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Esa mañana me levanté como todos los días, presentía una nueva curva en la

espiral de la rutina, y adormecido en la rutina decidí pararme de la cama para


acostarme en el mueble. Busqué el control remoto del televisor, quería prenderlo y
perderme en ese caos de imágenes-simulacros de la realidad. Cada canal
promete un punto de vista, una mirada critica, una verdad parcial. Entre todas las
opciones, me decidí por el fútbol, la liga inglesa, la francesa, cualquiera que
pudiera despertarme del sofoco de comenzar un nuevo día… Rara expresión esta:
“comenzar un nuevo día”, como si el tiempo se moviera a intervalos, como si el
sueño tuviese la capacidad de dejar todo suspendido hasta que tengamos
conciencia del despertar, como nacer de nuevo para luego sentirnos más viejos…

Últimamente este asunto de levantarme a esperar el paso de las horas para poder
dormir de nuevo, se había convertido para mí en un asunto de rutina desesperada,
esa soledad construida por tanto tiempo ya comenzaba a pesar, ese mundo
solitario de mi ego empezaba a estrecharse, todas las bases de mi constructo
pedían a gritos la extensión de lo mío más allá de la soledad, ya era tiempo de
metamorfosear el individuo nacido de esta pupa. Agobio, eso era lo que me
llenaba: agobio y temor. A pesar de toda la compañía de la que se proveía mi
soledad, un vacío hondo, con amargo sabor a pasado, carcomía progresivamente
mi ego; nuevamente las tristezas rondaron mi mente, antiguos karmas despertaron
de su letargo y caldearon el momento para la lucha interior. Las pesadillas
volvieron con mayor carga de eticidad; y para mi fortuna, de nuevo los ojos de la
nocturna volvieron a mí en sueños. Ojos cálidos y luminosos, cargados de
premoniciones, apaciguaron las tormentas de mi conciencia y abrieron la
perspectiva de la lucha y el riesgo. Era necesario, nuevamente, enfrentarme
conmigo mismo y asumir el reto mayor: transformar la soledad en pasión, en
pulsión vital.

Tomé una taza de chocolate que mi mamá había preparado en la mañana, le di


una última ojeada al fantasioso mundo del noticiero, y salí a caminar por donde
siempre acostumbraba. Ese día todo era mas claro, estaba preparado para la
lucha, pero no sabía a que me enfrentaba. Lo ignoraba totalmente, pero tenía la
certeza de saberlo cuando lo viera. Y con esa certeza en las manos, subí al
mirador de detrás, arriba del barrio, a fumarme un bareto, a libarle a madre tierra
un poco de humo y pedir su consejo en estas horas amargas. Una tras otra subían
las bocanadas, y con ellas, en mi mente, se venían desarrollando un caos de
posibilidades. No hay tregua cuando de transformarse a sí se trata. ¿Cuántas
posibilidades de ser lo que no soy existen?, creo que tantas como las que tengo
de ser lo que soy. Pero no soy una posibilidad o punto aparente, si acaso seré una
idea tangible en un mundo de posibilidades.

Toda aquella calma que madre tierra me transmitió, devino en mí como una
premonición del compartir. Y caminé solitario en esta ciudad rodeada de consumo,
intentando descifrar el augurio de la vida en movimiento, tratando de descubrir de
quien eran esos ojos que se prendieron a mis pupilas como cicatrices, en sueños.
La nocturna solitaria que en el pasado se unió a mi esencia, reaparecía como un
espectro diáfano, que confundía la entereza de mi rutina autoconstruida. Que
movía las más símicas de mis bases éticas, demoliéndolas, echándolas por tierra,
abonando un nuevo territorio para mis sentidos, sensaciones, pulsaciones y
sentimientos… Viajé a lo largo del concreto, caminando las aceras de los rituales
urbanos, para llegar al sitio de reunión de siempre. El agobio de la rutina volvía a
apoderarse de mi ser, en tanto no podía escapar metafísicamente de los lugares
comunes donde rara vez mi alma libertaria, era libre realmente. Entré al bar como
siempre lo hacía, con la parsimonia de mis silencios, saludé a los de siempre; y
como siempre me senté en la barra para escurrirle a una cerveza toda su
amargura. Pero ese día, ni siquiera este ritual podía calmar la ansiedad que mi
mente sentía, es que ese sueño de tus ojos rondaba mi cabeza como un
papparazzi a la expectativa de encontrar alguna estrella que fotografiar. Y en esos
confusos momentos, una extraña energía recorrió mi cuerpo, como si me hubiesen
conectado a alguna fuente de energía…

