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CI-1440 Informática y Sociedad

Escuela de Ciencias de la Computación e Informática


Profesor Rodolfo Arias Formoso
Ensayo del tema 1: Trascendencia y evolución de la tecnología

Quizá la característica más notable de nuestra especie sea su descomunal capacidad de


adaptación, que es ante todo un fenómeno de de doble vía: adaptarse al medio y adaptar
el medio a ella. Lo segundo es un rasgo exclusivo nuestro, y para lograrlo hemos creado
algo que las demás especies no tienen: tecnología. De ahí proviene, en esencia, el éxito
sin comparación respecto a las demás formas de vida con que hemos poblado y dominado
el planeta.
No menos característico de la humanidad es el deseo de trascendencia, fruto quizá de dos
rasgos cognitivos que parecen ser “especialidad de la casa”, de una parte la percepción
subjetiva del tiempo y de otra parte la percepción subjetiva de sí mismo, o auto-
percepción.
¿Trascendencia, en qué sentido? Hay uno primario, concreto y evidente: trascender
después de la muerte. Y hay otro, en buena medida más ambiguo: trascender durante la
vida. Una respuesta a qué significa esto último excedería los límites de estas notas y de
cualquier ensayo serio, pero se esbozan a continuación dos observaciones al respecto.
En primer término cabe hacer referencia a la metáfora de Juan Salvador Gaviota (el
pájaro que quería volar más alto y ser más hermoso que los demás de su especie) como
símbolo de los afanes del artista, del científico o del deportista. Es decir, trascendencia
vital entendida como superación del ser, en términos, por lo común, más propios del
espíritu que del cuerpo.
En segundo lugar puede señalarse que, desde las religiones (en cuanto que explicación
del universo y de nuestra existencia a partir de un ser supremo que lo provocó todo, y en
el marco de las cuales suele establecerse una vida eterna para el alma a cambio de
adscribir los preceptos de cada una en particular) y hasta las recientes formulaciones de
Transhumanismo [1], se identifica como protagonista e hilo conductor el impulso típico
del ser humano de querer trascender las limitaciones inherentes a su condición: vida
restringida a una cantidad limitada de tiempo (unos 80 años), a unas ciertas destrezas y
fuerzas físicas, al confinamiento en un contexto geográfico reducido y – punto clave en
este análisis - a ciertas capacidades cognoscitivas.
Esto último agrega, a las formas habituales del deseo de trascendencia, un nuevo grado o
tipo: la trascendencia no por medio del “hacer” sino desde el mismo “ser”. Aclaremos: en
el mismo sentido en que trascendió Juan Salvador Gaviota trasciende el músico, y tanto
Bach como Beethoven o Lennon ya están más allá de sí mismos. Así trasciende, en
general, el artista que logra enlazar de alguna forma tiempos y distancias allende su
entorno de partida. Y también trasciende de ese mismo modo el científico, el deportista o
el prócer. Ahora bien, trasciende la obra, no el obrante. Trasciende el “hacer” y, respecto
de éste, el “ser” hacedor en definitiva no suma ni resta. De Shakespeare nos interesan sus
versos, no sus huesos.
Bajo la hipótesis (de suyo evidente para los materialistas y de suyo absurda para los
místicos) de que todo acaba con la muerte y que después de ella seremos polvo y solo
polvo (así sea “polvo enamorado”, al decir de Quevedo [2]), la trascendencia del ser, ya
que no del quehacer, requiere a Fortiori su reinvención, su “reingeniería”. Un ser que no
fallezca (al menos no tan rápido), que no se enferme (al menos no tan a menudo), que no
se equivoque (al menos no tan torpemente), un ser cuya teleología [3] responda a
coordenadas espacio-temporales y cognoscitivas de mayor rango, y cuyo quehacer
alcance, en consecuencia, niveles insospechados.
Anotemos que si la eternidad es la quimera por antonomasia, la brevedad de la vida es la
