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MIRIAM CAIRO
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© ART+DG By Andrés Gustavo Fernández 2009 / adncreadores@gmail.com
LENTA
DESNUDEZ
DE MUSA
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DECONSTRUCCIONES
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LENTA DESNUDEZ DE MUSA
A la ciudad hirviente
Con su progresiva tendencia a prolongar el detalle y el incidente, la musa soledad 3
lleva a cabo transacciones silenciosas. Aunque la mayoría de las figuras humanas se
desenvuelven en sus tareas más simples, ella promueve una tensión sexual, una calma
desesperación, exhibidas en la arena pública de las veredas. De nada valen las
delicadas advertencias del diablo. Las amapolas humanas expanden su olor de
durazno y hasta los postes de luz explican el sentido de la añoranza. Hay fugas
vertiginosas. Las bocacalles emanan el apetito de placer y la mañana mete en un
paréntesis las medidas del yugo. Pero la epifanía no puede ser alentada por el
apuntador invisible. Es la musa soledad la que descubre el claroscuro.
El paladar de dios
La soledad no nació en 1887, pero si en la provincia. A los veinticinco años,
inesperadamente no se embarcó y luego desembarcó. En una librería compró el
célebre almanaque editado en cierta fecha en otra ciudad del mismo mundo. El largo
peregrinar de la soledad por las librerías, las calles y los mares inexistentes, la
condujo a navegar como pez en el agua por acuarelas montiondas y a no extraviarse
en una drola. Ella ofrece motivos de aullido a los hombres y las mujeres sin
importancia. Mujeres que se inclinan, mujeres que se levantan. Hombres que van al
otro extremo y vuelven empezar. Hombres y mujeres fuera del paladar de Dios.
Trampas en la hierba
Como es sabido, los padres de la musa soledad no eran polacos, aunque bien pudieron
serlo, si los hubiera tenido. De chica, todos la conocían por su apodo. Se pintaba las
uñas con pétalos de malvones. A los once años hizo sus primeros plagios de jinetes
azules para hacer presente la otra mitad del universo. Ya había en su pulso y en su
manera de mirar, un turbio erotismo. En ese tiempo, Dios era rico y famoso, por lo que
la musa soledad le tenía antipatía y cambiaba de canal. Ella se escondía de la luz para
hacer sus juegos femeninos en lo oscuro.
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MIRIAM CAIRO
El calibre de soledad
La musa soledad siempre tuvo algo muscular combinado al mismo tiempo con
características de ensueño. Alentada por las señales optimistas de la ausencia de
Dios, hoy sigue afilando el cuchillo con el que gusta abrirse el corazón. Su
imaginación imagina. Como aquel pintor de amantes voladores, de tejados en los que
habitan violinistas y de animales fulgurantes. La soledad no tiene cable a tierra, ni a
aire, ni a sol, ni mar. Por ello no es fácil hallarle la punta del ovillo aunque sea habitual
encontrarla acariciando figuras femeninas de grueso calibre. Hay una constante
entre la ausencia de Dios y el grueso calibre de la soledad.
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