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“LO £ rami, Vrintary _ El ya viejo gusto por las sociedades pritritivas del Jector fran- cés le supone un aprovisionamiento regular y abundante de obras de ctnologia. Légicamente, no todas tienen el mismo interés.. De tanto en tanto un libro se destaca del fondo grisicea de esa pro- duccidn: Ia ocasién es demasiado rara como para que no la desta. quemos. Igpnoclasta y riguggso, tan saludable como sabio, ¢4 el trabajo de] Marshall Sabliug, cuya craduccién al francés hard las delicias de mas de vino.) ~ Profesor americano de gran reputacién, Sablins es un profupdo conocedor de las sociedades melanesias. Pero su proyecto ciehtf- fico no se reduce, ni_mucho menos, a Ia etnograffa de un érea cultural determinada, Desbordando ampliamente el puntillismo mo- nografico, como lo testimonian Ia variedad transcontinental de pus referencias, Sahlins emprende la exploracién sistemdtica de wna dimensién de lo social que los ctnélogos vienen escrutando dejde ; hace mucho tiempo. Aborda de manera radicalmente nueva el cam- po de la economia y plantea maliciosamente Ja pregunta funda- mental; gqué ocurre con Ia economia en las sociedades primitivas? 2 Interrogacién que seré, ya lo veremos, de importancia decisiva, aun- ! que otros la hayan planteado antes que él. ¢Por qué volver, ¢n- 1. Si el libro de Sahling est Weno de saber, también lo esté de humor: la traductora Tina Jolas ha sabido expresarlo perfectamente. | 2. Ante todo disipemos un posible malentendico. La economia de la edad de piedra de la que habla Sablins no se refiere a los hombtes Prehistéricos sino a los primitivos observados durante varios siplos por viajeros, exploradores, misioneros y etnologos. i i tonces, sobre un problema que parecia resuclto desde hace mucho tiempo? Siguiendo el desarrollo de Sahlins, répidamente nos da- mos cuenta de que la cuestién de la economia primitiva no habia recibido ninguna respuesta de envergadura y, sobre todo, de que numerosos autorcs la habian tratado con una increfble ligereza, cuando no se habian librado a una verdadera deformacién de los hechos etnograficos. No vemos en ellos un error de interpretacién, factible en el curso de toda investigacién cientffica, sino claramente la tentativa —atin vivaz como intentaremos mostrar— de adaptar In realidad social primitiva a una concepcién previa de Ia sociedad y la historia, En otras palabras, ciertos representantes de la Iamada antropologia econémica no siempre han sabido (es lo menos que pode nos decir) separar el deber de gbjetividad que, como minimo obliga a respetar los hechos, de su preocupacién por preservar sus convicciones filoséficas o politicas. Y de ahf que, deliberada o in- conscientemente —poco importa— se subordina el andlisis de los hechos sociales a tal o cual discurso sobre la sociedad, pese a que Ja rigurosidad cientifica exigiria exactamente lo contrario. Por efecto de esta prictica, muy pronto nos vemos en Jas fronteras de la mis- tific, Fl trabajo ejemplar de Marshall Sahlins se dedica precisamente a denunciarla. Y nos equivocariamos si supusiéramos que su in- formacién etnogratica es mucho mas abundante que Ia de sus ante- cesores: aunque es investigador de campo no aporta ningtin hecho revolucionario cuya novedad Ilevaria a reconsiderar la idea tradi- cional de la economia primitiva. Se contenta —jpero con qué vi- got!— con restablecer la verdad de los datos que vienen siendo recogidos y estudiados desde hace mucho tiempo, y elige interrogar directamente el material disponible descartando sin piedad las ideas establecidas hasta el momento. Ni qué decir tiene que la tarea de Sahlins hubiese podido ser emprendida antes: el dossier, en suma, estaba ya accesible y completo, Pero Sahlins ha sido el primero en * abordarlo y por ello hay que saludar en él a un pionero, __@De qué se trata? Los etndloges economistas han desarrallado > insistentemente sls idea de que la economia de las sociedaces primi tivas es u evidente que este enun- inde quiere dectt algo mas que Ia perogrullada de que la funcién esencial, sino exclusiva, del sistema de produccién de una sociedad 1 dada consiste, sin duda, en asegurar la subsistencia de los individuos que componen Ia sociedad en cuestién. De esto se sigue que, al cali- ficar la economfa arcaica como economia de subsistencia, se esta 136 designando menos Ia funcién general de todo sistema de produc- cién que la manera en que la economfa primitiva cumple dicha funcién, Se dice que una maquina funciona bien cuando cumple en forma satisfactoria