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La Asociación Cultural Nueva Acrópolis presentó:

“SIMBOLISMO EN EL QUIJOTE”

Por Hernando Chiari – En la librería el Hombre de la


Mancha
Ciclo de Actividades – IV Centenario de El Quijote
Domingo, 5 de junio de 2005

Buenas tardes. Antes que nada quiero darle las gracias por su presencia y a
El Hombre de la Mancha que nos ha brindado este tiempo y espacio para
poder hablarles un poco sobre “El Simbolismo en El Quijote”. Hacer un
tiempo en un día domingo como hoy, donde queremos escuchar lo que
representa y seguirá representado el Quijote, ya es una suerte de quijotada.
Salirse del camino cotidiano y venir a escuchar “quién sabe qué” es todo un
reto.

La obra de El Quijote es una obra extensa, amplia y compleja que ha sido


abordada desde muchas facetas; pero en la Asociación Cultural Nueva
Acrópolis solemos enfocar nuestros temas desde un punto de vista
filosófico. Nosotros creemos que la esencia del Ser Humano es el Ser
Filósofo y con ello entendemos el hacerse preguntas, y más que hacérselas,
buscar respuestas; y luego de buscarlas, ojalá tengamos la dicha de
encontrarlas. Habría que estar loco para querer buscar respuestas y no
encontrarlas; es como querer trabajar todo el día y que no le paguen. ¡No!
Al final uno quiere encontrarlas. La perspectiva que vamos a darle hoy a
este personaje de la literatura española es el enfoque que nos parece más
afortunado para cuando ustedes salgan de esta aula; es aquel que me ha
tocado a mí y que ojalá los toque a ustedes; es aquel que a mí me ha
parecido relevante.

La historia de El Quijote tiene varios personajes fundamentales, que dirigen


hacia un simbolismo universal que acude el autor y que vamos a encontrar
recogido en muchas otras grandes obras. El Quijote, Alonso de Quijana, o
Quezada, aparece al principio de la obra. ¿Cuál será su verdadero nombre?
No es hasta el final que se resuelve; Alonso Quijano va a ser ese hombre
común y corriente, que somos todos nosotros. Todos tenemos una
“normalidad” a cuesta, aquello que nos han enseñado a ser. A sus 50 años,
de tanto leer libros de Caballería, de tanto inspirarse en aquello que el
sentía que valía la pena vivir, decide –porque es una decisión– volverse loco
y aparece un Hombre que todavía no tiene nombre y que debe elegir cómo
va a emprender el camino de aquello que sueña. Su sueño no es más ni
menos que lograr mayor honra para su nombre y mayor fortuna para su
Patria. Bajo estos dos sueños, engrandecer su Ser y engrandecer a los
suyos, decide primero y antes que nada limpiar sus armas; esto es, limpiar
aquellas herramientas con las que va a empezar a trabajar. Su cometido es
convertirse en Caballero Andante, aquel que se va a dedicar a desenredar
los problemas del mundo y a traer un poquito más de Belleza, de Bondad,
de Justicia, no en cualquier parte, sino en su propia tierra, en La Mancha. No
encuentra mejores armas que las de sus antepasados, encuentra una lanza,
una espada, un escudo y comienza a limpiarlas.

Luego de ello decide que necesita un caballo y busca su rocín, al que decide
darle un nombre significativo. Todo en la vida necesita tener un nombre que
valga la pena recordar –un nombre que nos diga algo– y así decide llamarlo
Rocinante; porque era un rocín y quería que sonara duro, que sonara
potente. Era un caballo flaco, pero era su caballo; eran unas herramientas
gastadas, pero eran sus herramientas; eran aquellas con las que Dios quiso
que viniese al Mundo a trabajar. Luego decide que necesita un nombre;
pensando en ello llega al nombre de Don Quijote. Para darle gloria a su
tierra, como hizo Amadís de Gaula, decide llamarse de La Mancha. Bien,
porque él sería ahora Don Quijote de La Mancha.

