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Adonis: Seudónimo del poeta, crítico literario, ensayista, traductor y dibujante Ali Ahmad Said.

Nació en
Siria el año 1930, pero en 1962 obtuvo la nacionalidad libanesa. En 1956 fundó en Beirut la revista Shi’ir
(Poesía). De su labor de crítica e investigación literaria destacan sus libros dedicados a la revisión de la
tradición literaria árabe Antología de la poesía árabe, 3 vols. (1964), Introducción a la poesía árabe
(1971) y Poesía y poética árabes (1997). Ha publicado varios libros de poemas, entre los que se
encuentran: Primeros poemas (1957), Canciones de Mihyar el de Damasco (1961), Libro de las huidas y
mudanzas por los climas del día y la noche (1965), Epitafio para Nueva York (1971).

Epitafio para Nueva York

Hasta ahora hemos dibujado la Tierra como una pera.


Es decir como un pecho.
Pero entre el pecho y la Tierra
no hay más que un artificio de ingeniería:
NUEVA YORK,
cultura con cuatro pies. Cada distrito es un crimen
y un camino hacia el crimen. En la distancia
entre uno y otro, el lamento de los ahogados.

NUEVA YORK,
mujer, estatua de mujer
que alza en una mano un harapo llamado libertad,
una hoja de papel que llamamos historia,
mientras con la otra estrangula a una niña
cuyo nombre es Tierra.

NUEVA YORK,
cuerpo color de asfalto. Cinturón húmedo le ciñe las caderas,
ventana cerrada su rostro... Me dije: Walt Whitman
podrá abrirla –“Yo pronuncio la palabra prístina”–.
Pero esa palabra no la oye más que un dios que no
ha vuelto en lugar del poeta. Los encarcelados, los
esclavos, los desesperados, los ladrones, los enfermos
salen a borbotones de su garganta sin canal ni
boca. Grité: ¡Puente de Brooklyn! Pero ése es el
puente que une a Whitman con Wall Street, a la hoja
de hierba con el papel del dólar...

NUEVA YORK / HARLEM


¿Quién viene en guillotina de seda, quién va en ataúd a lo
largo del Hudson? ¡Derrámate, temporal del llanto!
¡Estrecháos, cosas del dolor! Rosas, jazmines, lo
azul, lo amarillo y la luz afilan sus agujas y en la
punzada nace el sol. ¿Ardiste, ay, herida oculta entre
muslo y muslo? ¿Llegó a ti el ave de la muerte y
escuchaste el último estertor? Una soga y el cuello
trenzan la tristeza. En la sangre, la hiel del tiempo...

NUEVA YORK / MADISON / PARK AVENUE / HARLEM


El ocio imita al trabajo, el trabajo imita al ocio. Los corazones
están hinchados como esponjas y las manos, llenas
de aire como cañas. De los cubos de basura y las
máscaras del Empire State, el tiempo levanta olores
que se prenden de latas de conserva, latas:
No es ciega la mirada, sino el rostro.
No son yermas las palabras, sino la lengua.
NUEVA YORK / WALL STREET / 125 STREET / 5th AVENUE
Un espectro en forma de Medusa se alza entre hombro y
hombro. Mercado de esclavos de todos los sexos.
Los hombres viven como plantas de invernadero.
Miserables, invisibles penetran como el polvo en la
trama del espacio, víctimas de la sífilis:
El sol es un cortejo fúnebre.
El día es un atabal negro.
II

Aquí,
en la cara musgosa de la roca del mundo
no me han visto más que un negro al que iban a matar
y un pájaro que iba a morir.
Pensé:
Toda planta que habita un tiesto rojo crece,
mas yo me alejo del umbral.
Y leí:
Que las ratas en Beirut y en otras partes
se pasean burlonas por la seda de la Casa Blanca,
se arman con el papel de los documentos,
roen a la humanidad.
Que los cerdos que aún quedan en el huerto del alfabeto
hollan la poesía.