Ia funcién para la que ha sido concebida. Este ¢s el criterio con que se evaluaré cl funcionamiento de la méquina de produccidn en las sociedades primitivas: gesta méquina funciona de acuetdo con los fines que le asigna la sociedad y asegura con- venientemente la satisfaccién de las necesidades materiales del gru- po? He aqui la verdadera pregunta que se debe plantear a pro- sito de la economfa primitiva. La antropologia econémica «cla ica» responde con la idea de economia de subsistencia: 3 la econo- mia primitiva es una economfa de subsistencia, puesto que apenas uuede asegurar la subsistencia de la sociedad. Su sistema conédmic mite a los primitivos, al precio de un trabajo incesante; no morir de hambre y de frio. La economia primitiva es una economia de sobrevivencia porque su subdesatrollo técnica. le impide irreme- diablemente la produccién de excedentes y Ja constitucién’ de stocks que gatantizarian al menos el futuro inmediato del grapo Tal es, en su poco gloriosa convergencia con ja certeza mas icle- mental del sentido comin, lu imagen del hombre primitivo trans- mitida por los «sabios»: el Salvaje, aplastado por su entorno eco- légico, acechado sin cesar por el hambre, obsesionado por Ia angus- ja permanente de procurar a los suyos algo pata no morir. Sintd izando, la economia primitiva es una econom{a de subsistencia po uc cs una cconomfa de la miseria. : A esta concepcién de la cconomia primitive, Sahlins no opone otra, sino, simplemente, los hechos etnograficos. Entre otras cosas, Heva a cabo un examen atento de los trabajos consagrados a aquellos primitivos que uno imagina como los més desposefdos, obliggdos a ocupar un medio eminentemente hostil en que la escasez, de recursos se suma a la ineficacia tecnolégica: los cazadores-reco- lectores némadas de los desiertos de Australia y de Africa del “Sur que a los ojos de los etno-economistas como Herskovits, cran cl ejemplo caracteristico de la miseria primitiva, ¢Cudl es la realidad? Las monograffas que estudian respectivamente a los australianos de la Tierra de Arnhem y los Bosquimanos del Kalahari ofrecen Ia novedosa particularidad de presentar cifras. En estos trabajos se han realizado mediciones de los tiempos consagrados a las activi- 3. Cf. en el capitulo I del libro de Sablins las numerosas citas de autores que expresan este punto de vista | 137 dades econdmicas, y se ve claramente que, lejos de pasarse toda la vida en la biisqueda febril de un alimento aleatorio, estos seres supuestamente miserables no emplean més que cinco horas por dia como media; generalmente, entice tres y cuatro horas. Resulta, pues, que en un lapso relativamente breve, australianos y bosquimanos aseguran conyenientemente su subsistencia. Hay que agregar que este trabajo cotidiano rara vez es continuo. Se interrumpe por frecuentes descansos y, ademés, no introducia nunca a la totalidad del grupo: aparte de que los nifios y jévenes casi no participan de las actividades econdmicas, el conjunto de los adultos no se dedica . simultdneamente a la busqueda de la comida. Y Sablins anota que estos datos cuantificados, que han sido recogidos recientemente, confirman en todos sus puntos los testimonios mucho més antiguos de los viajeros del siglo xtx. Por lo tanto, se declard que, despreciando informaciones serias y conocidas, algunos de los padres funda de Ia antropologia econémica han inventado, integramente, je un_hombre sal- vaje condenado a una condicién—easi_an Sr su incapacidad_d lar el cansrnr res cler ey ere mas alejado de Ia ver- dad; _y el mérito-de Sahlins™ha sido rehabilitar al cazador restable- ciendo, contra el travestismo tedrico (jtedrico!), la verdad de los hechos. En efecto, de su andlisis reculta que, la economfa primiti no solamente no es una economia de la miscria sino que, por el contrario, permite catalogar a la sociedad primitiva como la_prie mera sociedad de abundancia, Expresién provocadora, que con- mueve Ta torpeza dogmdtica de Jos seudo-sabios de la antropologfa, pero al mismo tiempo expresién justa: si en perfodos de tiempo cortos y con poca intensidad, la mdquina de produccién primitiva asegura la satisfaccién de las necesidades materiales de la gente, ello se debe, como escribe Sahlins, a que funciona por debajo de sus posibilidades objetivas y podria, si quisicra, funcionar més tiempo y mas r4pidamente, produciendo excedentes y constituyendo stocks. En consecuencia, si aun teniendo todas las posibilidades. para hacerlo, la sociedad primitiva no lo hace,(es porque no quiere.) Cuando estiman que han