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Navarro

EphMar – 45(1995) pp. 93-124

LA PARADOJA DE MARÍA, MADRE-VIRGEN


Mercedes Navarro Puerto

PLANTEAMIENTOS EPISTEMOLÓGICOS: NEUTRALIZACIÓN DE LA PARADOJA

Los católicos y católicas generalmente llamamos a María Virgen Madre como si de algo normal se
tratara. Tal vez porque nuestro sistema de creencias y el mismo sistema teológico funciona como un
marco coherente que amortigua muchas de las extrañezas y contradicciones que profesamos. Este marco
coherente ahoga posibles preguntas que apenas si pueden emerger. Eso significa que en muchas
ocasiones han de venir formuladas desde fuera del sistema. Llamar a María Virgen Madre no es lógico.
Es paradójico. La Mariología acusa con frecuencia la aprehensión lógica de una formulación que se
escapa a ella. La aceptación del binomio apela a un conocimiento cuyo análisis rompe nuestra lógica. Es
una paradoja que generalmente no percibimos. Un binomio, por otro lado, de orden cambiante que
produce o refleja sutilmente desde dónde lo percibimos, cuál es el extremo más problematizado y cuál el
más invisibilizado. La situación actual nos brinda posibilidades inéditas en la historia occidental pues
nunca como hoy están problematizadas las dos partes del binomio: virginidad y maternidad, lo que no
impide, por otro lado, que consideremos el extremo madre como el más problematizado y el opuesto
virgen como el invisibilizado. A lo largo de la historia, sin embargo, se observa que el extremo
indiscutible es el de madre, mientras que el de virgen queda a su servicio. No parece darse la
reversibilidad. Así la paradoja ordinariamente queda neutralizada.

Entre las funciones de la paradoja, como tendremos ocasión de analizar, se incluye la creación de una
nueva realidad expresada por los términos aparentemente irreconciliables, y esa nueva realidad debe
convertirse en alternativa y factor de cambio. Si esto es así, es legítimo preguntarse hasta qué punto el
binomio madre-virgen con el que nombramos a María funciona como paradoja o, por el contrario, se le
ha despojado de esta condición.

De cuanto queda dicho se puede deducir que el análisis que pretendo realizar pasa inevitablemente por
un momento de crítica de ciertos planteamientos epistemológicos que, a su vez, me llevarán a adoptar en
mi estudio una perspectiva interdisciplinar o multidisciplinar. Se trata de un tema que no se deja abordar
desde un sólo o único enfoque. Por eso me dejaré interpelar y ayudar por la antropología, la historia, la
psicología y la exégesis bíblica, pero no podré olvidar los datos de la fenomenología de la religión, ni los
de las religiones comparadas. Y tendré que echar mano, de vez en cuando, de la literatura y la

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sociología. Estamos ante un binomio simbólico que no se presta a reducciones.

0.1.- La crítica a la Episteme de Lo Mismo y la Mariología


La lógica de la identidad o Episteme de Lo Mismo (1), típica de nuestra mentalidad occidental, viene
siendo criticada en los últimos años, sistemáticamente, por pensadores y pensadoras desde distintas
disciplinas científicas. Esta lógica subyace a los planteamientos de la Mariología, del mismo modo que
subyace a los del resto de las disciplinas teológicas. Por eso debo hacerla explícita aquí. Una de las
cristalizaciones de estos a prioris es el presupuesto del marco coherente en el que es difícil integrar las
diferencias, sin que esta integración suponga negatividad, minusvaloración o inferioridad (2). La
mariología parte de unos supuestos del marco coherente acerca de la figura de María y de su elaboración
simbólica y teológica tanto en lo que se refiere a madre como en lo relativo a virgen. Desde el momento
en que María, figura histórica y figura teológica, implica lo femenino nos situamos en un determinado
lugar de ese marco coherente en el que cristaliza la Episteme de Lo Mismo con relación a los géneros.

La crítica feminista sobre lo femenino no es unívoca, sino que está diversificada. Hoy que sus posturas y
sus reflexiones prácticamente han invadido nuestro mundo, alguien podría pensar que no es necesario
volver sobre ello. Por el contrario no se la puede dar por supuesta porque nos encontramos ante
mecanismos de reciclaje de esta Episteme que imposibilita la incidencia real de la reflexión crítica
llevada a cabo. Esto se aplica también a la reflexión mariológica en la que se advierten los mismos
mecanismos de reciclaje como tendré ocasión de mostrar.

Uno de los síntomas más claros de la pervivencia de la Episteme de Lo Mismo es la imposibilidad de


reversibilidad entre lo Uno y lo otro, la Figura y el fondo. En el tema que nos ocupa esta reversibilidad
tampoco se ha hecho posible en los términos del binomio, ni antes, ni ahora: Lo Mismo, o el marco
coherente, o la Figura ha sido y sigue siendo Madre mientras que lo diferente, lo marginal y el fondo ha
sido y sigue siendo virgen. Esto explica que se haya neutralizado la paradoja que implica la formulación
hasta el punto de que las distintas adjetivaciones no han creado nada realmente importante acerca de lo
supuesto femenino de la figura y símbolo de María. Para ello uno de los extremos se ha mantenido como
sustantivo y otro como adjetivo: María es una virgen maternal y una madre virginal. Esto no implica una
verdadera reversibilidad. La paradoja queda destrozada porque entra perfectamente en el marco
coherente sin alterarlo lo más mínimo. Es decir, sigue siendo Lo Mismo que, traducido, es como decir
que sigue siendo la ilusión de La Mujer hasta el punto de que se sacrifican y extorsionan los datos
diferenciales de la figura histórica y narrativa de María de Nazaret según los evangelios.

La verdadera reversibilidad debía suponer el paso a la paradoja, pero la paradoja rompe el sistema
lógico, rompe Lo Mismo enfatizando la relación de los extremos y los contrarios. Por tanto madre y
virgen no se han podido fecundar mutuamente, la una rompiendo la otra. Para hacerlo, en esta misma
lógica de la identidad (que no de la igualdad), se han debido reducir a lo físico hasta volverlo elemento
sustentante sin el que no es posible mantenerlo, tal vez porque no se ha tenido en cuenta que lo
importante estriba en el significado de tal manera que el dato en sí apenas si tiene importancia por sí
mismo. Cuando esta lógica queda puesta de relieve los datos del evangelio se perciben a otra luz. ¿Cómo

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se puede seguir manteniendo que María es madre en sentido físico cuando su mismo hijo físico
explícitamente lo rechaza para incluir el significante madre en un orden de significados diferente?

La Episteme de Lo Mismo se caracteriza por su racionalismo. Va más allá de lo razonable y racionaliza


con el consiguiente resultado reduccionista. Una paradoja, en cambio, no permite la racionalización de
sus extremos, aunque puede integrar explicaciones o razones. Es decir, no excluye lo razonable. Esto
explica que la mariología haya incorporado multitud de símbolos sin que por ello se afecte y evolucione
el marco coherente de la lógica de la identidad y que no se haya respetado suficientemente la naturaleza
de su objeto (la figura histórica y teológica de María en el Nuevo Testamento) llevando a una violencia
de ciertos datos que han sido suplantados por otros más ajustados al marco coherente.

Los resultados se perciben en la expresión visible de lo femenino formulado en madre y en virgen. Con
respecto a madre encontramos una esencialización u ontologización que lleva a identificar femenino con
materno y mujer con madre, encontramos asi mismo una atemporalización del término y significación de
madre y una desexualización de la misma. Con respecto a virgen el resultado es la de-sexualización que
refuerza la atemporalidad o ahistoricidad de mujer y de madre.

Hoy el marco coherente tiene muchas fisuras y comienzan a percibirse mejor sus puntos ciegos, sus
escotomas a la hora de apreciar los datos y dotarlos de significado. La crítica a la Episteme de Lo Mismo
advierte que lo visible está sostenido por lo invisible y busca puntos de luz que cure los escotomas y nos
permita acceder a lo invisible hasta visibilizarlo.

0.2.- El imaginario social ante lo femenino y La Mujer


La reflexión precedente nos lleva de la mano a un somero análisis del imaginario social que ha llenado
de significados el marco coherente acerca de María en cuanto mujer histórica y mujer simbólica
cristalizada en la madre virgen por excelencia. Ella encarna en el imaginario social de occidente, desde
hace 20 siglos, La Mujer de forma que no se la ha podido percibir en sus dimensiones históricas y
narrativas a partir de las fuentes cristianas de las que brota. Como tampoco se la ha podido entender
como una mujer, ni ha permitido esta concreción singular y positiva de cada una de las mujeres, que han
debido sacrificar su individualidad y su propia diferencia a la identidad propugnada por este mismo
imaginario que ha construido a La Mujer. Esta Unica Mujer, pretendida plenitud de una pretendida
esencia de mujer y de lo femenino, ha fagocitado la individualidad de las diferentes mujeres históricas.
Del mismo modo ha impregnado la mariología de elementos que han reforzado, siglo tras siglo, el marco
coherente en el que María La Mujer se ha inscrito cultural, simbólica y religiosamente. En este sentido
podemos hablar con propiedad de María madre virgen o virgen madre en cuanto mito acerca de lo
femenino. La Mujer que ella representa, por tanto, lleva impresa la marca del mito para bien y para mal
como intentaré mostrar en lo que sigue (3).

Generalmente los mitos se expresan en relatos o discursos narrativos cuya repetición posibilita su

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eficacia simbólica. El mito que transmite (y produce) la equivalencia mujer=madre funciona como
organizador del binomio madre-virgen. Su repetición en relatos y en otro tipo de discursos como el de la
mariología, o en el lenguaje cúltico, ritual y de las artes, ha dado un sólido soporte al núcleo del mito, de
forma que su crítica y el intento de visibilizar sus invisibles, pide unos instrumentos no reductibles a la
lógica racional. Si ésta se torna punto de partida es sólo para impulsar una crítica que debe llevar la
impronta de lo afectivo-emotivo, lo reiterativo del rito y la simbolización que se expresa en el arte.

La eficacia del mito mujer=madre a lo largo de la historia de occidente y la eficacia de su reciclaje actual
se debe a tres esencialismos acerca de la mujer: el esencialismo biológico, el esencialismo sociológico y
el esencialismo psicológico (4). El esencialismo biológico postula una mujer a priori cuya verdadera
naturaleza no se deja ver puesto que queda tapada por los modelos culturales que se le han ido
superponiendo. Eso significa que existe una esencia femenina previa a la operación del orden simbólico
en referencia al cual tendrá que constituirse este sujeto, es decir, a su hacerse como biografía. El
esencialismo sociológico postula un sujeto a priori al que la sociedad le asigna un género que dicho
sujeto llegará a asumir o no. Eso supone que se asigna existencia real a una comunidad constituída por
todas las mujeres, una feminidad genérica compartida por todas ellas. Y el esencialismo psicológico
postula una feminidad auténtica, una entidad dada que en todo caso es desfigurada por la sociedad. Eso
significa que se ignora el proceso a través del que cada cual conforma su propia imagen. Esta
autoimagen no es una función psicológica aislada, sino modelada según el ideal que corresponde a
patrones propuestos por la cultura para cada sexo, mediatizados por las figuras de nuestro entorno con
las que cada uno se identifica.