Y vi,
dondequiera que estuve:
Pittsburgh (International Poetry Forum);
John Hopkins (Washington); Harvard
(Cambridge, Boston); Ann Arbor (Michigan,
Detroit); Club de la Prensa Extranjera,
Círculo Árabe en la Sede de la O.N.U.
(Nueva York); Princeton, Temple (Filadelfia)

Vi
el mapa árabe como un caballo que golpea pesadamente el
suelo con sus cascos. Con alforjas que cuelgan como
el tiempo sobre la tumba o sobre la tiniebla más sombría,
sobre el fuego apagado o sobre el fuego que se
apaga. Mapa que descubre la alquimia de la otra dimensión
en Kirkuk y El Zahrán, en todo lo que hay
tras esas fortalezas de la Afro-Asia árabe. Ya madura el
tiempo en nuestras manos. ¡Ah!, preparamos la Tercera
Guerra y organizamos el Primer Departamento y el Segundo
y el Tercero y el Cuarto, para asegurarnos de que:
1. En aquel distrito hay un recital de jazz.
2. En esta casa hay un individuo que no tiene más que
tinta.
3. En ese árbol canta un pájaro.
Y para advertir que:
1. El espacio se doblega con la reja y con el muro.
2. El tiempo se doblega con la soga y con el látigo.
3. El Orden que construye el mundo es el que comienza
con el asesinato del hermano.
4. El sol y la luna son dos monedas que fulguran bajo
el trono del Sultán.
Y vi
nombres árabes en la anchura de la tierra más convexa que
el ojo, nombres árabes que brillan como una estrella
fugaz “que no tienen progenitores y sus pasos son sus
raíces...”

Aquí
en la cara musgosa de la roca del mundo, sé y acepto. Recuerdo
una planta que llamo vida o pueblo mío,
muerte o pueblo mío –Aire helado como las sábanas,
rostro que mata el juego, ojo que ahuyenta la luz–.
¡Y soy el primero en lanzarme contra ti, ah, pueblo
mío!
Bajo a tu infierno y grito:
¡Verteré sobre ti un elixir ponzoñoso
y te daré larga vida!

Y confieso: Nueva York, tienes en mi país la tienda y el


lecho, la silla y la cabeza. Y todas las cosas a la
venta: el día y la noche, la piedra de La Meca y el
agua del Tigris. Pero advierto: a pesar de ello, jadeas
exhausta en tu intento de vencer en Palestina, en Hanoi,
en el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste,
a hombres que no tienen más historia que el fuego.

Y digo: Desde Juan el Bautista, cada uno de nosotros lleva


su cabeza cortada en un plato y espera su segundo
nacimiento.
III

¡Desmoronáos, estatuas de la libertad! ¡Ah, alfileres clavados


en el pecho con una ciencia que imita la sabiduría de
las rosas! El viento sopla otra vez desde el Oriente y
arranca la loma de las tiendas y los rascacielos. Y
hay dos alas que escriben:
Un nuevo alfabeto se alza en los montes de
Occidente.
Y el sol nace de un árbol del jardín de Jerusalén.

Así enciendo mi llama. Comienzo de nuevo, moldeo y defino:


Nueva York,
mujer de paja cuyo lecho se mece en el vacío.
Ya el techo se quiebra: cada palabra es el signo de
una caída,
cada vocal es un pico o una pala.
Y a derecha e izquierda hay cuerpos que quieren
cambiar el amor,
la vista, el oído, el olfato, el tacto.
Y para ello abren el tiempo como si derribaran
una puerta
y en las horas restantes improvisan el sexo,
la poesía, la moral, la sed, la palabra,
el silencio.
Y destierran por siempre los cerrojos.

Incito a Beirut y a sus ciudades hermanas


a que salten del lecho y cierren tras ellas las puertas
del recuerdo. Que se acerquen,
que se prendan a mis poemas y cuelguen el azadón
en el portillo del huerto, las flores en la ventana.
¡Consúmete en el fuego, historia de los cerrojos!

Dije: incito a Beirut.


