos
y le señalaron los edificios del templo, pero él les repuso: Véis todo eso, verdad?
Os aseguro que lo derribarán hasta que no quede ahí piedra sobre piedra.
Estando él sentado en el monte de los Olivos se le acercaron los discípulos y le
preguntaron a solas: Dinos cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu
venida y del fin del mundo" (Mt 24, 1-3).

¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?

2. "A unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios,
Jesús les contestó: El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni
anunciarán que está aquí o está allí; porque, mirad, el Reino de Dios está dentro
de vosotros" (Le 17, 20-21). Y a los discípulos que sobre la llegada del Reino de
Dios también le preguntaron a Jesús: "¿Dónde será, Señor?", respondió: "Donde
se reúnen los buitres, allí está el cuerpo" (Le 17, 37).

Unas preguntas que se repiten

3. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? Preguntan los discípulos. Preguntan los


fariseos. Preguntamos muchos de nosotros. La curiosidad, la superstición y la
fantasía popular no se resignan. Pretenden arrancar a toda costa el secreto que
rodea al fin del mundo. ¿Cómo terminará el mundo? ¿Se podrá conocer la fecha
exacta? ¿Dónde sucederá la venida final de Cristo?
Jesús dirige al hombre una llamada que compromete toda su vida

4 Sin embargo, este tipo de preguntas —tal y como son planteadas— no


encuentran respuesta directa en el Evangelio. El Evangelio no viene a satisfacer
la curiosidad humana, sino a dirigir al hombre una llamada que compromete toda
su vida. Por ello, la respuesta de Jesús es sorprendente, profunda. Va más allá
de lo que se pregunta. Jesús se mueve en otro plano y responde desde él. Los
discípulos, gente sencilla, se han dejado impresionar por las construcciones del
templo. Jesús los sustrae de ese plano superficial y engañoso, poniéndoles
delante de la catástrofe que se está gestando ya, a su alrededor, en aquella
sociedad: "No quedará piedra sobre piedra." De este modo, Jesús los coloca, de
pronto, ante el problema del fin; ellos lo entienden así, pues preguntan: "Dinos
cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu venida, y del fin del mundo."
Los fariseos, gente complicada, le hacen a Jesús la pregunta difícil, la que
parece no tener respuesta: "¿Cuándo iba a llegar el Reino de Dios?" Jesús les
da esta respuesta: "El Reino de Dios está dentro de vosotros."

El día de Cristo y el fin del mundo están próximos. Al filo de la historia en


curso

5. En la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos (Mt 24, 1-3), todo va


misteriosamente relacionado: la historia de Jerusalén (la historia en curso), el
Día del Hijo del Hombre (que llegaría después de padecer mucho y ser
reprobado por esta generación (Cfr. Le 17, 25) y el fin del mundo. En realidad,
aquello que separa de Cristo y del fin del mundo a la historia en curso no es
tanto de orden cuantitativo, espacial y cronológico, cuanto cualitativo y
existencial. Por su resurrección, Cristo inicia una nueva forma de presencia en el
mundo, que acabará haciendo del universo entero un cielo nuevo y una tierra
nueva. El Día de Cristo y el fi ndel mundo están, pues, próximos. Están en
medio de vosotros. La generación presente será testigo de ello: "Os aseguro que
antes que pase esta generación todo eso se cumplirá" (Mt 24, 34).

¡No os dejéis engañar! Falsos mesianismos

6. Mas, ¡cuidado! Dice Jesús: ¡No os dejéis engañar! Es preciso estar


sobreaviso y saber discernir. Surgirán falsos cristos y falsos profetas, falsos
mesianismos: "Cuidado con que nadie os extravíe. Vendrán muchos usurpando
mi nombre, diciendo: 'Yo soy el Mesías', y extraviarán a mucha gente" (Mt 24, 4-
5). Y también: "Si alguno os dice entonces: 'Mira, aquí está el Mesías', o 'Míralo,
allí está', no os lo creáis; porque saldrán mesías falsos y profetas falsos, con tal
ostentación de señales y portentos, que extraviarían, si fuera posible, a los
mismos elegidos. Mirad que os he prevenido" (Mt 24, 23-25).

¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin!

7. ¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin!, dice Jesús, Vosotros mismos
podéis encontrar la respuesta. De la misma manera que, observando la
naturaleza, caéis en la cuenta de que el verano está cerca, así también podéis
conocer las señales del fin: "Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando
ya la rama se pone tierna y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca.
Pues lo mismo, cuando veáis vosotros todo eso, sabed también que ya está
cerca, a la puerta" (Mt 24, 32-33). San Lucas en el pasaje paralelo introduce esta
variante: "Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el
Reino de Dios" (Lc 21, 31).

La guerra

8. Ahora bien, ¿cuáles son las señales que anuncian el fin? El Evangelio va
enumerando una serie de realidades que anuncian al mundo y al hombre su
propio fin. En primer lugar, aparece la guerra, ese viejo azote de la humanidad:
"Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino" (Mt 24, 7). En el
Apocalipsis aparece esta misma señal destructora bajo la imagen de un jinete
que monta un caballo rojo y empuña una espada enorme: "Cuando soltó el
segundo sello, oí al segundo Viviente que decía: 'Ven'. Salió otro caballo, alazán
(rojo), y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los
hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande" (Ap
6, 3-4).

El hambre

9. Junto a la guerra aparece el hambre: "Habrá hambre... por diversos países"


(Mt 24, 7). En el Apocalipsis aparece esta señal temible bajo la imagen de un
nuevo jinete, que monta un caballo negro y lleva en su mano una balanza.
"Cuando soltó el tercer sello, oí al tercer Viviente que decía: 'Ven'. En la visión
apareció un caballo negro; su jinete llevaba en la mano una balanza. Me pareció
oír una voz que salía de entre los cuatro vivientes y que decía: 'Un cuartillo de
trigo, un denario; tres cuartillos de cebada, un denario; al aceite y al vino no los
dañes" (Ap 6, 5-6).

La peste y la muerte

10. Tras la guerra y el hambre, la peste: "En diversos países habrá epidemias
(peste)" (Lc 21, 11). En el Apocalipsis, esta señal aparece bajo la imagen del
jinete que monta un caballo amarillento, a quien sigue de cerca otro, la muerte:
"Cuando soltó el cuarto sello, oí la voz del cuarto Viviente que decía: 'Ven'. En la
visión apareció un caballo amarillento; el jinete se llamaba peste y la muerte lo
seguía" (Ap 6, 7-8). Ambos jinetes forman el sombrío cortejo de epidemias,
calamidades y muertes que siguen a los anteriores.

La persecución de los creyentes

11. Junto a estos jinetes apocalípticos, una nueva señal: la persecución de los
creyentes. Detenciones, calumnias, interrogatorios, torturas, procesos,
ejecuciones. "Os entregarán al suplicio y os matarán; y por mi causa os odiarán
todos los pueblos" (Mt 24, 9). En el Apocalipsis, esta señal aparece como el
descubrimiento del secreto histórico que ocultaba el quinto sello: "Cuando soltó
el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los asesinados por proclamar la
Palabra de Dios y por el testimonio que mantenían" (Ap 6, 9). Para el vidente del
Apocalipsis, la historia humana tiene un altar donde son sacrificados los mártires
de cada época.

La conmoción de los cimientos

12. Junto a todo ello, la conmoción de las cimientos. Con un lenguaje


simbólico, la Escritura describe las catástrofes y calamidades que en todos los
tiempos anuncian el fin del mundo. Se trata de imágenes que, por tanto, no
pueden ser entendidas al pie de la letra. "Habrá... terremotos por diversos
países" (Mt 24, 7). Y también: "... El sol se hará tinieblas, la luna no dará su
resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán" (Mt 24, 29).
Y el Apocalipsis: "En la visión, cuando se abrió el sexto sello se produjo un gran
terremoto, el sol se puso negro como un vestido de pelo, la luna se tiñó de
sangre y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como caen los higos verdes de
una higuera cuando la sacude un huracán. Desapareció el cielo como un
pergamino que se enrolla y montes e islas se desplazaron de su lugar. Los reyes
de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los potentes y todo hombre,
esclavo o libre, se escondieron en las cuevas y entre las rocas de los montes"
(Ap 6, 12-15). Se conmueven los cimientos, por ejemplo, en la caída de culturas
y civilizaciones, de imperios políticos y económicos, de religiones y sociedades...
Las imágenes pueden referirse también a catástrofes de la naturaleza.

La proclamación de la Buena Nueva

13. Una nueva y última señal: la proclamación de la Buena Nueva. En medio de


los horrores que en todas las épocas anuncian al mundo su propio fin, resuena
la Buena Noticia de que, pase lo que pase, se impondrá la victoria de Dios. Las
fuerzas poderosas que destruyen al mundo y al hombre (guerra, hambre, peste,
muerte...) serán vencidas por una fuerza superior: la Palabra de Dios,
Jesucristo, el único jinete victorioso. "El evangelio del Reino se proclamará en el
mundo entero" (Mt 24, 14). En el Apocalipsis, la señal de la predicación de la
Buena Nueva aparece bajo la imagen del jinete que monta el caballo blanco: "En
la visión, cuando el Cordero soltó el primero de los siete sellos, oí al primero de
los Vivientes que decía con voz de trueno: 'Ven'. En la visión apareció un caballo
blanco; el jinete llevaba un arco, le entregaron una corona y se marchó victorioso
para vencer otra vez" (Ap 6, 1-2).

Por encima de todo se impondrá la Palabra de Dios

14. La identificación del jinete del caballo blanco, que empuña en su brazo el
temible arco de los poderosos ejércitos partos, viene dada en otro pasaje del
Apocalipsis: "Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco; su jinete se llama el
Fiel y el Veraz porque es justo en el juicio y en la guerra. Sus ojos llameaban;
ceñían su cabeza mil diademas y llevaba grabado un nombre que sólo él
conoce. Iba envuelto en una capa teñida en sangre y lo llaman Palabra de Dios"
(Ap 19, 11-13). El jinete del caballo blanco es el símbolo de la victoria. Por
encima de todo, vencerá la Palabra de Dios, la Persona de Cristo, el jinete Fiel y
Veraz.

"Y entonces vendrá el fin." La venida en majestad de Cristo

15. Tras estas señales, el Fin: "Entonces llegará el fin" (Mt 24, 14). El fin no es
para nosotros, los creyentes, el término en que todo acaba, sino el principio de
un futuro sin término que mantendrá todo hasta la plenitud: "Cuando empiece a
suceder todo esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación" (Le
21, 28). Este fin coincide con la venida de Cristo: "Cuando veáis todo esto, caed
en la cuenta de que El está cerca, a las puertas" (Mt 24, 33). Se trata de su
venida en majestad (parusía). El Nuevo Testamento habla siempre de "venida",
no de "retorno". No es lo mismo. Cristo ha venido al mundo de una vez para
siempre, por la encarnación. Y esa única venida se despliega en tres etapas.
Desde su encarnación hasta la muerte, se hace presente Cristo en el mundo en
forma de Siervo (kénosis). Con la resurrección inicia Cristo un nuevo modo de
presencia en este mundo, no al descubierto, sino velada, "como en un espejo", a
través de signos, aunque esté atestiguada y confirmada por el Espíritu en la
comunidad creyente. Con su venida en majestad, Cristo vivifica, al fin,
plenamente a los hombres (resurrección), manifiesta el sentido de la historia
(juicio), renueva todas las cosas (nueva creación).

La llamada a la conversión

16. Las palabras de Jesús sobre el fin y sus señales fueron dichas a una
generación concreta: los hombres de su tiempo. Sin embargo, van dirigidas a
todas las generaciones. No pretenden inculcar el miedo a la muerte y al fin del
mundo. Las palabras de Jesús quieren sacudir y despertar a un pueblo que vive
de espaldas al plan de Dios. Un pueblo ciego que va por mal camino. Jesús
invita a la penitencia, llama a la conversión: es preciso contar con Dios, buscar a
Dios, volver a Dios. El fin está cerca. Como anunciaba Juan el Bautista: "Dad el
fruto que pide la conversión... Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol
que no da buen fruto será talado y echado al fuego" (Mt 3, 8-10).

Un pueblo de espaldas a su propio fin

17. Los contemporáneos de Jesús están ciegos. Viven de espaldas al fin que los
amenaza. Pueden interpretar los signos meteorológicos y no lo que más les
habría de interesar: ¡Las señales de los tiempos! "Se acercaron los fariseos y
saduceos y le pidieron para ponerlo a prueba: Muéstranos un signo que venga
del cielo. El les respondió: Al caer la tarde decís: 'Está el cielo colorado, va a
hacer bueno'; por la mañana decís: 'Está el cielo de un color triste, hoy va a
haber tormenta.' El aspecto del cielo sabéis interpretarlo, ¿y los signos de los
tiempos no sois capaces? ¡Una generación perversa e infiel y exigiendo signos!
Pues signo no se les dará excepto el signo de Jonás" (Mt 16, 1-4).