Estos esencialismos se expresan y se asumen de unas determinadas formas entre las que quiero enumerar
algunas de las más relevantes: la creencia de que existe una feminidad esencial, previa a los avatares de
la propia historia; la feminidad entendida como resultado de la adquisición mecánica de un género
asignado socialmente que descansa en un cuerpo biológico y en función de él (de sus rasgos
observables), la feminidad definida por rasgos propios o típicos como el narcisismo, o el masoquismo,
los celos, la ternura, la mayor sensibilidad... que describen, definen y circunscriben un espacio propio de
este género separado del otro; y por último lo femenino percibido y entendido como enigma que no
permite la simbolización que posibilita el lenguaje, puesto que es algo de lo que no se habla. Frente a la
naturalización de la feminidad, esta perspectiva le asigna el lugar de lo místico (5)

Los esencialismos mencionados son construcciones del imaginario social, típicas del orden
androcéntrico por lo que toda reflexión sobre la construcción de la feminidad ha de articularse con el
malestar de la cultura (6).

0.3.- María y el arquetipo femenino


La construcción del imaginario social acerca de lo femenino apela a lo arquetípico pero a este respecto
es necesario precisar algunas cosas sobre la misma noción de arquetipo. Por su misma naturaleza el
arquetipo indica un hueco, un vacío, un continente con posibilidad de contenido. En el ser humano no
hay un arquetipo único, sino varios (pocos) y se trata, insisto, de formas vacías, de esquemas que

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apuntan hacia lo verdaderamente específico humano. Esto quiere decir que los contenidos no pertenecen
al arquetipo. Postular un arquetipo sobre lo femenino no debe identificarse con ninguno de los
esencialismos previamente criticados. El arquetipo de lo que llamamos femenino y masculino indica
sólo la predisposición a la diferencia de los humanos que tiene que ver con el sexo y con el género, pero
que no se identifica ni con uno ni con otro. Dicho arquetipo no contiene como en esencia los rasgos que
en una determinada cultura se designan como femeninos o como masculinos (7). Este arquetipo permite
la pluralidad diferencial de los contenidos culturales acerca de lo que se entiende como masculino o
como femenino. Gracias al arquetipo los contenidos culturales asignados a un sexo y a un género en una
determinada cultura pueden llegar a ser rasgos típicos. Típicos pero no esenciales, puesto que al cambiar
de cultura los encontramos o cambiados, o diversificados e incluso invertidos (8). Esto significa que los
contenidos culturales de un arquetipo se pueden alterar y modificar debido a que son filogenéticos e
históricos en su origen y en sus diferentes configuraciones.

El imaginario social de una cultura como la judeo cristiana ha dado unos determinados contenidos a lo
femenino y lo masculino y de ellos somos herederas y herederos los occidentales que, cada cual en su
proceso de individuación, hace posible de una determinada manera en sus infinitas variaciones
subjetivas. Pero los contenidos del imaginario social se proyectan en símbolos pregnantes que perpetúan
y refuerzan dichos contenidos. Pues bien, el imaginario social occidental que impregna el arquetipo de lo
femenino se ha proyectado unitaria y condensadamente en la figura de María. Eso la hace especialmente
apta para estudiarlo y analizarlo, tanto como para intentar modificarlo. Dicho arquetipo está polarizado,
como venimos diciendo, en madre y virgen. Por eso debemos dedicar un espacio a cada uno de los polos
para poder verlos después en su unión paradójica formando un binomio creativo.

En la impregnación de contenidos simbólicos en la figura de María a nivel racional, es decir, en sus


desarrollos teológicos, se viene a dar el mismo proceso psicológico de naturaleza proyectiva que aparece
normalmente en el varón: ella es Una, la Madre originaria, pero múltiple en cada una de sus réplicas (las
mujeres singulares) que, posteriormente, permitirán la reconstrucción de esa Unidad primigencia, la
Unica mujer, La Mujer, la madre propia, que en el imaginario colectivo es proyectada en la ilusión de La
Mujer en que se ha convertido a la mujer concreta e histórica que se llamaba María (9). La crítica a la
Episteme de Lo Mismo en lo relativo al género afecta a los contenidos del imaginario social y a su
cristalización condensada en la figura de María como símbolo del arquetipo occidental de lo femenino.
La misma figura de María debe ser liberada de aquellos contenidos que la hacen desaparecer como
mujer histórica concreta en aras del Uno y el Todo del arquetipo, formado en base a la lógica de la
identidad cuya razón es ratio, es decir, la reducción escrupulosa de los objetos de pensamiento a una
medida común, a leyes universales. Puesto que mediante la noción de una esencia, el pensamiento
convierte a los particulares concretos en una unidad (10), debemos rescatar a María de esa Unidad para
devolverle su particularidad. Así cada cristiano y , en particular cada cristiana, podrá encontrar en ella a
la primera persona de la historia (11). Su carácter ejemplar sería universalizable a partir del criterio
evangélico de universalización que, lejos de pasar por la reducción de las diferencias en favor de las
homologaciones que derivan en leyes generales, se centra en la concreción y contextualización de
figuras, grupos y acontecimientos (12).

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1.- MARÍA MADRE


Toda vida procede de la humanidad básica que propicia la madre. El arquetipo de lo materno, así, solapa
lo que llamamos lo femenino y sustitiye a la mujer hasta el punto de que se le antepone y la absorbe. Si
cualquier mujer pone en crisis lo materno está cuestionando en definitiva su misma condición de mujer.
Mantener que María es mujer en nuestra sociedad es anteponer su condición materna a cualquier otra
con la que pudiera caracterizarse y definirse. Una vez más lo materno lejos de potenciar a la mujer, la
ahoga en cuanto sujeto y margina en un sacrificio estéril los aspectos más cristianos de su persona, y,
por lo mismo, de su ejemplaridad. Estamos ante uno de los más fuertes constructos del imaginario social
en el que interfieren diferentes factores subjetivos inscritos en hombres y en mujeres.

1.1.- La Madre en el imaginario social: la cristalización mítico-simbólica


En principio me ocuparé de las afirmaciones ya cristalizadas desde tiempos inmemoriales y en sus
nuevas formulaciones, como punto de partida para realizar el análisis contextualizado de las que
considero más importantes. Sólo entonces podré remitir a María y su condición de madre a las fuentes
del Nuevo Testamento.

– maternidad y reproducción

Aunque pueda parecer innecesario volver sobre algo de sobra sabido, no debo dar por supuestas algunas
diferencias en conceptos manejados en el lenguaje coloquial y científico. Reproducción y maternidad no
son equivalentes, ni hay nexos de causalidad necesarios entre ambos. La reproducción pertenece al
orden de la especie, al dominio de lo biológico. La maternidad es el conjunto de rasgos significativos
que una cultura determinada da a la reproducción. En muchas de las culturas conocidas la maternidad se
asigna a las mujeres. Pero en otras culturas no es así (13). Ser madre no equivale a parir, puesto que parir
es una actividad típica de la hembra (mamífero hembra), invariable, mientras que la maternidad es una
actividad asignada, variable, que, estrictamente hablando según nuestros patrones occidentales, también
podrían ejercer los varones. En el imaginario social, sin embargo, se sigue considerando la maternidad
en el orden de lo biológico, instintivo y natural.

¿Por qué lo natural intenta sustituir a lo cultural en este tema? Las razones, como antes indicaba, apuntan
a rasgos inscritos en la subjetividad humana, entre los que entresaco los más relevantes. Por una parte
están las identificaciones con la madre propia por parte de las mujeres y la represión temprana de los
hombres de todo lo relativo a la humanidad básica que ella representa y, por ende, de todo lo femenino.
El proceso de separación con el que muchas sociedades obligan a sus varones a dejar a sus madres, hace
que la misma identidad masculina sea tan débil como necesitada de demostrar de por vida una virilidad
que se debía suponer adquirida (14). Esta debilidad les lleva a afirmar compulsivamente esa virilidad
contra o sobre la identidad femenina reprimida, primera experiencia de lo humano llevado a cabo por la
propia madre y las otras mujeres de la familia.

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Otro factor se debe al lugar ocupado por cada varón en el conficto edípico y su resolución y, en
particular, subrayo la producción y reproducción de un conjunto de significaciones imaginarias
constitutivas de lo femenino y lo masculino que forman parte de valores sociales tanto como de la
subjetividad de hombres y mujeres.

– las raíces de lo materno

Pero estos factores no se inscriben en el vacío, como teníamos ocasión de ver al hablar del arquetipo.
Forman parte de unos contenidos ancestrales de culturas como la nuestra y se enraízan en ella. Se
explica que en el contexto de los primeros siglos de la era cristiana, a medida que el cristianismo
avanzaba institucionalmente e iba reprimiendo las diferenciaciones de los rasgos afirmados como
femeninos y proyectados en diferentes deidades femeninas, se construyera el mejor caldo de cultivo para
el efecto de condensación operado sobre la figura de María de Nazaret (15). La dispersión y
diversificación de los rasgos culturales asignados a lo femenino y proyectados en las diosas pasaron a
ser atributos marianos. La piedad popular, las leyendas apócrifas, el culto y las primeras definiciones
dogmáticas se aliaron para conseguir un mismo efecto reforzado a partir de entonces en la reflexión y la
creencia. María se convirtió en continente del Todo, pero a la par se oscureció el dato de lo singular y lo
concreto, tan evangélico y tan encarnatorio dentro de lo cristiano.

Lo materno absorbió a la mujer de Nazaret que debió someterse a lo totalitario de sus proyecciones.

En la cultura mediterránea el destino de una mujer era su rol en la reproducción y por tanto dentro del
sistema de la parentela masculina. Desde su nacimiento la sociedad la prepara para que cumpla
adecuadamente su rol. En la reproducción, con las asignaciones significativas de su cultura, ella debía
ser madre. El ideal realizado la imaginaba como madre de hijos varones que perpetuaran la
descendencia, el futuro del padre. De este modo ella se inscribía en la genealogía patriarcal como
colateral, en los márgenes. El ideal de una mujer en esta cultura es, por tanto, ser madre fecunda de
hijos. Los demás aspectos serán tolerados en la medida en que contribuyan a este logro y los que no
contribuyan, o por el contrario entorpezcan o extorsionen el objetivo principal será duramente
sancionado. La inmensa mayoría de las mujeres que transitan por la Biblia hebrea se amoldan al modelo
y sirven al mismo como punto de referencia y como refuerzo (16). El Dios patriarcal de muchos relatos
sanciona con su presencia y su intervención la importancia sin igual del lugar de la mujer-madre en el
sistema. Es el Dios que fertiliza el vientre de las estériles abriéndolos a la vida de un niño que será
importante para la historia de Israel, el Dios que se comunica con ellas en función del rol femenino en la
reproducción, fundamental para el cumplimiento de la alianza que pasa por la descedencia masculina
(17).

El mundo antiguo del Mediterrráneo no conoce el papel biológico que desempeña la mujer en el proceso
de reproducción, al igual que el resto de los pueblos conocidos hasta los descubrimientos del siglo
pasado. Para los pueblos anteriores a la industrialización de occidente la vida humana no deriva del acto
sexual sino sólo de la semilla del padre que él siembra en la mujer. Ella en realidad no aporta nada al
hombre y a la vida. Es tan sólo el campo en el que esa semilla crece y se transforma. La necesidad de su

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cuerpo es sólo temporal puesto que una mujer no se prolonga, no tiene futuro. Son los únicos seres que
nacen y mueren definitivamente (18). Por eso la metáfora que imagina el rol de cada sexo en la
reproducción es suficientemente elocuente: el hombre es la semilla y por eso es potente o impotente;
genera hijos e hijas pero sólo los hijos garantizan su futuro. La mujer es el campo y por eso es fértil o
estéril; aporta la seguridad para la semilla plantada, garantizada por la salvaguarda de su virginidad
previa y el posterior control sobre su estricta fidelidad monogámica. El hijo, en cuanto niño, no es
importante más que por ser representante del padre. Lo representa para salvarlo de la muerte, de la
ausencia de futuro.

