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Nació en
Siria el año 1930, pero en 1962 obtuvo la nacionalidad libanesa. En 1956 fundó en Beirut la revista Shi’ir
(Poesía). De su labor de crítica e investigación literaria destacan sus libros dedicados a la revisión de la
tradición literaria árabe Antología de la poesía árabe, 3 vols. (1964), Introducción a la poesía árabe
(1971) y Poesía y poética árabes (1997). Ha publicado varios libros de poemas, entre los que se
encuentran: Primeros poemas (1957), Canciones de Mihyar el de Damasco (1961), Libro de las huidas y
mudanzas por los climas del día y la noche (1965), Epitafio para Nueva York (1971).
NUEVA YORK,
mujer, estatua de mujer
que alza en una mano un harapo llamado libertad,
una hoja de papel que llamamos historia,
mientras con la otra estrangula a una niña
cuyo nombre es Tierra.
NUEVA YORK,
cuerpo color de asfalto. Cinturón húmedo le ciñe las caderas,
ventana cerrada su rostro... Me dije: Walt Whitman
podrá abrirla –“Yo pronuncio la palabra prístina”–.
Pero esa palabra no la oye más que un dios que no
ha vuelto en lugar del poeta. Los encarcelados, los
esclavos, los desesperados, los ladrones, los enfermos
salen a borbotones de su garganta sin canal ni
boca. Grité: ¡Puente de Brooklyn! Pero ése es el
puente que une a Whitman con Wall Street, a la hoja
de hierba con el papel del dólar...
Aquí,
en la cara musgosa de la roca del mundo
no me han visto más que un negro al que iban a matar
y un pájaro que iba a morir.
Pensé:
Toda planta que habita un tiesto rojo crece,
mas yo me alejo del umbral.
Y leí:
Que las ratas en Beirut y en otras partes
se pasean burlonas por la seda de la Casa Blanca,
se arman con el papel de los documentos,
roen a la humanidad.
Que los cerdos que aún quedan en el huerto del alfabeto
hollan la poesía.
Y vi,
dondequiera que estuve:
Pittsburgh (International Poetry Forum);
John Hopkins (Washington); Harvard
(Cambridge, Boston); Ann Arbor (Michigan,
Detroit); Club de la Prensa Extranjera,
Círculo Árabe en la Sede de la O.N.U.
(Nueva York); Princeton, Temple (Filadelfia)
Vi
el mapa árabe como un caballo que golpea pesadamente el
suelo con sus cascos. Con alforjas que cuelgan como
el tiempo sobre la tumba o sobre la tiniebla más sombría,
sobre el fuego apagado o sobre el fuego que se
apaga. Mapa que descubre la alquimia de la otra dimensión
en Kirkuk y El Zahrán, en todo lo que hay
tras esas fortalezas de la Afro-Asia árabe. Ya madura el
tiempo en nuestras manos. ¡Ah!, preparamos la Tercera
Guerra y organizamos el Primer Departamento y el Segundo
y el Tercero y el Cuarto, para asegurarnos de que:
1. En aquel distrito hay un recital de jazz.
2. En esta casa hay un individuo que no tiene más que
tinta.
3. En ese árbol canta un pájaro.
Y para advertir que:
1. El espacio se doblega con la reja y con el muro.
2. El tiempo se doblega con la soga y con el látigo.
3. El Orden que construye el mundo es el que comienza
con el asesinato del hermano.
4. El sol y la luna son dos monedas que fulguran bajo
el trono del Sultán.
Y vi
nombres árabes en la anchura de la tierra más convexa que
el ojo, nombres árabes que brillan como una estrella
fugaz “que no tienen progenitores y sus pasos son sus
raíces...”
Aquí
en la cara musgosa de la roca del mundo, sé y acepto. Recuerdo
una planta que llamo vida o pueblo mío,
muerte o pueblo mío –Aire helado como las sábanas,
rostro que mata el juego, ojo que ahuyenta la luz–.
¡Y soy el primero en lanzarme contra ti, ah, pueblo
mío!
Bajo a tu infierno y grito:
¡Verteré sobre ti un elixir ponzoñoso
y te daré larga vida!
A/
Hay perros que se entrelazan como cadenas. Hay gatos
que paren yelmos y grilletes. Y en los senderos
que se deslizan hasta el lomo de las ratas, la Guardia
Blanca procrea y se reproduce como los hongos.