Arrancando sus aventuras se da cuenta que hay algo que le hace falta;
nadie lo ha hecho Caballero. En estos días veía la película de Las Cruzadas,
en el que se veía este primer elemento importante y significativo de la obra:
armarse Caballero. Un Ser Humano que decidió que podía elevar su estatura
interior y que podía trabajar con las herramientas que le tocaron. El Quijote
decide hacerlo, a diferencia de quienes sueñan y nunca deciden nada,
quienes quieren cosas y no se atreven a vivirlas.
El Quijote decide que él necesita ser armado Caballero. En su locura, o en su
clarividencia, decide que el dueño de la venta lo armase Caballero. En esa
actividad, en su Vela, en la actividad de lograr serlo, su primer trabajo es
velar por sus armas, las herramientas que la vida le ha brindado para lograr
su cometido. No es solamente velar, porque cualquiera podría situarse y
observar lo que tiene, sino darle un significado a las armas que la vida le ha
puesto en frente.

En esa Vela, El Quijote decide elevar su conciencia y sufrir la noche. Aquí, el


Alma Humana, el Ser Humano, decide encontrarse a sí mismo en sus armas.
De alguna forma El Quijote se convierte en sus armas. Luego el autor pone a
prueba la Vela, pone a prueba su intención de cuidar sus armas. Al querer el
arriero sacar sus armas porque necesitaban agua, se encuentra que en dos
ocasiones se meten en su camino; y el Quijote, que en teoría era flaco, débil
y no tenía buenas armas, agarra lo que tiene y arremete contra ellos. A uno
casi lo mata y a otro le partió el cráneo en tres o cuatro. Fue tal su coraje
que hubiera arremetido contra todos si no fuera porque el ventero decide
pararlos; aquí se ve su primera prueba que es la de su decisión.

Hay otras fábulas semejantes a ella en las que se pone a prueba la intención
del sueño o la intención del cometido. Es como una cruzada o como un
camino donde nos encontramos con diversas opciones del “hago o no
hago”, el “cojo hacia la izquierda o hacia la derecha”. El Ser Humano
diariamente se va a enfrentar con la disyuntiva de tener que optar porque
en la Vida no se puede tener todo y no se puede elegir lo que provoca. A
veces no nos dan esa opción y aún así el Alma sueña, el Hombre sueña. El
Quijote tuvo que optar entre dejar que cogieran el agua o defender, no sus
armas, porque las armas sólo representan la intención que había detrás,
sino defender su sueño. Este fue un acto que era un acto sagrado para él;
era sagrado porque él decidió darle un contenido sacro y un sentido de
trascendencia. En ese instante el Ser Humano tuvo que optar. Luego dice
Cervantes que aquel que arremetió contra sus enemigos siguió la vida y la
calma de aquél que sabe lo que está haciendo. Y he aquí tal vez la primera
elección, que es la elección de cada uno de nosotros.
¿Qué queremos de la Vida y para qué lo queremos? La única forma de darle
un sentido a su vida a los 50 años era para él poder armarse Caballero. En
un momento dado se puso a prueba. ¿De qué calidad es la armadura? ¿De
qué calidad va a ser la envestidura? ¿Está dispuesto a dejar de lado sus
sueños simplemente porque alguien quiere agua? Él decidió que no. Luego
el tendero, obviamente asustado y con ganas de que se fuera rápido, decide
apremiar el proceso de la Vela y lo arma inmediatamente. Después le invoca
que se vaya porque no lo quiere cerca y a Don Quijote le toca volver a
buscar dinero y ayudante.

El Alma que decide hacia dónde va debe ahora encontrar la manera en que
lo va a hacer. Empieza así la búsqueda del cómo; porque no basta querer,
sino que hay que saber el cómo. Arranca entonces la historia propiamente
de Don Quijote.