Este lugar asignado en la cultura mediterránea a la mujer, reducida a la reproducción y a la tarea de la


maternidad, aparece impregnado de rasgos asociados que se constituyen en opuestos a los asociados al
mundo asignado como masculino. Estos rasgos delimitaban toda la realidad: el espacio (público/
privado), el tiempo (prolongación/finitud), las actividades (roles) y lo relativo a la religión. Pero lo
natural es tan sólo una ilusión. A la mujer-madre correspondía no sólo la crianza y cuidado de los hijos e
hijas pequeños, sino todo lo relativo a las tareas del hogar, el lugar apropiado ante el marido-padre y el
lugar asignado en el sistema socio institucional. La sanción divina corrobora y refuerza la ilusión de
naturalidad. Un sistema en el que el padre se caracteriza por su ausencia y la madre por su presencia en
el ámbito de lo doméstico (19). La ausencia del padre de las actividades de crianza y cuidado de los
niños y niñas es posible sólo por la presencia de la madre. Es lógico, por tanto, que para no romper el
equilibrio fuera preciso mantener a toda costa esa presencia e impregnarla de la ilusión de naturalidad
que impide el desafío al sistema.

La cultura mediterránea, centrada en el sistema familiar y en los valores centrales y sexuados del honor
(masculino) y la vergüenza (femenina), ha construido el mito mujer=madre. No se puede olvidar, como
luego diré más detenidamente, que los evangelios han nacido en este mundo cultural y la figura histórica
de María pertenece a él, así como tampoco debe olvidarse que los antecedentes de las atribuciones cuasi
divinas a María se gestaron en el área del Mediterráneo (Asia Menor) en donde se definió el dogma de la
maternidad divina de María (Efeso) y que la devoción a María se desarrolló con enorme rapidez a fines
del s.IV en Egipto, tanto a través de los monjes como del pueblo (20).

Contextualizar la maternidad atribuída a María no es únicamente situar la cuestión en su momento


histórico y su cultura. Supone un análisis crítico de los intereses del patriarcado que ha sostenido y
alimentado muchos de los atributos de la maternidad mariana, construcciones masculinas que han
formulado santos y teólogos a lo largo de estos 20 siglos. Su fiat, dice un prestigioso estudioso, prueba
su dedicación al rol natural de madre con todas las virtudes naturales a la naturaleza femenina:
amabilidad, docilidad, paciencia, sumisión, humildad, modestia, silencio, obediencia, sufrimiento,
complacencia, compasión, pureza, oración, nada menos que el ideal de mujer e hija que puede controlar
el macho mediterráneo (21).

La contextualización en su propio escenario es el primer paso, en efecto, pero no puede detenerse ahí
dado que hoy se la sigue llamando fundamentalmente madre por parte de una inmensa mayoría de
creyentes en todo el mundo. Muchas de las culturas evangelizadas la invocan como madre sin entenderla
casi como virgen, reduciendo de nuevo su persona, su figura, su ejemplaridad y los contenidos de la fe a

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los contenidos sociales aceptados y valorados en cuanto maternos (22).

Por la herencia de la modernidad en nuestro mundo occidental se ha producido un cambio importante en


la concepción de la mujer como madre que afecta directamente al concepto de la maternidad e
indirectamente a la inflación de lo materno en la figura de María. A medida que la mujer occidental de
clase media (23) se ha ido liberando de su vinculación con la naturaleza, es decir, a mayor higiene y
medicina que lleva a la disminución de la mortalidad infantil, a mayor vida útil tras la menopausia, la
anticoncepción, etc. se han ido estructurando otros factores culturales diferentes que vinculan a la mujer
con la maternidad, exaltando los valores e importancia de la madre. Al tener menos hijos y puesto que la
maternidad es (sigue siendo) su misión (24) (al menos la principal), la mujer centra en ellos su
dedicación de forma que a medida que disminuye el número de hijos crece la incondicionalidad,
dedicación y sacrificio por ellos. El discurso psicológico científico ha reforzado esta ecuación
prácticamente hasta hoy. Pero es la patología la que hace visibles las fisuras de esta lógica aparente:
cuanto más se exalta a la madre (25) más se agudizan las patologías de la superprotección de los hijos e
hijas, así como los problemas psicológicos de las mujeres, en especial las depresiones reactivas y otros
síntomas neuróticos (26). Las patologías de la sobreprotección, por los sutiles mecanismos del reciclaje
ideológico, se clasifican entre los problemas del exceso de amor, cuando en realidad se trata de
problemas de agresividad reprimida y desplazada. Estudios empíricos llevados a cabo en los últimos
años (27) muestran cómo la exaltada figura de la madre oblativa, volcada en sus hijos, está sustentada en
la inhibición de los impulsos hostiles y en su reconversión, por formación reactiva (28), en
comportamientos de entrega, generosidad, disponibilidad y auto-renuncia (29).

La propuesta idealizada de María como madre para mujeres y para hombres, heredera de un concepto
mediterráneo de lo materno y de lo femenino, no hace más que perpetuar la profunda escisión
secularmente abierta entre el ideal femenino de lo materno y las mujeres concretas, con su diversidad
subjetiva (30). Los cristianos, mirando a María como madre pueden, tranquilamente, olvidarla como
mujer. Y, todavía más, la madre no permite que aflore un ideal posible, humano e histórico, para unas y
otros (31) que nos acerque a todos a la discípula de Jesús y no sólo a su madre biológica. Parece más
bien que ella siga propuesta como figura en función de los intereses del patriarcado, antiguo y moderno
(32).

Si es cierto, como indica la crítica a la Episteme de Lo Mismo, que lo exaltado contiene lo negado y lo
invisibiliza, es posible cuestionar la exaltación del amor materno. Si el amor exaltado de la madre por
antonomasia se predica como incondicional, indestructible, instintivo, tierno..., necesariamente se tienen
que omitir aquellos datos que nieguen, ensombrezcan o interroguen esos atributos. Es decir, se niegan e
invisibilizan datos que aparecen en los evangelios como perturbadores de la figura mítica de María como
por ejemplo sus difíciles relaciones con Jesús, la irrelevancia de su rol materno con respecto al proyecto
del Reino que verdaderamente absorbía a Jesús, sus momentos de confrontación con claras
connotaciones de hostilidad por parte del mismo Jesús y el escasísimo testimonio de su papel en las
primeras comunidades cristianas. Hay una fuerte fractura entre la negación que Jesús hace del rol de
madre y la recuperación magnificada y exaltada de muchos roles proyectados al de la maternidad de
María. Esta fractura apuntaría a una experiencia religiosa, ciertamente, pero sospecho que ha desplazado
una adecuada actitud cristiana respecto a María. De ello me voy a ocupar en lo que sigue.

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1.3.- Lo silenciado de los datos evangélicos y sus contradicciones


La tradición ha formulado dogmáticamente lo que las Escrituras revelan, por lo que es necesario volver
siempre e incansablemente a ellas. La maternidad de María no puede estar en contradicción con el
tratamiento que Jesús le da en los evangelios. Nos encontramos, así, con una primera perplejidad: ¿cómo
se puede exaltar de una forma tan totalitaria la maternidad de María cuando Jesús inscribe la maternidad
en un concepto subversivo de familia? Ninguno de los relatos evangélicos que conservamos muestran
como ideal de mujer a la madre. El ideal subjetivo y de rol está profundamente ligado al discipulado. En
el grupo de Jesús no hay lugar para los roles mediterráneos familiares, hasta el punto de que le es
preciso, en un momento determinado frente a su propia familia biológica y sociológica, definirlo
claramente y ponerlo en abierta crisis (33).

Para Jesús la familia judeomediterránea es un verdadero impedimento para el advenimiento del Reino.
El mismo permanece célibe como signo de un orden radicalmente nuevo que rompe con las obligaciones
de la carne, la sangre y la raza. Su celibato tiene menos que ver con el ejercicio del sexo que con la
descendencia y el lugar que le correspondía ocupar como varón en el sistema familiar y religioso
israelita. Con su celibato Jesús proclamaba prácticamente lo que decían sus palabras y sus relaciones:
que las vinculaciones de raza, carne y sangre, eran vinculaciones inútiles en su proyecto. De ese modo
puede decir proféticamente que el judaísmo necesita una apertura universal, inclusiva, para llevar a cabo
la promesa de bendición del Dios de los patriarcas. Por eso Jesús no podrá nunca recuperar al padre
judío (cf Mc 10, 29-30). El mismo ha renunciado a serlo manteniendo su identidad relacional como Hijo
respecto a Dios y como maestro y amigo respecto a sus discípulos y discípulas (cf Jn 13,13-14; 15,15).
Ha construido como alternativa otra familia, con otros lazos (cf Mc 3,31-35 y par). No reconoce otra
filiación, ni otra paternidad. Extraña, pero coherentemente, ningún texto evangélico permite deducir que
él se reconozca hijo de María. Le ven así sus coetáneos e incluso el narrador, pero él nunca se denomina
a sí mismo hijo de su madre, ni llama nunca madre a María.

El texto de Mc 3,20-21.31-35, por comentar algunos de los textos relevantes de lo que nos ocupa,
expresa con claridad suficiente la profunda y escandalosa ruptura cultural y religiosa que realiza Jesús
con respecto a la familia judía y mediterránea. La decisión de los parientes de ir a buscar a Jesús se
produce porque consideran, posiblemente ofendidos, que cuanto dice y hace indica que está loco. La
ofensa requiere restaurar el honor amenazado o perdido enviando una delegación a buscarlo, encabezada
por la propia madre como figura de autoridad, posiblemente por ausencia del paterfamilias. La madre
tiene aquí un puesto como figura sustitutiva del cabeza de familia (34). El narrador deja claro que se
trata del rol. La individualidad de la mujer que está detrás desaparece en el rol, como corresponde al
sistema cultural. Jesús entra con radicalidad en este juego de roles familiares del sistema, pero sólo para
no dejar nada en su sitio. Allí están los parientes ejerciendo un fuerte control sobre la familia con una
solidaridad de grupo que les llevaba a velar por su propio honor (35). María queda reducida a la madre
que se ha debido sentir en la obligación de ir por el hijo (36). Ella entra plenamente en el juego de

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control y Jesús se lo va a desbaratar. Como madre realiza el papel que se espera de ella: restaurar
públicamente el honor perdido o amenazado de pérdida. Tiene la esperanza de hacerle volver y que se
someta al grupo familiar. Demuestra, así, que está lejos y fuera del proyecto de Jesús (37).

La respuesta de Jesús es contracultural y altamente subversiva de los roles familiares, sociales,


institucionales y religiosos de la familia en Israel. Corrige escandalosa y provocativamente el concepto
mismo de familia y lleva a cabo un desplazamiento a otro nivel de relaciones en el que el primer rol
afectado es el de madre. La ausencia del padre es, igualmente, escandalosa. Jesús mira por los intereses
de Dios y de su Reino que no sólo es su causa como ha mostrado el evangelio hasta ese momento, sino
también su familia. A través de la técnica narrativa de la defamiliarización el narrador muestra a su
lector cómo Jesús lleva a cabo la eliminación del padre judío, creando un vacío escandaloso que rompe
el sistema por dentro. Es preciso recordar que la base de la cultura semita y mediterránea, así como el
sistema religioso estaba fundado en el tipo de familia patriarcal. Y en segundo lugar redefine los roles
familiares, especialmente el de madre, despojándolos del género, soporte sobre el que estaba construída
la rígida división de los dos mundos (38).