– “Busca la acción. La palabra ha muerto”, dicen otros.
La palabra ha muerto porque vuestras lenguas abandonaron
la costumbre de la voz por la costumbre del gesto.
¿La palabra? ¿Queréis descubrir su fuego? Entonces,
escribid. Digo que escribáis; no digo que gesticuléis,
no digo que copiéis. Escribid. Del Atlántico al Golfo
Árabe no oigo una voz, no leo una palabra. Oigo
sólo un recuento de votos. Por eso no veo a nadie
que vaya derramando fuego.

La palabra es la más ligera de las cosas y lleva en sí todas


las cosas. La acción es un lugar, un instante. La palabra
es todos los lugares, todo el tiempo. La palabra
–la palma de la mano–, el sueño:
¡Te hallaré, oh fuego, protector mío!
¡Te hallaré, oh poesía!

Incito a Beirut. Ella me viste a mí y yo la visto a ella.


Galopamos como el rayo y preguntamos: ¿Quién lee,
quién ve algo aquí? Los Phantom de Dayyán y el
petróleo corren a su morada. Mao no se equivocó
–verdad de Dios–: “Las armas son un factor muy
importante en la guerra, pero no el decisivo. El
factor decisivo es el hombre, no las armas”. Y
aquí no hay victoria ni derrota definitivas.

Repetí, al modo árabe, esta sentencia en Wall Street, donde


corren desde sus fuentes lejanas ríos de todos los
colores. Y entre ellos vi a los ríos árabes llevando
millones de cadáveres, víctimas y ofrendas al Gran
Ídolo. Al bordear el Chrysler Building para volver a
las fuentes, ríen entre las víctimas estrepitosamente
los marineros.

Así enciendo mi llama.


Habitemos el clamor negro
para llenar nuestros pulmones con el aire de la historia.
Alcémonos en los ojos negros, cercados como tumbas,
para vencer al eclipse.
Viajemos en la cabeza negra
para escoltar al sol que llega.
IV

¡Ah, Nueva York, mujer sentada en el arco del viento!


Forma más difusa que el átomo.
Punto que se precipita en el vacío de los números.
Con una pierna en el cielo y otra en el agua.

Dime: ¿dónde está tu estrella? La lucha viene entre la hierba


y los cerebros electrónicos. Nuestra época está cerrada
entre cuatro paredes: desangrándose. En lo más
alto, una cabeza une los dos Polos en el centro de
Asia; en lo más bajo, dos pies para un cuerpo invisible.
Te conozco, ah cadáver que te bañas en esencia
de amapolas. Te conozco, divertido juego de los pechos
femeninos. Te miro y sueño en el hielo. Te
miro y espero el otoño.

Tu hielo lleva en sí la noche, tu noche lleva en sí a la gente


como murciélagos muertos. Cada muro es en ti un
cementerio.
Cada día es un sepulturero negro
que lleva una hogaza negra, un plato negro.
Y en ellos traza la historia de la Casa Blanca:

A/
Hay perros que se entrelazan como cadenas. Hay gatos
que paren yelmos y grilletes. Y en los senderos
que se deslizan hasta el lomo de las ratas, la Guardia
Blanca procrea y se reproduce como los hongos.

B/
Una mujer anda tras de su perro, enjaezado como un
alazán. El perro tiene porte de rey y en torno a él la
ciudad avanza cual ejército de lágrimas. Y allí donde
se apiñan los niños y los viejos cubiertos de piel negra,
la libertad de las balas crece como la simiente.
El pánico golpea el pecho de la ciudad.
C/
HARLEM / BEDFORD STUYVESANT: Arena de
hombres que se afianza en torres, torres. Rostros que
tejen las horas. Los desperdicios son el festín de los
niños, los niños son el festín de las ratas en la fiesta
eterna de la nueva Trinidad: Alcabalero, Policía,
Juez –el poder del crimen, la espada del exterminio.

