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La Fantástica Trilogía

de Anchoajo

Tomo I
Antonio Morales Jara
Mi libro de magia
La Fantástica Trilogía de Anchoajo
Antonio Morales Jara

© Antonio Morales Jara


moralesjara.blogspot.com
facebook/antonio.moralesjara.com

Diseño de portada: Joe Mejía


Composición de interiores: Blanca Llanos
Ilustraciones interiores: Andrés Rosas, Ernesto Liendo y Karem Huamán
Ilustración de carátula: Karem Huamán Granda

© Editorial San Marcos E.I.R.L., editor A los niños de Haití y, a través de ellos,
Jr. Dávalos Lissón 135, Lima a todos los de América.
Telefax: 331-1522
RUC 20260100808
E-mail: informes@editorialsanmarcos.com

Primera edición: 2010


Tiraje: 1000 ejemplares

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú


Reg. N.° 2010-06035
ISBN: 978-612-302-220-4
Reg. de proyecto editorial N.° 31501001000262

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra,


sin previa autorización escrita del autor y el editor.

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Composición, diagramación e impresión:


Aníbal Paredes Galván
Av. Las Lomas 1600, Urb. Mangomarca, S. J. L.
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Un silencio magnífico profundiza el éxtasis celeste. Quizá
llegue de la ruina próxima, en un soplo imperceptible, el
aroma de los azahares.
Tal vez una piragua se destaque de la ribera asaz sombría
engendrando una nueva onda rosa; y haciendo blanquear,
como una garza a flor de agua, la camisa de su remero...

Leopoldo Lugones

El aguacero cesó de pronto como había empezado, y el


sol se encendió de inmediato en el cielo sin nubes, pero la
borrasca había sido tan violenta que arrancó de raíz algunos
árboles, y el remanso desbordado convirtió el patio en un
pantano.
Gabriel García Márquez
Capítulo 1

ABRIENDO LA PUERTA

ugusto es un chico intrépido, romántico y poseedor de

A una imaginación extraordinaria. Vive con su madre y


sus dos hermanos: Gabriel, de siete años, y Alcides, de
cinco, en una casa de arcilla y calicanto en un pueblo llamado
Anchoajo.
Augusto ya empezó la secundaria mientras que Gabriel
está en tercero de primaria y Alcides apenas en primero.
La madre es una mujer que trabaja haciendo cestas de
bejucos y sombreros tejidos con hojas de palmera.
Los árboles dan sus mejores frutos, la hierba reverdece en
la parte baja y en los cerros. Todo es tropical y existe un Sol
radiante que es fiel a la vida natural de la selva.
El Huallaga, que es un río maravilloso, se desliza con sus
crestas y sus ondas que van a chocar contra las simas y terminan
en el cascajal que se desliza por toda una amplia geografía,
como señero de un río caudaloso que alguna vez discurrió
por ahí.
El pueblo es uno de ensueño y fantasía; es pura leyenda.
Los árboles gigantes, jóvenes y viejos, se levantaban para for-
mar, bosque tras bosque, enredaderas que como alfeñiques se
doblan en la maraña tupida; los rosales cantan en la límpida
penumbra su canción más alegre bajo el vuelo de un travieso
picaflor, y las quebradas y cascadas alumbran la noche con
La fantástica trilogía de Anchoajo 13

sus rayos de agua de luz; pero la magia es aún más profunda


en el pueblo, en donde las casas aparecen y desaparecen al
compás de unos colores aún no descubiertos a los ojos de
los humanos, y en sus patios los habitantes festejan con gran
jolgorio la abundancia de la pesca, la gran cosecha, y el amor
y ternura que descubren cada día en una estación distinta del
viento. Los corceles briosos trotan por el prado o por el heno
cargando sueños, aunque a veces son alterados por la mal-
vada hechicera Atanué Carrel que, afanosa, urde una serie
de hechizos y encantos para que los animales, personas del
bosque y del pueblo, sean sus esclavos, y extravía las naves o
hechiza a quien se le antoje, impunemente. Se ha convertido,
sin duda, en la enemiga de Augusto, porque solo él conoce la
forma de hacer que vuelva al mundo real, pero ella buscará
con mil y un ardides el pasaporte para ello, aunque en el ca-
mino tenga que aplastar a todo aquel que se le atraviese.
En Anchoajo hay monos, pájaros, serpientes, faunos y
duendes, unicornios blancos y negros, sirenas, otorongos,
música y más…
En la tarde, el viento tibio del crepúsculo sacude las últi-
mas hojas secas de los árboles, y las achiras, gladiolos, cucar-
das, geranios, girasoles y orquídeas juegan y compiten, por
última vez, antes de que caiga la noche cálida y fresca.
Las noches pueden iluminarse con una luna redonda de
plata, por un millón de estrellas espléndidas y coralinas, o por
la magia de un celeste claro de nubes de colores.
En fin, en Anchoajo es posible que suceda todo y que los
sueños se conviertan en realidad.
Capítulo 2

EL GÉNESIS

odo comenzó con una lluvia.

T Las habitaciones de todas las casas terminaron inun-


dándose y, a cada metro, los charcos se fueron for-
mando en las callejas de Anchoajo, sin dar tiempo para con-
templar las últimas florecillas de otoño que cayeron por el
viento, en cuyos pétalos de mil colores la miel se diluía como
gotas de vida, y terminaban por desaparecer vaporosas en
medio del agua y el fango.
Una de esas casas era la de Augusto. Él dormía sin pre-
ocupación alguna, sin remordimientos, sin pesares; en un
sueño de ángel, de querubín exactamente.
Su cama era toda de madera con un colchón suave como
el propio algodón; donde él cubría su cuerpo en las madruga-
das frescas con la sábana blanca que su madre había cortado
para él, y que llenó de figuras celestes y amarillas.
Su habitación era pequeña; había sido construida de ca-
licanto como toda la casa y el tejado de arcilla. Era lo sufi-
cientemente pequeña para llegar al cielo, y bastante espaciosa
para hacer las tareas de escuela y dormir cada noche. Atrás
de ella estaba el jardín donde las malvas crecían, florecían y
despertaban de un sueño fresco; y también las rosas, al ras
de la tierra, brotaban en botones de luz en la mano de Dios,
extendiéndose por todo el jardín.
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La flor de la cucarda emergía de las tardes de sol y se la noche en compañía de una fila de bailarinas y comieron
esfumaba en la penumbra como lo hacía la flor de la hierba- toda clase de frutas, panecillos, carnes y otros manjares.
luisa, pero cada veinticuatro de diciembre a medianoche. La celebración por la victoria terminó y, con ella, el último
El agua de lluvia casi llegaba al colchón, pero Augusto soplido de movimiento en el puerto.
no escuchó siquiera las últimas gotas de lluvia que cayeron, y Augusto despertó bruscamente y tardó apenas unos se-
mucho menos oyó el ruido que los trozos de madera, al caer a gundos en darse cuenta de que su habitación estaba comple-
sus pies, hacían sobre el agua en su habitación. Aquella noche tamente inundada. Observó trozos de madera flotando en el
un fulgor reverberante surgía desde su ventana al exterior. agua, creyendo ver en ellos barcos gigantes navegando en la
Barcos provistos con gigantes velas de color negro se mar, solo entonces varios golpes en la puerta le avisaron que
aproximaban a la orilla donde, anclados pero con los caño- su madre venía por él, angustiada, como una de las muchas
nes en alto, se encontraban otros barcos más, aguardando madres que buscaban despavoridas a sus hijos, incluso en
el momento para hacer detonar el primer disparo contra el medio de la oscuridad, bajo las gotas postreras e indecisas
primer barco de bandera negra y estos, prestos a su vez, a del aguacero diluvial. Augusto se incorporó y, hundiendo sus
disparar contra cualquier barco de esos de bandera roja que piececitos tibios en el agua, fue a abrirle la puerta a su mamá;
se hallaban apostados en el puerto. esta lo abrazó en el acto y lo cargó para luego abandonar la
Un cañonazo contra la proa de un barco de bandera roja
casa rumbo al escampado donde aguardaban los hermanos
desató la furia. “¡A la carga! ¡Disparen! ¡Disparen! ¡Remen con
menores de Augusto. Desde allí observaron, entre lágrimas,
más fuerza, bellacos!”, eran las exclamaciones monótonas de
como se desplomaban las paredes de la casa, y las tejas ca-
los capitanes de navío y guerreros.
yendo en pedazos y pedacitos para luego sumergirse en el
Al cabo de unos minutos, el mar y su brisa cargaban con
agua.
el humo de la pólvora y con pedazos de madera a la deriva.
Las velas se hundieron en la profundidad como el hierro Afortunadamente, lograron recuperar algunas frazadas
y otros metales de las naves, los tripulantes de ambos bandos que la lluvia no pudo mojar y dos petates que fueron de gran
socorrían a sus heridos y muchos otros, con menos suerte, ayuda durante los noventa y cuatro días que no pudieron vol-
desaparecían de la superficie. Solo un par de barcos de velas ver al terreno donde quedaba la casa, o lo que quedaba de
negras se aproximaban a la orilla, intactos, sin que nadie los ella. Fueron muchos los días de trabajo intenso en los que la
pueda detener. madre, ayudada por gente muy solidaria, tuvo que reconstruir
El último rayo de luz, tímido, se colaba casi inadvertido su vivienda. En ese mismo ajetreo estuvieron todas las fami-
entre las ramas verdes de la palmera para luego desplomarse lias del pueblo, ya que el aguacero resultó tan tenebroso que
en un velo vaporoso, y la noche azul caía con algunos luceros llegó a perjudicar muchísimas casas. Augusto más tarde se da-
apareciendo y desapareciendo brevemente. ría cuenta de que eso fue un anticipo de lo que vendría y que,
Las naves desembarcaron en el puerto y pronto sus tripu- lógicamente, no era tan natural como una lluvia que cae del
lantes prepararon una fogata, alrededor de la cual se trenza- cielo. No obstante, se las ingenió durante los noventa y cuatro
ron en danzas y alegorías, que se prolongaron más allá de las días para asistir a la escuela sin faltar uno solo, desarrollando
primeras horas de la madrugada. Los guerreros bailaron toda sus tareas a la intemperie, siendo todas excelentes.
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Un día después del aguacero, en su carpeta habitual, en –Nadie me descubrió y tampoco me alcanzó disparo al-
la quinta fila del aula y frente a Ludovico, respondía amable- guno. ¿Sabes por qué?
mente (o no tanto) a algunas interrogantes que él le hacía. –No, dime por qué, Augusto... –inquiere Ludovico con
–¿Qué soñaste anoche? sumo interés y brillo en los ojos.
–Que me encontraba pescando en la orilla del mar pero, –Porque yo estaba durmiendo.
de pronto…
–De pronto qué –se emociona Ludovico, pero con algo
de recelo.
–Hay muchos barcos de banderas negras que se acercan
a la orilla con cañones listos para disparar.
–¡Qué chévere!... Guau, ¿y qué pasó con esos barcos?
–Hay unos barcos de bandera roja que los aguardan en el
puerto –le relata Augusto.
–Uy, así que una guerra, ¿no?... Pero si era una guerra,
¿cuál de los dos era el malo?
–Parece que los de bandera negra –le dijo Augusto.
–¿Parece? –se asombra Ludovico.
–Bueno, no completé el sueño. Desperté luego que los
barcos de bandera negra ganaron el combate; aunque, a de-
cir verdad, creo que ahí acababa mi sueño. Ja, ja, ja.
–Así que hubo combate. ¿Ves que lo supe desde un co-
mienzo?, estoy aprendiendo a adivinar tus sueños –y se rio–.
Pero hay algo que no me queda claro… ¿Por qué tuvieron
que ganar los malos?, ¿no se supone que tienen que ganar
siempre los buenos?
–Déjame que te siga contando –le pidió Augusto–. Los
barcos negros dispararon contra los rojos; entonces el mar se
convirtió en un infierno, ya que de ambos lados se dispararon
sin piedad, los tripulantes morían y fueron destruyendo sus
naves mutuamente; una tras otra se hundían. Pero al final dos
barcos gigantes de velas negras llegaron al puerto, se envol-
vieron en bailes y comieron de todo.
–¿Y qué pasó contigo, te descubrió alguien? Y… ¿la arti-
llería de los buques no te alcanzó? –le interrogó desesperado.
Capítulo 3

EL BOSQUE DE LOS CETICOS

ugusto estuvo jugando con sus hermanos a las escon-

A didas y se ocultó con la ayuda de las hojas de palmera


que abundaban en casa, pero de tanto jugar y correr
de un lado a otro, pronto se vio envuelto por unas ganas de
dormir que le hicieron pestañear pocos minutos antes de que-
dar tendido en el tapete, a la intemperie, profundamente dor-
mido.
Su madre, al percatarse de ello, lo cubrió de cuerpo en-
tero con una sábana limpia y blanca, pero sintió pena de re-
tirarle la rama de palmera que tenía a su lado. Aquella noche
tuvo un sueño:
Se encontró de repente en medio de un bosque donde
crecían ceticos gigantes y viejos. Todo el camino se cubría
de redondas hojas secas, tallos y flores caídas (por cierto que
eran muchos los caminos que llevaban a ese bosque y otros
muchos los que se entretejían a partir de él).
Era una tarde celeste y dulce, donde apenas la claridad
virgen del crepúsculo permitía distinguir los variados elemen-
tos del bosque, como el follaje tupido y verde, los pájaros e
insectos, roedores y más...
Todo hubiera sido de una tranquilidad insondable si no
fuera porque, de súbito, el ambiente se vio enrarecido por
ráfagas de viento helado y el granizo que cayó, tornando en
22 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 23

oscuridad el bosque. Augusto se aterró y quiso gritar pero no ensañados contra él queriendo traerse abajo el árbol por or-
pudo, o pudo y no quiso por lo valiente que era; sin embargo, den de la hechicera; pero cuando estaban a punto de lograr
una bola incandescente llegó rodando y se detuvo frente a él, su cometido pese a los esfuerzos inútiles de Augusto que hacía
solo entonces un torbellino de hojas secas y tallos frescos se todo por espantarlos, resolvió finalmente que no había otra
hizo visible, remeciendo los árboles de cetico cargándolos de salida más que tomarlos por sorpresa. Para ello, fue descen-
fuego, como si todo el bosque se incendiara sin quemarse. diendo sigilosamente como quien juega al mono de rama en
Fue el preludio espantoso a la aparición de la hechicera rama, hasta encontrarse en la más baja sin que las bestias lo
Antanué Carrel, dueña del bosque donde crecían frondosos
advirtieran. Y cuando llegó el momento brincó, cayendo de
ceticos que ella jamás dejaba morir. Tenían siglos y siglos y
pie sobre el lomo de una de ellas e inmediatamente se tiró al
seguían en pie, muchos de ellos ya estaban muy ancianos y
suelo y echó a correr tan rápido como pudo porque, tras él,
se querían caer, pero ella los seguía manteniendo en pie, de
modo que en ese bosque ningún árbol, roedor, pájaro, insecto venían bufando aquellos animales malignos.
o cualquier otro tipo de vida dejaba de existir. Hechizó todo Casi volando pudo atravesar el cerco de alambre con
el bosque logrando que vivieran por siempre para servirle y púas del que nadie sabía qué hacía allí; entonces los mamífe-
hacer lo que ella les ordenara. ros desaparecieron por arte de magia o como si nunca hubie-
La hechicera miró con furia a Augusto, como reprochán- ran existido. Antanué Carrel, del mismo modo, desapareció
dole algo que hizo o dejó de hacer; pero él, naturalmente, no dejando en todo el bosque el vaho de una corona de hojas
lo entendió, así que nada le importaron sus rulos dorados, el achicharradas, al tiempo que Augusto ya estaba en los pri-
traje de perlas preciosas, el tul y las cintas multicolores de la meros pasos del asfalto de una avenida inexplicable y cerca
hechicera, y se dispuso a correr sin decirle una sola palabra. de unas piedras misteriosas que cambiaban de color a cada
Sin embargo, ella no estaba dispuesta a dejarlo ir tan fácil- instante, como focos, como juego de luces.
mente, así que alzando sus manos al aire arrojó sobre el cami- Despertó solo cuando el desayuno estaba servido en la
no que Augusto dejaba atrás, una chispa de fuego con la que mesa roja de roble. Sus dos hermanos lo jalaban de todas las
hizo aparecer de pronto catorce toros negros, los que provis- partes de su cuerpo, tratando de evitar que llegara tarde a la
tos de una cornamenta muy bien afilada, fueron por él. Supo
escuela; con razón cuando llegó era el último alumno de la fila
entonces que si no se daba prisa o actuaba con inteligencia su
que ingresaba antes que se cerrara el portón por completo.
vida estaba en grave peligro. Intentó correr como nunca pero
fue en vano, pues los toros lo rodearon sin tregua y ¡pum!, Las dos primeras horas no tuvieron clase por la inasisten-
¡pum!, ¡pum!, detuvieron sus pezuñas frente a él dejándole sin cia del profesor de Sociales, pero Ludovico aprovechó para
escapatoria. Solo entonces la imaginación le sobrevino a flor conversar con él y, de paso, presentarle a Micaela, que era
de piel al treparse en uno de los vetustos ceticos con maestría una alumna que estudiaba con ellos hacía un año, pero hacía
excepcional. poco tiempo se había convertido en amiga de Ludovico, y
Arriba, en la rama más alta, observaba como las bestias él quería que también lo sea de Augusto; así que luego de
golpeaban su cornamenta, todos a la vez, contra el árbol y ya la presentación se quedaron reunidos los tres, pero por poco
no eran catorce sino muchos más, y muchos otros animales tiempo, ya que Micaela se avergonzó de estar sola entre dos
24 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 25

chicos y quiso volver a su sitio, entonces Ludovico soltó el Era cierto que el libro que halló por casualidad no era uno
anzuelo: de hechicería, era más bien uno de historias fantásticas, pero
–¿Y en qué parte del libro de magia te quedaste ayer, que en los sueños de Augusto se hacían realidad, una realidad
Augusto? extraordinaria y misteriosa que afloraba de la nada, de un
Micaela, al escuchar, dio media vuelta e interrumpió: simple sueño y lo convertía todo en un hecho fascinante.
–¿Libro de magia? –¿Dónde encontraste ese libro? –pregunta Micaela con
–Sí, Augusto tiene uno, se lo encontró por casualidad. sumo interés, pero cuando Augusto se disponía a responder,
–¿Es cierto eso? –le interrogó ella. ocurrió algo: el profesor de deportes había ingresado al aula
de repente y, a puro silbatazo, ordenó a cada uno en su lugar.
–Bueno… sí… es cierto –respondió titubeante.
Ya en el suyo, Micaela volteó y le susurró a Augusto con un
–Desde que empezó a leerlo tiene sueños asombrosos y
tono cómplice–: No te olvides de contarme dónde encontras-
no sabes, cada vez son más fantásticos –le explica Ludovico. te ese libro –y le guiñó el ojo, y Augusto le sonrió.
–Guau... ¿y no te da miedo leer esa cosa? –le dice su Ahora están en la loza deportiva trotando, zigzagueando,
amiga. ensayando volteretas y otras acrobacias que el profesor in-
–Bueno, no es hechicería, simplemente son fábulas –le dicaba.
dice él.
–Fábulas reales. De un mundo que a lo mejor existió o
existe. Es como un manual donde todo sucede… ¿Verdad,
Augusto?
–Sí, es verdad –lo admite al fin–. Pero lo que no entiendo
es por qué Ludovico, que leyó también parte del libro, no
tiene esos sueños igual que yo –le explica a Micaela–. Él no
sueña nada de lo que yo sueño, es raro.
–Sí, tienes razón. Yo apenas ronco –se resigna Ludovico.
–A lo mejor tú eres uno de esos príncipes que alguna vez
existieron en las fábulas o leyendas –alega Micaela, con una
sonrisa entre labios.
Todos se ríen, incluso Augusto, todos excepto el resto del
salón que murmura: esos tres están locos.
–¿Y qué soñaste anoche, Augusto? –pregunta Micaela.
Entonces les relató a ambos, en detalle, lo que soñó la
noche anterior: el bosque, la hechicera, los toros, la avenida,
las luces… y los ojos de Ludovico y Micaela se iban llenando
de asombro, se iluminaban.
Capítulo 4

UN NAUFRAGIO

ue la noche más fría que soportó Anchoajo en lo que

F iba del año. La madre de Augusto, con sus hijos, con-


tinuaba aún a la intemperie en el escampado, cerca
de la casa en plena construcción. Augusto tuvo un sueño (a
propósito, aquella noche no apareció la luna).
La brisa del mar golpeaba en una roca dantesca, carcomi-
da por el tiempo y el salitre. La espumosa agua helada llegaba
hasta la orilla para humedecer la arena blanca, pero el sol,
con un brillo espectacular, absorbía el agua desde la mismí-
sima playa, calentaba las rocas y piedras pequeñas pero las
volvía a su vez intermitentes y luminosas, como si estuvieran
pintadas todas de arco iris.
Llegaban al puerto, sin apuro, los botes de madera y las
totoras repletas de peces, pues el sol radiante brillaba con su
plena luz sin que la noche se asomara siquiera por azar, y los
pescadores, después de tres o cuatro veces de depositar sus
redes en la orilla, terminaban la faena quedando extenuados
sobre la playa.
Una tarde cualquiera, con ese bello panorama de verano,
alguna embarcación de estas se hizo a la mar, pero a dife-
rencia de otras oportunidades, esta vez se alejó de la orilla
mucho más de lo que correspondía, confiada en el trinar de
28 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 29

las gaviotas y la poca pesca que se había logrado hasta ese estar dando sus últimos esfuerzos sobre el agua. No obstante,
momento. cuando ya todo parecía consumado y el hundimiento era in-
De pronto, los pescadores se encontraron navegando en minente, una luz que refulgía a lo lejos se acercó más pronto
medio de las crestas de un mar embravecido. Las gaviotas de lo que imaginaron y, sin temor, por el contrario, con una
desaparecieron por obra de magia y el mar angelical de las esperanza de redención, los nueve ocupantes la siguieron con
costas había adoptado un extraño color entre las aguas revol- la mirada llena de esperanza, y luego de unos minutos de ce-
tosas. Estaban extraviados. guera imprevista, la calma tan ansiada volvió apaciguando la
El reloj marcaba las ocho de la noche, pero el sol vivo les marea y la luz desapareció dejando apenas la estela indecisa
alertó de la locura del aparato; sin embargo, estuvieron así de unas siluetas transparentes en la sombra del sol dibujada
por muchas, muchas horas más y ciertamente no anochecía, en el agua.
tomaron conciencia entonces de que estaban completamente Todos en el pueblo conocían que el Coraima XIV había
desorientados y el pánico les sobrevino repentinamente. naufragado con toda su tripulación a bordo y que el mar se
Alguien propuso empezar a rezar, a recordar todas las los había tragado. Sin embargo, otros afirmaban que de las
oraciones que de niños se aprendieron y que, por los azares e profundidades del océano había surgido un monstruo enor-
ingratitudes de la vida, terminaron por dejar en el olvido. Pero me provisto de cuatro cabezas, diez cuernos y muchas colas
esta vez era mejor encomendarse a todos los santos y a creer que se los tragó de un solo bocado.
en Dios los escépticos. Aun así ello no fue suficiente o no bas- Habían transcurrido dos largos meses y aún nadie sabía
taba para aplacar la tragedia, de modo que otro más realista de ellos; muchos en el pueblo empezaron a perder la fe de
propuso contar historias, anécdotas y adivinanzas. Hicieron volverlos a ver con vida. Sin embargo, sus familiares jamás
todo eso pero nunca anochecía y, por ende, jamás amaneció. dejaron de persistir en la búsqueda, y mantenían la viva es-
El naufragio inesperado los obligaba a permanecer en el bote peranza de hallarlos sanos y salvos; así que todas las noches
en medio de aquel mar profundo y misterioso. a la orilla del mar, luego de la búsqueda diaria sin descanso,
Las aguas se enfebrecieron en una marea colosal que formaban vigilias; pero la embarcación con sus nueve tripu-
traía en sus crestas calamares y peces gigantes. El viento gris lantes permanecía varada a su suerte mar adentro, sin que
era soplado por la hechicera Antanué Carrel que, ensañada hubiera fallecido uno solo porque hasta el momento todos
con la nave, buscaba hacerla zozobrar. Los pescadores se lle- lograron sobrevivir comiendo pescado crudo y agua salada
naron de pánico y, aferrados al barco, rodaban de la proa a que les hacía regurgitar.
la popa y viceversa, pero el bote se resistía a hundirse. En El tiempo del naufragio fue para ellos tan inmenso que
sus mejores campañas el Coraima XIV era el bote de pesca nunca acababa ni empezaba, el ciclo de las horas era un con-
más querido, pues además de ser liviano también era lo su- tinuo vaivén comparado únicamente con un huérfano de
ficientemente espacioso para cargar más de una tonelada de madre por las noches que jamás asomaban. Contemplar las
pescado; se decía que era una embarcación amuleto porque estrellas, la luna o los luceros había sido algo tan, pero tan
los que se echaban a la mar a bordo de ella nunca regresa- común, que apenas si lo cargaban en la memoria; ahora solo
ban sin la satisfacción de una gran faena. Pero ahora, con el era un triste recuerdo que estaba más latente que nunca, eso
pasar de los años y con nueve tripulantes a bordo, parecía sí. En cambio, las horas seguían su ciclo con tal normalidad
30 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 31

que solo la locura podría explicar la ausencia de la nocturni- beso a su madre, acompañó a sus hermanos a la escuela y
dad o el frío de la marea embelesándose con la penumbra. luego se dirigió a la suya.
Por otra parte, los días bajo un sol vivo y hasta cruel es- Hoy no asistió Micaela, pero no fue tan aburrido. Se hizo
taban hechizados por Atanué Carrel, que se había encargado amigo de Leonidas, que era de la otra sección, y a la hora de
personalmente de tener bajo su control la marea y la brúju- recreo jugó fulbito. Mandaron al arco a Ludovico que, para
la del mismísimo tiempo. Era muy común en ella extraviar mala suerte de su equipo, no atajó un solo disparo y termina-
a los pescadores o marineros; se divertía viéndolos padecer, ron perdiendo el partido.
intentando inútilmente navegar a babor o estribor, buscando
infructuosamente la orilla del mar que ella, complacida por el
mal, les apartaba de la vista. Pero los pescadores no se deja-
ban vencer por la desesperación; como hombres de mar, es-
taban preparados para alguna eventualidad que de pronto se
presentase y esta, sin duda, era una de ellas de la que tenían
que salir bien librados –habría pensado alguno de ellos o qui-
zá todos–; lo cierto es que mientras se manifestaban ánimos
mutuamente, a la deriva, en medio del mar, observaron peces
voladores que fingían ser golondrinas en canoro vuelo y cam-
biaban de color en el cielo antes de sumergirse en el agua;
vieron también decenas de enormes ballenas jorobadas ju-
gando alrededor de la barca, con cuyas colas casi la hunden,
y sirenas de rostros hermosos y cabellera plateada que por
poco los encantan con su maravilloso y enigmático canto.
Una tarde cualquiera, con un bello panorama de verano,
un barco de la Marina los encontró por accidente rescatándo-
les y poniéndoles inmediatamente a buen recaudo. Los tras-
ladaron al puerto para el reencuentro familiar desbordante
de alegría y lágrimas, pero todo en medio de una inmensa
felicidad. Era, por supuesto, un gran milagro volverlos a ver
aunque afiebrados y deshidratados pero con vida, les abraza-
ron y esa tarde hubo una gran fiesta a la que nadie dejó de
asistir.
Augusto se levantó sin que haga falta despertarlo, en su
tapete todavía, abrió los ojos que se aguaron de pronto pero
sonrió. Dejó todo listo para ir a la escuela y, tras un cálido
Capítulo 5

UN DÍA EN MI ESCUELA

l olor de la guayaba se extendía a lo largo del camino

E de otoño como un manto invisible que, apenas ador-


mecido en el péndulo de la mañana, se podía tocar
con la nariz; y las ramas de guayaba se convertían en trapecio
imprevisto de monos y demonios que asaltaban Anchoajo.
Todo el camino se abría en flor desde las primeras horas
de la mañana, con un tibio rayo de luz sobre las hojas ama-
rillas cuando la yerba celeste brotaba bajo mis pies atercio-
pelándolo todo en medio de un asombroso cuento de hadas.
Yo llegaba a la escuela presuroso, con cincuenta libros en
las manos, mi mochila dentro de la cual se ordenaban mis
lápices y cuadernos, y con la sonrisa pícara dibujada en el
rostro como uno de los lenguajes más traviesos de la humani-
dad. En el tejado de mi aula, que se encontraba en el segundo
piso, unos pajaritos anidaban y cantaban; los mismos que se
habían apoderado del techo y de la escuela por completo; es
que a todos nos encantaba tener a la vista ese maravilloso
plumaje de mil colores, porque quizá era único en su tipo en
todo el país.
Nosotros habíamos terminado de construir la casa al fin,
y nos mudamos a ella nuevamente. Volvieron a su habitación
Alcides y Gabriel, esos dos diablillos que ante la ausencia de
mamá no perdían tiempo y jugaban con la pelota en el patio
34 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 35

infinito, a correr y saltar no solo en el nuestro sino también La escuela resulta ser más divertida de lo que suponía.
en el huerto de los vecinos. Se trepaban a los árboles con Las clases son chéveres, a todos los cursos les presto mucha
una acrobacia milagrosa, buscando coger la más apetecible atención (excepto a Literatura) y luego viene el recreo, estoy
y mejor fruta fresca: las chirimoyas, el mango, la pomarrosa, con ellos, nos divertimos corriendo, contamos historias que
el caimito, la guaba, el zapote y las guayabas. Finalmente, nos hayan pasado o que alguien nos relató, jugamos fulbito,
agotados sobre los tapetes que tanto nos sirvieron antes y des- el aire juega en mi cara, converso con mis maestros, les pido
pués del diluvio, se tendían a reponer ganas con el corazón consejos, en fin yo sí la sé pasar bien aunque a mi vida para
exaltado. que sea completamente feliz le hace falta que desaparezca
En la escuela era todo felicidad. Desde el ambiente ro-
Atanué Carrel; aun así solo la veo en mis sueños y sé que un
deado de verde absoluto, girasoles retoñando por doquier,
día se terminará marchando, o yo mismo me encargaré de
arbustos de campanita con sus hojas amarillas y verdes, hasta
las rosas de todos los colores que flanqueaban el camino des- llevarla hasta donde haga falta, para evitar que siga estro-
de el portón, hasta la loza deportiva que era una de antigüe- peando mis sueños con sus maldades y hechizos.
dad incalculable. Las palmeras en la frontera a modo de cerco –¿Dónde fue que encontraste ese libro? –me preguntó Mi-
perimétrico hermoseaban a sus anchas cargadas de agua de caela a la hora de recreo, bajo el árbol de campanita.
coco, provistas de ramas sedosas y límpidas que brindaban –En un lugar del pueblo –le dije.
asilo y reposo a cualquiera. –Pero dónde, pues, dónde –indagó.
Yo seguí leyendo Mi libro de magia, un libro que Ludo- –A orillas del Huallaga, debajo de una topa –Ludovico,
vico decía era de leyendas y fábulas; no obstante, a veces que nos acompañaba, hizo alarde de su indiscreción.
discrepaba en eso con él. Sabía que todo lo que leí se volvió –¿Es cierto eso? –me pregunta Micaela.
realidad. El bosque de céticos existe, lo sé, y un día de estos –Bueno, no era exactamente una topa –le respondí–. Más
iré por ahí; lo he reconocido, sé que alguna vez estuve allí bien un tronco seco cualquiera y había una canoa muy cerca
pero no precisamente en mi sueño y la hechicera Atanué Ca- de allí.
rrel no es solo una gran fantasía de mis pesadillas, debe existir –Ah, ya. Seguro se le cayó a uno de sus ocupantes
la malvada mujer en alguna parte y debe conocerme muy –alegó.
bien, eso sí.
–A lo mejor, porque estaba boca abajo –agregué, en el
Sin embargo, a veces siento la fuerte corazonada que
afán por justificar algo que no era cierto, pues si les decía que
nada malo podrá pasarme aun si mis sueños fueran tan feos,
fui yo quien lo escribió, seguramente matándose de la risa, no
yo sé que a todo eso le puedo sacar una sonrisa. ¡Sí, señor!
Es simple: uno se deja llevar (o sea soñar), actúas como si en me hubieran creído.
verdad fuera real y luego, cuando las papas queman (es de- –Entonces se ahogaron los ocupantes… ¿Y si el libro per-
cir, cuando el asunto se vuelve ojo de hormiga), vuelves a la tenecía a uno de los difuntos? –esgrimió Ludovico.
cama y te despiertas, y ahí mismo está la mañana y mamá me –No –le dije enfático–, yo sé a quién pertenece la canoa
prepara el desayuno, acompaño a mis hermanos a la escuela y puedo asegurarles que está más vivo que nosotros tres
y luego, pues nada, a la mía a estudiar y a divertirme con mis juntos.
amigos. “Ja, ja, ja” (nos reímos todos).
36 Mi libro de magia

–Bueno, si es así, entonces… ¿De dónde apareció? –se


inquieta Micaela.
–No estoy lo suficientemente seguro, pero a lo mejor fue
traído por el río, quizá en la temporada de crecida y se secó Capítulo 6
intacto con el sol –le dije.
Era tan común en los temporales de lluvias que el río UN CAMELLO, LAS MUSARAÑAS
Huallaga arrasara con todo a su paso. Parecía enfurecerse y Y UNA SERPIENTE EN EL DESIERTO
su canto no era nada alegre en aquellas ocasiones. Su agua
discurría turbia estrepitosamente, creando remolinos inferna-
les y ocasionando estragos a las barcas y piraguas que surca-
ban con productos de panllevar o animales. Por fortuna, el
temporal de la crecida no era tan prolongado y, en un dos por ugusto pasó la tarde entera cabalgando por el prado.
tres, el sol arreciaba a las orillas originando un musgo casi tier-
no por entre la mala hierba muerta y, sin que nadie se diera
cuenta, más pronto de lo imaginado, el cascajal se fundía con
A Las pezuñas del animal apisonaban con brío el heno
fresco de escarcha lejana; más que caballo, era un ave
retozando al viento el vigor eterno de su color de bronce. El
unas piedras hermosísimas de todas las formas y tamaños. caballo era de Ludovico, tenía una sola mancha de color blan-
Al poco rato sonó la alarma indicando nuestro inminen- co sobre el lomo en una suerte de apero, y relinchaba bajo un
te retorno al aula, no así pudiendo proseguir con la plática, Augusto que lo montaba enfebrecido, de quien su cabellera
de modo que nos fuimos de prisa porque a continuación el suelta se enredaba en mil formas, porque el aire se ensañaba
profesor de Matemática se hacía presente y no perdía un solo en sus hebras delgadas azabaches.
minuto; sin embargo, él no es nada aburrido, al contrario, nos Más tarde, el crepúsculo en un fino hilo de luz se apa-
entretiene muchísimo con mil y una sorpresas tanto que los gaba entre el umbral de una noche clara, los cerros reverde-
minutos se pasan volando mientras nosotros jugamos con los cían imaginariamente a plena noche y los muchos animales
números, con las cifras, las operaciones, con los cubos, líneas, silvestres retornaban a sus madrigueras o covachas. Ahí, en
y vamos, sin pretenderlo y sin darnos cuenta, aprendiendo a ese punto exacto de la noche, Augusto y Ludovico daban los
ser como Arquímedes. pasos finales antes de llegar a casa, donde seguramente les
esperaban los padres del último porque la hora era bastante
avanzada.
Ludovico llegó con la soga del bozal en la mano y Augus-
to en el lomo del animal, exhausto y adormilado, bostezando
de trecho en trecho.
Cuando llegaron a casa supieron que la madre de Lu-
dovico hacía un buen rato aguardaba por ellos y el padre ni
qué decir, echaba chispas. Pero a ambos, no bien los vieron
acercarse, se les esfumó la rabia por una cuestión de arte de
La fantástica trilogía de Anchoajo 39

mago y luego de algunos minutos ya estaban todos, incluidos


los hermanos de Ludovico, sentados alrededor de la mesa be-
biendo chapo tibio, acompañado de unos panecillos hechos
con huevos, harina y otras especies.
Empero, los ojos de Augusto no resistieron más y empe-
zaron a cerrársele como consecuencia del agotamiento por ju-
gar jockey, pues cuando menos en dos oportunidades estuvo
a punto de caerse de la silla. En esas estaba cuando a la ma-
dre de Ludovico se le dio por auxiliarlo sintiendo pena por él.
Además, era bastante tarde para que un niño cruce el campo
y llegue a su casa, así que le preparó con la ayuda de su mari-
do, una cama tibia e interrumpiendo la merienda, el padre de
Ludovico tuvo que llevarlo en brazos a descansar, alumbrado
por la lámpara que su mujer llevaba en la mano. Sin duda, el
travesear con el caballo por el heno lo rindió tanto que ahora
se veía envuelto por un sueño atroz, pero uno de ángel.
De pronto, una sabana árida y tosca se extendía desde
sus pies hasta el infinito. Más allá del horizonte, las dunas se
peleaban entre sí compitiendo por ser la que más figuras dibu-
jadas tenía en su superficie, como resultado de un viento que
se paseaba del lado opuesto al sol. Se levantaban de la nada
volviéndose cada vez de menos indefensas a más monstruo-
sas, pero en todo el desierto no había rastro de vida, nada por
aquí y nada por allá.
El sol aún lucía su franja roja al fondo y Augusto al fin
supo que su sueño había acabado. Se encontró repentina-
mente y de golpe en medio del desierto del que muchas veces
le hablaron, pero nunca tuvo la oportunidad de conocer; aho-
ra se encuentra en medio de él, pero en vez de asombrarse
por el paisaje, se siente más bien desconcertado y un helado
escalofrío a cuarenta grados de temperatura le sobreviene in-
tempestivamente.
Camina lento con un ojo de águila vigilante, eso sí. Pero
apenas sus ojos disimulan un breve resuello de relajamiento,
40 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 41

advierte que una hilera de musarañas se apresura por entre un amo o disfrutando de su libertad, que a menudo le habría
los montículos de arena. Una columna de menor a mayor va sido indiferente, una libertad ansiada también por los muchos
acarreando el alimento y, otras tantas, sin dejar de avanzar, camellos bactrianos que diariamente surcaban la sabana en
se zambullen en el mineral sin temor alguno de no volver a decenas de kilómetros. Empero, él no dudó en montarlo y
emerger. Es la primera vez que Augusto ve musarañas, ape- gracias a su docilidad supo pronto que ese camello lo sacaría
nas si conoció de ellas por las ilustraciones del viejo dicciona- de allí.
rio que tenía en casa pero no imaginó, en cambio, que estas La noche había caído ya, un montón de estrellas y luceros
tenían patas tan delgadas, una apariencia rarísima y que a lo parpadeaban incesantes y traviesas estrellas fugaces caían de-
mejor era cierto que tenían glándulas salivales venenosas. trás de todo. En el umbral, montado en el camello desaparece
Mejor cambió de rumbo, pero tras varias horas de cami- bajo la luna en medio de una inesperada tormenta de arena.
nar errante, de no encontrar a nadie en su ruta sin brújula y Para cuando despertó, su madre ya estaba en el umbral,
tampoco un solo oasis, decidió al fin que era mejor tomarse pero de la puerta de la habitación. Le dio un gran beso de
un breve descanso, pero con un sentido de alerta al tope. No buenos días y raudamente se lo llevó a casa para vestirlo y
obstante, se puso a maldecir su suerte, a chillar como una apurarlo para que vaya a la escuela. Esta vez Augusto llegó
Magdalena, a pedir a gritos un auxilio que nadie lograba oír. puntual, incluso antes que el crispado auxiliar que era a su vez
“Nunca más volveré a ver a mi madre”, pensó. “Ni a mis her- el portero, tirara de las aldabas.
manos”, y lloró más desconsoladamente porque supo que no Micaela lo esperaba en las escaleras que daban al aula, le
volvería a la escuela… cayó de golpe y su cara fue a hundirse sonrió al verle y le prometió un beso en la mejilla para la hora
en la arena. de recreo, naturalmente Augusto no supo el porqué, pero des-
En medio del vacío y la soledad clara, solo faltaba que la pués de la segunda hora de clase estuvo completamente con-
huella de una siniestra serpiente venenosa aflore de improviso vencido de no merecer el beso de Micaela, pues involuntaria-
y se acerque al cuerpo tendido de Augusto, para luego levan- mente, para mala suerte de él, hubo de olvidar traer consigo
tar un poco su cabeza y oler el aire exponiendo su lengua bífi- el libro de magia que le ofreció el día anterior.
da, pero cuando estuviera a punto de clavarla en alguna parte En efecto, ella no le dio el beso prometido pero contraria-
de su cuerpo, no contaría con que un peso de doscientos kilos mente a lo usual, no se dio por vencida, así que le consultó a
le caería encima. Augusto si podía ir a su casa por la tarde.
Las patas de un camello le aplastaron la cabeza hundién- –Claro –le dijo él–, no hay problema. Tras hacer algunas
dosela en la arena por un largo rato, firme; porque para cuan- tareas que tengo pendientes te podré dar el libro.
do le dio la gana de moverse de allí la sierpe casi inmortal –De acuerdo –dijo ella…
tardó apenas unos segundos antes de huir maltrecha a morir –¿A las tres está bien?
en algún rincón del desierto. –Sí –respondió él–, está bien.
Poco rato después, Augusto reaccionó dándose con la Aquella tarde redactaron al alimón una asignación de his-
sombra de un cuadrúpedo rumiante que era la de un camello toria, resolvieron algunos problemas de aritmética y colabo-
de dos jibas que le salvó la vida y que, seguramente, al encon- raron mutuamente en un dibujo que luego pintaron para el
trarse sin dueño y sin soga, vagaba por el desierto en busca de curso de Artística.
42 Mi libro de magia

