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EL RITO FÚNEBRE

Felipe Caro Díaz

“Ellos miraban y no la veían. Ella hacía más sombra que lo que existía”. (Lispector, 1960)
Fascinada por la pureza que solo puede entregar la adolescencia, se encuentra
“Ella”, ella que no quiere ser vista, ella que se escapa del otro, ella que gusta del silencio y
ella que se cuestiona su mundo. Un mundo que hasta el momento se encuentra deformado
por su mirada perdida, en donde nace la pregunta implícita de ¿Quién soy yo? Enigma aún
no resuelto que se refleja en sus tacones arrítmicos, sus olvidos conscientes y su afinidad
por lo general en detrimento de lo individual.
Pareciera que a “Ella” le resulta complejo aceptar su condición en tanto mujer, se
entrevé múltiples dudas y para eso le resulta mejor ser sombra; sombra que de nuevo hace
partir del punto inicial, sin embargo en la insistencia se augura una verdad que por lo demás
lo lleva pegado en sus cimientos de madera. ¿Por qué ser amiga de la sombra? Porque
simplemente la sombra acoge y da lugar a la ambigüedad, a lo confuso, a lo que puede y no
puede ser, confundiéndose a ratos con un hombre y una mujer e incluso a veces solo siendo
un semblante, un algo que está envías de “ser” y que tiene que “ser”, porque la preciosidad
de la adolescencia da lugar a la excepción y la seriedad de la adultez da lugar a lo que tiene
que ser (lógico, cínico, práctico, hombre, mujer).
El rito marca este proceso subjetivo para cada sujeto, lo hace cambiar de perspectiva
y lo acota al ideal. “Ella” en su pureza pareciera buscar algo que la determine y aunque lo
niegue su deseo está puesto en vitrina, ella si quiere ser vista, ella si quiere ser algo, ella
solo quiere sentirse deseada y amada, esconde su mirada porque confía en que es nada, pero
busca en los otros que le otorguen un lugar, un lugar que le permita asirse a lo que es ser
mujer y salir de esas volutas que obstaculizan su posicionamiento. Eso sí nadie dijo que el
rito no iba a presentar dificultades y es más puede ser incluso hasta fúnebre, debido a que es
un trayecto en coma, lúgubre, triste, solitario; a ella le tocó en parte así, al igual que esos
“ellos” que también estaban buscando un lugar por medio de cuatro manos ¿Qué es un
hombre? ¿Qué es una mujer?
La primera pregunta aquí no tiene mayor realce, el hombre está enfrascado en una
cultura falologocentrista y por ende sabe lo que es. En cambio para una mujer sumida a éste
concepto se le es sombrío, “El cuerpo llamado femenino se define por estar, por lo menos
en parte, fuera del saber, pues ninguna articulación significante permite responder por la
diferencia que la anatomía nos indica” (André, Serge.2002, p. 135). Claro está, el reinado
masculino toma forma mientras que lo femenino pierde en aprensión y en definición, algo
escapa a su saber, en definitiva se pierde su nominación. “Ella” retrata muy bien la duda y
trasmite esa confusión, no por casualidad a ratos se siente como un hombre o quiere ser un
hombre con el fin de poder conocer que es lo que desea cuando desea un hombre, para ella
poder ir un paso más adelante. De ahí la explicación de su “bella indiferencia”1, de su
preciosidad que la hace ser tan mujer, tan única, tan pura y tan pendiente de lo que quiere o
que puede gustar el otro de “Ella”.

1
Cfr. André, Serge. (2002) ¿Qué quiere una mujer? En El caso Elisabeth (1.a.ed en
español) México. Editorial Siglo XXI. pp.121-135
En el intertanto la melancolía cobra espesor que es propio de la espera inagotable de
que algo se tiene que perder irremediablemente, “Ella” perdió el respeto a través de unos
desconocidos que no tenían mucha idea de lo sublime, pero ganó en llanto y confesión
“¡Estoy sola en el mundo! ¡Nadie me va ayudar nunca, nadie me va a amar nunca! ¡Estoy
sola!”. (Lispector. 1960, p. 110). En éste relato aparece una disidencia insoslayable, en un
primer momento “Ella” hizo creer que no importaban los otros, ahora después del episodio
aquel confiesa el gran anhelo de sentirse amada/deseada, fue como un despertar, un
momento en donde pudo confesarse con ella misma, sin mentiras, sin evasiones, todo lo
que tenía acumulado fue puesto en escena.
Ahora bien, ¿cómo tramitar ese rito? “Ella” tan simple como siempre pidió unos
nuevos tacones de madera, que solo incitan a pensar que es la vía que tiene para salir de su
horizonte perdido. La simbolización amiga de la superación, hizo que en ese pequeño gesto
radicara toda su emoción y dolor.

“Ella” con estilo elegante y sonidos rítmicos se pone en marcha hacia su nueva
rutina, confiada en que puede ser algo más que la nada, confiada en que puede ser
venerada. Su rito ha culminado y el pájaro de fuego ha nacido.

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