Como sucedió en los días de Noé y de Lot


18. Los contemporáneos de Jesús se parecen a los coetáneos de Noé y de Lot:
"Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del
Hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca;
entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de
Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día
que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos" (Le
17, 26-29). Como los contemporáneos de Noé y Lot, viven de espaldas al
desastre, despreocupadamente. El fin los cogerá de improviso.

Las palabras de Jesús, más que una amenaza, son una llamada de atención al
peligro que acecha.

De improviso. ¡Estad en vela!

19. De improviso sorprenderá a los hombres la desgracia, dice Jesús. Si no se


vuelven a Dios, ese día será para ellos como una trampa: "Tened cuidado: no se
os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche
encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los
habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar
de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre" (Lc
21, 34-36). Hemos de quedar avisados y escarmentados en el dueño de la casa
que duerme profundamente, cuando el ladrón la asalta: "Comprended que si
supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela
y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros
preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre" (Mt
24, 43-44).

El fin, un despojo repentino. ¡Es necesario atesorar en orden a Dios!

20. El fin alcanzará a los hombres como la muerte al rico necio de la parábola de
Jesús: pensaba asegurarse largos años de buena vida tras una cosecha
abundante, pero Dios puso un fin repentino a sus cálculos y a sus presunciones
de disfrute y seguridad: "Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una
gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde
almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y
construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi
cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: 'Hombre, tienes bienes acumulados
para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida.' Pero Dios le dijo:
'Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién
será?' Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios" (Lc 12, 16-
21). Este labrador rico es un necio, un insensato, un "loco". Según el lenguaje
bíblico, un hombre que prácticamente niega a Dios (Sal 13, 1). No cuenta con El.

En nuestro mundo están presentes las señales del fin

21. En nuestro mundo están presentes las señales del fin. Por tanto, también
para nosotros son válidas las palabras de Jesús. Quizá nosotros nos parecemos
a los contemporáneos de Jesús, a los hombres de la generación del diluvio: "...
comemos, bebemos, compramos, vendemos, plantamos, construimos..."
Vivimos despreocupados, de espaldas al fin. Dejamos correr las cosas.
Decimos: "Eso no nos toca, no va con nosotros..." En realidad, nosotros somos
tan necios como el rico de la parábola, si vivimos de espaldas al fin, si no nos
volvemos a Dios y contamos con El.

Se acerca nuestra liberación

22. En medio de los horrores de nuestro tiempo y en cualquier circunstancia,


Jesús nos invita a volvernos a El, a permanecer vigilantes en la fe, en el amor y
en la esperanza ("El está cerca"), a cobrar ánimo y a levantar nuestras cabezas
abatidas ("Se acerca nuestra liberación"). Una esperanza semejante canta la
liturgia de difuntos en este bello himno, que nos invita a esperar más allá de
nuestro propio fin: "Dejad que el grano se muera / y venga el tiempo oportuno: /
dará cien granos por uno / la espiga de primavera. / Mirad que es dulce la
espera / cuando los signos son ciertos; / tened los ojos abiertos y el corazón
consolado: / ¡si Cristo ha resucitado, / resucitarán los muertos!" (Himno de
Laudes).

Dios pasa salvando a los que reconoce como suyos

23. En efecto, ante las señales del fin Jesús nos invita a levantar la cabeza. En
medio del desastre, del dolor y de la muerte, Dios pasa salvando a los que creen
en El y han sido sellados con la marca del Dios vivo: "Vi después otro ángel que
subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los
cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: No dañéis
a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos en lo frente a los
siervos de nuestro Dios" (Ap 7, 2-3). Este es el estilo del Dios vivo, del Dios que
actúa en la historia: Dios salva a los que reconoce como suyos. Así actuó Dios
con el creyente Noé, a quien salvó de las aguas del diluvio (Gn 7, 1). Así actuó
Dios con el creyente Lot, a quien salvó del desastre de Sodoma (Gn 19, 15). Así
actuó Dios con el pueblo de Israel, a quien libró del exterminio de sus
primogénitos: sus casas estaban marcadas con la sangre del cordero pascual
(Ex 12, 12-13). Eran creyentes.

Importa una sola cosa: estar vigilantes

24. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? Jesús no indica fechas precisas: "El día y la
hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el
Padre" (Mt 24, 36). Sin embargo —y esto es lo importante— el Reino de Dios,
cancelación del mundo presente, está ya entre nosotros (Cfr. Lc 17, 21). Jesús
afirma, además, que no ha de suceder la llegada del Reino en un lugar
determinado. En cualquier parte que se esté, allí se percibirá. Es como el
relámpago, que cruza de un extremo a otro del horizonte y es percibido por
todos y en todas partes. El Hijo del Hombre se manifestará allí donde muera el
hombre (Cfr. Mt 24, 26-28). Por lo demás, el fin, el Reino de Dios y su día, dice
Jesús, vienen sin dejarse sentir (Lc 17, 20), de improviso (Le 21, 34), como el
ladrón (Mt 24, 43-44), como la muerte (Le 12, 16-21). Lo que importa es una
cosa: estar vigilantes (Le 21, 36; Mt 24, 42).

Tema 68. IMPORTA ESTAR VIGILANTES

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Que el preadolescente descubra que en su vida de fe el creyente vive ya, anticipándolo,


aquello mismo que en el último día lograremos definitivamente ser, aunque ahora ni lo seamos ni lo
vivamos en su plenitud.

o Que el preadolescente descubra la necesidad y el valor de la actitud evangélica de la


vigilancia.

Atención al futuro. Vigilantes

25. En su vida, el hombre permanece, hablando en general, a la espera de lo


que va a suceder, a la búsqueda de lo nuevo. Pero el preadolescente, más que
en ninguna otra edad de la vida, está fascinado por el futuro y vive abierto hacia
él. En un momento, el futuro, lo nuevo, puede aparecer. El futuro no es, sin más,
lo que todavía no existe, sino algo que está siendo ocultamente gestado en el
tiempo presente. Estar a la escucha y a la espera de lo nuevo, de lo que va a
venir, es preparar su llegada. Es estar vigilantes.

Vigilantes: "...Ya está brotando, ¿no lo notáis?"

26. Velar, en sentido propio, significa renunciar al sueño de la noche. De ahí


resulta para esta palabra un sentido metafórico: velar es estar vigilante, luchar
contra la pereza y la negligencia a fin de conseguir aquello que se persigue.
Para el creyente, velar es permanecer a la escucha de la Palabra de Dios (Cfr.
Pr 8, 34ss). El creyente vela, a fin de vivir en la noche, sin ser,de la noche. La
vigilancia es la actitud fundamental del creyente en orden al fin de este mundo.
Es su actitud ante la "consumación" de todas las cosas, la naturaleza y la
humanidad, que comienza ya en el tiempo presente con la inauguración del
Reino de Dios: "El Reino de Dios está dentro de vosotros" (Le 17, 21). Es
preciso permanecer atentos, pues lo verdaderamente nuevo ya está en marcha,
ya está brotando: "Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo
notáis?" (Is 43, 19).

Israel, pueblo-vigía; el profeta, hombre-vigía


27. Israel es, por vocación, el pueblo de la escucha, de la espera, de la
vigilancia. Vive atento a todo lo que pueda manifestar la acción de Yahvé. La
Palabra de Dios señala y abre el verdadero futuro del pueblo. Como el salmista,
Israel es un pueblo-vigía (Cfr. Sal 129, 6-7). En Israel, el almendro es el símbolo
de la vigilancia. Por ser el primer árbol que echa flores, es el heraldo que
anuncia la presencia de la primavera. Se le llama vigilante. El profeta es, en la
historia de la salvación, el hombre vigía, el primero que detecta la presencia del
futuro que llega, el heraldo que anuncia la salvación de Dios. La Escritura dedica
este poema a la figura profética del mensajero. "¡Qué hermosos son sobre los
montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que
anuncia la salvación, que dice ,a Sión: ¡Ya reina tu Dios! ¡Una voz! Tus vigías
alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus ojos ven el retorno de
Yahvé a Sión" (Is 52, 7-8).

Dios también vela

28. No sólo vela el hombre, también vela Dios. La noche del éxodo, noche que
no puede ser olvidada por ningún judío, Dios veló sobre su pueblo: "Llegada la
vigilia matutina, miró Yahvé a través de la columna de fuego y humo hacia el
ejército de los egipcios, y sembró la confusión en el ejército egipcio. Trastornó
las ruedas de sus carros que no podían avanzar, sino con gran dificultad (Ex 14,
24-25). La aventura del éxodo ha quedado en la tradición del Antiguo
Testamento como una de las manifestaciones más brillantes de la vigilancia de
Dios sobre su pueblo. Como se le dice al profeta Jeremías, Dios es también
como el almendro; permanece atento al cumplimiento de su Palabra en medio
de la historia humana: "Recibí esta palabra del Señor: ¿Qué ves, Jeremías?
Respondí: Veo una rama de almendro. El Señor me dijo: Bien visto, porque yo
velo para cumplir mi palabra" (Jr 1, 11-12).

Vigilancia, esperanza y fe

29. Israel vigila, Israel espera. Esta actitud se fundamenta en su fe: Dios actúa
en su historia. El es el Señor. Creer y esperar son aspectos inseparables de la
vida del creyente. Así lo vive el salmista: "Porque tú, Dios mío, fuiste mi
esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud" (Sal 70, 5), Como el
pueblo de Israel, todo cristiano es un hombre-vigía. Vigilante, lo mismo que el
almendro, anuncia la primavera del Reino de Dios ya presente en su vida. Aquí
radica su esperanza. En su fe vive la gran novedad, la buena nueva, que Cristo
proclama como una realidad que ya está en marcha (Cfr. Lc 17, 21), una
realidad que ya permanece operante en medio del mundo (1 Ts 2, 13).

Ya y, sin embargo, todavía no

30. El Reino de Dios, ya presente, se identifica con la persona de Jesús. Jesús,


por medio de su Espíritu, manifiesta la acción amorosa del Padre sobre nosotros
y nuestra condición actual de hijos de Dios, si bien todavía este misterio no se
ha manifestado en su plenitud: "Ahora somos hijos de Dios, dice San Juan, y
aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2). En la Vida del cristiano se
mantiene así una tensión: el cristiano en el mundo presente vive ya de la
presencia y fuerzas del Reino de Dios y, a la vez, aguarda aún y espera ese
mismo Reino en su plenitud para el mundo venidero.

Cristo viene

31. Dentro de esa tensión, el cristiano vive alerta y vigilante en el tiempo


presente y de cara al tiempo venidero, al último futuro. En el tiempo presente,
porque Cristo ha venido y está viniendo. Por su resurrección, ha quedado
constituido Señor: vive, está presente y actúa en el mundo como el Señor. Ha
sucedido ya el acontecimiento decisivo que suscita y provoca nuestra vigilancia
y fundamenta nuestra esperanza. Este es ya el gran acontecimiento de la fe.
Como dice San Pablo: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos
a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros?" (2 Co 13,
5). Realmente, por la resurrección de Cristo "hemos llegado a la plenitud de los
tiempos" (1 Co 10, 11).

Cristo vendrá

32. El cristiano permanece vigilante también ante el futuro: Cristo vendrá. Con su
venida en majestad, el hombre (resurrección) y el mundo (nueva creación)
participará del triunfo de Cristo, efectuándose una última discriminación de la
cizaña y el trigo (juicio). Ante este gran día, es preciso permanecer vigilantes. Se
trata de tener la atenta vigilancia de quien ama, de permanecer despiertos (Me
13, 35), de tener ceñidos los vestidos y encendidas las lámparas (Lc 12, 35), de
estar revestidos con el vestido de fiesta, dispuestos a entrar (Mt 22, 11). En
realidad, lo que nos separa de este día no es mucho: "Un poquito de tiempo
todavía y el que viene llegará sin retraso" (Hb 10, 37).

La enseñanza del Concilio Vaticano II

33. El Concilio Vaticano II nos recuerda que el futuro esperado comienza ya en


el tiempo presente: "La restauración prometida que esperamos ya comenzó en
Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y por El continúa en la
Iglesia... La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros (Cfr. 1 Co
10, 11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a
realizarse en cierto modo en el siglo presente, puesto que la Iglesia, aun en la
tierra, se caracteriza por una verdadera, aunque imperfecta santidad" (LG 48, b,
c).