contradicción fundamental de la existencia. Y este sería tan sólo el primer elemento. Al
decir de Hans Moravec, del Instituto de Robótica de Carnegie Mellon, la “forma
humana” actual no está en absoluto diseñada para el ser y el quehacer científico [4]. En
una conocida entrevista que publicó la revista Wired, declara: “nuestra capacidad mental
es extremadamente limitada, requerimos un complejo y prolongado proceso de
entrenamiento para que el cerebro pueda realizar este tipo de trabajo, y no se vive lo
suficiente para entender las cosas, porque muy rápido el organismo empieza a
deteriorarse. Antes de tiempo, uno se muere”. Nótese que otro tanto podría haber sido
dicho por un deportista, por un cantante o por un escritor. ¡Qué habría sido de La
Comédie Humaine de Balzac [5], si el tipo hubiera vivido doscientos años!
En este punto las opciones se reducen drásticamente. No siendo ya posible que a través
de la religión (o de la praxis místico-religiosa, por ejemplo la del zen en el budismo) se
produzca ese cambio cualitativo en el ser, hay que acudir a la tecnología para lograrlo. Es
decir, al descartarse opciones como la búsqueda de la inmortalidad que reseña la Epopeya
de Gilgamesh [6], o que se expresa como mito recurrente en historias al estilo de la
leyenda germana del Doctor Fausto (que vendió su alma al diablo, y la cual ha sido
recreada una y otra vez en la literatura, el cine y la música, por autores del calibre de Kit
Marlowe, Goethe, Tomas Mann, Héctor Berlioz o Franz Liszt), hay que recurrir a algún
artificio concreto – en rigor: tecnológico – como la fuente de la eterna juventud (obsesión
de los conquistadores españoles durante el siglo 16), o el elixir de la vida (mito
multiétnico: árabe, persa, asiático en general) que buscaron afanosamente, según reseñas
medievales, los alquimistas en China e India, y al cabo en Europa.
Luego de haber incluido la palabra “tecnología” tanto en la introducción de este ensayo
como en el párrafo anterior, cabe hacer un señalamiento respecto del rol que ella tiene en
este tema, dado el enfoque específico que seguimos. No se tratará de tecnología
entendida como “instrumento”, mediante el cual el ser creador extienda o amplíe la
capacidad nativa de su cuerpo. Es decir, no se tratará del rol de la tecnología en el cual es
entendido como “instrumento” algún artefacto que está “fuera” de quien lo usa y con el
cual éste se relaciona mediante sus “interfaces” primordiales (las extremidades, por
ejemplo, o los sentidos básicos: tacto, vista, olfato, etc.) pero sin alterar el
funcionamiento habitual de éstas. Se trata, por el contrario, de tecnología que a su vez
trasciende su tradicional naturaleza instrumental y se incorpora, se incrusta o entrelaza en
el ser humano creador. En otros términos, es trascendencia a través de fusión, de
concreción biotecnológica. Vale decir, de reingeniería contante y sonante.
Tales anhelos carecían del menor viso de realidad hasta hace pocos años, de previo a los
avances recientes en computación, inteligencia artificial o nanotecnología. A lo sumo se
materializaron en fantasías al estilo de Frankenstein, el Hombre Araña, el Increíble Hulk,
o “El hombre biónico”, aquella exitosa serie de los años setenta. Pero, a partir de la
agregación de las posibilidades provenientes de las disciplinas mencionadas (que se
ubican bajo las siglas GNR: genética-nanotecnología-robótica), ahora se abre el
panorama en donde se delinea con algún grado de factibilidad la simbiosis hombre-
máquina, la integración de lo biológico con lo cibernético.
En vista de que muchos pensadores y desarrolladores importantes en el campo de
Inteligencia Artificial, en particular los que adscriben la corriente que John Searle [7]
denomina “Inteligencia Artificial Fuerte ”, han defendido tenazmente la tesis de que un
1