B/
Una mujer anda tras de su perro, enjaezado como un
alazán. El perro tiene porte de rey y en torno a él la
ciudad avanza cual ejército de lágrimas. Y allí donde
se apiñan los niños y los viejos cubiertos de piel negra,
la libertad de las balas crece como la simiente.
El pánico golpea el pecho de la ciudad.
C/
HARLEM / BEDFORD STUYVESANT: Arena de
hombres que se afianza en torres, torres. Rostros que
tejen las horas. Los desperdicios son el festín de los
niños, los niños son el festín de las ratas en la fiesta
eterna de la nueva Trinidad: Alcabalero, Policía,
Juez –el poder del crimen, la espada del exterminio.
D/
HARLEM (el negro odia al judío)
HARLEM (el negro no ama al árabe, cuando recuerda
el tráfico de esclavos).
HARLEM / BROADWAY (los hombre entran como moluscos
en los alambiques del alcohol y las drogas).
BROADWAY / HARLEM, festival de cadenas y garrotes
donde la Policía es la levadura del tiempo. Un disparo:
diez palomas. Los ojos son cofres que se mueven
entre olas de nieve roja y el tiempo es un bastón que
cojea. Hacia la pena, ¡ay, negro viejo, niño negro!
Hacia la pena también y todavía.
V
HARLEM,
no vine de fuera: conozco tu odio, conozco el buen pan de
que está hecho. Sólo un trueno súbito para el hambre,
sólo un rayo violento para las cárceles. Veo tu
fuego avanzar sobre el asfalto entre mangueras y caretas
antigás, por entre cubos de basura que las ramas del
aire frío acunan entre sus brazos, por entre pasos perdidos
que llevan la historia del viento en las sandalias.
HARLEM,
el tiempo agoniza, más tú eres el presente:
Oigo lágrimas que retumban como volcanes.
Veo mandíbulas que devoran hombres como se
devora el pan.
Tú eres el raspador que borra el rostro de Nueva
York.
Tú eres el huracán que recoge la hoja y la lanza
al aire.
LINCOLN,
esto es Nueva York: se apoya en el bastón de la vejez y se
pasea por los jardines del recuerdo, mientras todas
las cosas se inclinan hacia la flor artificial. Cuando
te miro entre los mármoles de Washington o veo alguien
que se parece a ti en Harlem, pienso: ¿Cuándo
llegará tu próxima revolución? Y entonces resuena
mi voz: Libertad a Lincoln de la blancura del mármol,
liberadle de Nixon, de los perros policías, de los perros
de caza. Dejadle que lea con mirada nueva al
señor de los Negros, Ali ibn Muhammad. Que lea
el horizonte que leyeron Marx, Lenin, y Mao Tse
Tung. Y an-Niffari, ese loco divino que adelgazó
la Tierra y le permitió habitar entre la palabra y el
signo. Que lea lo que amaba leer Ho Chi Minh de
Urwa ibn al-Ward: “Divido mi cuerpo en muchos
cuerpos...” (Urwa no conoció Bagdad y tal vez
hubiera rehusado conocer Damasco. Quedóse allí
donde el desierto es otro hombro que compartía con
él la carga de la muerte. Dejó para los que aman el
futuro un trozo de sol macerado en sangre de una
gacela que él llamó amada. Y convino con el horizonte
en asentar allá su última morada).
LINCOLN,
esto es Nueva York: espejo que no refleja a Washington. Y
esto es Washington: espejo que refleja dos caras –
Nixon y el llanto del mundo –. Entra en la danza
del llanto. ¡Levántate! Aún hay sitio, aún hay casas...
Amo la danza del llanto que se hace paloma
que se hace diluvio. “La tierra necesita el diluvio...”
NUEVA YORK,
te rodeo de palabras. Te empuño, te enrollo, te escribo y te
borro. Mitad caliente, mitad fría. Mitad despierta,
mitad dormida. Me siento sobre ti y suspiro. Me
pongo ante ti y te enseño a ir tras de mí. Te trituraré
con mis ojos. A ti, que el miedo te convierte en polvo.
Intenté adueñarme de tus calles: Échate entre mis
muslos, para que pueda darte otro plazo de vida y
todas tus cosas: Lávate, para que pueda darte nombres
nuevos.