D/
HARLEM (el negro odia al judío)
HARLEM (el negro no ama al árabe, cuando recuerda
el tráfico de esclavos).
HARLEM / BROADWAY (los hombre entran como moluscos
en los alambiques del alcohol y las drogas).
BROADWAY / HARLEM, festival de cadenas y garrotes
donde la Policía es la levadura del tiempo. Un disparo:
diez palomas. Los ojos son cofres que se mueven
entre olas de nieve roja y el tiempo es un bastón que
cojea. Hacia la pena, ¡ay, negro viejo, niño negro!
Hacia la pena también y todavía.
V

HARLEM,
no vine de fuera: conozco tu odio, conozco el buen pan de
que está hecho. Sólo un trueno súbito para el hambre,
sólo un rayo violento para las cárceles. Veo tu
fuego avanzar sobre el asfalto entre mangueras y caretas
antigás, por entre cubos de basura que las ramas del
aire frío acunan entre sus brazos, por entre pasos perdidos
que llevan la historia del viento en las sandalias.

HARLEM,
el tiempo agoniza, más tú eres el presente:
Oigo lágrimas que retumban como volcanes.
Veo mandíbulas que devoran hombres como se
devora el pan.
Tú eres el raspador que borra el rostro de Nueva
York.
Tú eres el huracán que recoge la hoja y la lanza
al aire.

NUEVA YORK = I.B.M. + SUBWAY,


tren subterráneo que viene del crimen al fango,
que va del fango al crimen.
NUEVA YORK = Agujero en la corteza terrestre, por donde
brotan ríos de locura.

Harlem, Nueva York agoniza, mas tú eres el presente.


VI

Entre Harlem y Lincoln Center


avanzo, negra el alba, cual número perdido en un desierto
lleno de dientes. No había nieve ni viento. Anduve
como quien persigue un espectro (su rostro no es rostro,
sino herida o llanto; su figura no es figura, sino
rosa marchita). Un espectro (¿hombre? ¿mujer? ¿ambas
cosas?) que acecha el firmamento con un arco al
pecho. Pasó una gacela y advirtióla a gritos la tierra.
Llegó un pájaro y le avisó la luna. Y supe que volaba
para atestiguar el renacimiento del Indio Americano
en Palestina y sus pueblos hermanos,
pero el espacio es una cinta de balas
y la tierra una pantalla de muertos.

Me sentí átomo, agitándome en una masa de olas hacia el


horizonte, el horizonte, el horizonte. Y bajé como
ríos que se alargan y corren paralelos, y comencé a
dudar de la redondez de la tierra...

Y en la casa estaba Yara.


Yara es la punta de otra tierra y Naynar es la otra
punta. Puse a Nueva York entre paréntesis y me fui a
una ciudad paralela. Mis pies se llenan de calles y el
cielo es una laguna donde nadan los peces de la mirada
y el pensamiento, los animales de las nubes. Aleteaba
el Hudson como un cuervo que viste cuerpo de
ruiseñor. Y avanzó hacia mí el alba cual niño que se
queja señalando sus heridas. Llamé a la noche y no
quiso venir. Cargó su cama y se acostó en la acera.
Después la vi cubrirse con un viento más frágil que
las paredes y las columnas... Un grito, dos gritos,
tres... Espantóse Nueva York como una rana medio helada
saltando en una charca sin agua.

LINCOLN,
esto es Nueva York: se apoya en el bastón de la vejez y se
pasea por los jardines del recuerdo, mientras todas
las cosas se inclinan hacia la flor artificial. Cuando
te miro entre los mármoles de Washington o veo alguien
que se parece a ti en Harlem, pienso: ¿Cuándo
llegará tu próxima revolución? Y entonces resuena
mi voz: Libertad a Lincoln de la blancura del mármol,
liberadle de Nixon, de los perros policías, de los perros
de caza. Dejadle que lea con mirada nueva al
señor de los Negros, Ali ibn Muhammad. Que lea
el horizonte que leyeron Marx, Lenin, y Mao Tse
Tung. Y an-Niffari, ese loco divino que adelgazó
la Tierra y le permitió habitar entre la palabra y el
signo. Que lea lo que amaba leer Ho Chi Minh de
Urwa ibn al-Ward: “Divido mi cuerpo en muchos
cuerpos...” (Urwa no conoció Bagdad y tal vez
hubiera rehusado conocer Damasco. Quedóse allí
donde el desierto es otro hombro que compartía con
él la carga de la muerte. Dejó para los que aman el
futuro un trozo de sol macerado en sangre de una
gacela que él llamó amada. Y convino con el horizonte
en asentar allá su última morada).