computador (basado en la arquitectura original, aún vigente, de programa almacenado en


memoria, debida entre otros a Von Newman) puede llegar a poseer una inteligencia
equivalente a la nuestra (con estados mentales como los nuestros, caracterizados por
auto-conciencia, con sentido del tiempo, intencionalidad, etc.), gran cantidad de esfuerzos
se encaminaron a partir de los años sesenta del siglo XX a la construcción de dispositivos
con esas características.
El frente de batalla, amplio de por sí, abarcó entre otras a la lógica matemática, la
neurociencia, la lingüística, la informática y la robótica. Los resultados alteraron para
siempre la faz de la civilización humana. Un procesador de texto, por citar un caso de
inmensa trascendencia, empezó siendo un nicho de investigación en inteligencia artificial.
Y los sistemas de navegación de un avión moderno, las prótesis que permiten paliar
diversas minusvalías, y hasta la Internet misma se agregarían de primera mano a una lista
que ya es por supuesto muy extensa. Ábsides característicos de estos esfuerzos serían, por
último, robots al estilo del famoso ASIMO que desarrolla Honda en Japón [8], con los
que se intenta replicar la locomoción y en general el movimiento de un ser humano.
Un denominador común de estos proyectos ha sido su orientación hacia el desarrollo de
dispositivos tecnológicos que están “ahí afuera”, a la espera de interactuar con las
personas en alguna forma. Radicalmente distinta, por supuesto, sería la tecnología que
estaría diseñada para ser implantada (imbricada quizá sería un mejor término) de algún
modo en nuestro cuerpo, con el fin de lograr una fusión, es decir, el tan esperado
“Cyborg”. Esta opción parecía sólo cosa de ciencia ficción hasta hace muy poco tiempo.
Sin embargo, la reducción progresiva del tamaño de los componentes, así como los
avances en neurología hacen ya viable su desarrollo a corto plazo.
A este tipo de tecnología en particular y a sus posibles efectos sobre la sociedad se
refieren primordialmente los transhumanistas. Aquí se hará referencia a visiones como la
ya referida de Moravec, y sobre todo a la extensa teoría desarrollada por Ray Kurzweil
(famoso futurólogo, inventor y empresario neoyorquino de origen judío), según la cual la
aceleración de carácter exponencial del proceso de desarrollo tecnológico nos estará
conduciendo, en este siglo 21, a una “singularidad” caracterizada por la fusión ya
indicada, y al reemplazo paulatino de nuestra especie por una más avanzada, cuyo
cerebro será básicamente no-biológico.

1
Caracterizada, según lo afirman tanto Searle como sus propulsores, por el postulado de
que las máquinas “literalmente” llegarán a poseer una inteligencia equivalente a la
humana.
Hay que destacar, en este ideario transhumanista, no ya el deseo de superar los
tradicionales rasgos de la condición humana que a todas luces son innecesarios o
indeseables (discapacidad, enfermedad, sufrimiento, envejecimiento), sino incluso la
misma muerte… y la “singularidad tecnológica” sería, a tales efectos, el acontecimiento
irreversible y definitivo que dará sustento a la propuesta, en estos términos tan de suyo
absolutistas.
Esta visión se sintetiza con singular congruencia y amplitud en el best seller “La era de
las máquinas espirituales” [9], y se complementa y actualiza con el abordaje del otro
concepto en “La singularidad está cerca” [10], best-seller asimismo de gran éxito. Dos
conceptos dialécticamente opuestos conforman los cimientos del grandioso esquema
kurzweiliano: la relación entre tiempo y caos, y la así llamada “ley de los retornos
acelerantes”. Según el primero, el tiempo –su velocidad, que a fin de cuentas es el tiempo
mismo- es relativo al orden/caos del medio en el cual sucede. Así, un espacio
infinitamente (totalmente) armónico estará asociado a un tiempo infinitamente rápido, y
un espacio infinitamente entrópico a un tiempo infinitamente lento. Y, según el segundo,
mientras en el espacio hay un universo que se expande permanentemente y que tiende al
caos puro (según lo establece la segunda ley de la termodinámica) y por ende al tiempo
detenido, en oposición dialéctica con éste surge un “cono” de armonía creciente que
tiende al orden puro y al tiempo infinito: la vida. Ahora bien, para que la vida pueda
cumplir su rol de “anti-caos” cuenta con el maravilloso recurso de la “ley de retornos
acelerantes”. Según esta ley, la vida va siendo cada vez más “capaz”, más “avanzada”,
más “potente”. Pueden encontrarse otros sinónimos interesantes, pero la idea es esa.
Curiosamente, dicha capacidad creciente es dimensionada (medida) por Kurzweil
mediante un único índice: la capacidad computacional.
Aquí hay una equivalencia típicamente empleada por pensadores al estilo de Kurzweil: la
inteligencia es el resultado de ejecutar un algoritmo. Entre más complicado éste, más
inteligente el ejecutante, por ponerlo de un modo simple. Más capacidad computacional:
más inteligencia. Una sólida confluencia se presenta, en esta petición de principio, entre
Kurzweil y el filósofo costarricense Claudio Gutiérrez, según puede comprobarse en su
extensa obra “Ensayos para un nuevo humanismo”. Pero no pasa de ser una petición que
no sólo no es demostrable sino que se encuentra en jaque perpetuo, por parte de quienes
adscriben la tesis (Roger Penrose desde una trinchera física-matemática-lógica, Jerrold
Katz desde otra lingüística, por citar dos figuras de primer plano) de que por alguna razón
(aún no esclarecida) la mente humana es capaz de otorgar con precisión valor de verdad a
problemas que no pueden ser resueltos algorítmicamente. En la base de esta afirmación se
encuentra, a su vez, el célebre teorema de la incompletitud (referido a sistemas formales
axiomáticos) de Kurt Göedel , si bien excede los límites de estas notas aclarar
2

convenientemente la vinculación de estos complejos tópicos.


