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Balnearios

Pero en el río las orillas destellan, lentas, como señales: cabrillean. El mar es único y
el mismo, siempre. No se mueven más que sus límites, y en el lugar, y cuando avanza
una orilla, es todo el mar que avanza. Nos paramos frente al mar, que nos contempla.
Pero estamos siempre al costado del río que pasa sin mirarnos, desdeñosamente. Los
balnearios son una caravana inmóvil de toldos coloreados, azules, anaranjados, con
rayas blancas, verdes, con lunares. La arena amarilla se despliega frente al agua
caramelo corriendo en un semicírculo débil. Pasan cuerpos quemados corriendo sobre
el borde del agua, y en la orilla se forma la franja triple de un arco iris insólito: el
borde amarillo de la arena, el agua leonada, y la franja transparente, entre las dos,
sacudida por el repiqueteo de los pies que convulsionan la orilla. Siguiendo con la
mirada los pies que corren, sin tener en cuenta las sacudidas anteriores que ya se han
borrado, manteniendo siempre la vista clavada en los pies que golpean el agua, se
puede percibir la franja blancuzca, transparente, como una línea imaginaria de puntos,
entre la arena y el río. Si esta descripción parece rebuscada, basta con recordar que
franjas, por decirlo así, más estables como las franjas blancas y coloradas de los
toldos son también si se quiere, en el fondo, franjas imaginarias y discontinuas.
Ahora hemos vuelto del balneario y son las dos y media de la tarde. Estamos tirados
sobre la cama, en una habitación blanca, fresca, protegida por cortinas oscuras; hay
otro cuerpo, también desnudo, al lado del nuestro. En esa gruta vacía no nos visita, y
únicamente por momentos, más que el recuerdo de orillas cabrilleantes, de caminos
inmóviles, blancos y desiertos. Ahora vemos árboles con las hojas cubiertas por un
polvo blanco que parece ceniza volcánica. Ahora no vemos más nada. Sentimos que
el otro cuerpo está caliente, espeso, socarrado. Imaginamos que el nuestro ha de estar
así, también. Nos trenzamos en una lucha intermitente, alternada con momentos de
completa inmovilidad, en los que vemos nuestra pelambre, nuestras rodillas, nuestros
genitales que se corresponden, que se complementan, los pies placidos, nudosos,
separados en el extremo de la cama; comparamos las partes quemadas de nuestro
cuerpo con las partes blancas, en el lugar en que acostumbramos llevar el traje de
baño. Después nos trenzamos en la lucha final. Habíamos tocado el punto extremo, el
fondo barroso del río, pasado el lecho y llegado a una zona lucida más allá del fondo
convulsionado y enceguecedor, un punto lleno de luz como el centro mismo de un
diamante. Esa luz era tan intensa que no dejaba ver nada, ni la misma luz. En la lucha
subimos otra vez, compactos y en remolino, como el cuerpo de un ahogado, hacia la
oscuridad confusa del fondo en la que nos debatimos. Más arriba está todavía la
superficie del mundo con el balneario, los caminos, la muchedumbre, la ciudad, la
cámara oscura en la que nuestros cuerpos, ahora, están tirados inmóviles sobre la
cama, mirando el cielorraso. A mediodía nos habíamos parado en la orilla tratando de
escuchar el rumor múltiple del agua, polirrítmico y polifónico en el corazón de su
lenta monotonía. No distinguimos nada en ese rumor, salvo que era un rumor que
sonaba inquietándonos un poco y que no distinguíamos nada en él. Al mismo tiempo,
del otro lado de la barrera, una raya, grumo de nervios y cartílagos, tendida a gozar
cerca de la orilla el calor del agua menos profunda, cree de golpe percibir – en la gran
confusión de sus sentido subacuaticos – un rumor vago y monótono que manda el
balneario, un rumor del que no sabe que esta compuesto de muchas voces y es el
canto del mundo.

Juan José Saer


Yacen desnudos sobre la cama Victor y Analia. Estan sudorosos y la luz que entra
está filtrada por una cortina delgada y mínima.

- En una playa un plano fijo de gente trotando en el borde del mar. La gente
trota de un lado a otro, dejando leves estelas de agua que saltan con cada paso.
La gente trota y lentamente se hace un paneo y se muestran a Victor y Analía
en traje de baño parados cerca al límite móvil de la playa con el mar. Los dos
están de pie mirando a los paseantes. Están tomados de la mano. La cámara
lentamente los sigue continuando el paneo mientras ellos se dirigen a unos
toldos coloridos a sus espaldas. La cámara se queda con un plano largo de los
toldos, y panea acompañando la salida de Victor y Analía de los toldos y
dirgiendose hacia la calle, que a lo lejos se divisa. La cámara los sigue hasta
que desaparecen y continua con el paneo hacia la playa de nuevo. Al llegar al
borde del mar se queda en esa imagen un tiempo largo, mientras el agua toca
la arena y se va.
- El corto debería presentar a dos personajes que son pareja y que están parados
al borde de la playa y el mar. Mediantes planos fijos debería hacer planos
abiertos del mar chocando con la playa.
- El corto debería proponer un espacio vacío,

- El cortometraje debería

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