Antes de las seis de la tarde se sentaron en el marco de


la puerta y, desde allí, mientras platican y degustan un dulce
de papaya, que la madre de Augusto preparó, observan a los
montaraces y campesinos que van llegando del bosque y, de Capítulo 7
un momento a otro, él saca de debajo de su camiseta el libro
de magia y se lo entrega, el cual ella recoge en sus manos MICAELA ABRE LOS OJOS PARA SOÑAR
inmediatamente.
–Tienes una semana para regresármelo, eh –le recuerda.
–Hecho –asiente ella. Coge el libro en una mano y abraza
a Augusto, le regala un beso en el carrillo y luego le sonríe
y…–: Adiós –se despide y se marcha con el libro en una mano,
y lo que queda de su conserva de papaya, que seguramente espués de algunos días con sus horas matutinas, ves-
terminará por el camino, en la otra.
D pertinas y nocturnas; cuando aún se sentía lejos la
atmósfera brumosa y lejos los sobresaltos, como si el
tiempo se hubiese detenido tal vez por azar a contemplar los
fresnos, las amapolas y pimpinelas, vacilante bajo el vuelo de
una oropéndola. Augusto continuaba, sin embargo, con su
habitualidad en casa y con mucho más entusiasmo departien-
do con sus amigos de escuela y vecindario.
Micaela, como todos en Anchoajo, había entrado en la
primavera, ahora que las flores en capullo emergen a cual-
quier hora de la noche con un viento que sopla frescos inter-
valos de una melodía, así como jugueteando entre las hojas
verdes de naranja. En todo el pueblo se respira alegría, dicha,
felicidad y las sonrisas están a toda orden.
Los animales silvestres a veces asoman por las callejas sin
que nadie les moleste o atrape, las abejas también alborean y
sobrevuelan con su dulce danza panales de almíbar, cuando
todos, absolutamente todos, advierten que las flores gualdas
y rojas se extienden a lo largo del prado como una sabana
intermitente que nos va acercando poco a poco al amor.
Al otro lado del río se encuentra el mariposario en me-
dio de arbustos que, en una suerte de brazos humanos, se
entretejen a modo de canción, una canción enigmática pero
a la vez tan visible y común. El mariposario es una zona pro-
La fantástica trilogía de Anchoajo 45

tegida no solo por personas humanas, sino también por una


imbricación de duendes, otorongos, hadas y faunos. Todo es
magia allí, han dicho los que han ingresado, pero a menos
que no creas en él, no podrías entrar. Sencillamente porque
se tiene que cerrar bien los ojos y caminar de frente como si
estuvieras pisando sobre nubes o sobre el agua o, mejor aún,
sobre algodón. De pronto todo se vuelve azul color del mar o
color del cielo, que para el paraíso que tienes enfrente una vez
abiertos los ojos da igual.
Lazos blancos descienden del cielo envolviéndote de una
pureza de misterio, y luego aparece el hada que con un solo
soplido te hace flotar dentro de una burbuja, cuya diafani-
dad permite que veas todo tan nítido y claro como si fuera
puro sueño, y te conduce a donde quieras ir sin que temas
por nada ni a nadie. Llegas hasta unas cataratas inmensas
con las que no puede compararse ni el Iguazú, donde el agua
es cristalina y luego comes flores de chocolate, bebes leche
de un manantial, para luego del recorrido de ensueño jugar
con el Fauno que te acompaña a la carrera por el hielo, y te
diviertes con él tirándole bolas de nieve y le das en la cara o
en las piernas y cae, y después él te lanza las bolas de nieve
por donde caigan y te derriba, y te ayuda a levantar y tú te
haz hecho la loca, y lo coges del brazo y lo tumbas, y ambos
ruedan formando una dantesca bola de nieve que llega hasta
los árboles de un otoño prematuro, pero al rato se despojan
de la nieve y se ríen y se limpian los abrigos, y se ponen a
correr otra vez por la nieve, a practicar sin mucha experiencia
esquí y todo eso ocurre mientras se escucha desde atrás de las
cataratas la melodía del Preludio a la siesta de un fauno, de
Claude Debussy.
Por la noche, los duendes que no son sino los gentiles
más queridos del mariposario, vestidos con atuendos de todos
los colores van velando tu sueño que es de querubín o mejor
de arcángel, a orillas de un río cristalino y cerca de una fogata
que, prodigándote de calor constante, no cesa y más cerca
46 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 47

de ti, una cuna de otorongos a la cabecera cuidándote del verdor de unas tercas enredaderas, con tal estrépito que ni el
peligro, de algún unicornio blanco que intentase asomar su rugido de los jaguares podía competir; abajo se formaba una
cuerno siniestro por allí. laguna también cristalina donde la gente nadaba, se zambu-
Micaela leyó día a día el libro, que capítulo tras capítulo le llía y, pocos o muchos, deslumbraban con piruetas atrevidas
arrebataba en casa que era toda de madera pintada de bar- y peligrosas.
niz, una emoción de asombro. La casa tenía dos pisos pero Los hermanos de Augusto, igual que él, inicialmente es-
parecía una casa en el árbol, el huerto que llegaba hasta el tuvieron sentados sobre unas piedras que la naturaleza a pro-
otro lado de la quebrada era una basta extensión de terreno, pósito había pintado de varios colores mientras la madre se
donde se levantaban bambús gigantes, se cargaba de frutos bañaba. Pero sus chicos ahora se animan a jugar haciendo
el mango, el pan de árbol y la piña de cabeza dorada que líneas y figuras en la arena o greda; aunque Alcides, que es el
brillaba en todo el huerto. Las frutas eran una bendición que más chiquitín de todos, ha encontrado una mejor manera de
caían como maná por sí solas sin que nadie las recoja. Al paso divertirse: ató solito unos bejucos de un lado a otro y se mece
del tiempo volvían a germinar las semillas, de modo que con- hasta el agua como límite. Gabriel tiene ahora dos caraco-
tinuaba el ciclo del follaje golpeado por el viento. En su patio les entre manos que halló en algún lugar, pero los abandona
posterior había dos panales de abejas que protegía con esme- luego sobre tierra ya que está seguro que no huirán porque
ro, como quien se deja picar cuando se asoma a ver las miles aun cuando se desplazasen, no alcanzarían el medio metro de
de abejas obreras alrededor de la reina, fabricando cera, miel, distancia en toda la tarde.
jalea real y alimentando a las larvas. También criaba conejos Con el vaho de rarísimas pestes muchas de las especies
y unas tiernas charapitas. Al fondo de todo algunas casas de que vivían alrededor de la cascada como el cangrejo azul,
palomas que ella misma no sabía desde cuándo visitaban su los monos voladores, el venado de un solo cuerno y los lo-
casa, pero que, conmovida por su presencia traviesa y canto- ros de rojo absoluto, habían desaparecido definitivamente y
ra, construyó el albergue para que su paso por Anchoajo les ya no eran sino un nostálgico recuerdo breve para los viejos
sea más cálido y hospitalario que en otros lugares; de modo habitantes de Anchoajo. Apenas tímidos hilillos de agua bro-
que dejaba diariamente en pates, granos de maíz, migas y taban del subsuelo donde antes burbujeaba la laguna, y las
agua en las casitas que ella, ayudada por Almudena, algu- rocas ahora convertidas en una agreste porción de sequía es-
na tarde de ocio, construyó con delgadas capas de triplay y taban envueltas por una hierba muerta. Todo se hacía rancio
alambre, dejando una puerta elíptica para el ingreso y salida y lóbrego entre enredaderas extinguidas y, en medio de las
de las aves. bolsas, tapas y botellas de plástico, llantas sin su carrocería y
Como pocas veces ocurría los domingos, la madre, Au- envases enlatados de embutidos y lácteos.
gusto y sus dos hermanos salieron de casa acompañados por Ello no era sino el espanto vivo, el horror que sentían
un par de cestas. Era la tarde de un espléndido sol primaveral unos niños jugando a ser expedicionarios o descubridores de
y, sin duda, la cascada de Anchoajo no se había convertido un nuevo mundo, al que era fácil confundir con un hermoso
sino desde hace mucho, en un gran destino de fin de sema- sueño del cual no se quiere despertar.
na. Era una cuyas aguas descendían desde los cien metros Augusto lo pensó mientras cargaba a Alcides y lo tiraba
con sus burbujas cristalinas, estrellándose en las rocas y en el al agua buscando un trampolín. Los caracoles que Gabriel
48 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 49

supuso no alcanzarían el medio metro han huido, ayudados más que sueños que de manera fortuita se acomodaban en la
por su baba que funcionó como deslizante entre las piedras mente; no obstante, muchos cabos sueltos merodeaban fur-
o paredes de barro. Ahora todos están juntos, chispeándose tivamente entre los sueños y la realidad, lo cual no era nada
agua, zambulléndose y jugando unos con otros. sospechoso, sino fuera porque él mismo no estaba dispuesto
Almudena, amiga de Micaela, ha venido a visitarla vesti- a atar.
da de azul entero, acompañada por una bolsa de trapo que Micaela acompañó a la puerta a Almudena, la niña más
contiene galletas caseras, y refrescada por un perfume de hermosa de la escuela, pero no contaba que ella se regre-
jazmines que en la calleja aún perdura luego de sus pasos. saba con el estribillo de que la chica del libro se traía algo
Ambas se acomodan alrededor de la mesa de madera que se entre manos, y su sospecha no hacía más que ahondar en
ubica en una sala pintada toda de color melón. En el centro los rumores que constituían toda una comidilla en el pueblo,
de la mesa, con letras doradas en una carátula de ensueño, de que habían empezado a acontecer sucesos muy extraños
estaba el libro de magia que ella colocó allí para motivo de la desde que a un tal Augusto se le ocurrió hablar de un tal libro
reunión. de magia.
Almudena observó mientras leía una de las historias del
libro, que los ojos y el rostro de Micaela se llenaban de luz.
Al principio, a decir verdad, su amiga se resistió a creer en la
magia del libro pero, tras la lectura, venía el comentario de
Micaela y luego, a absolver cada pregunta de Almudena, así
más pronto que tarde fue entendiendo mejor y empezando a
creer.
En esas estaban cuando de pronto un vientecillo se coló
por la ventana abierta; traía un polvo brillante y escarchado
que fue a dar directamente a las páginas del libro que Micaela
tenía en las manos. Se asustó, pero no lo suficiente para tirar
el libro, más bien lo sujetó con fuerza aun cuando la luz cen-
telleante le hería los ojos dejándola inmóvil; entonces la luz se
fue desvaneciendo de tranco en tranco en el interior del libro,
el cual se cerró y resbaló al fin de sus manos. ¿Estás bien?, le
preguntó Almudena; pero ella tardó apenas unos segundos
antes de responder que sí, que no había problema, que se
sentía muy bien.
Ese fue el comienzo de un gran misterio. A partir de aquel
momento, ya no solo Augusto sino también Micaela formaría
parte de asombrosos y extraños acontecimientos que ocu-
rrirían en Anchoajo que, a decir de Augusto, no eran sino
Capítulo 8

MONEDAS DE ORO

la hora de recreo, Augusto, Leonidas y Micaela se en-

A contraban, como no ocurría usualmente, en la pla-


zoleta; echando de menos a Ludovico que no había
asistido a la escuela. A Leonidas se le ocurrió algo poco usual
en él: contar una historia; sin embargo, hoy se le ha dado por
hacer remembranza de aquello que alguna noche de infancia
la abuela le narró, así como quien busca consolar el sueño en
una cama amplia que compartían, allá en un pequeño pueblo
de la costa.
Mi abuela se pasó la vida –dijo–, contándonos la historia
de cuatro pescadores que un día se echaron a la mar a bordo
de una embarcación mediana, provistos únicamente de sus
redes de pescar; fueron avanzando aguas adentro en busca
de la abundancia marina, y sí que era abundante pues siem-
pre regresaban con la barca repleta y las esposas felices y ellos
también. Pero una noche, de vuelta a la playa, traían entre
sus redes una preciosa sirena de cabellos de grana que por su
ingenuidad se dejó atrapar. Su cabellera le invadía el cuerpo,
su cuerpo de pez y la piel tersa apenas si fue admirada por
los hombres de mar; pues, tan pronto la dejaron en la arena
envuelta con la red, uno de ellos se dispuso a ir al pueblo
para dar aviso sobre el hallazgo; en cambio, ella que hasta ese
momento no había proferido ni un solo vocablo, volviéndose
aún más misteriosa, con solo tibios gemidos –que aun pegan-
52 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 53

do la oreja no podían oírse–; no dudó esta vez en hablar, y lo En cambio, de aquellos años para hoy, solo quedaba el
hizo para implorarles que desistan de la intención de alertar al recuerdo célebre de los antepasados, y la resignación que se
pueblo sobre su presencia y que, a cambio de eso, les entre- atenuaba cada día esperando un milagro o acontecimiento
garía un baúl repleto de monedas de oro, diamantes y piedras extraordinario para volver a atrapar una sirena en las ricas y
preciosas. paradisiacas aguas del mar de Lambayeque. Por eso es que
Fue, sin duda, una oferta nada desdeñable, a lo que po- para los pescadores que no aceptaban el cuento del baúl, sig-
cos se hubieran resistido; sin embargo, luego de una breve nificaba la fama indiscutible de cazadores de sirenas y, con
discusión entre los cuatro, dos de ellos aceptaron y los otros suerte en el sorteo, quedársela uno de ellos como esposa.
dos no, estos últimos preferían la fama y gloria antes que par- Se lanzaron al pueblo para hacer alarde de su proeza,
te del botín. Era cierto que por esa época guardaba un gran pero antes la sirena les advirtió: si alertan a la gente para que
prestigio atrapar una sirena y su solo peso valía oro, que ni se venga a verme, les aseguro que mañana a esta misma hora
comparaba a un despreciable baúl. Todo el mundo quería te- de la noche, el pueblo habrá desaparecido entre las aguas y
ner por esposa a una de ellas, sobre todo si eras pescador, de no quedará un solo rastro de vida sobre él. Al concluir, esta
modo que por nada absolutamente era transable el asunto. vez los cuatro se rieron a carcajadas y le arrojaron arena al
Los mochicas que constituyeron una de las culturas preín- pez.
cas más importantes del Perú, organizaban redadas por todo
Tras el anuncio por todo el pueblo, la multitud se abalanzó
el litoral con la única finalidad de arrebatarles a los pescadores
al puerto como una hilera de hormigas. De todos los extremos
sus mujeres, las cuales eran bellas sirenas de cabellera dorada
del pueblo, de las lomas, del campo, de lo más lejano, llegaron
y piel suave de pura seda, incluso sus escamas y que por ellas
atraídos por la noticia, para rodear y observar estupefactos la
el tiempo no transcurría porque siempre estaban a flor de piel,
presencia de una sirena atrapada que yacía en la playa.
primorosas y lozanas.
Así, la nobleza mochica se hizo de un importante séqui- Pero los rumores fueron tornándose poco a poco en vo-
to de sirenas que vivían para la exhibición en un gran acua- ciferaciones y exclamaciones, habiendo quienes exigían se le
rio especial que no era de vidrio, y se exponía al público en dé muerte, porque presumiblemente se trataba del mismísimo
determinadas celebraciones religiosas y de guerra durante el demonio, para lo cual las biblias, crucifijos y una ristra de sor-
año; como también el soberano mochica podía escoger en- tilegios estaban a la orden del día; como lo estaban también
tre alguna de ellas a su próxima concubina. No obstante, la las fotografías y los más curiosos que querían tocarla. Al final,
degradación llegó a extremos impensables con bebés peces se dijo que era una maldición y que lo mejor era regresarla al
y otras combinaciones genéticas muy raras; aun así, era de agua, pero nadie hizo nada, ni los propios pescadores envuel-
muy buena suerte saber que se podía contar con sirenas en la tos por una inédita confusión supieron qué hacer con ella.
comarca, cuyo período de vida muchas veces concluía en las Sin embargo, la sirena no esperó que anocheciera al día
pirámides del Monte Pómac, por eso hasta nuestros días no siguiente para cumplir su promesa porque la marea comen-
es extraño, luego de las excavaciones, hallar restos marinos zó a subir rápidamente sin que nadie llegue a advertirlo y,
como moluscos y esqueletos de peces junto a una frondosa cuando al cabo del desconcierto se fijaron en las olas, estas se
orfebrería, cerámica polícroma y tejidos en una suerte de re- habían convertido en monumentales, y presurosas arremetían
voltijo histórico y legendario. contra la costa; además, casi de improviso una garúa de gotas
54 Mi libro de magia

imperceptibles se había convertido en toda una tormenta de


dimensión universal.
Rayos y truenos rompían la atmósfera hasta hace solo al-
gunos momentos en paz; eran fogonazos increíbles que nunca Capítulo 9
antes habían caído sobre el pueblo en toda su historia, y un
viento salvaje empujaba las olas descomunales más allá de LA MELODÍA ENCANTADA DEL CHARANGO
los extramuros y la gente aterrada corrió a protegerse. Sin
embargo, todo fue en vano, la furia de la sirena se había des-
atado y no era sino un escarmiento ejemplar para que se en-
tendiera a esa especie. Pero ella murió en la playa solo apenas
acompañada de un resquemor en solitario, maniatada con
redes y cadenas; aun así, antes que cante el primer gallo, todo ajo un gigante y raído árbol de amasisa, Augusto cayó
el pueblo se encontraba sumergido bajo las saladas aguas de
un mar azul, que a punta de maretazos lo desapareció por
completo.
B en un sueño profundo. La tarde se le había ido por
los dedos jugando con Micaela en el huerto inmenso
que ella tenía y en el cual tuvo a su disposición mil frutas que
Sobre lo que dejó la marea, poco tiempo después, se fun- no pudo acabar. Empezaron corriendo de un lado para otro,
dó el nuevo pueblo inicialmente aislado de los demás, pero luego de árbol en árbol haciendo crujir el follaje, para después
muy pronto se conectó con otros a través de unas precarias resbalar por una pendiente de arena y, finalmente, llegar al
vías. A la gente se le borró rápidamente el recuerdo del pue- otro lado del río flotando en una balsa de topa, la que ataron
blo antecesor y la abuela de Leonidas se convirtió en una de con bejucos y echaron al agua. La ribera del otro lado había
las primeras habitantes que, por el azar, una noche de desve- sido invadida por decenas de hectáreas de caña brava que
lo trajo a la memoria algo que rara vez alguien recordaba o asistían frente al sol, a una fiesta de filosos cuernos verdes.
quería revelar. Pero, antes de llegar a casa, Augusto se venció por el agota-
Un trozo de madera flotando se hundía en el horizonte miento y, sin preverlo, con el pretexto de protegerse del sol
y una sirena de cabellera azabache, quisquillosa y excitada, momentáneamente, se apoltronó bajo el árbol quedándose
jugaba sola a las zambullidas en medio del océano. La cam- raudamente envuelto por un sueño repentino…
panita que anunciaba el regreso a las aulas sonó cuando en Una sombra inesperada le azotó la cara con una rama
ese momento Augusto, Leonidas y Micaela ingresaban en fila pequeña, logrando despertarlo. Al hacerlo, descubrió al duen-
india. de típico de sus sueños: raquítico, de orejas y cabello largo,
piernas delgadas sin un solo vello pero con raleados vellos
en la cara, un sombrero de paja, zapatos de cuero en punta y
vestido de verde con un cinturón dorado. Al verlo despierto
le sobrevino un ataque de risa que mostraba su dentadura
intacta e impecable a través de su boca ancha. Augusto, en
cambio, no se vio impresionado por nada; la sola apariencia
La fantástica trilogía de Anchoajo 57

del duende le era tan común y, más bien, con serenidad, le in-
crepó por haber interrumpido su apacible siesta. ¡Eso sí no se
lo perdonaba! Pero el incómodo visitante no reparaba en su
indiferencia; por el contrario, se tiró al piso y ahí siguió rego-
deándose a carcajadas mientras Augusto elucubraba las más
insólitas ideas: ¿Será que tengo la cara pintada por esas rosas
que Micaela frotó en mi rostro?... ¡Quiero en este preciso mo-
mento un espejo!... ¿O se me habrán alargado las orejas de
tanto oír los gritos de Micaela a los que no hice caso y ahora
estoy convertido en todo un duende, tan solo por no regresar
con ella al huerto? Pero la balsa no resistía, además se desar-
mó y no hubo cómo repararla; por eso era necesario que ella
regrese en lo que quedaba de la balsa y yo me las arreglaba
como podía, aunque teniendo solamente frente a mis ojos un
inmenso cañaveral… ¡Eso nos pasa por creernos explorado-
res y surcar el río como si se tratase de una tina!
Cuando el duende estuvo a punto de llorar de risa, la efi-
gie de Augusto, de pie, firme y con un gran palo en la mano
derecha apuntándole, le empañó los ojos, causando de in-
mediato el desvanecimiento de su risa y devolviéndole a la
atmósfera su anterior silencio. Solo entonces una misteriosa
melodía que brotaba de las cuerdas de un charango se fue
propagando por todo el pueblo, colándose por entre las hojas
y ramas de cedros, caobas, amasisas, cañas bravas y crestas
de un río sagrado y dulce.
No obstante, nadie advertía aún de dónde provenía la
pegajosa melodía que tanto a Augusto y al duende tenía ab-
sortos. Pero el duende no esperó más y se puso en pie para
observar a todos lados con el rabillo furtivo del susto; sin em-
bargo, su búsqueda no tuvo éxito, aunque ya para eso la in-
triga de ambos aumentaba con un halo de misterio que les
cundió de pronto.
Una melodía enigmática no solo es cosa de duendes,
pensó Augusto. Había oído, sendas veces, la melodía que
el charango en sus diversos acordes era interpretado por los
58 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 59

músicos en las fiestas patronales de Anchoajo. No obstante, ahí, los cuales huyeron en estampida vaticinando lo peor. Po-
esta era sin comparación alguna, porque las tonadas de sú- cos segundos después la hechicera Atanué Carrel se apareció
bito advenimiento eran para él de un misticismo absoluto, de volando, dibujada por una risa en la boca de lata que tenía
una composición de notas que se convertían en pura magia. en el rostro, el cabello purpúreo desgreñado y con un vestido
Ambos, sin mediar un acuerdo previo, pero en cambio sí con rojo larguísimo que llegaba hasta el océano. Se detuvo frente
un solo fin, emprendieron el camino hacia donde suponían a Augusto y le sopló su aliento en la cara, lo que ocasionó que
era el origen de la melodía, la cual, ciertamente, se oía por en instantes tuviera decenas de arañas caminándole por toda
todo el bosque, embrujándolo; aún así, no fue tan difícil llegar su faz. El duende, despavorido, se trepó en el árbol de jagua
pero tampoco fue fácil: unas marañas con bejucos venenosos, en un santiamén. Desde allí solo atina a observar en medio
zarzas caprichosas que emergían de pronto en el camino y del temor que encerraba soportar la presencia de la hechicera,
cuanta cuna hubo que deshacer para despejarlo se realizó y a un Augusto que rebosante de arañas se mantiene incólume
ahora recién, y después de todo, estamos frente al trovador mientras el Fauno, congelado de estupor en sí mismo, mantie-
que no es otro que este Fauno sosteniendo trastes, cuerdas y ne los dedos arañando las cuerdas del charango, porque era
caparazón de armadillo, pero logrando con una maestría vo- ese el hechizo que Atanué Carrel, luego de haberle liberado
luntaria esta mágica tonada que no acaba, sino que es un hilo momentáneamente de sus cadenas, le impuso para atraer a
Augusto, pues a parte de ser un gran dios mítico de las selvas
infinito de notas anómalas pero tan hermosas a la vez que a
era un gran compositor de músicas bellísimas. Luego volvería
mí, al duende y a saber quién más, “nos ha embrujado sin
a colocarle las cadenas y los grilletes, sin que él ponga resis-
poder resistirnos”, habría susurrado Augusto en silencio.
tencia alguna y sería llevado nuevamente al castillo donde
Un grupo de árboles viejos y frondosos se abren a sus pies
ella vivía y donde albergaba, además, a numerosos esclavos
construyendo un maravilloso paisaje verde y tropical; apenas
que adquiría como resultado de sus prolongadas cacerías en
si permiten que algunos escurridizos rayos de sol se cuelen
el bosque, a los que encomendaba alguna labor maléfica.
por un tragaluz que son sus ramas caídas. El Fauno, que esta- Augusto sabía quién era ella, de sus hechizos, sus mal-
ba bajo uno de ellos, presentaba en sus muñecas la huella de dades y de su gusto desmedido por extraviar a las personas
unos eslabones y en sus pies las señas de los grilletes, tenía la que se le antojara, pero también estaba al tanto de su insania
cara pálida y estaba tiritando. Era extraño encontrar un Fauno sobre él porque, sin duda, era la piedra angular que le per-
en esas condiciones: ¿como esclavo… y tiritando en pleno mitiría salir de los sueños hacia el mundo real, para convertir
calor? Augusto le miró a la cara, el Fauno también, enton- finalmente al planeta en una gran aldea que ella gobernaría,
ces una lágrima gris se derramó por las cuerdas, para luego logrando, sin que nadie lo pueda evitar, enraizar y expandir la
quedar fundida en el interior del charango. Evidentemente, el maldad como único sentimiento por todo el orbe. Pero para
músico no se sentía feliz de estar allí, pues solo bastaba anali- ello era preciso antes manejar dos situaciones: la primera,
zar algunas conjeturas para darse cuenta de quién estaba tras descifrar las viejas anotaciones personales de Galileo Galilei
de todo esto. y, la segunda, apoderarse del libro de magia de Augusto para
Un viento glacial golpeó con fuerza el rostro del duende, cambiar su final. Luego sería cosa fácil realizar los experimen-
de Augusto y del Fauno y a los animales que merodeaban por tos con humanos en varios laboratorios y, después, extender
60 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 61

la maldición a cien años. Augusto era el puente, pues solo lo hizo también Atanué Carrel, pero perseguida por el enjam-
con imaginarlo era capaz de trasladarse de un lugar a otro, de bre laborioso de unas redentoras avispas africanas de las que
un determinado espacio de tiempo a otro, sin problemas, y no podía desprenderse.
de pintar con el color que prefiera las imágenes de realidad y La rama de la jagua, sin embargo, no pudo resistir de-
fantasía de sueños y despertares. masiado y cedió. Al caer, Augusto se dio cuenta de que se
Galileo Galilei tenía dentro de sus anotaciones personales hallaba en medio de un gran colchón de algodones azules y
guardadas bajo siete llaves en un iglesia europea, la geome- en la cabecera de una almohada blanca y suave, cuando en
tría exacta para la construcción de un observador del espacio ese momento su madre se apuraba en despertarlo.
y la lista de los materiales, las notas de procedimientos para
la fabricación de naves de transporte interespacial, y muchas
páginas sobre la certeza de otro tipo de vida fuera de este pla-
neta miserable al que así llamaba Atanué Carrel.
De modo que tenía que vencer a Augusto para que lue-
go él mismo la traslade a la iglesia donde se encuentran las
anotaciones personales de Galileo Galilei (o por lo menos eso
era lo que pensaba y sabía Augusto; sin embargo, él mismo
decía que con la hechicera uno nunca estaba seguro de lo que
ocurriría). Pero ella desconocía que también para Augusto su
existencia significaba de vital importancia y, lo que era más,
un solo músculo de él no sentía temor al verla por eso es que
estas arañas apenas venenosas, no eran sino un mal rato a lo
mucho, y entonces cayó en la cuenta de que ya estaba bueno
de pérdida de tiempo y tolerancia, porque además había em-
pezado a sentir un leve cosquilleo a causa de los tentáculos.
Un enjambre de avispas africanas se aproximó de repente
atacando a la hechicera al unísono, clavándole sus aguijones
en partes blandas y duras de su cuerpo, y aplaudidas desde
el árbol de jagua por el duende. Augusto había concluido su
parte y cayó en la cuenta que, de seguir abajo, hubiera sido
víctima por confusión, de las avispas africanas, por lo mismo
que no tuvo que pensar demasiado cuando optó por subirse
al árbol donde se encontraba trepado el duende, para poder
apreciar con mayor regocijo el espectáculo avispahechizano.
El duende se percató de que Augusto no tenía más esas horri-
bles arañas recorriéndole la cara, habían desaparecido como
Capítulo 10

EL MUNDO DE UN EXTRATERRESTRE

oda la tarde se la pasó pensando en la historia que

T le contó su compañero de clases; no muy a menudo


se reunía con él, pero cuando lo hacía algo ingrato le
revelaba sin que Augusto indagara demasiado, a Roberto se
le daba por ser así, hablaba como un loco desbocado aunque
casi siempre tenía la razón de su parte o convencía a todos
con su certeza.
Su padre, un astronauta asentado en una base de Cabo
Cañaveral, murió cuando Roberto apenas era un bebé. El
tipo abordó, junto con otros cinco tripulantes más, un trans-
bordador cuyo nombre fue quizás Discovery o Atlantis, aun-
que decía no recordar con exactitud, para una misión fuera
de órbita que no era otra cosa que recoger lo más sólido de
eso que llaman basura espacial, la cual yacía flotando varias
décadas atrás entre los gases fuera de la atmósfera terrestre
y debía ser reciclada dentro de la nave; porque este trans-
bordador era uno de los muchos que estaban programados
para esa misión (algo así como la ‘Baja Policía’ de la Nasa);
sin duda, Cabo Cañaveral sabía de este grave problema, el
cual, abandonado a su suerte jamás desaparecería, más bien
estaban seguros que acabaría perjudicando de manera seria
a las futuras expediciones.
Pero resulta que la nave de exploración sufrió un desper-
fecto rutinario en esas tareas, exactamente en el sector de la
64 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 65

compuerta lateral, lo que mereció que el padre de Roberto Fueron preguntas sin respuestas que se hizo toda la tarde
se dirija hacia allá para reparar el daño. No contó, sin em- e, incluso, mientras concluía las tareas, repensaba e imagina-
bargo, con que uno de los astronautas le empujaría fuera de ba sobre el triste final del padre de su compañero de cole, sin
la nave, cayendo al espacio para flotar ahí eternamente, ya que por eso deje de tener, como ahora, despiertas las ganas
que el transbordador cerró puertas y escotillas y regresó a la de convertirse en un gran cosmonauta, y navegar por el es-
Tierra; a partir de ese momento nadie supo de él y se inventó pacio descubriendo otros mundos y librando grandes hazañas
alguna retrucada excusa para los familiares. en honor a la humanidad.
–Es puro cuento –alegó uno de los chicos que, como yo, Al caer la noche ni los zancudos penetraban el mosqui-
escuchaba el relato. tero, como tontos se estrellaban de golpe para volver sin su
–Sí, yo también creo que es mentira. Es una vieja historia gota de sangre al bosque. Esta era una noche poco común; el
que cuentan nuestros abuelos cuando no pueden explicar la firmamento límpido se extendía como una fina capa de azul
ausencia de los padres –dijo alguien. claro o verde azulado, no habiendo una sola estrella pero sí
Sin embargo, a Roberto le valió lo que creyeran o dijeran; una luna llena a viva luz que lo alumbraba todo, compitiendo
era poco o menos importante saber qué pensaban esos chim- con mucho éxito con las luciérnagas que, acantonadas en los
pancés, ya que él estaba absolutamente convencido de que pantanos, aguardaban la madrugada para sobrevolar el río
Huallaga que toda la noche desplazaba en sus aguas, barcas
su padre fue un gran astronauta y murió traicionado, pero
y canoas de tripulantes extranjeros que llegaban y se iban de
como un gran héroe; de modo que no se lio con ellos en una
Anchoajo.
vana discusión, por el contrario, sonrió y se apartó para seguir
“¡Llegar a Saturno tan pronto fue increíble, espectacular!
jugando al cajón y luego a las bolichas.
No obstante, tuve que sortear sus anillos milenarios, lidiando
En cambio, Augusto no quitó de su cabeza esa idea del
en cada uno con el gas helado y el hielo; pero ahora al fin
viaje al espacio. Empezó a sentir fascinación por uno de esos,
Saturno estaba a la vista; estoy sobre su suelo”, exclamó Au-
pero como capitán de transbordador era, sin duda, soñar des- gusto.
pierto viajar en una misión como el Apolo a visitar la Luna, “¡La superficie es de una luminosidad absoluta a causa
Marte, quizá Júpiter y seguir por la Vía Láctea atravesando del Sol que alumbra con tres veces más intensidad que en
intensas lluvias de meteoritos y sortear un impredecible co- la Tierra y, por su propia incandescencia interior, tiene los
meta que se aproximase a la Tierra, o evitar el impacto de satélites más grandes que haya visto!”; pero él continuaba de
un meteoro con el planeta desintegrándolo en el espacio y, a tranco en tranco y por momentos parecía acercarse a algunos
partir de entonces, elevarse como héroe del espacio a quien cráteres creados por la lluvia inevitable de meteoros ambu-
la humanidad le debiera su salvación. lantes que han caído sobre su superficie, convirtiéndolos en
¿Y si no hubieran echado del transbordador al padre de grandes socavones obscuros donde apenas la tenue luz de su
Roberto? ¿De qué causas habrá fallecido si es que falleció? traje espacial le ayudaba a atinar bien el paso.
Ah, ya sé. Infrarrojos y Rayos Gama lo extinguieron… ¿Por Hay unos castillos que no están construidos de ladrillos ni
qué querrían deshacerse de él? Y, ¿dónde terminó la nave? adobes, ni piedras ni cemento, pero se levantan en unas to-
¿Regresó en verdad a la Tierra o se perdió en el espacio?... rres monumentales en cuya altitud se puede divisar claramen-
66 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 67

te cuarzo translúcido a modo de tótem, que no es sino una con la diferencia que aquella composición era el resultado de
bandera de nación o cultura que apenas si podíamos imagi- la aleación de metales y gases que las hacía sorprendentes
nar. Las paredes eran endebles por momentos y, por otros, pero tóxicas.
sólidas como granito. Las puertas y ventanas eran demasiado Al cabo de unas horas de tragedia pluvial y de frenesí ul-
transparentes como para no observar qué había detrás, pues travioleta, todo menguó, permitiendo que Augusto regresara
estaban hechas de un material parecido al tul y las ventanas a los castillos asombrosos que observara hacía unas horas;
sin cortinas, más bien al parecer con un espejo al fondo. no obstante, la ingrata revelación que el camino desapare-
Augusto, después de contemplar los insólitos palacios, se ció porque sobre él se habían formado colosales montículos
desplazó aún turbado, más al Norte, pero tan solo luego de de polvo espacial con gran cantidad de desechos sólidos, lo
unos pasos sobrevino al planeta una intensa llovizna de mi- perturbó aún más y le sobrevino, en una dosis de nostalgia,
neral y polvo interplanetario, pero supuso que se trataba de el recuerdo de los palacios enormes de tul y lo sintió tan leja-
algo pasajero que a lo mejor la combinación de radiación y no como pensar en la Tierra. En cambio, camino a la nada,
su propia atmósfera creaba esa llovizna, de manera tal que se encontró en medio de un desierto semejante al Sahara,
prosiguió camino a unas montañas rocosas para continuar atestado de oasis cristalinos, cuya agua inexplicable brotaba
explorando Saturno; no obstante, todo hubiera ocurrido tal como chorros de vida del mar Rojo y, arriba, no tan lejano
como lo previó él, si no fuera porque a la llovizna le siguieron como el recuerdo tétrico de los palacios, un sol dorado de
rayos Gama y rayos ultravioletas, que en una suerte de com- viva alma, águilas de un solo color volando confundidas entre
bate intergaláctico, se vio librado en este planeta a propósito las nubes y una silueta de mandriles colorados volando todos
de la llegada súbita de Augusto. Un cráter de menor diámetro, como si se tratara de pájaros.
sin embargo lo suficiente para utilizarlo de refugio, se presentó En la orilla de uno de esos oasis, de improviso empezó a
frente a sus ojos impávidos que contemplaban con estupor la brillar algo, seguramente un elemento que llamó fuertemente
lluvia de mineral, ahora eléctrica, con rayos diabólicos que la atención de Augusto, quien se dirigió allá pero con cautela.
chocaban como fogonazos sobre la superficie amarillenta y Al llegar, en cambio, solo encontró un trozo de espejo que en
crateriana de Saturno. contacto con la luz solar despedía un rayo luminoso capaz de
Al lado del cráter solo podía vislumbrar entre la bruma llegar muy lejos, no obstante, al volver atrás alguien le empu-
un gran acantilado, recto como una jabalina, que se extendía jó con fuerza haciéndole rodar por la arena, cayendo medio
hasta un océano o eso fue lo que le pareció ver, y tan pronto cuerpo en el agua. Entonces descubrió a un tipo de estatura
lo decidió se marchó para el acantilado exponiéndose como muy baja, rechoncho, de tez clara como el papel, pero trans-
niño travieso a quedar achicharrado por los rayos. No obstan- parente como el mismo agua, algo así como leche translúcida
te, el acantilado le sirvió de covacha imprevista, prolongándo- y empezó a moverse de un lado a otro como inquietado por
se ahí su permanencia hasta el término de la tormenta. Desde cosquillas, pero en silencio mirando a todas partes, como si
allí descubrió un vasto mar pétreo, donde apenas podía di- buscara saber si había más seres como Augusto, quien estaba
visar algunos peces, ostras y algas fosilizadas, que existieron a punto del vértigo, y un halo de terror le cogió de pronto
alguna vez en ese mar y en las orillas, como en las costas de la como escalofrío tibio de espanto y solo atinó a observarlo
Tierra, sendas rocas creaban lomas medianas y gigantes, pero desde la arena.
68 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 69

–Hola –le dijo al extranjero. la tormenta nos quedamos aislados e incomunicados casi por
–Ho… la –titubeó él. completo con el resto del universo.
–¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde viniste? ¿Qué estás ha- –Guau, qué escucho. Todo es tan perfecto y avanzado
ciendo por aquí? aquí, ustedes superan los videojuegos de la Tierra, eh.
Le hizo tres preguntas; Augusto no sabía por cual empe- –Todos aquí, en casa, tenemos la facilidad de oír más de
zar. Al final de todo tenía que pronunciar algo, “no es bueno mil emisoras de radios en alta frecuencia a través de ondas
quedarse callado cuando alguien te hace una pregunta, sobre electromagnéticas, y algunas veces hasta ponemos programas
todo en estos momentos”, reflexionó para sí. que se transmiten desde tu planeta; aunque no mucho, pues
–Mi nombre es Augusto, vengo de un planeta llamado en verdad en otros planetas hay más variedad y tienen un
Tierra y, bueno, solo quise explorar Saturno; pero si no te contenido de mayor nivel.
importa ahora mismo me regreso pa’mi planeta –le dijo, tem- –Eso sí, tienes razón. Pero si en la Tierra tuviéramos ese
bloroso y poniéndose en pie. sistema que ustedes poseen, tenlo por seguro que yo oiría
–No te preocupes, no tengo inconveniente de que estés esas mejores frecuencias.
aquí; por el contrario, me alegra ver a un ser distinto a mí. Mi –Pero nosotros no solo oímos, también vemos, aunque
nombre es Senturiel, soy natural de este planeta y vivo muy no en tiempo real, pero lo dejamos que se grabe y al día si-
cerca de donde estamos. guiente lo visualizamos.
–¿Tienes familia, Senturiel? –le preguntó ya en confianza –Ah, bueno, eso también pasa en la Tierra; pero nosotros,
y más relajado. en mi país, le llamamos microonda chola. Ja, ja, ja.
–¿Qué es eso? Senturiel también se rio aunque sin entenderlo, solo por
–Parientes, o sea gente que vive contigo en tu casa. Tu seguirle a él, pero con una risa bastante torpe que seguramen-
padre, madre, hermanos. te le causó más gracia a Augusto.
–Ah, sí; tengo madre y padre pero no tengo eso último… –Sí que fue muy fuerte esa tormenta, lamento mucho lo
¿Cómo dijiste? que les ha pasado, –le dijo Augusto, parando la broma.
–Hermanos –repitió Augusto. –No fue solo la tormenta.
–No, eso no tengo. Acá los padres solo pueden tener un –¿No?
hijo. –No. Ayer impactó la superficie de Saturno un meteoro
–¿Vives con tu papá, tu mamá… dónde están todos? que casi lo parte en dos. Ese gigantesco cuerpo celeste ha des-
–Ah, sí, vivo con ellos; en este momento deben estar ex- truido estructuras milenarias y matado a cientos de miles de
plorando una de las lunas de Saturno, quizá Tetis o Jápeto. habitantes sepultándolos; apenas unos pocos sobrevivimos y
–Y… ¿qué buscan? solo algunos edificios se mantienen aún en pie, pero no sabe-
–Materiales. mos hasta cuándo, pues los remezones se sienten diariamen-
–¿Materiales… qué tipo de materiales? te, a veces intensos y prolongados, pero a veces tan leves que
–Hebras de rayos sólidos, clarifalia y mampostería de pasan inadvertidos.
neón. Necesitamos todo eso para reconstruir nuestros hoga- –Es cierto, he sentido algunos desde que estoy en suelo
res y los sistemas de conexión interespacial, porque luego de saturnal, pero creí que se debía a la gravedad.
70 Mi libro de magia

–No es así –reparó el extraño ser.