Pues bien, según Kurzweil la vida ha ido incrementando de forma incesante su capacidad
computacional. Nuestro cerebro sería, en este sentido, el logro más acabado del proceso
evolutivo que está centrado en los mecanismos de selección natural y de mutación
espontánea y cuyo procedimiento de preservación/transmisión es el registro del código
genético en las moléculas de ADN-ARN. El cerebro humano alcanzó (hace
2
Este debate, dicho de paso, será un elemento central en el ensayo del tema 2 de esta
colección, ya mencionado en una nota al pie anterior.
aproximadamente medio millón de años, cuando la oleada de homo sapiens-sapiens brotó
de África) no sólo una sorprendente capacidad computacional, sino que abrió el camino
hacia la trascendencia de la especie hacia esa forma superior de vida que el
transhumanismo anuncia, porque nos posibilitó la fabricación de tecnología con la cual
incrementar y complementar su capacidad computacional original.
He ahí el eje central del proceso tecnológico: incrementar la capacidad computacional de
la especie. Aquí Kurzweil establece una interesante analogía con la ley de Moore , porque
3

postula que ésta puede aplicarse también a la capacidad computacional que la tecnología
provee, hoy día con el computador como soporte estelar de ello. Si eso fuera cierto, la
capacidad de los procesadores llegaría en poco tiempo a ser tan asombrosa que la
inteligencia artificial fuerte sería una consecuencia inevitable, un resultado forzoso.
Convencido de su argumento y buen vendedor de éste, Kurzweil se dedica en sus textos a
formular fantásticas predicciones, sobre cómo esa tecnología cuyo poderío computacional
crece exponencialmente no sólo nos sobrepasará, sino que nos obligará (como estrategia
de supervivencia) a subsumirnos a ella, a integrarnos en su decurso, desapareciendo de
paso como especie biológica, como seres de carne y hueso.
Esta retórica transhumanista ha encendido por supuesto un apasionado debate. Están, en
primer término, las objeciones, ya antes mencionadas, con respecto a si la inteligencia
humana (y la biológica, en general) puede o no reducirse a una máquina de Turing, es
decir, a un dispositivo universal capaz de ejecutar cualquier algoritmo formalmente
descrito. Por otra parte, y aún bajo el supuesto de que tal petición fuera cierta, están las
objeciones de corte humanista, que ponen en escena una distopía [11] (por demás llevada
y traída en el cine de ciencia ficción, ver digamos la saga Terminator) inevitable si las
máquinas (totales o semi-biológicas) llegasen a superarnos, ya sea en capacidad
computacional, ya sea en inteligencia como un todo, ya sea militarmente o en el sentido
que sea.
Otras objeciones, de carácter parcial, señalan la necesidad de incluir en la ecuación
consideraciones de carácter social. Bill Hibbard, de la Universidad de Madison,
Wisconsin, desarrolla un interesante análisis sobre las condiciones en las que debería
redefinirse el Contrato Social a partir del surgimiento de una nueva especie (el “homo
sapiens plus”) que sería, muy probablemente, tan superior que su “distancia intelectual”
entre ellos y nosotros sería aun mayor que entre nosotros y nuestras mascotas [12]
Bill Joy, cofundador de Sun Microsystems y una figura de primerísimo plano en
tecnología computacional, publicó en Wired (abril de 2000) un enjundioso ensayo
(“Porqué el futuro ya no nos necesita” [13]) donde rebate a Kurzweil, tanto en los
términos planteados en el párrafo anterior (objeción humanista) como en términos
meramente lógicos. Un argumento de enorme peso se asienta sobre el hecho de que la
especie no vive sola en este planeta, sino que es un elemento más de un complejísimo
sistema de relaciones: el ecosistema global. Los efectos de la “singularidad”
transhumanista según la desarrolla Kurzweil serían, sin duda, de proporciones