Pero recuerda también el Concilio que todavía no se ha manifestado lo que


seremos: "... nos llamamos hijos de Dios y lo somos de verdad (Cfr. 1 Jn 3, 1);
pero todavía no se ha realizado nuestra manifestación con Cristo en la gloria
(Cfr. Col 3, 4), en la cuál seremos semejantes a Dios, porque le veremos tal cual
es (Cfr. 1 Jn 3, 2). Por tanto, mientras moramos en este cuerpo, vivimos en el
destierro, lejos del Señor (2 Co 5, 6), y aunque poseemos las primicias del
Espíritu, gemimos en nuestro interior (Cfr. Rm 8, 23) y ansiamos estar con Cristo
(Cfr. F1p 1, 23). Este mismo amor nos apremia a vivir más y más para Aquel que
murió y resucitó por nosotros (Cfr. 2 Co 5, 15)" (LG 48, d).

Ante el gran Día del Señor, el Concilio nos invita a vigilar en todo momento:
"Mas como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación
del Señor, que velemos constantemente, para que, terminado el único plazo de
nuestra vida terrena (Cfr. Hb 9, 27), merezcamos entrar con El a las bodas y ser
contados entre los elegidos (Cfr. Mt 25, 31-46)" (LG 48, d).

Tema 69. NI COMPROMISO SIN FE NI FE SIN COMPROMISO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Que el preadolescente descubra la necesidad de comprometerse, desde su fe, en la construcción de


un mundo nuevo y mejor, más humano, más fraterno y más de Dios.

 Que el preadolescente descubra que, con su compromiso cristiano, está preparando la venida del
Señor y la consiguiente consumación de todas las cosas en el Reino de Dios.

Novedad del Reino y esfuerzo presente. La esfera del Reino y el


compromiso serio con las tareas de este mundo

34. El futuro no llega por sí solo; hemos de prepararlo por el esfuerzo y la lucha.
No puede caer sobre el hombre por una suerte de decisión exterior y arbitraria,
respecto a la cual quedase del todo extraño. Todo futuro trae, sin duda, consigo
algo nuevo; pero eso nuevo llega preparado por nuestro pasado y presente y en
una cierta vinculación y continuidad con ellos. Lo dicho vale para todo futuro;
vale también para el futuro último (escatológico). El futuro último no tiene por
qué dejar sin significado, valor y eficacia a los futuros anteriores y relativos. La
esperanza en Dios y en su Reino venidero no elimina el interés del creyente por
el mundo presente y por los proyectos del hombre dentro de este mundo y por
su realización. Antes al contrario, perdería toda seriedad y fundamento la
esperanza que se conformase con aguardar pasivamente el advenimiento del
último futuro.

La esperanza, como la fe y el amor, a través de las criaturas

35. El creyente no puede utilizar la esperanza cristiana como coartada en favor


de un desinterés por los compromisos con los demás hombres en las tareas
comunes de este mundo. El cristiano ha de atestiguar y verificar ante el mundo
su esperanza participando seria y activamente en lo que la humanidad espera.
La fe y la caridad cristiana requieren la mediación de las creaturas: el
conocimiento de Dios pasa a través del conocimiento del mundo (Rm 1, 18ss); el
amor a Dios pasa a través del amor a los hermanos (1 Jn 4, 20). De igual modo,
la esperanza ha de pasar a través de aquellos proyectos y sus realizaciones en
que el cristiano interviene, solidariamente con los demás hombres, para cumplir
con el mandato divino de perfeccionar la tierra (Gn 2, 15; 1, 28).

Ni compromiso sin fe, ni fe sin compromiso

36. En definitiva, ni la fe sin compromiso, ni compromiso sin fe. Una opción


cristiana ha de evitar la separación de ambos extremos. Así lo enseña el
Concilio Vaticano II: "Se equivocan los cristianos que, bajo pretexto de que no
tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que
pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un
motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la
vocación personal de cada uno. Pero no, es menos grave el error de quienes,
por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos
temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando
que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de
determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de
muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra
época" (GS 43; cfr. 21; 34-39; 57).

El compromiso, expresión necesaria de la fe

37. La fe compromete la vida entera del hombre. Todo lo pone en venta quien
descubre el Reino de Dios (Cfr. Mt 13, 44ss). Pero el compromiso se traduce en
obras concretas. Las obras del creyente son la consecuencia, la expresión y la
ratificación necesarias de la fe. Santiago lo subraya (St 2, 14-26), como también
Pablo (Cfr. Ef 2, 10). Hay obras de la fe que son fruto del Espíritu (Ga 5, 22-23).
La fe que Cristo anuncia es la que actúa por la caridad (Ga 5, 6). La fe, en
efecto, transforma la vida entera, como dice San Pablo a los creyentes de
Tesalónica: "Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de
vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en
Jesucristo nuestro Señor" (1 Ts 1, 3). Por lo demás, Jesús enseñó que mientras
se aguarda su venida en majestad hay que tener la lámpara encendida (Mt 25,
1-13), hacer que fructifiquen los talentos (25, 14-30), amar a los hermanos (25,
31-46).

Fe y compromiso en la construcción de un mundo más justo y humano

38. El verdadero creyente no puede limitarse a servir y amar al prójimo con


quien en cada caso se encuentra. En una u otra forma, la fe exige, hablando en
general, el compromiso en la construcción de un mundo más justo, más
humano/y, por lo mismo, más de Dios. Por la fe, Moisés emprende la gran
aventura de la liberación de un pueblo (Ex 3, 11-12). Por la fe, las tribus
nómadas salidas de Egipto se convierten en un pueblo que tiene su razón de ser
de pueblo de Dios en el ejercicio de la justicia (Dt 5, 1-22). Por la fe, los profetas
comprometen su vida en la proclamación de las exigencias de justicia de la
Alianza y en la denuncia de la injusticia (Jr 20, 7-11).

El compromiso de la evangelización

39. El verdadero creyente coopera en la gran obra de Cristo, prevista desde toda
la eternidad: edificación de su Cuerpo que es la Iglesia, mediante la
evangelización de todos los pueblos, según el mandato del Señor: "Se me ha
dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). De este modo, la
fe compromete al creyente en la realización del designio eterno de Dios Padre:
reconciliar en Cristo toda la humanidad con Dios y en sí misma, pues la Iglesia,
Cuerpo de Cristo, es prenda, señal, testimonio, principio y germen de esa
reconciliación.

Compromiso con el esfuerzo y trabajo humanos

40. La fe exige a los cristianos el serio compromiso de compartir con los demás
hombres el esfuerzo y trabajo común en la construcción del mundo presente,
para cumplir "el plan de Dios manifestado a la humanidad al comienzo de los
tiempos, de someter la tierra (Gen 1, 28) y perfeccionar la creación" (GS 57).

Algunos cristianos de la comunidad de Tesalónica interpretan de tal modo la


inminencia del Día del Señor, que ya ni siquiera trabajan. Todo esfuerzo les
parece inútil. San Pablo no intenta apagar su esperanza ante el futuro. Quiere
que preparen esta venida del Señor con un trabajo sosegado, dedicados al
servicio de los demás y sin cansarse de hacer el bien: "Por lo que respecta a la
venida de Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos,
hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos... que os
haga suponer que está inminente el día del Señor... Porque nos hemos enterado
que hay entre vosotros algunos que viven desconcertados, sin trabajar nada,
pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor
Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Vosotros,
hermanos, no os canséis de hacer el bien" (2 Ts 2, 1-2; 3, 11-13).

El creyente afronta el sufrimiento

41. El creyente no rehuye el sufrimiento. Tampoco lo soporta con sola


resignación pasiva. Sale, por lo contrario, al encuentro de los sufrimientos que le
traen consigo, por un lado, la vida misma en este mundo —que el creyente
recibe de Dios como un regalo y, a la vez, trata de mejorar—y, por otro lado, sus
compromisos de fe y amor: "Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos,
mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no
aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de
Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por
causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra
carne mortal" (2 Co 4, 8ss).

El cristiano se gloría, incluso, en las tribulaciones, "sabiendo que la tribulación


engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada,
esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 3-5).
El gozo en la tribulación (2 Co 1, 3-10) es fruto del Espíritu (1 Ts 1, 6; Hch 13,
52; cfr. Ga 5, 22) y, al mismo tiempo, signo de la presencia del Reino de Dios en
este mundo.

El creyente afronta con esperanza la persecución por la causa de Jesús

42. El creyente afronta con esperanza la persecución; por ello la afronta fiel,
perseverante y gozosamente (2 Ts 1, 4; Rm 12, 12). La alegría es el fruto de la
persecución así soportada: "Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan
y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos" (Mt
5, 11-12). En particular, la denuncia profética, compromiso de la comunidad
creyente, provoca en todo tiempo y también hoy la persecución: "También
nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los
hombros de quienes buscan la paz y la justicia" (GS 38). El Apocalipsis, espejo
de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible prueba, alimenta una
esperanza en el corazón de los perseguidos. A cada uno de ellos, como a toda
la Iglesia, no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: "No temas por lo
que vas a sufrir: el diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que
seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días (un breve espacio de
tiempo). Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida " (Ap 2, 10).
El Apocalipsis es siempre un mensaje de esperanza en medio de las dificultades
del tiempo presente.

Ni dualismo ni materialismo

43. El cristiano cree que el mundo, el hombre y el `^to de su actividad no están


destinados a la destrucción, sino a una última y definitiva consumación. Frente a
la ideología del progreso indefinido, el cristiano afirma que esa consumación
rebasará las virtualidades inmanentes de toda la realidad, pues es don de Dios.
Pero esta reserva escatológica no empaña la sinceridad ni disminuye la eficacia
del compromiso temporal del creyente.

El cristiano sabe que el inmenso esfuerzo por transformar el mundo y ordenar la


sociedad humana de modo justo y fraterno, lejos de caer en una especie de
fondo perdido, dispone elementos que en cierta forma y medida integrarán la
nueva creación, sin que ésta se identifique con las metas alcanzadas por el
esfuerzo del hombre. También sabe que "los bienes que proceden de la dignidad
humana, de la comunión fraterna y de la libertad, bienes que son un producto de
nuestra naturaleza y de nuestro trabajo, una vez que el Espíritu del Señor, y
según su mandato, los hayamos propagado en la tierra, los volveremos a
encontrar, pero limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados..." (GS 39)
en la plenitud del Reino de Dios. Sabe, en fin, que el hombre no podrá contar
con otro tiempo y con otro mundo después del presente, para poder colaborar en
la preparación del Reino.

Continuidad entre el mundo presente y el venidero. Trascendencia del


Reino de Dios

44. Al mismo tiempo, el cristiano radicaliza y relativiza la construcción de la


"ciudad terrestre". En realidad, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que
andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 14). Por ello, aunque no establezca
una separación entre fe y compromiso, puede el cristiano, según la vocación de
cada uno, ordenar de diversa forma su vida al mundo venidero: "Los dones del
Espíritu son diversos: mientras llama a unos a dar con su deseo vehemente un
testimonio explícito de la morada celeste y a conservarla viva en medio de la
familia humana, otorga a otros la vocación de dedicarse al servicio temporal de
los hombres preparando con este ministerio suyo la materia del reino celestial"
(GS 38).

Tema 70. HAY UNA ESPERANZA PARA EL MUNDO. HAY UNA ESPERANZA
PARA TI. ¡RESUCITAREMOS!

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Que el preadolescente logre tomar conciencia de la experiencia de la muerte como el mayor enigma
de la vida humana.

 Anunciarle al preadolescente que en Cristo Resucitado se nos ofrece la única realidad por la que
esperamos poder salvarnos: Cristo significa y es para nosotros la victoria sobre la muerte, último
enemigo del hombre y del mando.

El enigma de la propia muerte

45. Todos, un día u otro, tendremos conciencia de que la muerte se ha instalado


en el corazón de nuestra vida: las células del cuerpo se rebelan y envejecen, la
personalidad se descompone poco a poco. Esto sucede inexorablemente así, si
es que la muerte no llega antes, sin previo aviso. Pero de todos modos
comenzamos a vivir ya el enigma de la muerte en la desaparición de otras
personas que nos rodean (familiares, amigos, conocidos). Estos acontecimientos
nos desconciertan. Quisiéramos olvidarlos, pero no es posible. La muerte es una
sacudida que pone a prueba la esperanza humana. Ante ella, como en ninguna
situación, experimentamos nuestra fragilidad y la rapidez con que pasa la vida:
"Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como la flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe, su terreno no volverá a verla... " (Sal 102, 15-
16).

La muerte, enigma del mundo

46. La muerte es el camino de todos (1 R 2, 2): los hombres y los demás seres
vivos del planeta. Hoy contamos con otra experiencia: en todo lo que tiene forma
y estructura se encuentran encadenadas fuerzas enormemente poderosas que
el hombre puede utilizar a favor de la vida o, también, para la destrucción de
toda forma de vida; una guerra atómica, bacteriológica o química, podría
desencadenar la destrucción de toda forma de vida sobre nuestro planeta. Las
imágenes apocalípticas han venido a ser una posibilidad sumamente real: "Se
conmueven los cimientos de la tierra. La tierra se rompe con estrépito, la tierra
se deshace a trozos, la tierra salta hecha pedazos, la tierra vacila como un ebrio
y es sacudida como una choza" (Is 24, 18-20).