LINCOLN,
esto es Nueva York: espejo que no refleja a Washington. Y
esto es Washington: espejo que refleja dos caras –
Nixon y el llanto del mundo –. Entra en la danza
del llanto. ¡Levántate! Aún hay sitio, aún hay casas...
Amo la danza del llanto que se hace paloma
que se hace diluvio. “La tierra necesita el diluvio...”

Dije llanto y quise decir cólera. También quise preguntar:


¿Cómo convencer a Maarra con al-Maarri?
¿Cómo convencer a los valles del Éufrates con el
Éufrates? ¿Cómo cambiar el yelmo por la espiga?
(Hay que tener el coraje de hacer otras preguntas al
Profeta y al Corán). Afirmo que he visto una nube
rodeada por un collar de fuego. Afirmo que he visto
hombres que se disuelven como lágrimas.
VII

NUEVA YORK,
te rodeo de palabras. Te empuño, te enrollo, te escribo y te
borro. Mitad caliente, mitad fría. Mitad despierta,
mitad dormida. Me siento sobre ti y suspiro. Me
pongo ante ti y te enseño a ir tras de mí. Te trituraré
con mis ojos. A ti, que el miedo te convierte en polvo.
Intenté adueñarme de tus calles: Échate entre mis
muslos, para que pueda darte otro plazo de vida y
todas tus cosas: Lávate, para que pueda darte nombres
nuevos.

Yo no había encontrado nunca diferencias entre un cuerpo


cuya cabeza lleva ramas, que llamamos árbol, y un
cuerpo cuya cabeza lleva hilos sutiles, que llamamos
hombre. Pero se confundieron en mí los apartamentos
y los automóviles y aparecieron zapatos en las
fachadas, cascos de policía. La hogaza de pan es
una plancha de cinc.

Sin embargo, Nueva York no es una jerigonza, sino una


palabra. Pero cuando escribo DAMASCO, no escribo
una palabra, sino una jerigonza. De. A. Eme. A.
Ese. Ce. O... Apenas un sonido, es decir, cosa del
viento. Salió una vez de la tinta y no volvió. El tiempo
está parado como un guardián en el umbral, preguntando:
¿Cuándo volverá? ¿Cuándo entrará? También
Beirut, El Cairo, Bagdad, son jerigonzas totales,
como las partículas de polvo que flotan en el
sol...

Un sol, dos soles, tres, cien...


(Intranquila y serena la mirada, despertóse
Cualquiera: Abandona a sus mujeres y a sus hijos y
sale llevando un fusil. Un sol, dos soles, tres, cien...
Como el hilo, vuelve. Derrotado. Cerrándose en sí mismo.
Se sienta en el café. El café esta lleno de piedras y muñecos
que llamamos hombres, ranas que vomitan palabras y llenan de mierda las sillas.
¿Cómo puede Cualquiera rebelarse, si su razón está
llena de sangre y su sangre llena de cadenas?)
Te lo pregunto a ti, que me dices:
Desconozco la Ciencia, pero quiero especializarme
en la alquimia de los árabes.
VIII

La señora Brewing, una griega en Nueva York. Su casa es


una página del libro del Medio Oriente. Mirène, Niamat
Allah, Yves Bonnefoy... Y yo, como quien está
perdido y dice cosas no dichas antes. El Cairo se
esparcía entre nosotros como rosas que no saben de
las horas. Alejandría se trataba con la voz de Cavafis
y Seferis. “Ese icono bizantino...”, dijo la griega,
y el tiempo prendió en sus labios un perfume rojo.
Los momentos se abovedaban y el hielo se curvaba
como un bastón (Medianoche del 6 de abril de 1971)

Y ante la hora del retorno


me desperté al alba gritando: ¡Nueva York!