Senturiel se puso triste, aunque pronto se le iluminaron
los ojos cuando vio que sus padres se acercaban en una nave
rarísima para Augusto, donde traían lo necesario para recons- Capítulo 11
truir su hogar y restaurar las comunicaciones, que hacía que
su vida sea absolutamente normal y completa. LAS FLORES ÁUREAS DEL JARDÍN
Empezaron a zarandearlo luego de haberle retirado la
sábana y le dieron bofetadas suaves para despertarlo, y él,
cuya interrupción no habría deseado, observó ya despierto
a través de los cristales de sus ojos, las dos figuras vivaces y
alegres de sus hermanitos. Se frotó rápidamente los ojos para
darse cuenta que había arriba un sol de alma viva hiriéndole ada tarde, en la penumbra, el jardín resplandecía como
la cara, y anunciándole que hacía buen rato debió despertar
para ir a la escuela. C metales en crisol, mismo oro en las minas prolíficas del
Perú o como el metal áureo que se lava y relava en las
aguas del río Marañón y en algún riachuelo de la jungla. ¡Un
ensueño! Solo bastaba pensar en un jardín donde no hiciera
falta nada y entonces esa era la imagen frente a tus ojos. Las
corolas las habían de todas formas y tamaños: margaritas,
orquídeas, gladiolos, entre otras. Un planeta verde se tornaba
cada vez más verde, pero verde áureo y verde luminoso. Toda
la inflorescencia era tan perturbadora que apenas si podíamos
acertar o adivinar el nombre de las rosas que, agitadas por el
viento, lo envolvían todo con un aroma de recreo, fresco y
permanente, que a mí y a mis hermanos nos atrapaba tan
pronto asistíamos al jardín, afanosos en la poda o el recojo de
algunas maravillas.
En la noche ni qué decir. Todo el jardín estallaba de fluo-
rescencia en bellos botones que destellaban finos hilos de cris-
tal, que en contrapunto con su propia luz tejían un manto de
calor y frescura a la vez, y la escarcha de los pétalos podía
herirse con cada rayo de luz. Cada tarde y cada noche se
volvían incandescentes, pero sin quemarse un solo botón de
rosa.
Todo el jardín se iluminaba de pronto; y las orquídeas y
cucardas –ah, las orquídeas–, se abrían en par y sus flores,
La fantástica trilogía de Anchoajo 73

combatiendo a trompadas con el picaflor, eclosionaban a la


vida desde la vida; y la muerte, la muerte no era más que un
triste pero olvidadizo recuerdo del pasado.
La yerba seca reverdecía y era posible que la chirimoya
se cargara de sus mejores frutos, o algún pájaro bullebulle y
otro sosegado interpretaran cada uno, a solas y a su modo,
su canto.
La yerba era un manto fresco rebosando de una vida so-
lemne e inmortal, a partir del cual todo se pintaba de verde.
Creo que mis primeros pasos fueron en este jardín y, de he-
cho, luego de hacer mis travesuras en casa habitualmente,
huía a ocultarme en este refugio privilegiado con el que po-
cos en el mundo, pero muchos en Anchoajo, contaban. Quizá
detrás de las hojas ensiformes o del tallo de la achira u otro
rosal semejante cargado de primavera. A lo mejor me trepaba
en una de las ramas de la chirimoya y mi madre después…
¡Augusto! ¡Augusto! Y luego que la cólera se le esfumaba yo
regresaba a casa lleno de temor pueril; pero mi madre, que
era una mujer tan dulce, tierna y bondadosa, se apuraba con
una sonrisa corrigiéndome con amor.
En las tardes quemadas por el verano, todo Anchoajo era
un clavel. Los niños jugaban en la plaza del pueblo inventan-
do nuevos juegos, los caballos vagaban campantes por las ca-
llejas, los habitantes atrapaban avispas comestibles (huashos),
mariposas de canela y fingían ser ruiseñores e imitaban el ru-
gido de los jaguares para ahuyentar el peligro, y otras tantas
argucias para atraer a la presa.
Las callejas están alborotadas por ambulantes, perros
vagos, florecillas tendidas, yerba crecida por los sardineles
rupestres y por cantores extranjeros que han llegado para la
fiesta patronal, cuya festividad es la más importante de todas,
y en la cual se preparan los más ricos potajes y se organizan
números de arte, pandillas bailables y otras extravagancias
como concursos, kermeses y jincanas.
74 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 75

Los niños, amigos míos, tanto o más que yo se atiborra- ¡la flor de la hierbaluisa! Era una de oro, oro puro. Solo una
ban del polvo que el viento traía. Y, a cada paso, hasta fuera vez al año, cada veinticuatro de diciembre a la medianoche.
de las casas: un arbusto, una flor, un pequeño jardín. Por eso los años transcurridos han sido para mí motivo
Nosotros solíamos jugar en la plaza del pueblo, donde de ansias, pues cada vez que llegaba diciembre empezaba a
todavía siguen vagando los caballos, borricos, borregos, saji- estar pendiente del día veinticuatro y los días se iban volan-
nos, sachavacas y majases. En toda la plaza crecían enormes do, y la fecha se acercaba o sentía que se acercaba con tal
árboles, quizá secuoyas, arbustos de los que nadie sabía su ligereza que pocas veces echaba de menos el chocolate, el
nombre y pomarrosas, pero también había árboles viejos que panetón o los juguetes. Esa flor de oro lo valía. ¿¡Te imaginas
se doblaban por los años; precisamente cerca de uno de estos lo que podría comprar con ella!? Panetones todo el año, los
nos apurábamos en jugar a las bolichas, al trompo o nos ser- mejores juguetes, mi computadora personal, la mejor ropa y
vían de vida y muerte en el juego del cajón. a mi madre la tendría como a una reina, ¡como se lo merece!
Corríamos por toda la plaza, que en realidad era una pla- Y a Gabriel y Alcides les regalaría un cuarto lleno de juguetes,
zuela pero nos enseñaron a llamarle así, y a veces nos íbamos libros, chocolates y todo aquello que me pidan; y a Micaela le
de bruces o resbalábamos en la fina capa de cemento que era regalaría una ramo de rosas diariamente, pero no unas rosas
la vereda y regresábamos a casa, agotados y con cinco kilos cualquiera, tendrían que ser esas que florecen a mitad de la
de polvo sobre el cuerpo… ¡Eran maravillosos esos años en ciénaga, las cuales tienen cada pétalo un color y aroma dis-
Anchoajo, qué duda cabe! tinto. Sí, tiene que ser de esas rosas y también comprarle un
A veces, bajo una redonda luna de queso me hallaba en vestido azul para que las poesías que declame en las noches
medio del jardín, tarareando como quien compite con el croa, de arte en la escuela, tengan una chispa de magia que le ha-
croa de los sapos, los cuales brincaban por no sé dónde, pero rían única.
sin duda yo sabía que ese croa, croa, era el lenguaje de pro-
Desde mucho antes de las doce ya estaba con mi candil,
testa que algún príncipe encantado pronunciaba, deseando
frotándome los ojos frente a una de ellas, la que mamá tiene
volver a su palacio para casarse con su amada, y que la novia
sembrada al fondo de todo. Voy aguardando el momento pre-
perdida en el bosque estaría vagando de arboleda en arbo-
ciso, para arrancar, con toda mi fuerza y con la ayuda de una
leda vanamente sin poder hallarlo; aunque creo también que
sierra su flor de oro. Tenía que ser inmediatamente después
sería el anuncio de una lluvia que pronto arreciaría, y es que,
en efecto, una garúa que al principio fue celeste se ha con- de su aparición, y por ningún motivo se podía pestañear, de
vertido en finos cristales de colores, que ahora observamos lo contrario se la lleva el diablo. Afortunadamente el olor fres-
cuajarse en los pétalos, en las hojas, en el umbral verde de la co de la noche y la vegetación funcionan como desasosiego.
noche. No obstante, resulta que la suerte no ha estado de parte mía
Yo regresaba a casa mojado hasta los codos por el agua- lo suficiente que digamos, porque a decir de mí, faltando solo
cero tibio y dulce de luna llena, pero cuando volvía atrás antes unos minutos o quizá segundos, ocurre que me quedo dormi-
de ingresar finalmente a casa, las luciérnagas relampagueaban do o el candil se apaga súbitamente con el viento y hasta que
con mucho más de su propio esplendor por todo el jardín, en lo encienda la flor se me ha ido (o mejor dicho se la llevaron),
su vuelo enigmático y misterioso. No obstante, en Navidad no logrando hasta hoy arrancar la flor de hierbaluisa. Quizá
el jardín era una fiesta llena de luz. De las cinco plantas de esta Navidad tenga mejor suerte; hay que seguir con las ga-
hierbaluisa, a la medianoche exactamente brotaba una flor: nas, eso sí.
Capítulo 12

EL ÁRBOL SIN HOJAS Y LA MONTAÑA NEGRA


DE ATANUÉ CARREL

odos los que pasaban por ahí sentían lástima por ese

T árbol sin hojas, seco, muerto en vida. En cambio, a


otros les parecía tan espantoso que creían que se tra-
taba de alguna persona que había sido encantada, quedando
con la apariencia de este tétrico árbol absolutamente solo en
medio de la nada. Era de color cenizo entero, tallo membrudo
y de unas ramas endebles a las que ningún pájaro asomaba.
Por la noche pasaba inadvertido, apenas si alguien de
pronto tropezaba con él por pura casualidad, pero a partir de
la aurora aparecía desde lejos su imagen triste y, desde cerca,
su imagen aún más triste. Habría sido en su mejor tiempo
uno de aquellos frondosos y rebosantes de hojas verdes, en
verano, y gualdas en otoño. Tal vez floreció en primavera con
sus ramas crepitando por el viento y por las madrugadas fres-
cas; donde las moras cubiertas de un rocío, que en las fértiles
temporadas del año caía en forma de cristales oscuros pero
brillantes, terminaban en tierra para que después los poblado-
res de Anchoajo con sus cestas las recojan, e iban a dar a un
gran recipiente para el dulce de moras.
Pero ahora ya no es más que un árbol que no se parece
sino a un palo, un palo insignificante que nadie toma en cuen-
ta; no obstante, se mantiene en pie como poniendo resisten-
cia al tiempo que le ha sobrevenido de modo hostil, aunque
no tiene defensas para resistir más y a veces en el invierno,
78 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 79

a causa de unas inadvertidas lluvias, se inclina de un lado hasta dar con aquella ventana abierta de arriba. Ahora faltaba
para otro, de Norte a Sur o de Este a Oeste, lo cual hace su- decidir quiénes subían, pero ese no fue el problema, pues el
poner una despedida involuntaria que el pueblo no advierte, duende se ofreció a hacerlo y luego abriría la puerta para que
tampoco las aves que pasean su vuelo por encima y que ni Augusto y Micaela pudieran ingresar. En realidad, no fue mu-
por equivocación se posan o construyen sus nidos en él. Na- cho trabajo convencer al duende de acompañarlos, se había
die quiere saber cuál será su final, como a nadie le importa ya hecho amigo de Augusto y, naturalmente, no dudó en serlo
si alguna vez brindó jugosos frutos que les habría salvado de también de Micaela, que ahora compartía los mismos sueños
la hambruna después del aguacero diluvial que sobrevino a que él de una forma que nadie podía explicar. Empero, el
Anchoajo y que mató a miles. duende le hubo advertido a Augusto que existían otros de su
Atravesando el río Blanco y dejando atrás perdidos mo- especie que no lo querían, porque eran malos y trabajaban al
numentos de piedra entre el bosque tropical, damos al fin con servicio de la hechicera Carrel; no es difícil suponerlo, habría
la Montaña Negra. Ni bien asomamos, unos tenebrosos pá- subrayado Augusto al tiempo de agradecerle por su amistad.
jaros negros nos dan la bienvenida con sus gorjeos, y toda la Hace cien años el reino Duendino se partió en dos. De
montaña se sacude como si cobrara vida por un hechizo y es pronto, la enemistad cundió entre los corazones de todos.
que, no muy lejos de allí, se encuentra el castillo de Atanué Empezaron a pelear sin razón, a quitarse cosas que no eran
Carrel, al cual Augusto, Micaela y el duende han llegado para
de su propiedad, a saquear las minas de sal por el simple gus-
saber del hechizo que le impuso al árbol de moras que agoni-
to de hacerlo, bloquearon las minas de oro y quemaron todos
za en el pueblo.
los mapas de nuestras comarcas, de las minas, de las escuelas,
Tras separar algunas ramas espinudas y después de un
de los parajes, sacrificaron a nuestros animales y cada cual
riachuelo de aguas turbias se hallaba el castillo, uno cuya base
prendió fuego a su casa, para luego tener que reconstruirla y
de piedra sostenía su estructura cuneiforme con ventanas de
hierro y dos puertas gigantes: una en el centro y otra en la nuevamente incendiarla, y ese ciclo continúa hasta nuestros
parte posterior del edificio. Era como si el sol no existiera allí. días por obra del hechizo.
Todas las tinieblas estaban acaparadas en nubes densas que Pero falta poco para que se cumplan los cien años desde
flotaban sobre el castillo y los pájaros negros, como diablillos, que la hechicera impuso aquel conjuro. Aunque pocos hemos
volaban en derredor. Eran, en realidad, los guardianes y a la sido los que nos sobrepusimos al hechizo bebiendo agua del
vez espías que comunicaban a la hechicera todo lo que veían río Crétalo, que es la única manera de regenerar nuestra bon-
y oían. Para evitar ser descubiertos los tres se vistieron de dad y armonizar nuestros corazones; aún hay muchos her-
negro y, de rato en rato, cuando los pájaros sobrevolaban el manos duendes que andan haciendo maldades por sí solos o
territorio, fingían volar para engañarles que eran como ellos y bajo las órdenes de la hechicera.
así, sin contratiempos, pudieron llegar más pronto de lo ima- –¿Y por qué no les dan de beber esa agua a sus demás
ginado a la puerta principal; sin embargo, estaba cerrada y amigos? –inquirió Augusto.
tenía un peso monumental. Pero luego reflexionaron sobre –Ya no es posible –respondió el duende.
la manera de poder entrar; al final, resolvieron que no te- A lo que Augusto preguntó de inmediato:
nían otra alternativa que subirse por las espigadas paredes –¿Por qué?
80 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 81

–Porque Atanué Carrel hizo secar el río Crétalo y ahora el gruñido de bestias estremeció el silencio del castillo. Todos
solo es un montón de piedras calcinadas por el Sol, y perma- lo escucharon y el temor natural les sobrevino, pero no por
nece guarnecido de un musgo negruzco y pestilente –le reveló ello cejaron en su objetivo.
el duende, para luego treparse a las paredes como una rana Augusto se apresuró a la biblioteca para proteger a Micae-
y en un santiamén estuvo dentro del castillo, burlando así a la y al duende, y avisarles que no había hallado nada impor-
los pájaros negros y a la misma Atanué Carrel, que al parecer tante en las habitaciones innúmeras y pestilentes, pero que le
estaba tomando una siesta. llamó mucho la atención un arbolito quemándose en la cuna
Con el mayor cuidado posible descendió por unas largas de un rincón de la sala, de cuyo cielo raso caían eslabones
escaleras espiraladas de pura piedra, las cuales, en su borde,
anchísimos y oxidados; por su parte, Micaela había leído al-
apilaban musgo y ciertos cristales filosos. Pero cuando estuvo
gunos libros encontrando en uno de ellos el contrahechizo del
a punto de llegar a la puerta principal observó una fogata que
árbol de Anchoajo, cuya explicación anotaba que solo tenían
ardía sin leña que la avivara y le distrajo de su camino yendo
hacia allá. Solo entonces descubrió un árbol en miniatura, que trozar una de las ramas de ese arbolito encendido que
quizá con diez centímetros de tamaño ardiendo sin quemarse había visto el duende y Augusto, pero no cualquier rama, sino
y quebrándose cargado de ramas y frutos. El duende sintió la dorada, y luego llevarla hasta donde estaba el árbol sin ra-
pena por él, pero mientras lo observaba notó algo muy co- mas y adherirla a su tronco; solo así la vida volvería a él, y la
mún que le resultaba familiar, como si alguna vez le hubiera apariencia trágica que tenía ahora pasaría a este arbolito que
visto pero en tamaño normal. Sin embargo, tenía que dirigirse se quema y no se quema.
pronto a abrir la puerta para que ingresen sus amigos hacién- –Pero ¿cómo daremos con ella si todo parece dorado por
dolo a duras penas, pues era tan pesada que solo con ayuda el fuego? –preguntó Augusto.
de unas palancas y echándole mucha fuerza desde adentro, y –Fácil –respondió Micaela–. Lo único que debemos hacer
su amigos empujando desde fuera, pudieron finalmente abrir es apagar el fuego y luego será simple distinguir cuál de sus
el portón. ramas es la dorada.
No supieron por dónde comenzar, qué buscar, ni cómo –Sí, muy fácil… ¿y cómo piensas apagar ese fuego, si pa-
le harían para descubrir el hechizo que Atanué Carrel le dio rece eterno? –le dice Augusto.
al árbol del pueblo y el contrahechizo que le devolvería a su –Ya lo tengo: el musgo –indicó el duende.
estado normal. No obstante, estaban completamente seguros
–¿Qué haremos con el musgo? –inquiere Augusto.
que de allí no regresarían sin su cometido y si se daban prisa
–Todo el musgo que hemos visto en la Montaña Negra,
era mucho mejor. Para ello, se dividieron: Micaela iba con el
en las escaleras, cerca de la puerta y en todos lados, no es otra
duende a la biblioteca del castillo a buscar entre sus libros el
contrahechizo del árbol, mientras que Augusto echaría un ojo cosa más que puro hechizo, y si el fuego que hace arder al ar-
al castillo para impedir que la hechicera pueda atraparlos. bolito nunca se apaga y tampoco lo consume, entonces quie-
Pero no bien Micaela y el duende hicieron su ingreso a la re decir que también es un hechizo –les explicó el duende.
prolija biblioteca, y Augusto oteaba entre algunas habitacio- –Y hechizo con hechizo no pueden competir porque han
nes infestadas de telarañas y mala hierba, alaridos de aves y sido dados por la misma Atanué Carrel –agregó Micaela.
82 Mi libro de magia

–De modo que si tiramos musgo al fuego lo apagaremos,


y luego con mayor facilidad podremos distinguir la rama do-
rada que nos llevaremos a casa –resumió Augusto.
–Exacto –agregó Micaela. Capítulo 13
–Pero no es tan fácil, creo que la hechicera acaba de
llegar o despertar, y ahora las cosas se nos complican –alegó LA MONTAÑA NEGRA TIENE VIDA
el duende.
No obstante, Augusto le abraza y le dice:
–Pero si no empezamos ahora nunca lo lograremos.
Andando…

na ristra de pájaros negros se desplazaba por los pa-

U sillos a toda prisa, las lechuzas y los búhos desde las


canteras picoteaban la piedra de rato en rato en una
suerte de intervalos, mientras gorjeaban como si todo apun-
tara a una gran reunión. Precisamente la hechicera Carrel,
sentada en un sillón de carbón de piedra volcánica, aguarda-
ba a sus súbditos que eran bestias de todo tipo y pajarracos
oscuros a los que les hablaba como si se tratara de personas.
Todos estuvieron reunidos de pronto en el salón principal,
que era uno de espejos relucientes y de paredes con enchapes
de oro. Desde la puerta de entrada hasta donde quedaba el
sillón de piedra volcánica se extendía una alfombra roja guar-
necida de polvo gris y cristales rotos. El salón estaba repleto,
todos estaban menos los esclavos y la guardia de celdas, pero
cuando estuvo a punto de empezar la reunión algo falló y des-
de el cielo raso descendió un enorme peso convertido en roca
meteórica, matando a muchos de sus súbditos y dejándola a
ella en una consternación de la que rápidamente se sobrepu-
so, para ordenar a su guardia personal dirigirse a la cornisa y
averiguar qué era lo que había sucedido.
Los asistentes a tal reunión todavía estaban en zozobra,
pues nada similar había ocurrido jamás en el castillo; incluso
el diluvio de Anchoajo no logró hacer estragos por allí porque
todo estaba embrujado y bajo el control de Atanué Carrel;
La fantástica trilogía de Anchoajo 85

sin embargo, esto fue tan impredecible que luego de saber


que casi la mitad del castillo había sido destruido de la nada
y por ninguna causa razonable, aparentemente, la hechicera
explotó, encabezando ella misma la indagación del porqué
gran parte del castillo se vino abajo que por poco la mata.
Ahí aprovecharon los intrusos yendo de prisa con gran
cantidad de musgo hacia el arbolito ardiendo, el cual tiraron
sobre el fuego apagándolo sin demora y, tras esperar los res-
quicios de un humo silueteado y espiralado, el ambiente se
tornó claro, tanto o más como para distinguir a plenitud la
rama dorada que hacía falta. La desarraigaron e igualmente
de prisa echaron a correr hacia la puerta, dejando atrás aquel
tenebroso lugar que de no ser por el árbol sin hojas, jamás
hubieran visitado.
Empero no fue tan fácil salir. Tras llegar al primer piso ad-
virtieron que la puerta estaba cerrada, ya no encontraron las
palancas que ayudaron a abrirla, y empezaron a escuchar el
vuelo de los pájaros y las pisadas fuertes de las bestias que se
acercaban a ellos; entonces se separaron nuevamente, pero
acordaron reunirse en la ventana por donde ingresó el duen-
de. Los tres tomaron rumbos distintos pero, a partir de enton-
ces, por cada pasillo que transitaban les quedaba cierto sinsa-
bor, pues maléficos conjuros se abrían a su paso: laberintos,
habitaciones infinitas, pantanos y trampas que ellos, afortuna-
damente, aunque con muchísimo riesgo y calamidad, pudie-
ron sortear. Los pájaros negros no cesaban de perseguirles y
a picotones les hacían correr más rápido, aunque al duende
se le ocurrió fabricar, con lo que halló, un espantapájaros ha-
ciéndoles estrellar contra las paredes, huir a muchos otros o
caer sin vida al piso.
Cuando estuvieron reunidos en la única ventana abierta,
se dieron cuenta que unos tres pisos más abajo había otra y
que era cuestión solamente de abrirla, para luego tirarse fuera
del castillo, porque desde la altura en que estaban hubieran
terminado afuera, pero con algunas costillas y piernas rotas;
86 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 87

no obstante, en el intento de bajar fueron sorprendidos por la que, por aquel entonces, proliferaban en Anchoajo en la ven-
hechicera que andaba tras sus pasos y ahora los tenía frente ta ambulante. La reina no pudo soportarlo, como tampoco lo
a ella, lo cual representaba una delicia inenarrable, ya que se pudo soportar Augusto, así que le pidió hacerles descender
convertirían en los prisioneros de honor; aquellos que jamás para que ella regresara con el resto y pudiera evitar su escla-
tuvo la dicha de albergar en su castillo. vitud en manos de los habitantes.
Les envolvió en un manto invisible y los hizo levitar re- Descendieron, pero no de buen modo sino de una ma-
torciéndolos de dolor. ¡A girar!, ¡a girar!, gritaba la malvada nera accidentada, pues todos cayeron sobre unos arbustos
mujer y el manto obedeció convirtiéndose en un gran remo- carnívoros y espinosos que, al sentirlos, abrieron las bocazas
lino, y ellos gritaban por el susto con un mareo involuntario que tenían ocultas entre sus hojas también gigantes. Ense-
por las muchas vueltas. Ella, en cambio, se regodeaba en una guida se pusieron a correr porque los arbustos no cesaban
risa siniestra que blandía en toda su boca ancha, y los pájaros de perseguirlos, y luego las enredaderas tejidas por toda la
negros que habían formado un redondel en el aire también montaña cobraron vida en unas trampas que les hacían caer
reían convertidos ahora en enanos luciferinos de color rojo. y enredaban todo el cuerpo hasta asfixiarlos; pero ellos, con
Pero entonces de la boca de Augusto salió un sonido oclu- mutua ayuda y basándose en las mañas del duende, esca-
sivo: “sshsshssh”, poniendo en alerta al enjambre de avispas paban de una y otra trampa y emboscada que la Montaña
Negra urdía.
africanas que ya se habían convertido en aliadas suyas y más
En medio de ella era posible todo. Una niebla densa se
pronto que luego aparecieron con una furia letal, invadiendo
aproximaba con rapidez, lo cual era poco creíble pensar que
el castillo para hundir su aguijón en todo aquello que estuvie-
se trataba de algo natural. Antes de dar tiempo a nada pe-
ra en movimiento; exceptuando, naturalmente, a sus amigos
netró por entre los arbustos carnívoros, por los pantanos, las
que cayeron luego que la hechicera fuera atacada por ellas.
zarzas y las ciénagas, oscureciendo como un eclipse total la
Empezó a defenderse como pudo inútilmente, pues sus
montaña, y fue ese el momento en que Atanué Carrel, mon-
hechizos no podían contra las avispas, de modo que tuvo que tada en una carrocería que trasladaba cuatro corceles negros
huir a refugiarse en algún resquicio del castillo. Sin embargo, que ella misma dirigía, se aproximó a donde estaban ellos;
los que llevaron la peor parte fueron los enanos de color rojo que ya empezaban a correr antes que los atrape, pero por
que ahora, convertidos, no podían sino soportar únicamen- accidente tropezaron con un tronco seco que estaba atrave-
te las venenosas picaduras de las avispas africanas, porque sado en medio del camino, cayendo estrepitosamente a un
mientras corrían echaban de menos su plumaje negro, el pico hoyo no muy profundo donde estaban acantonadas, en una
curvo, pero sobre todo las alas que les hubieran ayudado de celda cerrada pero transparente, cientos de libélulas que fue-
mucho para escapar. La reina hizo subir sobre ella a Micaela, ron víctimas de la hechicera cuando la Montaña Negra era
a Augusto y al duende para ayudarles a abandonar el castillo, un hermoso bosque florido, donde existía toda clase de flora
pero todas las avispas la empezaron a seguir, pues creían que y fauna, y todo era radiante, lozano y maravilloso, como los
estaban regresando al panal y, como no fue así, cayeron en bosques tropicales en Anchoajo.
las manos de unos cazadores furtivos que las atraparon para Las libélulas no solo zumbaban sino que desde luego po-
llevarlas a que produzcan miel en unas colmenas orgánicas dían hablar perfectamente el idioma de los inesperados fu-
88 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 89

gitivos; así, la jefa del grupo les habló con voz fuerte para hasta ahora. Ya no servía más para dar vida al árbol sin hojas
que la puedan oír y, a través de sus palabras, les dio calma de Anchoajo.
diciéndoles que era poco probable que la hechicera se salga Las libélulas fueron en su ayuda atacando a la hechicera,
con las suyas, ya que todo parecía indicar que la niebla les se- y el duende que aún conservaba en su talega un poco de mus-
ría de mayor ayuda para que pudieran escapar de la monta- go, se lo tiró encima, mientras Micaela auxiliaba a Augusto. El
ña. La jefa era una parloteadora incansable y bromista, pero musgo también funcionó para la vieja haciéndola regresar a
en ese momento no estaban para bromas ni mucho menos; su castillo, porque dando alaridos desapareció entre la densa
así que Micaela, con la ayuda del duende, liberó de la celda niebla de la montaña. Aún así, la misión estaba incompleta
transparente a las libélulas que, en vez de huir en estampi- y el viaje había resultado en vano porque no tenían consigo
da, se reunieron alrededor de los tres para planificar la for- la rama dorada. Solo quedaba resignarse y volver. Esa re-
ma en que saldrían de allí y escaparían definitivamente. Solo signación precisamente fue la que se le dibujó en el rostro a
entonces ocurrió lo increíble… alcanzaron su tamaño límite: Augusto y Micaela.
setenta centímetros de largo, conformando un ejército inédito –Por lo menos lo intentamos –dijo ella. Él, en cambio,
e invencible de libélulas gigantes. Iban adelante mientras los calló y la jefa de las libélulas se acercó a él, le abrazó con las
tres corrían a toda prisa por los caminos que, a sus pies, se alas muy abiertas y le besó en la frente.
–No sé por qué tanta tristeza –rechinó el duende.
convertían en verdaderos laberintos pero les ayudaban a en-
–¿No sabes por qué?, ¿dónde diablos anda tu mente que
cauzarse en el camino acertado y el embrujo de Atanué Carrel
no te das cuenta que perdimos la única posibilidad de regre-
no surtía efecto, las bestias también les perseguían, pero el
sarle la sonrisa al viejo árbol? –replicó Micaela.
duende y Augusto armaban las trampas en las que caían sin
–Es que no hace falta colocarle la rama dorada para que
poder evitarlo u otras se desbarrancaban por los desfiladeros,
vuelva a su estado normal –dijo.
y tropezaban por una falsa presa hasta los pantanos veneno- –¿Entonces? –pregunta Augusto, reponiéndose de su con-
sos que había por doquier. goja, aún sentado sobre la piedra.
A las libélulas gigantes se les abrió el apetito de tanta gue- –Como ya le quitamos la rama dorada al arbolito que-
rra que se lanzaron sobre un robusto árbol que estaba sem- mado, le hemos regresado a partir de ese momento la vida a
brado al final de la Montaña Negra. Empezaron por las hojas, nuestro amigo, de modo que no hay necesidad de pegarle la
luego arremetieron contra el tronco; sin embargo, no contaban que traíamos.
con que la hechicera había tomado la forma de aquel árbol y, –¿En serio? ¿Lo dices en serio? –pregunta Augusto con
sintiéndose devorada, cobró su estado normal para asombro cierta emoción.
de todos. Las libélulas se aterraron, aunque no les sorprendió –Claro que es en serio –le respondió.
mucho, pues tenían la corazonada que ella andaba por ahí, –Ya era hora que lo dijeras, duendecito –replicó la jefa.
ya que fue bastante raro no habérsela topado antes. Conver- –¿Tú también lo sabías? –inquiere Micaela.
tida al fin en la malvada mujer que era, se abalanzó sobre –Bueno… digamos que sí, eso lo saben todos los que vi-
Augusto haciéndole rodar por una pendiente, ocasionándole vimos en la Montaña Negra –y se avergonzó, quizá de no
muchas heridas en el cuerpo, pero eso no le dio mayor triste- haber sido ella quien lo dijera. Los chicos se alegraron mucho
za que ver la rama quebrada, la cual habían protegido tanto y sonrieron.
90 Mi libro de magia

Las libélulas se despidieron de ellos agradeciéndoles por


devolverles su libertad y mostrándoles su disposición de ayu-
darlos siempre que lo necesitasen. Se marcharon en un vuelo
que a lo lejos se tornaba azul, azul claro, celeste, celeste claro. Capítulo 14
Poco antes de llegar al pueblo, el duende se despidió de ellos
con un hasta pronto y se perdió en la maraña del bosque. Al CON ORLANDO, EN LA PLAYA
llegar, del viejo árbol sin hojas y ramas escuálidas solo que-
daba el recuerdo pálido en algunas personas que preferían
entre las demás frutas, las moras. Se había convertido en un
frondoso árbol con las ramas rebosantes de frutos que llega-
ban a tierra y, en derredor suyo, un manantial de florecillas

¡O
que, a partir de entonces, cada tarde, entonaban un himno rlando es un Arcángel! Lo supo mi madre al traerlo
semejante al de las caracolas, al rugido del tigre en sinfonía al mundo y desde aquella vez hasta hoy, pese a no
con los paujiles o al de la música cuajada de romance en las estar ya entre nosotros, lo sigue siendo. Se le puede
fiestas prolongables e infinitas que a menudo se organizaban ver en las estrellas, en la compañía simultánea que brinda a
en Anchoajo, que era un pueblo de fantasía, de una fantasía mi madre, a Alcides, a Gabriel y a mí. En las florecillas sil-
real.
vestres del campo, en los ojos de los bueyes arando la tierra
Y cuando despertó, el uniforme planchado en tela de seda
para sembrar el arroz, las betarragas, el trigo, la vid y la caña
yacía colgado en la percha. Coincidiendo en el portón de la
de azúcar. Orlando fue y es el hermano mayor que todo her-
escuela, decidieron no contarle a nadie de la aventura que
mano menor quisiera tener. Su partida fue temprana, pero su
les significó llegar hasta la Montaña Negra para salvar al viejo
ejemplo de hombre de lucha y su fortaleza inagotable han de
árbol, sorteando las maldades de Atanué Carrel, y gracias a
las avispas africanas y a las libélulas, que en una suerte de perdurar por siempre entre nosotros y los que le amaron.
menudas aliadas fueron de gran valía para que la hazaña sea A veces juego con él, claro, cuando está de buen humor
completa. Ambos sonrieron cuando, insistentemente, Ludovi- (o sea siempre), y cuando está liberado de alguna agenda
co interrogaba a Augusto por lo que había soñado la noche recargada en el Cielo y la Tierra. Es capaz de entrar al paraíso
anterior; él no comprendió la sonrisa cómplice y los guiños cuantas veces desee, imagínate que es uno de los arcángeles
de ambos, pero tenía la corazonada de que la noche anterior más engreídos que tiene Dios y uno de los más obedientes,
había sido una gran noche, eso sí. por supuesto. Pasea por el jardín de rosas aromadas y níveas,
toma los frutos que nadie probaría en la Tierra, aun entre los
más preciados que hay aquí, canta todo el día con una voz
que no es de ave, tampoco humana, pero no insólita. Es una
voz divina que arrulla desde donde cante a cientos de bebés
que reposan en su cuna o juegan a las escondidas con el pla-
neta desde arriba.
La fantástica trilogía de Anchoajo 93

El Paraíso: un campo florido e infinito a partir del cual


se extiende una esperanza pura y los más límpidos anhelos y
sueños que guarda cada persona, ser o animal dentro de sí.
Bellos jardines colgantes se deslizan en un breve murmullo
de fiesta. Detrás de una cañada, el agua impoluta de las ca-
taratas cae para dar vida a un manantial que arroja vapores
en los que se bañan miles de ángeles que peinan sus cabellos
áureos, purifican sus alas gigantes y refrescan su cuerpo per-
fecto. Cuando se alejan, el agua se evapora por sí sola, dejan-
do los trajes blanquísimos y relucientes apenas divisables bajo
la luz del Sol.
He estado con Orlando cosechando el arroz aquellas ma-
ñanas soleadas y también en el sembrío. Me he bañado en
las aguas del Sisa y él ha estado a mi lado; me ha rescatado
de las olas embravecidas y librado de los golpes en las rocas
que están encubiertas bajo el agua turbia. En los días de llu-
via intensa ha fingido ser paraguas; en los días de hambre,
ha aparecido en maná y, frente a los arrebatos del peligro, ha
sido una sólida atmósfera impenetrable, cómoda y tibia.
Me salvó de morir ahogado por el diluvio, y en el bosque
de los ceticos seguramente tuvo mucho que ver para yo esca-
par sano y salvo y, ciertamente, los pescadores pudieron ser
rescatados del naufragio gracias a su protección. Ha de haber
sido él quien envió aquel camello al desierto para evitar que
la tormenta de arena acabara conmigo, y el que me siguió a
piejunto durante la travesía por la Montaña Negra y dentro
del mismo castillo de la hechicera Carrel.
Hoy me ha invitado a la playa y yo he ido con él porque
me gusta su compañía, con él no tengo temor a oír como las
olas revientan en las orillas cubiertas de cascajo y de inquietos
muimuys en la arena de la rompiente, o ver quizá un tibu-
rón asolando las costas porque han escaseado los peces mar
adentro. La playa se vuelve mansa y parece que sus ondas
nos hablan, el sol no quema mucho y la arena… es un fino
manto blanco apenas tibio, que permite dejar nuestras huellas
estampadas como un sello perpetuo.
94 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 95

Toda la playa está envuelta por el canto de las caracolas y –¡Tienes que darte prisa!
de la brisa misma, que sobreviene con su toque de sal a guar- –De qué –le dije enseguida y algo desconcertado.
necer las rocas. Orlando me ha confesado que hacía mucho –Atanué Carrel anda buscando el diario secreto de Gali-
no venía por aquí. Lo extrañaba, claro, pero es que los días leo Galilei y quiere vencerte para lograrlo.
en el paraíso son a menudo agitados, y uno tiene que estar de –¿Vencerme? ¿Una lucha?... será muy fácil vencer a esa
un lado para otro siguiendo indicaciones precisas de Dios. Por vieja bruja.
ejemplo, cuando un ángel descarría, hay que hacer un acto –No te confíes. Es una hechicera muy poderosa.
de contrición por él y afianzar nuestra fe fortaleciéndola con –Y bueno, entonces qué hago… no sé ni por dónde em-
pensamientos virtuosos, puros, con actos sagrados y fieles. pezar.
Pero aun si en el Paraíso la existencia es incesante ­–me dice–. –Tranquilo, ella primero tiene que llegar a ti. Porque solo
Tenemos tiempo suficiente para la reflexión, el jugueteo, la tú sabes cómo llegar hasta el diario de Galilei.
algarabía, la dicha y el placer de ser imperecederos. –¿Que yo sé qué?
Ahora que estoy de vuelta, siento el aroma del mar como –Eso, que solo tú puedes acceder a él.
el aroma de las cataratas del Paraíso; aunque, claro, allá hay –¡No entiendo nada!, ¿me lo quieres explicar, por favor?
más flores que arena y más ruiseñores que caracoles, pero Orlando me hizo saber que el diario secreto de Galileo
toda la vida que resume este ancho mar es, sin duda, muy Galilei se hallaba en una antigua iglesia francesa, en el inte-
semejante, lo confiesa. Y es que es cierto que el mar y toda su rior de una cripta bajo el piso principal de la gótica iglesia de
playa siempre le encantó cuando iba con mi madre y conmigo Saint-Denis al norte de Francia; posiblemente entre las osa-
en los veranos que se prolongaban hasta la noche; en la orilla, mentas de Enrique II o las de Catalina Medici y que tenía que
bajo la luz de la luna, armábamos fogatas, cantábamos y reía- ir allá pronto para deshacerme de él.
mos, y había mucha más gente alrededor nuestro complacida Estaba claro que la hechicera tenía un vivo interés por
y contagiada de nuestra celebración, que no era sino una de obtener a toda costa la información que contenía aquel dia-
las muchas cuando vivíamos en la costa y el mar estaba a un rio, pero lo que no comprendí fue de qué modo llegaría hasta
paso: las olas y el paraíso a la vuelta de la alameda. la iglesia de Saint-Denis, si hace muchos años que no salgo
Mientras caminábamos descalzos y yo también vestido de siquiera de Anchoajo.
blanco, nos divertía ver a los patillos piando, las golondrinas –¿Cómo piensas que voy a llegar hasta Francia? Yo no
golondrineando, a los cangrejos que salían a la orilla o quizá soy un superhéroe, te lo recuerdo, hermano –le increpé.
a una tortuga en su afán de escarbar y escarbar en la arena –No tienes que comprar un boleto de viaje y tampoco
para depositar sus huevos. volar con una capa mágica que te traslade a la velocidad de
Antes de retirarnos de la playa, pero no muy cerca del la luz –me dijo entre risas.
asfalto, había una enorme roca horadada, prehistórica, que a Entonces supe de inmediato que, últimamente, a partir
lo mejor alguna vez fue la cueva húmeda de animales mari- de los sueños que tengo, puedo estar en varios lugares con
nos o aves gigantes, quizá de tiburones o ballenas jorobadas; seres que jamás vería estando despierto, y que solo en mi es-
formaba un gran arco tras del cual se expandía una sombra tado onírico soy capaz de enfrentar a la hechicera Carrel, de
breve. Allí nos detuvimos y Orlando me advirtió: vérmela cara a cara. Ese diario debe ser más importante que
96 Mi libro de magia

nada para ella, y luego, ¿qué más, qué más vendrá? Apenas si
logro comprender algunas cosas. Primero esclaviza a los seres
del bosque, tiene un castillo que es el más horrible del mundo
y ahora quiere atacarme para que pueda conseguir el diario Capítulo 15
de Galileo Galilei, y después qué…
–Querrá matarte, por supuesto –me dijo subiendo la voz, EL ESCASO MILAGRO DE LAS PALMERAS
Orlando.
–¿Estabas leyendo mis pensamientos? –le inquiero, sor-
prendido.
–Siempre lo hago.
–Bandido –le digo y le golpeo en el estómago.
Pero él no se quedó conforme y quiso desquitarse, así que a madre de Augusto no tuvo más remedio que ir has-
nos echamos a correr por la playa como verdaderos niños;
quién atrapa a quién, las gaviotas volaban tras nosotros, quizá
las golondrinas y los muimuys salpicados de arena, a tientas
L ta el Campo de las Legumbres, como llamaban a esa
vasta porción de tierra donde abundaban palmeras y
de todo, pero menos legumbres. Todavía con el transcurrir del
se escabullían entre los dedos de nuestros pies. A Orlando le tiempo no se habían puesto de acuerdo en cambiarle aquel
gusta mucho jugar conmigo, correr conmigo, cantar conmi- nombre por otro que, por lo menos, resuma algo de lo que
go (me ha enseñado hermosas canciones que jamás olvido y allí había; sin embargo, a muy pocos les interesaba el asunto,
que, por las noches, cuando estoy en mi cama las canto entre además, si se daba el caso, debiera pasar un buen número de
labios antes de dormirme); a veces me enseña a volar, pero años, a lo mejor algunas generaciones para que recién se per-
no el simple vuelo de las aves, y entonces imagino el vuelo petuase el nuevo nombre y que, por cierto, lamentablemente
de las criaturas celestiales en el paraíso o el vuelo de los uni- hasta la fecha no se había logrado barajar uno solo.
cornios negros en pleno estío, entre las muchas nubes que se De un tiempo para acá, las palmeras empezaron a esca-
abren a nuestro paso. sear como consecuencia de la proliferación de sembríos de
En el crepúsculo dorado que nos regala la vista desde coca y, desde luego, eso afectaba mayoritariamente a las mu-
la playa y, antes de alejarse de mi lado, Orlando me advier- jeres y hombres de Anchoajo, que se dedicaban a trabajar
te que tenga mucha cautela, que le ponga muchas fuerzas y tanto con su fruto como con sus hojas y madera. De mane-
ganas para no dejarme vencer por la hechicera, que él estará ra tal que todos se dirigían bajo los primeros rayos de sol, o
protegiéndome, pero que no intervendrá porque, según él, yo apenas asomaba el claroscuro de la aurora, al Campo de las
sé lo que tengo que hacer, y me revela algo en lo que yo aún Legumbres que colindaba precisamente con el mariposario.
no había reparado con un solo guiño: “Tú sabes cómo llegar Era uno inmenso que acababa donde aparecía un río
a esa iglesia”. caudaloso en el que muy pocos solían nadar, porque creían
en la leyenda de que sus aguas estaban protegidas por una
serpiente gigante que era la encargada de custodiarlo y de
estrangular, sin ninguna duda, a cualquier nadador, pescador
La fantástica trilogía de Anchoajo 99

o badero que se sumergiera o transitara por allí. Las aguas


de aquel río eran de color gris y en sus orillas abundaba una
hierba a la que conocían con el nombre de ‘la yerba de los
muertos’ que, paradójicamente a lo que suponía su nombre,
preparándola en infusión se podía reanimar a un enfermo de
gravedad y hasta devolverle la vida a un difunto. Sin embar-
go, pocos eran los que hasta hoy se asomaban por ahí, y si lo
hacían era únicamente para recoger aquella hierba.
La madre de Augusto empezó a concurrir con frecuencia
al Campo de las Legumbres a recoger la hoja de palmera
con la que fabricaba sombreros, y como también abundaban
bejucos los aprovechaba para las cestas, y luego de la respec-
tiva confección lo alistaba todo para ir a la feria municipal de
artesanías que empezaba a partir del viernes e iba hasta el
domingo de cada semana durante todo el año.
La feria se extendía desde la modesta casona municipal
hasta el mercado del pueblo, por toda una avenida al aire
libre y bajo las carpas de cuero de animales silvestres. Corta-
da la feria desde el mercado, se extendía nuevamente dentro
del mismo, y entonces se convertía de viernes a domingo en
una gran alternativa de compra y venta que llegaba hasta las
orillas del río Huallaga, en donde desembarcaban los botes a
motor y las piraguas, cargadas de plátanos, yucas, menestra,
carne de monte, verduras, gallinas, cerdos, pescado…
Uno de aquellos sábados de feria, por la mañana, el sa-
cerdote del pueblo había oficiado la llamada ‘misa de reden-
ción’. Estaba dirigida a todos lo feligreses que pertenecían al
grupo permanente de la parroquia y donde solo algunos de
los habitantes del pueblo podían negarse a pertenecer; de to-
dos modos, el cura hacía una depuración porque escaseaba
el lugar para todos. La fe en Anchoajo era a prueba de balas.
De la iglesia salió una gran procesión cargando el anda, y
unos hombres robustos con el alcalde a la cabeza se pasearon
por todo el pueblo o cuando menos por las vías principales,
vela en mano; aunque no hacía falta por la claridad de la hora
100 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 101

y, en la otra, el incienso cuyo humo se esparcía hasta ingresar Y luego él: “Ven que era fácil”. Pero los chicos no se can-
a las viviendas furtivamente a través de las ventanas. san y siguen repitiendo el coro, y así, como embelesados, le
Augusto, Leonidas, Micaela y Ludovico, en cambio, per- piden que les enseñe otro coro y que les enseñe a cantar y
manecían en la plaza del pueblo disponiendo de toda una a modular la voz, y algunas otras técnicas que para Augusto
bullaranga junto con unos amigos de escuela, de vecindario u eran pan comido, pero él les enseñaba sin soberbia. Canten
otros que se colaron a esa hora por allí. Augusto les enseñaba así, así y tal. Y no se cansaba y seguía, y la mañana se fue sin
a cantar. sentirla para los muchachos reunidos en la plaza.
–¿Qué cantas? La madre pregona la venta de los sombreros de palma
–Es un coro, un coro de ángeles –respondió. y las cestas bien tejidas. El almuerzo está servido y con qué
–Se escucha bonito. A mí me gusta, ¿y a ti? –le preguntó ganas, porque no se come mejor en ninguna otra parte más
Micaela a uno de los chicos que estaba allí–. A ver, déjame que en Anchoajo; luego, el aire trae el sonido de los tambores,
imitarte. Uy, no lo hago tan bien como tú. del pífano y la quena, y el charango como atraído por el in-
–A ver si todos lo cantamos al mismo tiempo –dijo Au- cienso, hace brotar de sus cuerdas la melodía que, al compás
gusto. de unas semillas colgadas en el cuello de uno de los músicos,
Y otros: alegran la feria de manera indescriptible y después vienen las
–Pero no me sé la letra. bombardas, y todo se pinta de un color que es de fiesta. Y
Y Augusto: el amigo de Leonidas, mi madre es profesora y me dice que
–Es así: debo ser un chico bueno, aun cuando ella no esté para verme.
Y otro chico comenta, claro, eso mismo me aconseja mamá,
Cuando cae el sol, pero ella no es profesora, es costurera y hace unos vestidos
las estrellas alumbran, preciosos que nadie la supera en todo el pueblo, y Micaela,
es una luz infinita yo tengo una casa enorme que es toda de madera y el huerto
que nunca se apaga… y el sol alumbra de más prodigioso; y Ludovico, ah, pero yo te quiero; y todos:
nuevo y la luz Ja, ja, ja. Pero yo la quiero más, dice Augusto, y otra vez to-
brilla más y más… dos ríen y uno de los muchachos propone jugar al cinturón
escondido, y una niña objeta pidiendo que se juegue mejor a
Y luego les dice: “A ver, repitan conmigo”. Y los chicos los encantados, y otra niña dice que los dos juegos están bien
repiten el coro a viva voz: pero primero uno y luego el otro.
A mitad de feria han colocado un estrado liviano sobre el
Cuando cae el sol, cual hay dos hombres que aseguran hacer arte de magia.
las estrellas alumbran, ¿Y de cuándo acá a la magia se le cataloga como arte? Habría
es una luz infinita criticado una vendedora de utensilios. Pero los hombres apa-
que nunca se apaga… y el sol alumbra de recen de pronto: entre sus dedos, un billete de cien para luego
nuevo y la luz hacerlo desaparecer, y nuevamente aparecer pero desde el
brilla más y más… interior de la oreja de uno de los curiosos espectadores que
102 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 103

les rodeaban. El otro número consistía en la trivial aparición sus enseres uno tras uno, enrollando otros la carpa, entre to-
de un conejo dentro de un sombrero, pensaron muchos, pero dos dejaron la avenida bien aseada y luego se despidieron los
esta vez no sacaron conejo sino un zorro de él y después mos- unos a los otros solo hasta el día siguiente.
traron que dentro no había nada, levantaron la caja envuelta La plaza era una suerte de albergue donde oriundos y
toda de papel de oro dejando escapar, en vez de una paloma extranjeros se sentían tan a gusto que era poco probable ex-
blanca, un viejo y maltrecho gallinazo. Poco antes de pedir trañar los asientos de casa. Desde allí se tenía una privilegiada
la colaboración de las personas y antes de marcharse la ven- vista panorámica, tan cierto era eso que había una calle que
dedora de utensilios que les dio la propina, habría susurrado llegaba directo hasta el río Huallaga, en cuya orilla estaban
¿estos son magos o payasos? aparcados los botes a motor, las balsas y canoas, y al que
Nadie podía encontrar el cinturón. Pero hay de aquel que desde enfrente vigilaban los cerros poblados de árboles y ani-
lo logre, la catana que nos va a dar; y seguían buscando como males silvestres y, todo era tan verde, verdísimo.
si todo estuviese a oscuras, a tientas. Debajo de las piedras,
entre los árboles y arbustos, entre la cuna del bebé, entre la
hierba, bajo la glorieta, al ras de la acera y hasta en las grietas
del obelisco que estaba en medio de la plaza como una jabali-
na de concreto. Al fin, después de tanto esfuerzo, se supo que
nadie lo encontraría, porque hasta quien lo ocultó se había
olvidado del lugar del escondite pero aún así persistieron en
la búsqueda sin resultado fructífero, de modo que alguien se
quedó sin cinturón y empezaron a jugar a los encantados. Ni
bien corrió Micaela; Augusto, encantada. Y todos empezaron
a correr para no dejarse atrapar por el primer afortunado que
podía encantar a los demás. Alguien se resbaló por ahí pero
otros corrían y resistían bien. Vino uno y, topándole la cabeza
a Micaela, desencantada. Y Micaela volvió a correr… Ahora
le tocaba su turno a Ludovico y él, encantado, encantada,
encantada, encantado, encantado, encantado, encantada y
luego los otros, desencantado, desencantada, desencantada,
desencantado, desencantado, desencantado, desencantada.
Y luego el turno para un chico del vecindario de Augusto,
seguidamente fue el turno de Leonidas y así hasta que se
desencantaron del encanto al menos por ahora.
Se acabaron todas las cestas y sombreros, incluso uno de
los magos, siguiendo su buen gusto por los detalles, se compró
uno. Las personas que trabajaban en la feria iban recogiendo
Capítulo 16