"Hay esperanza para tu futuro". Dios, el fiel, más fuerte que la muerte

47. La muerte es el mayor de los enigmas, la más seria amenaza a las ansias
humanas de vivir, el último enemigo (1 Co 15, 26) del hombre: "El máximo
enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la
disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la
desaparición perpetua" (GS 18). La muerte desconcierta, sobrecoge,
escandaliza. Frente a ella, de uno u otro modo, el hombre se pregunta: ¿Por qué
la muerte? ¿Habrá algo después? ¿Qué será de mí y de los míos?

En cuestión el sentido de la vida y Dios mismo

48. ¿Estamos condenados a muerte o existe para nosotros una esperanza? La


muerte pone en cuestión el ser y el sentido de la existencia humana. Si el
hombre es, en realidad, un ser para la muerte, bien puede decirse también que
es una pasión inútil. Ahora bien, la muerte pone en cuestión también a Dios.
Dios es el Señor de la vida y de la muerte y, además, es Amor. El verdadero
amor pide eternidad. El amor de Dios no sólo la exige, sino que, eternamente
fiel, la da a los suyos. Si la muerte fuese lo más fuerte, o Dios no seria Dios o
Dios no sería amor. Es Dios mismo quien ha sembrado en el corazón del
hombre un anhelo de inmortalidad.

El mayor enigma de la vida humana

49. El israelita ,piadoso ha intuido en su fe en el Dios de la Alianza, que Dios


mantendrá fielmente a los suyos consigo para siempre: "no dejarás a tu amigo
ver la fosa; me librarás de las garras de la muerte, me colmarás de gozo en tu
presencia, de alegría perpetua a tu derecha" (Sal 15, 10-11). Dios,
comprometido fiel y amorosamente con los suyos para siempre, nos llama sin
cesar a la esperanza: "Así dice Yahvé: Reprime tu voz del lloro y tus ojos del
llanto, porque... hay esperanza para tu futuro" (Jr 31, 16-17). Llamarnos a la
esperanza es una costumbre de Dios. Sus costumbres son eternas. Por eso,
desde el principio (Gn 3, 15), la historia de la salvación es una invitación de Dios
para que el hombre espere, incluso contra toda esperanza (Rm 4, 18). Dios es la
esperanza en persona, como dice el salmista: "Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba
en ti, en el seno, tú me sostenías, siempre he confiado en ti" (Sal 70, 5-6).

Hubo esperanza para Abraham. "Contra toda esperanza"

50. Hubo esperanza para Abraham. Esperó lo humanamente inesperable. Dios


le había dicho: "... Te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré crecer
sin medida" (Gn 17, 5-6). Abraham era ya viejo y su mujer estéril; sin embargo,
creyó y esperó en la Palabra de Dios que le prometía una descendencia tan
numerosa como las estrellas del cielo (Gn 15, 5). Abraham, "apoyado en la
esperanza, creyó; contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas
naciones, según lo que se le había dicho: 'Así será tu descendencia'. No vaciló
en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto —tenía
unos cien años— y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo,
sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de
que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación"
(Rm 4, 18-22).

Hubo esperanza para Israel. En medio del mar, en medio del desierto, en
medio del destierro

51. Hubo esperanza para Israel en medio del mar y en las soledades del
desierto, donde no había camino: "Así dice el Señor, que abrió camino en el mar,
y senda en las aguas impetuosas... Abriré un camino por el desierto, ríos en el
yermo" (Is 43, 16-19). Y en medio del destierro, donde no había regreso:
"
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos
llenaba de risas, la lengua de cantares" (Sal 125, 1-2). Era el cumplimiento del
anuncio profético: "... Volverán de tierra hostil" (Jr 31, 16).

Hubo esperanza para Jesús. En medio de la muerte

52. Hubo esperanza para Jesús: un "tercer día" ante el máximo enigma del
hombre, la muele. En efecto, ha habido un hombre que ha esperado como
nadie, allí donde se troncha y desaparece toda esperanza humana. Ese hombre
ha sido Jesús. El horizonte de Jesús se había ido cerrando progresivamente: la
intriga, la persecución, la calumnia, la condena y, finalmente, la muerte. Todo
había caído sobre él. Era una situación sin salida. Jesús lo sabe y así lo dice a
sus discípulos en distintas ocasiones: "Desde entonces empezó Jesús a explicar
a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de
los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y tenía que ser ejecutado y resucitar
al tercer día" (Mt 16, 21).

Un "tercer día" más allá de la muerte


53. "... Y al tercer día resucitará"' (Mt 17, 23; 20, 19). Jesús confía totalmente en
el Padre: por muy honda que sea su caída en el oscuro abismo de la muerte,
nada podrá impedir que se manifieste triunfalmente la acción salvadora de Dios.
Jesús sabe que de su humillación y de su muerte el Padre sacará la glorificación
y la vida. Cambiará su suerte, habrá un tercer día más allá de la muerte,
resucitará.

¡Cristo ha resucitado!: El gran acontecimiento

54. "Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 3,6). ¡Cristo ha
resucitado! Este es ya el gran acontecimiento. Un muerto, Jesús, condenado y
ejecutado por la turbia justicia de los hombres, vive. La resurrección de Cristo
significa la ratificación categórica de lo que los justos del Antiguo Testamento
habían presentido: Dios no abandona a sus elegidos al poder de la muerte. En
Cristo ha desvelado este gran misterio.

Resucitaremos como El

55. Como dice San Pablo, nosotros, porque Cristo ha resucitado, resucitaremos
a imagen de Cristo resucitado, como plenitud del cuerpo resucitado de Cristo,
del que los bautizados somos miembros. Por eso San Pablo llama a Cristo
Resucitado "primicias" (1 Co 15-20) o "primogénito de entre los muertos" (Col 1,
18). Su resurrección no es el final feliz de un destino meramente individual, sino
la anticipación y el modelo de un destino común a todos los suyos. Si el cristiano
es el hombre que va asemejándose a Cristo como a su prototipo (Cfr. Rm 8, 29),
ese proceso de asimilación no estará completo hasta que, muerto con El,
resucite como El. Para representarnos, pues, nuestra resurrección, no tenemos
otra referencia que el misterio de la resurrección de Cristo. Sabemos que Cristo
una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más y que la muerte no
tiene ya dominio sobre él; su vida es un vivir para Dios (Cfr. Rm 6, 8-10). Por
eso, resucitaremos a una vida no señalada ya para siempre por el poder y la
amenaza de la muerte. Viviremos para Dios.

Seremos los mismos

56: Según formulaciones de la fe de la Iglesia, "los muertos resucitarán en sus


cuerpos"... (Símbolo, Fides Damasi, DS 72); "con sus propios cuerpos que ahora
tienen" (Concilio IV de Letrán, DS 801). La resurrección de los muertos será "la
resurrección de la misma carne que ahora tengo" (Profesión de fe impuesta a los
Valdenses por Inocencio III, DS 797). La fe cris-tina no se limita a sostener el
hecho de la resurrección, defiende además la identidad corporal del resucitado.
Pero no podemos pensarla ingenuamente como una identidad groseramente
material, como un retorno de la carne y sangre perecederas. En el fondo, la
Iglesia, con su fe en la identidad del cuerpo resucitado, trata de salvaguardar la
identidad del hombre resucitado con el hombre de la anterior existencia
temporal. El cuerpo, en efecto, es la totalidad de mi persona en tanto me
expreso y asomo a lo exterior. La corporeidad de la resurrección será la mía;
más aún, será más mía que nunca lo fue en mi vida terrena.

En plenitud

57. El hombre muestra por su cuerpo lo que él es, en el gesto, en la pa-labra


corporalmente articulable y perceptible. Durante la existencia terrena, esa
automanifestación no se logra del todo; es, o puede ser, ambigua, equívoca,
bien porque el hombre se enmascara con la mentira o el disimulo, bien porque
no ha llegado aún a forjarse un semblante definitivo. Resucitar "con el mismo
cuerpo" significará, por tanto, resucitar con un cuerpo propio, que transparente la
propia y definitiva mismidad, ya sin posible equívoco: un cuerpo que es más mío
que nunca, por cuanto es suprema-mente comunicativo de mi yo. El cuerpo
glorioso ("pneumático", espiritual, 1 Co 15, 44) es el yo irradiando la vida del
Espíritu, libre de todo automatismo inconsciente, depositario de una plenitud
integral que nace en el núcleo más íntimo de la persona y alcanza y transfigura
su corporeidad. Existe una misteriosa continuidad entre nuestra actual
corporeidad y la plenitud de nuestra resurrección en Cristo.

La inmortalidad del alma

58. La vida del hombre, en su núcleo más general, continúa más allá de la
muerte, inmediatamente después de ella, y "previamente" a su resurrección. Por
supuesto, dichas determinaciones temporales no corresponden del todo,
unívocamente a las de nuestro tiempo terrenal. Por eso puede decir con verdad
Jesús al buen ladrón: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Le 23,
43). Y Pablo, por su parte, puede escribir a la comunidad de Corinto: "Preferimos
salir de este cuerpo para vivir con el Señor" (2 Co 5, 8). Y a los filipenses:
"Deseo morir y estar con Cristo" (Flp 1, 23).

La liturgia en uno de los Prefacios de difuntos, lo proclama así: "La vida de los
que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma." La Iglesia ha enseñado al
respecto que las almas de los que se mueren en gracia de Dios, si no tienen
nada que purgar, están en el cielo viendo la divina esencia con visión intuitiva,
cara a cara, inmediatamente después de la muerte "aun antes de la resurrección
de sus cuerpos y del juicio universal" (Const. Bernedictus Deus de Benedicto XII,
DS 1000).

La teología cristiana —y aun el pensamiento popular cristiano— ha tratado de


pensar esta pervivencia personal después de la muerte "antes" de la
resurrección, desde las creencias religiosas y, también, desde la convicción
filosófica de la "inmortalidad del alma". Pero la "inmortalidad del alma" no
expresa por sí sola, como creencia de las religiones primitivas ni como pura y
simple convicción filosófica, la totalidad del destino final del hombre ni los
motivos originales de la fe en la resurrección. La inmortalidad del espíritu
humano es contemplada por la fe en el contexto de la resurrección.
Creemos en la vida eterna, de la que ya gozan los bienaventurados.
Creemos en la comunión de los santos

59. El Papa Pablo VI expresa de esta manera en el Credo del Pueblo de Dios la
fe de la Iglesia en la vida eterna y en el misterio, ya actual, de la comunión de
los santos:

"Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que
mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con
el fuego del purgatorio como las que son recibidas por Jesús en el paraíso en
seguida que se separan del cuerpo, como el buen Ladrón—constituyen el
Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de
la resurrección en el que estas almas se unirán con sus cuerpos" (CPD 28).
"
Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se
congregan en el paraíso, forma la Iglesia celeste, donde ellas, gozando de la
bienaventuranza eterna, ven a Dios como El es, y participan también,
ciertamente, en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el
gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que
interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente nuestra
flaqueza" (CPD 29).
"
Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que se
purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste,
y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmen. te que en esa
comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus
santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones, como nos
aseguró Jesús: Pedid y recibiréis. Profesando esta fe y apoyados en esta
esperanza, esperemos la resurrección de los muertos y la vida del siglo
venidero. Bendito sea Dios, santo, santo. Amén"(CPD 30).

Resucitamos para la vida eterna

60. La vida eterna consiste nuclearmente en la visión de Dios, una visión que se
inicia ya aquí, de algún modo, por la fe y se alcanza, cuando, muerto el creyente,
está y vive con Cristo (Cfr. Lc 23, 43; 2 Co 5, 8; Flp 1, 23; Const. Benedictus
Deus de Benedicto XII, DS 1000) y culmina en la resurrección. Así lo que
llamamos vida eterna se despliega sustancialmente en dos estadios. El Verbo,
que tiene la vida, o mejor que es la vida, se ha encarnado para comunicárnosla
(Jn 1, 12-14) a partir del nuevo nacimiento que es el bautismo: "El que cree en
mí, tiene —ya ahora— vida eterna" (Jn 3, 36). Pero en el estadio final, la fe se
muda en visión: "Cuando se manifieste (Cristo), seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). "Ahora vemos confusamente en un
espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado;
entonces podré conocer como Dios me conoce" (1 Co 13, 12).

Ver a Dios es participar de su propia vida


61. Este concepto de la visión de Dios como constitutivo nuclear de la vida
eterna ha sido entendido, a veces demasiado unilateralmente, en un sentido
secamente intelectualista (visión como conocimiento intuitivo de la esencia
divina pensada como conocimiento de una cosa, o como una idea representativa
de algo). Sin embargo, en el lenguaje oriental, ver al rey, que es el inaccesible,
es privilegio exclusivo de sus cortesanos, de los que viven con él, se sientan a
su mesa, gozan de su intimidad, reciben sus confidencias... Ver a Dios es
conocerlo de tú a tú, inmediatamente; es participar de su vida. La visión aquí es
comunicación de vida en el seno de una intimidad amorosa.

