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ALBERTO E.

PARRA 1 de 5

EL RUISEÑOR Y EL HALCÓN

Una mañana se presentó el Halcón en el nido de un Ruiseñor con intenciones asesinas. El Ruiseñor
le rogó que no dañara a sus pichones.
— Si cantas bien haré lo que me pides – respondió el Halcón cuidándose de parecer sincero.
— Cantaré para complacerte – dijo el Ruiseñor y aclaró su garganta.
Comenzó entonces el Ruiseñor a gorjear una melodía con tonos tan maravillosos que un Cazador,
de pié junto al tronco de un árbol, bajó la escopeta con la que apuntaba al Halcón que permanecía
abstraído con los trinos del pajarillo. Una vez que el Ruiseñor hubo concluido su canción, el Halcón
le dijo:
— Ven a mi nido, te ruego que cantes para mis crías.
El Cazador no volvió a levantar el arma y salió del bosque canturreando lo que había escuchado,
luego tiró la escopeta en un río.

Moraleja: a los violentos muéstrales la belleza, no podrán contra ella.

EL LEÓN Y EL RATÓN

Un León, atracado con la carne fresca de una cebra, dormía placidamente la siesta. En eso estaba
cuando sintió en su hocico el paso rápido de un ratoncillo que merodeaba por el lugar buscando
algo que comer.
La fiera al ver el tamaño del Ratón sonrió desdeñosamente y tomándolo con sus garras le dijo:
“tendría que comerte por haberme molestado, pero no tengo hambre y aunque la tuviera no me
servirías mas que para un bocadillo”. El pequeño, lejos de amilanarse, le respondió: “Todos los
Leones son unos cobardes”.
El León, que sostenía al Ratón por la cola, lo levantó hasta la altura de sus ojos y volvió a sonreír
sorprendido por la respuesta audaz. Entonces le lamió la cara al ratoncillo que se movía
frenéticamente intentando morderlo y golpearlo.
“Eres muy valiente o muy tonto, acabo de asearte para que te veas prolijo, te he sacado con mi
lengua la suciedad y tu aun pretendes lastimarme”, espetó tranquilamente el León. “Esto confirma
una vez mas mi apreciación, todos los Leones son unos cobardes” respondió el Ratón.
El León, sin dar ninguna señal previa, se tragó al Ratón.

Moraleja: No ofendas a un León satisfecho, pues, aunque parezca bondadoso, sigue siendo
un León.
ALBERTO E. PARRA 2 de 5

EL BUEY Y EL HOMBRE

Me gusta caminar junto al lago. Obtengo la comida al paso; los pastos verdes me permiten
soportar los rigores del trabajo. El hombre que me guía conoce el camino. Tengo las patas fuertes,
robustas. Si se me ocurriera, mis cuernos podrían lastimar ¿para qué? Jamás monto en cólera.
Miro el lago, el camino, el bosque. Poco tengo para recordar. Los pájaros de una bandada pequeña
hacen mas cosas en unos minutos de las que he hecho en toda mi vida.
Una noche lo escuché al hombre decir: “Cuando se muera el buey lo tiro al barranco”, intenté
escapar, me asusté y volví al corral. Me serena pensar que mi carne servirá para alimentar a otros.
Mi carne es dura. El hombre no me comerá.
Una noche clara, cuando la nieve cubría el pasto, fui a mirar el lago desde arriba de una loma, tuve
miedo de caerme y bajé a la carrera, tropecé con el filo de una roca y todavía cojeo. Al día
siguiente, cuando el hombre me puso el yugo no descubrió la herida. Ese día tiré de una carga
mucho mayor que la de costumbre. Soy un buen Buey.
Hoy subí una pendiente tirando de la carga. Bufaba cuando el hombre me daba latigazos y para
animarme gritaba:” ¡Hea!… ¡Hea!” “¡Vamos Colorado que cuando lleguemos a la casa te presento
una vaca!”. No entendí su promesa y tampoco porqué se reía a carcajadas después de hacerla.