3
Según ésta (formulada por el co-fundador de Intel, Gordon Moore en un paper de 1965)
el número de transistores que pueden ser colocados en un circuito integrado se ha
incrementado exponencialmente, duplicándose aproximadamente cada dos años.
mayúsculas, impredecibles y en todo sentido indeseables, tanto para nosotros como para
los demás seres vivos.
Las especulaciones y los pleitos continuarán, entre los conservadores y escépticos por un
lado y los audaces futurólogos (los early-adopters, como se les denomina en inglés) por
otra, o entre los humanistas que se mantienen fieles a los imperativos éticos tradicionales
de la cultura occidental (y entre ellos al imperativo categórico Kantiano según el cual
“cualquier hombre deberá ser considerado como un fin en sí mismo, y no meramente
como un medio”) y los desenfrenados soñadores del corte de Moravec, que ha ofrecido su
propio cuerpo como laboratorio para el proceso de convertirse en Cyborg. Fechas como
2040 o así por el estilo aún nos parecen muy lejanas, pero eso mismo debe haber sentido,
George Orwell cuando escogió el año 1984 para describir el régimen totalitario futurista
de su famosísimo libro. Solo el tiempo dirá. Pero si pasara, es decir, si la singularidad
tuviera en efecto lugar, sería el evento mayor de todos, el final de una historia que
empezó hace uno o dos o varios millones de años, como bien lo describe Stanley Kubrick
en 2001, Odisea del Espacio, cuando un homínido tomó un hueso y vio en él un martillo,
una lanza, un bisturí.
Bibliografía y notas:
[1] El transhumanismo es un movimiento intelectual y cultural que promueve el uso
de la ciencia y de la tecnología para mejorar las capacidades mentales y físicas del
ser humano. Los transhumanistas se basan en los avances de la biotecnología para
el logro de tales objetivos. El artículo de Wikipedia, visible en
http://en.wikipedia.org/wiki/Transhumanism, puede ser un punto de partida para
estudiar el tema.
[2] Hago referencia a uno de los sonetos más famosos del poeta del siglo de oro,
Francisco de Quevedo: Amor constante más allá de la muerte. Está en su versión
original en http://www.poesia-inter.net/fq48078.htm.
[3] Del griego “telos”, propósito. Teleología es el estudio filosófico del diseño y del
propósito. Una escuela teleológica de pensamiento suele sostener que todas las
cosas han sido diseñadas para, o dirigidas hacia, un resultado final, que existe un
propósito inherente en todo cuanto exista. En Wikipedia hay un artículo raíz
visible en: http://en.wikipedia.org/wiki/Teleology. y en la enciclopedia Británica
está en http://www.britannica.com/EBchecked/topic/585947/teleology.
[4] En la parrilla de salida del movimiento transhumanista se encuentra este pensador,
cuya entrevista “Supehumanism”, publicada en Wired 03-10, octubre 1995, puede
leerse en http://www.wired.com/wired/archive/3.10/moravec.html
[5] Honoré de Balzac (1799-1850) fue el novelista francés más importante de la
primera mitad del siglo 19. “La comedia humana” es una serie de varias decenas
de novelas, temáticamente entrelazadas, así como de otros trabajos (ensayos,
cuentos), que en total conforman un monumental esfuerzo literario. Ref.
http://en.wikipedia.org/wiki/La_Comédie_humaine.
[6] Personaje legendario de la mitología sumeria. Quinto rey de Uruk, hacia 2650 a.
C. Esta epopeya es la narración escrita más antigua que se conoce, y narra sus
aventuras en busca de la inmortalidad, junto a su amigo Enkidu. Ref.
http://es.wikipedia.org/wiki/Poema_de_Gilgamesh.
[7] Filósofo norteamericano que estudia la conciencia, y que será uno de los puntos
de referencia de otro ensayo de esta colección, dedicado al tema 2, Alcances de la
inteligencia artificial. Su ensayo “Minds, brains and programs”, de 1980, es un
elemento de referencia obligatoria en toda discusión acerca del potencial alcance
de las computadoras como agentes de inteligencia artificial. Puede leerse el
ensayo completo en
http://www.bbsonline.org/Preprints/OldArchive/bbs.searle2.html
[8] Un video ilustrativo puede apreciarse en http://www.youtube.com/watch?
v=0hPS8aKAQeQ&feature=fvsr
[9] Ray Kurzweil, The Age of Spiritual Machines, Penguin Books, 1998.
[10] Distopía es el contrario de utopía. Es una “utopía perversa”, donde todo
ocurre al contrario de cómo uno querría que ocurriera en un escenario utópico.
Ref. http://es.wikipedia.org/wiki/Distopía
[11] Ray Kurzweil, The Singularity is near, Penguin Books, 2006.
[12] The technology of mind and a New Social Contract, Journal of technology
and evolution, enero 2008.
[13] Bill Joy, Why the future doesn´t need us, Wired 08-04, abril 2000, visible
en http://www.wired.com/wired/archive/8.04/joy.html

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