Cristo, mediador nuestro. "Estaremos siempre con el Señor" (1 Ts 4, 17)

62. El Dios cristiano es un misterio interpersonal. Participar de esta íntima


comunión amorosa es impensable sin una cierta connaturalidad u
homogeneidad en el ser. La vida eterna será una participación del ser del Dios
Hijo, Jésucristo, el "consustancial a nosotros según su humanidad", según
definiera el Concilio de Calcedonia. Y mediante el Hijo ("por Cristo"), llegamos a
la intimidad con el Padre en el Espíritu. En la vida eterna, aunque Dios sea "todo
en todos". (1 Co 15, 28), Cristo sigue siendo, en cierto sentido, nuestro
mediador. El, que es ahora nuestra vida (Cfr. Col 3, 4) lo seguirá siendo para
siempre. El es "la resurrección y la vida" (Jn 11, 25).

Cristo ha hecho de la historia humana el tiempo de la esperanza. Un "tercer


día" para el mundo

63. La Resurrección de Jesús ha inaugurado para el mundo entero el amanecer


de un nuevo día, el Día de la Resurrección, el "tercer día". El tercer día no es
tanto un día solar de calendario, como, sobre todo, el principio que cualifica todo
el tiempo nuevo: el tiempo que sigue a la resurrección de Jesús. Cristo ha hecho
de la historia humana el tiempo de la esperanza. La muerte no tendrá poder
definitivo sobre el hombre y sobre el mundo. Por ello, puede decir Pablo: "La
muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
¿Dónde está, oh m rerte, tu aguijón?" (1 Co 15, 54-55). San Ignacio de Antioquía
ha expresado admirablemente ante su propio martirio, la fe cristiana en el
amanecer de ese nuevo día que venza la oscuridad de la muerte: "Bello es que
el sol de mi vida, saliendo del mundo, se oculte en Dios, a fin de que en El yo
amanezca."

"Hay para ti un mañana y no habrá sido vana tu esperanza"

64. Hay una esperanza para el mundo, una esperanza para el hombre, una
esperanza para ti. Nuestra esperanza se llama Cristo Resucitado: "No hay bajo
el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos"
(Hch 4, 12). Si acoges en tu vida la acción de Cristo Resucitado, ciertamente
"
hay para ti un mañana y no habrá sido vana tu esperanza" (Cfr. Pr 24, 14). No
temas. Son para ti estas palabras de Jesús resucitado: "No temas: Yo soy el
primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los
siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno" (Ap 1, 17-18).
Tema 71. SOLO DIOS CONOCE Y JUZGA DE VERDAD AL HOMBRE. DIOS
JUZGA MI VIDA. EL JUICIO FINAL

OBJETIVO CATEQUÉTICO

o Que el preadolescente descubra y experimente su propia incapacidad para juzgar con


verdad su propia vida y la de los demás hombres. Sólo Dios puede desvelar la verdad del corazón,
insondable y ambiguo, del hombre. Dios juzga la historia de la humanidad. El juicio final.

o Anunciar al preadolescente que el juicio de Dios es día que espera el creyente y teme
quien vive de espaldas a Dios y al hermano.

Oculto el sentido de las cosas, de los acontecimientos, de las personas

65. El preadolescente se siente juzgado severamente por los mayores. El mismo


tampoco acierta a juzgarse adecuadamente. Con características propias de su
edad y con particular intensidad, experimenta lo difícil que es saber la verdad de
lo que pasa dentro de sí y a su alrededor. En realidad, las acciones libres
proceden de un pasado oscuro o desconocido y se prolongan en repercusiones
subterráneas que se pierden en el fondo incierto del futuro. Las apariencias
nunca revelan nítidamente la inferioridad de los seres, cuyo sentido último
permanece, las más de las veces, oculto o sólo parcialmente desvelado. Los
hechos de la vida y los acontecimientos de la historia son, por lo común,
ambiguos y opacos: que posean un significado dista mucho de ser evidente. La
verdad total queda oculta. El sentido pleno de las cosas también.

Cuando actúa en la historia, Dios juzga. El juicio, ¿día esperado?

66. Para el creyente, Dios no interviene de una manera particular, en la historia,


sin juzgar. Su intervención tiene siempre una doble vertiente: salva y juzga. La
prioridad corresponde, con todo, al aspecto salvífico. El juicio de Dios es,
fundamentalmente, para la salvación. Es el día esperado por el creyente.
Cuando la Iglesia primitiva confesaba su fe en el Cristo juez ("vendrá a juzgar"),
lo que resonaba en el fondo de este artículo de fe era el mensaje confortante de
la gracia vencedora (Mt 25, 21ss; Le 10, 18; 2 Ts 2, 8; 1 Co 15, 24), pues el
juicio será la victoria definitiva de Cristo y de los suyos sobre los poderes
hostiles. El creyente, que vive según su fe, no tiene por qué temer este día del
Señor como si fuera para él un día de ira. Así lo dice San Juan: "En esto ha
llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día
del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor
en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el
castigo; quien teme, no ha llegado a la plenitud en el amor" (1 Jn 4, 17-18).

Dios sondea las entrañas y los corazones

67. En el Antiguo Testamento, la fe en el juicio de Dios es una convicción tan


fundamental que nunca se pone en duda. Dios, el Señor, gobierna el mundo y,
particularmente, a los hombres. Su palabra determina el derecho y fija las reglas
de la justicia. Dios sondea las entrañas y los corazones (Jr 11, 20; 17, 10; 20,
12) conociendo así perfectamente a los justos y a los culpables. Como, por otra
parte, posee el dominio de los acontecimientos, no puede dejar de guiarlos para
que finalmente los justos escapen a la prueba y los malos sean castigados (Cfr.
Gn 18, 23ss). No se entendería el drama de Job sin esta convicción
fundamental. Los salmos están llenos de las súplicas que le dirigen justos
perseguidos (Sal 9, 20; 25, 1; 34, 1-24, 42, 1, etc.). La experiencia histórica
aporta a los creyentes ejemplos concretos de este juicio divino, al que están
sometidos todos los hombres y todos los pueblos.

Acontecimientos históricos que significan la aversión de Dios hacia el


pecado humano

68. En el momento del éxodo Dios juzgó a Egipto, es decir, castigó al opresor de
Israel, a quien El quería otorgar la libertad (Gn 15, 14; Sb 11, 10). Los castigos
de Israel en el desierto son acontecimientos históricos que significan el juicio de
Dios contra un pueblo infiel. El exterminio de los cananeos en el momento de la
conquista es otro ejemplo de lo mismo, que muestra a la vez el rigor y la
moderación de los juicios divinos (Sb 12, 10-22). Y si retrocedemos en el tiempo,
hallamos una decisión de Dios juez al principio de todas las catástrofes que caen
sobre la humanidad culpable; cuando la ruina de Sodoma (Gn 18, 20; 19, 13), en
el diluvio (Gn 6, 13), en ocasión del pecado de los orígenes (Gn 3, 14-19). El
recuerdo del juicio que amenaza, el anuncio de su inminente realización, forman
parte importante de la predicación profética. Bajo el anuncio de las catástrofes
venideras hay que leer la espera de acontecimientos históricos que significarán
en el plano experimental la aversión de Dios hacia el pecado humano.

Evocación profética de un juicio final. El "día de Yahvé"

69. Después del destierro de Babilonia, el tema del juicio de Dios de la antigua fe
de Israel se desenvuelve, por obra de los escritores apocalípticos, en la creencia
en un juicio universal que habría de abarcar y alcanzar a los pecadores del
mundo entero y a todas las colectividades enemigas de Dios y de su pueblo, ya
que constituiría el preludio obligado del anuncio profético de la salvación. Dios
juzgará al mundo por el fuego (Is 66, 16). Reunirá a las naciones en el valle de
Josafat ("Dios juzga"): Serán entonces la siega y la vendimia escatológicas (Jl 4,
12-13). El libro de Daniel describe con imágenes alucinantes este juicio que
vendrá a cerrar el tiempo y a abrir el reinado eterno del Hijo del hombre (Dn 7, 9-
12, 13). La escatología des-emboca aquí más allá de la tierra y de la historia. Lo
mismo sucede en el libro de la Sabiduría (Sb 4, 20-5, 23). Sólo los pecadores
deberán entonces temblar, pues los justos serán protegidos por Dios mismo (4,
15ss; cfr. 3, 1-9).

El juicio de Dios, instancia de los oprimidos

70. En los salmos posteriores al destierro, la apelación al Dios juez aparece en


ellos como una instancia destinada a acelerar la hora del juicio final (Sal 93, 2).
Y se canta por anticipado la gloria de esta audiencia solemne (Sal 74, 2-11; 95,
12-13; 97, 7-9), en la certeza de que Dios hará finalmente justicia a los pobres
que sufren (Sal 139, 13-14). Así los oprimidos aguardan el juicio con esperanza.
A pesar de todo queda en pie una amenaza tremenda (Sal 142, 2): todo hombre
es pecador delante de Dios.

El juicio, aspecto fundamental de la predicación del Evangelio

71. Con la predicación de Jesús, quedan inaugurados los últimos tiempos: el


juicio escatológico se actualiza ya, aunque todavía haya que esperar la venida
gloriosa de Cristo para verlo realizado en su plenitud. La predicación de Jesús
se refiere frecuentemente al juicio del último día. Todos los hombres habrán
entonces de rendir cuenta (Cfr. Mt 25, 14-30). Una condenación rigurosa
aguarda a los escribas hipócritas (Mt 12, 40ss), a las ciudades del lago que no
han escuchado la predicación de Jesús (Mt 11, 20-24), a la generación incrédula
que no se ha convertido a su palabra (12, 30-42). a las ciudades que no acojan a
sus enviados (10, 14-15). Por lo demás, desde los Hechos hasta el Apocalipsis,
todos los testigos de la predicación apostólica reservan un puesto esencial al
anuncio del juicio, que invita a la conversión (Hch 17, 31; cfr. 24, 25; 1 P 4, 2-3; 2
Co 5, 10-11; Hb 6, 2). Más aún, Pablo afirma que por el Evangelio —anunciado
por él—, se está ofreciendo, cierto, la justificación y salvación de Dios, pero
"desde el cielo Dios revela, además, su reprobación de toda impiedad e injusticia
de los hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia" (Rm 1, 18).

Diversa situación del hombre en el contexto plural de las religiones

72. Nos dice la Escritura que el juicio de Dios tendrá en cuenta la diversa
situación del hombre en el contexto plural de las religiones. Así serán juzgados
bajo la ley mosaica aquellos que la invocan: "Cuantos pecaron bajo la ley, por la
ley serán juzgados...; los que la cumplen, esos serán justificados" (Rm 2, 12-13).
Serán juzgados según la ley escrita en la conciencia quienes no hayan conocido
otra: "Cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las
prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismo son ley; como quienes
muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su
conciencia con sus juicios contrapuestos que les acusan y también les
defienden..." (Rm 2, 14-15). Quienes hayan recibido el Evangelio serán juzgados
por la Ley de la libertad cristiana: "Hablad y obrad tal como corresponde a los
que han de ser juzgados por la Ley de la libertad." El sentido de esta libertad es
dado a continuación; la libertad de actuación discurre por los caminos de la
misericordia: "Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo
misericordia" (St 2, 12-13).
Los que inculpablemente desconocen el Evangelio

73. "Los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia,


dice el Concilio Vaticano II, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan,
bajo el influjo de la gracia, por cumplir en las obras su voluntad conocida por el
dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina
Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos
que inculpablemente no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y se
esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en alcanzar la vida recta" (LG 16).

La actitud adoptada por los hombres frente al prójimo

74. Esto supuesto, el criterio principal del juicio será la actitud adoptada por los
hombres frente al Evangelio, esto es, frente a Cristo: "El que cree en él, no será
juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas" (Jn 3, 18-
19).

En el proceso de Jesús es juzgado el mundo

75. Hubo un crimen en el que la rebeldía humana llegó con un simulacro de


juicio legal al colmo de su malicia: la ejecución de Jesús. Durante este juicio
inicuo se remitió Jesús a aquel que juzga con justicia (1 P 2, 23); así Dios al
resucitarlo lo rehabilitó en sus derechos: No era posible que el Justo quedara
abandonado al poder del pecado y de la muerte (Cfr. Hch 2, 24). Antes al
contrario, la muerte de Jesús señala el momento en que Dios juzga al mundo
definitivamente; en el tiempo posterior se irá explicitando esta sentencia. A partir
de ese momento, el Espíritu en forma permanente confundirá al mundo,
testimoniando que el pecado está de parte del mundo, que la justicia está del
lado de Jesús, que el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado, es decir,
condenado (Cfr. Jn 16, 8-11). Tal es la manera como se realiza el juicio
escatológico anunciado por los profetas: Desde el tiempo de Cristo es ya un
hecho adquirido, constantemente presente, del que sólo se espera la
consumación final.