Moraleja: Si algo esencial le falta a tu cuerpo, debes actuar como si lo tuvieras, de lo


contrario serás juzgado por lo que te falte.

EL TORDO Y LA GOLONDRINA

Un joven Tordo que vivía en el jardín de una casa rica hizo estrecha amistad con una Golondrina
que estaba de paso por el lugar.
La Golondrina, aprovechando la ingenuidad del Tordo, se comportaba con extrema gentileza, a tal
punto, que logró engatusar al jovenzuelo. De esta manera compartió con el joven Tordo la comida,
el lecho y las bondades de la casa.
La amistad interesada de la Golondrina no había sido descubierta por el Tordo hasta la tarde que
confesó a su madre:
— No hay amiga, madre mía, como la que yo me he echado esta primavera.
La madre, una vieja Torda viuda, al borde del soponcio le dijo a su vez:
— Lo que no hay es un hijo tan tonto como tú ¿No piensas, infeliz, que cuando llegue el frío
ella se marchará a retozar con los suyos a las calientes tierras de donde procede?
El joven Tordo, luego de haber meditado, le replicó a su madre:
— Entonces seré feliz hasta que llegue el invierno.

Moraleja: si encuentras una fuente de felicidad bebe de ella hasta saciar tu sed.
ALBERTO E. PARRA 3 de 5

EL PASTOR Y EL LOBO

Una tarde el Pastor se encontró con el Lobo en una caverna oculta, lejos de los campos de
pastoreo. El Lobo se había adelantado unos minutos a la llegada del Pastor.
— Nunca llegas tarde – le dijo el Pastor
— Tu me conoces.
— ¡Ya lo creo!... y desde hace muchos años – exclamó el Pastor, sacando a su vez un par de
monedas de oro de su bolsillo y mostrándoselas a su amigo.
— ¿Dos monedas? ¡Nada más! – el Lobo preguntó con un dejo de congoja.
— Ya nadie nos cree, las regalías del cuento han ido disminuyendo.
— ¿Y las ovejas?
— Se han ido después de que les negué una mayor participación en las ganancias.
— ¡Tendría que haberme comido a algunas! – manifestó furioso el Lobo.
— ¡Son unas desagradecidas! Pero no te amargues, después de todo hemos vivido bastante
bien todos estos años.
— Fue bueno mientras duró ― dijo resignado el Lobo ― ¿Y ahora qué haremos?
— He estado pensando que poco sabemos hacer, además de mentir.
— ¡Es verdad! – afirmó el Lobo guardándose las dos monedas.
— Hay que seguir adelante ¡Tengo una idea!... ― exclamó el Pastor y le contó el plan al Lobo.
Dos meses pasaron y en los estantes de las librerías empezó a exhibirse la primera edición del libro
“The Magician Shepherd and the Fat Wolf”.
A poco de haberse agotado y ante el éxito obtenido, el libro fue traducido a varios idiomas.
En el texto se cuentan las aventuras de un Mago Pastor y su inseparable compañero, el Lobo
Comilón, que salen a cabalgar por el mundo montados en un vellocino de oro, desperdigando el
bien a troche y moche.

Moraleja: una mentira es pródiga cuando permite disfrutar de los derechos de autor.

EL MEDICO

Cierto día llegó el médico a casa de uno de sus clientes que acababa de morir y al ver que le
amortajaban exclamó:
— ¡Qué lástima! Este hombre no habría muerto si hubiese usado lavativas y no hubiera
bebido vino.
— Es una desgracia doctor que hayáis guardado para tan tarde este consejo – añadió un
pariente del muerto.
— Es una lástima que el muerto no lo haya escuchado – continuó el médico.
— Dice usted gran verdad doctor, mi pariente era sordo.