Entraste con él de brazos, y a tu paso por el hall tu figura rompía el estío denso del
ambiente circundante. Te sentaste en el mesón, luego de saludar a tus amigos, y
tus ojos recorrieron todo el bar, como escrutando en el lugar algún movimiento que
quitara de tus ojos el velo que yo percibía. Me quedé sentado en mi rincón de
siempre, a la expectativa de que tu mirada se cruzara con la mía. Confieso que
con cierta perversidad esperé ese momento, y digo que con cierta perversión
puesto que mis convicciones éticas hacían alejar mi mirada de tu cuerpo por que
tú tenías pareja. Y más aún despertó esto, cuando tus ojos se fijaron en los míos,
y vi en ellos aquellos que hace un tiempo me visitaban en sueños. Ahh… todo se
fue haciendo confusión, como si el hado se encarnizara conmigo, no era posible
que el signo de mi nueva lucha interior fuese mostrado a mí desde una orilla que
sentí lejana e imposible ese día. Y comprendí que la lucha en la que me había
embarcado en la mañana iba a ser ardua, debía vencerme en este juego de
cruces de miradas, debía vencerme a mi mismo en la tentación de querer mirarte
más allá de tus pupilas. Tus ojos se me fueron haciendo lejanos, y me sentí
derrotado al ver este “campo de batalla” tan amplio como mi soledad misma.

Corrí nuevamente a encerrarme en mis tormentos, decidí rendirme a las


circunstancias y esperar nuevamente otra lucha. Pero el universo fue enfático al
no dejarme abandonar el sitio, y madre tierra aún más severa conmigo, enmarañó
tu figura en mis cabellos, era imposible alejarme de tu imagen que crecía en mi
mente como un germinado de esperanza. Y es que quedé prendido a ti en ese
cruce, casi imperceptible, de tu mirar sobre el conjunto del bar. No pude más que
extender mi silencio y quedarme estupefacto en mi rincón mirándote, ansiando
que las circunstancias de este encuentro fuesen otras, y traté de desviar mis
sensaciones hacia otra cosa que no fueran tus ojos, pero imposible desprender tu
imagen de mis retinas.
Ese día en la mañana sabía que era tiempo de luchar, ahora en la sombra de la
aciaga noche tuve la certeza de querer la batalla definitiva. Quise acercarme a ti
en un bravo impulso de mi conciencia, pero las bases de una ética construida con
esfuerzo reaccionario me hicieron pasar de largo por tu lado… el impulso se
quedó en deseo y se fue transformando de a poco en pulsaciones emocionales
que me decían lo poderosa de tu energía, y es que desde el instante en que
cruzaste la puerta, las secas ramas de este árbol que soy, sintieron saciar su sed
en la frescura de la vitalidad dionisiaca. Un fuerte temblor movió mis raíces, y el
pedestal en que habría de sembrar mis convicciones, se rompió en un chasquido
de tu parpadeo. Y el insomnio se tornó en sueño, deseo ferviente de tenerte cerca
desde el sueño, para apaciguar el fuego que comenzaba a correr por mis venas
en el ensueño, para poder observarte desde la tribuna sin causarte daño en el
ruedo. No bajé a la arena por respeto a tu pasado, no quería convertirme en un
presente de dolor y angustias para ti, no quería interrumpir el cauce de tus aguas,
solo ir de a poco caminando en tus riberas, siguiendo el sonido de tu libertad, sin
atreverme a bajar para beber de tus aguas límpidas.

Equivocado en dicha percepción, permanecí inmutable por largo tiempo,


esperando que entraras por la puerta, saludaras a tus amigos, te sentaras en el
mesón con tu pareja, y que dejaras vagar tu mirada en la extensión del universo,
puesto que el espacio del bar se me antojaba chico para tu mirada, que de vez en
vez, cuando se cruzaba con él, se opacaba en nudos de ansiedad, como si él
estuviese robando a tu alma la vitalidad que tu ojos le reclamaban, y que en un
descaro de su orgullo de macho jamás supo leer. Quise tener el valor de robarte
de su lado, llevarte lejos de su estática pasividad, enredarte en mis marañas de
locura y caminar contigo a mi lado por las rugosas estepas de una ciudad
inmisericorde con los libertarios. Pero no, no tuve el valor, y en mi mohoso lugar
esperé a que el destino pudiera acercarnos de alguna forma…

Tus pasos se fueron haciendo poderosos, nunca creí que lo que yo debí hacer en
un impulso de mis sentidos, tu lo estuvieses haciendo tan espontáneamente.
Como una curiosa niña te acercaste a mi, y desataste todo un interrogatorio que a
fuerza de lidias yo respondí, y es que estaba obnubilado por tu voz, poderoso sino
de tu energía. Yo trataba de esconder en mi mirada todo rastro de afecto que
delatara la inmensa atracción que tu ser me infundía, aún cuando era inevitable la
sensación de haberme extraviado en tus ojos, que desde ese momento me
acompaña. Tenerte sentada a mi lado era como dormitar y levitar en la realidad,
ya hasta se me olvidaba tu relación con ese sujeto que me buscaba para retarme
a un duelo de ajedrez. Tu voz, tus ojos, tu dulce olor llenaban por completo mi
atención, y no podía despegar de mi memoria tu imagen. Quedé prendido de ti
desde ese mismo instante.