La actitud adoptada por los hombres frente al prójimo

76. Junto a la actitud adoptada por los hombres ante Jesús, no menos se tomará
en cuenta para el juicio su conducta con el prójimo, sacramento de Cristo: "Y el
rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicísteis con uno de estos mis
humildes hermanos, conmigo lo hicísteis" (Mt 25, 40; cfr. 25, 45). La prueba
irrefutable de la autenticidad en la fe consiste en que nos lleve a descubrir
efectivamente a Cristo en su imagen, nuestro prójimo. Quienes han sellado con
las obras del amor esta ardua identificación de Cristo en el prójimo, esos son los
verdaderos creyentes: "Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1
Jn 4, 7). Quienes, por el contrario, en el prójimo maltratado y humillado no
hubieren descubierto el rostro desfigurado del Siervo de Yahvé, no alcanzarán
tampoco reconocimiento por parte del mismo Señor en su venida gloriosa: "En
verdad os digo, no os conozco" (Mt 25, 12).

Con la muerte se hace definitiva e irrevocable la orientación del hombre en


relación con Dios

77. Mientras vive en las condiciones dé este mundo, el hombre puede, hablando
en general, revocar y cambiar en cualquier momento de su vida la decisión
fundamental que antes tuviere tomada a favor de Dios o contra él y su revelación
en Cristo. Pero llegada su muerte, tal decisión del hombre queda ya cerrada y
fija para siempre. Con la muerte, se hace definitiva e irrevocable la orientación
del hombre en relación con Dios: o vivirá siempre cara a Dios o de espaldas a él.
Esta es la fe de la Iglesia (DS, 839; 854; 925-926; 1000-1002; 1304-1306),
conforme con la afirmación de San Pablo: "Es necesario que todos seamos
puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba
conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal" (2 Co 5, 10; cfr.
Jn 9, 4; Le 16, 26).

Desvelamiento de la actitud asumida en el secreto de los corazones. El


juicio comienza ahora

78. No es el juicio divino lo que constituye de suyo al hombre en inocente o


culpable, en el estado de salvación o de condenación. Es la radical aceptación
de Dios o su repulsa por parte del hombre lo que cualificará en un sentido u otro
una situación que respecto a Dios ha de quedar fija para siempre con la muerte
del propio hombre. El juicio de Dios descubre —no constituye— esa situación.
Como dice San Juan: "Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será juzgado, el
que no cree, ya está juzgado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres
prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas" (Jn 3, 17-19). En
la actitud, pues, que cada uno asume en relación con la luz y las tinieblas, se
opera ya inmediatamente la separación, el juicio. Es el juicio divino una
revelación del secreto de los corazones humanos. El juicio final no hará sino
manifestar en plena luz la discriminación que ha empezado a operarse ya desde
ahora en el secreto de los corazones.

La fe viva, razón de nuestra confianza ante el juicio de Dios

79. El juicio final pondrá en claro el verdadero valor de las obras de los hombres:
"No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. El iluminará lo que
esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón" (1 Co
4, 5). Ante un juicio semejante, surge necesaria la pregunta ¿quién podrá
salvarse?: "Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?" (Sal
129, 3). En efecto, nadie podría salvarse apoyado exclusivamente en sus
propios méritos. Desde el principio, la humanidad entera es culpable delante de
Dios (Rm 3, 10-20). Pero ahora con Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, se
revela la justicia de Dios, no la justicia que castiga sino la que justifica y salva a
quienes creen (Cfr. Rm 3, 21-22). Como dice San Pablo: "Ahora no pesa
condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús" (Rm 8, 1). Así, pues,
el hombre cuya fe en Cristo es fe viva por la esperanza y el amor, ya no tiene
por qué temer. Recordemos las palabras de San Juan: "En esto ha llegado el
amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del
juicio... No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor" (1
Jn 4, 17-18). Su confianza en Dios no hace al creyente descuidado en el servicio
a su Señor. Vive como quien ha de dar cuenta.

La enseñanza del Concilio Vaticano II

80. El Concilio Vaticano II nos recuerda la necesidad de vivir vigilantes y con


esperanza: "Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la
amonestación del Señor, que velemos constantemente, para que, terminado el
único plazo de nuestra vida terrena (Cfr. Hb 9, 27), merezcamos entrar con El a
las bodas y ser contados entre los elegidos (Cfr. Mt 25, 31-46), y no se nos
mande, como siervos malos y perezosos (Cfr. Mt 25, 26) ir al fuego eterno (Cfr.
Mt 25, 41), a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt
22, 13, y 25, 30). Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos
comparecer ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras
buenas o malas que haya hecho en su vida mortal (2 Co 5, 10); y al fin del
mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida; los que
obraron el mal, para la resurrección de condenación (Jn 5, 29; cfr. Mt 25, 46).
Teniendo, pues, por cierto que los padecimientos de esta vida son nada en
comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros (Rm 8, 18; cfr.
2 Tm 2, 11-12), con fe firme aguardamos la esperanza bienaventurada y la
llegada de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo (Tt 2, 13), quien
transfigurará nuestro abyecto cuerpo en cuerpo glorioso semejante al suyo (Flp
3, 21) y vendrá para ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en
todos los que creyeron (2 Ts 1, 10" (LG 48).

Tema 72. LA MUERTE, FIN DE LA VIDA TERRENA, FIJA AL HOMBRE EN


SU OPCION ANTE DIOS.

EL INFIERNO: EL PECADO ETERNIZADO

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 Anunciar al preadolescente que Dios tiene un único proyecto sobre el hombre: la salvación. El
Infierno no es creación de Dios, sino resultado del pecado del hombre.
 Anunciar que las palabras de la Escritura sobre el infierno son para el creyente el aviso amoroso de
Dios, que quiere evitarnos ese estado definitivo de condena.

El enigma del infierno

81. Sobre la realidad del infierno se opina a veces: "El infierno no existe", "Es un
invento de los curas". A veces también salen al paso preguntas como éstas: "Si
Dios es bueno, ¿cómo puede haber infierno?", "¿Puedo hacer yo algo que
merezca un castigo tan grande?"... Y muchas veces, en el fondo de estas
opiniones e interrogantes, late la pregunta: ¿Qué es realmente el infierno?

¿Qué dice la Palabra de Dios?

82. Una cosa es cierta. El infierno es una realidad de la que no tenemos una
experiencia directa. La realidad del "más allá" nos es dada a conocer por
revelación de Dios. Por ello el creyente que vive convencido del efectivo
cumpliminto de la Palabra de Dios y aún tiene desde la fe experiencias, todo lo
parciales que se quieran, de dicho cumplimiento, toma en serio lo que la
Sagrada Escritura dice acerca del infierno y lo recibe como un aviso amoroso de
Dios que quiere evitarnos la caída en él y no simple-mente dar pábulo a una
pura especulación inútil. Pues el proyecto y la voluntad de Dios son de
salvación. Como él mismo dice por el profeta Jeremías: "Mis pensamientos son
pensamientos de paz y no de aflicción" (Jr 29, 11).

Dios quiere la salvación de todos

83. En efecto, la Palabra de Dios anuncia, por encima de todo, la voluntad de


Dios de salvar a todos los hombres. Dios "quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4). Esto es lo que dice
Jesús a Nicodemo: "Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo se salve por El" (Jn 3, 17; cfr. Jn 12, 47-48).

El infierno es fruto del pecado: el pecado eternizado

84. A pesar de esta voluntad de salvación por parte de Dios, el hombre puede
oponer un "no" al proyecto salvador de Dios y elegir una vida cerrada sobre sí
mismo, de espaldas a Dios, a los demás y al mundo de la nueva creación.
Cuando al hombre con su muerte se le convierte en fija e irrevocable su opción
frente a Dios, entonces entra el hombre en el estado que llamamos infierno.
Como el pecado, el infierno es obra del hombre, no de Dios. Así como Dios no
puede querer ni (puede) crear el pecado, tampoco puede ni querer ni crear el
infierno. El infierno es el estado de pecado, irrevocable, consumado y, por
decirlo así, eternizado. Para que haya infierno, no es necesario que Dios lo haya
creado. Basta con que haya hombres que opten por vivir su vida al margen de
Dios. Por lo que a Dios toca, Dios es, más bien, amigo de los hombres y ha
optado por su vida, no por su muerte, pues "Dios no hizo la muerte ni goza
destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera" (Sab 1, 13-14). El
infierno supone la lejanía total de Dios y de los otros. Es la ruptura definitiva de
toda alianza.

El infierno, la realidad final de un mundo sin Cristo. La "muerte segunda"

85. Para confesar la muerte de Cristo, el Símbolo Apostólico utiliza esta


expresión antigua: "Descendió a los infiernos". Del condenado en el juicio de
Dios decimos también que desciende al infierno. Estas dos afirmaciones se
refieren a dos sucesos diversos con consecuencias también diversas: Cristo
desciende para ascender nuevamente con una muchedumbre innumerable de
hermanos que estaban padeciendo la común suerte de la humanidad, mientras
que para el condenado el infierno cierra tras él definitivamente sus puertas. En
estas dos afirmaciones, sin embargo, usamos la misma palabra: infierno. No se
trata de una coincidencia casual; más bien hay en ello una lógica profunda. Los
"infiernos" del Símbolo Apostólico son, como el "infierno" el reino de la muerte, y
sin Cristo no habría en el mundo más que un solo infierno y una sola muerte, la
muerte eterna, la muerte "señora de la historia". Si hay para algunos una muerte
primera, provisional y separable de una "muerte segunda" (Ap 21, 8), la causa
está en que Jesucristo destruyó el reinado de la muerte a secas. Por haber
bajado Jesús a los infiernos, los infiernos no son ya el infierno; pero lo serían, si
él no hubiese bajado. El infierno significa, en suma, la realidad final de un
mundo sin Cristo.

Antes de Cristo

86. Antes de su venida, Cristo 'es prometido y esperado. El hombre del Antiguo
Testamento, en la medida en que acoge esta promesa, ve iluminar-se su
situación (sus "infiernos") con una claridad que se convierte en certeza. Y
viceversa, en la medida en que la rechaza, se oscurece su situación y él mismo
se sume en un abismo, en el que el poder de Satán se hace más horroroso: sus
infiernos se convierten en infierno.

Como Sodoma y Gomorra, como el valle de la Gehenna

87. Dios quiere que el hombre evite esta situación de ruptura definitiva de toda
alianza con él y con el prójimo. Las palabras de Dios sobre el infierno son un
aviso amoroso. La Sagrada Escritura expresa este aviso mediante una gran
variedad de imágenes. Todas ellas vienen a apuntar a la misma realidad: una
situación de condena, la más desgraciada, la más des-esperada de todas. El
Antiguo Testamento alude a dos experiencias terribles como imágenes de la
suerte reservada a los impíos: la consunción de Sodoma y Gomorra por las
llamas (Gn 19, 24-25; Am 4, 11; Sal 10, 6) y la devastación del paraje de Tofet,
en el valle de la Gehenna, lugar de placer destinado a convertirse en lugar de
horror: "Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí: su
gusano no muere, su fuego no se apaga, y serán el horror de todos" (Is 66, 24).

Negación de la comunión con Dios


88. El Nuevo Testamento determina el estado del condenado mediante ex-
presiones que significan todas, diversamente, la negación de aquella comunión
que constituye la dicha de la vida eterna: perder la vida (Mc 8, 35), no ser
conocido (Mt 7, 23), ser echado fuera (Le 13, 23ss), etc. Todas estas
expresiones presentan el estado de condenación como consistente, ante todo,
en la exclusión del acceso inmediato a Dios y a Cristo por el que se logra la vida
eterna. El infierno es, pues, la negación definitiva de la comunión de vida con
Dios, lo contrario de la vida eterna.

La privación eterna de Dios, total fracaso de la vida del hombre y el mayor


de los sufrimientos

89. El Nuevo Testamento, además, amontona expresiones imaginativas para


apuntar hacia algo tan fuera del alcance de nuestra experiencia, la muerte
eterna. A propósito de ella se habla de gehenna de fuego (Mt 18, 9), horno de
fuego (Mt 13, 50), tinieblas exteriores (Mt 22, 13), llanto y crujir de dientes (Mt
13, 42), etc. Este lenguaje quiere subrayar que la privación eterna de Dios lleva
consigo para el hombre el total fracaso de su vida y, por tanto, el mayor de los
sufrimientos. El fuego, como destino de aquello que no servía ya para nada, era
corriente en Palestina. En el lenguaje conminatorio del Bautista, el árbol que no
da fruto será echado al fuego (Mt 3, 10); lo mismo sucederá con la paja, una vez
separada del trigo (Mt 3, 12). Jesús se expresa de modo semejante (Mt 7, 19;
13, 30.40-42).