Jesús sustituye el lazo intenso de la díada madre-hijo por el de otra díada Padre-Hijo, pero en la que el
Padre no reproduce la figura de padre judío mediterráneo. En ese Padre también está la Madre. Eso hace
que las categorías de género que normalmente se proyectan en la divinidad como expresión de nuestra
necesidad de categorías del lenguaje expresivo, se sitúen en Dios. Su propia madre queda devuelta a la
realidad intrahistórica, contexto desde el que es invitada a entrar en el proyecto del Reino que Jesús
predica. A partir de ese momento el mismo evangelio no permite hacer de María La Madre (39). Las
relaciones de Jesús con ella han cambiado de nivel y se inscriben en la dimensión de discipulado. Esto
hace todavía más extraño a lo cristiano el proceso por el que María ha sido convertida en cuasi una diosa
Madre, aunque tenga su explicación lógica en categorías psicológicas, sociológicas y culturales. El texto
de Mc que comento contrapone dos díadas que reflejan dos tipos de familia: la díada madre/hijo, familia
judeo mediterránea, representada por la madre y los parientes que van con ella no sólo a respaldar su
acción, sino a controlar el cumplimiento de su deber y la díada Padre/Hijo, representada por la Palabra-
voluntad de Dios que crea una nueva familia con nuevos vínculos y sustituye el deber que representa la
acción de María con los parientes, por el deber de cumplir la voluntad de Dios.

Es una propuesta en la que cabe también María, pero no por obligación, ni por derecho adquirido en el
sistema familiar de Israel, sino por opción libre al modo de cuantos están en torno a él en cuanto
discípulos.

El texto de Mc muestra a través del narrador, del discurso del personaje Jesús y del sujeto del v.32, una
hostilidad hacia su madre y hacia su grupo de parentesco que es necesario subrayar y que revela
elementos de la cultura que tienen que ver con su madre y con las consecuencias de la relación madre-
hijo que producía la misma cultura. Revela una cultura que cultivaba la ambivalencia de los varones con
respecto a las mujeres y a sus madres, como compensación reactiva a la fuerte dependencia que han
experimentado con respecto a ella desde el nacimiento. A esta luz se vislumbra una madre, María,
interpretada como una mujer co-dependiente (40). A la vez revela el correctivo de Jesús a esta imagen
esperada, que viene no solamente de la familia alternativa de Jesús. Este correctivo a los supuestos y

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expectativas culturales presenta a la mujer concreta, María, cuya importancia no era la de ser madre
biológica de Jesús, como queda de relieve en la escasez de datos que sobre ella ofrece este evangelio.

2.- MARÍA VIRGEN


El segundo extremo del binomio que nombra a María virgen tiene su lugar y su sentido en aquel como
mostraré en lo que sigue, pero hoy adquiere una peculiar dificultad tratarlo separadamente. Por eso
necesitamos siquiera introducir su problemática.

2.1.- Virginidad y cultura


La idea común acerca de la virginidad como un estado asexuado ha marcado la tradición mariana que la
proclama madre virgen o virgen madre. Esta asociación ha impedido que el binomio formulado pudiera
funcionar como paradoja. Pero es un concepto que, como todos, debe ser mirado en su contexto.
Accederé a él desde lo que hoy se entiende acerca de la virginidad en nuestra cultura occidental para
pasar a la raíz de dicha concepción, al contexto del que partió para su aplicación a María.

– el tabú de la virgen hoy

En nuestro mundo en el que lo sexual queda reducido a lo genital y en el que lo genital perpetúa la
sexualidad androcéntrica, la virginidad ha quedado bajo varios estigmas y un aura de sospecha y de
recelo del que es difícil sustraerse. La sociedad occidental es inflacionista y compulsiva en lo relativo al
ejercicio del sexo y no deja que pueda emerger con la debida serenidad la importante pregunta sobre la
sexualidad humana. Todo parece desenvolverse a niveles reactivos que, lejos de haber disminuído la
conflictividad que conlleva, la ha mostrado con mayor crudeza y crispación. La virginidad, en este
contexto, es un auténtico tabú. Abordarlo requiere el riesgo de romperlo.

La noción de virginidad en este contexto no se inscribe en el mundo de la sexualidad humana, sino en


sus márgenes. Decir virgen equivale a decir sin sexo y, casi, sin cuerpo. La asexuación o
desexualización de esta situación no ha nacido en la postmodernidad, evidentemente, aunque se
encuentre radicalizada por el contexto. Es heredera de una profunda y antigua ambigüedad en lo relativo
al sexo de los humanos y, en particular de las mujeres. Con sus variaciones a lo largo de distintas etapas
de la historia, ha permanecido ligada a connotaciones restrictivas y, en el fondo, peyorativas de la
sexualidad. En unos casos porque la sexualidad se consideraba menos perfecta (41) y en otros porque el
ejercicio de la sexualidad se consideraba más perfecto y humano. La virginidad siempre ha estado
caracterizada por el signo menos hasta conseguir cotas de cero, de menos grado a ninguno. Pasó de ser
un estadio de las mujeres, pasajero a todas luces, previo al ejercicio de la sexualidad en el matrimonio, a
ser un estado permanente de las mujeres que, más tarde, se extendió a los hombres.

La virginidad entendida como desexualización deja ver el mismo concepto de sexualidad que subyace.
La sexualidad humana se identifica con su ejercicio y, en particular, con el ejercicio de la genitalidad

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masculina a la que debe amoldarse la genitalidad femenina. Virginidad, lógicamente, aparece en sus
antípodas. Si sexualidad equivale a ejercicio, virginidad equivaldrá a no ejercicio. Si sólo aparecen como
sexuadas las personas que ejercen un determinado tipo de sexualidad, es obvio que quienes no la ejercen
aparecerán asexuadas o desexuadas.

Los intentos teóricos de ampliar el concepto de sexualidad no parecen haber llegado a impregnar nuestra
cultura y por eso, con él y a su pesar, el concepto de virginidad no ha variado y aunque resulta
anacrónico asociarlo a menos y a nada con relación a sexualidad, es el concepto que prima. Su
biologicismo es patente y las resistencias a pensarla en ámbitos más amplios de corporalidad y
sexualidad son extrañamente fuertes. Ella, entendida de forma negativa y marginal, sostiene el mito
androcéntrico de la sexogenitalidad. Si cambia el discurso posiblemente se atente contra los intereses de
este mito en el que las mujeres están tan prisioneras como lo estaban antaño, aunque hayan cambiado un
extremo del continuum por el otro.

– la virginidad en la cultura mediterránea antigua

La presencia de vírgenes no es exclusiva, ni mucho menos, de nuestra cultura religiosa mediterránea, ni


de las antiguas religiones mediterráneas. Las vírgenes aparecen en muchas de las otras religiones
conocidas. Uno de los rasgos comunes es su estrecha relación con el culto. La virginidad aparece ligada
a connotaciones de pureza y dedicación a los dioses y diosas. Esta pureza, como pureza original, se
expresaba en el cuerpo, preferentemente en el de las mujeres jóvenes y era incompatible con el ejercicio
adulto de la sexualidad. En los siglos precedentes a la era cristiana encontramos instituciones de
vírgenes rigurosa y celosamente vigiladas. Se trataba de jóvenes permanentemente dedicadas al culto y
sacrificadas sexualmente a dicha tarea (42). La concepción de la virginidad estaba centrada en la
integridad corporal de la genitalidad de la mujer.

En Israel, como resulta ampliamente conocido, no existía institución de vírgenes. La virginidad era
considerada una desgracia para cualquier mujer, puesto que su realización estaba en el matrimonio y, en
particular, en la maternidad. La virginidad prácticamente no era conocida en Israel más que en el lugar
preciso que tenía de cara al mismo sistema patriarcal. Los escasos ejemplos de la Biblia en que se
convierte en situación permanente llevan la marca de la tragedia (la hija de Jefté) y aparecen ligados a la
religión.

Pero tanto en el caso de las culturas mediterráneas del helenismo antiguo, como del judaísmo, la
virginidad de facto aparece como un estado pre-sexual, eminentemente femenino y definido en función
de un concepto de sexualidad androcéntrica que concibe la sexualidad de la mujer en función del
matrimonio y la descendencia. Todo lo demás se inscribe en la marginalidad del sistema. En Israel la
virginidad es el don más precioso de las mujeres a los hombres. Es la preocupación del padre puesto que
si la pierde verá mancillado su honor y tendrá especiales dificultades para casarla. Es la dote que recibe
su marido como garantía de que ningún otro hombre ha tenido relaciones sexuales con ella que amenace
la legitimidad de su descendencia. En la cultura mediterránea no hay descendencia legítima donde no
hay virginidad, porque se fundamenta en un derecho del hombre al realizar el pacto matrimonial con el

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padre de la mujer elegida. Con el matrimonio el hombre adquiere un himen intacto, fuente de fertilidad.
Así, una madre inserta en el sistema debe ser, en verdad, una madre virgen por cuanto ha accedido a esa
maternidad desde la condición sine qua no le era posible. Virgen significa que ningún otro hombre ha
entrado en el vientre de la mujer. Es una aptitud de la mujer que garantiza la semilla de un hombre
particular, una aptitud especialmente valiosa para su familia y su futuro marido. De este modo virginidad
y monogamia estricta vinculan, después del matrimonio, la identidad del hijo como una extensión de
patrilinearidad (43). La virginidad, así, aparece como un símbolo multivalente y cargado de tensión con
implicaciones para la identidad de Jesús, el monoteísmo y la apelación continua de alguna comprensión
traidicional en nuestras iglesias (44).

Esta virginidad pre-materna de Israel sienta las bases a su recepción de mitos de orígenes ajenos a la
tradición semita, mitos helenistas, que explican los clichés literarios en los que se vierte el contenido de
fe acerca de la filiación divina de Jesús. Sin embargo las conexiones mítico-literarias no explican
adecuadamente por qué los desarrollos teológicos más tempranos no entendieron la dimensión simbólica
de la virginidad, dado el contexto cultural y religioso en el que tuvieron lugar, quedando desde el
comienzo en una fijación biologicista hasta el presente (45). La respuesta, de nuevo, no puede venir sólo
del campo de la cultura sino que apela a razones psicológicas, individuales y colectivas que, en el caso
de María y en el caso de las mujeres en general, están profundamente vinculadas a la madre, real y
simbólica.

2.2.- Virgen asexuada


Desde el momento en que la cultura patriarcal del mundo mediterráneo consagra a La Madre
invisibilizando a la mujer concreta, tiene lugar un proceso desexualizador de la maternidad, que por más
que choque con la realidad edípica de la irrupción del tercero, se fija a la díada negando a ese tercer
rival. No existe ninguna imagen arcana que permita centrarse en el niño como la de La Madre, ni hay
resistencias tan fuertes como la de admitir la plena condición sexuada de la madre.