recogido suficiente comida, los austra lianos y los bosquimanos césan de cazar y recolectar. gPara qué »fatigarse recogiendo mas de lo que pticden consumir? ¢Por qué los némadas han de agotarse transportando intitilmente las pesadas provisiones de un sitio a otro cuando, como dice Sahlins, «los stocks estén en Ja propia naturaleza»? Pero los Salvajes no son tan locos como los economistas formalistas que, al no encontrar en cl hombre primitivo la psicologfa de un jefe de empresa industrial o 138 comercial preocupado por aumentar sin cesar su produccién con vistas a acrecentar su beneficio, deducen —los muy tontos— la inferioridad intrinseca de la economfa primitiva. Es saludable, en consecuencia, la empresa de Sahlins porque desenmascara pacien- temente esta «filosofia» que hace del capitalismo contempordneo el ideal y la medida de todas las cosas. {Pero cudntos esfuerzos para demostrar que si el hombre primitivo no es un empresario es porque no le interesa la ganancia; que si no «rentabiliza» su acti- vidad, como les gusta decir a los pedantes, no es porque no sepa hacerlo sino porque no le viene en ganal Sahlins no se detiene en el caso de los cazadotes. Bajo el titulo Modo de Produccién Doméstico analiza la economia de las socie- dades «neoliticas», formadas por agricultores primitivos, tal como se pueden observar todavia en Africa 0 Melanesia, en Vietnam o América del Sur. Aparentemente no hay nada en comtin entre Jos némades del desicrto o de la selva y los sedentarios que, sin des- cuidar la caza, la pesca y la recoleccién, son en lo esencial tribu- tarios del producto de su huerto. Por el contrario, se podria espe- rar, en funcién del cambio considerable que constituye Ja conyer sién de una economfa de caza en una agtaria, Ia eclosién de pas actitudes econdémicas completamente nuevas, por no hablar de trans- formaciones en Ia organizacién misma de la sociedad. Apoyandose en una importante cantidad de estudios realizados en diversas regiones del globo, Sablins somete a un examen deta- llado las figuras locales (melanesios, africanos, sudamericanos, etc.) del MPD subtayando las propiedades recurrentes: predominio, de la divisién sexual del trabajo; produccin segmentaria para los fines del consumo; acceso auténomo a los medios de produccién; rela- ciones centrifugas entre las unidades de produccién, Refitiéndose a una realidad cconémica (el MPD), Sahlins, con razén, hace jugar categorias propiamente polfticas en ctranto que Ilegan al corqz6n de Ja organizacién social primitiva: segmentacién, autonomfa, rela- ciones centrffugas Gigs dad esencial de pensar lo econémico primitivo fueta de lo politico) Por ahora, lo que debe retener nucs- tra atencién es que los rasZos pertinentes con que se describe el ‘nodo de produccién de los agricultores sobre chamicera permiten aprehender igualmente Ja otganizacién social de los pueblos fs) dores. Desde este punto de vista, una banda némade, al igual que tina tribu_sedentaria, se compone de unidades de produccién y de 4139 consumo —los «hogares» o los «grupos domésticos»— en el interior de Jas cuales prevalece, en efecto, Ia divisién sexual del trabajo Cada unidad funciona como un segmento auténomo del conjurt y, a pesar de que Ia regia de intercambio estructura sélidamente Ja banda némade, el juego de fuerzas centrifuges no estd ausente. Mée alld de las diferencias en el estilo de vida, las representaciones reli. giosas, la actividad ritual, la estructura de la comunidad ném:; El hecho de que ma quinas “de produccién tan diferentes como la caza némade y la agticultura sobre chamicera sean compatibles con formaciones so. ciales idénticas es un punto que debe valorarse en toda ou am. plitud. Desde el punto de vista de su produccién de consumo_tody comunidad primitiva aspira a la autonomfa completa, a eliminar toda relacién de dependencia en relaciém con fos grupos vecinos. *presado en una férmula condensada, ditfamos que es eli autirquico de la sociedad ptimitiva: producen el minimo sulitieme Para satistacer todas las necesidades, pero se Jas arreglan para pe. ducir la totalidad de ese minimo, Si el MPD es «un sistema ecen, cialmente hostil a la formacién de excedentes» no es menos hostil a dejar que Ia produccién se deslice por debajo del umbral que garantiza la satisfaccién de las necesidades. El ideal de autarquia sconémica es de hecho un ideal de independencia econdmica, asegu- rada en tanto no se tiene necesidad del otro. Este ideal, naturalmen. te, no se realiza en todas partes ni siempre, Las diferencias ecolégi- Cas, las