La negación de toda comunidad

90. Desde el punto de vista de la relación con los otros, el infierno es la


incomunicación, la soledad. _El que se había elegido a sí mismo como centro
exclusivo de su vida, encontró ya al fin lo que en el fondo quería: se tiene sólo a
sí mismo. El infierno es el egoísmo llevado a término. Quien no quiere amar,
renuncia a ser amado. En esa soledad del infierno, nadie habla con nadie, nadie
conoce a nadie. Ha cesado todo diálogo. La imagen sobrecogedora del único
lenguaje posible en el infierno es el crujir de dientes de los textos sinópticos, el
sonido inarticulado, no significativo, no comunicativo. El infierno es, en verdad, el
"
no pueblo", la "anticiudad", la negación de toda comunidad.

La hostilidad de la creación

91. Desde el punto de vista de su relación con el mundo, el condenado no puede


prescindir de la Nueva Creación, pero no encuentra su sitio en ella. El Mundo
nuevo no resulta para él morada, albergue acogedor. El condenado tiene
experiencia del mundo como de algo extraño, medio inhóspito que le asedia y
oprime ,sin que él pueda evadirse. El universo saldrá "a pelear contra los
insensatos" (Sb 5, 20).

El infierno comienza ya ahora


92. Como sucede con el Reino de Dios, también su oponente, el infierno,
comienza ya desde ahora a desplegar en cierta forma su poder. La experiencia
de cada día nos depara situaciones verdaderamente infernales en la familia, en
la sociedad, en el mundo, a causa del pecado. Nuestra historia contemporánea
sabe de hombres animados por una voluntad realmente satánica: hombres que
no dudan en levantar sus vidas sobre los despojos de sus semejantes.

Lo contrario de lo que el hombre está llamado a ser

93. De espaldas a Dios, a los demás y al mundo, el hombre viene a ser


justamente lo contrario de lo que estaba llamado a ser. La vida humana queda
sin sentido, sin razón de ser, sin esperanza. Es tan inútil como el árbol sin fruto o
la paja sin grano, algo que se echa al fuego porque no sirve para nada: "Lo
mismo sucederá al final del tiempo, dice Jesús: saldrán los ángeles, separarán a
los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el
rechinar de dientes" (Mt 13, 49-50; cfr. Mt 7, 19 y 3, 12).

Tema 73. EL PURGATORIO: LA MADUREZ LOGRADA DESPUÉS DE LA


MUERTE

OBJETIVO CATEQUÉTICO

• Presentar al preadolescente la eventual purificación del justo después de su muerte, situación


relacionada con la imperfección e inmadurez presente del hombre.

• Presentarle el purgatorio, no como un' infierno en pequeño, sino como un proceso necesario
para que el justo manchado, inmaduro, pueda entrar en el gozo de la plena comunión de vida con su
Dios y, así, acceder al misterio de la plenitud humana.

Inmadurez permanente

94. Tenemos ansias de ser mejores. Lo necesitamos. Es como una sed de


dignidad y de plenitud personal. Sin embargo, la vida diaria nos muestra que esa
profunda aspiración difícilmente queda satisfecha. Nuestras debilidades,
nuestros límites, nuestros defectos, nos hacen experimentar la inmadurez que
todavía tenemos y que no hemos logrado superar.

Tensión inquietante
95. Para el creyente, deseoso de encontrarse con Dios en una conversión cada
vez más plena, la experiencia de su pecado le provoca una tensión, que le
inquieta y le hace exclamar como a Pablo: "Realmente, mi proceder no lo
comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... En
efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo... ¡Pobre de mí!
¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (Rm 7, 15.18.24).

"Sed perfectos como vuestro Padre celestial"

96. A pesar de su inmadurez, el creyente no deja de escuchar las palabras de


Jesús: "Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8). Y
también: "Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mt 5, 48).
Esta llamada a la perfección y a la limpieza de corazón contrasta con la
impureza y la inmadurez del hombre.

Isaías reconoce su condición pecadora y es purificado

97. Todos estamos llamados a encontrarnos con Dios, a contemplar su rostro:


"Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. - Mi
conocer es por ahora limitado, entonces podré conocer como Dios me conoce"
(1 Co 13, 12). Sin embargo, ¿cómo llegar a contemplar el rostro de Dios, cómo
verle cara a cara, desde nuestra debilidad? "¿Quién subirá al monte del
Señor...?" (Sal 23, 3).

Isaías reconoce su condición pecadora y es purificado

98. El profeta Isaías, ante la presencia de la santidad de Dios, experimenta su


perdición por su condición pecadora: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo hombre de
labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto
con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos" (Is 6, 5). No obstante, por la acción
de Dios, el profeta es transformado y purificado, como el oro por el fuego en el
crisol: "Voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había
cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha
tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado" (Is 6, 6-
7).

El justo, sorprendido por la muerte sin la madurez y limpieza requeridas,


necesita de una purificación

99. Puede ocurrir que al justo lo sorprenda la muerte sin la madurez y limpieza
de corazón requerida para entrar inmediatamente en la vida eterna. Sabemos
por la Biblia que sólo los sin mancha, los limpios de corazón, verán a Dios (Is 35,
8; 52, 1; Mt 5, 8; Ap 21, 27). La Iglesia cree que, en este caso, el justo habrá de
pasar, después de su muerte, por una purificación definitiva que lo prepare para
poder vivir en la inmediata cercanía de Dios. La Iglesia, siguiendo la práctica
anterior de los tiempos del Antiguo Testa-mento, ha orado siempre por los
difuntos: esta oración estuvo siempre animada por su fe en la purificación de los
justos necesitados de ella después de su muerte y su doctrina de la purificación
ratificó esa costante práctica de la oración.

"¿Quién subirá al monte del Señor?"...

100. El texto del segundo libro de los Macabeos (12, 40-46) constituye uno de
los pasajes clásicos de la Escritura en este tema. En los cadáveres de los
soldados israelitas, muertos en defensa de su patria, se encuentran objetos del
culto idolátrico, cuya posesión estaba severamente prohibida por la Ley. No
obstante, Judas hace una colecta con cuyo producto manda ofrecer un sacrificio
por el pecado en el templo de Jerusalén. Estamos aquí ante la práctica de una
oración por los difuntos, en la que se supone la posibilidad de una purificación
posterior a la muerte.

En la Iglesia apostólica

101. La segunda carta a Timoteo (1, 16-18) contiene una oración de Pablo en
favor de un cristiano, Onesíforo, que le ayudó en momentos difíciles y que ha
muerto: "Concédale el Señor encontrar misericordia ante el Señor aquel Día." La
legitimidad de los sufragios por los difuntos está garantiza-da por un uso que se
remonta al judaísmo precristiano (2 M 12) y que la Iglesia apostólica conoció y
practicó. La tradición más antigua contiene abundantes testimonios de oraciones
litúrgicas o privadas por los difuntos: indicaciones en este sentido se encuentran
en las catacumbas y cementerios cristianos. El ejemplo más conocido es el
célebre epitafio de Abercio, al final del cual se lee: "quien comprende y está de
acuerdo con estas cosas, ruegue por Abercio". Tertuliano en el siglo III comenta
la costumbre de celebrar el aniversario de los difuntos con "oblaciones", esto es,
con una acción litúrgica. San Efrén recomienda a los hermanos que recuerden
su memoria el trigésimo día de su muerte: "pues los muertos son auxiliados por
la oblación que hacen los vivos" (RJ 741).

Solidaridad eclesial con los difuntos

102. Esta oración de los cristianos vivos por los difuntos supone una solidaridad
eclesial entre los miembros de Cristo que peregrinan en la tierra y los que ya han
muerto en gracia de Dios. El Concilio Vaticano II dice: "La Iglesia de los
peregrinos, desde los primeros tiempos, tuvo perfecto conocimiento de esta
comunión de todo el cuerpo místico de Cristo y por eso veneró con gran piedad
el recuerdo de los difuntos y ofreció también sufragios por ellos, porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de
sus pecados (2 M 12, 46)" (LG 50)

Todos unidos en la comunión de los santos

103. Dice también el Concilio: "Así, pues, hasta que el Señor venga re-vestido
de su majestad y acompañado de todos sus Angeles (Cfr. Mt 25, 31), y,
destruida la muerte, sean sometidas a El todas las cosas (Cfr. 1 Co 15, 26-27),
algunos de entre sus discípulos peregrinan en la tierra; otros ya difuntos se
purifican; otros son ya glorificados contemplando "claramente al mismo Dios,
Trino y Uno, tal cual es"; mas todos, aunque en grados y formas distintas,
estamos unidos en el mismo amor de Dios y del prójimo y cantamos el mismo
himno de gloria a nuestro Dios. Porque todos los que son de Cristo, por tener su
Espíritu, se funden formando una sola Iglesia y en El se unen entre sí (Cfr. Ef 4,
16). La unión, pues, de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la
paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes al contrario, según la fe
perenne de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de bienes espirituales.
Por estar los bienaventurados más íntimamente unidos con Cristo, consolidan
más eficazmente a toda la Iglesia en santidad, ennoblecen el culto que Ella
misma da a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más
dilatada edificación (Cfr. 1 Co 12, 12-27). Porque recibidos ya en la patria y
gozando de la presencia del Señor (Cfr. 2 Co 5, 8), por El, con El y en El no
cesan de interceder por nosotros ante el Padre... Su fraterna solicitud ayuda,
pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49).

Oración de San Agustín por su madre (muerta)

104. San Agustín tiene en Las Confesiones (IX, 13) esta bella oración por su
madre, Santa Mónica: "Sanado ya mi corazón de aquella herida (la muerte de su
madre), derramo ante ti, Dios nuestro, otro género de lágrimas muy distintas por
aquella tu sierva: las que brotan del espíritu conmovido a vista de los peligros
que rodean a todo el que muere. Porque aun cuando mi madre, vivificada en
Cristo, vivió de tal modo que tu nombre es alabado por su fe y sus costumbres,
no me atrevo a decir que no saliese de su boca palabra alguna contra tus
mandamientos. Así, pues, dejando a un lado sus buenas acciones, por las que
te doy gracias, te pido ahora perdón por los pecados de mi madre. Oyeme por la
"Medicina" de nuestras heridas (Cristo), que pendió del leño de la cruz y sentado
ahora a tu diestra, intercede contigo por nosotros. Yo sé que ella obró
misericordia y que perdonó de corazón las ofensas a quienes le ofendieron;
perdónale tú sus deudas, si algunas contrajo durante tantos años después de
ser bautizada. Perdónala, Señor, perdónala. Descanse en paz, pues, con su
marido. E inspira, Señor y Dios mío, a cuantos leyeren estas cosas, que se
acuerden ante tu altar de Mónica, tu sierva, y de Patricio, en otro tiempo su
esposo, por cuya carne me introdujiste en esta vida. Acuérdense con piadoso
afecto de los que fueron mis padres en esta luz transitoria, mis hermanos ante ti,
Padre, en el seno de la madre Católica y mis conciudadanos en la Jerusalén
eterna, por la que suspira tu pueblo peregrinante."

El dogma católico sobre la purificación

105. El dogma católico sobre la purificación de quienes se durmieron en el Señor


fue definido en los Concilios unionistas de Lyon (en 1274; DS 856) y Florentino
(en 1439; DS 1304). La Iglesia enseña como doctrina de fe: a) la existencia de
un estado en el que los difuntos son enteramente purificados; b) el carácter
penal (expiatorio) de ese estado; c) la ayuda que los sufragios de los vivos
prestan a los difuntos. El Concilio de Trento alude también al dogma del
purgatorio al hablar de la justificación (DS 1580) y sale al paso de los rasgos
"
curiosos o supersticiosos" en los que, por desgracia, abundan las
representaciones populares (DS 1820).

No es un infierno en pequeño. "Duermen el sueño de la paz"

106. Un modo tan corriente como equivocado de entender el estado de


purificación o purgatorio es imaginárselo como un infierno en pequeño. La
liturgia afirma, por lo contrario, que quienes se encuentran en ese estado de
purificación "duermen el sueño de la paz". Ellos son hijos de Dios, están en
gracia, esperan con absoluta certeza la vida eterna. Si algún término de
comparación puede utilizarse para entender el purgatorio, el más próximo es, sin
duda, la experiencia de los místicos. Estos, por su inmadurez y sus manchas,
sienten como causa de sufrimiento la misma cercanía, asegurada y beatificante,
de Dios.

Integración de las diversas dimensiones del hombre en la única decisión


fundamental

107. El dogma católico de la purificación de quienes durmieron en el Señor


parece suponer que la libre decisión de la persona en esta vida señala
fundamentalmente su destino final, pero no tiene por qué alcanzar
necesariamente todos los estados del ser, como si la rica complejidad del
hombre se asumiese indefectiblemente, de una vez y durante la existencia
temporal, en aquella decisión. Esto supuesto, el purgatorio puede entonces ser
pensado como la integración de las diversas dimensiones del hombre en la
única de-cisión fundamental.