Pero por otro lado no puede ignorarse la carga simbólica que poseía la virginidad femenina en las
culturas que reservaban a jóvenes vírgenes para el culto. Había una actitud particular hacia la virginidad,
en cuanto conferidora de poder mágico que otorgaba fuerza y pureza ritual, que favoreció algunas ideas
que todavía permanecen. Así, los mismos Padres de la Iglesia enseñaron que la vida virginal reducía ese
plus de culpabilidad que tenían las mujeres en el pecado original. Por tanto es sagrada. Y por otro lado la
representación imaginaria del cuerpo femenino virginal se asociaba a la idea de suprema integridad y
ésta, a su vez, evocaba la santidad (46). Virginidad que, además, aparece simbólicamente unida a las
ideas de juventud, renovación y, sobre todo, a la idea de autonomía. Artemis, Atenea Parthenos e
Hipólita, reina de las amazonas, eran vírgenes, es decir, autónomas. En ellas la virginidad significaba la
libertad de elección de amantes. Un símbolo, por tanto, no sólo polivalente, sino investido de profundas
ambivalencias afectivas respecto a mujer y sexualidad. La cultura occidental seleccionó unos elementos
del símbolo que visibilizó interesadamente mientras reprimió e invisibilizó otros que no entraban
fácilmente en el marco coherente.

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Una virginidad desexualizada, en efecto, entra sin fricciones en el sistema patriarcal. Permite el control
del cuerpo de la mujer, se la priva de su cualidad sexuada y, en especial del placer de los sentidos,
identificando sexogenitalidad con placer en general que, por un desplazamiento de sentido, reduce placer
a sexo y muestra a la virgen como aquella que no tiene ni sexo, ni placer. La virgen temporal y funcional
es la mujer infantilizada, en espera del hombre que la despierte adecuadamente. La virgen por estado es
la eternamente infantilizada por razones de tipo sacral, que ha renunciado al sexo (del hombre) y al
placer. De este modo los desplazamientos en la concepción sobre la virginidad corren paralelos con las
sucesivas significaciones que se han dado a la sexualidad en el sistema patriarcal. Ella muestra hasta qué
punto se ha despojado a la mujer de una corporalidad y sexualidad propia (47). La moralización
temprana de la virginidad facilitó en gran medida dichos desplazamientos (48).

La recuperación de la virginidad de María en un sentido positivo pasa hoy por una redefinición del
símbolo y del contenido del concepto. Para una mayoría de cristianas, estudiosas y teólogas, la fijación
puramente biologicista de la virginidad de María, elevada a ideal de pureza, comporta un implícito
rechazo de la sexualidad femenina inaceptable, que supone una condición natural de la mujer como
impura. Y hoy resulta insostenible, por lo que explica la distancia de muchas mujeres de la figura de
María, el rechazo de esta figura vista como negativa para las mujeres concretas, pero muy conveniente al
patriarcado para mantener su corporalidad y su condición sexuada bajo el control de la culpa. Esta
concepción de la virginidad de María, ciertamente, no tiene mucho de cristiano por lo que se convierte
en un concepto-desafío a la mariología y a la misma devoción popular.

La virginidad como atributo de la figura de María no puede funcionar contra las mujeres concretas e
históricas porque estaría en abierta contradicción con su origen evangélico, con la misma teología
encarnatoria en la que ella se inscribe y estaría realzando un tipo de separación y un concepto de pureza
que tiene su lugar en el Antiguo Testamento y no en el proyecto de Jesús. Ella aparecería como separada
de los orígenes humanos y de las relaciones humanas, ajena a una visión positiva del cuerpo y de la
sexualidad y ajena, asi mismo, a la universalidad del orden de la redención con respecto a la mujer. El
concepto de la virginidad pide hoy una mayor coherencia con el resto de la teología cristiana y católica y
una reformulación simbólica que reinserte a María en el evangelio. De lo contrario habría que dar la
razón a quienes piensan que en la figura de la Virgen María están condensados todos los sueños, deseos
y esperanzas de los varones en relación con lo femenino, en relación con un cuerpo que contiene la
semilla de Dios y procreador de un hijo masculino, privado de los atributos femeninos. Una
condensación interesada, injusta e ideologizada del sistema patriarcal secularmente opresivo de las
mujeres. Una figura manipulada y manipuladora contra la mitad de la humanidad.

2.3.- María virgen en los evangelios


Tomando como referencia los textos de los relatos de la infancia de Jesús de Lc encontramos muchos
lugares comunes de la literatura y la mentalidad de su tiempo acerca del nacimiento de un gran
personaje. Y si se lee bajo esta luz el relato de la vocación de María todo podría resultar previsible. No
obstante el lector, en los engranajes de la cultura, va encontrando las entrelíneas de lo contracultural (49).

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María es visitada por un ser celeste y, conforme a la convención, se turba en su presencia. El mensajero
divino le propone una maternidad prodigiosa en función de la identidad máxima de su futuro hijo.
Convenciones literarias helenistas y veterotestamentarias se dan cita en el relato. Y sin embargo éste no
se ajusta a ninguno de ellos por lo que resulta en extremo revelador.

Hay algunas extrañezas de orden narrativo que dan qué pensar. El narrador, antes de que el ángel entre
donde María, advierte a su lector de las condiciones de la joven resaltando algo obvio: que era una
virgen desposada. La condición de desposada o prometida implicaba la virginidad en una joven. No es
un dato necesario. Pero todavía sorprende más que reaparezca en el diálogo de la joven con el ángel.
Este se ha pronunciado en futuro sobre su maternidad ¿cómo es que ella le dice cómo va a ser esto, si no
conozco varón? Aparte de la función narrativa de hacer hablar al ángel, es demasiado burdo para un
narrador tan magistral como Lc (50). Estas aparentes incongruencias de estilo apuntan en Lc a otras
cosas. En primer término remiten un relato de carácter gnoseológico como éste a ciertas alusiones
analépticas del A.T., así como a un carácter proléptico del relato con referencia a todo el evangelio y
Hechos. Por tanto no se trata sólo de un recurso literario para mostrar, en lenguaje inculturado, la
filiación divina de Jesús garantizada como descendencia legítima de Dios por el vientre virginal de
María, sino de muchos recursos narrativos para indicar al lector, como sumario y pórtico, lo que todo el
evangelio va a desarrollar enraizado en tradiciones veterotestamentarias. El relato dice algo sobre los
personajes. Dice todo sobre la identidad de Jesús, pero ¿qué dice sobre María? Volvemos a encontrarnos
con las incongruencias acerca de sus condiciones enfatizadas cuando debían resultar obvias.

Si la condición de desposada indica la normalidad de su proyecto de vida, el énfasis en la virginidad es,


además, de carácter simbólico acerca de las condiciones en las que ella va a decidir su futuro y su
identidad. Para verlo mejor es preciso compararlo con el relato paralelo del anuncio a Zacarías. Mientras
que allí se daba como elemento de identidad (pero funcional al relato) la condición de justos que
contrastaba con el hecho de no tener hijos, remitiendo así la situación de la pareja a otras parejas
famosas del A.T., visitadas y bendecidas por Dios en condiciones semejantes, en el relato de la vocación
de María no se habla de una condición moral, sino de la condición misma de su proyecto normal, como
dato extraño que indica la intervención de Dios en dicho proyecto afectándolo. En lugar de estéril María
es virgen. La esterilidad de Isabel implica la intervención de Dios en una vida cumplida (eran justos), en
una mujer anciana. Las analepsis retoman el pasado. La virginidad de María subraya todo lo contrario, el
riesgo, el proyecto, la juventud, la promesa, el futuro y, sobre todo, la libertad y la consciencia (en las
propias palabras de María). Es la intervención de Dios en un nuevo comienzo. La virginidad de María
enfatizada, que pudiera parecer ofensiva a una joven en sus condiciones, remite la Palabra y la
intervención de Dios al futuro (del mismo modo que la identidad de Jesús remite al resto del relato). La
remite a ella como personaje al futuro. Y sus palabras llevan esa marca, como llevan la marca de la
autonomía y la libre decisión. María no consulta con nadie, aparece como una joven decidida y
autónoma, imagen inusitada en su contexto cultural. Desde entonces, virgen remite a palabra, decisión,
proyecto y futuro para María y para la ejemplaridad cristiana que ella representa. La corporalidad
sexuada de su virginidad y su maternidad están ligadas a esas otras realidades. Separarlas ha sido funesto
para su imagen evangélica y para la praxis de las mujeres que la han mirado para imitarla. Separarlas ha
sido, ante todo, una extorsión (parcialidad selectiva de datos) de los mismos datos evangélicos. Cuando
se unen virginidad y maternidad en María no se pueden dejar atrás los datos más relevantes.

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En el proceso que convirtió a María en La Virgen la misma cultura seleccionó unos datos y dejó otros en
el camino. Baste recordar cómo se ignoró la tradición oracular que ligaba las diosas a la palabra, propia
de la tradición romana. Entre el 616 a.C. y el 38 d.C. diferentes figuras de diosas romanas unían la
fecundidad y la protección de los partos de las mujeres con la función oracular. La devoción popular, sin
embargo y la resistencia de las mujeres no consiguió impedir que fueran degradadas progresivamente a
seres inferiores (Parcas, Carmenta, Fauna...) a causa del uso de la palabra que Roma nunca aceptó en las
divinidades femeninas (51). La privación de palabra fue sistemática en cada una de las versiones
sucesivas de esta figura, pero también lo fue la persistencia con que esta diosa-tipo fue reapareciendo.
Este rasgo nunca se sumó a los atributos desplazados a María a pesar de que la tradición judía contaba
con la profecía y a pesar, sobre todo, de la práctica de muchas de las mujeres profetisas en comunidades
cristianas del s.I y II.

3.- MARÍA MADRE VIRGEN


El estudio de cada extremo del binomio por separado nos ha traído como de la mano, de nuevo, a
reunirlos para poderlos ver bajo la condición de paradoja. Las relaciones puestas de relieve hasta ahora
apuntan a una subordinación de la virginidad a la maternidad. El extremo más fuerte del binomio es,
como queda visto, el de madre. La maternidad divina y humana universal atribuída a María requería la
virginidad como su condición. Esta precediendo a la primera. Sin embargo, a pesar de esta relación
lógica el binomio funcionaba en diferentes direciones según sus combinaciones: virgen y madre, virgen
madre, madre virgen, maternidad virginal, virginidad materna... que indican una amplitud simbólica que
rebasa una cierta lógica de precedencia. Mi hipótesis es que el binomio resulta más adecuado al estilo
evangélico cuando se contempla en su naturaleza paradójica y es aquí donde quiero detenerme.

3.1.- La paradoja y la fuerza expresiva


Paradoja, desde el punto de vista etimológico viene directamente del término griego paradoxa (de para
contra, contrario a y doxa norma, doctrina, algo establecido) (52) y significa algo opuesto o contrario a
la opinión común que pone de relieve un punto de vista generalmente descuidado. Una afirmación que
no se opone a la verdad, sino que pretende establecerse frente a las supuestas verdades de la opinión
corriente, científica o filosófica, que ofrece como contradictorias ideas que en el fondo encierran una
verdad. Añadiendo elementos del sentido retórico y literario la paradoja se entiende como aquella unidad
que se opone, como anormalidad, a la norma común. Toma como fórmula expresiva la desfiguración del
lenguaje común desviando los contenidos lógicos de expresión. Sería una figura de pensamiento que
consiste en la unión de dos ideas irreconciliables o contrapuestas. A menudo tras la aparente
contraposición se esconde un sentido profundo que las reconcilia. De la unión de ideas supuestamente
irreconciliables surge un significado nuevo, al que se le da el nombre de paradoja.