variaciones climticas, los contactos o las influencias, pueden conducir a una sociedad a sentir la necesidad de tal producto, material objeto que otros saben fabricar, sin poder satisfacerla, A ello se debe que, como lo muestra Sahlins, grupos yecinos, o aun alejados, mantengan relaciones de intercambio de biencs mac o menos intensas. Pero también precisa, en el curso de su paciente andlisis del «comercion melanesio, que «las sociedades melanesias no conocen los ‘mercados’ y seguramente ocurre lo mismo con las sociedades arcaicas». El MPD tiende asi, en virtud del deseo de independencia de cada comunidad, a reducit al maximo el riesgo iMplicito en el intercambio determinado por la necesidad: «La (moprocidadentre socias comerciales no es sdlo un privilegio gino mbes deber. Espectficamente, obliga tanto a recibir como a dar». El comercio entre ttibus no tiene nada que ver con la im. portacién-exportacién. voluntad de independencia —el ideal autérquico— inma- nente al MPD en tanto concierne a la comunidad como tal en su 140 relacién con otras comunidades est4 también presente, en cierto sentido, en el interior de Ja comunidad, cn la que las tendencias centrifigas Yevan a cada unidad de produccién, a cade grupo do- méstico a proclamar: jcada uno por las suyas! Naturalmente, on principio egolsta tan feroz no se cjetce sino raramente; hacen falta Pieconetancias de excepcién tales como la hambruna, cuyos efectos Sobre la sociedad tikopia, victima de orugas depredadoras, observé Firth. Esta crisis, escribe Sahlins, «revel la fragilidad del célebre Nnosotros” —_Nosotros, los Tikopia— al mismo tiempo que ponia en evidencia la fuetza del grupo doméstico. Los hogares apatecen er no ja fortaleza del interés privado, el del grupo doméstico, tna fortaleza que en caso de crisis se afsla del mundo exterior, Jevanta sus puentes-levadizos sociales, cuando no se dedica a pillar Lee hucrtos de sus parientesy, Mientras nada grave altere el curso ws ot de Ja vida cotidiana,(la comunidad no deja que las fuerzas Centrifuges amenacen Ia uajdad de su ser y se siguen respetandd las Sbligacianes de parentesco)Esta serfa la rez6n por Ie cual Sahtins, ai cabo de un andlisjs muy técnico del caso de los Mazulu, pobjade de Valley Tonga, piensa que puede explicarse la sub:producciés ge clerteg grupos domésticos porque éstos estan seguros de que ls Sclidaridad de los mejor provistos jugaré a su favor: «¢Acas9 no fe porque saben desde’ un principio que pueden contar cor} los Sires Gue algunos fracasan?». Pero si ocurre el imprevisible scon- ceticnto (enlamidad natural o agresién exterior, por ejemplo) que Gaiebra el orden de las cosas entonces Ja tendencia centrifuge, de aja unidad de produccién se afirma, el grupo doméstica tlende Teplegarse sobre s{ mismo, la comunidad se_atomiza cn espeta de que pase ¢l mal momento. Sane | Tete no significa que, adn en condiciones normales, siqmpre se reepeten de buen grado las obligaciones de parentesco. En la x. Fees maori, «cl grupo doméstico esté siempre en un dilema, Gbligado a maniobrar, a transigic entre Ia satistaccién de sup Pro: Sins necesidades y sus obligaciones mas generales hacia los parientes ejanos que debe esforzarse por satistacer Loanesare. Y Sablins cita algunos sabrosos proverbios maorics en Jos que se manifiesta claramente el desagrado hacia algunos parien- te demasiado pedigiiefios y el mal humor oculto detrés de mas we ecto. generoso realizado sin ganas si el donante no puede invoear més que un débil grado de parentesco | Af, el MPD asegura a Ia sociedad primitive una abundancia medida _por la concordancia entre produccién y necesidades, fun- ciona con vistas a su total satisfaccién negéndose a ir mas allé sin comprometer su 141 Los Salvajes producen para vivir, no viven para epee «El PD €s una produccién de consumo cuya accién tiene a Tenar los rendimientos y a inmovilizarlos en un nivel relativercete bajo». Una «gstrategian como ésta implica que se esti apostando al fu. Gute: a saber, que serd cuestién de repeticién y no de diferencia, AUS Jastietes, el cielo y. losidioses: querein mantener ‘cl eteree mtorno de lo misma. ¥en general, es lo que ocurre: os excep- coral el cambio que, como Ia catastrofe natural de le que fueron wictimas los Tikopia, viene a deformar las lineas de fulraa ik la sociedad. Peie ‘es también en Jas cireunstancias raras cranoe se peneroe ad ria las lineas de su debilidad: «La oblipacién de benerosidad: interita: én. la-estructurs ino tésiste Ia prices de te desgracia>.

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