Amasas con nieve a los niños para hacer los dulces


rosquillas de nuestro tiempo. Tu voz es óxido, veneno
residual de la química. Tu nombre es insomnio y
asfixia. Central Park ofrece un banquete a sus víctimas
y bajo los árboles hay figuras imprecisas de cadáveres
y cuchillos. Ramas desnudas para el viento,
camino cerrado al transeúnte.

Me desperté al alba gritando: ¡Nixon!, ¿cuántos niños asesinaste


hoy?
–“¡Eso no tiene importancia!” (Calley).
–“Ciertamente, eso constituye un problema. Pero,
¿no es también cierto que eso mismo reduce el número
de los enemigos?” (Un general americano).

¿Cómo dar al corazón e Nueva York otro tamaño? ¿Acaso


así ensancha el corazón sus límites?

Nueva York: General Motors de la muerte.

“¡Canjeamos a los hombres por fuego!” (Mc Namara). Desecan


el mar donde nadan los rebeldes, y “cuando
hacen de la tierra un desierto, dicen que eso es la
paz” (Tácito).

Me levanté antes del alba y desperté a Whitman.


IX

WALT WHITMAN,
veo cartas que por las calles de Manhattan van hacia ti volando.
Cada carta es un carro lleno de perros y gatos.
Esta es la era americana: El siglo veintiuno, para los
gatos y los perros; para los hombres, el exterminio.

WHITMAN,
no te vi en Manhattan, aunque vi todas las cosas. La luna es
una cáscara arrojada por la ventana, el sol es una
naranja eléctrica. Pero de Harlem salió un camino
negro a estrellarse contra el círculo de una luna apoyada
en sus propias pestañas. Del camino surgió entonces
una luz sobre la extensión del asfalto. Una
luz que se hunde como la simiente al llegar a Greenwich
Village, ese otro barrio latino. Greenwich
Village: es decir, la palabra que obtienes si escribes la
palabra AMOR y cambias la a por la P, la m por la
O, la o por la Z, la r por la O. POZO (Recuerdo
haber escrito esto en el restaurante Viceroy, de Londres,
con nada más que con tinta en los bolsillos. Crecía
lentamente la noche, como el plumón de los pájaros).

WHITMAN,
“El reloj anuncia los instantes”
(Nueva York: La mujer es basura. La basura,
tiempo que se vuelve ceniza.)
“El reloj anuncia los instantes”
(Nueva York: El sistema es Pavlov. La gente,
los perros de los experimentos... para la guerra,
la guerra, la guerra.)
“El reloj anuncia los instantes”
(Una carta viene de Oriente. Escribióla un niño
con sus venas. Léela: El juguete no se volvió
paloma. El juguete es un revólver, una metralleta,
un fusil... Desde la luz llega por los caminos
una cadena de muertos. Entre Jerusalén y Hanoi.
Entre Jerusalén y el Nilo.)

WHITMAN,
“El reloj anuncia los instantes”, pero yo
“veo lo que tú no viste y sé lo que tú no supiste”.
Me muevo en área remota de cajas que
cruzan como cangrejos amarillos un océano cubierto
de millones de islas-hombres. Cada una
es un mástil con la cabeza rota, con las manos y
los pies rotos. Pero de ti, que fuiste
“el emigrante y el desterrado, el criminal que estuvo en el
banquillo”,
no queda más que un sombrero
que se ponen unos pájaros
desconocidos para los cielos de América!

