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JUÁREZ, MATA Y GÓMEZ OFRECEN SUS SERVICIOS A LA

JUNTA REVOLUCIONARIA DE BROWNSVILLE 4

Los que suscribimos, deseosos de cooperar al triunfo de la guerra


que han emprendido nuestros compatriotas para destruir la ominosa
dominación del general Santa Anna, hemos acordado
unánimemente trasladarnos al campo de la revolución para allí
prestar los servicios que estén a nuestro alcance para el logro de tan
sagrado objeto. Poco o nada vale ciertamente cada uno de nosotros
en lo particular; pero nuestros esfuerzos reunidos podrán servir de
algún peso en la balanza en que hoy se pesan los destinos del
desgraciado México. Ese peso se aumentará más, el esfuerzo será
más eficaz si hombres influyentes por su capacidad, por sus
servicios, por su integridad y por su acrisolado patriotismo se
asocian a nuestra empresa.

Ustedes pertenecen a esos hombres. Ustedes también, como


nosotros, sufren la cruel persecución que el opresor de México hace
a todos los hombres honrados. Justo es, pues, que les participemos
nuestra resolución que, no lo dudamos un momento, harán suya,
uniendo su suerte a la nuestra, a la de nuestros hermanos, que
exponen su vida en el campo de batalla, a la de la madre patria que,
contando con la lealtad de sus nobles hijos, llora y gime y pide
socorro contra el verdugo condecorado que la oprime y la deshonra.

Aparte de esas consideraciones, existe también la de nuestro propio


honor, la de nuestra propia dignidad. Ustedes saben que el general
Santa Anna, juzgándonos por su propio pecho, nos ha cerrado de
nuevo las puertas de la patria que ofrece abrirnos a condición de
que nos humillemos a jurarle obediencia y a sancionar con nuestro
juramento la injusticia que ha hecho pesar sobre nosotros y sobre
nuestras desgraciadas familias y los demás actos criminales y
atentatorios de su administración.

Acostumbrado a imponer su caprichosa voluntad a seres


envilecidos que se filian en los partidos por especulación, cree
encontrar en nosotros, con el amago del destierro perpetuo, una
sumisión que para nosotros no hay fuerza, no hay pena bastante que
nos obligue a reconocer como legal y justa su arbitraria e inmoral
administración. Nuestra personal cooperación al esfuerzo nacional,
nuestra presencia en los campos sagrados donde tremola ya el
estandarte de la libertad, será la mejor contestación que debemos
dar al insulto que se nos hace.

Esta conducta convencería al general Santa Anna y probará a


amigos y enemigos que respetamos nuestra dignidad de hombres
libres y que, antes de nuestras comodidades personales, deseamos el
triunfo de la democracia y de la libertad de nuestro país.
No queremos alargar más esta carta exponiendo otros motivos de la
revolución que les comunicamos. Ustedes los conocen mejor que
nosotros y por tanto concluimos manifestándoles que quedamos
esperando su anuencia para que de acuerdo con ustedes fijemos el
día de nuestra marcha.

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