WALT WHITMAN,
veo cartas que por las calles de Manhattan van hacia ti volando.
Cada carta es un carro lleno de perros y gatos.
Esta es la era americana: El siglo veintiuno, para los
gatos y los perros; para los hombres, el exterminio.
WHITMAN,
no te vi en Manhattan, aunque vi todas las cosas. La luna es
una cáscara arrojada por la ventana, el sol es una
naranja eléctrica. Pero de Harlem salió un camino
negro a estrellarse contra el círculo de una luna apoyada
en sus propias pestañas. Del camino surgió entonces
una luz sobre la extensión del asfalto. Una
luz que se hunde como la simiente al llegar a Greenwich
Village, ese otro barrio latino. Greenwich
Village: es decir, la palabra que obtienes si escribes la
palabra AMOR y cambias la a por la P, la m por la
O, la o por la Z, la r por la O. POZO (Recuerdo
haber escrito esto en el restaurante Viceroy, de Londres,
con nada más que con tinta en los bolsillos. Crecía
lentamente la noche, como el plumón de los pájaros).
WHITMAN,
“El reloj anuncia los instantes”
(Nueva York: La mujer es basura. La basura,
tiempo que se vuelve ceniza.)
“El reloj anuncia los instantes”
(Nueva York: El sistema es Pavlov. La gente,
los perros de los experimentos... para la guerra,
la guerra, la guerra.)
“El reloj anuncia los instantes”
(Una carta viene de Oriente. Escribióla un niño
con sus venas. Léela: El juguete no se volvió
paloma. El juguete es un revólver, una metralleta,
un fusil... Desde la luz llega por los caminos
una cadena de muertos. Entre Jerusalén y Hanoi.
Entre Jerusalén y el Nilo.)
WHITMAN,
“El reloj anuncia los instantes”, pero yo
“veo lo que tú no viste y sé lo que tú no supiste”.
Me muevo en área remota de cajas que
cruzan como cangrejos amarillos un océano cubierto
de millones de islas-hombres. Cada una
es un mástil con la cabeza rota, con las manos y
los pies rotos. Pero de ti, que fuiste
“el emigrante y el desterrado, el criminal que estuvo en el
banquillo”,
no queda más que un sombrero
que se ponen unos pájaros
desconocidos para los cielos de América!
Digo y repito:
mi poesía es un árbol.
Y entre rama y rama,
entre hoja y hoja,
sólo la maternidad del tronco.
Digo y repito:
La poesía es la rosa de los vientos.
No los vientos, sino el lugar donde soplan
todos los vientos.
No la rotación, sino el círculo.
Por eso suprimo la Ley
y establezco en cada instante una ley.
Por eso me acerco y no salgo.
Salgo y no vuelvo.
Y voy hacia septiembre, hacia las olas.
Por eso,
me cargo la isla de Cuba en los hombros
y pregunto en Nueva York: ¿Cuándo llega Fidel Castro?
Y espero entre Damasco y El Cairo,
con el camino cumplido...
(Guevara halló la libertad. Hundióse con ella
en el lecho del tiempo y durmieron. No la
encontró al despertar. Entonces dejó el sueño
y entró a soñar.)
espero en Berkeley, en Beirut, en todas las demás colmenas
donde se organizan todas las cosas
para que ocurran todas las cosas.
Por eso,
entre un rostro que se inclina hacia la marihuana
empujado por el blanco manto de la noche
y un rostro que se inclina hacia la I.B.M.
empujado por un sol frío,
discurre el Líbano como un río se furia,
flanqueado por Yubrán y Adonis.
Salí de Nueva York como de un lecho:
la mujer es una estrella apagada
y la yacija se rompe como árboles sin espacio,
como aire renqueante,
como cruz que no recuerda las espinas.
Y ahora,
en el carro del agua primordial,
el carro de las imágenes que denigraron
Aristóteles y Descartes,
me divido entre el barrio de la Ashrafiyya
y la Biblioteca de Ras Beirut, entre la Escuela
de las Hermanas de la Caridad y la imprenta
de Hayek y Kamal,
donde la escritura se hace palmera
y la palmera, paloma,
donde se engendran mil y una noches
y se ocultan Buzayna y Layla,
donde viaja entre prohibiciones eróticas Yamil
y nadie goza del favor de Qays.
Pero
la paz sea con la rosa de las sombras y la arena,
la paz sea con Beirut.