La paradoja es una figura que se forma a partir de ideas antitéticas, fecuentemente en forma de oxímoron
(53), de tal manera que aunque parecen excluirse, los significados se hacen compatibles por el contexto,
dando lugar a un término nuevo aparentemente ilógico e irracional.

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La filosofía y la psicología han manejado a menudo la paradoja. Pero no todos los filósofos la han
entendido como lo polar y contrario sino como lo diferente y alternativo a la norma (Platón, por ejemplo,
frente a Aristóteles). El existencialismo (Kierkegaard) la entiende como la realidad marginada por el
pensamiento lógico-sistemático objetivizante. La psicología, por su parte, entiende la paradoja como un
principio hermenéutico de la realidad humana conflictiva, compleja y difícil de reducir a principios
lógicos. Pero además considera la unión de contrarios como un momento final del proceso de
autorrealización humana (Jung) e incluso un instrumento de cambio y transformación positiva (terapias
paradójicas). La fenomenología religiosa acude a menudo a la paradoja para dar cuenta de la experiencia
religiosa humana, dada la dificultad de encerrarla en esquemas lógicos.

3.2.- Funciones de la paradoja


La función de la paradoja puede ser entendida desde diferentes puntos de mira. En cuanto que es
lenguaje, la paradoja tiene una función eminentemente expresiva y comunicativa, pero es peculiar de su
expresión expresiva la función de desconcertar y favorecer la percepción de algún aspecto oculto. Pero
desde el punto de vista humano la paradoja expresa el desbordamiento de la persona en sentimientos,
intenciones, imaginación que no se puede reducir a principios lógicos. Desde el punto de vista
psicosocial y religioso el lenguaje paradójico pretende visibilizar lo oculto, denunciar mediante la
exageración o la desfiguración expresiva aspectos negativos o reductores de un determinado contexto,
posibilitar un espacio de libertad a través de la oferta alternativa y crear, asi mismo, una realidad nueva
que transforme el contexto denunciado.

Por todo ello es fácil comprender la importancia simbólica que reviste la paradoja así como percibir la
fuerza interpelante y transformadora que encierra. Los más importantes cambios históricos, sociales y
religiosos se encuentran con frecuencia expresados y experimentados bajo la forma de paradojas
creativas. Es, por consiguiente, una ruptura lógica y una apertura creativa con funciones, resumiendo lo
dicho, renovadoras, alternativas subversivas.

3.3.- La paradoja mariana madre-virgen


Comenzábamos nuestro trabajo advirtiendo sobre la neutralización de la paradoja madre-virgen y
dábamos por supuesto que estábamos ante una paradoja. El examen detenido sobre cada uno de los
extremos de la paradoja ha revelado una comprensión que nada tiene de paradójica. En realidad la
formulación María madre virgen o virgen madre no ha funcionado como paradoja. No vamos a repetir
los argumentos, fácilmente deducibles al/la lector/a, sino más bien poner de relieve sus raíces para
fundamentar su carácter paradójico que nos permita una lectura diferente de María que la devuelva en su
condición de cristiana a nuestro hoy.

– la paradoja evangélica

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Los evangelios, al igual que muchos relatos y textos del Antiguo Testamento, se expresan en lenguaje
paradójico. Más aún, podríamos decir que la paradoja es una forma expresiva habitual de Jesús en sus
parábolas, en sus dichos y sentencias, en sus símbolos, en sus gestos y en sus propias situaciones
personales (54). No extraña, por tanto, que Mt al relatar el nacimiento de Jesús acuda a una analepsis
profética, paradójica a todas luces (cf Mt 1, 23), para expresar un acontecimiento que rompe la lógica.
María es ella misma la paradoja como la virgen que concibe (en presente). La contemporaneidad de
ambas situaciones hace de María, situación y cuerpo, paradoja de la encarnación y paradoja sobre la
encarnación. Tampoco extraña que Lc relate la vocación de María utilizando la paradoja. Más que
lenguaje paradójico, como en el caso de Mt, encontramos una situación paradójica: la oferta imposible
de Dios hecha posible al estilo de las estériles fértiles pero en su dimensión de proyecto, como quedaba
dicho. Pero tanto en el caso de Mt como en el de Lc la paradoja debe ser contextualizada porque su
sentido está ligado al texto y al contexto.

❍ – María virgen madre paradoja que rompe el sistema religioso patriarcal

En el caso de Mt la paradoja (analepsis bíblica) rompe los esquemas contextuales de la lógica de la ley
judía, a partir del recurso a las intervenciones de Dios de carácter paradójico y subversivo (cf el contexto
de Is 7,14), pero da un paso más y revela la ruptura lógica en la identificación del personaje de la cita de
Is y María en la misma dirección en que había roto la lógica de la genealogía en 1, 16 al introducir a
María de la que nació Cristo. Mt utiliza la lógica judía precisamente para romperla, para poner de relieve
su imposibilidad y su agotamiento, para desvelar aquello invisible, escondido, que esa lógica ha
marginado esterilizando las posibilidades salvadoras. En este sentido aparece el nacimiento de Jesús en
la paradoja encarnatoria de la virgen madre. María es el símbolo de la ruptura de la lógica de la Ley
israelita a través de la irrupción de Jesús en la vida humana. Ella, precisamente como madre virgen
muestra la esterilidad de la pretendida fecundidad de la vinculación de la salvación a los lazos de la
carne, sangre y raza. Es decir, muestra los límites, la incapacidad, la injusticia del patriarcado israelita,
sus resultados marginalizadores, su reducción. Y lo muestra con la paradoja de una joven al borde de la
marginalidad por la justicia del hombre con el que está prometida. Una joven que se salta el orden social
y religioso del patriarcado. Es una paradoja fuerte, de un enorme potencial subversivo. La sobriedad con
que lo cuenta Mt hace mucho más impactante esta potencialidad. Lo que resulta de la paradoja va más
allá de lo que pueden significar cada uno de sus extremos. Viene de la combinación de ambos en ese
contexto determinado. Es decir, María en cuanto virgen madre se ha salido del sistema patriarcal
rompiéndolo por dentro. El nacimiento de Jesús, por tanto, está a la vez dentro y fuera de ese orden.
Puesto que es de madre judía, está dentro, pero como esta madre judía es una virgen está fuera. La
paradoja está en captar esto sin necesidad de razonamientos o de explicaciones racionales.

– María virgen madre: subversión de los términos

Con respecto a Lc las cosas cambian un tanto. Si Mt se vale de la palabra profética, Lc se vale de la
palabra actual de María. La contextualización de la paradoja remite también al A.T. pero como un fuerte
contraste entre la intervención de Dios en la paradoja de las madres estériles de Israel y, sobre todo,
focaliza la atención en el contexto dialogal en que se lleva a cabo así como en el carácter de prolepsis de
los relatos de infancia con respecto al resto del evagelio.

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María es presentada como una virgen por la palabra del narrador, pero es su propia palabra la que dice
que no conoce varón. Y con esa premisa recibe el mensaje del ángel y toma una decisión por sí misma.
Su maternidad, así, queda sustentada en la palabra dialogal. Lc en el resto de su evangelio tendrá ocasión
de mostrar al lector lo que supone esta maternidad y esta virginidad. En 8,19 es la palabra de Jesús la
que corrobora (veridicción narrativa) la naturaleza de la maternidad de María y de quienes quieran ser
madre y hermano de Jesús (55): escuchar y cumplir la Palabra de Dios. En 11,27-28 queda reforzado y
reafirmado. De este modo la condición de la maternidad queda remitida a la maternidad de María en
cuanto maternidad virgen. Y María como virgen madre entra en el proyecto del Reino a partir de la
Palabra y a través de la palabra, es decir, en contexto de diálogo y de relación. La paradoja, más
compleja en Lc que en Mt, sitúa a María virgen madre en un campo semántico más amplio. La paradoja
contextualizada rompe las fijaciones biologicistas de sus extremos y sitúa la corporalidad de María en la
dimensión de la palabra (56).

Ni la virginidad ni la maternidad pueden entenderse ya con categorías judeo mediterráneas ni helenistas.


La madre, en el proyecto de Jesús, entra como virgen madre, es decir, como paradoja. Ya no es ni la
virgen ni la madre al uso de la época. Es el proyecto de Jesús el que lo ha roto. Lc es el único evangelista
que no sitúa a María en relación hostil con Jesús en cuanto madre. Esto indica que la elaboración y
contextualización de la paradoja es diversa en cada uno de los evangelios.

La extrañeza que advertíamos entre el rol de madre de María y la comprensión subversiva de dicho rol
por parte de Jesús trae de inmediato una pregunta sobre la relación entre la paradoja y su comprensión.
Dicho de otro modo ¿era consciente María de su propia condición paradójica? Tres de los cuatro
evangelios parecen decir que no. Lc es el único que acerca a María a su propia condición paradójica. Eso
significa que, como sucede en numerosos casos, se puede ser portadora de ella sin advertirlo, pero
ejercer adecuadamente su función. Por otro lado no se puede entender esta paradoja concreta sin
referencia a Jesús, a su proyecto del Reino y a la misma paradoja que él era, consciente en este caso, en
cuanto célibe o virgen portador de vida con sus palabras y sus gestos.

Y surge otra pregunta que hace de pasaje al parágrafo final. ¿Por qué no se percibió el binomio virgen
madre como paradoja, ni pudo funcionar como alternativa, como denuncia subversiva (57)? La respuesta
viene expresada en otra de las paradojas populares y bíblicas de Jesús: para que viendo no vean y
oyendo no entiendan, es decir, por la necesidad de empatía y sensibilidad perceptiva que requiere la
paradoja, tan reacia a explicaciones racionalistas.

Como hemos intentado mostrar el ambiente de la cultura judeo mediterránea, o heleno mediterránea no
favoreció lo más mínimo la percepción del impacto de la paradoja mariana. En cambio sí entró en otros
moldes preparados popularmente y sufrió así el despojo del que ya hemos hablado y la condensación
simbólica totalitaria e insaciable (58) a la que siguió, en seguida, la misma mariología.

CONCLUSIÓN

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Navarro

En un mundo como el nuestro en el que se han roto los esquemas de comprensión tradicionales acerca
de valores atribuídos a las mujeres como maternidad y virginidad no se puede seguir hablando de estos
términos como si nada hubiera cambiado. A muchas de nosotras, mujeres cristianas y teólogas, a muchas
de las mujeres que piensan y reflexionan seriamente sobre nuestra condición, nos resulta ajeno un
lenguaje y un bagaje conceptual que ignora los cambios sufridos e intenta, inútilmente, recuperar lo que
pertenece a otra realidad y otro contexto.