Ese primer episodio nos muestre cómo el Hombre común y corriente decide
darle un trasfondo a su propia vida. La que él eligió en aquel momento era
de un trasfondo caballeresco, el cual a nosotros nos resulta relevante
porque es la sublimación de lo Humano. Es poder sacar la Voluntad, el Amor
y la Inteligencia que hay en cada Ser Humano, para que un hombre o una
mujer pueda elevarse a la estatura de Dama y Caballero y darle un
contenido a esa cotidianidad. Esta es la primera elección que hace Don
Quijote.

La obra es curiosa… el primer símbolo hace ver que Don Quijote estaba
loco; porque en su época, querer honrar un nombre y querer honrar el país o
la patria era un asunto de locos; querer que un hombre tenga peso y valor
era un asunto de locos. Hoy en día pesan más otros valores, igual que los
que pesaban en aquella época. La primera gran “locura” es atreverse a Ser
diferente, atreverse a vivir unos sueños que de tanto pensarlos, “le secó el
cerebro”. Esto nos recuerda un poco la idea del fuego que para poder existir
necesita quemar la madera y secar el combustible, consumir el apoyo. El
Quijote “se vuelve loco” con sus ideas; pero es Alonso que “se vuelve loco”
y nace el Quijote.
El enfrentamiento ocurre entre lo que quisiera Ser y lo que Soy; todos tarde
o temprano tenemos que hacer un alto en el camino y decidir qué quiero
Ser. Lo bueno de la obra es que arranca con un personaje de 50 años,
porque nadie es tan viejo como para que no pueda decidir qué quiere Ser.
Es obvio que en algún momento del camino no podrá seguir, pero el alma, o
el Yo, o la Conciencia interior, no es un asunto de edades sino un asunto de
intenciones.

Quizás el elemento más importante es que no solamente decide tomar un


nombre, limpiar sus armas, darle un nombre a su caballo, darse un nombre
a sí mismo, sino que además El Quijote decide dedicarle sus obras a una
Dama. Casi no la conoce, pero decide que él se quiere enamorar de una
Idea de una Dama; no de una mujer, sino de una Idea de una Dama. Luego
le pone un nombre pero primero la llama La Señora de Mis Pensamientos –
aquella a la que dedica sus pensamientos–. Como tenía que tener un
nombre semejante al de él, un nombre Caballeresco, y por lo tanto el
nombre de una Dama, la llama Dulcinea del Toboso.

Los tres personajes: El Quijote, su caballo Rocinante, su Dama Dulcinea del


Toboso, luego se van a encontrar con el cuarto personaje, que no es más ni
menos que Sancho Panza; un vecino al que convence de su “locura” y a
quien le promete una ínsula o todo aquello que el destino y Dios le quiera
dar. De tanto convencerlo y someterlo, Sancho decide seguirlo, primero por
ánimos de lucro y luego por otros motivos. Las cuatro figuras van a
representar el conjunto del símbolo que queremos enfocar hoy: al Ser
Humano. A) Alonso representa el Hombre común y corriente; B) Quijote es
ese conjunto de sueños que todos tarde o temprano tenemos –algunos los
dejan ir y otros no–; C) Rocinante representa el vehículo sobre el cual se
ejercita El Quijote y D) Sancho, en una simbiosis con Rocinante, representa
la carne, los sentimientos y los pensamientos comunes y corrientes que
todo Ser Humano cultiva.

Dijo Platón que el Ser Humano está compuesto “de lo uno y de lo otro”, de
aquello que muere y de aquello que no muere. Hemos de creer que nos
moriremos y que algo de nosotros no morirá. Si logramos entenderlo, éste
es el juego de El Quijote y Sancho; aquello que es duradero y aquello que es
perecedero, lo que tiene un sueño y lo que busca la tranquilidad, la
comodidad y el no tener que salirse de su camino, hasta que el Alma lo
arrastra. En su momento, El Quijote arrastra a Sancho, así sea con engaños
o promesas falsas, pero tarde o temprano la Conciencia superior o los
sueños arrastran a lo cotidiano. Cuando el Hombre decide salir del día a día
y le da un sentido, todos sus pensamientos y sentimientos tienen que
seguir, así sea a través de una promesa de un futuro mejor.