Moraleja: El conocimiento y la comunicación son como Romeo y Julieta, no pueden vivir el


uno sin la otra.
ALBERTO E. PARRA 4 de 5

LA CIGARRA Y LA HORMIGA

Durante los rigores del invierno, cuando los granos de trigo suelen humedecerse, una hormiga
secaba al sol sus mieses recogidas con esfuerzo y sacrificio durante el tórrido verano. Satisfecha, la
hormiga contaba los granos y se decía “llegará la primavera y no pasaré necesidades, luego, en el
verano, volveré a juntar trigo”.
La Cigarra, que casualmente pasaba frente al hormiguero, al ver la fruición con que la hormiga
observaba a sus granitos, se paró, curiosa, junto a ella.
— Dime hormiguita para que quieres tantos granitos – preguntó la Cigarra sacándose sus
lentes de sol Gucci y alisándose el tapado de piel de leopardo.
— Este es el fruto de mi trabajo y no pasaré hambre durante el invierno – la Hormiguita miró
desafiante a la Cigarra – ¡Supongo que no pretenderás que te de comer! – remató ásperamente
el animalillo.
— Es que nunca he comido trigo en granitos, pero si te parece podrías darme un poco para
probar.
— Yo sabía que una perezosa como tú, que te has pasado el verano cantando, ahora, en la
inclemencia del invierno, vendrías hasta mi casa a pedirme de comer – la pequeñina,
influenciada por la vieja historia, comenzó a reírse, saboreando placenteramente la posesión de
sus granitos – ¡Pues no! No te daré de comer... ¡Aprende la lección de una buena vez! – remató
la Hormiga acaparando con sus patitas todo el trigo que pudo.
— Era curiosidad conocer el sabor del trigo en crudo – dijo tímidamente la Cigarra.
— ¡Vete de aquí indolente! Vuelve cuando hayas comprendido que el holgazán y el
descuidado siempre se halla menesteroso y necesitado.
— ¡Que carácter! Bueno, me voy antes que despegue mi avión.
— ¿Avión? ¿Cómo harás tu para subirte a un avión? – preguntó incrédula la Hormiga.
— Es una linda historia. El Puchi, un político amigo, al que le gusta mucho como canto, me ha
invitado a pasar el verano en las Islas Griegas. El tampoco soporta el frío en estas latitudes.
— ¿Vas a Grecia? – los ojos de la hormiga se asemejaron al dos de oros.
— Si, si lo deseas puedo traerte un souvenir, el Puchi es muy generoso.
— No, gracias... pero quisiera que trasmitas un mensaje de mi parte.
— Dime Hormiguita a quien le quieres enviar un mensaje.
— ¡A Esopo! Si lo llegas a ver... ¡Dile que se vaya al fondo del infierno!

Moraleja: acopiar trigo no te garantiza un veraneo en las Islas Griegas.


ALBERTO E. PARRA 5 de 5

LA ZORRA Y LAS UVAS

Una Zorra hambrienta contemplaba cierta tarde unos tentadores racimos de uvas muy maduras
que colgaban graciosamente de una elevada parra. Pretendió entonces llegar hasta ellos dando
saltos, luego, como la técnica del salto no le daba provecho, intentó a hacer piruetas para
alcanzarlos. Cada vez que emprendía un nuevo brinco, acicateada por el hambre, mejoraba la
cabriola anterior. Saltaba y saltaba pero a las uvas no llegaba. De pronto se dio cuenta que le
agradaba su silueta dando vueltas por el aire y tuvo la ilusión de convertirse en una gimnasta.
Un promotor de espectáculos que miraba a la Zorra, mientras ella perfeccionaba las acrobacias, se
le acercó para preguntarle si estaba dispuesta a realizar tan magnificas contorsiones en un
escenario. La Zorra aceptó la propuesta. Hoy actúa una vez a la semana en un importante teatro
de la ciudad. Con lo que recauda suele comprar miles de racimos de uvas que le son entregados
puntualmente por Federal Express.

Moraleja: siempre que puedas dedícate a ti mismo. Las uvas, como las brevas, caen al
suelo cuando están maduras.

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