María virgen madre no puede ser entendida hoy como negación de valores humanos conquistados por
las mujeres y asumidos como propios. Es decir:

■ a) no puede exaltarse una virginidad entendida como negación de la condición


sexuada de las mujeres, ni como un valor superior al ejercicio de la sexualidad de
la inmensa mayoría de las mujeres adultas. Es preciso resaltar la virginidad en
correlación positiva con otras formas de opciones sexuales

b) ni la maternidad de María puede servir ideológicamente a unos intereses


patriarcales sobre las mujeres que pretende seguir sosteniendo la visibilidad del
mundo público y del ejercicio del poder de los hombres, sobre la invisibilidad del
mundo de lo privado en el que se viven y se resuelven las necesidades afectivas, de
cuidado, crecimiento y maduración humanas, entendidas como responsabilidad
exclusiva o predomiante de las mujeres

c) no se puede utilizar a María como modelo de un tipo de maternidad que


justifique la ausencia de paternidad y la atribución de responsabilidades a un
género que justifique la falta de responsabilidad del otro

Será preciso recuperar la formulación de virgen madre de María en su dimensión paradójica poniendo de
relieve su condición concreta e histórica asi como las posibilidades simbólicas y creativas que derivan de
ella para hombres y mujeres en nuestros contextos cristianos y en la sociedad en la que cristianos y
cristianas vivimos. Es decir:

■ a) será preciso estudiar los datos bíblicos contextualizados, tanto en su cualidad


narrativa como en su significación, enfatizando los elementos simbólicos a los que
son más sensibles las mujeres y los hombres de hoy

b) no se deberían soslayar aquellos aspectos más impactantes y subversivos de esta


paradoja mariana, válidos hoy como ayer con respecto al sistema patriarcal puesto
que entran dentro del proyecto de Jesús. Por el contrario deberíamos ir
cristianizando la figura de María a partir de aquellos símbolos creativos que ya se
encuentran en los evangelios destacando su fuerza renovadora y profética. Eso
supone que María virgen madre, según la paradoja lucana, deberá estimular a las
mujeres a tomar la palabra y a tomar decisiones de forma autónoma aunque en

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contexto dialogante

c) la paradoja de María virgen madre debe llevar a poner de relieve lo que el marco
coherente creado por la Episteme de Lo Mismo ha invisibilizado y marginado con
respecto a las mujeres, su función en la sociedad y en la Iglesia, sobre la sexualidad
y las relaciones entre los sexos y el tipo de familia en el que nos movemos, como
interpelación continua sobre el marco evangélico del Reinado de Jesús en el que
tanto la función de mujeres y hombres, sus responsabilidades, sus relaciones y la
familia deberían insertarse. Y si el Reinado de Jesús al que María fue llamada
implica unas relaciones de igualdad con un sólo y único Padre común, no se puede
utilizar la figura de María para mantener las asimetrías y desigualdades ajenas al
espíritu del evangelio. Ella, como he querido mostrar, estuvo invitada con fuerza a
entrar en ese nuevo orden y experimentó las dificultades ligadas al necesario
cambio de mentalidad requerido

d) esto significa que no podemos acudir acríticamente a unos contenidos fijos e


inmutables de un arquetipo mariano de lo femenino, virgen y madre, que debería
ser modificado según contenidos más cristianizados. Decir de María que es virgen
madre debe remitir a María al evangelio y, en ningún caso sacarla de él y alejarla
de la historia y de la humanidad. La contextualización evangélica y cultural
permitirá una adecuada inculturación en nuestra época y en nuestro mundo plural y
diverso

NOTAS

(1) Con la expresión lógica de la identidad o Episteme de Lo Mismo, me refiero a los a prioris históricos constitutivos por los que las
teorizaciones transitan en su discurso sobre la diferencia, en concreto, sobre la diferencia de género sexual. Estos a prioris son
inmanentes, pero no esenciales. La lógica de la identidad es la necesidad imperiosa de pensar la realidad diversa, no en su diversidad,
sino como un todo formando una unidad. Se funda en un principio de ordenamiento que consiste en la exclusión, segregación y
jerarquización inferiorizante de la alteridad, lo otro, lo diferente. Al entronizarse lo mismo se pierde el juego dialéctico entre Identidad y
Diferencia. Al cristalizarse lo uno en figura y lo otro en fondo , no alcanzan su reversibilidad. Lo mismo será siempre eje de medida,
positividad. Lo otro será siempre margen, negatividad, sombra, doble, reverso, complemento. Lo mismo al no poder pensarse nunca
como lo otro se ha transformado en lo único. A.Mª Fernandez, La mujer de la ilusión, Barcelona-Buenos Aires 1992.

(2) La positividad de las diferencias no supone una actitud acrítica ante ellas, pero la crítica se realiza sobre los contenidos y no sobre la
diferencia en sí misma. La Episteme de Lo Mismo, en cambio, adopta como criterio a priori la inclusión de las diferencias ya en una
jerarquía. Lo otro es inferior porque NO es Lo Mismo; lo otro es negativo por referencia a la positividad de lo Uno y lo otro es inferior
porque lo Uno es superior.

(3) Mencionaré la evolución histórica de pasada a sabiendas de que en este mismo número otro de los estudios se ocupa ampliamente de
ello.

(4) Sigo fundamentalmente el trabajo de S. Tubert, "La construcción de la feminidad y el deseo de ser madre" en A. González de

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Chavez (comp.), Cuerpo y subjetividad femenina, Madrid 1993, 55-56.

(5) S. Tubert, La construcción, o.c. 56.

(6) ibid. Sigue diciendo la autora: Esto es así ... porque la estructuración de la feminidad se funda en la pura diferencia; tanto la
masculinidad como la feminidad resultan de una operación simbólica de división que crea lugares vacíos que cada uno puede ocupar y a
los que se adscriben caracteres o rasgos contingentes, históricos, en tanto esa marca simbólica, al inscribirse en los cuerpos, produce
efectos imaginarios. Sin embargo, tales lugares no se nos presentan efectivamente como vacíos y su contenido no es exclusivamente
producto de lo imaginario. En efecto, los significantes que en un juego de oposiciones crean la diferencia, no aparecen como
significantes puros, desencarnados, sino que peoducen efectos de significación que asignan una cierta identidad a esos lugares. Aunque
tal identidad es lábil e inestable supone, en cierta medida, un cierre: cada uno ya no podrá pasar libremente de un lugar a otro, ni será
fácil sustituir, por un acto de voluntad, unos emblemas o rasgos por otros. id 56-57.

(7) Para C.G. Jung los arquetipos son formas configuradoras, puras estructuras formales vacías de contenido (el subrayado es mío),
meras potencialidades o capacidades de preformación o preordenamiento de los contenidos representativos. Cf C.G. Jung Arquetipos e
inconsciente colectivo, Buenos Aires 1970; Psicología y símbolos del arquetipo, Buenos Aires 1977. Para una buena introducción al
pensamiento junguiano puede verse A. Vázquez, Pisocología de la personalidad en C.G. Jung, Salamanca 1981; en pp. 18-20 precisa el
concepto junguiano de arquetipo con claridad y con rigor. Para una aproximación divulgativa puede verse A. Vázquez, Freud y Jung
exploradores del inconsciente, Madrid 1986, 147.

(8) Los antropólogos y las antropólogas culturales han puesto de relieve estas diferencias que echan por tierra tantos de los
esencialismos postulados por nuestra cultural occidental acerca de los géneros. Cf H.L. Moore, Antropología y feminismo, Madrid 1991.

(9) Comparto la idea junguiana que lleva a postular el ánimus monógamo en su fondo y polígamo en sus expresiones a la vez que
postula el ánima como poliándrica en su fondo y monoándrica en su expresión pero no comparto sus descripciones como esquemas
universales del arquetipo que llevarían a pensar en algo esencial ligado a lo biológico. Bastarían los trabajos sobre descubrimientos
antropológicos recientes para dar al traste con dichas descripciones pretendidamente universales.

(10) Cf A. Mª Fernández, La mujer de la ilusión, o.c. 35.

(11) Cf X. Pikaza, La madre de Jesús, Salamanca 1989, 340ss.

(12) Estamos ante uno de los rasgos bíblicos más importantes: la pretensión de universalidad a partir de lo concreto y particular, tanto en
el AT como en el Nuevo.

(13) H. L. Moore, Antropología y feminismo, o.c. 40-41 llega a mostrar no solamente que existen culturas que asignan la maternidad a
los hombres, sino cómo en nuestra misma cultura occidental la equivalencia mujer=madre no deja ver una realidad que contradice esta
misma afirmación. Dice esta autora que la asociación entre mujer y madre no es tan natural como pueda parecer a primera vista. Para
mostrarlo recurre a las diferencias existentes entre dar a luz y criar a los hijos, actividad ésta que correspondería a lo que entendemos
por maternidad. Alude a un trabajo de C. Stack sobre la sociedad urbana de EE.UU. que pone de manifiesto las grandes diferencias en la
formación de los hogares de las familias negras urbanas y demuestra que el 20% de los niños objeto de su estudio eran criados en un
hogar distinto al que albergaba a su madre biológica, aunque en la mayoría de los casos dicho hogar estaba vinculado a la familia de la
madre (Stack, 1974). No se trata sencillamente de alegar que las madres no son las únicas personas que se dedican al cuidado de los
niños, sino de subrayar que (1) las unidades domésticas no se construyen necesariamente en torno a la madre biológica y a su prole y
que (2) el concepto de madre en una sociedad determinada no tiene por qué estar basado en el amor maternal, cuidado cotidiano o
proximidad física. La realidad biológica de la mternidad no produce una relación ni una unidad madre-hijo universal e inmutable.

(14) A este respecto es sumamente interesante el estudio de E. Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid 1992, sobre los procesos
por los que los varones acceden a esta insegura identidad y las consecuencias para ellos y para las mujeres.

(15) No me detendré en este proceso del que se coupa otro de los artículos de este mismo número. Se pueden consultar en todo caso los

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trabajos de S. Benko, The Virgin Goddess. Stduies in the Pagan and Christian Roots of Mariology, New York Köln 1993; M. Warner,
Tú sola entre las mujeres, Madrid 1991; I. Magli, La madonna, Milano 1987.

(16) No obstante un detenido análisis de personajes y relatos muestran datos enormemente subversivos que revelan las resistencias de
las mujeres en el sistema que las margina.

(17) He estudiado la alianza abrahámica en esta perspectiva en Gen 22: lectura e interpretación feminista, en Biblia, Literatura e Iglesia,
Salamanca 1995.

(18) Sobre todo lo relativo a la familia y roles sexuales en la cultura mediterránea de los primeros siglos puede consultarse B. Malina,
Christians Origins and Cultural Anthropology: Practical Models for Biblical Interpretation, Atlanta 1986. Para algunos conceptos
fundamentales puede consultarse en español el trabajo de R. Aguirre, La mesa compartida. Estudios del Nt desde las ciencias sociales,
Santander 1994.

(19) M.P. Carroll llama a este tipo de familia the father-ineffective family, cf The Cult of the Virgin Mary: Psycological Origins, New
York 1986.

(20) Cf R. M. Radford Ruether, Mujer Nueva, Tierra Nueva, Buenos Aires 1977, 61ss.

(21) B. Malina, "Mother and Son", BTB 20 (1990) 54-64.

(22) En un reciente simposio sobre María y Culturas que tuvo lugar en la facultad Marianum de Roma los primeros días de octubre de
1994, al que asistí y en el que intervine, pude comprobar cómo diversas culturas africanas, hindúes y asiáticas han asumido a María en
su cualidad materna posponiendo los rasgos más cristianos que los escasos textos evangélicos le atribuyen. Lejos de tratarse de una
cuestión colonial, la maternidad aparecía como el punto de encuentro en el que se daban cita rasgos comunes en los que se posibilitaba
una inculturación de su figura. No obstante es discutible una inculturación que no deja apenas lugar para la contracultura o correctivo
evangélico. Pero es obvio que no se trata de un problema de las otras culturas, sino de un problema que afecta a la nuestra en la misma
medida.

(23) Comparto con A. Mª Fernández, La mujer de la ilusión, o.c. 136, que es oportuno tener en cuenta la importancia de la mujer blanca,
de clase media y heterosexual porque es sobre este modelo sobre el que se construyen los universos de significaciones colectivas que
dan como resultado La Mujer.