Y el tiempo fue pasando como el buey sobre el campo a arar, y yo seguía sentado
esperando el paso de la yunta sobre mi cuerpo. Es que el destino se manifestaba
cada vez con una figura casi arlequinesca, pareciese que mi cordura se mezclase
con la insana sensación de terror. Creí por un instante perder tu cercanía, perder
de mi rutinaria vida esa chispa de cambio que tu ser me transmitía. Y mis silencios
se hicieron cada vez más profundos, más tenebrosos, mucho más criminales.
Tuve la sensación de renunciar cobardemente a la lucha que el universo me
proponía una y otra vez, despierto o dormido, esa era el sentimiento. Me negaba
rotundamente a ser parte del macabro juego que el universo me proponía, no
podía arrebatarte a tu destino para forjar uno nuevo, conmigo. Desesperaba mi
mente al saber que tú estabas unida a otro. Ignorante, en mis cavilaciones, de tus
deseos de cambio, quise no seguir con esto aún cuando tu energía fuese más
poderosa que mis falsos deseos. Realmente estaba desesperado…

Como un adolescente idiota emprendí una agonía espiritual, y francamente me


alegro de perder en esta empresa. Ese día, después de haberme impuesto un
vago capricho, después de haber confundido mis pulsaciones, llegaste como una
bella guerrera a decirme que en tu mente y en tu vida, el cambio también
vaticinaba buenos augurios. Abriste en mí fisuras pulsionales, ya no pude contener
la inquietud en mi alma, pero los silencios seguían siendo los dueños de mi
palabra. Me dijiste que te agradaba mi compañía. Un halito del universo se
confabuló en nuestro favor: viajamos juntos, días después hacia la montaña, la
energía de madre tierra nos unió en una noche fría y lluviosa. Dormí a tu lado
como un niño en regazo de su madre, las pesadillas que largo tiempo me
acompañaron, en ese frío, se disiparon como por arte de magia. Por el arte de tus
mágicos ojos dejé de temer a la vida y el amor, y desperté con tus labios sobre los
míos. Un beso nos unió ese día, un beso unió mi alma a la tuya, y tus ojos fueron
ese sello que marcó mi destino. Ese día, la nocturna de mis sueños volvió a
sonreír con rostro propio, y se quedó fijada en mi memoria.

Pero el miedo… todavía temía que entregarme totalmente a ese sentimiento


despertado de su letargo, volviese a lastimar mi alma con una potencia mayor que
lo sucedido en el pasado. Cerré mis ojos a la pureza de tus sentimientos, traté de
huir cobardemente de ti, pero ya era imposible negarme a mi mismo este amor
que siento. Me refugié en mis más hondos silencios, y me alejé de ti por mucho
tiempo.

Recuerdo una vez que en medio de una borrachera te regalé uno de mis collares
más queridos, quise que tuvieras de mí, así fuera un objeto, que te comunicara lo
que yo, en mis momentos de cordura, no te podía decir. Luego te propuse un
juego, sin reglas, sin condiciones, un juego de dejarnos llevar por nuestros
impulsos, y perdí en mi propio invento… ya me era imposible estar sin ti. Aunque
mis actitudes dijeran lo contrario, lo cierto es que estaba prendido de ti, de tu
cuerpo, tus ojos, tu ser. Hasta que decidí arriesgarme (¿te acuerdas?), decidí
dejar mis miedos, cambiarlos por la promesa de ser feliz a tu lado.

Esa mañana me levanté como todos los días. La rutina en que se había convertido
mi vida, ya no era lo que fue el día anterior. La soledad que había construido como
fortín, ahora tiene compañía, y refuerza toda la energía de mi ser libertario. Las
cadenas que amarraban mis ideales a situaciones fatuas, han roto sus eslabones
para darle cabida a un extenso plumaje de libertad. Hoy, mis raíces se aferran a tu
territorio con la certeza de haber encontrado el sustrato en donde la vida es vida y
no esa serie de desafortunados eventos irreales en que caminaba.

Esta mañana me levanté como todos los días, con tu imagen en mis ojos…..y tu
aliento en mi espíritu.

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