DUENDES EN LA CASA

or la noche, como usualmente ocurría, tomé mis útiles

P de limpieza y me fui al río. Es que en casa no tenemos


agua potable ni luz eléctrica, y así todo lo que tiene
que ver con tareas de escuela y lecturas favoritas las realizo de
día; mientras que, por la noche, el río Huallaga me refrescaba
el cuerpo y el espíritu; y es que en verdad siento sus aguas
como manto libre no solo corriendo por mi anatomía, sino
que van a donde la regadera no llegaría jamás: al alma.
Pero, para llegar, primero debía cruzar varias chacras, de
las que de los propietarios no se sabía mucho. Eran unas don-
de abundaba las lechugas, alcachofas, rabanitos, espárragos
y piñas; a lo mejor también lagartijas, ratones silvestres y una
que otra serpiente. A continuación de las chacras, un espacio
amplio y abierto se abría frente a mis ojos; naturalmente, no
se formaba este espacio en los meses de invierno, que eran
uno o dos a lo mucho; sino que, más bien, casi todo el año
podíamos observar sin novedad, en cambio, con mucha fa-
miliaridad, el cascajal revestido de piedras parduzcas, oscuras
y blancas, cuyos tamaños disímiles se apoderaban del calor,
y en las mañanas y tardes nos quemaban los pies o cuando
menos nos regalaban una que otra ampolla. En cambio, a la
hora que yo solía pasar por ahí a pie descalzo (porque era
un verdadero suplicio intentar avanzar entre el cascajal en
sandalias.), estaban tan tibias que parecían una colchoneta.
106 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 107

Pero el cascajal no solo estaba conformado por piedras y más mi habitualidad que, a veces, es cierto, interrumpía por algún
piedras, había, además, ventrudos troncos secos, abundante asunto que debía priorizar (como jugar, por ejemplo, o escri-
mala hierba seca que fue arrastrada en el tiempo de crecida bir en mi diario).
del río, esqueletos de mamíferos, caracoles inertes, tarros, la- Los rayos perpendiculares de una luna redonda hiere los
tas, caña brava y arena. A todo ello se sumaba que aún entre cristales del agua, no hay un solo murmullo. El río baja lento y
las piedras emergía vida: un tipo de hierba que comían los silencioso. Yo seguía nadando de espaldas, de pecho y volvía
caballos al surcar el cascajal, y hasta piñones florecían por a zambullirme, y nuevamente a tomar aire; pero después de
donde antes discurrió el agua del río, que tenía que volver un rato me di cuenta que ya estaba bueno y el jabón aguarda-
para llevarse todo nuevamente y, tras la temporada de mer- ba en la orilla, pero resulta que no advertí la sigilosa piragua
ma, dejaba todo lo que había podido arrasar y así se repetía que se desplazaba río abajo y ellos, en cambio, sí debieron
aquel ciclo cada año. haber supuesto que alguien se estaba atravesando en su ruta;
De repente, sin darme cuenta, había llegado al fin. Todo así que debieron advertirme para no caerme con la piragua y
el camino oscuro me era tan familiar que los minutos se fue- las redes de pescar encima; así que en vez de tocar el claxon
ron así por así. Sin embargo, algunos decían no atreverse a como los coches, me iluminaron todo el cuerpo con la luz de
cruzarlo a esas horas de la noche: las ocho. Yo, en cambio, la linterna, a lo que yo, naturalmente, avergonzado me zam-
prefería aquella hora porque no había nadie que me moleste bullí de inmediato. Se habrían reído los pescadores mientras
y entonces podía bañarme desnudo. Dejaba mi ropa, el jabón se marchaban después de haberme visto desnudo.
y champú en la orilla de piedras, y me aventaba al agua como Mientras me enjuagaba tan afanosamente un poco lejos
si quisiera llegar hasta la otra orilla, buceaba y jugaba. ¿Y qué de la orilla por la poca profundidad, no me fijé hasta ahí que
tal nadas? Muy bien, por supuesto. ¿Qué tal buceas? Excelen- un breve murmullo de burbujas repentinamente se había con-
te, no hay por qué dudarlo, soy uno de los mejores nadadores vertido en un gran remolino que me atraía hacia él. Estaba en
y buceadores de todo Anchoajo; debo aclarar que me lo han graves problemas, sin ninguna duda. Pero… qué raro, el agua
dicho muchos, por eso se me dio por creerlo. Ahora bien, ¿no estaba tan mansa y sin ondas, incluso. Empecé a nadar con
te da miedo ir al río a esa hora? Claro que no. Yo no le tengo gran fortaleza para vencer el salvaje movimiento giratorio,
miedo a nada. Pero dicen que por ese camino se aparece la pero tardé en darme cuenta de que ningún intento por esca-
lamparilla. ¿La lamparilla, y qué es eso? Nada, que se trata par de allí era suficiente, de modo que más pronto de lo que
de una calavera en cuyo cráneo tiene dos ojos de cristal trans- supuse estuve envuelto en el remolino que en vez de tragarme
parentes, que destila una luz que enceguece a cualquiera, y en sus aguas, me elevó hacia lo alto, como propulsado por
luego, pues te lleva. gas metano desde la profundidad. Yo giraba y giraba como
A mí la lamparilla me vale. Ojalá la viera algún día, qui- apoltronado en una silla voladora, sin poder venirme abajo o
siera conocerla. Claro, lo dices porque no te he hablado del quizá salir disparado para el cascajal. En toda cuenta supuse
Chullachaqui. Y, aunque no lo creas, por ese caminito que que este fenómeno no era gratuito, que detrás estaba segura-
recorres por las noches se les ha presentado a muchos. ¿Y yo mente la peluda hechicera Atanué Carrel, ausente, pero con
qué tengo que ver con el Chullachaqui? También me tiene su pleno poder en ejecución, como en la mayoría de los casos
sin cuidado; eso adviérteselo a los miedosos. Y yo seguía con tan atroces con los que me he encontrado.
108 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 109

De todos modos, creo que hubiera sido gracioso que al- –Necesito el diario secreto de Galilei… ¿lo sabes, verdad?
guien pasara por allí, porque se hubiera partido de risa viendo Claro que lo sabes, ya te habrá informado Orlandito, ja, ja,
a un calato dando vueltas en un remolino que no lo quiere ja, ja. Anda alistándolo todo para irnos de viaje; me lo das y
sumergir. Pero no era cuestión de gracia, yo estaba aterrado luego te puedes quedar en Francia si quieres o te regresas a
porque no sabía qué sucedería luego del inesperado remo- este pueblo rutilante, aunque yo te aconsejo que te quedes
lino, a lo mejor este era mi último baño en el río que tanto allá. Ah, durmiendo para siempre, eso sí. Bueno, bueno, ya
quiero… ¿Dónde estaba Micaela? ¿Dónde Ludovico? ¿Y dón- estás avisado. ¡Vengo por ti una noche de estas!, adiós.
de mi madre para auxiliarme?... ¿Dónde estaba Orlando que Se largó y con ella la fatal envoltura de mi cuerpo, el re-
hacía poco jugábamos en la playa como dos nenes? molino se tornó en el río manso de cuando llegué, cayendo
La hechicera se apareció en forma de una serpiente gi- de golpe sobre él, y tan pronto estuve encauzado en el cami-
gante de color oscuro, con solo apenas algunas manchas de no de regreso, no quería otra cosa más en el mundo que solo
color amarillo haciéndome recordar la descripción de algunos llegar y lanzarme a dormir.
campesinos sobre la serpiente del río de aguas grises, en el Tal parece que aquí no hay nadie, lo afirmé tras una bre-
Campo de las Legumbres. ve inspección. Encendí una vela y la coloqué en la mesa de
Abrió la siniestra mandíbula, mostrándome sus filosos la sala, la cual tenía un agujero en el mismo centro, a causa
colmillos y me habló: de un desagradable descuido al quedarme dormido, teniendo
–No vas a morir hoy, no te preocupes. como almohada un libro. Sin embargo, consideré que no era
–Oh, qué generosa –le grité. buena idea ni buena hora para coger algún libro. Me dirigí, en
–Pero será muy pronto, eso te lo aseguro. cambio, a mi dormitorio, que era una mezcla de orden y des-
–¿Qué quieres? Bájame de una vez de aquí. orden; me vestí el pijama y me apuré a la claraboya de metal
–Aún, no. Tienes que escucharme primero. y sin cortinas, desde la cual observé la calleja vacía sin un solo
–Por lo menos déjame tener los pantalones puestos, ¿no? peatón ni mototaxis; apenas si el viento silbaba recogiendo
–ironicé. las últimas hojas secas de los arbustos que habían caído al
Provocando su ira, que hizo embravecer aún más el re- atardecer. ¿Dónde andaba mamá? ¿Habrá salido con Alcides
molino, volviendo a darme vueltas como una lavadora, y el y Gabo? ¿O Gabo y Alcides se tiraron la tarde y ella tuvo que
agua logró que me elevara más alto poniéndome esta vez salir a buscarlos, y a lo mejor su búsqueda aún no termina?
sí, al borde del vértigo. Luego la serpiente abrió sus fauces Al otro lado de la acera, frente a la puerta del vecino; erguida,
para escupirme una baba verduzca y pestilente que me cubrió verde pero vieja, yacía la castaña que mi madre argumenta-
como una telaraña el cuerpo entero. ba haber visto crecer y brotar sus frutos alrededor, fungiendo
–Ahora sí me vas a escuchar en silencio, chiquillo atrevido cada uno, como abono propio.
e insolente, te tengo que enseñar a respetarme… pero no te Yo, desde donde estaba, volví mi mirada a la sala y nunca
impacientes, ya aprenderás poco a poco; más te vale. como antes me pareció amplísima y esférica; pero cuando
Pero yo no podía responderle nada, ya que tenía hasta la estuve a punto de dirigirme para allá, la luz de la vela se ex-
boca pegada con esa baba repugnante. tinguió de pronto, dejando su silueta espiralada de un humo
110 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 111

blanco con olor a cera, pensé que era consecuencia del aire entonces que advertí a alguien filtrándose clandestinamente,
que se coló inesperadamente por la claraboya, pero pensé y creí que se trataba de un ladrón al que era necesario redu-
mal. Cerré la puerta del cuarto y me arrojé a la cama, a los cir, pero yo estaba solo y desarmado, aunque quizá el ladrón
brazos de Morfeo, pero solo entonces me volqué de la cabe- también lo estaba; entonces concluí que no existían razones
cera a los pies, de los pies a la cabecera, de un lado para otro; para no enfrentarlo e ingresé por el mismo portón, y tras abrir
era mi rara costumbre, quizá una terapia precedente al sueño la puerta posterior de la sala ingresé a ella; solo entonces pude
o una cábala anodina antes de dormir. percatarme que alguien se ocultaba en un rincón y que, pro-
También era una costumbre estar en la cama conciliando tegido por la oscuridad, trataba de disuadirme.
el sueño, sin sentir la necesidad de cubrirme el cuerpo con No obstante, algo me atrajo como un imán a la cocina, a
nada. El frescor de la noche llegaba desde las ciénagas, des- la que conectaba la sala a través de una puerta angosta; en-
de el río, del Campo de las Legumbres, del mariposario; lo tonces supe que ahí recién estaba lo bueno: dos duendes que
traía el resuello del croar de los sapos, la hierba que apenas no me llegaban al ombligo se apresuraron a cogerme de las
se besaba con el rocío a las cinco de la mañana y no antes manos, apretándomelas tan fuerte que querían retorcérmelas
se podía caer en un clima frío. Los encargados de tripular las o quizá separarlas de mis dedos; el dolor que me ocasionaban
embarcaciones que transitaban toda la noche el Huallaga lo era intenso e insufrible. Estos duendes eran distintos al amigo
sabían bien, aquellas desde donde los turistas en las hamacas
que tenía; eran, ahora lo recuerdo, los duendes malignos atra-
contemplaban la luna o las olas, mientras el barco se despla-
pados por la desidia, por el embrujo de la hechicera Carrel;
zaba aguas arriba o aguas abajo.
a lo mejor de las comarcas Uirus, Azamontes, Marindellas o
Solo en el vientecillo de la madrugada se podía disfrutar
Alepantos. Me estiraron toda la mano y casi me arrancan los
del descenso de la temperatura, y precisamente a esta hora
dedos, pero lo curioso fue que pese al dolor intenso de sen-
recién pude conciliar el sueño.
Sin que nadie me lo ordenara o pidiera me hallé súbita- tir que te llevan los dedos aquellos demonios, no podía con
mente en el patio anterior de la casa, contemplando la íngri- ellos. Mi lucha era vana, y creí por única vez que a partir de
ma calleja. Hacía poco que entramos en la estación de otoño entonces la derrota total era inminente; así que me resigné de-
y la vieja castaña del vecino se había venido abajo estrepito- jándome arrastrar por los duendes malos que me sacaban de
samente, y estuvo a punto de matar a su mastín; pero, para casa para llevarme a arrojar en una hoguera, la cual me con-
mala suerte, la noche hubo sobrevenido más pronto, y nadie fesaron estaba lista en el bosque, a orillas de un riachuelo en
quiso o hizo algo para removerla de allí, de modo que se que- la Montaña Negra. Pero, para evitarlo, se apareció como lla-
dó tendida como un difunto, pero no cualquier difunto, sino mado por campanita mi amigo, el duende bueno, que a puro
uno ilustre al que muchos admiraban pero en pretérito; pues sacudón y con otras pericias los hizo huir lo suficientemente
ahora pocos son los que recordaban sus lustros entregados rápido, como para darme cuenta que todavía me encontraba
enteramente a la filantropía, a la música, a lo mejor a pintar en el patio anterior de la casa. No sabes cuánto te lo agradez-
cuadros. co, le dije tras su triunfo con los demás duendes. No tienes
Volví la mirada a la puerta de mi casa y, a continuación, al por qué –me contestó–, ¿para eso somos amigos, no? Sí, es
portón de al lado por donde no tenía costumbre ingresar; fue cierto –le dije, aliviado. Me abrazó y se marchó de inmediato
112 Mi libro de magia

porque según argumentó, había dejado solo por un momento


esperando a su novia–, así que antes que me regañe me voy
de prisa –me lo dijo mientras corría entre chasquidos; pero
antes yo le dije que quería conocerla, que a ver si un día se Capítulo 17
animaba y nos la presentaba–. Sí, claro, no hay problema, me
habría prometido y al fin se marchó. EL RELOJ DE ARENA

o todo fue tan tradicional en Anchoajo por la mañana.

N Micaela se reunió con Augusto a la hora de recreo,


bajo el árbol de campanita, y allí, exaltada por la sor-
presa, le reveló que la noche anterior soñó que Atanué Carrel
le perseguía por un bosque de sauces y eucaliptos pero infes-
tado de lechuzas, búhos y fieras salvajes.
–Yo corría y corría –le dijo–, amenazada por ella, que con
sus palabras venenosas se acercaba cada vez más a mí, pero
seguía corriendo sin detenerme jamás y eso creo que la enfu-
reció; pero, para mala suerte mía, tropecé con un tronco seco
que algún despistado maderero dejó atravesado en el camino,
cayendo de golpe a un charco.
–¿Y por qué te perseguía?... si la bronca es conmigo –ar-
guyó Augusto, en un intento por calmarla.
–Yo tampoco lo comprendía hasta que puso su horrenda
cara frente a mí y me dijo: “¿Dónde tienes oculto ese libro que
te prestó Augusto? ¡Dímelo!” –gritó la bruja.
–Y qué le dijiste.
–Que no sabía de lo que me estaba hablando, que a lo
mejor se equivocó de persona.
–Y como era lógico no te creyó –dijo él.
–Por supuesto que no y me dio una gran bofetada que me
dejó estampada en el barro.
–¡Desgraciada! –refunfuñó.
La fantástica trilogía de Anchoajo 115

–Quería tu Libro de magia, Augusto. Lo quiere a toda


costa. Por suerte, desperté de pronto porque Almudena llegó
a mi casa muy temprano para prestarle la pomada de zapatos.
Si no hubiera sido porque mi madre la dejó ingresar a mi ha-
bitación a despertarme no sé qué me hubiese ocurrido.
–Y todo por culpa mía.
–No es culpa tuya, tú no tienes culpa de nada –le respon-
dió.
–Cómo que no, estuviste a punto de morir en manos de
la hechicera. A ella no le importa nada, solo busca conseguir
lo que se propone y punto. No debí entregarte el Libro de
magia; esa es la razón por la que te persigue.
–Pero yo lo quise leer, y te lo agradezco nuevamente, por-
que gracias a ello ahora puedo vivir, mientras duermo, en un
mundo absolutamente nuevo y maravilloso, así que por favor
no te sientas mal.
–Tú no sabes que puedes morir mientras sueñas, solo
basta que ella te quite la vida para que no vuelvas a despertar
jamás.
Eso era algo que realmente ignoraba Micaela y que Au-
gusto se lo hizo saber tardíamente, a lo que ella respondió con
un silencio; pero luego se sobrepuso y le dijo con firmeza:
–La hechicera no puede salirse con las suyas. Tenemos
que hacer algo para evitarlo.
–Sí, lo primero que harás es devolverme el libro, solo así
estarás a salvo.
–No tengo miedo, pero está bien, aquí está, lo he traído a
la escuela porque sé que solo contigo estará mejor guardado,
tómalo –le dijo y se lo entregó. Y, al hacerlo, una chispa de luz
brotó desde sus páginas.
–La hechicera Carrel no solo quiere este libro –le reveló
él–, sino más.
–¿Y qué más quiere? –preguntó.
–Un diario.
–¿Un diario?, ¿y de quién?, ¿y para qué?
116 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 117

–El diario nada menos que de Galileo Galilei. Lo necesita La aventura era para los dos, eso sí, nada de murmurar
para asegurar que su reinado de cien años tenga éxito. algo a Ludovico.
–¿Galileo, el astrónomo? –se asegura ella. Esa mañana tuvieron un examen de Ciencias sobresalien-
–Bueno, no era únicamente astrónomo sino también filó- te y los minutos se pasaron tan rápido que parecía obra de
sofo, físico y matemático. magia el poquísimo tiempo que antes estuvieron a solas bajo
–Claro, sí sé de él… pero dónde está ese diario, Augus- el árbol de campanita, organizándolo todo para la travesía
to… no me digas que en Anchoajo. que significaba ir en busca del diario perdido de Galileo Ga-
–Ya quisiera que estuviese a la mano para poder solucio- lilei.
nar más pronto este problema, pero no. Está bieeeen lejos. Todo o casi todo parecía listo cuando cayó la noche. Aun
–Dónde –inquiere ella. cuando ni Augusto ni Micaela tuvieron que alistar algún tipo
–Al norte de Francia, en la bóveda de una iglesia de nom- de equipaje o pertrecho para la ocasión, no faltaba nada para
bre Saint-Denis. Si obtiene aquel diario, más este libro de ma- iniciar el viaje. Él, vestido con su pijama habitual, reposó su
gia, ya tendría todo lo necesario para salir de los sueños y vivir cabeza sobre la almohada y se le dio por mirar el cielo raso
como nosotros en el mundo real; luego vendrá su reinado que de su cuarto. Ella, en cambio, se vistió un pijama que casi no
durará cien años y a lo largo de la Tierra se abrirá infinidad de usaba y se tiró boca abajo sobre el colchón. No obstante, al
laboratorios humanos en donde ella podrá hacer lo que se le rato, ambos comunicados por una telepatía súbita se hallaban
dé la gana con la especie. de costado en la cama, mirando hacia la ventana que cada
–Sería terrorífico –exclama pavorosa–, tenemos que ha- uno tenía en su habitación. Cerraron los ojos al fin e hicieron
cer todo lo necesario para impedirlo. un puño en sus manos.
–¿Y qué podrán hacer dos nenes como lo que somos? Media hora después de pasar por unos túneles oscuros
–Mucho, Augusto, mucho. Solo tienes que confiar en mí y que terminaban en unas pendientes, desde donde comen-
decirme qué debemos realizar para impedir que nuestro pla- zaron a resbalar a toda velocidad y, sin detenerse, pero por
neta caiga en las manos de Atanué Carrel. separado y gritando a todo pulmón, terminaron por caer en
–Existe una forma. una playa tropical guarnecida por varias colinas, acantilados
–¿Cuál? y grietas, donde los pingüinos se deslizaban, brincaban y re-
–Ir a Francia por el diario. producían, y también los alcatraces que convivían con ellos
–No será muy arriesgado, ya que no tenemos otra alter- en un solo espacio geográfico. Todo frente a un mar azul co-
nativa. ¡O, vamos, o vamos! Ya sabes lo que está en juego pioso de toda clase de peces.
–reflexiona ella–. Pero ¿cómo llegaremos hasta allá? –se pre- –No había un camino más corto, Augusto –le dijo ella con
gunta. ironía al verle.
Y Augusto no tiene inconvenientes en decirle de qué Pero él le sonrió y, más bien, se quedó admirando su traje
modo. Se acerca a su oído para susurrarle las instrucciones de estilo rococó en seda, con peto triangular decorado con
que deberá seguir esta noche, a fin de que juntamente con él cintas grises, blancas y rojas, falda y sobrefalda con delicados
se traslade hasta la iglesia de Saint-Denis, en el departamento encajes. Él, por su parte, al ser contemplado por ella, vestía
de Seine-Saint-Denis, región de Île-de-France a las orillas del una túnica estrecha, corta y ajustada a modo de casaca, con
río Sena. una sobretúnica de color intenso engalanada por una cota y
118 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 119

encima la hopalanda de cuerpo entero, larga y con mangas de la barquilla. Lo socorrieron inmediatamente aunque luego
anchas y acampanadas. Parecía un caballero del s. XVII, ape- le reprocharon por su osadía.
nas reconocible por el rostro blanco y redondo. –No podía dejarlos ir sin mí –les dijo, con poca modestia.
–¿Ya estamos en Europa? –preguntó ella. –Bueno, supongo que sabrás cuidarte por ti mismo –le
–Lamento decirte que no, todavía permanecemos en el dijeron los dos.
Nuevo Mundo –y se rio. –Despreocúpense de eso, más bien he venido para cui-
–Yo creí que sí, por las vestimentas… ¿En qué momento darlos –y rio, y Augusto y ella también.
me vestí de esa manera? –se preguntó ella. –Ok, pero deja de parlar que ya pareces una lora –le dijo
Augusto.
–Estamos listos para irnos, eso sí –afirmó él.
–Está bien, está bien… pero solo quisiera preguntar en
–Pero no veo ningún barco en la bahía, tampoco un ae-
qué tiempo llegaremos. No se olviden que estamos yendo en
roplano o algo así. Ya sé, volaremos como campanita y Peter globo –lo dijo en voz baja.
Pan –ironizó. Los otros dos solo fruncieron el ceño.
–Exacto. Volaremos, pero no como ellos, precisamente. El globo se elevó sin contratiempos en medio de un mo-
Mira hacia arriba –le dijo. saico de nubes blanquísimas y ligeras. Micaela y Augusto, con
Ella volvió la mirada al cielo y hacia las grietas, pero no un poco más de la mitad del cuerpo dentro de la barquilla y
observó nada relevante que ayudara al viaje. el duende con casi todo, observaban el bello paisaje del mar
–Arriba, niña, en aquella colina –y le apuntó el lugar con azul, las ballenas que circundaban las aguas, los pueblos que
el dedo. se hacían pequeñitos cuando el globo se elevaba cada vez
¡Ella no podía creerlo! Un globo de aire caliente en la mis- más y un horizonte naranja que los dejó maravillados.
ma cima aguardaba por ellos listo para elevarse; pero cuando Eran ya casi cinco horas de vuelo, Micaela se notaba can-
Augusto pensó explicarle algunas cuestiones de vuelo, se per- sada y el duende se había dormido, pero Augusto permanecía
cató de que Micaela ya no estaba a su lado, sino que cogien- vigilante.
do sus zapatos en las manos corría de prisa hacia la colina. Él –Imagino que has traído algo de comer porque se me ha
la siguió de inmediato para subirse en el globo y emprender abierto el apetito –le dijo Micaela a Augusto.
Entonces abrió su talega y empezó a sacar todo lo que ha-
el viaje. Era uno de color azul con franjas puntiagudas verdes
bía traído con él: un catalejo, una manta, fruta fresca y seca,
y amarillas. En su cubierta de caucho estaba almacenado el
un pañuelo, un reloj de arena y una brújula.
hidrógeno y metano ya caliente por un quemador de gas pro-
–Todo lo demás tiene sentido, pero… ¿El reloj de arena?
pano que no cesaba de lanzar poderosos chorros de llamas –inquiere ella.
hacia su interior. Cuando ya estaban en la barquilla y a punto –Hace cinco horas le di vuelta, ¿viste? Él nos indicará de
de elevarse, ambos se percataron de que el globo se ladeaba cuánto tiempo disponemos para volver.
a la derecha. Al principio, Augusto pensó que era cuestión de –¿Y si nos pasamos?
la corriente de aire; sin embargo, para sorpresa suya y la de –Nunca más volveremos a despertar y nos quedaremos
Micaela, no era sino porque el duende, amigo suyo, a duras allá para siempre, viviendo en el sueño de los franceses del
penas, casi a punto de caerse, permanecía trepado de un lado siglo diecisiete.
120 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 121

–¡Qué aterrador suena eso! Entonces tenemos que dar- aire de la cubierta con el quemador de gas y Micaela sujetaba
nos prisa en todo lo que hagamos. las amarras en un intento por impedir que el globo caiga al
–Estoy de acuerdo contigo –dijo el duende, que se había Atlántico; pero empezaron a descender inevitablemente por
despertado para comer pasas. la fuerte corriente del aire en sentido opuesto. El duende se
–Una pregunta más… ¿estás seguro que el globo llegará percató y les hizo saber que las nubes seguían cargadas de
a tiempo? un color gris inusual, comparándolas con las que suponen el
–Eso mismo iba a preguntar yo –refunfuñó el duende. cielo en el castillo de la Montaña Negra.
–Los dos me han agarrado de punto o qué, ¿eh? Por úl- Solo a escasos pies de caer al mar, un tiburón emergió
timo, yo no les obligué a venir, si están acá fue porque qui- súbitamente, abriendo la boca que mostraba sus cerca de qui-
sieron. nientos dientes para tragarse al globo y sus ocupantes pero,
–¡Mira que sí es malagradecido! No seas grosero con esta a consecuencia del calor en la cubierta y del aire favorable,
hermosa niña –le dijo el duende besando la mano de Micaela. comenzó a ascender nuevamente en un vaivén violento que
–¿Ves? Aprende como él. amenazaba con desalojar de la barquilla a alguno de ellos, y
–Bah, el globo nos dejará a tiempo en Seine-Saint-Denis el tiburón tuvo que quedarse con las ganas de probar bocado.
o cuando menos descenderemos a orillas del río Sena. El viento siguió soplando poseído por una furia tal que la
–Sí, cómo no –decía el duende mientras masticaba las tormenta arreciaba con mucho más vigor, haciéndoles atrave-
pasas. sar por los momentos más críticos y desfavorables de toda la
–Nos estamos elevando con nitrógeno, es el mejor com- travesía. A mitad del Atlántico nada podía ser peor. No con-
bustible para este tipo de artefactos; ya verán, par de incré- taban con salvavidas, el duende no sabía nadar y ni un solo
dulos. barco pirata siquiera se asomaba en altamar. Lo curioso fue
Se rieron todos y Micaela volvió la vista al cielo, que era ver las fumarolas submarinas que, incesantes, se elevaban a la
uno sin constelaciones pero de un azul nítido extendido; em- atmósfera, creando verdaderos torbellinos que se acercaban
pero, pronto estuvo recostada cuerpo a cuerpo con el duende cada vez más al globo.
en un sueño ligero, aunque lo suficiente para descansar. Au- –Esto no puede ser normal, es cosa de alguien que co-
gusto, en cambio, permanecía alerta, sin pestañear una sola nozco muy bien –dijo Augusto, refiriéndose a la hechicera
vez. No tenía otra opción porque sabía que su deber era ese. Carrel.
Al amanecer les sorprendió una inacabable ráfaga de Ni bien terminó de decirlo, un grupo de pájaros negros
viento gélido que chocaba contra ellos, haciendo que el globo sobrevoló el globo y empezaron a picotear el caucho del que
pierda estabilidad; y solo entonces una tempestad de dilu- estaba hecho para que el hidrógeno escapara, y sus ocupantes
vio sobrevino de lo inesperado, despertando a Micaela y al cayeran al mar y fueran devorados por las famélicas bestias
duende. marinas que seguían su curso, como el tiburón azul gigante,
–Cuida del reloj que no se vaya a humedecer la arena –le calamares gigantescos, ballenas azules y monstruos descono-
pidió al duende, entregándoselo. cidos, que ellos, a su paso por el Atlántico, habían visto aflorar
Y él inmediatamente tomó el reloj y lo cubrió lo más que a la superficie por algunos momentos.
pudo con su vestimenta, mientras que Augusto calentaba el
Capítulo 18

EL DIARIO DE GALILEO GALILEI

os pájaros lograron su cometido porque después de

L los mil picotones, el globo terminó agujereado y ante


el pesar de los tres, comenzó a escaparse el hidrógeno
y el metano, descendiendo inevitablemente a las aguas em-
bravecidas del Atlántico. No obstante, los tres se juntaron a
esperar lo peor; se abrazaron y prometieron no separarse. Así,
solo quedaba esperar que la muerte les sobrevenga por hipo-
termia o porque una bestia marina les engullera de un solo
bocado. Yo tengo mal sabor, habría susurrado irónicamente
el duende. Cerraron los ojos y, a solo unos cuantos pies de
altura, se detuvieron de golpe por efecto de la restricción a la
caída por gravedad.
Los huéspedes imprevistos que Micaela alimentó y cobijó
cada día, en el patio posterior de su casa, llegaron a rescatar-
los. Todas al unísono con las patas y picos sujetaban de varios
extremos el globo, evitando que llegue al agua; pero no solo
ellas habían llegado, el enjambre de abejas africanas hizo vo-
lar de prisa y en busca de refugio a toda la manada de pájaros
negros. La reina saludó a Augusto al paso porque era quien
dirigía el ataque; mientras que la hechicera Atanué Carrel,
confundida como una más entre las nubes grises, maldecía a
las abejas y palomas, pero desapareció pronto.
Las palomas siguieron agitando sus alas con todas sus
fuerzas, pero no era suficiente para cargar con la barquilla y
124 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 125

mucho menos para luchar contra el viento salvaje. Sin em- tografía de Seine-Saint-Denis y de la región de Île-de-France.
bargo, los nubarrones habían desaparecido dejando un lím- El mapa, aunque no es muy exacto –le advirtió–, será de mu-
pido cielo donde se podía divisar el sol con claridad y divisar cha ayuda. Les prestó su único velero pidiéndoles que se lo
también un islote a unas cuantas millas. Augusto estudió la devolvieran en cuanto terminaran su estadía en Seine-Saint-
brújula en silencio y luego, atalayando por medio del catalejo Denis, y les entregó suficiente provisión de alimentos para el
hasta el punto de tierra, dijo: es el golfo de Vizcaya. viaje. Pero mientras se marchaban, les siguió insistiendo que
–¿Estamos cerca? –preguntó Micaela. dejaran al duende con él, que se lo vendieran o regalaran, y
–Más o menos; pero no podremos continuar hasta Seine- el duende, como era natural, le puso cara de pocos amigos y
Saint-Denis con la ayuda de nuestras amigas palomas, Mica frunció el ceño mirándole fijamente, pero Augusto, Micaela y
–le dijo–, se les nota muy abatidas, tendremos que descender el viejo desde la playa, no cesaban de reír hasta que el velero
en el golfo. desapareció en el horizonte.
–Tienes razón –le secundó ella. Navegando en un velero que parecía una ligera pluma al
El golfo de Vizcaya se extendía en una vasta porción de soplar el viento por el océano, el tiempo se les iba sin sentirlo,
tierra en medio del mar Cantábrico, y para suerte de ellos pues en ratos prolongados la plática sobre asuntos de escuela
Francia se hallaba al suroeste de allí; y, mejor aún, por mar era la más tocada: desde las confesiones sobre asignaturas
desaprobadas, el profesor más antipático y bromear del di-
podían llegar hasta Seine-Saint-Denis sin mayor contratiempo.
rector, que al parecer de los tres era un cascarrabias. Ah, y ni
Las palomas les hicieron descender y, a partir de aquello,
qué decir del auxiliar, que en ese momento del viaje, parecía
muchos curiosos se acercaron a observarlos, pues no eran co-
un espantapájaros, y que en vez de cabello tenía la cabeza
munes los viajes en globo y, más aún cuando se trataba de un
cubierta por espinas y púas de puercoespín, al que en muchas
duende como parte de la tripulación. ¡Gran encanto!, un exó-
oportunidades quisieron decirle mil cosas, pero por no des-
tico duende americano. Ciertamente, les rodearon muchos,
aprobar en comportamiento no lo hicieron; y las carcajadas
sin embargo, el espectáculo fue interrumpido por un anciano seguían, y el duende, como si lo entendiera todo, como si
de nombre Théophile Gautier, que irrumpió el barullo y con fuera uno más de sus compañeros de aula, se reía también y
un palo, que era su bastón, los hizo correr por grupos hasta hasta ayudaba a poner sobrenombres a algunos profesores, al
que no quedó uno solo. Sin embargo, la gente se fue sin saber auxiliar o a los compañeros de ellos. La travesura de ponerse
si los tripulantes del globo eran europeos (por la vestimenta) el uniforme de mujeres a la hora de educación deportiva por
o americanos, porque no hablaban su idioma y se traían un parte de Augusto y Roberto fue otro tema de conversación;
duende con rasgos de indio muy distinto a sus duendes tra- a propósito se rieron nuevamente los tres al recordar el ma-
dicionales. rañón apachurrado de una manera salvaje, aprovechando
Gautier se hizo amigo pronto de ellos, brindándoles una que la compañera salió al recreo olvidando la bolsa blanca
confianza de padre o mejor de abuelo que ellos supieron de plástico.
agradecer y corresponder. Después de algunas preguntas de –Eso no lo hice yo –le aclaró de inmediato a Micaela–;
rigor, el viejo sabía qué misión les había traído por esas tierras fue Leonidas con Roberto. Yo le acepté, eso sí, cuando ya esta-
y, entendiendo la premura, le entregó a Augusto una car- ban todos aplastados para que no se desperdiciara y, claro,
126 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 127

tampoco fui yo el que se subió a un árbol para no dejarse lía la pena seguir recordándolo; sin embargo, siguió soñando
vacunar cuando fue a buscarnos el troglodita que era nuestro que volaba sobre una vasta extensión de bosques, o a veces
profesor en la banda de guerra. las imágenes eran intercaladas; jungla, avenidas asfaltadas y
–Pero bien que fuiste tú el que jamás llegó cuando tenía casas de concreto compartían una misma escena. De pronto,
que cantar para una orquesta local de música, en casa de una lluvia grácil caía pausadamente, acariciando el paisaje
nuestra amiga la directora de primaria y, además, eras tú el jungla-ciudad en un fresco de color celeste.
que siempre vacilaba a la maestra de Religión que era una de Después de seguir la línea marítima que indicaba la rudi-
esas monjitas dulces, ingenuas y tarugas a la que llamábamos mentaria cartografía, y de mantener siempre las pautas que
Panchita, le dijo Micaela. mostraban las agujas de la brújula, llegaron a París, atrave-
–Bueno –dijo él–, lo último sí es cierto, es que quería que sando antes, varias divisiones administrativas, que eran co-
yo esté siempre pintado de payaso y haciendo reír a cada rato marcas gobernadas todas por una sola monarquía. Con la
en clase; claro, como sus clases eran tan aburridas, qué más carpa cubrieron al duende para que no llame la atención y,
le quedaba. aunque le arrastraba por los pies y apenas tenía una abertura
–Sí, pues, qué más le quedaba, repitió el duende y siguió para los ojos, le quedaba muy bien. Aun así, aquellos ilustres
tragándose las pasas, masticándolas con torpeza. visitantes no dejaban de llamar la atención por cada zona que
–Eso último que dije y lo de la orquesta también, ah. Es pasaban. Bonjour… y luego, òu alles-vous. À Paris, respon-
que desde siempre he cantado pésimo; sino, escúchame… dían, a bientôt, decían los franceses, y ellos, au revoir, pero sin
Y Augusto ni bien intentó afinar la voz para empezar a dar mayores detalles, y a Micaela, los mozos, Madeimoselle y
cantar, el duende, con cierta socarronería, se tapó los oídos más pronto de lo que supusieron, con la ayuda de carrocerías
diciéndole. No, por favor. No. solidarias, estuvieron a orillas del río Sena, refrescándose los
Pero Augusto no lo hacía mal, todo lo contrario, cantaba pies momentáneamente mientras se abría la iglesia.
bien, lo había reconocido su grupo de amigos y eso le basta- –¿A quién se le ocurriría guardar ese diario en la cripta de
ba, pero en un gesto de modestia quiso pasar como novato la reina Catalina de Medici? –preguntó Micaela.
en el canto. También era bueno para el teatro y hasta para la –Todavía no sabemos a ciencia cierta si es que se encuen-
danza, aunque nunca quiso cultivar esto último con auténtico tra allí o en la de Enrique II –le dijo Augusto.
esmero; no obstante, sentía una gran fascinación cuando veía –Seguro que está en la de Catalina Medici.
danzar, porque lo definía como una manera más de volar y –Y… ¿por qué estás tan segura?
vaya que él sí volaba. Cuando era solo un infante soñaba –Porque las reinas de la Antigüedad eran las que man-
diariamente que se elevaba sin ayuda de ningún aparato. Era daban en el imperio y seguramente, dado a su importancia,
necesario únicamente tomar vuelo, correr hacia adelante y quisieron proteger las anotaciones secretas de Galilei en su
lanzarse al aire. Entonces daba resultado: el vuelo era cor- cripta.
to y largo. Corto en el sueño, pero largo al despertar. Todo –Te olvidas de algo importante, Mica. Enrique II era pro
el día se la pasaba pensando por qué razón tuvo que soñar católico y odiaba a las otras religiones, de modo que si qui-
así, pero como se repetía muy a menudo ese tipo de sueños, sieron asegurarse de ocultar bien el diario del astrónomo en
cayó en la cuenta que era, ahora sí, tan común que no va- algún lugar, habría pensado en un rígido católico.
128 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 129

–Tú también te olvidas de algo –le increpa Micaela. ayudar a su amigo, mientras que Micaela cerró las puertas de
–¿De qué? la iglesia para que no escapara la hechicera; la cual voló has-
–De… La Noche de San Bartolomé. ta las campanas de la abadía con el duende colgando de su
–Uhmm, veo que has leído sobre estos dos difuntos antes cuerpo. Augusto subió de prisa por la escalera angosta, pero
de llegar aquí, eso me da gusto, eh. al llegar al campanario no encontró a nadie; volvió, en cam-
Aquella noche hubo una cruel matanza. Se contaban por bio, la mirada y fue cuando la hechicera se abalanzó sobre él
miles los religiosos no católicos muertos por intrigas y ensaña- haciendo que cayera al vacío, eso pensó; sin embargo, para
miento de Catalina De Medici. No solo fue en París, sino que suerte suya pudo cogerse casi de milagro del borde del cam-
se expandió por varias provincias del imperio, avivando aún panario pendiendo de él, pero sin que pudiera resistir por mu-
más las latentes guerras de religiones que azotaban toda Eu- cho tiempo. Micaela, luego de asegurar las puertas y advertir
ropa donde se mataban por una cruz, una capa, una espada, que los vitrales estaban absolutamente tapiados, subió para
quizá por un santo grial. ayudarlos pero se encontró con que la vida de Augusto corría
Pero el diario de Galileo Galilei, contrariamente a lo que peligro, logrando apenas auxiliarlo con la ayuda del duende,
supuso Micaela, se hallaba en la cripta de Enrique II, así lo cuando tuvo que desistir de luchar con la hechicera para ir
comprobó Augusto ayudado por una piocha, un cincel y una en ayuda de su amigo permitiendo, contra su voluntad, que
comba, y con la ayuda aunque no lo suficiente, pero sí ur- huyera con el diario de Galilei.
gente, del duende. Oculta por la sombra de monumentos reli- A orillas del Sena, una vez más, Augusto se lamentaba:
giosos y debajo del atrio, se encontraba la cripta con la efigie –Debiste seguir luchando con la bruja malvada hasta qui-
del rey sobre la roca intacta. La iglesia de Saint-Denis estaba társelo –le dijo al duende.
dotada de espléndidos capiteles y de pórticos románticos, –Primero estabas tú –le dijo él, al instante.
convirtiéndola en una joya francesa, al fondo estaba el púlpi- –Sí, tiene razón. Si no te ayudábamos te hubieras caído
to y debajo, algunos recipientes de oro y plata. Las vidrieras –agregó Micaela.
están por toda la iglesia, y los frescos y pinturas delante de las –Ya estaba a punto de alcanzar una de las columnas –les
paredes de arquitectura gótica narrando varias escenas del dijo Augusto.
Antiguo Testamento. –Qué va, amigo, no te sientas mal… ya veremos la forma
Cuando tuvieron el diario, que era una suerte de papeles de recuperar ese diario –le animó el duende.
antiguos enrevesados, a punto de deshacerse, con una cará- Y le abrazó Micaela.
tula color marrón de cuero de animal en las manos; la hechi- –Tendremos que volver al puerto para alistar la nave y
cera Atanué Carrel apareció volando de súbito y se los arre- regresar al golfo de Vizcaya. Théophile Gautier debe estar
bató sin que nadie advirtiera su presencia. Pero el duende se aguardando por nosotros, a lo mejor creerá que ya nos roba-
había cogido de su vestidura y no se desprendía de ella pese mos su velero.
a que hacía una serie de jalones y más jalones, mordiéndole –Mira –le dijo el duende, mostrándole una gavilla de ho-
hasta las orejas alargadas que poseía. Entonces se generó una jas que logró arrancar del diario mientras forcejeaba con la
gran disputa por el texto en ciega persecución con chasqui- hechicera.
dos y una espantosa bullaranga. Augusto corría tras ella para –Duende, eres lo máximo. A ver…
130 Mi libro de magia