Una vez que El Quijote logra ser armado Caballero, se dan en la obra dos
nuevos procesos transformadores. Uno de ellos es el proceso por el cual el
Ser Humano decide arremeter contra los esquemas de su mundo, que se ve
cuando El Quijote arremete contra una serie de sacerdotes. Iban Sancho y El
Quijote con mucha hambre buscando qué comer; ven luces que vienen por
el camino y les entra pánico porque no saben qué es. Recordemos que la
obra se sitúa en la Edad Media, donde no había autopistas, ni carreteras, ni
caminos de penetración; cuando empiezan a ver estas luces que van
llegando, a Sancho se le compadece el corazón y le dan ganas de huir. El
Quijote le dice “vamos a esperar a ver qué viene” y se pone en medio
camino. Cuando logran ver, observan un conjunto de personajes con
lámparas vestidos de negro. El Quijote los confunde con Satanás o con la
Maldad pero resulta que eran sacerdotes. Aquí no sabemos si Cervantes fue
irónico o si simplemente quería hacernos ver cómo nos confundimos con lo
que es y lo que no es. Lo cierto es que en plena Edad Media, donde la Santa
Inquisición estaba presente, El Quijote decide arremeter contra lo que a él le
parecía la Maldad o la obra de Satanás. Los pobres sacerdotes llevaban un
cadáver, pero él no lo sabía. Luego se disculpa con ellos porque él sólo vio
maldad y negrura.
Él arremete, sin importar si era verdad o mentira, porque su Conciencia le
decía que eso estaba mal. Además tenía hambre, con tres días sin comer ni
tomar agua. A pesar de todas las necesidades, arremete. No sólo arremete,
sino que logra poner en bandada a todos los curas; al único que quedó
atrapado debajo de una mula, le rompió una pierna y la cabeza. Luego se
disculpa porque lo único que él quería era deshacer entuertos y agravios,
cuando le contesta el sacerdote: “Pues a mí me has agraviado y a mí me
has puesto tuerto”. Al final, Sancho termina disculpándose por su Señor y le
explica a este sacerdote que su Señor es el Caballero de la Triste Figura.
A esta altura de la obra, El Quijote ha tenido que enfrentar una adversidad
permanente. El querer vivir sus sueños, que le han dado gran alegría y
orgullo interior, no significa que ha llevado de la mano un éxito material, un
reconocimiento social o incluso la superación de los males y los entuertos
que decidió arremeter. El Caballero de la Triste Figura es el nombre con el
que empieza a conocerlo todo el mundo. Es el “loco de la Triste Figura”
porque muchas veces el querer vivir un sueño y un Ideal implica que a uno
le tilden de “loco” o de “triste”; o peor aún, que otros se fijen sólo en la
figura de uno y no por lo que se lleva por dentro. Nos juzgan por lo que se
ve y no por los grandes valores, sueños e Ideas. Él decide asumir el nombre
que Dios o algún Sabio –dice el autor– puso en la boca de Sancho y decide
entonces asumir el nombre del Caballero de la Triste Figura.

Es este el segundo proceso transformador: el querer vivir los sueños,


aunque no siempre se vean acompañados por el éxito. Si hiciéramos un alto
en el camino y viéramos los grandes investigadores de la Ciencia, los
grandes artistas, los grandes políticos, nos daríamos cuenta que vivir las
Ideas tiene un precio. Querer vivir el Bien tiene un precio; el Bien no conoce
de treguas ni de trances; o se es Bien o se es Mal, no caben términos
medios. Pero en nuestro mundo de “grises”, solemos transar con estos
“grises” para no tener que pelearnos con el “negro”. A veces toca sufrir el
escarnio de los demás; los grandes parientes y amigos de Don Quijote –la
ama, el cura, el barbero– le huían a esta locura. Querían volverlo a la
normalidad porque tener que enfrentar las Ideas ajenas es tener que juzgar
las propias Ideas. Cuando un padre le dice a su hijo cómo vivir, de alguna
manera quiere sustentar su propio estilo de vida o escala de valores.
Cuántas veces es más fácil pedirle a un padre dinero para salir con un
amigo que para comprar un libro o para irse en un retiro espiritual. Cada
uno avala lo que acepta como válido; pero como somos filósofos y
buscadores de la Verdad, tenemos que entender que no todo es válido. Para
El Quijote lo válido es darle honra a su nombre y provecho a su Patria.