La purificación, dimensión del juicio

108. La reflexión cristiana sobre el purgatorio ha de considerar más que la


extensión temporal de ese estado de purificación, su condición de experiencia
reconciliadora en la intimidad de la persona de quien se encuentra con el rostro
de llamas y los pies de fuego (Ap 1, 14-15) de Cristo juez: la purificación del
justo, más allá de las fronteras de la muerte, es una consecuencia en dimensión
del juicio escatológico y está en estrecha conexión con él. El juicio, criba y
discernimiento de la vida humana en su tiempo de peregrinación, alcanza su
punto culminante, sometiendo todo lo inmaduro de la existencia temporal a un
proceso por el que se logra plenamente el hombre nuevo en Cristo.

Pablo parece referirse a ese proceso en un pasaje de la primera epístola a los


Corintios, referido a los evangelizadores que edifican la Iglesia. Se trata de
quienes quedarán a salvo aquel Día, pero pasanto a través del fuego: "Mire cada
uno cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que
es Jesucristo. Encima de ese cimiento edifican con oro, plata, piedras o con
madera, heno o paja. Lo que ha hecho cada uno, saldrá a la luz; el día del juicio
lo manifestará; porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba
la calidad de cada construcción: si la obra de uno resiste, recibirá su paga; si se
quema, la perderá; él sí saldrá con vida, pero como quien escapa de un
incendio." (1 Co 3, 10-15).

Por la purificación al premio de los santos: Un nombre nuevo, una


identidad que nadie conoce

109. Por la purificación, si fuera preciso, el creyente es definitivamente


transformado y renovado hasta llegar a la pureza de corazón necesaria para
gozar de la vida divina. Con ello el hombre accede a su plenitud personal. Se le
devuelve a cada uno su verdadero rostro y a cada uno se le da una identidad
nueva, un nombre nuevo que sólo él conoce. Es el premio dado a los santos.
Como dice el libro del Apocalipsis: "Le daré también una piedrecita blanca, y
grabado en la piedrecita un nombre nuevo, que nadie conoce, sino el que lo
recibe" (Ap 2, 17).

Tema 74. UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA

OBJETIVO CATEQUÉTICO

• Que el preadolescente descubra, en medio de este mundo, los signos del Reino de Dios ya
presente y los viva como anticipación y garantía del mundo futuro.

• Anunciar al preadolescente que el Reino de Dios, ya comenzado, camina hacia su plenitud en


Cristo Jesús y que dicha plenitud coincide con la de la humanidad y del mundo.

En tierra extraña, ¿es posible la dicha y la alegría?

110. Tenemos hambre de felicidad y alegría. Pero la realidad de nuestro mundo


no se presta excesivamente a la alegría y a la esperanza. ¿Podemos vivir
alegres y esperanzados, cuando las condiciones de este mundo nos oprimen,
acongojan y atormentan? ¿Cómo puede uno ser feliz, cuando en nuestro mundo
los hombres se oprimen, se torturan, se matan, cuando mueren de hambre
muchos niños? ¿Cómo se puede esperar, cuando aún no están secas todas las
lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas? Hambrientos de felicidad y
de alegría, vivimos en tierra extraña. Como los desterrados de Israel en
Babilonia, colgamos nuestras cítaras de los árboles y decimos: "¡Cómo cantar un
cántico del Señor en tierra extranjera!" "Sal 136, 4).

El Reino de Dios ha brotado ya. Está entre vosotros


111. El Reino de Dios ha brotado ya, en tierra extraña. Está entre vosotros (Lc
17, 21). Esta es la Buena Nueva de Jesús. ¡La hora de Dios llega! Más aún, ya
ha comenzado. El Reino de Dios comienza en un mundo distinto, nuevo,
transfigurado. En el comienzo del Reino de Dios está incluido el final: del
principio sale el fin, como del grano sale la espiga; en lo más pequeño está
actuando ya lo más grande; en el momento presente comienza lo que va a
suceder, aunque ocultamente.

"A vosotros se os ha dado a conocer los misterios del Reino de Dios".


Comienzos humildes

112. Todos los comienzos son humildes. Permanecen ocultos a la mirada de


muchos. Así sucede con el Reino de Dios (Mc 4, 26-32). Ha comenzado en
medio de un mundo que no reconoce nada de él. Pero algunos perciben en esos
comienzos pequeños los primeros destellos de la acción poderosa de Dios. Dice
Jesús a sus discípulos: "A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del
Reino de Dios" (Lc 8, 10). Dios crea su Reino, que abarcará a todos los pueblos
de la tierra, a partir de lo que es como nada a los ojos humanos: un grupo
despreciable, que acogía a gentes de mala fama, habría de ser la comunidad
elegida por Dios para la instauración de su Reino.

Como un grano de mostaza

113. Comienzos humildes... Sin embargo, con la misma certeza con que se
produce de la pequeña semilla de mostaza el gran arbusto y del pequeño trozo
de levadura la masa fermentada, el poder de Dios convertirá ese grupo
despreciable en el gran Pueblo de Dios, que reunirá a todos los pueblos. "El
Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece a un grano de mostaza que uno
siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece
es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y
vienen los pájaros a anidar en sus ramas." (Mt 13, 31-32). "El Reino de los
Cielos, dice también, se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres
medidas de harina y basta para que todo fermente." (Mt 13, 33). En sus
comienzos, el Reino de Dios es semejante a un grano de mostraza, la más
pequeña magnitud que percibe el ojo humano, y es semejante a la levadura, un
trozo minúsculo que casi desaparece en la gran cantidad de harina. Sin
embargo, desde esos comienzos, es semilla destinada a crecer por encima de
todas las hortalizas y es levadura que fermenta toda la masa.

Un grupo despreciable lanza gritos de júbilo

114. ¡Ahí está!, responde Jesús a los enviados de Juan el Bautista. Un grupo
despreciable puede lanzar gritos de júbilo. El Reino de Dios ha brotado en la
nada de su propia miseria. Un cortejo de pobres ha experimentado el poder de
Dios. Algo totalmente nuevo ha comenzado en su vida. "Los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan,
los pobres son evangelizados" (Lc 7, 22). Con estas palabras, Jesús proclama el
cumplimiento de todas las esperanzas, ilusiones y promesas, que habían sido
anunciadas por los profetas con abundantes y ricas imágenes.

Todas las esperanzas y promesas anunciadas por los profetas

115. "Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca


como flor; estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo. Fortaleced las
manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón
intranquilo: ¡Animo!, ¡no temáis!... El vendrá y os salvará. Entonces se
despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán.
Entonces saltará el cojo como el ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de
júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y torren-tes en la estepa, se
trocará la tierra abrasada en estanque, y el país árido en manantial de aguas...
Los redimidos de Yahvé volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá
alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós,
penar y suspiros!" (Is 35, 1-10; cfr. 65, 17-21; 66, 22; Ez 36, 1-15; Is 11, 6-9; 30,
23-26; Am 9, 13-15).

¡La nueva creación ha comenzado!

116. La respuesta que Jesús da a los enviados de Juan el Bautista es un grito


de júbilo: ¡Ha llegado la hora! Ha llegado la salvación. El tiempo de maldición y
de desgracia toca a su fin. La plenitud del mundo ha comenzado, en tierra
extraña. Porque el Reino de Dios crece en medio de nuestro mundo, se vuelve
posible la alegría y el júbilo en medio del sufrimiento, la libertad en medio de la
esclavitud, la fuerza en medio de la debilidad, incluso la vida en medio de la
muerte y, por tanto, ¡la canción del Señor en medio de una tierra extraña!
¡Dichoso el que crea a pesar de todas las apariencias contrarias! Con el Reino
de Dios, que hace presente Jesús, el Espíritu creador sopla de nuevo sobre la
tierra seca. Los miserables oyen la Buena Nueva, las puertas de la cárcel se
abren, los oprimidos respiran, un pueblo ciego ve una gran luz. ¡La nueva
creación ha comenzado!

Un cielo nuevo y una tierra nueva

117. "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra han pasado y el mar ya no existe" (Ap 21, 1). Esta visión del libro
del Apocalipsis describe la plenitud del Reino de Dios, que coincide con la
plenitud de la tierra y de la humanidad. El Reino de Dios es en favor de los
hombres. El mundo extraño y hostil, desfigurado por el pecado, ha
desaparecido. Era el primer cielo y la primera tierra. En el lenguaje simbólico del
Apocalipsis, el mar es la morada del mal. En la nueva creación el mal no tiene
sitio: la tristeza cesa, el sufrimiento tiene fin, la muerte ya no tiene poder, el
mundo pecador pasa: "Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni
luto, ni llanto, ni dolor. Porque lo de antes ha pasado. Y el que está sentado en
el trono dijo: Todo lo hago nuevo..." (Ap 21, 4-5).

La alianza entre Dios y el hombre plenamente restaurada


118. Un mundo en el que Dios tiene su familia y su casa. La Alianza entre Dios y
el hombre, destruida por el pecado, queda plenamente restaurada: "Y vi la
ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios,
arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché un voz
potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres:
acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su
Dios." (Ap. 21. 2-3.)

Las cítaras de Dios, descolgadas de los árboles

119. Un mundo donde resuenan las canciones alegres del tiempo de la


salvación. Las cítaras de Dios han sido descolgadas de los árboles para cantar
sin cesar la canción del Señor: "Y vi también... a los que habían triunfado de la
Bestia y de su imagen (del Mal)... llevando las cítaras de Dios. Cantan el cántico
de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y
maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y verdaderos tus
caminos. ¡Oh Rey de las naciones!" (Ap 15, 2-3).

La total liberación, el último éxodo, la gran Pascua. El salario de Dios

120. Un mundo que celebra el definitivo cambio de suerte, la total liberación, el


último Éxodo, la gran Pascua. Los pobres se vuelven ricos: heredan el Reino de
Dios (Lc 6, 20); los últimos son los primeros (Me 10, 31); los pequeños vienen a
ser los grandes (Mt 18, 4); los hambrientos son saciados (Le 6, 21); los
cansados, aliviados (Mt 11, 28); los que lloraban, ahora ríen (Le 6, 21); los
enfermos son curados (Mt 11, 5); los presos y oprimidos son liberados (Le 4,
18); los muertos, resucitados (Mt 11, 5). Un mundo que recibe la recompensa de
Dios, el gran salario, la medida abundante, apretada, colmada y desbordante (Lc
6, 38). Un mundo donde se recibe la vida eterna como herencia (Mt 19, 29).

"Una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación,


razas, pueblos y lenguas"

121. Un mundo donde se reúnen los hijos de Dios en la casa del Padre. Vienen
de todo pueblo y nación, y se sientan a la mesa del Hijo del hombre. El les parte
el pan del tiempo de la salvación, les tiende la copa con el vino del mundo
nuevo. El pequeño grupo con que comenzó el Reino de Dios ha crecido
inmensamente, hasta congregar dentro de sí a todas las naciones de la tierra,
como se le prometió al patriarca Abraham (Gn 12, 3): "Después miré y había una
muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos
y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero. Vestidos con vestiduras
blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: la salvación es de
nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 7, 9-10).

Cristo, Señor de la historia, entregará la nueva creación al Padre. Dios será


todo en todo
122. Este será el mundo nuevo que Cristo, Señor de la historia, presentará al
Padre: "Luego, el fin, cuando Cristo entregue a Dios Padre el Reino, después de
haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar
hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser
destruido será la Muerte... Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas,
entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las
cosas, para que Dios sea todo en todo" (1 Co 15, 24-28).

Una plenitud que nadie puede imaginar

123. Tal será la plenitud del Reino de Dios y la consumación del mundo y de la
humanidad. No conocemos fechas ni detalles. Como dice el Concilio Vaticano II,
"ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la
humanidad. Tampoco conocemos el modo cómo se transformará el universo. La
figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña
que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y
donde la alegría saciará los anhelos de paz que brotan del corazón humano"
(GS 39). Se trata de una plenitud que ni si-quiera podemos imaginar: "Ni el ojo
vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los
que le aman" (1 Co 2, 9).

Maranathá. Amén

124. Con razón, como dice San Pablo, "la creación, expectante, está
aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios... Porque sabemos que
hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no
sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos
en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de
nuestro cuerpo" (Rm 8, 19-23). El deseo anhelante de la nueva creación por
parte del creyente aparece también en este valioso testimonio de la Iglesia
primitiva: "Venga la gracia y pase este mundo, Hosanna al Dios de David. El que
sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia. Maranathá.
Amén" (Doctrina de los Doce Apóstoles). Con este mismo deseo finaliza el libro
del Apocalipsis: "Amén. Ven, Señor Jesús. La gracia del Señor Jesús esté con
todos" (Ap 22, 20-21).

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