Whitman, cúmplase ya nuestra hora. De mis pensamientos


hago una escalera, con mis pasos tejo una almohada.
Esperaremos. El hombre muere, pero es más duradero
que la tumba. Cúmplase ya nuestra hora. Espero
que corra el Volga entre Manhattan y el Queens. Espero
que desemboque el Huang Ho junto al Hudson.
¿Te sorprende? ¿Acaso no desembocaba el Orontes
en el Tíber? Cúmplase ya nuestra hora. Oigo un estruendo
terrible: Wall Street y Harlem se reúnen: júntense
las hojas y el trueno, el vendaval y el polvo.
Cúmplase ya nuestra hora. Las conchas construyen
sus nidos en la ola del tiempo. El árbol conoce su
nombre. Y hay agujeros en la piel del mundo, un sol
que altera la máscara y el fin y solloza en un ojo
negro. Cúmplase ya nuestra hora. Podemos girar más
aprisa que la rueda, podemos romper el átomo y flotar
en un cerebro electrónico pálido o radiante, vacío
o lleno. Podemos fundar un hogar para los pájaros.
Cúmplase ya nuestra hora. Hay un pequeño libro
rojo que se alza. No la madera que se astilla bajo las
palabras, sino la que se ensancha y crece, la madera
de la locura sabia y la lluvia que cae limpia para ser
heredera del sol. Cúmplase ya nuestra hora. Nueva
York es una roca que baja rodando por la frente del
mundo. Su sonido en tu traje, en el mío: sus chispas
tiznan tus miembros y los míos... Podría ver el final,
pero ¿cómo convencer al tiempo para que me deje
durar hasta entonces? Cúmplase ya, el hacha en alto,
nuestra hora. Y que flote el tiempo en el agua de
esta ecuación:

NUEVA YORK + NUEVA YORK = La tumba o cualquier


cosa que venga de la tumba.
NUEVA YORK – NUEVA YORK = El sol.
X

El año ochenta cumpliré mis dieciocho


años. Ya lo dije antes de ahora.
Lo digo y lo repito,
mas nunca me oyó Beirut.
Cadáver, quien hace de la piel y el traje la misma cosa.
Cadáver, quien se tiende como un libro y no como la tinta.
Cadáver, quien no habita el mero cuerpo y su ámbito.
Cadáver, quien lee la Tierra como piedra, no como río.
(Sí, a veces amo los proverbios, el aforismo:
¡Si nunca enloqueciste de amor, eres cadáver!)

Digo y repito:
mi poesía es un árbol.
Y entre rama y rama,
entre hoja y hoja,
sólo la maternidad del tronco.
Digo y repito:
La poesía es la rosa de los vientos.
No los vientos, sino el lugar donde soplan
todos los vientos.
No la rotación, sino el círculo.
Por eso suprimo la Ley
y establezco en cada instante una ley.
Por eso me acerco y no salgo.
Salgo y no vuelvo.
Y voy hacia septiembre, hacia las olas.

Por eso,
me cargo la isla de Cuba en los hombros
y pregunto en Nueva York: ¿Cuándo llega Fidel Castro?
Y espero entre Damasco y El Cairo,
con el camino cumplido...
(Guevara halló la libertad. Hundióse con ella
en el lecho del tiempo y durmieron. No la
encontró al despertar. Entonces dejó el sueño
y entró a soñar.)
espero en Berkeley, en Beirut, en todas las demás colmenas
donde se organizan todas las cosas
para que ocurran todas las cosas.

Por eso,
entre un rostro que se inclina hacia la marihuana
empujado por el blanco manto de la noche
y un rostro que se inclina hacia la I.B.M.
empujado por un sol frío,
discurre el Líbano como un río se furia,
flanqueado por Yubrán y Adonis.
Salí de Nueva York como de un lecho:
la mujer es una estrella apagada
y la yacija se rompe como árboles sin espacio,
como aire renqueante,
como cruz que no recuerda las espinas.

Y ahora,
en el carro del agua primordial,
el carro de las imágenes que denigraron
Aristóteles y Descartes,
me divido entre el barrio de la Ashrafiyya
y la Biblioteca de Ras Beirut, entre la Escuela
de las Hermanas de la Caridad y la imprenta
de Hayek y Kamal,
donde la escritura se hace palmera
y la palmera, paloma,
donde se engendran mil y una noches
y se ocultan Buzayna y Layla,
donde viaja entre prohibiciones eróticas Yamil
y nadie goza del favor de Qays.

Pero
la paz sea con la rosa de las sombras y la arena,
la paz sea con Beirut.

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