Cuando decimos honrar a su nombre nos referimos a ese nombre oculto que
todo Ser Humano lleva. ¿Cuál es nuestro verdadero nombre? Yo me llamo
Hernando porque me bautizaron así; ese es nombre con el que me hicieron
conocerme. Pero yo vine de antes que me bautizaran. ¿Cuál es el nombre de
aquello que llegó? Reconocer ese nombre es uno de los procesos más
difíciles de la conciencia humana; reconocer el nombre del Yo interior es
reconocer qué quiere, a qué vino a la Vida. Reconocerse como el Caballero
de la Triste Figura, que como Plotino y Diógenes, que no les importaba cómo
se veían, es reconocer que lo que importa es lo que va por dentro. Claro,
estamos en una época en que es importante cómo nos veamos, pero no
significa que es lo más importante. Como dicen los estoicos: “no es
solamente lo que nos gusta sino lo que se necesita”. Hoy no se necesita sólo
Ser, sino también parecer. En la época de El Quijote era suficiente con sólo
Ser, pero parecer también era importante. El decide parecer El Quijote,
sufrir sus desventajas, huyendo así de la comodidad de su propio hogar. Fue
un acto de decisión.

Cervantes reconoce –lo escribe por lo menos en tres ocasiones– que esta
obra será interpretada en el futuro por otros Seres Humanos que puedan
entender lo que él quería decir. Explica El Quijote a Sancho que están
viviendo en una Era de Hierro, negra y dura, pero vendrá una Era de Oro y
las gentes recordarán a El Quijote. Uno piensa que esto es muy romántico,
pero los que han estudiado la filosofía de Oriente pueden ver que Cervantes
reconocía las cuatro Edades o ciclos como se explicaban en la India; estos
ciclos en que entra el planeta se van a dar, queramos o no entender a la
Naturaleza. Esto es evidencia del despliegue de conocimientos que se da en
toda la obra de Cervantes. Con esto de las Edades nos hace reconocer que
llegará el momento en que desaparecerán las notas sobre Caballería o sobre
el lograr despertarnos por dentro; pero si El Quijote permanece y se vuelve
a leer su obra, podemos volver a rescatar todo lo que se perdió.