Examinando aquellas páginas que estaban en latín y que


él, por obra de magia entendía perfectamente, les dijo que
eran anotaciones precisas de cómo construir una nave. Pero
solo un detalle le llamó la atención de forma decisiva. Capítulo 19
–Duende, ¿sabes de qué parte del diario arrancaste esas
páginas?... ¿Lo recuerdas?, dime que lo recuerdas, por favor. LAS PREDICCIONES DE LA DAMA
–Sí, claro que sí. Eran las cuatro últimas porque la maldita DEL ZENALÉS
se llevó el resto.
–Síganme –les dijo Augusto de inmediato.
–A dónde –preguntó Micaela.
–A la abadía –les dijo, mientras se dispuso ir allá a toda
prisa y ellos tras él, sin que por ello el duende olvide su telar e vuelta al golfo de Vizcaya, volvieron a reencontrarse
que era su camuflaje artificial.
–Pero explícame por qué estamos regresando –indaga Mi-
caela mientras va de prisa junto a él.
D con Théophile Gautier que, para fortuna de ellos, les
entendía con toda claridad. En sus años mozos trabajó
en un barco que surcaba todo el Atlántico, llegando a menudo
–Si estas son las cuatro últimas páginas del diario la cuar- a las costas de América, pero el español no lo aprendió preci-
ta está inconclusa, o sea, continúa. Parece que finalmente tu- samente allá. Uno o muchos de sus compañeros de navío de
viste razón, el diario estaba dividido en dos partes, la primera origen español, se habrían encargado así, sin proponérselo, a
oculta en la cripta de Enrique II y la otra… si no me equivo- enseñarle su idioma que, sin duda, jamás desdeñó, y desde
co, en la de Catalina Medici. Apurémonos, todavía estamos luego ahora con los huéspedes lo había puesto en práctica;
a tiempo. pues les confesó que hacía mucho no se expresaba en caste-
Ingresaron a la abadía y, siguiendo el mismo procedi- llano, pero ellos notaron que Gautier lo dominaba claramen-
miento que en la cripta del Rey, lograron abrir la de la Reina, te, permitiéndoles comunicarse con gran facilidad.
en donde, efectivamente, tal como lo supuso Augusto, se ha- Durante la navegación de regreso Augusto, recostado en
llaba la segunda parte del diario de Galilei, con unas páginas la baranda del velero, leía e interpretaba cada página del dia-
en que las letras eran más legibles que en la primera, y de una rio, mientras Micaela se tomaba una siesta y el duende pes-
carátula color ocre hecha de un material semejante al papiro. caba con un arpón que halló en la bahía del río Sena. Pudo
deducir la geometría, interpretar las escalas, apuntar los ma-
teriales y hasta dibujar un astrolabio en una hoja de apuntes.
Había tomado la decisión, inmediatamente después de llegar
al golfo, de construir una nave dentro de los varios modelos
que habían sido graficados por el mismo Galilei; si lo lograba,
esta podría trasladarlos en poquísimo tiempo a Anchoajo, aun-
que demandando muchísimo tiempo para construirla, con-
cluyó, en cambio, luego de evaluar ciertos asuntos, causas y
La fantástica trilogía de Anchoajo 133

elementos, que no podría concretar su ilusión, y se resignó a


la fantasía que le significaba la idea misma de los religiosos
católicos del s. XVII al conocer las ideas heréticas del astróno-
mo italiano.
A su retorno, el más entusiasta fue el anciano Théophile
Gautier, que hasta puso en práctica la sorpresa de un banque-
te y lo sirvió en una mesa fina y larga, con manteles blancos
al aire libre y bajo la sombra apenas de una palmera enjuta.
Los manjares desfilaron uno a uno: canastillos con carnes y
pescados acompañados de verduras, ensaladas, frutas, queso,
charcuterie, crêperies crêpes y, al final de la mesa, surtidos
postres y tazas de café y vino y, bueno, agua para los chicos.
La noche parecía una fibra relampagueando al fondo,
con un solo haz de luz a orillas del mar Cantábrico, en donde
habían preparado una fogata, y a la luz de la nocturnidad
se pusieron a platicar: el viejo les narró que enviudó hacía
muchos años y que sus hijos vivían en Italia y Grecia, y que
hacía mucho no tenía noticias de ellos. Pudo montar una ca-
baña en la playa donde brindaba servicio de guía marítima a
los turistas y que, además, a partir del último verano, había
empezado a beber con mucha frecuencia; pero mientras les
relataba pasajes de su vida, había intervalos de bromas muy
esmeradas que ellos gozaban y aplaudían, mientras el duende
colaboraba con el viejo atizando la hoguera con su bastón
como trinche. También les hizo preguntas sobre la escuela,
las que Augusto y Micaela respondieron amablemente pues
se sentían motivados al asistir cada día, y le narraron sobre el
bosque tropical de Anchoajo, sus ríos, sus piraguas, sus cié-
nagas y sus maravillosas criaturas, y no se olvidaron tampoco
de los animales silvestres como los jaguares y otorongos, y las
flores de achira, gladiolos, orquídeas y más...
No obstante, a mitad de la tertulia, Augusto le explicó a
Gautier sobre el contenido del diario de Galilei, con una fasci-
nación que se vio brillar no solo en sus ojos, sino también en
134 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 135

los de él, le dijo que era posible construir una nave como la En casa de Micaela la reacción de sus padres no era tan
que graficó en sus hojas íntimas que luego, sin duda, querría diferente. Aunque, a diferencia de Augusto, ella sí había falta-
publicar, pero se las retuvieron. Convencidos ambos de ello, do algunas otras veces; pero esta, le indicaron, sería la última
no hizo falta agregar más, el viejo, con una voz de capitán de vez y la advertencia fue con tal severidad que no le quedó
barco, les dijo a todos: Mañana, a primera hora, empezamos. ninguna duda de que estaban hablando muy en serio.
En ese momento no creyeron que hablaba en serio, que a lo Quería comunicarse con Augusto de cualquier forma por-
mejor se excedió en jerez. Pero no era así; nunca antes había que tenía varias interrogantes en la mente que consultarle,
sido tan honesto con sus propias palabras como hoy; de modo pero no pudo. Sus intentos tuvieron que restringirse a la puer-
que luego de afirmar otras cuantas frases más al respecto, ta de su casa o a la claraboya, porque le había caído el castigo
quedó sellado que al día siguiente, desde Théophile Gautier de encierro, todo el día.
hasta el duende, todos colaborarían para poner en marcha la Augusto, en cambio, fue acompañando a su madre al
construcción de una nave que pudiera cruzar el Atlántico, pero Campo de las Legumbres a recoger bejucos y cortar hojas
por aire, a la que pondrían por nombre AeroGalilei. de palmera; pero no todo era trabajo aquella mañana, se las
En Anchoajo las cosas seguían con total normalidad. El ingenió para ocultarse de su madre y se internó en el campo a
amanecer fue de un radiante sol primaveral, las palomas se jugar, atrapando mariposas que sabían a canela o a bajar por
los desniveles a recoger vainas; precisamente, siguiendo por
hallaron picoteando el maíz que Micaela dejó el día anterior,
uno de esos desniveles, le pareció ver la silueta del duende
las abejas no habían descansado toda la noche fabricando
escabullirse por un árbol de jagua. Fue arrojado por su supo-
miel y el río Huallaga abrumaba a todos con su presencia
sición, tras él, pero después de un largo recorrido por la zona
caudalosa, desbordando su torrente desde el último temporal
se dio cuenta que no estaba, que todo había sido producto
de lluvia hasta el último cascajal del pueblo. En cambio, la tra-
de su fértil alucinación, ya que solo podía estar al lado del
gedia estaba en sus recámaras. Tanto Augusto como Micaela duende mientras dormía.
no habían asistido a la escuela y permanecían con los ojos No muy lejos de allí empezó a oír los gritos de su madre
cerrados tendidos en la cama. La madre de Augusto hizo nue- llamándole, que inquieta, antes de regresar, se había perca-
vamente un esfuerzo por levantarlo hasta que lo logró. Sus tado de su ausencia. Entonces Augusto corrió de izquierda a
ojos parecían dos luceros transparentes y su anatomía de un derecha, de derecha a izquierda, de un lado a otro sin conse-
niño de nueve años, pero con la sonrisa de siempre. Al levan- guir llegar hasta donde estaba su madre; volvió a subir por las
tarse le dio un beso pero, al percatarse de la hora en el reloj pendientes sin dejar de atrapar cuanto insecto pudiera, pero
de pared, intuyó que su madre estaría furiosa por no haberse nada. Solo entonces supo que se había extraviado y que no
levantado a tiempo. Perdón, dijo. A lo que ella agregó: Tus le rodeaba otra cosa más que aquellos gigantescos árboles de
hermanos menores tienen mejor entendida su responsabili- ojé y algunos lupanares, en medio de un follaje agreste y tupi-
dad, jovencito. Entonces hizo un esfuerzo para recogerse de do, pero también se abría camino frente a él, un río de aguas
la cama y alistarse con el uniforme y los cuadernos, pero su grises en cuyas profundidades, contaba la leyenda, habitaba
madre le dijo: ¡Alto!, ya son las once; hoy no irás a la escuela una serpiente del tamaño de dos campos de fútbol, que era
y espero que sea la primera y última vez que eso ocurre, le ad- la protectora y madre de aquellas aguas en las que, según los
virtió. Sí, mamá, repuso él, hundiendo los hombros entre sí. comuneros, el oro brillaba emanando del subsuelo.
136 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 137

Ciertamente, no era un río común, pero tampoco creía perfectas con un par de aretes de oro confundidos entre dia-
que tuviera poderes diabólicos o algo parecido. A veces la mantes y dueña de una sonrisa que se dibujaba en sus delga-
gente le añade supersticiones a aquello que le inspira misterio, dos labios, derramando ternura. Un mosaico de mariposas,
pensó; y de misterio sí que sabía mucho. Sus años de infancia semejantes a las que Augusto estuvo atrapando desde hacía
habían sido misteriosos, desde el llanto prolongado e infini- un rato en el Campo de las Legumbres, le rodearon.
to que no pudo contener por razones inexplicables y poco –Acérquense, vamos, no tengan miedo –les dijo a los tres
convincentes, hasta su curación con remedios preparados de que habían presenciado su aparición, anonadados.
manera artesanal pero eficaz por parte de sus padrinos, según Ellos no se opusieron, aunque los más decididos fueron
le había relatado su madre. Antes que cumpliera la semana de Augusto y Micaela, seguidos por una trémula Almudena que
nacido se había vuelto bocabajo en la cuna en la que le dejó se acercó a paso lento. Vista desde la orilla era más alta que
su madre; a veces ella le dejaba en el columpio del parque, Goliat, y más bella que reina alguna de los cuentos de hadas.
cerca de casa, pero lo encontraba conversando como todo un –¿Quién eres? –le preguntó Augusto.
viejo, con sus vecinos mayores, cuando apenas tenía cuatro –Soy Tizera, dama y protectora del río Zenalés.
años bien cumplidos. –Y… supongo que el río Zenalés es este –inquirió.
Al poco tiempo de estar allí, se hizo un breve murmullo de –Así es –le dijo–. Yo cuido de este río desde que se formó
burbujas a mitad del río, convirtiéndose pronto en un remoli-
a causa de un deshielo, cuando la Cordillera de los Andes
no que aclaró el color del agua, volviéndola tan transparente
atravesaba Anchoajo. Muchos creen que aquí habita una gran
que parecía una de esas aguas que conformaban las cataratas
serpiente, y por eso no vienen a pescar, y eso es bueno, así
de las que le habló Orlando; pero entonces dos voces acer-
puedo evitar que depreden las especies que habitan en el río,
cándose, llamándole por su nombre, lograron desaparecer el
con venenos y explosivos como el varbasco y la dinamita.
remolino y sus burbujas cristalinas.
Era Almudena y Micaela, que habían ido a buscarle a Aquí no viene nadie a botar basura ni llegan las aguas servi-
su casa y, al no hallarlo, decidieron ayudar a su madre en la das del pueblo.
búsqueda siendo las primeras en dar con él. A duras penas –Pero todavía no entiendo qué quieres de nosotros, su-
Micaela pudo convencer a su madre de levantarle la sanción; pongo que sueles hablar con las personas que vienen por aquí
en realidad, tuvo que intervenir Almudena para que ello fuera –dijo Micaela.
posible. Ambas se alegraron al verle. Almudena iba a ser tes- Mientras que Almudena seguía pasmada.
tigo de algo inaudito que, sin duda, le cambiaría la vida por –No, te equivocas –le respondió, no he hablado con nadie
completo para siempre. hace ya casi cien años; solo en una oportunidad y fue cuando
Las aguas grises empezaron a burbujear nuevamente y por primera vez los colonos llegaron a fundar Anchoajo. Les
del centro del río se desplegó una gran luz que les encegueció. expliqué detalladamente cómo debían diseñar el pueblo, les
De pronto, pequeños cristales de múltiples colores emanaban entregué manuales para facilitar su convivencia y les pedí que
del agua, que en una aleación se transfiguraron en una mu- se alejaran del mal, de la hechicera Atanué Carrel.
jer cuyo cuerpo transparente estaba vestido de un gran telar Atanué Carrel se encontraba en el laboratorio de su casti-
purpúreo. Se le podía apreciar el rostro claramente, las orejas llo en Montaña Negra, examinando con el mayor cuidado el
138 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 139

diario de Galilei. Los pájaros negros rondaban por los pasillos –Nunca supe cómo murió mi padre, quizá porque soy
y las bestias encantadas por el hechizo seguían vigilando a los chico mamá nunca me lo dijo; pero ahora sé cuál fue el mo-
prisioneros. En varias páginas, Galilei había anotado el movi- tivo.
miento de los astros, la geometría para la construcción de na- –Perdón, no quise romper las reglas de tu madre, pero es
ves aéreas; había señalado tipos de energía y hasta una teoría que a veces no me contengo y soy poco discreta; pero tenías
incipiente sobre la gravedad. La hechicera lo entendía todo, que saberlo para que puedas seguir adelante hasta acabar
pero no se sintió feliz al descubrir que faltaba la otra parte con la hechicera.
del diario. Aun así, no se desanimó y concluyó que mientras –Sí, te lo agradezco; igual no creo que mamá se moleste
buscaba la forma de conseguir la otra parte, ampliaría su la- contigo; además no pienso decírselo porque se preocuparía
boratorio a un hangar fuera del castillo, en medio de Montaña más por mí y quizá intente llevarme a curar a esos chamanes
Negra y allí empezó la construcción de algunas naves. o brujos –le dijo.
–¿Qué? ¿Atanué Carrel, dices? –inquirió sorprendida Mi- –Que dicho sea de paso deben ser discípulos de Atanué
caela. Carrel –agregó Almudena.
–Sí, ella misma. Antes vivía en las afueras de Anchoajo y –Así es… pero bueno, ahora escúchenme con atención lo
desde siempre fue una hechicera muy malvada… tú lo sabías, que tengo que decirles: antes de la cuarta luna llena habrá un
Augusto.
incendio de proporciones devastadoras para la flora y fauna,
Augusto guardó silencio y le quedó mirando.
e incluso poniendo en riesgo a muchas personas y tu vida,
–¿Es cierto eso? –le pregunta Micaela.
Micaela, correrá un grave peligro tras la muerte del Fauno en
–Sí, lo sabía; por eso es que debo evitar que vuelva a la
la Montaña Negra.
vida real –le dijo al fin.
Las predicciones de la Dama del Zenalés eran estram-
–Hubieras sido más sincero conmigo, ¿no?... ¿Y desde
cuándo vive en tus sueños, eh? –pregunta Micaela. bóticas, porque de por sí se sabía que en Anchoajo no hubo
–Desde que su padre la encerró a través de un conjuro incendios forestales jamás y pues Micaela no correría otro pe-
que obtuvo en uno de sus viejos libros –interrumpió Tizera. ligro más que algún tropezón casual. Su verdadero peligro era
–¿Conocías a mi padre?, –interrogó Augusto. ella misma, pensó Augusto.
–Sí, claro, fue el hijo de uno de los primeros colonos que –Sé lo que estás pensando –le reveló la dama, tras una
fundó Anchoajo. rápida lectura de sus pensamientos.
–¡Oh, por dios!, el agua sigue hablando… ¿Y quién era Augusto se sintió desnudo por un instante, pero con un
esa tal Atanué Carrel, eh? –repuso Almudena. tono casi burlón la desafió: “A ver… qué”.
–No es agua, es Tizera, la dama del río Zenalés y lo de la –El hecho de que no haya habido incendios forestales en
hechicera pues es una historia bien larga que un día te conta- Anchoajo no significa que no se puedan quemar las praderas.
ré –le dijo para tranquilizarla. Si no controlas ese fuego en tu sueño, se volverá realidad
–Pero el hechizo no salió del todo bien, Augusto; por eso porque ahora que Atanué Carrel tiene en su poder el diario
es que tu padre se sacrificó y la hechicera fue a parar a tus de Galilei, ha logrado evadir las leyes de la gravedad y de
sueños. Ahora te toca a ti acabar el trabajo que empezó y la física, y cada día que pasa se vuelve más real de lo que
quiso terminar él. crees. Y claro, Micaela también está en un gravísimo peligro,
140 Mi libro de magia

porque no olvides que ella es la única persona, luego de ti,


que sabe de su existencia y la hechicera hará cualquier cosa
por deshacerse de ustedes dos, y quizá de ti también, Almu-
dena; porque a partir de ahora estarás en algunos de los sue- Capítulo 20
ños de Augusto y Micaela hasta que finalmente te encontrarás
en todos. LA APABULLADA NAVE RECUPERA
–¿Yo, qué? –se preguntó Almudena sacudida por un ex- SU HONOR
traño pavor.
Aún no era consciente de la situación en la que se en-
contraba; sin embargo, pronto la entendió y Augusto terminó
admitiendo que no podían darle tregua a la hechicera Carrel,
y si se daban prisa todo les saldría bien. La Dama del Zenalés na noche fría nos sobrecogió atravesando el Campo
se despidió de ellos con un gesto breve y tierno, e inmedia-
tamente fue envuelta por las mariposas de canela que se su-
mergieron con ella, convirtiéndose nuevamente en burbujas
U de las Legumbres. Ay, date prisa, Almudena y Micaela…
Ya voy, ya voy. Yo venía cogido de la mano de Mi-
caela, o quizá ella de mi mano para no perderse entre la os-
efímeras que cedieron al remanso. curidad del follaje que insistía tercamente en apagar la luz de
una espléndida luna llena. De vez en cuando, las luciérnagas
aparecían con su luz intermitente y era bueno seguir aquella
luz, pues por lo menos nos guiaba entre las tinieblas; aunque
más pronto de lo pensado estuvimos en el umbral caminando
a pie firme hasta llegar a casa; bueno, a la mía y cada quien
a la suya. Mi madre se enojó conmigo porque estuvo en vilo
imaginando que algo malo me pudo haber ocurrido y, tras
una severa amonestación, me llamó a la mesa a cenar; advir-
tiéndome nuevamente que esperaba que mañana no volviera
a despertarme a destiempo y faltara a la escuela.
En el camino Micaela me preguntó si la próxima vez so-
ñaríamos estando en Francia o simplemente ya venimos, y
de juego también ya tenemos la segunda parte del diario… y,
¿dónde está el reloj de arena?, ¿acaso se nos agotó el tiempo?
Nada de eso –le dije yo–. La arena del reloj ha dejado de caer
hasta que volvamos a Francia; una vez allá, el tiempo volverá
a correr y entonces sí debemos darnos prisa en construir la
nave y volver –no obstante, lo que le iba a decir a continua-
ción, seguramente la aterraría–: Si la hechicera Carrel logra
La fantástica trilogía de Anchoajo 143

volver a la realidad, simplemente no volveremos jamás a An-


choajo ni a despertar.
Pero al instante entendió con calma lo serio del asunto, y
concluyó que debíamos colaborar para que AeroGalilei que-
dara terminado esta misma noche. Seguro que sí –le dije yo–,
y me hubiera gustado ver la cara burlona del duende mirán-
dole con sus ojos saltarines.
No sería cosa fácil, pero con la ayuda de Gautier, un du-
cho naviero; de Micaela que es una chica inteligente; y hasta
del duende que molesta más de lo que colabora, pero que esta
vez pondría de su parte, lograríamos el objetivo. No obstante,
nadie sabía en ese famoso golfo qué diablos construíamos a
orillas de un mar ciego. Nos visitaban y observaban con mu-
cha curiosidad cuando los cuatro, palmo a palmo, seguíamos
con exactitud las instrucciones en el diario de Galilei.
Esa noche, Micaela y yo repetimos el ritual de la noche
anterior. Nos acostamos mirando hacia la ventana que cada
uno tenía en su habitación. Cerramos los ojos e hicimos un
puño en las manos y, como si el sueño nos viniera de golpe,
estuvimos esta vez, a diferencia de la noche anterior, cayendo
de una cascada cuyas aguas cristalinas tenían mucho de ma-
nantial y nos vimos perdidos en medio de un bello paisaje de
selva virgen. Volvimos a estar vestidos con los mismos trajes
y el duende apareció de súbito cargando algunos palos. Apú-
rense que se hace tarde chicos, nos dijo a la volada y siguió
caminando.
Ahora nos sentíamos mejor al saber que el duende esta-
ba allí con nosotros y lo seguimos; pero Micaela me dijo que
esta vez debía despertar antes de que llegue la hora de ir a la
escuela; me lo advirtió, alegando que si faltaba una vez más,
no la contaba con sus padres. Pero le di sosiego al afirmar que
mientras permanecíamos en este onírico mundo, pueden pa-
sar días y hasta semanas, y en Anchoajo apenas si transcurre
una noche. Y entonces ¿por qué se me hizo tarde para ir a la
escuela ayer? –rechinó. Te dije que, a veces, no siempre, tú
sabes, los sueños sueños son.
144 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 145

El anciano Théophile Gautier fue a nuestro encuentro y, razón… ahora qué hacemos, y se llevó las manos a la cintu-
tras un breve saludo, nos invitó a desayunar. Eran las seis de ra. La betarraga, Théophile Gautier. Y yo, ¿la betarraga? Y
la mañana. No hay tiempo –le dije–. Desayunaremos mien- Théophile Gautier, sí, la betarraga fermentada nos producirá
tras trabajamos... vamos, démonos prisa. combustible, con el que podremos hacer funcionar la nave.
En medio de la arena desplegamos metal fundido, made- Por fin hay alguien que piensa aquí, el duende y Micaela con
ra labrada, tornillos, calderos y otros utilitarios que, por arte una cara de asesina mirándole y yo que quería empotrarlo en
de magia, se iban formando; impulsados por las manos y bra- las hélices.
zos de los cuatro, en el fuselaje, las alas, el timón, los alerones Théophile Gautier acudió a un amigo suyo que tenía
de cola y el caucho para el tren de aterrizaje. Incorporamos plantaciones de betarraga, pero la cosa le salió más fácil por-
rápidamente el motor y fabricamos, antes de las catorce horas que el tipo era un científico loco que, precisamente, andaba
del mismo día, la cabina, los estabilizadores y las hélices. experimentando con biocombustibles; de modo que le prestó
–AeroGalilei se ha convertido en todo un transbordador mucho de ese gas líquido que, concentrado en el motor, era lo
–se ufanó Gautier. único que faltaba para regresar a Anchoajo luego del vuelo de
–Solo le falta algunos detalles más, y luego ponerlo a prueba que tuvo éxito al despegar, sobrevolar y aterrizar.
prueba para dar por terminada su fabricación –les dije, con Antes de marcharnos nos despedimos del naviero Gautier
gran entusiasmo. que, entre sollozos, nos pidió que partiéramos de prisa. Y yo,
Los curiosos que siguieron minuto a minuto la construc- que debía dejar la bebida, y el viejo me lo prometió. Ade-
ción del artefacto, se rindieron cuando a la hora del crepús- más no tiene que trabajar tanto, Micaela y el duende, a ver
culo la nave se hallaba en el hangar improvisado de hojas y si nos visita un día en Anchoajo, y Théophile Gautier, claro,
ramas en el golfo de Vizcaya. me encantaría. Besos y abrazos, Micaela, y subimos a bordo,
–Ahora solo falta pilotear el invento de Galilei –les dije–… nos instalamos en la cabina con reservas de combustible, el
¿Quién quiere tener el privilegio? diario y algunos croissants. AeroGalilei, la primera nave de
Pero nadie quiso mirarme. El duende lanzó un silbido tra- punta curva y de alas contraídas, figurando un habano, des-
vieso de yo no, Théophile Gautier me dijo que estaba muy pegó desde el golfo de Vizcaya el año 1668; sobrevolando el
viejo para subirse a un aparato de esos, Micaela dijo que una Atlántico, el mar del Caribe y el océano Pacífico.
dama no podría darse ese lujo si es que no es piloteado antes Desde la nave, el Atlántico era menos temerario, apenas
por un caballero; de modo que recayó en mí hacer realidad el si provocaba un resquemor ligero. De todos modos, las olas
sueño, dentro del mío, de Galileo Galilei. se erigían con varios metros y el aire bufaba una marea alta.
Una vez ubicado en la cabina, me dispuse a encender el También observamos nuevamente tiburones, ballenas, ca-
motor que ronroneaba, pero nada. lamares gigantes, y un barco pirata que surcaba el océano,
–Espera –dijo el duende–. Ya sé lo que ocurre. Fue a re- aprovisionado de riquezas obtenidas en el asalto de algún
visar el tanque de combustible y, en efecto, no había una sola barco americano.
gota. Sobre las aguas del océano Pacífico, una descarga eléc-
–Sin combustible no se puede volar esto, Augusto –dijo trica provocada por rayos brutales sacudió la nave poniendo
Micaela. Y solo entonces reparamos en que nos habíamos en peligro el reloj de arena con una rajadura y, cuando pare-
olvidado de lo más importante. Y el duende a ella: Tienes cía que la arena iba a ser expuesta y esparcida por el aire, el
146 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 147

duende lo cogió con sus dos manos que, aunque pequeñas, asiento, yo del timón y, antes de caer inevitablemente, realicé
evitaron que se haga añicos. Si la arena se hubiera perdido, ciertas cabriolas para no estrellarnos contra los árboles.
todo el tiempo que pasamos en la abadía de Saint-Denis re- Pero la salvación estaba a orillas de un riachuelo que,
cuperando el diario, y lo que nos costó construir AeroGalilei, definitivamente, no se hallaba en los mapas. Habían depre-
se hubiera vuelto a fojas cero, despertando bruscamente cada dado a mansalva los árboles que alguna vez estuvieron en sus
uno en nuestras camas y el duende en el bosque, sin haber orillas, aunque sirvió de alguna forma para poder aterrizar
logrado absolutamente nada. sobre la arena y piedras, pero con la mitad de la nave en el
Varias partes de madera se chamuscaron, sobre todo en riachuelo. Creo que esta es una de las primeras proezas de la
las pequeñas alas y la cabina, encontrándonos a punto de aviación, pensé mientras le ayudaba al duende a salir, por-
realizar un aterrizaje de emergencia, pero estábamos a cientos que era el único que me faltaba saber si estaba a salvo, solo
de pies y no teníamos un lugar apropiado a la vista; de modo entonces veo en el reloj que el último resquicio de arena ha
tal que realicé múltiples maniobras con el timón, pudiendo terminado de bajar.
sortear el temporal, aunque estrellándome con muchas aves, –Justo a tiempo –exclamé; pero todos estaban tan ocupa-
varias veces. ¡Allá está Anchoajo!, exclamó el duende, apun- dos en saber dónde nos encontrábamos, que nadie tomó en
tando con su dedo índice. Micaela cogió el catalejo para ase- cuenta lo que dije…
gurarse que era cierto lo que había dicho o era pura ilusión –¿Dónde se supone que estamos? –preguntó Micaela.
para ponerle paños fríos a la inminente tragedia; pero no solo –No lo sé, exactamente –respondí–, aunque me resulta
él creyó ver el pueblo en su alucinación, pues la brújula, exen- familiar el lugar, me parece que alguna vez estuve por aquí.
ta de toda subjetividad, me decía que estábamos sobrevolan- ¿Tú sabes, duende? –le pregunté.
do Anchoajo. Él empezó a silbar como quien se hace el desentendido,
El problema surgió cuando nos dimos cuenta de que no y por eso tuve que volverle a preguntar, pero esta vez con
había una sola área abierta para aterrizar, y estuvimos hacien- mayor firmeza. Y sí que la respuesta sorprendió a todos: nos
do varios círculos en el aire, buscando un lugar, pero nada; de hallábamos exactamente a las orillas del riachuelo de aguas
pronto nos dimos cuenta de que no teníamos más combusti- turbias, en medio de la Montaña Negra.
ble de reserva que para dos o tres minutos de vuelo. Nos in- –Cuánto mejor –les dije, resuelto–. Ahora tú y yo –le indi-
quietamos sobremanera, y mi reducida tripulación empezaba qué al duende–, iremos por la otra mitad del diario y tú, Mica,
a amotinarse, arguyendo que no quería morir de esa forma… llevarás esta otra (le mostré la segunda parte) al río Zenalés
¿Y, quién querría morir?, caer al vacío no era una gran ma- y nos esperarás allá. Estoy seguro que Tizera sabrá decirnos
nera; sobre todo si tenemos tantas tareas pendientes; como la qué hacer con él.
escuela, la familia y vencer a la hechicera Carrel. Esta no era –Está bien –dijo ella–, pero hagámoslo pronto, esta vez
una mejor forma de morir, no era la hora de morir; pero todos no quiero despertar tarde y faltar a la escuela.
no podíamos evitar pensar en eso y la nave empezó a des- Tomó enseguida la segunda parte del diario en su pecho
cender, y cuando se detuvo una de las hélices; ahí sí el pánico y echó a correr lo más que pudo por la montaña, rumbo a
comenzó a cundir con fuerza y a flor de piel. El duende se donde se encontraba la Dama del Zenalés, mientras que el
lanzó a los brazos de Micaela, Micaela se sujetó con fuerza del duende y yo nos dirigimos al castillo de Atanué Carrel.
148 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 149

Mientras nos acercábamos cada vez más era raro no to- gracias a unos vericuetos que hizo en su vuelo la libélula, pues
parnos con alguno de esos pájaros negros que tienen por ama en vez de llevarla al río Zenalés, la condujo a otra parte donde
a la hechicera. Todo parecía tan tranquilo que por momentos estaría segura, porque supuso que la malvada mujer iría por
me recordaba al heno de los verdes prados de Anchoajo o al ella hacia allá.
Campo de las Legumbres… ¿El Campo de las Legumbres? El duende y yo logramos, sin mayor inconveniente, sor-
¡Micaela! –exclamé con vehemencia–. Micaela está en gra- tear unas pegajosas telarañas y cuna de tigrillos cerca del por-
ve peligro… duende, tenemos que ir a buscarla y el duende, tón. Ingresamos por la ventana y una vez dentro, nos dirigi-
¿Pero si le pediste que fuera al río Zenalés, quién te entiende? mos de prisa a la biblioteca. La puerta estaba entreabierta
Y yo, eres tú el que no comprende. La hechicera no está en y hacia al fondo había una mesa de madera sobre la cual
su castillo, seguramente alguien tuvo que avisarle que Micaela reposaba una lámpara de aceite, papeles confundidos, libros,
se ha llevado la otra mitad del diario hacia el Campo de las tinta, lápices y, al fin, la carátula marrón de cuero de animal
Legumbres. Cuanto más mejor, el duende. Ahora podemos que precedía al diario de Galilei. Lo tomé de inmediato y,
entrar al castillo sin que pueda sorprendernos. Pero Micaela tras una breve inspección para asegurarme de que lo fuera,
corre peligro, yo, y él; pierde cuidado, ella sabe cuidarse bien le pedí al duende que me siga de prisa, porque no podíamos
sino hace mucho la hubiéramos perdido; además, tiene mu- permanecer más tiempo allí.
chos amigos en el bosque, le ayudarán; pero si abandonamos Antes de escapar, atravesamos un pasillo que estaba for-
esta misión por ir tras ella, seguro se enfadará. Y yo, pero… mado por una hilera de habitaciones, pero solo una de ellas
pero nada muchacho, sigamos, él. se encontraba abierta, desde la cual titilaba una luz. Sigamos,
Faltando poco para salir de la Montaña Negra la hechi- el duende, y yo, aguarda. Así que ingresé a ella dejando al
cera Carrel alcanzó a Micaela. No pudo volver a fiarse de sus duende en la puerta para que vigilara. Se trataba de un labo-
negros súbditos, ya que le habían fallado cuando les ordenó ratorio abarrotado de tubos de ensayo, los cuales seguramen-
derribar el globo de aire caliente que transportaba a los chicos te contenían pócimas, brebajes y hechizos, que Atanué Carrel
a Francia, así que determinó que esta vez no podía volver utilizaba a menudo para conseguir lo que quería. En una lar-
a fallar; pero, para ello, debió encargarse personalmente de ga mesa había también papeles escritos, desperdigados entre
realizar el trabajo. Llegó volando con su habitual traje largo,
rollos de piel de animales. Cogí alguno de ellos, un par de
aunque esta vez traía uno de color negro absoluto.
tubos de ensayo y abandoné el lugar; corrimos el trecho ne-
Las nubes oscuras se replegaron, el follaje de los árboles
cesario para dejar el castillo y ya estábamos internados en la
crujió y una manada de pájaros negros anticipó su presencia.
Montaña Negra, nuevamente.
Sin embargo, en aquel momento nuestra amiga, la jefa de las
libélulas, apareció con sus setenta centímetros de tamaño vo-
lando como toda una reina de los aires. En pleno vuelo la im-
pulsó hacia arriba con sus robustas patas y se la llevó. Micaela
estaba agradecida, sin duda, y mientras se desplazaba sobre
sus alas a una velocidad sorprendente le fue narrando todo lo
que había acontecido durante el tiempo que no la vio. Afortu-
nadamente lograron escabullirse de la hechicera, perdiéndola
Capítulo 21

FIN DEL DIARIO ESCONDIDO


DE GALILEO GALILEI

¡H
asta que me harté de llamarle “Duende”!, y salpi-
cado de un misterio que nadie podía explicar, de
un arrebato desconocido por mí, le pregunté si los
duendes también tenían nombres como nosotros, pero él me
dijo que no, que solamente se identificaban por comarcas, y
me confesó que él pertenecía a la de los Ricardos, de modo
que era un Ricardo y solo así tenía que llamársele.
Al fin salimos, gracias a Dios, de la tenebrosa montaña;
no fue cosa tan difícil, es cierto, pero tampoco fue lo que di-
ríamos pan comido. Lechuzas diabólicas nos siguieron todo el
camino y búhos infernales que con sus enormes ojos trataban
de hipnotizarnos, pero el duende Ricardo (o mejor solo Ricar-
do) me advirtió que no les mirara y que siguiera de frente.
El verdadero problema, en cambio, fueron los dos leo-
pardos que iniciaron nuestra persecución por toda la mon-
taña pero que, afortunadamente, pudimos engañar al cruzar
el riachuelo de aguas turbias y dejarlos desorientados por la
densa niebla que, ahora, contrariamente a lo que suponía su
naturaleza, nos había favorecido. De lo contrario hubiéramos
terminado en los colmillos de aquellas bestias, las cuales aho-
ra estuvieran retirando lo último de ti con los mondadientes,
le dije a Ricardo y él –con sorna–. Sí, seguramente tú habrías
salido ileso y yo, bueno, seguro que no, pero afortunadamen-
te ya estamos a salvo y camino al río Zenalés.
152 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 153

No obstante, nos envolvió un halo de nostalgia al dejar a ¡Magia! –grité–, esa bruja sí que sabe de buenos hechizos –y
AeroGalilei estropeado, convertido en chatarra y con la mitad les mostré una breve sonrisa que ellos reprodujeron–. Con la
de su punta curva en el riachuelo. Sin embargo, hubo algo ayuda de esto llegaremos al Zenalés sin ser descubiertos; pero
que nos retrajo y es que, al pasar por el mariposario, Micaela Micaela me aclaró: No vayas a pensar que pondré esa cosa
había salido a darnos encuentro. La noté, pese a todo, so- sobre mi cuerpo, y Ricardo de igual modo. Eso detestaba de
segada, y con un brío tal en los ojos que señalaba, estaba él porque siempre lo hacía. Con el afán de complacer a Mi-
dispuesta a continuar con el plan. caela se ponía de su lado aun si no estuviera seguro de lo que
¡Augusto!, ¡Augusto!, gritó, que si no fuera por ello nun- estaba haciendo.
ca la hubiera visto ya que íbamos a toda prisa. Me alegré al Pero tras convencerlos de que no teníamos otra opción,
verla, la abracé, y al fin supe que estaba a salvo, luego me que el tiempo se acababa y que seguramente tú volverías,
relató lo que ocurrió mientras cruzaba Montaña Negra; ade- Micaela, a faltar a la escuela y por ello tus padres te matarían;
más me dijo que la hechicera Carrel en este momento debía accedió y naturalmente el duende también. Primero tú, le dijo
estar buscándola desesperadamente, y yo le dije que pudimos a Ricardo, y él que presumía siempre de valiente y de estar a
recuperar la primera parte del diario y que ahora teníamos sus órdenes, extendió su brazo hasta el tubo de ensayo, el cual
que deshacernos de él antes que la hechicera se apoderara de salpiqué con el líquido y de inmediato se volvió loco, dando
ambas partes. ¿Pero cómo?, si en este mismo instante debe unos alaridos que parecía que se quemaba, y Micaela se ate-
estar a la expectativa por atraparnos… rró y fue a pasarle su mano en el brazo, intentando aliviarle
Sin embargo, ahí es donde nacen las ideas más preclaras, de algún modo el dolor, pero él me miraba entre un sobrecejo
pensé, y entonces recurrí a mi talega, extraje uno de los tubos burlón, manteniendo una sonrisa pícara entre los labios y así,
de ensayo que robé del castillo de la hechicera y se lo mostré cuando Micaela volvía su mirada a los ojos de Ricardo, él
a Micaela. fingía estar siendo aliviado. ¡Mira si eres un bellaco!, le dije.
–¿Qué es eso? –preguntó ella. Y ella, ¿deja de insultarlo, quieres?, y mientras fue desapa-
–No lo sé –le dije–, pero estaba en la mesa de trabajo del reciendo, seguía su risa burlona y furtiva ante la mirada de
laboratorio de Atanué Carrel. A lo mejor nos sirve de algo, Micaela.
pero antes hay que ponerlo a prueba. Hasta que, por fin, se hizo humo, y amparado en su ca-
–A mí ni me mires –dijo Ricardo de inmediato, frunciendo muflaje empezó a hacerle cosquillas a Micaela. Eso sí me
el entrecejo y cruzándose de brazos. amargó. Ahora verás, yo y Micaela, déjalo, es bien juguetón,
–No te preocupes duende miedoso, no pensaba utilizarte eso es todo, y seguía con la risita y me apuré a untarle el líqui-
como ratón de laboratorio –y en aquel preciso momento un do azul y desapareció, y luego yo, y solo entonces pudimos
ratón silvestre que estuvo haciéndonos compañía desde algún vernos nuevamente los tres tan claramente, como si ninguno
lugar, salió en estampida, zigzagueando, ayudado por sus me- se hubiera desvanecido.
nudas patas y enorme cola. Comencé a corretear a Ricardo; y el muy bribón se me
Cogí el tubo de ensayo y rocié parte de su contenido en escabullía entre los árboles del mariposario, y se subió a uno
una hoja de arbusto. de ellos y yo tras él, y Micaela detrás mío para detenerme
–Esperemos a ver lo que ocurre –les dije. Y en aquel ins- y, al final, tuvo que poner orden y me hizo saber: Estamos
tante la hoja se congeló por completo, luego desapareció–. perdiendo tiempo muy valioso, jovencito… Dejémonos de
154 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 155

cosas y apurémonos en ir donde la Dama del Zenalés. Y yo, –Has sido un buen chico –y, acercándose a mí, me en-
es cierto; y el duende, sí, sí. Y entonces abandonamos el mari- tregó un obsequio, el cual consistía en una lanza con asta de
posario, cruzamos algunos vericuetos que la naturaleza a pro- roble y punta de hierro.
pósito había creado y, al final, no estábamos sino en el mismo Y, diciéndole también bondades al duende, le entregó
lecho del río. un arco que tenía una varilla de acero, madera elástica y un
¡Tizera!, ¡Tizeeeeraaaa!, le grité apenas habíamos vuelto gran número de flechas, las cuales tenían características muy
a aparecer. Las aguas empezaron a inquietarse, y de un breve particulares que más adelante descubriría, y a Micaela le ob-
murmullo siguió una secuencia de cristales de todos los colo- sequió un morral con unas simples semillas, que nadie supo
res que conocíamos, e incluso de colores que jamás habíamos para qué servían, sino para hacer germinar algún tipo de hor-
visto. Solo entonces una ola gigantesca se alzó para dar forma taliza o frutal, pero no fue así. Y luego se marchó con una
a la Dama del río Zenalés, antecedida por un gran mosaico de sonrisa muy tierna, acompasada por las miles de mariposas
mariposas de canela que le rodeaban siempre, mientras ella de canela que, alegremente, sacudían sus alas al tiempo que
mantenía su forma semihumana. desaparecían con ella.
–Hola, díganme, en qué puedo servirles –nos dijo, con su Micaela arrojó la segunda parte del diario y yo la primera
voz que venía del infinito, con un eco que podía haber reso- mientras Ricardo miraba con cierta nostalgia, cómo se hun-
nado en el mismísimo Campo de las Legumbres.
dían, y yo parecía ver en él, por primera vez, muy lejana su
–Hemos viajado hasta tierras francesas, como sabes, en
picardía; pero luego, repuesto de su morriña, nos confesó que
busca del diario escondido de Galilei. Ahora al fin lo tenemos
allí se iban largos desvelos de un astrónomo, que fue muerto
con nosotros; ambas partes, porque eran dos, impidiendo así
a causa de una absoluta bestialidad y que, al igual que en el
que la hechicera Atanué Carrel pudiera hacerse de él. Solo
siglo XVII, hoy desaparecían las anotaciones ocultas de Gali-
te ruego que me digas la manera en que debo protegerlo –le
dije. lei, pero en el río Zenalés que para el caso resultaba lo mismo,
–No hay un lugar en Anchoajo donde pueda estar a sal- cuando se trataba, ahora sí, de evitar que la maldad recupe-
vo ese tesoro –nos reveló–. Pero tienes que deshacerte de él rara tal fuerza, poniendo en riesgo a la humanidad y al propio
–sentenció. reino de los Ricardos.
–¿Y cómo sugieres que lo hagamos? –preguntó Micaela. Ahora unas gotas más y ya estaremos en casa, nueva-
–Arrojándolo a las aguas del río Zenalés. Acá estará se- mente, querida Mica, yo. Y el duende, sí, Mica, para volver a
guro, ya que la hechicera nunca ha osado venir por aquí, estar en casa y Micaela se rio, y yo (echando chispas) luego:
porque existe demasiada bondad; no lo soportaría. Micaela se va sola a su casa, y Ricardo, sí, lo sé, solo estaba
–De acuerdo –le dije–; así será. bromeando, y de inmediato me acerqué a él para mojarlo con
–Ah, lo olvidaba, antes de marcharme te digo, Augusto, el líquido azul y, de la misma forma a Micaela que esta vez
ten mucho cuidado con tu Libro de magia, porque estoy se- le provocó un leve cosquilleo el hielo que se formaba en su
gura que Carrel tiene planes para él, y si lo obtiene, nada im- cuerpo, y luego yo y los tres desaparecimos del lecho del río,
pedirá que llegue a estas aguas, recupere el diario de Galilei y del Campo de las Legumbres, y aparecimos, tanto Micaela y
regrese a la vida real para conquistar este planeta. yo, cada uno en nuestra cama; zarandeados por la insistencia
–Sí, lo sé y lo que más temo es que eso ocurra. de nuestras madres para llegar a la escuela a buena hora.
Capítulo 22