(24) Es lo que vienen afirmando los discursos oficiales eclesiásticos y otros discursos políticos, evidentemente interesados en conservar
a la mujer oculta en la madre.

(25) A. González de Chavez, "Mujer: cultura , identidad y salud mental, I", Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, XII,
40 (1992), 9-29, muestra con toda claridad de qué forma la mujer-madre actual es una figura imposible, una hiperidealización de todas
las necesidades humanas, así como el impasse en el que se encuentra la mujer madre concreta, atrapada entre el Ideal inalcanzable y su
profundo sentimiento de fracaso por querer ser más mujer que madre.

(26) La gama sintomática es bastante amplia: sustituciones de la palabra y la acción o formas alternativas de comunicación para
expresar ira o demandas como el llanto, las conversiones histéricas, las quejas somáticas y enfermedades psicosomáticas, intentos de
suicidio, miedo al rechazo, al abandono, los malos tratos, la pérdida de amor, aceptación y protección son algunos de los síntomas
registrados.

(27) Cf A. González de Chavez, Mujer, cultura, identidad, I, o.c. 109.

(28) La formación reactiva es un mecanismo de defensa que consiste en la intensificación de una tendencia de signo contrario a aquella
que nos resulta intolerable.

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(29) Termina la autora su trabajo con estas significativas palabras: es necesario, pues, hacer todos el duelo por la gran madre, por el
ansia de la Unidad, sueño irrealizable, a fin de que la identidad femenina pueda librarse del Ideal, para que pueda haber mujeres,
también madres, pero no necesariamente Supermujeres, ni Supermadres, A. González de Chavez, "Mujer, cultura, identida y salud
mental II", Revista de la Asociación española de neuropsiquiatría, 42 (1992) 112.

(30) Un somero análisis de los mensajes de la Virgen en las distintas apariciones da la razón a lo que decimos. Estos mensajes, como
quedará estudiado en su momento, son un vivo espejo de las preocupaciones de la ideología conservadora, consignas y normativas que
reflejan una determinada moral, en cuyo revés se advierten los miedos de quienes no miran el futuro, ni el cambio con ojos positivos.

(31) Aparte de la lejanía de la María del evangelio, considero que es una propuesta pastoralmente errónea que evita el esfuerzo
necesario de inculturación en el occidente postmoderno en el que, queramos o no, se han originado cambios drásticos en lo que a la
mujer, la maternidad, la pareja y las relaciones entre los sexos se refiere.

(32) Dice la citada autora si se hace una revisión de las religiones, puede observarse que la evolución llevada a cabo por las poderosas
divinidades femeninas primitivas hasta llegar a la benévola, sacrificada y asexuada Virgen María, que ya no es siquiera una diosa, sino
la Madre del Hijo de Dios, ejemplifica el engrandecimiento del Hombre al ir logrando su dominio sobre la Naturaleza y las mujeres. El
deseo -filial- masculino ha exigido que la única identidad femenina deba quedar reducida a ser madres asexuadas y benévolas, sin rastro
de ira, de poder y de otro deseo que no sea el de su Hijo (a ser posible varón), "Mujer, cultura, identidad, I", o.c. 92.

(33) Lo he estudiado a propósito de Mc 3,31-35 en EphMar, 54 (1994) 67-96 y de Jn 2,1-12 en EphMar 53 (1993) 313-338, aunque con
connotaciones diversas, tal vez menos críticas desde el punto de vista cultural y social del rol de madre.

(34) En este caso es posible que, según era costumbre en ciertos ambientes de la cultura mediaterránea, se obigara a la mujer/madre a
tomar su lugar de forma que ella quedaba autorizada para actuar vicariamente y mirar por sus intereses, por su honor, el honor de la
familia de su marido

(35) Cf D. Jacobs Malina Beyond of Patriarchy, o.c. 6. Las posibilidades de que fuera la madre, María, la que tomara el lugar del marido
se reducen si ella se desenvolviera en ámbito urbano y en cambio aumentan si, como es el caso, la mujer vive en ámbito rural en el que
existen más necesidades y, en ciertas reglas, el control es menor y, concomitantemente, la libertad es mayor. De todas formas una cosa
es segura: ella, según el texto, iba a la cabeza del grupo en un rol de autoridad. Lo que esto signifique es lo que es preciso estudiar más
detenidamente. La cuestión, siempre debatida, queda todavía abierta.

(36) El avance de los vv.20-22 a 31-35 hace referencia a uno de los instrumentos retóricos de Mc: la progresión en dos pasos o etapas en
la que el segundo concreta al primero, lo precisa y ofrece las claves de comprensión del mismo. Es el relato de 31-35 el que da las
claves de los vv.20-22. Pero a la par los dos momentos están formando otra de las figuras retóricas de Mc. la del encuadre, por la que el
elemento del centro, en este caso el enfrentamiento con los letrados sobre su poder sobre los demonios, afecta a los dos extremos y tanto
el relato que lo enmarca, como el elemento central se remiten mutuamente para el significado del total.

(37) Los términos con los que se indica su postura son suficientemente elocuentes al respecto: la familia de Jesús está fuera y de pie y
estos términos están en oposición con dentro y alrededor que son los que caracterizan a quienes están con Jesús en actitud de discípulos.

(38) El texto no deja lugar a dudas sobre la conversión de roles determinados, en masculino y femenino, en categorías relacionales por
parte de Jesús, cuando en 3,35 el discurso de Jesús habla de hermano, hermana y madre sin artículo.

(39) Aunque con diferentes acentos se puede deducir lo mismo de Mt y Lc y, en particular del cuarto evangelio. No es al azar que el
narrador se refiera a la madre de Jesús, para hablar de María y que no ponga nunca en labios de Jesús el término madre, sino mujer con
el que referirse a ella. Cf mi trabajo "La mujer en las bodas de Caná. Un relato de los orígenes", en A. Aparicio (ed.), María del
evangelio, Madrid 1994, en especial 318-320.

(40) La codependencia se refiere a an emotional, psychological and behavorial pattern of coping that develops as a result of an

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individual’s prolonged exposure to, and practice of, a set of oppressive rules -rules which prevent the open expression of feeling, as well
as the direct discussion of personal and interpersonal problems, B.J. Malina, "Mother..." o.c. 61.

(41) Una panorámica del desarrollo de esta temática en los primeros siglos puede encontrarse en P. Brown, El cuerpo y la sociedad. Los
cristianos y la renuncia sexual, Barcelona 1993.

(42) No tengo noticias de que existieran en la antigüedad instituciones de vírgenes laicas.

(43) Cf M. S. Stevens, "Maternity and Paternity in the Mediterranea: Foundations for Patriarchy", BTB 20 (1990), 50.

(44) Cf M.S. Stevens, "Maternity and Paternity" o.c. 50.

(45) S. Benko The Virgins Goddess, o.c. 202 al afirmar cómo en el protoevangelio de Santiago ya se habla de María virgen, se pregunta
cómo es posible que los cristianos se ocuparan del himen de María cuando el núcleo de la llamada a la salvación residía en el Misterio
Pascual de Cristo. Una de las respuestas que ofrece es que a las mentes acostumbradas a pensar en categorías de cultura pagana, la
madre del Hijo de Dios no pudo tener menor dignidad que la Gran Madre de los dioses, divinidad favorita de la piedad popular en el
Oriente. El autor del protoevangelio sacó a María de su condición humilde y la elevó a figura semejante a una diosa. M. Warner, Tú sola
entre las mujeres, o.c. 71, se hace una pregunta parecida desde el presente a la que sin embargo no encuentra respuesta. Cree la autora
que así como resulta comprensible la visión la concepción virginal dado que los géneros literarios y los relatos míticos son dependientes
del conocimiento que cada cultura tiene acerca de la reproducción, así como de las significaciones que se le otorga, no se explica la
forma en que se siguen manteniendo literalmente las mismas explicaciones dada la información que se tiene actualmente de la
sexualidad humana y los procesos de reproducción, así como del papel de la mujer en él.

(46) Cf M. Douglas, Pureza y peligro: un análisis de los conceptos de "contaminación" y "tabú", Madrid 1973; Símbolos naturales,
Madrid 1978.

(47) La virginidad y el celibato temporal o perpetuo está siendo en estos momentos, como lo fue en otros momentos de la historia, un
instrumento de rebeldía y resistencia de grupos de mujeres ante las reducciones a que las somete la sexualidad genital androcéntrica.
Actualmente existen grupos de mujeres en diferentes países del mundo occidental que reaccionan con el celibato ante la presión de la
llamada cultura genital androcéntrica. Cf a este respecto S. cline, Mujer, celibato y pasión, Madrid 1993.

(48) En el caso de las diosas, como Venus, Isthar, Anat... el signo de la virginidad raramente incluía la castidad en cuanto virtud ( a
excepción de Diana).

(49) He estudiado los textos de Lc bajo esta perspectiva en "Rasgos de inculturación de la figura de María en el Nuevo Testamento", en
AA.VV. Maria nelle culture, Roma 1995.

(50) Lo destaca con mucha fuerza el estudio de J.N. Aletti, El arte de contar a Jesucristo, Salamanca 1992.

(51) Es interesante observar por ejemplo cómo transforma a Lara en Muta o Tacita, o cómo se ignora oficialmente a Juno. Puede
consultarse al respecto S. Montero Herrero, Diosas y adivinas. Mujer y adivinación en la Roma antigua, Madrid 1994, en especial 13-41.

(52) Pueden consultarse Diccionario gramatical y de dudas del idioma, Dicionario ilustrado de la lengua española, Diccionario del
lenguaje filosófico, Enciclopedia Laorusse, M. Moliner, Diccionario de uso del español, Diccionario manual de la lengua española, J.
Casares, Diccionario ideológico de la lengua española, Diccionario de sinónimos y contrarios, y otros.

(53) Según el Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria el oxímoron es una agrupación de dos palabras de significado
contrario por poseer semas incompatibles, que produce una contradicción en el interior de un elemento en el que falla la coherencia
sémica interna, como por ejemplo música callada.

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Navarro

(54) Las citas son demasiadas como para intentar reproducirlas, pero a modo de ejemplo puede verse Mt 10,34-36; Mt 11,4; 18,1-4; Lc
1,27; Lc 6,27; Lc 9,59; Jn 1,14; 11,25-26, etc.

(55) Lc, como Mc 3,35, pone en boca de Jesús mêtêr sin artículo (Lc 8,21).

(56) La relación de María con la palabra la he estudiado en mi trabajo María, la mujer, Madrid 1987.

(57) La virginidad de Jesús sí realizó algunas de sus funciones subversivas y alternativas, pero casi sólo en las mujeres porque las
encontró más receptivas y sensibilizadas. En cambio no tuvo impacto en el sistema patriarcal de la cultura mediaterránea de la inmensa
mayoría de los hombres, a los que, sin embargo, iba directamente destinada. Soy consciente de que dejo sin estudiar algunos de los
elementos más prometedores de un nuevo concepto de virginidad que hunde sus raíces en la paradoja evangélica, como por ejemplo la
dimensión de corporalidad, el tipo de sexualidad y de goce que implica, así como la condición de libertad en correlación con el ejercicio
de la sexualidad interhumana e intersexual. Razones obvias de espacio no me permiten un mayor desarrollo.

(58) El axioma de Maria nunquam satis muestra hasta qué punto algo que le corresponde sólo a Dios, quedó desplazado a ella.

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