El último proceso transformador de El Quijote ocurre cuando se encuentra


con una carroza y descubre que dentro de ella hay leones. En los libros de
Caballería de la época los leones representaban la gran prueba, la prueba
iniciática en la que el Ser Humano tiene que superar a la vida y a la muerte.
Es una prueba en donde el Yo tiene que imponerse a la personalidad, lo
temporal tiene que imponerse a lo pasajero. En este capítulo, El Quijote
decide enfrentar a los leones porque en ello ve una prueba que Dios le
mandó. Pero temiendo por Rocinante, Sancho y todos los demás, les dice
que huyan, porque la prueba era sólo para él. Así decide bajar de su caballo
y enfrentar a los leones sólo con su espada. En lo simbólico la espada
representa siempre a la Voluntad espiritual; su filo representa a aquel que
decide no dejar pasar una oportunidad. El Quijote decide enfrentar a los
leones sólo con su espada para probar de qué está hecho él mismo, para
trascender. No basta ser el Hombre de la Triste Figura e imponerse a su
entorno; ahí no acaba la historia del Ser Caballero, sino que se tiene que
conquistar a sí mismo. El tercer proceso transformador es este donde el Ser
Humano conquista su Inmortalidad conciente, su Cielo, su propio Paraíso
interior. Porque, con la muerte, a todos nos toca decidir si enfrentar ese
Paraíso interior. Pero él decide enfrentar la prueba de una vez para que
perdure en el tiempo y le pide al domador de leones que le abra la jaula.
Este la abre; y por calor o no, al león le da pereza, bosteza y vuelve a la
jaula. Esto representa la facilidad con que se superan las pruebas. En Japón
se representa siempre a la adversidad como una puerta de papel. La
adversidad es una limitación sólo para la mente que decide no atravesarla;
y es una puerta de papel porque lo único que hay que hacer es rasgarla y
pasar al otro lado. Pero será puerta en cuanto el Ser Humano no se atreva a
enfrentarla. A veces superar la prueba es más simple de lo que uno cree.
Superar la prueba del león resultó inmensamente fácil. Pero hay que
reconocer que lo fácil fue lo exterior, cuando sacaron al león. Ahí no estuvo
la verdadera prueba, sino en tomar la decisión de pedir que abriesen la
jaula. Don Quijote se convierte entonces en El Caballero de los Leones,
aquel que finalmente logró la trascendencia de su Alma inmortal. En casi
todos los libros que nos narran experiencias semejantes, esto implica la
adquisición de la espiritualidad conciente. Desde luego que tenemos
Espíritu, pero de ahí a que nos percatemos de ello es otra historia. Nuestro
enfoque suele ser materialista y decimos “nuestro cuerpo tiene un Espíritu”
y no “nuestro Espíritu tiene un cuerpo”. En esta parte de la obra, el Espíritu
contiene a El Quijote; no sólo lo contiene sino que le prepara el camino de
vuelta y lo habilita a morir. Lo que queda es muy poco para retornar a su
casa, donde finalmente vuelve a ser Alonso Quijano y acepta que todas sus
locuras eran locuras. Pero él ya las vivió.

Estos tres procesos transformadores son: la toma de decisión, el superar el


mundo que nos rodea y el superarnos a nosotros mismos. En cada momento
de adversidad donde busca arrostrar un peligro, El Quijote se encomienda a
Dulcinea, a aquello que le inspira.

Aquí le tocaría a cada cual hacerse la pregunta: ¿Qué nos mueve en la vida¿
¿Qué nos inspira? ¿Qué soñamos día a día? Decía un refrán: “que no nos
detengan aquellos que no sueñan”. El mundo está lleno de aquellos que no
sueñan, pero hay quienes sí sueñan. Como diría Mircea Elíade, vivimos en
una época muy profana, carente de sentido y trascendencia. Todos somos
religiosos de alguna manera, pero con tal terror a la vida y a la muerte que
pareciéramos más bien ateos. Nadie quiere morir. Todo el mundo quiere vivir
en este preciso momento y nadie quiere vivir hacia el futuro. Nadie quiere
sembrar para que otro coseche, cual si no valiera la pena dejarle a los
demás. En lo fáctico somos casi ateos y materialistas aunque nos llamemos
de cualquier religión. No nos interesa el más allá, ni siquiera en 50 años.

El tener un sueño, una Dulcinea, le permitió al Quijote cobrar fuerza de


debilidad. Esta es la gran enseñanza y por lo tanto el símbolo que queremos
hoy transmitir. Me decían que el mundo no sería el mismo si no hubiesen
escrito El Quijote y agrego hoy que el mundo no sería el mismo si no
hubiesen Quijotes en la Tierra. Y creo que los hay, lo que hay que hacer es
permitir que el Alonso Quijano se vaya a dormir y dejar que el Quijote que
hay adentro florezca. Muchas gracias a todos y me despido invitándoles a
dejar que el sueño vuele y que el Alma viva.

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No olviden la próxima conferencia de este ciclo de actividades titulada
“Paisaje Moral del Quijotismo”, a llevarse a cabo el sábado 2 de julio a las
4:30 p.m. en la Feria del Libro del Centro de Convenciones Atlapa.

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