EL SECUESTRO DE MICAELA

a noche me cayó encima con el viento polar en con-

L tra, luego de dejar atrás un océano congelado que se


extendía a lo largo de muchos kilómetros y en los ice-
bergs y carámbanos estaba resumida toda la geometría. El
rompehielos apenas si lograba que nos abriéramos paso entre
gruesas capas de agua solidificada. Atrás habíamos dejado
témpanos de hielo que flotaban lentamente al azar, convir-
tiendo el Ártico en una zona verdaderamente intransitable;
pero nosotros seguíamos en marcha y nada podía hacer que
detengamos nuestra misión. Ni siquiera esas islas flotantes,
cuya blancura cortaba en par la luz apacible anidada en nues-
tras pupilas.
La hechicera Atanué Carrel se había hastiado de man-
tener a un músico que, aunque contaba con su instrumento,
no había lugar dónde interpretara una sola melodía. Primero
porque ella detestaba la música, y segundo porque ya no ser-
vía aquel método para atraer a alguien; de tal manera que se
hartó del humilde Fauno que no le ocasionaba ningún mal,
pero al que sí tenía que alimentar. Llegó a su celda la noche
anterior apenas alumbrada por una lámpara de aceite y algu-
nos rayos escurridizos de luna que se colaron por las mirillas
de las ventanas. “Abran la puerta”, les gritó a los celadores y
ordenó que lleven al Fauno a las ruinas de Montaña Negra;
luego regresó a su estancia y caminó de un lado para otro
158 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 159

buscando entre algunos papeles aquellos que le hacían falta; –Sí, esa es una buena pregunta –masculló Ricardo.
tomó entre sus manos un frasco translúcido, el cual contenía Y todo estaba bien, pero yo mismo no sabía qué respon-
sangre, otro vacío, una navaja y una sábana negra, y salió por der; sin embargo, era lógico que lo primero que debíamos
los aires de su castillo hacia las ruinas de piedra; arrojando hacer era explorar el área, pero como supone la investigación
chispas la muy malvada, al parecer algo muy serio le había en este tipo de circunstancias, lo mejor era esperar a que ama-
hecho enfadar, que nadie podía acercársele porque, segura- nezca para realizar tal cosa; de modo que los convencí de que
mente, con el mal genio que llevaba, los hubiera convertido eso era lo más razonable que debíamos hacer.
en renacuajos o en sal. Un poco más tarde ingresamos a la tienda, luego de di-
Una luna clara, en cambio, se hacía de la noche en Mon- vertirnos al comprobar como dos fieras podían ser a la vez tan
taña Negra. Era la cuarta luna llena desde que la Dama del tiernas en sus jugueteos que parecían dos hombres de nieve
Zenalés predijo la muerte del Fauno, la cual estaba a punto jugando al baloncesto. No obstante, estábamos muy preocu-
de ocurrir. Todavía era posible oír los árboles crepitando por pados por Micaela que había desaparecido así, de pronto,
el viento, el gorjeo de las lechuzas, y el trino destemplado mientras jugábamos a orillas del río Huallaga.
de unos pájaros negros alimentándose de carroña en tierra No era común en ella irse así, sin avisar y sin dejar rastro;
y apareándose en el aire. Los celadores colocaron al Fauno no cabía una sola posibilidad de que ello se tratase de algún
en el sótano de un ambiente que, al parecer, funcionó en al- hecho natural, así que indagamos por todo el pueblo pero
gún tiempo de sala ceremonial, sobre una roca plana y oval a nadie supo darnos razón y no nos quedó otra que ir hasta el
modo de batán, con los pies y manos atadas por cadenas de río Zenalés a consultarle a Tizera por el hecho.
eslabones anchos y oxidados. Y, en efecto, ella tenía la respuesta.
Solo bastó unos instantes para que la hechicera asomara –Micaela ha sido secuestrada por la hechicera Carrel, la
sus fauces por el sótano, hasta quedarse de pie frente al des- cual a hecho ese trabajo por encargo de un príncipe que, se-
graciado; entonces alguien le sujetó el frasco de sangre y la guramente, le habrá prometido algo a cambio, pues los malva-
navaja, mientras ella rezaba en latín frases bastante legibles dos nunca hacen nada gratuito; lo cierto es que ahora mismo
desde una hoja de papel. Micaela debe encontrarse en la Antártida, encerrada en una
Apenas desembarcamos, un viento glaciar nos golpeó la de las celdas de su palacio, del que se asegura es impenetra-
cara y el cabello y un hondo sentimiento de desamparo nos ble, pues está guarnecido por tenebrosas bestias del Ártico, y
sobrecogió en un escalofrío. Ricardo, Almudena y yo arma- toda su geografía es densa pero en cualquier momento podría
mos una improvisada tienda y, antes que cante un gallo (por ceder y ahogar en sus aguas congeladas a los intrusos.
cierto, no había gallos en esta zona, se hubieran muerto de –Pero yo no soy un intruso –repliqué–, perdóname Tizera.
frío mucho antes de llegar), encendimos una fogata y nos aco- Se trata de mi amiga y para muchos podrá ser impenetrable,
modamos alrededor de ella, observando que no muy lejos de pero para mí no. Así que ahora mismo tengo que ir para allá.
donde estábamos, dos traviesos osos polares se apareaban, Ayúdame, por favor para poder llegar.
jugaban y peleaban sobre el hielo. Tizera se apiadó de mí y también de Almudena que me
–¿Por dónde debemos empezar? –preguntó Almudena, acompañó, la cual aún no se reponía del asombro. Y me dio
mirándonos a ambos. la siguiente instrucción: esta noche, antes de dormir, no olvi-
160 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 161

des fabricar un barco de papel y llevarlo a tu pecho. Así lo hice al castillo, espantados por una extraña sensación de peligro,
y, casi de inmediato, me quedé dormido. pero las ruinas se colmaron de silencio, apenas con el gorjeo
Cuando abrí los ojos, frente a mí se erigía imponente un de las lechuzas, y en el sótano, la piedra que sostenía el cadá-
rompehielos de colores rojo y blanco. Tenía dos chimeneas ver se había teñido por completo de un color escarlata, que
muy altas, decenas de camarotes con sus literas y ambienta- era la sangre del Fauno, la cual era recogida por la hechicera
dos por algunos cuadros, dos enormes timones de madera y y luego mezclada con otra que tenía en un frasco.
la cubierta toda de metal. Cuando subí a bordo, grata fue la La temperatura empezó a descender mientras dormíamos
sorpresa al ver a Ricardo y Almudena esperándome. El duen- y una ventisca endemoniada lanzaba sus resoplidos, los cua-
de me recibió como se recibe a un capitán y se puso a mis les tratamos de aplacar cubriéndonos con varios cobertores.
órdenes; pero claro, como a mí no me gusta que me hagan Al fin pudimos conciliar el sueño y la madrugada que pesaba
sentir superior, le dije entre broma y broma que tenemos que sobre nosotros, nos pareció tibia.
dejar el protocolo para otra ocasión y darnos prisa; así que El sol radiante de las seis nos regaló un abrigado des-
nombré contramaestre a Ricardo y dama de navío a Almu- pertar, pero en las primeras palabras se nos iba, como en la
dena. La travesía, por fortuna, no fue tan tempestuosa como noche anterior, el humo propio de las heladas. El primer susto
supusimos pues, contrario a todo, hubo una marea regular y desde nuestra llegada lo ofreció un oso en la puerta de la tien-
el viento sopló a favor nuestro y más pronto de lo esperado, da. Almudena dio gritos pidiendo socorro, pero era probable
los témpanos de hielo como islas blancas sobre el agua, nos que nadie más que nosotros la oyera, pues no habíamos visto
señalaron que estábamos en el continente Antártico. personas durante la noche; en cambio, Ricardo y yo logramos
Mientras desembarcábamos me aseguré de traer conmigo ahuyentarlo arrojándole encima nuestras pertenencias y algu-
la lanza que me obsequió Tizera, pues estaba convencido de nos objetos que tuvimos a la mano; pero el oso se encaprichó
que me sería de mucha utilidad. con los gritos destemplados de Almudena, o se enamoró de
La predicción de la Dama del Zenalés sobre el secuestro ella porque se hacía para su lado, y nosotros insistentes en
de Micaela, había llegado a cumplirse, por desgracia. Ahora espantar al intruso que, afortunadamente, no atacó a nadie y
no quedaba sino rescatarla para evitar que muriera en el Ár- se marchó dejando en la nieve sus huellas pequeñas y semi-
tico o nunca más volvería a despertar. ¿Qué será del Fauno?, circulares.
pensé al instante, envuelto de un temor inexplicable. Creo que tenía hambre o simplemente le atrajo el olor
Luego de pronunciar sus adoraciones malignas, volvió su chamuscado de las cenizas. Me vino a la mente de pronto
mirada al Fauno y le dijo: “Te ha llegado la hora… es momen- esa historia que contó cierta vez nuestro maestro de Litera-
to de que te reencuentres contigo mismo. Pero no temas, no tura, sobre un oso polar enamorado de una expedicionaria
estarás solo, te harán compañía muchos de los que se fueron en el Polo Norte. Y aunque muchos opinaron que se trataba
antes que tú y tendrás muchos más amigos que ya te alcanza- de una historieta más –dijo–, otros aseguraban que era posi-
rán. Ah, y cuando te encuentres con un tal Augusto, procura ble; igual ocurre con los perros y otros mamíferos. Pero no le
darle mis saludos”. Y soltó una risotada. Luego hundió la na- presté mayor atención a mi recuerdo; al contrario, salimos de
vaja en la pelvis del Fauno, provocando en él unos inenarra- prisa pero con precaución de no ser sorprendidos por más de
bles alaridos de dolor. Los pájaros negros huyeron de pronto ellos, y comprobamos que la leña había desaparecido casi por
162 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 163

completo bajo la nieve; así que la teoría del olor de las cenizas le da, y ahora Almudena; ¡Por Dios! ¿Tan torpe seré que no
se fue a las cenizas y cobró más fuerzas la del hambre. soy capaz de inspirar siquiera ternura? ¿Cómo es posible que
El barco estaba frente a nosotros, imponente, pero tras él, me gane este duende?, pensé.
un iceberg que lo había cercado. Ricardo estiró sus extremi- Comenzamos la búsqueda de Micaela en el carruaje jala-
dades sin estilo, Almudena volvió a ingresar a la tienda para do por los perros, mientras aprovechábamos en comer algu-
vestir su traje, pero yo hice una inspección del área y, tras un nos alimentos enlatados. Sobre el hielo, las ruedas fungían ser
breve recorrido, supe por el mapa que estudié en el barco patinetas, todo era blanco alrededor, solo enfrente el volcán
mientras duraba el viaje, que nos hallábamos justo al pie del Terra Nova con su cresta de nieve. Hasta en el fuego hay hielo
monte Scott; desde donde se podía ver el hielo brillar como o hasta en el hielo podemos encontrar fuego –murmuré–. A
una cresta sobre el volcán Terra Nova. Me apresuré a ir al cientos de metros bajo nuestros pies quizá el océano Glacial
campamento donde ya me esperaban Ricardo y Almudena, Antártico y más allá devorado por unos osos: ¡Viva la vida!,
listos para emprender la búsqueda de nuestra amiga. grité y los dos se asustaron. Y todo gracias a la maldita hechi-
–Apúrate en bajar a los perros lobos del barco –me indicó cera Carrel. ¡Pero un día tendrás tu merecido!, ya verás.
Ricardo. Los perros se detuvieron repentinamente poco después
–¿Perros lobos? ¿Te volviste loco o qué? –le dije. de haber escalado una cuesta ligeramente empinada y no ce-
¡No podía creerlo!; el duende hablándome de perros lo- saban de ladrar, querían romper las correas y huir o atacar
bos. He viajado junto con él y, en todo el viaje, no he escu- porque, frente a nosotros, un grupo de cinco osos blancos
chado un solo ladrido, un oso estuvo a punto de atacarnos y alzados en dos patas empezaron a rugir.
nada de perros, y quizá anoche corríamos peligro mientras
permanecíamos alrededor de la fogata, y recién hoy me dice
que traemos perros a bordo. ¡Qué patético!
–Perdona, Augusto –repuso–, pero creí que si pasaban la
noche fuera del barco hubieran podido escapar, y luego…
–Y luego nada, duende tonto, ¿pusiste en riesgo nuestras
vidas a costa de los perros? Solo a ti se te pudo ocurrir eso
–chillé–. De razón anoche escuché aullidos mientras dormía,
y yo que pensé que se trataba de lobos. ¡Pero no de perros
lobos! –y le miré frunciendo el entrecejo.
–Ya, no seas duro con él. Entiéndelo, es solo un duende-
cito. Además, ya se está haciendo cargo él mismo de bajar
los perros, mira el pobre cómo sufre hasta para subir por esa
escalera de hilo trenzado. Ve a ayudarle, no seas rencoroso
–me pidió Almudena y no pude resistirme.
Por qué siempre tiene que aparecer como la víctima; la
víctima no es él, soy yo. Micaela lo compadece y hasta cariño
Capítulo 23

LA PRISIONERA DEL ÁRTICO

a noche de la víspera, Micaela se había tomado un

L té de hojas de naranja con miel, un par de tostadas


y se había echado a la cama olvidando lo que jamás
olvidaba: cepillarse los dientes. Pero lo que sí había olvidado
hace algunas semanas era preguntarme por qué mi libro de
magia no tenía un final como usualmente ocurre en todos los
libros; sin embargo, cada vez que lo tenía pensado, por una u
otra razón terminaba olvidándolo.
La noche del secuestro fue tan común como cualquier
otra noche en el pueblo: primero cálida y luego la inminente
madrugada fresca; las luciérnagas sobrevolaban las ciénagas,
las hojas de los árboles crepitaban por un viento furtivo, y la
almohada, el pijama y hasta los frescos de la habitación pare-
cían el vaivén monótono de cada día en la sesión de la misa
diaria en la parroquia del pueblo.
Ni bien se quedó dormida, un sueño glacial la envolvió
de golpe logrando como nunca antes que se sintiera despier-
ta. De pronto dio algunos pasos en su habitación y se dirigió
a la cocina para llenarse un vaso con agua, pero cayó de su
mano y se hizo añicos. La sorpresa de tres caballos volando
que se hicieron pequeños inesperadamente para penetrar por
la ventana de la sala fue letal. De inmediato, descendieron los
jinetes, la tomaron prisionera y, con un método poco piadoso,
la raptaron para dirigirse inmediatamente a la Montaña Negra
166 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 167

donde, entre edificios de piedra, musgo y follaje maligno, les Había escuchado, mientras duraba la travesía, que aquel
aguardaba Atanué Carrel. Al poco rato, Micaela recuperó el príncipe japonés había exigido su secuestro a Atanué Carrel,
conocimiento pero fue ingrata la situación en la que se halla- a cambio de deshacerse de Tizera con una bomba de pla-
ba: maniatada y amordazada entre las patas de tres unicor- ta que sembraría en medio del río Zenalés (naturalmente, la
nios blancos, bajo la mirada energúmena de la hechicera. bomba de plata ocasionaría una explosión monumental, ca-
Sus gritos se ahogaron entre la tela que le ataba la boca paz de originar que las calmadas aguas del río se salieran de
y eran inútiles sus esfuerzos, pues las amarras de un nailon a su cauce hacia las tierras altas del Campo de las Legumbres y,
prueba de fuego le herían las muñecas. En esas estaba cuan- con facilidad de labriego, luego se rellenaría con hormigón y
do no tardó en echar anclas un buque japonés de color ama- otros elementos, lo que antes fuera el lecho de un místico río y
rillo, que apareció de súbito manchando de un color sangre la aposento de Tizera. Así que luego: adiós, Dama del Zenalés).
playa y dejando en la arena una hilera interminable de peces Aquello le aterró, sin duda, así que desde que empezó a
varados. De inmediato, la hechicera se la llevó entre brazos ocupar la celda se la pasó buscando algo contundente con
a puro vuelo hasta la nave, y se la entregó al capitán, no sin lo cual darle el recibimiento. Esa estaca hubiera sido su final
antes advertirle algunos detalles sobre el pacto con el príncipe si no se entrometía el oso. Pero los súbditos están para servir
Namakutzawa y este asintió en un rígido idioma japonés, se y proteger a sus amos. El príncipe, en cambio, no pretendía
despidió de una manera casi displicente y ordenó luego a su hacerle daño; no, siempre y cuando ella cediese a la intención
tripulación emprender el viaje de regreso a la Antártida; todo malévola de convertirse en su esposa.
ante el espasmo de Micaela que, contrariamente al miedo en Namakutzawa era el adolescente heredero del emperador
su semblante, se mostró confiada en sí misma; siguiendo con Aikito, que tras su muerte había heredado el trono y obtuvo
la mirada a toda la tripulación a bordo mientras esta se des- noticias de una mujer extraordinaria, de una belleza deslum-
plazaba de un lugar a otro, de camarote a camarote, entre ba- brante y mítica en las lejanas tierras de Anchoajo, el cual se
bor y estribor, o por la cubierta de un color amarillo infinito. hallaba en el Oriente de Perú, en América. Era la mujer que él
Solo cuando estuvo encerrada en la celda, el príncipe quería como esposa o, por lo menos, como novia hasta que
Namakutzawa ordenó a los dos osos polares que resguarda- se decidiera ser, al fin, la princesa del Imperio.
ban con ferocidad el recinto, abrir las rejas; pero su ingreso fue El príncipe se incorporó lo suficiente para alcanzarla y,
accidentado. Micaela se abalanzó a él para atacarlo con una extendiéndole la mano, lo que dijo fue:
filuda estaca, que obtuvo gracias a que algún reo que ocupó –¿Te lastimaste?... Toma mi mano, por favor.
anteriormente la celda, dejó entre la paja que cubría el piso Pero ella ni lo miró y se hizo la sorda, sin embargo, se
no pudiendo llegar a utilizarla, porque fue sorprendido por la levantó de prisa y corrió hacia un extremo de la celda, donde
muerte o perdonado y vuelto a su vida habitual. Uno de aque- había un poyo en el que se sentó levantando las rodillas hasta
llos osos se adelantó y puso el pecho delante del príncipe, con que le llegaran al cuello. Ante aquel desaire, Namakutzawa se
tal firmeza que su cara se estrelló en él, cayendo de bruces sin volvió y ordenó que la castiguen con agua de mar y pan duro
poder resistirlo. Para cuando levantó la mirada, estaba justo por tres días.
bajo la de Namakutzawa que, sin inmutarse, más bien con Su palacio era uno de marfil puro. Setenta grandes co-
soberbia, le dijo: Es peor para ti si pones resistencia. lumnas desplegadas con doble relleno de hormigón y fierro
168 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 169

sostenían cielos rasos, conectando decenas de paredes. Había El duende por su lado se tapó la cara con el brazo en
tres largos pasillos, uno en cada piso, y alrededor de ochenta señal de: “Ahora sí te pescaron”, y se distanció un poco de
habitaciones con todas las comodidades que necesitaba su nosotros para disimular, pero Almudena se percató de sus
séquito, el cual estaba conformado por destacados militares, gestos y entonces berreó: Tú lo sabías, eh duende. Y le bajó
sacerdotes y consejeros. En el tercer nivel estaban las cuatro con poca delicadeza (por no decir sin ninguna) el brazo que
torres que servían de atalaya, dos en el frente y dos en la tenía en la cara.
parte posterior del edificio. Las del frente servían para divisar Era cierto que solo Ricardo y yo sabíamos del contenido
los barcos que anclaban en el mar de hielo, y la estampida exacto del libro en cuanto a su manifestación. Las imágenes
de osos blancos en la época de hibernación, y las otras dos que contenía eran una a una episodios que nos ha tocado
torres para atisbar las tiendas de los científicos y el volcán vivir hasta ahora, en cada uno de nuestros “sueños”; a di-
Terra Nova. ferencia de Micaela, ella creía, pese a que quizá debió haber
Era extraño que los vigías no hubieran avisado del arribo reconocido su efigie en varias de las imágenes del libro, que
de nuestro buque. ¿O es que se trataba de la magia del hechi- se trataba de uno de magia, donde todo podía ocurrir y las
zo que envolvió el barco que Tizera preparó para nosotros? frases en las historias pudieron haber sido muy parecidas, a
Lo cierto fue que nadie vio nada, y el mar a la distancia esta- su juicio, de las que le tocó vivir con nosotros; sin embar-
ba tan quieto como un bloque gigantesco de hielo.
go, no sospechaba en absoluto o eso por lo menos es lo que
–¿Y cómo sabes tú todo eso? –inquirió Almudena–. No
yo creía, que este libro de magia era uno que escribí con mi
me vas a decir que alguna vez estuviste dentro de ese palacio
propia letra en azul y que por un suceso que explicaré más
o presente cuando la hechicera sacrificaba al pobre Fauno;
adelante, cobró vida, empezando a materializarse cada uno
tampoco, velando el sueño de Micaela en su habitación u ob-
de los capítulos.
servando sereno, mientras era trasladada por los aires hasta el
buque japonés. ¿Cómo lo sabes, eh, tontito? Los osos, que se habían atravesado en nuestro camino,
Desde luego me tomó por sorpresa y, tras un breve si- no eran sino rebeldes que lograron escapar del palacio del
lencio, tuve que admitir algo que hubiera querido mantener príncipe. Se tendieron sobre la nieve y con las patas recogidas
en secreto hasta el final de este libro, pero ya era inevitable; hacia el hocico olían el aire y nos miraban agazapadamen-
incluso a Micaela no se lo hubiera revelado. En cambio, me te; solo entonces comprendí que en contra nuestra no tenían
increpó de tal forma que me sentí, como nunca antes, com- nada, y que solo buscaban llamar nuestra atención, de modo
pletamente desnudo, sin una topa donde apoyarme para cru- que dejé atrás a Ricardo y Almudena y me fui acercando a
zar el río, un río de misterio y de silencio a la vez. ellos lentamente.
–Eso está escrito en mi libro de magia. –Qué bueno que no nos hayas soltado los perros encima
–Con que en tu libro de magia… ¿Y qué más contiene? –habló el Oso Polar, al parecer, jefe de la manada.
–continúa con el interrogatorio, Almudena. Pero lo que hubiese resultado extraño y quizá diabólico a
–Bueno, es un libro de historias en realidad y contiene algún otro habitante de Anchoajo, a mí me pareció tan nor-
muchas de ellas. mal oírle hablar que me le acerqué con más confianza (y es
–¿Y de aquí qué más sigue, Augusto, qué más? –in- que no es nada común y nada tan normal entablar una ame-
quirió. na conversación con el carnívoro más grande del mundo);
170 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 171

a menudo en mis sueños los animales y otros seres cumplen –Sí –dijo él–. Y ahora andamos buscando refugio para no
funciones propias de los seres humanos, como hablar, razonar volver a ser capturados.
y embarcarse en empresas inteligentes. –Pero eso no puede ocurrir; ¿cómo es que ustedes tienen
No obstante, lo que sí me sorprendió es que hablaran que huir de su propio territorio? –rechinó Almudena.
español; creí que por la fiebre inglesa en todo el mundo ellos –Ese tal Namakutzawa ha llegado muy lejos. Tendremos
también hablarían aquel idioma o cuando menos el japonés, que darle su merecido –les dije.
por lo del totalitario Namakutzawa, pero no, hablaban el es- –Así se habla –repuso Ricardo. Tomó el arco y colocando
pañol y bien clarito. la flecha se alistó para el lanzamiento.
Me volví y les grité a Ricardo y Almudena: No hay pro- Entonces yo tuve que detenerlo, recordándole que debía-
blema, amigos. Y luego les hablé a los osos polares mientras mos guardar municiones para cuando sea necesario utilizarlas.
ellos dos se acercaban. Los osos que acompañaban al jefe asintieron con un ru-
–No tienen qué temer. Además, a mis perros no creo que gido que se parecía mucho a los bostezos humanos. El jefe
les guste la carne de oso –bromeé. Entonces entraron en con- de la manada, sin duda, se mostró muy amable y dispuesto a
fianza y dejaron de estar con las garras entre los ojos, y una apoyarnos en el rescate de nuestra amiga. Consideren nues-
sonrisa tranquila se les dibujó entre los colmillos que hicieron tro apoyo para ello –nos dijo– y es incondicional –lo aclaró.
retroceder un poco a Almudena y al duende. Y luego yo a Pero nosotros, si bien aceptamos su apoyo, teníamos silencio-
ellos: No es nada, son amigos. samente el compromiso de ayudarles luego para que puedan
Nos preguntaron qué hacíamos en la Antártida, y les ex- volver a ser libres completamente, y estar lejos de los socavo-
plicamos que habíamos llegado porque un tal Namakutzawa, nes en los que vivieron todo este tiempo.
que se cree emperador, mandó a secuestrar a nuestra amiga Ellos mismos pidieron que les coloquemos las correas
Micaela para desposarla y que a nosotros nos valía un rábano para hacer andar el carruaje, y aquello no fue sino más que
esa locura de extender su imperio hasta estas zonas conge- un aliciente para los perros porque, a partir de entonces, solo
ladas, porque lo único que queríamos era rescatar a Micaela se dedicaron a pegar las narices en el hielo para olfatear las
sana y salva, y que si el tal príncipe ese osaba ponerle un huellas de algún intruso, o para alertarnos si estábamos cerca
dedo encima, se vería con mi lanza que traía en el carruaje del palacio de Namakutzawa.
y el duende corrió a sacar su arco para mostrarlo y exclamó: Y ahí estábamos, con la ayuda de los perros y osos, fren-
estas flechas atravesarán el corazón de aquel que ponga en te y debajo del imponente edificio de marfil que servía de
peligro la vida de Micaela. guarida para mantener cautivo a todo aquel que se quisiera y,
–Precisamente, nosotros acabamos de escapar del tor- desde luego, una de aquellas personas era Micaela que yacía
mento que resistimos día a día durante muchos años en los so- en una asquerosa celda de cuatro por cuatro, entre ratones y
cavones dentro del palacio –nos reveló el jefe de la manada. pulgas; pesando sobre ella el castigo de comer todo el día pan
–¿Son esclavos fugitivos? –les pregunté. Y los ojos de los duro y beber agua de mar.
cuatro, excepto del jefe, se aguaron; sin duda, él tenía que No habían marcado sino las ocho de la noche en mi reloj
presentarse como el más fuerte, ya que además habían dos de bolsillo, cuando una luz tenue desde una ventana del pa-
hembras en el grupo. lacio a lo lejos nos señalaba que acabábamos de detenernos
172 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 173

en la orilla elevada de un lago salado, que conectaba, a través –Cierto –dijo el duende.
de un puente, una orilla de la otra; antes de llegar a dar con Yo, en cambio, preferí guardar silencio hasta terminar de
las hojas de madera enfundadas en hierro, que era el portón. oír las explicaciones del jefe de los osos.
Solo entonces nos percatamos que empezaba a nevar y todo, –Es cierto que para llegar a la parte posterior del palacio
más luego que pronto, se tornó en una oscuridad tenebrosa. tendríamos que dar toda la vuelta. Pero cuentan con nosotros
Almudena me preguntó cuál sería el siguiente paso a dar y no olviden que los osos nadamos sin inconvenientes en el
y el duende me miró fijamente que, a saber por él, era un mar o lagos helados. Así que no tienen por qué desanimarse,
inquisidor que de un tiempo a otro se había convertido en un amigos, lo único que tienen que hacer es subirse a nuestros
tonto que solo buscaba ponerme a prueba y demostrar a los lomos y dejar que nosotros los conduzcamos a la otra orilla
demás que era mucho más inteligente que yo; pero entonces –indicó el jefe, seguido por otro oso que agregó:
no volví a mirarlo ni con el rabillo del ojo, e imaginando no –Desde donde sería mucho más fácil llegar a la pared de-
tenerlo enfrente, le dije a Almudena: Tenemos que ver la for- rrumbada.
ma de entrar; y creo saber cómo lo conseguiremos. ¿Cómo?, –¿Ya ves?, un oso piensa mejor que un duende –susurré,
interrumpió Ricardo. Los osos estaban echados en la nieve, mascullando una risita burlona. Ricardo supo que la frase iba
con la mirada en las puertas del palacio y podíamos verlos dirigida a él; frunció el entrecejo y no dijo nada (pero bien que
tan tranquilos que por ellos no pasaba preocupación alguna; se la guardaba, seguramente esperando el momento propicio
sin embargo, ahí estaba el meollo del asunto. No se preocupa- para cobrármela).
ban absolutamente por nada, porque sabían cómo penetrar En cambio, la que no estaba convencida de nada era Al-
el palacio; pero tanto Ricardo como Almudena, que habían mudena; berreó que a lo mejor era una estrategia de los osos
subestimado su capacidad, no lograron darse cuenta, de que para que subamos sobre ellos y termináramos en sus hocicos.
solo nuestros amigos de blanca lana podían ayudarnos deci- –No seas ilusa –le increpé–, si fuera así, hace tiempo nos
didamente a rescatar a Micaela. Preguntas ¿cómo?, duende. hubieran visto como sardinas y ahora no estaríamos ideando
Pues te diré que yo no sé cómo entraremos allá –y le señalé la forma de llegar al maldito palacio.
con mi dedo índice el palacio japonés–. Pero sí nuestros ami- Finalmente la convencí, pero con la ayuda del duende,
gos. Ellos sí lo saben. que por primera vez se ponía a mi favor desde que llegamos,
En efecto, los osos polares solo pudieron haber escapado y cumplimos al pie de la letra el plan de nuestros amigos: ca-
por una ruta que no era el portón. El jefe del grupo habló: minamos un poco al este, luego bajamos por un declive que
–A espaldas de palacio existe una entrada. Se trata de era como un desfiladero mediano, pero igual de peligroso,
una abertura en la pared, no muy pequeña pero tampoco y terminamos de grieta en grieta a orillas del lago salado. A
muy grande que hace solo dos días, tras la erupción del vol- mitad de él, mientras los osos nadaban lentos pero seguros
cán se vino abajo, y no terminan de reconstruirla aún. Por allí cargándonos en sus lomos, notamos como la noche oscura
podemos ingresar sin ser sorprendidos. se hacía más oscura y la noche fría, más fría, con la nieve
–Sin embargo, tendríamos que dar toda una vuelta y cayendo a borbotones.
construir una embarcación para cruzar el lago, lo que nos de-
mandará todo un día de trabajo –anotó Almudena.
Capítulo 24

EL RESCATE

scoltados por el volcán Terra Nova, que parecía un

E monstruo marrón en medio del hielo, escalamos una


pendiente antes de llegar a la zona posterior del pa-
lacio por donde se supone debíamos ingresar. Los osos, que
conocían más que nadie aquella geografía, iban adelante se-
ñalándonos el sendero hasta que llegamos.
En lo alto del edificio había dos atalayas ocupadas por los
vigías que estaban provistos de arcos y flechas, alumbrándose
apenas con una lámpara de aceite cuya luz se difuminaba po-
bremente. Date prisa, duende demorón, le dije, pues todos ya
estábamos adentro tras sortear algunos pedazos de marfil que
permanecían aún desperdigados por el suelo y el muy oron-
do; ya voy, ya voy…, pero nadie estaba dispuesto a esperarlo
toda la vida y Almudena, compréndelo, es muy pequeño para
tener las mismas pisadas que nosotros; además, debe estar
muy cansado con lo que tuvo que escalar sin ayuda; y yo,
pero igual, debe darse prisa, estamos perdiendo demasiado
tiempo porque cada minuto que pasa Micaela corre peligro. Y
el duende terminó frente a todos con la lengua que le llegaba
a los pies.
El palacio por dentro, a comparación del castillo de
Atanué Carrel, era uno tenebroso, sí, pero en toda la atmósfe-
ra se podía oler unos lirios recién cosechados, la fragancia del
té recién hervido y un olor agradable a incienso que recorría
176 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 177

los pasillos y habitaciones; es que, precisamente, estábamos calaveras y siluetas de faunos; pero al llegar al fondo descu-
frente a una hilera de estas en las que, seguramente, reposa- brimos sobre una puerta alta de madera con hierro forjado,
ban y resollaban el sueño de los gentiles, nobles, religiosos y la cabeza disecada de un oso polar y, enfrente, en un cuadro
militares cuyo séquito siniestro apoyaba al japonés también de dos metros de largo por uno y medio de ancho, el retrato
oscuro, en sus fechorías. de la hechicera Atanué Carrel vestida con un turbante color
Sin embargo, no faltaban los guardias de menor grado azul intenso con detalles grises, en medio de una montaña de
que, apostados fuera de las puertas de las recámaras, las vi- piedra pero también boscosa.
gilaban con sus lanzas y espadas. Contrariamente a lo que El fresco era curioso porque mostraba las sombras en
supusimos, el palacio en pleno se encontraba a oscuras, ape- contraste con una luz brillante que nacía de la nada y que
nas iluminado por tenues haces de luz que despedían velas hacía suponer la eterna lucha entre el bien y el mal, dándole
pequeñas en cada pasillo, las cuales se achicaban cada vez a la hechicera la salvedad imposible de que alguna vez estuvo
más sin que nadie las repusiera. de parte de los buenos. A solo unos metros de aquella puerta,
Cuando nos dirigíamos, guiados por los osos polares a una escalera caracol creaba un abismo al sótano; a través de
los sótanos, precisamente donde se encontraban las celdas de la cual uno a uno fuimos bajando; como dije, primero los osos
los prisioneros, atravesamos un ambiente que probablemente y tras ellos nosotros. Sus ojos eran dos linternas que les podía
era un comedor, pues en una mesa de madera rectangular conducir perfectamente sin equivocarse, por los pasillos oscu-
de cinco metros, aproximadamente, desfilaba una cubertería ros y las escaleras, así que solo cuando se detuvieron supimos
de plata y copas de oro con detalles de diamantes, las cuales que habíamos llegado.
estaban llenas todas de vino. En el centro, canastas de fruta En la primera celda de las cuatro que existían en aquel
fresca, recipientes con helado y jugos, jarras de leche y cada pabellón se encontraba Micaela, vigilada por dos osos polares
plato tenía una buena porción de carne de pavo ahumado. los cuales estaban protegidos por una armazón de hierro. Ahí
–Al fin alguien se acordó de que teníamos hambre –mu- es donde debió empezar la ferocidad y el desenlace: la pelea
sitó Ricardo. entre osos mientras Almudena, Ricardo y yo rescatábamos
Pero nadie más pensó como él. Sabían anticipadamente a Micaela. Pero no fue así. Al llegar oímos los rugidos de las
que nadie prepararía un festín para los intrusos; por el con- bestias y de las zarpas arañando el piso. Solo entonces el jefe
trario, a lo mejor esa cena estaba envenenada o no faltaría polar empezó a rugir y, para sorpresa de todos los humanos,
mucho para que se sentaran a la mesa los verdaderos comen- aquella era una forma de comunicarse con los otros, los que
sales. De tal manera que, lo mejor era seguir y deshacerse reconocieron y entendieron su lenguaje rápidamente.
del deseo de querer probar bocado. Sin duda, la cena se veía Cuando estuvimos frente a los celadores, resultó que los
exquisita, pero no era propicio sentarse a degustar los platillos dos guardias eran hijos del jefe del grupo que logró escapar
cuando se sabe que no te invitaron a cenar; el duende com- de Namakutzawa y en el cual también se encontraba la ma-
prendió a regañadientes pero, sin que nadie lo advirtiera, se dre de estos. Ella se alzó en dos patas y los acarició, pues
metió al bolsillo un racimo de uvas. sabía que ellos habían tenido la nobleza de quedarse como
Antes de llegar a la celda tuvimos que atravesar un pasi- sirvientes del príncipe a cambio de que no le hiciera daño a
llo, cuyas paredes estaban tatuadas con diversos dibujos de sus padres, tío y primos cuando decidieron escapar. Pero el
178 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 179

padre oso, en cambio, les regañó al instante por no haberles adelante. Solo entonces una lluvia de flechas pasó por nues-
seguido. En tanto yo, pese a que me interesaba el tema de tras cabezas y por las orejas de los osos blancos que corrían
su libertad, consideré que no debíamos perder más tiempo en cuatro patas, atravesamos la cocina (nuevamente Ricardo
en sacar a Micaela de prisión y libertarla. Afortunadamente se las ingenió para robarse, esta vez no un racimo de uvas,
el duende actuó con rapidez consiguiendo el anillo de llaves sino dos manzanas pequeñas), pero nos detuvimos súbita-
de la cintura de uno de los guardias, con tal proeza que ni se mente después de atravesar el sector dañado al oír al jefe de
dio por enterado o lo permitió voluntariamente. Lo cierto es los osos que dijo:
que Ricardo introdujo la llave en la cerradura de la celda y, –Monten sobre nosotros, pues necesitarán más que la
más pronto de lo esperado, todos nos encontrábamos dentro simple velocidad humana para llegar a salvo hasta el otro
dándole la gran sorpresa a Micaela. lado del lago salado.
Ella se abalanzó sobre mí y me llenó de besos y nos di- –No, de verdad, sí podemos –le dije.
bujó a todos una risa espléndida salpicada de ternura, pero Pero él insistió:
sus ojos se le aguaron y tuvo ganas de gritar, así que tuve que –No tenemos tiempo para discutir esto, súbanse de una
taparle la boca para que no lo haga. Almudena la abrazó y vez.
también el duende que, como no alcanzaba, se colgó de su –Si ustedes no estuvieran aquí, seguro que nos quedaría-
cuello para que también lo viera, pues todo aún permanecía mos a luchar –dijo uno de los ex guardias.
a oscuras. Más tarde nos explicaron los celadores que luego –Seguro –repitió el otro.
de la erupción del volcán Terra Nova, el palacio se quedaba El mismo Namakutzawa dirigía la persecución y detrás de
a oscuras por la noche porque escaseaba el combustible, ya él venía una imbricación de militares muy bien guarnecidos
que las reservas se desperdiciaron por el sismo. con armas y armaduras impenetrables.
De pronto, oímos el sonido de unas pisadas huecas y –¡Allá están! –gritó, exacerbando el ánimo de sus guerre-
fuertes, como si se tratase de un ejército de osos polares, acer- ros y entonces una lluvia de flechas fue lanzada contra noso-
cándose cada vez más y más. Yo cogí a Micaela de la mano, tros.
Almudena a Ricardo y sin más tiempo para nada, salimos –Pelearemos –les dije a todos con firmeza.
inmediatamente con los osos por detrás. Ahora sí recordaba –Sí señor –agregó Ricardo, y fue el primero en apoyarme.
el camino nítidamente, aunque las escasas velas ya se habían –De acuerdo –dijo el jefe de los osos.
derretido por el calor. Corrimos de prisa, pero esta vez no –Pero… ¿y las chicas? –preguntó uno de los rebeldes.
cabía duda que ya todos en palacio estaban informados de –¡Pelearemos también! –resolvió Micaela, que logró recu-
la presencia de los intrusos. Los pasos de nuestros gigantes perar su morral de semillas que le fue quitado por uno de los
amigos nos habían delatado. guardias.
Subimos por el espiral de la escalera, atravesamos un pa- Cuando el duende lanzó su primera flecha a campo abier-
sillo, luego otro y cuando tropecé con algo que seguro no to, ya los teníamos enfrente, apenas a cien metros de noso-
estuvo allí en el camino de ida, el jefe de los osos me detuvo tros. Su flecha creó, antes de llegar al enemigo, una gran cir-
con su zarpa evitando que Micaela y yo cayéramos. De in- cunferencia de fuego, simulando un escudo que era imposible
mediato me sobrepuse, le agradecí, empuñé mi lanza y seguí de penetrar, por lo que los corceles relincharon volviéndose.
180 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 181

Entonces muchos de los jinetes cayeron a tierra (o mejor di- Los guardias que nos siguieron se arrepintieron de haber-
cho al hielo) y los arqueros recibieron la orden de atacar, pero lo hecho, lamentaron su suerte y les reprocharon a sus parien-
ninguna de sus flechas podía atravesar el escudo de fuego, tes por haberles insistido en ir con ellos; en conclusión, todos
entonces el duende volvió a disparar una flecha más para querían volver argumentando que habrían estado mejor, aun-
averiguar qué pasaba ahora, y resultó que esta apagó el fuego que como esclavos, en el palacio del japonés, y así no tener
desapareciendo el escudo que les protegía, así que no les que- que morir ahogados en ese lago torrencial o aplastados por el
dó otra que emprender la retirada, pero en cuanto el enemigo iceberg de proporciones apocalípticas que se acercaba rauda-
advirtió el cese del fuego se abalanzó contra nosotros. Y yo, mente. Por un momento nos pareció extraño que los osos po-
qué tonto, le decía al duende, y el duende molestísimo con él lares, siendo grandes nadadores, tuvieran pánico al agua; fue
mismo, pero se volvió nuevamente para lanzar esta vez una entonces que sospeché de que aquello no podía ser sino obra
flecha de color azul y entonces sucedió algo inesperado: una de un ser al que todos conocíamos bien y sabíamos de lo que
enorme grieta separó a sus enemigos de él, dejando salpica- era capaz con tal de evitar que huyéramos de aquel lugar.
dos por todas partes carámbanos y, desde el fondo, emergió Un nubarrón dibujó el rostro de la hechicera Atanué Ca-
la corriente empujada por una fuerza interior tremenda, oca- rrel y apareció sobre nosotros con una sonrisa maligna debajo
sionando más bajas para el ejército enemigo entre arqueros y de sus ojos marcados por la ira. Todos la vimos. Los osos
espadachines. preguntaron de quién se trataba y luego de darles una breve
Al fin llegamos a orillas del lago y ni falta que me hizo explicación, cogí mi lanza y la lancé con toda mi fuerza ha-
utilizar la lanza. Observé a Micaela y a Almudena: gracias al cia el nubarrón que lo atravesó haciendo que desaparezca su
cielo ambas se encontraban bien, con un poco de prisa por imagen oscura y perversa, pero al caer mi lanza, se dirigió al
salir de aquel lugar, naturalmente, pero sobre todo tranquilas. lago y todos la observamos con estupor. Cuando resultó que
Sin embargo, el problema estaba en el lago: mientras perma- antes de caer al agua se extendió en forma vertical creando
necimos dentro del palacio, el nivel del agua había subido un gran puente de madera y metal por el que nos apuramos
considerablemente siendo imposible cruzarlo sin la ayuda de en llegar a la otra orilla; una vez a salvo, me acerqué a uno
alguna embarcación, aunque muy liviana. de los cables del puente y este se encogió de tal manera que
Una fuerte corriente de agua y trozos de hielo dispersos volvió a ser mi lanza de roble y metal, obsequio imperecedero
en la superficie lo complicaban todo y, mientras ideábamos que me entregara Tizera y, en estas circunstancias, sí que era
la forma de cruzar, una enorme masa de hielo se desplazaba de valiosa utilidad.
hacia el centro del lago, la cual seguramente se detendría allí Nos dimos prisa en llegar a la tienda, apenas si recogi-
poniéndonos en serios aprietos y bloqueando toda posibili- mos algunos elementos que utilizamos la noche anterior y
dad de regresar por el único camino, pues la separación del de inmediato abordamos el buque. Antes, nos despedimos
hielo que ocasionó la flecha de Ricardo nos había aislado por de nuestros amigos los osos polares rogándoles que se alejen
completo y entonces empezamos a desesperarnos y a echar- para siempre de ese maldito castillo, que lucharan por su su-
nos la culpa unos a otros y, por un momento, quisimos comer pervivencia y no confiaran en los seres humanos, y que ojalá
carne de oso y los osos carne humana. estos algún día cambiaran su visión respecto a los animales
182 Mi libro de magia

de seres inferiores y dejaran de desdeñar la vida en general


en el planeta.
La travesía de regreso fue o nos pareció menos tediosa
que la ida. El mar se abría limpio de icebergs; teníamos el Capítulo 25
buque en barlovento, los efectos de la marea no se sentían
demasiado bruscos y el cielo estaba despejado de cualquier AUGUSTO HA MUERTO
nubarrón. Pero eso sí, un crepúsculo llano nos sobrevenía
oculto en una penumbra que todos empezamos a percibir con
ternura y nostalgia, y nos abrazamos mientras veíamos al sol
hundirse en el océano gélido y pacífico.

uando Augusto despertó, un desayuno tibio aguarda-

C ba por él. Su madre le trajo el uniforme a la mesa y lo


vistió tan deprisa que no pudo darse cuenta cómo lo
hizo, pues continuaba desayunando mientras atinaba a obe-
decerle cuando ella decía: alza los brazos, levanta la pierna,
ahora bájala y levanta la otra, y luego de terminar su desa-
yuno pero antes de ir por los útiles de escuela, le hizo parar
frente al espejo y lo peinó, siendo esta una de las contadas
ocasiones en que lo hacía, pues Augusto detestaba peinarse
(solo humedecía su cabello y luego lo desenredaba con sus
dedos hasta que se acomodara, de tal manera que quedaba
un peinado bastante adolescente, fresco y jovial).
El reloj marcaba una hora acelerada e ingrata a la vez;
en aquel momento el tiempo no era sino el peor enemigo del
libro de Augusto y de su madre, y de toda la gente, a la que
siempre, por algún resquicio de vida, les quedaba tan pero
tan pigmeo.
Augusto se apresura para llegar a tiempo a la escuela,
sabe que hoy tiene examen de Literatura, curso al que más
teme, pero hace su esfuerzo y por lo general sale bien librado
en los exámenes y prácticas calificadas (prácticas como las de
ortografía… su peor suplicio).
En horas de clase nadie podía hacer un tantito de bulla
siquiera. El profe es un cascarrabias –decían los muchachos.
La fantástica trilogía de Anchoajo 185

Luego llegaban las preguntas redactadas en la máquina


de escribir, pasadas al mimeógrafo e impresas en papel perió-
dico. Después de tomar lista eran repartidos a todos y, listo,
comenzaba el examen. Tras cuarenta minutos de uñas mas-
ticadas, frentes rebasando de sudor, camisas húmedas, po-
ros abiertos y de una que otra hazaña escrita en el pantalón,
la falda y el contrabando de papelitos con las respuestas, se
daba por finalizado el examen.
Los otros cuarenta minutos más, el maestro los utilizaba
para hablar de autores que nada le importaban a Augusto y
de obras que él nunca pensaba leer, y recitaba algunos poe-
mas de Vallejo y otros de Neruda; los minutos corrían y el
chico pensando en la Antártida, en la proeza del rescate a
Micaela, en el duende y en todas esas cosas que había vivido
hasta hoy y que le hacían soñar (a parte de que soñaba) en la
magia de aquel libro, al que seguramente alguna vez tendría
que destruir para así evitar que Atanué Carrel se adueñara del
mundo.
Lo de él era más importante que todo eso de Vallejo y
Neruda, se trataba de salvar al mundo, de luchar contra ver-
daderas fuerzas que amenazaban la paz y de tener siempre
protegida a su amiga más querida: Micaela, que hacía un
buen rato le andaba mirando desde su sitio, pero él, abstraído
con la mirada en el cielo del salón, no lo había advertido.
Pasaron dos horas más de clase y el recreo, en el súbito
sonido de la campanita desde la loza de deportes, atolondró
a medio mundo y los maestros se apuraron en salir de las
aulas para ir a comer algún platillo ligero, tomarse un refresco
o sentarse a conversar en las bancas de madera que estaban
ubicadas en la parte baja de la escuela.
Micaela hizo llamar a Augusto con Almudena, pero como
él se encontraba en compañía de Ludovico y de Leonidas,
no le quedó otra que seguir acompañado por ellos mientras
le seguía donde la muchacha. No obstante, Micaela sabía que
ellos no debían enterarse de su secuestro, de modo que con
186 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 187

alguna excusa, hasta a Augusto lo sacó de cuadro, logró que y azules; solo entonces recordó que alguna vez Augusto le
los dos chicos, incluso Almudena, se apartaran de ellos y en- había comentado que el caballo era el animal más diabólico
tonces cuando estuvieron solos, Micaela le dijo: Gracias, si del mundo, sobrecogiéndole de inmediato un raro escalofrío
no fuera por ti hoy no estuviera en la escuela y quizás hasta de pavor.
hubiera perdido la vida. Y él, no es nada, era mi deber. Y ella, Los caballos volvieron su mirada a ella dejando de pastar
tu deber, ¿por qué? Porque fui el que te metió en todo esto, pero no de rumiar y, retozando, se le acercaron. En aquel
él, y ella, ¿sigues con esa vieja tonada?... Que por tu culpa, momento un chaparrón cayó de pronto y ella y la hierba se
que siempre por tu culpa; solo porque me diste a leer el libro, mojaron, los caballos también pero estos prefirieron guarecer-
por Dios santo, Augusto, no te recrimines más, simplemente se lejos de donde estaba Micaela, dándole tiempo para que
las cosas se dieron así; es más, yo creo que ni existo, que este huyera, pero ella no huyó. En medio de la fuerte lluvia alcan-
es un sueño más en el que estamos en la escuela… dime, zó a notar que solo llovía en la pradera pues le era posible
¿cómo saber que no estoy soñando? observar como brillaba el Sol a plenitud por donde comen-
Fue la primera vez que Augusto se quedó callado sin sa- zaba la hilera de árboles que se extendía hasta el corazón del
ber qué responderle. Ese silencio significaba, al parecer, una bosque.
anuencia a la posibilidad de que aquello fuera verdad; de que De repente, sus pupilas se hirieron con el fulgor de un arco
todo fuera solo un sueño. Han sido tan reales las noches y días
iris que parecía estar frente a ella, tan cerca que no pudo dis-
que, envueltos en el velo de los dormidos se habían sumer-
tinguir si alguna vez estuvo en el cielo. Al momento sus oídos
gido en un mundo paralelo del cual no podían sino ser ellos,
empezaron a escuchar el trote de un cuadrúpedo resoplando
alrededor de quienes giraba toda esa realidad y de manejar el
un bufido y acercándose cada vez más. Solo entonces el arco
tiempo a su antojo, sin que hiciera falta la seguridad de que lo
iris desapareció por arte de magia y lo que descubrió en su re-
que estaban haciendo y viviendo era una realidad absoluta.
–Gracias, nuevamente –le dijo, mientras él seguía en si- emplazo, frente a ella, fue un unicornio blanco. El animal más
lencio; ella le dio un beso y un abrazo, y otro abrazo y otro, y temido en todo Anchoajo. Su único cuerno afilado brotaba
se marchó. desde su cráneo, con una punta que era capaz de traspasar
Aquella noche todos sabíamos en Anchoajo que el verano el cuerpo de una persona y luego pasearla por todo el prado.
continuaba a flor de piel asomado por la ventana del cascajal, Contaban las historias que aquello había ocurrido alguna
que en la temporada de invierno se convertía en un Huallaga vez; sin embargo, se fue perdiendo con el tiempo hasta que
vivo y torrente. Micaela no pudo conciliar el sueño. Se la pasó muy pocos la recordaban. No obstante, ahora que Micaela se
de revolcón en revolcón, mientras su cuerpo sudaba a chorros encontraba frente a aquel animal de prominente corpulencia,
por el calor abrasador pese a que su ventana permitía cierta había recordado aquella historia producto de la oralidad so-
ventilación. bre un hecho real.
En la madrugada del día siguiente, un vientecito fresco Pero mientras ella seguía azorada por la presencia de la
la envolvió por completo y sintió que alguien le acicalaba. bestia, Augusto se hallaba a orillas del río Zenalés conversan-
Se quedó dormida. Al poco rato se vio caminando por un do con Tizera, la cual le había hecho llamar porque le preocu-
verdoso prado invadido de corceles color de cobre, blancos paba sobremanera el libro de magia de Augusto. Estaba al
188 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 189

tanto de que Atanué Carrel buscaba, a como dé lugar, obte- –Sí, por favor.
nerlo, ya que era su última carta por jugar luego que los chicos Una vez que tienes el agua, solo tienes que ir al castillo
arrojaran el diario de Galilei al río, dejándola sin posibilidad de Atanué Carrel, entrar a su recámara y dejarla bajo su al-
de completar sus planes de regresar al mundo no onírico de mohada.
Anchoajo. –¡Vaya, qué fácil! –susurró irónicamente el muchacho.
–No te preocupes, Tizera, tengo el libro a buen recaudo. –No es para gracia, Augusto –le aclaró Tizera, para luego
–Eso espero, muchacho… Es mucho lo que está en juego, agregar–, sé que no es nada fácil, pero tampoco es imposible.
tú lo sabes. Esa es la única manera de que ella se sumerja en un sueño
–Sí, por esa misma razón es que he ocultado el libro don- profundo, para luego capturarla con toda facilidad.
de ella ni nadie podrían dar con él. Sin embargo, tengo una –¿No tengo otra alternativa, Tizera?
duda –le dice Augusto. –No la hay; sin embargo, estoy segura que lo lograrás,
–¿Duda?, ¿cuál? para eso cuentas con Ricardo y Micaela.
–¿Qué pasará con ella? ¿Es que acaso nunca podremos –Eso sí, aunque no estoy seguro de que esta vez me ayu-
sacarla de nuestras vidas? den, últimamente andan muy ocupados y ya casi no los veo
–Claro que sí, solo nos hace falta una sola cosa y podre- en mis sueños; fíjate nomás sino estuviera con ellos en este
mos al fin olvidarnos de la hechicera.
momento… La última vez que los vi fue en la Antártida.
–¿Y qué es lo que debemos hacer? –inquiere Augusto.
–Y eso no es gratuito, bien sabes quién está detrás de
–Debes hacerla prisionera.
todo eso; no es raro que ella esté tramando una serie de con-
–Aprisionarla, pero ¿cómo?
juros para mantenerlos separados. Pero estoy segura que te
–Fíjate bien en lo que tengo que decirte: ella anda bus-
ayudarán porque esta será la última vez que luchen contra el
cándote porque quiere obtener tu libro a toda costa para cam-
biar su final… mal y se romperá el hechizo.
–Sí, eso ya lo sé… pero cómo conseguiré atraparla si es –Hechizo, ¿cuál de todos?
muy poderosa –interrumpe Augusto con su acertada preocu- –El de los sueños, Augusto… el de todos estos sueños
pación. que has tenido y que han puesto en peligro tu vida y la de tus
–¡El río Blanco! Debes ir a recoger un poco de agua de amigos.
aquel. Pero tienes que tener mucho cuidado. Las gotas que –Entiendo. Y luego de tener dormida para siempre a la
has de recoger tienes que depositarlas en un frasco de vidrio hechicera, qué haré.
tranparente y debes mezclarlas con el agua de lluvia que cae. –Será trasladada a la Tundra y allí permanecerá por toda
–Pero cómo, si no ha llovido en semanas… me pasaría el la eternidad.
día entero aguardando un chubasco que jamás se asomaría –¿Y dónde queda la Tundra?
siquiera con algún trueno. –Al Sur… pero debes darte prisa, pues está a punto de
–Pierde cuidado. Lloverá. ¿Sino para qué estoy yo? terminar el solsticio de verano en el Norte y si no llegas a
–¿De verdad tienes el poder de hacer llover? tiempo, encontrarás a la Tundra más congelada que nunca y
–Y de mucho más. Pero déjame que te siga explicando lo será imposible encerrar a la hechicera. Una vez estando allí,
que debes hacer. encontrarás una gran bóveda de mármol y granito. Al colocar
190 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 191

su cuerpo solo tienes que esperar unos segundos, pues una Y la Dama del Zenalés, envuelta en el mismo ritual de
estrella, la más hermosa y luminosa que jamás hayas visto en agua y mariposas de canela, desapareció confundida entre
el firmamento, descenderá y con sus rayos de luz sellará la remolinos translúcidos.
bóveda. Tú no debes temer, yo te guiaré. En efecto, a la casita de Ricardo había llegado un ejército
–Guau… ¡De verdad que ahora me gusta más la idea de de pajarracos negros que empezaron a picotear la madera,
llevar hasta la Tundra a esa malvada hechicera! Está bien, y con sus alaridos hacían temblar todo el bosque. El duende
entonces ahora mismo voy por mis amigos para explicarles estaba relativamente medroso, pero pronto se repuso de la
todo y empezar a trabajar. zozobra y, montado en coraje, cogió su arco y el morral de
–Espera –le dijo, reteniendo con sus manos invisibles al flechas para salir a hacerles frente; sin embargo, adoptó una
muchacho que, con gran entusiasmo, se disponía a ir. mejor estrategia: se acercó con gran cautela a un resquicio de
–¿Qué ocurre, por qué me detienes, Tizera? la ventana de madera, apuntó y disparó una flecha, que de
–¿Es que acaso sabes dónde se encuentran tus amigos? inmediato cubrió la casa con fuego sin que esta sufriera des-
–Ah… cierto. Pensé que estaba en el mundo real, mejor integración alguna por efecto del calor; por el contrario, a la
dicho, en el mundo de los que sueñan, pues esto también mayoría de los pajarracos se les quemaron las alas, la cola y
tiene una realidad propia; siempre lo olvido. el pico, tanto que se podía ver, ahora sí, a través de la ventana
–Ellos seguramente estarán librando algún tipo de batalla abierta, cómo caían de golpe en la hierba a morir, mientras
contra la hechicera, que ya cuenta sus horas y que solo busca muchos otros se desvanecían en el aire, y los sobrevivientes
hacer el mal, cuanto más pueda a alguien... se marchaban en estampida por los árboles amarillentos y
–Pero me tienes que decir dónde se encuentran ellos para verdes, y por todo el bosque no se volvió a oír aquel gorjeo
ir a ayudarles –le dice él. siniestro, oscuro y perverso.
–Es imposible que vayas para allá. Micaela cayó en un previsible vahído y su cuerpo ende-
–¿Pero por qué? –pregunta desconcertado. ble, tirado en la hierba, fue puesto por el cuerno del unicornio
–Porque eso es lo que precisamente quiere que hagas. sobre su lomo y empezó a trotar con dirección al bosque, pero
Está hostilizando a tus amigos para que vayas a ayudarles y entonces Atanué Carrel apareció de súbito y, suspendida en
luego se llevará a uno de ellos si es que no puede contigo, y el aire, le dijo:
ahí sí estaremos arruinados. Si queremos aprisionarla para –¿Adónde crees qué vas? No pensarás que te la puedes
conducirla a la Tundra es mejor que no vayas, Augusto. llevar.
–Pero somos un equipo, debo ir. –¿Y por qué no? –interroga el unicornio blanco.
–Lo echarías todo a perder. –Esa no es una buena pregunta, unicornio mentecato –le
–¿Y si alguno de ellos deja de existir? increpó.
–Eso no ocurrirá. Las armas que les entregué les servirán El unicornio se enfurece, relincha y sus ojos se encienden
de mucho y ya verás que salen bien librados. Ten fe, mucha- como dos trozos de carbón vivo, entonces resuelve tirar el
cho. Ya hablarás mañana con Micaela y le pondrás al tanto. cuerpo de Micaela, aún adormecida, al aire para luego atra-
Suerte. vesarlo en caída libre con su cuerno. Sin embargo, la hechicera
192 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 193

atrapa el cuerpo antes que eso ocurra y se eleva muy alto, que ¿Y qué crees? Una de las semillas la congeló en el acto y
el unicornio a pesar de su esfuerzo no la alcanza y entonces la otra la envolvió en un torbellino que empezó a darle vuelta
le recrimina: tras vuelta, como si se tratará de un verdadero huracán. Afor-
–Unicornio estúpido… el trato era que solo la atraparías. tunadamente Micaela está a punto de abandonar aquel lugar
Ahora me sales con que la quieres para ti. Desaparécete de y se apresta a dirigirse al mariposario, pero antes de ir hacia
mi vista. allá, vuelve su mirada a la estatua de hielo que gira y gira sin
Luego de decir aquello levantó su dedo índice, cuya pun- cesar.
ta despidió una chispa de luz y fuego y, al instante, convirtió
al animal en una hormiga pero del tamaño de una cucaracha,
que con pavor a los rayos solares se hundió entre el excre-
mento que los corceles habían dejado en el prado.
Pero Micaela recobra el conocimiento y, al despertar, des-
cubre que se encuentra en los brazos de la hechicera, levitan-
do. Esta se da cuenta y desciende solo para dejarla en tierra
y soltar unas carcajadas malévolas. Entonces Micaela quiere
huir de aquel lugar y la malvada mujer no piensa impedírselo;
sin embargo, mientras echa a correr, ella se eleva nuevamente
y se detiene justo en frente de ella pero sin descender, y le
dice: No me digas que vas a pedirle ayuda a Augusto. Y se
sigue riendo de tal manera que lo más abyecto se muestra
en aquel espíritu sarcástico; pero Micaela la ignora y echa a
correr nuevamente, pero ella la persigue y esta vez agrega:
Será en vano… no busques más a Augusto. Él ha muerto. Es
mentira, le responde Micaela y continúa corriendo ahora mu-
cho más de prisa pero siempre seguida por la hechicera desde
arriba, la cual disfruta viéndola padecer.
–Murió en el incendio –dijo la hechicera.
–¿Incendio? –se preguntó ella mientras corría.
–Así es, muchacha, en el incendio que sigue hasta este
momento devorando el mariposario –le dijo desde el aire–.
Lo siento por tu amigo, es que era muy pesado, insoportable
diría yo –y retorció la mandíbula en un gesto de desprecio.
–Vete al demonio –le gritó Micaela, deteniéndose y mi-
rándola de frente, y sacó de su morral dos semillas, las que
arrojó hasta donde estaba la hechicera.
Capítulo 26

LA OSCURIDAD DE LA TUNDRA

icaela llegó hasta el lugar y comprobó, efectivamente,

M que el mariposario, devastado por las llamas, se volvía


cenizas. Vientos de Norte a Sur avivaban el fuego que,
en grandes llamaradas, consumía el área sin dar tiempo a que
los habitantes del pueblo pudiesen controlarlo. Estos llegaban
en grandes caravanas pero era poco lo que podían hacer,
pues el agua escaseaba y para traerla desde el río Zenalés ni
qué decir… la gente temía mucho por la gran serpiente.
“¡Augusto!”, pensó Micaela al momento que se aguaban
los ojos con unas lágrimas que, apenas el viento volvió a so-
plar, resbalaron por sus mejillas rosadas y calientes. Algunos
pobladores se le acercaron para alejarla del fuego, pues si no
lo hacían hubiera sido probable que Micaela entrara en el
mariposario sin medir las consecuencias, y luego quedar atra-
pada dentro.
A poco rato llegó Ricardo, alertado como todos por el
incendio colosal. Sin duda, el mariposario era la reserva na-
tural más espléndida de Anchoajo… en él habitaban faunos,
otorongos, unicornios negros, el hada Salomé que creaba
burbujas dentro de las cuales alguna vez paseó Micaela y los
duendes, que seguramente ahora estarían atrapados por el
fuego. Ricardo se quebró y no pudo soportar la escena, era
evidente que el tema de los duendes y el hábitat en gene-
ral le provocaba infinita tristeza, sin poder hacer mucho por
196 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 197

ellos. Pero quien se repuso inmediatamente después de no Micaela recuperó el aliento, se le cristalizaron los ojos y una
resignarse a la muerte de Augusto fue Micaela, que recordó sonrisa tibia se le dibujó cuando, volviendo la mirada, vio que
el escarmiento en el prado a la hechicera con las semillas, de Augusto se aproximaba desde el Campo de las Legumbres,
modo que se puso de pie y, con suficiente energía, tiró una de sin un solo rasguño.
aquellas al fuego. –¿Cómo pudiste escapar? –le dijo Micaela.
De inmediato surtió efecto, aquella pequeña bolsa de ge- –¿Escapar, de dónde… del mariposario?
nes consumió las llamas congelando el mariposario. Todo el –Claro –le contestó Micaela al tiempo que se acercó más
lugar se volvió hielo, como un gran continente blanco y gla- a él.
cial en cuyo interior se podía observar petrificados árboles, –Yo no estuve en el mariposario, sino en el Campo de las
cascadas, los unicornios inmóviles y los otorongos en plena Legumbres, conversando con Tizera.
actitud de escape. Los duendes eran unos pequeños trozos de –Maldita bruja –rechinó Micaela–. Pero qué bueno que
hielo, y encontraron al hada más al fondo, congelada mien- estés a salvo –le dijo, y abrazándole le dio un beso en la me-
tras procuraba ascender; sin embargo, los faunos fueron los jilla.
que corrieron con menos suerte, pues hallaron sus cuerpos En el mariposario todo volvió a la normalidad. Mientras
encogidos por el fuego entre el hielo. los tres amigos se alejaban de él, observan a los duendes ca-
No obstante, la preocupación central era Augusto, que no mino a sus casas, a los otorongos lamiéndose el pelaje por la
aparecía por ningún lado, pese a haber peinado casi toda el mojadura del hielo y del achicharramiento, a los unicornios
área. El duende y Micaela se habían dividido para buscarlo negros brincando y otros cargando en sus lomos a los faunos
y a los demás habitantes del pueblo les habían dado carac- caídos. Pero el vuelo travieso y primaveral de unas singulares
terísticas precisas de él para que ayudaran en la búsqueda; mariposas, asegura a todo el mundo que existe hoy más que
sin embargo, luego de algunas horas transcurridas, no había nunca vida en el mariposario.
aún resultados positivos. Además de Augusto lo que empezó Augusto y sus amigos, camino al pueblo, van haciéndose
a preocupar a Micaela era el mariposario, pues si bien lo ha- preguntas como: ¿Y dónde estuviste Micaela? Y ella, en un
bían rescatado de las llamas, todo estaba congelado, inerte y prado del demonio donde solo pude ver caballos, unicornios,
estático. Por un momento le pareció ver a la Antártida tan cer- arco iris embrujados y a esa horripilante hechicera. Augusto
ca que sintió estar allí y solo entonces el pavor se apoderó de la escuchó con zozobra pero agradeciendo a Dios por tener-
ella. Empero, el duende sabía cómo aliviar su desaliento. Ey, la ahora a su lado. Luego el duende responde a la pregunta
mira, le gritó, como quien busca sacarla de su abstracción. Mi- de Augusto, que unos pájaros malditos casi se traen abajo su
caela le miró, pero su mente estaba en el hielo y en Augusto. casa a pico limpio y que tuvo que achicharrarlos con su Carco
Ricardo disparó una de sus flechas y el hielo empezó a y sus flechas para que dejaran de molestarlo de una buena
derretirse con el fuego de aquel dardo y cuando notó que se vez. Y él a ellos les reveló todo lo que le había explicado Tize-
había derretido casi por completo, lanzó otra flecha con tal ra sobre la captura y posterior encierro de Atanué Carrel en la
rapidez que solo por ser necesaria apagó el fuego volvien- Tundra. Y ellos, que dónde queda esa tal Tundra y Augusto,
do todo a la normalidad, pero dejando en toda el área más al Sur de Anchoajo; que Tizera les guiará, pero que debían
objetos chamuscados y cenizas por doquier. Solo entonces darse prisa porque estaba a punto de terminar el solsticio de
198 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 199

verano en el Norte y si no llegaban a tiempo encontrarían a Aquello no le pareció buena idea, pues amenudo trataba
la Tundra más congelada que nunca, y entonces sería impo- de arrebatarle su cariño y afecto, de manera que esta sería
sible encerrar a la hechicera Carrel en la bóveda de mármol una oportunidad más para hacerse querer por ella. Pero ni
y granito. Mientras se despedían de Ricardo en la puerta de modo, no tenía opción; así que debió ser buen chico y dejar
un bosque tropical, hermosísimo y florido, Augusto y Micaela que Micaela maneje el asunto.
sintieron que alguien les jalaba de sus vestimentas. –Una pregunta.
Los hermanos de Augusto habían ingresado a su habi- –Dos –le responde a Micaela.
tación, tomaron su almohada y empezaron a jugar. Natural- –¿Sería preciso que nos acompañe Almudena?
mente, seguía dormido hasta que Alcides empezó a jalarlo –No lo creo… sería ponerla en peligro, ya con nosotros
para que le ayudara a luchar contra Gabriel y, a este último, tres en esa onda tenemos bastante.
se le dio también por estirarle la ropa de modo que sin querer –Sin embargo, yo creo que le gustaría ver como aprisio-
o queriendo, ambos terminaron por interrumpir la somnolen- namos a la hechicera y la dejamos en la Tundra. Además,
cia de Augusto que yacía despierto en el Anchoajo de sus no olvides que ella ayudó en mi rescate y eso que no fue en
sueños. Anchoajo sino en la mismísima Antártida… Vamos, Augusto,
Micaela no tenía hermanos pero sí una madre rígida que que ella también esté con nosotros.
tomaba con mucha seriedad la puntualidad de su hija en –Uy, si me lo pones así, ¿ni modo, no? Está bueno, ella
la escuela, y sus deberes dentro y fuera de casa. Así que se también podrá acompañarnos.
aproximó a su habitación y como la nena estaba completa- –Gracias –le dijo y le abrazó.
mente dormida le dio breves sacudidas con ternura hasta que Y toda la escuela advirtió aquello, Augusto lo supo con
despertó con su mirada llena de luz, que a su madre le pareció solo mirar a su alrededor sintiendo luego un extraño senti-
una de las más dulces y transparentes que contempló jamás miento de vergüenza; se separó de ella tosiendo sin motivo
en ella. y le dijo:
En la escuela, a la hora de recreo, uno de los últimos del –Bueno, esta noche tendrá que ser.
año; se sentaron bajo el árbol de campanita prescindiendo de –De acuerdo. ¿En dónde nos encontramos? –pregunta
sus mejores amigos para conversar. ella.
–De modo que ha llegado la hora –le dijo Micaela. –Uhm… ya sé. ¿Recuerdas el árbol de moras?
–Todo parece indicar que sí, Mica. Solo falta una cosa. –Por supuesto, aquel que logramos salvar de las garras de
–¿Cuál? –pregunta ella. Atanué Carrel.
–Que tú y el duende acepten. –Sí, y que fue la razón para ingresar por primera vez a ese
–Yo acepto –respondió en el acto. tenebroso castillo. Bueno, en la sombra de ese árbol amigo
–Gracias –dijo él–. Ahora solo falta saber qué tiene que nos encontramos –le dice Augusto.
decir nuestro amigo en común. –Hecho.
–Aceptará –afirma Micaela. La noche cayó a la hierba como mismísima escarcha. Las
–Yo no estaría tan seguro. Ya ves, a veces se me hace el hojas de naranja tiritaban mientras iban construyendo remoli-
díscolo dándome la contra en todo. nos ligeros en plena oscuridad y el viento del Norte comenzó
–Si no acepta yo lo convenceré. Déjalo por mi cuenta. a soplar como fresco ventilador en las casas de caña brava y
200 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 201

shapaja. Micaela se puso a dormitar con pijama, sin edredón, Un soñoliento Ricardo, exasperado por realizar la proeza,
con fragilidad y sin una sola duda de que estaría esa noche se acercaba a los chicos sin presagiar que ellos creían que se
con Augusto bajo la sombra del longevo árbol de moras que traba de algún enemigo.
se hallaba en los extramuros del pueblo. Augusto, impaciente, –Es el duende –aseguró Augusto.
aguardaba por ella vestido de blanco y con un gorro color Y, en efecto, Almudena también lo vio y se alegró al saber
naranja. Miraba a todos lados y, por un momento, materia- que la cosa ya estaba casi completa. Sin embargo, aún faltaba
lizó el desaliento al murmurar que jamás llegaría ella porque Micaela, que de no ser por la paciencia ejemplar de Augusto,
finalmente tuvo el mal gusto de desanimarse de la misión; se hubiera marchado para el río Blanco sin tener que espe-
pero mientras se arrimaba al árbol, para luego apoltronarse rarla. Pero no les haría esperar más porque cuando estaban
en tierra, supuso que era ella, la imagen vaga y distorsionada vueltos de espaldas, la mano frágil y tersa de una niña de
que dibujaba el viento y los arbustos que antecedían su llega- doce años se apoyaba en el hombro izquierdo de un chico de
da. Pero no, se trataba de Almudena que, avisada por ella, se la misma edad.
aproximaba al árbol de moras sin suponer que Augusto aún –¿Tardé mucho?
aguardaba por Micaela. –Vaya que sí... ¿Qué te pasó? –le preguntó Augusto,
–Hola –le dijo Augusto al saber quién era. volviéndose a ella.
–Pensé que luego de convencer a Ricardo de acompañar-
–Hola –respondió ella–… ¿Y Mica?
nos las cosas serían más fáciles, pero me equivoqué.
–Eso mismo digo yo… ¿Y Mica? Pensé que vendría con-
–¿Por? –inquiere nuevamente.
tigo –alegó él.
–Pues me ha pedido que sea su testigo. Se va a casar.
–Y yo pensando que esperaría aquí por los dos.
–¿Qué?... no me digas... –se asombró, volviendo la mira-
–Vaya, será que no vendrá… Ni modo, tendremos que ir
da al duende.
solo nosotros.
–Así es, y quiere que tú y yo seamos los testigos de su
Pero ni bien acababa de decir aquello, un bulto blanco sin boda.
forma, guarnecido por el halo de la madrugada, se asomó en El duende, que había escuchado todo, se sonrojó, pero
el esbelto umbral sin que ambos pudieran distinguir de quién a la vez dibujó en su carita de musaraña, una sonrisa pícara
se trataba. Agáchate, le indicó Augusto a Almudena. Ella hizo y traviesa, una parecida a las muchas que Augusto tuvo en
caso y se ocultó detrás del árbol; Augusto se tiró sobre la yer- ciertas ocasiones.
ba y mientras sus miradas estaban fijas en el presunto intruso, –¿Y por eso tardaste tanto? –indagó el chico.
este desapareció de pronto entre la nada. –No precisamente, pero tuve que regresar a casa a saber
–¿Qué habrá sido? –se preguntó Augusto. si tenía un vestido para la ocasión.
–Seguramente un fantasma. –Y…
–No digas tonterías… ¿quién cree a estas alturas en los –No lo tengo –asegura.
fantasmas?... ¿Escuchaste ese ruido? –Demonios… bueno, de eso podemos hablar después.
–No –dice Almudena. Ahora nos urge ir a la Montaña Negra –sentenció Augusto.
–Ocúltate, ahora sí se está acercando de a deveras. –Sí, ¡vamos!... –dijeron en coro los otros tres.
202 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 203

Y más pronto de lo que imaginaban todos estuvieron in- –Es cierto. Pero quién irá a dejar el frasco en la cabecera
ternados en el centro de aquella montaña que, por voluntad de Carrel –se preguntó Micaela.
propia, jamás hubieran querido pisar, pero debían hacerlo. –Por supuesto que yo –respondió Augusto inmediata-
Antes de llegar se aproximaron a las orillas de río Blanco de mente.
donde recogieron agua, y tuvieron que guarecerse de una llu- –No creo que sea buena idea –alegó Almudena.
via inesperada que sobrevino así por así. Augusto llevó a cabo –¿Por qué lo crees así? –le preguntó.
al pie de la letra las indicaciones de Tizera: recogió en un tubo –Es que si alguien viene necesitaremos ayuda para com-
de ensayo lo que no fue sino una mezcla de lluvia y agua batirlo, Augusto; además, Ricardo es pequeño y podría llegar
del río. Con él dentro del morral, se adentraron más y más más rápido hasta aquel lugar. Mejor deja que sea él quien
dejando poco a poco la silueta de aquellos vestigios arqui- vaya y luego venga a avisarnos para ir por la hechicera –dice
tectónicos que guarnecían Montaña Negra, y que a lo mejor Almudena.
eran la muestra señera de alguna cultura antigua perdida en –Ella tiene razón; es menos probable que se percaten de
el tiempo, o solamente un centro de hechicería de una malva- él –agregó Micaela.
da mujer que vivía no muy lejos de aquel lugar. –Ok, Ricardo irá.
Los pájaros grises estuvieron a la orden. Sobrevolaban Y le entregó el tubo de ensayo dándole las indicaciones
la montaña y el castillo, como era usual, pero no los descu- respectivas.
brieron y no fue porque se pasaran de cegatones sino porque Pero cuando se disponía a entrar… Micaela le dice: Espera,
una súbita oscuridad había caído sobre la maraña, y el castillo iré contigo. Y Augusto, ¿qué? Y ella, sí, iré con él… necesitará
parecía aún más tenebroso sin un solo resplandor de luz en las a alguien que le ayude. Y él, pero es muy peligroso, Mica, y
ventanas y la cornisa. ella, todo aquí es peligroso. Y Almudena, por eso mejor digo
Pero en la Tundra la cosa no era diferente, una tenebro- que voy yo, y Augusto de acuerdo con ello pues le fastidiaba
sidad absoluta había cubierto el área dejando sin un solo res- tener que dejar ir sola a Micaela con Ricardo, pese a que este
quicio de luz la bóveda de mármol y granito. Era como si un ya había declarado que se casaría muy pronto; sin embargo,
eclipse universal cubriera toda la Tierra. Pero como era lógico, él no estaba completamente convencido, pues con los duen-
ni aquello podía hacer desertar a Augusto y sus amigos del des uno nunca sabe –se habría dicho en silencio–, quién quita
propósito de atrapar a la hechicera Carrel. y eso de la boda es un cuento más para distraerme de Micae-
Se detuvieron frente al castillo cuneiforme y terrorífico. la. No señor, usted no se va. Pero cuando acabó de pensarlo,
No había nadie fuera, y el silencio que manaba de él por el duende y Micaela habían desaparecido por el umbral de la
la puerta abierta les hacía creer que no había mucha gente puerta.
adentro. Así que se marchó… y Almudena para consolarlo, “dijo
En efecto, la puerta principal se encontraba abierta de par conocer el castillo más que yo”, y es cierto; esta es la primera
en par y solo un atisbo de luz al fondo les hacía suponer que vez que vengo y espero que sea la última, claro. Y se volvieron
alguien salió pero que no tardaría en volver. para vigilar que nadie les tomara por sorpresa, ocultándose
–No podemos entrar los cuatro, alguien tiene que quedar- entre el follaje que había cerca.
se a vigilar –les dijo Augusto.
Capítulo 27

LAS BESTIAS DEL CASTILLO

a hechicera Carrel nunca pudo conseguir el libro de

L magia de Augusto aunque lo trató de mil formas, sin


ninguna duda. Es que era bastante lógico que un ser
como ella aspire a gobernar el mundo para beneficio propio,
convirtiendo a la especie humana en una suerte de robots, a
la que pudiera esclavizar, y luego construir laboratorios donde
todos los días, durante cien años, realice sus experimentos
macabros. Pero el libro de Augusto también le era necesa-
rio para cambiar ciertos episodios adversos, los que suponían
grandes derrotas para ella: como la desaparición del diario de
Galilei; que hubiera podido sacar del fondo del río Zenalés o
como la prisión que le esperaba en la Tundra, donde perma-
necería por siempre.
Todavía estaba dormida cuando Ricardo se asomó a la
puerta entreabierta de su recámara que quedaba en el tercer
nivel, no muy lejos de su biblioteca, alumbrado sobre su ca-
beza por la lámpara de aceite que Micaela consiguió cuando
atravesaron la cocina. Sus ronquidos fuertes podían despertar
hasta al del sueño más pesado. Su habitación era espaciosa,
teñida toda de color morado. Había una mesa larga al lado
derecho de la puerta y un baúl con detalles de orfebrería a
los pies de la cama, la cual tenía un tul que la protegía se-
guramente de los mosquitos nocturnos que llegaban desde
las ciénagas, los cuales no hacían diferencia entre un común
206 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 207

mortal y una hechicera. La mujer seguía roncando como si su verde púrpura comenzó a titilar tras sentir la presencia de la
mente soñara con geranios o como si recordara su niñez (niña dueña del castillo. Sin duda, todo allí estaba embrujado…
mala, por supuesto), y ni la luz tenue de la lámpara mellaba su una alfombra oscura se deslizó de pronto por el piso, mientras
somnolencia. Tenemos que darnos prisa, musitó Micaela. El la hechicera asentaba cada paso con sus babuchas aún, pero
duende se acercó hasta la cabecera con el tubo de ensayo en vestida de una túnica roja luminosa. Y de la azotea apareció
la mano izquierda para dejarlo bajo la almohada, pero en ese una insólita buhardilla, a través de la cual, los haces de luz
preciso instante, unas pisadas agrias y fuertes por el pasillo penetraron al Salón de los Turbantes convirtiéndolo en una
les anunció que alguien se acercaba muy de prisa a la alcoba, magnífica escena vespertina.
seguramente para despertarla. Micaela hizo lo que toda chica Al fin aquí… esperé tanto tiempo por este momento;
astuta hubiera hecho: apagó la lámpara de un soplido y, abra- ¡no sabes cuánto! Claro, espero que a ti también te agrade
zando al duende, se tiró con él bajo la cama. estar aquí, le dijo luego de ver a Augusto en medio del salón y
Un gorila gris, con la mitad inferior de fauno, apoyado él, pues te equivocas, lo que menos quisiera es tener que verte
en un extraño bastón color negro y de una apariencia asaz la cara. Y ella, entonces ¿por qué has venido hasta aquí? Por
magra, entró a la habitación sin hacer mayor ruido, alum- cierto, dónde está tu otra amiga y… ¿ese duende tan moles-
brado por una lámpara de mano que traía en la izquierda. toso? Ello sí le hizo alegrar por un momento, pues al parecer
Solo le bastó dar algunos golpes en el piso con su bastón, no habían sido capturados por la hechicera, contrariamente a
y era como si con ese toque de magia podía despertar a la lo que él pensó. Se quedaron –dijo– yo vine por mi cuenta a
hechicera que, efectivamente, salió de su somnolencia para luchar contigo, mintió. Y ella empezó a soltar sendas carcaja-
preguntarle por qué estaba allí interrumpiendo su sueño. Pero das burlándose de él, afirmando que había sido una tontería
ese extraño ser, al que llamó Grolfo, se apuró a explicarle que venir solo por ese propósito, y encima trayendo una chica
habían capturado a Augusto y a una amiga de él en las afue- para que te ayudara, qué patético, Augusto. Pero él tenía que
ras del castillo. “¡Hasta que por fin alguien se acordó de hacer soportar la humillación, al final de cuentas, la operación había
algo bueno!”, exclamó Carrel al tiempo que Grolfo le hacía fallado y no quedaba otra que esperar y resistir hasta el último
recordar que ese era su trabajo, y que tarde o temprano tenía momento.
que dar resultado, y ella, sin darle demasiada importancia a Así que viniste a luchar contra mí, vamos pues, lucha. Le
sus palabras, considerándolas innecesarias y pura fanfarria, provocó rozando con su uña esmaltada, el lampiño y terso
le preguntó cómo era que los atraparon y él, los pájaros su mentón de Augusto. Pero, desde luego, no podía hacer gran
majestad, ellos fueron los que detectaron a los intrusos, y ella, cosa maniatado y sin armas frente al poder inmenso de la
perfecto. Y siguieron hablando del asunto mientras desapare- hechicera en su castillo. ¡Ya me harté de este mocoso!, ex-
cían por uno de los pasillos camino al Salón de los Turbantes, clamó volviéndose; entonces sus súbditos, que se hallaban
donde los tenían maniatados y desguarnecidos. detrás, le rindieron pleitesía con gran temor. De inmediato
Al aparecer en aquel lugar todo el salón se iluminó como volvió a observar a Augusto con desdén y le dijo: Solo quiero
por arte de magia, y del cielo raso empezaron a descender una cosa de ti y te dejaré libre, de lo contrario, sobre ti haré
hebras de hilo luminoso color azul eléctrico. Los espejos bri- un hechizo y pronto serás un pajarraco más a mis órdenes.
llaban más nítidamente cerca de un púlpito y el fresco de color Hasta ese momento, Almudena no hubo proferido palabra
208 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 209

alguna; sin embargo, desatando toda su ira contenida por la cámara acompañada de Grolfo, quien poco antes de llegar,
malvada, le gritó: Vete al mismísimo infierno. Y la hechicera, le preguntó porqué dejaba su puerta abierta mientras dor-
¿quién es esta niña insolente?... Grolfo, ¿ya cenaste? Y él, sí, mía. Y ella, ¿cómo dices, Grolfo? Él volvió a repetir lo antes
su majestad, pero un aperitivo como ese no me ocasionaría dicho y ella, debes estar delirando. Yo jamás dejo mi puerta
acidez, más bien ayudaría a mi digestión. Grolfo era el jefe de abierta, y él, que sí; no tendría por qué contradecirla si eso
todas las bestias que vivían en el castillo, las cuales estaban re- no fuera verdad, su majestad. Y la hechicera cobró su natu-
unidas allí: los Jirondales (mitad hipopótamo y la otra jirafa), raleza pérfida sobreviniéndole la maldad a flor de gorila. ¡El
los Dinovenados (con toda la corpulencia de un dinosaurio, duende, la niña… maldita sea! Y se dieron prisa para hurgar
pero con la cabeza de un venado), los Hombresperros (en en su habitación. Removieron todo, incluso voltearon la cama
una verdadera fusión), varios Gatos Cancerberos, los Candri- pero sin éxito. ¡No estaban por ningún lado! Seguramente son
los (que eran, la mitad superior del cuerpo, cangrejo araña y, solo ideas nuestras; el viento pudo haberla abierto. Ya, vete.
la otra mitad, cocodrilo), serpientes con alas y muchas otras Y Grolfo se fue y la hechicera volvió a su lecho, durmiéndose
especies con las que jugaba genéticamente y a puro hechizo, más pronto de lo que Micaela y Ricardo habrían supuesto,
Atanué Carrel. luego de que desaparecieran por un momento con la ayuda
No le hagas daño, por favor. Es a mí a quien quieres des- de la Dama del Zenalés, que apareció en el vuelo de una
truir, le dijo Augusto, en un intento por evitar que Grolfo se
mariposa de canela concediéndoles, con un poco de magia,
tragase a Almudena. De acuerdo, dijo ella, solo necesito tu
la invisibilidad que requerían para no ser sorprendidos por la
libro de magia y podrás irte con tu detestable amiga. Y él, está
hechicera y Grolfo, e inmediatamente después desapareció.
bien, pero no lo tengo aquí conmigo. Tendría que ir por él a
Ahora que han vuelto a ser visibles, y con la certeza de
mi casa. Y ella, y tú qué dijiste me voy y no vuelvo más. Pues
que Carrel se volvió a dormir, salieron debajo de la cama,
no, a una hechicera nadie le repite ese cuento (ya se lo había
hecho un ex esclavo y nunca más volvió), y es que a veces pero esta vez Micaela decidió no encender la lámpara y le
resultaba siendo muy boba. indicó al duende lo que debía hacer para dar con la cabecera.
Ya sé lo que haremos. Grolfo, llamó a su jefe de la guar- Y en aquel instante una mariposa de canela, que no era sino
dia. Y él, hincando su rodilla en el piso: Dígame, su majestad. la Dama del Zenalés, se volvió toda de luz, siendo su claridad
Y ella, lleva a los prisioneros a sus celdas, que sigan enma- de vital importancia, permitiéndole a Ricardo colocar de ma-
rrocados y vigílenlos bien, porque no quiero ningún contra- nera correcta y exacta el tubo de ensayo con el agua debajo
tiempo. Y Grolfo, como usted ordene, su majestad. Y ordenó de la almohada. Entonces ocurrió que una pequeña nube de
a la guardia de los Candrilos (los más feroces del castillo) que color celeste se posó a un ligera distancia de la cabeza de la
llevasen a los prisioneros, pero mientras aquellos los sujeta- durmiente y plumas de varias aves como burbujas hicieron
ban con sus pinzas y se internaban por un pasillo oscuro, la germinar una luz brillante, que luego de algunos segundos
hechicera, sentenciaba: A primera luz de la aurora, yo misma fue apagándose poco a poco, juntamente con la nube que
iré con él a traer ese maldito libro de magia, dejando como terminó desapareciendo por completo y luego la mariposa,
rehén a esa niña odiosa, de lo contrario seguramente me hace chisporroteando de luz, les señaló lo que debían hacer a con-
un truco y se larga sin entregármelo. Y luego volvió a su re- tinuación.
210 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 211

La puerta se abrió por la magia, ellos siguieron a través y el duende se hicieron cargo de conducir, pero para la falta
del pasillo y luego tuvieron que descender por una escalera que hacía porque ni bien desaparecieron las mariposas, el bir-
en espiral, que conectaba con otro pasillo a mitad de pared, locho completo ascendió gracias a las alas de los corceles que
teniendo que agacharse un poco para no rozar el cielo raso les brotaron así, de repente. Y en el cielo apareció de pronto
y, más al fondo, un declive, a partir del cual todo se ilumi- un trineo de leyenda navideña. A pleno vuelo, y recobrado su
nó; pues un mosaico esplendente de mariposas de canela les espíritu silente, Micaela le pregunta a Augusto cómo fue que
dio el alcance y tuvieron que caminar solo un poco más para los capturaron y él, a Almudena le picó una hormiga gigan-
llegar hasta las celdas donde se hallaban cautivos Augusto te, esa a la que todos llaman curuhuinsi, y pegó el grito de
y Almudena; en cambio, los guardias, en un súbito desva- su vida y nos escucharon y yo creyendo que no; pero luego
necimiento, habían quedado profundamente dormidos. Solo nos sorprendieron unos dinosaurios con cabeza de venado y
cuando sus amigos se encontraron en libertad y Augusto re- luego cocodrilos deformes y cangrejos gigantes y, sin dejar-
cuperara su arma, decidieron ir por la hechicera a continuar nos realizar un solo movimiento, me quitaron la lanza, y nos
con la misión. condujeron hasta la presencia de un horripilante simio con
Apenas la vieron, a todos les sobrevino una inquietante patas de fauno... Pero Almudena le interrumpe y agrega: Des-
alegría religada con miedo, porque desde luego no estaban pués llegó la hechicera y casi ordena que me trague ese simio
muy seguros de que la hechicera no volviera a despertar y
apestoso, pero no lo hizo gracias a Augusto que supo ganar
les sorprendiera. Pero la mariposa de canela les animó y, con
tiempo. Y el duende, ya ves, Mica, yo te dije que el muchacho
ciertos signos y ademanes, les indicó que debían darse prisa,
era un héroe. Y todos se rieron, pero Augusto no lo suficiente
que no había nada que temer. La hechicera, despierta, hubie-
como para dejar de perderle cuidado, pues había demostrado
ra pesado lo que pesaba, pero dormida no era otra cosa más
a lo largo de su amistad ser un convenido y eterno burlón
que un montón de huesos livianísimos que parecían de pollo
y su piel longeva puro tejido. (Augusto habría pensado que lo de su boda se trataba de una
Augusto y Micaela la retiraron de su cama, mientras el fanfarronada más para ganar tiempo y enamorar a Micaela),
mosaico de mariposas alumbraba la habitación, luego avan- por cierto, Ricardo, no soy mayor de edad aún; por lo tanto,
zaron entre pasillo y pasillo, y descendieron escalón tras es- no podré ser tu testigo y tú, Micaela, tampoco lo eres.
calón. Parecía que todo el castillo estaba adormecido por un Pero el duende, y qué importa eso, en mi comarca no
hechizo, porque no hubo un solo movimiento, apenas si vie- existen papeleos absurdos, solo la voluntad, las ganas de que-
ron a los Hombresperros en el pasillo anterior al Salón de rer y el amor; y como yo estoy profundamente enamorado
los Turbantes, roncando, pero antes de abandonar por fin el de Genoveva no tenemos que esperar nada más… vamos,
castillo observaron serpientes con sus lenguas bífidas fuera y Augusto, acepta hombre. Por un momento creyó que el duen-
las alas encogidas tiradas sobre las baldosas. de hablaba muy en serio sobre su deseo de casarse y, natu-
Las mariposas se acercaron al portón cerrado que, con ralmente, aquello prevaleció porque terminó aceptando ser
solo rozarlo, se abrió dejándoles a la vista un carruaje co- su testigo y le agradeció por la deferencia, asegurándole que
lor madera con ocho corceles blancos, en el cual subieron a estaría presente el día de su matrimonio; claro, si es que Mica
Atanué Carrel, y luego ellos, uno a uno rápidamente. Augusto no se desanima al no encontrar un vestido para la ocasión.
212 Mi libro de magia

Eso ni se diga, yo estaré en la boda así tenga que estar vestida


solo con mi pijama, dijo ella.
Y todos rieron y luego platicaron sobre los días de es-
cuela que, por cierto, estaban a punto de terminar porque la Capítulo 28
clausura del año lectivo estaba programada para solo un par
de semanas más. Antes que me olvide, les dice Augusto a Mi- LOS ÚLTIMOS DÍAS DE ESCUELA
caela y al duende, ¿cómo hicieron para hacer dormir y luego
despertar a la hechicera? Y Micaela, no entiendo. Él, o sea,
mientras ustedes permanecían arriba nosotros teníamos a este
monstruo –señalándola–, enfrente… ¿Cómo lo hicieron? Ah,
ya sé, aún no llegaba a su habitación cuando estuvo con no-
sotros en el Salón de los Turbantes. Y el duende, bueno, noso- l Sur comenzaba a enfriarse poco después de haber re-
tros la encontramos dormida… y Micaela, complementando:
Ya te contaré cuando estemos en tierra, o mejor en la escuela;
pero te diré que mucho tienen que ver esas maripositas, ah.
E sistido el calor más abrasador de los últimos cincuenta
años. La Tundra estaba a punto de dar la bienvenida al
solsticio de invierno y nosotros sobrevolábamos el área oscu-
Él, bueno, está bien; pero les digo que me pareció conocida ra con el birlocho de insólitos corceles. Y el duende, vigilante,
una de ellas. No sé, creí por un momento ver a Tizera, y el nos alertó sobre un campo abierto en la sima de una colina e,
duende, fue ella. Y él, ¿de veras? Y Micaela, por supuesto que inmediatamente, descendimos allá. Al llegar, notamos que el
fue ella y también este birlocho es gracias a ella. Y él, supe lugar estaba desolado con apenas una breve claridad al fondo
que estaría conmigo en esta hazaña. de unos árboles magros y otoñales. Pero muy pronto llegó la
mañana y un sol naranja se descolgaba por los pantanos, los
cuales invadían casi toda la geografía.
Un halo de misterio surgió de pronto cuando decidimos
esperar un poco hasta estar bien seguros a dónde iríamos en
busca de la bóveda, que demás está decir, no sabíamos por
dónde empezar… todo era tan extraño. Nunca habíamos es-
tado en un ambiente tan enrarecido como este y jamás se
pensó que existiera este tipo de geografía en el territorio de
Anchoajo, o es que esta área ¿ya no le pertenece? El sol se
ocultó y una niebla densa comenzó a extenderse por los árbo-
les, mostrándonos seguidamente que el suelo era de un color
cenizo, cuya composición desconocíamos.
Algunos lobos se paseaban no muy lejos del birlocho
oliendo con sus fauces, eso sí, a los blancos corceles alados.
Pero en la oscilante zozobra del desconcierto, les dije a mis
La fantástica trilogía de Anchoajo 215

amigos, ¿escuchan aquel sonido? Y Almudena, sí… suena


como un enjambre de avispas. Micaela, o de langostas; y el
duende, sea lo que sea creo que lo más conveniente es tirar-
nos a tierra, porque a lo mejor se les da por confundirnos con
su alimento o creer que somos sus enemigos. Entonces todos
nos arrojamos al suelo, siendo el único inconveniente los cor-
celes; no obstante, Ricardo, un gran domador de caballos de
tiro y de paso (cuya faceta recién descubríamos), se acercó
a ellos y, con gran habilidad, les hizo acostar sobre el suelo
cenizo.
Sin embargo, no era cosa de preocupación. Un enjambre
de libélulas gigantes se abría paso entre la niebla y cuando le-
vanté la cabeza, ellas se habían detenido justo sobre nosotros,
y a la jefa, al vernos, cuánta alegría le habría causado porque
sus alas empezaron a batirse con más esmero y sus antenas a
vibrar con gran ímpetu. ¡Aquí están!, ¡al fin los hallamos!, les
gritó a las demás. Y yo al verlas, ¡qué inmensa alegría!, pues
cada vez que las necesitábamos sabíamos que estarían con
nosotros, y caí en la cuenta de quién más que ellas que sobre-
vuelan medio mundo para hacernos conocer el lugar.
Les explicamos sobre nuestra tarea, pero eso sí, nos sor-
prendieron mucho al revelarnos que estaban al tanto de todo
y que, precisamente, habían venido en nuestra ayuda; ade-
más, no querían perderse, de buen agrado, el momento en
que la hechicera Atanué Carrel era encriptada en la bóveda
de la Tundra.
¡Es por aquí!, nos dijeron, y nosotros las seguimos en el
birlocho, mientras nos guiaban desde arriba. La hechicera
dormía como un bebé recién nacido y todo estaba muy si-
lencioso en la Tundra, pero aquello no me gustaba tanto que
digamos, y es que yo siempre creí que demasiado silencio
también era motivo para estar pendiente por si se presentase
alguna eventualidad.
Frente a nosotros, un creciente río de aguas cristalinas dis-
curría apaciblemente entre dos riberas infestadas de hierba en
216 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 217

germinación. Ese fue el primer obstáculo: no había puente. tornado de dimensión continental que amenazaba con llegar
Las crestas apenas divisables creaban un breve murmullo y hasta el centro de Anchoajo. Y, además, cuando nos encon-
ese era todo el sonido. Sin embargo, cuando decidí acabar tramos en la última curva antes de que llegáramos a la Mon-
con el problema gracias a que mi lanza podía convertirse en taña Rocosa, nos sobrevino una intensa nevasca.
puente, otro ruido análogo al de las libélulas se aproximaba a Mientras aquello empeoraba la situación confirmándonos
nosotros, pero con asaz virulencia. Entonces, con destreza de que el solsticio de invierno había tocado con fuerza la Tun-
cazador, extendí mi lanza y la arrojé al río, convirtiéndose de dra, nuestros ojos se enceguecieron, y tuvimos que detener
inmediato en el puente que todos ansiábamos, pero mientras el carruaje por temor a desbarrancarnos, a causa de alguna
nos preparábamos para cruzarlo, una mesnada de pájaros os- sorpresa que aquella hostil geografía nos presentaba. Solo en-
curos e infinidad de búhos y lechuzas aparecieron entre las tonces, como ya no podíamos ver con claridad, el ruido de las
nubes y comenzaron a atacarnos. Las libélulas gigantes, gran- libélulas gigantes al caer muertas, nos anunciaba que la trage-
des luchadoras, les salieron al frente dando inicio a una feroz dia estaba en su punto más vivo y empezaba a abrumarnos.
lucha entre aves; lo que diríamos aves del mal y del bien. Pero, en medio de tanto frío y oscuridad, varios haces de luz
Ricardo disparó sus flechas achicharrando a muchas de gualda, que luego se transformaron en color azul claro, alum-
las malas en el aire y Micaela les arrojó semillas que, en un braron el birlocho; sin embargo, los corceles ni se inmutaron,
instante, las convirtieron en pigmeas estatuas de hielo. Sin era como si la luz no les afectara en lo más mínimo, a pesar
embargo, lo que debíamos hacer no era precisamente com- de que llegaba directamente a nuestros ojos hiriéndonos la
batir contra ellas, sino llevar a la hechicera donde la pudiéra- retina. Pero aquel inconveniente pronto se difuminó por una
mos encerrar de una vez, ya que seguramente eran sus súb- luz a plenitud que parecía el mismísimo sol radiante, extin-
ditos los que habían llegado para evitar que termináramos guiendo la oscuridad y el clima gélido.
con nuestra misión. De modo que arreamos los corceles y, a Entonces recordé lo que me había dicho la Dama del Ze-
gran paso, empezamos a cruzar el puente, pero seguidos por nalés: “Una estrella, la más hermosa y luminosa que jamás
un regimiento de pájaros que nos picaban la cabeza, los bra- hayas visto en el firmamento, descenderá con su luz”. Era
zos, las piernas y hasta a los caballos, para que se detengan; la luz que veíamos, aquella estrella descendiendo y mostrán-
sin embargo, nada paraba a las bestias ni mucho menos a donos que debíamos seguir. Abrió con su fulgor un camino
nosotros, que seguíamos luchando con flechas y semillas de fosforescente, el cual seguimos y, entonces, nos encontramos
hielo; finalmente Micaela, en un arranque de impaciencia y frente a una estructura que era toda de piedra y tenía algunos
por evitar que los malignos se salgan con la suya, arrojó una sectores invadidos por una yerba rastrera color naranja poco
semilla más, la cual creó un torbellino y, en un santiamén, común, y que nosotros jamás habíamos visto en Anchoajo.
los desapareció pero, para mala suerte y desgracia, se llevó a Luego, no sé por qué tuvimos que desmontar del carrua-
muchas libélulas… Pero nosotros nos íbamos aproximando a je y le dije a Ricardo: Es aquí, y él me escuchó en silencio,
la Montaña Rocosa, en la cual se hallaba la bóveda, guiados pero rápidamente se acercó a donde estaba la hechicera y, los
siempre por la jefa de las libélulas que había salido ilesa del dos, descendimos su cuerpo para llevarla al edificio de piedra.
torbellino; pero fue entonces cuando observamos que este Atravesamos una abertura angosta a modo de puerta, pero lo
se había convertido, a causa de los vientos del Oeste, en un suficiente para caber los dos, y mientras penetrábamos fuimos
218 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 219

escuchando un ligero ruido de gotas de agua. En el centro Negra desapareció el hangar, se liberaron sus esclavos y todo
de todo, la luz nuevamente se volvió a filtrar entre las rocas hechizo que antes existía se rompió, excepto uno. De lo árido
como si la estrella estuviera adentro con nosotros; solo enton- del río Crétalo volvió a emerger agua pura y cristalina; los pá-
ces contemplamos la bóveda, que era una de granito puro jaros grises volvieron a tener el color de su especie; los faunos
cuya base estaba hecha de mármol y, hacia arriba, un arco que habían fallecido en el incendio del mariposario y los que
con enigmáticos gravados que no eran escritos, sino imáge- fueron ofrendados en sacrificios, volvieron a la vida, como
nes y líneas que solo Dios sabía su verdadera interpretación. también todos los que murieron por causa de la hechicera; y
El mármol tuvo una hendidura por la cual introducimos el el castillo cuneiforme y las bestias que allí moraban, desapa-
cuerpo de la hechicera e, inmediatamente después, la luz es- recieron.
telar selló aquella comisura como si se tratara de un rayo láser En los prados había espacio para todas las especies, in-
y luego se extinguió. cluidos los unicornios negros, pero ni por asomo se volvió a
Nos volvimos rápidamente para salir de aquel lugar, por- ver siquiera un unicornio blanco; ninguna cosa en todo An-
que no habíamos sentido sino hasta ese momento ninguna choajo volvió a estar embrujada porque, a partir de este día,
sensación de miedo real, como si corriéramos peligro al per- todo hechizo malvado se rompió, excepto un cosa que más
manecer más tiempo allí. Pero nos dimos con que el pedrisco adelante explicaré. Incluso en la Antártida los osos polares que
había tapiado la entrada, y de aquella solo quedaban pesadas aún permanecían cautivos fueron liberados y hasta el hechizo
capas de hielo que, con muchos intentos, no pudimos derri- de mis sueños se rompió; es decir, en adelante no regresaría
bar. En esas estábamos cuando Ricardo me dijo: Aléjate, y más a aquel mundo lleno de aventuras.
disparó una flecha en el centro del blanco concreto originando Cuando desperté aún era muy temprano, y lo que hice
su inminente derretimiento y pudimos salir, finalmente, ante fue acercarme a la cocina a preparar el desayuno de mis her-
la felicidad de las chicas que habían empezado a inquietarse. manos y de mi madre, pero cuando ella me sorprendió se
Cuando todos estuvimos de vuelta en el birlocho y a pun- rio mucho, y luego con gran paciencia y dedicación que yo
to de abandonar la Tundra, Micaela volvió la mirada al edifi- siempre admiré, me enseñó cómo debía hervir el agua, freír
cio, y dijo para sí pero todos la oímos: Seguramente un poco los huevos y más… algo que, por supuesto, yo aún no había
más de hielo no le caería mal a ese lugar y, tras ello, arrojó aprendido pero que, desde aquella vez, fui practicando hasta
una de sus semillas mágicas cubriéndolo con muchas más ca- verme convertido en un gran chef (echando broma), pero por
pas de hielo. Los corceles desplegaron sus alas y volvieron a lo menos ahora sé preparar el desayuno y a veces hasta el
ascender rumbo a Anchoajo. almuerzo. Al poco rato, Gabriel y Alcides despertaron, y nos
Desde arriba, observamos cómo los bosques secos empe- pusimos a contar adivinanzas antes de ir a vestirnos para la
zaban a retoñar, las flores a brotar y todo Anchoajo se dibu- escuela.
jó de verde y de vida. En el mariposario, las hadas, faunos, Mi madre nos besó y apapachó, y luego de solo algunas
duendes y otros seres, se confundían en jolgorios celebrando recomendaciones (como era usual) acerca de cómo compor-
que Anchoajo volviera a la normalidad, lo cual era motivo de tarnos en la escuela, nos alejamos de la casa ante su sonrisa
fiesta y el tornado que vimos formarse en la Tundra, desapa- y ojos fulgurantes, mientras se apuraba en mandarnos besos
reció entre los bosques mucho antes de llegar. De la Montaña volados por toda la calleja.
220 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 221

Aquella mañana, Gabriel y Alcides, pintaron hermosos Yo, claro. ¿Cómo irás vestido hoy?, ella. ¿Adónde?, yo. Y ella,
dibujos que la maestra había llevado a la escuela sobre una a la boda de Ricardo; no me digas que lo olvidaste, serías
hoja de papel blanco. Gabo pintó primero las nubes que en demasiado ingrato. Yo, ¡verdad! –y luego, recuperando la se-
realidad convirtió en celajes multicolores; luego, los árboles renidad–... pero será imposible asistir. ¿Y eso por qué?, ella.
coposos, después la quebrada que discurría entre un fértil Pues porque ya no volveremos a estar en aquel mundo en el
campo de hortalizas y muchos animales silvestres pastando al que aprendimos a soñar, yo. Y aún sin comprender; ella, ¿por
aire libre, correteando por el viento. Las acuarelas terminaron qué? Yo, ¿acaso olvidaste que con la hechicera encerrada en
un gran y célebre dibujo, que sus compañeros aplaudieron aquella bóveda de la Tundra nuestra misión acabó? E insis-
cuando le tocó su turno de mostrárselo a todos. Alcides, por tentemente ella, sin embargo yo no pienso fallarle a Ricardo,
su parte, pintó una hermosa guacamaya en libertad con alas me he comprometido a ser su testigo y cumpliré mi promesa,
de color amarillo, rojo y azul, en un fondo naranja de un ho- no sé tú. Y se cruzó de brazos mirándome fijamente, como
rizonte que acariciaba la jungla y de cuyo suelo brotaban los quien me dice haz lo que tengas que hacer pero debemos
helechos, bejucos y enredaderas, y casi en el borde del dibujo, estar en esa celebración. Entonces me hizo recordar que ya
hileras de flores con sus pétalos anchos revelándonos su cami- me había comprometido con el duende. Ya sé –dije–. Volveré
no rebosante más allá del relieve. a leer el libro de magia, seguramente encontraré la forma de
que volvamos a estar allí. Y ella, más te vale, Augusto.
Los aplausos más fuertes, sin duda, fueron para Alcides,
Al momento apareció Leonidas y dijo:
que con una sonrisa amical les agradeció a todos, y después
–¿Boda?, no me digan que se casan.
del receso a conversar un poco y a jugar con la pelota, con las
Desde luego que había estado escuchando parte de la
bolichas, o a correr para saber quién es el mejor.
plática y como no habría estado tan cerca, distorsionó el tema
Pero yo estaba muy nostálgico, porque era solo cuestión
o simplemente lo decía para crear, a costa nuestra, un breve
de días para que acaben las clases y seguramente extrañaría
entretenimiento en el salón; porque ciertamente todos em-
mucho a mis amigos: a Ludovico, Leonidas, Micaela, Almude- pezaron a rumorear sobre la posible boda en secreto, de dos
na, a Roberto y todos a los que se consideraban amigos míos; adolescentes que estaban a punto de convertirse en los testi-
sin embargo, ahora tendría más tiempo para ir al Campo de gos de boda más jóvenes de Anchoajo, de un duende llama-
las Legumbres con mi madre, a bañarme al río Huallaga divir- do Ricardo; lo cual, naturalmente, ignoraban mis compañeros
tiéndome con aquellas volteretas, conteniendo la respiración de grado.
bajo el agua; asistiendo a la plazuela a jugar cajón, cinturón Todos se echaron a reír y, claro, a Micaela y a mí nos
escondido u otros juegos que el grupo se atrevía a inventar. fascinaba la idea de casarnos en la boca de mis compañeros;
Micaela llegó de golpe a mi carpeta sacándome de la abs- porque lo que vive un adolescente en esa etapa, es amor e
tracción. Y yo, qué bueno que te acercas, justo estaba pen- ilusión a toda prueba. Y, entonces, recordamos el dulce de
sando en ti. Y ella, ¿en mí, en serio? No, mentira, y me reía y papaya en casa y las tareas de colegio, el inmenso huerto de
ella un poco disgustada, pero luego me acompañó con una Micaela que parecía un edén y el cañaveral al otro lado del
risa de placidez. Era como si todo en la escuela se volviera río. Y luego llegó Ludovico y me preguntó qué haría en las
felicidad y más felicidad. Ella, ¿puedo hacerte una pregunta? vacaciones, y yo, extrañar menos al maestro de Literatura, y
222 Mi libro de magia

todos los que escucharon se rieron... Ah, también me voy a li-


brar del auxiliar, y pregunté a viva voz a todo el salón: ¿Cómo
se llama, chicos? Y todos en coro: “Puercoespín”.
Más tarde cogimos la mota y empezamos a tirárnosla el Capítulo 29
uno al otro, manchándonos con el polvo de la tiza, corriendo
de un lado para el otro, y tocó la hora de recreo, y entonces el TODOS VAYAN AL RÍO CRÉTALO
arbolito de campanita apareció más espléndido y lozano que
nunca, y el sol titilaba sus rayos con más intensidad que ayer,
pero menos que mañana. La alegría floreció entre los labios,
las camisas sudorosas, los abrazos sinceros; y entre los maes-
tros ejemplares recayeron los abrazos y las cartas de agradeci-
miento. Un año más se iba y otro nuevo comenzaba. Estaban na noche azul claro, doblando el acero de los árboles
a punto de quedar atrás las mañanas inolvidables, que bajo
el resuello del calor se iluminaban de anécdotas, travesuras y
aventuras. Sin duda, yo estudiaba en la más noble y hermosa
escuela de Anchoajo, y tenía a los mejores compañeros de
U y persiguiendo el murmullo de las hojas y los talles,
cubrió Anchoajo de tapices color grana. El río Hua-
llaga en sus crestas dulces envolvía peces de colores bajo una
mítica tonada que solo interpretaba el caudal, los azahares y
todo el mundo.
el aroma de la selva. El pueblo estaba tan apacible y sus cié-
nagas alumbradas por vagabundas luciérnagas que se podría
decir era de una magia completa, un hechizo. A lo lejos, más
allá de los matorrales, el follaje y los árboles de jagua, se escu-
chaba la melodía del charango, la quena y la guitarra, en una
sinfonía tan suave que era como si las florecillas de diciembre
compusieran la cadencia más humana y melodiosa que jamás
se haya oído.
Cuando me dormí eran apenas las ocho de la noche, por-
que mi madre había inquietado a sus hijos para descansar
temprano, y es que era, en verdad, como si el pueblo entero
se hubiese ido a dormir aquella hora para estar presente en
un evento muy importante, al cual solo se podía asistir dor-
mido. Pero antes que mis párpados se cerrasen por completo
y se sumergieran en un apacible sueño, el más plácido de
todos, un coro de brillantes mariposas de canela sobrevolaron
mi habitación iluminándola con haces de colores azulvioleta,
verde iridiscente y de arco iris; luego escuché un tenue arrullo
La fantástica trilogía de Anchoajo 225

de pajarillos de primavera desde mi ventana y la luz se apagó.


Ahora era un durmiente que estaba a punto de despertar.
El mariposario lucía encantador con su floresta rever-
berante, llena de vida por los seres que lo habitaban y que
estaban envueltos en una bullaranga festiva. Retozaban de
un lado a otro como verdaderas especies celestiales, como
una jácara de niños traviesos…, pero cuando me dispuse a
seguir hacia el Campo de las Legumbres, escuché, desde la
entrada, una voz que me decía: No pensarás pasar de largo,
Augusto. Al principio no la reconocí porque la persona o ser
hablaba entre los arbustos y al parecer estaba ocupado cuan-
do creyendo que me acercaría, me vio yendo al Campo de las
Legumbres. Entonces, al fin supe quién era cuando los rayos
de luna llena iluminaron su faz. Sin duda, lo que menos me
hubiera imaginado es encontrarlo en el mariposario, jugando
desde hacía un buen rato con los duendes, con las mariposas
de múltiples colores, formas y tamaños que le envolvían el
cuerpo provocándole cosquillas, y montado en un unicornio
negro, paseando por las grutas y cascadas sobre una hierba
fosforescente que retoñaba cada segundo. A lo mejor también
probó las flores de chocolate y la leche de los manantiales.
Me alegré al verlo nuevamente, lo había extrañado tan-
to los últimos meses que, por un momento, creí no volver
a verlo. Empero, ¿ya ves? Aquí está; precisamente en aquel
mariposario que era el símbolo de la magia y lo extraordina-
rio de Anchoajo, saludándome y conversando conmigo, y yo,
contentísimo de permanecer en compañía de él, y cuando le
invité al matrimonio de Ricardo diciéndole que yo iba a ser su
testigo, aceptó complaciente, pero antes le dije: Ven conmigo
al Campo de las Legumbres, que tengo que hacer algo muy
importante, y me siguió.
A orillas del Zenalés todo reposaba y los helechos pare-
cían iluminarse por momentos con los rayos de luna. Aquella
misma esfera del firmamento originaba una extraña secuencia
de luz desconstruida en el agua, a través de la cual se podía
226 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 227

observar desde la orilla, pececitos dorados y plateados. Luego –Pues, la verdad, es que quería darte las gracias por todo
nos sumergimos hasta las rodillas, pudiendo ver a cientos de lo que has hecho por mí y mis amigos.
mariposas de canela volando dentro del agua o quizá aquel –No tienes que hacerlo, lo hice porque el mal nunca debe
era su estilo de nadar. Un palacio enorme se extendía más gobernar a los seres humanos y porque a las personas bon-
allá de nuestros ojos, y era todo de cristal y cuarzo. Bellas dadosas como tú, a veces les hace falta la ayuda de la magia
criaturas nos miraban desde el fondo del río y niños traviesos para vencer el mal –me dijo.
que jugaban con caracoles y con sus mascotas. Me sentí tan Y sentí a través de sus palabras un gran amor por nuestra
maravillado que por un momento pensé que me había vuelto especie.
a dormir. En aquel instante las mariposas emergieron como
–Ha sido un gran honor haberte conocido, Tizera. Sé que
un huracán y nuestras miradas dibujaron a Tizera envuelta en
este será el último sueño que me brinda la oportunidad de
una túnica con detalles amazónicos, tan extensa, que se po-
dría decir llegaba hasta el otro lado de América. Una hermosa verte y quiero que sepas que eres de lo más valioso para mí,
corona de diamantes cubría su cabeza y la cabellera de un y estoy seguro también lo eres para mis amigos y para todas
color dorado caía como jardines colgantes, como capullos de las especies que viven aquí. Y en nombre de la humanidad, te
seda y la belleza de su rostro era tan perturbadora que en él doy las gracias. Ah, y de veras, te pido disculpas por haberme
estaba resumida la beldad de cien reinas. comido, alguna vez, mariposas de canela, es que de verdad
–Hola, Augusto. son exquisitas.
Y yo enmudecí por un momento, pero mi acompañante, Y todos nos reímos.
la persona que más amaba en el mundo después de mi ma- –No hay problema, ellas nunca perecen, solo se convier-
dre, le dijo, luego de hincar la rodilla sobre los helechos: ten en otra forma de vida. Bueno, Augusto… puedes contar
–Qué grato es poder gozar de su presencia, Dama del siempre conmigo –me aseguró.
río Zenalés. Seguramente mi hermano no tiene palabras para –Pero ya no te volveré a ver. Eso dice mi libro.
usted, porque su presencia le ha aturdido. –Sin embargo, uno nunca sabe lo que pueda ocurrir ma-
–No tendría porqué –dijo ella–. Nos conocemos desde ñana –me dijo.
hace mucho. Y me desconcertó más, pero luego me pidió que me dé
–Pero usted está hoy más radiante y hermosa que nunca
prisa en ir a la boda del rey Ricardo, porque no era bueno ha-
–le dije al fin, reponiéndome de la impresión.
cer esperar a los novios. Ella les llevará hasta allá, dijo mirando
–Es un día de fiesta. Es la boda del rey de los Ricardos. La
detrás nuestro, y cuando volvimos la mirada, una mariposa,
comarca de duendes más importante de Anchoajo.
–¿Rey? –inquirí anonadado. cuyo tamaño monumental jamás habíamos contemplado, ba-
–Sí, aquel amigo tuyo es el rey, Supremo Gobernante y tía sus alas envuelta en una luz espectacular y enceguecedora.
Sumo Sacerdote de la comarca de los Ricardos –agregó ella. Nos despedimos con reverencia, como se tiene que hacer en
–Vaya, qué escondido se lo tenía el duende –le dije con los casos que uno está frente a una dama muy importante, su-
alegría y repentino asombro. bimos a la mariposa dantesca y a vuelo limpio emprendimos
–Pero a qué has venido, Augusto –me preguntó con dul- el camino hacia la comarca que nunca había conocido, la de
zura. los Ricardos.
228 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 229

En la medida que avanzábamos, la noche se iba acla- La comarca no solo rebosaba por sus habitantes que se
rando cada vez más, y observamos cada vez menos estrellas habían dado cita, sino también por gente que yo conocía
y luceros hasta llegar a un punto donde aquella luna llena cuando iba a la escuela o a la plaza, y hasta de lugares muy
también desapareció por completo; solo entonces el alba de remotos. Enseguida el ambiente se silenció para dar la bien-
un día azul nos sobrecogía, sin que por ello el tiempo haya venida al rey de la comarca que, vestido con un traje blanco
transcurrido lo suficiente como para estar seguros de que se impecable, hacía su ingreso al atrio y el sonido de cien trom-
trataba de un nuevo día. petas, de cuernos y caracolas, empezó a interpretar una ma-
Después de sobrevolar ríos caudalosos, cerros de mineral, ravillosa y enigmática melodía. Micaela me tomó de la mano
y otros tantos cubiertos de fértil vegetación, acantilados, pen- y se puso muy nerviosa, tanto que por un momento parecía
dientes y muchas comarcas que yo creía era una de esas; nos que éramos nosotros los que contraíamos nupcias.
íbamos acercando cada vez más. Todo lo que veía desde el Un aroma de girasoles, jazmines, lilas y orquídeas frescas,
cielo era de una belleza asombrosa y monumental que ya no antecedió la llegada de Genoveva. Estaba regia, radiante. Su
quería descender. Parecía que estábamos cerca de la comarca vestido verde se extendía a lo largo de dos metros y su rostro
pero luego de avizorar tanta geografía distinta una de otra, estaba cubierto por un velo de tul color perla. Parados frente
y comarcas de duendes y de otros seres alados por doquier, al altar, solo faltaba la presencia del sacerdote que por un mo-
mento empezó a inquietarnos, ya que de momento no había
probablemente la comarca de mi amigo esté en el Poniente,
dado luces de arribar a la comarca. No obstante, fue pura
cerca de la China. Pero no, estaba dentro del territorio de
sorpresa saber que el sacerdote había llegado hacía un buen
Anchoajo, justamente bajo nosotros, en una hermosa ciudad
rato y conmigo, pues cuando Orlado se subió al atrio, todos
pigmea, que al descender me ha cautivado para siempre.
supimos en ese instante que era aquel arcángel el sacerdote
El suelo está cubierto por hierba fresca que reverdece con
que los uniría en santo matrimonio. Habría estado en el ma-
florecillas de un tipo que jamás he visto. Las casas pequeñas
riposario conversando con los seres que lo habitan antes de
por el tamaño de sus ocupantes, son de madera, y el tejado venir aquí y desde luego sabía perfectamente que yo pasaría
de un material similar a la arcilla pero vítreo y muy resistente. por allí.
La entrada de la comarca era un arco de piedra labrada y Primero Ricardo: Sí, acepto, y luego la que se convertía
lo único de tamaño real que se podía encontrar. Desde allí, en la reina Genoveva: Sí, acepto. Y Orlando les dio su ben-
sendas de lirios dispersos a modo de alfombra se extendían dición y luego pasamos nosotros a firmar el acta, y abrazos y
hasta el atrio que se hallaba en el centro y al aire libre, para felicitaciones a los esposos, y santiamén la boda se consumó
que todos puedan presenciar el gran acto inmemorial. y todos felices por el matrimonio de los reyes.
Los trajes de los invitados eran impecables y yo no me El baile empezó con un tradicional tahuampeo (baile típi-
acuerdo en qué momento cambié mi habitual pijama por este co de la comarca) y después la banda tocó música de diversos
espléndido frac y pantalón plomo con rayas sutiles, cuya tela géneros que todos bailaban sin parar, con una vivacidad y
me hacía sentir en las nubes. Micaela, que estaba sentada entusiasmo contagiantes. Micaela y yo bailamos el baile tra-
bajo un toldo de telas púrpuras, me había divisado y con un dicional, y uno que sonó a pura flauta en el cual solamente
par de ademanes me pidió que fuera hacia allá. casi al concluir la pieza, apenas si sentimos la melodía de una
230 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 231

zampoña, pero muy leve, como si fueran las propias notas del dejé celebrando. Pero cuando llegué hasta donde habíamos
viento. dejado a la mariposa gigante ya no estaba. Enseguida volví
El buffet era cosa aparte. Varias mesas largas de tapetes la mirada cuando una voz me dijo: No hará falta, le dije que
coloridos, sobre los cuales estaban imbricados exquisitos man- podía regresar. Era Orlando que una vez más me sorprendía.
jares y bebidas como el vino, aguardiente de caña, ventisho Sé a dónde vas –agregó–. Súbete. Y juntos nos elevamos,
y agua de manantial, aguardaban a los comensales. Aquella que por la figura del sol parecíamos una fotografía a blanco
tarde de boda, un sol dorado brillaba como el máximo testigo y negro en el cielo. Pero luego de algunos segundos, Orlando
me dijo que me separe de él y yo, con temor a caer, le pregun-
de un amor que hoy se consagraba por la decisión voluntaria
té por qué, y me dijo solamente que le haga caso; entonces
de dos seres, que con toda seguridad se convertirían en los
fiado en la seguridad que siempre me brindó, me separé y,
mejores reyes en toda la historia de la comarca; y como dicen de un momento a otro, me encontraba volando, sin alas, solo
que los duendes viven muchos, pero muchos años, probable- ayudado de mis brazos que traía y contraía, como si estuviera
mente volveré a encontrar a Ricardo y Genoveva algún día. en el agua. Así llegamos a volar los dos por encima de aquel
Después de celebrar un buen rato, pero antes que ano- paradisíaco mundo, que nos parecía aún más maravilloso y
chezca en la comarca de los Ricardos, me acerqué al oído de encantador.
Micaela y le musité: Es muy agradable para mí estar contigo Pero cuando estuvimos cerca de los lugares, descendimos
en esta celebración. Y ella, Oh, a mí también me encanta. Y un poco y fue que logramos distinguir las comarcas de los
luego de mirarnos un momento en silencio; yo, pero temo de- Uirus, Alepantos, Marindellas, Azamontes, y muchas otras
cirte que debo ir a hacer algo muy importante. Y ella, ¿qué es más a lo largo de nuestro recorrido. Yo sabía que aquellas co-
eso tan importante?, claro, si lo quieres compartir conmigo, si marcas aún estaban asediadas por el celo, la envidia, el odio
no ni te molestes. Quisiera decirte ahora mismo, pero quiero y por todo sentimiento negativo. Que con ellos no funcionó la
que sea una sorpresa; prometo decírtelo mañana, yo. Y ella, captura de la hechicera Carrel, puesto que era necesario para
de acuerdo, Augusto; conste, eh, me lo estás prometiendo. romper aquel hechizo, que bebieran el agua del río Crétalo,
de tal manera que les gritamos para que vayan hacia allá y
Yo, y lo cumpliré. Entonces la abracé con fuerza y le regalé
creo que al fin fue lo único a lo que hicieron caso, porque jun-
un efusivo beso en cada mejilla y me fui de prisa. Micaela me
tamente con Orlando observábamos cómo se desplazaban y,
sonrió.
naturalmente, aquel río prodigioso les aguardaba con sus más
Pero al momento me vio Ricardo y se acercó diciendo: dulces y apacibles aguas. Mientras nos alejábamos de aque-
Hey, hey… ¿A dónde crees que vas? Y yo, Ricardito, tengo llas comarcas, nuevamente la misma noche en que desperté
que ir a hacer algo que no puedo postergar; pero él, y cómo cerca del mariposario inundó el cielo, recordándome que no
así por así. No se vale, Augusto. No pues, en serio, sabes que había sido, sino aquello, la realización de un sueño más y que
los quiero mucho y ojalá un día te vea y regrese a tu comarca, seguramente faltaba poco para despertar bajo los ojos de mi
yo; y él, de eso no lo dudes. Fruncí el ceño porque no enten- madre, tiernos y rebosantes de amor.
dí mucho su última aseveración; en cambio, lo abracé y me Aquello era lo último que faltaba para romper todos los
despedí, pidiéndole que haga lo propio con su esposa y los hechizos de Atanué Carrel, y liberar a Anchoajo de su maligno
232 Mi libro de magia

poder. Mi libro de magia, aquel que sin pensarlo mucho es-


cribí creyendo que anotaba un diario más o uno de historias
solamente, y que ignoraba que un día todo lo escrito allí se
convertiría en realidad, fungió ser la fuente clara para abrir
más aventuras de las que yo mismo imaginé, y para gestar las
más grandes batallas que antes no se habían librado en todo
el mundo. Pero claro, faltaban muchas más, eso sí. GLOSARIO

Amasisa. Tipo de árbol tropical muy frondoso. Su madera es


utilizada en carpintería.
Avispahechizano. Palabra compuesta por dos vocablos “avis-
pa” y “hechicera” que, al fusionarse, imprimen la lucha enre-
vesada entre una y la otra.
Bejuco. Planta tropical, cuyos tallos, largos, delgados y
flexibles; se emplean para fabricar, tejidos, muebles, basto-
nes, etc.
Caimito. Fruto tropical, carnoso y dulce que segrega un látex
natural. Se recomienda, luego de degustarlo, frotarse los la-
bios con aceite comestible.
Calicanto. Obra de mampostería, cuyas piedras sin labrar
no tienen orden ni tamaño.
Campanita. Tipo de árbol tropical muy coposo y no muy alto,
de hojas redondeadas y ásperas.
Candil. Lámpara para alumbrar, formada por dos recipientes
de metal superpuestos, uno con aceite para alimentar la llama
de la mecha y otro con un asa o un garfio para colgar.
Cascajal. Lugar donde discurrió el lecho de un río, y que
dejó a su paso fragmentos de piedra y otros materiales.
Cascarrabias. Persona que se enfada fácilmente.
234 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 235

Curuhuinsi. Hormiga amazónica de poderosa picadura, que Majáz. Mamífero muy parecido al ronsoco, conocido tam-
sale al exterior después de un intenso aguacero. bién como picuro. De carne muy valorada.
Chapo. Bebida hecha a base de plátano maduro sanco- Marañón. Fruto exótico, carnoso y cítrico, sostenido por un
chado. pedúnculo grueso en forma de pera, es una nuez de cubierta
cáustica y almendra comestible.
Charapita. Tipo de tortuga que se encuentra en los ríos de
la selva. Nevasca. Ventisca de nieve.

Greda. Arcilla arenosa, que puede ser hallada en el lecho de Ojé. Árbol de 18 m de altura a más, tronco recto, copa amplia
un río o luego de cavar en determinados lugares. y frondosa, corteza firme y lisa de color gris parduzco, con
fisuras paralelas y abundante látex de color blanco-lechoso.
Huasho. Avispa comestible. Suelen volar en grandes grupos Posee flores bixesuales y un fruto globoso de unos 2 a 3 cm
después de una lluvia muy intensa y a vuelo muy bajo, razón de diámetro, con semillas pequeñas y abundantes utilizadas
por la cual son atrapadas fácilmente con la ayuda de apenas como efectivo laxante.
una simple tela.
Pan de árbol. Árbol y fruto del mismo nombre. Para poder
Jockey. Jinete que participa en competiciones y concursos comer el fruto se tiene que retirar de su camuflaje color verde
hípicos. y luego sancocharlo con la cáscara, para luego desenvainarlo
Juego del cajón. Juego que consiste en la participación de y comer la carne que es de un color blanquizco.
dos grupos de chicos. Unos son los que se protegen, ya sea Panllevar. Productos constituidos por legumbres, cereales,
topando el tronco de un árbol, una pared u otro, la cual es frutas y otros, que por su tan común necesidad, son el alimen-
llamada “vida”, pero tienen que salir de allí pronto y correr to diario de muchas personas en zonas rurales del mundo.
para salvar a sus demás amigos, los que se encuentran en
otro lugar al que llaman “muerte”. El otro grupo debe atrapar Pate. Envase hecho de un fruto llamado cerma o huingo y
que es utilizado, luego de un proceso de secado, para deposi-
hasta el último de todos, evitando que estos se salven unos
tar bebidas o cereales.
a otros, construyendo una cadena con sus manos y brazos.
Una vez atrapados, estos ocupan el lugar de los anteriores y Paujil. Ave de América tropical, exclusivamente americana,
se desarrolla el juego a la inversa. de cuerpo robusto, cola larga y cresta de plumas eréctiles ha-
cia adelante, coloración negro lustroso con abdomen blanco,
Lupuna. Árbol tropical que puede alcanzar hasta doscientos
cera amarilla que sostiene una prominencia bulbosa, pico ne-
pies de altura. Sus semillas, hojas, corteza y resina, son usa-
gruzco con punta clara y patas grisáceas. Su carne es comes-
das para tratar la fiebre, asma, disentería y problemas renales;
tible, por lo que está en peligro de extinción.
también es utilizada por los chamanes para rituales de he-
chicería. Posee madera apta para la construcción de balsas y Pedrisco. Granizo grueso y abundante: tormenta de pe-
canoas. drisco.
236 Mi libro de magia

Petate. Esterilla de palma que se usa en lugares tropicales


para dormir sobre ella.
Pífano. Flautín de tono muy agudo.
Piragua. Embarcación larga y estrecha, mayor que la canoa,
hecha generalmente de una pieza, o con bordas de tabla o
cañas. ÍNDICE
Poyo. Banco de piedra u otro material que se construye pe-
gado a una pared.
1. Abriendo la puerta 11
Sachavaca o Tapir. Mamífero que mide de 1,70 a 2 metros
2. El génesis 14
de largo y puede llegar a pesar 250 k. Su cuerpo es gris y tiene
unas orejas marrones con puntas blancas. Este animal pasea 3. El bosque de los ceticos 20
generalmente solo y de noche. 4. Un naufragio 26
Sajino. Mamífero parecido al jabalí. Es domesticado como 5. Un día en mi escuela 32
mascota y/o para la alimentación. 6. Un camello, las musarañas y una serpiente en el desierto 37
Shapaja. Tipo de palmera, cuyas ramas y hojas son utilizadas 7. Micaela abre los ojos para soñar 43
generalmente para los techos de las casas en la Amazonía. 8. Monedas de oro 50
Talega. Saco o bolsa ancha y corta. 9. La melodía encantada del charango 55
Topa. Tipo de madera frágil con un centro absorbente, que 10. El mundo de un extraterrestre 62
sirve para la fabricación de balsas y otros elementos. Muy 11. Las flores áureas del jardín 71
utilizada en la amazonía peruana.
12. El árbol sin hojas y la Montaña Negra de Atanué Carrel 76
Varbasco. Bejuco usado para atontar peces. 13. La Montaña Negra tiene vida 83
Zapote. Fruto comestible en forma de manzana, con carne 14. Con Orlando, en la playa 91
amarillenta oscura, dulce y aguanosa, y una semilla gruesa,
15. El escaso milagro de las palmeras 97
negra y lustrosa.
16. Duendes en la casa 104
17. El reloj de arena 113
18. El diario de Galileo Galilei 122
19. Las predicciones de la Dama del Zenalés 131
20. La apabullada nave recupera su honor 141
238 Mi libro de magia

21. Fin del diario escondido de Galileo Galilei 150


22. El secuestro de Micaela 156
23. La prisionera del Ártico 164
24. El rescate 174
25. Augusto ha muerto 183
26. La oscuridad de la Tundra 194
27. Las bestias del castillo 204
28. Los últimos días de escuela 213
29. Todos vayan al río Crétalo 223
240 Mi libro de magia La fantástica trilogía de Anchoajo 241

Esta novela configura la historia de Augusto que vive Antonio Morales Jara
en el mítico Anchoajo, al cual baña las tibias aguas del río
Huallaga y se ubica en la fértil geografía amazónica del Perú. Es uno de los autores peruanos más queridos por el
Pero su adolescencia se vuelve mágica de un momento a otro público juvenil, y el escritor sanmartinense más conocido y
cuando se le ocurre escribir un libro, que primero intentó ser apreciado. A partir de la publicación del libro La Fiesta de los
un diario, de esos que anotan muchos chicos de su edad en Cuentos (libro muy polémico por su temática y lenguaje), su
todo el mundo buscando perennizar los sucesos de su vida trabajo literario merece la mejor acogida de los lectores y la
diaria o cuando menos escribir las ocurrencias más resaltantes crítica. Además de la presente novela, otros títulos importan-
de los días. tes son: Veinte poemas en otoño, Ciudad de Canela, La Fiesta
Ahí surge, de manera repentina, la atmósfera que de de los Cuentos. Sus libros son trabajados como planes lecto-
pronto y así por así, se convierte en un libro de historias que res, en escuelas públicas y privadas, en Costa, Sierra y Selva.
él ha creado en largos periodos de pasión, alucinación e ilu- En la actualidad, es Director General del Grupo Iberoameri-
sión. Todo estaba bien pero tras la muerte de su padre, la cano Sociedad y Cultura.
hechicera Atanué Carrel logra dar vida a ese libro y entonces
cada historia allí escrita empieza a cobrar vida, como un juego
de doble sentido en los sueños de Augusto, en los que parti-
cipan sus amigas de escuela, Micaela y Almudena además de
un simpático e irónico ser, que es Ricardo, un duende de las
selvas que se les une, acompañándolos en las muchas aven-
turas que vivirán en Anchoajo y en lugares tan remotos como
Francia y la Antártida.
La hechicera está empeñada en conseguir a toda costa el
libro de magia de Augusto para cambiar su final. Solo así po-
drá dejar de existir en los sueños y volver al mundo real pues
tiene planeado luego, realizar un conjuro para que la tierra
esté maldita por cien años. Augusto lo sabe bien y por eso no
permitirá que ella se apodere del libro. Cuenta para ello, con
la ayuda de la Dama del Zenalés, de sus amigas las Abejas
Africanas, las Libélulas Gigantes, su hermano Orlando, el an-
ciano naviero francés Théophile Gautier
y muchos otros más.
Revela a través de estas mágicas páginas, un mundo que
hasta la publicación de esta obra había estado oculto a nues-
tros ojos y, descubre el comienzo de una trilogía donde todo
ocurre q ue hasta tus propios sueños se pueden volver reali-
dad.

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